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Los kamikazes de la cultura no son los primeros que intentan
destruir el sistema alterando las pautas de consumo. La contra-
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INTRODUCCIÓN
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Pero ¿cómo va a ser transgresor vender calzado deportivo?
Para comprender la respuesta, conviene fijarse bien en la pri-
mera entrega de la trilogía Matrix. Se ha escrito mucho sobre
la «filosofía Matrix» , casi siempre erróneamente. Para entender la
doctrina central hay que acudir a la escena de la primera película
en que el personaje Neo ve al conejo blanco. Cuando da un libro
a su amigo, en el lomo aparece el título Simulacra and Simulation,
deJean Baudrillard",
Muchos críticos creyeron ver ahí la idea central de Matrix. La pe-
lícula retrata un complejo mundo ilusorio que engaña a nuestro
cerebro mediante unas máquinas sensoríales que nos convencen
de que vivimos e interactuamos en un mundo de objetos fisicos, es
decir, un experimento mental que sería una versión actualizada del
escéptico ,,¿Cómo sabemos que no lo estamos soñando>», de René
Descartes. Esta interpretación es errónea. Matrix no pretende ser
una representación de un dilema epistemológico. Es una metáfo-
ra de una idea política que tiene sus orígenes en la década de 1960.
Parte de una idea que tuvo su máxima expresión en la obra de Cuy
Debord, el fundador no oficial de la Internacional Situacionista, y
en la de su discípuloJean Baudrillard.
El marxista radical Debord escribió La sociedad del espectáculo
y fue uno de los principales instigadores de mayo del 68 francés.
Su tesis era sencilla: el mundo en que vivimos no es real. El ca-
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En la década de 1960, los hippies declararon su implacable
oposición al «sistema". Renunciaron al materialismo y la avari-
cia, rechazaron la censura y estandarización del macartismo y se
propusieron crear un mundo nuevo basado en la libertad indi-
vidual. Pero ¿qué sucedió con tan buenas intenciones? Cuarenta
años después, el «sistema" no parece haber cambiado mucho.
En todo caso, el capitalismo consumista no sólo ha sobrevivido a
varias décadas de rebeldía contracultural, sino que ha salido for-
talecido. Si Debord pensaba que el mundo estaba saturado de
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CONCLUSIÓN
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Decir que debemos hacer las paces con las masas no quiere
decir que debemos admirar rendidamente todos los elementos
de la sociedad industrial. Es obvio que resulta tremendamente
deprimente andar dando vueltas en coche rodeados de la mis-
ma arquitectura impasible, viendo las mismas marcas agotado-
ras de siempre y comiendo los mismos comistrajos de siempre
en todos los pueblos y ciudades de Norteamérica. Este lamento
es un lugar común desde hace un siglo. Sin embargo, es absur-
do relacionar estos defectos de nuestra sociedad con todos los
demás problemas sociales que vemos a nuestro alrededor, como
la pobreza, la desigualdad, la alienación y la delincuencia.
Sin embargo, esto es precisamente lo que hace la teoría con-
tracultural. Los capítulos precedentes demuestran que los teó-
ricos de la contracultura tienen la costumbre de achacar los pro-
blemas sociales concretos, de una forma u otra, a una gigantesca
tecnocracia conformista y represora. Por ejemplo, los ecologis-
tas afrontan un problema concreto como la contaminación y
lo atribuyen a una ignota estructura occidental (contrapuesta al
imperfecto sistema de derechos de la propiedad). Los partida-
rios de la antiglobalización afrontan una cuestión como la ho-
mogeneización derivada del comercio mundial y se la endosan
a un naciente «Imperio» capitalista, sin tener en cuenta que esta
tendencia es inherente al comercio desde el comienzo de la his-
toria. Los anticonsumistas afrontan el espectáculo terriblemen-
te deprimente de la obsesión con las marcas comerciales y lo con-
vierten en un requisito fundamental del sistema de producción
en serie, en vez de explicarlo como la explotación comercial
de un ansia generalizada de distinción.
