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La participación en los centros educativos: oportunidad y desafío

Isabel Achard, noviembre 2015

Contenido:

1-Un discurso social contemporáneo muy extendido: “Hay que dar participación…”

2-Ventajas y problemas a la hora de generar dinámicas participativas en la escuela

3-Niveles y cauces de participación: crear ámbitos de participación con encuadres claros ahorra
muchos problemas

1-Un discurso social contemporáneo extendido: “Hay que dar participación…”

Cuando pensamos cómo mejorar la educación, pensamos muchas veces en decisiones que corresponden a
otros actores, a otros niveles de responsabilidad, a otros cargos. Sin embargo la mejora de un sistema
puede tener múltiples vías de concreción. Y una de ellas es cambiar lo que está al alcance de nuestras
propias manos. Si somos docentes, serán nuestras planificaciones, nuestras formas de enseñar, nuestros
vínculos con los estudiantes, con los colegas, con la dirección del centro, con las familias, nuestras
evaluaciones, nuestros materiales de clase… Si somos coordinadores o responsables de algún área
determinada, podremos cambiar todo lo que corresponde a la misma, incluyendo también nuestras formas
de comunicarnos y establecer vínculos de cooperación con otros espacios del centro educativo y/o del
entorno. Si somos directores, en nuestras manos está mejorar el estilo con el cual dirigimos, generar
nuevas estrategias, tomar mejores decisiones, apoyar a los que trabajan y se comprometen con la “buena
enseñanza”, orientar a quienes precisan una formación mayor, facilitar sinergias dentro y fuera de la
institución… entre otras posibilidades. Lo cierto es que no se educa solo y la forma de mejorar la
educación, sin duda implicará el arte de reunir personas con una finalidad común para actuar
organizadamente para conseguir concretarla.

Si tenemos tan claro a nivel de ideas lo que hay que hacer, ¿Por qué no lo hacemos? ¿Qué es lo que falla a
la hora de concretar iniciativas colectivas de mejora?

Es que dar participación no es una tarea sencilla, porque no alcanza con convocar a la gente y pedirle que
se comprometa con algo.

Hay que generar conciencia de lo que es e implica participar y organizar a las personas para hacerlo. Y no
es tarea fácil! Dar participación implica formarse para participar.

Uno de los primeros pasos es descentrarnos de nosotros mismos para comenzar a construir la
participación dando espacio a los otros. Generar una propuesta participativa es reconocer el lugar del otro
en la construcción de algo colectivo que no es de propiedad de nadie en particular sino del conjunto, pero
que no por ello diluye la responsabilidad de cada uno.

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Por momento parece que lo que es colectivo, en definitiva, en lugar de ser de todos, es de nadie, porque
no logra el compromiso de adhesión que debería. Cuando se habla de sinergia se habla de una sumatoria
de energía que trasciende la suma neta de cada uno o cada una de sus partes. Una suma que supera a las
partes, creando algo más grande aún, más potente. El secreto está en el contagio de esa energía y en el
compromiso recíproco de salir adelante con el propósito que nos convoca. Implica dar un plus porque hay
otros con nosotros que también se comprometen en el mismo proyecto.

Entonces surgen algunas preguntas o dudas internas, o desconfianzas previas: ¿tenemos la capacidad de
ponernos en el lugar del otro? ¿Es posible desarrollar la empatía y la inteligencia emocional para ser
capaces de actuar en forma sinérgica con otros, sumando nuestras capacidades y restando las
limitaciones?

El alma del líder educativo debería impulsar a cada escuela, a cada comunidad educativa a mirarse con
sinceridad y reconocerse en aciertos y dificultades para tener una foto realista de sí misma. Solo desde el
conocimiento de la realidad es posible desarrollar propuestas superadoras que impulsen mejoras en forma
permanente.

Generar en cada escuela comunidades de aprendizaje exige tener propósitos compartidos y establecer
lazos de confianza entre todos los participantes. Un estilo participativo no es solo característica de quien
los lidera sino que debe extenderse a todo el colectivo para que se convierta en una realidad. Se trata de
un espacio a ser construido entre todos.

2-Ventajas y problemas a la hora de generar dinámicas participativas en la escuela

No es fácil cambiar las costumbres adquiridas. Siempre parece ser más sencillo mantenernos en el terreno
conocido, de lo que venimos haciendo desde hace tiempo y para lo cual de algún modo nos fuimos
habituando, nos acostumbramos. Cambiar una dinámica institucional implica un plus de energía para
sostenerla, especialmente en los primeros momentos de tránsito de una a otra.

