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posmodernidad y el cambio de siglo (del XX al XIX); esto a partir de la lectura de los textos
“En busca de dos décadas perdidas: la novela latinoamericana de los años 70 y 80” (1993),
por María Eugenia Mudrovcic, y “Efraím Medina: narcicismo y provocación. ¿Atajos para un
nuevo canon narrativo? (2011), de la autoría de Óscar López Castaño. El primero explica lo
que sucedía en ambas décadas y cómo la novela en Latinoamérica se adaptó a los diversos
literaria contemporánea en relación con los cambios que se hicieron visibles desde los 80 y se
Para dar cuenta de lo anterior, es necesario comenzar por recordar que después de la
conmoción mundial de los 60, que en Latinoamérica se había dado en forma de la Revolución
cubana, en los 70 el principio “todo es político” seguía siendo una forma de asumir el mundo
política y la práctica literaria. Esta convergencia es entendida por Mudrovcic (1993) a través
de dos factores que la permitieron, estos son, la densidad histórica y la radicalización política
que afectó a los espacios públicos. Y es precisamente al espacio generado por la coexistencia
de ambas vanguardias a lo que la autora llama “novela política”; el nombre o rótulo permite
dar cuenta del lugar central que ocupó el ethos político en la producción global de sentido.
poder, saber y verdad, que sirvieron para nombrar los “centros” discursivos dominantes,
tanto así, que estos fueron llamados por Oscar Terán, “los años Foucault”, y además
autoridad, que contribuyó a poner en duda estos mismos discursos institucionalizados desde
el Estado, la historia y la alta cultura, escenarios que eran entonces considerados propios de la
448). Dicha crisis debe ser entendida en relación con la dislocación del sentido social que
afectó a América latina después de las dictaduras que se dieron de forma masiva después de
1973.
Es por esto que la novela latinoamericana de entonces se definió a partir de una ideología
discursivas que se movían en esa dirección. En este sentido, la novela política de los 70 en su
búsqueda de ideologizar los espacios del género y desinstitucionalizar los discursos del
de los relatos oficiales, es decir, los del Estado, la historia y la cultura letrada.
política”, pues todas son formas paraliterarias: siempre se escriben para algo (su escritura está
político como guerra), y deben escribirse y leerse políticamente. Con estas estrategias se
narrado y se crean nuevos contratos de lectura lejos de lo que se habían establecido en los 60
la vanguardia estética.
Por esto, el uso de documentos históricos juega un papel fundamental para autolegitimar
embargo,
su promesa de decir la verdad o cierto grado de ella, tiene lugar solo a nivel de la
una verdad (documentada pero inverosímil) pero, por otro lado, elige contarla
historias “que con su carga de humores, flatos, infecciones y detrito buscan, literalmente,
ensuciar los grandes mitos de cohesión, esos universales glorificados y despolitizados que el
Esto explica finalmente la politización del cuerpo, que en los 60 había sido concebido como
centro de goce sexual; ahora se convierte en centro de uso perverso, pues es también signo de
fuerza y poder. Asimismo, permite entender por qué el tono a veces épico o la tendencia a
el escritor en la sociedad en (y desde) ese entonces, vale primero entender lo que empezaba a
Esos años, también llamados la “década perdida”, por un lado, fueron duros económicamente
dolarización de las economías de la región empezó a ser cada vez mayor, lo que provocó el
internacionalización del capital que en ese entonces estaba en boga, los Estados de
Latinoamérica instauraron una nueva forma de liberalismo, que tiempo después resultó en el
neoliberalismo, que incluso hoy impera, y que como dijo Canclini, citado por Mudrovcic,
Por otro lado, en el plano político “los 80 fueron, sin duda, un periodo que privilegió las
(Mudrovcic, 1993, p. 456). En estos años empezaron los procesos de democratización que
involucraron a varios países del Cono Sur, y además, la integración de grupos regionales
(como Contadora y el Grupo de los Ocho o Grupo Río) por medio de los que la región buscó
establecer respuestas comunes en torno a problemas relacionados con la deuda externa o con
condiciones políticas cuasi-absolutas. Y por ello, al contrario de lo que ocurría en los 70,
donde las preguntas eran cómo salir o cómo resistir, en los 80, las preguntas eran cómo
institucionalizarse, cómo entrar o cómo dialogar con el Estado. En este entonces, hay una
De este modo, la esfera pública procuró separar la política de la literatura, que en la década
autonomización, la novela de estos años mostró una tendencia a desideologizar sus espacios
70. Esto es visto por la autora como una tendencia que mediatiza la relación literaria con lo
real, y a su vez, le da fuerza a un proyecto que busca especializar al género y estrechar, o bien
Este proceso es entendido por Mudrovcic como un intento por re-estetizar el género, y es
así como la línea narrativa no solo se mueve en el espacio de los lugares comunes, sino que
también redefine sus límites a partir de un doble estereotipo: uno genérico y uno social. El
novela gótica. A todos estos formatos se les conoce bajo el rótulo de “novela culinaria”. Por
otro lado, el estereotipo social, referido al hecho de que esta novela trabaja sobre figuras
marcado, y anuncia el pasaje de un sistema literario a otro. Por esta razón, cuando la novela
culinaria hace uso de este proceso, lo hace “para tomar distancia efectiva respecto de los
programas de la novela política y para renegociar espacios propios entre oferta y demanda. Es
están asociados a una “escritura mecánica”, con una forma irreflexiva de hacer y leer
literatura; en fin, tiene la mala reputación de simplificar o reducir las historias y convertir
prescripción de finales felices (por lo que se afirma que son narraciones seguras y
socialmente integradoras); el triunfo del orden frente al desorden de la historia que se narra
combinado con absurdo, irrealidad o irrisión (en ellos todo signo es doble).
