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UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA

Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales – IEPRI


Seminario de Relaciones Internacionales
Luis Castillo.
Reseña.

“Why is there no non-Western international relations theory?” de Amitav Acharya y


Barry Buzan y “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina” de Aníbal
Quijano.
En este escrito se sintetizan los dos trabajos mencionados, y a continuación se formula un
comentario alrededor del problema sobre lo que significa descolonizar las relaciones
internacionales, y más en general, lo que podría implicar el proyecto de descolonizar el
conocimiento en general.
En su artículo1, Quijano busca demostrar que el patrón de poder mundial actual –el
capitalismo global– reviste un carácter colonial. De este modo, y frente a interpretaciones
que insisten en separar fuertemente el colonialismo y el capitalismo, el autor argumenta a
favor de que los rasgos coloniales no sólo persisten (algunos de ellos, desde luego no todos)
en el capitalismo, sino que además permiten explicar por qué el mismo termina por adoptar
y seguir un determinado desarrollo histórico.
Quijano descubre la continuidad y permanencia de este rasgo colonial al rastrear que la
racionalidad de las instituciones modernas del poder global (mercado, estados-nacionales,
etc.), a saber, el eurocentrismo, hunde sus raíces en el desarrollo de la noción de raza. Por
esta razón, el rasgo colonial “ha probado ser más duradero y estable que el colonialismo en
cuya matriz fue establecido” (Quijano, 2000, p. 122).
Para desarrollar su argumento, Quijano divide su trabajo en tres partes. En la primer parte,
donde desarrolla el grueso de su argumento, se ocupa de mostrar la importancia que tiene la
idea de raza en la consolidación y estabilización de las relaciones entre dominadores y
dominados a nivel mundial, particularmente en el contexto de la conquista y colonización de
América. En el proceso de constitución de América –señala– se dan cita dos procesos: la
noción de raza y la articulación de las formas de control del trabajo bajo la lógica del
mercado mundial. Unas de las ideas centrales en esta sección es mostrar que estas dos
dimensiones no se construyeron de forma autónoma sino en estrecha vinculación: la raza
funciona como sistema de clasificación de las poblaciones y, en ese sentido, configura una
distribución de identidades sociales, una asignación de lugares, roles y formas de aparición
a los individuos. Se configura en palabras de Quijano una división racial del trabajo (cf.
2000, p. 123). Y puesto que la idea de raza remite a una dimensión biológica, tiene además
la función social de naturalizar esta distribución de los cuerpos y las funciones.

1
Vale la pena señalar que los dos artículos, pese a tener enfoques diferentes (Asia-América), sin embargo
tienen como común denominador pensar la hegemonía o dominio presente en la disciplina de la TRI.
Esta conexión entre las formas de explotación y de dominación a su vez tienen como
resultado la ocupación central de Europa en lo que se refiere tanto a la producción
económica como a la producción intelectual. Quijano llama a este dominio epistémico como
“eurocentrismo” y señala que se evidencia en algunos fenómenos notorios: la configuración
de una determinada perspectiva europea sobre el mundo y la historia; la consolidación de la
gran dicotomía entre Europa y no-Europa; la expropiación de saberes y formas de
producción de saber y sentido a las poblaciones colonizadas, así como la incorporación de
éstas en la perspectiva propiamente europea.
En la segunda parte de su artículo, Quijano se ocupa de caracterizar a grandes rasgos el
eurocentrismo como un conjunto de saberes y como una determinada forma de producción
de conocimiento. Allí destaca la interpretación que tal perspectiva tiene del devenir
histórico y de las diferencias culturales, anudando sus aspectos coloniales y capitalistas. Por
último, el autor se ocupa de mostrar cómo esta perspectiva ha permeado uno de los debates
con mayor desarrollo en la historia de América, a saber, el proyecto del Estado-nación y de
la revolución. Repasa entonces cómo estos debates se han formulado aplicando –de forma
acrítica– categorías del pensamiento político europeo.
En su trabajo Acharya y Buzan (2010) tienen como propósito abordar la pregunta acerca de
por qué no hay una teoría de relaciones internacionales (TRI) no-occidental. Y para pensar
lo “no-occidental”, como señalamos antes, los autores eligen concentrarse en el caso de
Asia. Sin embargo, en estricto sentido, la pregunta indaga más bien por la ausencia de
referentes, tradiciones o cuerpos teóricos similares –es decir, tan consolidados como– los
occidentales. Pues, como ellos mismos lo reconocen, uno de sus objetivos es precisamente
demostrar que sí existen tradiciones de TRI no-occidentales.
El foco del problema es, por tanto, el desequilibrio de protagonistas en la producción de TRI
mirada a nivel global. Para esto, estructuran su trabajo en cuatro grandes partes 2: en primer
lugar, se ocupan de delimitar la noción de “teoría de relaciones internacionales” (TRI). La
razón es sencilla: la existencia de TRI no-occidentales depende directamente de lo que se
entiende por TRI. Para ello los autores optan por una definición no-restrictiva que busca
recoger los aspectos en común y más generales de dos de los principales enfoques: el
positivista y el reflexivista. De forma explícita los autores reconocen no involucrarse en los
debates epistemológicos más profundos que pueden suscitarse sobre estas cuestiones 3, y
deciden optar por una definición amplia y flexible de “teoría”.
En segundo lugar, se ocupan de caracterizar el dominio occidental de la TRI mostrando
cómo las principales tradiciones teóricas y enfoques epistemológicos tienen raíces
occidentales; destacan a su vez –al igual de Quijano– el lugar que ocupa en esta forma de
producción de conocimiento la Historia europea. En tercer lugar, los autores se aproximan a

