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El mundo tiene hambre. Esto es una realidad para más de mil millones de personas cuando,
paradójicamente, se producen más alimentos que nunca en la historia. En muchos aspectos, el
mundo está enfermo de desigualdad e injusticia. No es solo la falta de comida lo que provoca la
tragedia, sino también la avaricia y la esclavitud en su versión del siglo XXI.
En algunos lugares, las madres caminan bajo el sol arrastrando a sus hijos para conseguir un
poco de agua. Muchas de las que alcanzan los campos de ayuda más cercanos tienen que pagar
el doloroso peaje de ver morir lentamente de inanición a sus niños y esconder sus cuerpos de
los buitres con un poco de tierra.
Mientras, en otras partes del mundo, donde la vida parece ser muy diferente, empiezan a
despertarse algunas conciencias. Numerosas situaciones catastróficas de algunos sitios son
provocadas por lo que se hace o, más mayoritariamente, por lo que no se hace en otros.
Inmersos en una economía global, ¿podemos intervenir en los procesos que se han desatado? En
cualquier caso, es algo que nos afectará, más tarde o más temprano.
En el siglo XIX se cultivaban más de 7000 variedades de manzanas en Estados Unidos; en China
crecían miles de variedades de arroz; en todo el mundo se sembraban unos 5000 tipos de
patatas. Hoy, prácticamente solo se cultivan cuatro tipos de patatas. El 97% de las variedades de
verduras cultivadas a comienzos del siglo XX se han extinguido. La uniformidad genética
conduce a una mayor vulnerabilidad ante los insectos y las enfermedades. El aumento del uso de
fertilizantes, pesticidas y herbicidas ha elevado los costes, contaminado el agua y creado riesgos
para la salud.
Hace un siglo, la gente compraba alimentos producidos en su entorno. Hoy la comida de los
supermercados del primer mundo ha viajado una media de 2500 km. Eso requiere más petróleo
e incrementa la dependencia de unos países con respecto a otros en cuanto a la comida.
La cadena agroalimentaria se ha ido alargando. El productor y el consumidor están cada vez más
lejos entre sí y las empresas agroindustriales se han apropiado de las etapas intermedias. Los
agricultores y los consumidores son más vulnerables a las maniobras de quienes controlan el
camino que va desde la tierra hasta el humano que se alimenta de sus frutos.
En poco más de tres años, se ha iniciado una carrera por hacerse con el control de tierras
cultivables en todo el mundo de tal magnitud que puede parecer increíble. Ya han cambiado de
dueño 56 millones de hectáreas, según datos del Banco Mundial, y decenas de millones más
seguirán la misma suerte muy pronto. Es una batalla desigual que está creando un nuevo orden
agrícola mundial, y en esta batalla hay ganadores y perdedores.
Etiopía, uno de los países más pobres del mundo, azotado por las hambrunas, se ha convertido
en foco de interés para los inversores. En 2009 se celebró allí una cumbre peculiar. El anfitrión
fue el reino de Arabia Saudí, con la presencia de cuatro ministros saudíes y algunos de los
jeques más ricos del mundo. Recibieron al primer ministro etíope en su propio suelo y a los
líderes de Somalia, Yibuti, Uganda, Ruanda, Tanzania y Kenia para exponerles los proyectos
agrícolas que albergaban para la región. Prometieron infraestructuras, tecnología y puestos de
trabajo a cambio de beneficios fiscales y arancelarios.
Pero no eran los únicos. Ram Karuturi es un
inversor indio que llegó en 2004 a Etiopía y levantó un imperio de rosas utilizando excavadoras
traídas de Corea, invernaderos de Ecuador, sistemas de riego de Israel, motores de Alemania,
plástico de China y plantas de la India, destinando la producción a los mercados de Europa. La
deslocalización tiene como siguiente fase la agricultura. Las rosas darán paso al arroz y otras
materias primas, y para eso hay que acaparar tierras. No solo en Etiopía; también en Sudán y
Kenia.
En Etiopía, los recién llegados pueden crear una sociedad en cuatro horas, importar su propia
maquinaria sin pagar aranceles y beneficiarse de exenciones fiscales durante varios años. El
propietario de todas las tierras es el Gobierno y nadie pregunta a las comunidades locales qué
piensan del hecho de que se les arrebate la tierra para dársela a extranjeros. Su acceso al agua
para el consumo humano y animal está también muy comprometido.
