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Los juicios posibles

César Azabache Caracciolo

1.
El juicio penal es uno de los dos espacios de comunicación institucional por los que se representa e
impone el castigo por las violaciones más graves a la ley. El otro lo conforman las sentencias, pero hoy
no hablaremos sobre ellas. Nos concentraremos en los juicios penales.

Comunicar y representar castigos no es un hecho sin importancia o prescindible. La teoría política del
Estado contemporáneo, desde el Leviatán de Bentham (1651), se ha organizado de diferentes formas
sobre dos momentos que definen los extremos de la relación entre el Estado y los ciudadanos; el
momento del consenso, el contrato o de la obediencia y el momento de la desobediencia o del castigo1.
Ahora, después de la gran crisis de la contracultura iniciada en los años 60, la reivindicación de los
derechos civiles iniciada de formas distintas por Martin Luther King y Malcom X y la ascensión del
feminismo y de los movimientos de defensa del ambiente, el esquema debe reconocer la existencia de un
momento intermedio, el del disenso racional o la desobediencia civil, que no cabe, no tiene cómo, en
ninguno de los dos momentos del esquema binario inicial de la teoría política. Ese probablemente sea el
eje desde el que haya que entender el movimiento de los llamados “chalecos amarillos” en Francia y los
sucesos de Santiago de octubre de 2019, pero por desgracia, otro asunto al que no podemos ingresar
ahora.

Vamos a concentrarnos en los juicios. Para entender el


espacio que ocupa el juicio en la comunicación
institucional sobre el castigo encuentro necesario repasar
algunas ideas o imágenes que probablemente tengamos
todos ya instaladas en nuestra memoria.

La primera imagen que quiero presentarles corresponde a


uno de los grabados que usualmente se atribuyen a la
ejecución de Robert Damiens en Paris en 1757. No puedo
confirmar que el grabado corresponda históricamente a ese
evento en particular, porque la ejecución de condenas por
flagelaciones y suplicios era la forma específica de castigo
predominante en el antiguo régimen para crímenes como el
regicidio, que fue el crimen que se atribuyó a Damiens. La historia fue citada en las memorias de
Giacomo Cassanova (1798) y fue usada por Michael Faucault en “Vigilar y Castigar” (1975) para
presentar una idea que quiero recordar: en el antiguo régimen el castigo al crimen, entendido como
desobediencia al soberano, se expresaba sobre el cuerpo del condenado expuesto en el procedimiento de
suplicios ante todos aquellos que concurran a una plaza pública.

La idea no debería sorprendernos porque probablemente todos en el Perú fuimos educados con la
imagen de José Gabriel Condorcanqui flagelado en la plaza de armas del Cuzco en 1781. Lo que quizá
no hayamos notado es que la ejecución de Condorcanqui no fue un evento semejante a la muerte de
Bolognesi en la guerra con Chile, sino una expresión de la forma generalizada en que se ejecutaban las
condenas por suplicio relacionadas con crímenes contra la corona. Una forma de expresión no por

1 Imposible no registrar la diferencia que media en la forma que se presentan estos momentos en la tradición europea. El
contrato social de Rousseau (1672) no contiene una parte sobre el castigo. El momento del castigo se postula con algunos
años de diferencia, pero en un libro distinto, por un autor distinto y en un país distinto: “De los delitos y las penas”, de
Cesare Beccaria (1764). Encuentro profundamente sugestiva esta escisión para nada circunstancial en la formulación
política de las ideas y en la conformación posterior al antiguo régimen de las instituciones que pasaron a conformar la
república.
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cierto masiva, pero suficientemente frecuente
como para reconocerla como código de referencia
en la semántica del castigo.

Los Annales de la Inquisición de Ricardo Palma


(1863) muestran el castigo en la colonia a través de
una revisión de autos de fe de la inquisición, en los
que se representa a quienes habían muerto en las
torturas. Además en estas ceremonias se imponía a
los sobrevivientes condenados suplicios en público.
Los condenados en estos procedimientos eran en
realidad ultimados por la justicia ordinaria después de
ser entregados a ella (“relajados”). Pero el suplicio utilizado es suficiente para mantener estos
procedimientos en la misma lista en la que están las condenas impuestas por el antiguo régimen.

