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ISSN: 0120-5323
uniphilo@javeriana.edu.co
Pontificia Universidad Javeriana
Colombia
RESUMEN
En los albores del siglo XII la propuesta filosófica sobre
la moral del escolástico Pedro Abelardo, representada en
sus obras: Ethica Seu, Nosce te ipsum y Dialogus inter
philosophum, Judaeum et Christianum, desarrolla de un
modo importante el tema de la virtud. Al inicio de la primera
obra, Abelardo, en torno de la definición de las costumbres,
acota que se llaman así a los vicios y virtudes del alma que
disponen al hombre a obrar bien o mal. En la segunda obra,
el lector se halla con la interlocución del filósofo con el judío
y con el cristiano, en la que trata de desvelar en qué consiste
la virtud en estas dos grandes religiones y entablar una franca
disputa con la visión filosófica que está basada en la razón
natural. Este ensayo se propone presentar la concepción
medieval de virtud desde la perspectiva de este pensador del
siglo XII, considerado por una gran mayoría de filósofos e
historiadores dedicados a la Edad Media, como el insigne
intelectual del siglo XII.
∗
El presente artículo hace parte del proyecto de investigación: “Algunos referentes
conceptuales para establecer la relación entre cuerpo, estética y educación” y fue presentado
como ponencia en el III Congreso Internacional de Estudios Medievales realizado en
Mendoza (Argentina) del 3 al 6 de noviembre de 2010.
Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid e Instituto de Filosofía de la Universidad de
∗*
ABSTRACT
At the dawn of the twelfth century the philosophical view on
the morality of scholastic Abelard, represented in his works:
Ethics Seu, Nosce te ipsum and Dialogus inter philosophum,
Judaeum et Christianum develops in a major way the issue
of virtue. Thus we find the beginning of his Ethics ... the
definition about the customs mentioning that these so-called
vices and virtues of the soul dispose us to do right or wrong.
And in his Dialogus ... both the philosopher’s dialogue with
the Jewish and the Christian, try to reveal the basis on these
two great religions of mankind and bring an open dispute
about the philosophical view based on natural reason. So this
essay aims to convey the medieval conception of virtue from
the perspective of the XIIth century thinker, regarded by a
large majority of philosophers and historians devoted to the
Middle Ages, as the largest intellectual in those days.
1
El texto original se encuentra en la Patrología Latina (P.L), 159
2
El texto original se encuentra en P.L. 178. ESSTI (Ethica Seu Scito Te Ipsum) 633 a.
Afirma Abelardo que estas costumbres son los vicios y virtudes del
alma, animus3, que nos disponen a obrar de modo bueno o malo. Esta
aserción tiene una connotación relevante ya que en ella podemos distinguir,
como posteriormente lo hace en el prólogo, los vicios y las virtudes del
alma, de los vicios y las virtudes del cuerpo, y definir concretamente la
noción de vicio como algo propio del alma y no del cuerpo, en tanto que
está relacionada intrínsecamente con la virtud. Si bien, el cuerpo tiene
virtudes tales como fuerza ‘fortitudo’, velocidad ‘velocitas’, visión ‘visio’,
entre otras, éstas no tienen en el cuerpo algo contrario que podamos
llamar vicio, sino un defecto o una imperfección física, pero que no tiene
que ser juzgada como vicio, por ejemplo: la falta de velocidad o sea la
lentitud ‘pigredo’, la falta de fuerza ‘debilitas corporis’, y la falta de visión
‘caecitas’, deben ser consideradas como limitaciones, pero no como vicios
y mucho menos como pecados. Ahora bien, si lo hacemos en relación con
el alma, consideraremos unos vicios y unas virtudes propias tales como la
injusticia ‘injustitia’ contraria a la justicia ‘iustitia’, el desgano ‘ignavia’
opuesto a la constancia ‘constantia’, y la intemperancia ‘intemperantia’
contraria a la templanza ‘temperantia’. “Manifiestamente «virtud» y
«vicio» se toman aquí en el sentido exclusivo de virtudes y vicios morales.
Abelardo ha hecho esta distinción [...] contrastando estos hábitos morales
con ciertos vicios y virtudes que no pertenecen a la moral, como la cojera
o la buena memoria” (Bacigalupo, 1992: 85).
3
El término latino de animus es la forma masculina de anima que según Luis E. Bacigalupo:
“Desde la latinidad clásica es un término empleado con un significado que bien puede
subsumirse en la idea del alma racional, o el aspecto propiamente espiritual de la misma.
En época de Abelardo, algunos lectores de Boecio hicieron suya la preferencia de este autor
por el término ‘animus’, notándose el uso paralelo de ‘anima’ o ‘mens’, según los matices
requeridos por cada autor. Abelardo lo usa con mucha frecuencia, en ocasiones significando
‘intellectus’, otras veces ‘intentio’; por lo general, ‘ratio’” (1992: 59).
