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la revolución
de la conciencia
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Rui
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L
Serie
Testimonios
Caracas, Venezuela 2011
© Luis Angulo Ruiz
© Fundación Editorial El perro y la rana, 2011
Correos electrónicos:
elperroylaranacomunicaciones@yahoo.es
atencionalescritor@yahoo.es
Páginas web:
www.elperroylarana.gob.ve
www.ministeriodelacultura.gob.ve
Diseño de la colección
Kevin Vargas
Dileny Jiménez
Edición al cuidado de
Mónica Piscitelli
Arlette Valenotti
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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz
enero del año 2000. Francisco Wuytack había estado ausente por
26 años, proscrito por sus actividades. Aprovechando una breve
estadía los primeros días de ese año, le propuse entrevistarlo. Las
entrevistas a Francisco Wuytack se realizaron entre el año 2000
y el 2004 en Venezuela y en Bélgica. Simultáneamente me di a la
tarea de localizar a otras personas que hubiesen convivido con él
en algún momento de su vida. Entre las miles que compartieron
momentos con él, apenas seleccioné una veintena. La localiza-
ción de esas personas, las entrevistas y la transcripción de esas
entrevistas fueron una labor de meses. Otro tiempo más se llevó la
investigación bibliográfica y hemerográfica.
Al final del camino había un material que se parecía más al
corpus de un etnólogo que a un texto literario. Pero el destino de
ese voluminoso cuerpo de entrevistas transcritas, ya estaba defi-
nido desde el día en que le propuse a Francisco Wuytack entrevis-
tarlo. Y aquí, permítame el lector una segunda explicación sobre el
origen de este libro.
A principio de los años setenta tuve la suerte de ver la película
de Akira Kurosawa titulada Rashomon. Desde el primer momento
me cautivó la estructura narrativa de esa película. La indagación
de un mismo hecho contado por varios narradores produce una
visión perspectivística singular. Después, siendo profesor de los
Talleres de Redacción de la Escuela de Comunicación Social de la
Universidad Central de Venezuela, cayó en mis manos el cuento
japonés que dio origen al guión de Kurosawa. Sobra decir que la
lectura del cuento fue actividad común en los cursos que compartí
con mis colegas del Departamento de Lengua en esos años. Más
allá de la lectura, había el reto de experimentar. Más tarde esta
experimentación se orientó mejor con el conocimiento de la
novela-testimonio La canción de Rachel del cubano Miguel Barnet.
Esta novela o testimonio se inspira también en la estructura de
Rashomon. Todo ello pudo desembocar en algún momento en un
ejercicio más ambicioso como propuesta para trabajos de grado
para estudiantes que querían explorar el lenguaje narrativo como
forma de comunicación dentro del periodismo.
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PRESENTACIÓN
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PRESENTACIÓN
Explicación de la tipografía:
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Francisco Wuytack: una roca con aristas
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de cada uno, las experiencias que nos toca vivir. Al final está esa
roca moldeada por la vida con distintas formas y de vez en cuando
surgen rocas extraordinarias.
En el caso de Wuytack uno empieza a entenderlo cuando lo
escucha hablar de sus abuelos, de sus padres. En fin, de la gente que
convivió con él en la infancia y en la adolescencia. Sus maestros,
sus compañeros. Ahí es cuando uno empieza a entender por qué
Francisco Wuytack es como es, por qué ha vivido como ha vivido.
Por eso me parece tan importante indagar en la carga genética de
Wuytack. Hay muchas historias en sus abuelos. Un abuelo soñador,
compenetrado con la naturaleza, con sensibilidad de artista. Otro
un luchador social incansable, duro como los recios obreros de las
luchas sociales de principio del siglo XX. Una abuela amante de la
vida, abierta a la alegría, al canto, al abrazo, a la comunicación.
Otra abuela silenciosa, solidaria, empeñada en la entrega. Una
madre aguantadora, callada, firme ante los embates de la vida. Y un
padre sólido como sus propios antepasados, luchador social, soli-
dario y dispuesto a resistir como un Prometeo las heridas. Tenaz
casi hasta la testarudez, listo para el sacrificio por mantenerse
solidario. Pero eso no lo debo contar yo. Al fin y al cabo eso me lo
contó él hace algunos años y también se lo contó a usted ahora.
Las raíces
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Los abuelos
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Entre guerras
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para, vamos a decir, crear una fuerza suficiente como para unir
a Francia y Alemania. Esto daba paso a un falso nacionalismo,
antihumano, como era el nazismo. Esa era más o menos la situa-
ción. También era el tiempo en que la unión del pueblo se rompió,
porque Alemania se había salido del Volkerenbond que era algo
como las Naciones Unidas. Una organización para crear poco a
poco un encuentro entre todas las naciones. Ese era el panorama
en Europa. Desde el punto de vista social, la situación estaba muy
mal. Había un auge del socialismo en el 36. En Francia, la clase
obrera logró una semana de vacaciones pagadas. Eso para decir
que era un tiempo de mucha lucha de la clase obrera que poco a
poco se puso, vamos a decir, madura. En ese momento ya en Italia
estaba el fascismo. En España, en el 36, los republicanos contra
los fascistas: la Guerra Civil de tres años. En Rusia la Revolución
socialista, Lenin y después Stalin. En Bélgica había una situación
pésima, muchas huelgas, pero esas huelgas no lograron verdade-
ramente una solución. En el 37 y el 38, salieron algunas decenas de
hombres de nuestro barrio obrero para luchar al lado de los repu-
blicanos contra los franquistas.
Esta es la historia de mi barrio con comunistas, socialistas,
fascistas, nazistas. Esto creaba un radicalismo de los distintos
bandos. Ese era más o menos, o tal vez no lo pinte bien, el pano-
rama de Europa. Históricamente y socialmente pienso que antes
de la guerra era así. No había televisor, solamente había radio y
las calles se llenaban de gente, había mucha vida social. También
había una diferencia con respecto a la vida de hoy: los hombres se
reunían y discutían en la calle. Ahora la gente allá es muy indivi-
dualista, pero antes no era así, tal vez la pobreza unía. El barrio
tenía su teatro, la gente presentaba obras de gran valor aunque no
de grandes maestros. Hubo una vida cultural. No era, como dicen
algunos, que la gente obrera no se interesaba sino por beber.
También la música. Hubo un grupo de música grande donde se
podía participar. Había algo, cómo decirlo, algo distinto a ahora.
En los bares las gentes iban a cantar. Iban entonces el domingo
en la noche a beber algo y a cantar. Sobre eso recuerdo algo de
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Acusación de sabotaje
Recuerdos de la infancia
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Fin de guerra
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transportados por el tren. Así era cada vez. A veces venía mucha
gente, pero poco a poco se iban reduciendo los pasajeros. Al final
los trenes llegaban vacíos. Así estuvimos casi dos meses yendo por
allá. Entonces mi madre me dice un día: “Yo pienso que tu papá
está muerto”. Después no volvimos más.
Un día yo estaba nadando, no en una piscina, porque en esa
época no había piscinas. Tampoco era un lago, sino un pozo. Estaba
nadando allí y me llaman. Era el mes de agosto. “Francisco, me
dicen, tu papá está allá”. Yo ni siquiera volteaba, pero me seguían
gritando: “Francisco, tu papá llegó” y entonces molesto grité: “Mi
papá está muerto”. Entonces me gritaron: “¡Sí! Está vivo, está en la
estación del tren”. Salí del agua y me fui corriendo. Y verdadera-
mente, él estaba allí, casi irreconocible, flaco, demacrado. No podía
ni elevar cinco kilos.
También tengo un recuerdo un poco extraño para un niño.
Recuerdo que mi madre, que era muy religiosa, dijo que iba a
hacer una novena de la buena muerte porque para ese momento
pensaba que mi padre había muerto. “Esperemos que tu papá no
haya sufrido demasiadas torturas”, dijo. La novena la hacía cada
semana en una capilla de San José. En la novena semana mi papá
regresó, después de cinco años de ausencia. Él regresó en agosto
del 45, después de la entrada de los norteamericanos. Pero en ese
momento no terminó la violencia.
Con la llegada de los americanos, la violencia continuó de
otra forma. Se desató la persecución, el odio. Saquearon casas a
gente que había estado con los alemanes, pero también a gente
nacionalista que no había tenido nada que ver con ellos. Había
mucha violencia, mucha injusticia. También muchas calumnias y
chismes. Muchas mentiras y algunos las creían. En ese momento
regresa mi padre. Yo tenía once años. Estaba muy consciente de
todo lo que pasaba. Mi madre me explicaba. En la comunidad había
una narración espontánea. Se hablaba de los sufrimientos, de las
aspiraciones.
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La figura paterna
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La madre
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Obrero infantil
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nueve de la noche. Era lejos, pero era bueno como deporte. Ahora
cada quien tiene su carro, pero en aquella época estos dos mil, casi
tres mil obreros salían de la fábrica con su bicicleta. Así era. Íbamos
hablando, pasándonos, jugando. Había un contacto humano. Eso
ahora se ha perdido mucho, cada quien está aislado en su carro. Se
ha perdido la comunicación, por eso hay tanta psiquiatría. Es una
contradicción, decimos: ¡las comunicaciones, el teléfono, aviones!