En general es preciso contar con un grupo motor o impulsor de la participación, compuesto por los que
rápidamente asumen cierto liderazgo y compromiso con las tareas y la propuesta de integrarlo. Estos
dinamizadores no siempre se mantienen, pues corren el riesgo de quedar solos con la iniciativa en sus
hombros. Por eso es tan importante que los equipos directivos estén atentos a brindar motivación y
también a sostenerla a lo largo del tiempo (muchas veces a lo largo de todo el año). Cuando se trata de
ámbitos de participación que ya tienen cierta duración en el centro existe ya una tradición acerca de los
mismos que se va trasmitiendo de un período a otro (con sus virtudes y sus vicios), en general oralmente,
por lo que se recomienda contar con un encuadre escrito que trasciende a las personas que
circunstancialmente ocupan espacios allí. Esto evita que se sienta alguien “perseguido” cuando se
establecen reglas claras de funcionamiento.

Solamente procuraré a continuación listar algunos elementos ventajosos y/o problemáticos asociados a la
participación que muchas veces actúan inconscientemente a la hora de decidir si vale la pena o no abrir
espacios a otros. Sin duda podrá enriquecerse con las opiniones y nuevos aportes de ustedes, para lo cual
dejaré un foro abierto con dos asuntos para que ustedes suban allí sus aportes: “Ventajas de dar
participación” y “Problemas asociados a la participación”.

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Entre las ventajas señalaremos:

Contar con más opiniones para analizar y decidir formas de resolver situaciones o tomar decisiones
de rumbos a seguir- el entorno complejo que nos rodea exige tomar decisiones para situaciones
nuevas, desconocidas hasta ese momento, y acertar, no siempre es sencillo, si se escuchan más
puntos de vista se corren menos riesgos que cuando decide una sola persona. El valor de la
reflexión como espacio para volver a pensar en lo que nos sucede, no solamente en el momento en
que va aconteciendo o inmediatamente después bajo sus efectos todavía. Muchas veces el valor
mayor del intercambio es la provocación que nos impulsa a revisar lo que vivimos ya, volviendo a la
reflexión sobre la acción, por encima del actuar naturalizado. La invitación a “volver a pensar” a
través de preguntas sobre nuestro modo automático de actuar es altamente inspiradora (aunque
en el momento que las formulan pueda incomodarnos). Sin duda no siempre las preguntas
cuestionadoras son bien intencionadas. A veces surgen también solo como cuestionamiento, sin
buscar nada más que dejar en exposición a quien dirige o toma las decisiones.

Heteroevaluaciones- el valor de los canales de comunicación para recibir feedback sobre lo que
hacemos y cómo impacta en la gente que trabaja y estudia con nosotros, aportando una crítica
constructiva que puede darnos elementos concretos para mejorar. Animar a las personas a hablar
con sinceridad para reconocer las dificultades y buscar soluciones para que algo verdaderamente
cambie, generando un clima apropiado para ello. Es una invitación a trascender la catarsis de solo
señalar lo que está funcionando mal, para implicarse en la búsqueda de soluciones. Aceptar
preguntas e incluso cuestionamientos de las personas que habitan nuestros centros (docentes,
estudiantes, familias), registrarlas y procurar -con tiempo- responderlas. Un ejercicio que puede
colaborar es responder -en primera instancia solo para nosotros- por escrito, pues nos permite
volver sobre ellas y por tanto ir mejorando nuestras respuestas para cuando las vamos a plantear al
colectivo.

Acostumbrarnos a colaborar con otros, aprender a formar equipos de trabajo y emprender


propuestas más ambiciosas sabiendo que somos varios.

Ser capaces de promover y desarrollar un nuevo liderazgo, el de gestionar el talento que tienen las
personas con las cuales interactuamos en una dinámica colaborativa donde cada uno pone lo que
sabe, aportando al grupo su fortaleza.

Al pensar en los problemas es interesante volver a mirar las ventajas pues cada una de ellas puede en sí
misma encerrar problemas también, por eso su gestión y el liderazgo personal que cada uno pueda poner
en el juego de las dinámicas participativas puede ayudar a inclinar la balanza hacia uno u otro platillo.