2
En realidad, son cinco, pero omitimos la quinta toda vez que se limita a ser una introducción al resto del
libro.
3
Por ejemplo, la discusión filosófica sobre qué cuenta como teoría y qué no (cf. 2010, p. 6).
las reflexiones y autores cuyo trabajo podrían ser considerados como contribuciones a la
TRI no-occidental. Al respecto identifican cuatro posibles tipos de trabajo que cumplirían
los requisitos. Al respecto nos interesa señalar que en este punto una de las principales
dificultades –reconocida por los autores– se refiere a la pregunta sobre los bordes entre lo
occidental y lo no-occidental. Por ejemplo, ¿hasta qué punto la presencia de “elementos”
occidentales (enfoques, conceptos o metodologías) “contaminan” lo que sería una
producción intelectual no-occidental? Acá los autores señalan los problemas que implica
suponer un auténtico saber no-occidental.
Por último, los autores se refieren a cinco posibles explicaciones –no del todo excluyentes
entre sí– del desequilibrio en la TRI, en lo que se refiere al predominio occidental. Dentro
de estas aparecen algunas que enfatizan los criterios más “internos” 4 de la disciplina, es
decir aquellas que se inclinan a ver el estado actual de la TRI como el resultado de un
proceso de auto-depuración de enfoques y teorías, como avances hacia la verdad; también
aparecen algunas que ponen el acento en factores más “externos” como las relaciones de
dominación político-social, o ciertos rasgos culturales que inclinarían a las sociedades más o
menos hacia la teorización y la abstracción.
Ahora bien, una vez señaladas las principales ideas de los dos artículos en lo que sigue
quisiera abordar el problema sobre lo que implica descolonizar la TRI y, más en general, el
proyecto de descolonizar el conocimiento (o saber) en general.
Lo que sostengo es que formular el proyecto de descolonizar el saber en términos de una
depuración de los rasgos occidentales resulta problemático e inconveniente. Esta
depuración consistiría en una especie de purga por medio de la cual podríamos eliminar de
nuestra (o cualquier) tradición epistémica los elementos “exteriores” occidentales.
Considero que esta forma de plantear el asunto está presente en ciertos debates sobre el
asunto, y más en concreto, creo que es uno de los desafíos con los que se topan Acharya y
Buzan en su trabajo, cuando se preguntan si la presencia de “elementos” occidentales
convierten o tornan a un pensamiento en occidental; de responder afirmativamente,
tendríamos el problema de tener que desechar aportes valiosos como sucede en el caso del
concepto de países no alineados, de la teoría de la dependencia o del proyecto mismo
poscolonial (cf. 2010, pp. 11, 15, 16) 5.
Pues bien, la descolonización como proyecto de depuración es problemática por dos
razones. En primer lugar, el proyecto mismo solo parece tener sentido si se da por sentado
que los rasgos occidentales son secundarios o accidentales. Me explico. Eliminar los rasgos
occidentales –o europeos– es un proyecto que solo parece tener sentido siempre y cuando el
4
Podría decirse que las explicaciones oscilan entre las 3 capas que diferenciaba Waever (1998): contexto
social-político, instituciones académicas, tradiciones teóricas.
5
Una apreciación que refleja estos problemas en un terreno distinto es la formulada por ŽiŽek en relación con
la revolución haitiana, cuando recuerda la sorpresa que se llevaron los soldados de Napoleon al darse cuenta
que el ejercito negro, formado básicamente por ex esclavos, en lugar de recitar canciones tribales y salvajes,
entonaban la Marsellesa. La anécdota tuvo como resultado que la armada francesa llegara a interrogarse si
