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LAURA BAZZICALUPO

BIOPOLÍTICA
Un mapa conceptual

Prólogo y traducción
de Daniel J. García López

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melusina
Título original: Biopolitica. Una mappa concettuale

Copyright © 2010 by Carocci editore S.p.A., Roma.

© De la traducción del italiano y del prólogo: Daniel J. García López

© Editorial Melusina, s.l.


www.melusina.com

Diseño de cubierta: Belén Espejo


Fotocomposición: Carolina Hernández Terrazas
Revisión: Albert Fuentes

Reservados todos los derechos de esta edición


Primera edición: septiembre de 2016

isbn: 978-84-15373-29-2
Depósito legal: TF-569-2016

Impresión: Estugraf s.l.


Impreso en España
CONTENIDO

Prólogo: Estado de derecho, capitalismo y biopolltica n


Daniel J. García López

biopolítica: un mapa conceptual

Abreviaturas 39
Introducción 41

I. ¿QUÉ ES LA BIOPOLÍTICA? 47

Fenómenos biopolíticos 47
El fin de la separación entre privado y público 49
La historia del uso del término: biología y saberes sociales,
entre tecnocracia y humanismo 53

II. LA PERSPECTIVA DE FOUCAULT 6$

Una cuestión de poder 65


Método 66
Las primeras huellas del discurso biopolítico 71
III. GENEALOGÍA DEL GOBIERNO
BIOPOLÍTICO DE LAS VIDAS 8l

Gobernar 81
Ser gobernados 85
Norma del viviente, normalidad, institucionalismo 88
Genealogía de las formas de gobierno 92
Ambivalencias en la biopolítica de Foucault 100

IV. EN UNA PERSPECTIVA BIOPOLÍTICA.

LOS ESTUDIOS SOBRE EL GOBIERNO 103

Asegurar la vida: New Deal y Estado social 103


Riesgo 107
Gubernamental idad bioeconómica: el dispositivo
del trabajo/capital humano 108
Guerras globales, migrantes y políticas de exclusión 112
Governmentality Studies 114

V. LA NUDA VIDA 121

Biopoder y soberanía. Giorgio Agamben 121


Excepción 123
Totalitarismo y democracia 126
El campo 128
Neomorts 129
Potencia expresiva y perplejidad 130
Resquicios de una biopolítica menor 131

VI. BIOPODER Y BIOPOLÍTICA AFIRMATIVA 133

Ambivalencias 133
Antonio Negri y Michael Hardt 135
Feminismo y naturaleza 145
De la sacralidad a la impersonalidad de la vida 151
Entre humanismo y domesticación: Sloterdijk y la disputa
con Habermas 152
VII. EL PARADIGMA INMUNITARIO
Y LA IMPERSONALIDAD DE LA VIDA I$9

E1 paradigma inmunitario. Roberto Esposito 159


E1 enigma de la biopolítica. Inmunidad y comunidad 161
Cuerpo y fuerzas vitales. A partir de Nietzsche 164
Política de la vida 166
Persona e impersonal 167
Reflexiones: Neonaturalismo, vitalismo y des-subjetivaciones
impolíticas 171
El contrapunto de Rancière: política y biopolítica 175

Bibliografía 179
Prólogo: Estado de derecho
capitalismo y biopolítica
DanielJ. García López*

VIDAS QUE NO MERECEN VIVIR

El 24 de abril de 2012, el Boletín Oficial del Estado español publica,


por orden de la Jefatura del Estado —vestigio del poder soberano no
sometido a la democracia parlamentaria—, el Real Decreto-ley
16/2012, de 20 de abril, de medidas urgentes para garantizar la sos-
tenibilidad del Sistema Nacional de Salud y mejorar la calidad y
seguridad de sus prestaciones. Los eufemismos que se recogen en el
título de la disposición, obviamente, no se corresponden con la reali­
dad de su articulado. A partir del 1 de septiembre de ese mismo año,
la sanidad dejará de ser pública, gratuita y universal para aquellas
personas que se encuentren en una situación de irregularidad admi­
nistrativa.
La normativa se promulga con vocación de salvaguardar el siste­
ma público de salud, puesto que, aun siendo un logro del Estado del
Bienestar, mantiene un déficit económico que lo sitúa en la cuerda

1. Departamento de Filosofía del Derecho de la Universidad de Granada. Email:


danieljgl@gmail.com. Este texto ha sido realizado en el marco de los proyectos
DER2014-56291-C3-3-P y FF12014-53047-R. Este trabajo se realizó durante una estan­
cia en el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales de Madrid. Quisiera agra­
decer a su subdirectora, la profesora Isabel Wences, así como a todos los trabajadores
del cepc, su disposición para construir un espacio excelente de estudio.

II
BIOPOLÍTICA

floja. Esta función directa o manifiesta, acorde con la cláusula de


estabilidad presupuestaria establecida en la reforma constitucional
de 2011 (García López, 2013b: pp. 77-91), supedita el sistema públi­
co de salud a una eficiencia medida en términos de gestión econó­
mica. Lo que ha de plantearse es si, oculta en esa función expresa,
encontramos otra latente: una medida destinada a gestionar la vida
de ciertos sectores de la población.
En la Ley de las xn Tablas,1 uno de los textos jurídicos más im­
portantes de la antigüedad romana, se regulaba la figura del pater
familias. Entre sus atribuciones se encontraba aquella conocida
como vitae necisquepotestas, esto es, el poder sobre la vida y la muer­
te de sus hijos, esposa y esclavos. Poseía una ilimitada autorización
para matar, pues si él daba la vida también podía quitarla.2 3
Esta prerrogativa se ha trasladado del ámbito doméstico a la es­
fera del Estado. El soberano también goza del poder sobre la vida y
la muerte de sus súbditos. Decide cuándo han de morir y cómo han
de vivir. Para ello debe tomar una decisión: qué vidas deben ser
dignas de ser vividas y cuáles merecen la muerte. La vida viene in­
terferida por un valor económico {déficit). Aquellas vidas (en un
sentido puramente biológico) que no lleguen al umbral requerido
para ser consideradas dignas de ser vividas (en un sentido político)
habrán de ser suprimidas (tanto política como biológicamente). Un
ejemplo paradigmático se halla en los campos de concentración de
los totalitarismos del siglo xx.
Con la reciente reforma del sistema sanitario realizada por el
gobierno del Partido Popular se entrecruzan el hacer morir-dejar

2. Se ha llegado a discutir acerca de la existencia de este pilar del derecho roma­


no (Fógen, 2013: pp. 43 y ss.).
3. Aristóteles también era de esta opinión: «No hay injusticia para con lo
propio en general, y la posesión y el hijo, hasta que alcanza una cieña edad y se
independiza, es como una pane, y nadie elige dañarse a sí mismo. Por ello no se
da la injusticia para con éstos; luego tampoco la injusticia ni la justicia política:
éstas se daban en vinud de la ley y entre quienes había ley por naturaleza [..,] No
es posible obrar injustamente con uno mismo en el mismo sentido en que es sola­
mente injusto, y no por completo vicioso, el que comete injusticia» (Aristóteles,
2008: pp. 168 y 179).

12
PRÓLOGO

vivir y el hacer vivir-dejar morir. En nuestras ciudades hay vidas de


un valor inferior a otras. La persona migrante que se encuentra en
una situación de ilegalidad administrativa padecerá esta vitae necis-
que potestà? en caso de enfermar deberá morir (o se prolongará su
muerte a través del encierro en un campo de concentración, tam­
bién llamado Centro de Internamiento para Extranjeros [cíe]). Esta
reforma no solo es contraria a la Constitución de 1978 o a la Decla­
ración Universal de Derechos Humanos, sino a la propia condición
humana. La misma forma de la norma (un Real-Decreto que nece­
sita el requisito de la urgencia y no puede modificar Derechos Fun­
damentales) nos hace intuir que el estado de excepción, como diría
Walter Benjamin, ha devenido regla.
En este sentido, el Estado otorga (produce) la condición de sujeto.
En una paradoja ontològica, el feto (que no es persona jurídicamen­
te: recuérdese el art. 29 del Código Civil) posee más derechos (es
decir, posee más valor jurídico) que la persona migrante. Esta es una
vida que no merece vivir o indigna de ser vivida. Podrá ser sacrifica­
da en aras de la conservación del cuerpo político nacional. Aquí se
halla la lógica del racismo genocida: la relación entre el nacional y el
extranjero será en términos biológicos (raza superior, raza inferior).
De esta forma, la política deviene la lucha por la definición de la
naturaleza (biológica) del ser humano, asumiendo una función nor­
mativa (selectiva): incluir y excluir aquello que es más o menos dig­
no de vida. Remontándonos a tiempos de dictadura, la muerte del
otro hará más sana y pura la vida del nacional. En definitiva, la re­
forma del sistema sanitario que padecemos se encuentra imbricada
por el racismo de Estado.
De igual modo, a finales de julio de 2013, en el Consejo Interte­
rritorial de Sanidad, la ministra de Salud del Gobierno español
anunció la intención de su ministerio de excluir a personas solteras
o lesbianas de las prestaciones sanitarias con respecto a la fecunda­
ción asistida. La razón que emplea el ministerio mantiene de nuevo
una función expresa y otra latente. Expresamente se aduce una ar­
gumentación basada en la eficiencia (económica): «el Sistema Nacio­
nal de Salud, financiado por los impuestos de todos los españoles, está

13
BIOPOLÍTICA

para prestar atención sanitaria a personas enfermas».45Afortunada­


mente, la función latente no nos es muy difícil de encontrar. De
hecho, la propia ministra nos la proporciona a la hora de definir la
locución mujer estéril*, «no creo que la falta de varón sea un proble­
ma médico»?
El trasfondo de las palabras de la ministra nos induce a pensar de
nuevo en aquel racismo de Estado al que antes hacíamos alusión. Se
busca una sociedad pura. Todo aquello que pueda perturbar el orden
natural debe quedar relegado al margen. Por eso se opusieron al
matrimonio entre personas del mismo sexo. Por eso entendieron la
homosexualidad como una enfermedad mental. ¿Cómo alguien en
su sano juicio podría mantener relaciones no reproductivas? Por eso
también bebés intersexuales son mutilados en los hospitales del lla­
mado Occidente democrático y defensor de los Derechos Humanos
(García López, 2015a) y se patologiza a personas transexuales (Gar­
cía López, 2015b).
Paradójicamente —aunque en esto de la política lo paradójico
ocupa un lugar cotidiano—, estas declaraciones fueron realizadas
pocos días después de conocerse la sentencia del Tribunal Superior
de Justicia de Asturias por la que se condena al Principado a costear
la reproducción asistida denegada en 2011 a Silvia García. En la sen­
tencia se afirma que la constitución garantiza el principio de igual­
dad en su artículo 9, por lo que la denegación de la reproducción
asistida constituye trato discriminatorio por razón de sexo. De lo
contrario se estaría imponiendo la heterosexualidad como único
mecanismo para la consecución de la maternidad.6

4. Declaraciones del Secretario nacional de Sanidad del Partido Popular, José


Ignacio Echániz, y refrendadas por la Ministra de Sanidad. http://www. publico.
es/459330/solteras-y-lesbianas-deberan-pagar-la-reproduccion-asistida-porque-no-
estan-enfermas (visto el 23 de diciembre de 2015).
5. http://www.publico.es/459346/mato-no-creo-que-la-falta-de-varon-sea-un-
problema-medico (visto el 23 de diciembre de 2015).
6. http://www.publico.es/4592oo/condenan-a-asturias-por-no-facilitar-la-repro-
duccion-asisti da-a-una-lesbiana (consultado el 23 de diciembre de 2015). Casos como
este se producen día tras día. Precisamente hace unos años también surgió la polémica
cuando un juez de familia retrasó la adopción de una menor por pane de una pareja de

14
PRÓLOGO

Todas estas vidas son vidas que no merecen vivir, vidas que no
merecen ser lloradas (Butler, 2006: pp. 45-78). ¿Qué vidas pueden
serlo? El duelo público no solo consiste en la necesidad de llorar a
los muertos —o a aquellos cuyas vidas se encuentran en ese umbral
indiscernible—, sino en otorgar un valor a la vida. ¿Qué clase de
sujeto merece un duelo y cuál no? ¿Cuál es la vida vivible y la muer­
te lamentable? El duelo construye una conciencia de la precariedad
de la vida, de la vulnerabilidad y finitud de la condición humana.
«¿Dónde están los desaparecidos?», gritaban y sigueny gritando las
madres y abuelas de la plaza de Mayo. «En las cunetas están nuestros
muertos», se escucha a este lado del Adántico. ¿Dónde están esas
vidas precarias para llorarlas, para decir que merecieron la pena?

ENTRESIJOS BIOPOLÍTICOS: NOTAS SOBRE UN CONCEPTO

Hasta aquí solo hemos planteado algunos ejemplos recientes sobre


la forma en la que se gestiona la vida de los individuos. Se podrían
citar un sinfín de fenómenos caracterizados, por ejemplo, por la ges­
tión policial de la población y los flujos humanos con la consiguien­
te reducción de las garantías jurídicas en nombre de la seguridad y
la supervivencia, convirtiendo a estos individuos en meras vidas
biológicas (Bazzicalupo, 2010: pp. 19-20); o aquella práctica que en
la década de 1980 se realizó con las personas drogodependientes: el
descenso de población heroinómana en el Estado español no se pro­
duce por una política activa de prevención, sino por la muerte de la
mayor parte de esta población. Aunque se pretenda eliminar del imagi­
nario colectivo, aún persisten aquellas imágenes de personas arras­
trándose por las calles en una situación cercana a la muerte, antes de
ser deportadas al extrarradio de las ciudades para que su muerte
—agudizada en muchos casos por el vih— se produjera fuera de la
mirada de aquellos considerados normales (Ugarte, 200$: pp. 59-60);

lesbianas. Finalmente el juez fue condenado a diez años de inhabilitación. http://elpais.


com/diario/2oo9/i2/z4/sociedad/i26i6o92i2_85O2i5.htnil (consultado el 23 de di­
ciembre de 2015).

15
BIOPOLÍTICA

o, por poner un último ejemplo reciente, las políticas del Gobierno


italiano contra la población de etnia gitana (Vítale, 2008: pp. 121-132).
Hay que detenerse en cómo se ha configurado esta forma de gober­
nar y cómo se ha venido a llamar este cambio de paradigma acaeci­
do en la Modernidad.
En 1920, Rudolf Kjellén introdujo el concepto biopolítica en sus
reflexiones sobre el Estado.7 Anteriormente se había ocupado de recu­
perar la vieja metáfora orgánica (Kjellén, 1916), aquella por la que se
entiende el Estado como un ser vivo que, como tal, nace, se desarrolla,
se reproduce y puede enfermar y morir. Pero será, como decíamos, en
su texto Grundriss zu einem System der Politik, desde planteamientos
anti-contractualistas y organicistas, donde Kjellén llama biopolítica a
la disciplina que, por analogía con la ciencia de la vida, estudia al Es­
tado como forma de vida (Kjellén, 1920). Por tanto, nos encontramos
con un sustrato natural capaz de resistir a toda abstracción o construc­
ción institucional. De esta forma, Kjellén supera la antigua concepción
del Estado como un simple organismo.8
Algunas décadas más tarde, Michel Foucault, sin referirse a este
texto de Kjellén, utiliza el término biopolítica para definir las líneas
fundamentales de la política moderna, a saber: el soberano gestiona,
administra y gobierna la vida biológica de la población. Desde 1974
y especialmente en el período 1977-79, Foucault dedicó sus esfuer­
zos a desentrañar las prácticas biopolíticas que subyacen a la Moder­
nidad y a través de las cuales se controlan las condiciones de la vida
humana. Es cierto que no dedicó una obra en exclusiva a este tema,
pero sus investigaciones giraban en torno a ello, especialmente el
último capítulo de La voluntad de saber. Su objetivo circulaba hacia
el desvelamiento de una racionalidad política occidental en la que la
vida queda directamente imbricada con el gobierno.
Anteriormente, sin utilizar el término, ya había estudiado aque­
llas prácticas y formas de poder vinculadas a lo viviente. Pensemos,

7. A él también se debe el concepto geopolítica, desarrollado en clave racial por


Friedrich Raczel y Karl Haushofer.
8. A la metáfora orgánica he dedicado una monografía procedente de mi tesis
doctoral (García López» 2013a).

16
PRÓLOGO

por ejemplo, en sus estudios sobre la clínica y la psiquiatría: un sa­


ber médico anclado en unas instituciones que traza la línea divisoria
(clasificando y objetivando) entre la persona enferma y la persona
sana. A través de la configuración de una norma, la población queda
organizada y controlada de acuerdo con aquellos saberes médicos
que establecerán los mecanismos de diagnóstico y las prácticas tera­
péuticas adecuadas a la normalización.
Roberto Esposito, por su parte, ha diferenciado tres grandes blo­
ques o etapas previas a la formulación foucaultiana triunfante, que
desarrollan respectivamente un enfoque de tipo organicista, antro­
pológico y naturalista (Esposito, 2006: pp. 6-16).5 En la primera de
las etapas sitúa al sueco Kjellén, a la concepción vitalista del Estado
de Karl Binding, Eberhard Dennert, Eduard Hahn, Jacob von
Uexküll y Morley Roberts. Esta primera oleada vendría caracteriza­
da por la concepción organicista e inmunológica del Estado en cuan­
to cuerpo político. Pero después de la segunda guerra mundial se
volvió difícil justificar esta postura. De ahí que la segunda etapa esté
definida, desde la década de 1960 y especialmente en Francia, por
un cierto intento de humanizar (neohumanismo) los estudios sobre
el bíos (Starobinski, Morin, Cahiers de la Biopolitiqué). Finalmente,
Esposito sitúa una tercera etapa desarrollada en el ámbito anglosajón
en la década de 1970 marcada por un carácter naturalista (Caldwell,
Davies, Thorson).
Pero no nos interesa el debate sobre las posibles etapas o la ge­
nealogía de los estudios biopolíticos. Sobre lo que debemos centrar
nuestra atención sería precisamente en la genealogía de los procesos
y las prácticas biopolíticas —así como las formas jurídicas que las
amparan— por las cuales la vida queda directamente implicada en
el poder.9 10 Pues la biopolítica —término que aún no ha sido
aceptado por la rae, a diferencia de bioética, la cara amable de la

9. Aunque no menciona expresamente una serie de etapas, Laura Bazzicalupo


establece cinco jalones a la hora de desarrollar la historia del uso del término biopo­
litica', positivismo y evolucionismo; biotecnocracia; fitness y neodarwinismo; revi­
sión del saber biológico; y humanismo tecnocràtico (Bazzicalupo, 2010: pp. 23-31).
10. He trazado una genealogía de los dispositivos (médicos, jurídicos, sociales)
sobre la intersexualidad en Sobre el derecho de los hermafrodttas (Melusina, 2015).

17
BIOPOLÍTICA

biopolítica—11 consiste precisamente en aquel conjunto de saberes,


técnicas y tecnologías a partir de las cuales el Estado alcanza sus
objetivos a través de la capacidad biológica del ser humano.11 No es
que con anterioridad la vida no estuviera presente en el poder.13 Es que
con lo que se ha venido a llamar biopolítica la vida en un sentido
biológico, la vida de la especie humana, entra en el orden del saber
y del poder (Foucault, 2005: p. 150),
Se pueden observar dos acepciones del término: una de carácter
general, identificada con la co-implicación entre poder y vida (dis­
ciplinas y regulaciones, biopoder), y otra más restringida, aquella
que designa los mecanismos reguladores y los dispositivos de seguri­
dad (Vázquez García, 2009: p. n). Para ello, como Foucault explici-
tó en su cuarta clase del curso titulado Seguridad, territorio, pobla­
ción, debe desentrañarse una tríada fundamental para entender la
Modernidad: soberanía, disciplina y gubernamentalidad.14 El autor

11. Sobre la diferencia entre ambos conceptos puede verse a modo de resumen
Nancy, 2003: p. 115; Ugarte, 2006: pp, 81-82.
12. Se han usado como sinónimos biopolítica y biopoder. Este segundo consiste
en el impacto que sobre la vida (en un sentido biológico) posee el poder político.
Con un ejemplo puede entenderse mejor la diferencia entre ambos conceptos. Pen­
semos en el vih: las instituciones públicas realizan una serie de inversiones para
investigar sobre su origen, causas, estructura, mutaciones, efectos, etc. Esto vendría
a encuadrarse dentro del biopoder. En cambio, lo que las instituciones —o quien
financie la investigación— hagan con esos resultados entraría dentro de las prácti­
cas b i opolíticas (ligarte, 2006: p. 81).
13. Esta es una de las críticas que realiza Jean-Luc Nancy, Según el autor fran­
cés, el término biopolítica no designa una situación nueva: la política siempre se ha
hecho cargo de la vida, «Sobre esta tesis histórica [se refiere a la tesis de Foucault
por la que se entiende que la biopolítica se desarrolla a partir del siglo xvin], de un
interés evidente, no tengo nada que añadir, salvo que exigiría en la misma medida,
me parece, un examen más preciso de lo que han sido antes de los tiempos moder­
nos las preocupaciones “biopolíticas” (había una política del trigo en Roma y una
política de los nacimientos en Atenas, por ejemplo)» (Nancy, 2003: p. 116).
14. «De modo que es preciso comprender las cosas no como el reemplazo de
una sociedad de soberanía por una sociedad de disciplina y luego de una sociedad
de disciplina por una sociedad, digamos, de gobierno. De hecho, estamos ante un
triángulo: soberanía, disciplina y gestión gubernamental, una gestión cuyo blanco
principal es la población y cuyos mecanismos esenciales son los dispositivos de segu­
ridad» (Foucault, 2008; p. 115). Es curioso que Foucault no desarrollara una teoría del

18
PRÓLOGO

francés realizó un recorrido por tres grandes formas de racionalidad.


Lo que se traduce en el paso de un:

Estado de justicia, nacido en una territorialidad de tipo feudal y que co­


rrespondería a grandes rasgos a una sociedad de la ley —leyes consuetudi­
narias y leyes escritas—, con todo un juego de compromisos y litigios [...a
un] Estado administrativo, nacido en una territorialidad de tipo fronterizo
y ya no feudal, en los siglos xv y xvi, un Estado administrativo que corres­
ponde a una sociedad de reglamentos y disciplinas [...para llegar por últi­
mo a] un Estado de gobierno que ya no se define en esencia por su territo­
rialidad, por la superficie ocupada, sino por una masa: la masa de la
población, con su volumen, su densidad y, por supuesto, el territorio sobre
el cual se extiende, pero que en cierto modo sólo es uno de sus componen­
tes. (Foucault, 2008: p. 117)

Si entendemos la Modernidad, siguiendo a Giddens, como «los mo­


dos de vida u organización social que surgieron en Europa desde
alrededor del siglo xvii en adelante y cuya influencia, posteriormente,
los ha convertido en más o menos mundiales» (Giddens, 1999: p. 15),
debemos retrotraernos a este espacio para situar el Estado moderno
dentro de sus fronteras.1* Son tres al menos los elementos paralelos a
la tríada antes citada que componen lo que podríamos llamar el
medio ambiente o, en palabras de Juan-Ramón Capella, los elementos
del relato político moderno (Capella, 2006: pp. 106 y ss.) en el que se
desarrolla la forma-Estado que hoy en día conocemos: Estado de
derecho, capitalismo y sujeto jurídico.
El primero de los elementos, el Estado de derecho, emerge pre­
cisamente de la sustitución paulatina de Dios por el Estado, en un
primer momento en la forma de la razón de Estado y, posteriormente,

Estado a diferencia de los intelectuales marxistas coetáneos. Quizás esto supusiera un


punto manifiesto de distanciamiento.
15. Francisco Vázquez, por ejemplo, ha identificado seis fases en el desarrollo de
la biopolítica en España: 1) biopolítica absolutista (1600-1820); 2) biopolítica libe­
ral (1820-1870); 3) biopolítica interventora (1879-1939); 4) biopolítica totalitaria
(1939-1975); 5) biopolítica social (1975-1985); y 6) biopolítica liberal avanzada o
neoliberal (1985- en adelante) (Vázquez García, 2009: pp. 16-17). A lo largo de la
obra desarrolla las seis fases.

19
BIOPOLÍTICA

gracias a la doctrina del contrato, en la del Estado de derecho. Esta


sustitución viene marcada por la combinación en la figura del sobe­
rano de las acciones de reinar y gobernar. Esta última se ocuparía de
las acciones cotidianas, como las llevadas a cabo por Dios con los
hombres, el padre con sus hijos y el pastor con su rebaño.16
El gobierno pastoral, basado en elementos religiosos premo­
dernos,17 se caracteriza por, al menos, cuatro rasgos (Foucault, 2008:
pp. 131-136): 1) es un poder que no se ejerce sobre un territorio, sino
sobre una multiplicidad (rebaño) en movimiento; 2) es un poder
benévolo, pues su fin consiste en la salvación física y espiritual del
rebaño, de los gobernados, así como su curación y su cuidado; 3) se
manifiesta en un deber de sustento: celo, dedicación y aplicación
indefinida. Por eso se dice que el pastor es el que vela, pues está al
servicio del rebaño; 4) se realiza de forma individualizadora: al pas­
tor no se le escapa ni una sola de sus ovejas (omnes et singulatim). Es
por todo ello que existe una jerarquía vinculada al saber: el pastor es
el que conoce la verdad y por eso mismo es el soberano, es decir, el
único con el poder para interpretar la verdad de la providencia.
Sin embargo, el giro epistemológico y los avances científicos
(Copérnico, Kepler, Galileo, John Ray, Port Royal...) producidos en
los siglos xvi y xvn rompen con esa relación Dios-Rey que Tomás
de Aquino utilizó para justificar el gobierno de los hombres por el
monarca. Las nuevas prácticas discursivas mostraron que el sobera­
no, ya sea este Dios o el Rey, no gobierna desde la cotidianeidad del
pastoreo, sino desde leyes generales, abstractas, universales, inmuta­
bles, simples e inteligibles (Foucault, 2008: p. 227). De esta forma,
ninguno de los modelos o analogías antes señalados cubre el espec­
tro necesario para gobernar; gobernar precisamente es más que la
simple soberanía: se trata de un complemento, de un arte (Foucault,
2008: p. 229). Se requiere ahora de un poder más específico capaz de

16. Así sintetiza Foucault los modelos que acoge Tomás de Aquino para expli­
car las funciones del monarca. Estos tres modelos o analogías —en la terminología
foucaultiana— son: el gobierno de Dios sobre la Tierra, el gobierno sobre el orga­
nismo y el gobierno del padre sobre su familia o el pastor sobre su rebaño (Fo-
cuault, 2008: pp. 225-226).
17. Procedentes del Oriente precristiano (Foucault, 2008: pp. 129-130).

20
PRÓLOGO

sortear la discontinuidad del poder político. Por decirlo con otras


palabras, se pasa a una racionalidad de gobierno más eficaz y eficien­
te, en la que la verdad, y no la justicia, se alza como el mecanismo
de legitimación; una verdad construida a través de una relación je­
rárquica vinculada no a la soberanía sino al saber, a partir del cual se
producen normas que poseen como objetivo la subjetivación.
En la Modernidad, tras las revoluciones burguesas de finales del
siglo xvin, la legitimación del poder ya no se articula en torno al fac­
tor religioso sino a la tríada contrato-poder constituyente-constitu­
ción (Grimm, 2006: pp. 28-29). De la crítica ilustrada devendrá la
crisis del Estado absolutista (Koselleck, 2007). Es el primer eslabón de
este tridente el que aporta una zona de penumbra que condiciona al
resto: la democracia acogerá la idea de contrato social y las cláusulas
mercantiles, haciendo de la democracia una constante negociación.18
A ello habrá que añadir el desarrollo que tiene el Estado nación
en el romanticismo. A grandes rasgos, se entiende que donde hay un
pueblo (una lengua común, una historia común, etc.) debe haber
un Estado que garantice su supervivencia, pues de lo contrario este
se vería amenazado.
Junto a este primer elemento en el plano jurídico-político, surge
el capitalismo como forma de articulación de las relaciones inter­
subjetivas a nivel económico y su obsesión por la eficacia. La Revo­
lución Industrial del siglo xviii conllevó una nueva forma de orga­
nización económica. El liberalismo económico mantuvo una fe en
el progreso a costa de la disolución de los viejos vínculos comunita­
rios. La sociedad se convierte así en mero instrumento para el mer­
cado autorregulador (Polanyi, 1997: p. 65). El Estado debe garanti­
zar el cumplimiento de una serie de objetivos impuestos por el
capitalismo industrial: ampliación de mercados, formación de mano
de obra, inversión privada, etc. (Ugarte, 2005: p. 51).
Este nuevo modelo de producción exige la abstracción jurídica
como elemento sustentador (Schiavone, 1982: pp. 107-108). Final-

18. Sobre la idea de contrato como uno de los elementos del relato político
moderno: el contratante no piensa en el benefìcio de todos, sino en maximizar el
suyo propio. He aquí la lógica del mercado (Capella, 2006: pp. 116-118).

21
BIOPOLÍTICA

mente, en este ambiente de la Modernidad, como ha puesto de ma­


nifiesto Piecro Barcellona, nace el individuo moderno. En el siglo
xviii surge el sujeto jurídico, la persona portadora de derechos, ya no
privilegios. Esto supone el abandono de los viejos vínculos político-
social-comunitarios. El individuo entrega su libertad a la autonomía
del sistema económico (Barcellona, 1996). Un individuo que debe
estar sano, ser normal y cumplidor de la higiene (social y jurídica).
Sintetizando de forma somera el surgimiento del Estado mo­
derno, cabe destacar que en este contexto el soberano sustituirá su
viejo poder de muerte por el nuevo poder de vida. A finales del si­
glo xviii y principios del xix, el ejercicio del poder punitivo por
parte del Estado mutará su forma. Antes de la aparición de los
modernos códigos penales, el cadalso, la tortura, los suplicios y
ejecuciones suponían el ejercicio directo del poder soberano sobre
el cuerpo del condenado. Recuerden a Damiens, condenado a «pú­
blica retractación ante la puerta principal de la iglesia de París»
(Foucault, 2009a: pp. 11-13). Pero en este lapso de tiempo se produ­
ce una transformación. El teatro de la ejecución queda reducido a
su más privada oscuridad. Al soberano ya no le interesa exclusiva­
mente el cuerpo. Ahora es el alma (mente, subjetividad, identi­
dad), como la de los jóvenes delincuentes de París (Foucault,
2009a: pp. 13-15), la que debe ser condenada: ha de ser moldeada,
reeducada, controlada y disciplinada con el objetivo de la normali­
zación del sujeto conflictivo, del sujeto anómalo, del sujeto que
transgrede la ley, ya sea esta jurídica, moral o biológica.
La nueva forma del poder y la violencia soberana, ahora a un
nivel microfísico, ya no se ejerce sobre la muerte, sino sobre la vida.
Se produce un tránsito, lento y multiforme, desde un poder escatoló-
gico a la administración de la vida, desde el suplicio a la regulación,
desde la destrucción de los cuerpos a la producción normalizada de
sujetos,
nico de producción del poder (disciplina), desde la cárcel a la escue­
la, al hospital, al psiquiátrico o a la familia. En definitiva, desde el
hacer morir y dejar vivir al hacer vivir y dejar morir. He aquí lo que
Foucault definió como biopolitica de la población (Foucault, 2005:
pp. 143-169; Foucault, 2003: pp. 205-225),

22
PRÓLOGO

Con esta noción Foucault instala una cisura en la forma de ejer­


cicio del poder. Si anteriormente el soberano poseía el derecho ab­
soluto sobre la vida y la muerte de sus súbditos, las nuevas formas de
gobierno biopolíticas se centrarán en la vida de los sujetos. La pro­
tagonista, por tanto, es la vida: será sobre la que se ejerce el poder,
pero también será la que imponga los límites del mismo. Esta cisura
no se produce de forma abrupta. Por el contrario, se trata de un
tránsito acumulativo,19 distinguiéndose dos fases de desarrollo. En la
primera, es el cuerpo como máquina el objeto sobre el que se cen­
trará el poder: «su adiestramiento, el aumento de sus aptitudes, la
extorsión de sus fuerzas, el crecimiento paralelo de su utilidad y su
docilidad, su integración en sistemas de control eficaces y económi­
cos» (Foucault, 2005: p. 147). Ello se consiguió a través de un con­
junto de técnicas disciplinarias centradas en el individuo y en su
cuerpo: anatomopolítica del cuerpo humano. La segunda fase (media­
dos del siglo xviii), pivota en torno al cuerpo como especie y conti­
nente de los procesos biológicos: «la proliferación, los nacimientos y
la mortalidad, el nivel de salud, la duración de la vida y la longevi­
dad» (Foucault, 200$: p. 148). He aquí que las disciplinas, propias
del cuerpo-máquina, dan pie a los controles reguladores sobre los
fenómenos colectivos: biopolitica de la población.
Se trata de insertar (adaptar, moldear) los cuerpos individuales
en el aparato de producción capitalista a través de la disciplina y
hacer los fenómenos poblacionales funcionales a la economía. De
esta forma, se produce un crecimiento dejas fuerzas y, al mismo
tiempo, aumenta su docilidad. En esta era del biopoder, la vieja
potencia de muerte que poseía el Soberano (Dios-Rey) pasa ahora a

19. «Me parece que durante la segunda mitad del siglo xviii vemos aparecer
algo nuevo, que es otra tecnología de poder, esta vez no disciplinaria. Una tecno­
logía de poder que no excluye la primera, que no excluye la técnica disciplinaria
sino que la engloba, la integra, la modifica parcialmente y, sobre todo, que la
utilizará implantándose en cierto modo en ella, incrustándose, efectivamente, gra­
cias a esta técnica disciplinaria previa. Esta nueva técnica no suprime la técnica
disciplinaria, simplemente porque es de otro nivel, de otra escala, tiene otra super­
ficie de sustentación y se vale de instrumentos completamente distintos»» (Fou­
cault, 2003: pp. 207-208).

2-3
BIOPO LÌTICA

desarrollarse en la forma de la administración de los cuerpos y la


Ogestión de la vida:
desarrollo rápido durante la edad clásica de diversas disciplinas —escuelas,
colegios, cuarteles, talleres; aparición también, en el campo de las prácticas
políticas y las observaciones económicas, de los problemas de natalidad,
longevidad, salud pública, vivienda, migración; explosión, pues, de técni­
cas diversas y numerosas para obtener la sujeción de los cuerpos y el con­
trol de las poblaciones. (Foucault, 2005: p. 148)

En el siglo xoc pasamos del viejo derecho de soberanía a hacer morir


y dejar vivir a un nuevo derecho que, modificando el primero, hace
vivir y deja morir (Foucault, 2003: p. 206). Su objetivo consistía en
sortear los peligros internos y externos a la población.10 Es esta la
gran diferencia entre el absolutismo y la democracia: el primero
hace morir en el cadalso como un espectáculo público; la segunda
deja morir desentendiéndose de quienes no se ajustan a los criterios
de normalidad: la vida de unos exige la muerte de otros. En medio
se situaría el totalitarismo: hace morir y hace vivir.
La vida biológica queda asumida como factor político. En el si­
glo xix, la idea racial cobra fuerza. El dispositivo racista define quién
ha de morir y quién debe vivir, pues «la muerte de los otros significa
el fortalecimiento biológico de uno mismo en tanto miembro de
una raza o una población, en tanto elemento de una pluralidad uni­
taria y viviente» (Foucault, 2003: p. 221). No hay que pasar por alto
que la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789
sobrepone la especie biológica a la identidad jurídico-política. La
política deviene la lucha por la definición de la naturaleza del ser
humano (del viviente en términos biológicos) desde una posición
normativa y selectiva de aquello que debe incluirse y aquello otro

20. Un texto coetáneo al que se ha prestado poca atención pero que refleja bien
la tarea del gobernante, una especie de II Principe de Maquiavelo para el siglo xoc, lo
encontramos en los cursos impartidos en Dresden en el invierno de 1808-1809 Por
Adam Müller bajo el título Die Elemente der Staatskunst. Sus reflexiones sobre la
guerra fueron recuperadas durante el III Reich. Hay traducción como Elementos de
política) Revista de Occidente, Madrid, 1935.

14
PRÓLOGO

que debe excluirse (Bazzicalupo, 2010: p. 43). Lo biológico se estata-


liza pero también se economiza: es la optimización costes-beneficios
la que determinará el devenir de lo humano.
Para lo que nos interesa, la alianza que se produce entre el siste­
ma jurídico y la biopolítica viene remarcada por aquellos tres ele­
mentos modernos que antes señalamos: Estado de derecho, capita­
lismo y sujeto jurídico. Foucault, en su Historia de la sexualidad ya
bosquejó la relación inmanente entre biopolítica y capitalismo. Los
cuerpos debían ser insertados de forma controlada en el aparato de
producción y los fenómenos poblacionales ajustados a los procesos
económicos. Productividad y competitividad forman un cuerpo y
un tipo de subjetividad (Foucault, 2005: p. 149; Bazzicalupo, 2006).
Por eso, aquellos cuerpos que no encajan en el marco de la concep­
ción burguesa de la economía son desplazados al ámbito de lo pato­
lógico, de lo improductivo.
Sobre esta alianza a tres bandos —derecho, biopolítica y capita­
lismo—, Foucault reflexiona en el curso que dedicó al liberalismo,
tras haberse ocupado de la pastoral cristiana, las técnicas diplomáti­
co-militares y las técnicas de policía desde el punto de vista de una
historia de la gubernamentalidad. En El nacimiento de la biopolítica
estudia la transición de la razón de Estado al liberalismo. La guber­
namentalidad propia de la primera instancia tenía como función
asegurar la permanencia y solidez del Estado a través del mercanti­
lismo, la policía, el ejército y la diplomacia permanentes (Fou­
cault, 2009b: pp. 17-20; Foucault, 2008: pp. 219-341). Es aquí
cuando entran en juego la razón jurídica y la teoría del derecho.
Operan como oposición a la razón de Estado en los siglos xvii y
xviii (Foucault, 2009: p. 20).
Es marcadamente curiosa la metamorfosis que sufre el derecho
desde el plano funcional. Si en la Edad Media servía principalmente
para el crecimiento y la expansión del poder real (Foucault, 2009b:
p. 20), con la modernidad trata de minorar, limitar o sustraer el
poder indefinido de la razón de Estado. Aquí es cuando toman im­
portancia las teorías contractualistas y el reconocimiento de los de­
rechos imprescriptibles del individuo (derecho natural), una vez que
surge el sujeto jurídico (Foucault, 2009b: pp. 20-22).

2-5
BIOPOLÍTICA

De la pugna entre la razón de Estado y sus limitaciones jurídicas


surge un nuevo paradigma de gobierno a través de un nuevo princi­
pio limitador en la forma de la economía política. Esta, a diferencia
de los límites jurídicos,“ emerge desde el propio interior de la razón de
Estado: ya no se trata de un límite de derecho, sino de un límite
de hecho (leyes naturales de la producción y la circulación de rique­
zas). De ahí que la máxima de esta razón liberal de gobierno se
pueda sintetizar en no gobernar más de lo estrictamente necesario.11 Si
la razón de Estado encuentra su base en una racionalidad por la cual
se entiende al Estado como una individualidad soberana, para la
razón liberal el centro se encuentra en los sujetos de intereses (So­
rrentino, 2012: p. 44).
La razón liberal de gobierno opera como marco general de la
biopolítica (Foucault, 2009b: p. 35): Estado mínimo, interés y utili­
dad, el mercado como espacio de veridicción (determina la verdad o
falsedad de las prácticas gubernamentales), surgimiento del homo
oeconomicus. Este nuevo sujeto es el que marcará el devenir de la ra­
cionalidad de gobierno. Gobernar supone determinar el entorno, el
medio ambiente, en el que este nuevo sujeto puede satisfacer sus
intereses gracias a la creación de ámbitos de libertad para el ejercicio
de la iniciativa privada. Se produce incesantemente la libertad que
ha de consumir (y consumar) a cada instante: libertad de mercado,
libertad de mercado de trabajo, libertad de comercio, libertad de con­
sumo, libertad en la propiedad privada, etc. (Foucault, 2009b: p. 72).
El liberalismo fabrica la libertad porque la necesita para funcio­
nar. Y al tiempo que la fabrica, la gestiona a través de medidas de
control, la limita y la distribuye.13 Es en este preciso espacio donde

21. Estos se entendían como límites externos: «la razón de Estado sólo sufrirá
objeciones de derecho cuando haya franqueado esos límites, y en esos momentos el
derecho podrá definir el gobierno como ilegítimo, podrá objetarle sus usurpaciones
y en última instancia liberar a los súbditos de su deber de obediencia» (Foucault,
2009b: p. 22).
22. Foucault retoma una frase del marqués de Argenson: «cómo no gobernar
demasiado» (Foucault, 2009b: pp. 25-26).
23. En el campo jurídico se puede encontrar una tesis similar: la autolimita-
ción. Desarrollada por Jellinek, desde una postura antitética a la de Humboldt,

26
PRÓLOGO

la biopolítica encuentra su protagonismo. Las tecnologías de disci­


plina y de regulación, esto es, los mecanismos disciplinarios y los
dispositivos de seguridad producirán la población idónea para esta
nueva racionalidad de gobierno. La ecuación es sencilla: libertad
económica más técnicas disciplinarias y de control (Foucault.
2009b: p. 75). El control se instituye como condición de la libertad.
Aquí es cuando la gramática de los derechos adquiere su fuerza legi­
timadora. Los derechos, a partir de las grandes declaraciones libera­
les, muestran una doble cara: por un lado, aparecen como límites al
poder ejercido por el Estado, pero, por otro lado, se encuadran den­
tro de una lógica de dominación. Es este segundo aspecto, la cara
oculta de los derechos, el que produce, en el marco del liberalismo,
las condiciones jurídicas de la sujeción.
Esta forma de gubernamental idad subsistirá hasta bien entrado el
siglo XX, cuando, tras la segunda guerra mundial, se produce el trán­
sito del liberalismo, marcadamente naturalista, al neoliberalismo, in­
fluido por la Escuela de Friburgo, en el que el sujeto ya no es un homo
oeconomicus sino un sujeto fabricado y empresario de sí mismo (Váz­
quez García, 2005: pp. 91-92). El individuo es así un efecto del poder.
El hito más importante de este incipiente neoliberalismo, repro­
duciendo las palabras del propio Foucault a partir de las tesis de
Ludwig Erhard, se ubica en la «fundación legítima del Estado sobre
el ejercicio garantizado de una libertad económica» (Foucault,
2009b: p. 91). Ya no se plantea, como hacía el liberalismo, de qué
modo limitar el Estado para garantizar la libertad económica. Ahora
la economía produce al Estado (Foucault, 2009b: pp. 92-93). La
estrategia seguida fue bien clara: la lectura que hizo el neoliberalis­
mo alemán del totalitarismo nazi. Para los neoliberales alemanes la
causa —que extrapolaron al New Deal> al laborismo inglés, etc.—
del horror nazi fue precisamente el exceso de Estado.14 El rendi-

viene a señalar que el Estado crea el derecho pero a la vez se somete a su propia
obra. El Estado se autolimita voluntariamente para conservarse (García López,
2013: pp. 180-186).
24. «¿Qué es el nazismo? Se preguntaron. En esencia, y ante todo, es el creci­
miento indefinido de un poder estatal» (Foucault, 2009b: p. 122). Foucault muestra
que se trata de una relectura interesada: realmente el nazismo supuso «la tentativa
biopolìtica

miento que la razón neoliberal obtiene está claro: si el mal es el Es­


tado, el bien es el Mercado (Foucault, 2009b: p. 128).
Desde esta nueva legitimidad, de carácter marcadamente teoló­
gico, se sustituye el intercambio liberal por la competencia neolibe­
ral. Si en el siglo xvm la función del poder estatal era asegurar las
condiciones propicias para el correcto desarrollo del intercambio,
en el siglo xx el gobierno neoliberal entiende que la función del
Estado queda reducida (aunque no deja de ser un intervencionismo
tan activo como el de otros sistemas pero asumiendo diferentes
puntos de aplicación) a la defensa de la competencia (medidas regu­
ladoras en pro de la estabilidad de los precios y el control de la infla­
ción, pero sin llegar a ser una planificación económica), la limitación
de los monopolios y una política social privatizada basada no en la
distribución equitativa, sino en el crecimiento económico. La po­
blación deviene un sujeto de necesidades y objeto de intervención
gubernamental, «[parece] consciente, frente al gobierno, de lo que
quiere, pero inconsciente de lo que se le hace hacer» (Foucault,
2008: p. 113). La sociedad queda así convertida en una disciplinada
empresa (Foucault, 2009b: pp. 157-158).

