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Jua 17:3 Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo,

a quien tú has enviado. (NVI)

Mat. 25: 1-13 las 10 vírgenes

Apo 14:6 Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno
para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo,
Apo 14:7 diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha
llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.

Efe 2:8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es
don de Dios;
Efe 2:9 no por obras, para que nadie se gloríe.
Efe 2:10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales
Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.

Apc. 18:1 Después de esto vi a otro ángel descender del cielo con gran poder; y la tierra fue
alumbrada con su gloria. (La iglesia ilumina al mundo)

Ts 2:10 y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el
amor de la verdad para ser salvos.

om 5:5 y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros


corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.

Efe 3:17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y
cimentados en amor,

Jua 16:13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no
hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que
habrán de venir.

Gál 5:22 Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad,
fe,
Gál 5:23 mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.

Efe 5:9 (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad),

Rom 7:23 pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me
lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.
Rom 8:1 Viviendo en el Espíritu
Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan
conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.

ál 5:19 Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación,
inmundicia, lascivia,
Gál 5:20 idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas,
disensiones, herejías,
Gál 5:21 envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las
cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no
heredarán el reino de Dios.
Durante su agonía sobre la cruz, llegó a Jesús un rayo de consuelo. Fué la petición del ladrón
arrepentido. Los dos hombres crucificados con Jesús se habían burlado de él al principio; y por
efecto del padecimiento uno de ellos se volvió más desesperado y desafiante. Pero no sucedió
así con su compañero. Este hombre no era un criminal empedernido. Había sido extraviado por
las malas compañías, pero era menos culpable que muchos de aquellos que estaban al lado de
la cruz vilipendiando al Salvador. Había visto y oído a Jesús y se había convencido por su
enseñanza, pero había sido desviado de él por los sacerdotes y príncipes. Procurando ahogar
su convicción, se había hundido más y más en el pecado, hasta que fué arrestado, juzgado
como criminal y condenado a morir en la cruz. En el tribunal y en el camino al Calvario, había
estado en compañía de Jesús. Había oído a Pilato declarar: “Ningún crimen hallo en él.”

Había notado su porte divino y el espíritu compasivo de perdón que manifestaba hacia quienes
le atormentaban. En la cruz, vió a los muchos que hacían gran profesión de religión sacarle la
lengua con escarnio y ridiculizar al Señor Jesús. Vió las cabezas que se sacudían, oyó cómo su
compañero de culpabilidad repetía las palabras de reproche: “Si tú eres el Cristo, sálvate a ti
mismo y a nosotros.” Entre los que pasaban, oía a muchos que defendían a Jesús. Les oía
repetir sus palabras y hablar de sus obras. Penetró de nuevo en su corazón la convicción de
que era el Cristo. Volviéndose hacia su compañero culpable, dijo: “¿Ni aun tú temes a Dios,
estando en la misma condenación?” Los ladrones moribundos no tenían ya nada que temer de
los hombres. Pero uno de ellos sentía la convicción de que había un Dios a quien temer, un
futuro que debía hacerle temblar. Y ahora, así como se hallaba, todo manchado por el pecado,
se veía a punto de terminar la historia de su vida. “Y nosotros, a la verdad, justamente
padecemos—gimió,—porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos: mas éste ningún
mal hizo.”

DTG 697.1

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