La importancia y entronización de esta forma de


comunicar el castigo quizá pueda explicar la manera en
que se expuso los cadáveres masacrados de los hermanos
Gutierrez en la plaza de Lima en 1872, después que ellos
intentaran derrocar al presidente Balta, en plena
republica, 50 años después de la proclamación de la
independencia.

Parecería que un acto de exhibición pública del cuerpo de


quienes han sido ejecutados por crímenes contra el
Estado debería pertenecer sólo a monarquías absolutistas

pre republicanas. Por eso causa desconcierto


el incidente de los hermanos Gutierrez.
Asumamos por un momento que la forma en
que fueron ejecutados representa una
incongruencia entre el contenido que
usualmente asignamos al discurso racional de
la emancipación y los hechos. Una
incongruencia sostenida además 50 años
después de la proclamación de la
independencia. Parece simple asumir que la
adopción de la forma republicana de gobierno,
que en nuestro caso corresponde al ciclo
independentista, tendría que haber modificado
el código de referencia en que se comunicaba el castigo; tendría que haberlo sacado de la plaza publica
para redistribuirlo entre los muros de las cárceles y los espacios abiertos en los tribunales. Pero en
realidad las cosas no ocurrieron así. La Francia revolucionaria que inspiró la emancipación de los
Estados Unidos de Norteamérica y proclamó la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano, limitó sus esfuerzos a reemplazar el suplicio por la guillotina, igualar la muerte por suplicio
que estaba reservada al pueblo con la muerte sin suplicio que era privilegio de la nobleza. No más.

Francia mantuvo la ejecución pública del castigo a


muerte hasta 1939, cuando se ejecutó fuera de una
cárcel en Versalles, por medio de una guillotina, a
Eugene Weidmann, condenado por una cadena de
asesinatos en serie.

La guillotina abandonó las plazas y las calles y se


trasladó al interior de la prisión, solo después de este
evento. Pero aún sobrevivió en Francia hasta 1981,
cuando Francois Mitterrand la abolió, después de
cobrar como ultimo destinatario en 1977 a Hamida
Dajoundubi, condenado a muerte también por

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homicidio2.

Hay una relación por establecer entre el castigo, su exhibición pública, la


corporeidad de la persona condenada, la ejecución a puertas cerradas y el
procedimiento previo de determinación del castigo. Si siguiendo a
Foucault mantenemos en la ecuación la corporeidad del acusado o la
acusada con constante, obtenemos un cuadro de relaciones que tendría la
siguiente forma:

En la historia contemporánea de los procesos relacionados con el castigo


de las personas acusadas como responsables por delitos, el juicio no ha sido necesariamente el espacio
público predominante ni la ejecución del castigo ha sido mantenida siempre o totalmente a puertas
cerradas. La publicidad en esta área de actividades no parece además estar asociada a un valor o a un
derecho, sino a un mecanismo de comunicación de autoridad que no contiene una afirmación de la
persona del o de la acusada sino todo lo contrario. Como variable instalada dentro de estas coordenadas,
el juicio no puede ser definido como una institución originada en derechos, sino como una institución
oficial incardinada en un entorno institucional que no es afirmativo, como lo son las instituciones del
momento del contrato, sino más bien opresivo.

El origen del juicio como escenario de definición del castigo al acusado no está entonces emparentado a
un proceso de reconocimiento de derechos ni nada semejante. Está más bien ligado a la historia
estructura en una semántica distinta, que es la de la comunicación institucional del castigo.

Imposible en consecuencia abordar el contenido de esta institución desde el punto de vista de los
derechos de las personas. Como la cárcel misma, el juicio es una institución de expresión de los poderes
públicos definida en perspectiva a confirmar la vigencia de la ley. Es perspectiva a estabilizar este
contenido, la institución debe enfrentar más bien límites que expansiones.