¿ITALIAN THEORY?

Hasta aquí hemos realizado un breve repaso a la configuración de la


biopolítica a partir de Foucault. El estudio de la biopolítica será
fundamental para entender la emergencia de una nueva facción en
los debates filosóficos contemporáneos. Suele ser un lugar común
situar dos tradiciones occidentales en conflicto, a saber, la filosofía
analítica y la filosofía continental (Sáez Rueda, 2002). Dos formas
de entender el mundo, dos escuelas, dos estilos que conforman una

más sistemática de decadencia del Estado», especialmente por la pérdida de perso­


nalidad jurídica del Estado a favor del Volk (en un sentido marcadamente organi-
cista: Gemeinschaft)t eliminación de las jerarquías administrativas a través del prin­
cipio del Führertum, el protagonismo del partido y la consideración del Estado
como mero instrumento (Foucault, 2009b: pp. 122-123).

28
PRÓLOGO

suerte de facciones sitas (aunque aquí el espacio se hace metafórico)


en el mundo anglosajón, los analíticos, y en la Europa continental.
Esta topografía, o t(r)opografía, mantiene un epicentro común: el
lenguaje. Tanto en la tradición analítica como en las grandes corrien­
tes continentales, la fenomenología y la hermenéutica alemanas y la
deconstrucción y el estructuralismo franceses, este aparece como la
casa del ser (Heidegger), la acción (Habermas, Apel, Austin, Searle),
la subjetividad (Gadamer, Ricoeur) o el inconsciente (Lacan) (Espo­
sito, 2010: p. 8).
No obstante este conflicto, en los últimos años ha irrumpido
con fuerza en este campo de batalla la posición del pensamiento
italiano. La Italian Theory o Differenza italiana ha sido marcada por
diversas antologías: RecodingMetaphysis. The New Italian Philosophy
(Borradori, 1988), Radical Thought in Italy A Potential Politics
(Hardt, Virno, 1996), The Italian Difference: Between Nihilism and
Biopolitics (Chiesa, Toscano, 2009).
Mas, sin duda, hay dos obras que marcan este posicionamiento
italiano en el panorama filosófico actual. La primera, más reciente,
lleva por título Differenze italiane. Política e filosofa: mappe e sconfi­
namenti (Gentili, Stimili, 2015). Aquí se plantea la Italian Theory no
desde un conjunto de autores más o menos afines geográficamente,
sino desde el común de las prácticas, metodologías y argumentos
(Revel, 2015: p. 48). Y ese común es precisamente la vida en su rela­
ción con la política y la historia (Esposito, 2015: p. 13). De ahí que
la Italian Theory no se constituya con una pretensión de hegemonía
en el pensamiento, tal como aspiran las otras corrientes, sino que en
su propia constitución reside su sentido. Se trata, en fin, de una
corriente propiamente performativa: la cuestión no radica en lo que
sea sino en lo que pueda hacer (Esposito, 201$: pp. n-12).
La segunda de las obras nos parece más sugestiva al estar escrita
por uno de sus protagonistas con la intención misma de situar esta
posición en escena.11 En el año 2010, tras una larga carrera en la que

25. Otra obra importante, de unos de los editores de la antología Differenze


italianet Daño Gentili, publicada en 2012, es Italian Theory. Dalloperaismo olla
biopolitica (II Mulino). En la obra se sitúan cuatro puntos cardinales: el operaismo de

29
BIOPOLÍTICA

los diversos libros publicados han sido traducidos a numerosas len­


guas, el filósofo napolitano Roberto Esposito publica Pensiero viven­
te, Origine e attualità della filosofia italiana. Se trata de un libro, o
un breviario, que posee dos sentidos: un sentido para la propia tra­
yectoria de Esposito, cerrando así un ciclo que se retrotrae a su pri­
mer libro, y otro sentido para esta corriente filosófica que irrumpe.
Sin abandonar la idea de una comunidad sin presupuestos, ex­
puesta en CommunitaS) Esposito analiza el pensamiento italiano
desde una posición geofilosófica. No como un espacio geográfica­
mente determinado, sino más bien «un conjunto de características
ambientales, lingüísticas, tonales, que reenvían a una modalidad
específica e inconfundible respecto a otros estilos de pensamiento»
(Esposito, 2010: p. 14). Por eso su tesis se aleja de contornos identi-
tarios vinculados a la nación. De hecho, señala Esposito: «no solo la
filosofía italiana no se reduce a su rol nacional, sino que encuentra
su razón más auténtica precisamente en la distancia de aquel» (Es­
posito, 2010: p. 20). Así, a diferencia de otras corrientes geofllosófi-
cas, el pensamiento italiano no ha quedado conectado con un Esta­
do. Sitúa el conflicto en el epicentro, a diferencia de, por ejemplo,
Hobbes y Hegel que tratan de disolverlo a favor del Estado. Esposi­
to rastrea así los autores que han problematizado la relación vida,
política e historia (genealogía) desde Dante hasta la actualidad, con
sus continuidades y discontinuidades.
Rastrear las huellas de una Italian Theory no pretende quedarse
en el mero juego genealógico, sino que aspira a construir una filoso­
fía futura capaz de «pensar un sujeto libre del dispositivo —antiguo
pero continuamente reproducido— que lo separa de su propia sus­
tancia corpórea y, al mismo tiempo, reanudar su nexo constitutivo
con la comunidad» (Esposito, 2010: pp. 32-33).
Si podemos hablar de una Italian Theory (pensemos en
¡Impolitico), sin duda el trabajo de Laura Bazzicapulo que aquí pre-

Tronti y Negri, el pensamiento negativo de Cacciari, los años ochenta (pensa­


miento débil, diferencia sexual) y el paradigma biopolítico (Agamben, Esposiro,
Negri). La revista Pléyade también ha dedicado un monográfico al tema en su
número 12 de 2013.

30
PRÓLOGO

sentamos marca una especie de itinerario por las obras de Giorgio


Agamben, Roberto Esposito o Toni Negri, pero también de Deleu­
ze, Rancière, Haraway, Braidotti, Sloterdijk, sin olvidar a Foucault,
tanto en sus análisis de la biopolitica (con sus distancias de la obra
de Foucault) como en las posibles vías de resistencia (biopolítica
menor, biopolítica afirmativa). Este texto puede servirnos al modo
de un manual de uso, con todas las cautelas que este término tiene en
la vida académica, a partir del cual poder comprender el presente.

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VS Foucault (1999)
DE, II Foucault (2001a)
STP Foucault (2005c)
NB Foucault (2005b)
I Hardt, Negri (2002)
FP Negri (2008)
Nietzsche, v Nietzsche (1964a)
Nietzsche, iv, 2 Nietzsche (1964b)
Dis Rancière (2007)

39
Introducción

El término «biopolítica» resulta cada vez más habitual. En contex­


tos muy diversos que parecen iluminar una vaga constelación que
gira en torno a la pareja de conceptos que se encuentra dentro de la
palabra misma: bíos, la vida, y política. Evocada por esta pareja con­
ceptual, vemos implicada la biopolitica cuando, cada vez con mayor
frecuencia, la política se ocupa de problemas relacionados con la
vida, cuando en la política deviene central el cuerpo de aquellos que
tienen poder y de aquellos otros que lo padecen. Lo que en una so­
ciedad altamente espectacular como la nuestra, dominada por la
visibilidad, por la corporeidad —aunque, paradójicamente, virtual
y mediática— más que por el momento de reflexión crítica y abs­
tracta, sucede cada vez más. £1 hecho de que el término sea difuso,
por ejemplo en el lenguaje periodístico o en los comentarios de los
contertulios de televisión, implica, sin lugar a dudas, no solo una
creciente vaguedad (aunque esta es propia de cualquier tropo retóri­
co), una creciente lejanía con respecto a su significado originario,
utilizado por los especialistas del pensamiento político, sino tam­
bién una particular movilidad semántica, una inestabilidad que de­
muestra la vitalidad del término y la necesidad que se sentía de encon­
trar un nombre/concepto que permitiese enfocar comportamientos y
relaciones que el léxico tradicional no podía sostener más y que
orientase una serie de fenómenos nuevos.
BIOPOLÍTICA

La historia de las palabras» su fortuna, queda también ligada a su


degeneración, a su contaminación, peregrinando desde un aconteci­
miento a otro, capturando la necesidad de centrar eventos ya conoci­
dos en una perspectiva diferente» subrayando la implicación vital que
el viejo léxico ocultaba. Y esta implicación vital es precisamente aquel
bíos —la vida— que la nueva palabra comprende. La vida es un tér-
mino/concepto huidizo, genérico, indeterminable. La presencia, sen­
tido, flexión, que se da a este término condiciona las fortísimas osci­
laciones de significado observables en la noción de biopolítica, donde
el bíos queda relacionado con su gestión, con el poder. No es extraño,
por tanto, que se preste a usos diversos. Estos poseen en común un
elemento negativo: las formas y las mediaciones jurídicas tradiciona­
les son insuficientes; y uno positivo, que está en el doble significado
de la norma relativa a la vida: normalidad, regularidad, ley natural de
la vida que deviene normalización, normatividad sobre las vidas.
Tenemos una historia del concepto en el siglo xx, aunque prece­
dida de términos análogos y similares en el siglo xix: es la historia de
su uso pragmático, como concepto que ilustra proyectos y nuevas
prácticas. Una historia que pone de relieve el originario y exclusivo
contenido semántico, el vínculo entre biología, ciencias de la vida y
poder político ejercido mediante aquellos saberes: el nexo represen­
tado por la definición de lo que está vivo y especialmente lo que es
humano^ que asume una dimensión normativa legitimada cuya de­
finición deviene, pues, objeto de lucha política. Falta la dimensión
conceptual y crítica del término, así como la de las prácticas a las
que se refiere, que se encuadran sin problematizar en los discursos
progresistas tecnocráticos.
La importancia de los fenómenos en cuestión (la política que
incide directamente sobre la vida) exige, sin embargo, que la biopo­
lítica sea discutida. Se convierte en un concepto filosófico-político,
un concepto pensado de modo crítico, reflexivo, para analizar una
forma nueva de poder o una perspectiva sobre el poder que muestra
aspectos y dimensiones también precedentes que habían escapado a
la conceptualización y al léxico. Según la lección de Deleuze, esta es
la tarea del filósofo: construir conceptos para problematizar una rea­
lidad que lo desafía, que lo «golpea».

4*
INTRODUCCIÓN

Tenemos, por tanto, la tarea de seguir una doble vía: aquella del
uso irreflexivo, común, que se revela opaco, no tan transparente
como parecería sugerir la palabra —política de la vida— y que se
entrelaza con la contingente emergencia de temas diversos, desde
la biotecnología a la guerra, desde el terrorismo al racismo, desde el
populismo a la privacy\ y la vía de la construcción conceptual que
pondrá de relieve un tiempo de emergencia, una estructura interna,
una lógica, contradicciones y ambivalencias, asumiendo diversos
significados dependiendo de los filósofos que utilicen este concep­
to. Aunque hay que decir de antemano que habrá entrelazamientos
y superposiciones entre estas dos vías en absoluto paralelas, dado
que el contexto filosófico en donde el concepto de biopolítica viene
propuesto es aquel del análisis del presente, de la ontología de la
actualidad.
Por lo tanto, nuestro ensayo inicialmente aclarará cuál es el sen­
tido común del término «biopolítica» y la forma en que ha sido
usado recientemente. Esto nos llevará a recordar los múltiples fenó­
menos del mundo contemporáneo en donde la vida está directa­
mente implicada en el poder. De este modo, será evidente la insufi­
ciencia del léxico político y jurídico de la modernidad para dar voz
a estos fenómenos y comprender su significado. Será patente la crisis
de la separación entre privado y público que había sido el corazón de
la cultura jurídica liberal. Cuerpo, populismo, governance resultan
irreductibles a las categorías modernas.
Seguidamente, trataremos de rastrear la emergencia del término
y su uso, no crítico sino pragmático, a través de una historia del
concepto en el siglo xx: lo veremos oscilar entre contextos socioló­
gicos y políticas médico-sociales, entrelazándose con las teorías del
organicismo social y con el tema del gobierno. Se evidenciará su
nexo fuerte con el neodarwinismo y con una impostación tecnocrá-
tica y/o humanística del discurso sobre la vida en el interior de pa­
radigmas sociobiológicos. Cada una de las etapas de esta historia
nos servirá para mostrar un carácter sintomático de este «discurso».
En nuestro recorrido, una distinción constituye la relectura históri-
co-crítica realizada por Foucault, que inaugura la vía crítica y la con-
ceptualización del término. Foucault reconstruye una genealogía de

43
BIOPOLÍTICA

esta forma de poder político, fijándola tanto al pastorado cristiano


como a la Razón de Estado, a la cameralística, al Welfare, con el fin
de analizar, por último, la perspectiva y el cambio de la guberna-
mentalidad liberal contemporánea. La genealogía renueva profun­
damente la comprensión del concepto, pero más radicalmente revo­
luciona las mismas categorías de poder y de norma. Modalidad de
ejercicio, lógica y prácticas del poder biopolíticas se unen estrecha­
mente tanto a las ciencias médicas como al saber económico para el
gobierno de las poblaciones. La mirada analítica se vuelve hacia los
efectos de poder que los saberes —la verdad científica sobre la natu­
raleza de la vida y de la vida humana en especie (biología) y las
teorías económicas— inducen en los procesos de subjetivación, ha­
ciendo pensables y decibles algunas cosas y no otras. Nos encontra­
mos ante una elaboración filosófica del concepto en la modalidad
de Foucault: empírica e histórica, dirigida exactamente a cuantificar
los efectos del poder más que la coherencia conceptual. De esta forma
surge el arquitrabe de la construcción biopolítica: la productividad
del poder frente a su tradicional versión represiva y jurídica.
A partir de Foucault, en el cuadro conceptual de su interpreta­
ción, el concepto se emplea para iluminar formas de gobierno de las
vidas en el ámbito económico-político: se multiplican los estudios
sobre la disciplina biopolítica productiva del Estado social y sobre
su transformación en las sociedades securitarias y de control tardo-
liberales. El concepto es repensado en el nuevo contexto del capita­
lismo cognitivo donde produce ambiguas subjetivaciones, entre
persistencias heterónomas y espacios de autonomía. Otros estudios
sobre la gubernamentalidad van en la dirección del saber biomédico y
de las políticas sanitarias, evidenciando la transformación de la dimen­
sión normativa de la noción de naturaleza humana y su entrelazamien­
to con la técnica en el giro postgenómico, con recaídas significativas
sobre la identidad del sujeto/persona y con la recuperación de la pro­
blemática eugenésica. Los instrumentos conceptuales foucaultianos
permiten entones un enfoque incisivo de fenómenos globales de gran
actualidad como los flujos migratorios y las guerras globales.
Se examinarán después las versiones filosóficas del concepto que
se bifurcan de manera notable, aunque con cruces y giros, entre la

44
INTRODUCCIÓN

noción de biopoder releída, con la soberanía, en clave tanatológica,


productiva de nuda vida —Agamben— y ejemplificada en el para­
digma del campo (a esta versión hacen referencia las lecturas biopo-
líticas de los fenómenos migratorios, de las políticas de emergencia
y de un estado de excepción que deviene regla), y la noción reinter­
pretada en modo afirmativo y vitalista de la biopolítica. Se trata en
este caso de un cambio profundo de la acepción prevalentemente
gubernamental del término, que parece condenar cualquier resis­
tencia al biopoder a un eterno retorno a los poderes que la forman:
la asunción activa, afirmativa, de los procesos de la modernidad ca­
pitalista es vista como incubadora de una nueva naturaleza de los
sujetos que ejercen su potencia vital en formas inéditas de subjetiva-
ción y de antagonismo. Formas, al contrario de la nuda vida, hiper-
cualificadas, hipertecnológicas.
Este vuelco del biopoder en un bíos afirmativo, que hace política y
no la padece, subyace en la ciberpolítica de los cuerpos en Haraway y en
la metamorfosis de lo humano en Braidotti, en la antropogenética de
Sloterdijk que surge de una biopolítica de la domesticación, y, ante
todo, en la corriente spinoziano-deleuziana que encuentra voz filosófi-
co-política en la potencia de las multitudes en Negri y Hardt. En rela­
ción con esta efervescencia y esta problemática afirmatividad que remi­
te al concepto naturaleza/vida como fundamento de una práctica
política, se dará oportunamente cuenta de la más compleja y ambiva­
lente lectura de la biopolítica a cargo de Roberto Esposito. Moviéndo­
se en el paradigma inmunitario, piedra angular de la política moderna
y de su vínculo protectivo-represivo sobre la vida, Esposito, sin perder
la dimensión oscura del biopoder, trata de aproximarse a una versión
naturalista y deleuziana de la vida, en clave de des-individualización y
des-personalización, muy distinta del vitalismo del sujeto-multitud
y que se sustrae al destino de voluntad de poder que parece contener.
Se concluirá con unas breves reflexiones sobre la problematici-
dad «política» de los resultados neonaturalistas y des-subjetivantes
de la biopolítica afirmativa y con la posición crítica de Rancière sobre
la pólice como administración de las vidas, que relanza, en contras­
te, la posibilidad de una subjetivación antagonista orgullosamente
política.

45
i. ¿Qué es la biopolítica?

En la primera parre de este capítulo se reflexiona sobre el término y


su uso común en contextos muy diversos. Los fenómenos del mun­
do contemporáneo, en donde la vida queda directamente implicada
en el poder, se manifiestan en toda su urgencia y parecen cubrir un
espectro de acontecimientos amplísimo e incoherente. Será patente
la irreductibilidad de estos fenómenos a las categorías jurídicas y
políticas de la tradición moderna que separa privado y público, su­
jetos jurídicos y personas. A continuación, recorreremos la emergen­
cia del término y su historia en el siglo xx, oscilante entre contextos
sociológicos y disciplinas médico-sociales, que evidencia el nexo
profundo con la biología darwiniana y el papel crucial de la catego­
ría de la fitness.

FENÓMENOS BIOPOLÍTICOS

¿Qué tienen en común fenómenos tan diversos como la violenta


radicalización de los conflictos internacionales y el recurso a la gue­
rra como solución/simplificación de los problemas? ¿El terrorismo
que hace política con y sobre la vida: bombas humanas y víctimas
humanas, no usadas como precio de un enfrentamiento político
sino como muda exhibición de un diálogo imposible? ¿Una gestión

47
BIOPOLÍTICA

policial de las poblaciones en permanente estado de excepción y, por


tanto, un debilitamiento de las garantías jurídicas en nombre de la
seguridad y la supervivencia? ¿La deriva identitaria-racista que pivo­
ta sobre la absolutización de caracteres biológicos para hacer frente
a los flujos migratorios que involucran a millones de vidas, las cuales
se mueven de un punto a otro del planeta solo para sobrevivir? ¿El
recurso a dispositivos excepcionales de urgencia para gestionar estos
flujos humanos, dispositivos que ponen en contacto directo las nu­
das vidas de estas personas, privadas de tutela jurídica, con medidas
policiales y con el estado de excepción vigente en los campos de
acogida, en cierto modo extrajurídicos? ¿Las emergencias que esta­
llan en los puntos más dispares del planeta y arrojan en nuestras
casas —mediáticamente— los cuerpos de las víctimas y el gigantes­
co movimiento sentimental-económico de la ayuda humanitaria?
¿Pobreza y necesidades gestionadas cada vez más fuera del marco de
los derechos?
¿Qué tienen en común estos fenómenos geopolíticos con la ex­
plosión mediática de casos privados como aquel de Eluana Englaro
que escapan de la originaria dimensión privada, de vida-muerte, y
son evaluados, clasificados por decisiones políticas públicas? ¿Qué
tienen que ver fenómenos geopolíticos con la elección sexual de los
individuos, que acceden al debate público y político cuando los
homosexuales exigen el reconocimiento jurídico de la convivencia o
aspiran a adoptar a un niño? ¿Qué raíz une a estas «demandas» con
aquel extraño sintagma que sirve de indiscutida legitimación a cada
política: los derechos humanos, cuya estructura es contradictoria
como el derecho y la vida a las que se refieren?
¿Qué tienen en común con la importancia prepotente, invasiva,
inusual, que adquieren en el juego político la fisicidad, lo biológi­
co, las costumbres sexuales y la vida en el sentido más banal de un
líder? ¿Y, finalmente, qué tiene en común todo este ya de por sí
heterogéneo complejo de fenómenos con la implacable orientación
hacia la medicalización del cuerpo a través de las biotecnologías y
las grandes políticas sanitarias, las campañas de profilaxis, el scree­
ning de la población en riesgo, el reglamento de las conductas ali­
menticias?

48
¿QUÉ ES LA BIOPOLÍTICA?

Lo que tienen en común es lo siguiente: son fenómenos políticos


dirigidos a la vida biológica de los hombres, del hombre en cuanto
ser vivo. Se trata de fenómenos muy diversos: algunos en la sombra
de la muerte y de la violencia, otros parecen referirse al cuidado
fascinante de la terapia y del culto a la vida. Sin embargo, estos fe­
nómenos tienen en común la deriva de la política en dirección a la
vida biológica: como si la política se hubiese hecho cargo de la ges­
tión de la vida biológica insertándola en un programa de protección
y de incremento que culmina en la producción de lo humano y en
la domesticación del ser, como reza el título de una reciente obra de
Peter Sloterdijk, seleccionando y rechazando a lo inhumano y lo
subhumano aquellas vidas patógenas que representan una amenaza
o que simplemente son inadecuadas.

EL FIN DE LA SEPARACIÓN ENTRE PRIVADO Y PÚBLICO

El elemento común de estos fenómenos heterogéneos viene dado,


desde lo negativo, por la inadecuación de las formas jurídicas mo­
dernas para dar voz y gestionar todo esto. La seguridad choca con
los derechos civiles, laprivacy contra la importancia, en los mecanis­
mos democráticos, de la vida de las personas. El desvanecimiento
del cuerpo choca con el requerimiento jurídico de permanecer co­
nectados a las máquinas. El dolor de un aborto o por el vacío de un
niño que no se logra traer al mundo choca con la legislación que
impone las condiciones de la elección.
Especialmente estas últimas temáticas —centradas sobre la rela­
ción entre ciencia biológica-médica y esfera de la conducta relativa
a la vida, a la reproducción, al cuidado—, surgidas con interrogantes
cada vez más complicados a medida que se desarrollaban las bio-
ciencias y las biotecnologías, han sido objeto de aquella área de es­
tudio mucho más conocida que la biopolítica, la bioética, dirigida a
una reflexión decididamente normativa sobre los problemas biomé-
dicos planteados por cuestiones prácticas como el aborto, la fecun­
dación artificial, los trasplantes de órganos, la eutanasia, la experi­
mentación humana y animal, «a la luz de los valores y principios

49
biopolìtica

morales» (Greblo, 2000, pp. 69-70). Una perspectiva normativa que


aspira a guiar las decisiones usando el criterio moral, polarizado en
su mayor parte en ética secular y católica. La bioética como el bio­
derecho, que consiste en «el complejo de reglas destinadas a comple­
tar sobre el perfil normativo a la bioética» (Castiglione, 2001, p. 19),
apunta, por tanto, a una autoridad normativa: el uso del término
«biopolítica» es definible per differentiam.
El análisis biopolítico ilumina críticamente el ejercicio de poder
presente en aquellos dispositivos morales y jurídicos que legitiman
y organizan la acción normativa sobre la vida, discursos biojurídicos y
bioéticos que pivotan sobre la naturaleza del viviente para estructu­
rar la intervención política. Cuando se analizan estos dispositivos,
irrumpe la dificultad de una definición coherente en términos jurí­
dicos y políticos. Definir como sujeto jurídico a un embrión que no
piensa ni quiere, o a un cuerpo en estado vegetativo, implica no solo
una decisión política apoyada y estructurada por valores morales,
sino también una serie de contradicciones e incoherencias internas.

una infinidad de disputas emergen de la colisión entre formas de


gobierno eficientista y personalizado que inducen a decisiones extra
legem y la persistencia de controles de legalidad. Violentísimos en­
frentamientos surgen entre la apelación a la guerra, que hace hinca­
pié sobre el horror de las masacres terroristas y sobre la emoción, y
las tradicionales formas que regulan los conflictos en el derecho in­
ternacional. Sin mediación.
Esta parece ser la característica dominante que comparten, en lo
negativo, todos estos fenómenos. Omiten las mediaciones institu­
cionales y jurídicas que laboriosamente habían construido la forma
de nuestra convivencia, inmunizándola (también este término ha
cambiado por el campo biológico) de la violencia de la inmediatez,

50
¿QUÉ ES LA BIOPOLÍTICA?

de la implicación directa de los cuerpos, de la confluencia comuni­


taria; omitiendo las mediaciones que habían defendido el propiumy
señalando los confines de la separación, especialmente la separa­
ción, crucial para la modernidad, de público y privado, nacida pre­
cisamente para sustraer a lo político la vasta área del cuerpo y de la
vida —entendida como producción y reproducción, vida biológica
y vida económica— respecto a la cual limitar la intrusión del go­
bierno. Negando cada vez más y conservando aquella zona vital
como fantasma secreto que rige la construcción política.
Sin mediación jurídica, es decir: haber tomado la vida, de forma
inmediata, como objeto ha modificado —y significativamente—
aquella práctica a la que tradicionalmente atribuíamos el nombre de

cifiG-SC vacíanJ^s_esmicmiasjurídicas y político-institucionales pro­


L

pias de la modernidad; se apela al consenso popular: la constitución


material se muestra más significativa que la abstracta y jurídica; las
motivaciones de las sentencias judiciales se dirigcn directamente al
sentido común ético, a la sensibilidad estética, al ethos compartido:
el ejercicio del poder -—político en un sentido amplio— se disloca

asociacionismo privado, en aquel cruce de fuentes normativas que


se hace llamar governance.
El modelo jurídico-represivo —fundado sobre un sujeto abstrac­
to que hace hincapié sobre los criterios de autonomía, igualdad, si­
metría y responsabilidad, y sobre las categorías de soberanía, ley y
ciudadanía, centrales en el léxico jurídico-político moderno, junto a
los principios liberales de separación entre privado y público, de
control recíproco de los poderes institucionales, de formas de delega­
ción verticales y coherentes en el ordenamiento jurídico— se muestra
inadecuado para afrontar este giro que definimos biopolítico. Casos
de irresolubles conflictos bioéticos, violaciones continuas de la pri­
vacy, apelaciones al sentimiento o a la emoción reactiva frente a si­
tuaciones que ponen en juego la vida, nos hacen entender que no
nos encontramos ante la excepción marginal y administrable con
viejos medios, sino ante un cambio decisivo, cuyas huellas merece la
pena recorrer para entender su naturaleza y modalidad. Estado, ley,

5i
BIOPOLÍTICA

ciudadanía, derechos: el léxico, afortunadamente aún en uso, se su­


pera continuamente por apelaciones dirigidas al pueblo, a la ley de
la supervivencia, bajo la amenaza de crisis económicas y de empo­
brecimiento. Léxico suspendido, puesto en moratoria por transgre­
siones toleradas en nombre de la más eficiente respuesta a la deman­
da de vida.
Respecto a estas categorías, el paradigma biopolítico acentúa de
forma ambivalente la deriva igualitaria, pero también singularizada,
de lo corporal y, por eso, el inmanentismo radicalizado, recuperando
al mismo tiempo la dependencia, el cuidado, la desigualdad jerár­
quica en las formas de la competencia o de la conveniencia de la
gestión técnica, la asimetría vista como productiva, eficaz, positiva.
La articulación conceptual que sostiene esta mutación es la vida
—topos de legitimación a ultranza—. Opciones y decisiones políti­
cas son justificadas cada vez menos en el marco del derecho; más
bien a través de apelaciones dirigidas al sentir público que es coloca­
do frente a alternativas apasionadas que entrañan la vida o la muer­
te, el bienestar o la pobreza. A pesar de que nunca antes habíamos
estado en una etapa política en la que se hubieran multiplicado las
cartas, las constituciones, las declaraciones de derechos, lo que mo­
viliza la opinión pública siempre es un discurso directo, simple y
reduccionista, y, no obstante (como es típico de la gestión biopolíti-
ca), apoyado sobre discursos expertos, con fuerte pretensión de ver­
dad. Contribuyen a esta simplificación tanto la desrealización me­
diática de la experiencia —que implica la compensación con
imágenes fuertes, sanguíneas y alternativas similares a un eslogan—
como la paradójica y ambivalente centralidad del cuerpo, último
estadio del proceso moderno de individualización, pero también
umbral de aquello que todavía compartimos.
¿Tiene sentido lamentar, como hace Arendt, esta despolitiza­
ción? ¿Pueden ser excluidos de la agenda política temas biológicos,
económicos, privados, sobre los que la pregunta es advertida hoy,
precisamente, como vital?
¿QUÉ ES LA BIOPOLÍTICA?

LA HISTORIA DEL USO DEL TÉRMINO: BIOLOGÍA Y SABERES SOCIALES,


ENTRE TECNOCRACIA Y HUMANISMO

Positivismo y evolucionismo

Encontramos por primera vez el término «biopolítica» a principios


del siglo xx. En realidad, la referencia teórica nos remite al siglo
precedente, a la filosofía del progreso positivista como proyecto de
aplicación de la ciencia a todos los campos del saber y de la vida.
Esta impronta tecnocrática, en nombre de la ciencia evolutiva por
excelencia, la biología, encuentra en el darwinismo su ariete, pero
tiene ya precedentes en el programa de una Humanidad científica y
positiva de Comte. Este utiliza el término biocratie para indicar la
etapa de autodisciplina natural de los animales, capaces de adherirse
espontáneamente a la norma y a los fines de la vida, momento pre­
paratorio de la sociocracia específicamente humana.
El término «biocracia» se encuentra en los escritos del higienista
Édouard Toulouse para definir el objetivo de la higiene pública, en
la que psiquiatría e higiene mental juegan un papel* que Foucault
analizará críticamente, de clasificación y normalización de los com­
portamientos desviados (Cutro, 2005, p. 9). Se trata de un auténtico
proyecto de reorganización social y política basado en saberes biológi­
cos, que proporcionan normas y principios para comportamientos
racionales y socialmente adecuados.
Entre las diversas ciencias de la vida, la neuropsiquiatría muestra
una vocación disciplinar clave, colocándose en el cruce entre cuerpo
y comportamiento social, ofreciendo una base orgánica a la disfun­
ción y a la discapacidad individual y social, y a su manipulación
farmacológica y mecánica. Este positivismo programáticamente pe­
dagógico, empeñado en el mejoramiento de la vida humana siempre
que se sigan las normas de la naturaleza y de la vida misma, revela
—en su planteamiento acrítico— aquello que será identificado por
Foucault como el nudo central de la biopolítica: la productividad
del poder en la normalización de los comportamientos desviados
cuando sigue aquellas que son reconocidas como leyes naturales, las
normas biológicas. Se comprende que el estrecho vínculo que se

53
BIOPOLÍTICA

instaura entre saberes, disciplinas, prácticas, normas de conducta


lleva —bajo el signo del realismo progresista— hacia distintas for­
mas de reduccionismo según lo que se entienda por norma natural,
naturaleza humana y vida.
Es constante, sin embargo, en las diversas versiones, la dimen­
sión normativa que adquiere el saber científico «aplicado» a la vida.
No es casual que se trate de biopolítica —también cuando no se usa
la palabra misma pero sí términos similares (forma de vida, política
de la vida, política de la especie)— cuando se utiliza la ciencia bio­
lógica evolutiva para los programas eugenésicos y raciales de inicios
del siglo xx, cuyo objetivo es producir el cuerpo sano, puro, de la
nación, actuando sobre la reproducción y sobre la selección, aniqui­
lando los virus, las razas inferiores, que la agreden y la debilitan (cfr.
Kevles, 1985; Pichot, 2000).
Esta importante biologización de lo humano desde el resultado
racial, que mantiene el estigma secreto y la amenaza de fondo de
cada fenómeno biopolítico —desde las políticas migratorias a la
guerra preventiva o a las legislaciones más o menos implícitamente
eugenésicas—, ha hecho hablar de pliegue tanatopolítico de la bio-

Los años veinte, ante todo en el área continental y alemana (pero


no solo), ven renacer las teorías del organicismo social, que reacti­
van las tesis romántico-idealistas y positivistas, que se mantenían en
un nivel metafórico, de analogía entre el cuerpo del Estado y el
cuerpo del ser vivo. En aquellos años, sin embargo, la versión socio-
biológica vulgarizada del evolucionismo y de la lucha por la vida
que favorece al más adaptado promueve un cuadro reduccionista,
naturalizado, que interpreta toda la geopolítica en clave de lucha de
Estados: formas de vida (Lebensformen) que rivalizan por el espacio
vital. Las teorías organicistas de lo político —desde el espacio vital,
Lebensraum, de Rudolf Kjellen (1916), a la Staatsbiologie de Uexküll
(1920)— retoman la antigua metáfora del cuerpo del Estado hasta
encontrar el sustrato biológico racial que sustancia la institución

54
¿QUÉ ES LA BIOPOLÍTICA?

material de la comunidad más profundamente que los abstractos


procedimientos jurídicos.

Biotecnocracia

Los estudios que diseñan un mejoramiento de la vida siguiendo las


normas biológicas se distribuyen, a partir de los años sesenta, en dos
áreas: la anglosajona, donde la pieza clave de la acción biopolítica es
definitivamente científico-tecnológica, y la continental (francesa),
donde prevalece la clave humanístico-pedagógica, inspirada en la
interpretación de la «verdadera» naturaleza humana, cuya norma
inmanente incluye una espiritualidad no conflictiva con la animali­
dad, un continuum entre cuerpo y espíritu de progresiva, natural,
complejidad.
En ambos trayectos se conserva el significado productivo del tér­
mino: la naturaleza humana, definida científicamente de un modo
más o menos reduccionista o complejo, actúa como criterio norma­
tivo. Se admite así el reverso selectivo en las confrontaciones ante
quienes no se ajustan a una humanidad en armonía con la naturale­
za y la ciencia. Ambas interpretaciones, humanista y tecnológica,
pivotan en torno a la regla o norma implícita en la definición de la
vida humana, exaltando de forma acritica la «producción de lo hu­
mano».
Encontramos un precedente directo del paradigma tenocrático
anglosajón en el texto del inglés Morley Roberts, donde por prime­
ra vez se hace uso explícito del término: Biopolitics. An Essay on the
Physiology Pathology and Politics of Social and Somatic Organistas
(1938). La tarea biopolítica progresista tecnocrática es una tarea de
gobierno, de «economía de la ciudad». La ciencia biológica es con­
siderada capaz de ofrecer los instrumentos para el diagnóstico de los
desórdenes sociales, haciendo así posible la intervención quirúrgica
para la extirpación de las eventuales infecciones.
Mientras que la sociobiología darwiniana, al modo de Spencer,
se movía desde la fisiología de lo humano, esta biopolítica—como a
menudo sucede en esta área anglosajona— se basa en lo patológico

55
biopol/tica

de la sociedad para obtener, a partir de ello, una normalidad de otra


forma inasible. Este movimiento desde lo patológico a lo normal
nos remite a la tesis de Canguilhem, más adelante recuperada por
Foucault, sobre la imposibilidad de asumir como punto de partida
una definición de lo normal, que no es otra cosa que un equilibrio
inestable del organismo. Moverse desde la patología, entendiéndola
como desequilibrio inscrito en la normalidad del viviente, implica
que la intervención normalizante se dirige solo a restaurar el equili­
brio homeostático, actuando sobre los estímulos ambientales. La
perspectiva es, por tanto, funcionalista. Se renuncia a la norma ideal
para incidir en la patología y se localiza el objetivo de gobierno en el
equilibrio de las variables que concurran en una situación dada. El
funcionalismo, con su programa de gobernabilidad más que de un
proyecto normativo, es una modalidad típica del poder biopolítico
cuya alma técnica se dirige hacia un mejoramiento «no político»,
políticamente neutralizado.
En los años setenta se consolida en Estados Unidos una impor­
tante vía de estudio sobre las bases biológicas del comportamiento
humano que pueden servir para su mejor control político, vía esta
que desarrolla —en un congreso internacional de enero de 1975—
métodos y objetivos de una perspectiva explícitamente biopolítica
sobre problemas políticos. Es importante la época en la que surge,
porque los años setenta son un período en el que se delinean com­
portamientos políticos que escapan a las definiciones tradicionales
y a menudo exceden las previsiones y sanciones de los dispositivos
jurídicos modernos, irreductibles a la motivación de la elección ra­
cional, y no completamente condicionados por la cultura domi­
nante.
Se abre un espacio, entre racionalidad y condicionamiento cul­
tural, que es el espacio de la naturalización de lo humano, de la de­
finición de instintos y pulsiones biológicas que etología, psicología
del comportamiento o biología molecular se proponen iluminar. La
perspectiva ya no es analógico-simbólica o bio-organicista (son estu­
dios polémicos hacia la sociobiología positivista) sino empírica, y
los dispositivos de condicionamiento son prevalentemente farma­
cológicos sobre el plano de la estricta inmanencia orgánica. ¿Nos

56
¿QUÉ ES LA BIOPOLÍTICA?

encontramos frente a una nueva versión del conductismo americano,


del behaviourismo de los años cincuenta? A pesar de la afinidad de
fondo en cuanto ciencias del comportamiento «objetivo», la nueva
etologia y sociobiologia se desvian del viejo esquema simplista esti­
mulo-respuesta y de la preponderancia de los factores ambientales,
tipico del behaviourismo, cuyo radical reduccionismo a modelos de
la fisica clásica no podia más que fallar.
Se es consciente de que el objeto —los seres vivos— implica no
un orden sino una «organización» en la que interactúan condiciona­
mientos externos, mecanismos motivacionales y pattems filogenèti­
camente innatos (una infraestructura biológica), orientados en última
instancia —tanto en la evolución biológica como en su «natural»
continuación cultural— por el criterio de la fitnesst de la adapta­
ción, de la idoneidad para la supervivencia. Estamos a un paso de
los estudios de los años noventa sobre la gubernamentalidad (so­
bre los que volveremos): estos últimos, los Govemmentality Studies^
que asumen consciente y críticamente la biopolítica foucaultiana,
defenderán, no menos que esta etologia, en nombre de la etopoliticat
las opciones para el mejoramiento de la vida, para una redefinición
que incluya estructuralmente la tècnica, en nombre, por tanto, de
una naturaleza no contrapuesta a lo artificial (Wikler, 2000).

