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Francisco Wuytack:

la revolución
de la conciencia

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L

Serie
Testimonios
Caracas, Venezuela 2011
© Luis Angulo Ruiz
© Fundación Editorial El perro y la rana, 2011

Centro Simón Bolívar


Torre Norte, piso 21, El Silencio,
Caracas - Venezuela / 1010
Teléfonos: 0212-7688300 / 7688399

Correos electrónicos:
elperroylaranacomunicaciones@yahoo.es
atencionalescritor@yahoo.es

Páginas web:
www.elperroylarana.gob.ve
www.ministeriodelacultura.gob.ve

Diseño de la colección
Kevin Vargas
Dileny Jiménez

Edición al cuidado de
Mónica Piscitelli
Arlette Valenotti

Hecho el Depósito de Ley


Depósito legal lf 40220113701415
ISBN 978-980-14-1739-2
Impreso en Venezuela
La Colección Alfredo Maneiro, Política y sociedad, publica obras
puntuales, urgentes, necesarias, capaces de desentrañar el
significado de los procesos sociales que dictaminan el curso del
mundo actual. Venezuela integra ese mundo en formación, de allí
la importancia del pensamiento, la investigación, la crítica, la
reflexión, y por ende, de las soluciones surgidas del análisis y la
comprensión de nuestra realidad.
Firmes propósitos animan a esta colección: por una parte, rendir
homenaje a la figura de Alfredo Maneiro, uno de los principales
protagonistas de los movimientos sociales y políticos que
tuvieron lugar en Venezuela durante los duros y conflictivos años
sesenta, y por la otra, difundir ediciones de libros en los cuales se
abordan temas medulares de nuestro tiempo.
Testimonios y reportajes: serie orientada a recopilar trabajos
documentales y testimoniales que alimentan los valores y saberes
nacionales, regionales y locales, refrescando y robusteciendo la
memoria histórica. Incluye también el trabajo biográfico, auto-
biográfico, el análisis de hechos y la entrevista.
Presentación

Este libro surge como efecto diferido de una vieja incerti-


dumbre. A raíz de mi primer contacto con Francisco Wuytack a
mitad de la década de los años sesenta, su figura y personalidad
me parecieron las de un personaje de novela. Había algo en él
que contradecía su carácter clerical. Su desenfado para abordar
a la gente de manera acuciosa y familiar, tratárase de hombres,
mujeres o niños, hacían pensar en un antropólogo extranjero
investigando una nueva cultura. Otras veces me parecía un excén-
trico corriendo aventuras en el mundo de los barrios caraqueños,
a horcajadas en su poderosa triumph de alta cilindrada. También
podíamos imaginarlo como un trasnochado bohemio, aunque
no bebía, hablando de filosofía, artes plásticas, música y poesía.
En ocasiones incendiaba una conversación con anatemas icono-
clastas que nos sugerían un anarquista flamenco.
Pero bastaba que se profundizara un poco en la observación de
sus actividades, para encontrarse con una especie de asceta que
podía someter su cuerpo a severas restricciones y exigencias en
los trabajos comunitarios de las barriadas de La Vega. No es por
azar, entonces, que alrededor de él, la gente sencilla haya tejido
tantas consejas, leyendas y hasta mitos. Cualquiera que lo cono-
ciera sentía que había algo enigmático en su vida.
Con el ánimo de dar algo de luz al misterio de su vida –y toda
vida es un poco un misterio– decidí escribir este libro un día de

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

enero del año 2000. Francisco Wuytack había estado ausente por
26 años, proscrito por sus actividades. Aprovechando una breve
estadía los primeros días de ese año, le propuse entrevistarlo. Las
entrevistas a Francisco Wuytack se realizaron entre el año 2000
y el 2004 en Venezuela y en Bélgica. Simultáneamente me di a la
tarea de localizar a otras personas que hubiesen convivido con él
en algún momento de su vida. Entre las miles que compartieron
momentos con él, apenas seleccioné una veintena. La localiza-
ción de esas personas, las entrevistas y la transcripción de esas
entrevistas fueron una labor de meses. Otro tiempo más se llevó la
investigación bibliográfica y hemerográfica.
Al final del camino había un material que se parecía más al
corpus de un etnólogo que a un texto literario. Pero el destino de
ese voluminoso cuerpo de entrevistas transcritas, ya estaba defi-
nido desde el día en que le propuse a Francisco Wuytack entrevis-
tarlo. Y aquí, permítame el lector una segunda explicación sobre el
origen de este libro.
A principio de los años setenta tuve la suerte de ver la película
de Akira Kurosawa titulada Rashomon. Desde el primer momento
me cautivó la estructura narrativa de esa película. La indagación
de un mismo hecho contado por varios narradores produce una
visión perspectivística singular. Después, siendo profesor de los
Talleres de Redacción de la Escuela de Comunicación Social de la
Universidad Central de Venezuela, cayó en mis manos el cuento
japonés que dio origen al guión de Kurosawa. Sobra decir que la
lectura del cuento fue actividad común en los cursos que compartí
con mis colegas del Departamento de Lengua en esos años. Más
allá de la lectura, había el reto de experimentar. Más tarde esta
experimentación se orientó mejor con el conocimiento de la
novela-testimonio La canción de Rachel del cubano Miguel Barnet.
Esta novela o testimonio se inspira también en la estructura de
Rashomon. Todo ello pudo desembocar en algún momento en un
ejercicio más ambicioso como propuesta para trabajos de grado
para estudiantes que querían explorar el lenguaje narrativo como
forma de comunicación dentro del periodismo.

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PRESENTACIÓN

Lo narrado hasta aquí permite comprender por qué mi idea


de entrevistar a Wuytack estaba aparejada con la de escribir un
libro que permitiese plasmar de alguna forma la estructura de
Rashomon, que es la que concreta Barnet en su Canción de Rachel. En
desagravio a la originalidad, debo decir que afortunadamente cada
circunstancia de escritura genera sus propias exigencias. En el caso
de este libro, la veintena de entrevistados amenazaba con ahogar la
voz del protagonista que no se caracteriza precisamente por expla-
yarse cuando se trata de hablar de su vida y de sus sentimientos. Esa
disparidad entre el conjunto de voces secundarias y la voz principal
provocó algo, en los capítulos dos y cuatro: una estructura dialógica
en donde la voz principal es continuamente interrumpida, como en
los turnos conversacionales, para aseverar lo dicho por Wuytack
o para refutarlo, o sencillamente para cambiar de tema. Tal cual
ocurre en la conversación. En el libro los capítulos uno y tres tienen
una estructura monologal. Ello se debió principalmente al hecho
de que sobre la vida de Wuytack en Bélgica los posibles entrevis-
tados hablan neerlandés o francés, lo que hubiera implicado una
exigencia de traducción.
Las intervenciones de las distintas voces son producto de la
transcripción de las entrevistas con ninguna o casi ninguna mani-
pulación lingüística. Solo en el caso de la voz de Wuytack se hizo un
trabajo lingüístico, respetando siempre los contenidos de la manera
más fiel posible. Ello, por la obvia necesidad de hacer asequible el
discurso para el lector. Aunque Francisco Wuytack se comunica
oralmente en español con eficacia, a la hora de una transcripción
textual, el neerlandés que viaja por el francés y el italiano para llegar
al español, puede resultar sugestivo, casi poético por momentos,
pero poco diáfano para la mayoría de los lectores.
Un tema aparte es el de la veracidad de los contenidos. Con
excepción de dos narradores creados por el autor con miras de
aportar contextos, las demás voces son, como se dijo más arriba,
personas de carne y hueso. En todo caso, para no caer en el lugar
tan común en el periodismo sobre la discusión de la objetividad y la
verdad, baste citar a Javier Marías, quien en la primera página de

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

su novela Negra espalda del tiempo, dice: “…cualquiera cuenta una


anécdota de lo que le ha sucedido y por el mero hecho de contarlo
ya lo está deformando y tergiversando, la lengua no puede repro-
ducir los hechos ni por tanto debería intentarlo”. O lo que dice más
adelante en la misma obra:
“Relatar lo ocurrido es inconcebible y vano o bien es solo
posible como invención”.
Para finalizar, es un acto de justicia y de afecto expresar mi
agradecimiento:
A todas las personas que hicieron posible este libro desde su
concepción hasta su edición.
A Francisco Wuytack por la generosidad de regalarnos su
experiencia de vida.
A cada uno de los entrevistados por su colaboración y paciencia.
A María Victoria Escalante, estudiante de Historia en la Uni-
versidad de los Andes, por su colaboración en la investigación
hemerográfica.
A Celeste por su respaldo en la transcripción de las entrevistas
y por comprender mi dedicación a este libro.
A Solange, lectora singular, por sus comentarios del original.
A Luis Fernando por su apoyo informático y a Beatriz por ser
ella misma.

Mérida, mayo de 2005

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PRESENTACIÓN

Explicación de la tipografía:

La letra normal está reservada a la voz de Francisco Wuytack.


La letra cursiva está reservada a todos los entrevistados y al
narrador identificado como El Abuelo.
La letra cursiva negrita está reservada al narrador no identi-
ficado.
La letra normal negrita está reservada a documento de prensa.

* Al final de cada una de las intervenciones de los entrevis-


tados aparecen las iniciales de su nombre y apellido. En la lista de
entrevistados se identifican esas iniciales en orden alfabético.

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UNO
Francisco Wuytack: una roca con aristas

Cuando Francisco Wuytack, aquel 19 de junio de 1970, vació la


última lata de concreto en el cuadro encofrado sobre la tierra, no
sabía que unas horas después se convertiría en noticia. Tampoco
sabía que antes de cuatro días el Presidente de la República, El
ministro del Interior, el cardenal arzobispo de Caracas, el prefecto
del Departamento Libertador del Distrito Federal y un juez
tendrían que dar declaraciones a la prensa sobre él.
Tampoco imaginaba que ese día era el primero de una serie
marcada por la singularidad. Que a partir de ese momento su vida
se alejaría cada vez más de la cotidianidad de los seres que trans-
curren por este mundo dentro del cascarón limitado de las rutinas.
No sabía que casi tres años después, en abril del 73, estaría en la
primera línea de la organización de una huelga portuaria, una de
las más grandes ocurridas en las últimas décadas del siglo XX en
Europa. Que a raíz de esa huelga se paralizarían los puertos de
Bélgica y se declararía el estado de sitio en la ciudad de Amberes,
la ciudad con uno de los puertos más grandes de Europa. Menos
imaginaba que un poco después estaría aislado, incomunicado,
prácticamente desaparecido en uno de los calabozos de la España
franquista. Ni que unos meses más tarde estaría navegando en un
mínimo bote, aferrado a la borda por el terror que le producían las
inmensas olas del mar Caribe, rumbo a la costa venezolana para
penetrar clandestinamente al país desde la isla Trinidad.

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Más inimaginable le era que cuatro años después de ese día en


que había estado acarreando latas de concreto para construir una
escalinata en un barrio caraqueño; cuatro años después, con preci-
sión matemática, estaría corriendo por un callejón de aquel mismo
barrio, perseguido por un grupo de hombres armados del gobierno
de Carlos Andrés Pérez.
Y es que la vida de Francisco Wuytack, desde aquel día de
1970, se volvió cada vez más algo parecido a una novela de aven-
turas, suspenso y sorpresas. Un día en Venezuela enfrentando a la
policía por cometer el delito de sembrar conciencia y luchar por los
excluidos, otro en Bélgica fugándose de un hospital donde la policía
lo había dejado inconsciente en una refriega de lucha huelgaria.
Otro, con la guerrilla venezolana intercambiando opiniones con
la plana mayor de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional
(Faln), o en Italia, en la propia Carrara, entre mármoles, estu-
diando escultura, ganando un premio. Más tarde en Costa Rica
haciendo arte y protestando por la salud de los jornaleros cafe-
taleros. Más tarde aún en Irak, en la frontera con Arabia Saudita,
tratando de convertirse, con otros activistas de la paz, en escudo
humano para impedir la guerra de Bush padre. O todavía más
tarde, herido a unos kilómetros de Sarajevo, cuando transportaba
una tonelada de medicina en labor humanitaria. Y esto lo cuento
con conocimiento de causa porque yo sé de Francisco Wuytack
desde 1967 cuando él estaba recién llegado a Venezuela. Siendo yo
militante del Partido Comunista oí con suspicacia a un amigo que
me dijo que debía conocerlo, que era verdad que era un cura, pero
que tenía que conocerlo para que me diera cuenta de que no era un
cura común. Es más, me dijo con énfasis que era un tipo extraor-
dinario de la estirpe de los quijotes. Varias veces me insistió en la
idea de ir a saludarlo. Al fin, un día, acepté y a partir de aquella
fecha comencé a frecuentarlo. Hoy creo tener un juicio sobre lo
que él representó en esos años. Yo le puedo hablar de él, pero con
la única condición de que mantenga mi identidad en reserva. Por
nada, simplemente me gusta el anonimato.

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UNO

Cuando lo conocí él tenía treinta y tres años. Como dicen por


ahí, la edad de Cristo. Yo en ese entonces tenía treinta y ocho años.
Saque usted la cuenta. Hoy yo tengo más de setenta y él debe tener
setenta. Francisco Wuytack, el padre Wuytack, el cura Francisco,
el cura, Francisco a secas, de todas esas maneras llamaban a
Wuytack en esos años. Yo le seguí los pasos a su historia. Bueno,
hasta donde pude, porque después de 1974, después de su segunda
expulsión del país le perdí la pista, casi no supe nada más de él.
Solo que estaba en Bélgica, trabajando en el puerto de Amberes
como estibador. A los años supe que se había casado y estaba en
Italia, que se había ido a Centroamérica. Que vivía con su esposa
e hijos en Nicaragua. Bueno, esas eran las noticias que le llegaban
a uno, noticias vagas. Por ejemplo, yo no supe de Costa Rica. A mí
me dijeron de Nicaragua. Después él, cuando vino a Venezuela en el
2000, me puso al día. Me contó lo que en verdad fue su vida después
que se fue de Venezuela. Yo lo oía y me decía: esto es para un libro,
para una película. Esto no se debe olvidar. Su vida es un novela
porque él es un personaje de novela. A veces parece ficción.
Pero si usted quiere saber quién es él realmente, si usted quiere
descubrir por qué él es así, por qué actuó como actuó tiene que ir
a la fuente. Creo que ahí está la clave. Estoy diciendo una necedad
porque la clave del yo de cada quien está ahí: en la infancia. No
voy a fungir de sicoanalista, pero esa es una solemne verdad. Y no
solo en la infancia. Hay que rebuscar en la genética. Empleando
una metáfora geológica, yo diría que uno es el producto sedimen-
tario del fluir genético de tanta gente que viene antes que uno. De
los ancestros, pues. Cada quien va dejando algo allí. Los tatara-
buelos, los abuelos, los padres. Cada quien aportando su monton-
cito de sedimento genético y se va creando eso que después será
sólido: una roca. Ahí se depositan rasgos físicos, pero también
tendencias emocionales, maneras de reaccionar ante la vida, inte-
ligencias. Pero eso no es todo. Ahí queda esa roca firme, sólida y
luego viene otro proceso: la erosión de la vida a darle forma defini-
tiva. El viento, la lluvia, el fuego. Los elementos y las fuerzas de la
tierra erosionan la roca para darle forma. Es decir, la vida misma

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

de cada uno, las experiencias que nos toca vivir. Al final está esa
roca moldeada por la vida con distintas formas y de vez en cuando
surgen rocas extraordinarias.
En el caso de Wuytack uno empieza a entenderlo cuando lo
escucha hablar de sus abuelos, de sus padres. En fin, de la gente que
convivió con él en la infancia y en la adolescencia. Sus maestros,
sus compañeros. Ahí es cuando uno empieza a entender por qué
Francisco Wuytack es como es, por qué ha vivido como ha vivido.
Por eso me parece tan importante indagar en la carga genética de
Wuytack. Hay muchas historias en sus abuelos. Un abuelo soñador,
compenetrado con la naturaleza, con sensibilidad de artista. Otro
un luchador social incansable, duro como los recios obreros de las
luchas sociales de principio del siglo XX. Una abuela amante de la
vida, abierta a la alegría, al canto, al abrazo, a la comunicación.
Otra abuela silenciosa, solidaria, empeñada en la entrega. Una
madre aguantadora, callada, firme ante los embates de la vida. Y un
padre sólido como sus propios antepasados, luchador social, soli-
dario y dispuesto a resistir como un Prometeo las heridas. Tenaz
casi hasta la testarudez, listo para el sacrificio por mantenerse
solidario. Pero eso no lo debo contar yo. Al fin y al cabo eso me lo
contó él hace algunos años y también se lo contó a usted ahora.

Las raíces

En San Nicolás, en un barrio obrero llamado Tereken, que


quiere decir entre los árboles, nací un 30 de septiembre de 1934.
Era un barrio muy combativo desde el punto de vista social, en
donde se creó, en 1898, el primer sindicato, la primera casa socia-
lista. También había ahí mucha participación de la Acción Cató-
lica. No una acción solamente religiosa; tenía congregaciones para
rezar, pero también para conquistar algo: un futuro mejor para
los obreros. Era un ambiente muy de lucha. Vamos a decir, para
mí fue la universidad de la vida donde conocí mucha gente, donde
cada día podía experimentar como niño la miseria, pero también
la victoria y los cuentos de los obreros. Sus historias en las fábricas

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UNO

sobre obreros mal pagados. También supe de las huelgas que


ocurrieron.
Mi papá se interesó mucho en el sindicato, participó activa-
mente en ellos. Por eso no podía lograr un buen trabajo. Su padre,
mi abuelo, fue uno de los primeros organizadores de la famosa
huelga de los dockers, es decir, de los estibadores, los obreros que
cargaban y descargaban los barcos. Esa huelga se hizo en 1907 y
fue la más grande, la primera que se destaca contra el capitalismo
en Bélgica. Fue una huelga general con miles y miles de obreros.
San Nicolás es una pequeña ciudad, muy industrial de unos
sesenta mil habitantes. La ciudad no tiene gran historia, se fundó
en 1219, por lo que sabemos por escrito. Los romanos pasaron por
allí, pero no dejaron mucho. Está ubicada en el Flandes Oriental,
región conocida como el País Bajo, famosa por sus bosques,
sus leyendas. Sus bosques de antes, porque ahorita no quedan
muchos. San Nicolás en el pasado era una ciudad de gente pobre,
que buscaba otros destinos en su historia. Mi padre era un pana-
dero en una fábrica de pan y mi madre obrera en una textilera,
donde trabajaban más o menos ochocientas personas.

Los abuelos

Mi abuelo paterno, Francisco Wuytack, nació en 1883 en una


familia de once hijos. Era un estibador en el puerto de Amberes.
Aunque era creyente cristiano, participó como socialista en la
primera gran huelga de 1907 en el puerto de Amberes. La primera
huelga organizada por la clase obrera contra el capital. En 1914, mi
abuelo tuvo que participar en la guerra, la Primera Guerra Mundial.
Él entró en la caballería para luchar contra los alemanes. Ya estaba
casado y tenía tres hijos. Siempre me dijo: “Era una carnicería”.
Estuvo en el “corredor de la muerte”. Llamaron así un territorio de
tres mil kilómetros cuadrados, aproximadamente, en el Flandes
Occidental que los alemanes estuvieron tratando de tomar durante
cuatro años. Al final fue inundado, rompiendo diques, para impedir
el paso de los alemanes. Aquello se llamó la “Batalla final”. Mi abuelo

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

estuvo allí y le dieron condecoraciones. Pero él odió eso. Siempre


me decía: “Eso fue una carnicería de jóvenes alemanes, franceses y
belgas, por un emperador, un rey, por una ideología inútil”. Él salió
muy desilusionado. Después comenzó en la lucha gremial como
socialista.
Mi abuela Emma, esposa de Francisco, era una mujer muy
movida. Trabajó ya desde sus once años en una fábrica de textiles.
Nunca olvido que me dio, a mis nueve años, una Biblia, aunque en
esa época para los católicos estaba prohibido leerla. Ella era canta-
dora de canciones de protesta. Era muy popular –no así como una
cantadora de televisión, claro–. Ella cantaba en los bares popu-
lares. Yo recuerdo algunas canciones de las que ella cantaba, pero
mi memoria es vieja y mi castellano no sirve. Había una canción
que trataba de un minero que apenas puede ver a sus hijos porque
tiene que trabajar en la mina en la oscuridad durante muchas
horas. Todavía no se había logrado, en ese momento, la conquista
de las ocho horas de trabajo.
Mi otro abuelo, el materno, se llamó José. Era un hombre muy
tranquilo. No era un hombre de fábricas, sino de bosques. Era un
narrador de historias, de leyendas de la región. Él me hizo conocer
esas historias, esas leyendas. Había una que él me contaba que
explicaba cómo era la sociedad pero a través de los animales. A
mis ojos, él tenía el secreto del lenguaje cósmico. Quizás estoy
exagerando… pero tenía una unión luminosa con los elementos.
Lo recuerdo hoy día y pienso que era como un niño, tenía una
idea cósmica, una filosofía cósmica de la naturaleza, de la tota-
lidad. Él me llevaba al bosque y decía: “Hay un hueco en el cielo”.
He pensado después: “Ha previsto el hueco en el ozono”. Recuerdo
sus cuentos sobre los árboles de habla sorda, sobre las cuencas sin
agua… Decía: “los hombres se comprenden poco”. Era un hombre
un poco raro, pero muy interesante.
Mi abuela María, la mamá de mi mamá, era una mujer muy
inteligente, muy amable y sociable, pero también muy retirada.
Leyó mucho, le gustó leer mucho. Yo pienso que era solitaria, un
poco como dice Camus: “Solitaria y solidaria…” Mi abuela era muy

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UNO

religiosa, pero también muy combatiente, muy comprensiva y


respetuosa de las ideas de los demás. Su hermano, mi tío Constant,
era masón y dirigió la primera huelga de textileras en mi pueblo,
que tenía cuarenta mil habitantes, en 1938. Mi tío tenía siete hijos y
le echaron fuera de su trabajo.
Entonces, así era. Mientras mi tío era muy socialista, otro en
la familia era muy católico, otro tenía otra idea. No era una cosa
para dividirnos, para decir ¡ah! no hablamos a tal tipo porque
tiene otra idea. Eso me impactó, me hizo experimentar que hay
muchas opiniones y muchas ideologías sobre la vida, pero que el
ser humano es algo muy precioso que debe saber cómo compor-
tarse, ver cómo asume sus ideologías, su manera de ser frente a los
demás.

Padre, panadero y solidario

Mi padre, Isidro Wuytack, nació en 1907, en una familia obrera.


Era un hombre inteligente, pero de muy pocas palabras. Era muy
callado y pensativo. En 1917, en plena guerra mundial, primera
guerra, cuando su padre estaba en el frente, se quemó trabajando
en la cocina. Su madre en tal momento tenía tres hijos. Isidro era el
mayor y tenía que cocinar porque su mamá, cada vez, cuando iba
a tener un hijo se ponía muy mal. Entonces él tenía que cocinar.
Una vez que tenía que hervir las papas se cayó hacia atrás con la
olla por encima y con toda el agua hirviendo. Fue una quemadura
de tercer grado. Lo llevaron al hospital porque no tenían mucho
dinero. Su padrino cuando lo vio en la cama, tendido con todo el
cuerpo quemado dijo a una tía: “Ojalá que Isidro muera, porque
¡tanto sufrimiento!”. Pero se salvó y nunca expresó rencor.
A los catorce años comenzó a trabajar porque no había dinero
ni posibilidad de continuar estudios. En aquel tiempo mi padre,
que era panadero, perdió su trabajo por dos o tres años. En tal
tiempo no daban un apoyo, como tampoco en Venezuela daban a
los desempleados, en la época en que yo estuve. No daban absolu-
tamente nada. Entonces él buscó en todas partes, en la Policía, en

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

la Armada. Iba a buscar en donde podía ganar un poco de dinero.


Eran los años de la crisis de Europa, era terrible porque también
era el surgimiento del nazismo en Alemania.
En el 33, Adolfo Hitler tomó el poder en Alemania. En ese
momento había ocho millones de desempleados, pero llegó Hitler y
dijo: “Denme cuatro años y yo resuelvo el desempleo”. Lo resolvió,
pero metiendo a los desempleados en el ejército para comenzar la
guerra en Europa. Mi padre estuvo durante tres años con pequeños
trabajos de tres hasta seis meses, pero nunca lograba trabajo fijo.
Lo rechazaban por ser combativo. Eso, pienso, ha tenido influencia
en mí. Si conseguía trabajo era porque fue muy buen panadero.
Sabía fabricar un pan que se llamaba pain d´epice. Era una especie
de galleta que se hace con miel. Es algo muy fino, pain d´epice se
dice en francés. Entonces él pudo comenzar a trabajar en la fábrica
de pan porque sabía hacer eso muy bien y necesitaban uno que
supiera, que fuera buen panadero. Un especialista, podría decirse,
y entonces le aceptaron. Trabajó allí catorce días y un día regresó
a la casa temprano y mi mamá le dijo: “¿Qué pasa? ¿No tiene más
trabajo?” “No, no voy a trabajar más”, dijo. Entonces mi madre se
sorprendió. Él había renunciado porque el patrón había metido en
la puerta… había botado, como se dice, a otro que estaba un poco
enfermo y que no podía rendir tan rápido como él. En ese momento
mi padre tenía treinta y pico de años, era rápido todavía y el otro
que estaba enfermo, porque había sido operado una vez y era un
hombre de cuarenta y seis o cuarenta y siete años, no podía trabajar
tan rápido. Entonces le han puesto en la puerta, le han botado. Mi
padre escuchó eso trabajando con los demás compañeros y ha
dicho que no quiere comer el pan del otro, porque cada quien tiene
derecho a trabajar. Luego fue hasta el patrón para pedir que no
botaran al otro, pero el patrón le dice: “Con eso yo no tengo nada
que ver, quien trabaje más rápido, conmigo cuenta”. Mi padre le
contestó: “Pero conmigo no cuenta más”, y se fue.
Luego de perder su trabajo, la miseria otra vez, el problema
de estar desempleado. Afortunadamente, mi madre ganaba bien
en la fábrica. Digo bien para tal tiempo, pero no era gran cosa.

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UNO

Luego mi padre comenzó poco a poco a trabajar de noche con De


Rijeke. Era un tipo con una pequeña panadería donde trabajaban
cuatro o cinco hombres. Allí podía trabajar de noche. El sueldo no
era bueno, pero no tenía elección, no tenía otra alternativa. Debía
trabajar por menos de ciento cuatro francos por semana. Mi madre
ganaba mucho más en su condición de mujer en tal tiempo. El
sueldo de mi padre era muy poco para estar trabajando de noche.
Pero él ha dicho: “No tengo pan si no trabajo”. El patrón se apro-
vechó de él, lo explotó. Por eso me dijo muchas veces: “Sí, era una
humillación. Después de trabajar tanto, un sueldito así, pero no
había ninguna posibilidad de escoger otra cosa”.
Esta situación familiar era, naturalmente, pésima. Pero eso no
lo derrumbó porque mi madre lo apoyó y porque siempre tenía la
esperanza de que los tiempos iban a cambiar. También la situa-
ción general era mala, había mucha gente que había perdido sus
trabajos. Recuerdo que mi madre siempre me decía que cuando
yo nací, en el 34, solo tenía de dinero algo así como mil bolívares,
naturalmente en francos. Después de diez días de nacer yo, tuvo
que irse al trabajo para ganar algo para comer. Esto era muy
dramático para mi padre. Él andaba por las calles con su bicicleta
buscando trabajo en todas partes, pero lo rehusaban a causa de su
historial. Los puestos de trabajo estaban trancados para él. Esta
situación duró años. No perdió su paciencia ni su amistad con los
compañeros, pero se volvió más silencioso que antes. Se sentaba
en un banquito, pensativo. En aquel momento, el Partido Comu-
nista ha querido reclutarlo. Pero él me ha dicho: “Es como meter un
ave del espacio en una cueva, en la cueva del dogmatismo, puede
mover sus alas, pero no puede volar”.
De mi padre también recuerdo que él me hablaba cada noche
cuando regresaba, cuando llegaba a la casa después de su trabajo.
En esos momentos a mi mamá le gustaba cantar. En esa época no
había radio, ni televisor. Cuando estaba trabajando… cosiendo,
entonces cantaba. Y mi padre estaba allí después del trabajo y me
hablaba. Me preguntaba primero cómo iba con mis amigos y cosas
así. Pero le gustaba sobre todo jugar. Recuerdo que era un poco

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

extraño… le gustaba jugar con los niños… podía animar… Cuando


veía, por ejemplo, que yo estaba con un grupo de niños sin hacer
nada, entonces se metía a jugar con nosotros para animarnos.
Recuerdo una vez que comenzó a hacer algo que se me grabó en
la mente. Comenzó a decir: “¡Alarmista, comunista! !Fascista!”. Yo
pensaba: “¿Qué es esto…?”. Porque para un niño de cinco o seis
años ¿qué significaba eso? Entonces me explicó, pero no con pala-
bras sino con gestos, con imitaciones. Era como un teatro y noso-
tros riéndonos, pero mi madre dice: “Ya basta con toda esta cosa”.
A mi madre no le gustaba eso, pero él seguía e iba a buscar una olla
vacía, sin comida y decía: “¡Capitalista!” Y mostraba la olla vacía,
haciendo gestos. Y nosotros riéndonos y mi madre no entendía qué
quería decir con la olla. Pero quería decir que no había comida con
el capitalismo, la olla estaba vacía. Siempre estaba imitando cosas.
Así era, tenía gusto por la vida aunque había sufrido mucho.
Eran siete hermanos y quedaron dos, los otros murieron en
la guerra siendo niños. Él era un poco raro para su época, para
su comunidad. Por ejemplo, en ese tiempo un hombre no iba al
mercado a comprar. Eso eran cosas de las mujeres, pero él se reía
de eso e iba. Siempre me decía: “Debes pensar, porque hay muchas
cosas en el mundo que no son malas, sino costumbres”. Yo ahora
también digo, como decían los griegos: hay un “logos” que es la
ley natural, la ley de la gravedad y no podemos cambiarla. Eso es
natural, pero hay también un “nomos” que es un convenio y hay
muchos convenios y algunos convenios comenzaron bien pero, ya
después son una esclavitud, no tienen más sentido.

Entre guerras

Así era, más o menos, el panorama de Europa después de


la Primera Guerra Mundial. En aquel momento después de la
primera guerra y de la muerte de once millones de personas, había
la esperanza de crear una paz en el mundo. Pero no habían posi-
bilidades de crear verdaderamente esa paz, porque aunque el
socialismo estaba en auge, no se internacionalizó bastante como

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UNO

para, vamos a decir, crear una fuerza suficiente como para unir
a Francia y Alemania. Esto daba paso a un falso nacionalismo,
antihumano, como era el nazismo. Esa era más o menos la situa-
ción. También era el tiempo en que la unión del pueblo se rompió,
porque Alemania se había salido del Volkerenbond que era algo
como las Naciones Unidas. Una organización para crear poco a
poco un encuentro entre todas las naciones. Ese era el panorama
en Europa. Desde el punto de vista social, la situación estaba muy
mal. Había un auge del socialismo en el 36. En Francia, la clase
obrera logró una semana de vacaciones pagadas. Eso para decir
que era un tiempo de mucha lucha de la clase obrera que poco a
poco se puso, vamos a decir, madura. En ese momento ya en Italia
estaba el fascismo. En España, en el 36, los republicanos contra
los fascistas: la Guerra Civil de tres años. En Rusia la Revolución
socialista, Lenin y después Stalin. En Bélgica había una situación
pésima, muchas huelgas, pero esas huelgas no lograron verdade-
ramente una solución. En el 37 y el 38, salieron algunas decenas de
hombres de nuestro barrio obrero para luchar al lado de los repu-
blicanos contra los franquistas.
Esta es la historia de mi barrio con comunistas, socialistas,
fascistas, nazistas. Esto creaba un radicalismo de los distintos
bandos. Ese era más o menos, o tal vez no lo pinte bien, el pano-
rama de Europa. Históricamente y socialmente pienso que antes
de la guerra era así. No había televisor, solamente había radio y
las calles se llenaban de gente, había mucha vida social. También
había una diferencia con respecto a la vida de hoy: los hombres se
reunían y discutían en la calle. Ahora la gente allá es muy indivi-
dualista, pero antes no era así, tal vez la pobreza unía. El barrio
tenía su teatro, la gente presentaba obras de gran valor aunque no
de grandes maestros. Hubo una vida cultural. No era, como dicen
algunos, que la gente obrera no se interesaba sino por beber.
También la música. Hubo un grupo de música grande donde se
podía participar. Había algo, cómo decirlo, algo distinto a ahora.
En los bares las gentes iban a cantar. Iban entonces el domingo
en la noche a beber algo y a cantar. Sobre eso recuerdo algo de

25
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Montesquieu. Él ha dicho que el bar ideal es el bar no solamente


donde se bebe, sino donde se discute, donde hay música, donde tal
vez no hay cerveza como ahora. Recuerdo un bar lleno de obreros,
mujeres, sus esposas y sus niños. Había un obrero que tocaba acor-
deón. De Petter se llamaba. Era un hombre muy popular como aquí
los hombres que tocan cuatro y guitarra. Él tocaba canciones de
lucha de obreros, también canciones muy románticas y la gente
discutía. Las mujeres decían cosas como: “Estos niños están
enfermos, pero vamos a ver qué se hace porque no hay bastante
dinero para pagar el médico.” Por eso estoy de acuerdo con Montes-
quieu, el gran francés, que ha dicho que el bar ideal es no donde se
bebe, pero sí donde se discute donde hay música, donde hay un
contacto y una comunión mental entre la gente. Hubo cerveza,
pero no así para emborracharse, porque no hubo dinero suficiente
para eso.
Pero lo que quiero decir es que cuando llegué a Venezuela,
cuando estaba al principio en los barrios, muchas veces tuve
el recuerdo de esos bares. Uno en esos momentos está un poco a
lo loco, trata de asociar algunas cosas. Me acuerdo que cuando
llego a los cerros, cuando estaba por ejemplo en los Paraparos, en
calle Zulia arriba, muchas veces el domingo en la noche encontré
personas que estaban cantando. Había alguien llamado…
Ramón… no sé, no me acuerdo ahorita de todos los nombres. Había
alguien tocando guitarra y declamando poemas ¡increíble! Eso me
hizo pensar un poco en este tiempo.
Mi madre siempre me ha dicho: “Mira Francisco, para nosotros
eso ha servido para que no haya tantos psiquiátricos”. Esos espa-
cios para cantar fueron los mejores porque llevan al ser humano
a la comunicación con música, con poemas. Eso lo pensé muchas
veces. Por eso cuando movilicé algo… traté de organizar cosas así.
En mis ojos eso tenía mucho valor. Hay una canción de esa época
que recuerdo. Espero que después de cincuenta y pico de años
todavía me acuerde. En español traduciría algo así:

26
UNO

Pueblos de la tierra tus hijos quieren


solamente, vivir en paz,
habitar en paz.
Váyase la penita del campo de honor… del cementerio
jamás, jamás la guerra
porque jamás, jamás hemos visto en la historia
que el fusil traiga la paz.
Entonces toda la gente estaba cantando en un coro:

Porque jamás trae el fusil paz y amor a los pueblos…

Eso era más o menos un poco la pintura popular, folclorista, de


aquella época. Para mi vida ese mundo tuvo mucha importancia.
En tal momento, tenía cinco o seis años, pero me recuerdo muy
bien de todo eso. También recuerdo otras canciones que mi padre
siempre cantaba con mi madre y también con otra gente. Eran
canciones contra la guerra, porque en la primera guerra mucha
gente sencilla cayó. Toda Flandes está llena de oorlogskerko-
hoven, es decir sagrados jardines de la guerra, cementerios de la
guerra y ¿para qué? toda Flandes llena de muertos por un empe-
rador alemán que comenzó la guerra. Y esa canción se refiere a esa
época. La gente no quería que todo se repitiera, porque la gente
sencilla ya sentía que la guerra iba a comenzar de nuevo.

Segunda Guerra Mundial

En esos años se reanudaron las hostilidades. En 1936, Hitler


ordenó tomar de nuevo el Rin. El Rin era un centro de la región de
alta industrialización metalúrgica y fue ocupado, a lo largo de la
historia por franceses, ingleses con el propósito de desmilitarizar
esa zona. Entonces cuando Hitler da ese paso, cada quien pensó:
ahorita va a comenzar la guerra. Pero los aliados no se arriesgaron.
En el 38 comenzó la guerra y Hitler entró en Austria, pero
sin mayor lucha porque asesinó a los representantes más impor-
tantes. En septiembre de 1939 comenzó la guerra en Polonia. Los

27
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

aliados, Francia e Inglaterra, declararon la guerra a Hitler. En ese


momento fue cuando mi padre fue reclutado porque pensaron
que también Hitler iba a atacar directamente a Bélgica. Pero ¡no!
Se fue primero por Polonia. Con Rusia comunista hizo un pacto de
no atacar, de no-agresión y dividieron Polonia. Las tropas rusas
invadieron el lado oriental y los alemanes el otro lado. Esa era la
situación. En 1940, el 10 de mayo, comenzó la guerra en Bélgica.
En la Primera Guerra Mundial lucharon cuatro años al lado del
mar y era muy difícil pasar porque quitaron los diques y entró el
agua al país, porque el territorio es más bajo que el mar. Por eso se
llaman los Países Bajos. Entonces las tropas no podían regresar.
Pero en la Segunda Guerra en dieciocho días pasaron a Bélgica y
el rey Leopoldo III tuvo que capitular. Mucha gente huyó. También
mi madre y yo lo hicimos porque vivíamos cerca de una torre de
gas. Los aviones alemanes desde el 12 de mayo bombardearon mi
barrio, aunque no tenía mucha importancia estratégica. Bombar-
dearon las estaciones para dar miedo a la gente, porque con miedo
Hitler sabía cómo dominar a Europa. Nosotros nos quedamos
con mi tía Cecilia, pero por algunos días, porque no duró mucho
tiempo el bombardeo y pudimos regresar. Mi padre estaba en el
frente. Después supimos que su regimiento estaba sitiado. Mi
padre pudo escapar porque el comandante ha dicho: “Aquí no
podemos… No hay nada que hacer…” Después, en septiembre,
los alemanes le deportaron. Debía ir a trabajar a Alemania a un
campo de trabajo pero al principio no era tan grave, me decía,
porque Hitler estaba ganando. Porque una vez que alguien pierde
se vuelve más agresivo.
Tengo algunos recuerdos de la guerra. Por ejemplo, cuando
llegaron a mi calle unos alemanes jóvenes. Entraron con grandes
tanques, con el ruido de sus máquinas. Estábamos muchos niños
en la calle viéndolos. Para un niño, aquello era algo extraordi-
nario. Tenían una disciplina feroz. Yo estaba allí con otros niños
sorprendidos, cuando un soldado que pasaba frente a mi casa
me dice: “¡Tenga, amigo!” Y me da un chocolate. Ellos tenían de
todo ¿eh? Era como cuando los americanos llegaron a Francia. Mi

28
UNO

mamá cuando vio al soldado dijo: “¡No!” porque la gente también


tenía miedo. La gente decía: “Los alemanes están envenenando a
los niños”. No era verdad, pero era para producir odio porque un
pueblo que no tiene odio no va a tirar bombas, ni esas cosas. Pero
yo me acerqué y tomé el chocolate. Cosas así ocurrieron.

Acusación de sabotaje

Recuerdo que en el primer año los alemanes eran menos


agresivos. Pero entre la gente había mucha confrontación, entre
maestros que estaban en pro y en contra de ellos. Hubo gente que
traicionó para delatar a otros. Pero volviendo a mi padre… Lo
llevaron, a un centro de trabajo en Alemania oriental, bueno que
después fue oriental, quedaba cerca de Erfurt. Era un campamento
de trabajo. Allí trabajó y desde el 43, no recibimos más cartas de
él. A su regreso nos contó que le habían acusado de sabotaje en
el campamento. Los alemanes tenían fábricas de armas. También
en Bélgica se fabricaban fusiles. En esa fábrica alemana donde
tenían a mi padre hacían tanques, fusiles, balas… A él lo acusaron
de haber colocado pintura verde en lugar de aceite por lo que se
echaron a perder unos tanques. Era así, era cierto que habían
cambiado el aceite por pintura, pero no había sido él. Entonces lo
golpearon e iban a fusilarlo, pero él no delató a nadie. Un capataz
alemán lo salvó. Dijo que no había sido mi padre. Lo defendió en la
comandancia. Él ha dicho al comandante: “Este hombre no lo ha
hecho, yo estoy seguro” y lo salvó. Pero allí sufrían mucho. Al final
de la guerra ellos recibían por semana un kilo y cien gramos de pan
y tenían quince horas de trabajo. A veces le daban sopa, pero era
una sopa toda aguada, un poco de confitura. Eso era todo.

Recuerdos de la infancia

En esos años de ausencia de mi padre, yo iba a la escuela del


barrio. Allá teníamos buenas maestras, no lo puedo negar. Era una
escuela de la ciudad, del municipio. Cuando llego al cuarto grado

29
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

yo debía andar a un colegio, pero no teníamos dinero y mi padre


estaba en Alemania, preso. Entonces me fui al liceo y en este liceo
estudiaba el hijo de un abogado nazi. Recuerdo que allí no era
como en la escuela que salíamos entre las clases al patio a jugar. En
esa escuela no se podía jugar en los recesos. En el patio debíamos
caminar, eso era muy estricto. Recuerdo que en la clase, había un
muchacho que se llamaba Van Kuli. Tenía cuatro hermanos. En
esa época casi ninguno teníamos jabón para bañarnos. Debíamos
bañarnos solo con agua y eso no era nada sabroso. Un día está-
bamos en clase, eso nunca olvido, y el hijo del abogado entra al
aula y empieza a hacer burlas de Van Kuli. A taparse la nariz y a
bailar alrededor, diciendo cosas ofensivas… que debía sentarse
solo. Entonces yo, aunque nunca he peleado, solo dos o tres veces
en mi vida cuando era joven, me fui hacia este tipo y ¡chum! le di
un golpe. Después pensé: “Qué va a pasar aquí”.
Me castigaron. Tenía que permanecer en el estudio. Al otro día
salimos de la escuela ordenadamente. Teníamos que salir en grupo
hasta el centro, pero en el recorrido debíamos pasar por frente a
la casa del muchacho que yo había golpeado. Cuando llegamos a
esa casa, su papá estaba a la espera y le preguntó al hijo: “¿Quién
es?”. Él me señaló y el hombre me dio un golpe y yo caí en un cajón
donde la gente ponía la basura. Me caí ahí medio inconsciente y
el hombre se fue. Me ha dejado ahí. Pero yo estaba contento con
el golpe porque sentía que la cosa es finita. Sin embargo pensé:
“Seguro me cambio de esa escuela”, pero tuve que estar ahí todavía
durante tres semanas.
Después, yo no quería volver más a esa escuela. Entonces me
fui a la escuela del estado en la ciudad, a hablar con el maestro.
Le dije que quería entrar a su escuela, pero él me contesta que no
era posible, que solo me podía cambiar en pascuas y después de
las grandes vacaciones. Pero solo era febrero. Yo le insistía en que
me quería cambiar. De tanto insistir, un día me aceptó. Me metió
allá en el quinto grado que era el grado que yo cursaba en la otra
escuela.

30
UNO

El maestro tenía un gran mostacho, tocaba el violín y era un


poco excéntrico. Un día mi madre me dice: “Pero ¿qué pasó? ¿Usted
no tiene más trabajos… no tiene tareas?”. En realidad, en la nueva
escuela no ponían trabajos, tenían otra mentalidad, pensaban
que los niños en la casa debían jugar, hacer otras cosas. Ella se dio
cuenta de que algo ocurría también porque yo no llevaba más el
bulto. En la nueva escuela no se necesitaba. Era otra mentalidad.
Yo no le había dicho nada a mi mamá del cambio, porque pensaba
que esas eran cosas para decir a mi padre y mi padre estaba en
Alemania. Al final le tuve que decir lo qué había ocurrido. Y ella
solo dijo: “¡Ahhhhh!” de todas maneras ya no había nada que hacer
porque habían pasado catorce días del cambio.

Fin de guerra

Al tiempo llegaron los americanos. Fue el 9 de septiembre.


Recuerdo el día que entraron a mi barrio. Ese día yo había ido
a hacer cola a dos kilómetros por un poco de leche. Mi abuela
estaba un poco enferma y mi madre le daba la leche que en aquel
momento estaba reservada a los niños porque había raciona-
miento. Entonces, yo fui a hacer la cola y vi dos tanques polacos,
porque eran polacos, aunque la gente decía que eran americanos,
pero eran polacos. Entonces digo: “¡Uf! no hago más cola” y salgo
corriendo y dije a mi tía en la casa: “Los americanos están. Los
he visto.” Salí corriendo de nuevo a la calle y veía que la gente les
echaba flores. Pero los polacos gritaban: “¡No! ¡A sus casas!”. Tal
vez pensaban que podían presentarse tiroteos. Pero, al fin, los
alemanes se retiraron. Primero metieron cuatro cañones en la
esquina de nuestra calle, pero el comandante de los alemanes,
después ha dicho: “No tiene más sentido” y se retiraron. Era un tipo
un poco más consciente. No todos eran iguales.
En esa época, tendría yo nueve o diez años, iba con mi
madre hasta la estación del tren y esperábamos a que llegaran
los trenes. Estaban repatriando a los prisioneros y a los obreros
desde Alemania. A veces llegaban cincuenta obreros que eran

31
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

transportados por el tren. Así era cada vez. A veces venía mucha
gente, pero poco a poco se iban reduciendo los pasajeros. Al final
los trenes llegaban vacíos. Así estuvimos casi dos meses yendo por
allá. Entonces mi madre me dice un día: “Yo pienso que tu papá
está muerto”. Después no volvimos más.
Un día yo estaba nadando, no en una piscina, porque en esa
época no había piscinas. Tampoco era un lago, sino un pozo. Estaba
nadando allí y me llaman. Era el mes de agosto. “Francisco, me
dicen, tu papá está allá”. Yo ni siquiera volteaba, pero me seguían
gritando: “Francisco, tu papá llegó” y entonces molesto grité: “Mi
papá está muerto”. Entonces me gritaron: “¡Sí! Está vivo, está en la
estación del tren”. Salí del agua y me fui corriendo. Y verdadera-
mente, él estaba allí, casi irreconocible, flaco, demacrado. No podía
ni elevar cinco kilos.
También tengo un recuerdo un poco extraño para un niño.
Recuerdo que mi madre, que era muy religiosa, dijo que iba a
hacer una novena de la buena muerte porque para ese momento
pensaba que mi padre había muerto. “Esperemos que tu papá no
haya sufrido demasiadas torturas”, dijo. La novena la hacía cada
semana en una capilla de San José. En la novena semana mi papá
regresó, después de cinco años de ausencia. Él regresó en agosto
del 45, después de la entrada de los norteamericanos. Pero en ese
momento no terminó la violencia.
Con la llegada de los americanos, la violencia continuó de
otra forma. Se desató la persecución, el odio. Saquearon casas a
gente que había estado con los alemanes, pero también a gente
nacionalista que no había tenido nada que ver con ellos. Había
mucha violencia, mucha injusticia. También muchas calumnias y
chismes. Muchas mentiras y algunos las creían. En ese momento
regresa mi padre. Yo tenía once años. Estaba muy consciente de
todo lo que pasaba. Mi madre me explicaba. En la comunidad había
una narración espontánea. Se hablaba de los sufrimientos, de las
aspiraciones.

32
UNO

La figura paterna

Cuando mi padre regresó pesaba cuarenta y un kilos y había


salido pesando ochenta kilos. No estuvo en cama, pero caminaba
como un viejo de ochenta años, casi no podía caminar. Pasaron los
días y cuando mi papá se recuperó un poco, quería trabajar, pero
no tenía trabajo. Los americanos habían prometido aportar capital
para la reconstrucción de Europa. Las fábricas estaban bombar-
deadas, destruidas. Quizás no tanto en Bélgica, pero de todas
maneras en Bélgica tampoco había trabajo. Recuerdo que mi papá
comenzó a llevar un carro, como una pequeña carreta, para trans-
portar cosas que la gente necesitaba: carbón, madera, ladrillos. En
esos días no había camiones y se usaba esta forma de transporte.
Era un tiempo terrible para la gente, se puede decir que era un
tiempo de atraso, de retroceso. Él tenía que tirar del carro con un
cordón. Se esforzaba, pero como no tenía todavía mucha fuerza,
al llegar a una leve pendiente, el carro no se movía. Recuerdo un
día que yo vi eso desde la escuela y salí corriendo, sin permiso, a
empujar. Media hora después, me metí de nuevo a clases. Estaba
prohibido salirse de la escuela, pero el maestro, que había obser-
vado todo, no me dijo nada.
Después mi padre comenzó a trabajar en una gran panadería de
un patrono capitalista. Tenía que trabajar toda la noche. Él estaba
muy débil, no podía ni con veinte kilos, pero tenía buenos amigos
que lo ayudaban. En la panadería se debía tomar de vez en cuando
una cantidad grande de harina y echarla en la mezcladora para
hacer el pan, había que echar agua también pero él casi no podía.
Al verlo tan débil, sus compañeros le han dicho: “No importa,
usted hace otra cosa, nosotros lo hacemos”. Había una solidaridad
increíble. Hoy hay menos solidaridad. Cada quien piensa que debe
hacer una sola tarea, como se dice. Hay jefes de fábrica, y subjefes y
dividen la realidad. Yo pienso que es una evolución negativa.
En esos años, mi padre trabajó y comenzó a luchar también
sindicalmente para conseguir más y más y más miembros para
el sindicato. Eran muchos nuevos miembros. Pero un periódico

33
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

obrero publicó una información sobre el trabajo sindical que él


hacía y entonces un hombre que era el supervisor, no el patrono,
le llamó y le dijo: “Aquí no hay más puesto para usted”. Mi padre
le respondió: “¿Qué he hecho mal? Nos organizamos, no le hemos
hecho mal a nadie, no hemos robado, no hemos saboteado el
trabajo; al contrario, nos ayudamos para trabajar mejor, pero
nosotros tenemos también nuestro honor, queremos mejorar el
futuro de nuestros hijos, ¿eso es malo?” Entonces el tipo dijo: “ No
tengo nada que ver con usted” y mi padre se quedó callado y se fue.
Iba pensando que tenía que decirle a mi madre que había perdido
su trabajo. Los compañeros le dijeron: “Queremos meternos en
huelga”, pero mi padre no quiso porque sabía que entonces ellos
también perderían su trabajo y en ese momento era difícil encon-
trar uno. Por eso mi padre no aceptó y les dijo: “Yo me salgo”. Pero
sin decir nada a nadie se fue a un gran restaurante donde iba la
gente de la élite y también este patrón, porque él era un hombre de
mucho dinero, tenía diferentes fábricas. Eran fábricas textiles con
mucha gente, muchos obreros.
Ese día no estaba él en el restaurante, sino su hijo Marcel. Mi
padre entró. Marcel estaba bebiendo en la barra y cuando lo vio
llegar le dijo: “¿Qué viene a hacer a aquí?”. Él le dice: “Yo trabajo
en su fábrica y tengo algo importante que decirle sobre su fábrica”.
Marcel dijo: “¿Sobre mi fábrica?”. Mi padre le contestó: “Me han
echado fuera a causa de que he convencido a una mayoría para
formar un sindicato y han publicado eso. Pero yo no he podido
evitar que lo publicaran. En realidad eran unas comunicaciones
entre nosotros, pero las publicaron. Lo que queremos es mejorar
nuestras vidas y la de nuestros hijos, ser más conscientes de
nuestro futuro”. Entonces Marcel le dijo: “Regrese a su trabajo.
Usted se queda en su trabajo”. Él había tenido suerte naturalmente
con un patrono así, no siempre ocurre de esa forma.
De esa época también recuerdo, cuando yo tendría diez u once
años, que mi padre me llevó a los museos de Amberes para ver
las pinturas maravillosas de Bosch, Van Eyck, Rubens y me dejó
gozar no solamente de los colores sino también de la historia, de

34
UNO

las ideas, de la mentalidad fuerte de esta gente para dar su visión.


Una visión totalmente diferente, de una violencia radical, ya desde
la Edad Media y desde el Renacimiento. Mi padre me dejó libre en
el museo, me dejó pasear entre las pinturas y cuando pasamos por
Bosch y toda esa historia un poco terrible que él pintó, me dijo algo
que nunca olvido y que él repitió muchas veces, era casi la única
cosa que me dijo en ese museo: “Este Bosch no ha pintado sola-
mente la historia, este gran Bosch dejó ahí en sus pinturas las
raíces del cambio, mira bien Francisco”.

La madre

Mi madre, Katherina, nació en 1909. Comenzó a trabajar a sus


catorce años, aunque estaba en la escuela, en una gran fábrica
textil en San Nicolás, primero con Vermeire y después con Peeters,
donde trabajaban ochocientas obreras. Siempre ha sido una mujer
muy amable, aún conserva un poco de la mística femenina de esa
época. Nunca le gustó la política, pero le gustó ayudar, la acción
directa. Una cosa que recuerdo de mi madre es que tomó siempre
en serio todas las cosas que yo proponía, aun cuando yo era muy
chiquito. Mi madre pasó unos años muy difíciles, sobre todo los
años del 34 al 37. Fue en esos años cuando perdió mi padre su
trabajo, pero nunca se quejó. Era de naturaleza no complicada,
tampoco era optimista, tal vez algo fatalista. Ella pensaba que
uno debe defenderse con dignidad. “Cuando las cosas caen sobre
nuestra cabeza hay que saber soportarlas”, decía.
Todas esas experiencias, con mis abuelos, con mis padres me
dejaron una marca, porque uno aprende mucho de la vida, de la
práctica. Aprendimos también en la guerra. Cuando nosotros
no teníamos mucha comida la gente nos ayudaba. Y entonces se
aprende, uno aprende. Hay solidaridad entre la gente y eso nunca
se olvida porque es una experiencia de la vida. También, como día
por día hay problemas, se sufre. Entonces se aprende, se vuelve
uno paciente. También, además del hambre, había violencia.

35
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Cualquier día se llevaban a tal persona a un campamento, un


campo de concentración y se aprende, surge la solidaridad.

Obrero infantil

Yo tendría más o menos ocho años cuando me cambié de


escuela sin permiso de mi madre. Esa nueva escuela me gustó
mucho. En esa época en algunas escuelas enseñaban otros
idiomas, francés y otras cosas, pero nuestro maestro ha dicho:
“No… no es tan necesario. Matemática sí debemos aprender”. Allí
debíamos conocer matemática, declamar poesías, leer. El maestro
tocaba para nosotros música con su violín. Éramos muchos estu-
diantes, las aulas eran de cuarenta y ocho estudiantes. De nuestra
aula, uno solo continuó en el colegio. Uno solo de cuarenta y ocho.
Él era monaguillo y nosotros pensábamos que el colegio era para
meterse a cura. Todo el resto, yo y todos, íbamos a trabajar a un
gran astillero, donde trabajaban dos mil y pico de personas, casi
tres mil.
Yo tenía en ese momento catorce años y no estudiaba más en
la escuela, solo trabajaba. Pero desde mis nueve años había empe-
zado a ir a la Academia, porque mi padre me dijo: “Francisco, mire
hombre, yo no tengo dinero, pero lo que nunca usted va a perder es
su cabeza, sus manos, con eso usted debe salvarse”. Y también me
ha dicho: “Mire, hay academia de música y academia para dibujar,
si quiere va. Es poco dinero, solo algunas cosas que debe comprar”.
Todo era gratuito, en tal tiempo, también la música. Entonces me
fui para la academia de dibujo. Estudiaba de noche, después del
trabajo. Yo escogí artes plásticas. El primer año aprendí a trabajar
líneas y pequeñas figuras geométricas. Pero entonces el profesor
me pasó al tercer nivel. En ese nivel ya había modelos de yeso,
eran desnudos. Cuando yo llegué a mi casa con estas cosas mi
mamá me dijo: “¿Qué pasa, qué escuela es esa?”. Naturalmente, yo
tenía diez años.
Después de algunos años en la academia, cuando ya traba-
jaba en la metalúrgica me metí en el dibujo técnico porque eso era

36
UNO

importante para la fábrica. En esa época, la escolaridad obligatoria


era hasta los catorce, ahora es hasta los dieciocho. Para lograr eso
luchó una generación del pasado, la de mi abuelo, que hoy tendría
ciento treinta años. Era la Ley Van De Velde. Pero los patronos han
dicho: “Eso es imposible”. En 1908 parecía imposible dejar estu-
diar a la gente hasta sus catorce años. Pero ellos han continuado
creyendo que eso era posible. Muchas veces he oído la misma queja
en Venezuela: “Eso es imposible”, sueldos más justos, ayudar a los
desempleados, dar un bono educativo a las madres para educar
a sus hijos, “eso es imposible”. “¿De dónde va a venir el dinero?”.
Pensamos así porque hay algo que está bloqueado y damos, como
dice el filósofo alemán Habermas, más valor al poder y al dinero
que a las personas y al medio ambiente. Existe una tensión entre
dos polos: la vida, la persona, la educación, el medio ambiente por
un lado, y por el otro, el dinero y el poder. Entre la vida, que es el
futuro de esta tierra, y el poder. Muchas veces digo: “Sí, mi Padre
tenía la idea de Habermas, aunque no ha estudiado”.
Volviendo a aquellos años del astillero, cuando iba a trabajar en
los barcos, recuerdo que después me cambié a una gran metalurgia
donde se podía hacer más una profesión. Entonces llegué a esa
industria que quedaba en Temse, cerca del río L’Escaut como se dice
en francés. Es un río muy importante económicamente también,
comienza en Francia y llega a Amberes. Allí estuve no tanto tiempo.
En los astilleros trabajaba con un grupo de cuatro personas. Entre
los cuatro trabajábamos una técnica con clavos, no era con solda-
dura como ahora, sino con clavos. Era un trabajo martillado, mucho
más fuerte. Era más seguro, no se rompía fácilmente, pero natu-
ralmente era mucho trabajo. Pero sí estaba bien pagado. En esa
época gané trescientos ochenta y cuatro francos por semana. Era
muy bien… En ese momento tenía catorce años. Al tiempo me fui
para otra metalurgia y aprendí a tallar la plata. Era un trabajo muy
interesante. Pero en este trabajo tenía que ir a Amberes. Recuerdo
que teníamos que salir muy temprano, íbamos en bicicleta. Había
una distancia de casi treinta kilómetros que hacíamos en bici-
cleta… Salíamos en la madrugada y regresábamos a las ocho o

37
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

nueve de la noche. Era lejos, pero era bueno como deporte. Ahora
cada quien tiene su carro, pero en aquella época estos dos mil, casi
tres mil obreros salían de la fábrica con su bicicleta. Así era. Íbamos
hablando, pasándonos, jugando. Había un contacto humano. Eso
ahora se ha perdido mucho, cada quien está aislado en su carro. Se
ha perdido la comunicación, por eso hay tanta psiquiatría. Es una
contradicción, decimos: ¡las comunicaciones, el teléfono, aviones!
En tres horas estamos de Bélgica a Nueva York… Pero los hombres
en su oficina están muriendo de soledad, de alienación. Esas son
cosas positivas de antes. No voy a idealizar el pasado tampoco…
Porque, por ejemplo en tal momento no hubo calefacción como la
de ahora, solo una estufa. Pero de otro lado había cosas buenas.
Ahorita no me puedo quejar. Por ejemplo, en las escuelas hacen
mucho esfuerzo. Pero en tal tiempo hacían muchas cosas de teatro
y otras actividades de cultura. Los niños y los adultos presentaban
teatro. Teníamos también suerte de que los curas de la iglesia del
barrio obrero eran muy comunicativos y daban todo lo que tenían,
no eran egoístas y aportaban algo desde el punto de vista cultural.
Escribieron teatro y la gente podía actuar.

Cristo, el primer socialista

Yo conocía a los curas porque iba a misa, porque en aquel


barrio obrero la misa era común a casi todos. También mi abuelo
que era ferviente socialista iba a misa. En tal tiempo había la idea
en Flandes, pienso que también en Francia, de que Cristo era el
primer socialista. En Bruselas, la gente del partido socialista había
grabado una inscripción en la casa del partido que decía: “Cristo
fue el primer socialista”.
Pienso que ahora hay una lucha entre anticlericalistas y cleri-
calistas, pero en el fondo tienen el mismo método porque ambos
cortan la comunicación. Por eso en esa época los socialistas, en
los pueblitos, han sufrido mucho cuando han tenido curas muy
conservadores. Pero ha habido ciudades donde los curas tenían una
mentalidad más abierta. Aunque no quiero ocultar la mentalidad

38
UNO

conservadora de la iglesia. Creo que la iglesia siempre ha estado


atrás, relacionada con el poder, con el capital. También en Bélgica
había un factor lingüístico. Los colegios eran en francés y los hijos
de los obreros no tenían ninguna posibilidad de estudiar allí. Por
otra parte, la gran preocupación de la iglesia, en tal tiempo, era el
sexo. Por eso Freud ha tenido tanto éxito. Conocí en la ciudad gentes
que eran liberales, muy contra la Iglesia, pero tenían la misma idea
sobre el sexo porque era la mentalidad en tal tiempo. Una moral de
élite, muy rígida. Por ejemplo, el cura en el púlpito decía: “Bailar es
pecado”. Pero mi abuelo y mi abuela iban a bailar. Había carpas de
bailes y la gente se unía sin casarse. También mis padres se unieron
antes de casarse. Después se casaron, eso era lo natural.

