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Del texto inédito: El cuidado como atributo ético para oficiar la profesión

de Fernando Ceballos

Cimientos del cuidado


“(…) más allá o más acá de saberes disciplinados, de métodos disciplinables,
de recomendaciones útiles o de respuestas seguras, más allá incluso de ideas
apropiadas o apropiables, quizá sea hora de intentar trabajar en el campo
pedagógico pensando y escribiendo de una forma que se quiere indisciplinada,
insegura e impropia. El discurso pedagógico dominante, escindido entre la
arrogancia de los científicos y la buena conciencia de los moralistas, se nos
está haciendo impronunciable. Las palabras comunes comienzan a no
sabernos a nada o a sonarnos irremediablemente falsas y vacías. Y cada vez
más tenemos la sensación de que hay que aprender de nuevo a pensar y a
escribir aunque para ello haya que apartarse de la seguridad de los saberes, de
los métodos y de los lenguajes que ya poseemos (y que nos poseen)” 1.
Es interesante empezar a recuperar palabras y conceptos cotidianos
bastardeados y silenciados por la lógica eficientista, con el objetivo de
garantizar procesos cuidadores integrales como productores de salud y de
vida, en donde, el saber hacer de la experiencia de cada trabajador se
conjugue con el andamiaje teórico disciplinario para la construcción de un
modelo de producción de salud basado en el cuidado. “(…) El sujeto tiene
libertad a partir de su trayectoria (…) Y es siempre necesario reconocerse en
ese transcurrir histórico, tornar conciente la propia historicidad (…) 2

1. El cuidado como territorio de la ternura


Para ser sincero, ternura es una palabra que no goza de buena prensa. Una
persona tierna es una persona vulnerable al sistema normativo. Como la
ternura no puede ser medible por ningún método es descalificada como
cualidad humana.
Empatía, miramiento y buen trato, son los condicionantes esenciales para que
dos sujetos puedan empaparse de ternura en la vastedad de un cuidado.

1
Larrosa, Jorge. Pedagogía Profana. Estudios sobre lenguaje, subjetividad y formación.
Buenos Aires. Novedades Educativas 2000.
2
Onocko Campos, Rosana. La planificación en el laberinto. Un viaje hermenéutico. Primera
edición. Lugar Editorial. Bs. As. 2007.
Fernando Ulloa, baqueano incondicional de la ternura, manifiesta que “la
ternura crea el alma como patria primera del sujeto”, situando a estos dos
últimos condicionantes como “fundamentos de la misma, y base de la
constitución del sujeto ético”. También dice que abrazándonos a la ternura es
una manera de “no ceder frente a la crueldad, ni tampoco ser sus cómplices ni
sus conniventes”. Impronta insurgente que permitirá las condiciones necesarias
para el acto de cuidar.
Empatía viene del griego εμπάθεια, significa sentir en común, y describe la
capacidad de una persona de vivenciar la manera en que siente otra persona y
de compartir sus sentimientos. Empatizar es estar en sintonía con otro. Es la
habilidad para entender las necesidades, sentimientos y problemas de los
demás, poniéndose en su lugar, y así intentar responder a sus reacciones
emocionales. Pensar en el otro como otro yo, es construir al otro como mi igual,
comprender sus perspectivas, pensamientos, sensaciones, deseos y creencias
en la diferencia.
Para Richard Senett, “la empatía presta atención a otra persona en su
particularidad (…) La empatía es un ejercicio más exigente, al menos en la
escucha; el que escucha tiene que salir fuera de sí mismo (…) Desde un punto
de vista más realista, la escucha empática puede ayudar al trabajador
comunitario, el sacerdote o el maestro a mediar en comunidades en las que la
gente no comparte la raza o la etnia (…) La empatía guarda más relación con
el intercambio dialógico; si bien la curiosidad sostiene el intercambio, no
experimentamos la misma satisfacción del cierre, de lo bien atado. Pero la
empatía contiene su propia recompensa emocional”3.
Traemos la empatía para empezar a darle otro horizonte posible, más allá del
que se utiliza en la formación de enfermería, en donde la empatía aparece
como una actitud para decidir y resolver por el otro asumiendo; por un lado,
una tarea de servicio sacrificial más ligada al monje que al trabajador; y por otro
lado, un posicionamiento de poder unidireccional en donde el que es cuidado
recibe pasivamente todo lo que ese Otro le entrega. La idea entonces, es tomar
a la empatía como una estrategia que nos permita construir vínculos sociales.