Fitness y neodarwinümo

Puesto que este concepto/criterio de fitness es, ya desde el siglo xix,


el perno de la relación entre biología evolucionista y ciencias prácti­
cas como la sociología, la economía, la psicología social y la antro­
pología cultural (saberes con efectos de poder políticamente si gnifi-
cativos), y puesto que será ampliamente recuperado merced al eco
suscitado por el programa de investigación sobre las bases evolutivas
del comportamiento humano que en los años setenta es propuesto
por los sociobiólogos, merece la pena detenerse en él brevemente.
Con diversas variaciones, estas ciencias sociales han asociado al
concepto fitness (o, mejor, al modelo complejo de inclusive fitness)
las ideas de progreso, de organización social satisfactoria (aquella

57
BIOPOLÍTICA

que Tarde, en sus Écrits de psychologie sociale, llama la relación armo­


niosa), de adaptación forzada o voluntaria-interiorizada al contexto,
de equilibrio económico entre sistemas. Subordinada a la supervi­
vencia (del individuo o de la población, o de la forma de vida, por
ejemplo, en el capitalismo de Sombart, en 1978), la fitness deviene
objetivo de la ingeniería social, pero también criterio-guía de la ac­

Es interesante resaltar que este concepto implica la lectura fun-


cionalista de comportamientos y órganos, por lo que introduce,
precisamente a través de la preeminencia del concepto de organiza­
ción sobre el de orden, una concepción sistémica más que evoluti-
vo-teleológica de la vida. Esta perspectiva debe tenerse en cuenta en
nuestro recorrido reconstructivo porque la apertura de este camino
de naturalización de lo humano resurge hoy abrumadoramente en
la crisis de las filosofías normativas y testimonia la vitalidad de este
enfoque.
Podemos considerar la International Political Science Associa-
tion (ipsa), y su criatura, el Research Committee on Biology and
Politics, como un proyecto significativamente eficaz y exitoso para
hacer científica la teoría política, frente al irrealismo de las filosofías
políticas centradas en la justificación ética de las opciones de coope­
ración welfarista, impotentes frente a problemas concretos de de­
manda de gobierno, de competencia y eficiencia.
El volumen Biology and Politics (1976) recoge estudios sobre las
bases biológicas del comportamiento evaluadas como capacidades
para producir un giro en el análisis y el control del comportamiento
político. Albert Somit, David Easton y John C. Wahlke, responsa­
bles de este proyecto, pero también de la ciencia política americana,
cuestionan la naturaleza y la conducta humana desde la perspectiva
abierta por los nuevos progresos de la biología molecular, la neuro­
logía, la farmacología y la etología, con el objetivo declarado de re­
escribir los caracteres distintivos del animal humano, destinados a
ser el criterio para evaluar procedimientos culturales y políticos.
Somit, quien edita con Peterson la obra, se distancia del biolo-
gismo pseudodarwiniano que, en los años treinta, había extendido
a la política las metáforas biológicas, desde la lucha por la supervi-

58
¿QUÉ ES LA BIOPOLÍTICA?

vencía al Lebensraum, el espacio vital. Más bien confirma la produc­


tividad de la genética evolucionista neodarwiniana y de la neurobio-
logía para estudiar, explicar, prever e influir (a veces prescribir) el
comportamiento político (Peterson, Somit, 2001, p. 77). De estas
nuevas ciencias extrae la inclinación común a todos los primates
hacia algunas formas estructurales (por ejemplo, la inclinación a
producir estructuras sociales jerarquizadas o comportamientos solida­
rios infraespecies y comportamientos agresivos intraespecies*. ibid. p. 79)
y no duda en implantar, en el programa evolutivo de la especie
humana, la desviación de las inclinaciones innatas causada por sis­
temas de creencias,
Emerge, respecto a la antropología filosófica, una instancia téc­
nico-política de previsión y condicionamiento del comportamien­
to: los representantes o socios son caracterizados cada vez menos
como sujetos jurídicos y más como vivientes predecibles y discipli­
nados. Utilitarismo y neodarwinismo son los presupuestos teóricos
del criterio principal de la evolución: la fitness. En este sentido, tam­
bién podemos considerar afín a los estudios biopolíticos la exten­
sión de las teorías neodarwinianas de Dawkins sobre el gen egoísta
(i995)> 0 Ia neurobiología de Dennett.
Dawkins ofrece a la economía y/o a la moral fundamentos biológi­
cos para orientar el comportamiento, para «resolver» las anomalías pre­
sentes entre tesis individualistas de la teoría darwiniana, survival of the
fittest (el término, no por casualidad, es de origen comtiano, marcada­
mente biológico y carente de connotaciones morales, epistémicamente
incierto) y comportamientos altruistas más ventajosos para alter que
para ego. Dawkins desciende de la unidad darwiniana del organismo a
la del gen, incluyendo también en el fenotipo los comportamientos
desde la perspectiva de la reproducción de la especie. El planteamiento
neodarwiniano, en tanto implica también, al igual que el concepto de
fitness> la adopción de modelos óptimos de maximización de la propia
ventaja que pueden pasar por la cooperación, parece orientar la convi­
vencia según una lógica económica y, por tanto, hacer innecesarias a
un nivel sociopolítico las medidas coercitivas del Leviatán. El modelo
sociobiológico, a partir del mismo Dawkins, deviene cada vez más
complejo, en tanto toma en consideración la coevolución de genes y

59
biopolìtica

cultura —las unidades replicadas de carácter cultural llamadas memes


(de mimesis^ imitación, para enfatizar la propiedad autorreiterativa que
las ideas elementales compartirían con los genes)— y valoriza el papel
crucial de las competencias biopsíquicas.
Por lo general, en estos estudios no se utiliza el término «biopo-
lítica», pero la perspectiva es la de la naturalización de lo humano
manteniendo el papel que los indicadores fisiológicos y biológicos
desempeñan en el comportamiento social, en su tratamiento, en la
valoración y potenciamiento de las actitudes políticas. Esta área de
estudios presenta matices muy diversos y manifiesta una significati­
va eficacia persuasiva en un cuadro de sentido común en el que la

vida y

Dudas y revisiones del saber biológico

Si esta es la impronta imperante de la sociobiología anglosajona,


tampoco hay dudas, desde su aparición, acerca de la arrogancia del
proyecto y sobre el reduccionismo más o menos encubiertamente
metafísico que proyecta, sobre todo en las versiones más marcadas
por la adaptabilidad y el biodeterminismo. Detrás se encuentra la
sombra inquietante de la posible deriva selectiva y racista del darwi­
nismo pretextado por las leyes sobre la esterilización que comparten
nazismo y políticas migratorias de Estados Unidos entre 1910 y 1930.
H

Los años setenta fueron años de conflictos biológicos muy vio­


lentos que, por una parte, presentan en Estados Unidos una orien­
tación social-darwinista que atribuye las desviaciones sociales a dife­
rencias naturales-biológicas y somete a test de aptitudes y estimaciones
del cociente intelectual (que, obviamente, confirman siempre las
expectativas) a ciudadanos socialmente desiguales y, por otra parte,
son testigos de un rechazo decidido de estas prácticas y de su funda­
mento naturalista, acusado de legitimar la presunta superioridad
masculina y racial (Rose, Lewontin, Kamin, 1983).

60
¿QUÉ ES LA BIOPOLÍTICA?

Entre tanto, en el ámbito de la genética, progresa la hipótesis de


tipo neutralista según la cual las mutaciones genéticas serían en su
mayor parte intrascendentes para el mejoramiento adaptativo. Ste­
phen Gould desliga el control del genotipo sobre el fenotipo de una
causación determinista para encuadrarlo en una potencialidad gené­
ticamente no predecible (1980).
Inicia una revisión de la idea misma de programa genético, acusada
de ser una idea especulativa, una reactivación analógica de la ciberné­
tica y de un cierto teleologismo (Atlan, 1987) que anula la diferencia
entre los modelos cuantitativos adaptados a la cibernética y las va­
riables que se pueden recoger por medio de narraciones histórico-
evolutivas y diseños interactivos adecuados a la genética y a las cien­
cias evolucionistas, desde la etología a la paleontología y a la ecología.
Se someten a revisión —en la teoría de los sistemas autopoiéticos,
esto es, dotados, como los organismos vivos, de propiedades morfoló­
gicas de automantenimiento, autorregeneración y autorrepetición—
las unidades atomísticas y los principios causales-lineales (gen-com­
portamiento; meme-comportamiento) y son sustituidos por unidades
sistémicas y principios cíclico-recursivos. Esta problematización se
beneficia de la contribución de epistemologías que reflexionan so­
bre la historicidad de la racionalidad científica moderna, epistemo­
logías que son conscientes de la dimensión político-social de las
ciencias y de las técnicas.

Humanismo tecnocritico

Los estudios biopolíticos en el ámbito continental y específicamente


francés mantienen un tono más humanista que tecnocrático. De
hecho, surgen con el objetivo de hacer frente, en nombre de una
definición más compleja y menos reduccionista de la naturaleza hu­
mana, a la deriva tecnocrática que parece ir de la mano del homo
faber. Tradicionalmente, por otra parte, la cultura francesa percibe
con recelo a una ciencia que se abstrae de la dimensión sociopolítica:
para Comte, pensar las etapas de la política significaba pensar las de
la ciencia. La epistemología de esta biopolítica realza la dimensión

61
BIOPOLÍTICA

espiritual respecto a la material, pero mantiene la normatividad


transfiriéndola a un registro humanista. Por lo tanto, no es casual si
las instituciones culturales a las que da lugar no pueden diferenciar­
se verdaderamente, a pesar de las apariencias, de los proyectos bio-
tecnocráticos.
Ya en los años sesenta Aroon Starobinski escribió La biopolitique,
Essai d'interprétation de ['historie de Lhumanité et des civilisations\ las
leyes elementales del bios, dominio de las «fuerzas ciegas y de la vo­
luntad de poder» (Starobinski, 1960, p. 9), autodestructivas, se ven
«contrastadas y dirigidas» por la justicia, la caridad y la verdad espi­
ritual. Sin duda una simplificación banal, pero que ilustra suficiente­
mente el clima humanista de los estudios biopolíticos franceses. Por
otra parte, un intelectual poliédrico, democrático y progresista como
Edgar Morin (1965, 2001), que se mueve con desenvoltura entre an­
tropología, paleontología, sociología y pedagogía, en los anos sesen­
ta llama biopolítica a una política afirmativa de promoción de la
vida, atenta a la complejidad del viviente; una política que se preo­
cupe de resolver los problemas del hambre, de la natalidad, de un
medio ambiente saludable, de la asistencia social; una política de las
necesidades, esto es, que —en polémica con las decisiones indivi­
dualistas del mercado insensible a la extendida demanda de más
vida, de más bienestar— se ocupe de reconstruir la unión de la po­
lítica con la naturaleza humana para fines sociales.
Y es de hecho sobre este signo social terapéutico apoyado por
saberes expertos que aumentan en los años sesenta las temáticas de
la vida —calidad, protección, promoción— en aquel gran disposi­
tivo biopolítico que es el Estado social (cfr. infa). Se trata de una
recuperación del tema biológico, si bien prudente, dudosa, en cuan­
to está reciente el terrible resultado totalitario de la eugenesia nazi y
del socialismo de Estado. En Lorganisation au Service de la vie (equi­
valente institucional del citado ipsa y de los «Cahiers de la biopoli­
tique»), las temáticas, rubricadas dentro de la categoría general de
biopolítica, son aquellas del biodesarrollo: la promoción y potencia-
miento de instituciones dirigidas a Ja edificación de un «humano»
mejor, teniendo en cuenta el ambiente natural y los datos onto-
biológicos (Birre, 1968, p_. 4) que la ciencia proporciona para res-

62
¿QUÉ ES LA BIOPOLÍTICA?

ponder tanto al fracaso de la calidad de vida en el socialismo histó­


rico, como a la deshumanización inducida por el capitalismo. Hacer
buen uso del proyecto: la vida material es, explícitamente, el criterio
de la acción política. a más salud.
bienestar?; lier precio

Política de la ciencia y epistemología

En modo crítico respecto a este entrelazamiento institucional entre


ciencias de la vida y políticas sociales, se mueve la reflexión de cientí­
ficos y epistemólogos que refutan la maldición lanzada por Heidegger
sobre la tecnociencia, pero aspiran también a evitar el reduccionis-
mo de cierto neodarwinismo anglosajón. Su objetivo es afirmar, en
línea con la tradición comtiana, la dimensión política de la ciencia.
La epistemóloga Isabelle Stengers (1998) reconoce el efecto perfor­
mativo de la verdad científica a nivel político e invita a los científicos
a una autorreflexidad responsable sobre los nexos sociedad-ciencia: a
este propósito de naturaleza ética y política se da el nombre de eos­
mop o litigue.
Sobre esta misma línea, Bruno Latour (1998) reivindica, contra
una filosofía política académica que empobrece el concepto de vida,
su complejidad, su ligamen ineludible con la política alentado por
cuestiones biotecnológicas: se hace necesaria una conciencia demo­
crática, compartida con la ciencia misma, que permita alternativas
conscientes.
Estas teorías, entonces, o bien replican en clave humanista el
papel performativo de la ciencia de la vida, o bien asumen posicio­
nes críticas para evidenciar las implicaciones políticas de las teorías
biológicas. Sin embargo, es más relevante para nuestro recorrido
aquella epistemología y filosofía francesa, crítica o genealógica, que
cuestiona radicalmente la polaridad entre los términos bíos y política.
Nos centraremos más detenidamente en Canguilhem, que sub­
yace a la crítica biopolítica de Foucault. Su concepto de vida excede
el plano del reduccionismo materialista evolucionista: junto a la
gran escuela biológica y fisiológica de Bernard y Bichat, y epistemo-

63
BIOPO LÌTICA

lógica (Canguilhem, pero también Koyré, Bachelard y Simondon),


se retoma el materialismo espiritualista de Schopenhauer, el anti­
kantismo y el esplritualismo positivista de Ravaisson y de Bergson que
hace saltar la distinción entre ciencias naturales y ciencias humanas y
la consiguiente división entre teoría y técnica, en la elaboración de un
concepto de vida irreductible al sujeto empírico-trascendental de la
filosofía moderna. Este recorrido es importante porque conduce,
con Deleuze, a la elaboración de una filosofía neospinoziana y anti­
cartesiana: un inmanentismo nuevo, un materialismo denso de im­
plícita normatividad y potencia, elementos de referencia de las ac­
tuales formas de biopolítica afirmativa.
II. La perspectiva de Foucault

UNA CUESTIÓN DE PODER

En nuestra reconstrucción, Foucault representa un punto crucial. Su


reflexión y el uso que hace del término biopolítica imprimen un cam­
bio de perspectiva. No solo se trata de la dimensión crítica respecto de
la forma de gobierno de la vida lo que se atribuye a este nombre. Re­
construyendo la genealogía (a propósito de Foucault, no es lineal el uso
del término «crítica», apropiado solo hasta un cierto punto y en los lí­
mites de un pensamiento de la inmanencia) de forma más radical,
Foucault reinventa el término y lo problematiza, identificando una
modalidad de relación de poder que la autorrepresentación moderna
—jurídica y política— había eclipsado, modalidad en la que el objeto
«vida» no es una simple extensión o variación de la que se hace cargo

do a gobernarla. La vida misma —por tanto, la inmanencia, la factici-


dad del vivir— es el criterio y el fin sobre el que se ejerce el poder. Ello
implica que la vida es objeto de un juicio político de valor tanto para
seleccionarla como para mejorarla. Con este giro conceptual, que abre
a la mirada analítica una dimensión opaca y persistente de las relacio­
nes de poder, Foucault aporta a la reflexión filosófica, social y política
un instrumento conceptual que se revela particularmente esclarecedor
para interpretar las nuevas formas de vida y de poder.

6$
biopolìtica

Tras una breve, pero indispensable, introducción sobre el méto­


do genealógico y sobre el nodo verdad-poder, en este capítulo y en
el siguiente reconstruiremos la aparición de la categoría de biopolí-
tica en las obras foucaultianas, identificando una oscilación entre el
pliegue racista y tanatológico y el momento gubernamental econó­
mico. Dentro de este último, entre los dispositivos de seguridad y
control del biopoder y una biopolítica como potencial afirmativi-
dad de la relación vida-poder, señalaremos oscilaciones que marca­
ron el análisis de la biopolítica postfoucaultiana.
Los dos cursos en el Collège de France de 1977-1978 y 1978-1979,
explícitamente dedicados a la biopolítica, suponen la aportación
más original y fecunda del discurso foucaultiano sobre la biopolíti­
ca: el modus de la gubernamentalidad, la forma económica y estra­
tégica de gestión del viviente. A partir de esta forma de poder guber­
namental, Foucault reconstruye la genealogía a través del pastorado,
la Razón de Estado y la Polizei hasta su radical transformación en el
neoliberalismo económico tardocapitalista. Todo el recorrido está
marcado por un replanteamiento radical del poder sobre el signo de
la productividad, inherente a su marca vitalista, y del parentesco,
respecto a la tradicional concepción represiva y vertical. Paralela­
mente, se replantea el concepto de norma, releído, en contraste con
la tradición político-jurídica moderna, en la especificidad de las
ciencias de la vida.

MÉTODO

Genealogía: discurso, dispositivo

Se hace necesaria una premisa sobre el estatuto metodológico de las


categorías foucaultianas. El método adoptado es la genealogía: las ver­
dades son indagadas en la persistencia y discontinuidad de las prác­
ticas históricas y en sus efectos. Foucault identifica cada vez el eje
histórico y contingente en
res y verdad y
y múltiple de una cierta

66
LA PERSPECTIVA DE FOUCAULT

este juego no se encuentra bajo el discurso (no hay nada debajo,


como había, sin embargo, en la crítica de la ideología: estructura-
superestructura), sino en su interior.
En esta versión del estructuralismo, el discurso posee materiali­
dad, positividad: es posible un análisis concreto de las formaciones
práctico-discursivas «dentro» de las cuales se hallan sistemas de ver­
dad en competencia o colusión; dentro de estos últimos, el poder
funciona regulando, normalizando, vigilando, pero también reali­
zando diferencias y resistencias.
El discurso —material, positivo— se articula en dispositivos,
término que mantiene hoy, en una época biopolítica, una especial
difusión y eficacia semántica: «un conjunto decididamente hetero­
géneo, que comprende discursos, instituciones, instalaciones arqui­
tectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrati­
vas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales,
filantrópicas; en resumen: los elementos del dispositivo pertenecen
tanto a lo dicho como a lo no dicho» (Foucault, 1994, p. 25; trad.
esp. 127). La positividad de los dispositivos, el hecho de que «dis­
pongan» cosas, discursos, personas, hace visible la distribución no
neutral de las cosas y de los cuerpos {quadrillage) en el espacio, or­
ganizando (la dimensión organizativa de la norma asume una inédi­
ta importancia) roles y jerarquías de personas y funciones.

rialidad

sobre él una presa inmediata: lo


«

lo ias_< exigen de él unos sig-


nos» (SP, p. 29; trad, esp, 52X
Desde un punto de vista metodológico, el análisis foucaultiano
es inseparable de una atención convulsiva a algunos detalles —la
genealogía opera sobre detalles «de superficie»—: solo los detalles,
su acumulación y su discrasia, sus diferencias, evidencian la relación
significativa, más allá de las fórmulas generales o de filosofía de la
historia sobre el sentido último de la época. Este es un punto muy
importante: las fórmulas generales (del tipo: en la Modernidad el

67
biopolìtica

poder se hace biopolítica) están vacías. Concretas son la presencia,


la diseminación, la complejidad, la contingencia, las dinámicas de
inversión de las prácticas sociales. Y esta diseminación es perceptible
solo en el corte empírico e inmanentista-materialista del análisis
mismo. Foucault habla de déchiffrement\ no significa tanto desmis­
tificación, descubrimiento —en clave ilustrada, pero también mo­
ralista—, cuanto que las prácticas sociales se pueden interpretar de
forma radicalmente diversa a como son interpretadas por sus mis­
mos actores.

Genealogía: verdady poder

El interrogatorio genealógico examina el uso del dispositivo: esto


significa capturarlo en su poder de afirmación, en su eficacia. Efi­
cacia diversa de la efectividad de la ley que ordena heterónoma-
mente los comportamientos. Afirmatividad y eficacia significan
que el discurso —sobre todo el discurso verídico, con pretensión
Ver¿ p°see undPoder generativo.^ No actúa negando, sino

bre los que se disponen afirmaciones verdaderas y falsas. Constitu­


ye universos morales y veraces que informan (dan forma) a las sub-
jetivaciones, a cómo los sujetos se ven, se valoran, desean devenir.
«La verdad no está fuera del poder, ni carece de poder [...] La ver­
dad es de este mundo [...] Cada sociedad posee su régimen de verdad,
su “política general de la verdad” [...] Existe un combate “por la
verdad”, o al menos “en torno a la verdad” —una vez más entién­
dase bien que por verdad no quiero decir “el conjunto de cosas
verdaderas que hay que descubrir o hacer aceptar”, sino “el conjun­
to de reglas según las cuales se discrimina lo verdadero de lo falso y
se ligan a lo verdadero efectos políticos de poder”» (MdP, pp. 25-27;
trad. esp. 389-390).
A la tradicional y moderna antítesis entre verdad (crítica) y po­
der —bisagra del liberalismo moderno—, Foucault contrapone la
recíproca implicación de la verdad y del poder. La verdad con efectos
de poder es afirmativa, positiva, productiva: la genealogía es la prácti­

68
LA PERSPECTIVA DE FOUCAULT

ca de indagación, de ascendencia nietzscheana (sin la indagación


nietzscheana del moralista) que apunta a descifrar el modo en el
que verdad-objetividad científica y subjetividad se coimplican en
el espacio social. El primer efecto de este cambio de perspectiva es
la caída de la ilusoria independencia del saber con respecto al poder.
«Hay que admitir [...] que poder y saber se implican directamente el
uno al otro; que no existe relación de poder sin constitución corre­
lativa de un campo de saber, ni saber que no suponga y no constitu­
ya al mismo tiempo unas relaciones de poder [...] sino que hay que
considerar, por el contrario, que el sujeto que conoce, los objetos
que conocer y las modalidades de conocimiento son otros tantos
efectos de esas implicaciones» (sp, p. 31; trad. esp. 34).
El análisis, por ejemplo, de la práctica de la confesión que el
pastorado cristiano había introducido muestra cómo la verdad es
un componente fundamental del poder moderno, componente que
con la creciente socialización de la política, no puede más que acre­
centar su importancia. No está clara la distinción entre consenso
y fuerza, no solo porque por medio de la verdad se constituyan
sujetos «formados» por esta, sino porque la eventual resistencia
está coimplicada con el poder al que se contrapone y lo refuerza.
La inmanencia de poder y resistencia en el interior de los dispo­
sitivos estructura relaciones desiguales en nombre de la verdad obje­
tiva, pero no unitarias: es «una serie de segmentos discontinuos cuya
función táctica no es uniforme ni estable. Más precisamente, no hay
que imaginar un universo del discurso dividido entre el discurso
aceptado y el discurso excluido o entre el discurso dominante y el
dominado, sino como una multiplicidad de elementos discursivos
que pueden actuar en estrategias diferentes» (vs, p. 89; trad. esp.
106). El nexo saber-poder introduce el carácter «persuasivo», no re­
presivo, de la influencia del poder. Mas esto no significa que el po­
der sea solo palabras y saberes. La relación saber-poder se juega so­
bre los cuerpos, sobre el cuerpo del cual el poder es depositario y
sobre el cuerpo que está modelado por el poder. Esta es la biopoliti-
cidad del poder moderno.

69
biopol/tica

Vida del poder: producir sujetos

El nodo que une la verdad al poder revoluciona el papel subsidiario


y legitimante, o crítico y deslegitimante, que tradicionalmente y en
la percepción común posee el primer término sobre el segundo.
El replanteamiento del concepto de poder, estrechamente conec­
tado con el análisis biopolítico (no por casualidad viene formulado
con relativa sistematicidad en las páginas de Voluntad de saber, don­
de se define también la biopolítica), no se detiene en el umbral de
una visión «realista» que ponga al descubierto pasiones concretas,
vitales, por debajo de las argumentaciones racionales. Más bien se
dirige a capturar una productividad intrínseca de «vida»: la capaci­
dad de los discursos de verdad de producir vidas concretas, subjeti-
vaciones.
No es casual que una filósofa postfoucaultiana como Judith Butler
—atenta a la dimensión corpórea, física, de las vidas «vulnerables»
implicadas en relaciones biopolíticas de sujeción y comprometida
en esfuerzos de transcripción identitaria — analice la dinámica de la
vida psíquica del poder trabajando sobre el circuito de sujeción-
subjetivación que revela (Butler, 2005). De hecho, Foucault se inte­
resa por el poder como dynamis, por las potencias dinámicas (habla
a menudo de fuerzas) que se ejercen —y solo en el ejercicio se ma­
nifiestan— en el momento mismo en que se enfrentan y enlazan,
colaboran y divergen respecto de otros poderes o fuerzas que las
invisten. Estas relaciones ambientales y contextúales ejercen un po­
der de modificación, de «forma», son ejercicios de una fuerza (obvia­
mente no solo física) que diferencia, hace diferencia sobre el poder,
sobre la fuerza que es investida y que se somete.
He aquí la crisis del modelo moderno centrado en la soberanía,
sobre el sujeto y su representación, construida en el interior del lagos
«jurídico-discursivo» del derecho y de la filosofía, obsesionado por
el monismo y la verticalidad, y, por tanto, capaz de pensar el poder
solo en términos de ley, orden y obediencia, en un código binario,
lícito-ilícito, permitido-prohibido: el discurso del no.
Cuando se describe el poder de forma jurídica, el orden está
siempre ya definido y el sujeto está sujeto: súbdito frente a soberano,

70
LA PERSPECTIVA DE FOUCAULT

ciudadano frente a Estado, hijo frente a padre, discípulo frente a

cacia productiva, su complejidad estratégica. No comprende la po­


sitividad intrínseca de sus mecanismos, generadores de acción y por
tanto, de poder. No toma «los nuevos procedimientos de poder que
funcionan no ya por el derecho sino por la técnica, no por la ley sino
por la normalización, no por el castigo sino por el control, y que se
ejercen en niveles y formas que rebasan el Estado y sus aparatos» (vs,
p. 8o; trad. esp. 93-94; bds p. 37; trad. esp. 41). Procedimientos
adecuados para un biopoder que quiere proteger e incrementar la
vida de los gobernados. ¿Entonces? Primero es necesario examinar
no tanto las instituciones que someten como «la multiplicidad de
las relaciones de fuerza inmanentes y propias del campo en el que se
ejercen y que son constitutivas de su organización; el juego que por
medio de luchas y enfrentamientos incesantes las transforma, las
refuerza, las invierte» (vs, p. 80; trad. esp. 97). Es una gran trama de
poderes que se pliegan, se convierten, se alian o se aíslan: una diná­
mica viva, transversal, que no puede ingresarse en el formalismo y
cuya lógica no es deductiva-sistemática, sino inmanente, precisa­
mente viva: una red microfísica donde las periferias no cuentan me­
nos que el centro, donde las relaciones de fuerza son desigualmente
concretas, situaciones de poder, localizadas e inestables, de disime­
tría. Este rasgo generativo, dinámico del poder: poder de vida y so­
bre la vida.

LAS PRIMERAS HUELLAS DEL DISCURSO BIOPOLÍTICO

Clínica y sexualidad

El término «biopolítica» deviene objeto explícito de la investigación


foucaultiana en los cursos en el Collège de France 1977-78 y 1978-79.
Pero el tema de una forma de poder ligada al viviente, condicionada
por y condicionante de su especificidad, emerge en los estudios so­
bre la clínica y la psiquiatría. Como hemos visto en la breve historia
de la biopolítica del capítulo 1, estas formas de diagnóstico y cuidado

71
biopolìtica

que se practican en una dimensión institucional y son dependientes


de un saber médico que actúa a través de la clasificación y la objeti­
vación del enfermo, físico y psíquico, son las manifestaciones más
precoces del poder de gestión de los vivientes.
Es en este ámbito donde surge —entre cuidado, erogación, ges­
tión heterónoma, clasificación selectiva— la base normativa/nor­
malizante de la relación de poder. En este campo, literalmente «in­
ventado» por los saberes médicos, es donde Foucault comienza a
sondear tanto la potencia productiva, positivizante, del poder sobre
la vida como aquella enigmática ambivalencia entre norma interna
natural y normalización que está en el corazón de la biopolítica.
Medicina, clínica, psiquiatría desarrollan una función de organiza-

población frente a emergencias epidemiológicas o plagas sociales


como el alcoholismo, sino también suministrando instrumentos de
clasificación no individualizantes_tales como estadísticas de grupos y
término crucial al mismo tiempo biológico y socioló-
en riesgo, para marginar o para corregir de modo funcional
la salud pública.
—técnica, competente y autoritaria—

dicos» inculcar las conductas cotidianas» modificar los hábitos de


riesgo, haciendo aceptable la intrusión_en ambientes —para el dis-
curso liberal privados, como el c

ejemplificantes de un
Encontramos así, el ámbito de las microfísicas de poder, el nodo
de la sexualidad —dispositivo artificial mediante el cual, en la his­
toria de Occidente, los cuerpos se hacen prisioneros del alma (al
revés de la autorrepresentación corriente)— que hace perceptible la
dimensión política, difusa, social, más allá de las instituciones polí­
ticas propiamente dichas, del viviente como espacio de poder sufri­
do y ejercitado.
En el último capítulo de la Voluntad de saber, titulado Derecho de
muerte y poder sobre la vida, se define el nuevo paradigma: «Duran­
te mucho tiempo, uno de los privilegios característicos del poder

7*
LA PERSPECTIVA DE FOUCAULT

soberano fue el derecho de vida y muerte» (vs, p. 119; trad. esp. 143)
derivado de la antigua patria potestas romana de disponer sobre los
hijos: se trataba del derecho soberano de «exponer» la vida de los súb­
ditos, «derecho de hacer morir y dejar vivir» (vs, p. 120; trad. esp.
144). El poder soberano se ejercía como «instancia de deducción,
mecanismo de sustracción, derecho de apropiarse de una parte de las
riquezas, extorsión de productos, de bienes, de servicios, de trabajo
y de sangre...». La transformación de este poder en la Modernidad
es profunda. Al poder de deducción se acercan, deviniendo pre­
ponderantes, «funciones de incitación, de reforzamiento, de con­
trol, de vigilancia, de aumento y organización de las fuerzas que
somete: un poder destinado a producir fuerzas, a hacerlas crecer y
ordenarlas más que a obstaculizarlas, doblegarlas o destruirlas [...]
poder que administra la vida» (vs, p. 120; trad. esp. 144-145).
Se explicita la función «biopolítica» de un saber —el saber sobre
la sexualidad— que en las instituciones religiosas, en las formas pe­
dagógicas, en las prácticas médicas y en las estructuras familiares
produce efectos de subjetivación tanto en los individuos —induci­
dos a descubrir en sí mismos la fuerza secreta de la sexualidad—
como en las poblaciones, donde el sexo y su gestión en la reproduc­
ción hacen de enlace entre individuo, especie y macropolítica
demográfica. «Concretamente, ese poder sobre la vida se desarrolló
desde el siglo xvn en dos formas principales; no son antitéticas; más
bien constituyen dos polos de desarrollo enlazados por todo un haz
intermedio de relaciones. Uno de los polos, al parecer el primero en
formarse, fue centrado en el cuerpo como máquina: su adiestramiento,
el aumento de sus aptitudes, la extorsión de sus fuerzas, el crecimiento
paralelo de su utilidad y su docilidad, su integración en sistemas de
control eficaces y económicos, todo ello quedó asegurado por pro­
cedimientos de poder característicos de las disciplinas: anatomopo-
lítica del cuerpo humano. El segundo, formado algo más tarde, ha­
cia mediados del siglo xvin, se centró en el cuerpo-especie, en el
cuerpo transido por la mecánica de lo viviente y que sirve de sopor­
te a los procesos biológicos: la proliferación, los nacimientos y la
mortalidad, el nivel de salud, la duración de la vida y la longevidad,
con todas las condiciones que pueden hacerlos variar; todos esos

73
biopolítica

problemas los toma a su cargo una serie de intervenciones y de con­


troles reguladores: una biopolítica de la población» (vs, p. 123; trad.
esp. 147-148). La sexualidad —dispositivo construido para gobernar
las fuerzas del viviente»— es el punto de unión entre el individuo y
la especie, entre el cuerpo con su anatomía y la población con sus
procesos biológicos de especie.
El poder, que se apropia de las fuerzas (o poderes, o potenciali­
dades) de la vida, hace así «ingreso en la historia» (vs, p. 125; trad.
esp. 150). Esto no significa que las necesidades biológicas, tales como
el hambre, las epidemias, no hicieran presión desde siempre sobre
las vicisitudes humanas. El sentido es distinto: solo cuando cede esta
presión y entre la vida y su incremento se abre la tenaza, puede pro­
yectarse a través de saberes y disciplinas el aumento, la valorización
y el mejoramiento de la población, y la biopolítica triunfa. Es, por
tanto, estructural el nexo de este biopoder con el desarrollo del ca­
pitalismo (vs, p. 124; trad. esp. 149), el sistema económico que
emerge desde la superación de la línea de la pura supervivencia y se
orienta al crecimiento indefinido, al incremento incesante de rique­
za y de bienestar.
Al mismo tiempo, el hecho de vivir no «es un basamento inacce­
sible que sólo emerge de tiempo en tiempo, en el azar de la muerte
y su fatalidad; pasa en parte al campo de control del saber y de in­
tervención del poder» (vs, p. 126; trad. esp. 151). Como había subra­
yado Hannah Arendt en su reconstrucción de la moderna «condi­
ción humana» en Vida activa, las luchas políticas del siglo xix se
anudan en torno a la cuestión social sobre el signo de la vida: «lo que
se reivindica y sirve de objetivo es la vida, entendida como necesida­
des fundamentales, esencia concreta del hombre» (vs, p. 127; trad.
esp. 153-154): la referencia no puede ser más que la concrete Gattung
de Marx.
Se trastorna el formalismo jurídico: «La vida, pues, mucho más
que el derecho, se volvió entonces la apuesta de las luchas políticas,
incluso si éstas se formularon a través de afirmaciones de derecho. El
derecho a la vida, al cuerpo, a la salud, a la felicidad, a la satisfacción
de las necesidades; el derecho, más allá de todas las opresiones o
“alienaciones”, a encontrar lo que uno es y todo lo que uno puede

74
LA PERSPECTIVA DE FOUCAULT

ser, este derecho tan incomprensible para el sistema jurídico clásico,


fue la réplica política a todos los nuevos procedimientos de poder»
(vs, pp. 128-129; trad. esp. 154), Emerge, de repente, la ambivalencia
constitutiva de la biopolítica atribuible tanto a los mecanismos de
normalización de las conductas, como a las «resistencias» o a las
«contraconductas», pero también a la aún más radical ambivalencia
que, en la biopolítica, une la vida a la muerte.

El poder de vida y la vida misma

El poder no trasciende respecto a los contextos y a las prácticas por


desplegar, mas emerge como dinámica inestable de condiciona­
mientos y de subjetivaciones, en los puntos de convergencia de los
dispositivos materiales con sus enunciados veraces. Los discursos
sobre la vida (tanto las disciplinas científicas como la biología, la
biología molecular, la genética, hoy la genómica, como los saberes
técnicos de gobierno relativos a la vida, como la ciencia de la admi­
nistración, la estadística, el derecho penal, todas las sociologías, la
medicina y la psiquiatría, y en definitiva sus cimas metafísicas
como el evolucionismo, el funcionalismo) no son en sí mismos ni
verdaderos ni falsos. Son funcionales con respecto a las fuerzas de
las que se apropian para luchar, para metabolizar, para justificar.
Son los efectos de estos discursos los que cuentan, que son positi­
vos y «visibles» y dan forma a los objetos clasificándolos (enferme­
dades, desviaciones, riesgos), a los sujetos (poblaciones, enfermos,
usuarios, delincuentes, consumidores, pero también funcionarios,
médicos, juristas, ingenieros, ejecutivos) y a las estructuras. «Los
discursos, al igual que los silencios, no están de una vez por todas
sometidos al poder o levantados contra él. Hay que admitir un jue­
go complejo e inestable donde el discurso puede, a la vez, ser instru­
mento y efecto del poder, pero también obstáculo, tope, punto de
resistencia y de partida para una estrategia opuesta. El discurso
transporta y produce poder; lo refuerza pero también lo mina, lo
expone, lo torna frágil y permite detenerlo. Del mismo modo, el si­
lencio y el secreto abrigan el poder, anclan sus prohibiciones; pero

75
biopolìtica

también aflojan sus apresamientos y negocian tolerancias más o


menos oscuras» (vs, p. 90; trad. esp. 106-107).
La «situación estratégica compleja» (vs, pp. 82-83; trad. esp. 98)
que llamamos poder, es «omnipresente», no porque unifique la exis­
tencia bajo un control totalizante, sino porque este poder «se produ­
ce en cada instante, en cada punto», «los individuos no sólo circu­
lan, sino que están siempre en situación de sufrirlo y también de
ejercerlo. Nunca son el blanco inerte o consistente del poder, siem­
pre son sus relevos. [...] transita por los individuos [...] [No se trata
de concebir el poder como algo] que somete a los individuos o los
quiebra. En realidad, uno de los efectos primeros del poder es pre­
cisamente hacer que un cuerpo, unos gestos, unos discursos, unos
deseos, se identifiquen y constituyan como individuos. Vale decir
que el individuo no es quien está enfrente del poder; es, creo, uno
de sus efectos primeros. El individuo es un efecto del poder y, al
mismo tiempo, en la medida misma en que lo es, es su relevo» (bds
p. 33; trad. esp. 34). Una relación, por tanto, disimétrica, que no se
instala en la invariancia de un sistema cerrado sino que es inestable,
irradiante, crescit in eundot crece caminando, se modifica y aumenta
tanto en quien lo ejerce como en quien lo sufre y lo transmite dife­
renciando, ampliando la red de las conexiones atravesadas por fuer­
zas. Y aquí fuerza no es tanto un espacio físico —también si los
cuerpos entran potentemente en el discurso—, cuanto diferenciali-
dad, exceso.
Desde un punto de vista filosófico, su rasgo más significativo es
la inmanencia: se trata propiamente de la fuerza inmanente de la
vida, su potencia ontològica, su normatividad que el saber sobre la vida
—la biología— introduce en el cuadro epistémico iluminando una
nueva condición humana, el hecho de ser viviente. En las páginas
dedicadas a la biología en Las palabras y las cosast la Vida es definida
como un «semitrascendental». La cultura europea —dice Foucault—
se inventa a partir «de las grandes fuerzas ocultas» (pc, p. 272; trad.
esp. 246): «la Vida, como forma fundamental del saber, ha hecho
aparecer nuevos objetos [...] y nuevos métodos» (pc, p. 273; trad. esp.
246); «la vida en lo que tiene de no perceptible, de puramente funcio­
nal» (pc, p. 290; trad. esp. 262), reagrupa a los vivientes, «por vivir»,

76
LA PERSPECTIVA DE FOUCAULT

«en torno a grupos de coherencia perfectamente distintos unos de


otros y que son como otros tantos planos diferentes para mantener
la vida» (pc, p. 295; trad. esp. 267). «La vida [en definitiva, no es
representable,] se retira en el enigma de una fuerza inaccesible en su
esencia, sólo apresable en los esfuerzos que hace por aquí y por allá
a fin de manifestarse y mantenerse» (pc, p. 295-296; trad. esp. 267).
Por tanto, en Foucault la vida se sustrae a la representación, no
llega ni siquiera a un estatuto ontològico. Es un efecto que emerge
cuando la ciencia debe objetivarla para describirla. Potencia que se
percibe en sus efectos, exactamente, en una bipolaridad estructural:
«que donde hay poder hay resistencia, y no obstante (precisamente
por esto), ésta nunca está en posición de exterioridad respecto del
poder. ¿Hay que decir que se está necesariamente “en” el poder, que
no es posible “escapar” de él, que no hay, en relación con él, exterior
absoluto, puesto que se estaría inevitablemente sometido a la ley?
[...] Esto sería desconocer el carácter estrictamente relacional de las
relaciones de poder. No pueden existir más que en función de una
multiplicidad de puntos de resistencia: éstos desempeñan, en las
relaciones de poder, el papel de adversario, de blanco, de apoyo, de
saliente en el que sujetarse» (vs, p. 84-85; trad. esp. 100-101). Esta
observación (expresada en un contexto de investigación sobre el dis­
positivo biopolítico de la sexualidad) resulta indispensable para en­
tender la ambivalencia biopolítica del poder de la vida y del poder
sobre la vida, que exige replantear la idea de norma. La vida, su in­
manencia, reclama un análisis que descubra las energías, el poder en
el interior del dominado y muestre cómo estas energías pueden ser
plegadas, orientadas, pero también muestre cómo el poder del do­
minado no es extraño a la fuerza de verdad positiva, dispositiva, que
lo orienta.

Estatización de lo biológico y racismo

En el siglo xdc, la identidad del grupo se define por medio del saber
biológico y es la vida del cuerpo social la que detenta poder y dere­
chos. El genos se biologiza, y en la vida de la raza se define «quién

77
BIOPOLÍTICA

debe vivir y quién debe morir». La nación —protagonista de los


grandes acontecimientos revolucionarios de 1789 y de aquella ambi­
gua mezcla de vida y forma que es la Declaración de derechos del
hombre y del ciudadano^ que sobrepone la especie biológica a la iden­
tificación política y jurídica— asume en el siglo xx un decisivo con­
torno naturalizado que testimonia la plena asunción de la vida bio­
lógica directamente como factor político.
Es lo que se afirmó ya de manera incisiva en la Voluntad de saber,
«Durante milenios, el hombre siguió siendo lo que era para Aristóte­
les: un animal viviente y además capaz de una existencia política; el
hombre moderno es un animal en cuya política está puesta en entre­
dicho su vida de ser viviente» (vs, p. 127; trad. esp. 152). El nodo
teórico está aquí. Y aquí está la dimensión epocal de este giro en el
paradigma del poder: Foucault hace explícita la transformación del
criterio que define, normativamente, la politicidad del ser humano. La
política deviene la lucha por la definición de la naturaleza —biológica,
viviente— del ser humano, que asume una función normativa, selecti­
va para incluir y excluir aquello que es más o menos digno de vida.
Esto puede advenir solo después de que el saber sobre la vida, la
biología, haya reconducido la vida a «su más secreta esencia», «al
animal: la vida borra el espacio del orden y vuelve a ser salvaje. Se
revela como mortífera en el movimiento mismo que la consagra a la
muerte. Mata porque vive» (pc, pp. 300-301; trad. esp. 272). Esta
apuesta por una definición de lo humano centrada en lo biológico
presenta un resultado tanatológico en el nazismo: «se mata legítima­
mente a quienes significan para los demás una especie de peligro
biológico» (vs, p. 122; trad. esp. 146).
En las páginas dedicadas al nacimiento del biopoder, en el curso
de 1976» Hay que defender la sociedad (bds, p. 206; trad. esp. 205),
Foucault recorre la historia del siglo xix desde la óptica de la «esta-
tización de lo biológico» que radicaliza la transformación del dere­
cho y la política soberana —hacer morir y dejar vivir— en el «poder
de hacer vivir y dejar morir» (bds, p. 207; trad. esp. 206), del cual
había hablado en el curso sobre la sexualidad.
El paradigma soberano no desaparece. Las técnicas disciplinarias
(sobre el cuerpo individual) y biopolíticas (sobre la población) se

78
LA PERSPECTIVA DE FOUCAULT

diferencian: las primeras son individualizantes, las segundas mas i fi­


cantes, sin solución de continuidad. Natalidad, mortalidad, longe­
vidad —a través de la demografía y la estadística— devienen piezas
de una política centrada en el incremento de la población, índice de
h potencia política del Estado in primis, pero,también de una polí­
tica de protección de la población misma, protegida para que pro­
duzca más. Las nuevas tecnologías del biopoder maximizan y ex­
traen las fuerzas vitales. El nuevo cuerpo al que la biopolítica se
refiere es la población, sobre la cual es posible ejercer estimaciones
estadísticas, medidas globales, «mecanismos reguladores» (bds, p. 212
e infra*, trad. esp. 211), los cuales —en el marco de la verdad del nue­
vo saber biológico— resitúan los cuerpos en la generalidad de la
especie y específicamente en aquel grupo de vivientes que los biólo­
gos llaman población dada su exposición a un único ambiente, res­
pecto al cual no cuentan los extremos y las excepciones, sino la me­
dia, lo «normal».
Si la finalidad es «realzar la vida, prolongar su duración, multi­
plicar sus oportunidades, apartar de ella los accidentes o bien com­
pensar sus déficits, en esas condiciones, ¿cómo es posible que un
poder político mate, reclame la muerte, la demande, haga matar, dé
la orden de hacerlo, exponga a la muerte no sólo a sus enemigos sino
aun a sus propios ciudadanos?» (bds, p. 220; trad. esp. 218). El racis­
mo es el nexo que modifica los dispositivos biopolíticos de seguri­
dad y de incremento en la cesura que excluye: «si quieres vivir es
preciso que el otro muera». Foucault identifica la lógica única que
subyace en la técnica de potenciamiento de la vida como el racismo
genocida: «el racismo permitirá establecer, entre mi vida y la muerte
del otro, una relación que no es militar y guerrera de enfrentamien­
to sino de tipo biológico» (bds, p. 221; trad. esp. 219): «La muerte
del otro, la muerte de la mala raza, de la raza inferior (o del degene­
rado o el anormal), es lo que va a hacer que la vida en general sea
más sana; más sana y más pura» (ibid.)\ «la muerte, el imperativo de
muerte, sólo es admisible en el sistema de biopoder si no tiende a la
victoria sobre los adversarios políticos sino a la eliminación del peli­
gro biológico y al fortalecimiento, directamente ligado a esa elimi­
nación, de la especie misma o la raza» (ibid.).