estaban peleando del lado correcto (cf. Zizek, 2011).
resultado sea una perspectiva o un conjunto de saberes liberados de la “occidentalidad”. En
este sentido, supone un cuerpo de saber no-occidental alrededor del cual se configuran y
articulan diversos elementos occidentales. Estos elementos serían, si se quiere, como
“capas” removibles. El presupuesto es que bajo las capas permanece algo. Sin embargo, no
parecen haber buenas razones para pensar que este cuerpo más sustancial, más básico o
elemental, de hecho exista. Antes bien, si Quijano tiene razón, lo más probable es que
nuestra subjetividad epistémica esté configurada de cabo a rabo por occidente. En este caso,
el proyecto perdería sentido pues la depuración implicaría la destrucción de toda forma de
saber o conocimiento. Esto nos dejaría no solo con la difícil pregunta acerca de cómo
podríamos estar seguros que la pregunta misma que da origen a la depuración no está ella
misma planteada desde una perspectiva occidental; además, supondría que podríamos
construir un edificio de saberes desde la nada. Una vez más, si Quijano tiene razón, creo
que formular el problema sobre la colonialidad del saber debería abstenerse de tomar como
punto de partida la dicotomía muy rígida entre lo occidental y lo no occidental6.
En segundo lugar, el proyecto de depuración parece dar por sentado dos cosas: a) que lo
occidental es homogéneo y b) que es despreciable. Respecto a lo primero, cabe preguntarse
si la visión de que occidente es el resultado de un proceso lineal 7 no es más bien una
deformación y una simplificación de la historia. Pues, sin necesidad de profundizar mucho,
es posible observar que lo que conocemos como “occidental” es el resultado de una lucha
entre tradiciones teóricas, políticas, culturales; que hay ciertamente perspectivas
occidentales que no son dominantes. Con relación a lo segundo, es decir, a la intrínseca
“maldad” de lo occidental, la cuestión es que de plantearlo así una dimensión del debate
epistémico –que en principio nos interesa– se nos escaparía. Me refiero a la “verdad”. Si
decidimos sospechar de cualquier elemento occidental y –en un movimiento profundamente
cartesiano–, asumimos tomarlo por falso, rondaríamos en círculos pues estaríamos dando
por sentado aquello que tendríamos que demostrar, a saber, que lo occidental es falso por
ser occidental –y, viceversa, que lo no-occidental es verdadero–. Denunciar la falsa
universalidad del conocimiento occidental, pues, no parece implicar que el conocimiento
occidental sea falso en sí mismo, ni incluso sostener que es válido exclusivamente para los
lugares de producción del mismo conocimiento.
Bibliografía.
Acharya, A., & Buzan, B. (2010). Why is there no non-Western international relations theory? An
introduction. In A. Acharya & B. Buzan (Eds.), Non-Western International Relations Theory
(pp. 1–25). London and New York: Routledge.
Quijano, A. (2000). Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina. In E. Lander (Ed.), La
colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas (pp.
122–151). Buenos Aires: CLACSO.
Wæver, O. (1998). The Sociology of a Not So International Discipline: American and European
Developments in International Relations. International Organization, 52(4), 687–727.

6
¿No es el pensamiento dicotómico de hecho una de las grandes características del pensamiento occidental?
7
Quijano aborda esto cuando se refiere a su comprensión de la modernidad (cf. 2000, p. 127).
Zizek, S. (2011). Primero como tragedia, después como farsa. Madrid: Akal.

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