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EMPRESA
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Responsabilidad de directivos, órganos y representantes de una persona jurídica
por delitos especiales; Bosch, Barcelona, 1986; JAKOBS, G.; “Responsabilidad penal
en supuestos de adopción colectiva de acuerdos” en AA. VV (coord.. Mir Puig y
Luzón Peña), Responsabilidad penal de las empresas y sus órganos y
responsabilidad por el producto, 1996, Bosch, Barcelona, 75 a 98; LASCURAÍN
SÁNCHEZ, J. A., “Fundamento y límites del deber de garantía del empresario", en
AA. VV., Hacia un Derecho Penal europeo. Jornadas en honor del Prof. Klaus
Tiedemann, Boletín Oficial del Estado, Madrid, 1995, pp. 209 a 227; LUZÓN PEÑA,
D., “Responsabilidad penal del asesor jurídico”, en AA. VV. (dir. Muñoz Conde y
otros), Un derecho penal comprometido: libro homenaje al Prof. Dr. Gerardo
Landrove Díaz, Tirant lo Blanch, Valencia, 2011, pp. 681 a 711; MARÍN DE ESPINOSA
CEBALLOS, Criminalidad de empresa. La responsabilidad penal de las estructuras
jerárquicamente organizadas, Tirant lo Blanch, Valencia, 2002; MARTÍNEZ-BUJÁN
PÉREZ, C., Derecho Penal Económico y de la Empresa. Parte general, Tirant lo
Blanch, Valencia, 2014, pp. 497 a 640; MARTÍNEZ-BUJÁN PÉREZ, C., Derecho Penal
Económico y de la Empresa. Parte especial, Tirant lo Blanch, Valencia, 2013, pp.
432 a 447; MEINI, I., Responsabilidad penal del empresario por los hechos
cometidos por sus subordinados, Tirant lo Blanch, Valencia, 2003; MONTANER
FERNÁNDEZ, R., Gestión empresarial y atribución de responsabilidad penal. A
propósito de la gestión medioambiental, Atelier, Barcelona, 2008; NIETO MARTÍN,
A., “El régimen penal de los auditores de cuentas”, en AA. VV. (coord. ARROYO
ZAPATERO y BERDUGO GÓMEZ), Homenaje al Dr. Marino Barbero Santos: "in
memoriam", II, Universidad de Castilla – La Mancha, Universidad de Salamanca,
2001, pp. 407 a 432; PEÑARANDA RAMOS, E., “Sobre la responsabilidad en comisión
por omisión respecto de hechos delictivos cometidos en la empresa - y en otras
organizaciones -”, en AA. VV., Derecho y justicia penal en el siglo XXI. Liber
amicorum en homenaje al Profesor Antonio González-Cuéllar García, Colex,
Madrid, 2006, pp. 411 a 430; PEÑARANDA RAMOS, E.; “Sobre el alcance del arto 65.3
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infracción de deber”, en AA. VV. (coord. GARCÍA VALDÉS y otros), en Estudios
penales en homenaje a Enrique Gimbernat, II, Edisofer, Madrid, 2008, pp. 1.419 a
1.452); PÉREZ CEPEDA, A., La responsabilidad de los administradores de sociedades,
Cedesc, Barcelona, 1997; Robles Planas, R., “Riesgos penales del asesoramiento
jurídico”, en La Ley, núm. 7.015, 2008; ROBLES PLANAS, R., “El responsable de
cumplimiento – ‘compliance officer´ - ante el Derecho penal”, en AA. VV., dir.
SILVA SÁNCHEZ, coord. MONTANER FERNÁNDEZ, Criminalidad de empresa y compliance.