Entiéndase bien; esto no puede significar que, como hicimos en 1968, cuando se restauraron en nuestro
medio las reglas del procedimiento sin juicio (el llamado “sumario”), volvamos a abolir este espacio. La
alternativa, un procedimiento sin debate abierto previo, constituye claramente una violación a los
mínimos constitucionalmente establecidos para legitimar el castigo. Pero considerarlo indispensable es
enteramente distinto a considerarlo un derecho. Entre ambas perspectivas hay un salto que no puede
pasarse por alto.

2.
En abstracto, el ideal republicano debería haber
desplazado la ejecución de las condenas de las plazas
públicas y las calles para trasladarla a las prisiones, y
debería haber instalado los juicios como espacio de
comunicación pública del castigo, aunque mantuviera la
referencia sobre la corporeidad de la persona acusada en
el deber de contar con su presencia física en el recinto
(artículo 367.1 del Código Procesal Penal).

No fue así sin embargo como han pasado las cosas. El doble equilibrio entre juicio y ejecución de
condena, de un lado, y publicidad y el proceder a puertas cerradas del otro se ha movido de diferente

2La ejecución de penas de muerte a puertas cerradas tiene una historia propia que excede al asunto al que aquí quiero llegar.
Como mejor referencia, ver https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/temas/pena-de-muerte/.
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manera en cada experiencia y ha originado accidentes singulares. El ingreso de la guillotina a las cárceles
y el desarrollo en ellas, no fuera de ellas, de los procedimientos de ejecución por silla eléctrica o
inyección letal; el ingreso de los medios de comunicación a las audiencias de juicio y, la difusión de los
jurados y el progresivo abandono del procedimiento por plenarios (sesiones de discusión de la acusación
básicamente en función al contenido de expedientes escritos llamados “sumarios”) corresponde a esa
tendencia. El juicio tiende a representar el momento público de un proceso de determinación de
castigos que, concentrado ahora en la libertad del o de la condenada, solo se ejecuta a puertas cerradas.

3.
Pero la publicidad, que entonces debería concentrarse en el juicio, enfrenta sus propios problemas.
Formando una paradoja sugestiva nuestros tribunales asumen que es una condición de publicidad la
apertura de las puertas de la sala mientras se desarrolla el debate. Sugestivo porque las cárceles se
representan siempre siempre como un escenario de puertas o rejas cerradas.

La primera acepción de la voz “publicar” en el diccionario de


la Real Academia de la Lengua emparenta esta voz con el
“hacer notorio o patente…. Algo que se quiere hacer llegar a
noticia de todos”. Como verbo, “publicar” es un sinónimo
de “difundir”, y denota una acción de tipo comunicacional.
Que el juicio sea público en lugar de reservado significa que
se convierte en un espacio de comunicación institucional.
De hecho en la estructura física de los tribunales, la presencia
del público debía generar una suerte de encuentro semejante,
salvando distancias, al que se produce entre sacerdotes y
feligreses en las ceremonias religiosas.

Es sencillo notar que los aspectos ceremoniales del juicio han sido tomados en buena parte de la
tradición de las ceremonias confesionales: la mesa de los jueces esta colocada como un altar, por encima
del nivel de los demás. En nuestro caso no se usan togas, pero donde se emplean las togas representan
la misma escisión entre la persona subjetiva del Juez y el Juez como institución que la que representan las
túnicas que hacen del sacerdote católico un representante de la iglesia y no solo una persona con
preferencias subjetivas propias. Señales como una o más banderas, un escudo o una marquesina,
colocadas a las espaldas del tribunal, recuerdan la ubicación de los altares. La ritualidad que envuelve el
ingreso de los jueces a la Sala, el uso de una campana para marcar el inicio de los debates, entre otras
cosas, representan el sentido de autoridad con que los jueces anuncian que lo que comienza debe ser al
mismo tiempo un debate racional y una confirmación simbólica de la vigencia de la ley.