79
BIOPOLÍTICA

El dispositivo racista se entiende entonces como dar muerte inme­


diata, efectiva, exposición a la muerte: la regulación de emergencia y
de excepción multiplica el riesgo mortal para determinados grupos de
población, o impone la muerte política por medio de la exclusión, el
rechazo. La biopolítica recurre al racismo para hacer morir o repeler
en la muerte. Los saberes biológicos, especialmente el darwinismo (la
vulgata de nociones como jerarquía de las especies en la evolución,
lucha por la vida, selección de los más aptos), acreditan científicamen­
te la transcripción del discurso político en términos biológicos.
La toma en consideración de la vida por pane del poder parece
arrastrada por el cerco tanatopolítico: por el acto de discriminación
biológica y racial basado en un saber acerca de la naturaleza —animal,
naturalizada— del ser humano mismo. Es preciso notar que, aunque
Foucault subraya con fuerza la anatomía del cuadro verídico de la
biología, nos encontramos frente a un cálculo paradójicamente eco­
nómico: «la muerte de los otros significa el fortalecimiento biológico
de uno mismo» (bds p. 223; trad. esp. 221) fundado sobre una lógica
estratégica de optimización de costes y beneficios. Por lo tanto, podría
ser la economía la lógica de la biopolítica candidata a hacer de trait
d unión entre el aspecto tanatológico y aquel protector de sus técnicas
de poder. «En la sociedad nazi tenemos, por lo tanto, algo que, de to­
das maneras, es extraordinario: es una sociedad que generalizó de ma­
nera absoluta el biopoder, pero que, al mismo tiempo, generalizó el
derecho soberano de matar. Los dos mecanismos, el clásico y arcaico
que daba al Estado derecho de vida y muerte sobre sus ciudadanos, y
el nuevo mecanismo organizado alrededor de la disciplina y la regula­
ción, en síntesis, el nuevo mecanismo de biopoder, coincidieron exac­
tamente. De modo que podemos decir lo siguiente: el Estado nazi
hizo absolutamente coextensos el campo de una vida que ordenaba,
protegía, garantizaba, cultivaba biológicamente y, al mismo tiempo, el
derecho soberano de matar a cualquiera» (bds p. 22$; trad. esp. 223).
Foucault parece yuxtaponer bajo el signo de la paradoja los dos
regímenes de vida y muerte, pero en realidad la eugenesia racial para
la protección de la raza aria, y su potenciamiento en el espacio «vi­
tal», contiene en su lógica económica la solapa homicida, funcional
a la misma raza.

80
ni. Genealogía del gobierno biopolítico
de las vidas

GOBERNAR

En los cursos dedicados explícitamente a la biopolítica en los


años 1977-78 y 1978-79, Foucault se enfrenta al nodo de una ra­
cionalidad política occidental implicada en el gobierno del vivien­
te y que desde el viviente debe dibujar su especificidad. Recons­
truye la genealogía de aquellas prácticas: aquella mezcla de
incremento, potenciación de la productividad de los individuos y
de las poblaciones, y de garantía de la seguridad, normalización de
los excedentes, gestión del riesgo que aquello mismo potencial­
mente genera.

Biopolítica como gobierno

Hemos subrayado que en la misma tanatopolítica racista nos halla­


mos frente a un cálculo paradójicamente económico —«la muerte
de los otros significa el fortalecimiento biológico de uno mismo»
(bds p. 223; trad. esp. 221)— centrado sobre una estrategia de opti­
mización de costes-beneficios. Por tanto, podría ser la lógica econó­
mica/estratégica la que anude los aspectos tanatopolítico y protector
de la biopolítica.

81
BIOPOLÍTICA

Es cierto que, teniendo el objetivo de trazar la genealogía del


«poder sobre la vida», Foucault orienta el curso de 1978, Seguridad,
territorio y población, hacia un horizonte más amplio que, desde su
punto de vista, implica la biopolítica: una historia de la guberna­
mental idad. En el curso sucesivo con el explícito título Nacimiento
de la biopolítica, se hace un análisis de la gubernamentalidad liberal.
El concepto de biopolítica se desliza y se enlaza con aquel antiguo
de gobierno, entendido como modus de gestión del poder, en la
tradición histórico-política premoderna, contra el de imperium y el
de la moderna soberanía. «El poder es menos una confrontación
entre dos adversarios o la vinculación de uno con otro, que una
cuestión de gobierno [...] Gobernar [...] es estructurar el posible
campo de acción de los otros. El modo de relación propio del poder
no debería buscarse entonces del lado de la violencia o de la lucha ni
del lado del contrato o de la vinculación voluntaria (los cuales pueden
ser, a lo más, instrumentos del poder), sino más bien del lado del
modo de acción singular, ni belicoso ni jurídico, que es el gobierno»
(Foucault, 1989, p. 259; trad. esp. 15). Gobierno es «la recta disposi­
ción de las cosas, de las cuales es menester hacerse cargo para con­
ducirlas hasta el fin oportuno» (stp, p. 99; trad. esp. 103).
Gobierno es un modur. la superposición, realizada por Foucault
en estos dos cruciales cursos, entre biopolítica y gubenamentalidad
no es casual ni desencaminada. Al contrario, es propiamente en la
investigación del modus gubernamental donde encontramos la rela­
ción adecuada entre poder y bíos, entre vida dirigida y vida que di­
rige, vida gobernada y vida que gobierna. Y el modus se revela de
tipo estratégico, sujeto a una lógica económica: gobierno es «el arte
de ejercer el poder en la forma de la economía» (stp, p. 98; trad. esp.
103). Gouvernement ¿conomique deviene una expresión tautológica.
Esta modalidad informa el poder cuando se hace cargo de un objeto
dúctil y singularizado como la vida o las vidas. Y a su vez, este poder
modifica su objeto gobernándolo, esto es, objetivándolo con vistas a
una subjetivación, en un tiempo de crecimiento que cumple y mejora
las posibilidades vitales.
El gobierno no es aquí una formación histórica, sino un para­
digma de relaciones de poder. En principio, excluye un status

82
GENEALOGÍA DEL GOBIERNO POLÍTICO DE LAS VIDAS

estático, rígido, de dominio, porque expresa la temporalidad de la


influencia, la reversibilidad, una cierta potencia e independencia
del otro polo —el gobernado— que, en la relación de poder, es
objeto de cuidado, de tutela por su bien y que viene reconocido
como sujeto de acción, «libre». Así que el gobernado mantiene y
cultiva un tipo de poder si no antagonista, deuteragonista, un po­
der inclinado, orientado, incentivado hacia una cierta modalidad y,
por lo tanto, desincentivado hacia otras opciones. Las páginas de
Voluntad de saber habían anunciado esta relación del poder que ve
desaparecer la dicotomía dominante-dominado, introduciendo
ambos términos en una tensión ciertamente disimétrica —de otra
manera no habría flujo de influencia—, pero sutilmente colabora-
tiva/resis ten te y productiva de subjetivaciones. Podemos definir
sinópticamente los caracteres del gobierno a partir de la práctica
que Foucault reconstruye genealógicamente: lo que implica no un
continuum^ sino la emergencia de un nodo temático en contextos y
enlaces diversos:

a) Elfin externo al poder y en relación con ello, la eficacia más


que la legitimación.
b) La verdad^ no la justicia, como saber adecuado al fin.
c) La relación jerárquica remitida no a la soberanía, sino al saber,
a la competencia y vinculada a la responsabilidad, al servicio.
d) La norma individualizante omnes et singulatim, típica del po­
der pastoral y que asume una forma sociobiológica en relación
con la población.
e) La dinámica de sujeción-subjetivación como relación móvil en­
tre los polos potentes-resistentes.

Economía de gobierno y gobierno de la economía

El paisaje ensombrece el momento dramático del racismo, deter­


minante en el curso Hay que defender la sociedad) pero no el saber
sobre la vida, la biología, que, junto al saber económico, permane­
ce como la referencia clave para las categorías fundamentales de

»3
BIOPOLÍTIGA

norma y de población. Foucault acentúa la economía tanto como


estrategia de gestión destinada al crecimiento como campo electivo
de acción de gobierno. El gobierno o, mejor, la gubernamentali-
dad, es «el conjunto constituido por las instituciones, los procedi­
mientos, los análisis y reflexiones, los cálculos y las tácticas que
permiten ejercer esa forma bien específica, aunque muy compleja,
de poder que tiene por blanco principal la población, por forma
mayor de saber la economía política y por instrumento técnico
esencial los dispositivos de seguridad» (stp, p. 88; trad. esp. iij).
El ingreso de la «vida en la historia» coincide con el surgimiento
de la economía política, esto es, cuando la oikonomia, gobierno de
la casa, y la política, gobierno de la polis, se integran. ¿Por qué devie­
ne la economía política el nodo de la gestión del viviente? La biopo-
lítica, entendida como dinámica de fuerzas entre gobierno, pobla­
ción y economía, se dirige a extraer un plus de fuerzas productivas,
extiende el campo económico a todo campo material y complejo
donde entran en juego los recursos naturales, los productos del tra­
bajo, su circulación, la amplitud de los comercios, pero también la
gestión de las ciudades, las condiciones de vida (hábitat, alimenta­
ción, etc.), el número de habitantes, su longevidad, su vigor y su
actitud ante el trabajo (stp, pp. 84-86; trad. esp. m-113). La econo­
mía de gobieno como paradigma de la biopolítica se refiere, en fin,
a los dispositivos que unen el cuerpo social y su ambiente —siendo
cuerpos y ambiente, en la biología, los polos de la relación significa­
tiva— orientados a la maximización, aun más, al incremento capi­
talista extendido a toda la vida.
Gubernamentalidad y economía modernas
• •

la necesidad y de la
Es en
este aplazamiento entre escasez y riqueza que se insertan los regí­
menes de saber —biología y ciencia económica— que vehiculan
las nuevas estructuras de poder sobre la vida y su producción y
reproducción.

84
GENEALOGÍA DEL GOBIERNO POLÍTICO DE LAS VIDAS

SER GOBERNADOS

Población

Antes de la genealogía de las formas de gobierno biopolíticas, es


necesario aclarar dos nodos conceptuales de primera importancia
que emergen en las tecnologías de gobierno: el de la población, ob­
jeto y sujeto viviente de las tecnologías de seguridad, y el de la nor­
ma, concepto central para la biopolítica, que muta en el pasaje del
léxico de la historia natural (y disciplinario) al nuevo saber biológico.
Hasta Vigilar y castigar Foucault había atendido las tecnologías
disciplinarias. En los dos cursos sobre la biopolítica, estas últimas
protegen los dispositivos de seguridad, en parte transformándose en
estos. De forma diversa al sistema disciplinario, el dispositivo de
seguridad toma sus categorías de la epistemología biológica y médi­
ca de la segunda mitad del siglo xrx. La disciplina es portadora de
categorías «naturalistas» como territorio, formación/instrucción, in­
dividuo/pueblo. La seguridad articula estas viejas categorías con las
del nuevo léxico; ambiente, normalización/regulación, población.
La orientación biopolítica implementa un juego entre categorías
biológico-darwinianas y estructuras de disciplina de ascendencia
pastoral, dando cuenta de la nueva dimensión propiamente biológi­
ca del objeto político por medio de la relación, biológicamente sig­
nificativa, entre cuerpos y ambiente, como en la sociobiología.
Debe reiterarse que, a pesar de que Foucault subraya la determina­
ción biológica de la Vida (stp, p. 13), no piensa en un fundamento
de la política sobre la antropología naturalista (cfr. Pandolfi, 2003).
El saber biológico proporciona modelos de adaptación ambien­
tal a la lógica de gobierno y sugiere que se pueda alterar el am­
biente para modificar los cuerpos y hacerlos más productivos. El
análisis de la biopolítica como gobierno está, por lo tanto, alejado
del racismo y de la eugenesia que pivotaban sobre los rasgos biológi­
cos de la especie y sobre su directa manipulación. Usando el método
genealógico, entonces, no se dirige a las definiciones biológicas de lo
humano, sino a los dispositivos de sécurité que gestionan la pobla­
ción viviente, actuando sobre el espacio circundante —ambiente— y

85
BIOPOLÍTICA

regulando los riesgos y el azar por medio de la norma obtenida de


normalidades diferenciales (ibid.).
La población es «el operador de transformación que posibilitó el
paso de la historia natural a la biología, del análisis de las riquezas a
la economía política»; «la naturalidad que se advierte en el hecho de
que la población sea permanentemente accesible a agentes y técnicas
de transformación, siempre que esos agentes y esas técnicas sean a la
vez ilustrados, meditados, analíticos, calculados y calculadores»
(stp, p. 62; trad. esp. 91 y 81-82). Población es un término, a un
tiempo biológico y estadístico-económico, que cerca un grupo «na­
tural» cuya naturalidad, dice Foucault, es «penetrable», es decir, no
significativa en sí misma en una definición antropológica y norma­
tiva, sino en los efectos de poder que se ejercen sobre ella: histórica
y transformable. La población es un «efecto global» de «fenómenos
de coagulación, de apoyo, de refuerzo mutuo, de puesta en cohe­
sión, de integración» (stp, p. 175; trad. esp. 231) en relación al milieu
sobre el que actúa. Hay, entonces, un cambio significativo desde la
antro-biología esencialista a la economía, esto es, al contexto am­
biental de producción y consumo que realiza y modifica el viviente.
La transformación del ambiente ejerce de condición natural —he
r \ C . . . . J 1 1 1 • 11 * 1 . •/ 1
una
¡cas y_ políticas, funciona a su vez como especie.
Precisamente porque está dirigida a los efectos de modificación,
la naturalidad^ la vida natural es capturada a través de su motor de
acción: el deseo. «Vieja noción que había hecho su entrada y se uti­
lizaba en la dirección de conciencia [...], reaparece ahora en las téc­
nicas de poder y gobierno. El deseo es el elemento que va a impulsar
la acción de todos los individuos» (stp, p. 63; trad. esp. 82). La ges­
tión biopolítica de las poblaciones «sobre la base de la naturalidad
de su deseo», fundada sobre un «saber cómo decir sí a este deseo»
(stp, p. 64; trad. esp. 83), se sitúa en continuidad con la técnica
pastoral de gobierno del deseo, mas prefigura también la apertura de
la biopolítica sobre el escenario de la sociedad de los consumos neo­
liberales.

86
GENEALOGÍA DEL GOBIERNO POLÍTICO DE LAS VIDAS

Todavía Darwinpero...

Darwin fue el primero en tratar a los seres vivos no sobre el plano


de la individualidad sino sobre el de las poblaciones^ «elemento a
través del cual el medio producía sus efectos sobre el organismo»
(sTPj p. 67-68; trad. esp. 91), indicando, con este término, no solo
un conjunto de individuos pertenecientes a la misma especie, sino
precisamente «el intermediario entre el ambiente y el organismo»
(stp, p. 68; trad. esp. 91; Darwin, 1985). Y Foucault añade: «la po­
blación, en consecuencia, es todo lo que va a extenderse desde el
arraigo biológico expresado en la especie hasta la superficie de agarre
presentada por el público^ es decir, «desde el punto de vista de sus
opiniones, sus maneras de hacer, sus comportamientos, sus hábi­
tos, sus temores, sus prejuicios, sus exigencias: el conjunto suscep­
tible de sufrir la influencia de la educación, las campañas, las con­
vicciones» (stp, p. 66, cursiva mía; trad. esp. 87). Entonces, la
población no es solo un bios. Se constuye entre el polo de la deter­
minación propiamente biológica (la especie) y el de una emergente
dimensión psicopolítica (el público): «de la especie al público tene­
mos todo un campo de nuevas realidades, nuevas en el sentido de
que, para los mecanismos de poder, son los elementos pertinentes,
el espacio pertinente dentro del cual y con respecto al cual se debe
actuar» (ibid.).
Gobernar significa, entonces, orientar la población hacia deter­
minaciones geográficas, estadísticas, psicológicas, manteniendo un
anclaje constante a nivel biológico, pero articulándolo, según los
dictados del evolucionismo biológico, como espacio de regulación y
de intercambio con el ambiente. El ambiente, el milieu de los datos
materiales que junto a los acontecimientos aleatorios influyen sobre
el blos de las poblaciones, es el espacio de acción indirecta de su go­
bierno (Panolfi, 2003).
Desde un punto de vista teórico, esta «acción indirecta» evita
la tentación eugenésica de definir la natualeza y de establecer así
una norma para «modificar la especie humana» (stp, p. 31; trad.
esp. 37).

87
biopolìtica

NORMA DEL VIVIENTE, NORMALIDAD, INSTITUCIONALISMO

En los dispositivos de seguridad falta la premisa normativa, el mo­


delo, que es típico de una sociobiología. El gobierno biopolítico,
para Foucault, no se dirige a la conformidad de un modelo, sino a
la fitness\ adaptar los comportamientos de un número estadística­
mente significativo a nuevas normas. ¿Qué sentido tiene, para la
biopolítica, la norma? ¿Con qué procedimientos la impone?
En el cuadro biopolítico, la norma emerge del comportamiento
global de una población. Se controlan los comportamientos, señala
Foucault, inoculando —literalmente con las vacunas y metafórica­
mente con la medicina social— procedimientos y normas de vida
dietológicas, urbanísticas, territoriales.
La gestión de la norma social se revela así diversa dependiendo
del contexto de disciplina o de seguridad. En el primero, normal es
aquello capaz de ajustarse a una norma colocada como medio para
ciertos fines donde lo anormal no lo es. «La disciplina concentra,
centra, encierra [...] regula todo. No deja escapar nada [...] Determi­
na con exactitud qué es lo prohibido y qué es lo permitido o, mejor,
lo obligatorio [...] Establece las secuencias o las coordinaciones óp­
timas [...] Fija los procedimientos de adiestramiento progresivo»
(STP, pp< 45-50; trad. esp. S7-58, 65). R^enlro t.
U nrAcrrinriÁn
de un «modelo óptimo»: la norma precede a lo normal. Se trata
entonces más de una «normación que de una normalización» (stp,
p. 51; trad. esp. 65).
El dispositivo de seguridad es, sin embargo, indefinido, y tiende
a integrar siempre nuevos elementos heterogéneos (psicológicos,
morales, económicos, comerciales y productivos) que tienen origen
externo respecto a la acción biopolítica de gobierno, la cual más
bien los coordina, los dirige, recupera su efectividad, sin juzgar, ope­
rando bajo el signo del realismo. La norma «es un juego dentro de
las normalidades diferenciales», que pone en relación diferentes dis­
tribuciones de normalidad. Aquello que es normal precede a la nor­
ma misma: «la norma se deduce de éL o se fija y cumple su papel
operativo a partir del estudio de las normalidades» (stp, pp. 55-56;
trad, esp, 72X

88
GENEALOGÍA DEL GOBIERNO POLÍTICO DE LAS VIDAS

El mecanismo disciplinario se invierte evidenciando formas de


autonormatividad de lo social. Foucault hace suya la tesis de la con­
tinuidad entre normal y anormal de Canguilhem en la primera parte
de Lo normal y lo patológico., para quien «los fenómenos patológicos
solo son en los organismos vivos variaciones cuantitativas, según el
más y el menos, de los respectivos fenómenos fisiológicos» (Canguil­
hem, 1998, p. 18; trad. esp. 20). Así, el dispositivo de seguridad para
el tratamiento de la viruela elimina la división entre lo normal y lo
anormal y asume el conjunto de la población, enfermos y no enfer­
mos, sin discontinuidad, en cuanto expuestos al riesgo y por ello a la
profilaxis. El perfil significativo no es el individual, sino el de los
grupos en riesgo, desviados de la media general, que el dispositivo
debe hacer entrar en los márgenes de una normalidad estadística.
Por lo tanto, es importante subrayar que la reconducción de la
biopolítica a la gubernamentalidad conlleva un replanteamiento ra­
dical del concepto de norma. No la exterioridad, la trascendencia de
la forma y del criterio que se deslizan sobre el fenómeno para medirlo
y juzgarlo: la norma es inmanente a la vida misma. La forma de la
investigación foucaultiana no puede llevar más que a esto, aunque,
a veces, en modo aporético.
La referencia es el epistemólogo e historiador de la ciencia de la
vida, Canguilhem: «Por normativo se entiende en filosofía todo jui­
cio que aprecia o califica un hecho con relación a una norma, pero
esta modalidad de juicio se encuentra subordinada en el fondo a
aquella que instituye normas. En el pleno sentido de la palabra, nor­
mativo es aquello que instituye normas. Y en este sentido nos propone­
mos precisamente hablar de una normatividad biológica» (Canguil­
hem, 1998, p. 96, cursiva mía; trad. esp. 92). El viviente —la vida se
da siempre como individualizada— es, por tanto, autonormativo.
Deviene así posible trasladar la normatividad trascendental que asu­
me las verdades de la biología para aplicarlas al campo social. Norma
es el modus en el que se organiza y deviene el viviente: modus de
1

autogobierno de las fuerzas vivas sociales y modus al cual un eficaz


gobierno de los vivientes atiende.
Se ofrece así una perspectiva teórica diferente, solo parcialmente
empleada por Foucault, sobre las ambivalencias de la biopolítica, y
biopolìtica

recuperada, en cambio, por algunos sectores de la biopolítica post-


foucaultiana. El viviente como tal, en su inmanencia, es irrepresen-
table, pero se preserva esta condición de límite de la representación,
puesto que la representación biológica lo objetiva, traicionando ine­
vitablemente la inmanencia.
Temática espinosa: si por una parte la especificidad de la norma
vital es la clave de acceso al gobierno de las vidas, al círculo recursivo
de un poder que forma la subjetividad, por otra parte revela quizás^
pero no representa nunca, una potencia creativa no determinada de
las normas en el viviente mismo. Foucault, sin embargo, mantiene
el límite de su pensamiento sobre la vida de modo que sea irreduc­
tible a la idea de un modelo de naturaleza humana (Foucault,
2005a) para aplicar y desarrollar (que es el sentido de la socio-
biología que hemos conocido en el anterior capítulo): piensa la
vida como devenir que expresa la propia normatividad adaptándo­
se —a través de errores, desviaciones, creaciones— al contexro_en
el que está instalada.
La vida siempre está normada —en este sentido, la vida es siem­
pre un discurso sobre la vida con efectos de poder—, pero es también
poder autonormante. Un movimiento recursivo sometido por la in­
teracción ambiental. El postulado biológico de la historicidad del
viviente hace que la vida no actúe, para Foucault, de fundamento,
sino de límite ontològico que disuelve incesantemente las formas
organizadas, instituidas. No hay ninguna antropología, mucho me­
nos vitalista, sino más bien una continua problematización de lo
trascendental normativo que «determina» la subjetivación. En algu­
nas interpretaciones postfoucaultianas, esta «determinación» deven­
drá el biopodery contrapuesto a la potencia biopolítica. Foucault se
detiene sobre el umbral de esta hipotética potencia creadora de nor­
mas, optando, más bien, por la variación infinita de las diferencias
que el poder de los individuos imprime a la forma recibida y a la
norma transmitida: la afirmatividad de la vida, productora de nor­
mas, será desarrollada después de Foucault por Deleuze y por la
biopolítica neospinozista.
Por tanto, Foucault extrae de la epistemología biológica algunas
correcciones de rumbo muy importantes para el replanteamiento

90
GENEALOGÍA DEL GOBIERNO POLÍTICO DE LAS VIDAS

crítico de la biopolítica. Ante todo, la apertura desde una lógica in­


manente y, sin embargo, normativa: la vida produce normas en su
adaptación incesante. Es interesante observar cómo Foucault iden­
tifica el área de la transformación en una zona gris, no transparente,
intermedia entre los dispositivos biopolíticos que estructuran la
subjetividad: un campo más confuso en el que «una cultura, librán­
dose insensiblemente de los órdenes empíricos que le prescriben sus
códigos primarios, instaura una primera distancia con relación a
ellos, les hace prever su transparencia inicial, cesa de dejarse atrave­
sar pasivamente por ellos, se desprende de sus poderes inmediatos e
invisibles, se libera lo suficiente para darse cuenta de que estos órde­
nes no son los únicos posibles ni los mejores [...] Hay cosas que en
sí mismas son ordenables, que pertenecen a cierto orden mudo [...]
El ser en bruto del orden. En nombre de este orden se critican y se
invalidan parcialmente los códigos del lenguaje, de la percepción, de
la práctica» (pc, pp. io-ii; trad. esp. 6). La realidad, para transfor­
marse, entra en contacto con su orden/norma mudox como en el
institucionalismo, el orden es un hecho constante de la realidad que
se modifica incesantemente en un espacio que no es aquel del mo­
delo normativo, sino el opaco de las praxis, formalizadas, pero con
márgenes de opacidad entre los cuales se transforman.
Esto significa que la crítica y la resistencia son siempre internas
y determinan un potenciamiento del poder mismo, ya que no existe
un afuera sino más bien un pliegue que en suma refuerza la relación
de poder. Surge así la cuestión principal de la interpretación de la
biopolítica foucaultiana, desde el momento en que la subjetividad
es, con respecto a la existencia, «exceso», condicionada por las con­
diciones de posibilidad (concretas, situadas, no universales como en
Kant, mas cuasi-trascendentales) del proceso de subjetivación. Hay
un pliegue del poder o de la influencia normalizante que, sometien­
do, suscita la receptividad activa del gobernado: este movimiento
produce la subjetivación, el descarte de la subjetividad respecto a lo
factual. Prácticas no subjetivas gobiernan las instituciones en una
forma de gobierno «acéfala» de las vidas que normaliza y somete
subjetivando en una forma que es irreductible al sujeto de derecho,
autónomo y voluntario. Es el espacio mudo del institucionalismo,

9i
BIOPOLÍTICA

intermedio entre formas y legitimaciones, que gobierna, controla y


sostiene orientando las vidas, las necesidades, las pasiones.
Esta es la red biopolítica sobre la que es difícil situar las clásicas y
liberales «cuestiones de justicia». Rige esta red la ratio utilitarista, eco­
nómica, dominada también implícitamente por el concepto de valor.
Valor que —y volvemos a la especificidad del saber biológico— está
sometido a la fitness, a la continua adaptación de la vida misma, que
presupone el valor de la supervivencia, del incremento de la potencia
vital. El sentido de la norma y de la institución biopolítica no es aquel
tanatológico de la exclusión, sino aquel inclusivo: el vínculo que asi­
mila individuos desordenados y desviados reconduciéndolos al proce­
so productivo, formativo.

GENEALOGÍA DE LAS FORMAS DE GOBIERNO

Para Foucault, la específica racionalidad biopolítica emerge en las


actuales sociedades neoliberales cuando se disuelve la marcada hete-
ronomía de los procesos disciplinarios. Solo hoy —en la socializa­
ción de la política y en la economía capitalista liberal— la dinámica
de las subjetividades, que pliegan activamente el poder que las so­
mete, asume plenamente significado. La libertad y la autonomía del
individuo devienen condiciones maestras de los dispositivos de go­
bierno.
La reconstrucción genealógica delinea un recorrido diferente de
la autorrepresentación moderna de una teología política seculariza­
da: persiste, a partir de las fuentes orientales y bíblicas, un paradig­
ma teolágico-oikonomico de gobierno de las vidas y de las almas en el
que gobernar no es una política sino una economía. Economía (para
los teólogos pronoiy providencia) es un paradigma pragmático en el
interior de un plano providencial, original del pastorado y que, a
través del Estado administrativo de los siglos xvi y xvii, gradual­
mente se ha gubemamentalizado (stp, pp. 88-92; trad. esp. 115-117)
en la economía contemporánea.

92
GENEALOGÍA DEL GOBIERNO POLÍTICO DE LAS VIDAS

Del gobierno pastoral a la Polizei y al liberalismo

La genealogía de esta economía de gobierno se halla en el pastorado


cristiano premoderno, en la conexión de potestas et benevolentia del
derecho canónico. En el pastorado —disciplina de los cuerpos y go­
bierno de las almas— emerge una familia de instrumentos conceptuales
de la bipolítica que atraviesa las diversas formas de gobierno y persiste
aún hoy en el léxico económico-empresarial y médico. Ya hemos se­
ñalado el esquema sinóptico (cfr. suprd).

i. Elfin. En el pastorado, el fin es la salvación física y espiritual de


los gobernados. El poder pastoral es por definición benéfico ha­
— cia los menores a salvar y cuidar, proteger y promover: pouvoir
bienfaisant cuyo objetivo es la salutdu troupeau (stp, p. 130; trad.
esp. 132). En consecuencia, cuidado, diligencia, poder oblativo.
Cuando el pastorado se seculariza, la soberanía, que remitía al
solo ejercicio de sí misma (stp, p. 106), en cuanto biopolítica,
adquiere una finalidad convenable. Este fin es externo al gobier­
no: está en la naturaleza del objeto gobernado, «debe buscárselo
en la perfección o la maximización o la intensificación de los
procesos que dirige» (stp, 103; trad. esp. 107). El carácter finali­
zado y, por tanto, técnico del gobierno lleva consigo el debilita­
miento de los problemas de origen, fundamento y legitimidad,
correlativos al modelo soberanía/derechos, a favor de la eficacia;
al binomio legítimo/ilegítimo lo sustituye la pareja éxito/fracaso.
A este aspecto técnico está conectada la disolución nominalista
del Estado en las técnicas y procedimientos estratégicos, regidos
por una lógica eficientista y económica.

11. La relación con la verdad. Cada gestión gubernamental se refiere


a discursos con pretensión de verdad (se podría invertir el lema
hobbesiano: veritas non auctoritas facit legem> donde la verdad es
la regla natural, insta propia principia^ que hace eficaz la inter­
vención). ¿Quién sabe la verdad? Esta es la clásica pregunta
nietzscheana para identificar la racionalidad estratégica de los
dispositivos de poder: la respuesta es una.

93
BI OPOLÍTICA

hi. Jerarquíaestructurada sobre la competencia, sobre la expertises del


pastor, del médico, del asesor económico, detentadores de sabe-
res/poderes, que hablan no en su propio nombre como el sobe­
rano, sino en nombre de un saber verdadero acerca de la vida
buena, la salud, el bienestar o el beneficio.

iv. Sujeción/subjetivación: no hay una subjetividad donante de senti­


do. Si los sujetos se encuentran en el punto de intersección entre
prácticas sociales y regímenes de verdad, es fundamental recono­
cer los modos en que los individuos se vinculan a las verdades o
a las formas que reconocen como verdaderas: la forma en la que
se dejan persuadir, la relación de confianza que los constituye.

Pastorado

En el régimen pastoral, la verdad se halla en la pronoia!providencia


que diseña una economía de salvación. La jerarquía confiere al obis­
po-pastor, que conoce e interpreta la verdad providencial, la tarea de
gobernar, no para su beneficio, sino —este es el principio de la in­
versión sacrificial— en nombre y para el bien del gobernado, para la
salvación de quien el pastor puede sacrificar la vida.
El poder/gobierno es servicio. Gobernar es servir, poner en mar­
cha el plan de salvación, obedeciendo no menos que el gobernado.
(Se ha de prestar atención al léxico de los deberes, de servicios, que
del pastorado pasa al gobierno democrático e, incluso, a las prácticas
económicas actuales fuertemente connotadas por la idea de propor­
cionar servicios, aunque con beneficio). A través de las prácticas de
la confesión y de la dirección espiritual, el pastor, para Foucault, se
dirige a la neutralización de la voluntad, a una obediencia en sis a una
confianza obligatoria que replica la obediencia del pastor mismo en
1 >11 11
La sujeción que transmite la obligación de obediencia en sí da
lugar a un tipo de subjetivación que pivota sobre una refinada tec­
nología de producción de la verdad secreta sobre uno mismo, inte­
rior: «un sujeto subjetivado por la extracción de verdad que se le

94
GENEALOGÍA DEL GOBIERNO POLÍTICO DE LAS VIDAS

impone» (stp, p. 141; trad. esp. 184). De forma diversa al proceso de


subjetivación griego centrado en el autogobierno y matriz de la ra­
cionalidad política occidental, tenemos aquí la pista—a través de la
sujeción completa y la dependencia absoluta de la obediencia como
fin en sí mismo, propia de la tecnología pastoral— de una subje­
tivación inédita, que se construye por destitución del sujeto. Natu­
ralmente, para Foucault no se trata de contraponer a este proceso de
vaciado un núcleo positivo, una libertad del sujeto (Karsenti, 2006,
p. 87), sino de señalar la aporía del afuera, el pliegue de la subjetivación.

Polizei y disciplina

Foucault ubica la crisis del pastorado en las contra-conductas o in­


surrecciones del siglo xvi. Respecto al pastorado, la Razón de Esta­
do parece una innovación, «un escándalo» (stp, p. 177; trad. esp.
23$). La salvación se seculariza y se afirma en el signo de la deroga­
ción, de la excepción, de la necesidad, de la violencia y de la teatra­
lidad.
El fin es el Estado mismo, su salvación, su bienestar. Y es la Poli­
zei, el aparato administrativo del soberano, quien sabe la verdad y
actúa en su nombre bajo el signo de la necesidad^ del cálculo econó­
mico, de la urgencia que es inherente a las cosas. Se producen verda­
des: las ciencias estadísticas definen el número de los afiliados, sus
necesidades vitales, la alimentación, la salud, el umbral de tolerancia
del número de pobres y de desviados, los riesgos, las profesiones.
Gestionar todo esto implica conocimientos y decisiones en cual­
quier modo sustraídas a cada contratación: primarias, vitales.
Los dispositivos de disciplina tienden a optimizar la producti­
vidad de los cuerpos haciéndolos dóciles, subordinados al fin co­
mún de la salvación del Estado: la norma/verdad está en el modelo
que informa los cuerpos sometidos (anatomopolítica), los regula de
modo concentrado, rígido, evitando dispersiones. El modelo de nor­
ma disciplinar es aplicable también a la producción industrial for-
disra. Corresponde al estado de necesidad suspender la ley, el estado
de excepción y de emergencia. La economía deviene, en el mercanti-

95
biopolìtica

lismo y en las formas de intervencionismo estatal, objeto de gobier­


no aparte de la lógica económica del gobierno de las vidas.

Liberalismo

Foucault abre el curso Nacimiento de la biopolitica con el umbral de


la fase fisiocrática y, después, liberal*, se trata de una transformación
que da lugar a la gubernamentalidad biopolitica en sí misma.
La veridicción no pertenece a un soberano que determina la re­
gulación; la verdad —como el saber biológico y el económico afir­
man— está en la naturaleza, en la autonormatividad espontánea del
cuerpo social, esto es, de todos y cada uno, en su autorregulación
inmanente: verdad y norma se encuentran en los mecanismos es-
I
energía. haciéndolo la condición de la libertad liberal— no la cono­
ce: ontologiza su impotencia y ceguera respecto a la verdad.
Esta revolución del saber es una revolución del poder, es la socia­
lización de la política. Entonces, la biopolitica asume plenamente la
economía política como lógica de gobierno (nb, p. 25; trad. esp. 26),
pero también como campo de acción. En tensión antagonista con el
dirigismo mercantilista de la Polizei, mas también del Welfare —en
los que la politización de la economía promueve el potenciamiento
de las poblaciones según necesidades que el Estado conoce y armo­
niza mejor que los individuos y que es, por tanto, técnica de gobier­
no estatal—, la fisiocracia y después el liberalismo presentan dispo-

contrapoderes respecto al poder del soberano, poderes antagonistas


que piden menos gobierno exógeno y más autorregulación. Si la
gubernamentalidad biopolitica mantiene «el objetivo del crecimien­
to simultáneo, correlativo y convenientemente ajustado a la pobla­
ción» (ibid.), la economía política le proporciona la verdad/saber
paralela a la ciencia biológica: emerge un cuadro ambivalente de
autogobierno o de minimización del gobierno, mas también de he-
teronomía necesaria para protegerse contra el desorden que el auto­
gobierno genera.

96
GENEALOGÍA DEL GOBIERNO POLÍTICO DE LAS VIDAS

Paradójicamente, de hecho, habrá necesidad de más gobierno


para gestionar el aumento de libertad de actuar con seguridad, res­
taurando los equilibrios que las dinámicas sociales alteran incesan­
temente. «La nueva razón gubernamental tiene necesidad de libertad,
el nuevo arte gubernamental consume libertad. Consume libertad: es
decir que está obligado a producirla. Está obligado a producirla y
está obligado a organizaría [...] Entre la producción de libertad y aque­
llo que, al producirla, amenaza limitarla y destruirla» (nb, pp. 65-66;
trad. esp. 72). Esta tensión es la «economía de poder propia del libe­
ralismo [,..] Seguridad/libertad que debe garantizar que los indivi­
duos o la colectividad estén expuestos lo menos posible a los peli­
gros» (nb, p. 68; trad. esp. 74). También aquí «el éxito o el fracaso
reemplazarán entonces la división legitimidad/ilegitimidad» (nb,
p. 28; trad. esp. 29).
Foucault no está interesado en cuánta verdad halla en el natura­
lismo económico del mercado liberal, sino en cuántos nuevos equi­
librios de fuerzas estructura este régimen de enunciados. Es cierto
que, en Foucault, el liberalismo asume su rol de contrapoder, que
juzga y sopesa en términos de demasiado o menos el gobierno estatal
con un criterio externo que limita la invasividad: en línea, por
tanto, con su autorrepresentación, que desplaza sobre el mercado el
espacio de veridicción (nb, p. 39; trad. esp. 42), donde se verifican
ajustes espontáneos, pacíficos y eficaces.
£1 juego del liberalismo está en la demanda de menos gobierno,
de limitación de la política bienfaisant, protectora y dirigista del
Estado: juego arriesgado, que hace necesarios dispositivos de seguri­
dad crecientes para compatibilizar los intereses individuales y el or­
den sumario del mercado. Las crisis de gobernabilidad son conti­
nuas y las respuesta también muy diversas.

1. El análisis del liberalismo de la escuela de Friburgo —que reaccio­


na a la catástrofe del Estado nazi y su modelo de invasión dirigista
con un decidido giro neoliberal— hace emerger la nueva función
legitimante de la economía de mercado que, más eficazmente que
las declaraciones jurídicas y los procesos democráticos, cumple la
función de principio concreto (nb, p. 86; trad. esp. 99) para limitar

97
BIOPOLÍTICA

la intervención del Estado en la esfera individual, testimoniando


cómo el nacimiento de la biopolítica genera un neto redimensio-
namiento de la política respecto a la economía. Por otra parte, no
se trata de la clásica «verdad» del laissezfaire, sino de una vigilancia
activa destinada a restaurar la concurrencia —forma, esta sí, «ver-
dadera», racional de la relación económica— que en la historia
empírica deriva hacia formas monopolísticas. Tas intervenciones
para el mercado mismo no son sobre el mercado, sino sobre las

entendida no como modelo, sino como modificable a través del

La única ica social es la búsqueda del fin, el crecí-


miento c orecida por la intervención del Estado,

dos socialistas o asistenciales: no se interviene sobre los mecanis­


mos del mercado, sino sobre las condiciones sociales para que los
mecanismos competitivos puedan desarrollar su rol regulador.
La reconstrucción foucaultiana subraya la revalorización del pa­
pel activo, emprendedor, de los individuos, de las pequeñas co­
munidades, de los poderes múltiples y sociales desde abajo: «des­
plazar el centro de gravedad de la acción gubernamental hacia
abajo» (nb, p. 153; trad. esp. 160) es la auténtica socialización y
democratización de la Vitalpolitik, política de la vida (ibid.\ cfr.
Rustow, 1951), término que Foucault emplea en lugar de biopo­
lítica, hasta ahora identificado negativamente como biopoder,
gestión de las vidas de los otros.

Es evidente, por tanto, la duplicidad que el pensamiento biopo-


lítico postfoucaultiano utilizará ampliamente entre biopoder
(poder sobre la vida) y biopolítica/ Vitalpolitik (política de la
vida), en sentido activo: naturalmente esta apertura liberal de
Foucault omite los aspectos de gobierno de las vidas que el mer­
cado tardocapitalista implementa directamente. En este lugar,
Foucault subraya la potencia creativa.

98
GENEALOGÍA DEL GOBIERNO POLÍTICO DE LAS VIDAS

II. Culturalmente penetrante y de gran capacidad de estructuración


de las subjetivaciones, el neoliberalismo de la escuela de Chicago
es tanto un régimen de verdad, una forma de saber, como un
modo de pensar, un tipo de relación entre individuos» un estilo
de vida. Su centro está en la idea de capital humano, que permite
interpretar en términos económicos lo no-económico, esto es,
extender el dispositivo de mercado a todas las relaciones sociales
(cfr. Friedman, 1962; Hayek, 1960).