En tres horas estamos de Bélgica a Nueva York… Pero los hombres
en su oficina están muriendo de soledad, de alienación. Esas son
cosas positivas de antes. No voy a idealizar el pasado tampoco…
Porque, por ejemplo en tal momento no hubo calefacción como la
de ahora, solo una estufa. Pero de otro lado había cosas buenas.
Ahorita no me puedo quejar. Por ejemplo, en las escuelas hacen
mucho esfuerzo. Pero en tal tiempo hacían muchas cosas de teatro
y otras actividades de cultura. Los niños y los adultos presentaban
teatro. Teníamos también suerte de que los curas de la iglesia del
barrio obrero eran muy comunicativos y daban todo lo que tenían,
no eran egoístas y aportaban algo desde el punto de vista cultural.
Escribieron teatro y la gente podía actuar.
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La JOC
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Allí estuve casi cuatro años, hasta mis veintiún años, hasta
el final del 55, cuando me fui a estudiar filosofía. Pensé primero
meterme en una congregación de padres religiosos. En una
congregación de misioneros que iban a China, pero como en
China, estaba Mao Tse Tung no podíamos ir. Entonces supe que
en Francia hubo un interesante experimento con sacerdotes
obreros que fueron prohibidos por el papá Pío XII en el año 53.
Yo quería hacer eso, pero había una prohibición. Entonces hablé
con el director y él me dijo: “Mire, hombre, los Papas pasan, pero
los hombres se quedan”. De todas maneras aquella prohibición no
había actuado demasiado rápido. Yo estaba muy interesado porque
yo había leído varios libros sobre ese tema Francia país de misión
de l’abbé Godín, Ser y tener de Gabriel Marcel, Los santos van al
infierno de Cesbron. Un libro que trata sobre los sacerdotes que
trabajaron en las minas cerca de Flandes… Eso era duro… Estos
curas eran hasta militantes de los mejores sindicatos comunistas,
por eso quizás al Papa no le gustaban. Pero eso no tenía nada que
ver con comunismo, sino con una visión humana… Esa objeción
contra ellos era fanatismo, pero ese fanatismo existía también del
lado de los comunistas. Cuando uno iba a la misa, pensaban que
iba a traicionarlos. Esa era la eterna lucha.
Después fui a estudiar filosofía a Gantes, a cuarenta kilóme-
tros. Cuando tomo la decisión de irme para allá, va un sacerdote a
visitar a mis padres. Mi padre escuchó la noticia de que yo quería
irme para estudiar filosofía, para meterme a cura. Mi padre que
era muy sincero, muy directo, me dijo delante del cura que estaba
allí, en mi casa: “Pero mira, Francisco, ¿tú vas a vivir sin cenar…
sin comer… cinco años… doce…? Yo no creo”. El cura se puso rojo.
Mi padre era así, abierto decía las cosas… pero no era fanático, era
respetuoso de lo que los demás decidían. Sin embargo, por mucho
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Sociología en Lovaina
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de miserias. Hay estudios que dicen que hacia los años sesenta, la
gente de los barrios vivía en total promiscuidad. Cada persona de
los barrios tenía un espacio menor a medio metro en las viviendas,
si es que se pueden llamar así. Ranchitos sin servicios, ni agua
potable, ni cloacas, ni luz.
El agua la obtenían en un surtidor fijo para todo el barrio
donde la gente tenía que ir a llenar pequeños envases y hacer viajes
y viajes para llenar un tonel, un pipote, como se dice. Las aguas
negras transcurrían por los callejones que acumulaban la basura.
Además el analfabetismo galopante: más de la cuarta parte de la
población no sabía leer ni escribir. La deserción escolar altísima
en un país donde casi la mitad de la población era menor de quince
años… un cincuenta por ciento de los niños sin aula. Del otro lado,
una altísima concentración de dinero, de capital, en pocas manos.
El nuevorriquismo, producto de la corrupción y la especulación
reciente o más antigua. Carros último modelo que no se veían en
Europa, motores de ocho cilindros… la publicidad… el derroche
de whisky, de champaña. Otra cosa que le debe haber parecido
sorprendente eran los ranchitos de tabla y cinc, pero con televisores
hasta de veinte pulgadas, con aparatos de sonido de última gene-
ración. Todo un contraste. Es lógico pensar que con la misión de
solidaridad que él se había impuesto, no hubiese aguantado mucho
tiempo en Caraballeda. Imagínese aquel ambiente de balnearios, de
frivolidad, de derroche de fines de semana.
De Caraballeda a La Vega
Acuérdate que La Vega era una posta, ¿no? La Vega fue posta… y
fue posta por la sencilla razón de que el clima era un clima apropiado
para la gente ir a temperar, pero era posta porque la mayoría de la
gente que venía del centro entraba primero a La Vega a bañarse, a
cambiarse de ropa y eso para entrar a Caracas. Era una de las vías de
entrada a Caracas, por la vía de Antímano se entraba a La Vega que
era como más grande que Antímano ¿no? Y entonces era conocida
como posta. Como El Valle para los que venían de los llanos y los que
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venían del centro, digamos de Valencia… toda esa gente entraba por
aquí. También mandaban a la gente a temperar, fíjate que inclusive,
que de la gente que atendían en El Algodonal, a muchos los mandaban
para que respiraran el aire de La Vega, de la montaña. Por supuesto,
después eso se fue contaminando por la fábrica de cemento. La
mayoría de los techos estaban cubiertos por una capa. En mi casa,
que era por San Miguel, los techos y las canales estaban cubiertos
por una costra de cemento. Eso no era más que el polvo que salía de
la fábrica. Después, en los años ochenta, se convirtió en líder de esa
zona de Montalbán Clodovaldo Russián, el que es ahora contralor. Él
liderizó a la comunidad en un combate para que saliera la fábrica de
cemento de La Vega. Para los años cincuenta, no había ese tipo de
luchas, la gente lo que hacía, y por eso fue que creció más La Vega,
lo que hacía era aprovechar la fuente de trabajo que era la fábrica
de cemento. En los años cincuenta no existían esos barrios que hay
ahora, algunas zonas de esas eran potreros. Para ir a la fábrica era
una carretera de tierra y al borde de la carretera, la gente jugaba bolas
criollas, esos eran paraparales hasta lo que se llamaba la entrada de
Los Canjilones. La parte de arriba era de mi familia. Donde comen-
zaba la calle del Rosario había un cementerio, donde después hicieron
la Escuela Bermúdez. Cuando yo era niño entrábamos a jugar por
ahí y nos metíamos por todas esas tumbas. Hay otra calle, que era
la calle Tenis, quedaba frente al colegio que crearon los dueños de la
fábrica, el colegio Juan Cuchara. A esa calle le ponen el nombre de
Tenis porque ahí lo que había eran dos canchas de tenis que la habían
construido los ingenieros de la fábrica de cemento, que eran de origen
polaco. Por ahí comenzaba la calle Real que se venía desde allí hasta
la plaza. Después, saliendo de La Vega, estaba Perro Seco, que era la
calle de la entrada a La Vega, que es la calle San José. Esos terrenos
eran patios de casas que, después, cuando cayó Pérez Jiménez,,
muchas casas perdieron esos patios porque fueron invadidos. (L. P.)
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Conocer a la gente
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No solo palabras
Por la calle San José, estaba la ferretería de Carlos José Díaz, que
era el único que daba materiales “fiado”. Ahí sacaba fiado Wuytack,
materiales de construcción. Wuytack era muy trabajador, casi
todos los días estaba banqueando un terreno en lo que era el barrio
El Carmen, y cuando ya estaba casi banqueado, el terreno, cuando
estaban instalando los primeros palos que servían de columna,
siempre venía alguien necesitado, una mujer o alguien que no tenía
casa, y entonces Wuytack se lo daba y terminaba pegándose en otro
terreno. (L. P.)
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Poco a poco, sin que yo les preguntara nada, sin que me pusiera
como un detective o un inspector, a preguntar, los hombres se
acercaron a mí y comenzaron a hacerme preguntas. Que por qué
había venido y que cómo me parecía el barrio. Ellos me dijeron
todo a mí. No sé por qué lo hacían, quizás porque la gente allí es
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Ahora con tantos problemas que continúan pero con una lucha
que se ha ido acentuando más, yo menciono a Francisco como una
escuela que nos marcó. Yo siento que a mí me marcó bastante. Porque
a veces la gente dice: “Yo vivo en el barrio, pero entonces me gradúo,
soy un profesional y entonces voy a mirar a los otros como menos que
yo”. Yo digo que es cuestión de oportunidades. Yo tuve el tesón de estu-
diar porque tenía eso desde pequeña, que yo iba a estudiar porque
yo no iba a repetir lo mismo de mi mamá que trabajaba en casas de
familia, ganaba cuatro bolívares diarios y nos tenía que dejar. Ella
tenía que ayudar a mi papá porque nos vinimos de allá de Mirimire y
entonces él se enfermó de hemorroides y después se enfermó más, y
mi mamá tenía que salir a trabajar y ganaba eso porque mi mamá no
estudió. Y yo pensaba yo sí voy a estudiar para que mi mamá se quede
con nosotros en la casa y así mi mamá va a estar con nosotros. Así fue.