Pero cuando usamos el adjetivo “público” agregamos una segunda connotación que rebasa la esfera de la
comunicación de un mensaje institucional entre el Estado y los ciudadanos. En esta segunda acepción
“lo público” se define por oposición a lo “privado”, en tanto personal y exclusivo. “Lo público” hace
referencia a la esfera en que se define el significado de las leyes, su alcance, las condiciones en que se
ejerce la autoridad y las fundamentos económicos del vivir colectivo (https://www.lai.fu-berlin.de/es/e-
learning/projekte/frauen_konzepte/projektseiten/konzeptebereich/bar_pub_priv/contexto/
index.html). La construcción “juicios públicos” no hace referencia entonces solo a la forma en que las
personas de una comunidad específica pueden acceder al contenido del debate. No se agota en la
disposición física de la sala, de forma que permita a todos y a todas escuchar lo que se discute en su
interior; supone un equilibrio en el que se logra que todos y todas reconozcan lo que se discute en los
tribunales como un asunto que involucra sus propias vidas morales y la vida de los colectivos que
integran.

Las puertas abiertas o el acceso de las cámaras de televisión a una


sala de audiencias, el registro abierto de las deliberaciones que por
ejemplo ha adoptado el Tribunal Constitucional en enero 2020
(https://www.tc.gob.pe/institucional/notas-de-prensa/tc-
impulsara-deliberaciones-totalmente-transparentes-y-plataforma-
de-acceso-a-litigantes-de-provincias/) forman entonces parte de
los instrumentos que representan la apertura del juicio a la
comunidad. Son símbolos y a la vez vehículos de acceso. Por eso
su explicación debe actualmente desarrollarse desde la teoría sobre

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la transparencia de los actos públicos. Pero no resumen la esencia del “ser” público. La publicidad se
alcanza en función al posicionamiento de los tribunales dentro de los procesos que definen lo justo para
una sociedad. Por eso el proceso de audiencias ante la Corte Suprema de los Estados Unidos ha podido
mantenerse hasta la crisis de la pandemia prohibiendo el uso de cualquier medio tecnológico de registro
de los debates, incluso prohibiendo el acceso a la televisión, sin perder por ello su carácter público.

De varias manera el juicio es o debe ser público no porque las puertas de la sala deban estar abiertas sino
porque es él quien deben contener el interés de la comunidad por establecer qué es justo conforme a la
ley. La publicidad en este caso es una condición del espacio institucional, no físico, en que se produce el
debate y su relación activa con los ciudadanos. No se resuelve por el ejercicio de abrir físicamente las
puertas. De hecho las puertas abiertas no convierten en público un espacio que solo sirve a los
abogados que esperan su turno, y acaso, eventualmente, a algunos estudiantes y a personas relacionadas
con los casos en discusión. El ideal del juicio público supone un compromiso de los jueces con los
intereses de los ciudadanos y un compromiso de los ciudadanos con el contenido de los debates sobre
castigos.

4.
Lo público entonces supone que existan formas de acceso de la ciudadanía a los debates que se
desarrollan en los tribunales, pero no se resuelve en los instrumentos que hacen posible ese acceso. Lo
público en los juicios supone una forma de relación activa entre las comunidades y los tribunales. Y esas
formas de relación también tienen supuestos prácticos. En “Justicia, Notas para un plan de emergencia”
(http://www.desco.org.pe/justicia-notas-para-un-plan-de-emergencia-por-cesar-azabache-caracciolo)
sostuve que las relaciones que permiten que los juicios sean algo público, entendiendo “lo público” en el
sentido que propongo, se hace imposible si no se revisan las ubicaciones territoriales de los juzgados de
cara a los lugares en que viven las personas y si no se modifica la provisionalidad, que se expresa en una
rotación de magistrados tal alta que impide cualquier forma de relacionamiento sostenible entre ellos y
las comunidades con las que deberían interactuar.

En varios comentarios anteriores, pero especialmente en ese ensayo he dejado en claro mi preferencia
por pensar en la justicia relacionando la primera instancia del sistema en primer lugar con los distritos
municipales que tienen alcaldes, pero muy especialmente con las ciudades, entendidas como una
construcción intermedia o transversal que pueda resolver los problemas que generan asimetrías como las
que median entre San Juan de Lurigancho, un distrito con más habitantes que ciudades mayores como
Arequipa, Trujillo y Piura, y las 182 provincias que registran poblaciones menores a las 50 mil personas.
He sostenido que los jueces deberían tener al menos la visibilidad y el peso o la carga moral o la
centralidad que tienen los alcaldes distritales, para bien o para mal, en sus comunidades3, pero en esta
idea hay una serie de matices que suponen una discusión muy extensa basada en cifras, a la que intento
aproximarme en el ensayo que he citado.