3
Sennett, Richart. Juntos. Rituales, placeres y políticas de cooperación. Editorial Anagrama. 1º
edición. Barcelona, 2012.
En segundo lugar tenemos al miramiento, que para Fernando Ulloa “es mirar
con interés amoroso”. La mirada hace al sujeto, sujeto social. Enfermería es
una profesión que, atada a una práctica hegemónica, fija mucho la mirada
controlando más que observando. El miramiento nos permitirá crear ese
momento esencial en la fundación de un cuidado dándonos las herramientas
necesarias para reconocer en el otro sus sensaciones más primarias, esas que
piden alojamiento, contención y entendimiento de la situación.
“Todo empieza por el reconocimiento del otro, respeto por el semejante. Yo a
Claudio, al comienzo lo veía como algo imposible de abordar, le tenía miedo.
Hacía ademanes, hablaba solo, tiraba trompadas al aire. No sabía como
intervenir. ¿Como poder producir un cuidado con tantos prejuicios? Hasta que
empecé a hablar con él. Le dí y tomé la palabra, ahí la cosa empezó a cambiar.
Aprender desde la propia experiencia cotidiana.”4
Decididamente, nuestro horizonte es producir ternura como instancia política y
emancipadora que abraza al cuidado, más allá de sus confines técnicos, permitiéndole
convertirse en entidad terapéutica, siendo resguardo, alimento y,
fundamentalmente lo que Ulloa llama buen trato, como defensa ante las
violencias inevitables del vivir. La ternura en sí es un acto creador. No es
posible la producción de cuidado, que es un acto de creación y recreación, si
no existe ternura que lo infunda. Siendo la ternura fundamento del diálogo, es
también diálogo. De ahí que sea, esencialmente, tarea de sujetos y que no
pueda verificarse en la relación de dominación.
“Creo que la ternura es el hecho estético por excelencia, porque es la
inmanencia de una revelación que no se produce y que tal vez nunca se
produzca. Lo más probable que jamás lleguemos a la ternura, claro, eso sería
llegar a ser Dios. Pero no se trata de llegar a ella sino de ´moverse hacia ella`:
hacia el otro. Otro punto de vista, otro mar, otras tierras, otros cielos. La ternura
es una herramienta de tolerancia, que permite que la palabra ´desconocido`
deje de sonar a peligro y comience a sonar a posibilidad. Puede que la ternura
sea el único lugar posible en el cual habite el amor”5.

4
Palabras del debate realizado en las 1º Jornadas de Enfermería en salud mental. Centro de
Rehabilitación en Salud Mental “Agudo Ávila” de Rosario, provincia de Santa Fe. 22 de
noviembre de 2008.
5
Ramos, Pablo. Hasta que puedas quererte solo. 3ª ed. – Buenos Aires: Alfaguara, 2016. Pag.
34.
La ternura es un acto de valentía, es compromiso entre semejantes;
compromiso pensado como fundamento de transformación de la cotidianidad a
través de la recuperación de actos tiernos que habitan procesos de cuidados.
Dondequiera que exista un trabajador alienado por la mortificación
hegemónica, el acto de ternura va a radicar en comprometerse con su causa.
La causa de su liberación. Este compromiso, por su carácter tierno, es
dialógico y posibilitador de micropolíticas insurgentes en la cotidianidad del
proceso de trabajo.
“(…) Hablar de la ternura en estos tiempos de ferocidades no es ninguna
ingenuidad. Es un concepto profundamente político. Es poner el acento en la
necesidad de resistir la barbarización de los lazos sociales que atraviesa
nuestros mundos6."
Que la ternura invada al poder, ese es el escenario de un sentimiento sencillo y firme: el
buen trato, término que no sólo remite a tratamiento, sino también a un trato solidario
como núcleo de cualquier relación entre los hombres.