Pero yo no me fui del barrio y la gente se ríe y me dice: “Lourdes,
si a ti la casa no se te cae, todavía estuvieras en La Vega”. Quién sabe,
a lo mejor, porque mi corazón todavía está ahí y en el trabajo. Hasta
hace un año estuve trabajando en La Vega. Pero son etapas que uno
va llevando pero no para ver a los demás como inferiores, para vana-
gloriarte, porque todos somos iguales. Yo siento que más bien la vida
es injusta y que cada uno de nosotros tiene una cuota de responsa-
bilidad en la injusticia de la sociedad. O nos tapamos y nos hacemos
los ciegos o sordos ante esa injusticia. Y yo digo que eso es lo que lo
consolida más a uno el trabajo.
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Le decía que en el cuarenta esto era muy distinto, era otra cosa.
La Vega era un pueblito lejos de Caracas. Para llegar aquí había que
atravesar unos cuantos tablones de caña. La carreterita, estrechita,
iba por entre ese cañaveral desde la Plaza de San Martín, que ahí
quedaba la sanidá, hasta la entrada de La Vega. Uno pasaba por un
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trapiche que quedaba a orillas del Guaire, porai por donde ahora está
el puente nueve de diciembre. Era una carreterita distinta que la que
iba para Antímano, que esa también iba estrechita por entre el monte
por lo que hoy llaman La Yaguara. Bueno, uno tenía que hacer un
viaje para ir a Caracas. Se iba en un autobusito de maderas, no era de
lata, too de madera, pintado de rojo, con una parrilla en el techo para
montar las maletas. Las ventanas no tenían vidrio, sino unas lonas
marrones que se enrollaban y se abrochaban abajo cuando llovía. La
puerta también era de lona y además del chofer había un colector que
era el que cobraba y gritaba: ¡San Martín! ¡San Juan! ¡Caracas! Así
era en esa época. El pueblo no era sino tres calles. La calle San José,
que no tenía casa ni nada, puro monte, que era la entrada del pueblo.
La calle Real que llegaba hasta la plaza y era donde vivía la gente más
pudiente… los Regalaos, los Quinteros que eran la misma familia, los
Menín que eran comerciantes. La otra calle era El Rosario, que ya
expliqué por qué se llamaba así. Después fueron haciendo la calle La
Hoyada que bordeaba el cerro donde vivía gente más humilde que ya
no cabían en la parte de arriba del pueblo y la calle Bermúdez que era
por donde uno se iba para subir el cerro de la Cruz y para llegar a la
cueva de La Vega, que también llamaban la Cueva del Indio. (E. A.)
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que hizo Caldera. Una iglesia de verdá, con paredes de tapia así de
gruesas y con campanario y una pila bautismal de mármol puro, toda
blanca, como debe ser y con piso de mosaico y un altar como los de
antes. Ahí provocaba entrar… olía a incienso. Ahí fui yo sacristán
cuando estaba un cura salesiano que se llamaba Domínguez, en la
época de Pérez Jiménez. Una iglesia de verdá. A mí me dijo un señor
entendío de eso de iglesias que era de más de cuatrocientos años de un
estilo así… no Cótico… tampoco Parroco… algo así como Romano.
Bueno, eso no importa. Pero esa se medio derrumbó con el terremoto
del 67 y Leoni, y después Caldera, que y que era Cristiano, hicieron ese
mamarracho que usté puede ver ahí ahora. En lugar de repararla. Era
una tristeza ver ese corralón que hicieron después. Yo no entré más
nunca ahí. Una sola vez. Cuando llegó Uitá todavía estaba esa iglesia
que era una belleza.
Pero ya el pueblo era otra cosa. Había cambiado mucho, le estoy
hablando del año 66 que fue que él llegó aquí. Ya existía El Paraíso,
una urbanización de ricos, de gente de mucho modo. La fábrica de
cemento estaba más desarrollada y tenía como dos chimeneas, unos
tubos largos y gruesos que botaban y botaban polvo de cemento.
Casi ni se podía respirar. Los techos de cinc parecían platabandas
de cemento de la polvareda que se iba acumulando ahí con los años.
La gente se enfermaba, de bronquitis, de asma, de cosas pulmonares.
Mucha gente se moría de eso. Usté oía cada rato las campanas de la
iglesia que sonaban ¡tan! ¡tan! ¡tin! ¡tin! ¡tin! que eso se llama doblar
las campanas, un toque de muerto, pues. Yo aprendí como monaguillo
too eso. Y mi mamá decía: “Ya llevan otro viejito pa’ la iglesia. Otro
que no aguantó el cemento!”. A lo mejor ella pensaba en ella misma
que se la pasaba con una tos seca.
Bueno, para ese momento La Vega había cambiao mucho, como le
decía. Llegó un gentío del interior, sobre todo después que cayó Pérez
Jiménez. Eso no lo paraba nadie. Venían de los Andes, de los Valles del
Tuy, de los Llanos, de oriente, de Falcón, de todos laos. Gente buscando
mejor forma de vida, eran miles. Marcaban un terreno en el cerro,
porque primero fue el Cerro de la Cruz, La Tumbita, San Miguel.
Cuando se acabaron esos terrenos, entonces se metieron para los
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afuera. Lo que había eran latifundios para los ricos. Por eso es que los
campesinos se venían para acá también. Pura bulla Rómulo, que si los
pobres, que si Juan Bimba, pura mentira. ¡Qué va, puro plomo! Plomo
pal que se resbale, plomo parejo. Él le decía a los policías, que les
decían esbirros y sapos: “¡Disparen primero y averigüen después!”.
Así era la vaina. Hubo muchos torturaos y muertos. A los guerri-
lleros los tiraban de los helicópteros. Porque como usté debe saber,
la guerrilla empezó con Betancur y eso porque él se puso de acuerdo
con Caldera y con Jóvito para sacar a los comunistas del gobierno. Ni
una jefatura les dieron, después que los comunistas se habían quemao
el pecho luchando contra Pérez Jiménez, que le decían el gordito del
Táchira. Se pusieron de acuerdo; sí, dicen que desde Nuevayor cuando
ellos vivían allá ya estaban de acuerdo para no darle chance a los
comunistas. Dicen que hicieron un pacto en la casa del millonario ese
norteamericano que después fue dueño de los Cada, el tal Roquefeler.
Bueno, eso fue el Pacto de Punto Fijo. Que no sé por qué lo llamaban
así. El pacto de Nuevayor es que se debería llamar… pero como que
fue porque lo firmaron en una tremenda quinta que tenía Caldera por
los laos de Los Chorros, donde se la pasaba jugando dominó con sus
amigos que eran puros banqueros y dueños de empresas.
Mire, le voy a decir una cosa porque por la verdá murió Cristo. La
verdá es que yo fui adeco. Yo también caí en la trampa de Betancur
con eso de que él le conseguía baratas las multisápidas que así era
como él llamaba a las hallacas. Fui adeco, pero cuando me di cuenta
de la verdá, me salí de eso. Por ejemplo, lo de la matazón en El
Silencio. Había una manifestación de desempleaos que iban por San
Martín para reunirse en la plaza Oliari, esa que queda en El Silencio,
y Betancur les mandó a echar plomo, plomo parejo. Corrieron con
suerte de que no hubo más muertos. Hubo cuatro muertos y un poco
de heríos y más de cien presos, solo por salir para la calle a pedir
trabajo. Pero Uitá llega es en el 66 cuando todo eso había pasao y ya
estaba mandando Leoni y los guerrilleros estaban metíos hasta en los
barrios. Yo vi más de uno. (E. A.)
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La Chispa
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Pero para ellos no era tan fácil, tenían también sus tareas.
Algunos jóvenes, muchachos y muchachas dedicaban su tiempo
a la casa, al trabajo y a veces era difícil encontrar tiempo para
conocer esa otra realidad. Yo creía que ese era el primer paso,
que pudieran ver ese otro mundo que estaba allí, cerca de ellos.
Al principio fue solamente el contacto, hablar, preguntarles cosas
de Venezuela, preguntarles sobre sus estudios, sus trabajos, sus
familias; comprender también su mundo. Poco a poco, algunos
empezaron a ir también a los barrios a hacer cosas. Después de
algún tiempo creamos un movimiento. Se llamó: “Jóvenes para
Cristo”. Trabajaban y se reunían para leer y discutir el Evangelio.
Pero yo pensaba que no se trataba solamente de leer y discutir el
Evangelio, sino también la práctica. Lo más importante era vivir el
Evangelio, no solo palabras.
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¿Los muchachos que andaban con el cura? Claro que los conocí,
pero así de vista. Uno se saludaba y eso. Pero conocimiento así de
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trato, de amistá la verdá es que no. Los llamaban los muchachos del
cura, también les decían los hijos del cura. Unos eran de por aquí de
Los Paraparos, otros de los Bloques, otros yo vi que vivían por la
plaza, por la calle Real, por la calle El Rosario. Uno los veía por aquí y
por allá trabajando, dando clases, organizando cosas, música, teatro,
cosas así artísticas de pintura y de hacer estatuas. Cosas que el cura
les enseñaba. Claro, eran como todos los muchachos, tenían sus
noviecitas… a veces muchachas del mismo grupo. También los fines
de semana hacían fiestecitas… cosas de muchachos y muchachas
jóvenes. También, a veces, hacían sus vainas…. le quitaban la moto
al cura y hacían competencias por la bajada de los Bloques. Porque
para ese momento Uitá tenía una moto. Una tremenda bicha. Creo
que era una triunf, de esas de las que llaman de alta cilindrada. Yo oí
decir que con ese aparato se podía correr hasta trescientos kilóme-
tros por hora… yo no sé mucho de eso. Lo que sí le digo es que el cura
también era medio volao, por eso a lo mejor se llevaba tan bien con los
muchachos y le echaban bromas y cosas así. El cura aprendió a decir
groserías, parece que algunos de los muchachos le decían que así era
como se decía. Por ejemplo, que cuando alguien estaba bravo había
que decir arrecho y cosas así. Todo por echarle broma. Recuerdo una
vez que yo estaba encaramao en un poste haciendo mi trabajo, cuando
oigo una moto que sonaba como si le iban a fundir el motor y veo que
pasa el cura a una velocidá increíble por la bajada de los Bloques.
