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“MARÍA, MODELO DE FE”

RETIRO

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Retiro: María, Modelo de fe, Talleres de Oración y Vida

SEXTO DÍA
Tiempo Fuerte
Tiempo previsto: 1 hora

Oración: Invocación al Espíritu Santo (Audio 6.1)

Ven, Espíritu divino,


manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetras las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,


descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,


divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,


sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

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Reparte tus siete dones


según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

Lectura: El silencio de María – Cap. II – Peregrinación, subtítulo "Una


espada".

Reflexionar sobre el contenido de esta lectura y escribir en el cuaderno


espiritual las impresiones que ella le causó.

Transcripción:

Una espada (6.2.1)


Cuando el Concilio habla de que María fue avanzando en la peregrinación
de la fe, en el mismo párrafo habla con insistencia sobre el Calvario: «Y
mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, se condolió
vehementemente con su Unigénito, y se asoció con corazón maternal a su
sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la Víctima engendrada
por ella misma» (LG 58). Por estas expresiones, y sobre todo por su
contexto, el Concilio parecería indicar que el momento alto —y también la
prueba, porque no hay grandeza sin prueba— para la fe de la Madre, estuvo
en el Calvario».

Hay otro párrafo en el mismo documento en el que el Concilio, con una


expresión lapidaria y emotiva, viene a resaltar que la fe de María alcanzó su
más alta expresión allá junto a la cruz.

En efecto, hablando del hágase de María pronunciado en el día de la


Anunciación, añade estas significativas palabras: «¡Y lo mantuvo [el hágase]
sin vacilación al pie de la cruz!» (LG 61). De esta manera el Concilio quiere
indicar que la prueba más difícil para el hágase de María fue el desastre del
Calvario.

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Sin salir del espíritu del texto conciliar, quisiera presentar aquí unas
reflexiones de tal manera que todo redunde para la máxima gloria de la
Madre.

Posiblemente la historia más lacónica, completa y patética de la Biblia, está


resumida en estas palabras: «Junto a la cruz de Jesús estaba, de pie, su
Madre» (Jn 19,29). Estas breves palabras evocan un vasto universo con
implicaciones trascendentales para la historia de la salvación.

En otro lugar de este libro hablamos ampliamente sobre la Maternidad


espiritual que nace aquí, al pie de la cruz. En este momento solo nos
interesa enfocar nuestra contemplación exclusivamente desde el punto de
vista de la fe.

La pregunta clave para ponderar el mérito, y por consiguiente la grandeza


de la fe de María, es ésta: ¿sabía María todo el significado de lo que estaba
aconteciendo esa tarde en el Calvario? ¿Sabía, por ejemplo, tanto cuanto
nosotros sabemos sobre el significado trascendental y redentor de aquella
muerte sangrienta?

Según como sea la respuesta a estas preguntas, se medirá la altura y


profundidad de la fe de María. Y la respuesta dependerá, a su vez, de la
imagen o preconcepto —muchas veces emocional— que cada cual tenga
sobre la persona de María.

En cuanto a esto caben, según me parece, posiciones ambiguas, y habría


otras preguntas previas para un cabal esclarecimiento, por ejemplo: si
María sabía todo, ¿su mérito era mayor o menor? Si el Misterio lo
vislumbraba tan solo entre penumbras, ¿aumentaba o disminuía el mérito
de su fe? ¿Se podría afirmar quizá, en algún sentido, que cuanto menos
conocimiento tuviera tanto más meritoria y mayor era su fe? Muchas
conclusiones dependen del presupuesto o esquema mental con el que cada
cual se coloca frente a la persona de María. También yo tengo mi esquema
que, según me parece, arroja sobre la Señora el máximo esplendor.

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De todas formas, antes de seguir adelante, es preciso distinguir claramente


en María la ciencia (conocimiento teológico de la Madre sobre lo que estaba
aconteciendo en el Calvario) de la fe. La grandeza no le viene a María de su
conocimiento, mayor o menor, sino de su fe.

Para saber exactamente qué le aconteció a María aquella tarde —acontecer


en el sentido vital de la palabra—, no podemos imaginar a María como un
ente abstracto y solitario, aislado de su grupo humano, sino como una
persona normal que recibe el impacto de la influencia de su medio
ambiente. Así somos los humanos y así fue sin duda María.