2. La hospitalidad7 como cuestionadora de certezas


“Para ofrecer la hospitalidad, ¿Hay que partir de la existencia garantizada de una morada o
bien es sólo a partir de la dislocación del sin-abrigo, del sin-lugar-propio que puede abrirse la
autenticidad de la hospitalidad? Quizá únicamente aquel que soporta la experiencia de la
privación de la casa puede ofrecer la hospitalidad”.
Jaques Derrida
Un cuidado es la expresión de un encuentro en donde está en juego la
permanente producción de hospitalidad despertando, estimulando, recreando y
liberando dialécticamente esa esencia vital, esa potencia de ser necesaria para
constituir mutuamente a esas personas como actores sociales.
¿Cómo pensar la hospitalidad como uno de los cimientos del cuidado? La

hospitalidad se ofrece al extranjero, a lo extranjero, a lo ajeno, a lo otro. Y lo

otro, en la medida misma en que es lo otro, nos cuestiona, nos pregunta. Nos

interroga en nuestros supuestos saberes, en nuestras certezas, en nuestras

6
Fernández, Ana María. Las lógicas sexuales: amor, política y violencia. 1º edición. Bs. As.
Nueva Visión 2009.
7
Pensamos a la hospitalidad desde el trabajo de Jacque Derrida y las reflexiones Anne
Dofourmantelle. La hospitalidad. Bs. As. 3º edición. Ediciones de la Flor, 2008.
legalidades introduciendo de esa manera la inquietud en donde tal vez nunca

nos habíamos cuestionado, o donde habíamos dejado de preguntarnos, allí

donde casi siempre la rutina encuentra la respuesta rápida, justa, absoluta; allí

donde afirmamos nuestra convicción, nuestra protección. Cuando actuamos

hospitalariamente cobijamos al otro, lo alojamos, y ese otro nos provoca

desnudando así nuestro propio desamparo. Ese dolor que duele, ese

sufrimiento que sufre, ese deseo que desea, esa ganas que empujan son

sostenidas desde otro, ¿Cómo recibir ese dolor, ese sufrimiento, ese deseo,

esas ganas que son de otro, hospitalariamente? “(…) se trata de la posibilidad

de ser anfitriones sin establecer ninguna condición” 8. Tal vez el momento

supremo de una relación hospitalaria sea ese en que uno se coloca en el lugar

del otro. Y escucha, y observa, y siente, y aloja más allá de la incertidumbre

que nos provoque no saber hacia donde va a salir dirigido ese encuentro. El

extranjero hace vibrar la certidumbre y comienza a refutar una supuesta

autoridad, un supuesto saber. Alguien que no habla como los demás, que no

sabe como los demás, que no maneja las técnicas de los demás cuestiona lo

absoluto. Precisamente esta pregunta que viene de un “no-lugar” nos obliga a

pensar, a movernos de esas estancias en donde la razón es el patrón y la

reflexión está ausente, y comenzar a razonar desde la experiencia con la

potencia suficiente para dejarse construir por ella creando un pensamiento que

a la manera de una obra de arte, inaugure una respuesta hasta entonces

desconocida. En definitiva, Derrida nos hace comprender que lo cercano no se

opone a lo alejado sino que es otra figura de lo cercano. Anne Dofourmantelle,

plantea que “… la hospitalidad sólo puede ser ofrecida aquí y ahora, en algún

8
Skliar, Carlos. Lo dicho, lo escrito, lo ignorado. Ensayos mínimos entre educación, filosofía y
literatura. Niño y Dávila. 1ª edición. Diciembre 2011. Madrid.
lado. La hospitalidad da como impensada en su noche, esa relación difícil,

ambivalente con el lugar. Como si el lugar del que se tratara en la hospitalidad

fuera un lugar que no perteneciese originalmente ni al anfitrión ni al invitado,

sino al gesto mediante el cual uno da acogida al otro –incluso y sobre todo si

uno mismo no tiene morada a partir de la cual pueda ser pensada esta

acogida”9-.