Prevención y reacciones corporativas, Atelier, Barcelona, 2013, pp. 319 a 331;
RODRÍGUEZ MONTAÑÉS, T., “Algunas reflexiones acerca del problema causal y la
autoría en los supuestos de adopción de acuerdos antijurídicos en el seno de
órganos colegiados”, en Revista de Derecho Penal y Criminología, 2000, pp. 171 a
198; SCHÜNEMANN, B., “Cuestiones básicas de dogmática jurídico-penal y de política
criminal acerca de la criminalidad de empresa” (trad. D. BRÜCKNER Y LASCURAÍN
SÁNCHEZ) en Anuario de Derecho Penal y Ciencias Penales, 41, 1988, pp. 529 a
558; SILVA SÁNCHEZ, J. M., “Artículo 31”, en AA. VV. (dir. Cobo del Rosal),
Comentarios al Código Penal, III, Edersa, Madrid, 2000, pp. 369 a 414; SILVA
SÁNCHEZ, J. M., “Deberes de los miembros de un Consejo de Administración [a
propósito de la STS núm. 234/2010 (Sala de lo Penal), de 11 de marzo]”, en
InDret, 29.04.2011; SILVA SÁNCHEZ, J. M., “Teoría del delito y Derecho Penal
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económico-empresarial”, en AA. VV. (dir. SILVA SÁNCHEZ y MIRÓ LINARES), La teoría
del delito en la práctica penal económica, La Ley, 2013, pp. 31 a 66; SILVA
SÁNCHEZ, J. M., “El abogado es garante… ¿de qué?”, en InDret, 28.04.2014;
TIEDEMANN, K., Manual de Derecho Penal económico, Tirant lo Blanch, Valencia,
2010, pp. 172 a 182.
I. Introducción.
En este punto el lector pensará que este artículo no tiene mucho sentido o
que apenas va a ocupar un par de páginas. Y sin embargo el tema que se va a
abordar es un buen lío tanto respecto a la interpretación de las reglas existentes
como a la propuesta de reglas justas. La razón principal de ello ha de verse en
que, frente a los ejemplos expuestos de conductas activas dolosas en las que
interviene un solo sujeto, será usual que el curso de riesgo irregularmente dañino
provenga de la empresa como estructura organizativamente compleja y
perteneciente a unos para los que trabajan otros, en la que lo importante a
efectos de responsabilidad no será sólo, o tanto, que no se activen aquellos cursos
peligrosos, activación que normalmente estará permitida, sino que tales cursos se
controlen. Esto nos hace entrar en el mundo de la omisión y frecuentemente,
cuando dada la trascendencia de los bienes jurídicos en juego el legislador opta
por penar también la imprudencia, en el mundo de la omisión imprudente.
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activa de otros, y, si respondemos que sí, si no estaremos siendo indebidamente
paternalistas, traidores al elemental principio de autorresponsabilidad. Una
segunda cuestión que nos asaltará es la de si la omisión puede tener un
significado menor, pero generador de responsabilidad penal como contribución o
participación en el delito de otro: si podemos discriminar entre los
comportamientos pasivos y dar más importancia a unos que a otros en relación
con la lesión acaecida. Un tercer tipo de responsabilidad omisiva podría provenir
de un delito que describiera como penalmente injusta la grave dejadez en el
control de la empresa, con independencia de todo resultado no impedido, tal
como veremos que se proyecta en la actualidad incluir en nuestro Código Penal.
4. Como resulta obvio, una persona realiza una conducta delictiva – rectius:
penalmente típica – si el comportamiento suyo que enjuiciamos, sea activo u
omisivo, es uno de los abstractamente descritos en un tipo penal, se adecua a él,
es subsumible en él.
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menos una mejor consideración en la empresa. Esta conducta concreta es
una de las descritas en abstracto en el artículo 278.1 CP: “El que, para
descubrir un secreto de empresa se apoderare por cualquier medio de
datos, documentos escritos o electrónicos, soportes informáticos u otros
objetos que se refieran al mismo, o empleare alguno de los medios o
instrumentos señalados en el apartado 1 del artículo 197, será castigado
con la pena de prisión de dos a cuatro años y multa de doce a veinticuatro
meses”.