La segunda condición depende de la movilidad. La inamovilidad del juez, su adscripción sostenida a una
comunidad de referencia, especialmente en el primer escalón del sistema, constituye una condición
indispensable para desarrollar las formas de relación que hacen de su actividad, expresada en juicios
(también en sentencias) sea algo público, en sentido fuerte. La permanencia del Juez en los espacios en
los que viven los colectivos de personas con los que debe interactuar constituye una condición
indispensable para que el sistema funcione. El sistema legal descansa en la posibilidad de predecir las
decisiones que tomarán los tribunales. Y para que las decisiones de los jueces sean predecibles, deben
permanecer ellos mismos en los lugares en que las adoptan. En el ensayo al que me he referido he
sostenido que la movilidad de los jueces conduce a su invisibilidad. Y la responsabilidad moral que les
corresponde asumir sugiere que ellos deben tener una posición tan visible y tan expuesta al menos como
las que tienen los alcaldes distritales.

3 No por cierto las forma de elección. Me cuento entre quienes no suscriben ninguna teoría que promueva que los jueces,
que deben ser imparciales y estar atentos a la defensa de las minorías, sean elegidos por métodos agregativos como las
votaciones populares, que obligan a los electos a alinearse con las preferencias de las mayorías.
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5.
Sin embargo es imposible dejar de observar que las reglas del distanciamiento social impuestas por la
pandemia remueven una serie de condiciones que hasta este año hemos venido dando como evidentes.
Tal vez el mejor ejemplo de la intensidad de los cambios pueda ilustrarse con un hecho. En mayo de
este año la Corte Suprema de los Estados Unidos, resistente aún al ingreso de cámaras de televisión o
cualquier aparato de registro de hechos en su recinto, inició audiencias por streaming con el caso sobre el
registro de la marca booking.com. Las siguientes audiencias están programadas por video conferencia y
puede ser vistas desde cualquier ordenador (https://www.supremecourt.uk/live/court-01.html).

Ahora bien, la audiencia del caso booking.com no contenía el debate


sobre una acusación penal, sino una discusión sobre marcas. En
situaciones de este tipo, que podemos caracterizar como
“discusiones puras sobre la interpretación de la ley” el uso de
espacios digitales no parece tener limitaciones particularmente
severas. El único problema parece derivarse de la configuración de
las imágenes que se emplean. Como hemos anotado ya el juicio está
concebido en atención a una serie de elementos simbólicos que dan
forma a un espacio físico de interacción. Estos elementos (que es
preciso reconocer no siempre son respetados en nuestros juzgados
de primera instancia) podrían traducirse en una expresión visual de reemplazo. Los canales digitales
tienen como problema, si es que debemos considerarlo un problema, haber sido constituidos sobre la
igualación de las personas que intervienen en una video conferencia. Las imágenes standard se
concentran en el rostro del hablante. El ejercicio para convertir las imágenes en una secuencia
diferenciada por jerarquías está aún por discutirse y de ser el caso desarrollarse.

El registro de la sesión del caso booking.com muestra por


ejemplo fotografías del pleno de la Corte y de los jueces, cuando
intervinieron en preguntas a los abogados que presentaron
alegaciones. El portal de la Corte en los últimos debates ha
girado a la apertura de cámaras individuales, que probablemente
tenderán a estandarizar imágenes comunes. El desafío, que es
compartido por otras actividades como el teatro y las ceremonias
religiosas, consiste en acelerar el proceso de conversión del
lenguaje simbólico ceremonial al lenguaje audiovisual. El giro a la
“semántica de la imagen”, sin embargo, no parece imposible. No,
claramente, en el caso de las discusiones puras sobre la interpretación de la ley.