El valor trabajo —reducido, en la teoría clásica, sobre el factor


tiempo y empobrecido de su variable cualitativa, humana, de
acción— se replantea. El análisis económico desplaza su aten­
ción de los mecanismos de producción, intercambio y consumo,
al estudio de las «decisiones sustituibles», esto es, a la ratio, a la
lógica decisional con la que están asignados recursos escasos so­
bre fines entre sus concurrentes (nb, p. 183; trad. esp. 224).
Quien trabaja, quien produce es cualquiera que actúa, elige, cal­
cula, decide invertir sus propios recursos, también en términos
de labor, fatiga: análisis de una agency, esto es, de un poder. El
trabajador es un sujeto activo. Capital humano es el conjunto de
elementos físicos, psicológicos, culturales —la vida— puestos en
buen uso, invertidos para ganar, para valorizar la propia vida. El
capital es el viviente productivo que se da en los términos de
energía, actitud, competencia: un poder-hacer inseparable de quien
lo vive. Capital es poder y saber hacer cualquier cosa, y la actividad
viene pensada como empresa, unidad-empresa. No interesa el
mercado como espacio de intercambio, sino d homo oeconomicus
CDjmo_emprendedor de sí mismo, de la propia vida, dotado de

cación, salud, sobre las que se puede invertir para valorizar, para
generar empowerment. Se podría, quizás, avanzar que la escena
descrita por Foucault eclipsa una persistencia de los caracteres
pastorales y heterónomos, de desigualdad fiduciaria-experta en
el interior de la misma actividad económica que la autorrepre-
sentación pone bajo el signo del libertarismo. La gubernamentali-
dad pastoral presenta, hoy, una nueva actualidad. No en el exceso

99
biopolìtica

del gobierno intervencionista estatal, sino en la gestión flexible y


personalizada, capaz de estructurar cuerpos y deseos que los
múltiples polos del poder social, económico y comercial ejercen
ante todo por medio de agencias de asesoramiento, de expertise y
de ratings indispensables en la elección.

AMBIVALENCIAS EN LA BIOPOLÍTICA DE FOUCAULT

Si recorremos el discurso asistemático, genealógico, desarrollado


por Foucault, la biopolítica emerge sobre una cresta de ambivalen­
cias que el filósofo no ha querido dirimir y que muestran un nodo
de intrínseca complejidad.
Los autores que, después de Foucault, han seguido sus investiga­
ciones, han conservado esta ambigüedad o, incluso, han intentado
disolverla. Para centrarnos en su naturaleza, podemos intentar sin­
tetizarla en la tensión —no explícitamente foucaultiana— entre
biopoder y biopolítica, entre una biopolítica del carácter selectivo y
una última instancia tanatológica: la gestión sobre la vida por parte
del poder, y una versión biopolítica afirmativa, la potencia de la vida,
la política de la vida. Debemos confrontarnos con estas lecturas.
Basta ahora con evidenciar cómo se presentan en los escritos y en
las lecciones foucaultianas las líneas que justifican una lectura afir­
mativa de la biopolítica: tanto el carácter productivo del poder, so­
bre el que Foucault insiste mucho, ’ 1 ~ ‘ '
normación activa en relación al mi I I y*** I

comportan una afirmatividad de 1


Si retrocedemos al texto de partida Voluntad de saber, el análisis
de la sexualidad, dispositivo clave del poder biopolítico que enlaza
la disciplina y la regulación en el doble nivel individual y de la po­
blación, nos damos cuenta de que se revela una refinada construc­
ción de la subjetividad, en la que el cuerpo sexuado deviene la «cifra
de la individualidad» y la vía de acceso a su gobierno.
No obstante, Foucault niega la hipótesis represiva del poder en
la forma de Reich o Marcuse, en cuanto —y este es el eje teórico—
se funda sobre una naturalización que lo sustrae a la contingencia y

ioo
GENEALOGÍA DEL GOBIERNO POLÍTICO DE LAS VIDAS

la política. Nota, no obstante, que este dispositivo naturalista —el


placer, la libido— ha dado un gran impulso a las luchas antidiscipli­
nares de los años sesenta y setenta. La naturalización —que identi­
fica un sustrato «bueno», «rico», «por debajo del interdicto sexual, la
frescura del deseo» (de ii, pp. 264-265)— ofrece a la resistencia un
terreno, biosy que, estando en verdad construido por el biopoder
para gobernar las subjetivaciones, se libera de las constricciones e
identificaciones para imaginar un sí creativo. Esto es lo que sucede
con las luchas feministas y en la naturalización identitaria de las lu­
chas sociales, típica de nuestro último período. «Y contra este poder
aún nuevo en el siglo xdc, las fuerzas que resisten se apoyaron en lo
mismo que aquél invadía —es decir, la vida del hombre en tanto
que ser viviente—. Desde el siglo pasado, las grandes luchas que
ponen en tela de juicio el sistema general de poder ya no se hacen en
nombre de un retorno a los antiguos derechos ni en función del
sueño milenario de un ciclo de los tiempos y una edad de oro. Ya no
se espera más al emperador de los pobres, ni el reino de los últimos
días, ni siquiera el restablecimiento de justicias imaginadas como
ancestrales; lo que se reivindica y sirve de objetivo es la vida, enten­
dida como necesidades fundamentales, esencia concreta del hom­
bre, realización de sus virtualidades, plenitud de lo posible. Poco
importa si se trata o no de utopía; tenemos ahí un proceso de lucha
muy real; la vida como objeto político fue en cierto modo tomada
al pie de la letra y vuelta contra el sistema que pretendía controlarla.
La vida, pues, mucho más que el derecho, se volvió entonces la
apuesta de las luchas políticas, incluso si éstas se formularon a través
de afirmaciones de derecho. El “derecho” a la vida, al cuerpo, a la
salud, a la felicidad, a la satisfacción de las necesidades; el “derecho”,
más allá de todas las opresiones o “alienaciones”, a encontrar lo que
uno es y todo lo que uno puede ser, este “derecho” tan incompren­
sible para el sistema jurídico clásico, fue la réplica política a todos
los nuevos procedimientos de poder que, por su parte, tampoco
dependen del derecho tradicional de la soberanía» (vs, pp. 128-129;
trad. esp. 153-154).
¿Pero todos estos «derechos» que pivotan sobre la potencia (la
palabra «poder» queda para designar la sujeción) del cuerpo no nos

101
BIOPO LÌTICA

reconducen exactamente a las páginas dedicadas al capital humano


en el tardoliberalismo, que delinean una subjetivación en términos
de emprendimiento, de riesgo, de autorrealización? ¿No es este el
sentido de una potencia siempre «interna» a los dispositivos que la
provocan, la gestionan, la incitan, pero también la orientan, la suje­
tan a sus códigos? La potencia, «el dominio, la conciencia de su
cuerpo no han podido ser adquiridos más que por el efecto de la
ocupación del cuerpo por el poder [...] en la línea que conduce al
deseo del propio cuerpo mediante un trabajo insistente, obstinado,
meticuloso que el poder ha ejercido sobre el cuerpo de los niños, de
los soldados, sobre el cuerpo sano. Pero desde el momento en que el
poder ha producido este efecto, en la línea misma de sus conquistas,
emerge inevitablemente la reivindicación del cuerpo contra el cuer­
po Aquello que hacía al poder fuerte se convierte en aquello
por lo que es atacado [...] El poder se ha introducido en el cuerpo,
se encuentra expuesto en el cuerpo mismo [...] ¿Cómo responde el
cuerpo? Por medio de una explotación económica (y quizás ideoló­
gica) de la erotización, desde los productos de bronceado hasta las
películas porno [...] En respuesta también a la sublevación del cuer­
po, encontraréis una nueva inversión que no se presenta ya bajo la
forma de control-represión, sino bajo la de control-estimulación»
(Foucault, 2001b, pp. 150-151; trad. esp. 104-105). Es así que se puede
leer la capacidad del poder de estimular e incluir en sí mismo una
resistencia que fortalece la lógica, la vitalidad naturalista, una ener­
gía precedente al biopoder que, reactivada en el interior del código
de gobierno, escapa a la colonización para «fabricar otras formas de
placer, de relaciones, de convivencias, de vínculos, de amores y de in­
tensidad» (de 11, p. 261). Los ganglios de la biopolítica, en la mezcla
de corporeidad y economización, aparecen como saberes sujetados
que se hacen resquebrajabas, permeables.
Foucault sostiene la ineficacia teórica del dualismo biopoder-
biopolítica. La potencia es coextensiva al poder, no es lo otro salvaje,
quizá no es tampoco el residuo de naturalidad, la excedencia: es in­
trínseca al poder y colusiva al dispositivo que la gobierna por medio
del proceso de subjetivación.

102
iv. En una perspectiva biopolítica.
Los estudios sobre el gobierno

Los estudios de Foucault han irrumpido en relación con el concep­


to de biopolítica y han abierto perspectivas muy fecundas. Algunas de
estas, como veremos, pueden considerarse nuevos recorridos con­
ceptuales; otras extienden el paradigma foucaultiano de la biopolíti­
ca a estudios históricos o a áreas conceptuales que, con Foucault en
vida, estaban comenzando a delinearse y que, hoy en día, se han
posicionado de forma preeminente en el centro de atención, reve­
lando la extraordinaria capacidad heurística de aquel concepto, pero
acentuando su ambigüedad. En este capítulo trataremos este segun­
do grupo de intervenciones.

ASEGURAR LA VIDA: NEW DEAL Y ESTADO SOCIAL

El Welfartj dispositivo biopolítico que ha implementado una ges­


tión y economización de las vidas en el interior de los regímenes li­
berales y socialdemócratas, no ha estado en el centro de los estudios
foucaultianos. Aunque este modus de gobierno entre pastorado y
estatalización, entre disciplina y aparatos de seguridad y de previ­
sión, lo hace ejemplar. Foucault subrayó su recuperación simultánea
a los años de la segunda guerra mundial con la adopción, en 1942,
del plan Beveridge, que supuso la puesta en marcha de un programa

103
biopolìtica

político orgánico de protección de la vida y de la salud de los ciuda­


danos que pivotaba sobre la noción de riesgo (nb, pp. 66 y ss.; trad.
esp. 72-73).
Los estudios de François Ewald (1986), Jacques Danzelot (1984)
y Robert Castel (2007 [1995]), conceptualmente internos al pensa­
miento foucaultiano, adoptan la biopolitica para interpretar y pro-
blematizar las dinámicas del Estado social. También Pierre Rosanva-
llon (1981) asume la perspectiva biopolitica para rastrear la nueva
norma sobre la vida en el pliegue de seguridad y de previsión de la
política. El nodo conceptual asumido y desarrollado en estos estu­
dios es el de la productividad del biopoder, dirigida a extraer cada
vez más fuerza del viviente. Todos estos estudios valoran la modali­
dad gubernamental, la ascendencia pastoral de este poder, su natu­
raleza oblativa y, al mismo tiempo, productiva de subjetivación, que
vienen traducidas después, no sin cierta ambigüedad, en términos
de derechos sociales.
Cuando la gubernamentalidad liberal, en una socialización acti­
va cada vez más amplia, determina estados de desequilibrio social,
disfunciones, costes y riesgos, la biopolítica desarrolla técnicas de
seguridad y regulación compensatorias. Los estudios sobre el Estado
social, desde Bismarck hasta Napoleón m, muestran un incremento
paralelo de las técnicas de seguridad social y de las prácticas de me-
dicalización: se quiere inducir a los sujetos, por medio de la provi­
dencia y el ahorro, a precaverse de los infortunios y de las enfer­
medades y a frenar sus consecuencias, previendo las enfermedades
hereditarias, familiares, ambientales, a través de normas higiénicas y
eugenésicas.
\ social, el New Peal representa el máxi­
mo despliegue de dispositivos de gobierno y de intervención econó-

braya la gran capacidad del Welfare de estructurar las subjetivaciones


insertándolas orgánicamente en un modelo normativo-disciplinar:
el trabajo) su disciplina productiva fordista/taylorista (cfr. Fraser,
2003), es el dispositivo que identifica a los sujetos y da acceso a de­
rechos y garantías sociales, con efectos de integración pero también
de exclusión y marginalización en el mismo ejercicio de ciudadanía

104
EN UNA PERSPECTIVA BIOPOLÍTICA

(cfr. Revelli, 2006, pp. 72 y ss.; Bazzicalupo, 2008, pp. 61 y ss.). La


organización taylorista del trabajo mide el tiempo en las vidas de los
sujetos. Los forja como potenciales consumidores de productos y de
tiempo libre en las vacaciones, «el trabajo financia el acceso a la
cualidad hombre en cuanto tal [...] [las vacaciones pagadas son] una
revolución cultural que va más allá de su carácter de conquista so­
cial, se trataba de poder cambiar de vida y las razones para vivir
aunque solo durante algunos días» (Castel, 2007, pp. 341-342, cursi­
va mía). Imaginario social, roles, identificaciones, deseos y necesida­
des son producidos de forma acentuadamente heterónoma y homo­
génea para hacer predecible los gastos a gran escala. Foucault, por
otra parte, en Hastie illimité, había mostrado los efectos perversos
del Estado asistencial-asegurador en la producción de subjetivida­
des dependientes y des-responsabilizadas: «se ha constituido un
sistema de no-derecho con efectos des-responsabilizantes, de su­
misión de los individuos a una tutela y del mantenimiento de un
estado de minoría; y cuanto más se acepta, más justificado queda,
de un lado, por toda una serie de funciones protectoras y de seguri­
dad, y de otro, por un estatuto científico y técnico» (de ii, p. 275).
A su vez, Richard Titmuss —después de haber subrayado el alcan­
ce biopolítico del programa Social Insurance and Allied Services de
Beveridge, significativamente contemporáneo a las medidas eugenési-
cas del nazismo y su «demoestrategia» para suscitar consenso— seña­
la el efecto de mutación antropológica y de producción de nuevas
subjetividades en el Welfare*. con la creciente supervivencia a situa­
ciones de dificultad y dependencia, tales como el desempleo, la en­
fermedad, «un número cada vez mayor de personas experimenta en
uno de los momentos de su vida el proceso de selección y de ser
descartado en el colegio, en el trabajo, en la instrucción profesional,
en la adquisición de un estatus profesional, en el ascenso en la carre­
ra, en el intento por acceder a un fondo de pensiones» (Titmuss, 1986,
p. 52). El aspecto que perdura en los efectos biopolíticos sobre las
vidas de las personas comprende, junto a la consolidación de las clases
pudientes, una creciente zona de depresión social en las periferias
urbanas: aumentan los enfermos crónicos y los parados o subem­
pleados, que son categorías no amparadas por los sindicatos.

105
BIOPOLÍTICA

Pierre Rosanvallon (1981) reconstruye genealógicamente la rela­


ción entre el Estado moderno protector y el Welfare, delineando la
parábola de la regulación social, biopolítica y administrativa, hasta
la crisis del Estado asistencial.
François Ewald hace del État providence (1986) el vértice de la
gestión biopolítica institucionalizada: la economización progresiva
del paradigma asegurador social, esto es, ni público ni privado, de­
termina clasificaciones, nuevas identificaciones, controles adminis­
trativos, verificaciones intrusivas que no dejan zonas de sombra, de
privacy. Para Ewald, esta gestión invasiva de la vida entera no tiene
una matriz totalitaria: de acuerdo con lo que sostendrá el sociólogo
Nikolas Rose a propósito de las políticas de la salud, estas prácticas
no se inscriben en un cuadro totalitario; sin embargo, no carece de
importancia que el desarrollo paroxístico del vínculo biopolítico-
asegurador del liberalismo muestre una ambigua afinidad con aque­
lla trágica experiencia histórica y arroje una sombra sobre la demo­
cracia.
Para Ewald, en la sociedad biopolítica el vínculo social se reduce al
hecho de la desconfianza y el peligro {ibid, p. 217). Y es por medio del
criterio del riesgo potencial que se forman estadísticamente los gru­
pos, en cuyo interior cada uno es monitorizado antes de nacer y des­
pués educado en la higiene, instruido, controlado en la dieta, en los
consumos, en los excesos. El derecho —dice Ewald— se disuelve en
una plétora de procesos, negociaciones, convenciones, conciliacio­
nes, arbitrajes, mediaciones, orientándose hacia sistemas de gover­
nance de incierta contratación, en una continua revisión de reglas,
con actores públicos y privados variables, mientras las decisiones
políticas son confiadas a técnicos y comunicadas al público sin que
se pueda discutirlas. El principio jurídico liberal de la responsabili­
dad se sustrae a los criterios de justicia y se dirige hacia una especie
de «culpa sin responsabilidad»; la responsabilidad del daño, de he­
cho, ya no imputada subjetivamente, se resuelve en el resarcimiento
asegurador, ya sea desde un punto de vista simbólico como material.
El Estado social es una forma nueva de contrato social en el que el
público asume la responsabilidad, de-responsabilizando a los ciuda­
danos. Desde esta óptica, los derechos sociales, que son articulacio­

106
EN UNA PERSPECTIVA BIOPOLÍTICA

nes del inédito derecho a la vida, aparecen como dispositivos de


gobierno del viviente: la línea de separación ya no está entre libre y
no libre, sino entre la vida y aquello que la amenaza. «Con los dere­
chos sociales el problema de la liberación [de aquello que amenaza
la vida] ocupa el lugar de la libertad» (Ewald, 1986, p. 55).

RIESGO

En el nexo entre libertad producida y consumada, en la biopolítica


liberal, los aparatos de seguridad son «el principio de cálculo de ese
costo de producción de la libertad» (nb, p. 67; trad. esp. 73).
¿Es la cuestión de la seguridad el elemento de continuidad entre
el intervencionismo del Welfare y la des-regulación neoliberal? Sí, si se
observa la centralidad, en todos estos estudios, del aparato asegura­
dor, para cuya comprensión resulta fundamental la noción de riesgo.
En la fase del liberalismo avanzado, el riesgo, producido e incen­
tivado como factor de emprendimiento y signo de libertad, se indi­
vidualiza y la seguridad cumple su papel. Predecirlo y regularlo
compete a los individuos: autogestión de las enfermedades, de los
accidentes, de la inadaptación vivida en autoaislamiento incluso an­
tes de que ocurran procedimientos de exclusión. La responsabilidad
es personal, no social: «el conjunto de dispositivos de protección
social parece hoy atravesado por la tendencia a la individualización
o a la personalización desde el momento en que tiene como objetivo
vincular el otorgamiento de una prestación a la consideración de la
situación específica y de la conducta personal de los beneficiarios.
Un modelo contractual de intercambios recíprocos entre quienes
piden recursos y quienes los procuran sustituiría así, en última ins­
tancia, el estatuto incondicional del derechohabiente» (Castel,
2004, p. 84). Los ciudadanos están invitados a co-producir su bien­
estar y su seguridad, y esto, si por una parte atenúa la sujeción al
conformismo burocrático, por otra disuelve las identidades y hace
al individuo maleable frente a la influencia de poderes estructurados
como la industria farmacéutica. Explota, en esta fase, la ambivalen­
cia que Foucault había delineado y a la que miraba con cierto opti-

107
biopolìtica

mismo como una fuente de resistencia: en el cuadro veraz del máxi­


mo de libertad, de agency^ se verifica una pasivación, una des­
politización del viviente, un vaciado de sus opciones cognitivas, de
sus deseos y preferencias psico-afectivas, investidos todos por un
poder persuasivo que los suscita para después gestionarlos, coloni­
zarlos. Prolifera, sin duda también, la voluntad de saber, para cono­
cer y neutralizar los riesgos. Percibir el peligro en el campo higiéni­
co, en la desviación social, y mantener, juntos, la demanda de ser
menos gobernados son los vectores que circunscriben el nuevo or­
den biopolítico.

GUBERNAMENTALIDAD BIOECONÓMICA: EL DISPOSITIVO DEL


TRABAJO/CAPITAL HUMANO

En el ocaso del Welfarey la biopolítica asume un giro que se puede


calificar de bioeconómico en el sentido de una inoculación estruc­
tural y dirigida de lo económico sobre las dinámicas del viviente. La
matriz económica —devenida, según lo dispuesto por la escuela de
Chicago, principio de inteligibilidad general de la sociedad— se
aplica también a fenómenos no económicos. Se puede, entonces,
hablar de un radical gobierno económico del viviente (Bazzica-
lupo, 2006).
Como comenta Deleuze (2000), nos encontramos fuera del kan­
tismo legislativo, en una sociedad en la que serán optimizadas las
diferencias: el campo se dejará libre a los procesos osciladores, serán
tolerados individuos y prácticas minoritarias en un sistema de geo­
metría variable. La economía, teóricamente afín a la biología, se
define como ciencia de la sistematicidad de las respuestas a las varia­
bles del miliew. se incluyen todas las técnicas y los mecanismos de
refuerzo objeto de investigación de los estudios de biopolítica social
y tecnocrática, sobre los que nos hemos detenido en el capítulo 1.
Aceptar la realidad^ adaptarse a las modificaciones del ambiente
—carácter propio del nuevo homo ceconomicus— significa ser per­
meable a las modificaciones de las condiciones, flexible, y, en con­
secuencia, paradójicamente gobernable, en el seno del imaginario

108
EN UNA PERSPECTIVA BIOPOLÍTICA

más autogobernable y autorrealizativo que jamás se haya dado


(Sennett, 1999). Esta gobernabilidad se extiende a lajsntera vida en
la fase actual —acaecida en los años r ’ ’ ’ ’’
t

Por lo tanto, son numerosos los estudios que han investigado la


acentuación de las ambigüedades, así como los efectos de continua
gubernamentalidad de las vidas.
En este capitalismo inmaterial, aquello que es «puesto en valor»
es un conjunto de comunicación, información, imaginación creati­
va, organización y relacionalidad social: Christian Marazzi (2002)
habla de «giro lingüístico de la economía». Producir y comunicar,
relacionar, servir también, se superponen. La unidad psicofísica del
viviente —ideas, emociones, comunicatividad, recuerdos persona­
les, cultura de grupo— está implicada directamente en actividades
largo tiempo pertenecientes a la esfera vital privada o a la política
activa —por las que esta se subordinaba al trabajo— y ahora comer­
cializadas, valorizadas en el dispositivo del mercado. Paolo Virno
subraya en este nuevo modelo de producción, que también es un
modelo social, el papel decisivo del general intellect, expresión mar­
xista para designar la productividad difusa del saber común, del
conjunto de conocimientos y lenguajes no atribuí bles a sujetos par­
ticulares, forzada en la comercialización. Virno (2003, pp. 111 y ss.)
ve en esta creatividad «general» no propia de nadie, que siempre ex­
cede el sometimiento al proceso de valorización capitalista, el punto
de resistencia al nuevo biopoder económico o, por lo menos, el lugar
del conflicto y de la contradicción que atraviesa la sociedad postfor­
dista y sus subjetivaciones.
Es reduccionista calificar como ideológica esta inversión de la pa­
sividad del trabajo taylorista en el papel de jugador activo de los pro­
pios recursos: se trata de un dispositivo que moviliza un conjunto de
prácticas (que suplen aquellas que estructuraban al trabajador «aliena­
do» en el capital ajeno), créditos bancarios personalizados, formas
contractuales adpersonara, técnicas societarias y fondos aseguradores
flexibles y, no menos importante, las retóricas de la autorrealización,
que cooperan para «disponer» los nuevos sujetos-trab ajado res en pla­
nos de vida diversos de aquellos estandarizados de sus padres.

109
BIOPOLÍTICA

Virno subraya que lo que se «organiza» en el nuevo dispositivo


del trabajo es la entera subjetividad humana, física y psicológica,
cultural y relacional, de cada individuo, que pone en juego la vida,
entrando con el propio «capital humano» en el combate estratégico
del mercado. Capital que coincide con quien lo detenta y lo usa, no
separable de su bíos, puesto en práctica y arriesgado sin reserva. Má­
quina productiva que pliega al capitalismo su energía deseante, di­
cen Deleuze y Guattari (2002, pp. 344 y ss.): siendo el deseo, como
había intuido Foucault, el motor secreto de las vidas, de los cuerpos
vivos puestos en juego. El nuevo doble vector de la comunicación
(información, creatividad, innovación dependiente de fuertes inver­
siones en recursos humanos) y de la terciarización (servicios, media­
ciones, producción de relacionalidad) sitúa en el centro mismo los
procesos de subjetivación: son propiamente los procesos de gestión
del cuerpo y de la mente, de hecho, los que hacen a los sujetos pro­
ductores creativos y, en conjunto, usuarios y consumidores de las
mismas tecnologías que potencian la expresividad, la actividad.
Cuanto más cognitiva e inmaterial deviene la economía, dirigida
a un mercado de servicios, tanto más el capital humano puesto en
juego abarca la entera unidad psicofísica del emprendedor-trabaja­
dor y tiene influencia, bioeconómica, sobre la articulación de sus
relaciones sociales, desestructurándolas y reproponiéndolas en la
forma de relaciones sociales adecuadas al mercado (Gorz, 1998,
pp. 92-94; 2003).
Biocontrol gestionado en primera persona sin que nadie sea res­
ponsable del proyecto general. Los individuos son colocados en un
campo de inmanencia indefinido, móvil, que los une en virtud de
su dependencia a eventos y mutaciones contingentes, y que produce
a su vez efectos no deseados (Beck, 2000; Beck, Giddens, Lash, 1999;
Giddens, 1994). Este nuevo dispositivo —el trabajo como capital
humano— dibuja un paradójico enlace entre la exaltación del mo­
mento activo y voluntario de la acción y de la eleción, y la opacidad
del sistema no totalizable; por tanto, no gobernable en cuanto tal.
Y esto no es todo. Como todos los dispositivos biopolíticos y, de
modo acentuado, cuando producen y consumen información, este
dispositivo selecciona las vidas por medio de un modelo de sujeto

no
EN UNA PERSPECTIVA BIOPOLÍTICA

autorr
bio económico; el dejar morir

ni
BIOPOLÍTICA

GUERRAS GLOBALES, MIGRANTES Y POLÍTICAS DE EXCLUSIÓN

El léxico de la biopolítica encuentra aplicación en el ocaso de los


instrumentos jurídicos tradicionales, inadecuados para regular una
situación internacional nueva. No se trata de la simple superación
de las tradicionales unidades políticas territorializadas y organiza*
das jurídicamente, en un escenario global, sino del diseño norma*
tivo de la idea moderna de Estado —la schmittiana identidad terri­
torial soberana— en espacios políticos móviles (Galli, 2001), Los
tradicionales entes territoriales están flanqueados, rozados, atrave­
sados tanto por la incontenible desterritorialización impresa por el
flujo de las mercancías y de las finanzas como por los potentes
flujos migratorios, con sus impactos culturales, que se prestan fá­
cilmente a definiciones en clave biológica y naturalizada. La esta­
bilidad del sistema/mundo se atestigua en una serie de conflictos
de naturaleza nueva que, a su vez, encuentran en el léxico biopolí-
tico las categorías adecuadas a la radicalización vida/muerte, catás­
trofe/salvación de lo que hay en juego: seguridad, miedo, terrorismo
(Brossat, 2003).
La guerra ya había adquirido en el segundo conflicto un perfil
nuevo, «total» (Jünger, 2004), con la disolución de las categorías
formales que la habían organizado (Galli, 2002), y había traído una
movilización del cuerpo social de tipo biopolítico, en la inmanencia
de las pulsiones de potencia y destrucción. La ruptura del espacio
político entre los Estados acentúa el ocaso del soberano derecho de
guerra y su atenuación a crimen «interno» en un indistinto, biológi­
co espacio de la especie humana: y para el crimen la respuesta ade­
cuada es la policía. Hoy, la guerra global se sustrae a los límites jurí­
dicos y entra plenamente en la indistinción biopolítica entre interno
y externo, entre público y privado, entre paz y guerra, orientándose
hacia una normalización, imposible de alcanzar, siendo exigida por
continuas emergencias, estados de excepción, intervenciones de sal­
vación (Gasparotti, 2003).
Los procesos migratorios están ligados a la movilidad del traba­
jo y encuentran oficialmente en esta, en la gestión de la circula­
ción de la fuerza-trabajo, su «gobierno» (Moulier Boutang, 1998).

112
EN UNA PERSPECTIVA BIOPOLÍTICA

Caen las fronteras para el incesante flujo de las mercancías globa-


lizadas y el movimiento de las migraciones, en cuanto mercancía-
trabajo, atraviesa a su vez las fronteras, viéndolas alzarse impene­
trables o hacerse permeables según las exigencias contingentes del
mercado.
Naturalmente desde el punto de vista de quien vive las migracio­
nes —los migrantes—, la experiencia subjetiva está unida a las gue­
rras, al hambre, a las crisis internacionales y, una vez llegados a las
nuevas tierras, se vive la exclusión, la clandestinidad, la explotación,
la precariedad absoluta e insistente, la amenaza continua e indeter­
minable, el racismo. Se activa un lenguaje médico, profiláctico,
como si los migrantes fuesen asimilados a agentes patógenos o peli­
grosos para las comunidades de acogida.
La de los migrantes puede ser considerada «nuda vida» (cfr. in­
fia, cap. 5), que escapa de las tutelas jurídicas de la ciudadanía y se
presta al tratamiento de policía, en estado de emergencia, expuesta
a la concentración en campos de refugiados, de primera acogida, de
estancia temporal, donde de hecho está suspendido el derecho na­
cional: espacios que trazan, en un territorio nacional, áreas de ex­
cepción. Nudas vidas que desaparecen en el mar sin que puedan ser
«contadas», nominadas; nudas vidas que se someten al tráfico y al
mercado: tráfico de no-personas, como dice Dal Lago (1999), tráfico
de no-hombres y no-mujeres conocido por todos, ignorado por el
derecho, utilizado o reprimido solo a la vista de nuevos flujos aún
menos tutelados.
El léxico biopolítico es particularmente eficaz en mostrar estos
espacios enormes extrajurídicos, estos dispositivos de emergencia que
coexisten, sin escándalo, con la ordinaria vida jurídica (Wacquant,
2000). No se trata de una emergencia que golpea a la nación enfren­
tada a una amenaza —por mucho que esta sea continuamente evo­
cada, creando un clima de miedo físico que facilita la introducción
de los dispositivos mismos—, sino del oxímoron de un estado de
emergencia normal que autoriza una gestión extra legem> relativa
solo a específicas poblaciones vivientes.
biopolìtica

GOVERN MENTALITY STUDIES

Politica social. Otra vez el riesgo

Procediendo del cauce de la gubernamentalidad biopolítica de Fou­


cault, en la sociología anglosajona de los años noventa se desarrollan
importantes estudios sobre las estrategias de gobierno postliberales
con respecto a las políticas sociales, estudios que asumen un filo
crítico foucaultiano. Los trabajos más significativos relativos a las
sociedades neoliberales son aquellos de Andrew Barry, Tilomas Os­
borne y Nikolas Rose, Foucault and Political Reason. Liberalismo
Neoliberalism and Nationalities of Government (1996); los editados
por Graham Burchell, Colín Gordon y Peter Miller, The Foucault
Effect: Studies in Govemmentality (1991); el trabajo crítico de Nikolas
Rose principalmente sobre las políticas sanitarias; el análisis de la ra­
zón política gubernamental de Thomas Lemke (1997); y los estudios
de Pat O’Malley sobre el riesgo y la incertidumbre como matriz del
gobierno liberal (2004b). Estos análisis son empíricos, mas no posi-
tivizan la realidad, ya que mantienen la posibilidad de una distancia
crítica. Esta distancia crítica está conscientemente en tensión (típi­
camente foucaultiana) con el riesgo de una posible función de racio­
nalización.

que se mueven desde un sujeto que, en las sociedades liberales, no


puede más que ser autónomo y libre pero, para serlo, debe estar
«sometido» a saberes y prácticas expertas, hoy sustraídas al Estado
(en nombre de una instancia de menos gobierno) y confiadas a nue­
vas autoridades sociales: médicos, científicos, asesores económicos,
managerSo heterogéneos en cuanto a los actores y las estrategias y, a
menudo, conflictivos en los resultados.
El objetivo no es describir los nuevos modelos de organización
sino seguir el desarrollo de proyectos con ideas nuevas, programas
que dirigen voluntades diferentes. Los Govemmentality Studies seco­
gen el desafío foucaultiano de repensar bajo el signo de la biopolíti­
ca la nueva modalidad de gobierno en Occidente dejando, según
el estilo de Foucault, que los detalles concretos —el análisis de las

114
EN UNA PERSPECTIVA BIOPOLÍTICA

decisiones de las diversas instancias médicas, religiosas, sociales y


económicas que entran en juego en la gestión de la vida cotidiana
de las personas— muestren la complejidad no unívoca de las cosas,
la ausencia de una gestión e, incluso, de un proyecto unitario y
prefijado.
Bruno Latour (1998, pp. 219 y ss.) subraya la práctica de trasla­
ción, por la que gobernar significa, más que regular directamente,
coordinar proyectos individuales y autoridades expertas.
Prevención y profilaxis son más importantes que la terapia: el
objetivo de la racionalidad gubernamental parece ser la autoasegu-
ración en el interior de una red plural, red de sujetos libres de gober­
narse y de acceder a los saberes que los gobiernan, que aquella racio­
nalidad se limita a regular (Donzelot, 1991, pp. 251-80). Respecto a
los estudios foucaultianos, estos análisis, que se refieren a la sociedad
posterior a los años noventa, muestran el desarrollo de técnicas de

Política sanitaria. La vía secundaria a la eugenesia

Los estudios sobre la gubernamentalidad neoliberal específicamente


dedicados a la política sanitaria son los más significativos, tanto para
comprender el nexo cada vez más estrecho entre saber biológico y
política de la vida como para evidenciar la transformación de la
biopolítica desde la segunda mitad del siglo xx hasta hoy.
Nikolas Rose, en La política de la vida (2008), refuta la lectura
tanatopolítica que Agamben realiza de la biopolítica y que, genéri­
camente, encuentra en el nexo entre genética, biotecnologías y políti­
ca una inevitable deriva manipulativa y totalitaria (cfr. infra, cap. 5).
Su análisis muestra, por el contrario, el surgimiento de subjetividades
activas —similares a aquellas que hemos visto actuar en el campo
económico— respecto de las cuales no se puede hablar de gestión
heterónoma, enfocada a prácticas de manipulación genética selectiva.
Las nuevas subjetivaciones desean su propia salud, el mejora­
miento del propio cuerpo: la obligación hitleriana de estar sanos

US
biopolìtica

«viene traducida en un deseo personal: en las formas de la razón


gubernamental que se defme liberal, la salud del cuerpo político
debe estar asegurada cada vez más no por medio de estrategias diri­
gidas y financiadas por el Estado, sino infundiendo e instrumenta-
lizando el deseo de estar sanos que se sitúa como elemento determi­
nante para la realización de cada uno, puesto en marcha a través de
los mecanismos y las obligaciones de una elección. Por consiguien­
te, la amplia acción del aparato político para la salud en los progra­
mas liberal-democráticos en los siglos xrx y xx habría sido inconce­
bible si no hubiera podido representarse como algo surgido de la
demanda “de los pueblos” mismos y, especialmente, de las clases
más pobres, desfavorables, trabajadoras. La biopolítica, en otras pa­
labras, ha sido democratizada» (Rose, 2000, pp. 51-52).
Es verdad que el concepto de riesgo sigue siendo central: valo­
rado según categorías, zonas territoriales, conductas, historias fami­
liares, es después gestionado por medio de controles y medidas pre­
ventivas, con la vigilancia, la monitorización de las patologías del
comportamiento. Y es verdad también que Hacking (1998) puede
incluso delinear una tipología humana nueva: la persona genética­
mente en riesgo, cuyo riesgo se inscribe, en la actualidad, a nivel
molecular; persona a la que la industria farmacogenética destina
ingentes inversiones en test predictivos, orientándose a la genetiza-
ción a gran escala de la política sanitaria. Pero, no obstante estos tí­
picos elementos de gestión biopolítica, es importante poner de relie­
ve que la vida no está considerada desde el imaginario común como
algo estático, un destino, sino algo sobre lo que hacer valer la propia
elección: «hoy, la vocación política de las ciencias de la vida está ligada
a la convicción según la cual el riesgo genético, una vez identificado y
evaluado, pueda ser gestionado» (Rose, 2000, p. 45).
La vida es técnica y la identidad molecular de cada individuo
comienza a dejar los dominios del azar para entrar «en la región de
la elección». Se delinea una relación nueva con una naturaleza ya
siempre artificial, nunca estática. Naturalmente, es evidente que
esta relación está orientada e interferida indiscutiblemente por je­
rarquías expertas —biólogos, fisiólogos, genetistas—, dependientes,
a su vez, para sus investigaciones cada vez más complejas y costosas,

ii6
EN UNA PERSPECTIVA BIOPOLÍTICA

de autoridades económicas. Si, por tanto, se prefigura, en relación


con la revolución epistemológica de la genómica, un creciente poder
bioeconómico sobre las vidas (Rajan, 2006) que orienta la fármaco-
genómica a investigar la variabilidad genética en vista de los men­

no obstante, el papel de las personas es «informado», puesto en forma,


por este nuevo conocimiento y el individuo —de modo subordinado
a las capacidades de saber y de comprar— deviene actor decisivo en
las elecciones, tanto a nivel individual como por medio de asocia­
ciones y grupos de presión.
Identidad y derechos asumen una nueva forma biológica (Rabi­
now, 1999; Rabinow, Rose, 2006a y 2006b): «El nuevo genoma está
ligado a una mutación de la particular imagen que tenemos de la vida.
Nosotros ya no imaginamos el cuerpo como aparece en el atlas anató­
mico, como un sistema viviente y vital, o como un sistema de sistemas
[...]. La superficie corporal contiene un volumen “natural”, una orga­
nización de órganos, de tejidos, de funciones, de flujos [...] era colo­
cada en el interior de un campo de sistemas extra-corporales del am­
biente y de la cultura [...]. Cuando, no obstante, el cuerpo viene
visualizado sobre una escala diferente, las cosas cambian. Progresiva­
mente, a partir de los anos treinta, la biología ha alcanzado a visualizar
los fenómenos de la vida al nivel de la región submicroscópica [...].
Esto no fue solamente un acontecimiento epistemológico, sino tam­
bién un evento tecnológico y político» (Rose, 2000, pp. 46-47).
La heteronomía persiste. La vida es observable solo para quienes
controlan los recursos necesarios para la investigación: consejos de
investigación, fundaciones privadas, organizaciones farmacéuticas.
Mas se difunde un cuadro veritativo nuevo relativo a la «naturale­
za»: en la edad postgenómica, la vida es una propiedad que emerge
de interacciones complejas, contingentes de conexiones, de ener­
gías, de hibridaciones. Las representaciones de la vida aparecen cons­
titutivamente vinculadas a su transformabilidad, a su gobierno, a las
intervenciones sobre sí (cfr. infra> Haraway, 2000). El ser humano es
técnica, para tratar técnicamente (Rabinow, 1999, p. 152).
La biología misma, por otra parte, conoce solo para transformar.
El tema emergente de la identidad del Sí, muy querido por la cultura

117
BIOPOLÍTICA

humanista, se disuelve y deviene problemático: ¿es «natural» si


excluye los cuidados médicos? ¿Si incluye órganos y prótesis tras­
plantadas? La vida «está abierta a su modelado y a la manipulación
molecular», tanto para evitar que ocurra cualquier cosa, como para
alterar el modo en que algo acaece, o para hacerlo acaecer. Vida que
ya no es mística o vital, sino técnica y protésica: el cuerpo del diabé­
tico con la insulina inyectada, el cuerpo femenino hecho fértil o
infértil. Vida siempre sofisticada. La traslación de Latour, el «gobier­
no a distancia», organiza —en este campo—, a nivel administrativo,
la relación entre sujetos activos, participativos, que deciden las prio­
ridades en términos de riesgo y de costes.
Rose subraya la pluralización de las normas «de» la vida y su
apertura a la disputa, los procesos heterogéneos que producen: «las
práctica médicas y biomédicas de la identidad y de la identificación
se_ cruzan transversalmente con aquellas categorías más familiares
de género, etnia, clase, estatus, procedencia, produciendo nuevas
comunidades de identificaciones, cada una con su propia política
de la subjetividad e identidad. Este es el campo en el que la biopo-
lítica hoy se ensambla y desensambla, es puesta a prueba y contes­
tada» (Rose, 2000, p. 53). Surgen el ethos, los sentimientos de los
grupos que orientan las elecciones. Para Rose, a la fase de disciplina
individualizante y a la fase del biopoder socializante, sigue la actual
etopolítica o técnica del sí en la que los seres humanos se valoran y
actúan sobre sí para mejorarse. Hay un presupuesto en estas prác­
ticas. Se concede valor a la vida en sí; el derecho a la vida se entien­
de como derecho de elección sobre la vida por parte de actores políti­
cos nuevos que manifiestan y ejercen poderes: son los individuos,
los grupos, las asociaciones que reivindican la propia demanda y
consideran el espacio corpóreo vital un espacio privilegiado de la
subjetividad.
Contra la melancolía de la tradicional interpretación cultural
drásticamente antitecnológica, en la forma de la escuela de Frankfurt,
que en la actitud de «evaluación» de la vida ve una forma de cripto­
fascismo y un debilitamiento de la idea de creatividad del dolor
(que, por otra parte, era, para Mann, la otra cara de la higiene ra­
cial), Rose diagnostica un nuevo estilo, conciliado con la técnica, en

118
EN UNA PERSPECTIVA BJOPOLÍTICA

el que el valor de la vida no implica una referencia a lo natural, sino


a la artificialidad abierta al crecimiento y a la proyección.
El ser humano no es pensable con las categorías del viejo huma­
nismo, que dependía de la imagen del cuerpo vivo individualizado,
en su forma visible y de una naturaleza entendida como dato extra­
social: hoy, «la normalidad es a la vez un estatus natural y un estatus
que puede ser determinado por medio de la intervención técnica y
farmacológica» (Rose, 2000, p. 56). «Se trata de una política radical­
mente ética —preocupada por los valores que pueden ser otorgados
a los diferentes modos del ser humano, a las diferentes modalidades
de la vida misma. Opera en un espacio conflictual. Por un lado, cada
vida posee un valor igual. Por otro, nuestras prácticas y técnica de la vi­
da muestran que esta hoy es el objeto potencial de un juicio de valor»
(Rose, 2000, p. 56).

