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Fuente: Libro “El ADN de las relaciones de parejas”. Autores: Dr. Greg Smalley y Dr. Robert S.
Paul.
Adaptación: Veronika Wiens
Si no te sientes identificado con la palabra miedo, otra manera de pensar en esto es hablar de
botones. Todos tenemos botones que pueden ser accionados, y cada uno de nosotros reacciona de
alguna manera característica cuando los presionan. Ya sabes de lo que hablo: Cuando alguien oprime
el botón, sentimos el impulso de lanzarnos contra la otra persona, o bien de retroceder.
Piensa por un momento en un animal salvaje acorralado o sorprendido. ¿Cómo reacciona? Una
respuesta frecuente es que se muestre feroz, que gruña y exhiba los dientes. Otra respuesta frecuente
es que se paralice o que salga corriendo. Dios creó a las criaturas con estas habilidades para que
puedan responder con rapidez ante las emergencias.
Los científicos lo describen como reacción de ataque o huida. En esto los seres humanos no somos
diferentes de los animales. De hecho, la hormona adrenalina corre por nuestro cuerpo en
circunstancias en las que no nos sentimos seguros, y nos prepara para reaccionar y protegernos. Lo
que quizá no sabes es que una experiencia emocional que provoca inseguridad, también genera
reacciones poderosas. Y si bien la reacción de ataque o huida es excelente para la supervivencia, es
malísima para promover el contacto íntimo.
Casi siempre, nuestros botones de miedo ya están instalados antes de que nos casemos. Llegamos a
la relación matrimonial con mensajes hirientes grabados en nuestro corazón. Cuando analizamos las
relacione que tuvimos en el pasado, especialmente en la familia y con nuestros padres, por lo general
podemos tomar conciencia de los mensajes que nos quedaron grabados.
A nadie le gusta sentir miedo. Sin embargo, como emoción, el miedo puede ser una fuente de
información muy útil. Si admitimos nuestros miedos y hablamos acerca de ellos, tenemos la
oportunidad de abrir la puerta de la intimidad.
EN EL NIVEL PERSONAL, EL ESTAR DISPUESTOS A SER LO BASTANTE VULNERABLES
COMO PARA DAR A CONOCER NUESTROS MIEDOS A LA OTRA PERSONA, NOS ABRE A
LA EXPERIENCIA DE LA COMPASIÓN, DE LA COMPRESIÓN, DEL AMOR … EN OTRAS
PALABRAS, DE LA INTIMIDAD.
Apenas un 12% de las parejas casadas sostiene haber encontrado algo al menos cercano a lo que
estaban buscando en el matrimonio. Los demás quedan estancados. Sí, es patético, pero no quiere
decir que esas parejas hayan elegido esa vida. Me aventuro a decir que con todos lo libros de
autoayuda, los seminarios y los métodos de consejería con que se cuenta hoy, muchísima gente ha
intentado con desesperación encontrar la libertad que anhelan.
Sostengo que hay una razón concreta de por qué nos quedamos estancados. Lo que nos atrapa es
nuestra propia danza en la relación, y no logramos liberarnos de ella. A este esquema destructivo lo
hemos llamado la Danza del Miedo. Los encuentros intensivos que promovemos dan resultado, en
buena medida, porque ayudamos a las parejas a identificar y a romper el ritmo de su propia danza.
El problema no son los botones de miedo o lo que los acciona. El problema radica en la manera en
que elegimos ocuparnos de ellos y en la danza en la que quedamos atrapados.
Ahora el viaje del matrimonio, es altamente imprevisible, lo cual lo transforma en una aventura de
continuos descubrimientos.
Una pareja típica comienza su matrimonio con enormes expectativas, pero en algún momento
descubre que su matrimonio parece estar atrapado en la esclavitud. Puede tomar la forma de la
ansiedad y la desgracia, o simplemente la desilusión y el aburrimiento, pero en cualquier caso, está
muy lejos de lo que habían anhelado.
