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DE LA OBRA AL TEXTO
Género: subvierte las viejas clasificaciones; porque implica una experiencia de los
límites: intenta situarse detrás de los límites de la doxa (la opinión común).
Placer: en relación a la obra existe un placer consumista, uno puede leer autores como
Flaubert o Balzac pero sabe que no puede reescribirlos y esto basta para apartarnos de la
producción de éstas obras. El texto, en cambio, está asociado al disfrute, al placer sin
separación. El texto consigue la transparencia de las relaciones del lenguaje, es el
espacio en el que ningún lenguaje tiene poder sobre otro (utopía social).
ESCRIBIR LA LECTURA.
Barthes escribe sobre una lectura irrespetuosa, q interrumpe el texto y a la vez está
prendada de él, al que retorna para nutrirse. Leer levantando la cabeza, a causa de una
gran afluencia de ideas, de asociaciones.
Barthes no trabaja como la crítica tradicional que se detiene en el detalle autobiográfico
o psicológico de la obra, o se ocupa del espacio histórico del al autor; nada de esto
interesa a Barthes, sino ese texto que escribimos en nuestra cabeza cada vez que
levantamos nuestra cabeza, un TEXTO-LECTURA.
Desde hace siglos el interés ha estado orientado hacia el autor y en absoluto hacia el
lector, la mayor parte de las teorías críticas tratan de explicar porqué el escritor ha
escrito su obra. Se ha concedido un enorme privilegio al punto de partida de la obra y
esto trae como consecuencia una censura sobre el punto al que a va parar y donde se
dispersa la obra: la lectura. Así el autor ha sido considerado como un eterno propietario
de su obra y los lectores como simples usufructuadores, esto implica evidentemente un
tema de autoridad: el autor se piensa con derechos sobre el lector, lo obliga a captar un
determinado sentido de la obra, que sería el verdadero sentido, lo que se trata de
establecer es siempre lo que el autor ha querido decir y nunca lo que el lector entiende.
SOBRE LA LECTURA
PERTINENCIA
Barthes comienza a analizar la lectura a partir de la noción de pertinencia.
La pertinencia en Lingüística es el punto de vista elegido para observar, interrogar,
analizar un conjunto tan heteróclito como el lenguaje: con Saussure se decide observar
el lenguaje desde el punto de vista del sentido.
La lectura aún no ha encontrado esa pertinencia.
- En el dominio de la lectura no hay pertinencia de objetos: el verbo leer puede saturarse
con miles de complementos objeto, se leen textos, imágenes, ciudades, rostros, gestos,
escenas, etc. Son objetos muy variados y lo único que se puede encontrar en ellos en
una unidad intencional: el objeto que uno lee se fundamenta tan sólo en la intención de
leer, simplemente es algo para leer.
- En el dominio de la lectura no se da tampoco la pertinencia de los niveles: no hay
posibilidad de describir niveles de lectura ya que no es posible cerrar la lista de estos
niveles. Sí hay un origen en la lectura gráfica: el aprendizaje de las letras, de las
palabras escritas. Pero, por una parte, hay lecturas sin aprendizaje técnico, como las
imágenes, y por otra parte, una vez adquirida la técnica ya no sabemos dónde detener la
profundidad y la dispersión de la lectura.
No hay límite estructural que pueda cancelar la lectura: se pueden hacer retroceder hasta
el infinito los límites de lo legible, decidir que todo es, en definitiva, legible; pero
también en sentido inverso, se puede decidir que en el fondo de todo texto, por legible
que haya sido en su concepción, queda todavía un resto de ilegibilidad. El saber-leer
puede verificarse en su estadio inaugural, pero pronto se convierte en algo sin fondo, sin
grados, sin término.