Es fácil ver la pauta que surge del análisis contracultural. Todos
los problemas sociales se imputan a algún elemento fundamental
de la sociedad de masas, ya sea la producción industrial, los medios
de comunicación, el dominio tecnológico de la naturaleza o in-
cluso la represión y la necesidad de conformismo. Sin embargo,
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¿Qué significa exactamente hacer las paces con la sociedad de
masas? La consecuencia más importante es que debemos apren-
der a vivir con lo que el filósofo políticoJohn Rawls denomina-
ba «el hecho del pluralismo». Las sociedades modernas son tan
inmensas, superpobladas y complejas que sería ridículo preten-
der que todos «bailen al mismo son». Nuestra sociedad fomenta
la experimentación individual. Cada individuo debe hallar su ca-
mino y el modo de ser más feliz. Pero esto tiene consecuencias
importantes. A la hora de responder a preguntas sobre «el sig-
nificado de la vida» y demás, este sistema de libertad individual
resulta más controvertido de lo que podría parecer.
En general, esto es positivo. Casi nadie quiere vivir en una so-
ciedad que nos imponga una mentalidad, unos sentimientos,
una profesión o unas aficiones. Sin embargo, la libertad indivi-
dual implica aceptar el enfrentamiento de unos con otros en
cuanto a los temas más importantes de la vida, como la impor-
tancia de la familia, la existencia de Dios o las bases de la ética.
Debemos aprender a aceptar la discrepancia, no sólo una dis-
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Una de las consecuencias básicas del pluralismo es la inevi-
table economía de mercado. En el siglo anterior se hizo un des-
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Nadie negará que vivimos en un mundo cada vez más «glo-
balizado", pero a partir de ahí, nadie se pone de acuerdo. Exis-
te un desacuerdo básico en cuanto a las razones de la globaliza-
ción, los valores políticos y éticos subyacentes, y las consecuencias
que pueda tener sobre la distribución. El debate mundial en tor-
no a la globalización está inmerso en la ignorancia, la falta de in-
formación y las motivaciones ocultas. Además se han entremez-
clado los pegajosos tentáculos de las ideologías rancias (tanto de
izquierdas como de derechas) yel enfrentamiento de los países de-
sarrollados, subdesarrollados y en vías de desarrollo.
Sin embargo, en medio de todos estos requisitos y complica-
ciones hay un grupo que se ha declarado categóricamente opues-
to a la globalización en todas sus formas. Se trata del batiburrillo
de anarquistas, estudiantes, ecologistas y kamikazes culturales
que componen la contracultura contemporánea global. Este mo-
vimiento antiglobalización tomó su actual forma a finales de la
década de 1990, y su puesta de largo fue el hoy famoso boicot de
la reunión de la Organización Mundial del Comercio en Seattle.
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¿Qué quiere decir sacar partido del capitalismo global? Sig-
nifica buscar todos los defectos posibles a la economía de mer-
cado y, una vez encontrados, pensar creativamente en la forma
de resolverlos. La historia del estado del bienestar en el siglo xx de-
bería interpretarse no como una serie de batallas contra la lógica
del mercado, sino como una serie de triunfos sobre los distintos
fallos del mercado. En consecuencia, la retórica antimercanti-
lista de los partidos de izquierdas es, en el mejor de los casos, inú-
til y, en el peor de los casos, intelectualmente extenuante. Ten-
dríamos que procurar perfeccionar el mercado, no abolirlo. Sólo
tenemos que mirar un libro de texto de introducción a la eco-
nomía para ver cómo sería un mercado ideal. No habría mono-
polios, ni trabas para introducirse en ninguna industria. No ha-
bría publicidad; la competitividad se basaría totalmente en el
precio y la calidad de los bienes. No habría asimetrías informa-
tivas; los consumidores sabrían perfectamente lo que estaban
comprando. Las empresas no serían oportunistas con sus clien-
tes o proveedores y no habría beneficios inesperados. Pero lo más
importante de todo es que todas las externalidades se interna-
lizarían; las empresas tendrían que valorar el coste social de cada
decisión que tomaran.
Ésta es la dirección en que deberíamos movernos. También
es la situación ideal a que aspiran las recomendaciones hechas
en este libro. Eliminar la desgravación de la publicidad como gas-
to empresarial, tal como se propone en el capítulo sexto, sería
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