La JOC

Volviendo al tema de los primeros años de trabajo. En esa


época yo entré a la Juventud Obrera Católica (JOC), y me cautivó la
pedagogía de nuestro líder. Recuerdo que estábamos reunidos. Era
la primera vez que yo iba a una reunión de la JOC y había mucha
gente en la sala y él se dirige a mí, un tipo de catorce años y me
pregunta: “¿Qué le parece la situación en la fábrica?”. Yo pienso:
“Este tipo me pregunta a mí, a un joven de catorce años”. Primera
vez en mis catorce años que alguien me preguntaba algo así. Me
tomaba en cuenta, era tener fe en uno. Como dice Teilhard de
Chardin: “Quien no cree en el hombre no puede hacer nada con él”.
Pienso que muchas veces en todas las personas hay una riqueza,
como un diamante pero a gran profundidad. Muchas veces en la
pedagogía también pasa lo mismo. En la educación de los niños
perdemos nuestra paciencia porque el diamante está un poco
profundo, pero no es que falte. Ese era el método de aquel hombre
de la JOC. Tratar de que la persona descubriera ese diamante.
La idea del trabajo en la JOC era, en primer lugar, apoyarnos
en la fábrica, en el trabajo, porque muchas veces estábamos
perdidos, era un ambiente crudo, difícil. Los obreros veteranos,
que tenían allí hasta veinte años, eran muy rudos. Entonces en la

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

JOC nos prepararon para abrir brecha. Para que no cayéramos en


actitudes fáciles. En decir, por ejemplo: “Esos son unos locos, no
hay nada que hacer”. La idea era que tratáramos primero de ser
conscientes de que podíamos hacer algo en conjunto, que tratá-
ramos de comprenderlos, comprender al otro, que el otro es un
amigo que está aprisionado por su trabajo. En tal sentido, recuerdo
que mi padre me decía que viera la diferencia entre aprender y
comprender. Comprender no es solamente un acto intelectual es
también tomar, tomar al otro con sus brazos.
En la Juventud Obrera Católica nos reuníamos siempre.
Presentábamos obras de teatro, pero también hacíamos deporte.
Jugábamos fútbol. Cada quien podía participar. Eso era muy
atractivo porque en Bélgica, el fútbol es lo máximo, algo especial,
una idolatría. En poco tiempo, yo me convertí en un animador de
actividades, con responsabilidades. Organizaba distintas activi-
dades para que todos pudieran participar, porque en el fútbol eran
siempre los mismos. En cambio, al organizar otras cosas todos
podíamos participar: saltando, corriendo… y cada uno se podía
destacar. Uno como futbolista, otro en salto alto, otro en carrera.
Todos podían ser el primero en algo. También en actividades de
cultura, en teatro, coreografía, música. Eso era pedagógicamente
bueno para dar respeto, porque los hombres respetan al otro
cuando conocen algo de él. Por eso, en el 2000, cuando regresé
a Venezuela y me invitaron a la Escuela Canaima, le he pregun-
tado a los niños: ¿Quién es el primero corriendo? ¿saltando?
¿montando bicicleta? Y así. Al final se sorprendieron de que todos
en el aula eran primeros en algo. Es la idea del diamante del que
ya he hablado y que cada quien tiene que descubrir. En la Escuela
Canaima les he dicho a los niños: “La humanidad, la vida es una
gran sinfonía todo es cuestión de que toquemos juntos”. Creo que
algo de eso lo viví en la JOC. Nos dieron sobre todo el respeto por
nosotros mismos, el respeto por saber que esta vida es la casa del
momento, pero que hay algo más dentro de nosotros.
En esos años, entonces, dividí mi tiempo entre el trabajo, la
JOC y la academia de dibujo. Al trabajo dedicaba hasta cincuenta y

40
UNO

cuatro horas a la semana, porque teníamos que trabajar los sábados


hasta las cinco de la tarde. Los adultos tenían una semana de vaca-
ciones en el año y los jóvenes menores de dieciocho logramos tres
semanas. Fue una lucha, pero lo logramos. Sin embargo, la lucha
no era solamente para cosas materiales, pensábamos: “No solo de
pan vive el hombre”, hay algo más.

El seminario de Vocaciones Tardías

Después entré al seminario de Vocaciones Tardías. ¿Por qué


decido entrar a las Vocaciones Tardías, olvidarme de novias y todo
eso? En nuestro barrio había un cura fantástico. Antes de conocer
a ese cura, yo pensaba que la Iglesia era pura burguesía y que la
clase obrera estaba desamparada. Por eso, al principio, tenía ganas
de meterme a comunista. Pero en mí influyó, también, que yo sentía
que hay algo más esencial. Yo era más fenomenológico. Cuando a
mí me dicen: “mire, usted puede ponerse de pie”, esto es un hecho.
Si quien lo dice es espiritualista o materialista no me interesa, me
interesa el fenómeno. Muchos hombres que he conocido eran como
mi abuelo, que creyeron. Que eran luchadores socialistas, pero que
creyeron. Eso en mi vida fue un valor que he visto también en la
vida de otros compañeros.
En el seminario de Vocaciones Tardías había gente que comen-
zaron no a los catorce años como yo, sino más tarde. Yo era uno de
los más jóvenes. Hubo de diecisiete, de veinte. En aquel momento
yo pensaba: “Me meto a comunista, o me voy para las Vocaciones
Tardías”. Al final decidí irme para allá, pero no tenía dinero para
pagar los tres primeros meses que había que pagar para entrar.
Cada quien debía dar dinero para la comida. Yo pagué quinientos
francos. Eso era una tontería para tres meses de estudio y todos los
gastos. Normalmente los colegios cobraban diecisiete, dieciocho
mil francos y yo apenas pagué quinientos francos. El director
me había dicho: “Cuando puedas Francisco, no importa, cada
quien cuando pueda”. Pero allí trabajábamos. Yo hice trabajos
de soldadura, de plomería, de tubería y otros hicieron otra cosa.

41
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Cada quien tenía su trabajo por hacer. Allí estábamos internos,


comíamos cincuenta en una sala. No había muchas comodidades
allá. Éramos ocho en cada mesa. Pero había mucha solidaridad.
Recuerdo una vez que mi madre me envió un cartoncito de queso
y todos lo compartimos. Eso era un ambiente increíble. El director
era un salesiano, un tipo brillante. Allá aprendí mucho, me sentí
de lo mejor. Pensé: “Estoy en la sociedad futura” porque era un
ambiente muy comunitario. Había deporte, teatro, cultura.
En el 45, finalizando la guerra, Stalin, Roosvelt y Churchill
firman el convenio de Postdam en 1945 y prácticamente dividen a
Europa en dos. Muchos alemanes quedaron como refugiados en
distintos países. Había mucha gente afectada por la guerra, millones
de refugiados. En ese momento, los norteamericanos inician el Plan
Marshall. Aunque lo hacían más por miedo al comunismo que por
generosidad y capitalizando a favor de ellos, han tratado de resolver
el problema. Había mucha miseria, la gente vivía peor que aquí en
los ranchos, había barracas de hierro. Hacía mucho frío, había nieve
en invierno, los lagos congelados… era terrible. Entonces hicieron
un llamado a voluntarios para trabajar en los campamentos, para
ayudar. Yo tenía diecisiete años o algo así, era en el 52. Entonces nos
fuimos con los veintisiete primeros voluntarios. Íbamos algunos
flamencos, también daneses y holandeses… Había cerca de dos
millones de personas en aquellos campamentos. Dos millones y
medio de personas, viejos, niños. Ese era un tiempo muy difícil. Pero
allí también encontré al ser humano, como un ser muy solidario,
muy fiel, muy culto. Todo esto me enseñó mucho. Trabajé un tiempo
allí. Era mi primera vez, vamos a decir, mi primera experiencia
fuera de Bélgica. Me enseñó mucho, mucho en todos los sentidos,
en todos los niveles: cultural, teatral. Por ejemplo, los alemanes
sabían muy bien cantar a cuatro voces. Recuerdo que cuando decidí
irme para allá, no hubo oposición de mi padre. Nunca me ha dicho:
“¡Ahhhhhh! esos alemanes…” aunque él pasó cosas malas con ellos.
En eso era muy claro, muy abierto.

42
UNO

Medio punto en latín

Después de esa experiencia, regresé a Bélgica a continuar


estudiando en las Vocaciones Tardías. Los estudios eran casi
cuatro años. Debíamos estudiar latín, no hemos visto alemán, pero
francés y flamenco sí. También estudiamos literatura, mucha lite-
ratura y un poco de inglés. Pero latín y griego, eso sí, eso debíamos
estudiar mucho. Recuerdo que el método era muy solidario, había
un principio: el que más sabe enseña al que no sabe tanto, quien
conoce bien literatura, pero menos matemática debe ayudar al
que no conoce bien literatura y quien conoce bien matemática
debe ayudar al otro. Ahí no había ¿cómo se dice? no había nadie
que se quede, donde se queda alguien es un deshonor. Cuando
hay gente que se queda, quiere decir que no funcionan bien las
clases. Yo no conocí casi el francés, porque no lo habíamos apren-
dido nunca en la escuela. El latín menos, jamás había estudiado
latín. En mi primer trabajo de latín tenía cero. No… tenía medio
punto. El profesor que era muy bromista me ha dicho: “Francisco,
le voy a dar por su nombre medio punto.” El método del profesor
era que por cada falta había un punto menos y yo tenía veinticinco
faltas y entonces dice: “Voy a animarle con medio punto”. Claro,
era la primera vez que yo veía latín. Con el profesor de literatura
también me pasó algo. Por cierto, mi profesor vive todavía, tiene
casi noventa años. Era muy exigente, debíamos conocer textos de
Cicerón en griego. Recuerdo una vez que teníamos que presentar
una escena de los griegos que venían de luchar contra los persas,
contra Darío, y había un soldado, que era yo, que debía gritar en
griego: “¡tallasa! ¡tallasa!” cuando veía el mar, pero yo en lugar de
gritar ¡tallasa! grité: “¡tralalá! ¡tralalá!” Y entonces el profesor me
echó fuera. Él era muy frío, muy serio. Hasta pensó expulsarme,
pero solo me dejó fuera tres días, no quiso recibirme por tres días.
Yo no lo había hecho por molestar. Después traté de hablar con el
profesor. Yo entendía que él tenía razón. Por eso le he dicho: “Mire,
profesor, quiero hablar con usted” y él me ha dicho: “Habla, quiero
que aclares.” “Profesor, le dije, yo soy de la época moderna y he

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

querido expresar la alegría de este soldado, por eso dije tralalá,


tralalá”.

¿Estudiar filosofía sin cenar?

Allí estuve casi cuatro años, hasta mis veintiún años, hasta
el final del 55, cuando me fui a estudiar filosofía. Pensé primero
meterme en una congregación de padres religiosos. En una
congregación de misioneros que iban a China, pero como en
China, estaba Mao Tse Tung no podíamos ir. Entonces supe que
en Francia hubo un interesante experimento con sacerdotes
obreros que fueron prohibidos por el papá Pío XII en el año 53.
Yo quería hacer eso, pero había una prohibición. Entonces hablé
con el director y él me dijo: “Mire, hombre, los Papas pasan, pero
los hombres se quedan”. De todas maneras aquella prohibición no
había actuado demasiado rápido. Yo estaba muy interesado porque
yo había leído varios libros sobre ese tema Francia país de misión
de l’abbé Godín, Ser y tener de Gabriel Marcel, Los santos van al
infierno de Cesbron. Un libro que trata sobre los sacerdotes que
trabajaron en las minas cerca de Flandes… Eso era duro… Estos
curas eran hasta militantes de los mejores sindicatos comunistas,
por eso quizás al Papa no le gustaban. Pero eso no tenía nada que
ver con comunismo, sino con una visión humana… Esa objeción
contra ellos era fanatismo, pero ese fanatismo existía también del
lado de los comunistas. Cuando uno iba a la misa, pensaban que
iba a traicionarlos. Esa era la eterna lucha.
Después fui a estudiar filosofía a Gantes, a cuarenta kilóme-
tros. Cuando tomo la decisión de irme para allá, va un sacerdote a
visitar a mis padres. Mi padre escuchó la noticia de que yo quería
irme para estudiar filosofía, para meterme a cura. Mi padre que
era muy sincero, muy directo, me dijo delante del cura que estaba
allí, en mi casa: “Pero mira, Francisco, ¿tú vas a vivir sin cenar…
sin comer… cinco años… doce…? Yo no creo”. El cura se puso rojo.
Mi padre era así, abierto decía las cosas… pero no era fanático, era
respetuoso de lo que los demás decidían. Sin embargo, por mucho

44
UNO

tiempo él no me visitó. Él decía: “No, ¿por qué voy a visitarte yo? tú


debes visitarme a mí…”
Él pensaba que yo iba a cambiar, pero después cuando vio
mi determinación, que no iba a cambiar, con el tiempo empezó a
visitarme. Mi madre también lo sintió mucho. Ella lloró, durante
seis meses se mantuvo en desacuerdo. Decía: “Tú tienes un buen
trabajo, ¿por qué vas a cambiar?”. En la mentalidad de ellos,
tener un buen trabajo era el futuro, tener una comunidad, luchas
en la comunidad, ese era su mundo. Y en aquel momento yo iba a
meterme en otro mundo que ellos no comprendían.

De Santo Tomás a Sartre

En Gantes, teníamos a un profesor que vive todavía, era un gran


filósofo. Él nos hizo conocer Sartre, Simone de Bauvoir, y también
hizo mucho énfasis en Kierkegaard, también Hegel, Marx, Gabriel
Marcel… “L’etre et avoir”, filosofía moderna, pero también clásica:
Santo Tomás, San Agustín, todo eso. Todo era muy bueno para
tener una visión, una ventana hacia el mundo, hacia la humanidad,
hacia al futuro. De esa época siento que sobre todo Kierkegaard me
marcó, me parece, porque él, aunque era anterior a Sartre, ya plan-
teaba el tema de la existencia. Sartre me gustó mucho. Pero Kier-
kegaard era ya la mecha de Sartre, influyó para que Sartre después
generalizara un movimiento, un ambiente intelectual y social: “l’
imagination au pouvoir”. Me refiero al 68, cuando los estudiantes de
la Sorbonne tomaron París –por cierto, yo estaba ya en Venezuela–.
Pero antes de Sartre, me marcó Kierkegaard, tal vez por su fuerza
individual. Kierkegaard tenía también un mensaje profundo del
infinito y yo siento que no puedo vivir sin eso. También había en él
el sentido de la angustia. Para mí, la angustia de Kierkegaard era
no solo personal, sino también comunitaria. Una reacción hacia
una Iglesia que no ha comprendido, vamos a decir, el sentido de
la práctica, el sentido de lo auténtico; el sentido del hombre solo
con su autenticidad. De alguna manera un sentido del heroísmo…
porque cada ser humano tiene un héroe adentro. No he encontrado

45
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

ninguno que no tenga un héroe adentro, siempre yo encontré en


cada persona un héroe, hasta en mí mismo encontré un héroe.
Durante la filosofía también hice otras cosas, continué traba-
jando por la juventud, con la Juventud Obrera Católica (JOC).
Durante las vacaciones organizaba campos recreativos para los
niños. Andaba con grupos muchas veces de doscientos niños a los
bosques. Organizaba grupos casi cada día, cuando estaba en casa.
Eso durante seis semanas. De noche organizaba reuniones para
hablar, para hacer actividades. Yo no quería perder el contacto
con la comunidad, con los jóvenes porque en el seminario muchas
veces uno se comienza a dormir, a separarse, a alienarse.
En Gantes estuve hasta 1957, hasta mis veintitrés años. En
ese año comencé la teología también en Gantes. La teología debía
durar cuatro años, hasta mis veintisiete, casi veintiocho años.
Allí se estudiaba, además de teología, otras cosas. Allí tuve, por
primera vez, un profesor de sociología. Era muy interesante
porque también estudiamos psicología. Veíamos Freud, Jung,
Adler. Vimos a fondo la cosa. No era así… superficial. Trataban
de abrir el conocimiento porque eso era necesario para un cura…
mucha gente se vio confrontada con eso. Después de esos cuatro
años me ordené sacerdote y comenzó otra etapa.

46
DOS
DOS

Sociología en Lovaina

Después que me ordenaron, me nombran cura en un barrio


obrero en Gantes. Allá trabajé como cura y después fui respon-
sable en la misma ciudad por la Juventud Obrera. En este barrio,
después de la guerra, faltaban casas y fabricaron muchas barracas.
Eso lo asocio en mi pensamiento con lo que vi después en Vene-
zuela, en La Vega. Ahí también había barracas. En el año 64, en mi
trabajo con la juventud en Gantes, yo fui con un grupo de jóvenes
a Alemania para presentarnos en un concurso de música. Allá
ganamos el segundo premio en el concurso de canto.
En el 65 me fui a Lovaina, al Centro Latinoamericano de
Lovaina para estudiar un poco de castellano, sociología y un
panorama sociológico de los países latinoamericanos. Allá iban
latinoamericanos invitados, para hablar sobre la situación de
distintos países. Recuerdo la charla sobre Brasil, sobre la situa-
ción del subproletariado, de la gente que no tiene un trabajo fijo
en las fábricas, que están como buhoneros, gente que es de la clase
obrera pero no participa, porque no tiene fuerza, ni organización.
Tampoco tienen un impacto fuerte en la comunidad, como ocurre
con los obreros de las fábricas que cuando paralizan una fábrica,
significa algo. Son ochocientos que dicen: “Estamos en huelga”.
Esos cursos en Lovaina para mí eran importantes, porque
yo tenía planes de irme para América Latina. Ya había hablado
con un amigo sacerdote, Eugenio, que también pensaba ir a

49
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Latinoamérica como yo. Él estaba en otra arquidiócesis y nos


conocimos en Lovaina. Él había estudiado sociología y simultá-
neamente trabajaba en el puerto de Amberes de noche para ganar
dinero para su viaje. Yo trabajaba en la empresa metalúrgica
Nobels, también para reunir dinero para ir a América Latina. Él
después llegó a un barrio de Petare, a Campo Rico.

Proyecto América Latina

Yo creo que uno no reflexiona suficientemente sobre la signi-


ficación de los hechos. Por ejemplo, hay que pensar sobre lo difícil
que debe haber sido para Wuytack, el choque con esta realidad,
comprenderla e interpretarla. Nada fácil para un europeo con una
cultura tan distinta, con otro idioma y usted sabe que uno mira al
mundo a través del idioma. Ver nuestra realidad con el lente del
neerlandés que era lo que él hablaba. ¿Usted se imagina? Pero
además él venía de Bélgica, un país con un alto desarrollo, con una
seguridad social envidiable donde hasta las amas de casa tienen
derecho al apoyo económico del estado. Donde los desocupados
perciben una pensión, mientras se obtiene un nuevo empleo. Un
país que es un museo… Amberes, Gantes, Brujas… iglesias góticas
a diestra y siniestra, esculturas por todas partes, canales y puentes
en arcos, calles empedradas y adoquinadas. Lovaina con toda esa
arquitectura española renacentista. Iglesias llenas de pinturas
de los pintores flamencos. Su mismo pueblo natal, Sint Niklaas,
que es un pueblito de segunda importancia, es un pueblo lleno de
cultura… la plaza, una de las más grandes del Bélgica… y el teatro,
la música… Claro que él sabía algo de esto. Había recibido cursos
de sociología latinoamericana, en Lovaina precisamente. Pero eso
no es igual a la realidad misma.

América era un continente que me atraía. Yo conocía algo por


la literatura. Había leído algo de Octavio Paz, de Carlos Fuentes y
también Miguel Ángel Asturias con su libro Los hombres de maíz,
José María Arguedas con Raza de bronce, Rómulo Gallegos con Doña

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DOS

Bárbara y Canaima. Estos autores me hicieron entrar en un huma-


nismo latinoamericano. A mí me gustó también la naturaleza. Me
pareció que América Latina tiene un gran corazón… Al principio
tenía planes de ir al Callao, en Perú, pero llegamos a La Guaira.

Él se encuentra un mundo tan distinto cuando llega aquí en


el 66. Solamente el viajecito que tuvo que hacer del puerto de La
Guaira hasta Caraballeda fue su primera clase de sociología prác-
tica. Los contrastes… Claro, la naturaleza también… El Avila… él
viene de un país plano, sin montaña con un mar frío, gris… y aquí
este mar tropical. Pero me refiero al contraste social. Los ranchitos
amontonados de los barrios de La Guaira, de Maiquetía, las quin-
ticas de veraneo de Macuto y en Caraballeda los grandes hoteles…
la mansión Charaima porque todavía no se había producido el
terremoto. Los edificios mayameros, las mansiones como las de
la Florida… La realidad venezolana: uno de los países más ricos
de Latinoamérica en ese momento, pero con la acumulación de la
miseria más vergonzante.
Venezuela era un país de paradojas y lo sigue siendo. Por un
lado, el país tenía uno de los ingresos más altos de América Latina.
Por el otro, más de la mitad de la población vivía en la miseria o en
la pobreza. De un lado era el país latinoamericano de mayor inver-
sión norteamericana, más que Brasil, que México, que Argentina…
En contraste, del otro lado, cerca de la cuarta parte de la pobla-
ción económicamente activa sufría de algún modo el desempleo. Y
ahora hay algunos que nos quieren vender la idea de que la inver-
sión norteamericana es la salvación para le economía. Mentiras,
pura fantasía, hay que ir a la realidad, a la historia.
En esos años ya se había dado la reforma agraria de Betan-
court, pero no había servido sino para concentrar más las tierras
en pocas manos, los latifundios, con la consecuencia inmediata de
la migración del campo hacia la ciudad, hacia el área metropoli-
tana de Caracas, Valencia, Maracay, Maracaibo, Puerto La Cruz…
Barquisimeto… Más de las tres cuartas partes de la población en
las ciudades. Los campos abandonados y las ciudades hacinadas

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

de miserias. Hay estudios que dicen que hacia los años sesenta, la
gente de los barrios vivía en total promiscuidad. Cada persona de
los barrios tenía un espacio menor a medio metro en las viviendas,
si es que se pueden llamar así. Ranchitos sin servicios, ni agua
potable, ni cloacas, ni luz.
El agua la obtenían en un surtidor fijo para todo el barrio
donde la gente tenía que ir a llenar pequeños envases y hacer viajes
y viajes para llenar un tonel, un pipote, como se dice. Las aguas
negras transcurrían por los callejones que acumulaban la basura.
Además el analfabetismo galopante: más de la cuarta parte de la
población no sabía leer ni escribir. La deserción escolar altísima
en un país donde casi la mitad de la población era menor de quince
años… un cincuenta por ciento de los niños sin aula. Del otro lado,
una altísima concentración de dinero, de capital, en pocas manos.
El nuevorriquismo, producto de la corrupción y la especulación
reciente o más antigua. Carros último modelo que no se veían en
Europa, motores de ocho cilindros… la publicidad… el derroche
de whisky, de champaña. Otra cosa que le debe haber parecido
sorprendente eran los ranchitos de tabla y cinc, pero con televisores
hasta de veinte pulgadas, con aparatos de sonido de última gene-
ración. Todo un contraste. Es lógico pensar que con la misión de
solidaridad que él se había impuesto, no hubiese aguantado mucho
tiempo en Caraballeda. Imagínese aquel ambiente de balnearios, de
frivolidad, de derroche de fines de semana.

De Caraballeda a La Vega

Acuérdate que La Vega era una posta, ¿no? La Vega fue posta… y
fue posta por la sencilla razón de que el clima era un clima apropiado
para la gente ir a temperar, pero era posta porque la mayoría de la
gente que venía del centro entraba primero a La Vega a bañarse, a
cambiarse de ropa y eso para entrar a Caracas. Era una de las vías de
entrada a Caracas, por la vía de Antímano se entraba a La Vega que
era como más grande que Antímano ¿no? Y entonces era conocida
como posta. Como El Valle para los que venían de los llanos y los que

52
DOS

venían del centro, digamos de Valencia… toda esa gente entraba por
aquí. También mandaban a la gente a temperar, fíjate que inclusive,
que de la gente que atendían en El Algodonal, a muchos los mandaban
para que respiraran el aire de La Vega, de la montaña. Por supuesto,
después eso se fue contaminando por la fábrica de cemento. La
mayoría de los techos estaban cubiertos por una capa. En mi casa,
que era por San Miguel, los techos y las canales estaban cubiertos
por una costra de cemento. Eso no era más que el polvo que salía de
la fábrica. Después, en los años ochenta, se convirtió en líder de esa
zona de Montalbán Clodovaldo Russián, el que es ahora contralor. Él
liderizó a la comunidad en un combate para que saliera la fábrica de
cemento de La Vega. Para los años cincuenta, no había ese tipo de
luchas, la gente lo que hacía, y por eso fue que creció más La Vega,
lo que hacía era aprovechar la fuente de trabajo que era la fábrica
de cemento. En los años cincuenta no existían esos barrios que hay
ahora, algunas zonas de esas eran potreros. Para ir a la fábrica era
una carretera de tierra y al borde de la carretera, la gente jugaba bolas
criollas, esos eran paraparales hasta lo que se llamaba la entrada de
Los Canjilones. La parte de arriba era de mi familia. Donde comen-
zaba la calle del Rosario había un cementerio, donde después hicieron
la Escuela Bermúdez. Cuando yo era niño entrábamos a jugar por
ahí y nos metíamos por todas esas tumbas. Hay otra calle, que era
la calle Tenis, quedaba frente al colegio que crearon los dueños de la
fábrica, el colegio Juan Cuchara. A esa calle le ponen el nombre de
Tenis porque ahí lo que había eran dos canchas de tenis que la habían
construido los ingenieros de la fábrica de cemento, que eran de origen
polaco. Por ahí comenzaba la calle Real que se venía desde allí hasta
la plaza. Después, saliendo de La Vega, estaba Perro Seco, que era la
calle de la entrada a La Vega, que es la calle San José. Esos terrenos
eran patios de casas que, después, cuando cayó Pérez Jiménez,,
muchas casas perdieron esos patios porque fueron invadidos. (L. P.)

Pedimos autorización para trabajar en el puerto La Guaira


como sacerdotes obreros, pero nos lo negaron. Entonces nos
dijeron: “Tienen que ir a Caraballeda”. El cambio de Perú por La

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Guaira no dependió de nosotros. Fue una decisión de la jerarquía


porque los sacerdotes obreros no eran muy bien vistos. Quizás
porque todavía había la influencia del Vaticano que los había
prohibido hacía unos años. Pero Caraballeda era una urbaniza-
ción acomodada, con hoteles donde se reunía la Opep. Nosotros
no queríamos estar allí, por eso fui a hablar con el cardenal Quin-
tero y le he dicho: “Nosotros no hemos venido para eso” y él me
comprendió. De todas maneras, ya nosotros estábamos trabajando
en los barrios. Al final me dejaron quedar en Caracas, en La Vega,
con el padre González. Ya era marzo de 1966.

Yo me llamo Juan de Dios Monsalve, pero nadie me mienta así sino


que me llaman El Abuelo, que ahora es como mi nombre verdadero.
Antes, cuando yo era muchacho me decían Mono Eléctrico, porque
yo era empleao de la electricidá por muchos años y me la pasaba
montao en esos postes de luz de La Vega haciendo reparaciones,
cortando instalaciones ilegales que la gente hacía pa no pagar la luz.
Aunque aquí entre nos, cada vez que podía, yo me hacía el loco. De
todas maneras eso era inútil. La gente se montaba al día siguiente y se
volvían a conectá. En esa época, yo estaba joven y me encaramaba en
los postes con una cincha de mecate. Uno metía los pies en los estribos
y subía impulsando el cuerpo y abrazando el poste con los pies.
Después fue que empezaron a usar escaleras, cestas y cosas de esas.
Ahora, para decirle la verdá a mí no me gusta estar dando decla-
raciones porai sobre nadie. A mí lo que me gusta es leer. Eso sí me
gusta. Sí… pero lo que usté quiere es que le hable del tal Uitá. Pero
para decirle la verdá, ni falta hace que le hable… porai tengo un libro
de un muchacho de aquí de La Vega, que se fue a la guerrilla. El se
llamaba Alí Gómez, pero le decían Alicate. También le decían Musa-
raña porque una vez que el cura Uitá hizo una exposición de pintura,
él se presentó con una jaula y unas cosas raras adentro que él decía
que eran musarañas. Cosas de artistas locos, usté sabe. Bueno en ese
libro que él escribió antes de morir en Nicaragua, dizque desarmando
una bomba de los Contras, que eran los mismos yankis, él habla del
cura Uitá muy bien. Bueno, la verdá es que habla poquito. El libro

54
DOS

se llama… algo así como Memoria de un Ñángara… no me acuerdo


bien del título… En esos años le decían ñángara a los comunistas.
Pero déjeme decirle algo: primero, antes de contarle del cura Uitá.
Él no vino como cura de La Vega, sino como ayudante. El cura era un
llanero que me han dicho que todavía como que vive. Era así, echador
de broma, hablador, mamador de gallo, a mí me caía muy simpático.
Era muy distinto a aquellos curas italianos salesianos. Dígame…
había uno en la época en que estaba con los salesianos que decía que
había que mortificar la vista y que cuando uno viera que venía una
mujer, aunque fuera una vieja, uno y que tenía que mirar pal piso,
cuantimás si era joven. Bueno, el cura aquel era muy distinto. Hasta
le gritaba sus cositas a las mujeres en la calle. Bueno, nada ofensivo…
puro saludos así cariñosos. Aunque le debo decir que no me gustaban
algunas cosas de él. Él hizo algo que a mí me pareció mal. Eso fue
mucho antes de llegar Uitá. Todavía lo recuerdo.
Resulta que para ese momento, estoy hablando de finales de los
años cincuenta, empezaron a aparecer protestantes por el cerro
de la Tumbita, que por cierto se llamaba así porque habían encon-
trado unas tumbas. Decían que eran tumbas de gentes excomulgadas
porque se habían suicidado o algo así y no los podían enterrar en el
cementerio como cristianos. Bueno, los protestantes tenían su centro
por ahí. Iban de ranchito en ranchito tratando de conquistar a la gente
para que se metieran a protestantes. Decían cosas del Papa de Roma
y de la virgen María. A lo mejor eso estaba mal hecho que estuvieran
hablando mal de gente tan importante. Pero yo creo que tampoco
era para tanto. Bueno, siguiendo con el cuento, resulta que eso llegó
a oídos del cura. Entonces después de la misa, yo sé porque estuve
ahí, empezó a hablar contra los protestantes y a decir que había que
defender la iglesia católica y a la virgen y al Papa y no sé a quién
más. Y entonces se quitó la capa esa que usaba de colores con hilos
de oro para que no se le fuera a manchar por eso cerros… Casulla se
llamaba… y se quedó con el batolón tejido que se ponía arriba de la
sotana negra cuando decía misa y un cordón verde con flecos de oro
y empezó a decirle a la gente que todos teníamos que seguirlo. Los
monaguillos también iban con las sotanas rojas de monaguillo y las

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

mujeres con sus velos que se ponían en la cabeza y los hombres de


las cofradía del Santísimo salieron con pendones muy bonitos, todos
como en una procesión por la plaza, por la calle El Rosario, por la
Hoyada y todos nos quedamos admiraos cuando agarró pal cerro así
con ese gentío cantando aquello de “Aveeee Aveee Aveee Maríiaaaaa”
También cantábamos otras cosas que no recuerdo.
Cuando estábamos cerca de la Tumbita empezó a gritar para
que todos gritáramos con él. Él era como un director de coro: “¡No
queremos protestantes! ¡No queremos protestantes!”. Todos gritando
con él a pleno pulmón y él se ponía rojito gritando. Le confieso que
yo también grité porque eso era una cosa contagiosa, como cuando
ahora se ve por la televisión a la gente, cuando viene un cantante de
esos. Bueno, y había unas gentes de la cofradía del Santísimo y otros
de la del Carmen y de las Hijas de María, que eran a lo mejor las más
perjudicadas, por lo que decían los protestantes de la virgen María.
Bueno, lo cierto fue que esa gente le iban soplando al cura dónde
estaban los ranchitos de los protestantes, y entonces se paraban ahí
a gritar más duro, y los muchachitos de los protestantes empezaban a
llorar, y los que estaban afuera jugando salían corriendo para escon-
derse de aquel griterío. Porque la gente eran como perros bravos.
Ahí a mí me empezó a dar un poco de pena y dejé de gritar, porque
me daba lástima con esa pobre gente. Pero la cosa no terminó ahí, sino
que entonces unos hombres que llevaban el pendón lo recostaron de una
cerca y empezaron a agarrar piedras y las tiraban pal ranchito, contra
el techo de cinc y sonaba ese piedrero en el techo. Me imagino cómo
llorarían los muchachitos de los protestantes dentro del rancho. Ahí
fue que yo pensé que eso estaba muy mal hecho. Pero todavía hicieron
algo peor, algo que jamás puedo olvidar. Algunos hombres empu-
jaron los pipotes de agua que estaban en la entrada del ranchito y los
voltearon. ¿Usted se imagina? ¡Cuánto no costaba llenar esos pipotes!
Había que hacer viajes y viajes con unos tobitos desde la parte baja del
cerro, durante medio día para poder llenarlos. Eran dos pipotes y los
dos se los voltearon a esa pobre gente. ¡Pura maldad! Menos mal que al
final se cansaron de estar ahí y salieron para abajo otra vez gritando lo
mismo y cantando un poco de canciones de iglesia. (E. A.)

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DOS

Objetivo: los barrios

Al principio, comencé a trabajar abajo en el despacho…


haciendo cosas así de papeles, de matrimonios, bautizos. Pero
yo tenía perspectivas. Le he dicho al padre: “Al mismo tiempo yo
busco un camino en los barrios”, pero yo debía tener paciencia. El
padre tenía otra mentalidad y yo debía respetar sus puntos de vista
y al mismo tiempo tratar de encontrar mi propio camino. Tampoco
yo había viajado desde Bélgica hasta Venezuela para encerrarme
en una oficina en La Vega a escribir papeles y a atender los bautizos,
los matrimonios y decir misas. Eso era quizás necesario, pero
la gente estaba más allá de eso. Estaba en los barrios, sufriendo,
muchas veces sin trabajo, viviendo en la miseria con niños que no
podían ir a la escuela. Viviendo en ranchitos de tabla, sin agua, sin
cloacas. Yo quería estar más cerca de la gente.

Mis primeros recuerdos del padre Francisco se remontan


al año 67, cuando él vivía en la Casa Parroquial de La Vega con el
padre Guillermo González. Él dormía en la parte alta. Yo recuerdo
haber subido una vez y a mí me causó tristeza que al padre Wuytack
lo pusieran a dormir en cualquier cama y las gallinas encima de la
cama. Eso se me quedó grabado y me puso a pensar que por qué a un
sacerdote que estudió y viene de otra parte, por qué no lo pusieron
a dormir en un cuarto mejor. Aunque a lo mejor él ni quería eso, ni
le importaría eso. Pero para uno era la situación, el gesto, ¿por qué
tenían que ponerlo a dormir así?… Eso me dio a mí una cosa así de
sentimiento… como si no les importara su presencia. (J. R.)

Después de seis meses de haber llegado a La Vega, me metí


en los barrios. Al principio, el padre González se sorprendió. Le
parecía raro que un sacerdote estuviera por los cerros, pasando
horas entre la gente de los barrios, hablando con ellos. Quizás los
curas de Venezuela, en ese momento, no tenían esa costumbre,
esa manera de actuar. También había un prejuicio sobre los curas
europeos. Yo era belga y a lo mejor él pensaba que yo quería vivir

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

como un europeo con todas mis comodidades aquí en Venezuela.


Yo sentía que él no estaba de acuerdo con mi actividad en los
barrios por lo que le propuse: “Yo continúo ayudando en la iglesia,
que no sea una pelea. Yo voy a los barrios, pero sigo trabajando
aquí en la iglesia, en los bautizos, en las misas, en los matrimonios”.
Porque a mí no me parecía tampoco, que si yo venía a ayudar como
vicario yo fuera a decir: “¡Ahhh! Ahorita voy en mi camino”. Y lo
dejara a él solo con su trabajo de la parroquia. Por eso le he dicho:
“Vamos a compartir las cosas del trabajo”. Cuando le dije eso, él se
quedó más tranquilo y aceptó.

Yo le agarré gusto a la lectura cuando era un muchachito, y mi


mamá me metió en un Seminario que había aquí de unos curas sale-
sianos que quedaba ahí frente a la plaza, donde está ahora el Colegio
María Antonia Bolívar. Le estoy hablando, más o menos de 1936. Ahí
a uno le leían cuando uno estaba en las comidas. Uno comiendo y un
muchacho distinto cada vez leyéndole historias de santos, hasta Julio
Verne nos empezaron a leer una vez que un cura joven llegó ahí al
seminario. Bueno, yo me salí de too eso porque ahí había unos curas
medio raros. Pero me quedó el gusto por la lectura. Bueno, antes…
porque ahora no puedo leer mucho por lo de la vista. Yo leía cuanto
papel me caía en las manos, hasta los periódicos de los excusados me
los leía, que así llamaban a los baños antes. Fíjese que con los años
yo tengo aquí más libros que en la Biblioteca Nacional. Bueno, es un
decir. Pero es verdá. Esto es como una biblioteca, aquí viene todo el
mundo a prestar libros… y me lo devuelven porque si no, no le doy
más prestaos. Con los años, yo he acumulao más de mil libros, creo
yo. (E. A.)

Conocer a la gente

Primero, me fui siempre arriba para tener un panorama de


la realidad porque abajo la cosa era más o menos. Arriba, en los
cerros, tan más arriba que se andaba, no había agua, nada… nada.
Venían, entonces, los tanques, los camiones con agua… Las gentes

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DOS

en aquel tiempo tenían que pagar dos bolívares por el pipote,


tenían que hacer una… ¿raya? una cola… para recibir el agua y
llevarla para llenar el pipote. Yo iba también a la cola y me sentaba
por allí mirando un poco. Y muchas veces vinieron los niños y
comencé a hablar, pero yo no hablaba muy bien el español, porque
no es fácil para un flamenco… y entonces, los niños me llevaron
muchas veces a sus casas y encontré madres que no tenían ni
comida, madres enfermas, desamparadas, muchas veces. Padres
de familia que estaban un poco bebiendo… y así… Yo me metía
en todas partes porque quise conocer la gente, no como un obser-
vador. Quería que la gente me enseñara la realidad. No quería
conocerlos por opiniones, por unas ideas.

Guillermo González le habilitó un dormitorio junto a la cantina


del colegio e inmediatamente el nuevo cura generó gran cantidad
de comentarios en torno a su actuación como sacerdote. A mí me
costaba trabajo entrarle a Francisco. Era un tipo muy comprome-
tido, siempre andaba rápido, casi no daba tiempo para conversar
con él. Cuando trataba de abordarlo estaba solo, leyendo en medio
de los asientos de la improvisada iglesia, pero al perder la concen-
tración, cerraba bruscamente el libro, subía al cuarto lo guardaba
y salía con su moto a toda carrera sin rumbo conocido. A los días,
comenzaron los problemas con Guillermo González, porque Fran-
cisco tenía nuevos criterios. Por ejemplo, no necesitaba la “papeleta”
que exigía Guillermo González para bautizar, tampoco cobraba los
cinco bolívares del estipendio. Eso nos era indiferente a nosotros los
monaguillos, hasta allí todo iba bien. Pero lo grave para nosotros fue
que tampoco le gustaba que los monaguillos pidieran “la propina” al
padrino. Francisco decía: “Jesús fue bautizado sin trámites”, decía
insistentemente: “A Jesús no le pidieron papeles, ni San Juan Bautista
cobró dinero alguno”. Nosotros tratábamos de conciliar la metodo-
logía establecida, pero era imposible llegar a acuerdos, ante la actitud
irreverente de Francisco.
Un día nos vio cuando le solicitábamos la propina a un padrino,
y creo que eso colmó su paciencia, entonces nos llamó a conversar y

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

preguntó: “¿Por qué hacen eso?”. Después del exhorto, al escuchar


nuestras explicaciones concluyó: “Bueno, hagamos un trato. Cuando
el niño venga con vestido blanco y padrinos tengan zapatos brillantes
pueden decir “propina,” cuando al contrario, padrinos tengan zapatos
con tierra por los lados, está prohibida la propina”. En el momento
entendimos con toda claridad, que la susodicha propina quedaba
limitada a los habitantes de dinero de las zonas de El Paraíso, Vista
Alegre, Loira y sus alrededores que acudían a la parroquia a realizar
sus bautizos. Esto, a pesar de lo difícil de entender en el momento, fue
asimilado como una gran enseñanza. (C. R.)

No quería tener un criterio por lo que se decía. Por ejemplo,


la gente arriba, de los cerros es así, la gente no tiene solidaridad,
la gente es ladrona. No quise tener ningún prejuicio, quería hacer
tabula rasa. También en Europa decían, en reuniones entre curas:
“La gente tal, ¡ah! no son colaboradores, son tal”. Yo no creí nada
de eso, yo he dicho: “tabula rasa”. Yo voy a escuchar quiénes son
por mí mismo, descubrir quiénes son. Y la gente me ha enseñado
muchas cosas, muchísimas cosas y después he dicho: “Pero aquí
hay una filosofía popular.”

Antes de que él llegara aquí yo ya tenía muchos años viviendo, no


en este mismo lugar, sino en La Vega. Porque yo nací hacia lo que
antes llamaban la Culebrilla. Un campo mucho más allá de donde
pusieron la fábrica de cemento. En esa época no había fábrica ni na.
Puro monte y culebra, como se dice. Por eso a lo mejor le pusieron la
Culebrilla. Yo nací ahí en una casita bonita, de bajareque. Ahí mismo
en la casa, porque en esa época las mujeres parían en su misma cama,
sin médico, ni nada de eso. Sólo había comadronas. Después, con los
años, fue que nos mudamos para acá para el centro del pueblo, porque
mi papá empezó a trabajá como jardinero de la Hacienda La Vega. Mi
abuelo sí se quedó en la Culebrilla con el conuco. Bueno, para esos
años, le estoy hablando de 1940, yo ya tenía como quince años y ya
yo me había salío de los curas y ayudaba a mi abuelo en el conuco.
Porque yo ya había estudiao. Porque aquí donde usté me ve yo aprendí

60
DOS

hasta latín. “Sursum corda” quiere decir “arriba esos corazones” y


“pecata mundi” quiere decir “los pecados del mundo”… que deben ser
bastantes. Yo sabía algo de latín, no por lo de la misa que en esa época
era en latín… también porque los curas nos enseñaban latín. Aquello
de “rosa, rosae, rosarum”, uno tenía que aprendérselo de memoria.
Ya casi no me acuerdo.
Pero le decía que yo ya vivía por acá por la calle El Rosario que
la llamaron así, no por un error, sino por buscar una buena palabra,
porque como llamaban esa calle antes, era la calle El Osario por la
cantidá de huesos que ai se encontró cuando estaban construyendo
las casa de esa calle. Huesos de indios… porque la Vega era un pueblo
de indios cuando los españoles. Era lo que llamaban una encomienda.
Un español y que noble, con sable y todo, dueño de las tierras; una
tierramentazón con sus indios, que estaban bajo su cuidao, con un
cura, dominico a lo mejor, porque en esa época como que no había
salesiano ni jesuita ni na de eso. Un cura vestío de blanco era lo que
había, para que arriara a los indios pa el lao de la religión y lo que
ellos llamaban las buenas costumbres. Y el indio que se alzara, bueno
ya usté sabe, para eso era la autoridá del capitán, por eso a lo mejor
es que ai había tantos huesos. Los indios eran alfareros que eso era lo
que ellos sabían, hacer vasijas y cosas así de barro y la gente venía de
Caracas en burro, en caballo, en carretas a comprarle al español. Eso
yo lo he leío que era así. También sembraban maíz, caña, verduras,
frutas… todo para el encomendero que así se llamaba, y a los indios le
daban una migajita para que no se les fueran a morir. Siempre ha sido
así. Con los Delfinos, cuando Gómez en la fábrica de cemento también
era lo mismo. Los obreros sudando en esos hornos, chupando polvo, y
lo que le daban era dos bolívares para que no se fueran a morir, pues.
Y pensar que ese Delfino, según dicen era un pobretón que se casó con
una hija de Gómez y él le regaló esos terrenos para que pusiera su
fabriquita. Y mire usté ahora.
Pero yo le estaba hablando de La Vega cuando ya había caío
Gómez. Que cuando eso, fue un desastre. Ahí en la plaza vivía una
hermana de Gómez, porque La Vega era otra cosa, era como un
pueblo para temperá como ahora en La Colonia Tovar. Algo así.

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Bueno, cuando cayó Gómez, le decía que aquí se armó un zaperoco


y la gente se fue para la casa de los Gómez a saqueá. La casa era
una casa de veraneo que quedaba donde está el colegio Carlos Delfino
de las monjas salesianas. Hasta mi casa llegó un tío con un poco de
platos finos esos que llaman vajilla inglesa y unas sábanas suavecitas,
así como de seda. En una sábana de esa envolvieron a mi papá para
enterrarlo. Pero eso fue antes del cuarenta. Pero me estoy desviando
otra vez. (E. A.)

No solo palabras
Por la calle San José, estaba la ferretería de Carlos José Díaz, que
era el único que daba materiales “fiado”. Ahí sacaba fiado Wuytack,
materiales de construcción. Wuytack era muy trabajador, casi
todos los días estaba banqueando un terreno en lo que era el barrio
El Carmen, y cuando ya estaba casi banqueado, el terreno, cuando
estaban instalando los primeros palos que servían de columna,
siempre venía alguien necesitado, una mujer o alguien que no tenía
casa, y entonces Wuytack se lo daba y terminaba pegándose en otro
terreno. (L. P.)

Naturalmente este era un mundo muy distinto al de Europa.


La gente era diferente a la de Europa, tenían otra manera de ser.
Además hablaban otro idioma que yo no dominaba. Yo tenía difi-
cultades con el castellano, apenas lo hablaba un poquito, pero
había una energía mental porque uno quiere comunicarse, porque
a uno le gusta la gente y entonces hay contacto. En este sentido,
pienso, que era un contacto directo. Trataba de descubrir cada día
cosas nuevas, la situación de la gente, sus necesidades y cuando
hubo algo, comencé a participar. Por ejemplo, a participar en la
calle, metiendo tuberías, cloacas. Así comencé, sin decir predica-
ciones ni nada. No palabras sino una práctica.

Ese carajo fue un tipo, bueno es que tiene un carisma arrecho


y cuando llamaba a la gente, la gente salía, pues. Iba a trabajar o
apoyar cualquier idea. Una de las cosas que también me acuerdo

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DOS

fue cuando se iba a instalar la tubería de aguas limpias allá en Los


Mangos. Esa fue una de las vainas más arrechas que yo he visto. Se
fue a hacer la diligencia, pues, y como siempre pasa con los barrios,
dijeron que si la gente no trabaja el gobierno no les daba un carajo…
Entonces, el gobierno les daba las tuberías, pero las zanjas la tienen
que abrir ustedes mismos. ¡Coño, tú sabes lo que es desde abajo,
desde los Paraparos hasta Los Mangos! Esa era una vaina que era
arrechísima. Entonces Francisco dijo si no nos dan máquina noso-
tros mismos la vamos a abrir. Nooo… y así fue, pues. A pico y pala.
Yo me acuerdo un sábado en la mañana que iba subiendo a pie por
esa carretera negra y cuando veo esa vaina… ¡coño qué arrecho! Eso
era una vaina así de gente y subían y bajaban esos picos. ¡La gente
sí es arrecha de verdad! Esa es una de las vainas que nunca se me
olvidan. Bajaron de los cerros con sus picos y sus palas y ¡vamos a
darle! ¡vamos a hacerlo! Después debe ser que fueron inspectores
del gobierno y vieron la vaina y después trajeron las máquinas. Lo
de esa tubería fue antes de la serie de huelgas que vinieron después.
Eso fue impresionante, el cura llama a la gente y la gente viene con esa
voluntad porque ellos también, ellos la tienen. Ahí estaba Francisco
pegado también y todos nosotros… Roberto… Conrado… ¡todos! Y
todo a raíz de que tú tienes que crearle la conciencia a la gente y era lo
que hacía el cura. Y escuelas… Fuimos a Carapita y en Carapita había
una capilla chiquita. Bueno, esa es la escuela y a buscar alguien que
diera clases. La escuela que hicieron arriba en el cerro también, por
allá donde vivía Lourdes. Era la voluntad de Lourdes también. Ella
daba clases, iba por nada, no es que voy a recibir algo, o mañana o
pasado me van a dar esto, no, nada. Las gentes iban por su voluntad
propia, querían ayudar. Eso no se olvida, pues, y mucha gente siguió
esa línea. ¡La gente sí es arrecha de verdad! (A. P.)

Poco a poco, sin que yo les preguntara nada, sin que me pusiera
como un detective o un inspector, a preguntar, los hombres se
acercaron a mí y comenzaron a hacerme preguntas. Que por qué
había venido y que cómo me parecía el barrio. Ellos me dijeron
todo a mí. No sé por qué lo hacían, quizás porque la gente allí es

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

así, espontánea. Muchas veces la comunicación, el contacto es


como una chispa que marcha o no marcha. Pero traté… y no es
que el hombre nunca se equivoca, pero traté de no pensar: “¡Ah!
esta gente es tal”. Traté de no sentir que era más que ellos. Siempre
estaba riendo de mi mal castellano y decía: “Quisiera hablar caste-
llano como usted, como lo hace usted” ¿Comprende? Tenía también
respeto por esta gente. Por ello traté de comprender el existencia-
lismo de su realidad, la realidad en su totalidad y no un aspecto. No
el aspecto de cuánto dinero tienes, qué carrera has seguido.

Ahora con tantos problemas que continúan pero con una lucha
que se ha ido acentuando más, yo menciono a Francisco como una
escuela que nos marcó. Yo siento que a mí me marcó bastante. Porque
a veces la gente dice: “Yo vivo en el barrio, pero entonces me gradúo,
soy un profesional y entonces voy a mirar a los otros como menos que
yo”. Yo digo que es cuestión de oportunidades. Yo tuve el tesón de estu-
diar porque tenía eso desde pequeña, que yo iba a estudiar porque
yo no iba a repetir lo mismo de mi mamá que trabajaba en casas de
familia, ganaba cuatro bolívares diarios y nos tenía que dejar. Ella
tenía que ayudar a mi papá porque nos vinimos de allá de Mirimire y
entonces él se enfermó de hemorroides y después se enfermó más, y
mi mamá tenía que salir a trabajar y ganaba eso porque mi mamá no
estudió. Y yo pensaba yo sí voy a estudiar para que mi mamá se quede
con nosotros en la casa y así mi mamá va a estar con nosotros. Así fue.
Pero yo no me fui del barrio y la gente se ríe y me dice: “Lourdes,
si a ti la casa no se te cae, todavía estuvieras en La Vega”. Quién sabe,
a lo mejor, porque mi corazón todavía está ahí y en el trabajo. Hasta
hace un año estuve trabajando en La Vega. Pero son etapas que uno
va llevando pero no para ver a los demás como inferiores, para vana-
gloriarte, porque todos somos iguales. Yo siento que más bien la vida
es injusta y que cada uno de nosotros tiene una cuota de responsa-
bilidad en la injusticia de la sociedad. O nos tapamos y nos hacemos
los ciegos o sordos ante esa injusticia. Y yo digo que eso es lo que lo
consolida más a uno el trabajo.

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DOS

Cuando yo paso a trabajar con los jesuitas ahí sí no hablamos de la


parte religiosa, ni nada de eso, sino puro trabajo y actividades nues-
tras que Wuytack nos cultivó a nosotros desde sus vivencias porque él
era sacerdote y nosotros, los que estábamos allí, la mayoría, éramos
jóvenes y nos gustaba estar en comunión. Valorábamos lo que es la
eucaristía y de hecho nuestras reuniones tenían ese enfoque. Esa fue
una experiencia que uno la evoca y le trae recuerdos, así, bien agra-
dables y no de nostalgia, porque uno se siente consecuente con lo que
fue en ese momento y con lo que sigue siendo uno hasta ahora. (L. C.)

Quería ser realista, ver cómo las madres estaban cuidando


a sus hijos, luchando… Traté además de pensar en mi vida para
colaborar con ellos con cierto realismo. De aquella primera época,
recuerdo una experiencia que nunca olvido. Fue en La Vega, en
Los Paraparos, en la parte alta. Yo subía por los cerros a hablar con
la gente y un día entré a un ranchito. Quedaba en un callejoncito.
Era un ranchito con mucha pobreza. La señora tenía doce hijos y
su casa estaba por caer. Entré y vi tanta necesidad, tanta miseria
de esta gente. Entré y había una cama en desorden. Vi cinco niños,
saltando, balanceándose. Y de vez en cuando comían un cambur.
Era una imagen triste. Entonces ellos me comenzaron a contar
cómo era su historia, de dónde vinieron. Habían venido del inte-
rior. Habían pasado muchas cosas difíciles. “Es una historia, he
dicho, pero la historia continúa”. Entonces comenzamos a hablar,
comenzamos a construir otra historia, de salida, de posibilidades…
Así fueron esos días, de descubrimiento y de vivir algo de lo que
gente vivía allí. Comprender y compartir con ellos.

La Vega, siempre La Vega

Le decía que en el cuarenta esto era muy distinto, era otra cosa.
La Vega era un pueblito lejos de Caracas. Para llegar aquí había que
atravesar unos cuantos tablones de caña. La carreterita, estrechita,
iba por entre ese cañaveral desde la Plaza de San Martín, que ahí
quedaba la sanidá, hasta la entrada de La Vega. Uno pasaba por un

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

trapiche que quedaba a orillas del Guaire, porai por donde ahora está
el puente nueve de diciembre. Era una carreterita distinta que la que
iba para Antímano, que esa también iba estrechita por entre el monte
por lo que hoy llaman La Yaguara. Bueno, uno tenía que hacer un
viaje para ir a Caracas. Se iba en un autobusito de maderas, no era de
lata, too de madera, pintado de rojo, con una parrilla en el techo para
montar las maletas. Las ventanas no tenían vidrio, sino unas lonas
marrones que se enrollaban y se abrochaban abajo cuando llovía. La
puerta también era de lona y además del chofer había un colector que
era el que cobraba y gritaba: ¡San Martín! ¡San Juan! ¡Caracas! Así
era en esa época. El pueblo no era sino tres calles. La calle San José,
que no tenía casa ni nada, puro monte, que era la entrada del pueblo.
La calle Real que llegaba hasta la plaza y era donde vivía la gente más
pudiente… los Regalaos, los Quinteros que eran la misma familia, los
Menín que eran comerciantes. La otra calle era El Rosario, que ya
expliqué por qué se llamaba así. Después fueron haciendo la calle La
Hoyada que bordeaba el cerro donde vivía gente más humilde que ya
no cabían en la parte de arriba del pueblo y la calle Bermúdez que era
por donde uno se iba para subir el cerro de la Cruz y para llegar a la
cueva de La Vega, que también llamaban la Cueva del Indio. (E. A.)

Un día estaba vagabundeando un poco por el cerro, después de


haber terminado el trabajo. Ese día habíamos estado construyendo
una escalinata. Pasé por delante de un rancho… ni era rancho…
algunas láminas de cinc como techo, dos paredes de cartón y
adentro cinco niños de dos a ocho años, más o menos. La madre,
Ana, me dijo que su esposo la había abandonado hacía más de un
año. La niña mayor, Silvia, de ocho años, estaba sentada en una
esquina, tenía la cabeza y los brazos enrollados con trapos de mal
olor… La niña tenía una infección. Decenas de moscas volaban por
encima de su cabeza. Jamás había visto algo así, ni podía imagi-
narlo. Quise decir algo, pero Ana se precipitó hacia mí: “Francisco,
no tenemos nada, ni medicina, ni comida para hoy”. “No importa,
Ana, le traigo lo que pueda conseguir”. La frágil cara de Ana era
como un espejo en la que vi reflejar mi cobardía, mi mediocridad,

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DOS

mi pobreza. Tenía una expresión que ponía en duda todo lo que


uno llama importante en esta vida, cada día, cada momento. Era
una expresión que reducía todas las importancias a una sola cosa:
la vida. Lo demás, todo era superficialidad. Me despedí y le di un
beso a Silvia. Ella sonrió. “Es la primera vez que la veo sonreír”,
me dijo Ana. Tal vez Silvia sonreía porque me había sanado a mí.
Regresé esa misma noche con un poco de medicina y otras cosas
con las que nos preparamos un gran sancocho con arepas.

A Francisco lo conocí a través de la gente. Esto es, para la gente


era el modelo, el paradigma, el santo. Lo digo sin ninguna ironía.
La gente veía en él al hombre consagrado, entregado totalmente a
los demás. Entonces, ¿qué anécdota contaban de él? Pues contaban
cuando dio el colchón, cuando dio la cama, cuando dio la moto, o sea
que todo era generosidad. Suelo decir que en los barrios no se pierde
nada del trabajo que se hace, pero ni una gotita. Yo suelo mencionar
mucho un río, el río Guadiana. Es un nombre árabe, significa el “río
Ana.” El río llega a un sitio en que desaparece, se lo traga la tierra y
varios kilómetros más adelante reaparece y yo digo que el trabajo en
los barrios es igual. De todo el trabajo que hizo Francisco no se perdió
ni una gotita, lo que pasa es que como dice el salmo: “Unos son los que
siembran y otros son los que cosechan” y muchísimas veces la suerte
que yo he tenido ha sido por venir detrás de Francisco. Las cosas que
él fue sembrando, luego se van cosechando, y a lo mejor los jóvenes
con los que yo he trabajado son hijos de las personas con las que él
trabajó. (J. W.)

Cerro, como cerro había, pero no estaban casi habitaos. Una


casita aquí y otra casita allá. Ese cerro se veía desde mi casa así verde-
cito… y de vez en cuando unas manchitas blancas con el reflejo de los
techos de cinc. Casitas mayormente de bajareque, con sus corrales de
gallinas y hasta chivos vi yo ahí. Sus maticas de cambures, sus conu-
quitos de maíz. Así era. Gente que se había venido del interior después
que cayó Gómez. Gente sana. Campesinos, pues. Al final de la calle
real estaba la iglesia y la plaza. No era ese mamarracho de iglesia

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

que hizo Caldera. Una iglesia de verdá, con paredes de tapia así de
gruesas y con campanario y una pila bautismal de mármol puro, toda
blanca, como debe ser y con piso de mosaico y un altar como los de
antes. Ahí provocaba entrar… olía a incienso. Ahí fui yo sacristán
cuando estaba un cura salesiano que se llamaba Domínguez, en la
época de Pérez Jiménez. Una iglesia de verdá. A mí me dijo un señor
entendío de eso de iglesias que era de más de cuatrocientos años de un
estilo así… no Cótico… tampoco Parroco… algo así como Romano.
Bueno, eso no importa. Pero esa se medio derrumbó con el terremoto
del 67 y Leoni, y después Caldera, que y que era Cristiano, hicieron ese
mamarracho que usté puede ver ahí ahora. En lugar de repararla. Era
una tristeza ver ese corralón que hicieron después. Yo no entré más
nunca ahí. Una sola vez. Cuando llegó Uitá todavía estaba esa iglesia
que era una belleza.
Pero ya el pueblo era otra cosa. Había cambiado mucho, le estoy
hablando del año 66 que fue que él llegó aquí. Ya existía El Paraíso,
una urbanización de ricos, de gente de mucho modo. La fábrica de
cemento estaba más desarrollada y tenía como dos chimeneas, unos
tubos largos y gruesos que botaban y botaban polvo de cemento.
Casi ni se podía respirar. Los techos de cinc parecían platabandas
de cemento de la polvareda que se iba acumulando ahí con los años.
La gente se enfermaba, de bronquitis, de asma, de cosas pulmonares.
Mucha gente se moría de eso. Usté oía cada rato las campanas de la
iglesia que sonaban ¡tan! ¡tan! ¡tin! ¡tin! ¡tin! que eso se llama doblar
las campanas, un toque de muerto, pues. Yo aprendí como monaguillo
too eso. Y mi mamá decía: “Ya llevan otro viejito pa’ la iglesia. Otro
que no aguantó el cemento!”. A lo mejor ella pensaba en ella misma
que se la pasaba con una tos seca.
Bueno, para ese momento La Vega había cambiao mucho, como le
decía. Llegó un gentío del interior, sobre todo después que cayó Pérez
Jiménez. Eso no lo paraba nadie. Venían de los Andes, de los Valles del
Tuy, de los Llanos, de oriente, de Falcón, de todos laos. Gente buscando
mejor forma de vida, eran miles. Marcaban un terreno en el cerro,
porque primero fue el Cerro de la Cruz, La Tumbita, San Miguel.
Cuando se acabaron esos terrenos, entonces se metieron para los

68
DOS

Paraparos que eran unos terrenos cerca de la fábrica de cemento, que


en los años cuarenta eran puro jobo, cocuiza y árboles de parapara
que echaban unas frutas que no se comían, pero la concha marroncita
transparente se usaba como lejía, como jabón para lavar. Y la pepa,
una pepa negrita, la usaban los muchachos para jugar metra. Bueno
por ahí se metieron a fabricá ranchitos y después se fueron hacia los
Bloques que había construido Pérez Jiménez, que cuando eso fue que
se estaba produciendo la llegadera de gente. Porai quedaba después
los Cujicitos, los Canjilones, donde antes habían unas caballerizas
del ejército, el barrio del Carmen. Eran como hormigas. Pedacito de
monte que veían, pedacito que aplanaban, banqueaban y montaban
un ranchito. Yo he leío que eso se llamó la migración del campo a la
ciudá, que no sé por qué la llamaban así. Debe ser por la necesidá
que pasaba la gente. Igual que los emigrantes que llegaron cuando
Pérez Jiménez: los portugueses, los españoles, que también pasaban
trabajo. Ahora no, porque ahora son los dueños de hasta los centros
comerciales. Bueno la verdá es que casi nadie quería quedarse en el
campo. Entonces, La Vega cambió. Eran ranchitos por todos laos.
Hasta el terrenito que teníamos en la Culebrilla con el conuco lo inva-
dieron. De todas maneras nada podíamos hacer. Después de la muerte
de mi abuelo, un tío era el encargao del conuco y él prefirió entregar
eso, porque de todas maneras ¿sembrar para qué? La gente se metía,
se llevaba los cambures, la verdura, la yuquita. No valía la pena. Ahí
fue que empezamos a ver miseria en La Vega. Porque antes pobreza
había, pero no esa miseria. Eran barrios y más barrios. Estaban
también El Milagro, Carretera Negra, los Mangos, las Casitas… pare
usté de contá.
Bueno, pero el asunto de Uitá… Uitá llegó aquí el año 66, cuando
gobernaba Raúl Leoni. Un calvito que como que era de por allá de
Guayana. Dicen que se hizo rico comprando fundos por allá. Era una
época difícil. Ya había gobernao Betancur, aunque las malas lenguas
decían que cuando Leoni, el que mandaba de verdá era Betancur, el
partido, pues. Betancur se volvió pura promesa, que si la reforma
agraria… ¡qué reforma agraria! Más terreno para los ricos y algunos
adecos pobres que después se hicieron ricos. Y los campesinos para

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

afuera. Lo que había eran latifundios para los ricos. Por eso es que los
campesinos se venían para acá también. Pura bulla Rómulo, que si los
pobres, que si Juan Bimba, pura mentira. ¡Qué va, puro plomo! Plomo
pal que se resbale, plomo parejo. Él le decía a los policías, que les
decían esbirros y sapos: “¡Disparen primero y averigüen después!”.
Así era la vaina. Hubo muchos torturaos y muertos. A los guerri-
lleros los tiraban de los helicópteros. Porque como usté debe saber,
la guerrilla empezó con Betancur y eso porque él se puso de acuerdo
con Caldera y con Jóvito para sacar a los comunistas del gobierno. Ni
una jefatura les dieron, después que los comunistas se habían quemao
el pecho luchando contra Pérez Jiménez, que le decían el gordito del
Táchira. Se pusieron de acuerdo; sí, dicen que desde Nuevayor cuando
ellos vivían allá ya estaban de acuerdo para no darle chance a los
comunistas. Dicen que hicieron un pacto en la casa del millonario ese
norteamericano que después fue dueño de los Cada, el tal Roquefeler.
Bueno, eso fue el Pacto de Punto Fijo. Que no sé por qué lo llamaban
así. El pacto de Nuevayor es que se debería llamar… pero como que
fue porque lo firmaron en una tremenda quinta que tenía Caldera por
los laos de Los Chorros, donde se la pasaba jugando dominó con sus
amigos que eran puros banqueros y dueños de empresas.
Mire, le voy a decir una cosa porque por la verdá murió Cristo. La
verdá es que yo fui adeco. Yo también caí en la trampa de Betancur
con eso de que él le conseguía baratas las multisápidas que así era
como él llamaba a las hallacas. Fui adeco, pero cuando me di cuenta
de la verdá, me salí de eso. Por ejemplo, lo de la matazón en El
Silencio. Había una manifestación de desempleaos que iban por San
Martín para reunirse en la plaza Oliari, esa que queda en El Silencio,
y Betancur les mandó a echar plomo, plomo parejo. Corrieron con
suerte de que no hubo más muertos. Hubo cuatro muertos y un poco
de heríos y más de cien presos, solo por salir para la calle a pedir
trabajo. Pero Uitá llega es en el 66 cuando todo eso había pasao y ya
estaba mandando Leoni y los guerrilleros estaban metíos hasta en los
barrios. Yo vi más de uno. (E. A.)