Karuturi declara: “Todos los comerciantes de arroz del mundo estarán pendientes de nosotros
porque un tipo perdido en lo más profundo de Etiopía, con una capacidad productiva de tres
millones de toneladas de arroz puede hundir o levantar el mercado”. ¿Es esta la solución para
sacar de la pobreza a Etiopía, un país donde toda la población pasa hambre?
Usar la biotecnología para producir alimentos no es nuevo. Durante 6000 años, se ha usado la
levadura, un organismo vivo, para hacer crecer el pan y para fermentar la cerveza y el vino. Pero
ahora tenemos la ingeniería genética, es decir, estamos industrializando la comida a nivel de
células y genes.
Entre los años 40 y 70, la llamada revolución verde consiguió multiplicar la producción agrícola.
Se comenzó a cultivar una sola especie en un terreno durante todo el año con grandes
cantidades de agua, fertilizantes y plaguicidas. El monocultivo se extendía.
Después, en los años 70, una de las mayores empresas químicas, Monsanto, amplió sus
actividades a la esfera agrícola. De sus laboratorios salieron el agente naranja (que se utilizó en
la guerra de Vietnam como defoliante y causó terribles secuelas a la población y a sus
descendientes, incluyendo a los propios soldados norteamericanos), el aspartamo (un
edulcorante polémico en cuanto a sus efectos sobre la salud), la hormona del crecimiento bovino
rBGH (prohibida en Europa) y los PCB (considerados residuos tóxicos peligrosos). Hoy el 90% de
los organismos genéticamente modificados (OGM) o transgénicos son suyos, y está presente en
71 países, con clientes en muchos más.
En 1970, Monsanto introdujo el Round up. Desarrollado para eliminar hierbas y arbustos, en
especial los perennes, es un herbicida total que se absorbe por las hojas. Con la nueva
tecnología, Monsanto modificó genéticamente sus semillas para hacerlas resistentes a su
herbicida particular. Ahora, la empresa que vende el herbicida vende también la semilla.
Uno de los aspectos más polémicos de la revolución verde es la patente de semillas. En América
del Norte, cualquier granjero que compre semillas transgénicas debe firmar un contrato por el
que se compromete a respetar la patente que la compañía posee sobre el gen manipulado. De
esta forma, no tienen derecho a guardar granos para sembrarlos al año siguiente. Esta patente
permite a estas firmas utilizar una tecnología que desarrolle cosechas cuya posterior generación
de semillas podrían brotar pero serían estériles. En los años 90, las corporaciones patentaron no
solo semillas transgénicas, sino también semillas no modificadas.
Si alguien patenta un carburador, el carburador no empieza a multiplicarse dentro del coche, con
lo que no puede ocurrir que aparezca un carburador que es de otro y demanden al dueño del
vehículo por violar una patente. Sin embargo, esto sí pasa en el caso de que uno tenga tierras
cultivables en lugar de un coche. Las plantas modificadas genéticamente se reproducen, y una
vez liberadas en el entorno no se pueden controlar.
Existen sentencias judiciales que dicen que no importa cómo llegan las semillas a un campo, sea
por el viento, las abejas, los pájaros o cayéndose de un camión que las transporta. El hecho de
que estén allí viola la patente, y todo agricultor que tenga un árbol o una semilla que se contagie
con un gen patentado, aunque sea contra su voluntad y destruyendo sus propias plantas, estará
en posesión de plantas “robadas” a la empresa propietaria del gen.
En 1998, Méjico prohibió la plantación de maíz transgénico para proteger su legado agrícola. En
el sur del país, existen más de 150 variedades locales, una gran biodiversidad que constituye un
tesoro universal. En el año 2000, el doctor Chapela descubrió maíz transgénico creciendo en
Oaxaca. El Instituto Nacional de Ecología confirmó la contaminación del maíz mejicano. La
semilla modificada genéticamente se cruzó con el maíz local y la contaminación penetró en la
cadena genética del grano originario. Fue una gran sorpresa comprobar que las variedades
tradicionales preservadas y mantenidas localmente desde hacía diez mil años ya estaban
contaminadas por transgénicos procedentes de Estados Unidos.