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Según el artículo 11 del Código Penal “[l]os delitos o faltas que consistan
en la producción de un resultado sólo se entenderán cometidos por omisión
cuando la no evitación del mismo, al infringir un especial deber jurídico del
autor, equivalga, según el sentido del texto de la Ley, a su causación. A tal
efecto se equiparará la omisión a la acción:
a) Cuando exista una específica obligación legal o contractual de actuar.
b) Cuando el omitente haya creado una ocasión de riesgo para el bien
jurídicamente protegido mediante una acción u omisión precedente”.
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delegante y de asunción del delegado, si se realiza correctamente – el delegado es
capaz de realizar la tarea delegada y se le dota del necesario dominio para ello -,
provoca un doble efecto. Genera un deber de garantía en el delegado y
transforma el original deber de garantía del delegante, que por lo tanto no queda
liberado: su deber no queda sin más observado o transferido, sino que modificado
en su contenido reside ahora en controlar al delegado y en corregirle o sustituirle
si no realiza adecuadamente la función delegada. Repárese en la trascendencia
del mecanismo de delegación: si el delegado no supervisado o no corregido
comete un delito, el resultado del mismo podrá también ser imputado por omisión
al delegante. Y, aunque esta afirmación es discutida, como luego veremos al
analizar la posible responsabilidad penal individual de los administradores, a título
de autor.
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La sociedad X realiza una autoliquidación del impuesto de sociedades en la
que oculta cuantiosos ingresos, lo que hace que la cuota tributaria sea
inferior en 130.000 euros a lo que debería. La autoliquidación la realizó A,
administrador único y titular del 80% de las participaciones de la sociedad.
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es sólo la referida a la delegada por la cúspide de la empresa o si admite
ulteriores delegaciones.
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la cuestión de cuándo se reproduce dicha razón en otros sujetos. La
primera pregunta entronca con la vigencia del principio de igualdad y se cuestiona
por la razón de la diferenciación entre sujetos activos, que suele radicarse en la
mayor lesividad de la conducta cuando la realiza un determinado tipo de sujetos –
por ejemplo, el autor de la agresión sexual es el progenitor de la víctima - o en la
mayor (o única) desprotección del bien respecto a tal tipo de sujetos – en la
prevaricación, por ejemplo -. Creo que la segunda pregunta, acerca de la
transmisión de tal fundamento, puede encontrar luz en la teoría de las fuentes
materiales de las posiciones de garantía. Desde tal luz podría afirmarse que el
administrador responde por lo que ha hecho, pero que originariamente ha hecho
su empresa, porque la empresa es suya – o le identificamos con tal titularidad -:
es una fuente de riesgos en su ámbito de organización. Si éste es el fundamento,
la administración de hecho debería restringirse a las personas con una posición
general dominante en las mismas. Lo que pasa es que las posiciones de garantía
se pueden adquirir también por delegación, y eso creo que es a lo que se refiere
otra vía de extensión, que es la actuación “en nombre de otro”, que sería la que
acogería las tesis más expansivas reseñadas. En tal sentido cabría pensar que
cualquier delegado, cualquier sucesivo delegado, puede responder penalmente y
que por cierto esto es lo que aclara el artículo 318 CP en relación con los delitos
contra los derechos de los trabajadores cuando incluye a “los encargados de
servicio” como potenciales responsables de los delitos especiales de su persona
jurídica.
Es con los anteriores mimbres con los que se tiene que dilucidar la
interesante cuestión de si puede responder del delito cometido en una
sociedad administrada (A) el administrador de la persona jurídica que a
su vez es administradora (B) de la primera. Responderá, como sugiere
Silva Sánchez, si puede afirmarse que actúa como administrador de hecho
o en nombre de la sociedad final (A). El enfoque de la administración de
hecho será también el que permita imputar la conducta delictiva realizada
por una sociedad filial a la persona física que la realizó efectivamente y que
pertenece a la sociedad matriz.
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detenerse en la constatación de que la misma puede ser omisiva. Este tipo de
participación se revela importante porque supone que un miembro de la
organización empresarial no queda exento de responsabilidad penal individual por
omisión por el hecho de no ser garante (de no ser ni administrador ni delegado
del mismo o derivado de mismo). Eso le exime de responsabilidad penal como
autor, pero su omisión de impedir o dificultar el delito de otro, ese no hacer,
podría tener el significado de una participación omisiva en ese delito y ser
penada como tal.
