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pertenece indiscutiblemente a la vida y a la santidad de la Iglesia. Esto significa que la vida


consagrada, presente desde los orígenes, jamás podrá faltar en la Iglesia, como elemento
constitutivo e irremplazable que expresa su naturaleza misma‖26.
Una segunda consecuencia es que el compromiso de seguir a Jesús mediante la forma de
vida que él ha llevado, supera el nivel de la obligación de un voto. Su horizonte es mucho más
amplio. Ni siquiera la comprensión habitual de la virtud cristiana o de los consejos evangélicos es
adecuada para expresar la profundidad de tal vocación, que se sitúa más a nivel del ser que del
hacer. Está más cerca de la misión redentora del Hijo único de Dios, dado que el estilo de vida de
Jesús encarna su relación íntima con el Padre y con el Espíritu Santo. Al estudiar la naturaleza de la
profesión monástica, veremos más claramente esta relación entre la persona humana y el Maestro,
el Señor a quien sigue.
Una tercera consecuencia de las raíces evangélicas de la profesión monástica se estriba en el
hecho de que cuando se da radicalmente la propia vida a Jesús en la profesión religiosa o monástica,
se realiza una consagración especial de todo el ser. Esta consagración es específicamente diferente
de la consagración cristiana fundamental que tiene lugar en el bautismo, aunque no se oponga a esta
última. El bautismo consagra a todo el pueblo de Dios e integra a cada persona en la familia divina
y trinitaria. No toca directamente a la diversidad de vocaciones cristianas, y deja abiertas las
distintas posibilidades, según los diferentes estados de vida. La consagración que se opera en la
profesión religiosa o monástica refleja las exigencias que surgen de la elección de los rasgos
específicos de la forma de vida que Jesús mismo ha seguido y propuesto a sus discípulos más
cercanos. Estas exigencias no forman parte de las promesas bautismales. En el último capítulo del
presente libro examinaremos en profundidad la naturaleza de esta consagración, pero es bueno ser
desde ahora conscientes de que ―la íntima unión con Cristo, ya inaugurada con el Bautismo, se
desarrolla en el don de una configuración más plenamente expresada y realizada, mediante la
profesión de los consejos evangélicos. Esta posterior consagración tiene, sin embargo, una
peculiaridad propia respecto a la primera, de la que no es una consecuencia necesaria…. El
Bautismo no implica por sí mismo la llamada al celibato o a la virginidad, la renuncia a la posesión
de bienes y la obediencia a un superior.‖27.
Un cuarto resultado del origen evangélico del monacato es su relación estrecha con la vida
comunitaria. Esta ―vida común‖ (koinonía)28 fue un elemento muy importante en la existencia de
los primeros discípulos de Cristo. Veremos que la espiritualidad de comunión se manifiesta de
manera especial en la vida común en el monasterio y en la promesa solemne de estabilidad.

26
VC 29.
27
VC 30.
28
Hch 2, 42.

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