Actualmente la biodiversidad del planeta, es decir, todos los organismos vivientes de la Tierra,
se han convertido en materia prima para los transgénicos. Se está trabajando en el pescado
transgénico y crustáceos comestibles, pero también en ganado transgénico y aves de corral, así
como insectos y árboles. Se cree que si se soltaran tan solo 60 salmones modificados
genéticamente, toda la población de salmones podría extinguirse en 40 generaciones.
La distancia no es obstáculo
Los alimentos llegan donde queremos. El mundo ha dejado de tener distancias insalvables. Cada
día, cientos de circuitos de alimentación son recorridos febrilmente, en una contrarreloj
perfectamente organizada que lleva los alimentos desde la tierra que los produce a los mercados
prefijados.
Las patatas de Egipto recorren en carretera unos 320 km hasta Suez y, desde allí, un gran barco
las traslada a los países de destino. Las judías recolectadas en Kenia realizan una proeza mayor.
En cuanto se separa una judía de su tallo, se corta su suministro de humedad y empieza a
secarse. Cada hora que pasa bajo las altas temperaturas significa un día menos de vida en un
supermercado. Una temperatura de 5º consigue que la judía se mantenga crujiente y fresca, así
que se las traslada hasta camiones frigoríficos y después al avión, para que lleguen frescas a la
Unión Europea y Oriente Medio. Holanda posee la cuarta parte de invernaderos de todo el
planeta. En ellos, una cantidad extra de luz artificial aumenta la producción y adelanta la
cosecha, así que aunque no haya sol, las plantas siguen creciendo. La capacidad tecnológica
permite producir y llevar comida a cualquier parte del mundo.
Entonces, ¿por qué hay hambre en el mundo? Podemos hacer que una judía recolectada en Kenia
se mantenga fresca durante 6500 km de viaje para acabar en una estantería de Europa. Pero no
podemos hacer llegar un poco de comida a los niños que mueren de hambre.
La seguridad alimentaria implica garantizar que todo el mundo pueda comer, y eso quiere decir
que toda la población tenga acceso a la alimentación, aunque para eso haya que cambiar el
sistema agroindustrial dominante y las políticas que le dan apoyo. La tierra, el agua, las semillas,
el aire que respiramos, los animales y las plantas no pueden ser propiedad de unos pocos, si eso
supone condenar al hambre a otros muchos. La Naturaleza es una fuente de riqueza vital, pero
no un lugar de saqueo. Es nuestro deber protegerla.
Es hora de pretender un mundo nuevo y mejor, y como seres humanos, hemos de pretender
también rescatar unos valores morales que nos hagan mejores. Un poco de ética servirá para
combatir el hambre. El principio “piensa globalmente y actúa localmente” sigue estando vigente.
Esmeralda Merino
Corresponsal de la revista Esfinge en Madrid
INTRODUCCION
Ética en la alimentación
Es el concepto más fácil de entender, y la más difundida creencia que estamos teniendo
una alimentación ética. Ya que por compasión, es decir comprendiendo el sufrimiento
de estos seres, tomamos conciencia del valor de sus vidas, y optamos por una dieta
vegetariana/vegana. Comprendiendo que esta alimentación evitará el sufrimiento y la
matanza de los animales. Dando con esto por sentado que esta alimentación es ética y
"ecológica".
Si pensamos que poseemos una alimentación ética debemos incluir en el listado todo lo
que consumimos, ya sea relacionado con los alimentos que tomamos cada día, como así
también nuestra indumentaria (incluidos zapatos, bolsos, cinturones etc.), la forma que
utilizamos para desplazarnos en nuestras actividades cotidianas, el uso que le damos a
nuestros medios de comunicación, y el grado de dependencia que tengamos de consumir
productos industrializados ya sean que estén o no relacionados con los alimentos, ya que
para algunos productos como jabones o cremas cosméticas se utilizan grasas animales
entre otros subproductos derivados de éstos (no siendo esto el único daño causado por la
industria).