Algunas dificultades previsibles en el trabajo en equipo o participativo que reconocemos:

Los miedos personales como barrera a la hora de abrir espacios a la crítica y las opiniones sin
conocimiento de la realidad.

Las experiencias anteriores que acarrearon frustración y desconfianza.

¿Cómo involucrar a todos? ¿Quiénes deberían participar y quienes efectivamente participan?


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Unido al punto anterior, otro tema que genera dificultades es el de distribuir roles internos con sus
correspondientes tareas. Allí surgen muchas veces los “protagonistas” y los “desertores”. Los
primeros acaparando la atención y los segundos descuidando las responsabilidades asumidas.

No es sencillo asumir que los logros son de todos cuando las cargas se repartieron en forma
despareja a lo largo de los procesos de trabajo, generando rispideces internas.

La administración del tiempo, cuando en grupo todas las discusiones se hacen largas y esto atenta
contra la operatividad y eficacia de las reuniones convocadas.

3-Niveles y cauces de participación: crear ámbitos de participación con encuadres claros ahorra
muchos problemas

En la presentación que tienen disponible sobre el tema participación, verán un gráfico con una llamativa
flecha roja que señala grados de participación desde los que suponen menos responsabilidad hasta los que
representan el grado mayor. Así se va escalando desde la información que es el mínimo nivel, hasta la
autogestión que supone el mayor.

Cuando hablamos de participación solemos pensar en el grado máximo de la misma que es la autogestión,
sin embrago, al igual que en una familia, la participación se va “ganando”, y nadie piensa que un niño arme
su proyecto de vida o tome las decisiones fundamentales, pero sí se espera que vaya creciendo en
autonomía para llegar a hacerlo. Sin duda quien puede lo más, también es capaz de cubrir niveles menores,
pero no así lo contrario. Por eso es difícil saltearnos los grados de participación más simples y ofrecer
inicialmente el grado mayor. Hay que enseñar a participar. Queda claro que son espacios de construcción
ciudadana excelentes, tanto por la posibilidad de intercambiar reflexiones y enriquecernos como por la
representación, la delegación y la capacidad de tomar decisiones, asumiendo colectivamente
responsabilidades.

Es posible que un ámbito de participación incluya varios de estos niveles según el tipo de actividad que se
esté desarrollando en ellos. Por ejemplo, una reunión de coordinación docente puede ser un espacio
institucional propicio para dar información, realizar consultas y elaborar proyectos.

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Para cada ámbito concreto es posible también fijar qué nivel se otorga, distinguiendo incluso por área
concreta. Por ejemplo si se crea un grupo de padres para organizar el viaje de fin de año de sus hijos al
egresar de 6to de escuela, se puede advertir que tendrán grado de delegación para conseguir precios, pero
no para manejar el presupuesto del viaje que queda a cargo de las autoridades de la escuela.

Los cauces de participación o ámbitos son los espacios concretos que se generan para que diversos actores
tengan posibilidades de intervenir. La variedad es enorme, tanto por su integración como por su finalidad y
los niveles de responsabilidad asociados. Hay cauces tradicionales y otros nuevos. Hay instituciones más
creativas y abiertas y otras más tradicionales. No hay un juicio valorativo sino descriptivo. Un ejercicio
interesante a realizar es un mapa de participación de cada centro que pueden trazar identificando todos
los ámbitos existentes actualmente en sus instituciones. Esta reflexión previa les permitirá elegir también
qué tipo de cauce consideran que se podría crear (y sobre el mismo desarrollar la tarea obligatoria 3).

La Ley de Educación plantea la existencia de Cauces de Participación nuevos. Lamentablemente los


cambios no se concretan solamente porque se aprueben normas que expliciten propuestas novedosas. Lo
más difícil siempre es concretar, llevar a la práctica procesos y propuestas novedosas que resuelvan
dificultades.

Que los canales de participación sean eficaces en su funcionamiento es fundamental para no requerir
tiempos extra, fuera de la escuela, que terminan agobiando a todos los participantes, que pierden interés
en integrarlos. Que cada minuto invertido en un encuentro escolar valga la pena, sea provechoso. Se trata
de una responsabilidad compartida por todos los que participan, en la cual sin duda quienes llevan a
delante el liderazgo tienen un rol importante dando el encuadre adecuado necesario.

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