Podemos pensar que la in-pertinencia es algo congénito a la lectura, como si algo
enturbiara el análisis de los objetos y los niveles de lectura, y condujera al fracaso de
toda búsqueda de una pertinencia para el análisis de la lectura: el deseo. Es
precisamente porque toda lectura está penetrada de deseo (o de Asco) por lo que el
análisis es tan difícil, es por ello por lo que tiene la oportunidad de realizarse donde
menos lo esperamos, o al menos, nunca exactamente allí donde lo esperábamos. En
virtud de una tradición, la esperamos por el lado de la estructura, y en parte hay razón
en ello: toda lectura se da en el interior de una estructura (aunque sea múltiple y abierta)
y no en el espacio presuntamente libre de una presunta espontaneidad, no hay lectura
natural, salvaje: la lectura no desborda la estructura, está sometida a ella, tiene
necesidad de ella, la respeta, pero también la pervierte.
RECHAZO
Rechazos de lectura:
1) El primero es el de la lectura convertida en un deber, que es resultado de todos
los constreñimientos, sociales o interiorizados gracias a mil intermediarios, así el mismo
acto de leer se determina por una ley, el acto de “haber leído”, la marca casi ritual de
una iniciación. Se refiere a las lecturas “libres” que sin embargo hay que haber hecho:
“hay que haber leído…”. Esa ley procede de diversas autoridades, cada una basada en
valores, ideologías: ejemplo, para el militante de vanguardia hay que haber leído a
Artaud. Hay deberes particulares ligados al papel que el individuo se reconozca en la
sociedad actual, la ley de la lectura proviene de una autoridad rara, enigmática, que se
sitúa en la frontera entre la historia y la moda. Hay leyes de grupo, microleyes, de las
que tenemos que liberarnos, la libertad de lectura es también la libertad de no leer.
2) Un segundo rechazo es el de la biblioteca, en su rasgo fundamental: su
facticidad, que hace fracasar al deseo por dos razones:
a) La biblioteca por su propio estatuto, sea cual fuere su dimensión, es infinita, en
la medida en qué siempre se sitúa más acá o más allá de nuestra demanda: el libro
deseado tiene tendencia a no estar nunca en ella, y sin embargo se nos propone otro en
su lugar: la biblioteca es el espacio de los sustitutos del deseo; frente a la aventura de
leer, ella representa lo real, en la medida en que llama al orden al deseo
b) La biblioteca es un
espacio que se visita pero no se habita. En nuestra lengua debería haber dos palabras
diferentes: una para el libro de biblioteca, otra para el libro-de-casa. El espacio
doméstico, y no público, retira al libro de toda su función de “aparentar” social, cultural,
institucional. Es cierto que el libro-de-casa no es un fragmento de deseo totalmente
puro, en general ha pasado por una mediación: el dinero, ha habido que comprarlo y por
lo tanto no comprar los demás; pero el mismo dinero puede ser en sí mismo un
desahogo, cosa que no es la institución, comprar puede ser liberador, tomar prestado
seguro que no.
DESEO
Es indudable que hay un erotismo de la lectura, en la lectura el deseo se encuentra con
su objeto, lo cual es una definición de erotismo.
Barthes se pregunta acerca de los placeres de la lectura, de una posible tipología de los
placeres, y plantea 3 tipos de placer de la lectura, 3 vías por las que la imagen de lectura
puede aprisionar al sujeto que lee.
1- En el primer tipo,
el lector tiene una relación fetichista con el texto leído, extrae placer de las palabras, de
ciertas combinaciones de palabras. Este sería el placer una lectura metafórica o poética.
2- En el extremo
opuesto, el lector se siente arrastrado hacia adelante a lo largo del libro por una fuerza
que, de manera más o menos disfrazada, pertenece siempre al orden del suspenso: el
libro se va anulando poco a poco, y en este desgaste impaciente y apresurado es en
donde reside este placer: el placer metonímico de toda narración. Este placer está
visiblemente ligado a la vigilancia de lo que ocurre y al develamiento de lo que se
esconde.