Entonces el análisis debe ser global, abierto, cultural, histórico, geográfico, y con mucha
conciencia, ya que, la producción de basura es inherente al ser humano en esta etapa de
la Historia, pues si queremos participar de una alimentación ética, para que esta lo sea
realmente, además de preguntarnos ¿QUE COMEMOS?, deberíamos preguntarnos ¿DE
DONDE VIENE LO QUE COMEMOS?
Pero este de "donde viene lo que comemos" no solo si es local o importado sino de qué
tipo de envase viene, que lo contiene, cuánto daño hace, y si es realmente necesario
consumirlo o no. Ya que cualquier envase; el de una pizza por ejemplo; demorará unos
1000 años en degradarse, si es que lo hace por completo, provocando un daño hacia
adelante una vez depositado en la basura, tal vez mas o igual de grande del que produjo
hacia atrás en el proceso de elaboración de dicho envase.
La industria alimentaria, al igual tantas otras, en lugar de haber existido para ayudarnos
pareciera ser que existe para perjudicarnos, a nivel salud (debido a la cantidad de
sustancias no aptas para el consumo humano que tienen los productos), como así
también por todo el daño medioambiental que provoca cada día, produciendo millones
de toneladas de desechos, y el maltrato y la muerte de millones de seres cada día, como
así también la modificación irreparable de ecosistemas por los métodos utilizados, como
podría ser la pesca por arrastre, destruyendo en pocas horas lo que al mar le lleva años y
años de equilibrio.
Es entonces la alimentación ética un enorme concepto, por otro lado es muy factible de
ser realizado. Es en realidad un verdadero cambio de conductas que debemos ir
produciendo poco a poco en nuestras vidas, pero necesita ser realizado con constancia y
conciencia, para realmente obtener beneficios individuales y planetarios, (Ya que el mal
uso de la palabra global, la deja esta sin un significado verdadero, prefiero referirme a
cambios planetarios, que beneficien a todos los seres vivos de este planeta azul).
Hasta no hace mucho, en las cadenas de supermercados no era posible comprar una
manzana o dos naranjas, (Y en muchas este sistema sigue existiendo) sino que debíamos
comprar el paquete que el supermercado ofrecía, con seis manzanas, u ocho peras, y así
estaba todo. Estas frutas estaban colocadas en una bandeja de plástico, envueltas por
plástico transparente, el que contenía demás una pegatina de colores donde se nos
informaba el peso, el origen y el precio, y si a eso le sumamos la bolsa plástica que nos
daban en la caja cuando pagábamos, llegábamos a nuestra casa con seis manzanas y tres
elementos plásticos en el cual dos (la bandeja y la bolsa de la caja podía ser reutilizada
al menos una vez más) pero no así el envoltorio. O sea que tarde o temprano
terminaríamos tirando los otros dos que nos quedaban, esto sucedió y sucede
automáticamente cada día en las vidas de las personas que viven en países
desarrollados, y en países no desarrollados pero occidentalizados o con gran influencia
de esto sobre ellos.
Valor de un mayor bienestar. Hoy día, casi todo Estado reconoce la necesidad de
mejorar el bienestar de sus ciudadanos. Son mejoras que también promueven la
dignidad humana y el propio respeto. Aunque son a veces necesarias obras de
beneficencia para responder a casos desesperados y angustiosos, con ellas no se
puede conseguir la mejora a largo plazo de ese bienestar, pues esto sólo puede
lograrse proporcionando a la población acceso a los conocimientos, al capital, al
empleo, la educación y las oportunidades. Además, para que florezcan una
agricultura y un desarrollo rural sostenibles, debe depararse una infraestructura
rural viable, junto con un entorno político que lo haga posible.
En resumen, estos valores definen en parte quiénes somos y qué debemos hacer y,
aunque las distintas culturas pueden variar en la interpretación que de ellos hacen,
todas están de acuerdo en su importancia. Los valores de que hablamos no son en
modo alguno nuevos, y ocupan también un lugar primordial en la misión de la FAO.
Si es así, ¿por qué son de nuevo objeto de diálogo y debate? ¿Por qué la FAO se
siente obligada a plantear la cuestión de la ética en relación con la alimentación y la
agricultura?
Bibliografía
1. http://budismo-valencia.com/cafe/alimentacion-etica
2. http://www.fao.org/docrep/003/x9601s/x9601s03.htm#TopOfPage