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El fabricante de alimentos A emite en la radio un anuncio en el que se
informa falsamente de que un producto de bollería es apto para el
consumo por parte de diabéticos. El anuncio lo ha realizado por encargo de
A su jefe de comunicación, B, que era plenamente consciente de la
falsedad de la información. El delito de publicidad engañosa tiene por
potenciales sujetos activos “los fabricantes o comerciantes” (art. 282 CP).
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objeto.
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La Unidad A de una gran empresa dedicada a la gestión y distribución de
agua potable se dedica a la depuración de aguas. En la fase de
pretratamiento genera determinada cantidad de arenas y de grasas y
posteriormente, en la actividad de decantación, genera determinada
cantidad de fangos. B, Responsable de Calidad y Gestión Medioambiental
de la Unidad, decidió establecer un depósito para los mismos en las
cercanías de un barrio popular de viviendas. Los residuos permanecían en
tal vertedero más de un año en espera de su eliminación.
Ni el Comité de Gestión ni el Director de la Unidad (C) ni el Director
Territorial de Calidad y Medio Ambiente (D) corrigieran la situación, a pesar
de que en los informes internos constaba el establecimiento de tal depósito
y como “probable” su irregularidad. En su preceptivo informe anual al
Consejo de Administración, D había omitido toda mención al depósito, a
pesar de que era manifiesta la relevancia de este hecho.
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La segunda precisión se refiere a que la responsabilidad penal por un
resultado no evitado sólo procede cuando así se prevea expresamente en
el correspondiente tipo penal o, según el artículo 11 CP, cuando se trate de
un delito “que consista en la producción de un resultado”. Así, en el
ejemplo anterior, si se quiere imputar responsabilidad a un administrador
por un delito medioambiental que no ha evitado habría que demostrar que
tal conducta omisiva se encuentra entre las descritas en el artículo 325 CP
o que, frente a las apariencias, éste contiene un tipo puro de resultado,
pues lo que el legislador ha tratado con su extensa descripción de
conductas es describir todas las que pueden ocasionar el resultado.
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delegante, que es partícipe del partícipe, quedaría impune; en los delitos de
empresa la prevención se empobrecería de un modo preocupante, pues en las
cadenas de delegaciones los delitos de los eslabones más bajos sólo podrían
responsabilizar al delegante inmediato.
Por mucho que al partícipe necesario se le considere autor (art. 28, pfo. 2º
CP), procede recordar que la importancia de la distinción entre autoría y
participación reside en que ésta puede ser no necesaria y merecer una
pena inferior (art. 63 CP), en que la participación imprudente es siempre
impune (art. 12 CP), y en que, como se ha visto, la autoría puede quedar
restringida a cierto tipo de sujetos.
Creo que la respuesta debe ser afirmativa afirmativa: existen tales deberes
específicos de control de los administradores, por lo que su incumplimiento
generará responsabilidad de los mismos como partícipes si son conscientes de que
tal incumplimiento está posibilitando o facilitando la comisión del delito por parte
de un empleado. La raíz legal del deber radica en el propio artículo 31 bis del
Código Penal, que atribuye deberes de control de determinadas actividades
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delictivas a las personas jurídicas que deben entenderse dirigidos a sus
administradores. Sería difícil en otro caso entender que sí existiera ese deber
específico en los órganos de cumplimiento – por ejemplo, en el compliance officer
-, que, en ausencia de prescripción legal, de algún titular originario tendrá que
recibirlo. Esta cuestión se clarifica en el Proyecto de Reforma del Código Penal,
que, por un lado, se refiere expresamente a “los deberes de supervisión, vigilancia
y control” de los administradores (art. 31 bis 1.b PCP), y, por otro, como
enseguida se referirá, crea un delito especial de administradores consistente
precisamente en incumplir tales deberes (art. 286 bis.6 PCP).
