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Después del pacto en el Sinaí, Israel era la representación terrenal del reino de Dios (la
teocracia), y como su Rey, el Señor estableció su administración sobre toda la vida de Israel. Su vida
religiosa, comunitaria y personal estaba regulada a tal grado que Israel pudiera establecerse como el
pueblo santo de Dios y ser instruido en santidad. Se le daba atención especial al ritual religioso de
Israel. Los sacrificios debían ser ofrecidos en un santuario aprobado, el cual simbolizar tanto la
santidad de Dios como su compasión. Los sacrificios y ofrendas debían ser controlados por los
sacerdotes, y estos debían preservarlos puros y enseñarle su significado al pueblo. Cada sacrificio
en particular debía tener un significado para el pueblo de Israel, pero también debía tener
importancia espiritual y simbólica.
Para más información sobre el significado de los sacrificios en general, véase el solemne
ritual del día de la Expiación (cap. 16). Sobre el significado de la sangre de los sacrificios véase
17:11; Gn 9:4. Sobre el énfasis de la sustitución véase 16:21.
Algunos suponen que los sacrificios del AT eran remanentes de las antiguas ofrendas
agrícolas - al deseo humano de ofrecer parte de sus posesiones como un don de amor a la deidad.
Pero los sacrificios del AT fueron especialmente prescritos por Dios y derivaron su significado de la
relación del pacto de Dios con Israel - cualesquiera que hayan sido sus semejanzas superficiales
con los sacrificios paganos. Estas de veras incluían la idea de un don, pero estaban acompañadas
por otros principios tales como la dedicación, la comunión, la propiciación ((el apaciguamiento de la
ira judicial de DIos contra el pecado) y la restitución. Los variados tipos de ofrendas cumpl+ian
diferentes funciones, la primera de las cuales era la de la expiación (Éx 25:17) y la adoración.
Si buscamos en la Biblia una guía para adorar a Dios, y si queremos entender lo que significa
servirle y adorarle, el libro de Levíticos es el mejor recurso y ayuda.
Por extraño que nos parezca, este libro nos enseña los principios fundamentales de la
adoración a Dios. El primero y más importante es que la vida, debe ser una manifestación de nuestra
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devoción y gratitud a Dios. Nuestra existencia debe transformarse en un servicio de alabanza para la
gloria de Dios.
Levíticos provee una descripción detallada de los distintos tipos de ofrendas que los israelitas
debían presentar a Dios. En esas descripciones se hace claro cuándo y quién debía presentarlos a
Dios. Eran ofrendas para el perdón de pecados, ofrendas de gratitud por sanidades recibidas,
ofrendas para buscar la comunión con Dios, etc. En todas las circunstancias y aspectos de la vida,
debemos glorificar a Dios.
Además, se indicaba cuán debían presentarse las ofrendas a Dios: Había ofrendas diarias,
por la mañana y por la noche, ofrendas para el día de descanso, ofrendas mensuales, y ofrendas
para las grandes fiestas anuales. La vida misma giraba alrededor del culto y adoración a Dios. Todo
el tiempo debía consagrarse la vida al Señor.
A fin de que la adoración fuera agradable a Dios, y que la religiosidad del pueblo resultara
sana y vigorosa, era fundamental recordar que no podemos separar el culto de adoración de la vida
cotidiana. El amor a Dios debe expresarse en el amor al prójimo y la devoción y entrega a Dios debe
balancearse con la práctica de la justicia social y el servicio incondicional a nuestros semejantes. La
santidad encuentra su plena expresión en el amor al prójimo. Cuando servimos a nuestros
semejantes estamos adorando al Señor con todo nuestro corazón (caps. 17-27).
En todas estas cosas, el israelita aprendía una lección básica: Toda la vida se debe
considerar como un acto de adoración a Dios; no hay momento, situación o aspecto de nuestra vida
que no deba presentarse al Señor como un acto de culto y adoración; la vida toda debe vivirse para
la gloria de Dios.
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