* * * (Audio 6.2.2)

Pues bien: por el contexto evangélico, la muerte de Jesús tuvo para los
apóstoles carácter de catástrofe final. Ahí se acababa todo. Esa impresión y
estado de ánimo están admirablemente reflejados en la escena de Emaús.
Cleofás, después de sentirse triste porque el Interlocutor ignoraba los
últimos sucesos que para él eran herida reciente y doliente, acabó con un
«nosotros esperábamos», como quien quiere añadir después: pero ya todo
está perdido; ¡todo fue un sueño tan bonito! mas, fue sueño.

Caifás, representando al bando contrario, tenía la convicción de que,


acabando con Jesús acababa con el movimiento. Y tenía razón, porque así
mismo sucedió. Cuando los apóstoles vieron a Jesús en manos de los
enemigos, se olvidaron de sus juramentos de fidelidad y cada cual,
buscando salvar su propia piel, se dieron a la fuga en desbandada
abandonándolo todo. A los tres días estaban todavía escondidos con las
puertas bien atrancadas (Jn 20,19), para salvar por lo menos su pellejo, ya
que habían perdido a su Líder.

Ese era su estado de ánimo: en el sepulcro dormía, enterrado para siempre,


un lindo sueño junto al Soñador. De ahí su obstinada resistencia a creer en
las noticias de la Resurrección. El día de Pentecostés, el Espíritu Santo
esclareció todo el panorama de Jesús. Solo entonces supieron quién fue
Jesucristo.

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¿Y María? Primeramente, no debemos olvidar que María alternaba y se


movía en medio de este grupo humano tan desorientado y abatido.

Yo no puedo imaginarme —ésa es mi imagen— a María adorando


emocionada cada gota de sangre que caía de la cruz. Yo no podría
imaginarme que María supiera toda la teología sobre la Redención por la
muerte de cruz, teología que nos enseñó el Espíritu Santo a partir de
Pentecostés.

Si ella hubiese sabido todo cuanto nosotros sabemos, ¿cuál habría sido su
mérito? En medio de aquel escenario desolado hubiera constituido un
consuelo infinito el saber que ni una sola gota de esa sangre se la tragaría
inútilmente la tierra; el saber que, si se perdía el Hijo, se ganaba a cambio
el mundo y la Historia; y el saber, además, que la ausencia del Hijo sería
momentánea. En estas circunstancias poco le hubiera costado aceptar con
paz aquella muerte.

Tampoco puedo imaginármela dominada por el desconcierto total de los


apóstoles, pensando que todo terminaba ahí. Eso tampoco.

Vemos por el evangelio que María fue navegando entre luces y sombras,
comprendiendo a veces claramente, otras veces no tanto, meditando las
palabras antiguas, adhiriéndose a la voluntad del Padre, vislumbrando en
forma lenta pero creciente el Misterio trascendente de Jesucristo...

Según eso, ¿qué habría sucedido en el calvario? Aunque es tarea difícil, voy
a intentar entrar en el contexto vital de la Madre y mostrar en qué consistió
su suprema grandeza, en ese momento.

* * * (Audio 6.2.3)

Ahí está María, metida en el círculo cerrado de una furiosa tempestad,


interpretada por todo el mundo como el desastre final de un proyecto
dorado y adorado.

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Es preciso imaginarse el contorno humano, en cuyo centro está ella, de pie;


en el primer plano, los ejecutores de la sentencia, fríos e indiferentes; más
allá, los sanedritas, con aire triunfal; más lejos, la multitud de curiosos,
entre los cuales unas pocas valientes mujeres que, con sus lágrimas de
impotencia, manifiestan su simpatía por el Crucificado. Y, para todos estos
grupos sin excepción, lo que estaba sucediendo era la última escena de una
tragedia.

Los sueños acababan aquí, juntamente con el Soñador.

Es preciso colocarse en medio de ese círculo vital y fatal en que unos


lamentaban y otros celebraban ese triste final. Y en medio de ese remolino
la figura digna y patética de la Madre, aferrada a su fe para no sucumbir
emocionalmente, entendiendo algunas cosas, por ejemplo, lo de la
«espada», vislumbrando confusamente otras... No son circunstancias para
pensar en bonitas teologías. Cuando alguien está combatido por un huracán
le basta con mantenerse en pie y no caer.

¿Entender? ¿Saber? Eso no es lo importante. Tampoco entendió ella las


palabras del Niño de doce años; sin embargo, tuvo, también allá, una
reacción sublime. Lo importante no es el conocimiento sino la fe, y
ciertamente la fe de María escaló aquí la montaña más alta. La que no
entendió las palabras de Simeón (Lc 2,33), ¿entendería completamente lo
que estaba sucediendo en el Calvario? Lo importante no era el entender,
sino el entregarse.