Importante es subrayar que en este fundamento está uno de los límites del
deber: el administrador sólo podrá responder como partícipe omisivo en relación
con los delitos que pueden generar responsabilidad penal para las personas
jurídicas: sólo ciertos delitos, cuando se cometan en el ejercicio de las actividades
sociales y en provecho de la persona jurídica. La otra frontera lo será con los
deberes de garantía: si lo que infringe el administrador es uno de tales deberes,
entonces responderá como autor por omisión.
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y como partícipes respecto a los demás delitos”.
Así, en relación con los delitos respecto a los que el administrador no tiene
posición de garantía y en relación a los que sí pero que son de exclusiva comisión
dolosa, el administrador omitente no tendrá ya que saber que se va a cometer un
delito y que se está contribuyendo al mismo. Si tal delito se menciona en el
precepto no es como un resultado que tenga que quedar abarcado por el dolo o la
imprudencia del autor, sino como una pura condición objetiva de punibilidad
destinada a seleccionar objetivamente las omisiones probada y realmente graves.
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hubiera adoptado el acuerdo o realizado el acto lesivo responderán
solidariamente, salvo los que prueben que, no habiendo intervenido en su
adopción y ejecución, desconocían su existencia o, conociéndola, hicieron todo lo
conveniente para evitar el daño o, al menos, se opusieron expresamente a aquél”
(art. 237 LSC). Posibilita además que los administradores impugnen los acuerdos
nulos y anulables del consejo en el plazo de treinta días desde su adopción (art.
251 LSC). Se trata de criterios inspirados en la lógica indemnizatoria, que permite
tanto operar con presunciones distintas de la presunción de inocencia, como
asignar la reparación del daño irrogado a quien tenga mayor cercanía con el
mismo.
Las cosas son distintas cuando se trata de penar, dado lo que ello supone
para el ciudadano. No hay más presunción que la de inocencia, con su estricta
regla de desvirtuación – la culpabilidad ha de constar más allá de toda duda
razonable -, ni más asignación del daño que la que supone la imputación, la
directa atribución del mismo al sujeto penado. En este sentido parece claro que
tendrán responsabilidad penal aquellos administradores respecto de los que se
pruebe plenamente que han votado a favor de la resolución delictiva y que en
principio no la tendrán quienes no lo hayan hecho, sea porque no hayan acudido a
la sesión, sea porque se hayan abstenido o porque hayan votado en contra. El
contenido concreto de tal responsabilidad dependerá del sentido típico que tenga
el acuerdo y de si el mismo se adopta. Así, si el delito se comete mediata o
inmediatamente con el propio acuerdo y el acuerdo se adopta, serán coautores del
mismo todos los que lo han acordado con su voto favorable. Podrá suceder que no
se adopte y que el voto tenga entonces un significado de intento delictivo
(tentativa). Y podrá suceder también que el acuerdo tenga el sentido de un acto
preparatorio o de una inducción al delito de otro.
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Más complicada es la respuesta a la cuestión de la responsabilidad
penal por omisión de los consejeros que no se adhieren al acuerdo pero que
nada hacen por evitarlo. ¿Son autores del delito, partícipes en el mismo o carentes
de responsabilidad penal?
Constituye ésta una nueva cuestión abierta, un nuevo reto del Derecho
Penal de empresa a la teoría del delito, para cuya respuesta podría aventurarse la
siguiente hipótesis. En relación con los riesgos propios de la actividad empresarial
(por ejemplo, para el medio ambiente o para la seguridad de los trabajadores),
que son riesgos que proceden del círculo de organización del consejero, por
mucho que se trate de un sector del mismo codominado por los consejeros que
activan el acuerdo ilícito, no creo que quepa negar su posición de garantía.