Pero lo más extraño es que llevaba de parrillero a un policía, que lo
llevaba abrazado por la espalda para no caerse. No había pasado
un minuto cuando veo una patrulla de esas de la policía corriendo,
despepitada atrás, como si los quería alcanzar. Nunca supe qué fue lo
que pasó allí. Pero esa moto no le duró mucho, después parece que la
vendió para remediarle una necesidá a alguien con la plata. Así era el
cura. (E. A.)
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No basta rezar
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Recuerdo uno de los primeros trabajos que se hizo. Creo que Luis
Angulo fue el que hizo la proposición de hacer unas encuestas, un
censo a la gente del barrio El Carmen para saber una serie de detalles.
Yo no recuerdo cuáles eran esos detalles porque yo era un muchacho
que lo que estudiaba era segundo año de bachillerato y Luis Angulo
era un profesor, era más aventajado y el que tenía en sus manos toda
la parte de esta encuesta. Yo recuerdo que me tocó a mí la parte del
bloque dos de La Vega para hacer esas encuestas. Lo que llamaban la
calle 7 de Septiembre y otros callejones que la rodeaban. Pienso que
Francisco Wuytack y Luis Angulo sacarían sus conclusiones de esas
encuestas del trabajo que se iba a hacer.
Allí, Francisco se propuso hacer un centro cultural. Nosotros
no teníamos esa experiencia de cargar arena y sacos de cemento y
resulta que este centro cultural a Francisco se le ocurrió hacerlo en
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Cultura comunitaria
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Aires de guerrilla
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Puertas abiertas
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Guerrilla o no guerrilla
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Yo vi por primera vez a Uitá por los laos de los Bloques. Yo estaba
encaramao ahí en un poste, arreglando un problema que se había
presentado, cuando veo al cura. Bueno me di cuenta que era cura
porque estaba todo vestío de negro, pantalón, camisa y hasta un paltó
negro. Era un catire flaco, alto. Pero lo que me llamó la atención fue
que el hombre se puso a hablar con una gente que estaba cargando un
material pal cerro… y yo pensé: ya ese carajo les va a reclamar algo a
la pobre gente. Porque en ese momento yo ya tenía más conciencia y no
me caían muy bien los curas… bueno… por los que yo había conocío.
El asunto es que el cura habla con la gente y ahí mismo se quita el paltó
y la gente se lo guardó en un camión que estaba ahí parao. Y así sin
más, agarra un saco de arena que ya habían llenao y de un solo tiro se
lo montó en el lomo. Era fuerte el cura ese. Pero lo que me sorprendía
era que yo, en mis cuarenta años, nunca había visto un cura haciendo
eso. El hombre subía y volvía para otro viaje. Así estuvo hasta que
entre todos terminaron de subir el material, que debe haber sido como
un metro de arena.
Después de eso, empecé a ver al cura por todas partes. Que si en
Los Paraparos, haciendo una placita para que la gente tuviera otro
ambiente. Que si cargando un material por San Miguel, haciendo
las escaleras de ese barrio, construyendo una capilla en la calle La
Laguna de Los Paraparos, otra en El Milagro. Que por cierto, esas
capillas que construían no eran solo para lo de la misa. Las usaban
como escuelitas para los niños, como sitio para las reuniones de la
comunidá, como taller donde daban cursos de soldadura a la gente,
de latonería, cursos para que la gente aprendiera a pintar, a hacer
estatuas. De todo. Esas capillas las aprovechaban bien, no como las
iglesias normales. Era otra mentalidá, que era lo que me gustaba
de ese cura. Al principio, cuando llegó, mayormente andaba solo,
ayudando por aquí y por allá. Pero después, ya en el 67 lo empecé
a ver con unos muchachitos, que también ayudaban. Eran unos
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Él se fue una vez de vacaciones a Europa, eso sería a finales del 69.
Nosotros decíamos qué bueno que se fue a descansar unos días de esa
fatiga y de ese trabajo. Estuvo cerca de dos meses, algo así. Después
que Francisco vino de vacaciones, cuando volvió, luego de ese tiempo
en Europa, ya no viene con ese perfil que tenía hasta ese momento,
estaba distinto. Cuando Francisco regresa, regresa cambiado. Noso-
tros decíamos que Francisco como que debió hacer un curso por
allá. Un cambio bárbaro, bárbaro. Cambió el mensaje, en las misas.
Ese era otro mensaje. Pasó, de hecho, a la acción. Ahí comenzamos
las manifestaciones, al San José de Tarbes, hacia Miraflores, hacia
el Congreso Nacional. Eso fue durante el gobierno de Caldera, en el
setenta. En sus conversaciones con nosotros, notamos ya ese cambio.
Hablaba, si se quiere, ya de forma más radical. Más acción, ya y
directo a buscar donde estaba la solución de los problemas. (A. Ch.)
Revolución de la conciencia
Acción revolucionaria y progresista
Promoción del hombre
Protesta silenciosa
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¿Qué quiere decir? usando una palabra de los tratadistas que hicieron
análisis de la Revolución francesa y de un fenómeno que se sufrió en
Alemania, eso lo llamaban poder constituyente. Poder constituyente es
un poder del pueblo que se enfrenta al poder constituido y esa fue una
de las primeras enseñanzas extraordinarias que aprendimos de Fran-
cisco Wuytack. No hay poder del pueblo si no está enfrentado al poder
constituido, al poder de los ricos, al poder de los poderosos. Si no es así,
no es poder emergente, no es poder constituyente. (D.B.)
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sus necesidades… los cupos para los muchachitos, trabajo para los
desempleaos, cloacas para los barrios, agua… todas las necesidades,
pues. Y qué iba a estar resolviendo el gobierno esas cosas… robá y
robá… y todo lo que hacían, las leyes, todo, era puramente para bene-
ficiá a los ricos, a los que más tenían. Era una vaina muy seria. El cura
se da cuenta de eso y empieza a escribir unos papeles que repartían
en la ciudá donde denunciaban esas cosas y reclamanban los dere-
chos del pobre. Entonces, cuando se da cuenta que no le paraban a
eso, yo creo que empiezan las manifestaciones. (E. A.)
El primer objetivo, creo yo, fue el San José de Tarbes con la excusa
de que él había ido a hablar con las monjas del San José de Tarbes
para pedir cupo porque las niñitas de La Vega tenían derecho, pero
se le negó. Entonces fue la primera manifestación que se hizo muy al
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como si fuera un garaje, como si fuera el cuarto del servicio por donde
entran las de la escuelita. Pero las del Colegio entran por el portón
mayor. (L. C.)
Lucha en Carapita
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a mí. Nos vemos allá donde los curas obreros de Antímano”. Conmigo
andaba uno que llamaban Mamarria y la policía detrás de nosotros.
Entonces para la policía, el cura era Conrado. Las gentes me
abrían la puerta de su casa y me decían entra y sal por allá. Y la
policía: “¡Allá va!” Allá me estaba esperando otra puerta abierta.
Todo como si lo hubiéramos organizado. Entra por aquí, sale por
allá, sube por aquí, baja por allá. No nos pudieron alcanzar y mien-
tras tanto Francisco se fue con Roberto. Después nos vimos, oscuro
en la madrugada, donde los curas obreros. De asustarme, nunca me
asusté… si nos llevan presos, más de un año no íbamos a estar. (C. G.)
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Otra estrategia
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Caso Wuytack
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obispos. Estábamos en una sala y él les dijo: “Dios es como esta pared.
De mi lado está azul y del lado de ustedes está amarillo. Yo lo veo azul
y ustedes amarillo”. Ahí hablaron mucho de filosofía, duro, cosas que
yo entendía poco. Le decían que estaba como rompiendo la misma
Iglesia. Otro decía que el comportamiento de Wuytack desnudaba la
investidura o la forma de vida del clero. Que andaba en esos cerros
todo lleno de barro, que tenía ideas de alborotamiento, de eliminar
la paz. Entonces él decía: “¿Cuál paz? ¿la paz del cementerio? En el
barrio no hay paz, ahí hay una miseria muy grande, una desigualdad
muy grande, una injusticia muy grande. Eso no puede ser paz”.
Yo creo que por ahí empezó el problema. El cura no peleaba con
los sacerdotes, pero solamente con su actuación generaba un efecto.
Este cura que quiere a Dios y que ama a los pobres, a los humildes y
este otro cura que dice lo mismo, pero que no mira ni para los lados…
también la gente comparaba. La gente decía: “Como el cura de La
Vega, sí; pero como el cura aquel, no. Yo creo en el Dios del cura de La
Vega”. El cura decía que los sacramentos eran gratuitos, que la educa-
ción era gratuita. Antes de eso varias veces lo invitaron a hablar,
seguramente a oír reprimendas del cardenal… ya eran señales de que
la cosa estaba grave. Eso fue en el 70. (C. G.)