Bioeconomia farmacéutica

Rajan (2006) emplea el término «bioeconomía» para indicar el po­


der económico que toma como objeto lo biológico en las biotecno­
logías y que, en el giro hacia la genómica, adquiere una forma radi­
cal de omnipresencia y de des-individualización. Pero —como se ha
visto— la toma del poder, aún siendo penetrante, se hace incierta;
se interconectan en cada decisión múltiples y contradictorios vecto­
res de competencia, desde los comités éticos a las opciones de los
pacientes, pasando por las directivas jurídicas o las instancias de
grupos de presión: las disputas de multiplican. La bioeconomía da
forma económica a la amplísima cosecha de saberes y de informa­
ciones personales, vinculando comercialmente las vidas—desperso­
nalizadas, biologizadas, representadas a nivel absolutamente a-sub­
jetivo de la genética, mas, no obstante, repletas de expectativas y de
esperanzas inducidas por una comunicación divulgativa y de marke­
ting— y la economía'. los valores de bolsa, las reglas del beneficio, las
opciones de management.
También aquí, como en todo el capitalismo postfordista, resulta
inquietante la ambivalencia del potenciamiento, empowerment, de

119
biopolìtica

los sujetos y su sujeción a un sistema invasivo no controlable de


autoridad. Nadie obliga a nadie: el consentimiento informado es
necesario para garantizar la forma de la libertad de elección para
cada relación de los individuos con el mercado bioeconómico. Na-
die está obligado y todos cooperan, se adhieren a la experimentación
sobre su propio cuerpo, sobre su propia vida, prestándola a los me­
canismos bioquímicos que puedan potenciarla. El biopoder de la
industria farmacéutica de operar sobre los mecanismos de la vida no
es controlable y está, de hecho, legitimado por un deseo universal de
salud. Es más: es de sentido común pensar que se manifiesta una
actitud responsable cuando se adoptan voluntariamente prácticas
que salvaguardan el bio-valor, el valor vida. El ingreso de la vida,
más que en la política, en el mercado, implica de hecho —hemos
dicho— su transformación en «valor». Y cada valor tiene un precio,
un coste de producción, un eventual acuerdo de intercambio. La
posición de Rose, crítica con la de la gubernamentalidad liberal y
tendente a iluminar los mecanismos de poder que subyacen en las
elecciones que se presumen libres, es todo menos insensible a la pre­
tensión «democrática», socializada, de más salud, de más vida, y tam­
bién de atención al bienestar y a la salud de los hijos. Habla sin temor
de una forma de eugenesia positiva, que testimonia la difusión del
cuadro veraz incluso en el dispositivo de la política sanitaria. Es «la
puerta secundaria hacia la eugenesia», que opera por medio de aque­
lla demanda extendida a los propios hijos.

izo
v. La nuda vida

BIOPODER Y SOBERANÍA. GIORGIO AGAMBEN

Como sabemos, la hipótesis foucaultiana sobre el biopoder se dis­


tancia de la teoría de la soberanía: el circuito hobbesiano de sujeto,
unidad soberana y ley no logra dar cuenta de la racionalidad del
poder en Occidente. La teoría de la soberanía presupone un sujeto
dotado de derechos que se somete a la ley del poder soberano, cuyo
verdadero proyecto político es la unidad.
Foucault invierte el esquema: política es la producción de los
sujetos que solo puede dar cuenta de la complejidad de la relación
de gobierno. Las tecnologías disciplinarias y normalizantes son mo­
dos de ejercicio de una nueva forma de poder/gobierno de las vidas
que el poder soberano no puede ejercer plenamente. Las dos formas
se contraponen, después se yuxtaponen, articulándose recíproca­
mente —principalmente en relación con el elemento norma— mas,
en el ocaso de la soberanía, explota la biopolítica.
Giorgio Agamben, en cambio, se mueve desde el modelo jurídi-
co-político de la soberanía, poder de sujeción y presa mortal, buscan­
do ahí el punto de unión con el poder. La presa mortal, la implica­
ción de la vida en el poder soberano es, para Agamben, el verdadero
significado de la biopolítica. Como se observa, hay una decidida
corrección de ruta y no tanto, como el propio filósofo afirma, una

121
biopolìtica

extensión del análisis foucaultiano: «La presente investigación se re­


fiere precisamente a ese punto oculto en que confluyen el modelo
jurídico-institucional y el modelo biopolítico del poder. Uno de los
posibles resultados que arroja es, precisamente, que esos dos análisis
no pueden separarse y que las implicaciones de la nuda vida en la
esfera política constituyen el núcleo originario —aunque oculto—
del poder soberano. Se puede decir, incluso, que la producción de un
cuerpo biopolítico es la aportación original del poder soberano» (hs,
p. 9; trad. esp. 15-16). Aquí está la intuición —fuerte, significativa—
de la ambivalencia demoniaca del biopoder: la muerte es la otra cara
implícita de cualquier programa de protección y producción de la
vida. También hay, en contraste con la analítica histórica de Fou­
cault, hecha de saltos y de discontinuidades, una mirada «metafísica»
que atraviesa la entera historia occidental para reconocer un secreto,
un fantasma oculto, que mantiene el significado constitutivo. Agam­
ben se mueve desde el residuo asimétrico entre la vida del ser vivien­
te, zo¿¡ y el modo de vida político, bios.
El ingreso en la esfera política sucede, para Aristóteles, excluyen­
do la simple vida natural, zoé, confinada en el oikos doméstico y
privado: es el paradigma de la política que Arendt recupera, distan­
ciando lugares y caracteres de la vida privada y de la vida pública
griega, para después mostrar cómo el surgimiento moderno de lo
social —la toma en consideración de la vida en la política— disuel­
ve la distinción entre privado y público. Debería recordarse que los
estudios de Hannah Arendt, no por casualidad profunda analista
del fenómeno totalitario, son de gran utilidad para aprehender de
modo sistemático, más que histórico, el coste del predominio de la
vida en la política. Aunque sin adoptar el término «biopolítica»,
Arendt advirtió plenamente la profundidad del giro moderno hacia
el cuidado del bios y los efectos de despolitización y de extensión del
dominio económico (1964).
Agamben recupera explícitamente la definición arendtiana del ser
humano como animal laborans y la conecta a la politización de lo
que llama «nuda vida». Para Aristóteles, como después en Arendt, el
cumplimiento del destino humano no es el simple, nudo, «hecho»
del vivir, sino la vida en la comunidad, la vida cualificada política­

122
LA NUDA VIDA

mente, bíos. Si Foucault, respecto a la definición aristotélica, evi­


denciaba la mutación moderna, para la que solo hoy el ser humano
es «un animal en la política del cual está en cuestión su vida de ser
vivo», Agamben no atisba sustanciales mutaciones de ejercicio del
poder. El simple vivir, objeto del biopoder, es el fundamento de la
política desde su origen, y lo es en cuanto vida nuda, capturada por
el poder político en la modalidad específica de la excepción. La es­
fera política se constituye, de hecho, excluyendo la vida natural o
transformándola en vida política, politizándola.

EXCEPCIÓN

Este pasaje de la zeéal bíos es el tema agambeniano: la exclusión de


la vida natural que hace posible la vida política es redefinida por
medio del concepto de «excepción», en el sentido etimológico de
«sacada fuera». «La política se presenta entonces como la estructura
propiamente fundamental de la metafísica occidental, ya que ocupa
el umbral en que se cumple la articulación entre el viviente y el lo­
gos. La “politización” de la nuda vida es la tarea metafísica por exce­
lencia en la cual se decide acerca de la humanidad del ser vivo hom­
bre [...] La pareja categorial fundamental de la política occidental
no es la de amigo-enemigo, sino la de nuda vida-existencia política,
zo¿-bios, exclusión-inclusión. Hay política porque el hombre es el
ser vivo que, en el lenguaje, separa la propia nuda vida y la opone a
sí mismo, y, al mismo tiempo, se mantiene en relación con ella en
una exclusión inclusiva» (hs, p. n; trad. esp. 17-18). El acto funda­
cional de la política no es una simple transformación de la vida na­
tural, sino la constitución de una vida desnuda, esto es, una vida que
no es solo natural sino que está sacada juera en una relación con el
poder y mantenida bajo este.
Poder soberano y nuda vida emergen en esta relación de excep­
ción: la nuda vida fija el poder y hace posible su ejercicio. La vida se
revela, entonces, como originariamente interna al poder y, por con­
siguiente, expuesta, gestionable por las tecnologías analizadas por
Foucault. La excepción no es una simple exclusión, sino una captura:

123
BIOPOLÍTICA

«Llamamos relación de excepción a esta forma extrema de la relación


que sólo incluye algo a través de su exclusión» (hs, p. n; trad. esp.
31). Se podría pensar en algo así como la forclusión lacaniana que
excluye lo interno.
La toma del poder soberano, a través del acto de exclusión, evi­
dencia, en realidad, un vínculo indirecto sobre la vida en cuanto es
poder sobre la muerte, sobre la mortalidad de la vida. Esta es la ló­
gica soberana del bando-, la nuda vida es aquello que es abandonado,
en el doble sentido de aquello que es excluido de la comunidad, pues­
to en bando, pero que también es, en este modo, politizado, puesto
bajo el signo del soberano. «Sagrada, es decir, expuesta a que se le dé
muerte e insacrificable a la vez, es originariamente la vida incluida en
el bando soberano, y la producción de la nuda vida es, en este sen­
tido, la contribución originaria de la soberanía. La sacralidad de la
vida, que hoy se pretende hacer valer frente al poder soberano
como un derecho humano fundamental en todos los sentidos, ex­
presa, por el contrario, en su propio origen la sujeción de la vida a
un poder de muerte, su irreparable exposición en la relación de
abandono» (hs, p. 93; trad. esp. 109). Se invierte el esquema de la
«vida sacra» y lo sagrado viene redefinido, volviendo hacia la enig­
mática figura del homo sacer en el derecho romano arcaico. Homo
sacer es aquel que, puesto en bando, puede ser asesinado sin come­
terse homicidio, mas no es sacrificable en las formas rituales: vida
destinada a la muerte en total impunidad, objeto de la relación de
excepción. Frente al soberano no hay sujetos de derecho, como
pretende la cultura jurídica moderna, sino la vida desnuda o sagra­
da, asesinable.
Es evidente que la excepción —como inclusión de la vida por
medio de su exclusión— es el acto específico que revela la estructu­
ra de la soberanía (SdE).
Esta última no es ni un concepto exclusivamente político ni me­
ramente jurídico: es la forma, desde el origen aporética, a través de
la cual el derecho se refiere a la vida y la incluye autosuspendiéndo-
se, por medio de su propia suspensión. La forma de la relación de­
recho-vida es siempre soberana y biopolítica, y funciona, como ya
había visto Schmitt, a través de la paradoja de la excepción. Como

124
LA NUDA VIDA

en Schmitt (1988), la política no se identifica con el Estado, sino con


el gesto que discrimina al amigo del enemigo. También en Schmitt,
de hecho, se evidencia la aporía de una soberanía que se constituye
situándose más allá del derecho e instituyendo, por esta posición
paradójicamente externa, el orden jurídico; estableciendo, por otra
parte, con este acto, que no hay un afuera.
En la tensión irresoluble entre vida efectiva y derecho, la vida se
inscribe en el derecho. La decisión soberana sobre el estado de ex­
cepción es, para Agamben, el acto que captura la vida, transformán­
dola en objeto del derecho y de la política. En este recorrido se sitúa
la relectura del estado de naturaleza hobbesiano: en este todos so­
mos, los unos por los otros, vidas desnudas, homines sacri. Un estado
de naturaleza que no es, entonces, una condición prejurídica, sino
el secreto que persiste en el interior del derecho de la comunidad y
la condiciona, la forma. £1 Leviatán no es más que la exposición
de la vida a la muerte, entonces nuda vida, estado de naturaleza,
que continúa funcionando en el interior del estado político-jurídi­
co, revelando el fundamento en el estado de excepción (hs, p. 42;
trad. esp. 52).
Por lo tanto, en Agamben el biopoder radica en la soberanía, a
su vez estructurada sobre la excepción de la vida desnuda. Este triple
nexo guía toda la historia del poder en su despliegue histórico. «La
biopolítica es, en este sentido, tan antigua al menos como la excep­
ción soberana» (hs, p. 9; trad. esp. 16). Y el Estado moderno, situan­
do la vida biológica en el centro de sus cálculos, ilumina el nexo
secreto de poder y vida, lo hace salir de la sombra configurándo el
espacio político mismo: «en paralelo al proceso en virtud del cual la
excepción se convierte en regla, el espacio de la nuda vida que estaba
situada originariamente al margen del poder jurídico, va coincidien­
do de manera progresiva con el espacio político, de forma que ex­
cepción e inclusión, externo e interno, bios y zoiy derecho y hecho,
entran en una zona de irreductible indiferenciación» (hs, p. 12; trad.
esp. 19).

US
BIOPOLÍTICA

TOTALITARISMO Y DEMOCRACIA

El biopoder es la clave para comprender el nazismo, pero también la


política que hoy gravita, a su vez, por el umbral de aquel secreto.
Hay una inquietante afinidad, bajo este modelo, entre democracia y
totalitarismo, surgidos ambos por la crisis del orden político, cuan­
do la estructura biopolítica oculta del poder ha devenido espacio
político. Esta estructura secreta, la nuda vida, su naturalidad politi­
zada, sobreviene, de hecho, «forma de vida dominante» y, en un
proceso incontenible, el poder la engancha directamente: «el estado
de excepción deviene regla», según el diagnóstico que Agamben
toma de Benjamín, desde el momento en que el poder trabaja para
producir el estado de excepción, no habiendo otra forma de legiti­
mación que su emergencia y su lógica de necesidad (MsF, p. 34;
trad. esp. 35).
La democracia moderna y el totalitarismo aferran ambos la vida,
en el doble movimiento de inscripción creciente de la vida en el
orden político y de radical exposición al poder. Es un recorrido que
se mueve desde la Declaración de derechos del hombre*, «el nacimiento
—es decir la nuda vida natural como tal— se convierte por primera
vez (mediante una transformación cuyas consecuencias biopolíticas
podemos empezar a calibrar sólo hoy) en el portador inmediato de
la soberanía» (hs, p. 141; trad. esp. 163).
Inscripción ambigua: la democracia moderna se presenta «desde
el principio como una reivindicación y una liberación de la zot [...]
De aquí también su aporía específica, que consiste en aventurar la
libertad y la felicidad de los hombres en el lugar mismo —la nuda
vida— que sellaba su servidumbre. Detrás del largo proceso de anta­
gonismo que conduce al reconocimieento de los derechos y de las
libertades formales, se encuentra, una vez más, el cuerpo del hombre
sagrado con su doble soberano, su vida insacrificable y, sin embargo,
expuesta a que cualquiera se la quite» (hs, p. 13; trad. esp. 19-20).
La crisis del vínculo entre nacimiento y nación, en la desterrito-
rialización global, muestra el advenimiento de una modernidad pa-
roxísticamente biopolítica. Hoy el fundamento oscuro de la soberanía
encuentra su figura en el refugiado. Otra vez es Arendt quien sugiere

126
LA NUDA VIDA

la imagen significativa: «el ser humano como tal», definido por los
derechos humanos» no siendo más que pura vida, es entregado a ser
asesinado: «el mundo no halló nada sagrado en la abstracta desnu­
dez del ser humano» (Arendt, 1967, p. 41$; trad. esp. 424). El refugiado
es el testimonio de la ineficacia práctica de la presunta potenciación
de la vida a través de los derechos del hombre genéricamente viviente.
En Agamben, el totalitarismo deviene el terreno privilegiado de
análisis de la biopolítica. En el nazismo, la nuda vida está inmedia­
tamente politizada en tanto es vida destinada a la muerte (también
aquí se reenvía a la arendtiana definición del nazismo como régimen
que ocupa integralmente todas las esferas de la vida, naturalizándo­
la). Respuesta paroxísticamente biopolítica a la crisis del espacio
político y a la disolución de la regulación sistèmica. Los judíos son
desclasados progresivamente a ciudadanos de segunda categoría,
después «producidos» como nuda vida y, finalmente, exterminados.
Exterminio que no es holocausto o sacrificio, sino que está implícito
en el orden jurídico soberano que los mata «como pulgas», habién­
dolos producido como nuda vida: «el judío bajo el nazismo es el
referente negativo privilegiado de la nueva soberanía biopolítica y,
como tal, un caso flagrante de homo tacer, en el sentido de una vida
a la que se puede dar muerte pero que es insacrificable» (hs, p. 126;
trad. esp. 147). El poder decide sin mediaciones sobre el valor o
desvalor de la vida, tal y como confirman las prácticas eugenésicas,
la eutanasia y la experimentación sobre las vidas calificadas como
«sin valor».
El continuum biopolítico de democracia y totalitarismo viene ava­
lado por experimentaciones similares realizadas también en países de­
mocráticos sobre vidas «sin valor», como aquellas de los condenados
a muerte. Agamben aquí acoge el análisis foucaultiano sobre el ra­
cismo, enfatizando la movilidad de las cesuras biológicas que discri­
minan y excluyen una vida para reforzar otra e insistiendo sobre la
simultaneidad de los dos procesos, de exclusión y de refuerzo: la pro­
ducción de vida desnuda los abraza y los hace comprensibles. £1
pueblo emerge de la exclusión racista de una específica población
entendida como amenaza biológica. En Lo que queda de Auschwitz,
se confirma que el poder es biopoder, decisión sobre la calificación

127
biopolìtica

de la vida, sobre su valor o no valor: es, por lo tanto, asignación de


umbrales que discriminan en el interior de la vida biológica misma
«formas secularizadas de la nuda vida»; «el carácter más específico
de la biopolítica del siglo veinte: no ya hacer morir ni hacer vivir*
sino hacer sobrevivir. No la vida ni la muerte, sino la producción
de una supervivencia modulable y virtualmente infinita es lo que
constituye la aportación decisiva del biopoder de nuestro tiempo»
(Ausch, p. 204; trad. esp. 162-163). Esta es la facies tanatológica de
la biopolítica.

EL CAMPO

Si la biopolítica es el fondo común de totalitarismo y democracia, el


paradigma del espacio político moderno solo puede ser el campo.
Un espacio que confirma, para Agamben, la analogía biopolítica de
los dos regímenes, ya que va más allá de las diversas experiencias
históricas para devenir la matriz del espacio político.
Históricamente, el campo está relacionado con el estado de ex­
cepción y mantiene una estructura aporética: una medida policial,
no instituida jurídicamente, un dispositivo de detenión preventiva
que se funda sobre la proclamación del estado de excepción, el cual
suspende provisionalmente el ordenamiento jurídico, dispositivo
que, sin embargo, continúa en vigor en la situación normal. Es pura
facticidad, es un hecho, una excepción que se prolonga en la norma­
lidad: «es una porción de territorio que se sitúa fuera del orden ju­
rídico normal, pero que no por eso es simplemente un espacio
exterior. Lo que en él se excluye es, según el significado etimológi­
co del término excepción (ex capere), sacado fuera* incluido por
medio de su propia exclusión» (MsF, p. 37; trad. esp. 39). «Al haber
sido despojados sus moradores de cualquier condición política y
reducidos íntegramente a nuda vida, el campo es también el más
absoluto espacio biopolítico que se haya realizado nunca, en el que
el poder no tiene frente a él más que la pura vida biológica sin
mediación alguna. Por todo esto el campo es el paradigma mismo
del espacio político en el momento en que la política se convierte

118
LA NUDA VIDA

en biopolítica y el homo sacer se confunde virtualmente con el ciu­


dadano» (MsF, p. 38; trad. esp. 40).
La tesis es clara, dura, apocalíptica y, para las recientes experien­
cias relativas a los migrantes, terriblemente actual. El campo es un
nuevo lugar, un nuevo regulador de la comunidad: el signo según el
cual el sistema no puede funcionar sin transformarse en máquina
letal; es el signo de la crisis de la política y la matriz y «solución» de
la crisis misma.

NEOMORTS

Hay situaciones diversas cuyo común denominador es la indistin­


ción entre norma y vida, la disolución de la vida natural que desa­
parece en la indeterminación absoluta entre hecho y derecho, natural
y político: los campos de concentración principalmente, pero tam­
bién la palabra del Führer que posee inmediatamente fuerza de ley.
En la democracia actual, donde la biopolítica parece presentarse
como poder bienfaisant que incrementa la vida biológica, Agamben
trata estas situaciones en el área, fuertemente discutida por la bioé­
tica, del límite de la vida, mirando a los trasplantes: aquí están los
neomorts para testimoniar la implicación de nuda vida y poder. Los
neomorts son cuerpos que «tendrían el estatuto legal de cadáveres,
pero que podrían mantener, a la vista de eventuales trasplantes, al­
gunas características de la vida: estarían calientes, tendrían pulso y
orinarían [...] el cuerpo que yace en la cámara de reanimación ha
sido definido, por un partidario de la muerte cerebral, como un
faux vivante sobre el que es lícito intervenir sin reservas» (hs, p. 183;
trad. esp. 208-209). Este estatus hace evidente que «vida y muerte
no son propiamente conceptos científicos, sino conceptos políticos
que, en cuanto tales, sólo adquieren un significado preciso por me­
dio de una decisión» (hs, p. 183; trad. esp. 208).
Las fronteras angustiosas que separan, en la experiencia común,
la vida de la muerte «son fronteras móviles, porque son fronteras
biopoHticaS) y el hecho de que hoy esté en curso un vasto proceso en
el que lo que está en juego es, precisamente, su definición, indica

129
BIO POLÍTICA

que el ejercicio del poder soberano pasa más que nunca a través de
aquéllas y se ha situado nuevamente en la encrucijada de las ciencias
médicas y biológicas» (hs, p. 183; trad. esp. 208). También estos
ejemplos, sugeridos por la actualidad, de poder legal sobre la zona
gris del viviente-muriente testimonian, para Agamben, la matriz del
campo: es imposible distinguir entre el vivir del ser viviente y su
existencia de sujeto político, y esta indistinción es típica del estado
de excepción.

POTENCIA EXPRESIVA Y PERPLEJIDAD

La trilogía de Agamben sobre la biopolítica ha tenido gran repercu­


sión: ha sido de gran eficacia el trabajo de deconstrucción del poder
que revela la fundación tanatológica; las figuras llamadas a mostrar
este enlace resultan, a pesar de su radicalidad, significativamente
«realistas» en la coyuntura del nuevo milenio, dotadas, para la tajan­
te retórica que las contiene, de gran eficacia expresiva. Mas la clave
interpretativa que pivota sobre el biopoder, el paradójico uso del
paradigma del campo para democracia y totalitarismo, dificultan
pensar la pluralidad y la especificidad de los modos del poder mo­
derno. Realidades dispares, de los campos de concentración, de ex­
terminio, de internamiento, a las zonas de espera de los aeropuertos,
a los campos de refugiados, revelan, efectivamente, inquietantes
analogías, pero también diferencias que se ocultan en la perspectiva
de la decisión soberana sobre el valor de la vida, en el estado de ex­
cepción devenido regla.
En cualquier caso, hay que subrayar que Agamben modifica ra­
dicalmente el concepto foucaultiano de poder, que no solo mantie­
ne con la soberanía vínculos mucho más problemáticos, de coinci­
dencia sobre un fondo de oposición, no pensados para describir el
Estado totalitario, sino que, ante todo, añade a la productividad
(que Agamben reconoce ampliamente) el carácter de la relacionali-
dad. En Agamben, el biopoder recalca la unicidad monológica de
la soberanía: no hay poder alguno en los sujetos dominados y el
poder se define en una linealidad unidireccional, perdiendo la

130
LA NUDA VIDA

complejidad relacional y generativa que estaba implícita en su pro­


ductividad.
En definitiva, la biopolítica, para Agamben, revela el secreto de
cada poder: la indistinción de vida y política. La historia deviene un
continuum negativo y confirmativo de aquel núcleo de sentido don­
de la genealogía foucaultiana era discontinua y «positiva».

RESQUICIOS DE UNA BIOPOLÍTICA MENOR

¿Existe para Agamben resistencia al poder soberano? En las últimas


palabras de Homo sacer, pero también en la entrevista sobre la biopo-
lítica menor (Agamben, 2003a), se menciona, de forma cifrada, una
vida que se opone a los mecanismos del poder: «si llamamos forma-
de-vida a este ser que es sólo su nuda existencia, esta vida que es su
forma y se mantiene inseparable de ella, veremos abrirse un campo
de investigación que se sitúa más allá del definido por la intersec­
ción de política y filosofía, ciencias médico-biológicas y jurispru­
dencia» (hs, p. 211; trad. esp. 239). Otros, como veremos, han hecho
jugar la vida como potencia contra el poder: una potencia vital que
hace de cada vida una forma-de-vida. Agamben parece más bien
buscar una línea de sustracción al poder, de d¿prise¡ en nombre de
cualquier singularidad que se aleje de la pertenencia codificada, del
Estado. Las singularidades cualesquiera no forman sociedad, sino
«una comunidad sin presupuestos ni objeto» (2001), porque no ha­
cen valer identidad alguna, ni piden reconocimiento y tampoco rei­
vindican nada salvo una irremediable distinción entre Humanidad
y Estado. Bartleby de Melville, con su «preferiría no hacerlo», con­
trapuesto a cada demanda de obrar, es el icono: potencia que solo
hace resistencia, reverso positivo de la negatividad del homo sacer.
una forma de vida que se identifica con el puro vivir, «un bíos que
sea sólo su zoh (hs, p. 2010; trad. esp. 239).
Ambivalencias también aquí: el homo sacer no es más que una vi­
da reducida, calificada en términos púramente biológicos por una
bio/tanatopolítica; Bartleby, imagen de un poder resistente que se
sustrae, se niega, tiene, en cambio, rasgos extáticos, heideggerianos:

131
BIOPOLÍTICA

es aquel que «en cada uno de sus actos pone siempre en cuestión la
propia vida» con una «decisión irrevocable», se propone como «uni­
dad inseparable del ser y de sus modos, de sujeto y cualidad, de vida
y mundo» (hs, p. 170; trad. esp. 194). Cohesión indisoluble, inma­
nencia, que emerge de una vida que se sustrae a todas las calificacio­
nes biopolíticas.
Si la potencia es pensable fuera del bando y de todas las relacio­
nes de poder, entonces la nuda vida no está constituida como tal por
el poder soberano, sino que se invierte en singularidad cualquiera.
Sustracción absoluta a la captura del poder y a las aporías de la so­
beranía, la potencia no se acomoda al poder: como en el nihilismo
mesiánico de Benjamín. La nuda vida que la excepción excluye y
abandona es, desde una perspectiva heideggeriana, aquello que
orienta la historia, la cual tiende hacia lo originario: el destino de
Occidente es reapropiarse del origen, de la nuda vida. En Lo abierto,
«la asunción de la misma vida biológica como tarea política (o más
bien impolítica) suprema» (Agamben, 2002, p. 113; trad. esp. 141) se
dirige a la asunción de la simple existencia, de hecho, de los pueblos,
fuera de la política y del Estado. Aquella que Agamben llama «bio-
política menor» no trata la apropiación y la obra, sino el retorno a la
nuda vida, no como fundamento del poder sino como forma de
vida.

132
vi. Biopoder y biopolítica afirmativa

AMBIVALENCIAS

En los dos capítulos anteriores hemos esbozado tanto la recepción


de la categoría de biopolítica en línea con la lectura gubernamental
—que es predominante, con alguna oscilación, en Foucault— como
el primer desarrollo de interpretaciones originales del concepto de
biopolítica. Siempre ha estado presente esta ambivalencia, ya en
Foucault, entre biopoder que sujeta la vida para subjetivarla y go­
bernarla, y biopolítica entendida en sentido afirmativo como produc­
tividad de la vida misma, potencia de la vida para resistir o sustrarse o,
como evidencian los Govemmentality Studies sobre la sociedad neoli­
beral (cfr. supra), para afirmar los propios deseos y las propias capa­
cidades.
De este modo queda revelado el nodo teórico del discurso bio-
político. ¿Qué puede significar, cómo puede ser interpretada aquella
afirmación foucaultiana según la cual la vida y el viviente, la especie
y sus condiciones de producción y reproducción, han devenido lo
que está en juego en las luchas políticas? Más allá de las intuiciones
de Foucault —que, como hemos visto, refutan la interrogación on­
tològica sobre vida y naturaleza y analizan, más bien, los efectos de
poder de las verdades acerca del ser humano y la naturaleza—, una
serie de fenómenos, como la patente del genoma, el desarrollo de

133
biopolìtica

máquinas inteligentes, las biotecnologías y la puesta en funciona­


miento de las fuerzas vitales, delinean la cartografía de un biopoder
radicalmente estructural, desde el momento en que las formas mis­
mas de vida son rediseñadas.
Los análisis foucaultianos no se miden con esta transformación
radical y estructural, no solo y no tanto porque no está aún plena­
mente realizada, sino porque sitúan los acontecimientos a la altura
de la dimensión relacional del poder sobre la vida, que suscita fuer­
zas, poderes que lo resisten y, al mismo tiempo, lo refuerzan. En
Foucault, biopoder y biopolítica no son diferentes, en tanto subraya
con el primer término la omnipresencia gubernamental sobre las
vidas, y con el segundo, principalmente en los estudios sobre el libe­
ralismo, el peso antigubernamental de la vida y de la sociedad. En
Foucault, no se alcanza {contra Lazzarato, 2005) una nueva ontolo­
gia que parta del cuerpo y de las potencias vitales para pensar un
sujeto político radicalmente nuevo. El sujeto ético, sus prácticas, su
libertad y capacidad de transformación en el interior de los juegos
de poder, que se traza en los últimos escritos foucaultianos sobre el
gobierno de sí y de los otros, no hace mella en la ambivalencia es­
tructural del sujeto biopolítico que se mantiene como tal.
£1 paso hacia una nueva ontologia como presupuesto afirmativo
del ingreso de la vida en la historia se expresa en una perspectiva
sobre la biopolítica que reivindica la emergencia de una potencia
múltiple y heterogénea de resistencia y de creación. Se pone radical­
mente en cuestión toda perspectiva trascendentalista que ordene des­
de el exterior y que no sea inmanente a su constitución. El vínculo
—identificado por Foucault— entre biopoder y economía capitalis­
ta es interpretado como una relación ontològica, centrado en ex­
traer «más fuerzas» del cuerpo social, más allá de la relación marxis­
ta entre capital y trabajo. £1 nodo ontològico pasa de la resistencia
(conceptualizada negativamente) a la creatividad (afirmatividad del
crear, recrear, transformar las situaciones, participar activamente en
el proceso): vida y viviente devienen materia que resiste y crea nue­
vas formas de vida. Negri, Lazzarato y otros pensadores de la tradi­
ción postoperaísta han utilizado el salto entre las nociones de biopo­
der y biopolítica para dar consistencia ontològica al reverso

134
BIOPODER Y BIOPOLÍTICA AFIRMATIVA

afirmativo y creativo del biopoder. El background filosófico difiere


del foucaultiano, con una decidida asunción del pensamiento onto­
lògico de la inmanencia, desde Spinoza a Bergson y Deleuze. En
este sentido. Rancière (2000), en una entrevista en Multitudes, revis­
ta cercana a esta interpretación de la biopolítica y a los llamados
movimientos, habla de la noción de biopoder como «reafirmación
de un arraigo vitalista de la política».

ANTONIO NEGRI Y MICHAEL HARDT

La láse neoliberal de hoy presenta, para los dos autores, una radica-
lización y globalización del sistema de biopoder: el cuerpo social es
cercado totalmente por el biopoder que se apropia de su movimien­
to vital. La recuperación de la clásica metáfora orgánica testimonia
aquí la incorporación literal de cualquier forma de vida.
Una resistencia que pueda no ser reabsorbida o «racionalizada»
debe, por lo tanto, tener su raíz fuera del biopoder, debe tener con­
tacto con el corazón palpitante de la vida que el biopoder asedia,
intensifica, actualiza.
Virtualidad y actualización: las categorías de la tradición del vi­
talismo son utilizadas para sustraer el proceso de subjetivación al
círculo vicioso estructuralista y explican cómo, actualizando las vir­
tualidades de la vida (sus recursos potenciales), el biopoder reaviva
fuerzas que tal vez puedan enfrentarse a ¿1. La vida, sin embargo,
debe pasar a través de la sujeción al biopoder, a su mecanismo pro­
ductivo, si quiere acceder a una condición de plena subjetividad que
libere las fuerzas vitales inmanentes. Atención: hasta este punto la
dialéctica del sometimiento impuesta al viviente para su subjetiva­
ción estaba ciertamente implícita en el discurso foucaultiano pero,
mientras que en Foucault procede hacia una liberación/subjetiva-
ción de aquello que el biopoder ha producido, aquí el juego virtual/
actual evidencia un quid precedente a la desviación del poder sobre
la vida, que puede liberarse en su originaria, plena, potencia de vida.
Si, en resumen, el poder «cerca» la vida, entonces la vida existía
en sí, en su potencialidad de intensificación que el biopoder mismo

135
biopolìtica

hace evidente. La critica politica de Negri y Hardt no solo rechaza


la hipótesis represiva sobre el poder, sino que reconoce completa­
mente la productividad, concepto clave del biopoder foucaultiano.
En cambio, pone el acento sobre aquel quid ontològico virtual que
el poder suscita e intensifica: la vida, pensada aqui como fuerza, más
que como forma. Y esto significa ir más lejos que la deconstrucción
histórico-genealógica. Utilizar la biopolítica contra el biopoder —es
el aviso de Negri (2000, p. 12)—, movilizar la potencia de la multi­
tud contra el biopoder imperial que la ha hecho crecer solo para
utilizarla.
Esta potencia de vida (junto a la recuperación del concepto mar­
xista de trabajo vivo) se delinea como fuerza, impulso: similar a la
libido^ tan apreciada por la lucha sesentaiochista, que en los escritos
freudo-marxistas debía ser liberada y liberar*

Imperio, el biopoder de la sociedad de control

La nueva configuración del poder global no se ubica en la desapari­


ción de la soberanía, sino en una nueva modalidad de ejercicio de
poder —el Imperio— productor de vida. «El imperio no sólo go­
bierna un territorio y a una población, también crea el mundo mis­
mo que habita. No sólo regula las interacciones humanas, además
procura gobernar directamente toda la naturaleza humana. El objeto de
su dominio es la vida social en su totalidad; por consiguiente, el imperio
presenta la forma paradigmática del biopoder» (1, p. 16, cursiva mía;
trad. esp. 16).
Definido en negativo a través de la disolución de confines tem­
porales y espaciales, este biopoder imperial asume su positividad en
la omnipresencia activa que, por medio de la transformación del
capitalismo, produce vidas y formas de vida. La positividad y mate­
rialidad, que Foucault ya reconocía a los dispositivos de disciplina y
a los aparatos de seguridad, asume una radicalidad inédita en el es­
tadio actual del capitalismo, el cual, con una expresión deleuziana,
es definido como sociedad de control^ en la cual el biopoder pone en
forma cuerpos y mentes.

136
BIOPODER Y BIO POLÍTICA AFIRMATIVA

La sociedad de control» en cambio, debería entenderse como aquella so­


ciedad (que se desarrolla en el borde último de la modernidad y se extien­
de a la era posmoderna) en la cual los mecanismos de dominio se vuelven
aún más «democráticos», aún más inmanentes al campo social, y se dis­
tribuyen completamente por los cerebros y los cuerpos de los ciudadanos,
de modo tal que los sujetos mismos interiorizan cada vez más las conduc­
tas de integración y exclusión social adecuadas para este dominio. El po­
der se ejerce ahora a través de maquinarias que organizan directamente
los cerebros (en los sistemas de comunicación, las redes de información,
etcétera) y los cuerpos (en los sistemas de asistencia social, las actividades
controladas, etcétera) con el propósito de llevarlos hacia un estado autó­
nomo de alienación, de enajenación del sentido de la vida y del deseo de
creatividad. En este sentido la sociedad de control podría caracterizarse
por una intensificación y una generalización de los aparatos normalizado-
res del poder disciplinario que animan internamente nuestras prácticas
comunes y cotidianas, pero, a diferencia de la disciplina, este control se
extiende mucho más allá de los lugares estructurados de las instituciones
sociales, a través de redes flexibles y fluctúan tes. En segundo lugar, la
obra de Foucault nos permite reconocer la naturaleza biopolitica del nue­
vo paradigma de poder, (i, p. 39; trad. esp. 38)

La eficacia del control encuentra fundamento en la nueva ontologia,


en el hecho de que el poder es una función vital, incorporada en
cada individuo y «reactivada» por los dispositivos: el conjunto del
cuerpo social «se desarrolla en su virtualidad» (1, p. 40; trad. esp. 39).
Se puede hablar de producción material de vida en referencia a la
dimensión ontològica de la producción social y cultural capitalista:
es esta materialidad la que puede ser invertida en procesos de libera­
ción del nuevo sujeto político que, en términos spinoziano y deleu-
ziano, es llamado multitud, sujeto de autoproducción.

Paréntesis deleuziano. La vida y elplano de la inmanencia

El diagnóstico negriano del orden imperial del biopoder se dirige


a perturbar la imagen «lineal y totalitaria del desarrollo capitalista»
(i, p. 40; trad. esp. 39) compartida tanto por la ideología liberal
predominante como por el veteromarxismo, condenado así al cinis-

137
biopolìtica

mo y a la impotencia. Pero hoy asistimos más bien a una «explo­


sión de los elementos que anteriormente coordinaba y mediaba la
sociedad civil. Las resistencias ya no son marginales, sino que pa­
san a constituir fuerzas activas que operan en el centro de la socie­
dad»; «los rasgos individuales se singularizan en mil mesetas» (i, p. 40;
trad. esp. 39-40). Esta última expresión, que recoge el título del
famoso libro de Deleuze y Guattari (2006), resulta reveladora. Su
pensamiento es llamado a explicar lo que en Foucault aún estaba
implícito: «la paradoja de un poder que, mientras unifica e incor­
pora en sí mismo todos los elementos de la vida social [...] revela
al mismo tiempo un nuevo contexto, un nuevo ámbito de máxima
pluralidad e incontenible singularización: el ámbito del aconteci­
miento» (1, p. 41; trad. esp. 40).
Deleuze es el pensador de la diferencia, de lo múltiple, de la in­
manencia afirmativa que da una respuesta a la pregunta sobre el
bioS) eludida conscientemente por Foucault: una respuesta «postes-
tructuralista» —en el sentido de que abre una brecha en el circuito
de eterno retorno del concepto— que «renueva el pensamiento ma­
terialista y se asienta sólidamente en la cuestión de la producción del
ser social» (1, p. 43; trad. esp. 42): sus máquinas deseantes producen
el mundo, sus sujetos y objetos. Por otra pane, para Negri y Hardt
la ontologia inmanentista deleuziana, a pesar de introducir el plano
ontològico de la vida, no «construye», fascinada como está por el
incesante movimiento, por los «flujos absolutos»; delinea una crea­
tividad impotente, «insustancial» (1, p. 43; trad. esp. 42), producien­
do resultados efímeros y caóticos.
Deleuze, a pesar de estas limitaciones que Negri y Hardt subra­
yan, es el filósofo que, ofreciendo a la nueva biopolítica afirmativa
la conceptualización adecuada de un pensamiento de la inmanencia
y de la vida como inmanencia, es referencia indispensable para toda
esta corriente. Intérprete genial e innovador de Spinoza, Deleuze
halla una Sustancia que vive en todos sus «modos», una Sustancia
viva en la que el efecto es inmanente a la causa, a la norma, la cual
no es hostil, ni amenazante, sino que se manifiesta como absoluta
afirmatividad de un nomos inmanente, más que ontològico, prag­
mático.

138
BIOPODER Y BIOPOLÍTICA AFIRMATIVA

Es, para nosotros, el nodo teórico decisivo. Solo una absoluta


inmanencia de vida y nomos puede ofrecer «solución» al problema
de la biopolítica. La multiplicidad del viviente no remite a princi­
pios que la trascienden y la unifican; permanece como es: es poten-
tía» dynamis» movimiento, acto. El conatos sese servandi» spinoziano
deseo vital de durar, incluye una idea de fuerza, de poder, de deseo
(liberado, sin embargo, de la hegeliana privación). Aproximando a
Spinoza, Nietzsche y la afirmatividad, el decir sí del eterno retorno,
reactivando la fuerza formativa de la vida del evolucionismo de
Bergson, potencia autonormativa que incesantemente deviene, De­
leuze accede a un «plano de inmanencia» (o de consistencia) (mp,
p. 743), que es natural no en un sentido ontológio y sustancial,
sino más bien como virtual modalidad de vida. «Ya no es la afirma­
ción de una sustancia única, es el despliegue de un plano común de
inmanencia donde están todos los cuerpos, todas las almas, todos los
individuos. Este plano de inmanencia o de consistencia no es un
plano en el sentido de un esquema mental, proyecto o programa, es
un plano en el sentido geométrico, sección, intersección, diagrama.
Estar en el medio de Spinoza significa estar sobre este plano modal,
o, mejor, instalarse sobre este plano. Ello implica un modo de vivir,
una conducta de vida» (Deleuze, 1998, pp. 151-152).
La sustancia-naturaleza es, por lo tanto, antisustancialista; no es
más que un modo de vivir, modus de la singularidad viviente de estar
afectada o quedar afectadas las otras singularidades. Incluye en la
naturaleza todo lo artificial, desde la técnica a la política: todo está
y deviene en el plano de la inmanencia, hecho móvil, inestable por
el conatusy privado de identificaciones fijas, anónimo e impersonal:
«aquí ya no hay en modo alguno formas o desarrollos de formas; ni
sujetos y formación de sujetos [...] Tan sólo hay relaciones de movi­
miento y de reposo, de velocidad y de lentitud entre elementos [...]
Tan sólo hay haecceidades, afectos, individuaciones sin sujeto, que
constituyen agenciamientos colectivos [...] Nada se subjetiva, pero
se forman haecceidades según las composiciones de potencias o de
afectos no subjetivados [..,] Lo denominamos plan de Naturaleza,
aunque la naturaleza no tenga nada que ver ahí, puesto que ese plan
no establece ninguna diferencia entre lo natural y lo artificial» (mp,

139
biopolìtica

p. 375; trad. esp. 269). Esta coexistencia «caósmica» es la condición


inmanente en la que las vidas experimentan y desarrollan el quid
viviente, ni organizado ni normado desde el exterior, antirrepresen-
tativo, que tiene la potencia de transformarse y recrearse. La vida es
producción de diferencias, pero indeterminadas, fluidas: como en
las metafísicas genético-evolutivas del neodarwinismo.
En el último texto deleuziano, La inmanencia: una vida... (1996),
este plano de inmanencia de la vida se inclina hacia la des-subjetiva-
ción, lo impersonal, la disolución de lo propio: huellas de una forma
de sustracción a la captura del biopoder que, en modo decidida­
mente diferente de la eufórica afirmatividad ontològica de Negri,
conduce en dirección a una respuesta al biopoder en términos de
nomadismo, de vida menor, de fuga. Lo retomaremos en breve.