Por esto Abelardo alude a los textos bíblicos5 que acompañan a este
proyecto de dominio de sí mismo, a saber: Proverbios 16, 32 y Timoteo
4
Se ha afirmado que el conocimiento que tuvo Abelardo acerca de la obra aristotélica fue
parcial, sobre todo en lo concerniente a la ética. Abelardo no conoció ninguna obra sobre
ética de Aristóteles.
5
“Más vale paciencia que valentía y dominarse que conquistar una ciudad” (Prov. 16, 32).
“Tú, hijo mío, cobra fuerzas con el favor de Cristo Jesús. Lo que me escuchaste en presencia
de muchos testigos transmítelo a personas de fiar, que sean capaces de enseñárselo a otros.
Comparte las penalidades como buen soldado de Cristo Jesús. Un soldado en activo no se
enreda en asuntos civiles, si quiere satisfacer al que lo reclutó. Lo mismo un atleta: no gana
la corona si no compite según el reglamento” (2 Ti 2, 1-5).
Los hombres no deshonran nuestra vida por más que nos inflijan una
derrota, a no ser que por la costumbre de los vicios —y como identificados
nosotros en el vicio— seamos sometidos a ellos por un vergonzoso
consentimiento. Si el alma está libre —aunque ellos dominen el cuerpo—
la verdadera libertad no tiene peligro alguno. Ni somos presa de ningún
tipo de servidumbre torpe (Abelardo, 1994: 7). 6
6
El texto original se encuentra en P.L. 178. ESSTI. 635 d.
Por ello, después de asistir por cierto tiempo y con afán a nuestras escuelas
y habiéndome instruido no sólo en sus métodos racionales, sino también
en sus autoridades, me dirigí finalmente a la filosofía moral, que es el
objetivo final de las restantes disciplinas y respecto a la cual éstas no son
sino sabrosas primicias. Tras haber aprendido en ella todo cuanto pude
acerca del bien y del mal supremos y acerca de las cosas que hacen a un
hombre feliz o desdichado, examiné de inmediato atentamente los credos
de las distintas religiones en torno mío, en las cuales está ahora el mundo
dividido. Una vez examinados y comparados entre sí, decidí seguir aquel
que más en armonía estuviese con la razón (Abelardo, 1988: 83-84)7.
7
El texto original se encuentra en P.L. 178 DIPJEC (Dialogus Inter Philosophum, Judaeum
Et Christianum). 1613 a.
8
El texto original se encuentra en P.L. 178 DIPJEC. 1614 b.
hubiesen sido menos las dificultades por las que atravesaron en la Edad
Media, en la Moderna y en la Contemporánea —el holocausto judío y el
conflicto con los palestinos, conflicto que tiene un tinte histórico-religioso
muy profundo—.
9
Pierre Payer dice al respecto que, Pedro Abelardo y sus contemporáneos, se familiarizaron
con una división en la historia en tres grandes momentos, que había elaborado Hugo de San
Víctor, a saber: el período de la ley natural, que corresponde al paganismo; el período de
la ley escrita, que corresponde al judaísmo; y el período de la gracia, que corresponde al
cristianismo (1979: 10). De tal manera que Abelardo presenta en su obra estos tres grandes
momentos y éste en particular es el que corresponde al cristiano.
aspecto: “el supremo bien es aquello por lo que el hombre se hace mejor
y el mal es aquello por lo que el hombre se hace peor” (Abelardo, 1998:
95). Pero, por extensión, no nos remitiremos a la investigación sobre
el bien supremo, la bienaventuranza, ni a la reflexión sobre los estados
escatológicos que en boca de los interlocutores, se desarrolla en gran
parte del diálogo hasta su terminación.
Salvo que esté en error, creo haber dicho lo suficiente para mostrar [...]
cómo debemos entender el término ‘bueno’ cuando se toma como tal, es
decir, como una cosa buena, o también cuando se aplica al hecho de que
ciertas cosas se den, es decir, a lo que se expresa en proposiciones. Si
queda algo más en lo concerniente a la investigación del bien supremo
y consideras que requiere un nuevo examen, tú puedes introducirlo. En
otro caso hemos de aplicarnos, rápidamente a las cuestiones pendientes
(Abelardo, 1988: 225)10.
Referencias
Abelardo, P. (1994). Conócete a ti mismo. P. Rodríguez Santidrián (trad.).
Barcelona: Colección Grandes obras del pensamiento. Altaya.
Abelardo, P. (1988). Diálogo entre un filósofo, un judío y un cristiano. A. Sanjuán
y M. Pujadas (trads.). Zaragoza: Yalde.
Bacigalupo, L. E. (1992). Intención y conciencia en la ética Abelardo. Lima:
Fondo Editorial.
El Sagrado Corán. (1998). J. García Bravo (trad.) Barcelona: Edicomunicación.
10
El texto original se encuentra en P.L. 178. DIPJEC. 1682 a.