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¿usted duerme en esta madera? ¿No tiene cama?”. Pero eran los
mismos que se habían llevado la cama y las otras cosas. Ellos me
han dicho: “Nosotros podemos conseguirle una cama”. Yo les dije:
“Pero yo ya me acostumbré, ahorita no la necesito más”. Otro día se
presentaron con la cama, pero estaba pintada. Eso me emocionó,
me gustó. Esas cosas ocurren aquí. En Europa no es así. En Europa
lo roban, pero no aparecen más.
Para mí, de todas maneras, no era un robo sino un cambio de
propiedad. Robar es otra cosa, es un cambio de propiedad porque
había uno que la necesitaba más. Ese es un recuerdo de Rancho
Negro. Allí viví yo por un tiempo, por eso todos los volantes y los
documentos que hacíamos estaban firmados en Rancho Negro.
Ahorita hay una escuela allí bastante grande para muchos niños.
Muchas de esas escuelas que ahora son grandes como la que hay
en la calle Zulia, en Los Mangos, antes fueron escuelitas en las que
algunos del grupo daban clases. Pero no para muchos niños, sino
para unos veinte niños, para unos diez niños.
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bueno son cosas personales… Hubo más arriba un niño que estaba
también mal, estaba muriendo. Debía ir al hospital de niños. Yo
decidí llevarlo, pero había mucha lluvia. Llovía muy fuerte y yo
con el niño en mis brazos. Era un niño de dos años o dos años y
medio. No había forma de bajar sin caerse y entonces yo me senté
en aquella zanja que hacía la lluvia y me dejé deslizar con el niño
cargado. Naturalmente yo llevaba mi ropa y mi espalda pegadas de
la zanja y todo aquello que había ahí se iba pegando. Todas esas
cosas, pantano, excrementos de perros. Nunca olvido que cuando
al fin llegué al hospital no me dejaban entrar. Naturalmente eso no
era agradable para la gente. Entonces les dije: “Pero mire, yo soy
belga” y me dejaron entrar y tomaron al niño. Eso no quiere decir
que yo critique a esa gente, porque hay que ponerse en el contexto.
Yo creo que estas cosas negativas se deben decir porque eso ayuda a
tener conciencia, pero siempre hay que ponerlas en el contexto. Yo
venía todo sucio, mojado con un olor que no era bonito. Si me meto
en el lugar de ellos yo entiendo que dirían: “Pero qué pasa aquí”.
Detención
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de La Yaguara y del Valle. Pero ese día me mandaron para allá. Era
un viernes y habíamos trabajado duro para terminar el trabajo ese
mismo día. Ya en la tardecita casi habíamos terminado y yo estaba
esperando a los muchachos que estaban más arriba. Yo estaba con
Moncho, el chofer del yip. Él también vio todo. Estábamos ahí hablando
cuando vemos que llega un carro negro y se bajan unos hombres
enchaquetaos y uno que tiene que haber sido un cura. Después supe
que era el cura de Montalbán. Se bajan y se acercan a Uitá que venía
del cerro todo sucio de cemento, de barro porque a lo mejor venía de
trabajar en esos cerros… Entonces el otro cura que era como extran-
jero le decía cosas a Uitá y los hombres enchaquetaos agarraron por
el brazo a Uitá y lo empujaban, suavecito, pero lo empujaban para que
se metiera en el carro. A todas estas, la gente que se había dado cuenta
del asunto, sale de sus casas y tratan de intervenir. Pero yo creo que el
mismo Uitá les dijo que se quedaran tranquilos. A mí eso me recordó
una película que yo vi de La Pasión, cuando llegan los soldaos acom-
pañaos de Judas y Judas le da un beso al Cristo. Aquí lo que faltó fue
que el cura le diera un beso a Uitá. Claro, que aquí eso no se acos-
tumbra, esas son vainas de los judíos. Parece que los rusos también
se saludan con besos. Pero yo le digo que aquello que yo vi fue muy
triste. En ese momento, no sé por qué me recordé del ataque aquel
que le conté contra los protestantes. Sentí mucha lástima y también
arrechera. Lo demás salió en el periódico al día siguiente. Yo lo leí en
Últimas Noticias. Al cura lo detuvieron en la prefectura y esa noche
misma se lo llevaron para un calabozo en La Guaira y en la mañana
en el primer avión que salió lo sacaron para su país. (E. A.)
Deportado
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Hay una teoría que nunca hemos sabido si es cierta o no… Fran-
cisco, en el fondo ¿se mandó a expulsar? Se ha hecho esa hipótesis…
Creo que estaba ya cansado… también un hombre tan creativo
debería buscar como nuevos horizontes y ese ritmo pues, le pesaba ya
mucho. Cansancio físico y sicológico. Es que se veía claro que lo iban a
expulsar, era cuestión de tiempo. (J. A.)
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El cura extranjero
Por Jorge Olavarría
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Protestas y aplausos
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Democracia Representativa
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Entre jueces
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Caso Wuytack
Por Pbro. Antonio Guzmán
El padre Wuytack
Por Alecia Marciano
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que una reflexión teórica sobre el Evangelio lo que había era una
práctica. Y esa fue otra característica de Francisco: la unión del
pensamiento, de la palabra, con la práctica. Lo que él decía, lo
que proponía en teoría, lo veías después en su propia vida coti-
diana.
De allí que yo creo que él fue uno de los tantos pioneros de
la Teología de la liberación como Helder Cámara y Paulo Freire
en Brasil. Había un movimiento entre los curas que venía desde
que el papa Juan XXIII le dio un viraje a la Iglesia con el Concilio
Vaticano II. Había orientado la acción de la Iglesia, de los curas
hacia un trabajo en los países subdesarrollados. Él decía en esos
años que la Iglesia tenía que ser la Iglesia de los pobres. En ese
contexto, más tarde, en 1968 un cura peruano, Gustavo Gutié-
rrez, hablaba ya de “Teología de la liberación”. Pero Francisco
Wuytack desde 1966 venía, en la práctica, orientando su vida en
esa dirección: la identificación con los más pobres, con los opri-
midos, pero no como un benefactor, sino como uno más de ellos.
Otro rasgo de la conducta de Wuytack, que parece coincidir
con la Teología de la liberación, es el rol asumido por él como
denunciador de las injusticias. En sus palabras ante la gente, en
los volantes que distribuía en la ciudad denunciaba la irracio-
nalidad y la injusticia del sistema económico y social. Al mismo
tiempo proponía un camino: el Evangelio como un arma para
sustituir ese sistema. Él presentaba el Evangelio como un instru-
mento de liberación, como un arma de lucha contra la discri-
minación y la opresión de los pobres por los poderosos. Según
él, el Evangelio tenía que ser un camino para el desarrollo de la
conciencia, un instrumento de cambio profundo que produjera
un hombre nuevo y ahí coincidía con el planteamiento del Che
Guevara. Por eso, se puede hablar de un Francisco Wuytack
revolucionario. Él proponía un hombre comprometido con el
cambio de sí mismo para lograr una integración con los pobres,
para luchar en el mismo frente con ellos en la búsqueda de la
liberación. Como se ve, la palabra “liberación” era una palabra
clave en su discurso y en eso habrá coincidencia con la posterior
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a tomar el colegio del Tarbes para que las monjas acepten las niñas.
Pero no hay ahí un estudio de si eso es factible, de cómo van a dar cupo
a otras niñas, cómo convertir de la noche a la mañana a las monjas.
No… no… ese estudio de factibilidad no lo hace. Es solo el sentimiento
de una injusticia, muy sentida, el sentimiento de esa clase social
fuerte… fuerte… Ese es el profeta. Lo propio del profeta es denun-
ciar, denunciar esa injusticia. Lo bueno es que a lo mejor esta idea del
profetismo te da, es que resalta que es una persona muy incómoda
para el estamento eclesial.
Incluso la injusticia se da en ese estamento eclesial. Entonces, el
hecho de ir de clerigman a todas esas cuestiones, a la Iglesia la ponía
mal, sabíamos que en el fondo le está diciendo que… voy a decir la
frase… que está fuera de perol.
No veo en el fondo una contradicción entre su actividad de los
años 60 y su reingreso apoyado por la guerrilla. Primero porque uno
tiene derecho de ir cambiando. Cuando lo expulsaron la primera vez,
él de guerrilla nada. Alicate sí evolucionó en otro sentido. Francisco,
explícitamente, quería predicar a Cristo, incluso por supervivencia, y
segundo decir: ese Cristo que predico no está en las alturas, sino que
está en la señora de la punta del cerro que se le está cayendo el rancho
y en estos pobres niños que no tienen cupo escolar y está en el pobre
que no tiene trabajo. Entonces es propio del profetismo, denunciar
esas injusticias y por eso las manifestaciones… que en el fondo no
eran manifestaciones… eran de quince… de veinte personas. Eso no
era ni para salir en el periódico, a no ser como una cuestión ridícula,
pero era un cura. Entonces sí que era noticia. También el estilo de las
manifestaciones… oye… eso de encadenarse. Eso de picar y volver a
picar al día siguiente y volver a picar…
Pero el movimiento ese de Wuytack fue de los primeros arran-
ques, una conversión. Sobre todo las congregaciones religiosas feme-
ninas empiezan a ir a los barrios, algo muy masivo. Más tarde, por
ejemplo, estuvieron las Hermanitas del Santo Ángel en La Vega. Pero
el movimiento eclesial de base, digamos, la evolución que tuvieron las
congregaciones religiosas al ir masivamente hacia los barrios, eso
era… muy fuerte en ese momento. Y hubo cada prueba a lo interno de
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Descalzo e indocumentado
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El padre Wuytack
Por Juan Páez Ávila
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De nuevo en Bélgica
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El escultor
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La ruptura y Acción-Justicia
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Juzgado y suspendido
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El estibador
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La huelga
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a los dockers, a los muelles!” porque allá había todavía gente traba-
jando. Nos fuimos a los muelles y sacamos del trabajo a gente que
todavía no sabía que había una huelga. Así paralizamos todo el
puerto. Para las dos de esa tarde convocamos una reunión general
para que cada quien expresara su visión. Pero al poco tiempo, se
presentó la policía con carros blindados para detenernos. Ya era la
una y empezamos a organizarnos para la reunión. Yo era el respon-
sable de las acciones. Otro por las comunicaciones, y así cada quien.