70
DOS

La Chispa

En esa época comencé, también, a tener contacto con los


jóvenes. Yo pensé siempre que la juventud era no solamente
importante, como dicen los partidos: la juventud es el futuro…
Pensé, y creo todavía que, sicológicamente, en una sociedad, la
juventud es como una chispa. Los jóvenes, claro, también los
mayores y los niños son importantes, pero los jóvenes eran como
una electricidad. Tal vez como dice Lenin, aunque no tengo nada
que ver con él, pero dice: “El comunismo es una electricidad”. Y yo
digo: Los jóvenes son una electricidad, son la chispa.

A mí me invitaron para hacer unos equipos con un cura nuevo


que llegó de Europa y pensé que era un equipo de fútbol y la vieja
me decía: “Anda Conrado, llévate a Freddy y al otro”. Era un padre
nuevo que quería hacer unos equipos… ¿unos equipos de estudio? En
realidad eran unos equipos de conversación para motivar la parte
social de las personas… que había que pensar en lo de los pobres,
en la sociedad, en cómo se está viviendo. Esas eran unas reuniones
de galletas y refrescos y era como conociéndonos unos con otros.
Después, se empezó con la idea de leer el Evangelio, interpretarlo.
Cada uno exponía cómo lo veía, cómo lo entendía. Cada párrafo,
cada pensamiento del Evangelio era una proyección, una acción. Era
un grupo de jóvenes, muchachas, muchachos. Todos con una cierta
inquietud, unos más apáticos que otros, unos más receptivos, unos
más activistas. Así fue el comienzo. (C. G.)

Había, además, en todo esto una pedagogía, porque el trabajo


en el barrio se volvía un aprender. Por ejemplo, con esta historia de
la que he hablado antes, la de la casa donde estaban los cinco niños,
después otra historia se construyó, algo cambió y desapareció el
fatalismo. Al ver cosas así, tal vez muchos jóvenes dirían: “¡Ahhh!
¿Qué hemos hecho? Muy poco”. Para mí eso era una pedagogía.
Pensaba muchas veces en eso. El contraste de la vida cotidiana
de tanta gente, con sus familias, trabajos, estudios, distracciones,

71
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

comidas pero que no se interesaban por esas otras vidas que


estaban ahí cerca, en el cerro, en los barrios. Tampoco se trataba
de que yo fuera un juez, pero quería que la gente pudiera ver esa
otra realidad. Entonces por eso mi contacto con muchos jóvenes.

Posteriormente sí se dio una verdadera reunión en el Centro


Lituano y fue donde comenzó a conformarse algo así como una idea
de grupo. Eso fue como el inicio, el contacto, ese primer contacto
con Wuytack. La actividad fundamental que hacíamos en el Centro
Lituano era leer el Evangelio, analizarlo, tratar de entender lo que
realmente decía y después tratar de llevarlo a la práctica durante toda
la semana, para que el sábado siguiente contáramos cómo fue que se
llevó a la práctica. Al principio eran cosas, si se quiere, desde el punto
de vista espiritual. (L. C.)

Pero para ellos no era tan fácil, tenían también sus tareas.
Algunos jóvenes, muchachos y muchachas dedicaban su tiempo
a la casa, al trabajo y a veces era difícil encontrar tiempo para
conocer esa otra realidad. Yo creía que ese era el primer paso,
que pudieran ver ese otro mundo que estaba allí, cerca de ellos.
Al principio fue solamente el contacto, hablar, preguntarles cosas
de Venezuela, preguntarles sobre sus estudios, sus trabajos, sus
familias; comprender también su mundo. Poco a poco, algunos
empezaron a ir también a los barrios a hacer cosas. Después de
algún tiempo creamos un movimiento. Se llamó: “Jóvenes para
Cristo”. Trabajaban y se reunían para leer y discutir el Evangelio.
Pero yo pensaba que no se trataba solamente de leer y discutir el
Evangelio, sino también la práctica. Lo más importante era vivir el
Evangelio, no solo palabras.

El Evangelio y la Revolución de la Conciencia

Cuando yo conocí a Wuytack, yo era militante del Partido Comu-


nista. Recién llegado, él se la pasaba en la plaza de La Vega. Nosotros,
en el Partido, lo veíamos diferente y nosotros nos le acercamos en más

72
DOS

de una oportunidad y montamos unas tertulias ahí con él. Le planteá-


bamos temas políticos. Después nosotros veíamos la actividad social
que él desempeñaba, cuando ya estaba en la capilla de El Carmen. Él no
estaba de acuerdo con aquello del pan de San Francisco que se repartía
en las iglesias. La gente iba para allá buscando el pan de San Francisco
y él decía: “¿Qué pan de San Francisco? Eso no es necesario”.
Éramos varios jóvenes que nos reuníamos con Wuytack ahí en
la plaza de La Vega y comenzábamos a hablar sobre política. Uno
le hablaba de eso y le insinuaba la cuestión del partido comunista y
a él como que no le gustaba mucho el tema, no se adhería mucho a
ese tipo de conversación, inmediatamente cambiaba el tema, variaba.
No se quería como involucrar en ese tema, pues. Nosotros veíamos
que no estaba ganado para eso y al principio lo veíamos como un
enemigo. Decíamos: “Este como que es un cura como cualquier otro”.
Yo fui varias veces a visitarlo a la capilla de El Carmen, cuando ya se
le veía que tenía solidaridad y cosas de ese tipo. Había un personaje
que llamaban “el dumbo” que era un guerrillero que vivía en La Vega
y él tenía contacto con Francisco Wuytack. Dumbo vivía por los Para-
paros. En una oportunidad fomentó un tiroteo fortísimo con la policía
y logró huir. Posteriormente me enteré de que lo habían capturado y
no supe más de él. Quizás fue uno de los tantos desaparecidos. Noso-
tros después discutíamos las cosas de Wuytack con la intención de
apoyarlo, protegerlo. Sin tratar de involucrarlo directamente. Él, o no
tenía formación marxista, o si no, la escondía, a lo mejor la tenía, pero
la escondía. No tenía ningún interés en involucrarse en cosas polí-
ticas. Cuando a él lo expulsan por primera vez, él no tenía nada que
ver con la guerrilla. (L. P.)

Recuerdo cuando se le cambió el nombre al grupo de Jóvenes para


Cristo por La Revolución de la Conciencia. En todos los panfletos,
Wuytack escribía: “La revolución de la conciencia”. A Tito, eso de
Cristo le parecía muy débil, Tito tampoco compartía mucho la esencia
de la religión. Él decía que eso de Jóvenes para Cristo era muy cursi,
muy mamita… Yo le refutaba: “Tito, aquí el Evangelio es un arma de
combate. Se trata de combatir esta sociedad podrida”. Pero él nunca

73
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

llegó a entender eso. Entonces Tito, en su trabajo, en su relación con


otros grupos, tuvo la idea de cambiar el nombre. Pero para nosotros
eso no era importante. (C. G.)

El Evangelio es un mensaje tan profundo, porque Jesucristo


tiene un mensaje no solamente espiritual también filosófico, hay
una totalidad del ser humano en él porque es puro, no conta-
minado y la juventud, ante mis ojos, también tenía algo puro.
Después, también hablamos sobre el Evangelio como la liberación
del hombre, pero en la tierra.

Mi contacto con Francisco fue a través de una muchacha de El


Carmen que había conocido a Francisco. Vino la idea de reunirse
con jóvenes conocidos en el sector. Entonces, fuimos a la Capilla:
Rafael, Daniel y yo más esa muchacha. Y ahí comenzamos a tener los
contactos con Francisco. En el transcurso de los días, cuando visitá-
bamos a Francisco más seguido, pensábamos que se trataba de esas
labores catequistas que utilizan los sacerdotes en los barrios: enseñar
religión y nosotros pensábamos que se trataba de eso… y bueno, de
todas maneras vamos a brindarle un apoyo, pensamos. Que se diera a
conocer, ayudarle a tener esa entrada, pues, en el barrio y en todos los
sectores. Eso fue lo que inicialmente nosotros pensamos. Pensamos
que esa era la imagen de Francisco. Lo vimos así, pues, de esa manera.
Pero no era esa la tónica con la que Francisco quería tratar con los
jóvenes. Francisco ni hablaba bien el español, no era fluido como en
los últimos años. Nos reíamos un poco por la forma en que no se daba a
entender en español. Pero sin problema con él. (A. Ch.)

Todavía no hablábamos sobre la teología de la liberación


porque no existía. Yo creo que nosotros hemos comenzado con la
teología de la liberación sin saberlo. En mis ojos, éramos precur-
sores. En ese momento siempre pensé que la Iglesia no era algo
solo para reflexionar sobre el más allá. No era solo para la salvación
en el cielo. Era necesario también la salvación aquí en la tierra, la
liberación de los oprimidos aquí en la tierra. Yo lo decía siempre

74
DOS

en la misa o cuando hablaba con los jóvenes: la lucha por la libe-


ración está también aquí en la tierra. Había que trabajar por las
necesidades de los más pobres. Cuando hablaba con los jóvenes,
recuerdo que discutíamos que la Iglesia se había desviado de su
objetivo. Comentábamos que la Iglesia primitiva era verdadera-
mente una Iglesia comunitaria donde los cristianos compartían
todo lo que tenían, no había egoísmo. Muchos jóvenes querían
hablar, discutir, conocer más. Por eso, aunque a mi juicio era lo
más importante, no hablábamos solamente del Evangelio, también
hemos hablado sobre algunos filósofos.

Creo que fue al año siguiente que empezamos… que empezó


a sacar ese folletico con la foto de César Rengifo. Ahí había pensa-
mientos de Saint Exupery, de Gide. Todo ese tipo de cosas que uno
fue aprendiendo a través de él. Después las conversaciones. Uno se
sentaba en la capilla El Carmen y él iba dando explicaciones, él iba
mucho a la Biblia, pero también citaba El Principito. Ese libro lo
conocí por él… Toda esa serie de cosas que se fueron conociendo a
través de Francisco, de lecturas de Albert Camus. Todo ello a través
de Francisco. (T. T.)

Yo, en esos años, aprendí mucho de los jóvenes, de su actitud,


de su manera de actuar, de su manera de pensar. Muchos jóvenes
participaban ayudando a la gente, ayudándolos a construir, cola-
borando en el trabajo comunitario para mejorar el barrio, dando
clases a los niños que no tenían cupo en las escuelas. También
participaban en las manifestaciones que se organizaron para
exigir luz, agua, calles, cloacas. Para exigir escuelas para los niños
sin cupo. Otros empezaron a trabajar con la alfabetización de
adultos. Daban clases en la noche, pero todo con mucha prepara-
ción. Algunos, como Rafael Angulo, estudiaron a Paulo Freire y
aplicaban sus ideas al método de alfabetización.

¿Los muchachos que andaban con el cura? Claro que los conocí,
pero así de vista. Uno se saludaba y eso. Pero conocimiento así de

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

trato, de amistá la verdá es que no. Los llamaban los muchachos del
cura, también les decían los hijos del cura. Unos eran de por aquí de
Los Paraparos, otros de los Bloques, otros yo vi que vivían por la
plaza, por la calle Real, por la calle El Rosario. Uno los veía por aquí y
por allá trabajando, dando clases, organizando cosas, música, teatro,
cosas así artísticas de pintura y de hacer estatuas. Cosas que el cura
les enseñaba. Claro, eran como todos los muchachos, tenían sus
noviecitas… a veces muchachas del mismo grupo. También los fines
de semana hacían fiestecitas… cosas de muchachos y muchachas
jóvenes. También, a veces, hacían sus vainas…. le quitaban la moto
al cura y hacían competencias por la bajada de los Bloques. Porque
para ese momento Uitá tenía una moto. Una tremenda bicha. Creo
que era una triunf, de esas de las que llaman de alta cilindrada. Yo oí
decir que con ese aparato se podía correr hasta trescientos kilóme-
tros por hora… yo no sé mucho de eso. Lo que sí le digo es que el cura
también era medio volao, por eso a lo mejor se llevaba tan bien con los
muchachos y le echaban bromas y cosas así. El cura aprendió a decir
groserías, parece que algunos de los muchachos le decían que así era
como se decía. Por ejemplo, que cuando alguien estaba bravo había
que decir arrecho y cosas así. Todo por echarle broma. Recuerdo una
vez que yo estaba encaramao en un poste haciendo mi trabajo, cuando
oigo una moto que sonaba como si le iban a fundir el motor y veo que
pasa el cura a una velocidá increíble por la bajada de los Bloques.
Pero lo más extraño es que llevaba de parrillero a un policía, que lo
llevaba abrazado por la espalda para no caerse. No había pasado
un minuto cuando veo una patrulla de esas de la policía corriendo,
despepitada atrás, como si los quería alcanzar. Nunca supe qué fue lo
que pasó allí. Pero esa moto no le duró mucho, después parece que la
vendió para remediarle una necesidá a alguien con la plata. Así era el
cura. (E. A.)

Una anécdota que recuerdo fue la vez que me agarraron con


Wuytack, cuando decretaron la prohibición de andar dos en motoci-
cleta. Yo venía del barrio El Milagro con Wuytack en la moto, yo como
parrillero. En el barrio El Carmen venía subiendo una radiopatrulla

76
DOS

y nos detienen. Entonces me bajan violentamente y me meten en la


parte de atrás de la patrulla. Iban tres policías. Un policía se bajó
y se le montó en la moto a Francisco y le dice: “¡Vamos a la Jefatura,
lléveme!”, Francisco se niega y le dice: “Si me está deteniendo porque
llevo a otro en moto, ¿cómo lo voy a llevar a usted? No entiendo”. El
policía insiste: “Tiene que llevarme a la Jefatura, tenemos que llevar la
moto”. Y Francisco: “No puedo llevar a otro en moto porque usted me
ha dicho que hay una ordenanza que prohíbe llevar a otro en moto”.
Entonces el policía muy alterado saca la pistola y le grita: “¿Me va a
llevar o no? ¡Lléveme rápido!”. Entonces Wuytack le dice: “Si es así,
lo llevo” y arranca esa triunph con una potencia increíble bajando
por los bloques, yo creo que a ciento y pico. El policía que al prin-
cipio andaba solo agarrado en la parte de atrás, se abrazó fuerte de
Wuytack. Y el que manejaba la patrulla trataba de alcanzarlo pero no
podía. Cuando llegué a la Jefatura en la patrulla, había un gran escán-
dalo ahí. El policía dando gritos furioso, temblaba: “¡Ese hombre está
loco, nos íbamos matando!”. Decía un poco de cosas y Francisco le
decía calmadamente, en voz baja: “Usted me ha dicho que lo traiga
rápido y lo he traído rápido, ¿por qué está molesto conmigo? Lo he
traído rápido”. (R. A.)

No basta rezar

Porque yo quería entrar en la manera de ser del venezolano y


los jóvenes me ayudaron a entrar más y más en ese pensamiento. A
veces con bromas, bromas de palabras y cosas así, pero yo aprendí
mucho a trasformarme, porque yo no solo quise hacer de labios
para afuera, no solamente rezar, pero quise transformarme y en
tal sentido me ayudaron todos, muchos jóvenes me ayudaron. Era
vivir verdaderamente. Entonces hemos comenzado, en los barrios,
a trabajar de una manera enérgica e integral a favor de las clases
humildes, de las clases desposeídas. Mucha gente habrá pensado:
este Francisco es un espontáneo, un espontaneísta, y pienso que
en cierto modo lo era. Yo quería que cada uno se desarrollara en su
propia dirección, yo no quería dirigir a nadie.

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Además del trabajo de la biblioteca, recuerdo una serie de activi-


dades culturales. La exposición de pintura en el Centro Lituano. En
la exposición de fotografía participó en la selección y ampliación mi
hermano Luis y un primo, Ramón Alberto. Era como una recopila-
ción de todo el trabajo que se había hecho en las distintas comuni-
dades. Allí aparecía el trabajo de La Vega, Antímano, Petare, la Cota
905. Era como una retrospectiva del trabajo comunitario. Tenían un
gran valor de difusión y era algo que en ese momento tuvo una gran
importancia porque permitió difundir el trabajo hacia todo el mundo.
Conocer algo diferente de un grupo juvenil que tenía una relación con
Wuytack. En el montaje de las estructuras de cartón piedra, pintadas
de blanco, con marcos de cartulina negra y en las leyendas, traba-
jaron Francisco, Alí, Roberto, Pedro.
De la exposición de pintura recuerdo menos. Allí había unas
obras de Alí Gómez, con un arte como conceptual. Había una que era
una jaula con un pájaro y algo relativo a una musaraña y por eso,
después, le decían Musaraña a Alí. También otra que resultó ser un
excremento barnizado, esa obra se la compraron también. Allí pasó
de todo. También recuerdo la participación de un grupo de cámara
que se presentó varias veces en el Centro Lituano. Era un trío. Un
concierto de cámara. Eso tuvo mucha repercusión. También recuerdo
el trabajo de teatro con una obra compuesta por Francisco: Damasco
y también La Pasión de Cristo donde participábamos muchos en la
producción, en el montaje. Había mucho trabajo de teatro. Wuytack,
tal vez por su formación y la experiencia en Grecia, traía una fuerza
del teatro griego que trató de transmitírnosla a nosotros y nosotros
quedamos marcados. Yo, por lo menos, quedé marcado con todas esas
experiencias y cuando converso hoy en día con personas que estu-
vimos en esos eventos, realmente evocamos esos momentos.
También conocí de los trabajos de Francisco en la capilla.
Trabajos de carácter cultural, artesanal. Yo no trabajé directamente
allí pero lo conocí. En ese momento, la biblioteca se había mudado de
la plaza hacia el barrio El Carmen. Se mantuvo esa biblioteca después
que yo me fui y allí había reuniones de formación, había actividad
productiva. Muchos de los jóvenes trabajaban en la escuela dando

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DOS

clases o trabajaban en la comunidad. También tenían la posibilidad


de hacer un trabajo dentro de los mismos espacios de la capilla de
abajo, de La Laguna. Allí se hacían trabajos de herrería, latonería y
también mecánica que permitían tener esa como economía alterna-
tiva. Que la persona tuviese la oportunidad de mantenerse. Porque
nadie le iba a pagar por estar en contra de lo establecido por el mismo
sistema. Esa fue una visión que comenzó a darse en esa época y que
ahora se plantea como una política de estado. (R. A.)

Allá, por ejemplo, en un callejón, en un barrio, iban a trabajar


algunos jóvenes. Eso es primordial. En diferentes callejones de
Los Paraparos, Carapita, El Milagro, calle Zulia, Los Mangos,
Carretera Negra se montaron escuelitas gratuitas. Ahí estuvo
un montón de pioneros: Aníbal, Carmen, Laura, Jesús, Rafael,
Josefina, Yolanda, el Chino, Lourdes, Alí, José Luis y otros. Ellos
abrieron caminos que conducían a un despertar. Faltaba mucho:
cuadernos, bolígrafos, pizarrones, banquitos, ranchos y sobre todo
organización. Cada día fue una conquista. Fracasamos continua-
mente. La suerte, la tenacidad de los voluntarios, de los habitantes,
de los niños, nos salvaron.

Recuerdo uno de los primeros trabajos que se hizo. Creo que Luis
Angulo fue el que hizo la proposición de hacer unas encuestas, un
censo a la gente del barrio El Carmen para saber una serie de detalles.
Yo no recuerdo cuáles eran esos detalles porque yo era un muchacho
que lo que estudiaba era segundo año de bachillerato y Luis Angulo
era un profesor, era más aventajado y el que tenía en sus manos toda
la parte de esta encuesta. Yo recuerdo que me tocó a mí la parte del
bloque dos de La Vega para hacer esas encuestas. Lo que llamaban la
calle 7 de Septiembre y otros callejones que la rodeaban. Pienso que
Francisco Wuytack y Luis Angulo sacarían sus conclusiones de esas
encuestas del trabajo que se iba a hacer.
Allí, Francisco se propuso hacer un centro cultural. Nosotros
no teníamos esa experiencia de cargar arena y sacos de cemento y
resulta que este centro cultural a Francisco se le ocurrió hacerlo en

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

la mitad de la falda del cerro. Pero se aprendió, yo aprendí a cargar


cemento. Las manos estaban ampolladas me acuerdo yo, pero íbamos
para adelante, pues. Era muy interesante aquello.
También recuerdo el acueducto de Chaguarama. Chaguarama es
un pueblo que queda en la vía de San Casimiro. La primera vez que
nosotros fuimos a Chaguarama, fuimos Francisco, Luis Angulo…
Rafael… y otros en una camioneta panel Volkswagen de color azul,
alquilada, con otro sacerdote. Había un carro azul también, un
Renault azul… de Luis Angulo. Hicimos contacto, o Francisco ya había
hecho contacto con gente de la comunidad. Allí también se puso en
práctica la encuesta que había diseñado Luis Angulo, era un censo…
esa es la palabra. Recuerdo también que Edilia Picón se metió en unos
ríos por allá y agarró bilharzia, se contagió de bilharzia. También
recuerdo a Mabel Río, ellas eran docentes… Emiliana estaba con
Celeste Saldiña. Bueno, se hizo esa encuesta, el censo, para ver cuáles
eran las necesidades y nos tocó hacer un trabajo por lo que arrojó
aquel censo. La gente planteaba principalmente que no tenían agua
y nos tocó hacerles un acueducto a aquella gente. Francisco Wuytack
se la ingeniaba para conseguir material de construcción y todo eso.
Se endeudaba, pagaba, buscaba dinero entre los grupos sociales que
tenían poder adquisitivo y lo lograba. La mesada que me imagino yo le
mandaban de Europa, él la disponía para la gente y para pagar en las
ferreterías, como pasó en este caso. (E. M.)

Cultura comunitaria

Todo era todavía caótico y mal organizado, a veces una


continua confrontación entre el intelecto y la emoción. Un paso
importante en este proceso era la confrontación dentro y fuera
de los barrios. Yo quería que los niños pudieran tener otras expe-
riencias, que en sus vidas no estuviera solamente el día a día duro
del barrio. Quería que ellos conocieran otras cosas distintas más
allá del barrio, en la ciudad, pero había dificultades, faltaban
recursos. ¿Cómo hacer que esos niños pudieran trasladarse a la
ciudad? Entonces conseguí, gratuitos, veintiún autobuses de las

80
DOS

escuelas privadas y de Los Paraparos. En eso tuve apoyo. Organi-


zamos una visita a la ciudad que no fuera solamente un paseo, sino
también un contacto con otras experiencias de la cultura. Con los
autobuses pudimos trasladar a centenares de niños. Visitamos la
casa natal de Bolívar y la Catedral. Allí un organista tocó para los
niños La Fuga de Bach. Finalizamos en el velódromo de La Vega
con danzas y canciones de los niños. Además, organizamos otras
actividades para los adultos. Recuerdo las exposiciones de dibujos,
las canciones y danzas que se presentaban la noche de los sábados
en la plaza. Esto creó un ánimo popular entre la gente.

Una de las ideas era promover la cultura, y el cura nos decía, y


lo escribió en unos papelitos, que hay ciento ochenta y cinco barrios
en Caracas y no había un centro cultural en esos barrios, no habían
teatros. Entonces, entre la misma gente, nosotros vamos a buscar
nuestra propia manera de hacer cultura. (C. G.)
Como artista, desde sus inicios, Francisco ya mostraba esa
tendencia, esa creatividad para el arte. Recuerdo mucho las figuras
que hizo en la capilla del Milagro donde las paredes tenían imágenes
en altorrelieve. Imágenes creadas por él, pero con la colaboración de
los jóvenes. Era un trabajo de mucha belleza. Lamentablemente, en
ese espacio se construyó la escuela Vicente Emilio Sojo y se tumbó la
capilla por lo que no quedó muestra de eso.
También detalles como, por ejemplo, la forma de la puerta de
la capilla de La Laguna. No era un rectángulo, sino una especie de
rombo, irregular en su vértice, arriba. Yo recuerdo los dolores de
cabeza que le daba a los herreros. Porque para hacer una puerta
para ese diseño… yo recuerdo que un herrero decía: “¿A ese cura
no se le ocurrió hacer una puerta común y corriente? ¿cómo pongo
una bisagra aquí?”. Al final no sé si la hicieron ellos mismos. Muchos
herreros no pudieron hacerlo. Era un diseño único. Aparte de eso,
todo el trabajo que trajo aquí de mosaicos, con fragmentos de losas.
Hacía varias figuras y dio talleres a las muchachas y muchachos y se
trabajó en la capilla con esos materiales.

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Siempre había esa tendencia de Francisco hacia lo artístico, no


solamente en la escultura y la arquitectura. También hacia la música,
por el baile. Su personalidad apuntaba mucho hacia esa creatividad
artística y cultural y eso nos lo transmitía. A mí, particularmente, me
quedó algo de eso. En el teatro recuerdo la presentación de Damasco.
Una obra en la que participamos en el montaje, en la producción y en
la dirección. También el montaje de La Pasión de Cristo, en la que
hizo de Cristo Rafael Nieto y después lo llamábamos Cristo y se quedó
aún hoy día con ese nombre: Cristo. (R. A.)

Cuando estábamos actuando, yo observé también muchas


veces que para los jóvenes, el trabajo en los barrios no era fácil.
Recuerdo por ejemplo, el trabajo en la Cota 905. Allí los jóvenes
trabajaban día por día, con lluvia, con sol. Trabajo duro, subiendo
arena, sacos de cemento. Trabajando con el pico para cortar
la roca. Todo desinteresado para hacer allí un centro cultural,
limpiando la basura de los callejones del barrio, con la gente de
allí, aunque muchos vivían en otra parte y no estaban acostum-
brados a este tipo de actividades. En la Cota 905, también orga-
nizamos un domingo una limpieza total del barrio. Fue nuestra
primera actividad en la Cota. Allí fueron los jóvenes a hablar con
la gente de casa en casa sobre la necesidad de mantener el barrio
limpio. La idea era recoger la basura que había por todos los calle-
jones, de limpiar los callejones que estaban llenos de aguas negras.
Entonces, ese domingo no fueron solo los jóvenes a limpiar, sino
mucha gente del barrio, los adultos, los niños, todos. Fue un trabajo
comunitario, pero los jóvenes tenían un papel que hacer: mover a
las gentes, participar con ellas.

Nosotros, por la información que teníamos del padre Wuytack


a nivel personal, pensábamos que era una persona admirable, un
cristiano auténtico, integral, comprometido. Sin embargo, también
nosotros, de la información que nos llegaba, teníamos algunas apre-
ciaciones. Como por ejemplo que, bueno, por ser un sacerdote secular
y extranjero él había tenido que enfrentarse, él solo. Había tenido

82
DOS

como un trabajo muy personal él, como Iglesia, en esa comunidad,


directamente con la gente. Yo creo que Wuytack fue el pionero, uno de
los pioneros. Puede ser que haya otro, pero él fue el más resaltante, el
que nos impactó. Fue uno de los pioneros de la inserción de los sacer-
dotes, de la Iglesia en los sectores populares. Fue como el que abrió,
el que derribó esas pesadas puertas que mantenían distanciados a
los religiosos y a los sacerdotes de los sectores populares y de la lucha
popular. No ir al barrio a meterse en una iglesia de cuatro paredes,
sino que iba a acompañar a la gente en donde fuera, en donde lo nece-
sitaran. Él, creo, que fue uno de los pioneros de eso porque todavía
prevalecía en la Iglesia venezolana y caraqueña la concepción tradi-
cional de la Iglesia del rito religioso, del templo físico y poco compro-
miso. Entonces, Wuytack fue uno de los que, apoyado en el Concilio
Vaticano II que ya había sido declarado, dio el ejemplo y dio como el
primer paso aquí. (C. Q.)

Poco a poco se metió más gente, también para hacer además


otras cosas: teatro, el orfeón; crear bibliotecas, dar clases a los
niños, organizar actividades para los niños, muchas cosas.
Algunos jóvenes se acercaban con interés de aprender cosas. Yo,
no es que fuera un gran maestro, pero había aprendido algunas
cosas en Bélgica que podía compartir: lo que había aprendido
en la Academia de Artes, lo que había aprendido en mi trabajo
de niño y de joven en la metalurgia. Así, poco a poco fuimos
haciendo talleres libres para aprender algo de escultura. Por
ejemplo, modelar figuras, hacer bajorrelieves. También tratamos
de motivar a la gente para que leyera, con exposiciones de libros,
con bibliotecas; o cosas prácticas como reparar latonería de autos.
También fuimos aprendiendo cosas de construcción con la gente,
ayudando a construir callejones, escalinatas, a instalar tuberías
para cañerías. No era algo para encerrarse y vivir con esa energía.
Siempre pensé nada es más peligroso que huir de la realidad. En
el pasado también estuve con otros jóvenes y muchas veces nos
quedamos en la discusión. Ahora quería que todo fuese un modo
de vida y el Evangelio era una guía, un arma de lucha.

83
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

El cura hasta nos dio dinero a Miguel Sarmiento, el Chino, a


Danilo y a mí para inscribirnos aquí en la Escuela Cristóbal Rojas, la
escuela de Artes. Bueno, nosotros fuimos ¿no? Pero, entonces, se nos
hacía difícil… Nosotros fuimos, fuimos a varias clases. Te digo esto
porque la idea es la inquietud que existía, pues. Nos estaba enviando
hacia algo que nosotros no conocíamos, la escultura… Qué carajo
íbamos a saber nosotros de eso. Pero ahí adquirió uno una expe-
riencia y después vino lo de la música. Viene e instrumenta el orfeón.
Los integrantes eran de varios barrios y por lo que se vio, se hizo bien.
Fue un éxito total, cómo aplaudía la gente. (A. P.)

Una vez hicimos una escultura de un obrero en tamaño natural.


Esa la hicimos en barro primero, con una estructura de alambre, para
el molde. Le fuimos dando la forma con una técnica que nos había
explicado Francisco. Era un obrero parado así, con su pantalón y su
correa, sin camisa y sus botas de seguridad. Con los brazos exten-
didos hacia los pies, con las manos sobre el mango de una mandarria.
Después utilizamos unas láminas de metal para reforzar el molde,
le echamos yeso, lo cubrimos de parafina y lo llenamos de yeso hasta
hacer un bloque y como a los tres días, abrimos el molde, dividido en
dos. Después unimos eso, bien amarrado y por la cabeza lo llenamos,
por un hueco, con el granito preparado como una mezcla. Fue
moldeado en barro y vaciado con ese material que Francisco consi-
guió en la marmolería. (D. A.)

Aquí, yo buscaba no solamente la discusión pero también el


trabajar juntos. Por ejemplo, cuando se hizo la marcha hacia el
Congreso, mucha gente se cansó porque no se veían los resultados
rápidos. Porque el que todavía no había entrado en esa realidad, en
esa forma de lucha se agotaba, se sentía asfixiado. Por eso era nece-
sario combinar esas luchas en la calle con otras actividades que
mantuviera a la gente unida, haciendo cosas en las que se podía ver
resultados como presentar teatro para mantener la actividad bien
caliente. Pienso que cada quien lo ha pasado a su manera y que
cada quien evolucionó por sí mismo. Me han dicho en esos días:

84
DOS

“Pero esos jóvenes necesitan más formación, no solamente acti-


vidad”. Quizás era verdad, pero creo que aunque nos faltó tiempo
para eso, ellos lograban también formación en ese trabajo. Lo que
yo puedo decir es que esos jóvenes eran seres muy abiertos.

Yo creo que Francisco fue, en aquel momento un verdadero… lo


que hoy conocemos como un educador popular. Él aprendió junto
con nosotros. Él no nos impuso a nosotros un camino, ni nada de
eso. Fue creando como las imágenes, los espacios y entregando las
herramientas para que todos nos acercáramos a la realidad, desde
el punto de vista en el que se encontraba cada quien. Él no imponía
una realidad única porque entendía, y eso sí estoy seguro que lo
entendía, que cada quien venía de una realidad diferente, una expe-
riencia distinta y le daba importancia a cualquier persona. A todas,
absolutamente a todas las personas independientemente de su proce-
dencia, de su estado de conciencia, de su nivel político. En ese sentido
no se sentía la discriminación. De que estos sí pueden, de que estos no
pueden. El camino es este o es este otro. Daba como la oportunidad de
que con toda esa gama se pudiera llegar a un objetivo que ni él mismo
sabía cuál era, pero que todos estábamos buscando. Hoy en día,
por ejemplo, veo que ese es el papel del educador popular. Es decir,
aprender junto con el grupo. Uno puede orientar, uno puede proble-
matizar, como diría Paulo Freire, una situación, pero sin imponer.
Sin decir este es el camino o el camino es el otro. Ir descubriendo
ese camino y ese camino tiene mucha más validez que un camino
impuesto. Porque un camino impuesto se deja a un lado cuando la
persona descubre cuál es el verdadero camino. (R. A.)

Aires de guerrilla

Cuando él llega, está en pleno apogeo el poder de Acción


Democrática. Venía de gobernar Betancourt y estaba gobernando
Raúl Leoni. Por supuesto, el país seguía igual, estructuralmente
hablando, al país de la época de Pérez Jiménez. Nada esencial había
cambiado. Solo un cambio de actores, no de personajes. Leoni tenía

85
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

una menor popularidad que Betancourt, pero contaba con la maqui-


naria del Partido y, en todo caso, para los que no aceptaban las cosas
por la buena, tenía el aparato represivo: en las Fuerzas Armadas,
el Sifa (Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Armadas) y los
Cazadores, soldados antiguerrilleros, tipo Rangers, entrenados en
Panamá por el ejército norteamericano. Estaba la Digepol (Direc-
ción General de Policía) la policía política secreta de represión.

Y mi idea era, que si queríamos hacer algo en la sociedad


debíamos conectarnos, abrirnos cada vez más. Abrirse en todas
direcciones, abrirse hacia comunistas, hacia la teoría marxista.
Pero todo ello después que hay un fundamento. Que sabemos
que tenemos algo dentro de nosotros del Evangelio, que lo hemos
llevado a la práctica. Con esta estrategia o con este punto de vista,
comenzamos a entrar en contacto con otros. No con las manos
vacías, sino con una idea sociológica de la realidad en los barrios,
de la sociedad. Porque era común también que muchos comunistas
discutieran: Marx dice así, Marx dice tal, pero no tenían una rela-
ción con la realidad, con la lucha de clases, no tenían algo para
abrir esa teoría a las realidades del pueblo.

Francisco cubría todos los espacios del sentimiento religioso del


pueblo venezolano. Nunca se le vio como a un extranjero, nunca se le
vio como a un cura aparte de la gente. Se le vio como un dirigente espi-
ritual, como un dirigente religioso y como un dirigente social porque
él se había ganado ese espacio y de alguna forma era la reencarna-
ción del Che Guevara con el concepto del hombre nuevo. Me parecería
totalmente imposible que no hubiese conocido ese planteamiento del
Che, que fuese una coincidencia. Francisco decía que él no pretendía
convertir al hombre en bueno, sino que en cada momento el hombre
practicara el bien. Hacer el bien puede que te convierta en bueno, pero
en un sentido dinámico y en un sentido existencial. No en un sentido
teórico, estático, contemplativo. (P. A.)

86
DOS

Esos eran los años duros de la guerrilla. La lucha armada venía


desde principios de la década, en el 62 con el gobierno de Betan-
court y continuaba con Leoni que había ascendido al poder en el 63.
Es durante ese gobierno cuando comienzan las luchas internas en
el Partido Comunista de Venezuela, el PCV. Unos a favor de la radi-
calización de la lucha armada, otros que empezaban a retroceder.
Leoni se aprovecha de esa coyuntura para dividir más. Tienta a un
sector del PCV con la política de pacificación que él inicia y después
desarrolla con más éxito Caldera. Por un lado, ofrece la golosina de
la pacificación, del otro los duros dientes de la represión. Se incre-
mentan las torturas, los ajusticiamientos, las desapariciones. En
ese momento, ya había aparecido el cuerpo de Alberto Lovera enca-
denado a objetos de hierro, para tratar de desaparecerlo en el fondo
del mar. Eran rutina los lanzamientos de guerrilleros y campe-
sinos desde helicópteros. Cuando Wuytack ya estaba aquí, por esos
meses, se produce el asesinato de Fabricio Ojeda en la cárcel. Yo
no sé si él se enteró de eso… los asesinatos de Andrés Pasquier, de
Felipe Malaver. Ya en el 67 la lista era interminable… Alejandro
Tejero… Napoleón Rodríguez… campesinos anónimos. Imposible
citarlos a todos. Eran decenas, cientos.

Puertas abiertas

Naturalmente, yo reconozco que en ese momento, más y más


gente se incorporó y era más difícil, porque podían tener actitudes
así… que… no ayudaban, pero mi idea era tener confianza en la
gente. Yo no tenía miedo. Creo que la revolución comienza como un
descubrimiento de nosotros mismos y un retorno a nuestro origen,
a la calidad humana. Por eso no tenía miedo de tener contacto
hasta con la guerrilla o con cualquier grupo o movimiento porque
detrás de eso, entrar en contacto con la guerrilla, había algo más.
Poco a poco el movimiento creció y se unieron grupos como el
Movimieno de Izquierda Revolucionaria (MIR), como la Izquierda
Cristiana, gente que prefirió la lucha armada. Pero también, gente
que veía la solución no solamente en la lucha armada sino en la

87
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

concienciación, especializados en Paulo Freire. Tal conjunto de


grupos y de ideas estaban allí. Por eso algunas personas se acer-
caron para decirme: “Debe evitar la influencia de tal ideología”.
Pero yo estaba por un diálogo general, porque pensé que toda esa
gente que había ido era gente valiosa y con mucha valentía. No
estaba de acuerdo con que se dijera que con tal no se puede discutir,
que tal no puede participar o colaborar. En tal sentido nunca he
tenido miedo.
Era entrar en contacto con el hombre y con la mujer que repre-
sentaba eso. Así, hacíamos de la solidaridad una dinamita, la única
dinamita que en mis ojos existía, no la otra. Por eso hemos hecho
un día preparatorio para abrir campo, un espacio pedagógico hacia
el pueblo que era el único, a mis ojos. Sin eso, se habla aparte, uno
se aísla, me parece. Podía ser que gente de los partidos quisieran
usar aquello para sus fines, claro, y eso existe en todas las socie-
dades, en todas las comunidades, en todos los partidos. Siempre
quieren que la realidad se adapte a sus fines. Pero yo pensé que
abriéndose habría un aporte para madurar una idea y no una línea
dura ideológica. Pero el aspecto que vale es que esos jóvenes convi-
vieron en contacto humano y eso es parte de la liberación.

Nosotros no podemos decir, salvo Alicate, que ahí hubiera un tipo


teórico que tuviera la conciencia ni manejo político, ni conocimiento de
Marx. Él trató de que no nos estuviéramos contaminando con ese poco
de cosas. Por eso se nos presentó un problema cuando lo botaron a él.
Cuando empezaron los grupos a tratar de aprovecharnos. Aprovechar
el trabajo que tenía Francisco y capturarnos para sus grupos. Ahí
nosotros fuimos hasta sectarios en un momento, porque no teníamos
un conocimiento político. Francisco nunca habló con nosotros de polí-
tica. Cuando Francisco hablaba de la ley, de la Constitución, nosotros
tampoco teníamos ese manejo de leyes. Francisco nos hablaba de un
voluntarismo, de un trabajo por el ejemplo. Nosotros no teníamos
mucha experiencia de vida y había muchas cosas que no conocíamos.
Todo lo que yo pueda saber ahorita lo aprendí con Francisco y ahora,
desde hace tiempo, es que estoy empezando a valorar eso. (T. T.)

88
DOS

Guerrilla o no guerrilla

Puede ser que las armas puedan decidir en esta liberación,


pero no cuando falta el contacto humano. Cuando falta eso, falta
la liberación. Porque entonces tenemos de nuevo una estrategia
muy cruda, sin los cinco sentidos humanos. Por eso pienso que
en la izquierda, en la guerrilla se necesitaba este pensamiento,
esta meditación. Sobre eso también pude hablar con Jordán, un
hombre que estaba en tal momento en la guerrilla; ahora tiene otro
nombre, su verdadero nombre: Edgar Rodríguez. Yo le decía, como
dice un pensador de Irlanda: “El marxismo es un gran motor pero
cuando no tiene el aceite del cristianismo, se bloquea”. A veces yo
pienso que seguramente hemos tratado de provocar las cosas, tal
vez he precipitado los acontecimientos porque sentí que el tiempo
era corto y por eso yo iba demasiado rápido en algunos momentos.
Y eso, de vez en cuando, no era tal vez serio para el grupo.

En marzo del 69, ya Wuytack tenía casi tres años en Venezuela.


Había llegado al inicio del gobierno de Raúl Leoni. La política de
pacificación de Leoni, aunque era una oferta engañosa, había
dejado sus frutos y el Partido Comunista de Venezuela decide
deponer las armas y participar en las elecciones con una agrupa-
ción bajo las siglas UPA, Unión Para Avanzar. Para ese momento,
Wuytack comprendía mejor la realidad de los barrios y se comuni-
caba mejor en español. Ya había pasado el deslumbramiento inicial
cuando todo parecía extraño. La observación directa, la conversa-
ción con la gente le permitían una visión más exacta de la realidad.
Ya sabía de las fuerzas políticas que se esforzaban por captar
simpatizantes en los barrios de Caracas a través de las juntas
pro-mejoras que había creado Acción Democrática. La estra-
tegia consistía en ofrecer más en cada período electoral, propor-
cionar materiales de construcción, regalar bolsas de alimentos,
pero sobre todo, ofrecer puestos de trabajo en las obras públicas,
que de acuerdo a cada propaganda electoral, se realizarían en el
próximo período presidencial. Era una carrera de ofertas en la

89
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

gran competencia de la demagogia. El que fuera más convincente


con sus ofertas ganaría más votos. Y esta vez Caldera había ofre-
cido en la subasta electoral algo que era muy sugestivo: había ofre-
cido cien mil casas por año. Puede entenderse que con la crisis de
vivienda en el país, los asesores de Caldera habían acertado. Las
elecciones se realizaron en diciembre del 68, y ya en marzo Caldera
estaba tomando posesión de la presidencia. Había ganado las elec-
ciones por treinta mil votos a Gonzalo Barrios, el candidato adeco.
Para ese momento se produce la segunda división de Acción Demo-
crática, cuando le niegan la candidatura al maestro Luis Beltrán
Prieto. Aparece entonces el Movimiento Electoral del Pueblo, como
un nuevo partido nacido de Acción Democrática.
Con Caldera se genera una nueva situación política en el país.
Su partido, el Socialcristiano Copei, era minoría en el Congreso y
Caldera se ve obligado a pactar con el nuevo partido Movimiento
Electoral del Pueblo y otros partidos minoritarios. Esa situación
minoritaria del partido oficial, obliga a Caldera a buscar apoyo en
otro ámbito distinto al político y lo encuentra en el sector militar
y en el eclesiástico. Desde el punto de vista social también hay un
panorama complejo. Hay que considerar que en esos años, el mundo
presenta síntomas de tensión, más allá de la Guerra Fría. Recuerdo
que en más de una oportunidad hablé de esos temas con Wuytack.
No creo que leyera mucho periódico, pero le gustaba informarse en
la conversación. Hablábamos del Mayo francés, un acontecimiento
singular. El 3 de mayo del 68, las autoridades universitarias fran-
cesas habían cerrado la Universidad de Nanterre y esto ocasionó la
reacción estudiantil, eso fue la chispa. El 10 de mayo, ya todo París
estaba conmocionado por las acciones de calle de los estudiantes y,
al poco tiempo, el movimiento obrero había decretado una huelga
solidaria en la que participaron cerca de diez millones de obreros.
Las calles estaban llenas de barricadas; se ocuparon los edificios
de los centros de estudio y de trabajo. En esa época hablábamos
de esa efervescencia popular que fue abortada por la actitud reac-
cionaria de la Confederación General de Trabajadores y hasta por

90
DOS

los dirigentes del Partido Comunista. Hablábamos de esos aconte-


cimientos con nostalgia, con frustración.
Sin embargo, ese no fue el único acontecimiento importante de
esos años. Había en el mundo una especie de ebullición de movi-
mientos progresistas. Por esos años había surgido el “Poder Negro”
en Estados Unidos, también el movimiento de los hippies y por otra
parte, sectores estudiantiles norteamericanos protestaban contra
la guerra en Vietnam, contra la intervención norteamericana en
Vietnam. Ya en Colombia, en el 68, se había producido la incor-
poración del sacerdote Camilo Torres a la guerrilla, y su muerte
pocos días después acribillado por las balas del ejército colom-
biano. Habían surgido movimientos de protesta en México que
desembocaron en la masacre de Tlatelolco. Juan Velasco Alvarado,
un militar nacionalista, toma el poder en Perú y ejecuta acciones
nacionalistas como la nacionalización de la banca, lo que traerá
poco tiempo después su derrocamiento. También el año siguiente,
el Che Guevara cae en manos del ejército boliviano y es ejecutado.
En Venezuela, grupos de izquierda habían creado, después del
Mayo francés, el Movimiento de Renovación Universitaria.
Mientras, Neil Amstrong y Elvin Aldrin posaban sus suelas
made in USA en la superficie lunar, en Venezuela la gente había
descubierto el fraude demagógico de las cien mil casas por año de
Caldera. La situación social llevaba a la gente a protestar. Por un
lado se producían las manifestaciones estudiantiles, por otro las
protestas de los sindicatos por mejores salarios y contra el desem-
pleo. Las gentes de los barrios, cansadas de esperar los servicios
públicos que Copei les había prometido durante la campaña elec-
toral, empiezan a hacer manifestaciones públicas de reclamo y
descontento. Como respuesta, Caldera saca el ejército a la calle,
reprime manifestaciones con la policía y la Guardia. Allana liceos
y universidades. Toda esta situación explica, quizás, la radicaliza-
ción de Wuytack. Seguramente había comprendido que era lo único
digno que se podía hacer ante tanta injusticia y tanto engaño.

91
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Pero nosotros no teníamos una manera de pensar política; no nos


vinculamos con ningún grupo y entonces nos acusaron de sectarios,
que no queríamos participar. Nosotros los escuchábamos hablar de
relaciones de producción y no estábamos formados dentro de esa teoría
marxista. Teníamos algunas ideas, pero no para mantener una discu-
sión donde íbamos a salir dominados totalmente. No vamos a comparar
lo que sabemos ahora con lo que sabíamos en esos años. (T. T.)

Sin embargo, mucha gente del barrio participó. Los adultos


vinieron también. Esta gente no tenía nada que ver con la guerrilla,
no iban a meterse en la guerrilla. Hacían el panorama más abierto
hacia un pensamiento sobre la realidad total, de jóvenes, adultos,
mujeres. Yo, personalmente, no era guerrillero en aquel tiempo.
Pero también creo que la guerrilla, al enfrentarse al imperialismo
norteamericano, hacía algo que verdaderamente se necesitaba
dentro del conjunto de la solución. Pero nunca he dicho a nadie:
“Usted debe ir a la guerrilla” o he hecho propaganda en tal sentido.
Pero cuando yo estuve en la guerrilla, encontré allá a una pila de
gente con mucha valentía. Porque para participar en algo así y
arriesgar su vida, hay que ser valerosos. Yo no creo que ellos se
han buscado el camino más fácil.
Doy un ejemplo que me ha obsesionado mucho. El caso de
Argelia. En Argelia eliminaron totalmente la guerrilla en 1958. En
ese momento cuando los dos más importantes jefes de la guerrilla
ya estaban prisioneros, un coronel francés que luchó también en
Vietnam, ha pensado: “Hemos resuelto el problema. Ahora Argelia
se queda para toda la eternidad como una colonia francesa”. Pero
en ese momento se lanzaron las mujeres delante de los tanques
franceses y la cosa cambió de un día para otro. Con este ejemplo,
quiero decir que hay que volver al lenguaje olvidado del que he
hablado. Hay un lenguaje del actuar de la producción que cono-
cemos sobre todo en occidente. Para ese lenguaje todo se reduce a
cómo actuar productivamente. Pero hay un lenguaje de un actuar
comunicativamente: la comunicación. En este sentido, he dado
mucha importancia, desde que llegué a La Vega, a las mujeres.

92
DOS

Porque las mujeres representan la mitad de la humanidad que


muchas veces no tenían voz, pero que tenían ideas fantásticas para
resolver problemas y para abrir esa comunicación.

Yo vi por primera vez a Uitá por los laos de los Bloques. Yo estaba
encaramao ahí en un poste, arreglando un problema que se había
presentado, cuando veo al cura. Bueno me di cuenta que era cura
porque estaba todo vestío de negro, pantalón, camisa y hasta un paltó
negro. Era un catire flaco, alto. Pero lo que me llamó la atención fue
que el hombre se puso a hablar con una gente que estaba cargando un
material pal cerro… y yo pensé: ya ese carajo les va a reclamar algo a
la pobre gente. Porque en ese momento yo ya tenía más conciencia y no
me caían muy bien los curas… bueno… por los que yo había conocío.
El asunto es que el cura habla con la gente y ahí mismo se quita el paltó
y la gente se lo guardó en un camión que estaba ahí parao. Y así sin
más, agarra un saco de arena que ya habían llenao y de un solo tiro se
lo montó en el lomo. Era fuerte el cura ese. Pero lo que me sorprendía
era que yo, en mis cuarenta años, nunca había visto un cura haciendo
eso. El hombre subía y volvía para otro viaje. Así estuvo hasta que
entre todos terminaron de subir el material, que debe haber sido como
un metro de arena.
Después de eso, empecé a ver al cura por todas partes. Que si en
Los Paraparos, haciendo una placita para que la gente tuviera otro
ambiente. Que si cargando un material por San Miguel, haciendo
las escaleras de ese barrio, construyendo una capilla en la calle La
Laguna de Los Paraparos, otra en El Milagro. Que por cierto, esas
capillas que construían no eran solo para lo de la misa. Las usaban
como escuelitas para los niños, como sitio para las reuniones de la
comunidá, como taller donde daban cursos de soldadura a la gente,
de latonería, cursos para que la gente aprendiera a pintar, a hacer
estatuas. De todo. Esas capillas las aprovechaban bien, no como las
iglesias normales. Era otra mentalidá, que era lo que me gustaba
de ese cura. Al principio, cuando llegó, mayormente andaba solo,
ayudando por aquí y por allá. Pero después, ya en el 67 lo empecé
a ver con unos muchachitos, que también ayudaban. Eran unos

93
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

muchachos que el mayor tendría como veinte años. Puro muchacho


y también muchachas que usté las veía dando catecismo, de maestras
en las escuelitas que hicieron y algunas también trabajaban hasta
albañilería. Pero cuando había trabajos así, casi siempre preparaban
refrescos de limón y preparaban panes y cosas así para todo el que
estaba ayudando. Más de una vez yo me metí en una cayapa de esas.
Porque la gente del barrio se fue incorporando y fueron cambiando
su mentalidá. Al principio, eran muy pocos los que se preocupaban
por la comunidá. Los hombres, los fines de semana salían para el
centro, para la ciudad, pues, a las carreras de caballos o al béisbol
cuando había juego o a tomá caña para los botiquines. Pero, después,
con el tiempo usté vio un cambio. Muchas veces los fines de semana
se hacían cayapas y la gente se quedaba en el barrio para ayudá. En
una casa, las mujeres preparaban un mondongo, o un cruzao para
ese poco de gente. Claro, primero hacían una colecta para comprar
los ingredientes y todos comíamos ahí, los grandes, los chiquitos, los
muchachos que andaban con el cura y el cura que no tenía problemas
para sentarse en un escalón de una escalera a comerse su sancocho
con arepa como todo el mundo. (E. A.)

Mujeres en primera línea

En ese momento también comencé a trabajar con señoras,


poco a poco. A tratar sobre la relación hombre - mujer, porque
todo eso tiene algo que ver con la libertad, con la liberación. Pero
para eso teníamos que abrir primero un espacio, tocar primero
una sinfonía. A lo mejor al principio tal vez tocamos un poco en
falso. Pero sí, había música, tenía vida para la dinámica que estaba
creciendo. Nos reuníamos con Oswalda, la hermana de Filomena,
en la calle Primero de Mayo y discutíamos, primero con el Evan-
gelio, después un poco sobre el valor de sus trabajos, el valor de la
existencia, sobre la educación de los niños. Queríamos capacitar
para la solidaridad en la vida real, a través de hechos… También
la reflexión, la lectura del Evangelio, la poesía… Andrés Eloy
Blanco… Andrés Bello… Pablo Neruda… Se sentía como una

94
DOS

pequeña chispa, una esperanza que estaba manifestándose en los


barrios.

Él se fue una vez de vacaciones a Europa, eso sería a finales del 69.
Nosotros decíamos qué bueno que se fue a descansar unos días de esa
fatiga y de ese trabajo. Estuvo cerca de dos meses, algo así. Después
que Francisco vino de vacaciones, cuando volvió, luego de ese tiempo
en Europa, ya no viene con ese perfil que tenía hasta ese momento,
estaba distinto. Cuando Francisco regresa, regresa cambiado. Noso-
tros decíamos que Francisco como que debió hacer un curso por
allá. Un cambio bárbaro, bárbaro. Cambió el mensaje, en las misas.
Ese era otro mensaje. Pasó, de hecho, a la acción. Ahí comenzamos
las manifestaciones, al San José de Tarbes, hacia Miraflores, hacia
el Congreso Nacional. Eso fue durante el gobierno de Caldera, en el
setenta. En sus conversaciones con nosotros, notamos ya ese cambio.
Hablaba, si se quiere, ya de forma más radical. Más acción, ya y
directo a buscar donde estaba la solución de los problemas. (A. Ch.)

Revolución de la conciencia
Acción revolucionaria y progresista
Promoción del hombre
Protesta silenciosa

¿Qué opinas tú?

• Sobre el hecho de que los EE.UU y Rusia malgastan 3/5 de


todos los recursos de la Humanidad en bombas y destrucción,
mientras que 2/5 de la Humanidad tienen hambre.
• Sobre políticos bien pagados que luchan solamente por su
ambición y bolsillo, malgastando las energías del Pueblo.
• Sobre sacerdotes que predican solamente tonterías y
pasividad de las masas, en lugar de la liberación y emancipa-
ción total del hombre, según Cristo.

95
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

• Sobre ti mismo, tu colaboración con la miseria del Pueblo,


tu amistad con la violencia, tu flirt con la costumbre y el dinero,
tu propaganda por la corrupción, tu traición a la cultura.

Acción revolucionaria progresista “Rancho negro”


Dirección: P. Francisco Wuytack
Rancho Negro, Barrio El Carmen. La Vega

Se oía ladrar a los perros y se sentía en el aire el olor de humo


de las cocinas y se saboreaba ese humo como una esperanza.
Allí, decidimos hacer una gran reunión con todas las mujeres del
barrio que fuese posible… pero teníamos que buscar un espacio.
Conseguimos alquilar la sala de un cine en el centro de Caracas.
No recuerdo el nombre… era cerca de la avenida Urdaneta, una
gran sala. Por casualidad, ese mismo día, en la avenida que estaba
cerca del cine, había una gran concentración de los adecos. Por
todas partes pancartas, banderas blancas, gente vestida de blanco.
Viendo tantas mujeres que entraban al cine, unos policías empe-
zaron a investigar y le preguntaron a un vendedor de refresco:
“¿Qué pasa aquí, amigo?”, y el hombre los debe haber intrigado más
con su respuesta: “No sé, hombre, parece que están preparando la
arepa popular”. Eso era lo que le habían dicho las mujeres, a quien
les había preguntado. La arepa popular era algo que habíamos
inventado: “la manera olvidada del pensar popular” que llamamos
el cuatro venezolano:
La A de Aprendizaje (Desarrollo intelectual)
La A de Arepa (Lucha social)
La A de América Latina (Conciencia histórica)
La A de Alma llanera (Originalidad creativa)

Cuando vino un amigo a entrevistarse con él a Caracas, vio que


él había organizado, por su propia cuenta, una cosa extraordinaria.
Un grupo de jóvenes en La Vega en el trabajo práctico comunitario. Yo
quiero desarrollar este primer elemento porque para mí Wuytack lo que
hizo fue crear lo que se llama “espacios convivenciales de la libertad”.

96
DOS

¿Qué quiere decir? usando una palabra de los tratadistas que hicieron
análisis de la Revolución francesa y de un fenómeno que se sufrió en
Alemania, eso lo llamaban poder constituyente. Poder constituyente es
un poder del pueblo que se enfrenta al poder constituido y esa fue una
de las primeras enseñanzas extraordinarias que aprendimos de Fran-
cisco Wuytack. No hay poder del pueblo si no está enfrentado al poder
constituido, al poder de los ricos, al poder de los poderosos. Si no es así,
no es poder emergente, no es poder constituyente. (D.B.)

Adentro en el teatro, estaban los barrios: La Maca, Los Para-


paros, El Polvorín. Hacían temblar el teatro con su salsa. Las
mujeres empezaron a subir al podium. Gregoria, María, Juana y
otras hablaron sobre la situación de las madres y su papel histó-
rico. Al final Ana, la misma que había conocido en aquel ranchito
cuando su hija estaba enferma, también subió al podium y se
quedó ahí en medio sin decir nada. En la sala cayó un silencio. De
repente levantó a su niñita en alto y gritó: “¡Aquí nuestra lucha!
¡Aquí el futuro! ¡Aquí la vida!”. Un “¡Sí! ¡Sí!” de mil bocas estre-
meció el teatro y después un tremendo aplauso.

Después con todos

Después de un tiempo, las cosas se le empezaron a complicar a


Uitá. Ya le estoy hablando de finales del 69, cuando ya estaba gober-
nando Caldera. Había mucha necesidá en los barrios. Uno trabajaba,
hacía cayapas, para mejorar las cosas del barrio… pero había mucha
necesidá, mucha gente sin trabajo. Yo que andaba por esos cerros vi
cosas feas. Gente con hambre. Ahí creo que empezó a aumentar la
delincuencia en los barrios. Gente que robaba por necesidá, por la
miseria, pues. Y el cura se daba cuenta de eso. Se lo pasaba de un
lao a otro, llevando comía, ropa, plata para medicina y los mucha-
chos que lo seguían, con él. Yo pienso que él se daba cuenta de eso y
que lo que ellos hacían eran puro paños calientes, como se dice. Que
esa no era la solución. Entonces, el cura empezó a cambiar. Empezó
a organizar a la gente para que le fueran a reclamar al gobierno

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

sus necesidades… los cupos para los muchachitos, trabajo para los
desempleaos, cloacas para los barrios, agua… todas las necesidades,
pues. Y qué iba a estar resolviendo el gobierno esas cosas… robá y
robá… y todo lo que hacían, las leyes, todo, era puramente para bene-
ficiá a los ricos, a los que más tenían. Era una vaina muy seria. El cura
se da cuenta de eso y empieza a escribir unos papeles que repartían
en la ciudá donde denunciaban esas cosas y reclamanban los dere-
chos del pobre. Entonces, cuando se da cuenta que no le paraban a
eso, yo creo que empiezan las manifestaciones. (E. A.)