Y en medio de esa oscuridad, María, dice el Concilio (LG 61), mantuvo su


hágase en un tono sostenido y agudo:

- Padre querido, apenas entiendo nada en medio de esta confusión


general; solo entiendo que, si Tú no hubieras querido, nunca habría
acontecido esto. Hágase, pues, tu Voluntad.

- Todo parece incomprensible, pero estoy de acuerdo, Padre mío. No veo


por qué tenía que morir tan joven, y sobre todo de esta manera, pero
acepto tu Voluntad. ¡Está bien, Padre mío!

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- No veo por qué tenía que ser este cáliz, y no otro, para salvar el mundo.
Pero no importa. Me basta saber que es obra tuya. Hágase. Lo
importante no es ver sino aceptar.

- No veo por qué el Esperado durante tanto tiempo tenía que ser
interrumpido intempestivamente al comienzo de su tarea. Un día me
dijiste que mi Hijo sería grande, no veo que sea grande. Mas, aunque
nada vea, yo sé que todo está bien, lo acepto todo, estoy de acuerdo con
todo, hágase tu Voluntad.

- Padre mío, en tus brazos deposito a mi querido Hijo.

Fue el holocausto perfecto, la oblación total. La Madre adquirió una altura


espiritual vertiginosa, nunca fue tan pobre y tan grande, parecía una pálida
sombra, pero al mismo tiempo tenía la estampa de una reina.

En esta tarde, la Fidelidad levantó un altar en la cumbre más alta del mundo.

Audio 6.2.4

«Señora de la Pascua:
Señora de la Cruz y la Esperanza,
Señora del Viernes y del Domingo,
Señora de la noche y de la mañana,
Señora de todas las partidas,
porque eres la Señora del
"tránsito" o la "pascua".
Escúchanos:
Hoy queremos decirte "muchas gracias".
Muchas gracias, Señora, por tu Fiat;
por tu completa disponibilidad de "esclava".
Por tu pobreza y tu silencio.
Por el gozo de tus siete espadas.
Por el dolor de todas tus partidas,

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que fueron dando la paz a tantas almas.


Por haberte quedado con nosotros
a pesar del tiempo y las distancias».
Cardenal PIRONIO

Lucas 1, 39-56 (Audio 6.3)

Extraer criterios de este texto y aplicarlos a la vida, confrontándolos con


su vivencia actual.

«Por entonces María tomó su decisión y se fue, sin más demora, a una
ciudad ubicada en los cerros de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó
a Isabel. Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó
del Espíritu Santo y exclamó en alta voz: "¡Bendita tú eres entre las mujeres
y bendito el fruto de tu vientre! ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la
madre de mi Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de
alegría en mis entrañas. ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las
promesas del Señor!"

María dijo entonces:

"Proclama mi alma la grandeza del Señor,


y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador,
porque se fijó en su humilde esclava,
y desde ahora todas las generaciones me dirán feliz.
El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre!
Muestra su misericordia siglo tras siglo
a todos aquellos que viven en su presencia.
Dio un golpe con todo su poder: deshizo a los soberbios y sus planes.
Derribó a los poderosos de sus tronos, y exaltó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos,
y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su siervo; se acordó de su misericordia,

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como lo había prometido a nuestros padres,


a Abraham y a sus descendientes para siempre".

María se quedó unos tres meses con Isabel, y después volvió a su casa».

Oración: Madre Nuestra (6.4)

Te damos gracias, Padre,


porque has hecho en María grandes
maravillas.
Ella es una criatura como nosotros,
pero Tú la hiciste Madre tuya,
estamos orgullosos de María,
porque forma parte de nuestro pueblo,
nosotros la llamamos bienaventurada
pues Tú te fijaste en su humildad.
Por ella, Jesús se hizo uno de
nosotros,
para que llegáramos a ser hijos tuyos.

A través de María
nos llegó la misericordia,
ahora estamos seguros
que tu ayuda no nos faltará.
Tu brazo nos protegerá siempre,
si te aceptamos como Ella
en nuestras vidas.
Has hecho de nosotros tu familia,
y a tu madre la hiciste Madre nuestra.
Ella nos invita a cantarte,
con Ella te decimos:
"GRACIAS, PADRE NUESTRO".

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Termina tu Tiempo Fuerte con una interiorización serena, que te permita


ponerte en la presencia de Dios con una oración profunda y espontánea,
para que el Espíritu Santo te dé el más grande regalo: la Paz.

¡Shalom para ti!

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