La hospitalidad, según Levinas, es el reconocimiento de la alteridad del otro.


Cuantas veces nos hemos visto en una situación en donde el cuidar se
transforma en una dependencia, en un momento de dominación por el no
reconocimiento del semejante. De hecho no hay cultura ni vínculo social sin un
principio de hospitalidad. Éste ordena, haciendo incluso deseable un
alojamiento. En un cuidado, la hospitalidad es la manera creciente de
producción de entendimiento, abrigo, estado de escucha y sintonía. Jacques
Derrida sostiene que existe en lo humano una ley incondicional de la
hospitalidad ilimitada, pero cuando se hace entrar dicha hospitalidad
ocasionalmente dentro de las leyes y de lo jurídico, por lo tanto, dentro del
derecho, estamos dentro de algo limitado, en el orden de los derechos y de
los deberes tradicionales. Toda profesión pone límites deontológicos a los
deseos y las pasiones de los trabajadores, enfermería es una de ellas.
Precisamente en ese juego entre los límites de la ley y lo ilimitado de lo
humano, aparece la responsabilidad como fundadora de decisiones e
intervenciones cotidianas. Esta doble ley de la hospitalidad nos debe
permitir inventar las mejores maneras de cuidar sin echar mano a la
dependencia, el control y la crueldad, así como también el establecimiento de
una legislación más justa. Entonces, así como debemos calcular los riesgos, no
debemos cerrar la puerta a lo incalculable, es decir, a lo creativo, a lo
innovador. De ese modo favorecemos un cuidado que independiza
posibilidades o capacidades enmudecidas, emancipándonos en nuestras
posibilidades o capacidades también, buscando una complementariedad y
acercando las diferencias entre dos o más subjetividades que se tocan.

9
Jacque Derrida, Anne Dufourmantelle. La hospitalidad. Bs. As. 3º edición. Ediciones de la
Flor, 2008.
Un cuidado no tiene un territorio acotado si no que se abre ante gestos
hospitalarios, hospitalidad pensada como una forma de no rechazo al
extranjero con el objeto de proteger nuestra propia coherencia.
Un cuidado es una actitud constante llevada a escuchar la palabra del otro, una
manera de dilucidar al prójimo para desentrañar una estela posible. El
argumento de la palabra, el conocimiento de las diferencias y el respeto a los
lugares reales y simbólicos donde se desarrollan las posibilidades de sentido y
entendimiento son características elementales para que la acción de cuidar se
desarrolle.
Un cuidado es una capacidad de recibimiento, compromiso excepcional en la
relación con el otro con el objetivo de transformarlo en ética personal,
multiplicando los encuentros y las ocasiones de comunicación.
Un cuidado es esa posibilidad de alojamiento al otro dejando lugar a lo
esencial, que es permitir al interlocutor, individuo o grupo, llegar al límite de sí
mismo adoptando una cualidad de intercesor haciendo circular los saberes en
juego, logrando que el último movimiento sea el de retirarse siempre ante la
libertad del prójimo. El tiempo, la espera, la escucha, el estar, el quedarse, el
aproximarse, el detenerse, la presencia de otro… son condiciones o acciones
humanas básicas que atentan contra la técnica, el automatismo y la lógica
implacable de la eficacia haciendo lugar al no-lugar artístico de la hospitalidad
que comienza a producir cuidado en la mismidad de ese encuentro.
La hospitalidad, entonces, acaece como un espacio que aloja, una posibilidad
que estimula, una errancia que potencia, un saber que se aprehende, un
movimiento que la identifica y una cicatriz que la nombra.