En otra ocasión, me fui a las monjas del Tarbes del Paraíso. La


superiora me recibió bien, con un “Bienvenido, padre”. Pero empe-
zamos a discutir sobre lo imposible: “Cupo para los niños de los
barrios”. “No hay ninguna posibilidad”, me dijo la superiora. “Debe
ser realista, padre, y ver la sociedad como es y no como la sueña.
En este colegio hay casi solo niñas de la clase alta y media. Es un
colegio pago y no puedo cambiarlo aunque quisiera”. “Entonces
usted es prisionera de la clase adinerada”, le dije. Y ella: “No, padre,
debemos resignarnos”. “Al contrario, hermana, debemos tener
imaginación y coraje para practicar el Evangelio. La resignación es
un suceso cotidiano para los pobres y nostalgia de la muerte”. Poco
a poco nos calentamos y caímos en un laberinto de sordomudos.
Parecía que hablaba chino por mi mal castellano. La puerta se
trancó y salí, pensando en la canción: “Caminante, no hay camino,
el camino se hace al andar”. Tres días después regresé otra vez,
ahora con Gregoria (la negrita) y Pablo. Como dice el Evangelio:
primero solo, después con tres, por fin con todos. No nos recibieron
y nos quedamos esperando en el patio. Una monja vino a decirnos
que no había nadie para atendernos. Llegamos tarde a La Vega.
Pensé: “el cuatro venezolano comenzó a soñar la A de Aprendizaje”.

El primer objetivo, creo yo, fue el San José de Tarbes con la excusa
de que él había ido a hablar con las monjas del San José de Tarbes
para pedir cupo porque las niñitas de La Vega tenían derecho, pero
se le negó. Entonces fue la primera manifestación que se hizo muy al

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DOS

estilo europeo, que no era el tipo de manifestación que se hacía aquí.


La gente llevaba un palo y arriba un cartón pintado de blanco, con las
letras de colores, las letras típicas de Roberto. Entonces íbamos cami-
nando en silencio. Él decía: “En silencio, sin ningún escándalo”. (T. T.)

De rancho en rancho corrió la voz: “Mañana todos a las dos al


Paraíso”. En varios callejones, la gente continuó discutiendo hasta
la noche. Yo me acosté tarde en “Rancho negro”. En la mañana
pasaban tantas patrullas que cambiamos nuestra estrategia.
Salimos de diferentes esquinas y callejones un poco en desorden
con un objetivo: el Colegio San José de Tarbes en el Paraíso. Nos
movilizamos en autobuses, a pie por las calles de El Paraíso, en
silencio. Los transeúntes nos miraban extrañados. Íbamos con
pancartas hechas con cartón y sostenidas por listones. La gente de
La Vega llegó primero. Las monjas llamaron a la policía: “Van a
incendiar al Colegio”. La policía llegó rápido y trató de disolvernos.

La idea era entregar una carta o que le permitieran hablar con


las monjas, pero no permitieron nada de eso, sino que llegó la policía
echando rolazos… En realidad, era un rolo eléctrico con el que le
pegaban a uno y uno sentía el corrientazo. Viví esa experiencia de
salir corriendo y de volver otra vez, porque pensábamos que eso
teníamos que lograrlo, pero no lo logramos en ese momento. (L. C.)

Llovieron rolazos y golpes. Antonia, madre de siete niños,


comenzó a cantar: “Gloria el bravo Pueblo” y de muchas bocas sonó:
“Libertad pidió”. Llegó la Cota 905 y Carapita. La policía cargó con
fuerza contra nosotros. Todo se volvió un caos. Usaban rolos, peini-
llas y bastones eléctricos. Golpeaban a hombres y mujeres por igual.
Al final tuvimos que dispersarnos, pero se llevaron mucha gente
presa. La policía limpió todos los alrededores de manifestantes. La
fachada del Colegio estaba como antes, impecable pero sin pueblo.

Algo que me marcó mucho fue cuando yo veo a Francisco sentado


en la redomita, en el patio de entrada del San José del Tarbes, rodeado

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

de la policía. Yo me valí con los policías de la credencial que tenía de la


Oficina de Identificación para poder llegar hasta Francisco. Porque
no dejaban que nadie hablara con él, pues. Cuando yo llego, él le está
diciendo al oficial que estaba allí: “Yo solo hago lo que mi conciencia
me dice”. Yo venía llegando en ese momento. Entonces es cuando
hablo con Francisco y él me dice: “Dígale a la gente que se queden
tranquilos, a mí no me va a pasar nada”. Entonces, el policía me saca,
cuando se da cuenta que yo lo que soy, es uno más del grupo, que los
engañé, entonces me sacan y me dan un rolazo, incluso, cuando me
sacan ya de la reja. (E. M.)

Wuytack, Bandera Política


Por Alicia Larralde

Como antigua y agradecida alumna de las Hermanas de


San José de Tarbes, quienes han desarrollado una admirable
labor educacional entre varias generaciones de mujeres vene-
zolanas y quienes mantienen un patronato en Los Caobos
fundado por la Reverenda Hermana María Lorenza, mujer
de Venezuela elegida por primera vez en 1950, donde se da
educación gratuita a 800 alumnas, aparte de la labor social que
desarrolla esta Congregación en otros sitios del País. No puedo
pasar por alto el atropello de que fueron víctimas por la dema-
gogia y violencia del Padre Wuytack, quien sin ningún derecho
llevó una manifestación a las puertas del Convento situado en
El Paraíso… (Últimas Noticias, 11 de julio de 1970)

Más tarde las monjas crearon un patronato, así lo llaman ellas, en


El Paraíso también, porque ya había otro patronato en Los Caobos.
Pero en el del Paraíso continúa la separación. La escuela grande es
el colegio y la otra es la escuelita. La escuelita la atiende otra monja,
allí atienden a otras gentes a la que le dan como una misericordia,
como una caridad. De repente reflexionaron y dijeron: oye, tenemos
una tremenda edificación, un tremendo monstruo. Y dijeron: vamos
a hacer la escuelita. Pero la entrada es independiente, un huequito,

100
DOS

como si fuera un garaje, como si fuera el cuarto del servicio por donde
entran las de la escuelita. Pero las del Colegio entran por el portón
mayor. (L. C.)

Lucha en Carapita

En Carapita hemos montado, con la gente de allá, un trabajo


muy interesante en el sentido de la comunicación entre la gente.
Eso era verdaderamente una revolución. Un día me vienen a
buscar a La Vega y me dicen: “En Carapita ya tienen días sin agua,
¿por qué usted no viene?”. Yo ya había tenido una experiencia con
gente de allá con gente con los que había colaborado, hombres,
mujeres… Ellos me mandaron a decir: “¿No será posible que el
padre Francisco venga y nos reunimos?”. Entonces yo fui allá a
la capilla que era normalmente el salón de reuniones y hubo una
treintena de personas. Hubo una discusión. “¿Qué vamos a hacer?”
era la primera pregunta. Segundo: “¿Hemos hecho ya algo?”. Y sí,
la gente ya había ido al gobernador tres o cuatro veces y siempre
regresaban con la promesa: “Sí… el agua va a llegar… el agua va a
llegar”, pero la situación se quedaba siempre lo mismo. No resol-
vían el problema.

¿Qué era Carapita? Antes de que Francisco llegara, la Compañía


de Cementos La Vega tenía dos canteras de piedra. Una era la
Pedrera, subiendo por la calle Real, la calle Cruz Verde. La gente
empieza a quejarse por la contaminación y entonces en esa época de
guerrilla urbana, cuando pasaban los camiones de piedra les atra-
vesaban piedras, quitaban las alcantarillas y se caían a tiros con la
policía y esa era la única entrada que había. Todo eso era zona roja.
Entonces empezaron a explotar la piedra de este lado. La misma
montaña, pero el lado más extremo, hacia el este y ahí, a la entrada,
estaba un vigilante que se llamaba Torito y esa era una carretera total-
mente de tierra que a veces se volvía pantano. Ahí no había población
alrededor. La carretera subía y subía hasta lo que se veía detrás de
la capilla. Y desde allá abajo, abajo, creo que como a unos ochenta

101
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

metros estaba la explotación de piedra. Cuando la gente empezó a


trabajar en la cantera, pobló poco a poco.
Cuando ellos aflojan, la gente se metió y empezó a poblar. Pero ¿qué
resultó? Que esos eran terrenos militares, no tenían agua, no tenían
luz, no tenían ningún servicio… y por la carretera era pantano lo que
bajaba, porque al lado había una quebradita que bajaba por allí. Eso
se pobló y después se hizo una pequeña capillita delante de la cantera
y esa cantera empezó a poblarse por arriba y por debajo, debajo de la
cantera. Pero esos terrenos eran muy flojos y siempre había derrumbes
en Carapita, también por los lados de Santa Ana, por los movimientos
de tierra. Se hizo la capillita, pero no había quien la atendiera y el
padre de Antímano, no me acuerdo el nombre de él, estaba buscando
quien se encargara de eso y como Francisco quería… Francisco subía
en la moto y llegaba allá. En ese momento tenía la primera moto, la
Triumph, la marrón. Creo que era la marrón. Yo recuerdo que fuimos
todos, hicimos un grupo. Fue Conrado, Roberto, Danilo y yo. (T. T.)

Entonces en la reunión se decidió trancar la avenida. Nuestra


señal era tocar la campana como en la edad media cuando las
ciudades estaban en flamas. Nosotros no estábamos en flamas,
sino que no teníamos agua. Y enseguida llegaron las mujeres,
sobre todo mujeres, tengo que decir, porque a esa hora muchos
hombres estaban en el trabajo. Eran las tres o tres y media de la
tarde y vinieron muchos hacia abajo, hacia la avenida… vinieron
con tobos en la cabeza, en las manos y con listones golpeaban los
tobos chumn… chumm… chumm… Era música… No era muy
triste como han bajado. Allí se aglomeró un gentío. Yo no conté,
pero creo que eran unos cien. Bajamos por el camino más impor-
tante del barrio que no era asfaltado y llegamos a la avenida. Una
avenida que viene de Antímano y que va para el centro. Estábamos
allá y hemos metido también cauchos que no hemos incendiado y
metimos también tobos, pero vacíos porque no teníamos agua.
Después de un cuarto de hora o media hora, vino la policía
con jeep y con carros, con jaulas porque no eran diez policías. Era
un gentío de policías. También, en la avenida nosotros a esa hora

102
DOS

éramos muchos. Entonces, el comandante por megáfono dijo:


“¿Quién es el líder? ¿Quién es el responsable?”, pero entonces cada
quien se calló. Nadie se acercó al policía. Entonces, el jefe se metió
en el jeep y lo lanzó contra la gente. Aunque, naturalmente noso-
tros habíamos puesto pipotes y cauchos, no sabíamos qué podía
pasar con ese jeep. Cuando yo vi que venía con el jeep salí corriendo
hacia él y me tiré al piso. Entonces él frenó y saltó de su jeep y
dijo alterado: “¿Usted es loco?” Y yo: “Sí, yo soy loco”, entonces él
me preguntó: “¿Quién es el cabecilla?”, pero yo le dije: “Aquí no
tenemos cabecilla, aquí tenemos sed”. Él gritó: “Entonces, debe ir al
gobernador, eso no es mi asunto”. Yo le digo: “Pero eso se ha hecho
tres o cuatro veces y siempre la misma cosa, la misma promesa”. Y
el jefe: “Ese no es mi problema”. Yo me retiré y entonces enseguida,
vinieron otros policías con fusiles, con cascos blancos… daba la
impresión de una película. Venían marchando contra nosotros.
Eso produce un efecto de temor y mucha gente empezó a correr.
Pero a esa hora éramos muchos, como ochocientos o algo así. Sobre
todo las mujeres se quedaron. También hombres. Entonces, los
policías comenzaron a lanzar primero algunas bombas de gas y
después golpes con los fusiles y rolazos y la gente salió corriendo.
A mí me agarraron y me metieron en una jaula. Yo veía todo este
panorama, esta batalla desde ahí. Soy un poco… tal vez ingenuo,
pero para mí era una batalla tan importante como la Batalla de
Carabobo. Creo que la Batalla de Carabobo continúa, día por día.
La gente quiere su independencia, su libertad. Eso no termina. Se
acostumbran fiestas por las batallas para que no se olviden. Pero
nosotros tampoco queremos olvidar estas verdaderas batallas.
Entonces, yo estaba en la jaula… estaba como un tigre ahí y
desde ahí veía a la gente huyendo, otros evitando los golpes alre-
dedor de un poste de luz. Vino un oficial, el comandante, yo no
conozco los grados, y me dice: “Está libre. ¿No ve? Está libre”. Y yo
digo: “Me sorprende…” Yo pensaba que iban a llevarme a Cotiza.
Porque le voy a decir: Eran tantas veces que me habían llevado a
Cotiza que creo que yo ya tenía un alojamiento reservado entre

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

rejas allá. Entonces bajé de la jaula y me fui retirando primero


despacio, paso por paso, pero después corrí.
A mis ojos, cuando se ve gente huyendo, es como cuando en
una sala de teatro alguien grita: “¡La sala está quemándose!” y la
gente sale huyendo, cada quien corriendo. A mí me agarró también
el pánico, le digo, viendo correr allá hombres, mujeres y empecé a
correr.
En tal momento, sentí cerca de mi cabeza zzzummmm
zzzummmm disparos. Las balas pasaron, tal vez, aunque no he
sacado mis manos para medir, a dos dedos de mi cabeza. Y yo
corriendo, pero Conrado y tal vez Roberto, no recuerdo muy bien,
me agarraron, porque yo ya era un poco viejo y no podía correr
tan rápido, me halaron para ayudarme a correr hacia arriba, hacia
el barrio. Los jeep se lanzaron directamente detrás de mí, pero la
gente desde los ranchos empezaron a lanzar piedras y los jeep que
eran abiertos tuvieron que retirarse. Debo decir que yo no podía
más… porque correr más de cien metros a toda velocidad no es
fácil. Yo no soy hombre de maratón… yo había perdido mi fuerza.
Pero Conrado me halaba, corriendo siempre más y más arriba
hacia la subida.
La policía cercó todo el barrio y yo pensaba: “¿Cómo voy a salir
de esto?”. Si me escondo en un rancho, la gente también va a ser
víctima y yo no quería eso. Pensé: voy a hacer otra cosa. Vi un
pipote en una callecita. El pipote tenía algo de agua, pero yo me
metí ahí agachado. Pensé si me agarran aquí no va a haber otras
víctimas. Yo me quedé escondido ahí y desde allí oía que pasaban
gente, policías corriendo. Sentía que entraban casa por casa para
buscarme. Pero naturalmente no encontraron nada.
Cuando vino la noche yo salí del pipote y hui, salí huyendo por
el cerro. Quería huir para La Vega. Pero yo no sabía muy bien el
camino por la montaña, por Antímano. Una señora nunca olvido me
dijo: “Usted no va solo, va con mi hijo, porque él tiene nueve años,
pero conoce bien el camino”. Me pusieron un sombrero de campe-
sino y me fui caminando con el niño. Eran las tres o las cuatro de
la mañana, porque había pasado mucho tiempo escondiéndome y

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DOS

resolviendo la cosa. Caminamos y había una neblina espesa. Era


como lo puso un pintor venezolano: la montaña, las nubes a la
mitad de la montaña y abajo la antigua Caracas. Así era, como esa
pintura, nunca olvido. Después de caminar un rato, arriba antes
de salir de la carretera, había un jeep con cuatro militares. Pero,
entonces surgió la rapidez. La rapidez es una cosa venezolana.
Yo no voy a decir que estaba en pánico, pero pensaba que segu-
ramente ahí me agarraban. Ellos estaban bebiendo una cerveza
al lado del jeep y nosotros pasábamos a unos metros. El niño, que
iba unos metros más adelante en ese momento, me grita: “¡Papá!”.
Los soldados miraron con un poco de indiferencia al escuchar lo
de papá, y nosotros pudimos seguir. Caminamos un tiempo hasta
que llegamos a Antímano, a la casa de los curas obreros vascos…
de Angós y Sabino.

En Carapita se hicieron muchas manifestaciones para pedir la


carretera, el agua, la luz, escuela, antes de la expulsión. Trancábamos
la avenida y poníamos pancartas en todo el centro, en la isla. Ya
sabíamos que la policía lo que quería era agarrar al cura, agarrarlo.
En una oportunidad, en una manifestación había cuatro policías
luchando contra el cura y dice José Luis a otro, no recuerdo quién era
el otro: “Vámonos contra los policías. Vamos todos y caemos encima
de los policías y del cura y para separarlos. Seguro tienen que soltarlo”
y corrimos contra ellos con fuerza y todos caímos a tierra, cayeron los
policías. Las cachuchas quedaron entre el barro de la carretera. Pero
en eso, dos policías lo agarraron y lo esposaron a un poste. Dice uno
de ellos: “¿Cómo nos lo vamos a llevar si está amarrado al poste?”. El
policía soltó las esposas y en ese momento nos fuimos otra vez todos
en tromba contra los policías y lo tuvieron que soltar. Caímos policías
y nosotros al piso, pero corrimos con Francisco hacia el barrio. La
policía corriendo y la gente atravesándosele. Le metían zancadillas
y llovían los rolazos y planazos. Nos fuimos arriba a una casa. Yo
le di la camisa mía y unos bluyines y me puse la ropa de él que eran
pantalones negros y camisa negra, pero todo embarrado. Le dije: “Yo
conozco Carapita como la palma de mi mano, la policía me va a seguir

105
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

a mí. Nos vemos allá donde los curas obreros de Antímano”. Conmigo
andaba uno que llamaban Mamarria y la policía detrás de nosotros.
Entonces para la policía, el cura era Conrado. Las gentes me
abrían la puerta de su casa y me decían entra y sal por allá. Y la
policía: “¡Allá va!” Allá me estaba esperando otra puerta abierta.
Todo como si lo hubiéramos organizado. Entra por aquí, sale por
allá, sube por aquí, baja por allá. No nos pudieron alcanzar y mien-
tras tanto Francisco se fue con Roberto. Después nos vimos, oscuro
en la madrugada, donde los curas obreros. De asustarme, nunca me
asusté… si nos llevan presos, más de un año no íbamos a estar. (C. G.)

Clandestino por unos días

Eso de la falta de seguridad fue muy común en esa época. A mucha


gente se le buscaba una concha para ocultarlo y terminaban compro-
metiendo no solo su seguridad sino también la seguridad de la gente
que se prestaba para eso. (L. P.)

Cuando llegamos a la casa de los curas vascos, toqué a la


puerta y ellos me abrieron y le expliqué lo que había ocurrido y
ellos me dijeron que podía quedarme a dormir allí, que me podía
esconder el tiempo que fuese necesario. Allí me quedé en un cuar-
tito que quedaba en un sótano y donde solo había una cama y un
cuadrito. Nunca olvido eso porque el cuadrito tenía una leyenda
en flamenco, un poema. Y yo he pensado ¡qué pasa aquí! porque yo
soy flamenco. Pero había una explicación: ellos eran jesuitas que
habían estudiado en Flandes. Era una casualidad.

Ahí se comenzó a generar otra conciencia o a tomar una verda-


dera conciencia.
Inclusive yo me acerco, personalmente, a Marx y a Lenin por todos
esos rechazos que la Iglesia tenía de lo que nosotros creíamos que era
la religión, lo que era la verdadera esencia del cristianismo. Bueno, si
eso no es el cristianismo, entonces más cercano al cristianismo está
Carlos Marx que la jerarquía eclesiástica, que el Papa. Entonces, uno

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DOS

fue haciendo como su propia construcción del cristianismo, con otras


teorías, con el marxismo… pero eso fue posteriormente, porque al
principio era así como el hacer el bien, el hacer la verdadera caridad,
hacer que hubiese justicia, que hubiese igualdad. Pero sin el conoci-
miento de la política, del cómo, de la estrategia, de cómo llegar. Creo
que esa fue como la segunda fase que vivió el grupo. Porque yo creo
que eso que me ocurrió a mí en lo personal fue como una experiencia
grupal. Al principio, todo fue un poco ingenuo y poco a poco se fue
politizando, y por el hecho de politizarse fue buscando como estra-
tegias políticas para poder llevar a cabo ese objetivo, esa utopía, ese
sueño de esa sociedad que uno se planteaba. (R. A.)

Yo me quedé ahí unos días, pero pensaba cómo iba a regresar.


Pensaba que si volvía a La Vega, me iban a poner preso. Pero
Eduardo Mentado, de la Cota 905, tenía una hermana perio-
dista. Ellos inventaron un truco. Han dicho: “Nosotros vamos a
las autoridades y le preguntamos que dónde está Wuytack, que
si está siendo solicitado”. Así lo hicieron, fueron a las autoridades
como periodistas y preguntaron: “Dónde está Francisco, está
preso? Ellos han dicho: “No, no está preso. Está en la montaña. No
sabemos”. Pero les preguntaron: “Pero, tienen algo contra él?” Y
ellos: “No, no, no tenemos nada contra él, pero esa es su idea irse a
la montaña, quizás con la guerrilla”. Porque como había gente de
La Vega que se había ido a la guerrilla, se había corrido la idea de
que yo también me iba a ir a la guerrilla. Después que publicaron
eso, salí hacia La Vega y al fin me sentí libre.

Los que dicen que Francisco fue en esa época un guerrillero,


bueno… si quieren asumir a Francisco como una bandera… bueno…
Pero de cierto, de cierto yo estoy convencido de que Wuytack nada
tiene que ver con armas ni con la guerrilla. Como persona humana,
como proyecto, como idea, sí. Pero como participación violenta, no.
Sin embargo yo nunca tuve choques con Alí. Él me decía “Conrado, tú
eres de los obreros, de los pensantes”. Yo le decía: “Alí, aquí estamos
dando la cara, estamos con la gente. Allá, tú y tu frente para matar

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

a otro que viene del barrio, pero vestido de militar”. Él me decía:


“Tenemos que hacer una lucha…” Y yo: “Alí, tú por allá, nosotros
por aquí”. Alí compartía mucho con el cura, pero quería hacer las
cosas más rápido, como si para la guerrilla era más rápido cambiar
la sociedad, cambiar la forma de pensar la gente. El cura nunca
compartió con Alí esa idea. Yo me acuerdo que Alí le preguntó directo:
“Cura, ¿qué tal si yo me voy para allá? ¿Usted me apoya?”. El cura le
contestó directo: “Si tú quieres mi apoyo para irte, no lo tienes, no lo
tienes. Tu lucha está aquí” y le enseñó el suelo. El cura no quería con
guerrilla nada, en absoluto. (C. G.)

Otra estrategia

También en Carapita se hicieron otras manifestaciones de


protesta, pero de otra manera. Hemos pensado en ese momento
que era necesario cambiar las formas de lucha. Aquella forma
directa, contra la policía agotaba y la gente se cansaba de mantener
los puños en el aire. Porque la lucha no terminaba con la mani-
festación, después venían las consecuencias: gente en la cárcel
algunos días, procesos, muchas cosas. Por eso siempre hemos
tratado de hacer un período de descanso, pero de descanso sin
que eso signifique no hacer nada. Porque la inactividad también
desgasta, genera problemas: frustración, desesperanza, chismes,
críticas destructivas. Era importante que hubiera una continuidad
de la actividad, pero también una continuidad en la informa-
ción. Por eso hacíamos teatro, presentaciones de música, exposi-
ciones. No exposiciones de bellas artes, pero sí exposiciones para
expresar ideas.

Entonces se arma otra manifestación. En Carapita faltaba carre-


tera, servicios, y nosotros estábamos moviendo a la gente… Vamos
a pedir servicios… hicimos todas las cuestiones legales, pero no
nos pararon. Ya la gente estaba muy motivada y como era una cues-
tión común a todos… Entonces dijimos: “vamos a tomar la calle”, a
tomar la calle al estilo de Fresas de la amargura, sentados en la calle

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DOS

pacíficamente al estilo de Mahatma Gandhi. Entonces nos veníamos


movilizando con la gente, inclusive Mamarria, teníamos un megá-
fono e invitábamos a la gente para que participara. Nos empezamos
a reunir en el sector El Caballo con el Rayado, con Pedro el policía.
Nosotros le decíamos “el chichero” porque había dos clases de poli-
cías: los cascos blanco y los chicheros, por lo de la gorra. Él partici-
paba porque él también quería las mejoras. Entonces la manifestación
se armó, me acuerdo yo. Se consiguieron unas cajas de la General
Motors que quedaba ahí cerca, en La Yaguara. Eran unas cajas alar-
gadas, donde traían repuestos, motores. Eran cajas de uno setenta
y cinco por uno y de dos por dos. Un día conseguimos un camión,
montamos todas las estatuas, montamos todas las cajas, montamos
los pensamientos porque se escribían pancartas con pensamientos
que se pegaban dentro de las cajas y dentro de las cajas estaban las
estatuas. Entonces colocamos todo, lo armamos como una exposición,
porque era una manifestación-exposición. Imagínate tú esa ruptura.
Bueno la manifestación fue en ese sentido a la vista.
Estaban las cajas, las consignas. La consigna: “La verdad nos
hará libres” era la consigna principal. También: “Queremos luz -
queremos agua - queremos carretera”, y después esos pensamientos
de Camus, de Saint Exupery. Pensamientos de toda esa serie de inte-
lectuales, con la letra típica de Roberto. Nos sentamos en el asfalto
nosotros con las mismas consignas en pancartas y cerramos la
avenida.
Imagínate, era la avenida Intercomunal de Antímano y se trancó
la ida y la venida. Ahí estuvimos, calculo como una hora, hasta que
llegó la policía, los cascos blancos. Para los cascos blancos el obje-
tivo era Francisco, estaban buscando al líder, no a nosotros. Nos
dispersaron. Francisco se fue por una quebrada que baja de Cara-
pita. Nosotros lo acompañamos, yo tenía mi carro arriba, en Carapita
arriba, sector El Caballo. Yo me acuerdo que ahí fue donde lo subimos
y lo llevamos para una casa, por toda la acequia. Yo recuerdo que yo
lo movía por la acequia que comunicaba los cerros de Antímano. La
policía iba por la carretera principal, pero Carapita no estaba cons-
truida toda de cemento y de bloques, como ahora, había casas que

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Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

tenían un descampado atrás y de esos patios se saltaba a otra casa o a


otro vericueto para saltar. Entonces era imposible que nos agarraran
porque a Francisco todas las puertas de las casas se le abrían y a la
policía todas las puertas se le cerraban. Entonces salía por un patio
y ya estaba en otro callejón, cosa que la policía no podía hacer. (T. T.)

En algunas ocasiones hicimos exposiciones con cajones


que conseguimos en la ensambladora de carros que había en La
Yaguara. En las cajas de madera escribíamos pensamientos y
pinturas y todo eso era hecho por la gente misma. Esa era la idea.
Cuando hicimos esa manifestación con cajas en la avenida, no
puedo decir que en los principios, la policía reaccionara así con
violencia. Entre los policías había algunos que nos veían con indi-
ferencia, otros con interés. No se puede generalizar así… y decir
que los policías eran iguales, porque había de todo. Pero cuando el
comandante daba la orden de que esa manifestación debía desapa-
recer… ya usted sabe. Entonces todos actuaban igual. Creo que
esas manifestaciones de Carapita fueron pequeños aportes. Nada
así importante.

Caso Wuytack

Un día caímos presos. Ahí estaba Roberto, el negro Salchichón y


otra gente. Nos metieron primero en Catedral y allá iba la gente del
barrio a protestar para que nos soltaran. Entonces nos llevaron para
Cotiza y lo mismo, la gente iba. Después otra vez para Catedral, pero
la gente nos localizaba. Entonces de ahí nos llevaron para Planchart,
un retén que quedaba por San Agustín. Era un retén que quedaba
entre la avenida Bolívar y la Francisco Fajardo que viene del Jardín
Botánico. En esa intersección estaba. Era un sótano oscuro. Ahí no
nos pudieron localizar. “De aquí sí no vamos a salir más”, pensá-
bamos. Pero estuvimos tres días, hasta que nos soltaron.
Otro día veníamos del cumpleaños de una de las muchachas, era
como la una de la madrugada y el negro Salchichón se pasó de tragos.
Pasó la policía y nos agarraron y nos llevaron a Cotiza. Éramos el

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DOS

Chino, Roberto, Salchichón, Conrado y otro más. Allá nos dice un


policía: “¡Siéntense aquí!” Y entonces nos van preguntando: “¿Tú
has caído preso? “¿Y usted?” y así. Y nosotros: “No, nunca he estado
preso”. “Yo nunca he venido para acá”. El policía se va y nosotros allí
medio dormidos, cuando entra el policía ¡pum! Lanza una ruma de
carpetas sobre el escritorio. Y entonces: “¡Miguel Ángel Sarmiento!
¡Ah pajarito y que nunca habías caído!” y mostraba las carpetas:“Caso
Wuytack, caso Wuytack, caso Wuytack.” “¡Aníbal Chirinos! Caso
Wuytack, caso Wuytack, caso Wuytack.”. “¡Conrado García!” Me
paré frente al escritorio y allí estaba yo en esas carpetas. Me miré yo
caminando, agachado, corriendo… eran fotografías. Nos tenían una
colección de fotografías. Roberto… igual. Entonces el policía nos dice:
“¿Ustedes andaban en un carro? Bueno buscan su carro y se van. Yo
los espero aquí por otra razón. Nosotros estábamos buscando unos
tipos que mataron a uno en Artigas, pero ustedes no son matones.
Ustedes entran preso para acá, pero por el caso Wuytack. ¡Váyanse,
pues!”. Yo creo que uno que otro policía compartía la idea de nosotros.
En Carapita había policías que subían, se cambiaban, se quitaban el
uniforme e iban a la manifestación. Eso fue antes de la primera expul-
sión. Ya el caso Wuytack era un problema. Cuando caíamos, los poli-
cías decían: “Otra vez… otra vez los muchachos del cura…” (C. G.)

A Miraflores por empleo

Cuando estuve en Venezuela en el 2000, un domingo estuve


en la misa de la capilla que se celebraba por la muerte de alguien
que habían asesinado el 30 de enero. Entonces, he dicho a una
señora: “La criminalidad que está en el barrio nos da miedo, pero
¡no!, no debemos tener miedo. No podemos someternos, pienso
que hay una solución que está cerca de la vida. La solución es un
control social, un control en todos los sentidos para no permitir
libertinaje. Pero sin perder la libertad. Queremos libertad y para
eso debemos organizarnos poco a poco con las madres y verá que
eso de la criminalidad va a desaparecer”. La señora me oía pero
no creía, sin embargo estoy casi seguro de que es así. Eso también

111
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

pasaba muchas veces arriba cuando yo vivía en el barrio. Hay un


fatalismo. Muchas veces, cuando organizábamos algo, han dicho:
“Aquí no, no Francisco, eso no marcha, ninguno quiere colaborar
con eso”, pero una vez que se han metido en marcha, sí funcionó.
Por eso, en tal sentido he tratado de no descuidar este espacio
precioso, tan importante en el principio. Pero hablando metafó-
ricamente había que lograr una sinfónica más grande. Teníamos
buenos violinistas pero necesitábamos también piano y violon-
celos porque la realidad no es solamente ser joven. Esas ideas no
las pude realizar porque no he tenido mucho tiempo. Yo hubiera
querido trabajar no solamente en manifestaciones. Había otras
realidades, pero no hubo tiempo.
En esa época ya Francisco hablaba, en conversaciones, de una ley
contra el desempleo. Entonces ahí comenzamos a hacer contacto con
otra gente en y fuera de La Vega. Porque la gente que nos acompañó
a Miraflores, no era nada más de La Vega. Había gente de Carapita,
gente de El Valle. En camiones 350 nos trasladamos a Miraflores. Y
entramos hasta donde hoy en día llaman el “balcón del pueblo”. Entró,
logró entrar, un pequeño grupo. La guardia en ese momento no fue
represiva.
Llegó ese poco de gente y se apostó en las barandas con pancartas,
todas eran alusivas a una ley contra el desempleo: “Trabajo ya”.
“Sueldos justos”. “No queremos sueldos miserables, de hambre”.
Fíjate el cambio. Yo creo que era la primera vez que se hacía en Mira-
flores algo así, de esa forma. Después, al poco rato, llegaron unos
pelotones de la Policía Metropolitana que antiguamente llamábamos
los cascos blancos. Pero tal vez porque estábamos ahí, en ese punto,
se limitaron. Ya nosotros habíamos hablado con un oficial y le dijimos
que queríamos entregar un documento, que nosotros estábamos
exigiendo trabajo para la gente pobre. No me acuerdo del pequeño
texto. Nosotros sabíamos que ahí no nos iban a reprimir. Estábamos
ante la opinión pública. Ahí estaba la prensa. Últimas Noticias…
Entró una comisión, pero como era costumbre en esa época se
trataba de pelotear las cosas… a esa comisión la condujeron a la
oficina de un secretario… no me recuerdo quién era. Nos recibió la

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DOS

hoja, pues, la solicitud, pidiendo una ley contra el desempleo y todo


ese poco de exigencias. Nosotros nos quedamos fuera. Luego de ahí
nos retiramos pacíficamente, porque el objetivo, en cierta forma, era
entregar el documento y se había cumplido. O sea no arremetieron
contra nosotros, logramos hacer entrega de ese documento. Entraron
Gregoria, Juan Terán y un señor y una señora de Los Mangos. De los
jóvenes no entramos ninguno. Tenía que entrar gente adulta. Noso-
tros hicimos un compás de espera para ver qué respuesta había.
Luego de esa de Miraflores, nosotros pensábamos que otra vez en
ese sitio no iba a tener el impacto que nosotros queríamos. Entonces
propusimos que si no nos daban respuesta, hacíamos otra hacia el
Congreso. (A. Ch.)

Al Congreso con cadenas

En todo caso, no hemos tratado de formar un nuevo partido, un


grupo. Por eso, Jóvenes para Cristo era un movimiento. La idea era
que desde allí moviéramos la realidad de cada quien, que cada uno
encontrara su propio camino. No teníamos reglamento, tampoco
planificábamos mucho. Eso a lo mejor algunos lo criticaban, pero
para nosotros era la pedagogía del trabajo de todos los días, ahí
se aprendía verdaderamente, a compartir la felicidad de la gente,
su tristeza, conocer su realidad, compartir esa realidad. Cada uno
podía meterse en cualquier cosa. Como se dice en el Evangelio: La
idea era convertirse en levadura donde se estaba.

Yo le pregunté una vez: “Cura, ¿a dónde vamos? ¿Cuál es en


realidad la idea?”. Y él me contestó: “No, nada. Vamos a convivir
con la gente… la cultura. Vamos a hacer exposiciones de pintura,
de escultura, de libros, de versos, de canciones. Vamos a participar
con la gente. La misma participación nos va a llevar a alguna parte”.
No había método ni línea. Ahora, ¿nosotros íbamos a tumbar el
gobierno? No. ¿Con esto nos vamos a ganar el cielo? Era la promo-
ción humana y para eso hay que estar con la gente y conviviendo sus
sabores y sus sinsabores. Lo de todos los días. (C. G.)

113
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Quizás debimos trabajar más la formación de cada uno. Eso


era una opción importante, pero tal vez no hemos tenido tiempo,
porque la gente debía estudiar, debía hacer también algo, trabajo
en sus casas, no hubo tiempo para formarse bastante. Sin embargo
hubo un arsenal en el grupo, filosóficamente hablando. Quizás se
podía andar mucho más lejos para que la gente, al salir del grupo,
pudiera aprovechar más en su trabajo, en su relación. No hemos
podido lograrlo, naturalmente, en dos o tres años, aunque eso era
un objetivo. Pero ese no era un objetivo cerrado, crear nuestro
grupito. No quería que ocurriera lo que he encontrado muchas
veces en Europa: una lucha, no de clases, pero sí de clanes. Eso
quise evitar.

Después vino la manifestación en el Congreso. El objetivo de la


manifestación era reclamar una ley contra el desempleo, pidiendo un
sueldo mínimo de venticinco bolívares diarios y que el sueldo para un
desempleado fuese de doce a quince bolívares. Fuimos al Congreso
para que generara una ley que amparara al trabajador y al desem-
pleado.
Apenas llegamos, eso estaba lleno de cascos blancos. Llegaba
un autobús y eso era cascos blancos. Venían autobuses de Carapita,
de Petare, de El Valle, Los Aguacaticos de El Valle y de La Vega, de
varios puntos de La Vega. Ahí no podíamos hablar, ni decir nada
porque la policía lo impedía. Varios habíamos llevado cadenas y
candados. Había una muchacha que vivía cerca de la plaza de La
Vega, Yolanda. Yolanda y yo nos encadenamos a las barandas del
Congreso, parados y ahí fue cuando tuvimos la oportunidad de decir:
queremos esto, planteamos esto. Ahí estuvimos diciéndoles a gritos a
la gente lo que queríamos. Encadenados ahí duramos un poquito más
de tiempo protestando porque la policía no nos podía sacar. Pero al
ratico cortaron, desde los jardines del Congreso, las cadenas con una
segueta. Yolanda era una muchacha guapa. Me miraba y decía: “No
aflojes”. Había periodistas ahí, mucha gente. Ya no quedaba nadie del
grupo sino nosotros. (C. G.)

114
DOS

Intervienen los obispos

Yo recuerdo a Francisco que iba los primeros de mayo a la


concentración que hacían los sindicatos de izquierda en La Concordia
y repartía personalmente unos volantes que él mismo redactaba
donde denunciaba las injusticias sociales. Entrar a La Concordia era
una odisea, porque la policía lo impedía y él entraba allí a repartir
sus volantes antes de la marcha que era contraria a la de la CTV. La
policía repartía planazos a los que trataban de incorporarse a esa
marcha. Uno cogía un planazo pero lograba incorporarse a la marcha
que subía hasta Las Mercedes, arriba, donde ahora está el Ministerio
de Educación. (L. P.)

Es verdad que la jerarquía de la Iglesia no estaba de acuerdo


conmigo. Aunque ya había pasado el Concilio Vaticano II, creo que
ese espíritu se había ido perdiendo o muchos no habían querido
aplicar esas ideas. Como todo, había curas más abiertos y que vivían
el Evangelio, pero también había una actitud aburguesada, había
una Iglesia separada de la gente. Algunos obispos vivían ence-
rrados en su pequeño mundo cómodo, mientras la gente sufría.
Yo quería seguir mi propio camino, sin discutir con nadie, pero los
obispos empezaron a preocuparse por las cosas que yo hacía.
No estaban de acuerdo con mi vida en los barrios, ni con las
luchas al lado de la gente. Entonces empezaron a llamarme para
hablar conmigo. Al principio, los obispos mandaron a otros curas
a hablar conmigo, para que me convencieran de que cambiara de
conducta, pero después empezaron a llamarme al Arzobispado.
El cardenal Quintero varias veces me llamó al orden eclesiástico.
Él quería que yo actuara de otra manera. A mí me parece que el
cardenal era un hombre sencillo, amable y también era un hombre
culto. A veces pienso que él como que no se sentía muy cómodo con
ese cargo.

Que el cardenal Quintero era un hombre sencillo, sí. Que él se


hubiera sentido más a gusto como párroco de Mucuchíes, también.

115
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

El mismo obispado le venía grande. Era un pobre hombre. Dicen


que Eduardo Henríquez tenía el control porque ideológicamente y
de carácter era distinto. Quintero era un poco simplista. Después de
la manifestación de los curas quería tomar venganza… A los curas
que firmaron aquel documento los quería sacar de las parroquias y
mandarlos a barrios. A lo mejor para Quintero era un castigo que los
sacerdotes fueran a los barrios. Cuando se le fue a ver en privado
sobre el asunto decía: “A mí esto se me ocurre en la oración, por lo
tanto es voz de Dios”. ¡Por Dios! En la oración se pueden ocurrir
cantidad de historias… de ahí a que eso sea voz de Dios…. Él se
asustó, se asustó mucho, porque había gente como Pernaut que era
muy famoso, muy reconocido. Quintero era sencillo porque era así y
a lo mejor se encontraba pequeño ante cualquier oligarquía bien sea
política, económica o social. Pero no era cercano al pobre. (J. A.)

Recuerdo una entrevista que tuve con monseñor Eduardo Henrí-


quez. Papá conocía a Monseñor y a lo mejor estaba preocupado por
mis actividades. Monseñor me llamó para que fuera a Carmelitas a
hablar con él. Él decía que nosotros éramos hacedores de barrios,
de ranchos, procreadores de ranchos. Monseñor me dijo: “Mire,
Conrado, usted viene de buena familia, usted es un muchacho muy
inteligente, puede ser un buen ingeniero. Y ¿usted qué va a hacer?
¿muchos ranchos? Si usted hace una buena casa para una sola
familia soluciona un problema”. Y yo le dije: “Monseñor, el objetivo no
es hacer casas ni quintas, el objetivo es participar con la gente en sus
cosas. ¿Que hacemos un rancho? Monseñor, porque hay una señora
que tiene cinco muchachos y no tiene casa y la gente ayuda: uno pone
el cemento, otro pone bloques; otro, palos… Ese es el objetivo: ayudar
a la gente en sus cosas… No es que vamos a hacer rico al pobre, no.
Sino que las mismas personas se promuevan a sí mismas. Vivir
con ellos y poco a poco lograr nuevas formas de pensar, eliminar la
apatía, la desolación. La promoción misma de la persona humana”.
Monseñor me dijo: “Por ahí no va la cosa”.
Hay otra imagen que siempre guardo en mi memoria. Al cura lo
habían invitado a hablar con una gente en El Paraíso. Eran curas,

116
DOS

obispos. Estábamos en una sala y él les dijo: “Dios es como esta pared.
De mi lado está azul y del lado de ustedes está amarillo. Yo lo veo azul
y ustedes amarillo”. Ahí hablaron mucho de filosofía, duro, cosas que
yo entendía poco. Le decían que estaba como rompiendo la misma
Iglesia. Otro decía que el comportamiento de Wuytack desnudaba la
investidura o la forma de vida del clero. Que andaba en esos cerros
todo lleno de barro, que tenía ideas de alborotamiento, de eliminar
la paz. Entonces él decía: “¿Cuál paz? ¿la paz del cementerio? En el
barrio no hay paz, ahí hay una miseria muy grande, una desigualdad
muy grande, una injusticia muy grande. Eso no puede ser paz”.
Yo creo que por ahí empezó el problema. El cura no peleaba con
los sacerdotes, pero solamente con su actuación generaba un efecto.
Este cura que quiere a Dios y que ama a los pobres, a los humildes y
este otro cura que dice lo mismo, pero que no mira ni para los lados…
también la gente comparaba. La gente decía: “Como el cura de La
Vega, sí; pero como el cura aquel, no. Yo creo en el Dios del cura de La
Vega”. El cura decía que los sacramentos eran gratuitos, que la educa-
ción era gratuita. Antes de eso varias veces lo invitaron a hablar,
seguramente a oír reprimendas del cardenal… ya eran señales de que
la cosa estaba grave. Eso fue en el 70. (C. G.)

Recuerdo la última vez que el cardenal me llamó para entre-


vistarme con él. Después que nos saludamos él empezó a hablar:
–Francisco, su manera de actuar en La Vega me preocupa.
Usted sabe que el reino de Dios no es de este mundo.
–Sí, eminencia, pienso que hay torturas espirituales, una de
estas es la pobreza. Ojalá que la verdad de Cristo entrara, por fin,
en el pan que comemos. Para mí la fe y la verdad son cuerpo y alma.
–Francisco… Francisco… me dicen que sus homilías incitan a
la violencia.
–Con las homilías oxidadas, eminencia, no progresamos nada.
Con las homilías sobre el velo de Santa Clara o los limones mila-
grosos de San Pablo no progresamos. Pero nuestra búsqueda de
nuevas formas de acción que hacen posible la libertad y la justicia

117
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

no tiene nada que ver con la violencia. Al contrario, son elementos


vitales de la liberación de la dignidad humana.
–Francisco, pero es que las manifestaciones que organizó al
Congreso y a Miraflores son ilegales y, además, no son nada cleri-
cales.
–Eminencia, lo que ocurre es que estoy plenamente consciente
de que la situación de vida de mucha gente en los barrios es inacep-
table, inhumana y además ilegal. La marcha de desempleados al
Congreso y a Miraflores para pedir trabajo no es solamente un
derecho, sino también un deber. Es la autodefensa del pueblo. La
única arma que les queda ante la indiferencia criminal de la gente
de dinero y el silencio ilegal de las autoridades.
–Francisco… Francisco… Francisco, dígame una cosa…. ¿Es
verdad que usted tiene contacto con espiritistas y comunistas?
–Sí, eminencia, es verdad. Eso me parece algo normal. Creo
en la gente, creo en una energía universal y espiritual que está
presente en cada ser humano y que llamamos Dios. No importa si
son espiritistas, evangélicos, budistas o muslims. Cuando yo tenía
diecisiete años me fui a París al encuentro del Abbé Pierre, el cura
de los desamparados que dormían bajo los puentes de París. Allí
visité en el famoso cementerio Père Lachaise la tumba de Alain
Kardec, el gran espiritista, la tumba de Balzac y a donde ahora se
encuentra la tumba de Asturias, el autor de Los hombres de maíz,
la de Chopin y el muro de Confedereés, donde en 1870 los soldados
fusilaron durante tres días gente del pueblo que se rebelaron
contra la burguesía decadente y un rey despótico, contra Napoleón
III. Esa impresión jamás la olvido…
Entonces el cardenal, dando por terminada la entrevista, me
dijo:
–Francisco, cuídate bien. Que Dios te bendiga.

Historias de Rancho Negro

A Francisco no le gustaba cómo podía vivir gente, en un país tan


rico, en esa situación de miseria. Pensaba que si había seres humanos

118
DOS

como nosotros, grupos de jóvenes, tendríamos que ayudar. Esa fue


la enseñanza de Francisco Wuytack también con nosotros. Repito: la
solidaridad humana, indistintamente de dónde se viviera y cómo se
viviera. En este señor, este hombre, este sacerdote no había cabida
para el romanticismo, no se podía hablar de romanticismo en él
porque era muy hecho a la realidad y con un caudal de utopías en la
vida que se concretaron en Venezuela. Las llevó a cabo, las puso en
práctica y se hicieron realidad. Yo me imagino que este sacerdote
llegó con un cargamento bien grande de utopías y la primera fue
enseñar a un pueblo a respetarse a sí mismo y a valorarse a sí mismo.
Y lo más puntual era comenzar por su juventud porque ya los adultos
estaban hechos y bajo esa enseña es que yo creo que Francisco logró
su cometido. (E. M.)

Antes de mi primera expulsión yo vivía en Rancho Negro. Allá


arriba en lo más alto de un cerro que hay detrás del Carmen y que
en esa época no estaba tan habitado como ahora. Rancho Negro
era mi casita. Se llamaba así porque el techo tenía láminas de
cinc con asfalto y las paredes de madera también tenían asfalto.
Primero yo lo alquilé y entonces trabajamos, porque el grupo me
ha ayudado, para mejorarlo. La primera noche que dormí allá
recuerdo que había una pequeña cama y había dos cajones, baúles
de hierro donde estaban las cosas que yo había traído de Bélgica…
mis pantalones, fotos y cosas así. También había tres libros en
flamenco, uno de filosofía de Schopenhauer, otro sobre la lucha de
clases y el tercero tenía un tema espiritual. Entonces la cosa era
que muchas veces venía de trabajar de los barrios, en El Petróleo,
en La Amapola y llegaba tarde a Rancho Negro.
Un día llegué y cuando entré ya no tenía más cama y los baúles
estaban vacíos, solamente los tres libros estaban y se habían
llevado los listones del techo. Solamente dejaron uno. Yo pensé:
“Eso es normal, seguramente hay mucha gente que necesita estas
cosas”. En el rancho había una lámina de madera y ahí dormí esa
noche. Eso ocurrió al principio de Rancho Negro. Un día una gente
que yo acababa de conocer fue por allá me dijeron: “Francisco,

119
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

¿usted duerme en esta madera? ¿No tiene cama?”. Pero eran los
mismos que se habían llevado la cama y las otras cosas. Ellos me
han dicho: “Nosotros podemos conseguirle una cama”. Yo les dije:
“Pero yo ya me acostumbré, ahorita no la necesito más”. Otro día se
presentaron con la cama, pero estaba pintada. Eso me emocionó,
me gustó. Esas cosas ocurren aquí. En Europa no es así. En Europa
lo roban, pero no aparecen más.
Para mí, de todas maneras, no era un robo sino un cambio de
propiedad. Robar es otra cosa, es un cambio de propiedad porque
había uno que la necesitaba más. Ese es un recuerdo de Rancho
Negro. Allí viví yo por un tiempo, por eso todos los volantes y los
documentos que hacíamos estaban firmados en Rancho Negro.
Ahorita hay una escuela allí bastante grande para muchos niños.
Muchas de esas escuelas que ahora son grandes como la que hay
en la calle Zulia, en Los Mangos, antes fueron escuelitas en las que
algunos del grupo daban clases. Pero no para muchos niños, sino
para unos veinte niños, para unos diez niños.

Una vez me encontré con una fila de niños que ordenada-


mente salía de la capilla, le pregunté al último de la fila y este
me informó que al principio de la cola estaban repartiendo
caramelos. Me coloqué también en esa fila de niños que en
medio de cantos se acercaban al altar donde estaba el padre
Wuytack y cuando llegué, después de una breve duda, el padre
puso la hostia en mi boca y me mandó a sentar en la primera
fila. De este modo hice la comunión cristiana, sin darme cuenta
y creyendo que se trataba de un nuevo tipo de caramelo (…)
Otra vez siendo niño me metí escondido dentro de la capilla.
Me metí de curioso a ver qué se veía ahí a las cuatro de la tarde,
me senté en el último banco y allí estaba el altar y el silencio
de una capilla sola y el Cristo del barrio El Carmen alumbrado
de velas agotadas y de pronto, eso sí me impresionó, entró
Wuytack, quien no me vio pues sus manos estaban juntas y su
cabeza un poco inclinada; después de una reverencia, se sentó
en la primera fila y allí se quedó orando por un largo rato; su

120
DOS

voz tenía una especie de mansedumbre como cuando el agua


del río va serenamente golpeando las piedras; oraba como
quien conversa con un viejo amigo.
(Yahín Arteaga Betancourt. “Wuytack en los recuerdos de
un vegueño”, en La Vega Dice, febrero 2000)

Cuando hablé con Francisco la primera vez, transmitió eso a mi


vida. Estoy hablando de cuando yo tenía dieciocho años y ahora tengo
cincuenta y seis años y eso es algo imborrable y se ha mantenido a
lo largo de mi vida. Y eso de la solidaridad no fue que me lo dijeron,
yo mismo lo percibí. El sitio donde vivía, la forma de actuar con las
personas. Fue como un guía porque yo veía en él una persona que
era desprendida totalmente, que no le importaba nada lo material. El
hecho de que hasta la cama donde dormía se la regaló a una persona
humilde. A otra que se le cayó el ranchito y él ayudó a reconstruirlo, él
mismo. Yo describiría a Francisco Wuytack como una persona inte-
gral en todo el sentido de la palabra. Para mí una persona integral es
una persona honesta, da inclusive lo que no tiene para el que menos
tiene. Fue un gran ejemplo, una persona que se sacrificó y no que me
lo dijeron, sino que yo lo vi. (S. A.)

De esa época también recuerdo algo que nunca olvido. En ese


sector vivían varias familias. Había una familia que tenía niños
enfermos, cuatro niños enfermos. Pero el mayor era el que estaba
más enfermo. Ellos no tenían donde estar por lo que yo les dejé el
rancho. Yo les dije: “Eso es suyo” y yo me fui a dormir a la capilla
acompañando a Nuestro Señor Jesucristo. Pasaron unos días de
eso y la señora fue a buscarme y me dijo: “El mayor está muerto”.
Yo subí con ella hasta el rancho y cuando llegué, vi una escena que
nunca olvido. En una mesa donde se plancha, que tal vez le habían
regalado, estaba allá sobre esta mesa de planchar, muerto. Tenía
siete años. Nunca olvido. Recuerdo que tenía una franela que decía
“Apolo”, el Apolo de los yanquis. Nunca olvido aquello y recuerdo
que en esos meses la nave Apolo de los yanquis había tenido un
accidente y se había quemado en el universo y el cardenal nos

121
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

había ordenado que en todas las iglesias de Caracas debíamos


tocar campanas.
Yo no lo hice. Creo que niños como aquel son los miles y miles
de Apolos por los que no se tocan las campanas.

Cuando niño, yo vivía en el barrio El Carmen donde el padre


Wuytack era párroco. Yo tendría ocho o nueve años, por allá por
los años 68, 69. Yo andaba mucho por la calle porque mis padres
desempleados tenían que salir a buscar comida para los seis hijos de
entonces. Cuando veía al padre Wuytack corría a pedirle la bendi-
ción y una locha para una catalina. Al principio, la generosidad de él
me permitió comer chucherías inalcanzables. Pero después, el padre
me hizo ver que mi saludo era interesado. Viví la experiencia de ver
a mi madre que junto a un grupo de mujeres acompañaban al padre
Wuytack para recibir orientación. Al regreso de esas charlas, mi
madre llegaba a la casa con una pequeña cesta con alimentos y hasta
galletas, todo un regalo del padre.
Más tarde conocí una historia maravillosa. A una mujer del cerro
donde vivíamos, se le cayó el rancho y el padre vendió su moto para
comprar materiales y construir otro rancho a la pobre mujer.
El niño que yo era en ese momento tenía como héroes a Batman,
Superman, Bolívar y al padre Wuytack. Hoy, cuando estoy próximo
a cumplir 45 años, con dos títulos universitarios, cuatro hijos con
sentido de vida comunitaria y solidaria, evoco todo esto después de
ver al padre Wuytack aquí, en Venezuela otra vez, en un programa de
televisión. El recuerdo me confirma que una de las personas que me
ayudó de manera importante en mi vida, fue el padre Wuytack. (R. M.)

Allí donde estaba Rancho Negro había mucha miseria.


Recuerdo que para llegar hasta ahí había que subir doscientos
sesenta y nueve escalones. Antes de que existiera la escalera
que hizo un grupo de jóvenes, cuando llovía se hacía una zanja y
uno caminaba por allí, entonces, uno se caía y se deslizaba cerro
abajo. Y usted sabe… como no había baños y por ahí corrían las
aguas negras era muy difícil bajar. Una vez me ocurrió una cosa…

122
DOS

bueno son cosas personales… Hubo más arriba un niño que estaba
también mal, estaba muriendo. Debía ir al hospital de niños. Yo
decidí llevarlo, pero había mucha lluvia. Llovía muy fuerte y yo
con el niño en mis brazos. Era un niño de dos años o dos años y
medio. No había forma de bajar sin caerse y entonces yo me senté
en aquella zanja que hacía la lluvia y me dejé deslizar con el niño
cargado. Naturalmente yo llevaba mi ropa y mi espalda pegadas de
la zanja y todo aquello que había ahí se iba pegando. Todas esas
cosas, pantano, excrementos de perros. Nunca olvido que cuando
al fin llegué al hospital no me dejaban entrar. Naturalmente eso no
era agradable para la gente. Entonces les dije: “Pero mire, yo soy
belga” y me dejaron entrar y tomaron al niño. Eso no quiere decir
que yo critique a esa gente, porque hay que ponerse en el contexto.
Yo creo que estas cosas negativas se deben decir porque eso ayuda a
tener conciencia, pero siempre hay que ponerlas en el contexto. Yo
venía todo sucio, mojado con un olor que no era bonito. Si me meto
en el lugar de ellos yo entiendo que dirían: “Pero qué pasa aquí”.

Detención

Wuytack comienza creando unos talleres en la capilla para la


producción para que la gente no tenga que ir a una mueblería rica a
hacerse unos muebles y una silla sino que lo aprenda a hacer. Para
que la gente no tenga que ir a una latonería a acomodar un carro y lo
aprenda a acomodar él mismo. Esa es la razón por lo que lo sacan de
aquí tanto Caldera como Carlos Andrés Pérez porque creó un poder
constituyente. (D. B.)

El día que me expulsaron la primera vez, yo venía de hacer


escaleras por eso yo tenía mi ropa sucia con cemento, barro…
Había pasado todo el día en el cerro, muy arriba, unos cien metros
más allá de Rancho Negro. Habíamos empezado a trabajar más o
menos a las ocho y media de la mañana. Tenía algunos días traba-
jando con otra gente de la comunidad para mejorar un poco los
callejones, hacer escalones para que la gente pudiera llegar mejor

123
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

a los ranchos. Había que cargar la arena, el cemento desde abajo,


desde la calle donde estaba la capilla y arriba había que preparar
la mezcla para llenar los encofrados de las escaleras. Al medio día,
comimos algo arriba y cuando oscureció, cinco y media o seis, yo
estaba bajando.

Cuando llego a la capilla El Carmen, hay una gente rara. Le decían


que tenía que acompañarlos, que se iban reunir en Montalbán en la
casa del cura de Montalbán. Allá había un juez. Pensé decirle que él
tenía que subir urgente al cerro, que allá una gente lo necesitaba. Pero
mentiras, no le gustaban al cura ni a mí tampoco. Esa fue la primera
vez que lo sacaron. (C. G.)

Yo estaba llegando a la calle principal y abajo vi un carro esplén-


dido, un Mercedes Benz. Había unos señores muy bien vestidos.
No todos fuera del carro, había unos dentro. Y vi a un cura que yo
no conocía. Ellos se acercaron a mí. Los hombres probablemente
eran policías. No me pareció extraño porque yo ya había estado
preso por las manifestaciones y en esos días me habían detenido
también en la jefatura de Catedral por la manifestación frente al
Congreso. El cura se aproximó y habló conmigo. Me dijo que tenía
unos documentos que darme para garantizar mi libertad de estar
en Venezuela, pero que tenía que acompañarle para firmar unos
documentos. Yo le digo: “¿A dónde?”. Él me dice que debo acompa-
ñarlos a una quinta en Montalbán.

Entonces, los hechos son que la expulsión de él es una connivencia


entre el partido teóricamente cristiano y el estamento religioso.
Entonces la policía aprovecha a un tonto, un tonto útil de no sé qué
cura de Montalbán para ponerlo en el avión. Después ese cura dijo
que lo habían engañado, qué no sabía para dónde iba… etcétera, etcé-
tera. Y alguien me dijo, refiriéndose a ese cura: “Por haber metido la
pata… por ser tonto… pues debía agarrar sus maletas e irse”. Segu-
ramente por bruto. Sin embargo, mala intención no debía tener ese
señor. (J. A.)

124
DOS

Entonces, yo le dije: “Mire, padre, yo no le creo. ¿Por qué no ha


traído esos papeles aquí? Aquí también yo puedo firmar”. Entonces
él me dice: “Yo soy católico, apostólico y romano”. Quizás con eso
quería decir que él no mentía. Era algo no muy lógico. “Sí, puede
ser, le he dicho, pero yo no le creo”. En ese momento empezaron a
llegar gente del barrio pero yo les dije que se quedaran tranquilos.
Entonces subí al carro. Yo no sabía qué iban a hacer conmigo, a
dónde me iban a llevar. Felizmente alguien, no sé si era Conrado,
siguió al carro con una moto.

El día de la expulsión de Francisco, creo que fue un viernes,


habíamos ayudado a Francisco en la misa. Entonces, los que está-
bamos ahí nos fuimos a bañar y a cambiar porque íbamos a salir.
Francisco iba a tener una reunión. Cuando nosotros estábamos en
la casa, ya estaba cerrada la capilla. Cuando estábamos llegando a
la capilla, escuchamos gritos y el bululú de la gente. Pero entonces
vemos un carro que arranca rápido y nosotros corremos hacia la
capilla. Entonces la señora Berta, una señora morenita que siempre
cerraba las puertas de la capilla, nos dice: “A Francisco se lo acaba de
llevar la policía”.(A. Ch.)

Me llevaron a Montalbán a la casa de un juez y me pusieron


delante un papel. “Firme, me dijeron”. Y yo: “No, yo no firmo”. Era
el documento de expulsión del país. Las palabras del cura habían
sido un engaño. Querían que yo firmara estar de acuerdo con mi
expulsión. El juez me dijo: “¡Tiene que firmar!”. Pero yo no firmé.
Entonces casi en seguida ellos me llevaron para el cuartel de la
policía en Cotiza.

Pero yo le decía que yo vi cuando lo fueron a buscá a El Carmen.


Yo en esa época era caporal de una cuadrilla, ya no tenía que estar
moneándome en esos postes. Tampoco era ya ningún muchacho. Lo
cierto es que yo había estado comandando una cuadrilla que estaba
haciendo un trabajo grande en ese barrio. Cosas de Dios que quería
que yo viera eso, porque en esa época yo trabajaba más pa los laos

125
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

de La Yaguara y del Valle. Pero ese día me mandaron para allá. Era
un viernes y habíamos trabajado duro para terminar el trabajo ese
mismo día. Ya en la tardecita casi habíamos terminado y yo estaba
esperando a los muchachos que estaban más arriba. Yo estaba con
Moncho, el chofer del yip. Él también vio todo. Estábamos ahí hablando
cuando vemos que llega un carro negro y se bajan unos hombres
enchaquetaos y uno que tiene que haber sido un cura. Después supe
que era el cura de Montalbán. Se bajan y se acercan a Uitá que venía
del cerro todo sucio de cemento, de barro porque a lo mejor venía de
trabajar en esos cerros… Entonces el otro cura que era como extran-
jero le decía cosas a Uitá y los hombres enchaquetaos agarraron por
el brazo a Uitá y lo empujaban, suavecito, pero lo empujaban para que
se metiera en el carro. A todas estas, la gente que se había dado cuenta
del asunto, sale de sus casas y tratan de intervenir. Pero yo creo que el
mismo Uitá les dijo que se quedaran tranquilos. A mí eso me recordó
una película que yo vi de La Pasión, cuando llegan los soldaos acom-
pañaos de Judas y Judas le da un beso al Cristo. Aquí lo que faltó fue
que el cura le diera un beso a Uitá. Claro, que aquí eso no se acos-
tumbra, esas son vainas de los judíos. Parece que los rusos también
se saludan con besos. Pero yo le digo que aquello que yo vi fue muy
triste. En ese momento, no sé por qué me recordé del ataque aquel
que le conté contra los protestantes. Sentí mucha lástima y también
arrechera. Lo demás salió en el periódico al día siguiente. Yo lo leí en
Últimas Noticias. Al cura lo detuvieron en la prefectura y esa noche
misma se lo llevaron para un calabozo en La Guaira y en la mañana
en el primer avión que salió lo sacaron para su país. (E. A.)