Las discusiones han sido más fuertes cuando se ha tratado de


objeciones al desarrollo de juicios por acusaciones penales. En
junio de este año la Corte Suprema de Colombia ha desestimado
una queja del caso Rosso contra la instalación de un juicio
programada por medios digitales (https://www.eltiempo.com/
justicia/cortes/por-coronavirus-corte-suprema-de-justicia-da-via-
libre-a-los-juicios-virtuales-508400).

El discurso en contra de estos procedimientos ha sido también asumido desde diversos sectores de la
defensa en Chile (https://www.latercera.com/la-tercera-domingo/noticia/se-corta-la-senal-su-senoria-
las-quejas-por-los-juicios-virtuales/5A3H5KAHH5BRPL5CCPL3A5KB4Y/) y en Argentina (https://
www.clarin.com/politica/tribunal-rechazo-objeciones-retomara-juicio-cristina-kirchner-forma-semi-
presencial-_0_Utu4B_mkq.html). Las objeciones se limitan a observar que el juicio, en el formato
tradicional, es irrepetible en espacios digitales. En efecto, lo es. La pregunta es si podemos
transformarlo, si podemos hacerlo en todos los casos y cómo debemos resolver los casos difíciles.

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¿Es en realidad posible depositar todo el peso ritual que hemos asignado al juicio como espacio de
comunicación y toma de decisiones en herramientas digitales que reducen las cosas a lo que puede verse
en una ventana?

Hay una serie de trámites en los que la adaptación de los procedimientos a herramientas digitales será
sumamente sencilla: la introducción de firmas para el despacho de comunicaciones por vía electrónica
se sumará a la notificación por casillas, que ya estaba en uso antes de la cuarentena. La comunicación
por correo electrónico entre órganos públicos, la grabación de testimonios en audio y video, como
recipientes auténticos, no como herramientas temporales usadas “a la espera de una transcripción” y el
uso de archivos PDF de acceso compartido, constituyen en realidad una “puesta al día” de
procedimientos de registro que ya se emplean en todos los demás ámbitos de la actividad formal.

Pero los juicios son otra cosa. Más allá de ciertos detalles, el espacio digital, útil para muchas cosas, es
poco útil para otras. El rendimiento diferenciado de los espacios digitales conduce a que su uso deba ser
administrado. Y aquí sin duda tendremos problemas, porque si algo ha mostrado nuestra experiencia en
materia de manejo de casos penales es que no hemos podido introducir válvulas eficientes de
administración de un recurso escaso como es el juicio.

Volvemos sobre ello en la parte final de esta comunicación.

He sostenido que el espacio digital ofrece rendimientos diferenciados según lo que querríamos obtener
de él. Comenzamos notando que lo que he llamado “debates puros sobre el significado de la ley” no
enfrenta problemas concluyentes, más allá de la tarea pendiente de generación de un lenguaje visual
apropiado para comunicar la autoridad a partir de una cámara. Si esto es así entonces la primera llave a
revisar consistirá en separar aquellos casos que, aunque se traten de una acusación, suponen un debate
sobre cuestiones relacionadas al alcance de la ley de aquellos casos que dependen exclusivamente de la
escucha e interrogatorio de testimonios o exposiciones de expertos, y reconocer además los casos
mixtos, los que pueden contener aspectos de uno y otro tipo. No encuentro razones que impidan que el
debate penal, cuando se refiere a cuestiones sobre la interpretación de la ley se desarrolle por vía remota.
Ni encuentro razones que impidan que un tribunal pueda organizar el debate por una vía o por otra o
combinando fórmulas mixtas.

Entonces el problema no está en el uso que puede darse a los espacios digitales para organizar juicios.
Esté en la diferenciación de los momentos y predominios que pueden tener los debates. El problema a
resolver consiste en encontrar la manera de desarrollar espacios de interacción presencial ahí donde sea
estrictamente necesario. El problema entonces no está en las limitaciones que debemos reconocer a los
espacios digitales de interacción. El problema está en las limitaciones que impone el distanciamiento
social. Y al respecto debo notar que ni las sesiones presenciales ni los exámenes médicos son imposibles
en tiempos de distancia obligatoria.