Homo homo

En comparación con la articulación efímera de la producción de­


seante en Deleuze, Negri y Hardt intentan —para un proyecto
decididamente político— aún más sólidamente «la producción bio-
política» en la producción ontològica del sujeto multitud.
«Es necesario formular además una nueva teoría política de la
subjetividad que opere principalmente a través del conocimiento,
la comunicación y el lenguaje» (i, p. 44; trad. esp. 43). El anclaje se
ofrece por medio de la materialidad de la producción social deter­
minada por la nueva forma del trabajo productivo, el trabajo inte­
lectual y comunicativo y el crecimiento del peso del general intellect
en la valorización capitalista. La investigación sobre la transforma­
ción del trabajo productivo en algo cada vez más «inmaterial» con­
verge con la atención foucaultiana sobre la biopolítica del tardoca-
pitalismo y el papel del capital humano (cfr. suprd), que implicaba
en el sistema de valorización a la vida humana entera, en su dimen­
sión afectiva, imaginativa y relaciona!; lo que no significa pensarla
«atendiendo solamente a sus aspectos intelectuales e incorpóreos
[...] en este contexto, la productividad de los cuerpos y el valor del
afecto son absolutamente esenciales» (1, p. 44; trad. esp. 43).

140
BIOPODER Y Biopolìtica AFIRMATIVA

La nueva fase del capitalismo cognitivo «incluye al trabajo en


todos los elementos relaciónales que definen lo social, pero al mis­
mo tiempo activa los elementos críticos que desarrollan el potencial de
insubordinación y sublevación en todo el conjunto de las prácticas
laborales» (1, p. 44, cursiva mía; trad. esp. 43). Es evidente el opti­
mismo de Negri respecto a la ambivalencia de la puesta en funcio­
namiento de las subjetividades en la producción cognitiva y relacio­
na!: emergen nuevas subjetividades políticas —denotadas por
imaginación y creatividad— allí donde puede leerse la más comple­
ta subsunción del humano en el mercado, cuando precisamente
imaginación y creatividad —que son los rasgos propios de la liber­
tad, de la distancia, de la desordenación del sujeto— se someten a la
valorización y al beneficio.
Ciertamente, la ambivalencia es real, y su subsunción totalizante
(propia de la interpretación veteromarxista) cierra todo margen de
fuga con respecto al sometimiento al código del mercado. Negri,
por medio del concepto marxista de trabajo vivo, abre, en cambio,
la dimensión de agency del trabajo, irreductible a la alienación del
trabajo asalariado y ejecutivo, paradójicamente en línea con la exal­
tación liberal del trabajo autónomo. Creatividad, afectos y virtuali­
dad revelan una «naturaleza humana» originaria y original, entonces
subordinada al mercado.
Sin embargo, parece arriesgada la exaltación del potencial de in­
subordinación, de conversión del biopoder en biopolítica afirmati­
va. Por otro lado, Negri es consciente de que, en el mercado, la
«máquina es autovalidante, autoformadora, es decir, sistèmica.
Construye tejidos sociales que excluyen o quitan efectividad a toda
contradicción» (1, p. 48; trad. esp. 47).
Pero hay siempre un nivel ontològico del que servirse: el Spinoza
de Negri conecta ontològicamente verdad y potencia corpórea, cons­
tituyendo a la vez las singularidades y la multitud. Una ontologia que
tiene «el sello de la creatividad humana», esto es, subjetivada en un
humanismo vitalista revolucionario que se dirige a «construirse
un nuevo cuerpo y una nueva vida» (1, p. 205; trad. esp. 203), capaz
de una «barbarie positiva», de una «violencia afirmativa» (1, p. 205;
trad. esp. 203). Si bien Negri abraza el naturalismo deleuziano, que

I4I
biopolìtica

disuelve los límites «entre los seres humanos y los animales, entre
los seres humanos y las máquinas, entre el varón y la mujer», cons­
ciente de «que la naturaleza misma es un terreno artificial abierto a
mutaciones, mezclas e hibridaciones»; si bien comparte la violación
de los tradicionales confines, «las homologías naturalistas de la mo­
dernidad» para «un éxodo antropológico» (i, p. 206; trad. esp. 204)
en términos de modificación del cuerpo, de transformación ciber-
punk, capaces de expresar la intolerancia a los roles, la renuncia al
mando; no por ello la aproximación de Negri es deleuziana.
«Debemos avanzar mucho más en la tarea de definir ese nuevo
lugar del no lugar, mucho más allá de las meras experiencias de mez­
cla e hibridación [...] Tenemos que llegar a constituir un artificio
político coherente, un devenir artificial en el sentido en que habla­
ban los humanistas del homo homo, producido en virtud del arte y
el conocimiento, y en el sentido en que hablaba Spinoza de un cuer­
po potente producido por la más elevada conciencia que infunde el
amor» (1, p. 206; trad. esp. 204-205). Negri explota la pasión políti­
ca constructiva, utópica, de este vitalismo no carente de excesos es-
tetizantes. Pero es evidente, sobre todo, la propuesta —ciertamente
no deleuziana ni mucho menos foucaultiana— de un homo homo,
que hace de norma, de modelo para un nuevo modo de vida: otra
vez una definición de lo humano más verdadera, más auténtica hace
de criterio de juicio, función normativa/selectiva de las nuevas tec­
nologías de poder que Foucault había querido analizar. La apelación
de Negri une el potenciamiento de las vidas, promovidas por el bio-
poder postfordista, a efectos constitutivos y con consecuencias an-
tropo-ontológicas. Más allá de la deconstrucción. En la euforia de la
autotransformación biopolítica, pero sin la ironía que encontrare­
mos en Donna Haraway.

¿Liberar la vida? La multitud

A diferencia de los postmodernos —como Lyotard, Baudrillard,


Virilo— que consideran que el horizonte epoca! se define sin restos
«por una investidura capitalista total de la vida, es decir, por un

142
BIOPODER Y BIOPOLÍTICA AFIRMATIVA

biopoder que coloniza y ocupa todo el tejido político de la historia


y de la sociedad o, entre otros términos, por un conjunto de efec­
tos y de derivas tecnológicas absolutamente insuperables» (fp, p. 72;
trad. esp. 100), Negri —también Lazzarato, Moulier Bou tan g y
otros que comparten el análisis del capitalismo inmaterial como
forma actual de biopoder— afirma enérgicamente la posibilidad
de liberar la vida. En términos marxistas, ello significa reencontrar
lo perdido, mítico valor de uso más allá o debajo del valor de cam­
bio: «el valor de uso reaparece continuamente en su articulación
con el deseo de emancipación, con la afirmación de subjetivida­
des, con la potencia productiva» y «a las transformaciones fetichis­
tas del capital se oponen, pues, las metamorfosis biopoliticas (técni­
cas, políticas, ontologías) de la fuerza de trabajo» (fp, p. 77; trad.
esp. 107).
La potencia, la biopolítica, la dynamis, el trabajo vivo, el valor de
uso: Negri conecta en el análisis de la biopolítica —para compensar
y alentar el asedio inmanente del biopoder— categorías, fuerzas,
que reenvían al ser mismo. En la «hegemonía tendencial del trabajo
inmaterial (intelectual, científico, cognitivo, relacional, comunicati­
vo, afectivo, etc.) que caracteriza cada vez más el modo de produc­
ción y los procesos de valorización», se revelan vitalidad, desmesura,
excedencia: «sus productos son productos de libertad y de imagina­
ción. El excedente que los caracteriza es precisamente esa creativi­
dad» (fp, p. 18; trad. esp. 26). La resistencia condicionada de Fou­
cault, la potencia marginal y sustractiva de Deleuze, quedan situadas
en el centro del biopoder y devienen «fuerza ontològica» (fp, p. 23;
trad. esp. 33). Si el poder ha investido la vida, ¿entonces también la
vida es un poder y «se puede localizar en la vida misma —es decir,
por supuesto en el trabajo y en el lenguaje, pero también en los
cuerpos, en los afectos, en los deseos y en la sexualidad— el lugar de
emergencia de un contrapoder, el lugar de una producción de sub­
jetividad que se daría como momento de sometimiento?» (fp, p. 27;
trad. esp. 40).
¿Se trata, como hemos dicho, de vitalismo? Negri afirma querer
tomar distancia manteniéndolo peligrosamente cerca de la tanato-
política. Reafirma el carácter reaccionario, el giro en el signo de la

143
biopolìtica

muerte, la opacidad indiscernible. En Fábricas de porcelana —donde


ya en el título reconoce la fragilidad de las esperanzas y de los es­
fuerzos— es consciente de que, si se naturaliza la vida y se impulsa
hacia una comprensión biológica, esta se sustrae a la modificabilidad
política. En esta serie de lecciones, en la estela de Deleuze y Foucault,
«la biopolítica no es un retorno a los orígenes, una manera de volver a
enraizar el pensamiento en la naturaleza; es en cambio el intento de
construir pensamiento a partir de los modos de vida —tanto indivi­
duales como colectivos—, de que el pensamiento salga (y la reflexión
sobre el mundo) de la artiflcialidad —entendida como rechazo de
todo fundamento natural— y de la potencia de la subjetivación»
(fp, p. 30; trad. esp. 43).
La producción de subjetividad se da evidentemente, a pesar del
biopoder, como posibilidad (o potencia) de expresión de la exceden­
cia: la anomalía salvaje spinoziana. Excedencia que crea espacios de
autovalorización, potencia contra el poden Es dudoso que el simple
cambio de términos restaure la dicotomía y la consecuente posibili­
dad de liberación: se sale del cerco encantado de la sujeción subjeti-
vante. «El concepto de multitud deriva de la relación entre una forma
constitutiva (la de la singularidad, de la invención, del riesgo, a la que
nos lleva cualquier transformación del trabajo y de la nueva medida
del tiempo) y una práctica del poder (la tendencia destructiva del va­
lor-trabajo que el capital hoy en día está obligado a poner en prácti­
ca)». Ya que el capital no es capaz de construir algo orgánico y unita­
rio: «la multitud debe ser pensada entonces, necesariamente, como una
multiplicidad no orgánica, diferenciada y potente» (fp, p. 40; trad. esp.
57), capaz de ser el nuevo sujeto político de una democracia radical
Sobre este proyecto de «multitud» se centran las críticas de Ma-
cherey (no consigue la unidad de perspectiva y de decisión), Balibar
(no es verdaderamente una fuerza antisistémica), Laclau y Rancière (no
es una clave «política», sino solo material y no alcanza a la hegemo­
nía de lo social). Pero Negri relanza el proyecto de hacer-multitud,
pensando que solo es posible producir una subjetividad política si se
accede a la virtualidad biopolítica.
El deseo posee en sí «la determinación generadora y, por lo tan­
to, su productividad» (1, p. 358; trad. esp. 351). «Cuando nuestro

144
BIOPODER Y BIOPOLÍTICA AFIRMATIVA

análisis se sitúa firmemente en el mundo biopolítico, donde coinci­


den la producción y la reproducción social, económica y política, la
perspectiva ontològica y la perspectiva antropológica tienden a su­
perponerse [...] En realidad, nosotros somos los amos del mundo
porque nuestro deseo y nuestro trabajo lo regeneran continuamen­
te. El mundo biopolítico es un entrelazamiento inagotable de accio­
nes generadoras, cuyo motor es lo colectivo (entendido como punto
de reunión de singularidades)» (i, p. 358; trad. esp. 351-352). El indi­
vidualismo y el miedo hobbesiano, que bloqueaban a las multitudes
en el aislamiento y en la impotencia, decaen. Decae toda antropolo­
gía patológica que defina la humanidad negativamente. Lo político
debe ceder al deseo, al amor (pero, ¿no escuchamos utilizar hoy esta
palabra para sostener políticas populistas?), a la potencia de la bio-
política. «La organización de la multitud como sujeto político, como
posse, comienza pues a aparecer en el escenario mundial» (1, p. 379;
trad. esp. 372). Su «naturaleza revolucionaria» (1, p. 365; trad. esp.
358) no es puesta en duda. Su capacidad de producir y reproducir
autónomamente el mundo de la vida es también indiscutible. Se
mueve de forma impredecible, desafiando el control imperial, en
modos y lugares inesperados, sorpresivamente. Se reapropiará de
los medios de producción, esto es, en el capitalismo inmaterial, de sí
misma, de su autónoma autoproducción. Su nombre político es
Posse*. potencia activa, música rap, obrero social, cooperación que
crea riqueza. La multitud es autoorganización biopolítica (1, p. 379;
trad. esp. 372).

FEMINISMO Y NATURALEZA

Si se interpreta la biopolítica como un poder productivo de subjeti-


vación, no puede extrañar que esté en el centro de muchos análisis
feministas. Las teorías feministas reivindican exactamente la centra-
lidad del cuerpo y del género en los dispositivos de gobierno de las
vidas, centralidad ocultada, apartada, forclusa por la teoría liberal
del sujeto jurídico desencarnado. El sujeto autónomo, titular de de­
rechos y de razones legitimantes, es acusado de presentarse como

145
BIOPOLÍTICA

una categoría neutral ante las diferencias, pero, de hecho, portador


del régimen de verdad/poder paternalista y machista de Occidente.
No es posible afrontar aquí el nexo profundo entre teorías de la
diferencia —que orientan en sentido singularizante el impulso indivi­
dualista de la modernidad— y feminismo. La diferencia es diferencia
de cuerpos, de vidas: el análisis de la modalidad biopolítica que go­
bierna las vidas, omnes et singulatim, más allá de una abstracta autorre-
p res entación jurídica, tiene una deuda con el feminismo que, a su vez,
recibe impulso del clima biopolítico de atención cada vez más viva a
las temáticas del cuerpo, de la reproducción, de la vida. Obviamente,
en la mayoría de casos, la atención crítica al gobierno biopolítico por
parte del feminismo subraya el carácter pastoral, la inducción de sub-
jetivaciones funcionales a los roles de género, la gestión de los cuerpos
de las mujeres que pretende la docilidad, la predominante función
reproductiva y su medicalización a ultranza (Duden, 1994, p. 107). La
mayoría de las veces se subraya, a partir de Foucault, las prácticas de
sujeción de los cuerpos, la formación de un imaginario femenino, la
automarginación de los espacios de poder público.
Sin embargo, en las teorías feministas hay importantes lecturas
de la biopolítica como revelación de la potencia afirmativa de la vida
misma, donde es evidente, mejor que en otro lado, la torsión epis­
temológica que imprime a la crítica de la gubernamentalidad biopo­
lítica. De hecho, el punto de partida de esta crítica posmoderna es­
taba ciertamente en la deconstrucción de la «naturaleza» del sexo, la
deconstrucción de la naturalidad en la que se inscriben los géneros
y los roles: desmontar el dispositivo de subjetivación jerárquica y la
dicotomía heterosexual que son naturalizados también por el psi­
coanálisis edípico es, por ejemplo, un punto irrenunciable del análisis
de Butler (2004). La lucha contra la naturalización de la hetero-
sexualidad —heterosexualidad que, para Levi-Strauss, es concomi­
tante a la emergencia de la interdicción del incesto y, por tanto, a la
emergencia del orden edípico-simbólico— es un punto de equili­
brio entre esta gran pensadora feminista y el deconstruccionismo de
Foucault.
Asistimos, por tanto, a un verdadero cambio de perspectiva episté-
mica cuando algunas feministas abandonan este nivel deconstructivo

146
BIOPODER Y BIOPOLÍTICA AFIRMATIVA

—el nivel de la identidad de género, contingente, histórica y, por


ende, modificable— para acceder directamente al nivel «naturale­
za». Esta última no entendida en la tradicional bifurcación sexual,
sino como indistinta, no diferenciada potencia del deseo.

Ciber-biopolitica y post-human. Donna Haraway

En el caso de Donna Haraway, el discurso se mueve, como siempre,


desde la crítica al biopoder, discurso dominante que gobierna sexua-
1 izando. El primer paso de Haraway es, por tanto, deconstructivo e
impone al discurso falologocéntrico un desplazamiento fuera de las
dicotomías, in primis sexuales, a través de las cuales gobierna. Los
discursos son, en cambio, múltiples, descentrados, esquivos, no se
prestan a una captura frontal. Aquí, como también en Butler, emer­
ge el uso de una actitud irónica, también paródica, en la conciencia
de que el lenguaje de la resistencia no puede más que ser, foucaultia-
namente, capturado por el biopoder y, por tanto, es necesario enre­
darlo, i ron izarlo, hacerlo desplazarse. Como, por otra parte, es posible
—y oportuno, desde un punto de vista vital— el desplazamiento de
los roles de género en las figuras paródicas de los transgenders. Voces
actuales, diferentes y contingentes agitan el gran discurso central, el
megarrelato. Y, para Haraway, estos discursos parciales y situados
están hoy fuertemente plasmados por la invasiva potencia de la tec­
nología biónica.
Por lo tanto, existe el pleno reconocimiento de la eficacia de la
biopolítica que nos gobierna, de su influencia sobre procesos de
subjetivación que son radicalmente modificados por los saberes bio­
lógicos y por las biotecnologías: nueva es, en cambio, la plena acep­
tación de este proceso que anula las fronteras entre naturaleza y ar­
tificio. Los injertos biotecnológicos no son solo instrumentos al
servicio del «cuerpo», sino elementos, componentes constitutivos de
aquel mismo cuerpo. £1 ciberfeminismo de Haraway exalta, no sin
ironía, la productividad del biopoder.
En la actual fase hipertecnológica, la biopolítica no se limita a
gobernar y orientar: crea sujetos nuevos, produce literalmente el

147
BIOPOLÉTICA

cíborg (Haraway, 1995). Se evoca el icono del cíborg, el mito del


viviente artificial —que opera en una época postfordista, donde in­
teligencia y comunicación son facultades vitales puestas a produ­
cir— y heraldo de una humanidad posthumana.
Como ya en Negri, o en Lazzarato, como en Kirkhove o Levy,
como en Caronia o Virilio, nos encontramos frente a una asunción
positiva, incluso ante una radicalización del nuevo aspecto produc­
tivo, en el que un cuerpo-mente activo, creativo, no solo ejecutivo,
produce, obteniendo de la inteligencia común y del saber que circu­
la en la red, nuevas formas de vida que contaminan lo humano (cfr.
Marchesini, 2002).
Híbridos', estos son los cíborgs. Híbridos que, mientras vacían la
soberbia del humanismo occidental, delinean una nueva continui­
dad tanto con lo animal como con el mundo inorgánico de las pró­
tesis, de las máquinas biónicas llamadas a potenciar, pero también a
cambiar al viviente. La gran separación ontològica y metafísica entre
orgánico e inorgánico se despliega en una simbiosis que se «abre» a
la cadena del viviente, a la animalidad. Se enciende un imaginario
novísimo de cuerpos tecnológicos, resplandecientes de potencia
post-humana, que —como subraya Haraway— podría ofrecer a las
mujeres potencia y vida inéditas.
Y se trata de vida más que de cuerpo: la biopolítica afirmativa del
Manifiesto cyborg va más allá de la corporalidad sexual del viejo fe­
minismo, en dirección a un código de la vida que el poder activo es
capaz de manipular, de combinar de forma creativa. Este poder ma­
nipulador, biopolítico por excelencia, no debe ser demonizado, por­
que desarrolla una potencialidad, una chance de vida, que los dispo­
sitivos biotecnológicos ofrecen y que cada cual puede «interpretar»
como le sea más favorable.

Si lo orgánico se disuelve en el código disponible para la recombina­


ción biònica, estamos otra vez en territorio deleuziano, con un plus
de exaltación eufórica —pero también conscientemente irónica—

148
BIOPODER Y BIOPOLÍTICA AFIRMATIVA

ante la posibilidad de nuevas figuras, nuevas individuaciones. El


código de la vida —ofrecido en su transcripción genética y genómi-
ca por el «saber experto» de la biología molecular—, en su devenir
sentido común, moviliza un nuevo imaginario que disuelve la tradi­
cional, humanista» clausura de los cuerpos.
La biopolítica, con el código genético, adquiere una base lingüís-
tico-discursiva. El sistema inmunitario —que, como veremos, de­
viene, con Esposito, la clave interpretativa del dispositivo biopolíti-
co— se presenta en Haraway como el sistema de identificación de
las señales, informativas y biológicas a un tiempo, «en el reconoci­
miento y en la confusión del yo y del otro» (Haraway, 1995» p. 137;
trad. esp. 350), código que funciona y que orienta desde el interior áe
las biotecnologías, biopolíticamente: «una relación del cuerpo bio-
médico y tecnológico debe comenzar por las múltiples interco­
nexiones moleculares [...] La biología trata del reconocimiento y del
falso reconocimiento» de los errores en la codificación, de las prácti­
cas de lectura del cuerpo [...] El cuerpo biomédico y biotécnico es
un sistema semiótico, un terreno complejo productor de significa­
dos, para el que el discurso de la inmunología [...] se ha convertido,
en muchos sentidos, en una práctica de alto riesgo» (Haraway, 199$,
p. 147; trad. esp. 362).
El desafío de Haraway, su esfuerzo por construir en el cíborg
—híbrido de máquina y de organismo— un nuevo mito feminista
y materialista, radicaliza la gestión biotecnológica y expropiante de
los cuerpos. Una radicalización mítica —a veces usa el término
constructivista de fiction— de naturaleza política, ya que las muje­
res, la parte «agraviada», perdedora en la larga lucha de género, una
vez que disuelven las dicotomías por medio de las cuales las vidas
están siendo gobernadas —dicotomías jerárquicas entre hombre y
mujer, hombre y máquina, hombre y animal—, pueden acceder a
una nueva potencia, o, al menos, a una desobediente anulación de
los confines identitarios. La ontología de los híbridos, de los cí-
borgs, supone una política post-gender> una biopolítica afirmativa,
aunque parcial, irónica, perversa: una biopolítica que ignora las
polaridades, naturaleza y cultura, naturaleza y artificio, que fagoci-
tan la vida.

149
biopolìtica

Metamorfosis y nomadismo. Rosi Braidotti

En una clave más explícitamente deleuziana, menos ficcional> tam­


bién Rosi Braidotti responde a la gubernamentalidad biopolítica de
los cuerpos «afirmando» metamorfosis posibles, vitales, que entien­
den los viejos límites humanistas como umbrales a franquear. Una
propuesta de inversión del biopoder en una biopolítica que asume
plenamente el riesgo y la vulnerabilidad, pero mantiene el deseo
productivo, que busca el cambio, lo inventa, y buscándolo encuen­
tra intensificaciones de las afectividades: dolor, pero también, y
principalmente, alegría.
La potencia productiva de las biotecnologías es evidentemente
una realidad que obliga a medirse con la «naturaleza humana». La
posición de la mujer, su pertenencia al género humano, para Braidot­
ti, es precaria y parcial, es zo¿> material biológico que produce el vi­
viente, y sobre esta función productiva-reproductiva se concreta la
actividad biopolítica de gobierno. Frente a esta heteronomía, Braidot­
ti (2003, p. 81) delinea una subjetividad spinoziana, «materia viviente
que tiende a la autoconservación, esto es, a la duración, conatus9 afec­
tividad pensante» viva, dinámica», «potentia, deseo afirmativo que se
mueve en un estado de tensión, de encuentro y de desencuentro pe­
renne con fuerzas externas que tienden, en cambio, a sedentarizarlo,
esto es, fijarlo para hacerlo durar» (Braidotti, 2003, p. 82).
Foucault no es suficiente: la lucha política exige otra vez una
definición de naturaleza, de vida, y exige la potencia vital de la zoé.
Para sustraer esta potencia vital al nihilismo subjetivador de la vo­
luntad de poder, Braidotti se refiere, con Deleuze, a Spinoza. Por lo
tanto, una potencia vital aunque no opresiva: nómada.
La crítica de la gubernamentalidad biopolítica tiene la tarea de
invertir la vida oprimida, gobernada, y restituir a la máquina desean­
te su creatividad, afirmando las diferencias, absolutamente positivas,
no dialécticas y antirrepresentativas. Estas diferencias concretas, ma­
teriales, y la misma asimetría biológica entre los sexos, se asumen
como un dato de diferencia ontològica, pero también quedan abier­
tas a un proceso incesante de transformaciones, de metamorfosis
imprevistas.

150
BIOPODER Y BIOPOLÍTICA AFIRMATIVA

La diferencia es el fundamento ontològico que marca la distan­


cia de todos los cuerpos con respecto a la normalidad, que es definida
como «el grado cero de la monstruosidad» (Braidotti, 2005, p. 11),
siendo la encarnación de la diferencia de la norma de lo humano-
base (ibid.) p. 81). El nomadismo es un proceso de des-identifica­
ción, de deslealtad, que se orienta hacia nuevos imaginarios. «La
marcha de los nuevos sujetos monstruosos es inevitable» {ibid^ «In­
troducción»). El humanismo, dispositivo antropocéntrico de con­
trol y de exclusión, está destinado a desaparecer definitivamente. La
deconstrucción ha quedado atrás: la temporalidad del nuevo sujeto
es resistencia, bergsonianamente «duradera», en un inmanentismo
antiesencialista, deviniente, pragmático. Al tiempo molar, produc­
tor de las políticas de emancipación, se contrapone la no fácil bús­
queda del tiempo molecular, donde el impulso a la vida es potencia,
no potestas.
¿Y la gubernamentalidad biopolítica? Hay «un entre, un intersti­
cio abierto por un lado a las influencias externas y desplegado, por
otro, hacia la interioridad de los afeaos» (ibid, p. 88). El sujeto de
Braidotti posee, sin embargo, en la estela de Deleuze sobre la que
insiste muchísimo, el sentido de los límites: «Pensar a través del
cuerpo y no en fuga de aquel, significa enfrentarse a los confines y
las limitaciones» {ibid., p. 90). Es un sujeto consciente de la amena­
za del caos autodestructivo y desconfía del entusiasmo liberador del
cíborg. Braidotti busca, más bien, un materialismo radical, que sea
adecuado a la era tecnológica, capaz de no temerla.

DE LA SACRALIDAD A LA IMPERSONALIDAD DE LA VIDA

Cabe destacar que todas estas biopolíticas afirmativas, aun sirvién­


dose de la potencia de la vida, no la sacralizan, pues son conscientes
de que toda sacralización humanista —ya sea religiosa o «liberal»—
pertenece al gobierno biopolítico, normativo y seleaivo. No hay
ningún «valor inherente, autoevidente e intrínseco de la vida. La
vida es un motor frío, reactivado cotidianamente», «en cuanto pro­
yecto que aspira a afirmar la intensidad y la positividad del deseo, la

1
BIOPOLÍTICA

vida reposa sobre el fundamento materialista del sujeto encarnado»


(Braidotti, 2003, p. 108).
Y todos encuentran, otra vez, a Deleuze que marca con su lectu­
ra des-personal izan te y des-individualizante de la vida, la salida de la
sacralidad de la vida: «la vida en mí no lleva mi nombre. El yo no
la posee. El yo es solo un pasar a través. En una cultura saturada de
egotismo, el yo es muy a menudo un obstáculo al proyecto de afir­
mar y reforzar el retorno imparable y triunfal de la impersonalidad
—o, más bien de la apersonalidad— del devenir» (ibid.).
Del mismo modo que Ansell Pearson en ViroidLife (1997), Brai­
dotti asume la perspectiva deleuziana sobre la impersonalidad de la
muerte, para liberar al fantasma en la mutación incesante que disuel­
ve el yo, su narcisismo, su paranoia, su negatividad. «Una concep­
ción de la muerte positiva, dinámica y procesal, concepción que la
liberaría del deseo antropomórfico de la muerte (de la estasis, del
ser), y se podría hablar así de una muerte que desea (de una muerte
que es deseo, donde el deseo se construye por medio de las líneas
de una máquina o de un ensamblaje mecánico), puede solo ser con­
seguida liberando el devenir de la muerte tanto del mecanismo como
del finalismo [...] Esto conlleva proponer el mundo como un “mons­
truo de energía” sin inicio y sin final, un mundo dionisíaco de auto-
creación eterna y de autodestrucción “eterna”, moviéndose de lo sim­
ple a lo complejo y, después, volviendo al simple afuera de la
abundancia: calor/frío, “más allá” de la saciedad, el disgusto, la fati­
ga, un mundo del devenir que nunca consigue ser, que nunca alcan­
za la muerte final» (Braidotti, 2003, pp. 62-63).
El umbral más propio de la biopolítica afirmativa es lo imper­
sonal.

ENTRE HUMANISMO Y DOMESTICACIÓN: SLOTERDIJK Y LA DISPUTA

CON HABERMAS

Antes de confirmar esta respuesta impersonal, por medio de las re­


flexiones de Roberto Esposito, debemos ocuparnos de la posición de
Sloterdijk, filosóficamente distante de lo propuesto hasta aquí, en la que

152
BIOPODER Y BIOPOLÍTICA AFIRMATIVA

confluyen una aceptación «afirmativa» de las biotecnologías manipu-


lativas y aquel paradigma inmunitario que veremos desarrollarse en
Esposito: cuadro que refuta la animalidad y la impersonalidad.
Los títulos de los dos ensayos más importantes de Sloterdijk so­
bre la biopolítica-biopoder, que penetran en el corazón del mecanis­
mo antropogenético, son bastante inquietantes: La domesticación
del ser y Reglas para el parque humano, incluidos en la colección Sin
salvación (2004).
Resumiendo e interpretando importantes investigaciones paleo-
antropológicas (Miller, Gehlen, Alsberg, Bolk, Portmann), Sloter­
dijk dibuja el proceso de des-animalización del animal que ha teni­
do como consecuencia la aparición del ser humano. Mientras que el
animal se mueve y vive en su ambiente» lo específico del ser humano
es «la evasión del mundo circundante para salir a la ausencia de
jaula ontològica» (Sloterdijk, 2004a, p. 128; trad. esp. 105), el «mun­
do». Para Sloterdijk, el ser humano es un producto, naturalmente
abierto a ulteriores modificaciones, de mecanismos antropogenéti-
cos pre-humanos y no-humanos {ibid» p. 132; trad. esp. 108). Con la
palabra «antropotécnica», Sloterdijk designa un mecanismo, que no
se puede no calificar como biopolítico, para el que el ser humano
mismo es fundamentalmente el resultado de una producción (ibid»
p. 122; trad. esp. 100). Este dispositivo traduce en clave de domesti­
cación, de producción del ser humano por parte del ser humano, el
tradicional paradigma humanista.
La domesticación del ser humano es para Sloterdijk el gran im­
pensado de nuestra cultura. Nos encontramos, obviamente, en la
perspectiva de Nietzsche. Sloterdijk deconstruye el dispositivo del hu­
manismo como dispositivo inmunitario de rigurosa separación del ser
humano de su naturaleza. De aquí el debate con Habermas. Si, para
Sloterdijk, se pensase la génesis de la cultura, a la inversa, a partir de
la técnica, el concepto humanismo de naturaleza humana se disolve­
ría. Se disolvería aquel concepto reiterado y difuso, recientemente
propuesto por Habermas en su libro de bioética Elfuturo de la natu­
raleza humana (2002), en el que se afirma la necesidad ética de some­
ter las biotecnologías al juicio de la autonomía de la razón humana,
contra el cual Sloterdijk realiza un ataque radical.

153
BIOPOLÍTICA

En el interior del dispositivo humanístico y habermasiano, la


bioética no puede más que ser un conjunto de prescripciones e in­
terdicciones destinadas a salvaguardar la diferencia cualitativa del
sujeto, humano por definición. Esta contraposición tradicional de
lo humano y la técnica —que lleva a la espalda la noble concepción
de la «dignidad» del ser humano, cualidad originaria, inalienable,
innata y definitiva de la persona— oscurece la complejidad y los
enemigos que se revelan en la perspectiva antropogenética de pro­
ducción de lo humano, de un ser humano que viene producido téc­
nicamente. Hace falta aceptar la radicalidad de este cambio de pers­
pectiva. Es preciso acudir al acontecimiento que estamos viviendo,
esto es, la desaparición de la «casa del ser». Se trata de la heidegge­
riana ausencia de patria que señala la conclusión de la metafísica.
«Cuando Dolly da balidos, no está el espíritu consigo en su patria»
(Sloterdijk, 2004a, p. 169; trad. esp. 140). Viene a menos la distin­
ción metafísica entre naturaleza y cultura. Para pensar a la altura de
este estadio, según Sloterdijk sobre la estela de Gehlen, es necesario
reconocer que la cultura no es pensable sin su origen tecnógeno,
«sigue siendo la plasticidad una realidad fundamental y una tarea
ineludible» (Sloterdijk, 2004a, p. 177; trad. esp. 147).
Pero aquí está también el punto de inversión: en la técnica está la
salvación. Una «Aowé’o-técnica» —ecológica y ligada a la teoría de
la complejidad— capaz de utilizar las cosas sin violencia como la tra­
dicional ¿Zp-técnica.
La bioética, en este caso habermasiana, que en nuestro recorrido
ha sido evocada solo marginalmente y per differentiam, manifiesta,
desde el punto de vista de la gestión biopolítica de las vidas, su ca­
rácter de dispositivo verídico y moral —hecho de enunciados, axio­
mas, argumentaciones, pero también de presiones, comités de evalua­
ción, autoridades e institutos— para orientar el juicio y las decisiones
de los sujetos, que se confrontan con una serie de dilemas radicados
en saberes expertos. Y es de este dispositivo bioético formal de lo
que Sloterdijk se distancia.
Evidenciando las dificultades que encuentra el positivismo hu­
manista y científico de la bioética formal para pensar consecuente­
mente la «naturaleza humana», el filósofo alemán se orienta hacia

154
BIOPODER Y BIOPOLÍTICA AFIRMATIVA

una nueva, distinta, concepción de la resistencia y de la moviliza­


ción total del viviente, pensada en términos estáticos, heideggeria-
nos. La estaticidad irreductible de lo humano se encuadra en un
constructivismo inmanentista radical que rechaza toda referencia a
lo divino o al mito como donante de sentido. Esto no significa ceder
al reduccionismo del evolucionismo biológico incapaz de pensar la
distinción, de matriz heideggeriana, entre mundo y ambiente. Una
explicación científica nunca será capaz de dar cuenta del devenir hu­
mano. Sloterdijk, más bien, retoma la ontologia de la existencia de
Heidegger llevándola hacia una suerte de «autenticidad fantástica»
que es la única que puede narrar en forma literaria la fuga del am­
biente hacia el éxtasis del mundo y es la única capaz de «dar testimo­
nio retroactivo de este resultado con ayuda del reconstructivismo
fantástico» (Sloterdijk, 2004a, p. 134; trad. esp. 110).
La apuesta de Heidegger por naturalizar la diferencia ontològica
es evitada por Sloterdijk operando sobre una «realidad», naturaliza­
da por medio de la narración fantástica. El ser humano no tiene
acceso directo a las condiciones de su producción, ya sea en el bio-
poder (aquí entendido como poder plástico de lo humano), ya en la
biopolítica (entendida en sentido selectivo), mas debe estar a la al­
tura de la explicación científica y genómica de sus condiciones de
existencia. ¿Cómo? La metáfora doméstica, el habitar humano,
de Heidegger viene naturalizada en una teoría de las esferas que son
«lugares de resonancia interanimal e interpersonal en los que la ma­
nera en que los seres vivientes conviven adquiere una fuerza plásti­
ca» (Sloterdijk, 2004a, p. 137; trad. esp. 112).
En la «esfera» de este poder plástico, la situación humana parece
guiada por una «evolución autoplàstica exuberante», definida en es­
tos términos en cuanto no ha premiado darwinianamente las capaci­
dades de adaptación a un ambiente hostil, sino el desarrollo de las
capacidades de des-adaptación al ambiente. Los seres humanos han
producido los procedimientos de autoformación, las antropotécnicas
que compensan (inmunizan por) esta arriesgada, exuberante, plasti­
cidad del ser humano, generada en las esferas antropogénicas.
Estas cruciales antropotécnicas, técnicas de educación, de entre­
namiento, de disciplina, presuponen evidentemente y confirman la

155
biopolìtica

maleabilidad del ser humano educable, manipulable: «la convicción


de que los hombres son animales sometidos a influencia, y que por
ello es imprescindible administrarles el tipo correcto de influencias»
(Sloterdijk, 2004b, p. 245; trad. esp. 202).
En Reglas para el parque humano^ la producción estática, exube­
rante y autoplàstica de lo humano queda en la sombra: en cambio,
sobresale crudamente el sometimiento del hombre por parre del
hombre, que constituye la verdad obscena del dispositivo humanista
y de sus prácticas.
Con evidente referencia nietzscheana, el objetivo principal del
filósofo alemán consiste en el desenmascaramiento de la hipocresía
del humanismo, que no es más que un programa de selección y de
domesticación. La relación de domesticación de la humanidad ha­
cia sí misma ha sido constante en Occidente y es una relación esen­
cialmente política. La potencia autoplástica inscrita en lo humano
tiene la función de recuperar y reafirmar, si bien en clave distinta, su
dimensión antropogenética selectiva: «la signatura de la era técnica
y antropotécnica es que los hombres van cada vez más a parar al lado
activo o subjetivo de la selección, sin haber tenido que esforzarse a
propósito por acceder al papel de selector. Se comprueba además un
malestar en el poder de elegir, y pronto constituirá una opción de
inocencia el que los hombres se nieguen explícitamente a ejercer el
poder de selección que han conquistado fácticamente. Pero tan
pronto como en un campo hay un desarrollo positivo de poderes
del saber, los hombres quedan mal cuando —como en tiempos de
su antigua incapacidad— quieren dejar actuar en su lugar a un
poder superior, ya sea el dios, el azar o los otros» (Sloterdijk,
2004b, pp. 259-260; trad. esp. 215).
¿Se delinea un futuro de la naturaleza humana, como teme Ha­
bermas, planificado por una élite tecnocrática? Sloterdijk oscila en­
tre un provocativo desenmascaramiento del fondo tecnocrático del
ideal de humanitas^ y una más optimista insistencia sobre el carácter
de «autoeducación» de las mismas antropotécnicas. «Pero que el de­
sarrollo a largo plazo conduzca también a una reforma genética de
las propiedades de la especie; que una antropotecnología futura se
imponga hasta lograr una planificación explícita de los caracteres
BIOPODER Y BIOPOLÍTICA AFIRMATIVA

genéticos; o que la humanidad pueda llevar a cabo, haciéndolo ex­


tensivo a toda la especie, un cambio desde el fatalismo natal al naci­
miento opcional y a la selección prenatal» eso son cuestiones en las
que el horizonte evolutivo, si bien de forma confusa y no fiable,
empieza a despejarse ante nosotros» (Sloterdijk, 2004b, p. 260; trad.
esp. 216).

157
vii. El paradigma inmunitario
y la impersonalidad de la vida

Con este capítulo, que expone la teoría de Esposito y su giro en


sentido impersonal, llegamos al término de nuestro recorrido* Mu­
chos de los motivos que hemos tocado se presentan de nuevo en el
trabajo del filósofo italiano: tanto los elementos tanatológicos como
la constitutiva ambigüedad del concepto, su oscilación irresoluble
entre vida y muerte, entre hecho y norma, o las inversiones que
implica. Está presente en Esposito también la biopolítica afirmativa
en su versión impersonal, que transporta el concepto de vida fuera
de los cauces del biopoder. Así es posible intentar, después de haber
expuesto la trayectoria de Esposito y su resultado declaradamente
impolítico, una breve reflexión sobre la categoría objeto de nuestra
investigación, relanzando brevemente, con Rancière, un pensa­
miento que afirma orgullosamente la posibilidad de hacer política
en tiempos de biopolítica.

EL PARADIGMA INMUNITARIO. ROBERTO ESPOSITO

En el ámbito de una conceptualización filosófica del término «bio­


política», en diálogo crítico con las versiones de Agamben y Negri,
que podemos considerar postfoucaultianas, ya que —moviéndose
desde la apertura de Foucault sobre la biopolítica como modalidad

159
BIOPOLÍTICA

nueva para comprender la racionalidad política occidental— pre­


sentan recorridos originales, uno en la senda de una lectura negativa
del biopoder (la tanatopolítica de Agamben) y otro en una dirección
decididamente afirmativa de la biopolítica (Negri), Roberto Esposi­
to elabora una interpretación radical del tema. La desarrolla en una
doble vía: el mecanismo, poco estudiado, que conduce la política
moderna (para Esposito la biopolítica asume una configuración es­
pecífica en la modernidad) a implicar la vida humana en cuanto tal,
y el análisis del bios, en la convicción de que para comprender el
actual uso de la vida humana como medio para adquirir poder o
como instrumento de expresión, es preciso pensar filosóficamente el
concepto, deconstuir el constructo ideológico y funcional para ha­
cer aflorar, si es posible, la facticidad inmanente.
A la primera pregunta, Esposito responde evidenciando el víncu­
lo entre comunidad e inmunidad que, en su opinión, da razón de la
persistencia ambivalente —la protección de la vida que se invierte
en dispositivos mortales y tanatopolíticos, como reza el subtítulo de
Immunität. Protección y negación de la vida— que hemos constatado
en numerosas ocasiones en nuestro recorrido. No es suficiente po­
ner el acento sobre la diferencia entre un biopoder mortífero que
selecciona las vidas, que manipula y destruye, y la creatividad y el
deseo biopolíticos. Ni siquiera la euforia del acceso a la vida produc­
tiva y creativa por parte de una multitud de singularidades prolife­
rantes parece protegernos frente a la inversión de cualquier nuevo
sujeto biopolítico en las dinámicas ordinales, depresivas del biopo­
der. Los procesos de formación de la subjetividad —singular o co­
lectiva— están, como había indicado Foucault, implicados en la
relacionalidad del poder y, por tanto, están generados por el poder
que suscitan y refuerzan. Parece que la única forma posible de rom­
per este circuito cerrado, que tiene un efecto de dolorosa parálisis
sobre las luchas políticas de emancipación, sea a través de una salida,
una ruptura en dirección de la vida, entendida como viviente, que
ofrezca un punto de apoyo firme del que servirse para la excedencia,
la espontaneidad, la creatividad.
La segunda cuestión con la que el análisis de Esposito se mide es
aquella que apremia con urgencia a todas las reflexiones que, renun­

16o
EL PARADIGMA INMUNITARIO Y LA IMPERSONALIDAD DE LA VIDA

ciando a una división trascendental de ser y deber ser» asumen el


plano de la inmanencia antirrepresentativa como el único ámbito en
cuyo interior —¿en sus pliegues?— ha de darse la posibilidad de la
fuga» de lo nuevo. Se hace necesario, entonces, un análisis decons­
tructivo de la vida subyugada, para comprender si la respuesta debe
venir del acceso ontològico a la vida misma o del movimiento inter­
no a los dispositivos que la definen.