Deportado

Recuerdo en Cotiza un corredor largo. No se veía bien porque


estaba medio oscuro, pero había rejas. Desde la celda se oían gritos,
consignas. La gente de La Vega se enteró de que me tenían allí e
hicieron protestas frente a Cotiza. Creo que estaba Conrado ahí. Yo
veía algo por las rejas. Pasó un rato y la protesta afuera continuaba.
Ya era tarde en la noche cuando llegó un policía que le dijo a otro:

126
DOS

“¡Sácalo! ¡Sácalo!”. Afuera había un camión y un jeep con soldados.


Unos policías con las pistolas en la mano me metieron en un Volk-
swagen rojo, me empujaron la cabeza hacia abajo y me la cubrieron
con la chaqueta de uno de los policías. Y ellos con sus pistolas en la
mano… De allí, me llevaron a La Guaira y allá también me metieron
en una celda. Yo pensaba: “¿Qué va a pasar aquí?”.

Yo supe después, hace como veinte años, hablando con alguien de


esa generación que nos seguía a nosotros, que ellos, los muchachos,
cuando vieron que a Francisco lo pusieron preso –no eran del grupo
esos muchachos, eran muchachos del bloque Uno, del bloque Dos,
eran más jóvenes– se montaron a la azotea de los bloques y tumbaron
las paredes para sacar los bloques para tirárselos a la policía… en la
protesta. Entonces cuando yo llego al bloque Dos, veo por todas partes
muchas cosas, los pedazos de bloques partidos… en la protesta, como
una batalla campal y entonces es cuando yo me entero de que estos
muchachos habían reaccionado. Y es que nosotros éramos un ejemplo
para ellos. Nosotros nunca lo hicimos como tal, sino que hacíamos
nuestro trabajo de conciencia social y el trabajo por los que tenían
menos que nosotros. Gente que en verdad sufría. (E. M.)

De Venezuela a Nueva York

Entonces, en la mañana, llegaron unos policías a la celda y me


pusieron unas esposas y me sacaron. Me montaron en un carro de
la policía y me llevaron al aeropuerto. Allá me bajaron y rápido,
directamente por la pista del aeropuerto, me llevaron hasta el
avión. Cuando llegamos al avión me dejaron esposado y a cada
lado mío se puso un policía. Antes de despegar del aeropuerto,
llegó un hombre al avión. Pienso que era un hombre del gobierno.
Él fue adonde yo estaba sentado y me ofreció muchos dólares. Yo
le he dicho: “Yo no los necesito, déselo a los pobres”. Creo que me
ofrecían esos dólares para decir para publicar eso, para decir que
yo había recibido dinero y que estaba conforme con mi expulsión.

127
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Entonces el hombre bajó del avión. Después, al rato, me quitaron


las esposas, pero yo estaba así… sucio, sin medias…

Hay una teoría que nunca hemos sabido si es cierta o no… Fran-
cisco, en el fondo ¿se mandó a expulsar? Se ha hecho esa hipótesis…
Creo que estaba ya cansado… también un hombre tan creativo
debería buscar como nuevos horizontes y ese ritmo pues, le pesaba ya
mucho. Cansancio físico y sicológico. Es que se veía claro que lo iban a
expulsar, era cuestión de tiempo. (J. A.)

Recuerdo que en el avión había una familia con cinco hijos.


Eran belgas, hablaban francés. Seguramente estaban sorpren-
didos porque yo también era belga “¿Qué le pasa?” me dijeron.
Ellos fueron muy amables, me ofrecieron cocacola y otras cosas.
Yo estaba ahí esposado, entre los dos policías. Un poco antes de
llegar a Nueva York, me quitaron las esposas y me dejaron allí. No
sé cómo hicieron, pero yo no tenía boleto para Bruselas. Quizás
ya habían arreglado el vuelo hasta Bélgica. Yo no sabía qué hacer,
esta familia de los cinco hijos me explicaron a dónde debía ir. No
quiero decir cosas que no sé bien.

Con la expulsión de Francisco, hubo un grupo de sacerdotes que


protestamos, por A o por B, aunque no teníamos todos la misma ideo-
logía. Por ejemplo, los belgas… los belgas por nacionalidad tenían
que apoyarlo. Recuerdo también mucho a los curas españoles del
Valle del Tuy que tenían coordinación en Caracas con los párrocos
que llevaban la parroquia de Antímano. Juntando un núcleo fuerte de
belgas, este grupo también fuerte de curas seculares españoles del
Tuy y jesuitas, se organizó la famosa manifestación esa silenciosa al
cardenal, al Ministerio de Relaciones Interiores. Entran a hablar en el
Ministerio de Relaciones Interiores Pernaut y Pérez Guerrero.
Con relación a este profetismo de Wuytack y lo que después sería
la teología de la liberación, esa era toda una línea que había en el
ambiente con un acento más otro acento menos… En lo gordo, gordo
era la misma línea porque, incluso, en esa manifestación de curas que

128
DOS

éramos ochenta o noventa, una cuestión así, también dijimos: “Oye,


esta Iglesia está fuera del perol”. Quizás los belgas menos, que quizás lo
hicieron más por la nacionalidad. Pero otros sí que éramos conscientes
de que la iglesia la teníamos que cambiar. Había muchos movimientos.
Si recuerdas un poco, unos años antes fue la toma de Santa Teresa.
Era el tiempo en que la Juventud Revolucionaria Copeyana se escindió
en Izquierda Cristiana. O sea, esa cuestión de una fe que te lleva a un
compromiso con el pobre estaba muy fuerte, muy fuerte. Incluso que
la Iglesia estaba traicionando a Jesucristo, también. No sé si he dicho
palabras fuertes… Pero Wuytack nunca se planteó una militancia polí-
tica, si le preguntan si era marxista, me imagino que diría que no. (J. A.)

La medida de expulsión de Francisco Wuytack fue un proceso


que la jerarquía de la Iglesia Católica y el gobierno de Caldera
terminaron de incubar la segunda semana de junio de 1970. Ya les
venía resultando demasiado incómodo el cura obrero. En la Iglesia,
la conducta radicalmente cristiana de Wuytack se veía como una
bofetada a los presbíteros, monseñores, obispos y excelencias que
actuaban con la pompa que le otorgaba, según ellos, su jerarquía.
Que un cura de los barrios de La Vega anduviese solidarizándose
con reclamos populares, en solicitud de los servicios básicos de
electricidad, agua y cloacas, les parecía indigno de un sacerdote;
pero que ese cura fuese al Colegio San José del Tarbes de El Paraíso
a solicitar cupos para niñas de los barrios de El Carmen, Los
Mangos, Las Brisas del Paraíso, El Milagro, Los Paraparos, eso ya
era un peligro. Era una amenaza para los colegios católicos de la
capital y de todo el país, porque ya los efectos de la actividad de
Wuytack estaban llegando a la provincia. En cualquier momento,
si no se le ponía remedio, la chusma estaría invadiendo los predios
del Colegio La Salle, del San Ignacio, del María Auxiliadora, del
San José de Los Teques, de Nuestra Señora de la Concepción y pare
usted de contar. Por eso creo que con la manifestación hacia el
Tarbes, Wuytack decretó su expulsión.
Pero el asunto era más grave. La cosa no había terminado con
esa manifestación para pedir cupos para las niñas pobres. A los

129
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

días el cura tuvo la osadía de participar en manifestaciones en soli-


citud de un salario mínimo diario de venticinco bolívares, algo así
como ciento ochenta dólares mensuales para la época. Y lo más
grave: esas manifestaciones se hicieron una, frente a Miraflores; y
la otra, frente al Congreso.
La segunda manifestación, la que se hizo frente al Congreso fue
reseñada por el diario Últimas Noticias. En esa manifestación es
detenido Wuytack y trasladado con otros manifestantes a los cala-
bozos del Cuartel General de la Policía Metropolitana. A Fran-
cisco Wuytack no se le expulsa en ese momento. Al día siguiente le
dan libertad, pero desde ese momento deben haber empezado los
contactos, reuniones, llamadas telefónicas, la connivencia pues,
entre las altas esferas del Ejecutivo Nacional y la jerarquía ecle-
siástica para salir del molesto cura. Sus días estaban contados en
el país y no fueron más de tres. Su detención había sido el 16 y ya el
19 en la noche estaba detenido para ser enviado esposado a Bélgica,
vía Nueva York.
Los días 18 y 19, hasta las siete de la noche, habían sido días
normales para Wuytack entre su misa del día y los trabajos comu-
nales en los callejones del cerro del barrio El Carmen. El viernes lo
había pasado trabajando en una cayapa de construcción de unos
escalones para un sector del cerro.
Pero su expulsión se hizo rápidamente. Se le detuvo a las siete de
la noche del viernes 19 y ya el sábado en la mañana estaba saliendo
del país. Todo fue rápido, solapado y violento. Unos días después,
ante las protestas públicas por el procedimiento policial, la Prefec-
tura del Departamento Libertador del Distrito Federal publicó un
remitido donde trataban de acallar las protestas contra la violenta
expulsión, empleando descaradamente la mentira.

La Prefectura del Departamento Libertador del Distrito


Federal

Ante los reiterados comentarios periodísticos difundidos,


tanto por la prensa escrita, como por los medios audiovisuales

130
DOS

que han venido sucediéndose con motivo del extrañamiento


de la persona del sacerdote belga Francisco Wytack del terri-
torio de la República en fecha 20 de junio del corriente año,
como consecuencia de las reiteradas violaciones que el ciuda-
dano extrañado consumó de la “Ley sobre Actividades de
Extranjeros en el Territorio de Venezuela”, esta Prefectura del
Departamento Libertador del Distrito Federal, por conside-
rarlo un deber, se permite llevar al conocimiento de la opinión
pública nacional, las actuaciones judiciales practicadas en
dicho caso por el juez Undécimo de Primera Instancia en lo
Penal de la Circunscripción Judicial del Distrito Federal y del
estado Miranda, actuaciones estas que permiten afirmar que
el sacerdote extrañado no fue, en modo ni momento alguno,
vejado, humillado ni conculcado, en el ejercicio de sus legí-
timos derechos de ciudadano. Caracas, 27 de Junio de 1970
(Últimas Noticias, 28 de junio de 1970)

Ratificada por el Presidente la expulsión del cura Wuytack


Por Coromoto Álvarez

“Cuando una persona sistemáticamente se empeña en


desconocer las leyes, y esa persona es además un extranjero,
entonces el Gobierno de la República no tiene más remedio que
proceder como lo hizo” dijo el presidente Caldera al comentar
la expulsión del sacerdote belga Francisco Wuytack (…) Luego
agregó que con el padre Wuytack hubo tolerancia, una, otra y
otras ocasiones, pero parece ser que “él tiene la convicción de
que su única ley es el Evangelio y que no está obligado a reco-
nocer las demás leyes”. (Últimas Noticias, 25 de junio de 1970)

El cura extranjero
Por Jorge Olavarría

Ciertamente, la ley autoriza al Ejecutivo a expulsar, sin


fórmula de juicio y sin mayores explicaciones a los extranjeros

131
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

“indeseables”. Pero esta disposición, está muy lejos de ser


aplicable a un hombre como Wuytack. Esta disposición está
en la ley para aplicársela a tratantes de blancas y otros delin-
cuentes menores o gentes de mal vivir, a quienes se les consi-
dera indeseables en el país. (…) Lejos de conseguir lo que se
buscaba; la eliminación del “problema Wuytack”, se ha creado
el más grande y desagradable episodio de un gobierno, que por
otra parte, ha tenido reconocibles éxitos en una difícil labor
de pacificación. Pacificación lograda mediante la absolución a
personas que hicieron en su día, lo que jamás Wuytack hubiera
hecho. (Últimas Noticias, 1 de julio de 1970)

Protestas y aplausos

La reacción pública ante la expulsión de Wuytack fue inme-


diata. En la misma noche salieron grupos de los barrios a
protestar ante el cuartel de la policía de Cotiza y en la mañana
se organizaron grupos de los barrios de La Vega, de Carapita,
de la Cota 905, de El Valle y de Petare para ir al aeropuerto de
Maiquetía para impedir la expulsión de Wuytack. Pero ya era
tarde, cuando los manifestantes llegaron, Wuytack estaba en
pleno vuelo en su obligado viaje fuera del país. Las protestas
continuaron por varios días, cerraron la capilla del barrio El
Carmen en acto simbólico, declararon a la prensa, tomaron la
Catedral, declararon que no aceptarían curas sustitutos de
Wuytack.

Justicia para el padre Wuytack


Por Pedro Beroes

Fue ese el tremendo delito del padre Wuytack: convivir


con sus feligreses, curarles las llagas del alma y del cuerpo,
quitarles las vendas de la ignorancia, señalarles el buen rumbo
y traerlos otra vez a él cuando lo perdieron. En suma, hacer por
ellos lo que el estado está obligado a hacer, y hasta ahora no ha

132
DOS

hecho. Y por eso se le expulsa ignominiosamente del país, casi


como a un malhechor, sin pensar que si bueno es salvar almas
para el cielo, también lo es –y acaso mejor– salvar hombres
para la sociedad. (Últimas Noticias, 26 de junio de 1970)

El lunes 22, un grupo de noventa y ocho sacerdotes producen


un documento de protesta contra la expulsión de Wuytack y la
connivencia entre jerarquía eclesiástica y gobierno. También
escriben una carta al cardenal Quintero solicitándole una expli-
cación por la actitud de la jerarquía ante esta expulsión. Pero
los curas no solo producen estos documentos, sino que se soli-
darizan con el cura expulsado, en una manifestación silenciosa
frente al Ministerio de Relaciones Interiores. Algo nunca visto
en Caracas. Una comisión de sacerdotes presidida por el padre
Pernaut sube al despacho del ministro que en ese momento era
Lorenzo Fernández y que para las siguientes elecciones presi-
denciales fue el candidato, derrotado, de Copei. También se
entrevistan con el cardenal.
Pero del otro lado, del lado de la visión conservadora de la
Iglesia no se perdió tiempo para el contraataque. Comenzó el
cardenal con un documento de respuesta a los noventa y ocho
curas. Con un estilo eufemístico el cardenal argumenta una dife-
rencia entre “la labor en pro de las clases pobres” que él como
cardenal aprobaba, y las manifestaciones callejeras contrarias a
las leyes de la República. Clásico fariseísmo de las Jerarquías: sí,
pero no. Yo recuerdo ese documento. Me pareció un monumento
a la hipocresía.

El cardenal Quintero fija posición por la expulsión del padre


Wuytack

El padre Wuytack ha sido deportado por el Gobierno


Nacional a su país de origen, Bélgica, no porque estuviera aquí
desplegando una labor en pro de las clases pobres de algunos de
los barrios de la capital, sino porque promovía manifestaciones

133
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

populares callejeras sin obtener las licencias requeridas por


las leyes de la República. No una, sino varias veces incurrió
en esa falta, con la circunstancia agravante de que en cada una
de esas ocasiones, llevado a la comandancia de la policía, allí
firmó caución de que no repetiría tales hechos, promesa formal
que poco después olvidaba para reincidir en idénticas mani-
festaciones ilegales. En este orden de cosas, no atendía insi-
nuaciones ni consejos de las autoridades eclesiásticas, ni de
sacerdotes amigos. Aunque el objeto de tales manifestaciones
eran planteamientos a favor de las clases menos favorecidas por
la fortuna, ello desde luego no justificaba ese proceder contra
las leyes de la Nación. (Últimas Noticias 25 de junio de 1970)

Democracia Representativa

A la semana siguiente de la expulsión la polémica tomó otro


giro. La gente sencilla se remitió al concepto de democracia
y fue a pedir apoyo a los diputados del Congreso, a solicitar la
intervención de los representantes del pueblo. A partir de ese
momento la discusión adoptó un viraje político. El partido Unión
Republicana Democrática, a través de sus voceros y diputados
solicitó una interpelación del ministro Fernández. La interpela-
ción al ministro ante la Comisión Permanente de Política de la
Cámara de Diputados se da tres semanas después de la expul-
sión. En esa interpelación interviene José Vicente Rangel para
manifestar su rechazo a la expulsión. Fuera de esta intervención
y la de algunos diputados del Partido Comunista de Venezuela,
la interpelación se convirtió en un enfrentamiento entre Acción
Democrática y Copei, cada quien ventilando los trapitos sucios
del otro. De allí no pasó la cosa en el ámbito de la Democracia
Representativa.

Sobre el padre Wuytack


Por Carlos J. Soucre

134
DOS

El padre Wuytack se ha defendido con el Evangelio y dice


que protegía a los humildes, que estaba con ellos, que era uno
de ellos. La Iglesia se remite al Ministerio de Relaciones Inte-
riores. Puede verse la distancia que hay para una Iglesia entre
esos dos puntos de apoyo: por un lado la palabra de Dios y por
el otro la palabra del Dr. Lorenzo Fernández. (Últimas Noti-
cias, 7 de julio de 1970)

Entre jueces

Después, el tema pasó del giro parlamentario al giro judicial


con una solicitud de amparo de la abogada Luisa Amelia Carrizal
ante el Juzgado Cuarto de Primera Instancia Penal. El recurso
se fundamentaba en el hecho de que no se habían cumplido las
normas administrativas, previas a la deportación de Wuytack.
Un saludo a la bandera, como se suele decir. Al final el Tribunal
falló que en efecto se habían violado los derechos constitucio-
nales del ciudadano Francisco Wuytack, algo así, porque la
expulsión tenía que haberse hecho con un decreto del Presidente
de la República. Todo sonaba a puro formalismo jurídico porque
¿qué sentido hubiera tenido traer a Wuytack al país para recibir,
a lo mejor en el aeropuerto mismo, un decreto presidencial que lo
deportaba del país?
Mientras tanto, el tema se calentaba cada vez más en la
prensa. Aparecieron muchos artículos de opinión. Unos a favor,
la mayoría, y otros en contra. Todavía en el mes de agosto,
después de dos meses de la expulsión de Wuytack seguían apare-
ciendo artículos y comentarios. En defensa de Wuytack recuerdo
artículos de Cheíto Oropeza, Pedro Beroes, José Vicente Rangel,
Juan Páez Avila, Jorge Olavarría. En algunos artículos contra-
rios a Wuytack se le llamaba “curita belga” despectivamente,
“loco”, “subversivo”, “atrabiliario”, “demagogo”, “violento”.

135
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Más protestas y aplausos

Caso Wuytack
Por Pbro. Antonio Guzmán

Un sacerdote de nacionalidad belga llamado Francisco


Wuytack ha protagonizado en Caracas últimamente un show
de pronóstico, que culminó en su deportación al país de los
flamencos.
Este curioso ejemplar de “apóstol” sui generis, sin ley,
sin superior, voluntarioso y errátil, halló en la periferia de
la ciudad una barriada ignara y fácil, en la cual comenzó su
siembra de rebeldía y de división, a favor de algunos dólares
que le venían no se sabe de dónde. (…)Y todo este revuelo
por un curita belga, innominado, atrabiliario e imperante
(sic). ¿Qué concepto se formará en Bélgica de Venezuela y de
los venezolanos que por tan poca cosa se forme una alharaca
semejante? (Últimas Noticias, 1 de agosto de 1970)

Nosotros hicimos varias manifestaciones en protesta y recuerdo


la vez que entramos a la Catedral. Recuerdo que ahí estaba Angós.
Nosotros rezamos el Padre Nuestro y la policía se quedó afuera.
Después en la noche nos fuimos. (C. G.)

El padre Wuytack
Por Alecia Marciano

Es muy penoso tener que citar el caso del hombre que,


habiendo sido ungido sacerdote, se ha comportado como un
simple político. (…) La pobreza, para el católico perfecto no es
una rémora, es una bendición. Ella permite aspirar, toda aspi-
ración lleva consigo el trabajo, el trabajo librará al hombre de
las tentaciones que un buen cristiano debe evitar. El catoli-
cismo es caridad y la caridad prohíbe el escándalo. (…) Ante
nuestro Dios no vamos a llevarnos allí, las cosas materiales por

136
DOS

las que tanto abogaba el padre Wuytack, nadie va a marcharse


al otro mundo con la casa a cuestas ni las sillas ni las buenas
vituallas con que nos hayamos alimentado, sino con los buenos
haberes espirituales. El Reino de Cristo no es de este mundo.
Y esto es lo que debería irle a predicar a los habitantes de La
Vega, a los feligreses que dejó el padre Wuytack introducidos
en un caos de malas interpretaciones cristianas, esos ochenta
(que parecen supuestos) sacerdotes que parecen haber estu-
diado una carrera espiritual para con ella tergiversar (sic) el
catolicismo… (Últimas Noticias, 4 de julio de 1970)

Ahí no existían derechos humanos, derecho de nada. Lo trataban


a uno como si fuera un animal. ¡Vamos pa la vaina! Llamamos a la
gente, hicimos propaganda y la gente salía, pues. Y nos fuimos todos a
la Catedral a pedir la libertad de los presos. Y eso estaba ¡así! Y llega
el tipo, el oficial de los cascos blancos, eran cascos blancos, esos eran
puros carajos grandotes y entra a la Catedral y nos dice que él nos
daba su palabra que si salíamos no iba a pasar nada, pero que si no
salíamos nos iba a zumbar gas dentro de la iglesia y ahí había mujeres
con carajitos y uno se ponía a pensar, si lanzaban gas, eso iba a ser un
desastre, y lo hubieran hecho.
En esa época no existía un coño de derechos, ni nada de esas
vainas. No me acuerdo quién carajo se montó en la vaina donde se
monta el cura y empezó hablarle a la gente. Creo que era Conrado…
sí creo que fue Conrado. Y la gente no quería moverse. Nos habían
dado cinco minutos. Entonces, la gente salió. Mira, cuando salimos,
esa vaina afuera parecía… ¡batallones de policías! Yo creo que toda la
policía de Caracas la metieron ahí. Pero eso era una vaina así que eso
parecía una película. Nosotros pasamos y nadie nos tocó, la palabra
del oficial valió en esa oportunidad y la gente salió, la gente se fue.
Volvimos al barrio a trabajar, pero ya no era igual porque en la zona
estaba la policía, en la zona había policías de civil. Yo creo que ahí
a ninguno nos sucedió nada grave porque nosotros no actuábamos
con violencia, ni nadie portaba armas, ni nunca se dio ese tipo de
acciones. (A. P.)

137
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Un cura llamado Wuytack


Por José Vicente Rangel

Wuytack insistía en la necesidad de que los pobres tomaran


conciencia de sus problemas y abandonaran la pasividad
en que se desenvolvían. Insistía en la necesidad de abordar
la realidad y de unirse. Sus soluciones, si se quiere, eran
simples. (…) No se puede decir que él sostenía una posición
de violencia. Por el contrario, recomendaba la protesta pací-
fica. Una vez, preguntado acerca de Camilo Torres, expresó su
respeto por la figura del sacerdote colombiano, pero rechazó
su método de lucha. (…) ¿Hasta qué punto la jerarquía ecle-
siástica presionó para que se tomara la medida? ¿Qué explica-
ción tiene el gobierno para este hecho bochornoso? ¿Podemos
los venezolanos aceptar pasivamente un hecho de esta natu-
raleza sin degradarnos? (Últimas Noticias, 25 de junio de 1970)

¿Profeta de la revolución o teólogo de la liberación?

No es sencillo describir el pensamiento religioso, político,


filosófico de Francisco Wuytack. Cuando lo conocí en 1967, me
dio la impresión de ser un hombre de preocupaciones filosóficas
y literarias. Eso que la gente llama “un intelectual”. En nuestras
conversiones salían a relucir nombres como los de Kierkegaard,
Camus, Sartre, Nietzche, Gabriel Marcel y otros autores que yo
no conocía o no recuerdo en este momento. Wuytack leía, pero no
creo que tuviera mucho tiempo para la lectura. Una caracterís-
tica de su personalidad es el activismo; siempre estaba en acti-
vidad, organizando algo, hablando. En definitiva, conviviendo
con la gente. Pero en cuanto a pensamiento filosófico, siempre
me dio la impresión de que estaba influido por el pensamiento
existencialista. Del marxismo, creo que no tenía una formación
sistemática. Tendría lecturas en ese sentido, pero no se puede
decir que él fuera marxista. Lo que salía a relucir en sus palabras
era una relación continua con el Evangelio cristiano. Pero más

138
DOS

que una reflexión teórica sobre el Evangelio lo que había era una
práctica. Y esa fue otra característica de Francisco: la unión del
pensamiento, de la palabra, con la práctica. Lo que él decía, lo
que proponía en teoría, lo veías después en su propia vida coti-
diana.
De allí que yo creo que él fue uno de los tantos pioneros de
la Teología de la liberación como Helder Cámara y Paulo Freire
en Brasil. Había un movimiento entre los curas que venía desde
que el papa Juan XXIII le dio un viraje a la Iglesia con el Concilio
Vaticano II. Había orientado la acción de la Iglesia, de los curas
hacia un trabajo en los países subdesarrollados. Él decía en esos
años que la Iglesia tenía que ser la Iglesia de los pobres. En ese
contexto, más tarde, en 1968 un cura peruano, Gustavo Gutié-
rrez, hablaba ya de “Teología de la liberación”. Pero Francisco
Wuytack desde 1966 venía, en la práctica, orientando su vida en
esa dirección: la identificación con los más pobres, con los opri-
midos, pero no como un benefactor, sino como uno más de ellos.
Otro rasgo de la conducta de Wuytack, que parece coincidir
con la Teología de la liberación, es el rol asumido por él como
denunciador de las injusticias. En sus palabras ante la gente, en
los volantes que distribuía en la ciudad denunciaba la irracio-
nalidad y la injusticia del sistema económico y social. Al mismo
tiempo proponía un camino: el Evangelio como un arma para
sustituir ese sistema. Él presentaba el Evangelio como un instru-
mento de liberación, como un arma de lucha contra la discri-
minación y la opresión de los pobres por los poderosos. Según
él, el Evangelio tenía que ser un camino para el desarrollo de la
conciencia, un instrumento de cambio profundo que produjera
un hombre nuevo y ahí coincidía con el planteamiento del Che
Guevara. Por eso, se puede hablar de un Francisco Wuytack
revolucionario. Él proponía un hombre comprometido con el
cambio de sí mismo para lograr una integración con los pobres,
para luchar en el mismo frente con ellos en la búsqueda de la
liberación. Como se ve, la palabra “liberación” era una palabra
clave en su discurso y en eso habrá coincidencia con la posterior

139
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Teología de la liberación. Por eso creo que no están equivo-


cados quienes ven a Wuytack como un pionero, entre otros, de la
Teología de la liberación.

La renovación de la Iglesia vendrá de las clases humildes


Por Cayetano Ramírez

¿Qué es lo que piensa este sacerdote graduado en Teología


en Gantes y Lovaina? ¿Cómo concibe las tareas de la Iglesia y
la institución misma en estos difíciles tiempos?
La naturaleza propia de la Iglesia existe en estas tres cosas:
Comunión, Servicio y Universidad. El Concilio Vaticano ha
indicado esta renovación, pero se ha quedado muchas veces en
puras conclusiones. Hay que decir que no ha sido así siempre,
sino en muchos casos. Por eso yo creo que la renovación ha de
venir de las clases humildes, que van a transformarla en una
Iglesia libre y popular.
¿Podría explicarnos esos tres principios que ha enunciado?
Comunión: como lo contrario de discriminación y parcia-
lidad. Algo más que comunicación, porque incluye su aspecto
humano y referido a todos.
Servicio: como desarrollo integral y social de la persona,
no como jefe, ni dirigente, sino como participante del mismo
destino. También es servicio no como opresión o esclavitud,
sino como creación de valores humanos.
Universidad: en el sentido de que participamos de la misma
naturaleza y las inquietudes populares contienen una verda-
dera ética, sin la degeneración del odio, que a veces quiere
ser impuesto desde arriba pero que no reside en la persona
natural. Un cristianismo que soporte discriminación e injus-
ticia traiciona su propia esencia. Por eso no debemos buscar
en los títulos sino en la vida de la gente misma la renovación
ética en nuestro tiempo.

140
DOS

¿Estos principios han existido siempre en la historia


de la Iglesia o son producto de las confrontaciones con los
problemas de nuestro tiempo?
Pienso que los principios son inherentes a la Iglesia, pero
es indudable que deben adaptarse a la época. La búsqueda de
la justicia reside sobre todo en las clases humildes que viven
la parte más difícil de la realidad, digamos el desempleado sin
solución a sus problemas, una madre que no tiene comida para
sus hijos, toda la gente que vive en la pobreza y en el desam-
paro al lado de la abundancia y el despilfarro… (Últimas Noti-
cias, 15 de marzo de 1970)

Lo que me parece a mí es que el activismo de Wuytack era neta-


mente asistencialista, sin embargo cuando tenía un problema y
saltaba a la opinión pública con las manifestaciones, eso era clara-
mente político y en ese sentido tocaba las estructuras.
Yo creo que Francisco, como todo profeta, esa parte organizativa
o estructuralmente política no la tenía. Ideológicamente, a lo mejor
adolecía de eso. En la práctica era totalmente primario, en el buen
sentido de la palabra. Yo veo a una señora que padece necesidad y voy
a ayudarla. Si me ayudan en eso los muchachos, bien, si no, adelante.
Si esto me lleva a prestar en todas las ferreterías habidas y por haber,
bien. Cuando me llegue plata de Bélgica, lo pagaré. En eso era tremen-
damente libre y sobre todo compasivo. Es alguien de tipo profético.
Profeta, teológicamente no es el que predice el futuro, sino el
que ante el momento presente dice lo que tiene que decir. Imagínate
Ghandi, es un profeta. Nace en un momento en el que, históricamente,
la India tenía que ser independiente… Pues monseñor Romero es
también otro profeta, porque sabe interpretar un momento presente.
Entonces, en el caso de Wuytack hay el contacto con el mundo
marginal, marginal y pobre, pobre… y recuerdo que su actividad era
sobre todo para señoras abandonadas con carga de niños, etcétera…
Ese choque con una marginalidad tan fuerte, tan fuerte le hace decir
¿qué hay que hacer? Ayudarlos, primeramente. Entonces como esto
no da abasto, pues imagínate la acción… Si no hay educación… pues

141
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

a tomar el colegio del Tarbes para que las monjas acepten las niñas.
Pero no hay ahí un estudio de si eso es factible, de cómo van a dar cupo
a otras niñas, cómo convertir de la noche a la mañana a las monjas.
No… no… ese estudio de factibilidad no lo hace. Es solo el sentimiento
de una injusticia, muy sentida, el sentimiento de esa clase social
fuerte… fuerte… Ese es el profeta. Lo propio del profeta es denun-
ciar, denunciar esa injusticia. Lo bueno es que a lo mejor esta idea del
profetismo te da, es que resalta que es una persona muy incómoda
para el estamento eclesial.
Incluso la injusticia se da en ese estamento eclesial. Entonces, el
hecho de ir de clerigman a todas esas cuestiones, a la Iglesia la ponía
mal, sabíamos que en el fondo le está diciendo que… voy a decir la
frase… que está fuera de perol.
No veo en el fondo una contradicción entre su actividad de los
años 60 y su reingreso apoyado por la guerrilla. Primero porque uno
tiene derecho de ir cambiando. Cuando lo expulsaron la primera vez,
él de guerrilla nada. Alicate sí evolucionó en otro sentido. Francisco,
explícitamente, quería predicar a Cristo, incluso por supervivencia, y
segundo decir: ese Cristo que predico no está en las alturas, sino que
está en la señora de la punta del cerro que se le está cayendo el rancho
y en estos pobres niños que no tienen cupo escolar y está en el pobre
que no tiene trabajo. Entonces es propio del profetismo, denunciar
esas injusticias y por eso las manifestaciones… que en el fondo no
eran manifestaciones… eran de quince… de veinte personas. Eso no
era ni para salir en el periódico, a no ser como una cuestión ridícula,
pero era un cura. Entonces sí que era noticia. También el estilo de las
manifestaciones… oye… eso de encadenarse. Eso de picar y volver a
picar al día siguiente y volver a picar…
Pero el movimiento ese de Wuytack fue de los primeros arran-
ques, una conversión. Sobre todo las congregaciones religiosas feme-
ninas empiezan a ir a los barrios, algo muy masivo. Más tarde, por
ejemplo, estuvieron las Hermanitas del Santo Ángel en La Vega. Pero
el movimiento eclesial de base, digamos, la evolución que tuvieron las
congregaciones religiosas al ir masivamente hacia los barrios, eso
era… muy fuerte en ese momento. Y hubo cada prueba a lo interno de

142
DOS

las Congregaciones Religiosas, precisamente por eso. Entre cincuenta


y setenta por ciento dijeron fuera colegio, fuera clase burguesa y
vamos a los barrios. Hubo lo que nosotros llamamos inserción. La
actividad de Francisco pudo despertar conciencia en ese sentido.
Wuytack llamó mucho la atención porque en el momento oportuno, y
es lo propio del profeta, intuye lo de hoy y dice esto no puede ser más
que una injusticia. Esto fue como la voz pública y su expulsión hizo
más pública todavía la idea de que esto hay que cambiarlo. Era como
la bola de nieve que va creciendo. (J.A.)

Wuytack en los recuerdos de un vegueño


Por Yahín Arteaga Betancourt

El padre Wuytack es nuestro primer mito, o al menos una


figura que pasó al imaginario popular de La Vega; y constituye
un referente obligado de todos los habitantes de la parroquia.
Tanto se ha dicho que uno no termina de discernir hasta dónde
llegan los hechos reales y dónde empieza la fantasía: que les
consiguió cupo a las niñas pobres en los mejores colegios de
monjas del Paraíso; que se encadenó por tres días en las rejas
del Congreso en protesta por las condiciones de los barrios de
Caracas; que durante una sequía de agua desvió una cisterna
que se dirigía a la casa de Caldera y se la trajo para el barrio
El Carmen; que podía pasar toda una noche discutiendo de
política y solo levantarse para dar misa de ocho; que tenía
una moto de alta cilindrada para ir de Antímano a La Vega,
Catia y otros lugares más; que hizo las bases de muchas casas
y escuelas de La Vega; que regalaba sus libros más queridos
para inculcar el hábito de lectura en los niños que no iban a
la escuela; que una vez dando misa se desmayó porque tenía
tres días sin probar bocado porque había regalado su comida;
que podía desaparecer por voluntad propia cuando los servi-
cios de seguridad del Estado lo buscaban para deportarlo;
que el ingrato día en que fue detenido por el gobierno, toda la
gente del barrio El Carmen formó un cordón desde las ocho de

143
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

la mañana hasta las cinco de la tarde para evitar su captura y


solo se deshizo a petición del propio Wuytack, debido a que el
policía que comandaba la operación le aseguró que “si la gente
no se dispersa, padre, comenzamos a disparar a la altura del
pecho”. (La Vega Dice, Febrero 2000)

Descalzo e indocumentado

Cuando llegué a Bélgica yo no tenía papeles de ninguna clase,


no tenía pasaporte. Cuando me detuvieron no me habían permi-
tido buscar mi pasaporte. Entonces las autoridades llamaron a mi
padre para que fuera a reconocer a su hijo. Yo era un indocumen-
tado, no podía entrar a mi propio país. Yo estaba ahí, en una sala
de la policía. Recuerdo que entonces entró mi padre y dijo: “Sí, es
mi hijo”. En ese momento me vino la imagen de mi padre, en el 43,
cuando lo acusaron de sabotaje y lo sacaron entre dos SS que lo
golpearon y sangraba, y en ese momento entró aquel capataz que
dijo: “¡Estoy seguro que ese hombre no lo ha hecho!”. Yo pensaba
en ese momento: ese hombre ha tenido que sufrir tanto y ahora
viene su hijo como un delincuente y él debe decir que ese es su
hijo. Era una situación muy difícil, muy dolorosa. Yo estaba ahí
sucio, descalzo, entre dos policías civiles. Pero mi padre me abrazó
y solo me dijo: “Así es la vida”. Había mucho dolor en su rostro.
Felizmente, también debo decir que en ese momento hubo muchos
amigos. Muchísimos y cuando me vieron empezaron a abrazarme
y a bromear: “¡Vamos a comprarle un par de zapatos!” y cosas así.
Había mucho humor en ellos.

Con la mira al futuro

Así que comenzaron sencillamente, humildemente pero en el


fondo lo que se estaba creando era un nuevo poder, un poder constitu-
yente contra el poder constituido. Caldera tiene sus asesores y además
él sabe, y lo mismo Carlos Andrés, sabían que no podían convivir con
un hombre así, porque eso iba a representar un mal ejemplo para toda

144
DOS

Caracas. Eso es como decir que va a crear un municipio autónomo que


está en contra del municipio existente.
Tanto es así que ¿quiénes enfrentan a Wuytack? Fíjate: la policía,
la Digepol que hoy se llama Disip, el alto Clero, el Presidente de la
República. ¡Cualquier cosa! o sea, que se enfrentó a los grandes
poderes. Esa es una de las más grandes enseñanzas que yo he apren-
dido de él. Él fabricó un poder constituyente, él fabricó unos instru-
mentos populares y esos instrumentos entraron en contradicción con
los comerciantes de La Vega, con el dueño de la fábrica de cemento, con
las monjas que vivían en El Paraíso, con el alto clero, con el monseñor
Quintero, con el obispo Quintero, con Caldera, Pérez. Y entraron en
contradicción, nada menos que con la policía pues, porque lo que
había creado estaba en franca contradicción con esas instituciones.
Es lo que uno llamó una fuerza anti-institucional, contra la institu-
ción del sistema. Ese es uno de los problemas graves, ojalá podamos
algún día revalorar eso y explicarlo bien a las parroquias porque es
una metodología de organizarse socialmente para la lucha por una
nueva civilización. (D. B)

El padre Wuytack
Por Juan Páez Ávila

Entre los primeros partidarios conscientes del atraso y la


desigualdad, están los expulsadores directos e indirectos del
párroco de La Vega. Y entre los impulsadores del progreso,
del cambio social, están los incorruptibles que como el padre
Wuytack, se colocan en la práctica al lado de quienes viven
olvidados y despreciados por un sistema que representa los
intereses de los que crucificaron a Cristo. (…) Los que expul-
saron al padre Wuytack, si no lo ven regresar porque lo impida
la fuerza del poder temporal que hoy detentan, quizás puedan
presenciar la extensión de su obra y su mensaje a lo largo del
país: algo que ya no podrán expulsar. (Últimas Noticias, 8 de
julio de 1979)

145
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Yo te digo, lo que hicimos y lo que se hizo no se perdió nada, ahí


ganamos y ganamos porque con los años se vio que empezaron a salir
nuevos grupos, gente que empezó a luchar en los barrios. En estos
días me estaba acordando que en el 2002 fue el presidente Chávez allá
a La Vega, a la calle Zulia a entregar unos títulos de tierra urbana.
Entonces yo estoy viendo contento la vaina por televisión y de pronto
veo que se monta una señora ahí en el estrado. Entonces ella empezó
a hablar, primero tímida, pero después empieza a hablar, sin miedo,
de Francisco Wuytack. A decir las cosas que él había hecho en esos
años. Y yo pensé: valió la pena, no perdimos. Ese era el ideal, pues.
O sea, que lo que se hizo, todavía continúa, no se perdió. Yo pensaba
que habíamos perdido. ¡No perdimos! Mucha gente de los que partici-
pamos con Francisco, a veces hablamos y comparamos lo que hicimos
nosotros, con lo que se está planteando actualmente en este gobierno,
en esta Revolución bolivariana y… bueno… es la misma… la misma
idea, pues, porque se está buscando un bienestar para el pueblo, pa’l
que no tiene. (A. P.)

146
TRES
De nuevo en Bélgica

Yo llego a Bélgica, expulsado de Venezuela, en 1970, y debo


hacer una nueva realidad de mi vida. Los primeros días los pasé
con la familia, normalmente. Después traté de encontrar a los
amigos de antes y buscar un trabajo. Algunos amigos me ofre-
cieron la posibilidad de trabajar en una iglesia como cura, pero no
quise. Quería trabajar en una fábrica o en el puerto. Por eso me
fui para Amberes. Busqué trabajo como estibador, pero no pude
enganchar en el puerto. Entonces me fui a Bruselas y empecé a
trabajar en una recuperadora de cauchos. Allí recuperaban los
cauchos para enviarlos a los países árabes. Era una fábrica no tan
grande. Tenía unos veinte o veinticinco trabajadores, casi todos
inmigrantes: marroquíes, turcos… yo era el único belga. También
el capataz era belga. Allí trabajé poco tiempo. En esa recupe-
radora había una situación no muy buena para la gente, para los
obreros. Yo no me sentía bien. Como belga yo ganaba cincuenta
y cinco francos, mientras que un marroquí que tenía siete hijos
ganaba cuarenta y cinco. Yo les dije a mis compañeros: “Eso no lo
podemos tolerar, hacemos el mismo trabajo. Porque yo sea de aquí
y usted de otra parte, no va a ganar usted menos que yo”. Les dije,
entonces, que presentáramos una exigencia al patrón, pero me
sorprendí que muchos marroquíes no quisieron participar y me di
cuenta de lo que pasaba: había algunos obreros marroquíes, que
eran dirigentes, que ganaban sesenta y cinco francos y eso traía

149
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

una división. Al final me fui solo a hablar con el patrón y le dije:


“Mi amigo que hace el mismo trabajo, gana menos que yo. A mí
me parece que eso no es correcto”. Él me contestó: “Mire, aquí no
necesitamos misioneros, yo soy el que indico cuánto van a ganar.
Aquí no hay sindicatos y la gente es ilegal y al que no le guste que se
vaya”. Entonces me fui.

El escultor

Paralelamente al trabajo en la recuperadora de cauchos y al


trabajo como estibador, continué mi formación como escultor que
había comenzado con artistas, no en una escuela, antes de entrar al
seminario. Una vez me encontré a mi antiguo profesor, Verhasnelt
Chaarel. Él era premio de Roma en escultura. Era, como yo, de San
Nicolás y había estudiado también en la Academia de San Nicolás
como yo, pero naturalmente muchos años antes. Él me dijo: “Fran-
cisco, ¿por qué no viene a trabajar conmigo? Yo tengo un taller”.
Él necesitaba un ayudante para hacer la forma bruta en la roca,
para después él hacer los trazos más finos. Así se hacía también
en la Edad Media y en el Renacimiento. Se aprendía ayudando al
maestro. Así fue conmigo también. Él me enseñó muchas cosas.
En ese momento, él daba clases en los cursos superiores de
la Academia y cada año se abría concurso para ingresar como
estudiante. Él me pidió que participara en el concurso, pero yo
estaba trabajando en ese momento en la recuperadora de cauchos
y después en el puerto. Finalmente arreglé mi horario y pude
ingresar en la Academia. Allí traté de avanzar lo más rápido que
podía. El primer año hice dos años y el año siguiente logré hacer
tercero y cuarto, aunque asistía solo por la mañana. El último año
lo tuve que hacer en unos meses porque ese fue el año de la huelga.
Ese mismo año obtuve el diploma.
Aunque para mí el papel no sirve de nada, si las personas no
valen en su trabajo. La gente sirve o no sirve, aunque no tenga un
diploma. Pero muchas veces, en esta sociedad, pasa lo contrario:
usted puede saber mucho y eso no es importante para la gente,

150
TRES

sino un papel. Sin embargo, debo reconocer que a mí ese diploma


de la Academia Superior de Arte de Bruselas, como escultor, me
ha servido. Me ha permitido, por ejemplo, participar en algunos
concursos, porque si no se tiene diploma no se puede participar.
De la academia salí con altas calificaciones. En el primer año, el
profesor me asignó el trabajo de hacer una cara en “pequeño
granito”. Era un trabajo difícil por el tipo de material. Recuerdo
que en esa ocasión, otro profesor comentó que era un trabajo difícil
para un primer año. Yo había trabajado ya con ese material, pero
en el taller del profesor, nunca en la Escuela. Con ese trabajo, en
el primer año, obtuve la más alta distinción. En el 73, cuando ya
estaba finalizando el curso, gané el Medallón de Oro de la ciudad
de Bruselas. Era la más grande distinción. Me lo dieron por un
bajorrelieve en mármol. Trabajé con roca, no con bronce todavía,
porque mis profesores no estaban especializados en eso. El trabajo
en bronce lo aprendí más tarde.

La ruptura y Acción-Justicia

Mientras seguía mis estudios en la Academia yo trabajaba,


primero en la recuperadora de cauchos, y después en el puerto
como estibador. Pero al mismo tiempo organicé con otros amigos
un grupo de teatro popular que llamamos “La ruptura”. Presen-
tamos obras en distintas comunidades. Era un teatro escrito por
la misma gente sobre su propia experiencia. Yo ya había apren-
dido un poco eso en La Vega, porque allá también presentamos
teatro y muchas veces ha entrado gente que, aunque no sabía leer
ni escribir, participaban contado sus experiencias. Ellos no iban
allí a presentar un papelito ficticio de una novela, sino su propia
vida. Hay mucha gente que se siente inferior porque son analfa-
betas, y eso ocurre porque no conocen este diamante que está en
la experiencia. Cada ser humano tiene inteligencia, pero hay que
descubrirla. Eso, para mí, tiene mucha importancia. Creo que la
manera visual de pensar desarrolla sobre todo la unidad entre la
inteligencia y la emoción. Todo eso se combinaba con el humor,

151
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

con el juego. Lo mismo hacíamos con el grupo “La ruptura” que


fundamos en esos años en Bélgica.
En esa época, comenzamos también un movimiento que no era
exactamente ideológico ni político. Allí participaban comunistas,
cristianos, sindicalistas, hubo de todo. El movimiento se llamó
“Acción Justicia”. Hicimos una campaña contra la división de clases
en los trenes, porque en Bélgica hay una primera clase y la clase
popular, como en los aviones. También eso ocurría en las clínicas.
Por ejemplo: más recientemente, nosotros, mi esposa Elena y yo,
teníamos que ir a la tercera clase en las clínicas. A mí no me duele
estar en la tercera clase porque prefiero estar en un cuartito donde
hay otras tres o cuatro personas y charlar un poco. Eso no es el
problema. Pero si alguien tiene cáncer y debe estar solo y no tiene
dinero para estar en primera clase, surge el problema. Eso debe
adaptarse a la situación del enfermo y no a la situación de su dinero.
Hicimos volantes que entregábamos en los trenes y protestas
en las clínicas y en algunos casos tuvimos respuesta positiva
de algunos médicos que estaban de nuestro lado. En los trenes
protestábamos subiendo por cientos a primera clase. Cuando
llegábamos a la estación de Amberes estaba la policía esperán-
donos, pero éramos tantos que no podían hacer mucho contra
nosotros. De todas maneras, debo decir, que no hemos logrado que
se eliminaran las clases. En los trenes, actualmente, cuando no
hay puestos en la clase popular, uno puede sentarse en primera
clase. Pero en las clínicas y los aviones no logramos cambiar nada.
En la Iglesia reaccionamos en contra de los matrimonios de clase.
Cuando se casaba gente que podía pagar, la iglesia tenía alfombras
y había música, flores. En cambio cuando eran pobres no había
nada de eso. Todas esas acciones las hicimos en esa época.

Juzgado y suspendido

Ya en 1971, junto con otro sacerdote obrero, Andrés Goemare


y mucha gente más, fundamos el grupo de participación popular
Inspraak. Realizábamos actividades sociales y celebrábamos

152
TRES

misas de compromiso social en la iglesia de Sint Dendermonde. De


pronto, la jerarquía reaccionó contra nosotros y nos prohibieron
seguir celebrando allí. Un domingo, un policía nos impidió entrar.
Entonces, me quedé afuera cantando canciones de protesta.
Después empecé a celebrar la misa al aire libre, en una pradera.
Asistía mucha gente, hasta cinco mil personas. Pero también había
muchos policías vigilándonos. El tercer domingo, la policía quiso
sacarnos también de esa zona y se produjo un enfrentamiento, con
la mala suerte, de que un policía resultó lesionado. Como conse-
cuencia de eso me abrieron un proceso judicial.
El juicio se realizó en el Palacio de Justicia de Dendermonde.
Me presenté ante el tribunal. Un abogado burgués, Van Asse,
me defendió en forma gratuita. El juez era duro y me condenó a
un mes de cárcel y treinta mil francos de multa. La gente, al oír
la sentencia gritaba: “¡Es inocente! ¡Es inocente! ¡Libertad!”. La
guardia desalojó la sala. Después, monseñor Van Petergem, mi
obispo, me llamó al Palacio Episcopal. Me comunicó que no sopor-
taba más mi manera de actuar como sacerdote. Todo iba de mal en
peor. Me dijo muy cortés: “Frans, usted me prometió reverencia
y obediencia y ahora yo le pido que se retire de la participación
popular, trate de disolver ese grupo”. Yo le contesté muy enfático:
“No, no puedo hacerlo, no lo hago”. El obispo se molestó. La discu-
sión se había vuelto agria y de pronto me gritó: “¡Si no me obedece,
lo suspendo”. Yo mantuve mi posición y entonces él cambió de
actitud. Quizás pensó que yo era un caso perdido. Ya no discutió
más, sino que de forma cortés me acompañó hasta la puerta y yo
me fui. Unas semanas después, en las homilías de las iglesias se
comentó mi suspensión. Ya no podía actuar más como sacerdote.
Eso era algo doloroso para mis padres que asistieron aquel día a la
misa dominical.

El estibador

Después, volví de nuevo al puerto de Amberes donde empecé,


finalmente, a trabajar como estibador, descargando barcos. El

153
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

puerto de Amberes es un puerto muy grande donde trabajaban


unos once mil obreros. Desde que entré al puerto comencé a
participar en la lucha obrera. Allí trabajé tres años, hasta 1973.
Había mucha camaradería en el puerto. La gente me aceptó, pero
¡caramba! al principio no estaba muy acostumbrado a cargar,
como hacían todos los demás, sacos de cincuenta kilos todo el día,
durante ocho horas. En el barco había equipos de ocho obreros y al
lado del barco de seis.
La acción sindical más importante en el puerto, a mis ojos, fue
la acción que se realizó en Gantes en abril del 73 contra un convenio
entre sindicatos y el sector patronal. Era un convenio de dos años,
pero fue propuesto por algunos sindicatos sin la aprobación de los
obreros. Era una negociación de algunos sindicalistas a espaldas
de los obreros. Estalló la huelga de novecientos cincuenta esti-
badores en Gantes. En Amberes, todo comenzó emocionalmente.
Es así, muchas cosas no empiezan por la inteligencia, sino por la
emoción. Recuerdo que un día estábamos cargando vidrios para
un barco. Los vidrios venían en grandes cajas. Las cajas debían
estar bien alineadas para que no se cayeran. Yo tenía un amigo que
estaba trabajando en eso, pero una caja cayó sobre él. Quedó aplas-
tado como un papel. Era terrible. Entonces yo digo: “Eso no puede
continuar así”. Ya habían muerto varios en accidentes. Hablé con
un patrón y él me dijo, cínicamente: “Pero, ¿qué quiere? Nosotros
no hemos inventado la ley de la gravedad”. “Sí, le contesté, pero
nosotros vamos a inventar una ley humana”.
Entre 1963 y 1971, había habido en el puerto de Amberes treinta
y seis mil cuatrocientos sesenta y un estibadores heridos, de los
cuales sesenta y tres murieron. Si se calcula de otra manera, en
el puerto anualmente, hubo más de tres mil heridos y entre siete
y diez muertos cada año, sobre un promedio de doce mil estiba-
dores. Todo era consecuencia de la falta de seguridad industrial.
El ritmo de trabajo en el puerto de Amberes es de los más rápidos
del mundo. En Rotterdam se descargan nueve mil cajas de fruta en
un turno, mientras que en Amberes se descargan más de veintidós
mil en el mismo turno. En Havre o Marsella se descarga un barco

154
TRES

de yute en seis días; mientras que en Amberes, el mismo barco se


descarga en dos o tres días. Esa rapidez es el orgullo del puerto de
Amberes, es el orgullo de los jefes. Este orgullo lo pagan los estiba-
dores con su salud o con su vida.

La huelga

Tratamos de organizar una huelga, pero no era fácil poner de


acuerdo a diez mil obreros. Cada cual tenía sus propios problemas.
Uno era pro patronal, el otro tenía crédito con la empresa y temían
represalias. Algunos decían: “No es por mala voluntad, pero
tenemos nuestras propias preocupaciones”. Esa era la realidad.
Era una situación difícil. A veces, en una huelga, hay obreros, esti-
badores, muy luchadores que un día se te acercan y dicen: “Fran-
cisco, yo no puedo continuar, porque no tengo nada más que llevar
a mi familia”. Entonces empezaban a trabajar y se convertían en
“ratas”. Así llamaban a los que trabajaban, rompiendo una huelga.
Eso siempre me ha hecho reflexionar ante las acciones de la gente.
Creo que debemos, como dice la filosofía náhuatl, “Humanizar
el querer de la gente”. Pienso que hay tantas cosas que deben ser
humanizadas. A veces uno llama a otro cobarde, pero uno no debe
ser fanático. Yo estaba consciente de todo eso. Sin embargo, no
podíamos dejar las cosas como estaban, había que hacer algo. Por
eso nos reunimos y tratamos de buscar una solución.
Al otro día, yo me subí a uno de los puentes levadizos con
un megáfono y pregunté: “Amigos, ¿qué vamos a hacer? Esta es
nuestra situación: doce muertos en el último año. Mil doscientos
lesionados en el trabajo. ¿Vamos a permitir que esto continúe?
¿Vamos a la huelga? Usted debe decir, sí o no. Hay plena libertad.
No debe decir sí porque su amigo que está a su lado dice sí”. La
gente, entonces, gritó: “¡Sí ¡ ¡Sí!”. Dejaron de trabajar y comenzó
directamente la huelga. Los patrones llamaron a la policía.
La huelga estalló el 10 de abril. La de Gantes se había iniciado
el 9 de ese mismo mes. Yo pensaba: estamos en huelga, pero ¿qué
vamos a hacer? Debemos hacer algo. He dicho, entonces: “¡Vamos

155
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

a los dockers, a los muelles!” porque allá había todavía gente traba-
jando. Nos fuimos a los muelles y sacamos del trabajo a gente que
todavía no sabía que había una huelga. Así paralizamos todo el
puerto. Para las dos de esa tarde convocamos una reunión general
para que cada quien expresara su visión. Pero al poco tiempo, se
presentó la policía con carros blindados para detenernos. Ya era la
una y empezamos a organizarnos para la reunión. Yo era el respon-
sable de las acciones. Otro por las comunicaciones, y así cada quien.
La idea era hacer una huelga de estibadores en toda Europa,
una huelga europea. Como dice Petrella: “Los sindicatos se reducen
al ámbito nacional”, pero no sobresalen de ese espacio nacional.
Es también como dice el presidente Chávez: “América Latina no
es solo Venezuela”. Inmediatamente empezamos a tener contacto
con otros puertos: Rotterdam, Hamburgo, Londres. Pero no era
fácil. Por ejemplo, los barcos que debían llegar a Amberes fueron
enviados a Rotterdam para descargarlos allá. Por eso nos fuimos a
Rotterdam para buscar apoyo, pero el dirigente obrero que dirigió
la huelga allá, en el setenta, nos dice: “Francisco, cuando nosotros
estábamos en huelga en el setenta y fuimos a Amberes a buscar
apoyo, ustedes no han parado y ¿usted quiere hoy que seamos soli-
darios con ustedes?”. Yo le dije: “Emilio, es muy importante sobre-
pasar las fronteras, no quedarse encarcelado en las fronteras.
Pero no importa, no paren. La próxima vez que ustedes vayan a
Amberes a buscar apoyo, aunque ustedes no paren ahora, nosotros
vamos a estar desde el primero hasta el último en huelga en solida-
ridad con ustedes. Porque queremos pasar esta barrera. La lucha
no es un comercio”. Debo decir que en Rotterdam no pararon,
pero hicieron algunas cosas, aunque no fundamentales. Fuimos
a Londres, pero en Inglaterra la situación estaba convulsionada
por la guerrilla de Irlanda del Norte. Yo llevaba una ropa de caqui
y la policía me agarró con otros cinco compañeros de Amberes.
Pero un sindicalista nos ha dicho: “Métanse en mi carro que yo los
llevo al puerto de Londres”. De allá nos llevó al puerto y entramos
a la sala donde comen los obreros. Pudimos hablar y hubo mucha
simpatía, mucha solidaridad.

156
TRES

Después, regresamos a Amberes y allá empezamos con las


reuniones. Cada día, dos reuniones en el puerto: al medio día y en la
noche. También hicimos manifestaciones en la ciudad para entrar
en contacto con la gente y organizamos un comité de mujeres de
estibadores. Siempre he creído que las mujeres son muy impor-
tantes en la lucha. Al principio, algunos estibadores han dicho:
“Mujeres aquí no”. Entonces yo he dicho: “Cuando mi padrino, en
1907, trabajaba aquí, había en el puerto cerca de dos mil mujeres
trabajadoras y ¿ahora van a decir mujeres no?”. Pensaba que esa
era nuestra solución y convocamos una reunión con las mujeres.
Al principio no había muchas, más o menos ciento diez mujeres.
Las mujeres en las manifestaciones se colocaban delante y para la
policía era más difícil reprimirlas.

Confrontando a las autoridades

Había mucha solidaridad, pero cada día que pasaba la huelga


se hacía más difícil. Había estibadores que ya no tenían dinero
para mantener a su familia, a otros les habían cortado la luz por no
pagar. Los estibadores no son gente que tienen mucho en el banco.
En esa situación llegamos al 1° de mayo. Ya habían pasado
tres semanas de huelga. Pensábamos participar en el desfile
que se hace allá el 1° de mayo. Pero no nos lo permitían. En ese
desfile están presentes en una gran tribuna todas las personali-
dades importantes de la ciudad: el ministro del Trabajo, el Alcalde,
los dirigentes de los sindicatos, cerca de trescientas personas.
Como no podíamos participar oficialmente, nos reunimos en la
plaza Santa Teresa, donde logramos congregar cerca de dos mil
personas. Por ahí pasaba el desfile.
El plan era incorporarnos a la marcha aunque no teníamos
autorización. En un momento, cuando vi una oportunidad, tomé
el megáfono y dije: “¡Sí!” y sin agresividad, nos incorporamos a la
marcha. Ese día había mucha lluvia, pero nosotros estábamos ahí,
desfilando con banderas negras, cantando y gritando consignas. La
gente que estaba alrededor, en la vía, nos aplaudían. Así llegamos

157
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

a la gran plaza de la alcaldía. Empezamos a cantar la canción de


lucha de la guerra española “A las barricadas”, pero en flamenco,
naturalmente y empezamos a gritar ante las autoridades que se
encontraban en la tribuna: “¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Ladrones!”,
siempre más fuerte: “¡Ladrones!”. Y la gente también comenzó
a gritar: “¡Ladrones! ¡Ladrones!”. Y eso era un rugido que creció
como un río. Enseguida vinieron cuatro filas de policías frente a
la tribuna y nosotros cada vez más cerca: “¡Ladrones!” y entonces
se fueron yendo las autoridades que estaban en la tribuna. En un
momento se habían ido todos menos uno: el ministro del Trabajo,
al que conozco bien. Antes también era estibador en el puerto de
Ostende. A él lo escogieron como ministro porque era muy fuerte,
era un hombre duro. En una ocasión en que hubo un sindicato
comunista, él lo logró destruir. Aunque él no se había retirado de
la tribuna, todos los demás se habían ido y habíamos logrado algo
muy importante: la gente había participado con nosotros.
Quizás yo sea un poco soñador, pero en ese momento me sentí
en la Edad de los griegos. Sentía que el pueblo participaba en su
liberación. No era como un partido de fútbol en el que once parti-
cipan y diez mil son espectadores. Aquí todos participábamos. No
era un grupito, una vanguardia, un núcleo como pasa a veces en
algunos grupos revolucionarios. Pienso, por ejemplo, en el caso de
la guerrilla que puede caer en ese peligro: pretender liberar a los
otros, cuando es el pueblo entero el que debe liberarse. Nosotros
allí logramos la participación, pero debíamos seguir luchando.
Creamos tres grupos para resistir en el puerto. Porque el puerto se
había quedado solo y lo había tomado la Armada y habían inten-
tado contratar obreros holandeses. Trataron de hacer de todo. Sin
embargo, el puerto se quedó paralizado durante seis semanas.

Ruptura del estado de sitio

El alcalde declaró estado de sitio y prohibió las reuniones de


más de cinco personas. El cerco policial alrededor del Kot (Centro
Organizativo Portuario) era cada vez más hermético. Los primeros

158
TRES

días de mayo, apenas se veía gente en las calles, pero los bares
estaban llenos. Como no había quien fuera a los bares, algunos
dueños decidieron vender la cerveza sin ganancia, a diez francos,
para colaborar con nosotros. Los bares se convirtieron en un
centro de discusión. La ironía, la rabia, la solidaridad se mezclaba
con la cerveza. Se apoyaba, de alguna manera, a los que les habían
cortado la luz por falta de pago.
Varias semanas sin sueldo producía sus estragos. “Olvidarse
de los demás es una forma de rendirse”, gritó Guillermo. En esos
días, las autoridades dijeron siempre para la televisión y la prensa:
“Deben negociar con nosotros, no con la calle” y a nosotros nos
decían: “Con ustedes, nada”. ¡Pura hipocresía! El 10 de mayo deci-
dimos, a pesar de la prohibición, marchar hacia el centro de la
ciudad, hacia la Alcaldía, aunque todo estaba ya bloqueado por la
policía. Lo planificamos: ese día de los bares iba saliendo la gente.
No éramos muchos. Mil quinientos o algo así, pero era gente deci-
dida. Nosotros marchamos por la calle, pero había una barricada
de la policía. El jefe era un comisario que yo conocía. Él me ha
dicho: “Francisco, por aquí no se puede pasar, ¿eh?”. Debo decir
que algunos policías, en el fondo, estaban con nosotros. Ellos se
fueron a la huelga, más tarde, por sus propias demandas. También
los bomberos y los maestros de las escuelas. Cada quien tenía sus
demandas que no habían podido salir hasta ese momento. Noso-
tros habíamos servido de mecha. Algo en qué apoyarse.