Hacer sesiones presenciales en condiciones seguras no


es en verdad imposible. Basta con que se instalen
salas con cubículos de vidrio transparente y
micrófonos que aíslen a los actores entre sí y reduzcan
a “0” los riesgos de contacto por aspersión. Me
pareció curioso encontrar que los gimnasios hallaron
esta solución ahí donde ya funcionan antes que los
tribunales. Un cubículo por persona o por dos
personas si la defensa necesita estar en contacto con
su cliente (riesgos de pruebas transferidos a quien elija
esta opción) y asunto resuelto. Con un apropiado
equipo de sonido los cubículos de vidrio transparente resuelven con bastante simplicidad el problema de
la inmediación, aunque claro, no es un recurso gratuito en dinero, de modo que los criterios que definan
cuándo y porque usar estos ambientes deben ser establecidos con cuidado.

4 La primera versión de esta apartado y del siguiente fue publicada como post en mi cuenta en Facebook el 27 de junio de
2020; https://www.facebook.com/712253965586628/posts/2146371765508167/?d=n
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De hecho además hemos usado ya vidrios para establecer distancias
físicas en otros procedimientos. Con diferencias evidentes, los
usamos para separara a los tribunales sin rostro de los acusados en
los años 90. Pero los usamos también para separar el ámbito del
juicio del público en el caso Fujimori. Y los usamos en las cámara
gessel.

7.
Lo que me parece un verdadero dilema a resolver no está entonces aquí. Está
en la organización del tiempo.

Si repasamos las cosas con cuidado encontraremos una serie de señales que
muestran cuál es la verdadera relación entre el tiempo y la congestión del
trabajo que las formas de actuar que predominan en juzgados y las fiscalías
han venido ocultando, sin notarlo. La sobre utilización del papel hace
invisible el tiempo que se consume cada día. Y el tiempo no es un recurso
infinito. Sus límites explican fenómenos como el retardo en los casos legales,
la acumulación de “periodos muertos” en los procedimientos y los problemas
de indefinición que hacen que más casos que los que
querríamos sean postergados sistemáticamente bajo
https://www.freepik.es/vector-gratis/ilustracion-
diferentes coartadas institucionales, entre las que la resalta la reloj-reloj-arena-retro_4547233.htm
devolución (nulidad, devolución, nueva nulidad), que no son
otra cosa que una postergación muchas veces innecesarias.

De varias maneras la digitalización de los procedimientos judiciales y fiscales va a obligarnos a sincerar la


forma en que usamos el tiempo en cada caso pendiente de decisión. El efecto colateral de la
digitalización se encuentra en la posibilidad de medir las cosas, de manera que los tiempos muertos no
podrán permanecer ya escondidos en los anaqueles de archivos insondables.

La programación y registro de actividades en plataformas inteligentes va a facilitarnos hacer cálculos que


pondrán en evidencia cuánto tiempo aplicamos verdaderamente a cada caso y cuánto tiempo perdemos
“en el vacío” antes de tomar decisiones en asuntos que apenas hemos postergado por razones
burocráticas. Pero además va a poner en evidencia cuál es la verdadera relación entre la cantidad de
tiempo de trabajo de la que dispone un juez o un fiscal y la cantidad de asuntos que el sistema les asigna.

Aparentemente hemos olvidado que el número de magistrados con que contamos es finito; que las horas
del día y los días de la semana también son finitos, y que la combinación de estos factores, unida a una
estimación honesta del tiempo que necesitamos para investigar, conocer y decidir un caso, produce
coeficientes que miden cuánto en verdad podemos hacer de manera responsable y cuando no
deberíamos intentar hacer, porque es irresponsable intentar hacerlo.

La cuestión a resolver entonces es si ahora, que la distancia social obligatoria nos ha empujado a cambiar
nuestras rutinas, podremos verdaderamente sincerar la forma en que encaramos los espacios de actividad
legal que, aunque nos gusta ignorarlo, no son pozos de fondo infinito a los que podamos seguir
arrojando expedientes sin notar que esos expedientes representan asuntos que afectan a personas en
concreto

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