La idea era hacer una huelga de estibadores en toda Europa,
una huelga europea. Como dice Petrella: “Los sindicatos se reducen
al ámbito nacional”, pero no sobresalen de ese espacio nacional.
Es también como dice el presidente Chávez: “América Latina no
es solo Venezuela”. Inmediatamente empezamos a tener contacto
con otros puertos: Rotterdam, Hamburgo, Londres. Pero no era
fácil. Por ejemplo, los barcos que debían llegar a Amberes fueron
enviados a Rotterdam para descargarlos allá. Por eso nos fuimos a
Rotterdam para buscar apoyo, pero el dirigente obrero que dirigió
la huelga allá, en el setenta, nos dice: “Francisco, cuando nosotros
estábamos en huelga en el setenta y fuimos a Amberes a buscar
apoyo, ustedes no han parado y ¿usted quiere hoy que seamos soli-
darios con ustedes?”. Yo le dije: “Emilio, es muy importante sobre-
pasar las fronteras, no quedarse encarcelado en las fronteras.
Pero no importa, no paren. La próxima vez que ustedes vayan a
Amberes a buscar apoyo, aunque ustedes no paren ahora, nosotros
vamos a estar desde el primero hasta el último en huelga en solida-
ridad con ustedes. Porque queremos pasar esta barrera. La lucha
no es un comercio”. Debo decir que en Rotterdam no pararon,
pero hicieron algunas cosas, aunque no fundamentales. Fuimos
a Londres, pero en Inglaterra la situación estaba convulsionada
por la guerrilla de Irlanda del Norte. Yo llevaba una ropa de caqui
y la policía me agarró con otros cinco compañeros de Amberes.
Pero un sindicalista nos ha dicho: “Métanse en mi carro que yo los
llevo al puerto de Londres”. De allá nos llevó al puerto y entramos
a la sala donde comen los obreros. Pudimos hablar y hubo mucha
simpatía, mucha solidaridad.
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TRES
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TRES
días de mayo, apenas se veía gente en las calles, pero los bares
estaban llenos. Como no había quien fuera a los bares, algunos
dueños decidieron vender la cerveza sin ganancia, a diez francos,
para colaborar con nosotros. Los bares se convirtieron en un
centro de discusión. La ironía, la rabia, la solidaridad se mezclaba
con la cerveza. Se apoyaba, de alguna manera, a los que les habían
cortado la luz por falta de pago.
Varias semanas sin sueldo producía sus estragos. “Olvidarse
de los demás es una forma de rendirse”, gritó Guillermo. En esos
días, las autoridades dijeron siempre para la televisión y la prensa:
“Deben negociar con nosotros, no con la calle” y a nosotros nos
decían: “Con ustedes, nada”. ¡Pura hipocresía! El 10 de mayo deci-
dimos, a pesar de la prohibición, marchar hacia el centro de la
ciudad, hacia la Alcaldía, aunque todo estaba ya bloqueado por la
policía. Lo planificamos: ese día de los bares iba saliendo la gente.
No éramos muchos. Mil quinientos o algo así, pero era gente deci-
dida. Nosotros marchamos por la calle, pero había una barricada
de la policía. El jefe era un comisario que yo conocía. Él me ha
dicho: “Francisco, por aquí no se puede pasar, ¿eh?”. Debo decir
que algunos policías, en el fondo, estaban con nosotros. Ellos se
fueron a la huelga, más tarde, por sus propias demandas. También
los bomberos y los maestros de las escuelas. Cada quien tenía sus
demandas que no habían podido salir hasta ese momento. Noso-
tros habíamos servido de mecha. Algo en qué apoyarse.
Detenido inconsciente
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Fuga
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En la España franquista
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Preso e incomunicado
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Contacto con las FALN
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CUATRO
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CUATRO
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Un suceso inspirador
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CUATRO
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una revista semanal. Y ese hombre debía pasar tres veces delante
de mí, pero yo no debía hablarle. A la tercera vez, entonces yo
podía hablar. Porque él debía decirme dónde debía dormir, y todas
esas cosas. Yo estaba ahí y veo pasar a este tipo con su Bohemia, y
en lugar de esperar dos veces más, voy directo a hablarle. Inme-
diatamente este tipo desapareció y no lo vi más. Yo dije para mí:
“¡Caramba! qué mundo es este”.
Me quedé ahí, en la sala de espera del terminal. No sabía qué
iba a pasar conmigo. Después de más o menos una hora el hombre
regresó… Lo primero que él me dijo fue: “Mire, usted ha hecho una
falla muy grave”. Y yo le contesté: “Sí, voy a acostumbrarme porque
estoy todavía en la escuela, tengo mucho que aprender”.
De allí nos fuimos a un restaurante de un hotel, comimos y
después subí solo a la habitación para dormir. No tenía sueño y
después de un rato sentí sed. Pensé: voy abajo al bar a tomar una
cerveza. Bajé y me senté en la barra. Yo estaba tomando mi cerveza
cuando llegó un hombre y se sentó a mi lado. Era un venezolano, un
caraqueño. El hombre se puso a hablar conmigo y al oírme me dijo:
“Pero mire ¡usted habla tan bien el castellano ¿de dónde es usted?”.
“Soy francés,” le dije. Y él insistía: “¡Pero habla bien el castellano!”
Entonces pensé: “¡Caramba, qué lío!” y me tomé rápido mi cerveza
y me fui.
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CUATRO
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La guerrilla
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CUATRO
con unos pescadores que lo van a trasladar. Te voy a decir una cosa
importante: Él llega de una isla del Caribe hasta el extremo del estado
Sucre en lancha. Él dice que le tenía miedo al mar y creyó que la lancha,
que era muy pequeña, se iba a hundir y se lo iba a tragar el agua.
A cada momento que venía la ola, él sentía que el agua se lo
tragaba. A partir de cierto momento, cerró los ojos y no quiso abrirlos
más y se agarró fuertemente del banco que es una tabla, donde iba
sentado. Cuando ya habían andado cuatro o cinco horas, lo tocaron
para que se recuperara y tomara algo, comiera algo. El mar no
estaba tan embravecido y, entonces, se dio cuenta que tenía los dedos
hinchados porque no se había soltado ni un solo momento. Cuando la
lancha volvió a andar de nuevo otras cinco o seis horas más volvió a
agarrase de eso con una fuerza inmensa.
Dice él que eso era lo más terrible, andar en el mar. Hay gente
que le tiene miedo igual a un avión, creen que se van a morir. Él rela-
taba cómo esa travesía para ingresar a Venezuela le había quedado
grabada en la mente porque eran varias horas, muchas horas de
verdad verdad, y eso no es un barco que va cubierto al sol y a la lluvia.
Luego, vino a ingresar clandestinamente, reiniciar el trabajo
de contacto con la gente de La Vega, Carapita, de las parroquias de
Caracas. La experiencia que habíamos tenido con Francisco nos
había hecho pensar en dar un viraje, no solamente en la ciudad, sino
también en el campo. Francisco tuvo la virtud de conocer a la mayoría
de los jefes guerrilleros. Él se reunía frecuentemente con la coman-
dancia de las Fuerzas Armadas de Liberación, que tenía guerrilla
urbana y guerrilla rural. Es decir, que sin introducir elementos en la
discusión de tipo teórico, en la realización táctica, pudo aportar ejem-
plos que nos cambiaron la mentalidad y que hoy incluso tenemos que
seguirlos desarrollando con fuerza. El primer de esos ejemplos es:
toda sociedad, toda comunidad que se organiza autónomamente, inde-
pendientemente del poder político, que se organiza para sí aunque sea
deportivamente, culturalmente es un poder constituyente. (D. B.)
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CUATRO
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CUATRO
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Alí Gómez
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CUATRO
¿Insubordinado?
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¿Pacifista y guerrillero?