Detenido inconsciente

Rompimos el primer cerco por la avenida Italia y continuamos


la marcha hacia la Gran Plaza, hacia el Palacio Municipal. Llevá-
bamos pancartas de todo tipo. Incluso había algunas que decían:
“Pinochet asesino”. Delante iba el carrito de Ludo Loos, secre-
tario del Partido Comunista y ahí llevábamos un parlante. Desde
ahí lanzábamos consignas y canciones de lucha. “Mano en mano,
camaradas, mano en mano. La lucha continúa. Hechos y no pala-
bras. Lucharemos hasta la muerte”. A la altura del Waaslandtunnel

159
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

vi los carros blindados. Nosotros los llamábamos “los ciegos”. Oí


gritar al comandante de la guardia, en francés: “attaquez (atacad)
Aunque yo estaba con el micrófono en mano, apenas tuve tiempo
de avisar por el altoparlante. Ludo dio la vuelta como un loco con
el carro y desapareció. Para nosotros, los árboles de la avenida,
las cercas altas y los carros estacionados se convirtieron en una
defensa natural contra “los ciegos”.
Empezó la lucha: golpes con los bastones, cañones de agua que
nos lanzaban su agua bendita, granadas de gas lacrimógeno del
espíritu santo (Todavía como que tengo el lenguaje de un cura).
Había heridos por todas partes. Afortunadamente los estibadores
de la primera fila habían hecho su servicio militar como para-
caidistas y se defendieron como tigres. Con ellos, hasta pudimos
echarlos un poco hacia atrás para liberar a unas mujeres que se
habían quedado cercadas.
Los guardias furiosos querían pagar su rabia hasta con las
mujeres. En un momento vi que un guardia iba a golpear a Luisa,
una mujer que yo conocía, madre de diez hijos. Me le abalancé al
guardia y le di un golpe con mi rodilla en su santo lugar. El hombre
cayó, pero otro guardia vino hacia mí con su fusil y me dio un cula-
tazo en mi cabeza. Vi a todos los angelitos del cielo, salvo a Dios.
Caí inconsciente y me llevaron al hospital en una ambulancia.
Ahí me dejaron en una gran sala donde habían cuarenta y ocho
pacientes. Tardé un tiempo para recobrar la conciencia y ver de
nuevo la tierra. Pusieron policías a la entrada de la sala. Ellos me
vigilaban noche y día. Abajo, a la puerta del hospital había un carro
de la policía. Esa era la situación. Aunque en una cama, yo estaba
detenido.

Fuga

Al otro día vino una veintena de estibadores a visitarme.


Estaban alrededor de mi cama charlando y riendo. De vez en
cuando los policías civiles que estaban en la puerta se asomaban.
Guillermo me dijo en voz baja: “Venimos a ayudarte a escapar”. Yo

160
TRES

tenía abierto varios procesos por mi participación en las luchas


de la huelga. Guillermo insistió: “Ve al baño y cámbiate, ahí te
hemos dejado ropa”. Lo hice, otro compañero se puso mi pijama y
se metió en la cama. Yo, ya vestido, salí con otros cinco estibadores
por la puerta. Le pasamos por un lado a los hombres de la policía
secreta. El resto de la gente se quedó alrededor de la cama char-
lando. Bajamos hasta la calle donde estaba Guillermo con su carro.
Me monté y él salió a toda velocidad. En ese momento, la policía
reaccionó y trató de seguirnos, pero Jean-Claude, el redactor de la
revista Pour, atravesó su jeep y la policía no nos pudo seguir. Me
escondieron por unos días en la casa de Gilberto.
Al final, nosotros no pudimos mantener la huelga más de seis
semanas. Poco a poco la gente tuvo que reincorporarse. Pero obtu-
vimos algunas cosas: aumentaron el sueldo y los equipos de trabajo
pasaron de cuatro personas, a seis, sobre los barcos. Y abajo, en
el muelle, pasaron a ser equipos de ocho estibadores. La huelga
terminó el 6 junio del 73 y yo tenía abierto doce procesos judiciales.

En la España franquista

En agosto de ese mismo año, me fui a España a descansar un


poco. Yo estaba agotado y necesitaba descansar. Primero me fui a
Barcelona, pero como no encontré nada donde quedarme, porque
tenía poco dinero, me fui a Tarragona. Tenía un saco para dormir
en la playa. Allí estaba descansando cuando, en esos días, botaron
a ciento sesenta y tres mujeres de una fábrica multinacional
alemana: la empresa Valmeline. Las echaron como máquinas que
no sirven más. El sindicato franquista se mantuvo indiferente,
como siempre. Un francés que estaba como yo, acampando en la
playa me dijo: “¿Ha oído eso? Hay todo un escándalo”. Y yo pensé
con escándalo no basta, pero qué podemos hacer? Yo he venido
para descansar, yo no debo meterme en esto… yo voy a nadar, a
descansar. Al principio yo me quedé ahí, pero el francés me dice:
“Francisco, venga con nosotros…” Entonces no lo pensé más, me
fui con ellos.

161
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

La primera cosa que hicimos fue una hojita para denun-


ciar un poco la situación. Hablamos con las señoras de la fábrica
y le propusimos: “Vamos a ocupar la fábrica, no pueden echarlas
fuera”. Ellas dudaban por lo que les dije que yo iba con ellas y nos
fuimos. El francés también. Pudimos entrar porque no estaba la
policía. Después cuando llegó la policía, tuve que salir por una
ventana. Pero la acción empezó a tomar fuerza porque había
unión. De ahí nos fuimos con otros a manifestar contra el sindicato,
porque el sindicato debía actuar, no nosotros. El sindicato también
era culpable de esa situación. No hay que olvidar que esto era en
la época de Franco y no era fácil. Por hacer un volante uno podía
recibir seis meses de prisión. Marchamos por la ciudad. Había un
gentío: trabajadoras, trabajadores y turistas. Marchamos cantando
la canción de los anarquistas: “A las barricadas…”. Sacamos
pancartas, pero la policía nos enfrentó. Las pancartas desapare-
cieron en manos de la policía y yo caí preso. Me había agarrado la
policía secreta.

Preso e incomunicado

Me llevaron a una celda de aislamiento, de dos por tres metros,


con una tabla para dormir, como único mueble. Yo estaba ahí en
una celda que no tenía luz, ni ventanas hacia fuera, aislado, sin
comunicación con nadie. Al principio me rebelé cantando y
gritando: “¡Hasta la victoria final!”, pero nadie respondía, solo el
silencio. Me cansé. Comencé a gritar por agua. Silencio… silencio…
Me sentía enterrado y surgió en mi mente un caos azaroso y un
laberinto de dudas.
Creo que es un proceso sicológico que viven muchos presos.
Plantearse pensamientos cómo: “¿Qué hago yo aquí? Yo había
venido a descansar y ahora estoy de nuevo en esta situación”. Me
decía a mí mismo: “¡Inútil! ¡estúpido! ¡tonto! ¡Esto no tiene sentido!
¿Para qué?”. Traté de visualizar otro ambiente para hipnotizarme:
“Duermes cerca de un lago de flores, lleno de colores”. Pero había
otro yo que decía: “¡Loco, estás en una celda de aislamiento!”.

162
TRES

Lentamente las puertas del inconsciente se abrieron y caí en un


profundo sueño. Extrañados por mi silencio, los guardias abrieron
la celda y me echaron un tobo de agua encima y dejaron una garrafa
con agua para beber y un trozo de pan duro con “ketchup rojo para
el rojo”, como dijeron gritando. Así pasé varios días, aislado con
una lámpara eléctrica por única compañera, sin saber si era de
noche o de día. No sabía qué me podía pasar, porque nadie sabía
que yo estaba preso ahí. Finalmente un día oí gritar: “¡Libertad!
¡Libertad!” Obreras de Valmeline y de otras fábricas gritaban
frente a la cárcel. Habían descubierto donde me tenían preso y
fueron a protestar frente a la cárcel, eran mujeres valientes. Sentí
como una luz en la oscuridad, era la sensación de estar de nuevo
comunicado. Ahora sentía fuerzas para estar diez años ahí.
Después, vino la policía secreta. Pusieron una pistola sobre
mi cabeza, me sacaron y en un Volkswagen me llevaron hacia
la frontera con Francia, hacia Port Bou. En el puesto de control
pegaron mi fotografía, entre otras veintitrés de otras personas
que no podían pisar la España de Franco. Me quedé tres días en
Perpignan con amigos. Dos trabajadores de Valmeline nos trajeron
fotografías e información. Ya en Bélgica hicimos en la Imprenta
Pour una revista sobre Valmeline y la introdujimos secretamente
en Tarragona.

163
CUATRO
Contacto con las FALN

Después de casi tres años de mi regreso a Bélgica, yo seguía


pensando en Venezuela. En el 72 había leído en un periódico
un material que decía: “El gobierno ha expulsado a Francisco
Wuytack, pero el pueblo lo va a traer de nuevo”. Poco después
empecé a tener contacto en Bélgica con algunas personas enviadas
por las FALN. Primero con una persona llamada Charlie y luego
con otra de nombre Edgard Rodríguez (que después en el gobierno
de Chávez fue representante de Venezuela en la OPEP).

Yo llegué a Europa con la misión de darle apoyo al catire Leo,


que había llegado lesionado de una pierna por una herida de bala
en la montaña. En ese momento yo era un carajito de ventitrés años.
Después de transcurrido un tiempo de nuestro primer encuentro,
nos encontramos en París. El 30 de diciembre del 71, el catire me dice
que tiene una correspondencia del monte que le enviaron a Francisco
Wuytack. Entonces me dice el catire: “Yo tengo aquí una cosa para
hacerle llegar a Wuytack, pero es mucho riesgo para mí. Creo que
es más fácil que vayas tú”. Me consiguió, no sé de dónde, un maletín
doble fondo. Yo le dije al catire: “Tranquilo, yo hablo con él. Si él es un
hombre inteligente, como tiene que ser, él va a comprender”.
Entonces, yo me fui para Bélgica. Hice un viaje en tren desde
París. Fue un viaje bellísimo, con mucha nieve. En el tren Bruselas-
Gantes me hice una novia, para andar acompañado ¿no? Novia… tú

167
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

me entiendes para crear una situación de una parejita, no fue ningún


esfuerzo porque la muchacha era bellísima. Cuando llego al terminal
hacía un frío espantoso. Me fui hacia San Nicolás y allá pregunté por
la ubicación de la calle. Me fui caminando con mi maletín en la mano
medio rústico y cuando llego frente a la casa que voy a tocar la puerta
oigo ¡gaitas! ¡música de gaitas venezolanas, zulianas! Y yo digo esta
vaina es Carpentier puro. Me acordé mucho del Siglo de las Luces
en ese momento. Me acordé de aquella llegada de Víctor Hugues
a la casa de Sofía. Días antes, casualmente, había estado hablando
mucho con Carlos Franquis sobre Carpentier. Toco a la puerta y me
sale él con un suéter negro cuello redondo, no cuello de tortuga, y me
da los buenos días en flamenco. Y le digo: “Padre Francisco, hola,”
en español. Él me contestó, entonces, “hola”, también en español,
y me miraba con los ojos muy abiertos, tú sabes, con esa forma tan
expresiva de él. Yo le dije: “Te vengo a visitar y te tengo noticias muy
buenas de queridos amigos tuyos”. Él me dijo después que cualquier
desconfianza, cualquier duda se le disiparon a los pocos minutos.
Quizás por mi comportamiento, mi seguridad, mi tono de voz. Yo le
expliqué todo, que yo venía de parte de George Mattei. Entonces, me
muestra los discos de gaitas que le acababan de llegar. Esos discos
eran discos grabados por un grupo de gaitas de un barrio de La Vega.
Cuando los estaba escuchando, en ese momento llego yo ¡imagínate!
Es una historia garciamarquiana, garciamarquiana con otras cosas.
Me presentó a la mamá y después le dije: “Yo te traigo aquí algunas
cosas de unos amigos tuyos” y le entregué la correspondencia. Al día
siguiente, después de desayunar, salimos a caminar.(Ch.)

Él se reunió conmigo en Bélgica y me dijo: “Si usted quiere,


nosotros podemos llevarle de nuevo a Venezuela con la guerrilla”.
Yo estaba muy contento de esta oferta. Edgar no vivía en Bélgica en
ese momento, pero se movía mucho en Europa. Él estaba muchas
veces en Italia y en Francia… creo que era responsable en Europa
del movimiento revolucionario.
Entonces, nos pusimos de acuerdo para encontrarnos en París.
En París nos reunimos con un director de cine, con Pierre Samson.

168
CUATRO

Él había hecho una película para la televisión francesa, para ORTF,


sobre Lenin. Con él, su esposa y Edgar, en esa reunión, tuvimos
una discusión muy abierta. Al principio hablamos de muchos
temas, de cultura, de pedagogía… Después pasamos a hablar de mi
regreso a Venezuela. Me dijeron que tenían que cambiar un poco
mi fisonomía, había que cambiar mi cabello, hacerme una peluca.
Yo tenía unos dientes que estaban un poco abiertos y entonces me
dijeron que había que ver entonces cómo cambiar eso. Debía sacar
una foto con mi nueva fisonomía para hacer un pasaporte falso.

Cuando me entrevisté con el catire, después, él me preguntó si


yo veía algún peligro, por su carácter, para la operación que íbamos
a realizar y yo le dije que el peligro era que él se fuera por la libre.
Y eso fue exactamente lo que sucedió se fue “por la libre” se puso a
dar mítines él solo por los barrios. Hubo momentos difíciles después.
Cuando estaba en Carúpano, quería irse y el compañero que lo tenía
allí tuvo que hablarle fuerte, le dijo: “Tú irás a salir de aquí sobre mi
cadáver, pero de aquí tú no puedes salir”. (Ch.)

Me iban a poner en el pasaporte que yo era nacido en Bezançon,


en Francia. Escogí esa ciudad porque la conocía, había estado allá
una vez en la ocupación de una fábrica de relojes durante una
huelga. Era una multinacional suiza. A los días de esa ocupación,
la gendarmería especial de Francia tomó de nuevo la fábrica. La
cosa no duró mucho tiempo. Pero en esa oportunidad me tenía que
mover mucho por la ciudad de Bezançon. Por eso conocía muy bien
esa ciudad y podía decir que había nacido ahí. En el pasaporte mi
nombre era Jean Guinar, mi padre había muerto… tenía que saber
algunas cosas sobre mi nueva identidad. Tenía que tener seguridad.

Planes para regresar a Venezuela

Después de hacer todos los arreglos, regresé a Bélgica. El


problema, entonces, era cómo decir a mis padres que había tomado
esa decisión, que pensaba regresar a Venezuela con el apoyo de la

169
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

guerrilla. No podía decir eso. Mis padres eran ya viejos. Mi papá,


que salió muy débil después de su experiencia como prisionero,
después de cinco años en un campo de trabajo en Alemania, no
tenía el corazón muy fuerte. Entonces me puse de acuerdo con mi
hermana primero y con su esposo después. Ellos comprendieron
y aceptaron acompañarme en esa decisión. Acordamos, entonces,
que yo dijera a mis padres que iba a París, por catorce días. Después
que pasaron quince días, ellos pensaron que estaba trabajando en
París. Con el tiempo, mi hermana les ha explicado que yo había
regresado, que tenía gusto de estar en Venezuela, les fue diciendo
todo de manera muy suave. Tuvo que contar eso porque poco a
poco se fue filtrando información de amigos… “Francisco está allá,
pero no como cura, sino como guerrillero…” Naturalmente, esas
cosas no se pueden esconder mucho tiempo y ella tuvo que decir
la verdad, pero de manera suave a mi madre y a mi padre. Pero les
dijo eso cuando ya había pasado un tiempo. Fue un poco más tarde
y el tiempo en esas cosas ayuda a aceptar la realidad.

¿Cuál es la situación política en Venezuela cuando las FALN


buscan hacer contacto con Wuytack en Europa a través de Rodrí-
guez Larralde? En 1973 estaba concluyendo el período electoral
de Caldera y ya se veía como un hecho el triunfo de Carlos Andrés
Pérez, ante la candidatura blanda de Lorenzo Fernández. El
mismo que como ministro del Interior de Caldera, había ejecu-
tado la orden de expulsión de Wuytack en el 70. Pero habría que
hacerse otra pregunta. ¿Por qué las Fuerzas Armadas de Libera-
ción Nacional se movilizan hasta Bélgica, localizan a Francisco
Wuytack y lo traen a Venezuela?
En mi opinión, en esa decisión privan tres factores. En primer
lugar, está el carácter emblemático alcanzado por Wuytack con
su expulsión del país el año de 1970. Con esa expulsión Francisco
Wuytack se convirtió en un símbolo contestatario, de denuncia;
se convirtió en un testimonio de las aberraciones de la llamada
“democracia representativa”. Con esa expulsión, Caldera puso
en evidencia la hipocresía política de la democracia. Para el

170
CUATRO

movimiento guerrillero, aparecer relacionado con Wuytack era


vincularse con un símbolo de las luchas populares. Era una opor-
tunidad para asociarse positivamente a una figura de gran popu-
laridad en los barrios de Caracas. Quiérase o no, era una forma
de propaganda. De hecho, así se manejó. Unos meses antes de
su traslado clandestino, en Caracas comenzaron a aparecer
grafitis que anunciaban el regreso de Wuytack. En segundo,
lugar las FALN estaban viviendo desde el 69 un proceso que se
conoció como el viraje táctico. Después de siete años de lucha
armada, no se veía un avance suficiente, un resultado político.
Había el riesgo de que se produjera un total aislamiento de los
focos guerrilleros que aún persistían, después de las luchas
internas del Partido Comunista de Venezuela, de la deserción
de muchos combatientes, de los efectos de la política de pacifi-
cación desarrollada por Caldera. El foquismo guerrillero había
sido sometido, esos años, a duras críticas por distintos sectores
de la izquierda. Aunque con distintas motivaciones, esa crítica
había producido efectos desmoralizadores en algunos cuadros,
o por lo menos actitudes cautas ante la lucha armada. Pero es
que, además, la lucha política de los obreros, de los estudiantes
y otros sectores populares de los barrios se había acentuado
en esos años y estos grupos parecían tomar la vanguardia de la
lucha revolucionaria. Ante esos hechos, el Partido Revolucio-
nario de Venezuela, el aparato político de las FALN, decide lo que
llaman el viraje táctico. Una búsqueda de conexión con las luchas
populares en las ciudades. Acciones de guerrilla urbana, pero
también la incorporación en las luchas reivindicativas de los
sectores populares y Francisco Wuytack era el personaje idóneo
para simbolizar ese viraje.
Otro factor que debe haber influido era el conocimiento que
tenían los dirigentes del PRV, Partido Revolucionario de Vene-
zuela, los comandantes de las Faln, de la actuación de Francisco
Wuytack entre los años de 1966 y 1970. Incluso habían conexiones
personales que se habían producido en esos años con personas
que después se habían incorporado a la lucha armada. Entre

171
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

esas personas estaba Alí Gómez. Un joven guerrillero que en los


años anteriores había militado en los grupos juveniles creados
por Wuytack. Alí Gómez tenía quince años cuando conoció a
Wuytack y se incorporó al grupo de Jóvenes para Cristo. A pesar
de su juventud, pronto Alí Gómez comenzó a tener importante
influencia en el proceso y en las acciones de Jóvenes para Cristo,
hasta que decide separarse de ese movimiento para incorporarse
a la guerrilla, no sin antes dejar sus efectos políticos sobre las
actividades de Francisco Wuytack. Por eso pienso que Alí Gómez
pudo ser por lo menos inspirador de la traída a Venezuela de
Francisco Wuytack.

Un suceso inspirador

Antes de viajar, cuando ya estaba en París, recuerdo que me


pasó algo que nunca olvido. Yo iba por una calle y tenía un presen-
timiento, reconozco que soy algo supersticioso. Había unos
obreros trabajando. Estaban abriendo la calle para meter tubería,
tubería de gas. De pronto, vi a una señora sentada con un niño. La
mujer era pobre, paupérrima. Dolía mirarla. Yo quería hacer algo,
pero pensé: “¡Caramba! Para darle algo con que ella pueda sobre-
vivir tengo que darle todo mi dinero”. Yo llevaba dinero, porque yo
pensaba en aquel momento: “¡No quiero también ser dependiente
de la guerrilla”, porque, no es que no fuésemos buenos amigos,
pero no quería depender totalmente de ellos. La verdad es que yo
estaba ya aburguesado en Europa, acostumbrado a mi indepen-
dencia. Yo pensaba, ingenuamente, cuando yo esté allá y yo quiera
una cerveza y tenga que decir: “Por favor dos bolívares…” resul-
taría penoso. Quería tener independencia…
Tenía demasiado dinero, tal vez, en aquel momento. Pero era
una cosa normal. Yo digo las cosas como son, no voy a esconder
nada. Entonces, yo estaba ahí delante de aquella señora y sin
pensarlo, tomé mi dinero y ¡puffff…! lo di todo a la señora. Eran
como mil doscientos dólares. Ella no entendía… A esta mujer
normalmente le dan un franco francés, pero ¿más de mil dólares?

172
CUATRO

“Caramba, tantos dólares…” Ella estaba muy sorprendida con los


billetes en la mano, no entendía, pero después simplemente se
me quedó mirando y guardó los billetes entre su ropa. Después,
ese recuerdo de la mirada de aquella mujer me ayudó. Creo que
recuerdos como esos ayudan, son pensamientos positivos.

Francisco es una persona a quien la mueve el prójimo. Toda la


vida estuvo pendiente de la gente… la gente… la gente… lo impor-
tante era la gente. En primer lugar, era un saludo… a todos saludaba,
un saludo… una sonrisa. Aunque él no lo conociera, él saludaba
y la gente por reciprocidad también lo saludaba y era un saludo de
alegría. Así fue durante toda la vida que lo conocí. Siempre estaba
atento, pendiente para ver qué necesitaba la gente y lo que fuera él
trataba de conseguirlo. A veces lo lograba, otras no, pero si él podía,
si él tenía algo lo daba, aunque se quedara sin nada. (C. G.)

Un clandestino algo evidente

Después de esto, me fui al aeropuerto a tomar el avión. Edgard,


que había recibido el nombre de Jordán para la guerrilla, también
iba conmigo. Debíamos ir a Londres para tomar un avión que nos
llevaría a Trinidad. El plan era pasar de Trinidad a Venezuela,
clandestinamente. Jordán me había dicho: “¡Mire! Desde que
entremos en el avión, usted no me conoce más”. Pero yo soy mal
compañero en todo sentido. Nosotros viajamos de París a Londres,
sin novedad. Cuando llegamos a Londres me subí al otro avión que
me llevaría a Trinidad y me senté en mi puesto. Cuando estaba allí,
veo que entra Edgard al avión y digo: “¡Edgard!”. Entonces él me
ignoró, pasó sin voltear y se fue a otro puesto. Pasó como si no me
conocía. Yo pensé: “Como que no he aprendido las lecciones”. Es
que yo no servía para todos esos trucos. Todo era muy difícil. “Es
otra situación,” pensé. A las horas, finalmente, llegué a Trinidad.
A mí me habían dicho que cuando llegara al aeropuerto, yo
debía llevar a la vista una revista francesa, Paris Match, en la mano
izquierda y allí otra persona debía tener un periódico: Bohemia…

173
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

una revista semanal. Y ese hombre debía pasar tres veces delante
de mí, pero yo no debía hablarle. A la tercera vez, entonces yo
podía hablar. Porque él debía decirme dónde debía dormir, y todas
esas cosas. Yo estaba ahí y veo pasar a este tipo con su Bohemia, y
en lugar de esperar dos veces más, voy directo a hablarle. Inme-
diatamente este tipo desapareció y no lo vi más. Yo dije para mí:
“¡Caramba! qué mundo es este”.
Me quedé ahí, en la sala de espera del terminal. No sabía qué
iba a pasar conmigo. Después de más o menos una hora el hombre
regresó… Lo primero que él me dijo fue: “Mire, usted ha hecho una
falla muy grave”. Y yo le contesté: “Sí, voy a acostumbrarme porque
estoy todavía en la escuela, tengo mucho que aprender”.
De allí nos fuimos a un restaurante de un hotel, comimos y
después subí solo a la habitación para dormir. No tenía sueño y
después de un rato sentí sed. Pensé: voy abajo al bar a tomar una
cerveza. Bajé y me senté en la barra. Yo estaba tomando mi cerveza
cuando llegó un hombre y se sentó a mi lado. Era un venezolano, un
caraqueño. El hombre se puso a hablar conmigo y al oírme me dijo:
“Pero mire ¡usted habla tan bien el castellano ¿de dónde es usted?”.
“Soy francés,” le dije. Y él insistía: “¡Pero habla bien el castellano!”
Entonces pensé: “¡Caramba, qué lío!” y me tomé rápido mi cerveza
y me fui.

En bote para Venezuela

Al día siguiente, al contarle a Edgard lo que me había ocurrido,


me llevó hasta una casa muy desolada, muy solitaria donde solo
estaban un negro y un chino. Podía salir una o dos veces esa
semana para ver el mar, para prepararme un poco mentalmente
para el viaje clandestino. Al fin, el 30 de octubre, me fue a buscar
Jordán, es decir Edgard, en su carro. Manejaba rápido, muy rápido.
“Es un loco, pensé, directamente vamos a chocar”. Pero llegamos
bien. Allá había un bote. Yo llevaba solo un morral con algunas
cosas. Me metí en el barco y Edgard dijo: “Adiós, pronto van a verle
en Venezuela”.

174
CUATRO

Eran las cinco de la tarde, nunca lo olvido… Íbamos solo el


chino, el negro y yo. Cuando estábamos más o menos dos o tres kiló-
metros mar adentro, apareció otro bote más pequeño. Entonces, los
hombres del primer bote me dijeron que tenía que trasladarme al
bote pequeño. Y empezaron de nuevo mis dudas y les dije: “Pero
¿quién es ese?”. A ellos no les gustó mucho mi pregunta y me
contestaron un poco fuerte: “Usted no debe saber todo siempre”.
Tal vez no podía saber todo porque pensaban que yo era demasiado
chismoso… hablador. Después, conversando con el otro hombre,
me dijo que se llamaba Fidel y tenía cinco hijos. Naturalmente Fidel
no era su verdadero nombre. Había otro tipo con él, un ayudante.
Pienso que transportaban armas. En ese momento me di cuenta
que la situación era difícil. Mi vida había vuelto a cambiar.

Las rocas del infierno

Yo estaba ahí en ese botecito chiquito y las olas eran muy


grandes. El agua entraba y había que sacarla siempre con un pote.
Entonces pensé: “Aquí no voy a llegar nunca a Venezuela”. Todo
estaba oscuro, también en el bote, porque ellos no ponían luces,
para ocultarse. Fidel debió tener un compás, no sé, algo para orien-
tarse. Naturalmente, yo no era marinero y no conozco como se
orientan. Soy marinero de agua dulce, dicen aquí.
Ahí, en el mar, en la noche, con esas olas, recordé que hacía
muchos años, cuando tenía diecinueve años y estaba con las Voca-
ciones Tardías leían, siempre leían los diez primeros minutos de
la comida. Era una costumbre allí. Pero yo recordé un libro que
leyeron, un libro de holandeses que habían ido a América, a la
Guayana holandesa y a Martinica… En el libro se contaba sobre
un botecito en los que iban esos holandeses. Contaba que ellos iban
por un mar con grandes olas y llegaron a un punto donde habían
dos rocas, que se llamaban las rocas del infierno, porque los mari-
neros para no chocar, debían esperar que llegara una gran ola y
entonces se debía pasar por encima.

175
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Ahora yo estaba sentado ahí en el bote y veo exactamente lo


mismo. Una gran roca que de vez en cuando las olas cubrían. Yo
pienso: “¡Caramba es lo mismo! ¿Qué va a pasar?”. Pensaba que
podía hundirse el bote. Entonces me agarré más fuerte todavía
de la lancha. Fidel estaba tranquilo y cuando vino una gran ola,
dijo: “¡Sí!” y metió la lancha. Debía ser exacto, porque sin eso… el
desastre.
El viaje continuó así por horas, con un mar furioso y yo con
mis manos apretando fuerte el banquito y un lado del bote. Al fin,
cuando estábamos muy cerca, porque de lejos no se veía nada,
vimos una playa. Era la media noche, casi la una. Cuando todavía
la lancha era algo lejos de la playa, Fidel la detuvo, y me dice:
“¡Salta!”. Yo, entonces, salté y el agua me llegaba hasta el pecho.
Fidel me dice: “¡Corre!” Debíamos correr, pero el agua no nos
dejaba avanzar. Al fin salimos del agua y caminamos por la arena
hasta una choza, una casita de madera, y ahí estaba la señora de
este Fidel. Ella nos dio un café muy fuerte. Enseguida Fidel me
dice: “Ahora sígame”. Él se fue delante y yo lo seguía. Caminamos
un rato por la playa hasta que llegamos a un sitio donde había unos
estanques abiertos en la tierra. Algunos tenían agua del mar y
otros sal, mucha sal. Era una… salina. Allí cerca había otra choza y
adentro había un saco de harina, no de trigo, sino de maíz… y eso,
con agua y azúcar comimos. Al rato, llegó un tipo y me dijo: “Creo
que dentro de dos días salimos”. Yo me quedé por unas horas en esa
choza descansando. Después he pensado: “Estar siempre metido
en esta choza, no es para mí”, y me fui a caminar por la playa.

La guerrilla

Mantenemos contacto con él en Europa, y hacemos el esfuerzo


para que retorne aquí. Luego viene su ingreso a Venezuela, después de
un largo período de viajar, cambiar de pasaporte, cambiar de cédula,
de identidad, montarse en una lancha, atravesar de diez a doce horas
en lancha, en una lancha que no es un barco con camarote ni con baño
ni con mesas para comer ¡tú me entiendes! Él se monta en la lancha

176
CUATRO

con unos pescadores que lo van a trasladar. Te voy a decir una cosa
importante: Él llega de una isla del Caribe hasta el extremo del estado
Sucre en lancha. Él dice que le tenía miedo al mar y creyó que la lancha,
que era muy pequeña, se iba a hundir y se lo iba a tragar el agua.
A cada momento que venía la ola, él sentía que el agua se lo
tragaba. A partir de cierto momento, cerró los ojos y no quiso abrirlos
más y se agarró fuertemente del banco que es una tabla, donde iba
sentado. Cuando ya habían andado cuatro o cinco horas, lo tocaron
para que se recuperara y tomara algo, comiera algo. El mar no
estaba tan embravecido y, entonces, se dio cuenta que tenía los dedos
hinchados porque no se había soltado ni un solo momento. Cuando la
lancha volvió a andar de nuevo otras cinco o seis horas más volvió a
agarrase de eso con una fuerza inmensa.
Dice él que eso era lo más terrible, andar en el mar. Hay gente
que le tiene miedo igual a un avión, creen que se van a morir. Él rela-
taba cómo esa travesía para ingresar a Venezuela le había quedado
grabada en la mente porque eran varias horas, muchas horas de
verdad verdad, y eso no es un barco que va cubierto al sol y a la lluvia.
Luego, vino a ingresar clandestinamente, reiniciar el trabajo
de contacto con la gente de La Vega, Carapita, de las parroquias de
Caracas. La experiencia que habíamos tenido con Francisco nos
había hecho pensar en dar un viraje, no solamente en la ciudad, sino
también en el campo. Francisco tuvo la virtud de conocer a la mayoría
de los jefes guerrilleros. Él se reunía frecuentemente con la coman-
dancia de las Fuerzas Armadas de Liberación, que tenía guerrilla
urbana y guerrilla rural. Es decir, que sin introducir elementos en la
discusión de tipo teórico, en la realización táctica, pudo aportar ejem-
plos que nos cambiaron la mentalidad y que hoy incluso tenemos que
seguirlos desarrollando con fuerza. El primer de esos ejemplos es:
toda sociedad, toda comunidad que se organiza autónomamente, inde-
pendientemente del poder político, que se organiza para sí aunque sea
deportivamente, culturalmente es un poder constituyente. (D. B.)

Por mi cabeza pasaban muchos pensamientos. Pero yo quería


mirar solo lo que estaba viviendo. En una parte, alejada de la casa,

177
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

estaba Fidel y el otro hombre. Estaban trabajando, estaban cons-


truyendo un barco. Tenían un plano de un barco holandés del siglo
XVII. Lo estaban haciendo ¡en madera! Tenía, tal vez, tres metros
de altura y cerca de diez metros de largo. Y solo trabajaban dos
hombres. Era sorprendente. Les pregunté: “¿Cuánto tiempo llevan
trabajando?”. “Ya tres años”, me dijo Fidel, “pero seguro que vamos
a terminar”. Era fantástico. Estas cosas me hicieron pensar mucho.

Entonces a Francisco, Leo le da el nombre de Ciriaco. En las


primeras correspondencias de aquí para allá y de allá para acá, se
hablaba de Ciriaco. De ahí, en San Nicolás, yo me despedí de él. En
el 73, cuando él entra al país, yo estoy establecido en Cumaná. Yo
recorría toda la zona de oriente, de Cariaco para adentro, ahí hice un
trabajo formidable con gente de allá. A Trinidad lo va a buscar Fidel
con el Negro, el Perico, con otro muchacho que ya no recuerdo. Él
entra por el Morro de Puerto Santo. Pero ya Alberto tenía preparado
todo el terreno y en una casa Güiria de la Playa que es una playita a
unos ocho minutos de Carúpano. Ahí había unas casas que alquilan
por semana, por mes, por año, por fines de semana. Ellos estaban allí
como pasando vacaciones. Al pisar tierra en Puerto Santo lo meten
allá. Allí queda bajo la responsabilidad de Héctor. Después me buscan
en San Luis, una playa de pescadores que quedaba cerca del viejo
aeropuerto de Cumaná. Llegan allá y me dicen que hay una persona
bajo su custodia que yo conozco. Cuando yo llego allá veo que es el
hombre, que es Wuytack. Cuando él me ve, yo creo que me confundió
con Douglas, aunque yo soy mucho más alto que Douglas. Él estaba
todo emocionado, pero creo que más se emocionó cuando descubre que
yo era Charlie. Fue muy hermoso ese encuentro. Entonces yo estuve
como dos semanas a cargo de él. Yo iba y venía, estaba pendiente de
las provisiones. A veces me quedaba durmiendo ahí. Alberto estaba
pendiente y me preguntaba cómo iba todo porque el cura se nos quería
salir y no podíamos permitirlo. A veces, él se crispaba y tenía que
hablar con él porque él nunca había estado así en un encierro. El día
de la movilización para Caracas, estaba previsto que yo fuera. Pero
después no fue necesario. De ahí no nos vimos más. (Ch.)

178
CUATRO

A los dos días, era primero de noviembre…, vino un tipo


llamado Antonio y me dice: “¡Francisco, debemos andar hacia un
campamento. Pero ahora usted no se llama más Francisco… en
la guerrilla se llama Miguel”. Y ese fue mi nombre. Entonces me
llevaron a… yo no sé… un campamento, no sé el sitio, pero pienso
que era cerca de Carúpano. Allá había muchas alcabalas móviles
del ejército. Eran muy peligrosas porque las movían sorpresi-
vamente. Por ejemplo, teníamos información de que la alcabala
estaba en un sitio, pero los militares estaban diez kilómetros antes.
Ellos las movían, entonces mucha gente cayó en la trampa: había
un tiroteo y muchas veces había muertos. Los militares avisaban a
los helicópteros y hacían un círculo de veinte kilómetros. También,
al pasar por los caseríos de noche, los perros ladraban y todo se
volvía más peligroso. Nosotros por eso caminábamos con muchas
previsiones. Así, por bastante tiempo hasta llegar al campamento.
Allá, en el campamento, había muchos hombres.
Unos comandantes de las FALN revisaron con cuidado mi pasa-
porte y hablaron entre ellos. Después se me acercaron, y uno dijo
que hasta ahora tenía buen comportamiento, que me había portado
bien… Dijeron así, seriamente. Porque había una disciplina y
siempre decían cómo se portaba cada quien. Oí decir a este coman-
dante: “Tiene buen comportamiento”. Para ellos, eso valía mucho. El
que yo no hubiera estado discutiendo con Fidel. Diciéndole: “no haga
eso que es peligroso” y tal. Yo nunca he dicho nada. Cuando estaba
en el mar con aquellas olas, yo he pensado: “Cuando me hunde, me
hunde.” Naturalmente me he agarrado muy fuerte en el bote, tan
fuerte que he tenido las manos hinchadas más de un día.

Compañera sin buscarla

Del campamento teníamos que salir en columnas. Entonces


me dicen: “Mire, andamos en columnas y para evitar problemas,
porque hay gente que comienza loquear, cada quien debe tener una
compañera”. Y se me acerca una chica y me dice: “Yo soy tu compa-
ñera”. Y yo digo: “¡Caramba! Pero yo no necesito compañera”. Ella

179
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

se me quedaba viendo, no comprendía bien lo que yo le decía.


En ese momento, yo tampoco entendía que eso lo hacían porque
muchas veces la guerrilla se quedaba cerca de un pueblo y los
guerrilleros tenían contacto con la gente del pueblo, que era zona
liberada y a veces ocurría que los guerrilleros tenían contacto con
chicas del pueblo que no eran confiables. Se ponían a hablar y las
chicas después repetían en cualquier parte informaciones. “Ah…
están los guerrilleros y son tal cantidad” y daban información
que podía obtener el ejército. Para evitar eso, cada quien debía
tener una compañera, una muchacha que era confiable. Pero yo
no acepté esta chica como compañera. La chica era muy bonita,
pero yo dije: “Yo quiero que usted me disculpe, pero yo pienso
solamente en La Vega, en los barrios….” A ella le pareció lo que yo
decía un poco raro, no me comprendía, tal vez. Estaba sorpren-
dida. Rehusar a una chica que era bonita, ella no lo entendía. Por
eso, para explicar mejor yo le dije: “Mire, yo soy un cura viejo” y le
he dicho un poco de todo…

Yo creo que Francisco ha sido y es un auténtico revolucionario.


Un hombre comprometido con la lucha social, un hombre comprome-
tido con la gente. Un hombre que ha vivido y seguirá viviendo como ha
querido. De entrega total hacia una causa. Lo considero así, aún hoy
día cuando ya no es sacerdote, pero sigue actuando y sigue viviendo
de la misma forma, de forma intensa, abrazante en el aspecto de
que arropa. Tiene ese impulso para continuar, de trabajar, de hacer
siempre algo en función de otros. (A. Ch.)

Furtivo hacia Caracas

Al poco tiempo de haber llegado, un día nos dicen que debemos


desaparecer. Pienso que hubo una falla o que hubo un ataque o
algo así. Naturalmente, no nos decían todo. Tenían que sacarme
del grupo. Me mandaron con dos más solamente. Teníamos que
irnos rápido. Caminamos un tiempo y llegamos cerca de Carú-
pano a una playa inmensa… inmensa… Allá debíamos organizar

180
CUATRO

el campamento para sobrevivir hasta que nos contactaran. Noso-


tros decíamos “¿Qué vamos a comer?” y uno de los compañeros dijo:
“Vamos a comer chipichipis”. Y eso comíamos y otro molusco un
poquito más grande que se llama guacuco. Allí estuvimos, buscando
chipichipi en la arena para comer. Pero no fue por mucho tiempo,
porque después de dos días tuvimos un contacto y regresamos.
Nunca me han dicho qué ocurrió exactamente, si hubo un enfren-
tamiento con el ejército, si hubo muchos muertos. No decían nada.
Entonces, este mismo Antonio y otro me llevaron para Caracas,
porque teníamos que seguir avanzando. Cuando íbamos en
camino, este Antonio me dijo: “Voy a pasar por mi pueblo”. Él no
debía hacerlo por norma de seguridad. Pero me dijo: “Quiero ir
para ver a mi esposa”. Su esposa le había dejado por otro, porque
él estaba ya mucho tiempo en la guerrilla. Yo no quise preguntarle
sobre eso, porque vi que ese tema le producía dolor. También me
dijo que él había caído preso una vez y lo habían torturado. Según
él, me dijo le sacaron un testículo… Pasamos por el pueblo de
Antonio y, después de algunos días, llegamos a treinta o cuarenta
kilómetros de Caracas.

A Francisco se le trae a través del Distrito político-militar


Cornelio José Alvarado del PRV Faln. Yo lo conozco porque, cuando
Francisco ya tenía aquí algún tiempo, Douglas manda, porque había
una situación muy terrible en La Vega y Carapita, que lo traslademos
hacia Petare. Quien lo veía siempre, también, era Armando Daza, el
Chino Daza. Andaba mucho con él, pero dejó de andar con él por los
problemas de seguridad que eso representaba. Por cierto, a nosotros
también se nos convirtió en un problema, porque él no podía ver a un
niño allá en Petare, o a un grupo de personas cargando arena, porque
él se buscaba su lata de arena y se ponía a ayudar.
Él llegó hacia la zona donde está ahora la Universidad Santa
María, en La Urbina, el barrio Píritu. En ese barrio estaban cons-
truyendo casas y él se ponía a ayudar a construir las casas y la gente
le hacía sancochos sin saber quién era él. Claro que arriba él estaba
resguardado con sus armas y sus cosas. Ya nosotros habíamos

181
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

decidido desde finales del 69 y en el 70 el viraje táctico que era un


repliegue de las guerrillas rurales hacia el trabajo social, político en
las zonas urbanas y suburbanas.
Aquí, en Caracas, había cerca de cincuenta guerrilleros, distri-
buidos en los barrios de Petare y del oeste pobre. En ese instante,
Francisco quería subir a las guerrillas, esa era una insistencia cons-
tante. Acuérdate que la policía política lo buscaba. Había salido en
los periódicos información de que él estaba aquí. De manera que en
la montaña se podía ver más seguro. Él debe haber tenido ya cierto
entrenamiento porque él se veía con el Chino y con Magolla. Él cargaba
un arma, que por cierto la dejaba en todos lados, no le paraba mucho.
Pero por cosa que me ha dicho Magolla, él tenía cursos elementales de
armas. (P. A.)

Alí Gómez

El sitio era una montaña y había un campamento. Era un lugar


que tenía bastante seguridad para la guerrilla. Por eso fue esco-
gido para una reunión. Allí estaba Alí Gómez. A Alí Gómez lo
conocía muy bien; él se había unido al grupo Jóvenes para Cristo,
el año 1967. Al principio, había participado en muchas actividades
de cultura, en exposiciones de pintura, en teatro. Después, parti-
cipó mucho en otras actividades de apoyo, trabajando en la cons-
trucción de cosas necesarias para la comunidad. Alí leía mucho,
discutía sobre religión, sobre política. Más tarde se vincula con
otros grupos, con grupos políticos como la Izquierda Cristiana.
Después decidió irse para la guerrilla. Él estaba allí esperándome.

Sin embargo no me extraña que en algún momento haya tenido


conflictos con Alí Gómez. Acuérdate que Alí Gómez, además de una
persona de un gran humor, era una persona vehemente, muy vehe-
mente en todas las cosas que hacía, era muy irónico y duro porque él se
sentía tocado por algo sagrado con respecto a la orientación de su vida.
Imagínese, Alí Gómez era un explosivista y por eso muere,
de hecho. Cuando muere, él era capitán del ejército sandinista. Él

182
CUATRO

construye minas, y en una ocasión en que va a colocar una contra el


ejército de Somoza, la mina explota y él muere (P. A.)

Mis dos compañeros y yo llegamos al campamento y nos


alojamos en unas chozas. Por fuera parecía igual a cualquier choza,
pero por detrás había un muro para que cuando comenzaran a
disparar no pasaran las balas. Cuando hablé con Alí, él estaba muy
contento de verme allí y me dice: “Usted va a estar con Douglas en el
comité organizador, el comité central”. Yo le digo: “Mire, Alí, yo no he
venido por comités centrales. No sirvo para eso, sirvo para trabajar
en los barrios, pero no para eso”. Entonces Alí, algo molesto, me dice:
“Aquí no está en Bélgica, aquí hay una disciplina, usted no conoce
todavía la guerrilla. ¡Mando es mando, y ya!”, “Pero entonces, le
digo, yo no sirvo para eso, entonces se equivocaron porque yo no lo
voy a hacer”. Y Alí: “¿Usted sabe lo que esta diciendo?”

¿Insubordinado?

Más tarde, me llevaron en un carro, nunca olvido, a un lugar


cerca de Caracas. Llegamos a un sitio donde había un leninista,
un comunista leninista y Douglas estaba también. Y el leninista
comenzó a hablar sobre la revolución. Entonces dije: “Yo voy
a decirles de una vez para qué he venido. Yo he venido por los
barrios. Yo veo que ustedes han hecho un servicio fantástico. Pero
veo que eso no es fácil vivir a lo escondido; yo no sirvo para eso.
Yo siento eso, por eso quiero hacerlo como he pensado.” Ahí vi que
este Douglas era muy humano. Él dice: “Vamos a escucharlo” y
dejaron que yo explicara mi idea: “Vamos a ver en qué sirvo yo, les
dije, yo no sirvo por comités, para dirigir, porque no sé dirigir. Por
eso voy a tratar de hacer algo dentro de los barrios porque pienso
que eso es lo más importante”.

Yo pienso dos cosas. Creo que Douglas necesitaba a alguien que


movilizara. Y aquí, el que movilizaba era Francisco. Ellos no, ellos no
tenían ese tipo de trabajo con el barrio y tampoco sabían hacer trabajo

183
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

con el barrio. Entonces, la única persona que los relacionaba con un


trabajo de barrio era Francisco. Es cierto que tenían un trabajo ideo-
lógico, entre ellos mismos, pero no tenían trabajo de barrio. Fran-
cisco tenía trabajo social, cultural; la juventud se pegaba, le atraía
eso. A mí me cautivó todo eso. Douglas decía que había que hacer que
bajaran los barrios y después ellos daban el golpe. Francisco siempre
dijo que él no iba a arriesgar la gente con armas, porque hubiera suce-
dido más o menos como el caracazo, algo así. Con respecto a Alí, creo
que era una personalidad muy fuerte. Yo lamento que haya muerto y
no haya sido testigo de todo este proceso que vivimos ahora. (T. T.)

Después estuve solo con Alí, y tuvimos todavía una discusión


fuerte. Él insistía en el tema de la disciplina, que en la guerrilla
cada quien no puede hacer lo que quiere, decía que era indispen-
sable respetar la unidad de mando. La subordinación de las volun-
tades bajo una dirección. Pero yo no aceptaba sus argumentos.
No era que yo estaba contra la guerrilla, sino que yo creía que no
podíamos perder el contacto, la comunicación con la gente de los
barrios. Por otra parte, estaba el tema de la violencia en la guerrilla.

¿Pacifista y guerrillero?

A veces me han preguntado cómo resolví en la guerrilla el


problema de la violencia en mi conciencia. Yo he dicho que la primera
violencia era del estado y considero, francamente, la violencia de la
guerrilla como una defensa del pueblo, una defensa de los pobres.
En este sentido, estaba ciento por ciento con ellos. Pero tampoco
podemos caer en un sectarismo, pensar que nuestra verdad es la
única verdad. Porque si matamos la duda, si eliminamos el derecho
de los otros por la duda, entonces, no hay más libertad. También la
duda de vez en cuando sobre nuestros propios métodos. Pero con la
poca experiencia que yo tenía de la guerrilla, me ha dado la impre-
sión de una gran apertura de esta gente, de una gran valentía de
estos compañeros que he conocido. Yo no digo que he conocido a
todos, pero los que he conocido, a esos ciento por ciento, los aprecio.

184
CUATRO

Cuando llegó a Caracas conversamos inmediatamente, hicimos


una reunión aquí para recibirlo. Asistió el catire Leo, Edgard Rodrí-
guez Larralde, que ahorita es el gobernador en la Opep, asistió el
flaco Prada y el comando urbano de Caracas.
Bueno, estuvimos intercambiando ideas. Wuytack, lo primero que
hizo fue decir que él quería comunicarse con los barrios populares.
Le dijimos que tenía que ser tomando medidas de seguridad, porque
ese es el problema de las reglas clandestinas, Si no se cumplen, esas
reglas te detienen en poco tiempo. Las reglas clandestinas son muy
rigurosas. Si uno está en una casa, no se mueve de esa casa hasta que
no venga el enlace que se lo va a llevar y no se puede uno mover por su
cuenta. Entonces, él quería hacer contacto con la gente, rápidamente.
En esa primera reunión, fue donde discutimos ese elemento que yo
le señalé a ustedes de la creación de talleres como el de La Vega que
funcionó en la capilla. Es decir, cómo introducir esa experiencia de La
Vega para toda la ciudad. (D. B)

De allí, Alí me llevó a su casa. Alí y su esposa me brindaron una


hospitalidad y amistad que nunca olvido. Era el Alí de siempre,
íntegro, inteligente, bromista y honesto. Allí estuve varios
días. Estaba seguro, pero muchas veces estas casas debían ser
cambiadas cuando caía detenido uno. Era cerca de la panameri-
cana. Él tenía en su casa un tonel con explosivos. Cincuenta kilos
de explosivos… Él quería que aprendiera a hacer bombas y me
explicaba cómo hacerlas. Me explicó cómo hacer la granada viet-
namita. A veces, muchas veces, salíamos. Pero yo decía: “Esto no
puede durar mucho tiempo. Yo no creo en este método. No puede
seguir así”. Pero tampoco quise decir nada más, no quise caer en
más discusiones. Cuando alguien tiene una dirección mental,
piensa tal y nada puede hacer cambiar ese pensamiento. En
nuestras discusiones ya le había dicho varias veces: “La guerrilla
sola no va a liberar a Venezuela, el sindicato solo, la cultura sola
tampoco. Es el conjunto ¿eh?”. A mí me alteró mucho la radicalidad
de alguna de esta gente.

185
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Yo te diría que lo que querían era repetir el esquema de la Golconda


con Camilo Torres: engañar a un cura, subirlo al monte… Con respecto
a que Francisco reclutaba jóvenes para la guerrilla, eso es falso. Que
accidentalmente Alicate se haya ido… es otra cosa. (J. A.)

Yo sentía que el mejor aporte no era ser el mejor tirador, ser el


hombre que iba a tomar pueblos, a asaltar un cuartel. Sentía que
mi aporte era abrir el terreno, abrir la comunicación, abrirse hacia
la gente. Para eso había entrado con la guerrilla. Por eso ellos me
permitieron ir directamente a los barrios. Creo que fue un gran
favor que me hicieron. Creo que muchas guerrillas no lo iban a
aceptar.
Yo no he sido nunca un controlador de conciencias, pero sí
puedo decir que ese espíritu de valentía estaba presente. Lo he
visto, por ejemplo, en Vidal, en Alí Gómez. En los sesenta, antes
de que ellos entraran a la guerrilla, yo vi cómo se portaron en los
barrios, luchando plenamente, duramente. Cuando después los vi
en la guerrilla, sentía que eran las mismas personalidades, porque
no cambiamos tanto en la vida. Naturalmente, el enemigo era
grande, muy fuerte. Pero siempre he pensado que lo más impor-
tante ante enemigos así es usar los fusiles de la conciencia. La
conciencia es muy importante porque en la lucha obrera, en cual-
quier lucha, siempre son las masas las que escogen a sus líderes. No
son los líderes los que escogen a las masas. También la conciencia
permite saber cuál es el objetivo, y esto da valentía. Pero también
es muy importante la comunicación.
En la guerrilla, por ejemplo, Alí Gómez tenía una camaradería
muy grande, con sus bromas, con su humor. Creo que Alí tenía
muchas capacidades y eso se vio en la guerrilla. Pero también,
antes de entrar en la guerrilla, cuando estuvo trabajando en los
barrios. Debo reconocer, sin embargo, que fue un error pensar que
todos deben tomar ese camino de la guerrilla para ser valientes.
He conocido en esos años mucha gente, por ejemplo mujeres, que
también han sido valientes sin ir a la guerrilla. En tal sentido,
recuerdo a la negrita, a Gregoria, que tenía diez hijos y día por día

186
CUATRO

estuvo luchando. Entonces, no voy a decir que ella no fue valiente


porque no fue a la guerrilla. Aunque la guerrilla es algo muy
importante en América Latina. Históricamente, cuando se ven los
hechos, desde la colonia española, se ve que hubo actos de rebeldía
y eso tiene un valor muy importante contra la opresión. En La Vega
hubo mucha gente que se radicalizó en la dirección de la lucha
armada. Pero ese no era el único camino. Se equivoca el que diga
que en aquel movimiento solo había gente interesada en la lucha
armada o que yo estaba empujando, condicionando gente para que
se fueran a la guerrilla.

Yo recuerdo de Alí Gómez la última vez que hablé con él. Fue
cuando él se fue a la guerrilla. Recuerdo que fue una mañana cerca
de la Plaza Bolívar de La Vega. Nos entrevistamos Danilo Arias,
Alí Gómez y mi persona, Elio Mendoza. Allí es cuando él nos dice:
“Bueno, tenemos que irnos”. Y yo le digo: “¿Cómo es la cosa, Alí?”. Y
Alí: “Nos están esperando en la guerrilla”. “Pero, Alí, eso no puede
ser tan rápido”. Y Alí me dice: “Pero es que es ya, o no es”. Entonces le
digo: “¡Caramba, pero entonces yo no puedo”. Y me dice Alí: “¿Pero,
por qué?”. Y yo le contesto: “Mira, yo no puedo, recuerda que yo soy
el mayor de mi familia… tengo que entregarle cuentas a mi papá, a
mi mamá, para ayudarlos”. Porque como digo hoy día, ellos, en ese
momento, eran unos campesinos analfabetas. Le digo entonces: “No
puedo, pues yo soy quien tengo que ayudar a mi familia”. Todavía
recuerdo, palabras más, palabras menos, que él me dice: “Elio, tú que
me has enseñado este camino, ¿ahora no me vas a acompañar en este
nuevo camino a mí?”. Le digo: “¡Caramba, Alí! No puedo”. Él dice: “No
importa, pero quiero llevarme algo de ti”. Yo cargaba un suéter azul,
grueso y le dije: “Bueno, lo que tengo es este suéter”. “Me va a hacer
falta”, me dijo y me entregó a mí una chaqueta anaranjada que tenía
capucha, era una novedad y me dice: “Allá más vale este suéter que
esta chaqueta”.
Esa fue la última vez que vi a Alí. Francisco en ningún momento había
sabido de esto. En ningún momento nos habló de irnos para la guerrilla.
Es más, no sé si voy a decir una palabra obscena, pero Francisco agarró

187
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

una arrechera cuando se enteró que nosotros a espaldas de él estábamos


haciendo práctica de guerrilla. Más bien, el que estaba sirviendo para
cautivarnos hacia eso era el mismo Alí. Éramos nosotros dos y Andrés,
el Gato, el cuñado de Cristo, Rafael Chirinos. Incluso, la primera divi-
sión que tuvo el grupo Jóvenes para Cristo la hace la Izquierda Cris-
tiana. La Izquierda Cristiana llega muy solapadamente a través de
Santiago Hernández con directrices de Saúl Rivas Rivas y Rafael Iriba-
rren. Ellos llegan ahí socavando y atrayéndonos. Alí también entra allí,
pero después sale hacia otro grupo de izquierda. Alí se va y Francisco
volvió a tener confianza en nosotros. (E. M)

Enconchado en los barrios

En la casa de Alí me quedé un tiempo, no mucho tiempo porque


yo quería hacer otra cosa. Finalmente tuvimos una reunión con
la cúpula de la guerrilla y nos pusimos de acuerdo para andar de
nuevo por La Vega. Sin embargo, ellos no estaban muy de acuerdo
con La Vega. “Eso es ya casi imposible, no hay seguridad, es peli-
groso”, me han dicho. Douglas me dijo: “Sería interesante la
guerrilla urbana, porque vemos cómo nos han diezmado a noso-
tros”. Yo le dije: “¡Mire! La guerrilla urbana sí, pero yo creo fuer-
temente en que no sea solamente las armas, ¿comprende? El que
lo hace con las armas y es especialista en eso, bien, lo hace. Pero,
aunque yo estuve en la armada, yo no creo tanto en ese camino.”
Para mí, lo importante era lo comunicativo y lo comunicativo
no se hace con balas. Las balas se utilizan contra el enemigo. Pero,
¿cuál es el enemigo? Hay que distinguirlo muy bien porque los
soldados también son hijos de una mujer del pueblo. Creo que al
pueblo se va con ideas, las ideas son más fuertes que las balas, a mis
ojos. En tal sentido, me convenció mucho el trabajo que hicimos en
el 73 con la guerrilla, pero también el trabajo que hicimos antes. El
espíritu de lucha que he conocido antes, en los sesenta, en la vida de
tantos jóvenes que debían estudiar, trabajar, pero dedicaban mucho
tiempo para meter cloacas, para alfabetizar. Para mí también eso
era valentía. No estoy distinguiendo cuál sea más importante.

188
CUATRO

Douglas Bravo

El legendario fundador del Frente Guerrillero, José Leonardo


Chirinos, el Comandante General de las FALN (Fuerzas de Libe-
ración Nacional), cuando era un joven militante del Partido Comu-
nista de Venezuela, fue uno de los comunistas que en los años
cincuenta se incorporaron a las fábricas para desplegar allí una
actividad política y gremial. Douglas Bravo, en ese entonces, se
insertó como obrero en la Fábrica Nacional de Cementos La Vega.
De allí la antigua conexión de Douglas Bravo con esa parroquia y
de allí, quizás, la explicación de por qué se interesa en las activi-
dades que Francisco Wuytack desarrolla en La Vega en la década
del sesenta. También eso explica que en el año 2000, cuando Fran-
cisco Wuytack regresa al país por unos días, Douglas Bravo va a
recibirlo al aeropuerto y lo acompaña junto con una muchedumbre
hasta el barrio El Carmen, donde toma la palabra para dar la bien-
venida delante de una multitud. Hoy día, pareciera mantenerse
esa amistad, a pesar de las diferencias de criterios que entre ellos
sustentan sobre el actual proceso político del país.

Sin embargo, debo decir, de nuevo, que esa era gente de mucha
valentía. Porque hay que considerar que había mucha insegu-
ridad, se corría mucho riesgo. Estábamos luchando contra un tigre,
un ejército organizado. Pero ante esa inseguridad me impresionó
mucho la gran seguridad de los que dirigían la guerrilla como
Douglas Bravo. Eso me dio mucha confianza. Para mí, Douglas
es un hombre muy sereno frente al peligro y también sereno para
dirigir gente. Cuando tenía que tomar decisiones sobre personas,
sobre situaciones, como en mi caso, se mantenía muy sereno.
Porque la situación conmigo no debe haber sido fácil. Ellos me
dijeron para entrar en ese comité, y a mí no me gustó y propuse ir a
La Vega, a Carapita. La verdad, es que yo tenía una visión distinta
de la guerrilla urbana.

189
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Gregoria

Nosotros, al principio, no sabíamos de su regreso. Quien sabía


era Alí Gómez, Alicate, que ya estaba clandestino. Alí hace contacto
con Beatriz, que en ese momento era su novia y trabajaba en la Cantv
de Boleíta. Alí y Palmiro se movían por los barrios de Petare: José
Félix Ribas, la Bombilla. Alí se le presenta a Beatriz y le dice que
desea comunicarse conmigo.
Nos ponemos de acuerdo, y entonces me pone una cita en la
plaza Madariaga y allí me avisa que Francisco viene, que Francisco
está aquí y que necesita comunicarse con nosotros y que él me iba a
mandar a decir dónde estaba. Entonces, yo ya estaba advertido y creo
que al único que se lo comento fue a Salchichón. Pero, quien lo sabía
ya era la negra Gregoria. Creo que a esa señora habría que hacerle
un homenaje. Gregoria fue una militante del Partido Comunista con
mucho fervor. Estuvo metida en muchas cosas. Ella vivía en la calle
Zulia y ahí conoce a Francisco. Ella debe haber tenido la misma edad
de Francisco, quizás un poquito más. Quizás unos treinta y seis o
treinta y siete años, pero nosotros la veíamos como una señora. Le
teníamos mucho respeto.
Un día estaba pintando el portón de mi casa, cuando veo que
viene Gregoria. Inmediatamente capté que venía Francisco. Yo dejé
de pintar y me fui para Carapita con Gregoria. Franciso estaba en
Carapita. Estaba en la casa del Rayado y la esposa que era enfer-
mera y trabajaba en el Hospital Universitario. Rayado hacía algunos
trabajos de construcción y era uno de los hombres de confianza de
ellos. Después de todos los saludos, de todos los abrazos, hablamos.
Francisco ya venía con una visión de trabajar con los obreros. Nos
pidió colaboración y participación. Venía con la idea de ir formando
grupos en los barrios, pero con los obreros. Entonces yo lo vi que él
venía con otra visión más política. Ya uno también tenía más madurez
política porque todo lo que había sucedido lo había llevado a uno a
leer. En ese momento, Teodoro Petkoff sustentaba que había que
trabajar más con la clase media que con los obreros y así se empezó
a discutir cuestiones más políticas. Yo no tenía ningún contacto con

190
CUATRO

Douglas, me sentía ligado con la amistad que me unía a Alí. Yo lo


admiraba y lo respetaba. Cuando Francisco tenía que movilizarse yo
me ponía a la disposición de él para movilizarlo. (T. T.)

En La Yaguara con obreros

Entonces ellos propusieron que fuera a Carapita en lugar de


La Vega y allá fui. Un tiempo después comencé a conocer la gente.
Pero no era tan seguro porque Carapita no la conocía tanto como
La Vega. Entonces, la solución fue que me pusieron en contacto con
un joven que yo ya conocía muy bien de la época del movimiento
de Jóvenes para Cristo, Tito, Tito Tamburini. Yo veía cada día a
Tito… Él siempre me acompañaba. Comenzamos el trabajo con
la huelga del aseo urbano. En eso estuvimos participando. Estu-
vimos concentrando el trabajo en La Yaguara, una zona industrial
donde hubo una pila de fábricas. Allá pensamos hacer un sindicato
popular en que se discutiera temas sindicales, políticos. Muchas
veces había conflictos porque, por ejemplo, despedían a las
mujeres cuando estaban encinta. Yo dibujé panfletos, dibujé para
los que no sabían leer… Utilizaba conceptos muy simples. Parti-
cipamos en varias actividades. En dos fábricas y una textilera se
organizaron huelgas. Pienso que eso verdaderamente es la bomba
nuclear para el capitalismo, la unión de la gente. Por eso la policía
era muy dura con nosotros. Creo que teníamos suerte de no caer.
Apenas pudimos, avisamos a la gente de La Vega la llegada
de Francisco y empezamos a reunirnos, y él empezó poco a poco a
planificar. Él empieza a tener contacto con obreros. Él venía con la
cuestión del trabajo con los obreros, pero yo creo que por ahí no era
la vía. Yo creo que la vía era el trabajo con las comunidades. Empe-
zamos a hacer contacto con gente de unos telares que quedaban en La
Yaguara, también con obreros de las Alfombras Inca. Ahí conocimos
a un obrero que se llamaba Antonio. Vivía en Blandín y a través de él
empezamos a tener contacto con obreros y gente de Blandín y otros
obreros que vivían en el barrio San Andrés, de El Valle.