Cuestión distinta es el contenido del deber que emana de esta posición, que es el
propio de control de una fuente de riesgo propia, pero no la vigilancia y corrección
de los demás administradores como si de una relación de delegación se tratara. Y
cuestión distinta es que pueda verse en este caso, a diferencia de lo que sucede
con un delegante, una implicación propia de participación y no de autoría, lo que
puede ser especialmente relevante si su actitud en relación con el delito es
imprudente, impune para la participación. Quiere decirse con ello que el
administrador tiene un deber de garantía, pero que el mismo no comporta vigilar a
los demás administradores y que resulta discutible que si no evita el delito de un
colega tenga que responder como autor y no como partícipe.
En relación con los riesgos de comisión de delitos que no sean los propios
de la actividad de la empresa (que, en tal sentido, no sean delitos de empresa), el
administrador, según lo ya visto, no tiene una posición de garantía, pero sí,
cuando se trate de ciertos delitos en favor de la empresa, un deber de vigilancia y
control ex artículo 31 bis del Código Penal que hace que su tolerancia dolosa
comporte una participación omisiva en el mismo: suponga la infracción de un
deber específico que posibilita o facilita el delito del consejero.
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observan tales deberes no puede haber responsabilidad penal de la
persona jurídica, so pena de quebrar el principio de culpabilidad.
Dicho con otras palabras: el inciso del párrafo segundo del artículo 31 bis 1
relativo a que el delito del empleado se “ha podido realizar por no haberse
ejercido sobre él el debido control atendidas las circunstancias del caso”
debe entenderse implícito en el primer párrafo, como requisito de
imputación a la empresa del delito del administrador.
Los órganos ejecutivos son los que realizan la gestión operativa, por
mucho que esta gestión admita niveles muy diversos que responden a cadenas de
delegación de funciones. Las personas que ostentan tales órganos responderán
obviamente de los delitos que cometan mediante la realización de la
correspondiente acción u omisión típicas. Pero también podrán responder de los
delitos de otros miembros de la empresa en la medida en que no los eviten
infringiendo un deber de garantía. Tal deber de garantía no procede ya como en
el caso de los administradores del dominio como propio de una fuente de riesgo,
sino de la asunción de una delegación. Serán garantes entonces si se les ha
“transmitido” tal deber – que, debe insistirse, no existe respecto a cualesquiera
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riesgos delictivos que existan en la empresa, sino sólo respecto a los propios de la
misma - y en la medida en que se haya hecho tal transmisión. Y podrán a su vez
delegar funciones y transformar su deber en uno de vigilancia y corrección del
delegado.
En relación sólo contra los delitos contra los derechos de los trabajadores,
entre los que de manera significativa está el delito contra la seguridad de
los trabajadores, el artículo 318 CP de un modo algo críptico establece que
cuando “se atribuyeran a personas jurídicas, se impondrá la pena señalada
a los administradores o encargados del servicio que hayan sido
responsables de los mismos y a quienes, conociéndolos y pudiendo
remediarlo, no hubieran adoptado medidas para ello”. Si el primer inciso
parece una regulación específica de la responsabilidad del representante
para que alcance a “los encargados del servicio”, el segundo admite dos
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interpretaciones. Que se refiera a los mismos sujetos para establecer su
responsabilidad también por omisión, y no sólo por acción. O que se refiera
a otros órganos ejecutivos de la empresa que sin tener responsabilidad
directa en la situación delictiva pueden denunciarlas: merecerían la misma
pena porque serían partícipes necesarios por omisión. Sería entonces el
propio artículo 318 CP el que estaría estableciendo un deber específico de
cumplimiento en esta materia.
17. En una economía productiva cada vez más compleja deviene necesario
que los administradores y los órganos ejecutivos de las empresas se sirvan de
asesores especializados. Cuando tal necesidad es recurrente es también usual que
los asesores pasen a formar parte del organigrama empresarial con funciones de
facilitación de información especializada y de consejo en esos mismos ámbitos. El
interrogante penal surge cuando su labor sirve para la adopción de una decisión
delictiva: la pregunta consiste en si puede hablarse entonces de complicidad,
cooperación necesaria o incluso inducción al delito, y sancionar
correspondientemente al asesor.