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CUATRO
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CUATRO
Yo recuerdo de Alí Gómez la última vez que hablé con él. Fue
cuando él se fue a la guerrilla. Recuerdo que fue una mañana cerca
de la Plaza Bolívar de La Vega. Nos entrevistamos Danilo Arias,
Alí Gómez y mi persona, Elio Mendoza. Allí es cuando él nos dice:
“Bueno, tenemos que irnos”. Y yo le digo: “¿Cómo es la cosa, Alí?”. Y
Alí: “Nos están esperando en la guerrilla”. “Pero, Alí, eso no puede
ser tan rápido”. Y Alí me dice: “Pero es que es ya, o no es”. Entonces le
digo: “¡Caramba, pero entonces yo no puedo”. Y me dice Alí: “¿Pero,
por qué?”. Y yo le contesto: “Mira, yo no puedo, recuerda que yo soy
el mayor de mi familia… tengo que entregarle cuentas a mi papá, a
mi mamá, para ayudarlos”. Porque como digo hoy día, ellos, en ese
momento, eran unos campesinos analfabetas. Le digo entonces: “No
puedo, pues yo soy quien tengo que ayudar a mi familia”. Todavía
recuerdo, palabras más, palabras menos, que él me dice: “Elio, tú que
me has enseñado este camino, ¿ahora no me vas a acompañar en este
nuevo camino a mí?”. Le digo: “¡Caramba, Alí! No puedo”. Él dice: “No
importa, pero quiero llevarme algo de ti”. Yo cargaba un suéter azul,
grueso y le dije: “Bueno, lo que tengo es este suéter”. “Me va a hacer
falta”, me dijo y me entregó a mí una chaqueta anaranjada que tenía
capucha, era una novedad y me dice: “Allá más vale este suéter que
esta chaqueta”.
Esa fue la última vez que vi a Alí. Francisco en ningún momento había
sabido de esto. En ningún momento nos habló de irnos para la guerrilla.
Es más, no sé si voy a decir una palabra obscena, pero Francisco agarró
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CUATRO
Douglas Bravo
Sin embargo, debo decir, de nuevo, que esa era gente de mucha
valentía. Porque hay que considerar que había mucha insegu-
ridad, se corría mucho riesgo. Estábamos luchando contra un tigre,
un ejército organizado. Pero ante esa inseguridad me impresionó
mucho la gran seguridad de los que dirigían la guerrilla como
Douglas Bravo. Eso me dio mucha confianza. Para mí, Douglas
es un hombre muy sereno frente al peligro y también sereno para
dirigir gente. Cuando tenía que tomar decisiones sobre personas,
sobre situaciones, como en mi caso, se mantenía muy sereno.
Porque la situación conmigo no debe haber sido fácil. Ellos me
dijeron para entrar en ese comité, y a mí no me gustó y propuse ir a
La Vega, a Carapita. La verdad, es que yo tenía una visión distinta
de la guerrilla urbana.
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Gregoria
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CUATRO
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CUATRO
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hijos del cura, pero quien movía a la gente era Francisco. Por eso, ellos
sabían que agarrar a Francisco era matar la culebra por la cabeza.
Pero el gobierno también trataba ese asunto, tanto el gobierno
de Caldera como el de Carlos Andrés, con mucha delicadeza. Porque
detrás estaba el asunto religioso. Acuérdate de la manifestación de los
noventa y nueve sacerdotes después de la primera expulsión. Porque,
no nos vamos a caer a mentiras, si ellos nos hubieran tratado como a
un grupo guerrillero, hubieran agarrado a cualquiera de nosotros y
nos hubieran dado una paliza y nos hacen confesar, porque nosotros
no estábamos preparados para eso. No nos vamos a hacer pasar por
héroes. Ellos no nos veían como una amenaza. Ahora si nos hubieran
agarrado en una situación de contacto con Alí o alguien de ese grupo,
la cosa hubiera sido distinta. Yo creo que ellos querían agarrar a
Francisco con mano de seda. (T. T.)
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CUATRO
Al otro día bajé por San Miguel hacia la parte baja de La Vega
porque yo tenía que atravesar por allí para poder llegar a Los Para-
paros que yo conocía mejor. Cuando llegué cerca de la escuela
Bermúdez, había carros policíacos con cúpulas de… no de vidrio,
sino de mica, para ver mejor hacia arriba, hacia los cerros. Los poli-
cías estaban allí observando y yo andando, como si no pasaba nada.
Creo que yo era un poco loco, no servía para la guerrilla, tampoco
para la clandestinidad. Eso de estar escondido en un rancho no era
para mí. Yo caminé cerca de los policías y seguí hacia Los Paraparos,
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Violación de seguridad
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CUATRO
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gente. Yo creo que eso Douglas lo entendía, por eso nunca discu-
timos. Él me comprendía y me dejaba andar por mi propio camino.
Yo quería trabajar en los barrios y él propuso el trabajo también
con los obreros de las fábricas de La Yaguara.
La captura
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CUATRO
había militares o donde uno de los hijos era militar. Una vez entré
a la casa de un militar, de un guardia. Yo entré y entonces él me
saludó: “¡Hola, Francisco!” Y yo digo: “Pero usted no va a matarme
¿eh?”. Y él: “No, no al contrario, yo estoy aquí con usted, vamos
a defender al barrio”. Era así un poco. No sé cómo sería la cosa
cuando se presentara la situación de verdad.
Tito estaba allá conmigo y comenzó a hablar a la gente: “¡A la
capilla!” les decía. Era la capilla El Carmen. Nos concentramos
frente a la capilla. Allí empezamos a hablar a toda la gente que
estaba reunida. Cuando estaba hablando yo sobre la marcha,
veo que al final de la calle por la subida, vienen diferentes carros
militares, eran varios jeeps. Yo digo para mí: “¡Caramba! No me
puedo dejar atrapar” y sin pensar mucho, me lancé por un callejón
que había frente a la capilla cerca de la pulpería de Pedro. Era un
callejón muy chiquito y con muchos callejones. Yo pienso: aquí no
me van a encontrar. Pero al mismo tiempo, estos carros corrieron
contra la gente, y tuvieron que dispersarse.
Yo apenas había corrido unos seis metros por el callejón y ya
tenía un militar corriendo detrás de mí, era un oficial. Era un tipo
joven. Corría detrás de mí mientras gritaba: “¡Párate o disparo!”.
Yo pienso: “Ni por la muerte, yo me paro”. Pero, al mismo tiempo
yo pensaba: “Usted no va a parar, usted no va a parar… él no va a
tirar tampoco”, siempre estaba pensando: “No va a tirar” y seguía
corriendo y el atrás de mí. Yo corría con toda mi fuerza, pero repen-
tinamente me tengo casi que detener. Veo que el callejón termina
en un barranco, estaba tomado de sorpresa porque, naturalmente,
en cuatro años algo cambia.
El zanjón era profundo. Eran como seis metros de profundidad.
Rápido pensé:“ Yo me lanzo” y me lancé. Era la primera vez que he
sabido que la cabeza pesa más que los pies. Felizmente di la vuelta y
caí abajo. Pero no había nada que hacer porque abajo estaban otros
tres hombres esperándome, me tenían apuntado con sus armas y
uno me golpeó con la culata del fusil. Me agarraron y me metieron
en un camión, algo así… militar. Al chino, un muchacho del grupo
que también estaba trabajando con nosotros, y a otros también los
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CUATRO
La celada
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CUATRO
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Escultor y luchador social
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Elena, no la de Troya
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Le patron il se a trompé
Il voulait nous licencier
Nous on est organizer
On est prêt lutter
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CINCO
Para mí no era gran problema, porque yo solo iba a trabajar allí los
domingos. En realidad solo pude ir una sola vez.
Y ocurrió lo de siempre: el poder no tiene humor. Eran las “uvas
de la cólera”, como las de Steinbeck. Afortunadamente Francisco
pudo participar en el “Simposio internacional de la escultura” donde
ganó. Después empezó a esculpir y yo a pulir en los talleres de Nicoli.
Era un ambiente internacional, sin fronteras. (E.V.R.)
Un premio en Carrara
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De nuevo en Bélgica
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Open house
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CINCO
Aunque nunca he hablado con Wuytack sobre ese tema, creo que
su viaje a Costa Rica solo es explicable por ese carácter de Fran-
cisco de abrirse continuamente a nuevos horizontes. No creo, sin
embargo, que él tuviese mucha información sobre Costa Rica en ese
momento. Es posible que llegase hasta él alguna información sobre
el pequeño país centroamericano. A veces se hablaba en Europa de
Costa Rica como la Suiza americana. Un país pequeño, un paraíso
natural. El hecho de que de acuerdo con la Constitución no hubiese
ejército también debe haber sido un atractivo para una persona-
lidad como la de Wuytack.
Él sale para San José a finales del 84, cuando en ese país estaba
gobernando Monge. Llega, con su esposa y sus dos hijos mayores,
a un país distinto a Venezuela. Costa Rica es casi veinte veces más
pequeño en extensión territorial que Venezuela y con menos pobla-
ción; en esos años la población de Costa Rica era cercana a unos
tres millones de habitantes. Pero había otro contraste. Wuytack
en Venezuela había estado siempre en la capital, apenas si pasó
fugazmente por las carreteras de oriente en su ingreso clandes-
tino a Venezuela en el 73. Por eso, la visión que tenía de Venezuela
estaba fundamentalmente circunscrita a la capital, a la visión
urbana de Caracas; no tenía casi conocimiento de los cientos de
miles de kilómetros cuadrados del mundo rural, del mundo natural.
El viaje más alejado de Caracas que hizo en los años sesenta fue a
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Al Pacífico
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porque siempre tenían sus machetes con ellos. Pero recuerdo esa
noche porque sus miradas eran agitadas. Venían a buscar a mi padre
para ayudarles a matar un zorro que comía gallinas todas las noches
en el vecindario. Mi padre tomó su machete y yo también tomé mi
pequeño machete. Pero yo era demasiado pequeño para irme con
ellos a cazar. Los hombres, que tenían antorchas con fuego, desapa-
recieron en la noche y yo me quedé con mi madre, temblando de la
agitación.