La travesía de los israelitas hacia la Tierra Prometida, sirve como trasfondo para el viaje del
matrimonio hacia su tierra prometida. Después de haber trabajado con cientos de parejas y hemos
comprobado que hay cuatro pasos principales que nos ayudan a dejar de sentirnos atacados e
inseguros, y a comenzar a sentirnos seguros, abiertos y más cerca del matrimonio que anhelamos.
Los cuatro pasaos son:
Responsabilidad personal
Cuidando de uno mismo
Cuidando a tu pareja
Cuidando tu matrimonio
Los dos primeros pasos, responsabilidad personal y cuidar de uno mismo, tratan exclusivamente con
cada individuo. Cuando algo acciona nuestros botones y quedamos atrapados en la danza del miedo,
lo que podemos hacer para comenzar a romper este círculo vicioso es ocuparnos de nosotros mismos.
Dios nos ha dado el poder para romper esta danza, pero eso requiere que en primer lugar nos
ocupemos de nosotros mismos.
Lo que sucede es que estamos convencidos de que para lograr un matrimonio grandioso es necesario
contar con dos individuos sanos. No sabemos la manera en la podríamos ayudar a un matrimonio a
menos que comencemos por los individuos. Por eso los dos primeros pasos tienen que ver con
nuestro viaje personal, y la tarea de convertirnos en el hombre o lo mujer que Dios se propuso que
fuéramos. Recuerda que somos ciento por ciento responsables de nuestro propio viaje.
Una vez que contamos con dos personas que han asumido la responsabilidad por su propio bienestar
y están decididas a cuidarse a sí mismas, entonces podemos avanzar hacia el tercer paso. Este paso se
refiere a la oportunidad que tenemos de acompañar a nuestro cónyuge mientras hace su propio viaje
para convertirse en el hombre o la mujer que Dios se propuso que fuera.
Esta es la etapa en la que aprendemos a ser un buen ayudante. Como auxiliares de nuestra pareja
podemos aprender a amar, a respetar, a valorar, a sostener y a estimular a nuestro cónyuge en su
viaje. Es una oportunidad maravillosa que tenemos.
Ahora que dos individuos sanos están ayudándose el uno al otro, queda colocado el cimiento sobre el
cual se puede construir una relación matrimonial que entusiasme a ambos. El cuarto paso, el de
ocuparte de tu matrimonio, te ayudará a descubrir la manera de formar un equipo con tu cónyuge, y
cómo encontrar soluciones con las que ambos se sientan satisfechos.
RESPONSABILIDAD PERSONAL
Cuando las parejas vienen buscando consejería matrimonial, están propensas a apuntar con el dedo y
hablar más sobre su compañero que de sí mismos. Mucha gente parece tener una lista interminable
de las cosas que su pareja necesita cambiar para que el matrimonio se sane. A menudo, ambos
cónyuges insistirán para tratar de convencer al terapeuta de que el problema es su pareja, y que si tan
sólo pudiéramos cambiar a esa persona, las cosas mejorarían. Lo que la gente no se da cuenta es que
ese enfoque los lleva a perder el poder por completo y las cosas empeoran.
No tengo la capacidad de controlar los pensamientos, los sentimientos y el comportamiento de otra
persona, y cualquier intento de hacerlo es manipulación. Cuando pienso que la solución a nuestros
problemas de pareja o a mis problemas personales depende del cambio de mi pareja, pierdo poder.
La capacidad de lograr mi objetivo no reside en mi propio poder de controlar. En la medida en que
permito que mi bienestar dependa de los cambios de mi pareja, le entrego al otro tanto mi
responsabilidad como mi poder interior.
Creer que en una relación, cada persona no sólo es útil para satisfacer las necesidades del otro, sino
que además es responsable de hacerlo. Esa dependencia del otro es la que nos convierte en
manipuladores, controladores y exigentes en la búsqueda de satisfacer nuestras necesidades. El
comportarnos de este modo va en detrimento de la integridad, del respeto propio y del poder interior.
ESAS ESTRATEGIAS TAMBIÉN ORIGINAN MÁS TEMORES Y REACCIONES EN
NUESTROS CÓNYUGES.