negociación de sentidos entre literatura y política.” (Mudrovcic, 1993, p. 459). Esto significó
la creación de un modelo propio de novela policial, al igual que de los otros formatos, que se
pasaje social” y de ese modo, constituían textos de reintegración y cohesión social. Por ello,
más bien resaltar esas mismas diferencias. La novela de fórmula entonces no cree (ni
reproduce) las "utopías de pasaje" propias del género, y con este gesto debilita las bases
mismas de un modelo que, por un lado, promete realizar el mito de la integración mientras
que, por otro, funciona activamente regulando y restringiendo los contenidos simbólicos
Pese a esto, y a otras formas de resistencia de la novela culinaria, en esta década, producto
de la gramática de reciclado que rige parte de la cultura neoliberal, surgen obras que
esta vez en nuevos formatos. Recuperan viejos contenidos morales del melodrama tradicional
“elegiaca y externamente, a abrazar un destino de anomia que tiene toda la apariencia de ser
un destino gozoso y pertinente” (Mudrovcic, 1933, p. 465), lo que puede considerarse como
Esto último es, de algún modo, uno de los elementos que se hace efectivo y predominante
con el cambio de siglo. Más aún, con la consolidación del neoliberalismo y la globalización
las transformaciones en el campo literario son radicales; el escritor abandona por completo su
compromiso político como actor social, y antepone su ego en sus propias creaciones, por lo
que pueden ser entendidas por los lectores como autobiográficas; y lo que además los
conduce todo el tiempo a poses mediáticas. Sin embargo, este hecho puede ser entendido
como una forma de manifestar su enemistad con el canon literario anterior y con las
occidentales en crisis. Esto puede deberse a un desprecio por las instituciones vitales en el
imaginario moderno, o porque expresan abiertamente una sexualidad que ha sido reprimida
por la cultura moderna. La coherencia de estos autores está en mostrarse fuera de control,
en ella “se descubre que existe un calculado orden, un afán por subvertir la cultura llamada
rectores de esta cultura que, como nutriente de la generación anterior a la del autor, por lo
visto, le produce vértigo” (López, 2011, p. 200). Por esta razón sus personajes, tienen gran
acogida por parte de los lectores formados por la cultura mediática del relajamiento. Son
desorden. Son héroes trágicos modernos, víctimas de la sociedad salvaje, pero sin la mínima
opera mancomunadamente, busca dar de baja a las fórmulas y figuras usadas durante el
boom, que bien es considerado por muchos como la forma de entrada de la modernidad a
Latinoamérica. En cambio, aunque es asociado con las novelas, relatos y poemas, en su obra
se encuentran además fórmulas como microrrelatos o parodias de historietas, letras del rock,
recetarios, diálogos apócrifos, etc. que se, generalmente, se aproximan más al gusto de un
Parece entonces que hay un fuerte rechazo por todos modelos autoritarios, incluido el
padre, que sustentan la cultura moderna, sin embargo, al estar situado en tal momento, su
narrativa y poética resultan llenas de contradicciones. Estas, al igual que las mismas voces y
personajes son seres fragmentados que se encuentran en una especie de limbo, sin referencias
políticos, y en el ámbito literario, del boom, sin embargo, no logran desatarse de la familia,
los amores o los amigos del barrio; sus adicciones son la cerveza, el vodka, el ron, la
marihuana y las drogas, lo que los llevan a ejercer violencia física, pero desconocen la
En este mismo sentido, mientras que el sexo de manera promiscua y la música punk y rock
alternativo son sus “coordenadas de encuentro”, pueden llegar a ser altamente clasistas o
a la sociedad como algo totalmente podrido y degradado. Parece que se tratara solo de exhibir
su comportamiento irreverente al romper todas las jerarquías que se les han impuesto, que “la
ficción resultante revela variaciones paródicas de la pérdida, indiferencia y rechazo por los
centros rectores, pero se desentiende de nuevos mundos u órdenes posibles”, como ya señala
López (2011).
Es así como la novela latinoamericana y el papel del escritor como actor social se ven
y el abandono del compromiso político por parte del escritor, que ya, de algún modo, se había
hecho previsible al final de los 80, terminó por concretizarse. Este proceso le permitió al
escritor no solo que su obra fuera un espacio para inmiscuir su ego, sino también reconocerse
como ser fragmentado, lleno de conflictos y contradicciones, como lo son efectivamente sus
personajes y la obra misma. Así, alejado de las obligaciones y compromisos que implicaba el
papel de reescritor de la historia, que cumplía en la sociedad de los 70 e incluso de los 80,
trascender.
Referencias bibliográficas
López, O. (2011). Efraím Medina: narcisismo y provocación. ¿Atajos para un nuevo canon