Era la temporada de lluvia y mi padre trabajaba en el cafetal. Un
día, descubrió en una madriguera unos perritos salvajes que estaban
esperando a la madre, pero el agua de la lluvia había inundado a la
madriguera y los perritos corrían el peligro de morir. Mi padre los
salvó. Luego, a través de los perritos, establecimos una amistad
misteriosa con la perra. Cada noche venía a nuestra casa a comer
algo y después la oíamos en el monte aullando como un lobo. (F.W.)
Escultor en madera
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Jade
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CINCO
Nicaragua
En ese mismo año Elena, yo, Fabio y Serena nos fuimos a Nica-
ragua a trabajar en el café, con el proyecto de montar una exposi-
ción en las ruinas del Gran Hotel de Managua. La exposición se
haría a favor de los huérfanos de la guerra y tuvo como título: El
presente ofendido. Salimos en autobús de San José hasta Managua.
Apenas estábamos pasando la frontera cuando el autobús se
detuvo, el chofer nos obligó a salir y él dio la vuelta y se regresó.
Todos quedamos allí. A la orilla de la carretera ardían unos
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Pacifista en Irak
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Pánico y solidaridad
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mujer, una doctora que enseguida, lo primero que hizo fue revisar
si las medicinas no estaban vencidas. Ella se mostró muy contenta.
Otra parte la llevamos a una clínica en Slavonski-Bröd. Cerca de
allí tuvimos un accidente.
Había muchos francotiradores al otro lado del río Sawa. El
médico que había recibido las medicinas me dijo que fuéramos con
él al centro a comer algo. Bajamos por una calle sin problema, pero
cuando íbamos en una subida apareció un carro blindado y chocó
contra nosotros. Con el impacto me herí en la cabeza y comenzó a
salir mucha sangre.
Me bajé y me recosté de un árbol. Mi amigo Lucas me ve ahí,
con toda esa sangre y se puso muy preocupado. Tal vez pensó que
iba a morir, pero no fue mucho. Me llevaron a la clínica de donde
veníamos. Una doctora me curó, me examinó, hizo una placa de la
columna vertebral, de la cervical y me puso un collarín.
De regreso, pasamos por un pueblo en donde los serbios habían
atacado hacía unos días. Entramos a una casa y había una mujer
ciega de setenta y tres años. Era la única habitante que se había
quedado. Todos los demás habían huido. Ella, que se llamaba Ana,
nos ofreció un café.
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Noticias de Venezuela
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Bienvenido a Venezuela
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obra. Además, cuando trabajo allá, siempre estoy con los cuatro
hijos y con Elena. Él vino, entonces, en tren y nos vimos en la esta-
ción. Hablamos de muchas cosas, de Venezuela, de La Vega y me
hizo la invitación para ir a Venezuela y yo estuve plenamente de
acuerdo.
Aquí no perdimos
Wuytack a su regreso:
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a los presentes si no se han puesto a pensar que la tierra es
de nosotros y no del que tiene más’. Debemos desalambrar,
dejar el egoísmo, dar el uno al otro, para que todos vivamos un
futuro como debe ser. Estoy muy emocionado y recuerdo una
canción de Violeta Parra: ‘Gracias a la vida, que me ha dado
tanto’ y recuerdo cuando yo estaba aquí vi a mujeres echando
pala y pico en los cerros para hacer cloacas y calles, para hacer
caminos, he visto gente con coraje y por eso digo que el futuro
es de ustedes”, añadió Wuytack en sus palabras en la India.
(…)
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Cronología
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CRONOLOGÍA
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CRONOLOGÍA
Referencias de iniciales:
* A. P. Alberto Pernalete
* A. Ch. Aníbal Chirinos
* C. R. Celedonio Ruiz
* C. G. Conrado García
* C. Q. Cornelio Quast
* Ch. Charlie
* D. A. Danilo Arias
* D. B. Douglas Bravo
* E. V. Elena Van Rentergem
* E. M. Elio Mendoza
* F. W. Fabio Wuytack
* J. W. Jean Pierre Wissenbach
* J. A. José Ignacio Angós
* J. R. Juanita Rivero
* L. C. Lourdes Campos
* L. P. Luciano Pérez
* P. A. Palmiro Avilán
* R. A Rafael Angulo
* R. M. Roger Merchán
* S. A. Simón Angulo
* T. T. Tito Tamburini
Narradores:
* E. A. El abuelo
* ___ No identificado en el texto
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Chávez no se va
¡Uhh! ¡Ahh!
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Índice
Presentación 7
Uno 13
Francisco Wuytack: una roca con aristas 15
Las raíces 18
Los abuelos 19
Padre, panadero y solidario 21
Entre guerras 24
Segunda Guerra Mundial 27
Acusación de sabotaje 29
Recuerdos de la infancia 29
Fin de guerra 31
La figura paterna 33
La madre 35
Obrero infantil 36
Cristo, el primer socialista 38
La JOC 39
El seminario de Vocaciones Tardías 41
Medio punto en latín 43
¿Estudiar filosofía sin cenar? 44
De Santo Tomás a Sartre 45
Dos 47
Sociología en Lovaina 49
Proyecto América Latina 50
De Caraballeda a La Vega 52
Objetivo: los barrios 57
Conocer la gente 58
La Vega, siempre La Vega 65
La Chispa 71
El Evangelio y la Revolución de la Conciencia 72
No basta rezar 77
Cultura comunitaria 80
Aires de guerrilla 85
Puertas abiertas 87
Guerrilla o no guerrilla 89
Mujeres en primera línea 94
Revolución de la conciencia
Acción revolucionaria y progresista
Promoción del hombre
Protesta silenciosa 95
Después con todos 97
Wuytack, Bandera Política Por Alicia Larralde 100
Lucha en Carapita 101
Clandestino por unos días 106
Otra estrategia 108
Caso Wuytack 110
A Miraflores por empleo 111
Al Congreso con cadenas 113
Intervienen los obispos 115
Historias de Rancho Negro 118
Detención 123
Deportado 126
De Venezuela a Nueva York 127
La Prefectura del Departamento Libertador del Distrito Federal 130
Ratificada por el Presidente la expulsión del cura Wuytack
Por Coromoto Álvarez 131
El cura extranjero Por Jorge Olavarría 131
Protestas y aplausos 132
Justicia para el padre Wuytack Por Pedro Beroes 132
El cardenal Quintero fija posición por la expulsión
del padre Wuytack 133
Democracia Representativa 134
Entre jueces 135
Más protestas y aplausos 136
El padre Wuytack Por Alecia Marciano 136
Un cura llamado Wuytack Por José Vicente Rangel 138
¿Profeta de la revolución o teólogo de la liberación? 138
La renovación de la Iglesia vendrá de las clases humildes
Por Cayetano Ramírez 140
Wuytack en los recuerdos de un vegueño
Por Yahín Arteaga Betancourt 143
Descalzo e indocumentado 144
Con la mira al futuro 144
El padre Wuytack Por Juan Páez Ávila 145
Tres 147
De nuevo en Bélgica 149
El escultor 150
La ruptura y Acción-Justicia 151
Juzgado y suspendido 152
El estibador 153
La huelga 155
Confrontando a las autoridades 157
Ruptura del estado de sitio 158
Detenido inconsciente 159
Fuga 160
En la España franquista 161
Preso e incomunicado 162
Cuatro 165
Contacto con las Faln 167
Planes para regresar a Venezuela 169
Un suceso inspirador 172
Un clandestino algo evidente 173
En bote para Venezuela 174
Las rocas del infierno 175
La guerrilla 176
Compañera sin buscarla 179
Furtivo hacia Caracas 180
Alí Gómez 182
¿Insubordinado? 183
¿Pacifista y guerrillero? 184
Enconchado en los barrios 188
Douglas Bravo 189
Gregoria 190
En La Yaguara con obreros 191
La Vega es zona roja 194
Violación de seguridad 196
La captura 198
Ron contra champán 201
La celada 201
Con Diego Arria y deportado a Bruselas 203
Cinco 205
Escultor y luchador social 207
Equilibrista en agujas góticas 209
Elena, no la de Troya210
Una rosa y matrimonio 211
Luna de mármol en Carrara 213
Vendimia con humor 214
Un premio en Carrara 215
De nuevo en Bélgica 216
Una visita inesperada 217
Open house 218
A Costa Rica sin respaldo 219
Al Pacífico 221
Alegrías y miserias en los cafetales 222
Escultor en madera 224
Jade 225
Manifiesto del grupo Jade 225
Nicaragua 227
Muerte de Alí Gómez y el veneno de los “Contras” 228
Sindicato ilegal y el regreso a Bélgica 229
Mirando al futuro con humor 230
Pacifista en Irak 231
Acción contra la invasión de Bush hijo 233
Con medicinas a Sarajevo 234
Pánico y solidaridad 236
Herido cerca de Samak 236
Noticias de Venezuela 238
Bienvenido a Venezuela 240
Aquí no perdimos 242
El presente se llama Revolución bolivariana 244
Cronología 247
3.000 ejemplares
Se terminó de imprimir en la
Fundación Imprenta de la Cultura