191
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Yo no sé qué se estaba haciendo en La Vega. Yo, a partir de aquel


momento, muy poco iba a La Vega porque tenía la responsabilidad
con Francisco. También para que no me relacionaran. Ya yo estaba
entendiendo que estábamos en la clandestinidad y por eso me la
pasaba en Carapita. Todas las reuniones se hicieron en Carapita.
El pensamiento era el trabajo con los obreros, la toma de las
fábricas y a la larga que bajaran los cerros en un momento determi-
nado. Eso era lo que se había planteado con Douglas. En La Yaguara
hubo un trabajo gremial, reivindicativo. En los telares, el problema
era que allí había obligadamente tres turnos rotativos de siete de la
mañana a la una del día; de una de la tarde hasta las siete y así. En
realidad eran turnos de ocho horas cada uno. La cuestión era que esos
turnos cambiaban cada semana para cada grupo.
Entonces, el organismo no se podía adaptar, iba contra el horario
biológico, la persona no lograba adaptarse y eso los estaba afectando.
Muchos obreros vivían en Carapita, también obreros de Discomoda.
Nosotros empezamos a repartir folletos. Era la cuestión de los hora-
rios rotativos y la injusticia de los sueldos. Empezamos a repartir
papelitos en toda la zona industrial. Se trataba de concientizar. Ya se
venía de una discusión con Douglas para lograr una concientización
de todos los barrios, de todos los obreros. Porque la gente de Douglas
todavía pensaba en la lucha de la clase obrera. Francisco venía con
esa idea. A mí no me gustaba mucho la idea, yo pensaba más bien en el
trabajo de los barrios, de las comunidades. (T. T.)

En una ocasión estábamos participando en una manifes-


tación en la calle, con los obreros, en La Yaguara y la policía nos
cercó, nos bloquearon todas las salidas. Yo veía aquello y empecé a
buscar una salida, y Tito me dice: “Mira, Francisco, aquí nos van a
agarrar”, porque estaban en todas partes. Yo pensé rápido y veo un
carro estacionado y rápidamente me lancé bajo el carro y me quedé
allí más de dos horas. Felizmente, el carro se quedó ahí porque
si no… Al rato, los policías desaparecieron y me pude ir de nuevo
para el barrio.

192
CUATRO

La vida en Carapita era normal, tranquila, porque estaba muy


seguro en el sector que con el tiempo conocí muy bien. De noche
tocaban guitarra, cantaban canciones, recitaban poemas, discu-
tíamos… era muy agradable.
Pero a Francisco era muy difícil controlarlo, él hacía lo que él
quería. Sin embargo, yo tenía la ventaja de que tenía unos amigos de la
universidad y del liceo Santos Michelena que se movían en cuestiones
políticas y quisieron colaborar. Estaba Oswaldo, Adrián, Humberto
que me ayudaban para que pasara una noche tranquilo, yo lo dejaba
en casa de alguno de ellos y entonces dormía siempre en sitios dife-
rentes. Yo lo movía porque conocía muy bien esta zona desde Antí-
mano hasta la General Motors. Nos movíamos por el Algodonal,
hacia arriba, hacia la carretera del Junquito. A veces salíamos por
el barrio Santa Ana o por Carapita arriba, por la calle Progreso. Era
muy difícil saber por donde íbamos a salir.
Después había otro grupo, con el que nos conectábamos mucho,
gente del OR (Organización Revolucionaria). Allí había varios
muchachos: Padilla, su esposa que era socióloga, Adrián Padilla,
periodista, Boris y Nelson. Con el apoyo de ellos nos podíamos movi-
lizar mejor. Una vez nos reunimos en playa Bikini y allí fue donde esta-
blecimos las estrategias de cómo llamarnos, de cómo comunicarnos.
También Francisco fue. A él le mantuvimos el nombre de Miguel. Noel
era yo. Ya ellos eran otro tipo de organización, pero con ellos empe-
zamos a hacer propaganda en defensa de unas personas que querían
desalojar del barrio Niño Jesús. Creamos unos comités de defensa de
la tierra y Francisco estaba metido en eso, trabajando con ellos.
Pero controlar a Francisco era difícil, a veces teníamos discusiones,
a veces me arrechaba, le decía que en ese momento no se podía ir a tal
sitio… Yo creo que él nunca se dio cuenta cabal de las consecuencias de
estar en la guerrilla, yo creo que no entendió eso en el sentido latinoame-
ricano… que aquí torturaban, lanzaban desde helicópteros y uno tenía
miedo… Alicate se arrechaba a veces con nosotros, porque yo no tenía
formación en cosas de seguridad. Pero a nosotros no nos buscaban. A
quien buscaban era a Francisco. A nosotros, en Carapita, nos decían los

193
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

hijos del cura, pero quien movía a la gente era Francisco. Por eso, ellos
sabían que agarrar a Francisco era matar la culebra por la cabeza.
Pero el gobierno también trataba ese asunto, tanto el gobierno
de Caldera como el de Carlos Andrés, con mucha delicadeza. Porque
detrás estaba el asunto religioso. Acuérdate de la manifestación de los
noventa y nueve sacerdotes después de la primera expulsión. Porque,
no nos vamos a caer a mentiras, si ellos nos hubieran tratado como a
un grupo guerrillero, hubieran agarrado a cualquiera de nosotros y
nos hubieran dado una paliza y nos hacen confesar, porque nosotros
no estábamos preparados para eso. No nos vamos a hacer pasar por
héroes. Ellos no nos veían como una amenaza. Ahora si nos hubieran
agarrado en una situación de contacto con Alí o alguien de ese grupo,
la cosa hubiera sido distinta. Yo creo que ellos querían agarrar a
Francisco con mano de seda. (T. T.)

La Vega es zona roja

Allí estuvimos hasta que me dijeron desde la guerrilla: “La


Vega es zona roja importante”. Entonces hablé con Tito, lo discu-
timos. Le dije: “¿Le parece que vayamos allá?” Y Tito: “Sí, vamos a
tratar”. Una noche, no sé de cuál día, nos lanzamos para allá. Nos
fuimos en un carro que manejaba Tito. Entramos por la avenida
de Montalbán y cuando estábamos llegando al sitio donde antes
estaba el cinema abierto en La Vega, el autocine, Tito, que era un
hombre muy alerta y previsivo, me dice: “Mire, este carro que está a
trescientos metros de nosotros, no me gusta. Voy a dar un frenazo, y
entonces usted se lanza y corre lo que quiera dentro de los barrios”.
Cuando él dio el frenazo, yo me lanzo fuera, corriendo… corriendo.
Tito tenía razón, el carro arrancó y fue hacia las entradas de La
Vega, y entonces yo estaba corriendo y corriendo, lo máximo que
podía. Unos hombres se lanzaron del otro carro y me siguieron, me
siguieron siempre, porque esta gente era joven, yo tenía treinta y
ocho o treinta y nueve años.
Nunca olvido que en un momento que me perdieron de vista,
vi un rancho. En los ranchos meten palos… para… separarlos

194
CUATRO

del camino. Yo vi los palos y me agarré de ellos pero se cayeron


y todas las piedras que estaban sostenidas por ellos, corrieron
para abajo y yo oía ¡ay! ¡ay! ¡ay! Centenares de gente se asomaban
de los ranchos. Entonces salió la gente del rancho al que había
tumbado los palos y me reconocieron porque gritaban: “¡Ah, Fran-
cisco, corre, corre!” y me llevaron más arriba y me escondieron.
Los policías en la noche trataron de seguir buscándome por arriba,
era policía secreta, tal vez. Pero se quedaron, no quisieron subir
mucho. Entonces dije para mí mismo: Espero que esta gente del
barrio no sea castigada por mi culpa, porque no quería que por un
hombre fueran a sufrir otros… “Debo salir de aquí”, pensé.

Después de mucho tiempo, en Carapita, él quería ir a La Vega,


cambiarse para La Vega y entonces me dice a mí que lo lleve a La Vega.
Yo lo saco de Carapita y lo llevo por la avenida de Montalbán y cuando
llegamos a lo que había sido el auto teatro El Paraíso, estaba la policía
ahí. Había un carro atravesado, y creo que otro más. Entonces dije:
“Aquí la vaina está jodida”. Entonces le dije a Francisco: “Bájate, sube
hacia el cerro y yo hago los contactos para que te reciban allá”. Los
que lo iban a recibir eran el negro Salchichón, Arquímedes y el Chino.
Entonces, él se baja y corre hacia el cerro. Pero entonces, los
carros se movilizan hacia él. Él subió cerro arriba, cerro arriba, cerro
arriba… Después yo seguí en el carro hasta La Vega para avisar a los
compañeros que ya Francisco estaba en La Vega, que lo buscaran. Él
estuvo allí dos o tres días antes de caer… (T. T.)

Al otro día bajé por San Miguel hacia la parte baja de La Vega
porque yo tenía que atravesar por allí para poder llegar a Los Para-
paros que yo conocía mejor. Cuando llegué cerca de la escuela
Bermúdez, había carros policíacos con cúpulas de… no de vidrio,
sino de mica, para ver mejor hacia arriba, hacia los cerros. Los poli-
cías estaban allí observando y yo andando, como si no pasaba nada.
Creo que yo era un poco loco, no servía para la guerrilla, tampoco
para la clandestinidad. Eso de estar escondido en un rancho no era
para mí. Yo caminé cerca de los policías y seguí hacia Los Paraparos,

195
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

hacia la calle Zulia. En ese momento, ya Tito iba conmigo. Entonces,


comenzamos a trabajar. Ayudábamos a la gente cuando estaban
haciendo su ranchito. Allá me conocían y me movía de un sitio a
otro, tomaba un cafecito en una casa. Me sentí de nuevo como antes.
Era como cuando yo había estado allí en los años sesenta.

El negro Salchichón le decía que debía andar por arriba, pero él


quería bajar todo el tiempo. Él agarraba hacia el barrio El Carmen y
andaba por la calle principal. No respetaba las normas de seguridad.
Hay algunas críticas a Francisco. Primero su ingenuidad. Yo creo que
no conoció lo que era la policía venezolana en sí. Aunque Francisco es
un duro, Francisco no es un cobarde. Pero yo creo que él creía que aquí
respetaban los derechos humanos como en Europa, donde si caías preso,
te abrían un juicio. Aquí, si te agarraban estabas jodido. Yo creo que él
no conocía la manera de hacer represión aquí en Venezuela. Entonces
yo creo que él sí trajo su eurocentrismo de alguna manera. (T. T.)

Violación de seguridad

Un día yo estaba en la parte baja, en Los Paraparos, estaba


ahí hablando con la gente en una calle. De pronto vino un Volk-
swagen, nunca olvido, con obreros de bragas azules, pero jóvenes,
cuatro nada más. Ellos se bajaron del carro y caminaban por ahí
observando, nos miraban. Pero alrededor mío había mucha gente
del barrio. Yo los observé y pensé: “Esto no es normal”. A lo mejor
eran policías y querían agarrarme, pero había tanta gente que
no pudieron hacer nada. Por eso dieron la vuelta en el carro y se
fueron. Pero ya habían visto que yo andaba como tonto, allá en
todas las calles… Me habían reconocido.

Tito habla conmigo y yo le digo que no podía asumir eso solo, ni


él tampoco. Entonces, decidimos poner en antecedente a todos los
muchachos, los que pudieran, los que tuvieran capacidad de facili-
tarnos apoyo con los vehículos. La gran mayoría trabajaba, no tenían
mucho tiempo libre. Yo tenía mucho tiempo libre, en la mañana yo

196
CUATRO

estaba ocupado, yo daba clase en la mañana, pero disponía de tiempo.


En ese momento, ya teníamos los carritos Pegeaut y lo movilizábamos
ahí. Yo le quitaba el de Rafael, yo tenía el mío. Entonces íbamos a
buscar gente… a visitar gente que Francisco quería ver.
Entonces, Francisco quería que lo lleváramos a todos lados, y
así fue. Independientemente, de todas maneras, él iba a ir con o sin
nosotros. En La Vega era entrar y salir. La mayor parte del tiempo
estuvo en Carapita. Siempre lo llevábamos a Antímano, a Caricuao
lo llegamos a llevar por las Lomas de Urdaneta, al Amparo. Había un
amigo de Tito y él también colaboró. Lo que pasa es que Francisco era
como siempre. Francisco violaba las medidas de seguridad. Dema-
siado tiempo duró con nosotros. De hecho, Alí decía que él no daba
mucho tiempo para que Francisco cayera, estando con nosotros. Pero
él estaba claro que si ocurría algo, iba a ocurrir por la manera de ser
de Francisco que no medía pues… la situación.
Nosotros tuvimos dos contactos con Alí, por lo menos donde
participé yo. En la primera oportunidad, cuando Francisco estaba
por venir. Hubo otro segundo contacto, pero después cortamos todo
lazo de comunicación con Alí porque venía una… represión…. un
problema político y entonces no debía estar haciendo contacto con
nosotros. El segundo contacto fue por El Pinar. En esa oportunidad,
no nos fuimos con los carros porque esos Pegeut estaban más rayados
que el carrizo, pero el punto fue que Francisco falló. Pensamos que
Francisco no atendía las líneas de seguridad. En algunos momentos
sí, en verdad, él como que meditaba y en verdad aceptaba nuestras
sugerencias. De hecho, en Carapita, en una oportunidad de casua-
lidad no lo capturan. (A. Ch.)

Otro día tuvimos una reunión con Douglas, y él me preguntó:


“¿Cómo marcha?” Y yo le digo: “La gente está muy clara, pienso que
ellos pueden conquistar lo que quieran, pero nosotros no debemos
decir qué deben hacer. Nunca se debe utilizar a la gente porque
utilizar a la gente es muy malo. Porque la gente no debe sentirse
utilizada por una idea que uno tiene, eso no es liberación, eso es
entonces esclavitud.” Esa era mi idea. No se debía manipular a la

197
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

gente. Yo creo que eso Douglas lo entendía, por eso nunca discu-
timos. Él me comprendía y me dejaba andar por mi propio camino.
Yo quería trabajar en los barrios y él propuso el trabajo también
con los obreros de las fábricas de La Yaguara.

En el segundo ingreso, en el 73, cuando entra con el grupo de


Douglas, creo que él, de alguna manera, estaba utilizando a esa estruc-
tura de guerrilla para cumplir su propósito de entrar. Eso es lo que yo
percibo. Eso no lo dice Francisco nunca. Francisco reconoce una serie
de valores en ese proceso de la guerrilla, pero yo pienso que subrepti-
ciamente había como ese propósito de ingresar de cualquier manera
y volver a La Vega. Pero, por otra parte, creo que la policía usa a
Francisco como chicle. Bueno, también el grupo de Douglas lo quería
utilizar claramente. Douglas fue obrero de la fábrica de cemento. Tenía
un poco el mito de que La Vega era guerrillera y que iba a tener un
papel… etcétera, etcétera. Entonces cuando –en el fondo ya no estaban
haciendo acciones militares– quieren ir ya a trabajo a masa… y ¿quién
tiene el trabajo de masa más fuerte? ¿A quién la gente lo ve como un
mito? Pues, a Francisco… Entonces, ellos querían, claramente, utilizar
a Francisco como manera de entrar ellos. Pero, Francisco rompe el
esquema y es libre y no se va a atar a una disciplina partidista… escapó
entonces… Sí en esa fecha era clarito, clarito que la policía lo tenía
así… lo usaban como chicle a ver quién se pegaba. En ese sentido, la
disciplina de una guerrilla, pues él la rompió total y absolutamente. El
secreto, el anonimato, etcétera… A la semana cuando la policía vio que
ya no se le pegaba nadie, pues lo agarró. (J. A.)

La captura

Después, organizamos una actividad para protestar por el


desempleo. Allá arriba era terrible… terrible… el desempleo; yo no
hice censos, pero había gente que no tenía nada, los niños pasando
hambre… Entonces, digo: “Vamos a hacer de nuevo una marcha
silenciosa, sin alboroto, pero hacia el Congreso” y nos pusimos a
preparar eso. Yo visitaba las casas y entré hasta en casas donde

198
CUATRO

había militares o donde uno de los hijos era militar. Una vez entré
a la casa de un militar, de un guardia. Yo entré y entonces él me
saludó: “¡Hola, Francisco!” Y yo digo: “Pero usted no va a matarme
¿eh?”. Y él: “No, no al contrario, yo estoy aquí con usted, vamos
a defender al barrio”. Era así un poco. No sé cómo sería la cosa
cuando se presentara la situación de verdad.
Tito estaba allá conmigo y comenzó a hablar a la gente: “¡A la
capilla!” les decía. Era la capilla El Carmen. Nos concentramos
frente a la capilla. Allí empezamos a hablar a toda la gente que
estaba reunida. Cuando estaba hablando yo sobre la marcha,
veo que al final de la calle por la subida, vienen diferentes carros
militares, eran varios jeeps. Yo digo para mí: “¡Caramba! No me
puedo dejar atrapar” y sin pensar mucho, me lancé por un callejón
que había frente a la capilla cerca de la pulpería de Pedro. Era un
callejón muy chiquito y con muchos callejones. Yo pienso: aquí no
me van a encontrar. Pero al mismo tiempo, estos carros corrieron
contra la gente, y tuvieron que dispersarse.
Yo apenas había corrido unos seis metros por el callejón y ya
tenía un militar corriendo detrás de mí, era un oficial. Era un tipo
joven. Corría detrás de mí mientras gritaba: “¡Párate o disparo!”.
Yo pienso: “Ni por la muerte, yo me paro”. Pero, al mismo tiempo
yo pensaba: “Usted no va a parar, usted no va a parar… él no va a
tirar tampoco”, siempre estaba pensando: “No va a tirar” y seguía
corriendo y el atrás de mí. Yo corría con toda mi fuerza, pero repen-
tinamente me tengo casi que detener. Veo que el callejón termina
en un barranco, estaba tomado de sorpresa porque, naturalmente,
en cuatro años algo cambia.
El zanjón era profundo. Eran como seis metros de profundidad.
Rápido pensé:“ Yo me lanzo” y me lancé. Era la primera vez que he
sabido que la cabeza pesa más que los pies. Felizmente di la vuelta y
caí abajo. Pero no había nada que hacer porque abajo estaban otros
tres hombres esperándome, me tenían apuntado con sus armas y
uno me golpeó con la culata del fusil. Me agarraron y me metieron
en un camión, algo así… militar. Al chino, un muchacho del grupo
que también estaba trabajando con nosotros, y a otros también los

199
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

tomaron. El chino estaba aguantando el dolor porque lo golpearon


en las rodillas, casi lloraba. El chino tenía como dieciséis años.
Cuatro años antes, en la misma capilla me habían tomado preso.
En el mismo sitio, el mismo día. Douglas siempre me había dicho:
“Va a caer después de una semana”. Entonces yo pensé: “He durado
mucho tiempo, casi un año, ocho meses. Yo había llegado a Vene-
zuela en octubre y caí en junio del otro año.

Sin embargo, cuando a Francisco lo detienen, lo detiene la Metro-


politana. Nosotros decimos que Inteligencia Policial de la Policía
Metropolitana también pateaba esos cerros como le daba la gana, y
siempre andaban en esos patrullajes en La Vega. Coincidencialmente,
el día que Francisco cae en La Vega, se había quedado esa noche ahí.
Había un compañero que era el que lo movía entre cerro y cerro, pero
siempre por la parte alta y nosotros le dijimos ese día: “Arquímedes
mira, mosca, Arquímedes, no dejes bajar a Francisco porque la vaina
está jodida. Puede Francisco bajar y la gente lo puede reconocer y
pueden haber policías de civil y lo van a agarrar”. Eso no lo quiso
reconocer Francisco.
Pero así como se lo dijimos a Arquímedes, así ocurrió. Arquí-
medes, cuando lo conseguimos esa noche, después que lo capturan,
coño, a Arquímedes se le salían las lágrimas, reconociendo que él no
fue lo suficientemente fuerte para sostenerlo como tuvo que haber
sido. Francisco no le paró a Arquímedes y bajó. Si él hubiera estado en
la parte alta no había problemas porque había formas de desplaza-
miento y de ocultamiento. Pero imagínate abajo, ahí, junto a la capilla
del Carmen.
Nosotros, en el momento de la captura veníamos entrando a La
Vega, veníamos llegando por la redoma de la India, cuando alguien,
no me recuerdo si en un carro o en una moto, alguien nos dijo: “Mira,
acaban de agarrar a Francisco. Esa vaina está tomada por la policía”,
fue lo que nos dijo.
Claro, cuando nosotros llegamos, nosotros subimos, pero los
uniformados que estaban eran de la Policía Metropolitana, también
estaba la Policía Política. Pienso que quienes lo agarraron no fueron

200
CUATRO

militares. Lo que pasa es que Francisco da esa versión treinta años


después, pero no eran militares. Te lo puedo decir con propiedad
porque era Arquímedes el que estaba a cargo de su seguridad y noso-
tros localizamos a Arquímedes y eso fue lo que nos dijo. Había unos
tipos de civiles, pero había también uniformados. Arquímedes nos
cuenta lo que pasó ahí. Después, Arquímedes se perdió, no sabemos
qué fue de su vida, no sé más nada de él. (A. Ch.)

Ron contra champán

De allí me llevaron a Cotiza. Allí estaba un coronel que fue el


que me interrogó primero. Se llamaba coronel Delgado. Entonces
dice: “¿De nuevo de visita?”. Ellos estaban contentos porque su
operación era exitosa. Delgado me dice: “Usted no comprende
el pueblo venezolano”. Yo le contesto: “No tengo la pretensión de
comprenderlo”, “Cuando yo me gradué —dice— hice una fiesta,
y tenía un amigo que hizo también una fiesta. Yo brindé ron a la
gente y la gente estaba contenta tocando, bebiendo. Mientras mi
amigo dice: me gusta este pueblecito —era su pueblo— voy a ofre-
cerle lo mejor posible y ofreció champán y ninguno quiso. Igual
pasa con usted y sus ideas europeas, quiere ofrecer champán”.
Pero, tengo que decirlo, él era serio. Él me contó, en aquel
momento, que en la policía habían dicho: “¿No podemos, para la
prensa, decir que le agarraron con droga?”. Pero él contestó: “No.
Él ni siquiera nunca fumó y no es bebedor”. Eso nunca lo olvido.
Porque si publican eso, cuando entonces la gente lee, hay mucha
gente que lo va a creer. Hacía mucho tiempo que la policía quería
ponerme trampas para acusarme de cosas así. He tenido también
una experiencia.

La celada

Una vez, poco antes de mi primera expulsión, unos cinco


meses antes, viene una chica de veintidós o veintitrés años, muy
bella, y me dice: “Francisco, quiero ayudarlo”. Yo le digo: “Yo no

201
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

soy patrón ninguno. Si usted quiere, puede trabajar en Carapita o


en Antímano”. Y ella me dice: “Ay, Francisco, hay otra gente para
eso. Pero yo quiero dar Biblia. Quiero visitarlo para que usted me
ayude”. Entonces he dicho: “Tal vez sabe mejor la Biblia que yo”.
Yo no la quería aceptar. Pero siempre me decía que le ayudara y
yo insistía: “No puedo”. Pero ella seguía diciendo: “¿Alguna vez no
podemos estudiar algunas cosas en conjunto? porque yo quiero
profundizar y quiero llevar esto a la gente”. Una vez yo le dije: “Es
fantástico que usted quiera estudiar la Biblia, pero yo no tengo
mucho tiempo y tampoco soy así el exégeta que voy a resaltarles
cosas nuevas. Pero yo voy a ponerle una pregunta como amigo:
¿Quién la envió?” Entonces, después de hablar un rato, ella estaba
algo nerviosa y me dijo: “Yo vengo de la cárcel de mujeres y tengo
como… tarea de andar con usted, de estar en tu rancho, pero con
droga. Entonces, llega la policía y van a publicar eso”. Ese era el
plan esa vez, y entonces la gente iba decir: “Mire, Francisco con
una mujer y con droga”. Porque si a un cura lo encuentran con una
mujer y además muy bonita y joven y con droga… ¡caramba! cree-
rían todavía más rápido. Seguramente, mucha gente lo iba a creer
porque la desinformación es tanta. Por eso, cuando yo leo una
noticia en el periódico, yo pienso siempre cinco veces. Yo me salvé
de eso, me salvé de muchas cosas, yo no sé por qué. Y este tipo de
cosas hacen más daño porque, en mis ojos, son las peores para la
gente porque ¿cómo se dice? enredan la mente.
Pero así fue con el coronel Delgado. Se portó correcto. Tal vez,
algunos que han tenido mala experiencia con este coronel van a
decir: “Mire, este Francisco está hablando habladera de paja”, pero
es que hay gente que tal vez en un momento fueron de lo mejor,
pero no se puede decir que en otro momento fueron también igual.
Por eso no estoy de acuerdo cuando pintan a la gente blanco o
negro. Pienso que los buenos tienen malos momentos y los malos
tiene buenos momentos. Eso existe en mi experiencia. Recuerdo
que cuando llegué a La Vega, en el comienzo, pensé muchas veces
en eso.

202
CUATRO

Con Diego Arria y deportado a Bruselas

A él lo expulsaron por segunda vez a mitad del 74, y recuerdo


que nosotros al siguiente día organizamos una marcha en la Plaza
Bolívar de La Vega, que fue reprimida brutalmente por los cuerpos
de seguridad. En la segunda expulsión, a él lo trasladaron directo al
aeropuerto, cubierto con una sábana, no lo dejaron ver y lo sacaron
del país. Eso fue en el gobierno de Carlos Andrés Pérez, cuando el
gobernador era Diego Arria, del que nosotros elaboramos algunos
audiovisuales y lo llamábamos Diego “Mandarria” por su afán de
tumbar fachadas de casa para decorar a Caracas. (C. Q.)

En Cotiza no me tuvieron mucho, porque hubo manifestaciones


frente a Cotiza reclamando mi libertad por eso me querían sacar
rápido con el avión directamente a Bélgica. De Cotiza me llevaron
a la gobernación. En ese momento era Diego Arria el gobernador.
La policía me llevó hasta la oficina de este hombre y tenía que
sentarme y naturalmente estaba un poco cojo y el pantalón sucio.
Entonces dice: “Búsquenle otro pantalón”. Él se puso a hablar
conmigo. Me ha dicho: “De nuevo este problema y ¿por qué lo ha
hecho? si quiere le dejamos, porque Carlos Andrés ha prometido
en la campaña que si él ganaba, usted podía regresar. Usted estaba
aquí pero de una manera que no era legal. ¡Mire! Francisco, ¿usted
no quiere colaborar con nosotros?” Yo le he dicho: “¿Cómo?” No
he dicho sí, sino cómo. Él me contestó: “En los barrios tenemos
muchos juntas pro mejora, y nosotros podemos financiarlo si usted
anima eso. Ahora le llevamos a Bogotá, a Colombia y allá usted
solicita oficialmente a la embajada para entrar, nosotros damos la
autorización para que entre legalmente y entonces usted trabaja
para eso”. Yo le dije: “De verdad, no me interesa”. Entonces me
sacaron y me llevaron directamente al aeropuerto. Me enviaron
directo para Bélgica.

Después de la segunda expulsión hicimos algunas acciones en


protesta. Ya eso era en el gobierno de Carlos Andrés. Salieron varios

203
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

autobuses: del Milagro, del barrio El Carmen y de la Capilla, de Los


Paraparos. De Carapita se vino otro gentío. Hasta de los Aguacaticos
había gente, gente que yo no conocía. Aunque sí me conocían, me decían:
“¡Conrado!” eso fue un desastre de palo y peinilla. Salió muchísima
gente. Nadie sabía dónde estaba, pero ya lo habían sacado del país.
Josefina estaba abajo en Maiquetía. Para Maiquetía bajaron varios
autobuses. Pero ahí no había nadie. Lo habían sacado rápido. (C. G.)

Allá, en Bruselas, hubo muchos amigos que me buscaron. Esta


vez llegué menos humillado. Mi padre, esta segunda vez, recuerdo
que me dijo algo que se puede traducir como: “No doblar las rodi-
llas”. Así era mi padre.
Haciendo una reflexión sobre mi experiencia de la guerrilla,
debo decir que cuando se ve el panorama latinoamericano, la
lucha de los latinoamericanos contra el poder imperialista, cuando
se analiza eso, uno ve que los imperialistas siempre han manejado
la tesis de las balas o el dólar. Cuando no te compran, te matan. Y
entonces, uno ve que la presencia de la guerrilla, dentro del pano-
rama latinoamericano es importante. Pero la guerrilla es solo
importante cuando está ligada a la gente. Pero también debemos
ser críticos. Cuando se ve el comunismo en su realidad, no es tan
ideal. Y ¿por qué no es ideal? Porque no hemos hecho una crítica
realista. Cuando se leen los ideólogos del comunismo, siempre
hablan de la manera de producción. La manera de producción,
sea feudal o capitalista, es lo que va a indicar la estructura social.
Yo no soy un ideólogo, no soy filósofo, pero no estoy totalmente
de acuerdo. Cuando llegué a La Vega pude ver que no es solo la
manera de producción, sino también la manera de comunicación y
creo que a veces nos falta la comunicación.

204
CINCO
Escultor y luchador social

Después que llegué a Bélgica, en el 74, trato de defenderme en


la vida. Comencé a trabajar en un taller de latonería. Yo ya tenía
alguna experiencia de eso, porque cuando tenía dieciséis años
tenía que hacer ese trabajo en la fábrica para grandes cascos de los
barcos. No es que yo fuese un profesional en eso, pero sabía algo.
Después de ahí, me fui a un garaje que estaba organizado como
una empresa de autogestión. Allí estaba Jean Claude Garot, quien
había estado en Cuba y que fue presidente de los estudiantes. Él
tenía una imprenta donde publicaba el periódico de denuncias
Pour. Ahí denunciaba a ministros y a gente importante. Denun-
ciaba cosas de corrupción del gobierno y entonces le pusieron una
bomba a la imprenta y todo quedó envuelto en llamas. El garaje era
una cooperativa y permitía que fuesen a trabajar muchos chilenos.
Eso era una gran ventaja para ellos porque la ley en Bélgica esta-
blece que quien trabaja dos años, como extranjero, entonces recibe
un apoyo del estado. Por toda esta situación, no era fácil para ellos
conseguir trabajo.
En el 75, logramos organizar en el puerto de Amberes, tal
vez por primera vez, comités de trabajadores a escala europea.
Yo no podía entrar al puerto, pero nos reuníamos en cafés, en
bares. Yo iba a una zona del puerto que llaman la isla, donde hay
muchos cafés. Nos organizamos con gente de Londres, Rotterdam,
Hamburgo, Francia, Le Havre. Había un amigo español anarquista

207
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

que estudiaba conmigo, antes, en Bruselas. Él estaba sin trabajo y


llamó a una persona que estaba ofreciendo trabajo para escultores.
Él llamó por teléfono desde el café, yo estaba a su lado, y le preguntó
si había trabajo también para un amigo. El hombre le contestó que
sí, que había trabajo hasta para cinco. Era un viernes y nos dijo que
nos presentáramos el lunes.
Entonces yo fui, pero el patrón no estaba. Estaba ahí un artista
muy reconocido de nombre Cirillo. Era un socialista ferviente. Le
dije que yo había hecho escultura, pero no así en serie. “Al principio
no voy a ser tan rápido”, le dije. Me dijo que eso no importaba, que
estaba bien. El patrón era buena persona, pero tenía una actitud
un poco militar. A las siete y media entraba y pasaba por el puesto
de cada cual. En ese momento la gente estaba todavía conver-
sando, saludando, hablando sobre el fútbol, sobre la esposa, algo
normal en la mañana. Sin que él dijera nada, cuando él llegaba,
todos comenzaban a trabajar. Cuando llegó a mi puesto me dijo:
“Ven a mi oficina después”.
Él me conocía de los periódicos de la época de la lucha en el
puerto y pensé: “Seguramente de nuevo fuera”. Cuando llegué a
su oficina me dijo: “No voy a echarle fuera, pero utilice su inteli-
gencia. Si no, usted sabe qué le pasa”. Pero quizás tampoco tengo
mucha suerte en tal sentido. Después de dos o tres semanas, me
di cuenta que los que tenían que preparar las formas para noso-
tros, para los escultores, tenían mucho polvo. Los sindicalistas de
la empresa fueron a decirme: “¿Ha visto, Francisco? Los filtros no
marchan”. Claro que a ellos no podían echarlos porque en Bélgica,
a los sindicalistas no pueden echarlos fuera. Hay, normalmente, un
control de Bruselas para que los filtros, grandes filtros, funcionen
para evitar daños pulmonares, para evitar la silicosis. Ahí había
filtros, pero no funcionaban. Yo les dije: “Sí, pero yo apenas tengo
catorce días aquí y ustedes son los responsables y si hago algo, van
a pensar que yo he venido para generar acciones”.
Eso continuó así durante un mes y un día, me reuní con los
sindicalistas a tomar una cerveza y les dije: “Ustedes no pueden
ser echados fuera, ¿por qué no hacen algo?” Pero ellos no hacían

208
CINCO

nada, quizás por su relación con el patrón. De vez en cuando, el


patrón hacía una fiesta e invitaba a las familias de los trabajadores
y él sabía influir muy bien sobre las esposas de los obreros, de los
sindicalistas. Así es la vida, no somos una sola cosa. Pero yo me
decía: ¿qué vamos a hacer? Había otro aspecto en que yo pensaba.
Si a mí me echaban antes de trabajar siete meses, no tenía protec-
ción del estado.

Equilibrista en agujas góticas

Así estaba yo, cuando el patrón entró un día y le dije: “¿Puedo


plantearle algo? Hay demasiado polvo. Los filtros no marchan”.
Entonces él: “¿Usted viene a darme lecciones aquí en mi propia
fábrica?” Yo le dije: “Yo no soy nadie para darle lecciones, pero
pienso que hay polvo y eso no lo puede negar”. “¿Y esos filtros?”,
me dijo. “Esos no marchan, le contesté, y si marchan yo me voy” y
tomé un papel y lo pegué de los tubos aspiradores, pero el papel no
se pegó sino que se cayó.
En ese momento no dijo nada, pero después me llamó y me
dijo: “Se va para Amberes”. Yo apenas había cumplido tres meses
trabajando ahí. Me envió a Amberes para trabajar en la Catedral.
Yo sabía que debía hacer mi trabajo en la altura y tenía un poco de
miedo. Pero me fui para allá. Yo pensé: “Nada que hacer, debo ir”.
En la catedral debía atravesar el vacío de cinco metros con
una escalera de metal. Con eso, uno se entrena para perder el
miedo a las alturas. Debía subir hasta noventa metros para sacar
los modelos con arcilla para tener los moldes en negativo. Lo que
debíamos hacer era sustituir las formas dañadas, todas formas
naturales. Hay un gran escritor y pensador, Fulcanelli, un poco
místico y muy inteligente, que tiene un libro que se llama El Gótico
(art-got que quiere decir el arte de la luz). Él dice que si uno ve un
árbol, tiene la estructura como una catedral, es lo mismo que las
catedrales. Las dimensiones son hechas según la naturaleza.
Yo empecé a trabajar ahí con mucho miedo. Los primeros
días yo estuve agarrándome al muro de la Catedral, de la torre,

209
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

caminando sobre dos planchas. Yo tenía miedo de esta altura de


noventa metros porque estaba mirando abajo. Así es en la vida, si
miras hacia delante de ti, hacia el futuro, hacia donde debes ir, ya
no tienes miedo. Así le he dicho a mis hijos, que cuando se mira
hacia el futuro, hacia la realidad, no se tiene miedo. Poco a poco
aprendí eso y después caminaba allá arriba como ando aquí abajo.
Lo mismo que cuando uno está arando, debe ver hacia delante,
hacia el futuro. Allí estuve trabajando casi cuatro años, hasta el 79.

Elena, no la de Troya

En 1979 conocí a Elena. Había un grupo de teatro mexicano,


Teatro Campesino, que se estaba presentando en Amberes. Era un
grupo muy interesante que en ese momento presentaba como tema
la realidad de los emigrantes mexicanos en los Estados Unidos,
latinos que deben enriquecer a los Estados Unidos. Era un teatro
que presenta la realidad total: la religiosidad, la agresividad, la
relación hombre-mujer, las relaciones de la comunidad, de una
manera, para mí, fantástica. Yo que he visto este grupo, puedo
decir que eran artistas de primera clase, algo extraordinario. Yo
los conocí y ellos querían visitar la Catedral, estaban interesados
en la restauración de las catedrales, era gente interesada en todo.
Yo los invité para que vieran como restaurábamos, cómo hacíamos
nuevos pináculos y nuevas imágenes. Ellos fueron y subimos hasta
la mitad de la torre, porque la torre tiene ciento veintidós metros, la
más alta de los Países Bajos.
Ellos también me invitaron a mí para que fuera a la presenta-
ción de la obra de ellos. Asistieron personas muy interesantes, un
famoso cantante catalán de protesta, Luis Ilach, también Jean De
Cleir, el famoso actor de las películas Carácter, Antonia y El caso
Alzeimer. La presentación era a favor del director de Els Joglars,
un grupo que ganó un premio en Francia, pero su director estaba
preso por su lucha social. Yo llegué al teatro, en Amberes, y por
primera vez en mi vida, por eso se dice que es el destino, me senté

210
CINCO

solo. Siempre yo iba a esos actos con mis amigos, sindicalistas,


obreros. Pero esa vez me senté solo en el teatro.
Estaba sentada cerca de mí una chica de pelo negro que me
empezó a hablar en español. Pero ella debe haberse dado cuenta
que yo no era español y después de un rato me dice: “Habla en
flamenco, porque yo soy de aquí”. Era Elena. En el entreacto,
algunos tomaron una cerveza. Después del acto, los mexicanos
me dijeron para tomar unas cervezas con otros amigos. Como yo
no tenía carro, ellos me llevaron hasta San Nicolás y ellos conti-
nuaron hacia Wachtebeke, que es donde vivo ahora y donde vivía
Elena en ese momento. Cuando me bajé del carro, en San Nicolás,
yo me despedí y le dije a ella: “Hasta la vista o tal vez hasta el cielo”.

Conocí a Francisco en una acción de solidaridad a favor del director


del teatro Els Joglars que el dictador Franco tenía en la cárcel. El acto
fue en el teatro Arenberg de Amberes. Por casualidad, me senté al lado
de Francisco. Al final del acto, pensábamos tomarnos una cerveza antes
de volver a casa. Francisco nos acompañó hasta San Nicolás. Como no
tenía carro lo llevamos hasta San Nicolás que era donde él vivía. Al
bajarse se despidió de mí con un: “Buena noche, hasta la próxima”. Yo
pensé: “¿Cómo voy a verle otra vez? Ni conozco su apellido ni sé dónde
vive”. Cuando llegué a mi casa, mi madre me preguntó cómo estuvo el
acto. Le dije que había estado muy bien, pero que lástima que no estaba
presente el artista catalán Luis Ilack. “Pero encontré un personaje muy
raro. Él estuvo también en la cárcel en España y ahora trabaja como
restaurador de la catedral de Amberes”. (E.V.R.)

Una rosa y matrimonio

Por casualidad, meses después, Elena buscaba una bicicleta


para una obra que iban a presentar y yo tenía una bicicleta vieja
con una estructura para poner una cesta. Ahora no se fabrican
más. En ese momento, entramos otra vez en contacto. Volvimos
a vernos y, en fin, estábamos enamorados. Pero yo le he dicho en
aquel momento: “Mire, yo no voy a hacerle feliz porque mi vida es

211
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

muy desordenada”. Era verdad, uno debe ser realista, además yo


tenía cuarenta y cuatro años y ella veintitrés. También era otra
generación. Sin embargo, ella me contestó: “Eso no me dice nada,
no pienso que va a ser así”.
Ella se había ido para trabajar con los gitanos en el sur de
España. Cuando ella regresó, llegaba por Gantes y yo me fui a la
estación del tren con una rosa a esperarla. Cuando bajó me acerqué
y le dije: “¿Me acepta? ¿Está de acuerdo para casarnos?”. Fuimos a
hablar con sus padres. Su madre estaba plenamente de acuerdo,
pero su padre no. Él me preguntó: “¿Y de qué van a vivir?” Yo le
dije: “Del amor”. Naturalmente, él pensaba en la seguridad de su
hija. Pero con el tiempo él cambió.

Después me fui a España para trabajar con los gitanos, y al


regresar Francisco estaba en la estación de Gantes con una rosa. Ahí
mismo decidimos casarnos. Primero fuimos a la casa de Francisco a
hablar con su madre. Francisco le dijo: “Madre, vamos a casarnos”
Su madre comenzó a reír diciendo: “¿Con quién? ¡Aquí vienen tantas
chicas!” Entonces yo contesté: “Conmigo”. Ella se acercó y me dio un
beso. Raro, tal vez, pero el compromiso con Francisco me dio una
sensación de libertad.
El 12 de septiembre de 1979, a las veinte horas, nos casamos en la
iglesia Santa Catarina de Nieuwkerken. El cura era un amigo, Gilberto
Verhaegen. La fuga de Bach, un texto de Castañeda, la presencia de
un amigo, el chileno Gabriel, que había pasado casi un año encarce-
lado durante la dictadura de Pinochet en la famosa prisión El Álamo,
crearon un extraño diálogo interno entre nosotros. Después vino una
fiesta latina con arpa y guitarra.(E.V.R.)

Después de nueve días nos casamos. Nos casamos primero


por la iglesia. Yo tenía prohibido casarme por la iglesia por haber
sido suspendido por derechos divinos. Sin embargo, un sacerdote
amigo me casó. Pero tenía que ser a las ocho de la noche. Fueron
amigos y había varios latinoamericanos, chilenos perseguidos por
Pinochet. Después, hicimos una pequeña fiesta en familia, con

212
CINCO

guitarras y arpas. La idea era casarse por la iglesia primero, para


salir directamente juntos. No nos habíamos casado todavía por
civil, pero al otro día salimos hacia Carrara, en Italia.

Luna de mármol en Carrara

Con dos maletas llegamos en tres días a Carrara. Por suerte


encontramos una casa desamparada, sin vidrios, ni electricidad, ni
agua. En medio de una montaña rodeada de árboles frutales, a tres
kilómetros del mar. Allí vivimos del “amor y de la cosecha”. Con la
gente de Nasano trabajamos en la recogida de la uva. (E.V.R.)

Yo llevaba los planes de trabajar allá como escultor, esculpir


el mármol y trabajar en bronce, allá aprendí más de la profesión.
Elena iba a trabajar en Carrara como recolectora en las cosechas
de uvas. Pero la verdad es que no teníamos dónde vivir. Cuando
llegamos estaba lloviendo. Siempre ha sido así. Siempre hay agua-
ceros cuando llegamos a algún sitio. Era un aguacero terrible y en
el campo vimos una casa deshabitada, arriba. Hablamos con unas
personas que vivían un poco más abajo. El hombre de aquella
casa era un minero que había trabajado en Bélgica. Yo le hablé en
francés, porque en ese momento yo no sabía italiano. Le pregunté
por la casa deshabitada que estaba un poco más arriba de su casa.
Me dijo que la casa estaba deshabitada y que pensaban poner ahí
un asilo para perros. Le dije que si podíamos meternos ahí y él dijo
que sí. Entonces nos fuimos a vivir ahí.
Dije a Elena: “Le presento un castillo, un paraíso, mire, tiene
tierras, viñas, de todo”. La casa estaba en una colina y desde ahí se
veía el mar. Tenía más de trescientos años, con muros de un metro
de grosor y adentro tenía una escalera de mármol. Pero la casa
estaba desolada. Lo primero que hicimos fue limpiarla un poco. No
teníamos agua ni electricidad, pero cuando uno está recién casado
uno no necesita de eso. Podíamos tomar el agua abajo en la casa del
minero. Se llama Mario, un ferviente comunista.

213
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

A los días, empecé a buscar trabajo como escultor. A esculpir


en un laboratorio, así se le llama, porque no es una fábrica. Era
muy grande, no creo exagerar si digo que trabajaban entre treinta
y cuarenta artistas. Por su parte, Elena iba a recoger uvas en una
viña, donde trabajaban hasta ochenta personas. Los sábados y los
domingos, Mario me pedía que lo ayudara a cosechar olivas. Debía
montarme en los arbolitos de oliva y él ponía una malla en el suelo y
yo debía mover con fuerza las ramas para que cayeran las aceitunas.

Vendimia con humor

Un domingo, Elena me pidió que la acompañara porque había


que trabajar en la viña. Yo la acompañé. Mi trabajo era cargar la
cesta donde los recolectores iban echando las uvas. Elena y los
otros cosechadores debían cargar pequeñas cestas de unos diez
kilos y vaciar las uvas en esa gran cesta que pesaba hasta cuarenta
kilos. Mi trabajo era cargar esa cesta. Nosotros cantábamos. Yo
cantaba en francés: Le patron il se a trompé… una canción que
había aprendido en una lucha obrera en las minas de Bélgica
donde había trabajado también Mario, el italiano. Yo había ido
allá a apoyar una huelga con un grupo de animación musical y allí
aprendí esa canción. La canción dice:

Le patron il se a trompé
Il voulait nous licencier
Nous on est organizer
On est prêt lutter

En español: el patrón nos engañó / él nos quiere despedir /


nosotros nos hemos organizado / estamos listos para luchar.
Pero lo que yo no sabía es que el patrón de esta viña sabía
francés. Entonces me llamó y me dijo: “Usted es buen cantador
belga, pero se va. Aquí no estamos para cantar, sino para trabajar”.
Naturalmente, siempre he tenido mala suerte, pero Elena se quedó.

214
CINCO

Para mí no era gran problema, porque yo solo iba a trabajar allí los
domingos. En realidad solo pude ir una sola vez.
Y ocurrió lo de siempre: el poder no tiene humor. Eran las “uvas
de la cólera”, como las de Steinbeck. Afortunadamente Francisco
pudo participar en el “Simposio internacional de la escultura” donde
ganó. Después empezó a esculpir y yo a pulir en los talleres de Nicoli.
Era un ambiente internacional, sin fronteras. (E.V.R.)

Un premio en Carrara

Ese año, entonces, lo pasamos en Carrara. En Carrara fui esco-


gido –en la escultura siempre tuve buena suerte– para participar
en el Segundo Simposio Internacional de Escultura de Carrara,
en Italia. Había treinta y cuatro participantes de distintas partes
del mundo. Gané con una escultura que hice y que actualmente
se encuentra en el Museo Abierto en Parma. El simposio debía
comenzar a las ocho de la mañana, y en catorce días debía haber
concluido una escultura en mármol. Al segundo día de estar escul-
piendo, se rompió un punto y me he dado un golpe muy fuerte. Yo
tenía una piedra porosa que me habían regalado que tiene propie-
dades curativas. No sé cómo se llama esa piedra, pero cuando
alguien tiene un golpe, se coloca ahí y la piedra desinflama.
También se utiliza cuando hay veneno de serpiente.
Yo me la puse y al segundo día me había desinflamado. Después
tenía que hervir la piedra en leche para que pueda ser utilizada
otra vez. Finalmente, pude terminar y compraron mi escultura.

Estando en Italia, en abril de 1980, fue la famosa marcha de


la paz. Ateos, creyentes, anarquistas, comunistas con una sola
consigna. Marchamos veinte mil con dieciocho bandas de música
desde Peruchia hasta Assisi. La marcha culminó en el punto más alto
de Assisi con el nuevo himno de Europa, con texto de Schiller y música
de Beethoven: “Todos los hombres somos hermanos”. Un momento
inolvidable de conciencia humana. Mientras estuvimos en Italia,
pudimos participar en algunas exposiciones temáticas en Milano,

215
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Roma, Viaregio, Massa. Después, yo estaba encinta y regresamos a


Bélgica. Fue difícil dejar tantos amigos excelentes y sinceros. (E.V.R.)

De nuevo en Bélgica

Nos quedamos allá en Carrara hasta octubre. Allá fue fabricado


Fabio, mi primer hijo. Habíamos llegado a Carrara en septiembre
del 79, y regresamos a Bélgica en octubre del 80. En ese año, estando
ya en Bélgica, fue a la casa un artista venezolano: Eduardo Mirabal.
Yo lo invité a Amberes y estaba comenzando a nevar. Recuerdo
que él hizo toda una fiesta con la nieve, jugando… Él fue después el
padrino de Fabio. En esos años nosotros, Elena y yo, continuamos
participando en actividades de lucha social. En Amnistía Interna-
cional y otras organizaciones y empezamos a pensar en la idea de
viajar a Latinoamérica. Entre tanto, desde el 81, seguía viajando
todos los años a Barcelona, con toda la familia, en los veranos para
fundir el bronce. Para ellos, eran unas vacaciones en el campo, para
mí el trabajo de la fundición que disfrutaba mucho. Acampábamos
en carpas cerca de Barcelona. Desde el 81 hasta hoy, he estado
yendo todos los años a Barcelona para hacer mis trabajos de bronce,
excepto los años que estuve en Costa Rica.
En esos años, trabajaba como escultor haciendo esculturas
para particulares y también para sitios públicos, para monu-
mentos. Entre otras obras hice una gran escultura a la que le di el
nombre de La muerte mágica del planeta y gané un premio con esa
obra, a pesar de que todavía no estaba pulida, no estaba totalmente
acabada. Me habían dicho que la iban a comprar, pero nunca se
concretó. Era grande y pesada y la presenté en una exposición. De
allí surgió otra oferta, el estado estaba interesado.
En esa época, nosotros vivíamos en una casita muy chiquita.
Delante la casa era de tierra y había un pedacito de terreno donde
yo sembraba tomates y otras plantas.

216
CINCO

Una visita inesperada

Recuerdo que en ese momento yo no tenía trabajo. Yo me


quedaba en la casa cuidando a Fabio que tenía un año y Elena iba
a trabajar dando clases. Un día, yo estaba ahí, como típico hombre,
leyendo mi periódico, en lugar de preparar la comida… un poco
flojo ¿no? y vi que llegaba frente a la casa un carro lujoso. Yo pensé
qué será… no será por mí. Pero al momento tocan la puerta. Esa
puerta no abría porque tenía un armario sellándola por dentro de
la habitación. Era un armario que nosotros habíamos puesto allí.
Había que entrar por la parte de atrás de la casa, por eso yo grité:
“¡Por atrás, por favor!” Yo también salí para guiar a la persona
hacia la entrada. Era un hombre. Me dijo que era el gobernador,
el gobernador de Flandes Oriental. Actualmente, ya él murió.
Entramos a la casa. Fabio estaba sentado en su vaso de hacer caca
y yo… bueno nada… la casa era un desorden. Yo le digo al señor:
“Por favor, siéntate. ¿Usted quiere beber algo?” Pero yo no tenía
vino ni nada de eso, lo que tenía eran dos cervezas y café. Él aceptó
un café. Él me dijo, entonces, que venía para algo muy importante
para mí, que estaba interesado en comprar esa obra que yo tenía
afuera. Era La muerte mágica del planeta.
Yo tenía la escultura a la intemperie y todavía estaba pulién-
dola. Me preguntó cuándo la terminaría y le contesté que no faltaba
mucho. “Aunque tenga que pulir quince horas por día, yo quiero
hacerlo”. Él aceptó, y me dio un tiempo no tan estricto para termi-
narla. Me dijo que lo llamara cuando acabara. Después me dijo que
tenía que ir al baño, pero yo no tenía baño. Había que ir “contra el
muro”. Yo pensaba qué le iba a decir. En realidad el baño era una
letrina: una madera y un hueco. Cuando él se fue yo pensaba si
después de todo, él compraría la escultura.
Esa fue una época un poco difícil. ¿Usted se imagina a los
padres de Elena viendo a su hija vivir ahí? Aunque vivían a cien
kilómetros, había mucha gente que conocía a Elena y a la familia
de ella y seguramente comentarían. Semanas después, en realidad
compraron la cosa. Cuando hablé por teléfono con el gobernador

217
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

me dijo que nos quería visitar con su esposa. Vinieron un viernes


por la noche. Elena había preparado algo bien… con velas y otras
cosas. Aunque había electricidad, ese día se fue la electricidad.
Comimos los cuatro y él me dijo: “Francisco, a nosotros nos han
invitado a muchas partes, a restaurantes, a banquetes, pero uno
siente que falta sinceridad. Aquí, en cambio, uno ve que esto viene
de sus corazones. Muchas veces la gente nos invita por interés,
para obtener un buen puesto”.
Después de algunos años, él enfermó de cáncer y su esposa
me llamó. Me dijo que él no quería ver a nadie, que estaba total-
mente solo, pero que quería verme a mí. Yo fui y escribí algo. Era
una persona muy especial. Pero así fue nuestra vida en esa época.
Así vivíamos.

Open house

En esos años, también iba mucha gente a la casa. Por ejemplo,


muchos jóvenes estuvieron allá, porque yo había comenzado con
Once Once Once. Un grupo de trabajo social. Ellos iban a otros
países donde fuese necesario ayudar, por ejemplo, fueron al
África. Una vez, ellos llegaron a la casa y entraron porque la puerta
de atrás siempre estaba abierta. En cuatro años que vivimos allí,
tal vez hemos cerrado la puerta unas tres veces. Ellos entraron
y pensaban que no había nadie, pero Elena estaba al lado, en el
cuarto con Fabio chiquito. Ellos abrieron, pusieron música y
abrieron el armario y tomaron una cerveza. Entonces Fabio se
despertó y ellos… bueno todos avergonzados. Todavía los amigos
hablan de eso porque era un episodio que no se encuentra así tan
común en Europa.
También conocí a un artista alemán, que era profesor de
historia del arte en la universidad y nos invitó a su casa. Era una
quinta bonita. Él tenía tres hijas. Yo le he dicho para quedarse en
mi casa a dormir cuando fuera a visitarnos. Pero cuando él llegó
a esa casa, solamente se quedó dos horas y se fue. Así era. A veces

218
CINCO

llegaba gente y dormíamos todos, hasta seis, en una cama. Uno de


un lado, otro de otro. Una vez me caí porque casi no cabíamos.

A Costa Rica sin respaldo

En el 84, decidimos viajar a Costa Rica. Fabio tenía tres años y


Serena, mi hija mayor, tenía seis meses. Mucha gente pensaba que
nosotros no debíamos viajar así con esos niños tan pequeños. La
mamá de Elena me dijo: “Mire, hombre, si le pasa algo a esos niños
lo mato”. Pero Elena estaba plenamente de acuerdo.

Aunque nunca he hablado con Wuytack sobre ese tema, creo que
su viaje a Costa Rica solo es explicable por ese carácter de Fran-
cisco de abrirse continuamente a nuevos horizontes. No creo, sin
embargo, que él tuviese mucha información sobre Costa Rica en ese
momento. Es posible que llegase hasta él alguna información sobre
el pequeño país centroamericano. A veces se hablaba en Europa de
Costa Rica como la Suiza americana. Un país pequeño, un paraíso
natural. El hecho de que de acuerdo con la Constitución no hubiese
ejército también debe haber sido un atractivo para una persona-
lidad como la de Wuytack.
Él sale para San José a finales del 84, cuando en ese país estaba
gobernando Monge. Llega, con su esposa y sus dos hijos mayores,
a un país distinto a Venezuela. Costa Rica es casi veinte veces más
pequeño en extensión territorial que Venezuela y con menos pobla-
ción; en esos años la población de Costa Rica era cercana a unos
tres millones de habitantes. Pero había otro contraste. Wuytack
en Venezuela había estado siempre en la capital, apenas si pasó
fugazmente por las carreteras de oriente en su ingreso clandes-
tino a Venezuela en el 73. Por eso, la visión que tenía de Venezuela
estaba fundamentalmente circunscrita a la capital, a la visión
urbana de Caracas; no tenía casi conocimiento de los cientos de
miles de kilómetros cuadrados del mundo rural, del mundo natural.
El viaje más alejado de Caracas que hizo en los años sesenta fue a

219
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Maracay, y recuerdo que comentaba que le había impresionado ver


tantas hectáreas de terreno sin cultivos.
Ahora llegaba a un país rural, fundamentalmente agrícola y
ganadero. Desde el avión debieron ver un mar de verdes contras-
tantes: verde claro de las praderas, de los potreros, de los cañave-
rales y verde oscuro de la montaña, de los bosques, de los cafetales,
de las siembras de banano. Llegaban a un país agrícola, ganadero.
El café era en esos años, y sigue siendo, uno de los más importantes
productos agrícolas. El café costarricense es de alta calidad y su
cultivo está concentrado en pocos productores que contratan mano
de obra barata para el cultivo y la recolección.

En septiembre de 1984, salimos de Bruselas hacia San José de


Costa Rica. Íbamos Elena, yo, Fabio de tres años y Serena de seis
meses. Yo había querido que saliéramos con el respaldo de alguna
organización, porque eso daría cierta seguridad. Pero a causa de
mi pasado político en América Latina, y por ser persona non grata,
me rechazaban en cualquier organización.
El director Adolf Van de Perre del Centro América Latina en
Lovaina, lugar donde antes de 1965 había estudiado sociología y
cursos relativos a Latinoamérica, me dijo francamente: “Ser expul-
sado dos veces por motivos políticos y ser suspendido por la Iglesia
a derechos divinos, hacen imposible todo éxito de solicitud”. Por
otra parte, el responsable de la organización “Mundo Liberato”
declaró no solo que no me aceptaba a causa de mi breve paso por la
guerrilla, Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (Faln), ni solo
por haber estado preso en España durante la revuelta de Valme-
line en Tarragona el año de 1973, sino sobre todo por mi actitud
anarquista y soñadora de una hermandad universal. Consideraba
que yo no encajaba en ningún proyecto político realista. Ante esta
situación decidimos salir sin ningún respaldo, salimos entonces a
lo loco bajo nuestra propia responsabilidad.

220
CINCO

Al Pacífico

Llegamos a San José el 3 de octubre y tuvimos que buscar aloja-


miento, no fue fácil. Al final, tuvimos que quedarnos en un sitio
que se llama Barrio Rojo. Era una habitación de tres metros por
cuatro. Allí teníamos que estar los cuatro. Desde ahí salimos para
Quepos hacia el Pacífico, había que hacer ciento veinte kilómetros
a través de un paraíso verde. Nos tardamos seis horas para hacer
ese trayecto. Fabio y nosotros íbamos admirando el ambiente,
mientras Serena, semidormida, mamaba del pecho de Elena. Pero
Quepos no era el destino, de allí continuamos hacia Jacó, también
en la misma costa del Pacífico. Allí había un campamento grande
de precaristas. En su mayoría provenían del sur, del golfo, de la
frontera panameña. Estaban refugiados ahí porque la multina-
cional N. A. Brand, una hermana de “Chiquita” los había echado
de su propia tierra. Típica ética de las multinacionales. Creámoslo
o no, este fenómeno se repite cada vez más en América Latina y en
todo el mundo. El filósofo Habermas lo llama “la supremacía del
sistema y del dinero sobre el medio ambiente, sobre el pueblo y su
creatividad”.

El viaje desde San José hasta el Pacífico debe haberlos deslum-


brado. Hay que atravesar lo que hoy día es un parque nacional lleno
de bosques: cedros, caobos, jabillos, robles, guácimos, laureles. Una
reserva ecológica donde abunda toda clase de pájaros, inclusive
en las partes altas de la montaña pueden verse los coloridos quet-
zales. Toda una fauna salvaje de ardillas, monos, venados, tigres,
mapaches, coyotes. Pero detrás de esa cortina natural, estaba otra
realidad, la social: el latifundio, la explotación despiadada de la
agricultura por parte de empresas transnacionales como la Stan-
dard Fruit Company, que desde los años cuarenta había devastado
miles de hectáreas de bosques para sembrar bananos, cosechar
bananos con mano de obra barata. Estaba la deforestación indis-
criminada, lo que los campesinos costarricenses llaman “apear
montaña”; la producción del café, no de una manera artesanal con

221
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

métodos naturales, orgánicos, sino con el abuso de fertilizantes y


plaguicidas.
Al lado de esa realidad, había otra de hombres y mujeres que
trabajaban denodadamente por defender cada palmo de montaña,
gente de conciencia ecológica que llegaron hasta entregar su vida
en esa lucha por evitar la deforestación, la contaminación de las
aguas. Intelectuales, escritores, artistas plásticos empeñados en
una lucha por ideales ecológicos, de justicia social ante la explo-
tación del campesino, de denuncia de la discriminación. Gente
sencilla en los campos que trataban de vivir en armonía con la
naturaleza, sembrando en pequeñas parcelas, produciendo frutas
y café sin dañar el ambiente.
Él, entonces, va a tener una experiencia cercana de lo que signi-
fica el latifundio en Latinoamérica porque trabajó en una cafeta-
lera de tradición francesa, la cafetalera Tournon, una empresa
que había fundado a principios del siglo XIX el francés Hippo-
lyte Tournon y que aún hoy día produce un café de calidad para la
exportación.

Alegrías y miserias en los cafetales

Las condiciones higiénicas eran adversas en Jacó, pero con la


organización, la imaginación y la voluntad logramos hacer maravi-
llas: techos, cloacas, aulas, salieron de la nada… o mejor dicho… de
nuestra esperanza. Pero la adversidad nos tocó de nuevo: apareció
la malaria. Un mal tropical, el paludismo… Fabio se enfermó con
fiebre alta, afortunadamente no era malaria. Pero tuvimos que
volver lo antes posible a San José. Elena luchaba contra la fiebre
con medicinas homeopáticas que trajimos de Bélgica y siempre
llevábamos con nosotros. Teníamos que buscar nuevo alojamiento
definitivo. No era fácil. Nuestros recursos económicos eran muy
limitados. En esa misma semana, después de buscar mucho, encon-
tramos en el barrio Santa Rosa a unos cien metros de la cafetalera
Tournon, una casita de madera, al lado de los cafetales. Nos faltaba
un poco de todo. Rápidamente habíamos perdido la comodidad y

222
CINCO

la vida fácil de Europa. Recuerdo un dicho de mi pueblo que dice


algo así: “solo es nuestro lo que perdemos”. En la casita teníamos
que dormir al principio en el suelo y de vez en cuando entraban
las cucarachas por las rendijas a hacernos compañía en nuestro
sueño.