3- La tercera
aventura de la lectura, (Barthes llama aventura a la manera en que el placer se acerca al
lector), la de la escritura. La lectura es buena conductora del deseo de escribir, no es en
absoluto que queramos escribir forzosamente como el autor cuya lectura nos complace,
lo que deseamos es tan solo el deseo de escribir que el escritor ha tenido. Desde esta
perspectiva la lectura resulta ser verdaderamente una producción: ya no de imágenes
interiores, de proyecciones, de fantasmas, sino literalmente de trabajo: el producto
(consumido) se convierte en producción, en promesa, en deseo de producción, y la
cadena de los deseos comienza a desencadenarse, hasta que cada lectura vale por la
escritura que engendra, y así hasta el infinito. Jamás será posible liberar a la lectura si,
de un solo golpe, no liberamos también a la escritura.
SUJETO
Mucho se ha discutido acerca de los diferentes puntos de vista que puede tomar un autor
para relatar una historia, o simplemente para enunciar un texto. Una manera de
incorporar al lector a una teoría del análisis de la narración, o a una poética, sería
considerar que el lector también ocupa un punto de vista o varios sucesivamente: tratar
al lector como a un personaje, hacer de él uno de los personajes del texto. La tragedia
griega ya hizo una demostración de esto: el lector es ese personaje que está en la escena
y es el único en oír lo que no oyen todos y cada uno de los interlocutores del diálogo, su
escucha es múltiple.
Una auténtica lectura, que asumiera su afirmación, sería una lectura loca, y no por
inventariar sentidos improbables, contrasentidos, no por ser delirante, sino por preservar
la multiplicidad simultánea de los sentidos, de los puntos de vista, de las estructuras,
como un amplio espacio que se extendiera fuera de las leyes que proscriben la
contradicción; el “texto” sería la propia postulación de ese espacio.
Esto nos permite entrever lo que podría llamarse la paradoja del lector: comúnmente se
admite que leer es decodificar: letras, palabras, sentidos; pero acumulando
decodificaciones, ya que la lectura es infinita, retirando el freno que es el sentido,
poniendo la lectura en rueda libre, el lector resulta atrapado en una inversión dialéctica:
ya no decodifica sino que sobre-codifica, ya no descifra sino que produce, amontona
lenguajes, se deja atravesar por ellos infinita e incansablemente: él es esa travesía.
Toda lectura procede de un sujeto y no está separada de ese sujeto más que por
mediaciones escasas y tenues, el aprendizaje de las letras, algunos protocolos retóricos,
más allá de los cuales el sujeto se vuelve a encontrar consigo mismo en su estructura
propia, individual: ya sea deseante, perversa, imaginaria; y por supuesto, también en su
estructura histórica: alineado por la ideología, por las rutinas de los códigos.
No es razonable esperar una ciencia de la lectura, a menos que llegue un día en que sea
posible una ciencia de la inagotabilidad, del desplazamiento infinito: la lectura es
precisamente esa energía , esa acción que capturará en ese texto, en ese libro,
exactamente aquello “que no se deja abarcar por las categorías de la poética”, la lectura,
en suma, sería la hemorragia permanente por la que la estructura se escurriría, se abriría,
se perdería, conforme en este aspecto a todo sistema lógico, que nada puede, en
definitiva, cerrar; y dejaría intacto lo que es necesario llamar el movimiento del
individuo y la historia: la lectura sería precisamente el lugar en el que la estructura se
trastorna.
OBSERVACIONES: NIVEL SUPERIOR.
Jornada 1
Al comenzar la clase la profesora aclara las condiciones del próximo parcial, que será el
viernes de la semana siguiente a las 8:00 hs. Va a ser un parcial escrito sobre dos puntos
de vista teóricos: la lingüística de la enunciación de Benveniste y el modelo pragmático.
Dicta la bibliografía obligatoria:
- Benveniste: “La filosofía analítica y el lenguaje” – “El aparato formal de la
enunciación” – “De la subjetividad en el lenguaje” – “El lenguaje y la experiencia
humana” – “La naturaleza de los pronombres” – “Estructura de las relaciones de
persona en el verbo”.
- Austin: “Emisiones realizativas” – “Conferencia nº 8” en Cómo hacer cosas con las
palabras.
Jornada 2