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18. En la doctrina penal, con cierto reflejo en la jurisprudencial, se da hoy
una seria reflexión acerca de los límites de la responsabilidad penal a título
de participación por parte del asesor cuya información o consejos son
utilizados por los órganos ejecutivos para la comisión del delito. Esta reflexión
suele enmarcarse en la relativa a la impunidad de las “conductas neutras” - así
etiquetada, no sé si con demasiada fortuna -. La cuestión se remite en realidad a
la de la frontera del riesgo permitido; a la cuestión de si por razones de expansión
de la libertad y de los beneficios de determinadas actividades sociales debemos
tolerar (rectius: permitir) determinadas conductas aunque las misma sean
peligrosas para determinados bienes jurídicos. En concreto, de lo que se trata
ahora es de no asfixiar las labores de asesoramiento, sobre todo jurídico, bajo la
amenaza de pena si tal asesoramiento sirve a una decisión delictiva.
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conducta que se ejecuta, que es externamente similar a otras adecuadas
socialmente por la profesión o actividad habitual de su autor, se coopera a
la acción delictiva de un tercero” (STS 91/2014, f. D. 10).
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generales de cumplimiento. Es la responsabilidad penal de las personas jurídicas la
que ha impulsado la generación de órganos destinados a implantar y a ejercitar el
debido control para que no se cometan delitos desde la empresa y a favor de la
empresa. Y, como no podía ser de otro modo por razones lógicas y de precaución,
su función se está extendiendo en general a la prevención de irregularidades, de
cualesquiera contravenciones del ordenamiento jurídico y de las normas internas
de la empresa. Estos nuevos órganos han suscitado la cuestión, claro, de un modo
muy vívido por los propios afectados, de si van a tener que responder penalmente
de aquellos delitos cuando no los eviten.
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primario. No son los encargados de disponer medidas de prevención de accidentes
de trabajo, o de prevención de daños al medio ambiente, o de controlar la calidad
de los alimentos o la seguridad de los productos químicos almacenados. Para ello
hay ya responsables específicos que, según el tamaño de la empresa, suelen
constituirse en nuevos delegantes.
22. Si tal fuera el diseño de las funciones del oficial de cumplimiento, lo que
nos preguntamos ahora es si su incumplimiento puede significar una contribución
al delito de otro y ser castigada como tal, y, ya antes, si alguna de ellas puede ser
considerada como una función de garantía que pudiera deparar una
responsabilidad a título de autor.
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que el empresario constructor delegue las funciones relativas a la seguridad de los
trabajadores en el arquitecto técnico o ingeniero técnico y la supervisión de éste
en el servicio de prevención. O puede suceder precisamente que la delegación
inicial de las tareas de seguridad medioambiental en el director industrial sea
supervisada por el oficial de cumplimiento, que sería así garante secundario con
un contenido muy preciso de su deber de garantía. En tal coyuntura podría
entonces suceder que se produzca un vertido típico del artículo 325 CP; que dicho
vertido sea imputable a título de autor al trabajador que lo realiza activamente, al
director industrial que no desplegó las medidas previstas para evitarlo y que
omitió toda vigilancia o todo encargo de vigilancia al respecto, y al oficial de
cumplimiento, que renunció a toda supervisión de éste.
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Esta función de conocimiento es una función de garantía que puede
delegarse en el delegado ejecutivo de seguridad o que puede escindirse y
atribuirse a un órgano especializado, como sucede en ocasiones con el servicio de
prevención de riesgos laborales. O que podría recaer en nuestro oficial de
cumplimiento.
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VII. Algunas conclusiones.
La falta de impedimento por parte de asesor del delito que conoce que se
va a cometer no es delictiva.
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D. Los órganos de cumplimiento podrán responder como partícipes
omisivos si deciden no investigar o informar de un delito que se está cometiendo o
se va a cometer. Podrían también tener responsabilidades a título de autor si el
empresario ha delegado en ellos su deber remanente de supervisión o una función
de detección de riesgos, propia de su deber originario de garantía.
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