En 1984 llegué al barrio Santa Rosa en Costa Rica. Quedaba a


veinticinco kilómetros de la capital, San José. Me acuerdo todavía de
nuestra dirección: cien metros al sur de la cafetalera Tournon. Los
cafetales… mis amiguitos Chepe, Su-ellen, Gustavo… los viejos auto-
buses… la única cabina telefónica en la esquina… la perra salvaje del
cafetal que vino a comer en la noche… la pulpería Don Juan donde
siempre quise comprar caramelos Marchmellows, pero los que casi
nunca comí. Todo eso fue el mundo durante mi infancia en Costa Rica.
Si hubiera dependido de mí, me hubiera quedado toda la vida en Costa
Rica porque me sentía muy en mi casa. Recuerdo que casi no quería
hablar neerlandés sino español y patchuco, un dialecto de Costa Rica.
La única cosa que me faltaba de Bélgica era mi abuela. (F. W.)

Allí estábamos, teníamos que empezar de nuevo. Pero la gente


era receptiva. Al día siguiente, un vecino al que llamaban El Gallo
más Gallo, un hombre simpático y solidario, vino a buscarme
para trabajar en el cafetal. Él me introdujo en la recolecta del café.
Había que desprender rápido el fruto e ir llenando una cesta. Los
recolectores hacen esa tarea desde muy jóvenes y lo hacen muy
rápido, con mucha agilidad. Yo no tenía esa práctica. Afortunada-
mente la amistad y el apoyo de El Gallo más Gallo me ayudaron
a pasar los días sin ser despedido. Poco a poco nos hicimos ticos.
Muchos niños del barrio vinieron a jugar con Fabio y Serena. Los
niños no tienen fronteras ni prejuicios. El mono de Dora, la culebra
de Horacio, la perra salvaje de los cafetales, los dibujos y cuentos
de Elena eran un universo abierto.

Una noche tocaron a la puerta. Eran Roberto y Horacio, el viejo


vecino. Estaban ahí con sus machetes. Eso no era nada especial

223
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

porque siempre tenían sus machetes con ellos. Pero recuerdo esa
noche porque sus miradas eran agitadas. Venían a buscar a mi padre
para ayudarles a matar un zorro que comía gallinas todas las noches
en el vecindario. Mi padre tomó su machete y yo también tomé mi
pequeño machete. Pero yo era demasiado pequeño para irme con
ellos a cazar. Los hombres, que tenían antorchas con fuego, desapa-
recieron en la noche y yo me quedé con mi madre, temblando de la
agitación.
Era la temporada de lluvia y mi padre trabajaba en el cafetal. Un
día, descubrió en una madriguera unos perritos salvajes que estaban
esperando a la madre, pero el agua de la lluvia había inundado a la
madriguera y los perritos corrían el peligro de morir. Mi padre los
salvó. Luego, a través de los perritos, establecimos una amistad
misteriosa con la perra. Cada noche venía a nuestra casa a comer
algo y después la oíamos en el monte aullando como un lobo. (F.W.)

Escultor en madera

Fuimos adaptándonos a una nueva forma de vida. En los ratos


libres comencé a tallar la madera. Usaba maderas de la zona: coco-
bolo, nazareno, cedro amargo. Hice formas totémicas inspirado
por los gigantescos árboles del valle y la fascinación del Popol
Vuh (el libro de Los Consejos de los Mayas), por el Quenomican
(El lugar del como), Carlos, Lalo, Horacio, Pedro y otros vinieron
a acompañarme. En Costa Rica, las únicas herramientas que tenía
eran cuatro cinceles, con eso trabajé, y una piedra para amolar. La
pulida se hacía con lija. Allá hice, por ejemplo, cuando nos sacaron
de nuestra casita, El eterno retorno, una escultura en madera de
cocobolo.
Pasó el tiempo, y en el mes de junio tuve la ocasión de ilustrar
el libro del escritor Francisco Zúñiga, Yo no tengo ningún muerto.
Eso fue la oportunidad para que conociera y me reuniera con los
pintores Jorge Sánchez y Héctor Marín. Hablamos bastante y
propuse la creación de un movimiento artístico popular. Empe-
zamos a trabajar en esa idea.

224
CINCO

Jade

El 9 de octubre de 1985, apareció el manifiesto del grupo Jade.


La reacción fue inmediata en la prensa. Fuimos considerados un
poco como subversivos a causa de nuestra interpretación del ser
humano, sin flirteo burgués ni yanki. Después, siguieron varias
exposiciones en el museo y en el banco popular. Entre ellas, Las
esferas borucas. También trabajé con un pequeño taller popular
de arte. Había mucho entusiasmo, pero todavía todo aquello era un
frágil comienzo con mucho sudor.

Manifiesto del grupo Jade

“…Ser dueño de un rostro y un corazón


para humanizar el querer de la gente”
(Filosofía Náhuatl)

Concepto artístico y filosófico que invita al artista de las


manos, al artífice creador a darle identidad a la inspiración
intuitiva y romper así las barreras que impone una sociedad
neocolonizada, mecanizada y deshumanizada constante-
mente.
Nos presentamos como un movimiento cuya meta es situar
su obra en una relación del hombre y la naturaleza con sus
raíces en la sociedad.
Nos organizamos como artistas para orientar nuestra obra
partiendo del pasado y atendiendo al llamado precolombino.
Mesoamérica es cuna de las raíces del auténtico ser nacional y
crisol de nuestra cultura.
Nuestra máxima pretensión al agruparnos es abrir una
ventana para la cultura del istmo, en el presente dividida
y explotada y cada vez menos libre. Solo una cultura libre
permite que ella tenga un papel importante en la emancipa-
ción de los pueblos.

225
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Ponemos nuestro oficio creador al servicio de los más


hondos valores humanos y estéticos, buscando la armonía
indestructible del pasado con el presente, en comunión con lo
universal y lo cósmico.
Este, nuestro objetivo principal, unido a la autenticidad y el
dinamismo, lo dirigimos hacia la conciencia de los artistas de
cualquier nacionalidad, que nutren su espíritu en esta cintura
de América.

(San José, 9 de octubre de 1985)


Anny Sánchez (pintora)
Eduardo Arguedas (pintor)
Emilio Argüello (escultor)
Francisco Zúñiga (escritor)
Frans Wuytack (escritor)
Héctor Marín (pintor)
Ligia Bolaños (escritora)
Mario Sánchez (escultor)
Jorge Sánchez (pintor)
José Ramírez Saizar (poeta)
Arturo Sánchez (pintor)
César Cuello (pintor)
Hugo Díaz (dibujante)
Rodolfo E. Morales (músico)

Empezamos a producir más, y la Alianza Francesa de San


José nos invitó para una exposición que se llamó: El penúltimo
sentimiento. Yo no tenía dinero ni relaciones, pero el director de
la Alianza Francesa Luis Bréton lo organizó todo de una manera
estupenda. El ministro de la Cultura, Hernán González Gutiérrez,
hizo la introducción. También estaban presentes las embajadas de
Francia y Bélgica. Se me abría un nuevo campo. Solo me faltaba la
inspiración: la gente de los cafetales.
Hubo varias reacciones positivas en la prensa. El crítico de
arte, Juan Carlos Flores, escribió en una página de arte: “El punto

226
CINCO

de partida de Francisco Wuytack es la vida. La singularidad y


el futuro son los puentes para llegar a lo universal”. El agregado
cultural de la embajada de Bélgica, Víctor Valembois, lo describió
de esta manera: “La temática de la obra de Francisco Wuytack está
en la vida de todos nosotros, en nuestras angustias y esperanzas
de seres humanos echados al mundo en esta postrimerías del
siglo veinte”. El crítico de arte, Remigio De Knodder, escribió: “En
la escultura de Francisco Wuytack está presente una poesía de la
conciencia y del compromiso”.

Nicaragua

Ronald Reagan, después de su reelección en 1984, incre-


mentó el bloqueo a Nicaragua y el apoyo a los “Contras” con
armas, equipos militares y asesoramiento de la CIA y del ejér-
cito de Estados Unidos, con el propósito de derrocar al gobierno
sandinista. Para el gobierno norteamericano era inconcebible
que un país al que había invadido por años y en donde habían,
incluso, instalado bases navales, fuera ahora a comportarse
soberanamente. Los “Contras” actuaban como terroristas insta-
lando minas en los puertos, quemando aldeas completas, ejecu-
tando campesinos, violando mujeres, bloqueando las carreteras
y asaltando a los viajeros. Ya en 1985, Daniel Ortega había sido
electo presidente y Estados Unidos y los “Contras” incremen-
taron su campaña de terror. El traslado de la familia Wuytack a
Nicaragua se produce en ese contexto.

En ese mismo año Elena, yo, Fabio y Serena nos fuimos a Nica-
ragua a trabajar en el café, con el proyecto de montar una exposi-
ción en las ruinas del Gran Hotel de Managua. La exposición se
haría a favor de los huérfanos de la guerra y tuvo como título: El
presente ofendido. Salimos en autobús de San José hasta Managua.
Apenas estábamos pasando la frontera cuando el autobús se
detuvo, el chofer nos obligó a salir y él dio la vuelta y se regresó.
Todos quedamos allí. A la orilla de la carretera ardían unos

227
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

ranchos. Los “Contras” habían atacado la aldea y desaparecieron de


nuevo en la selva. Eso era una práctica común. Marchamos como
con unas quince personas hacia el próximo pueblito. Teníamos
que caminar un largo trecho. El problema era las cosas que llevá-
bamos y los niños. De suerte, apareció un viejo al que llamaban
“Caballito” con una pequeña carreta de madera, dos grandes
ruedas y dos largos listones para empujarla. “Caballito” nos acom-
pañó hasta el próximo pueblo donde podíamos tomar un auto para
Managua. En Managua nos quedamos con amigos.

Muerte de Alí Gómez y el veneno de los “Contras”

Estando en Managua, en mayo de 1985, leí en el periódico que


Alí Gómez, mi amigo de La Vega de los años sesenta, había caído
en combate con los “Contras”, en el norte del país. Alí había traba-
jado conmigo en los barrios de La Vega antes de incorporarse a la
guerrilla venezolana, a las Faln, y después al ejército sandinista.
La noticia fue un duro golpe para mí. Pensaba en su familia, en su
madre, a quien también conocía. Era difícil reponerse del dolor de
esa muerte. Pero había que seguir luchando.
La exposición, El presente ofendido, fue un éxito en las Ruinas
del Gran Hotel. Aunque solo se presentaron veinte dibujos y doce
esculturas, eso a causa de que el ballet Wallonie de Bélgica, que
venía de una gira por Cuba, se presentaba esa noche.
Mientras tanto, para sustentarnos, teníamos que trabajar
en los cafetales. En la recolecta del café había mucho peligro por
los “Contras”. Debíamos ir armados al monte. El veneno de los
“Contras” estaba presente ya hasta en los cafetales, como el dólar
en los bancos. De vez en cuando se oía, lejos, un tiroteo. Recogimos
bastante café. Más o menos siete cestas por persona. Estábamos
muertos de sed y yo pensaba: y tantos bares en Bélgica con cerveza.
Por fin en la tarde llegó comida y agua. Pepe, un estudiante univer-
sitario, me dijo: “Hola, francés, me decía francés, el agua tiene el
color del café”. “Sí, macho, le dije, parece que los Contras se infil-
traron hasta en el agua.” “No, me dijo, aquí en Nicaragua vivimos

228
CINCO

un momento crítico. Aquí hay importación pero no del dólar sino


de la mentalidad yanki. Cada quien para sí mismo y pesimismo
para todos nosotros”. En la noche regresábamos con un ocaso rojo.
Pero cada vez estábamos menos seguro del trabajo. Teníamos que
regresar a Costa Rica. Cuando terminó la recolecta, regresamos.

Sindicato ilegal y el regreso a Bélgica

Apenas volvíamos cuando nos llegó la voz de que había un


nuevo problema. La gente se enfermaba a causa del uso de plagui-
cidas prohibidos. Los terratenientes pensaban en la producción,
no en la gente. Había que hacer algo. Entre jocotes y flambayas nos
reunimos con José, Ángel, Mario, Ana y Andrea y nació el sindicato
ilegal donde todo era discutible. Se lo promulgó de bar en bar, de
casa en casa en la región. Siguieron folletos, acciones relámpagos.
Sobreestimamos nuestra energía y no tomamos en cuenta la sutil
opresión burguesa. Al tiempo desaparecimos como sindicato, tal
como habíamos venido entre los cafetales. “Sin vencer ni morir”.
Quizás todo sirvió de examen popular o de examen de conciencia.
No era inútil para el futuro. Día por día, se hacía más difícil el
sobrevivir. Empezaron las sospechas de todas clases. ¿Éramos
subversivos? ¿Éramos comunistas?
En 1986, Elena, encinta, tuvo una pérdida y debía ir urgente a
una clínica. El tratamiento costaba quinientos dólares para extran-
jeros. No teníamos tanto dinero, pero el doctor Ledesma resolvió el
problema aceptándome una pequeña escultura que hice especial-
mente. Después, tomamos un descanso obligado, y Elena se fue
poniendo cada vez más fuerte. A comienzos de mayo, nuestra situa-
ción empeoró. Teníamos que salir de la casa en donde estábamos.
Tuvimos que irnos. La despedida de tanta gente buena y valiente se
nos hizo muy difícil. Salimos, y una familia belga nos dio alojamiento
hasta que salimos de San José para Bélgica el 10 de mayo de 1986.

Cuando salimos de Costa Rica fue una despedida inolvidable.


No era la despedida de unos turistas. Para los amigos y nosotros era

229
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

como dejar a su propia familia y todavía, veinte años después, me


parece tener familia en Costa Rica (F.W.)

Mirando al futuro con humor

Al regreso de Costa Rica, vivimos en una casa todavía más


chiquita, casi no era habitable, pero los amigos me ayudaron a
construir una habitación y una baranda. Pero una vez que nevaba
entró nieve hasta nuestra cama porque había
tejas rotas. Pero eso no hace mucho peso…. esas no son las cosas
que molestan, más en la vida cuando se puede ver la vida hacia el
futuro con humor. En el 87 nace Maya, en mayo. Yo seguía traba-
jando la escultura y haciendo, de vez en cuando, un monumento
para la ciudad. Pero no tenía un trabajo fijo. Elena tampoco tenía
un trabajo fijo. Conseguía un trabajo de maestra como suplente por
meses. A veces, tres meses, dos meses… así.
Nunca olvido una vez que yo debía irla a buscar con un carro
de un amigo mío del puerto. Mi amigo me advirtió que los frenos
no funcionaban bien. Había que bombear con el pedal para frenar.
Ese día, que debía buscar a Elena a la escuela, estaba lloviendo
mucho. Yo iba detrás de un camión y cayó una piedra sobre el vidrio
y se rompió. Quedó así… con estrellas. Como no podía ver, hice
un hueco en el parabrisa. Yo llevaba una bufanda que me había
hecho mi madre y un gorro para cubrir mi cabeza. Yo sabía cuál
era la escuela, pero no sabía exactamente dónde debía buscarla a
ella, porque había varias entradas. Era una escuela de monjas y
yo entré por donde me pareció mejor, pero no podía entrar por allí
y vino una monja sorprendida. A lo mejor pensaba que yo era un
asaltante. Ahí estaba Elena, pero también todo el personal de la
escuela. Creo que le dirían: ¿Ése es su esposo, así, con esa facha y
un hueco en el parabrisa? Pienso que Elena ha sufrido… Después,
poco a poco, la situación fue mejorando.

230
CINCO

Pacifista en Irak

En el 88 nace Francesca y en el 90 me fui a Irak, en plena navidad,


para protestar contra la guerra, contra la “tormenta del desierto” de
Bush padre. Míster Bush quería la guerra y Hussein soñaba con la
madre de todas las guerras. Era un poco difícil esa decisión. Serena
tenía siete años y me escribió un poema bonito. Ellos habían visto en
el televisor de los vecinos a los americanos y han visto que Sadam
había tomado extranjeros como escudos humanos en distintos
edificios y palacios, pero después de un arreglo les permitió salir
de Irak. Los americanos, ingleses, alemanes, todos salieron de prisa
de Irak. Pero después que ellos habían logrado salir, nosotros nos
íbamos para allá para protestar contra la guerra. Naturalmente
nuestra protesta no ha servido de mucho.
Fuimos ocho activistas de paz. De Europa fuimos hasta Amán,
en Jordania, allí fuimos obligados a aterrizar. Vimos que iba llegando
mucha gente huyendo de Irak. Sobre todo obreros palestinos, fili-
pinos, egipcios, allí no habían ricos. Llegaban en camiones. La gente
de las embajadas y los ricos tomaron el avión desde Bagdad. Pero
estos huían por tierra. Tuve la misma sensación de un bombardeo
en la Segunda Guerra Mundial. El temor, no saber a dónde ir, la falta
de comunicación. Por ejemplo, en la Segunda Guerra, no sabíamos
nada de mi padre que estaba en el frente. Eso lo sentí de nuevo.
Una guerra no es solamente bombas, sino la desorganización de la
vida. Se cortan todas las comunicaciones y si no hay comunicación
pueden meter a la gente unos contra otros.
Nosotros tomamos un avión desde Amán hasta Bagdad.
Cuando llegamos, nos alojaron en una isla en el Tigris. Tratamos
de tener contacto con gente, con el vice primer ministro, Yassin
Ramadhan. Yo me fui a la Academia de Bellas Artes y todos fuimos
a la universidad, a hospitales, etcétera porque la gente estaba inte-
resada en saber cómo veían la guerra desde Europa. El televisor del
estado, de Sadam, siempre decía la misma cosa. Eso es así en todas
partes cuando comienza una guerra. En la academia me dijo un
artista: “No diga nada contra Sadam”. Él me pintó una paloma en

231
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

una jaula. Pero debo decir que en la universidad estaba la mayoría


de los progresistas, porque allá había posibilidades. Al lado estaba
Arabia Saudita donde un príncipe tiene cincuenta mujeres, donde
las mujeres no pueden ni andar en carro… esos son los aliados
de los Estados Unidos y de los europeos. En la universidad había
varias mujeres.
Una mujer que había estado en Bélgica, que había estudiado
en Lovaina nos dijo: “Ustedes no han venido como turistas. Es
el momento para irse a la frontera de Arabia Saudita”. Salimos
con ventiocho activistas de los sesenta, hacia Faluya y Samara,
también hacia Judaidat Arar en la frontera saudí en el camino
hacia La Meca. Entonces, nos llevaron cuatrocientos kilómetros en
carro hasta que llegamos a la frontera. Al llegar, nos metimos en
carpas. Los tanques de los americanos estaban a diez kilómetros.
Llevábamos algunos volantes para los soldados, pero yo reconozco
que eso era un quijotismo. Eso no caía bien a los oficiales. Una vez
caminamos hacia la línea de los yankis, caminamos unos ocho-
cientos metros hacia ellos. Hubo un teniente iraquí que nos guio,
porque había minas en todas partes. Este teniente nos dijo que él
era kurdo y nos explicó la situación de los kurdos, según su versión.
Que los kurdos tenían cinco periódicos y una televisora. Quizás, lo
que me decía no era real, alguien podría decir que hay otra versión
muy distinta a esa. Pero, naturalmente, en todos los países hay
dos versiones sobre algunas cosas: una positiva y otra negativa.
Avanzamos con este teniente hacia la línea norteamericana, pero
poco tiempo después, unos soldados iraquíes nos tomaron y nos
llevaron de nuevo a Bagdad para enviarnos a Europa.
La guerra iba a comenzar, los mercaderes de la muerte estaban
listos y la prensa internacional se quedó sorda. Hay que decir que
Bélgica también participó en el ataque contra Irak. No participó
directamente con soldados, pero por ejemplo envió tres barcos
para eliminar minas. En respuesta, en Bruselas, organizamos con
juristas, periodistas, médicos, sociólogos y activistas de paz, un
tribunal contra los crímenes de guerra y contra el embargo. Entre
otros, participaron Oum Nasser, presidenta de una asociación de

232
CINCO

mujeres palestinas; Rabab Haila, presidente de la radio El Watan;


Yasmine Yawad, socióloga iraquí; Asan Khreis, presidente de
Emergency Arab Health Comité; Olga Mejía, miembro de un grupo
de derechos humanos; Mohamed Horani, jurista de Jordania. El
tribunal tuvo mucha resonancia en los medios. Al mismo tiempo
organizamos con artistas y escritores encuentros contra el
embargo.

Acción contra la invasión de Bush hijo

Recientemente, cuando Bush, hijo, invadió a Irak, también


organizamos grandes manifestaciones en Bruselas. Pero ocurría
lo de siempre. El transporte de armas desde las bases norteame-
ricanas en Alemania continuaba hacia el puerto de Amberes en
Bélgica. El transporte se hacía en tren. Aunque yo tengo un cono-
cimiento muy detallado del puerto de Amberes, era imposible
entrar, era imposible actuar porque los militares estaban en todas
partes. El transporte se hacía de noche en tren. Decidimos parar
los trenes con luces rojas, pero la acción duró solo una hora porque
llegó la policía. Los trenes continuaron. No éramos eficientes.
Planificamos una reunión en Zwijindrecht, cerca de Amberes.
Allí llevábamos nuevos planes para la acción. Los planes estaban
escritos. Ese día yo me retrasé. La reunión había comenzado
puntualmente. Unos quince minutos después, la policía cayó en
la sala y se llevó a todos presos. Ninguno pudo escapar. En ese
momento yo estaba llegando y vi como llevaban a la gente en jaulas.
La dueña de un café vecino me dio un papelito. Alguien me infor-
maba que los nombres, planes, horarios, cartas y fotos estaban en
la sala sobre un piano. Era importante rescatar esos documentos
que podían ser pruebas para procesos judiciales.
A las once de la noche regresé con mi hija Maya. La señora del
café nos indicó una ventana por la que se podía penetrar con una
escalera. Maya entró. Yo me quedé afuera. Los minutos duraron
una eternidad. Después de veinte minutos, apareció con los docu-
mentos y volvimos a casa.

233
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Con medicinas a Sarajevo

En el 93, participé llevando medicinas a Yugoslavia. En ese


momento, había esa situación de guerra étnica de Yugoslavia,
Croacia, Serbia, Bosnia… Mientras Tito estuvo en el poder, pudo
mantener unificado al país. Pero después que él salió comenzaron
los problemas, las tensiones y al final, la guerra. Me dijeron, yo no
lo he constatado, que de los doscientos cincuenta generales hubo
dos de Croacia, que la dominación serbia era demasiado fuerte.
Pero algunos de esos generales que después eran fascistas, antes
habían sido generales comunistas… Eso nos hace reflexionar
sobre cómo se puede cambiar en un momento. La verdad es que
yo no tengo un panorama político suficiente sobre esa región.
Me interesa en cuanto el ser humano está ahí, actuando. Pero la
verdad es que yo no puedo decir que conozca ideologías a fondo.
No, no lo puedo decir.
En aquel momento, el grupo en el que participaba, estaba
trabajando en actividades sociales, de cultura. Pensamos que la
cultura lleva mucho a la paz, a la defensa humana. En ese momento
teníamos un grupo de teatro popular. Hemos tratado de aportar
en ese teatro los elementos que aportaban algo a la comunidad.
Nos inspirábamos en Grotowski, en el teatro pobre. Era fantástico
como él expresaba la cultura de la pobreza. Hacíamos un trabajo
político, hacíamos encuentros, reuniones. Tratábamos de trans-
mitir conciencia sobre las cosas que estaban haciendo a nuestra
puerta para que no nos quedáramos de brazos cruzados ante esos
hechos. Para que la gente no pensara: “¡Ah sí… pero el problema
está fuera de Bélgica, todavía no llega a mi casa!”. Queríamos que
la gente adquiriera la conciencia de que estamos en el mismo barco
y si se hunde el barco, nos hundimos todos. Yo insistía mucho en
el grupo de teatro, ese era mi lema: que para transmitir las ideas
había que recurrir a lo visual. Lo visual desarrolla la unidad entre
la inteligencia y la emoción y eso es muy importante en la peda-
gogía del pueblo. Bueno, en esos días veíamos tantas cosas en la
pantalla de televisión, tantas cosas terribles: Sarajevo, desolado,

234
CINCO

cercado… gente haciendo grandes colas para tener un poquito de


agua y los convoyes de auxilio no podían pasar con alimentos y
medicinas.
Recuerdo que estábamos en una reunión discutiendo que
debíamos hacer algo ante tantos heridos, tantos refugiados de
guerra. Surgió entonces la idea de llevar medicinas, de obtener
medicinas en los laboratorios y trasladarlas hasta Yugoslavia.
Estábamos en esa discusión y un amigo, Lucas, me dice: “Entonces
vamos, vamos con medicinas”. Para eso escribimos cartas a dife-
rentes laboratorios solicitando medicinas, sobre todo antibióticos
y respondieron, nos las enviaron. Claro que también hubo algunas
cosas… el laboratorio Jansens nos envió medicinas vencidas, pero
se las devolvimos. Al final obtuvimos bastantes medicinas.
Yo llevaba más o menos mil kilos en un remolque, con mi
camioneta. Nos fuimos hacia Yugoslavia. Llegamos a Zagreb, la
capital de Croacia, y no hubo problemas. Pero después de treinta
kilómetros de Zagreb, ya había lucha. Llegamos a un punto en
que hay una autopista hacia Belgrado y una carretera hacia Sara-
jevo. Un teniente se me acercó y me dijo: “Mire, hombre, de aquí
no se puede pasar”. Teníamos que andar por una carreterita por la
montaña y el ambiente era desolador: casas quemadas… eso daba
un poco de temor.
En Zagreb, un alemán nos había contado que él también trató
de llevar medicinas, pero que le habían quitado el carro para
vender las medicinas en el mercado negro. Una cajita de antibiótico
costaba, en esa época, seis dólares y yo tenía mil kilos. Teníamos
que tener cuidado. Seguimos… seguimos… era muy oscuro. Conti-
nuamos hasta llegar hasta la línea de los cascos azules de las
Naciones Unidas. Se nos acercó un oficial sueco en una línea de
control, pero nosotros teníamos permiso de la Cruz Roja. Él nos
dijo: “No sigan porque en Dákota están peleando con tanques”.
Pero yo le dije a Lucas: “Aquí no podemos quedarnos. Debemos
continuar. Si vemos que están peleando, nos paramos unos kiló-
metros antes y dormimos en el carro”.

235
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Cuando llegamos a Dákota, no había nada, la lucha había


terminado. Bajamos ahí. La zona estaba controlada por isla-
mitas. Quizás yo no fui muy serio en ese momento, pero yo llevaba
conmigo el Corán, la Biblia, tenía todo. Cuando vi a los islamitas,
tomé el Corán y grité en árabe: “¡Akbar Alá!” que quiere decir “Alá
es grande”. Eso era como un buenos días y ellos nos dejaron pasar,
no hubo problemas.

Pánico y solidaridad

Antes de llegar a Sawa había un puente, el único puente. Me


dijeron que por ese puente habían pasado doscientos mil refu-
giados, pero ocho mil fueron matados por los morteros. Nos
paramos un poco y venía gente en dirección contraria huyendo. Ya
no eran muchos, eran centenares.
Ahí hubo algo que yo nunca olvido, que recordaré hasta mi
cama de muerte. Había un bosque, pero muchos árboles tenían
el tronco fracturado por balas de morteros. Había ahí una señora
de unos cincuenta y ocho años sentada, agarrada de un poste de
madera de la electricidad. El poste estaba partido. Ella estaba
sudando. Yo empecé a imaginar cosas… quizás su marido había
muerto, su hijo a lo mejor estaba en el frente… yo no sé… Pero
tampoco era el momento de hablar. Había un pánico general. La
gente corría huyendo… pero ella no podía caminar más… tal vez
su corazón… Había una chica tirando de su brazo y la señora le
decía: “¡Huye! ¡Huye!”. Y la muchacha le dijo: “Yo no la dejo sola”.
Eso nunca olvidaré. Lo triste era también que no podíamos hacer
nada, nosotros íbamos en dirección contraria.

Herido cerca de Samak

Seguimos hacia Samak. Era exactamente el frente en donde


estaban luchando serbios contra croatas y musulmanes. Era unos
kilómetros antes de Sarajevo donde también había lucha. Cuando
llegamos al sitio de entrega de las medicinas, nos recibió una

236
CINCO

mujer, una doctora que enseguida, lo primero que hizo fue revisar
si las medicinas no estaban vencidas. Ella se mostró muy contenta.
Otra parte la llevamos a una clínica en Slavonski-Bröd. Cerca de
allí tuvimos un accidente.
Había muchos francotiradores al otro lado del río Sawa. El
médico que había recibido las medicinas me dijo que fuéramos con
él al centro a comer algo. Bajamos por una calle sin problema, pero
cuando íbamos en una subida apareció un carro blindado y chocó
contra nosotros. Con el impacto me herí en la cabeza y comenzó a
salir mucha sangre.
Me bajé y me recosté de un árbol. Mi amigo Lucas me ve ahí,
con toda esa sangre y se puso muy preocupado. Tal vez pensó que
iba a morir, pero no fue mucho. Me llevaron a la clínica de donde
veníamos. Una doctora me curó, me examinó, hizo una placa de la
columna vertebral, de la cervical y me puso un collarín.
De regreso, pasamos por un pueblo en donde los serbios habían
atacado hacía unos días. Entramos a una casa y había una mujer
ciega de setenta y tres años. Era la única habitante que se había
quedado. Todos los demás habían huido. Ella, que se llamaba Ana,
nos ofreció un café.

Para mí, Francisco es el mejor hombre del mundo, el mejor amante


y el mejor padre de familia. Pero también problemático, caótico, y de
vez en cuando, el hombre más difícil para vivir con él. En verdad, no
está hecho para tener una familia, sino para ser un monje mendi-
cante que reparte todo. Su entusiasmo y sus compromisos son a veces
irresponsables. Pienso que eso es así porque tiene otro concepto de la
realidad. Por ejemplo, en 1990 se fue como activista de la paz a Irak
para protestar contra la Guerra del Golfo, mientras todos salían de
ese país. Yo me sentí verdaderamente sola y preocupada con niños de
uno, dos, cinco y ocho años. En 1993 se fue con su camioneta cargando
medicinas para Yugoslavia en plena guerra. Llegó a Samac a diez
kilómetros del frente y regresó herido. De un lado me parecía que
debía hacerlo, de otro, me parecía una locura inútil. Creo que Fran-
cisco sueña con el alba que acecha. (E.V.R.)

237
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Noticias de Venezuela

Wuytack estuvo ausente de Venezuela desde 1974, fecha de su


segunda expulsión, hasta el año 2000 cuando, a raíz del triunfo de
Chávez, regresa invitado por amigos y vecinos de los barrios de
La Vega. En esos años la figura de Wuytack adquiere un carácter
legendario en La Vega, Carapita y Petare. En los grupos políticos
se le recordaba como un pionero de la inserción de los curas en los
barrios, en las luchas populares de la gente. Yo no creo que él desde
Europa y durante su corta experiencia en Centro América haya
tenido mucha información sobre Venezuela.
Sin embargo, habían ocurrido muchas cosas en el país en esos
veintiséis años. Después del primer gobierno de Carlos Andrés
Pérez, los adecos y los copeyanos, como sabemos, estuvieron
turnándose en el poder pero sin que esos cambios significasen una
alteración de la rutina política de la llamada democracia represen-
tativa. Durante cinco quinquenios, tanto adecos como copeyanos,
en el poder se esmeraron por coincidir en el incremento de la buro-
cracia corrupta, en la aplicación de políticas favorecedoras de las
minorías económicas nacionales y transnacionales, en las políticas
globalizadoras acordes con el Fondo Monetario Internacional, en la
ejecución de proyectos privatizadores de las industrias del estado,
de servicios como la telefonía con la privatización de la Cantv, de
la línea aérea nacional, Viasa, en los planes de privatización de la
salud y la educación. En fin, la idea era favorecer al capital extran-
jero y criollo con perjuicio de las grandes mayorías. Por eso, en esos
años se incrementó el desempleo, la inseguridad en el área de salud,
la falta de cupos escolares desde la primaria hasta la universidad,
la desnutrición… la miseria, pues. Y ante los intentos de protesta,
de organización política, aplicaron la vieja fórmula de Betan-
court: disparen primero y averigüen después. Es decir, la repre-
sión. Fueron miles los muertos… El asesinato de Jorge Rodríguez
es un ejemplo típico de cómo actuaban esos gobiernos, también la
masacre de Cantaura, o la de Yumare en el estado Yaracuy o la de
El Amparo. Toda esa política va a desembocar en la gran rebelión

238
CINCO

popular del 27 de febrero de 1989, que significó la masacre más


grande de la historia contemporánea venezolana. Fueron miles los
muertos.

Sobre mi contacto con Venezuela en esos años debo decir que


cada año yo llamaba a la Embajada de Venezuela en Bélgica para
preguntar si tenía la posibilidad de volver. Pero yo seguía siendo
persona no grata para el gobierno de Venezuela, y me negaban
toda posibilidad de volver. Hasta que un día fui, en el 99, cuando
Chávez había sido electo y hablé con la embajadora y le expliqué,
francamente, que yo había sido expulsado durante el gobierno de
Caldera y después en el gobierno de Carlos Andrés. Me preguntó
por qué me habían sacado, y le expliqué que por mis movimientos
de manifestaciones populares. Entonces ella me dijo: “Para noso-
tros no hay ningún problema, al contrario, usted es bienvenido en
Venezuela”.
Durante esos años de mi separación de Venezuela, después del
74, yo no tenía muchas noticias sobre Venezuela. Aunque yo soy un
hombre al que le gustan los amigos, reconozco que no acostumbro
escribir muchas cartas. Mis amigos saben eso y no lo toman mal.
Pero me enteraba de algunas cosas, por ejemplo, supe lo del Cara-
cazo, en el 89, también la acción de Chávez del 4 de febrero del 92.
Antes del Caracazo, una revista belga me pidió que escribiera algo
sobre Venezuela, cuando gobernaba Carlos Andrés Pérez. Yo escribí
un artículo sobre el convenio de Carlos Andrés con el Fondo Mone-
tario Internacional. Decía cómo el gobierno reprimía a la gente, todo
para pagar la deuda externa que la gente del pueblo no había adqui-
rido. Porque la gente del rancho no ha adquirido esa deuda.
Yo escribí sobre esa injusticia y decía que eso iba a repercutir. Y
eso ocurría no solo en Venezuela, sino también en muchos países de
América Latina, de África y Asia. La gente reaccionaba porque no
querían ser más víctimas de ricos y explotadores. La deuda es una
mentira romántica de los grandes países. La deuda ya está pagada
por Venezuela cinco veces. Cada vez aumentaban más y más los
intereses. Desde la época de la estrella de cine, Ronald Reagan, esa

239
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

deuda se ha pagado varias veces. Eso es una injusticia que debe


quitarse de este mundo. Esa es una deuda que se ha quedado en las
manos, no del pueblo, sino en las manos de algunos ricos de este
país que en esos años vendía su materia prima por nada.

Bienvenido a Venezuela

En lo político, a su llegada al país en el año 2000, Wuytack


encuentra a una Venezuela muy distinta a la que había dejado en
1974, cuando fue expulsado del país. En ese momento, el cuadro
político está totalmente cambiado. Después del enjuiciamiento de
Carlos Andrés Pérez, Caldera resulta electo y gobierna hasta 1998.
Cuando concluye el período de Caldera, Chávez que ha venido enar-
bolando la bandera del Poder Constituyente para crear una nueva
Constitución, una nueva República, que ha pasado cuatro años
visitando todos los rincones del país, hablando con la gente en las
universidades, liceos, hospitales, en las calles, en las carreteras, en
las emisoras de radio y en los canales de televisión, logra una gran
aceptación popular que lo lleva en las elecciones a la presidencia
con un caudal de votos rara vez visto.
Casi de inmediato, Chávez que sabe que la mayoría de las leyes
del país han sido elaboradas para apoyar a los poderosos, logra
desmantelar, legalmente, no solo la Constitución anterior, sino
también las estructuras políticas a través de la conformación
de una Asamblea Constituyente, en la que obtiene por elección
una mayoría favorable a los grupos políticos que lo apoyan en su
proyecto. La Asamblea Constituyente trabaja aceleradamente y
en pocas semanas aprueba una nueva Constitución, que según
algunos analistas políticos es una de las más avanzadas, no solo
de Latinoamérica, sino también del mundo. Con ella se cambian
las estructuras y la composición del viejo Congreso Nacional y
de la Corte Suprema de Justicia, las cuales modifican incluso sus
nombres, su estructura y su integración política. Ya en ese momento
comienzan a polarizarse los grupos sociales. Los más conserva-
dores empiezan a hacer fuerte oposición alrededor de los pocos

240
CINCO

políticos de Acción Democrática y Copei que lograron salvarse


de la aplastante derrota electoral que les infligieron los grupos
que apoyan a Chávez. En aquel momento, podría decirse que esos
partidos habían desaparecido, desmoralizados por la derrota.
Simultáneamente a estos triunfos, comienza el gobierno de
Chávez a enfrentar otra realidad: recuperar la situación econó-
mica del país y prepararse para otra elección, porque de acuerdo
a las propias normas aprobadas por la Asamblea Constituyente,
todos los poderes tenían que legitimarse con unas nuevas elecciones
enmarcadas en las nuevas leyes. Hay otra campaña electoral y los
grupos conservadores hacen de nuevo fuerte oposición a Chávez,
pero él gana las elecciones con amplio margen. Ocurre el desastre
de Vargas y el gobierno de Chávez asume el rescate de los damni-
ficados con el ejército. Incluso el propio Chávez vuela en helicóp-
tero para dirigir operaciones de rescate. En ese momento comienza
a perfilarse la conducta de un personaje que ha sido visto como la
expresión del oscurantismo medieval de la Iglesia, me refiero al
cardenal Velasco, quien después del desastre de Vargas dijo que
eso (el desastre) había sido un “castigo de Dios”, sin duda, haciendo
referencia a expresiones de Chávez contra la jerarquía de la Iglesia.

Wissenbach, el sacerdote jesuita, que está ahora en el barrio El


Carmen, que trabaja en los barrios de La Vega donde yo trabajaba,
trató de conseguir mi dirección. Primero preguntó a Armando
Jansen, pero él no sabía. Le dijo a Wissenbach que yo estaba
enfermo, no sé por qué. Al final, Wissenbach encontró mi direc-
ción y con el apoyo de la gente de La Vega, me invitó para regresar.
Organizaron un equipo para la recepción con Rafael Angulo,
con Lourdes Campos, con el equipo de La Vega Dice y otra gente
que en este momento no recuerdo. Pero antes de mi venida me vi
con Wissenbach en España. Yo estaba trabajando en un taller en
Barcelona, donde normalmente hago la fundición para mis escul-
turas en bronce. Wissenbach estaba en ese momento en España
y me llamó para preguntarme si podía ir a San Sebastián. Yo no
podía ir porque estaba haciendo un trabajo para terminar una

241
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

obra. Además, cuando trabajo allá, siempre estoy con los cuatro
hijos y con Elena. Él vino, entonces, en tren y nos vimos en la esta-
ción. Hablamos de muchas cosas, de Venezuela, de La Vega y me
hizo la invitación para ir a Venezuela y yo estuve plenamente de
acuerdo.

Aquí no perdimos

Wuytack a su regreso:

“¡Este es un pueblo con coraje que va a ganar el futuro!”

Comprobando que su legado se mantiene, pese a casi


treinta años de ausencia, Francisco Wuytack regresó a su casa,
La Vega, para recibir una de las más impresionantes muestras
de cariño que se recuerden, cuando el sábado 15 de enero, más
de mil personas salieron a recibirlo en la Redoma de la India,
mientras otras tantas lo saludaban desde las ventanas de casas
y edificios en la marcha que, hasta el barrio El Carmen, se hizo
a continuación. (…)

A su llegada a la India, los presentes gritaban: “¡Se hizo


justicia, se hizo justicia!”, convencidos de que solo la actual
coyuntura que vive Venezuela permitió la vuelta a casa de este
ex sacerdote que, a finales de los sesenta y comienzos de los
setenta, al mismo tiempo que sentaba las bases de la organi-
zación popular en La Vega y otras parroquias de Caracas, se
convirtió en un elemento incómodo para la jerarquía de la
Iglesia, comenzando por su entonces jefe inmediato, el cura
González –ahora Monseñor– y pasando por el cardenal Quin-
tero, mientras el gobierno de caldera lo consideraba un subver-
sivo todo lo cual le valió su primer destierro en junio del 70.

“Yo recuerdo a un cantor chileno, Víctor Jara, al que


cortaron los dedos de las manos, cuando decía: ‘Le pregunto

242
a los presentes si no se han puesto a pensar que la tierra es
de nosotros y no del que tiene más’. Debemos desalambrar,
dejar el egoísmo, dar el uno al otro, para que todos vivamos un
futuro como debe ser. Estoy muy emocionado y recuerdo una
canción de Violeta Parra: ‘Gracias a la vida, que me ha dado
tanto’ y recuerdo cuando yo estaba aquí vi a mujeres echando
pala y pico en los cerros para hacer cloacas y calles, para hacer
caminos, he visto gente con coraje y por eso digo que el futuro
es de ustedes”, añadió Wuytack en sus palabras en la India.
(…)

“La primera idea que tengo es que uno nunca pierde el


tiempo, aquí no perdimos, porque la dinámica todavía está
presente y ha crecido, se han organizado y hasta tienen un
periódico como La Vega Dice en la parroquia. Hace treinta
años, nosotros luchábamos por una revolución, una radicali-
zación cultural, porque sin eso dejamos al pueblo sordomudo,
porque la cultura tiene un mensaje y debe jugar su papel en la
liberación de la gente. La otra meta en la que estábamos traba-
jando era por un justicia social (…) Lo otro en lo que traté de
trabajar fue por la independencia intelectual, y es mucho más
necesario cuando se ve la opresión de la cultura burguesa, la
que viene de afuera. Buscábamos la libertad espiritual” (…)

“He estado leyendo sobre el proceso que vive Venezuela


y me parece muy positivo –indica–, pienso que es una suerte
cuando tanta gente quiere colaborar en conjunto, cuando se
ve ese espíritu de colaboración, la solidaridad y eso es muy
importante, porque se debe estar consciente de que Venezuela
ha jugado un gran papel en la liberación de América Latina y
lo va a seguir jugando en el próximo milenio. Eso es seguro,
porque aquí hay una forma de conciencia, una forma de actuar
diferente a la de otros países latinoamericanos, tal vez sea por
la herencia bolivariana. No soy sociólogo, pero eso tiene sus
raíces en la historia, la herencia, el poder espiritual, que existe

243
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

desde el siglo pasado. Me siento muy orgulloso por eso, porque


en el corazón, yo también pertenezco a esta tierra” (La Vega
Dice, febrero 2000)

Vine, entonces, a Venezuela en febrero del 2000 con Fabio, mi


hijo mayor. Fabio se quedó muy sorprendido por el recibimiento
que nos hicieron y era normal que se sorprendiera, porque yo regre-
saba después de treinta años y muchos se habrían mudado. Elena
también me había dicho que cuando llegara a lo mejor nadie me iba
a conocer, que iba a quedar aislado. Yo también pensaba que nos
irían a recibir cuatro o cinco hombres ya muy maduros. Por eso fue
una sorpresa el recibimiento. Primero, gran cantidad de personas
en el aeropuerto. Después, la caravana de carros y autobuses para
llegar hasta la entrada de La Vega, a la Redoma de la India. Era
un bochinche en el buen significado de la palabra: música, fiesta,
carteles que decían “Francisco, amigo, La Vega está contigo”, “Se
hizo justicia”. Han hecho en ese momento de todo. Yo me sorprendí
mucho y sobre todo Fabio porque en el avión habíamos pensado que
íbamos a tener que buscar por aquí y por allá a algunos amigos. Esa
fue una fiesta hasta agotarse, después de un mes, cuando regresé,
Elena me ha dicho: “Ha perdido algunos kilos”.

El presente se llama Revolución bolivariana

Yo todavía mantengo el mismo pensamiento de esos años. Aquel


fue un cambio definitivo en mi vida. Yo no había votado jamás en mi
vida. Ahora, para el referéndum fue la primera vez. Me inscribí y
voté por el presidente porque me parece que está haciendo una labor
buena, se está acordando de los pobres. Voté por él, no porque antes
no votaba porque cada cinco años te decían: “Conrado, ¿cuál es el
ladrón que tú quieres que gobierne este país?”. Y ante tanto choro, no
voté más. Lo que nosotros estábamos haciendo, lo que Francisco hizo
en esos años converge en varias partes con este proceso. La Revolu-
ción bolivariana tiene muchas cosas en común con lo que Francisco
planteó y creo que al fin y al cabo es el mismo objetivo: darle al pobre

244
CINCO

una capacidad de vida mejor. Nivelar un poco… mucha riqueza…


mucha pobreza. Nivelar un poco al pobre, dándole posibilidades al
pobre. No solamente en lo monetario o bienestar material, sino bien-
estar moral, espiritual, cultural de los pobres. Los olvidados de toda
la vida. Es la misma idea que planteaba Francisco. El reino de Dios en
la tierra. (C. G.)
Después del 2000, Francisco Wuytack ha venido varias veces
a Venezuela para manifestar su apoyo al proceso político que vive
Venezuela. En el 2003, estuvo en una marcha de solidaridad con
la Revolución bolivariana que terminó en una concentración en la
avenida Bolívar. Ahí lo vi con una bandana en la frente que decía:
“Uhhhh Ahhh, Chávez no se va”. En esa oportunidad volvió a ser
entrevistado por La Vega Dice, un periódico alternativo de La Vega.
En sus declaraciones que aparecieron en La Vega Dice, número 49
y en Vemprés Impreso, número 10, se ve que está muy consciente del
proceso de la Revolución bolivariana:

“Cuando me enteré de lo que estaba ocurriendo en Venezuela,


(el golpe de estado del 11 de abril) estaba entre los estibadores en
Amberes y discutimos el tema con los obreros, que expresaron su
solidaridad. Primero pensamos que se estaba dando una repeti-
ción de lo de Chile con Pinochet tomando el poder, apoyado por
los Estados Unidos, pero de repente vimos que el pueblo de Vene-
zuela, que miles de personas se lanzaron a las calles y nos sentimos
más que felices, porque no solamente era la victoria de un pueblo,
sino que también es una manera de actuar de los venezolanos, que
no se dejaron vencer por el fatalismo impuesto por una burguesía
muy fuerte y unos sindicatos que colaboraron con la burguesía,
además de una prensa que no se corresponde verdaderamente con
los intereses populares. (…) Nunca me imaginé que iba a ver esto
cuando me expulsaron, pero cuando estaba en el avión camino a
Europa, en el momento de mi última expulsión, tenía confianza
en la gente que había dejado, porque conviví y aprendí mucho de
este pueblo. Ahora regreso por segunda vez y veo este Encuentro,
veo una masa de miles de personas y eso da mucho ánimo. Cuando

245
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

me echaron hace treinta y cinco años tenía esta esperanza y ahora


veo a un pueblo que va hacia delante. Uno participa en la lucha,
pero la lucha no es individual sino de tanta gente que es anónima,
que se da al calor del día. Cuando estábamos en La Vega, El Valle,
Campo Rico, lo más importante era la lucha colectiva y por eso me
siento contento de lo que está pasando con este pueblo. Lo que está
ocurriendo aquí también está ocurriendo en Brasil y en el resto de
América Latina, sigue creciendo y si sigue así, va a generar una
liberación de los países oprimidos.”

246
Cronología

1907 Su abuelo paterno, Francisco Wuytack, participa como obrero en


la primera huelga del puerto de Amberes.
1907 Nace su padre Isidro Wuytack.
1909 Nace su madre Katherina.
1934 El 30 de septiembre, nace Francisco Wuytack en Sint Niklaas
(Bélgica).
1943 Paralelamente a sus estudios de primaria, inicia sus estudios de
Arte en la Academia de Bellas Artes.
1948 A sus catorce años comienza a trabajar como obrero metalúrgico
en astilleros y participa en la Juventud Obrera Católica.
1949 Ingresa al seminario de Vocaciones Tardías.
1952 Va a Alemania con otros ventiséis voluntarios a realizar labores de
solidaridad en campamentos de refugiados de la posguerra.
1955 Inicia estudios de Filosofía en Gantes.
1956 Realiza estudios de Teología durante cuatro años.
1960 Es ordenado sacerdote católico.
1965 Estudia español, sociología y análisis de la realidad sociológica
latinoamericana.
1966 Viaja a Venezuela por barco con intención de trabajar como obrero
en el puerto de La Guaira.

247
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

1967 Después de varios intentos de trabajar en barrios llega a la parro-


quia de La Vega en Caracas.
1968 Organiza una exposición de Artes Plásticas entre jóvenes en la
cual participa con su propia obra. Se integra al trabajo solidario con
las comunidades.
1969-1970 Desde La Vega, amplía su labor social hacia los barrios de
Antímano, Cota 905, Petare y El Valle. Participa y organiza múltiples
actividades: exposiciones de arte, talleres de escultura, montaje de
obras de teatro, creación de un orfeón, creación de escuelas para
niños sin cupo, manifestaciones públicas de protesta por falta de
servicios públicos, solicitud de un salario mínimo y de una ley de se-
guro para desempleados. Participa en manifestaciones frente al co-
legio San José del Tarbes en el Paraíso, ante el Palacio de Miraflores
y frente al Congreso Nacional. Es detenido en varias oportunidades.
1970 El 20 de junio de 1970, es expulsado del país por el gobierno del
Dr. Rafael Caldera. Se producen múltiples protestas populares y del
clero de vanguardia por su expulsión. Durante tres meses la prensa
nacional recoge informaciones en torno al acontecimiento.
1970 En Bélgica trabaja como obrero en una empresa recuperadora de
cauchos. Es despedido por protestar contra la discriminación de
obreros inmigrantes.
1970 A finales de año, trabaja como ayudante del escultor belga Ver-
hasnelt Chaarel, premio de Roma, quien había sido su profesor de
artes. Paralelamente funda el grupo de teatro popular “La Ruptura”
y la organización de derechos humanos “Acción Justicia”.
1971 Inicia sus estudios de escultor en la Academia de Artes. Comienza
a trabajar como estibador en el puerto de Amberes.
1972 Es suspendido como sacerdote y procesado judicialmente por sus
actividades sociales. Obtiene la “Medalla de oro de la ciudad de
Bruselas” por su obra de escultor.
1973 Participa como dirigente en una de las más importantes huelgas
de estibadores de las ocurridas en Europa en las últimas décadas
del siglo veinte. Como consecuencia de su participación en la huelga
es golpeado, detenido y procesado. En agosto sale de Bélgica hacia
España donde se involucra en una huelga de obreras textiles y es

248
CRONOLOGÍA

detenido e incomunicado por la policía franquista. Es expulsado de


España. A las pocas semanas de su regreso a Bélgica las Fuerzas
Armadas de Liberación Nacional (Faln) de Venezuela hacen contac-
to con él y le proponen llevarlo clandestinamente a Venezuela. En
octubre llega a las costas de Paria en un viaje en bote desde Trini-
dad. En noviembre, las FALN aceptan su proposición de insertarse
a la guerrilla urbana, pero con un rol de luchador social clandestino.
1974 Organiza movimientos reivindicativos populares en barrios de Ca-
racas y luchas obreras en conexión con sindicalistas de izquierda.
Es detenido por el gobierno de Carlos Andrés Pérez y de nuevo
expulsado del país.
1974-1979 Trabaja como restaurador de la Catedral de Amberes. Parti-
cipa en exposiciones en Amberes, Bruselas, Rotterdam (Holanda),
Sarsana (Italia).
1979 Conoce a Elena Van Rentergem, con quien contrae matrimonio. Va
a Carrara con su esposa donde realiza cursos de escultura y partici-
pa en el Segundo Simposio Internacional de Escultura de Carrara.
Obtiene un premio con una escultura que actualmente se encuen-
tra en el Museo Abierto de Parma.
1980 Participa en exposiciones en ciudades italianas: Milán, Roma, Par-
ma, Carrara. Regresa a Bélgica.
1881 Exposiciones en Bruselas, Amberes, Hasselt, Brasschaat, Sint
Niklas (Bélgica). Duodécimo Salón Saint-Maure, Duodécimo Salón
Internacional de Val d`Or, Museo Bartholdi en Colmar (Francia).
Mención honorífica de la Presidencia del Consejo de Cultura fla-
menca R. Boel.
1982 Primer premio “Arte de Mérito Europeo”. “Medalla de Oro del Sa-
lón de los artistas belgas”: Charleroi (Bélgica). Participa en el “Sa-
lon des independants”, París. “Gran Premio Rubens” (París) Décima
octava Exposición Internacional de Val d`Or (Francia). “Medalla de
Oro en el Salón Internacional de Val d`Or” (Francia).
1983 Participa en exposiciones: Museo Leon de Smet (St. Maratens La-
tem, Bélgica.” Salón Internacional Mérito Artístico europeo”, Kokzji-
de, Bélgica. “Salón Internacional Academia europea de Maastricht”,
Charleroi, Bélgica. Exposición al aire libre, Mininwaterpark, Brujas,

249
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Bélgica. Obtiene los premios: “Gran premio de la prensa”, “Premio


del Consejo Supremo E.K.V.”, “Grand Prix de sculpture 1983 de la
Academia Europea del Arte, (AEA). “Segundo Premio de la Comu-
nicación” (Bélgica).
1984 Participa en: “Salón Internacional de Mérito Artístico Europeo”,
“Palacio del Congreso”, (Bélgica). “Salon des independents” (Fran-
cia). Premios: Primer premio de Arte figurativo, (Bélgica) “Medalla
de Oro de la Academia de las Ciencias Humanistas” (París).
1984 Viaja junto con su familia a San José (Costa Rica), donde trabaja
como recolector de café en fincas agrarias. Vive en condiciones muy
precarias.
1985 Participa en la creación del grupo cultural “Jade” junto con otros
artistas plásticos, escritores y músicos. Viaja a Nicaragua y presenta
su exposición El presente ofendido en las ruinas del Gran Hotel. Re-
gresa a San José y crea un sindicato ilegal en defensa de los dere-
chos humanos de los obreros “precaristas.” Ante la presión política
y las dificultades económicas regresa con su familia a Bélgica.
1986-1990 Exposiciones en Ostende, Sint Niklas, Bruselas. Premios:
“Gran Premio Goya”, Viena (Austria), “Medalla de Oro Paris Criti-
que”, (Francia), “Primer premio de Escultura” Mallorca (España).
1990 Junto con otros activistas europeos de la paz, se coloca como escu-
do humano en la frontera entre Arabia Saudita e Irak para protes-
tar contra la inminente guerra.
1993 Participa en una actividad humanitaria con el traslado de una to-
nelada de medicinas para auxiliar a civiles víctimas de la guerra en
Sarajevo.
1994-1999 Obras en La Habana (Cuba), Lovaina, Bruselas, Amberes,
Loreken, (Bélgica).
2000 Regresa a Venezuela, después que el gobierno de Hugo Chávez
levanta la prohibición de ingreso al país, invitado por comunidades
de los barrios de La Vega. Es recibido con una multitudinaria ma-
nifestación en el aeropuerto de Maiquetía y trasladado al barrio El
Carmen de La Vega. Permanece algunas semanas en Venezuela en
actividades culturales y sociales.
2000-2005 Obras en Eeklo, Gantes, Sint Niklaas, Wachtebeke (Bélgica).

250
CRONOLOGÍA

Referencias de iniciales:
* A. P. Alberto Pernalete
* A. Ch. Aníbal Chirinos
* C. R. Celedonio Ruiz
* C. G. Conrado García
* C. Q. Cornelio Quast
* Ch. Charlie
* D. A. Danilo Arias
* D. B. Douglas Bravo
* E. V. Elena Van Rentergem
* E. M. Elio Mendoza
* F. W. Fabio Wuytack
* J. W. Jean Pierre Wissenbach
* J. A. José Ignacio Angós
* J. R. Juanita Rivero
* L. C. Lourdes Campos
* L. P. Luciano Pérez
* P. A. Palmiro Avilán
* R. A Rafael Angulo
* R. M. Roger Merchán
* S. A. Simón Angulo
* T. T. Tito Tamburini

Narradores:
* E. A. El abuelo
* ___ No identificado en el texto

Los padres de Francisco Wuytack: Isidro y Catarina con Fran-


cisco.

Éxodo en la Segunda Guerra Mundial. En primer plano Fran-


cisco Wuytack y su madre.

“El Cristo de mi tierra es tierra, tierra, tierra”.

251
Francisco Wuytack: la revolución de la conciencia Luis Angulo Ruiz

Exposición en la Plaza de La Vega.

“Vi tanta necesidad, tanta miseria”.

La primera escuelita del barrio. El maestro: Aníbal Chirinos.

Estibadores en huelga, 1 de abril de 1973.

Aires de guerrilla. Douglas Bravo y Alí Rodríguez.

Limpieza en el Barrio. Cota 905.

Matrimonio. Francisco Wuytack y Helena Van Retergem.

El presente ofendido. Managua. Exposición por los huérfanos


de guerra.

Chávez no se va
¡Uhh! ¡Ahh!

252
Índice

Presentación 7

Uno 13
Francisco Wuytack: una roca con aristas 15
Las raíces 18
Los abuelos 19
Padre, panadero y solidario 21
Entre guerras 24
Segunda Guerra Mundial 27
Acusación de sabotaje 29
Recuerdos de la infancia 29
Fin de guerra 31
La figura paterna 33
La madre 35
Obrero infantil 36
Cristo, el primer socialista 38
La JOC 39
El seminario de Vocaciones Tardías 41
Medio punto en latín 43
¿Estudiar filosofía sin cenar? 44
De Santo Tomás a Sartre 45

Dos 47
Sociología en Lovaina 49
Proyecto América Latina 50
De Caraballeda a La Vega 52
Objetivo: los barrios 57
Conocer la gente 58
La Vega, siempre La Vega 65
La Chispa 71
El Evangelio y la Revolución de la Conciencia 72
No basta rezar 77
Cultura comunitaria 80
Aires de guerrilla 85
Puertas abiertas 87
Guerrilla o no guerrilla 89
Mujeres en primera línea 94
Revolución de la conciencia
Acción revolucionaria y progresista
Promoción del hombre
Protesta silenciosa 95
Después con todos 97
Wuytack, Bandera Política Por Alicia Larralde 100
Lucha en Carapita 101
Clandestino por unos días 106
Otra estrategia 108
Caso Wuytack 110
A Miraflores por empleo 111
Al Congreso con cadenas 113
Intervienen los obispos 115
Historias de Rancho Negro 118
Detención 123
Deportado 126
De Venezuela a Nueva York 127
La Prefectura del Departamento Libertador del Distrito Federal 130
Ratificada por el Presidente la expulsión del cura Wuytack
Por Coromoto Álvarez 131
El cura extranjero Por Jorge Olavarría 131
Protestas y aplausos 132
Justicia para el padre Wuytack Por Pedro Beroes 132
El cardenal Quintero fija posición por la expulsión
del padre Wuytack 133
Democracia Representativa 134
Entre jueces 135
Más protestas y aplausos 136
El padre Wuytack Por Alecia Marciano 136
Un cura llamado Wuytack Por José Vicente Rangel 138
¿Profeta de la revolución o teólogo de la liberación? 138
La renovación de la Iglesia vendrá de las clases humildes
Por Cayetano Ramírez 140
Wuytack en los recuerdos de un vegueño
Por Yahín Arteaga Betancourt 143
Descalzo e indocumentado 144
Con la mira al futuro 144
El padre Wuytack Por Juan Páez Ávila 145

Tres 147
De nuevo en Bélgica 149
El escultor 150
La ruptura y Acción-Justicia 151
Juzgado y suspendido 152
El estibador 153
La huelga 155
Confrontando a las autoridades 157
Ruptura del estado de sitio 158
Detenido inconsciente 159
Fuga 160
En la España franquista 161
Preso e incomunicado 162

Cuatro 165
Contacto con las Faln 167
Planes para regresar a Venezuela 169
Un suceso inspirador 172
Un clandestino algo evidente 173
En bote para Venezuela 174
Las rocas del infierno 175
La guerrilla 176
Compañera sin buscarla 179
Furtivo hacia Caracas 180
Alí Gómez 182
¿Insubordinado? 183
¿Pacifista y guerrillero? 184
Enconchado en los barrios 188
Douglas Bravo 189
Gregoria 190
En La Yaguara con obreros 191
La Vega es zona roja 194
Violación de seguridad 196
La captura 198
Ron contra champán 201
La celada 201
Con Diego Arria y deportado a Bruselas 203

Cinco 205
Escultor y luchador social 207
Equilibrista en agujas góticas 209
Elena, no la de Troya210
Una rosa y matrimonio 211
Luna de mármol en Carrara 213
Vendimia con humor 214
Un premio en Carrara 215
De nuevo en Bélgica 216
Una visita inesperada 217
Open house 218
A Costa Rica sin respaldo 219
Al Pacífico 221
Alegrías y miserias en los cafetales 222
Escultor en madera 224
Jade 225
Manifiesto del grupo Jade 225
Nicaragua 227
Muerte de Alí Gómez y el veneno de los “Contras” 228
Sindicato ilegal y el regreso a Bélgica 229
Mirando al futuro con humor 230
Pacifista en Irak 231
Acción contra la invasión de Bush hijo 233
Con medicinas a Sarajevo 234
Pánico y solidaridad 236
Herido cerca de Samak 236
Noticias de Venezuela 238
Bienvenido a Venezuela 240
Aquí no perdimos 242
El presente se llama Revolución bolivariana 244

Cronología 247
3.000 ejemplares

Se terminó de imprimir en la
Fundación Imprenta de la Cultura

Caracas, junio 2011

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