EL ENIGMA DE LA BIOPOLÍTICA. INMUNIDAD Y COMUNIDAD

Son numerosas las reflexiones contemporáneas que han identificado


en la inmunidad, o mejor, en las dinámicas de autoinmunización,
una clave para comprender la sociedad moderna. Se subraya que el
uso difuso, en estas teorías pero también en el lenguaje común, de
una metáfora procedente del lenguaje médico y ligada a las prácticas
de la medicina social —vacunas, rechazo, reacción inmunitaria,
contagio, virología, anticuerpos, esterilización—, es uno de los tes­
timonios más significativos de la transformación biopolítica. Des­
pués del atentado del u de septiembre, Derrida (2003), por ejemplo,
aplica este término a la dinámica del trauma que desencadena el
acceso autoinmunitario y el sucesivo desencadenamiento de la coac­
ción a repetir.
Esposito hace de la perspectiva inmunitaria un genuino paradig­
ma que permite comprender la lógica política de la modernidad. Su
comprensión implica una dependencia recíproca respecto del con­
cepto de comunidad. La comunidad, aquí, es exactamente el reverso
de aquella invocada por los comunitaristas (comunidad de lo propio^ de
la pertenencia y de la identidad común): aquello que está en común,
en la comunidad, es exactamente la «nada en común» (Com, pp. ix-
xxxrv; trad. esp. 21-49),la deuda recíproca, el vaciamiento
a favor del otro. Por tanto, Mauss y el don envenenado, que obliga a
la contraprestación. Una amenaza de pérdida de sí circula en la co­
munidad, una no pertenencia que niega a todos y cada uno, haciendo
inestable la colectividad que gira en torno a lo que falta (munus¡ la
deuda, el peso, el don), y que los miembros no pueden conservar.

I 6l
BIOPOLÍTICA

La identidad de los miembros de la comunidad parece amenazada


por la deuda, por la falta originaria que socava la solidez de lo pro­
pio, hace depender la identidad de quienes forman parte de una
comunidad de aquello que no tienen y que, por tanto, trastorna,
desestabiliza la vida.
La inmunización interviene en defensa de la vida, para esterili­
zar, en la modernidad, esta amenaza de la comunidad a la consisten­
cia y a la vida de cada uno. Inmunitarios son los dispositivos de la
representación, de la construcción política, de la subjetivización
jurídica. La inmunidad es la exoneración, la dispensa por la ley des­
estabilizante de la donación recíproca: el sujeto moderno es autóno­
mo, su identidad de individuo le permite tener unproprium (im, pp.
2j y ss.; trad. esp. 35 y ss.) que viene así defendido de la «expropia­
ción» comunitaria, y que lo separa y lo protege del riesgo de conta­
gio. El polo inmunitario del vínculo comunitario, que en la moder­
nidad biopolítica asume una valencia estratégica, es aquello que
defiende la vida, la autoasegura. Aquello que implementa los dispo­
sitivos para su protección: el estado natural de mutua asesinabilidad
y de apropiación recíproca de bienes y vidas es, para Esposito, el
contagio comunitario, disolutivo de la vida, aquello por lo que el
pacto hobbesiano que instituye el poder soberano trata de defender­
se e inmunizarse (im, pp. 102 y ss.; trad. esp. 115 y ss.).
Mas una aporía anida en este mecanismo reactivo e inmunitario,
una aporía presente en cualquier sujeto político, y, por tanto, tam­
bién en la utópica vida en común, no inmunizada, de la multitud
negriana: su exceso destruye a su vez la vida, disuelve la comunidad,
la interacción de sus miembros, que quería defender. Superando las
oscilaciones de Foucault entre soberanía y gubernamentalidad, Es­
posito subraya los elementos inmunitarios crecientes de la soberanía
moderna y las crisis inmunitarias que desencadenan, considerando
el nazismo, de forma distinta a Agamben, el epítome de esta deriva
paroxística inscrita en la biopolítica inmunitaria y de su inversión en
el proyecto de muerte (b, pp. 115 y ss.; trad. esp. 175). El nazismo con­
tiene el paradigma del dispositivo biopolítico como fue anunciado
por Foucault en el curso Hay que defender la sociedad. El impulso a la
protección y al incremento de la vida del pueblo alemán normativiza

162
EL PARADIGMA INMUNITARIO Y LA IMPERSONALIDAD DE LA VIDA

su presunta pureza «natural»; la doble clausura del cuerpo y la supre­


sión anticipada del nacimiento son los dispositivos biopolíticos, y
mortíferos, de la experiencia nazi. Dispositivos que Esposito encuen­
tra también, en clave distinta, en el gobierno liberal de la vida.
Por lo tanto, el enigma es el siguiente: «¿Por qué la biopolítica
amenaza continuamente con volverse tanatopolítica?» (b, p. 34; trad.
esp. 65). Para Esposito, es preciso dirigirse «dentro» del nexo proble­
mático, en Foucault irresuelto, de soberanía y biopolítica, que no es­
tán simplemente «copresentes», sino que parecen revelar un vínculo
secreto que hace «de cada uno, a la vez, el fondo y el saliente, la
verdad y el exceso, del otro» (b, p. 35; trad. esp. 67). La soberanía
custodia en sí la modalidad pastoral y gubernamental, mientras que
la forma biopolítica de la protección y del incremento posee en su
interior la secreta violencia de la decisión soberana. Esposito trata de
penetrar en el nivel más profundo donde bios y política, originaria e
intrínsecamente, se complementan. Este nivel lo induce a interro­
garse por la vida.
En el paradigma inmunitario, nomos y bios se vinculan revelando
una originaria articulación recíproca de positivo y negativo, de pro­
tección y exclusión, de incremento y de violencia: la política retiene
«en vida la vida», pero lo hace negándola. «Esto significa que la ne­
gación no es la forma de sujeción violenta que el poder impone a la vida
desde fuera, sino el modo esencialmente antinómico en que la vida se
conserva a través del poder» (b, p. 42; trad. esp. 74). El proyecto de
proteger y salvar, de conservar y asegurar, opera a través de una mo­
dalidad que restringe y niega la potencia vital que quiere incremen­
tar. El dispositivo de la inmunización médica, de hecho, introduce
en el interior del organismo a proteger un agente patógeno despo­
tenciado que activa la reacción inmunitaria y salvaguarda la seguri­
dad del inmunizado, pero al precio de desnaturalizar la respuesta
directa, vital.
A partir de Nietzsche, la interpretación de la historia de Occi­
dente en términos de inmunización autoconservadora respecto al
violento y destructivo poder de la vida es asumida por toda la antro­
pología negativa, de Scheler a Plessner y Gehlen (pero se podría
añadir a Freud, y su civilización como proceso de represión-subli-

163
biopolìtica

mación): la falta es incluida en el proceso de construcción de la vida,


bajo el signo de la potencia destructiva. Si, como hemos visto, com-
munitas significa vínculo que pone en riesgo, en la deuda y en el
don, la identidad individual, la inmunización es el mecanismo de
autoconservación represiva que deviene consciente y estratégico en
la modernidad. Modernidad que, para Esposito, puede ser incluso
considerada como un aparato conceptual, una representación diri­
gida a resolver este problema por medio de procedimientos artificia­
les que protegen la vida contra riesgos «naturales», organizando el
orden a través de categorías y mediaciones, como la soberanía, la
propiedad, la libertad, cuya clave es siempre autoconservadora, ne­
gativa y, por tanto, inmunitaria. Categorías, «envolturas inmunita-
rias» que, en fin, se retuercen contra sí mismas porque en nombre
de la seguridad buscan «la protección de la vida en las mismas po­
tencias que impiden su desarrollo» (b, p. 54; trad. esp. 91). Todo el
aparato conceptual de la modernidad política y jurídica queda ab­
sorbido por la instancia biopolítica.

CUERPO Y FUERZAS VITALES. A PARTIR DE NIETZSCHE

El cuerpo, su «gran razón», asume, con Nietzsche, un puesto central


en el léxico biopolítico. La reconstrucción que nos ofrece Esposito
recoge las «voces» diversas que subrayan la transformación de la mo­
dernidad en clave biopolítica, deconstruyendo las categorías metafí­
sicas. No se trata de volver a proponer analogías y metáforas corpó­
reas, sino de dejar hablar al cuerpo en su «realidad efectiva: solo hay
política de los cuerpos, sobre los cuerpos, a través de los cuerpos»
(b, pp. 85-86; trad. esp. 134). Mas el cuerpo mismo es pensado, más
allá del determinismo biológico, como efecto inestable del conflicto
de las fuerzas que lo constituyen. Conocemos la influencia que este
análisis nietzscheano ha tenido sobre Foucault. El nodo —que será
dejado en herencia a toda la reflexión sucesiva sobre la biopolítica—
está en aquellas fuerzas constitutivas y represivas: para Nietzsche,
como Esposito revela, tienen prioridad y mayor «valor» aquellas ori­
ginarias, aquellas de la voluntad de poder, respecto a los mecanismos

164
EL PARADIGMA INMUNITARIO Y LA IMPERSONALIDAD DE LA VIDA

y las fuerzas inmunitarias. El mismo impulso autoconservador (y,


por tanto, matriz de los dispositivos inmunitarios) parece subordi­
nado a la expansión de potencia^ del instinto básico de la vida (Nietzs­
che, v, p. 252). Nietzsche analiza las fuerzas excedentes, su inquie­
tante capacidad de destruir y autodestruirse en el ímpetu de la
creatividad, de la potencia. Los dispositivos de gobierno democráti­
co ejercen de freno: son «la cadena de aquellas enormes disposicio­
nes profilácticas, que constituyen el pensamiento moderno» (Nietzs­
che, iv, 2, p. 241).
El proceso de inmunización cierra, circunscribe y calcula para
prevenir la disolución de las fuerzas del flujo vital, pero haciendo así
mortífera la vida. La lectura de Nietzsche propuesta por Esposito
fundamenta la perspectiva biopolítica en clave vitalista. Cuando
esta instancia se vincula con el discurso de la ciencia biológica
—que Esposito indaga escrupulosamente, evidenciando su peso en
las prácticas médicas nazis—, el paradigma de la biopolítica no pue­
de ser más que el nazismo. La tesis propuesta por Esposito, a través de
la centralidad del paradigma inmunitario en la biopolítica, consiste
en que la actitud terapéutica del régimen hacia la salud del pueblo
alemán había inducido, por medio de una medicina profundamen­
te encarnada en el dispositivo biopolítico, la decisión mortífera con­
tra aquellos que eran considerados agentes patógenos en el organis­
mo de la nación. El carácter biomédico del régimen nazi exigía la
operación «quirúrgica» de eliminación de la infección judía, «mi­
crobios, bacilos, virus, parásitos que exponían al contagio a los ale­
manes sanos» (b, p. 121; trad. esp. 183). El caso nazi, en su paroxis­
mo, expone el nexo «entre la protección de la vida y su potencial
negación» (b, p. 122; trad. esp. 185).
Este mismo corte inmunitario identificado por Esposito en la
biopolítica permite reconstruir las relaciones con las prácticas euge-
nésicas positivas (cruces zoológicos, reproducción asistida) o negati­
vas (esterilización, eutanasia) difundidas en el mundo occidental,
sobre las que nos detuvimos al principio de nuestro recorrido: se
enlaza el anhelo entre formas de intervención sobre la vida legitima­
das, sin excesiva dificultad, en áreas liberales, y su terrorífica ampli­
tud en el totalitarismo nazi.

l6$
BIOPOLÍTICA

POLÍTICA DE LA VIDA

Para no quedar prisioneros de esta biopolítica, cuyo fondo inmuni-


tario amenaza —y las crisis de nuestro presente reciente parecen
confirmarlo (pensemos en el terrorismo y en la reacción inmunita-
ria de «defensa» que desencadena)— cada vez más con un resultado
tanatológico, el desafío de Esposito consiste en invertir «desde el in­
terior (b, p. 171; trad. esp. 252) las prácticas sobre la vida, para indagar
si estas mismas esconden una posible potencia vital de autorregenera-
ción sin que la vida quede prisionera del movimiento reactivo. Se
trata, en fin, de recorrer hasta el final la lógica inmunitaria de cate­
gorías como vida, cuerpo y nacimiento para reactivar la apertura
comunitaria, bloqueando la autonegación, el uso que hace el biopo-
der. Esta torsión debería evitar el riesgo de «superponer a la vida las
categorías ya constituidas, y, a estas alturas, destituidas, de la políti­
ca moderna», dando espacio a una biopolítica afirmativa, que, de
forma distinta a aquella negriana, no sea capturable en el dispositivo
inmunitario del sujeto político, pero permita «inscribir en la políti­
ca misma el poder innovador de una vida repensada sin descuidar su
complejidad y articulación» (b, p. 172; trad. esp. 253).
Vitalizar la política significa acceder a la riqueza autonormativa
de la vida misma. La doble clausura del cuerpo —que en el nazismo
sellaba la identidad entre nuestro cuerpo y nosotros mismos, para el
cual el cuerpo biológico, su raza, era la ausencia carente de trascen­
dencia del ser humano y del pueblo (y este repliegue, que inmuniza­
ba frente a cualquier excedencia, proporcionaba un sentido espiritual
de lo biológico mismo)— es pensable en una clave de «transmuta­
ción, ontològica y tecnológica, del cuerpo humano» (b, p. 184; trad.
esp. 270): experiencias, hoy difundidas, como aquellas que contami­
nan el cuerpo con prótesis, implantes, trasplantes, permitiendo la
vida o mejorando su calidad, abren una zona de indiscernibilidad
entre ser humano y animal, identifican un hecho común entre huma­
no y animal. La supresión anticipada del nacimiento, inscrita por el
nazismo en las prácticas eugenésicas, evidencia una específica poten­
cia del nacimiento mismo, no destinada a incorporar, a anular al otro,
sino a desincorporarlo, exponerlo al acontecimiento de la existencia.

166
EL PARADIGMA INMUNITARIO Y LA IMPERSONALIDAD DE LA VIDA

Finalmente, la normativación extrema de la vida durante el nazismo


podría revelar, a la inversa, una «norma de vida» en la vida misma.
Spinoza parece ofrecer una posibilidad de bioderecho, del todo
opuesto al derecho de la tradición occidental, que está completa­
mente inscrito en el paradigma inmunitario de la negación protec­
tora: Spinoza piensa la inmanencia recíproca de vida y norma.
Como hemos visto a propósito de la influencia de Canguilhem so­
bre el concepto foucaultiano de norma, para llegar a una biopolítica
afirmativa parece necesario abandonar el trascendentalismo de la
norma externa y acceder a la «regla inmanente que la vida se da a sí
misma» (b, p. 204; trad. esp. 298), orientándola a perseverar en
sí misma y en su expansión. Esposito, por tanto, bosqueja en Bíos
una salida de los paradigmas deconstructivos que habían acompaña­
do su análisis de los dispositivos biopolíticos. Se traza un recorrido
que se abre sobre la vida: deleuzianamente, la chispa de vida imper­
sonal, virtual, pre-in dividual en la cual una impersonal singularidad
vive su potencia afirmativa.

PERSONA E IMPERSONAL

¿Qué papel juega el régimen de veridicción en un dispositivo biopo-


lítico? Sabemos —es premisa del discurso conceptual de la biopolí­
tica— que las definiciones de la vida y de la naturaleza humana son
el eje de los dispositivos de protección y gobierno de la biopolítica,
en tanto todos los discursos filosóficos, jurídicos y políticos se dis­
ponen por la defensa del valor de la vida humana, asumiendo su
definición. Piénsese en la polémica antihumanista de Sloterdijk con
Habermas (cfr. supra. cap. 6). Se entiende que el punto innovador de
la biopolítica contemporánea es exactamente la valorización, la den­
sidad de valores y, por tanto, de valoración que se concede a la vida.
Esposito parte de esto, en sus estudios más recientes, para com­
pletar una vez más el recorrido de deconstrucción de aquella catego­
ría que, desde la biopolítica, ha revestido una dimensión específica
y fundamental, la de persona, persona humana, que resulta un dis­
positivo crucial en las cuestiones bioéticas. Cuestiones bioéticas y,

167
BIOPOLÍTICA

por tanto, dilemas morales cuya gestión y solución —en el centro,


desde hace tiempo, de los más significativos debates poéticos— es
francamente biopolítica. Deconstruir el dispositivo de la persona
permite a Esposito profundizar en una lógica que corta transversal­
mente el campo de la bioética, donde se enfrentan el uno contra el
otro, católicos contra laicos.
La perspectiva biopolítica permite, de hecho, una mirada sobre
el mecanismo interno de las dos lógicas, aparentemente enfrentadas:
principalmente, la categoría de persona desarrolla la función de um­
bral, de pasaje del material biológico sin valor a su valorización, al
plus de valor que es asignado por ambas partes. Naturalmente, este
status de persona poseerá valencias diversas —sagrado en el dogma
católico, «apreciable cualitativamente» en el mundo laico—, pero la
categoría hace de vertiente para acceder a derechos, protecciones y
ayudas en el pasaje aporético de la modernidad de los derechos del
ciudadano a aquellos del ser humano. Tanto la ontología de los ana­
líticos anglosajones, que construye sobre la persona la subjetividad
autónoma, como la fenomenología personalista o la hermenéutica
insisten sobre este concepto: según Esposito, es precisamente el pa­
roxismo biopolítico y racista del nazismo el que produce estas re­
flexiones reactivas que pretenden distanciarse de la reducción nazi
de lo humano a lo biológico.
La deconstrucción genealógica, en cambio, evidencia, en el cru­
ce de la tradición romana con la cristiana, una duplicación, un des­
carte interno que rige la performatividad del concepto. El ser decla­
rado persona produce un efecto negativo de despersonalización sobre
cuantos (en el mundo romano las mujeres, esclavos, hijos abandona­
dos) no son personas. El derecho moderno recepciona esta función
selectiva y excluyente en el momento en que, protegiendo la perso­
na, excluye al homo propiamente dicho, la pura naturalidad de lo
humano, fundida con la biología propiamente animal sobre la cual
la persona es llamada a gobernar. Personalizar significa poder de
despersonalizar, dividir hombres humanos de hombres animales.
También la eugenesia laica de Singer se conecta con este dispositivo.
Por tanto, la investigación de Esposito se orienta más allá del
trabajo deconstructivo de los dispositivos biopolíticos que conducen

168
EL PARADIGMA INMUNITARIO Y LA IMPERSONALIDAD DE LA VIDA

las conductas: apremiado por las implicaciones del derecho y de la


política sobre el tema de la vida, Esposito opta por deconstruir la cate­
goría de persona ya que identifica en ella el eje donde derecho y
técnicas biopolíticas encuentran su correspondencia. Mas el análisis
de la persona significa la analítica de lo humano, del humanismo, y,
por tanto, de las ciencias humanas, antropología, sociología, lingüís­
tica, que lo han construido. La relevancia del concepto sobre el que
Esposito realiza su trabajo deconstructivo está fuera de discusión y es
significativo que para él la reanudación actual de la noción de perso­
na sea una respuesta a la biologización radical de lo humano.
Entonces, esta respuesta enérgica y retórica, como retórico es el
énfasis sobre los derechos humanos de la persona, depende «por
inversión» de la misma lógica biopolítica: revela jerarquías del vi­
viente y reificaciones de la corporeidad. En Tercera persona^ se revela
el lado biológico animal persistentemente ocultado por el concepto
jurídico humanístico. Sujeto y persona, que pertenecen a un len­
guaje para Foucault extraño a la biopolítica, son considerados, en
cambio, dispositivos normativos de enorme potencia excluyente y
selectiva. En la persona, el cuerpo queda atraído por su excedencia
espiritual, capaz de dominarlo.
Esposito fuerza el lenguaje, que en la persona se mueve entre el
yo y el tú, y halla en la tercera persona un modo de pensar la no­
persona: un pasaje, una abertura hacia la des-subjetivación. El diá­
logo con la biopolítica productiva de subjetividades ocupa el polo
crítico de la investigación: solo negando, evitando el sujeto, la indi­
vidualidad, es posible escapar a la captura biopolítica del poder. En
esta clave, Esposito dirige su recorrido hacia una biopolítica afirma­
tiva, pivotando exactamente sobre una Tercera persona en la estela
del pensamiento deconstructivo, de la identidad personal, que va
desde Simone Weil a Deleuze.
Weil, tomando la raíz inmunitaria y particularista del derecho
subjetivo y su lógica económica, excluyente y selectiva, es la pensa­
dora que da la vuelta al tablero, afirmando una justicia (no un dere­
cho) universal, de todos y para todos, una justicia de lo impersonal
que es, por tanto, la única cosa sagrada. «Así como el derecho es pro­
pio de la persona, la justicia concierne a lo impersonal. Es aquello que

169
BIOPOLÍTICA

inviene lo propio en lo impropio, lo inmune en lo común» (tp, p. 124;


trad. esp. 147). Esposito también convoca, en la investigación de
este nivel sacro de lo impersonal, la escritura áfona, descentrada,
fuera de sí, de Kafka y de Blanchot. El concepto de lo impersonal,
declinado incluso en negativo, encuentra en el horizonte de sentido de
la vida una nueva afirmatividad.
Estamos otra vez, como se atisba, en el momento crucial del
paradigma biopolítico, y en un intento de aproximación, esta vez
cauto, prudente, extraño a la efervescencia de la versión negriana o
a la ironía de Haraway. Pero una vez más afirmatividad significa
bordear el continente ontològico de la vida. Deleuze (y en la lectu­
ra de Deleuze también Foucault) accede al «se» impersonal de los
acontecimientos que suceden, del flujo de las singularidades y de
los afectos anónimos y difusos, devinientes y múltiples, que son la
vida. «Este murmullo anónimo, pero también simple, impersonal
pero singular, tiene en Deleuze, la forma de la vida —o, mejor di­
cho, de “una” vida, tal como se titula el último de sus textos—,
desde el momento en que la vida, aún siendo común a todos aque­
llos que viven, no es nunca genérica, sino siempre de alguien. Una
vida que, sin embargo, no tiene la forma exclusiva y excluyente de
la persona, porque al contrario del corte que efectúa este dispositi­
vo separante, es una consigo misma» (Esposito, 2008, p. 192; trad,
esp. 203). Se accede al plano de inmanencia en el que el ser humano
coincide con su modo de ser, con la forma de vida y la vida es asu­
mida en toda su potencia, en aquella dimensión que Deleuze llama
el «devenir animal», fuera del ser humano mismo, fascinado por la
disolución del nodo metafisico que une el ser humano a la persona,
para restituirlo, en cambio, al sí mismo viviente.
Deleuze, se ha dicho, es la referencia principal, junto a las teorías
de otros autores en las que se indaga el rastro de una vida impersonal.
Des-subjetivación, destitución del sujeto: lo opuesto de la voluntad
de poder que se vislumbraba debajo de los códigos de sometimien­
to. Definitivamente fuera del pensamiento de la diferencia ontolò­
gica. La des-subjetivación, lo impersonal es la vida.
Así, la obra deconstructiva y crítica sobre la biopolítica, que
ahonda en el dispositivo del sujeto, no tiene entre sus consecuencias
EL PARADIGMA INMUNITARIO Y LA IMPERSONALIDAD DE LA VIDA

la supresión de la vida misma, mas abre una fuerza, una densidad


dinámica, sobre el deseo que está dentro del concepto de vida, te­
niendo cuidado, no obstante, para que no resurja un sujeto de do­
minio, un sujeto que someta« Bfos, la vida, es un cruce de caminos
no solo del paradigma biopolítico en el que el poder insiste sobre las
vidas, sino también, mesiánicamente, de la filosofía por venir. La
vida como vida que renuncia a la codicia que quiere que aquel efec­
to, aquella mirada, aquel pasaje sean propios. Esposiro escoge entre
los muchos textos deleuzianos, a menudo inducidos por la intensi­
ficación vitalista y por el énfasis sobre la productividad deseante,
aquellos que se orientan hacia un plano de inmanencia sin juicios,
ni redenciones, donde acontecimientos pre-individuales e imperso­
nales se entrecruzan, indiferentes a barreras artificiales, con relacio­
nes inéditas e insensibles a controles, victorias y derrotas.

reflexiones: neonaturalismo, vitalismo


Y DES-SUBJETIVACIONES IMPOLÍTICAS

Debemos preguntarnos en qué sentido esta filosofía de lo imperso­


nal, que se aborda con tonalidades diversas en muchos autores que
hemos tratado, representa la consecuencia de un recorrido que está
dentro de la biopolítica. ¿En qué sentido el paradigma biopolítico
de la racionalidad política occidental —tecnología que se dirige a la
producción de subjetivaciones—, si radicaliza la deconstruccción de
estas técnicas, tiende a invertirse en una investigación, a veces eufó­
rica y dionisíaca, otras, como en el caso de Esposito, excitante, vigi­
lada, de una biopolítica afirmativa? Ciertamente, la asunción radical
de la anudación del poder con las verdades sobre la vida conduce a
interrogarse sobre la vida misma, con los riesgos que solo algunas de
estas aberturas filosóficas pueden evitar.
Sin duda, esta correcta «afirmatividad» de la biopolítica está lejos
del análisis original sobre los dispositivos históricos y positivos; más
bien se mueve, en el caso de Negri o de Haraway, desde la percepción
de una trampa, de un todo cerrado que la deconstrucción de los
dispositivos y el círculo de sujeción-subjetivación sugiere. Y, siem-

I7I
BIOPOLÍTICA

pre en clave de salida de la claustrofobia de los dispositivos, hoy se


percibe, después de muchos años de culturalismo, un relanzamiento
del concepto de naturaleza, entendida como naturaleza viviente,
vida, sostenida por el triunfante saber biológico y neurobiológico,
que en las definiciones de lo humano ofrece un inesperado punto de
apoyo del que servirse para reorientar lo normativo: tanto en el
campo tradicionalista como en aquel científico y cognitivo. De he­
cho, detonan, en una realidad marcada por el gobierno biopolítico,
las posiciones neonaturalistas del neocognitivismo, de la antropolo­
gía, por no hablar de la dogmática religiosa. Una naturaleza definida
por la norma científica es la respuesta cognitivista y neurobiológica
a la crisis de las argumentaciones racionales, al fraccionamiento de
las diferencias irreconciliables en el derecho. Una naturaleza dogmá­
ticamente establecida por el iusnaturalismo divino permite, a su vez,
sustraer a la potencia biotecnológica fragmentos de nuda vida en
nombre de su sacralidad.
El acceso a una naturaleza autonormativa —adscrita, hoy, preva­
lentemente a un Spinoza sin metafísica y devenido plural y singu­
lar— resuelve, sobre la línea movimentista de la biopolítica afirma­
tiva, tanto la redención del existente, el fin del juicio selectivo y
represivo, como la posibilidad libertaria contra las concreciones de
la realidad estratificada y molar.
El antinaturalismo de Foucault parece encontrar hoy, por tanto,
un revés. Él sostenía que la subjetividad moderna es producto del
biopoder: no se da experiencia de la naturaleza humana sino en el
interior de una interpretación epistémica históricamente situada. La
naturaleza humana no era más que el correlato hipotético de cien­
cias humanas interpretables como «efectos» del poder biopolítico
y disciplinar, esto es, nada más que un dispositivo conceptual para
el control y la selección. Valorando este tema e intentando forzar el
impasse^ la biopolítica «afirmativa» es relevante para la política, ya
que afronta el lugar de excepción o resistencia al biopoder. Sería fá­
cil objetar que nos encontramos frente a discursos de veridicción
foucaultianamente comprometidos con el poder, vectores de fuerza
en el encuentro de las ideas, verdades nunca inocentes. La tentación
de la naturalización sigue siendo grande, es más, crece con el aumento

172
EL PARADIGMA INMUNITARIO Y LA IMPERSONALIDAD DE LA VIDA

de la atención a la corporeidad, a lo físico, pieza clave, manipuiable


y mejorable, del éxito y del poder.
Esta vida inmanente, en su poder autonormativo, está expuesta
a lecturas arriesgadas. Principalmente, su posible refluir a nivel pre-
rracional, preconsciente, y, por tanto, la posibilidad de ser absorbi­
dos en el aura del vitalismo romántico, con su fundaciónismo de
autenticidad implícito. El término «vitalismo» —hemos visto—
avanza con cautela: la vida, tanto para Deleuze como para Spinoza,
no es un principio o una sustancia, no es leída en sentido biológico.
Diremos, por tanto, como explícitamente hace Foucault, que la vida
(como el poder) no es una causa, sino un «efecto»: ¿campo de efec­
tos, ámbito en el que se delinean relaciones y se producen encuen­
tros entre singularidades?
En el caso de Deleuze (y de Esposito), la vida no se refiere al
sujeto individual (por tanto, adscribible a la nietzscheana voluntad
de poder), sino a la inmanencia de lo impersonal, viviente de mu­
chas voces y pensable solo en la dimensión de singularidad que ex­
cluye la generalidad del principio vitalista aún más normativo-selec-
tivo. Esta vida impersonal marca distancias tanto con respecto a la
perspectiva de los dispositivos biopolíticos —del bios como un im­
personal abstracto que produce jerarquías internas entre vida humana
y mera existencia— como a cualquier reproducción del humanismo.
Tomando prestado del bergsonismo el movimiento de individua­
ción como pasaje de lo virtual a lo actual, y de la embriología la
transferencia siempre nueva y diferente de la generalidad de la vida
que «va hacia el individuo y las singularidades preindividuales, no
hacia lo impersonal abstracto» (Deleuze, 1997, pp. 320 y ss.), Deleu­
ze llega a un pensamiento de la vida neutro, impersonal, mas no por
esto abstracto y normativo. Neutra e impersonal la vida y neutra e
impersonal la singularidad: «la singularidad es esencialmente prein­
dividual, no personal, aconceptual. Es completamente diferente a lo
individual y a lo colectivo, a lo personal y a lo impersonal, a lo par­
ticular y a lo general; y a sus oposiciones. Es neutra» (Deleuze, 1975,
p. 67; trad. esp. 72).
Queda el riesgo de énfasis afirmativo: deconstruidos los esque­
mas simbólicos como efecto del biopoder, se afirma como última

173
BIOPOLÍTICA

palabra la afirmatividad, la positividad de lo real mismo o de la vida


en su pura pulsión. Esta podría ser la lectura de Spinoza y de Deleu­
ze propuesta por Negri y Hardt, con la positivización de singulari­
dades múltiples y moleculares: la multitud como sujeto político.
Este es un peligro advertido por el mismo Deleuze, atrapado entre
la tentación vitalista y la lectura prudente de textos solo aparente­
mente alegres como el de Spinoza o huidizos a la captura metafísica
como Hume. ¡Cuántas veces Deleuze, paradójicamente, invita a la
prudencia cuando se libera la fuerza de la desubjetivación (mp, pp.
251, 340)! Deleuze habla de afirmatividad como de un «aligerar»:
«afirmar no es hacerse cargo, asumir aquello que es, sino liberar, des­
cargar lo que vive. Afirmar es aligerar», un «devenir-menor»: «la pala­
bra orden, devenir imperceptible, hacer rizoma, y no echar raíces»
(Deleuze, 1997, p. 95). Todo salvo el ejercicio afirmativo de poder.
Este deterioro del sí apropiativo, que se produce con la afirmati­
vidad, parece ser el camino. Así el sentido «afirmativo», que podría
ser identificado como una forma apologética de la existencia, en un
último análisis nihilista, muestra, al contrario, ser fiel con respecto
al deseo vital que los cánones biopolíticos selectivos revelan (Deleu­
ze, 1998, p. 34): una vida singular, impersonal, pura corriente de
acontecimientos, franqueada por subjetividad y objetividad, pura
virtualidad, homo tantum.
Solo accediendo al plano del bios impersonal es posible no ser
capturado por el dispositivo biopolítico de la subjetivación: así se
está obligado a buscar un punto de afirmatividad que no esté vincu­
lado al destino humano de lo simbólico, de la representación, del
interdicto y, por tanto, del poder mortífero. A la investigación de
una vida que no se ofrezca a la captura gubernamental. Una formi­
dable posibilidad filosófica. Formidable, pero políticamente arries­
gada. Si es verdad que, sobre esta vía, se evita la reproducción del
sujeto de poder, hay también un riesgo de afasia, especialmente po­
lítica: riesgo, no pequeño, que anula, inhabilita la organización so­
cial que se querría abrir a la vida, a las concretas no-personas que el
derecho oscurece.

174
EL PARADIGMA INMUNITARIO Y LA IMPERSONALIDAD DE LA VIDA

EL CONTRAPUNTO DE RANCIÈRE: POLÍTICA Y BIOPOLÍTICA

Entre quienes piensan la biopolítica en la clave original de crítica de


la gubernamentalidad que produce las subjetivaciones y penetra las
vidas, la desconfianza hacia la biopolítica afirmativa, vitalista o im­
personal, es grande« Son aquellos que permanecen fieles al impera­
tivo de la historización, de la mirada sobre el condicionamiento y
sobre la contingencia de los contextos. Son aquellos que recogen la
exigencia postestructuralista de un posible sujeto político que abra
perspectivas de lucha y de posicionamiento en un espacio político a
aquellas vidas que el gobierno biopolítico sujeta marginando, exclu­
yendo, des politizando la escena. Aquellos que quieren rediseñar
fronteras de antagonismo, conscientes de que el ocaso de lo político
y la naturalización del sistema económico son el producto más sig­
nificativo del gobierno biopolítico. En nombre de todos ellos cierra
críticamente nuestro recorrido Rancière.
Jacques Rancière recupera la perspectiva foucaultiana según la
cual la biopolítica es una modalidad de ejercicio del poder y de pre­
sa productiva sobre sus objetos. Está el gobierno, la pólice, que es
precisamente «un orden de los cuerpos que define las divisiones en­
tre los modos del hacer, los modos del ser y los modos del decir, que
hace que tales cuerpos sean asignados por su nombre a tal lugar y a
tal tarea; es un orden de lo visible y lo decible que hace que tal acti­
vidad sea visible y que tal otra no lo sea, que tal palabra sea entendi­
da como perteneciente al discurso y tal otra al ruido» (dis, p.
trad. esp. 44): una biopolítica, por tanto, en el sentido foucaultiano
del término, que, empero, Rancière rehúsa, debido a su lectura cada
vez más afirmativa-vitalista, prefiriendo la forma pólice, una de las
formas de gobierno de «todo lo que concierne al hombre y su felici­
dad» (dis, p. 47; trad. esp. 43). Una técnica y una lógica del ser juntos,
en las que policía, médico, consejero asistencial se confunden.
Y hay una política, que es «una actividad bien determinada y
antagónica de la primera: la que rompe la configuración sensible
donde se definen las partes y sus partes o su ausencia por un supues­
to que por definición no tiene lugar en ella: la de una parte de los
que no tienen parte [...] La actividad política es la que desplaza a un

175
BIOPOLÍTICA

cuerpo del lugar que le estaba asignado o cambia el destino de un


lugar; hace ver lo que no tenía razón para ser visto, hace escuchar
un discurso allí donde sólo el ruido tenía lugar, hace escuchar como
discurso lo que no era escuchado más que como ruido» (dis, pp. 48­
49; trad. esp. 45).
Acceder a esta actividad política no requiere fundamentos natu­
rales. Rancière contesta duramente el aristotelismo y cualquier na­
turalización del sujeto político: se trata de acciones, de hacer políti­
ca. Como en Arendt: con una conciencia más desarrollada de la
ordenación sistémico-policíaca o biopolítica contra los que se cons­
truyen artificialmente la línea antagonista, para dar «voz» al rumor,
al desacuerdo, para dar «parte» a los sin parte.
Desde nuestro punto de vista —excepto la repetición del cuadro
gubernamental despolitizado y consensualista—, es importante una
subjetivación política que, de forma distinta a las subjetivaciones
biopolíticas «afirmativas», no esté fundada sobre la naturaleza, sobre
el deseo, sino sobre la injusticia, que es la imposibilidad misma del
arkhé, el fracaso estructural de lo común, que no puede ser nunca
común. La antipolítica gubernamental afirma siempre, en cada mo­
mento, que «no hay parte de los que no tienen parte» (dis, p. 35;
trad. esp. 28), pues solo existen partes del sistema social, «mayorías
y minorías sociales, categorías socioprofesionales, grupos de interés,
comunidades», divisiones, de naturaleza evidentemente guberna­
mental, administrativa y biopolítica, «el orden del más y del menos»
(dis, p. 36; trad. esp. 29): la política es un «desacuerdo», desde el
momento en que la política no es otra cosa que romper los esque­
mas, manifestar un disenso que trata de visibilizar la parte de aque­
llos que, en la pólice, no tienen lugar, mostrando «la revelación bru­
tal de la anarquía última sobre la que descansa toda jerarquía» (dis,
p. 37; trad. esp. 30).
De nuevo una forma de inmanencia, pero la facticidad no es la
ontologia de la vida, sino la percepción de la injusticia, de la injus­
tificada jerarquía del poder, «la mentira que inventa una naturaleza
social para dar una arkhé a. la comunidad» (dis, p. 37; trad. esp. 31).
En una entrevista en la revista Multitudes, uno de los puntos de
referencia más activos de la biopolítica «afirmativa» de inspiración

176
EL PARADIGMA INMUNITARIO Y LA IMPERSONALIDAD DE LA VIDA

negriana, ante la pregunta de si su política activa, antagonista, re­


conducida a la vida de los sujetos, pudiera ser pensada bajo la rúbri­
ca de la biopolítica, Rancière opone una negativa, y rechaza también
considerar la biopolítica misma como «lo impensado constitutivo
de la política misma». No existe ninguna subjetividad viviente ori­
ginaria, contrapuesta a una alienada y desviada. No es necesario
aceptar el desafío sobre el terreno antropológico y dejarse llevar a la
disputa sobre el concepto de vida y de naturaleza. La distinción
entre las fuerzas vitales, entre los bipoderes en un campo, es estraté­
gica y táctica. Hay en Rancière (en un modo que remite a Arendt y
al mismo Foucault) un firme rechazo de fundar la política sobre una
esencia antropológica vital. Cada fundación antropológica es captu­
rada en un círculo vicioso: «la prueba de humanidad, la capacidad
comunitaria de ser dotados de logos, lejos de fundar la politicidad,
es de hecho lo que se dirime en la disputa que separa la política de
la pólice» (Rancière, 2000). La política posee algún rasgo de la bio­
política «buena», afirmativa, pero no va en dirección de lo imperso­
nal o del nomadismo. De la biopolítica conserva más bien la pro­
ductividad: «produce» subjetivaciones artificiales, políticas, que
tienen pretensiones nuevas de posicionamiento en el espacio públi­
co que queda pues reconfigurado.
La pólice parece tener los rasgos del biopoder, ya que posee una
dimensión topològica: ordena espacios, coloca funciones y jerar­
quías y su objeto es propiamente la vida. Pero Rancière insiste: no se
trata de dos formas de vida, sino de «dos formas de marcar el espacio
sensorial, de ver o no ver objetos comunes, de escuchar y no escu­
char a los sujetos que lo designan y sus argumentos» {ibid.). Este
espacio está repartido en términos de lugares, funciones, actitudes.
«La política consiste —y solo consiste en esto— en el conjunto de
actos que efectúan una propiedad suplementaria, biológica y antro­
pológicamente ilocalizable, la igualdad de los seres hablantes»
{ib id.).
La política no remite a la autonormatividad de la vida, sino, al
contrario, es artificialidad que introduce un suplemento en el blos,
y se contrapone tanto a aquellos que no reconocen «el bios (desde la
transmisión de sangre hasta la regulación de los flujos de población)

177
biopolìtica

corno a los que conocen los artificios de la igualdad» {ibid.). Ranciè­


re subraya enérgicamente lo paradójico de querer volver a Foucault
y su biopoder, para «afirmar el enraizamiento vitalista de la política»
(ibid.), y reivindica la extrañeza tanto del biopoder como ejercicio
de la soberanía, al modo de Agamben, como de la positividad de
una biopolítica «fundamentada sobre una ontologia de la vida,
identificada con cierta autoafirmación radical» {ibid.).
¿Cuando esta ontologia se propone liberar las potencias vitales,
no queda ella misma presa en la red de una norma de vitalidad his­
tóricamente construida? ¿El horizonte ontològico de la biopolítica
no está históricamente construido por el biopoder? Los discursos
vitalistas de la emancipación revelan, bajo ciertos puntos de vista,
aquella misma racionalización optimizante que pretenden decons­
truir, la utopía de una socialización inmanente y óptima de la pobla­
ción a través de la intensificación de su bienestar, sin mostrar siquiera
la conciencia y la tensión autorreflexiva que, en esta clave, muestran
los estudios sobre la gubernamentalidad. Aquella biopolítica vitalis­
ta parece ignorar «cómo cierta idea de política de la vida descansa en
el desconocimiento de la forma en la que el poder actúa sobre la
vida y sobre su liberación» (ibid.). Para Rancière, en lo social se
abren frentes antagonistas de subjetivación polémica. El espacio pú­
blico es el lugar de la formación de la parte histórica, contingente,
de los «sin parte»: luego, lugar de la artificial afirmación de una
subjetivación sincera y orgullosamente política.
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La p alabra <<biopolitica>> circula cada vez más a
menudo, a propósito de fenómenos diversos que giran
en torno a la pareja de térnt'i nos bios (vida) y política
cuando en la política deviene central el cuerpo de
aquellos que detentan el poder y aquellos que lo
sufren. Este libro investiga los diversos ángulos que la
biopolitica ast1me, a partir de la recuperación realizada
p or Foucault, desde la conexión con el saber biológico
a la lógica económica que la regula en las sociedades
neoliberales. Laura Bazzicalupo reconstruye la lectura
tanatológica de Giorgio Agamben de un poder
soberano que captura la nuda vida, el paradig'1na
inmunitario de Rob erto Esposito, y recorre críticarnente
la b iopolitica afnn1ativa y vitalista de Michael Hardt y
Antonio Negri.

La11ra Bazzicalupo es profesora de filosofía política en


la Universidad de Salerno y presidenta de la Sociedad
italiana de filosofía política. Sus áreas de interés son la
biopolitica, las f orrnas de subjetividad psíquica y las
relaciones entre la sociedad y el poder.

www.melusina.com melusina

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