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Teoría contractualista: La idea de contrato o pacto social presente en los pensadores del
siglo XVII y de la primera del siglo XVIII, representa una parte esencial del bagaje
intelectual que nutre las reflexiones actuales sobre la sociedad y el Estado, la libertad y la
autoridad, la política y el derecho.
Los principales representantes de esta teoría son: Hobbes, Locke, Montesquieu, Rousseau,
Grocio y otros. El tratamiento de este tema abarcaría amplios espacios, mas como el
propósito de este libro es dar un enfoque introductorio, sólo se hará mención de algunos
planteamientos centrales representados por algunos de sus exponentes.
Para John Locke, según el propio juicio de Dios, el hombre había sido creado en una
condición tal que no convenía que permaneciese solitario; lo colocó, pues, en la obligación
apremiante por necesidad, utilidad y tendencia a entrar en sociedad, siendo la unión entre el
hombre y la mujer como esposa, la primera sociedad que se estableció. De ella nació la
sociedad entre los padres y los hijos; y esta dio origen, a la sociedad entre el amo y los
servidores suyos.
Esta doctrina estima que la vida social no es sino la manifestación de una voluntad de los
individuos, el resultado de un acuerdo que se ha producido entre ellos. Es de tal contrato del
que nació la sociedad, y actualmente todavía, tal sociedad no tiene otras reglas que la que
les da el entendimiento de sus miembros. Las fuerzas y las leyes que la dirigen son
entonces, jamás de orden biológico, sino de origen psicológico y voluntario. No es producto
de la naturaleza, sino precisamente una creación del arte humano.
La doctrina organicista, cuyo más célebre intérprete moderno fue Herbert Spencer, para
hacer comprender la naturaleza de los seres sociales, se esfuerza en aproximarlos a los seres
a los cuales nadie les niega naturaleza independiente: los organismos vivientes, vegetales,
animales, hombres. Sin asimilarlos a tal o cual especie de éstos en particular, afirma que se
puede encontrar en ellos todos los caracteres que presentan estos últimos en lo general.
Muestra para ello, en su constitución y en su actividad, las fuerzas y las leyes de la vida tal
como los biólogos las han deducido. Propone entonces comprenderlos en el grupo de la
naturaleza animada creando simplemente un conjunto nuevo: el reino o imperio social.
Los contractualistas que creen que el hombre creó la sociedad, son partidarios de una tesis
en que predomina la espontaneidad. Los organicistas, que creen que la sociedad ya estaba
hecha, son partidarios de una tesis en que predomina la coacción.
Aristóteles reacciona frente a los sofistas y los cínicos, que por diversas razones
interpretaban la ciudad, la polis, como nómos, ley o convención. Aristóteles, por el
contrario, incluye la sociedad en la naturaleza. Su idea rectora es que la sociedad es
naturaleza y no convención; por tanto, algo inherente al hombre mismo, no simplemente
estatuido.
Se llama teoría ecléctica (del griego Eklegoo; ek, fuera, leggo, escoger), a la que carece de
doctrina propia, pues estima como mejor procedimiento para alcanzar la verdad hacer la
selección de lo mejor de los sistemas en pugna. En este caso, Fouillée ha tomado de los
organicistas una parte de su tesis y ha desechado otra parte; y de los contractualistas ha
tomado algo, rechazándoles otra muy considerable.
Así acepta de los organicistas que la sociedad fue un organismo en épocas remotas; pero les
rechaza que por modo exclusivo, en todo tiempo haya sido un organismo. Es aquí cuando
acepta a los contractualistas que hubo un momento en que una horda vencedora obligó a la
vencida a incorporarse a su órbita en ciertas condiciones pactadas o impuestas; es decir, que
hubo una especie de contrato en esta formación de una nueva sociedad; pero rechaza de los
contractualistas la idea de que al inicio de toda sociedad haya habido un contrato. Y
entonces la solución ecléctica es: las sociedades son organismos contractuales.