3. El atributo social de los cuidados


Desde lo más íntimo, el cuidado es ese estado precursor que permite la
revelación del talento y de la amorosidad con el otro. Es el guía anticipado de
todo proceder humano, para que éste sea libre y comprometido, en fin,
típicamente humano. El cuidado es una mueca tierna con la realidad, mueca
que protege y trae serenidad y paz. Sin cuidado nada de lo que está vivo,
subsiste. El cuidado es esa potencia que se resiste a la ley suprema de la
entropía, la decadencia natural de todas las cosas hasta su muerte térmica,
pues todo lo que cuidamos dura mucho más. Pero el cuidar no es un suceso
cercado en sí mismo, separado de un entorno social. Cuidar siempre tiene
implicancias con otro, no es un acto neutral. De hecho cuidar es un acto social.
“El desconocimiento de la subjetividad y también de la socialidad del paciente
disminuye la eficacia de la intervención 10”, sostiene Testa.
En todo este tiempo los cuidados de enfermería han quedado atrapados en la
telaraña de la tecnología del hospital lejos del abordaje comunitario, y así esta
encerrona se ha convertido en la base de su imagen profesional en el seno de
la comunidad. Tanto la aparatología, la industria farmacéutica, los
procedimientos y la superespecialización han condicionado la presencia social
de enfermería solamente al claustro hospitalario. Y pareciera que solamente allí
adentro de ese escenario de la enfermedad, y no de la persona y su historia,
los cuidados de enfermería tienen valor profesional. Esto se ve reflejado
fuertemente en una formación técnico-administrativa que responde a un
mercado que necesita técnicos ultra especializados para dar respuesta al
sufrimiento y a las urgencias coyunturales, sin llegar al porque de ellas.
Por otra parte, enfocando el cuidado desde una perspectiva social y como
productor de subjetividad, aporta otra miradas e intervenciones discursivas,
otras formas de comprender y explicar desde una direccionalidad definida y
organizada que da forma a cuestiones sobre las cuales está actuando dentro
de una lógica que se va construyendo a través de diferentes maneras de
establecer lazos con: el otro, el contexto y el territorio.
Cada escenario social es poblado por disímiles grupos en espacios donde la
fragmentación vincular y la pérdida o la precarización de los lazos sociales,
generan e inscriben en las historias de vida, diferentes formas de padecimiento.
Estas amplían desde la práctica, la posibilidad de cuidar como un atributo
social, ya que una cercanía a lo subjetivo permite conocer con mayor
profundidad las problemáticas sociales en las que se interviene, incorporando
de esta manera más herramientas de investigación y conocimiento para brindar
cuidados.
En definitiva, los cuidados desde una perspectiva de lo social, posibilitan el
ingreso, no solo desde la producción de subjetividad dentro de un territorio

10
Testa, Mario. El hospital visto desde la cama del paciente. Tomado de: Mario Testa. El
hospital. En: Salud, problema y debate. Año V, N°9, 1993. Buenos Aires.
determinado, sino que además permite acceder hasta la expresión singular de
ésta en el escenario donde se cuida.
Pues bien, pensamos que cuidar va más allá del aplacamiento sintomatológico
y el encierro hospitalario de la curación de la enfermedad. El hospital en sí
mismo no produce nada, son sus lógicas de desubjetivación y disciplinamiento
las que cosifican a las personas produciendo prácticas en donde el individuo
queda reducido a un órgano, un número de cama o una enfermedad. No hay
un otro, que garantice ese vínculo esencial que determina lo social. Y queda la
técnica como vehículo estéril que interviene en lugar del cuidado.
Cuidar es decididamente un compromiso social en donde la justicia social se
transforma en su objetivo primordial. Collière sostiene que, “los cuidados de
enfermería sólo tienen sentido si se toma conciencia de que se insertan en un
contexto social que ellos imprimen y que les condiciona. Bien sea por las
tecnologías utilizadas, por el tipo de jerarquía social que crean, por las formas
institucionales que instauran, por la organización de trabajo resultante, o bien
por el alcance social del cuidado, los cuidados de enfermería tienen una
enorme influencia social, incluso si no se tiene conciencia de esta influencia o

incluso si apenas se comprende”11.

4. La creatividad como acontecimiento vivo que habita un cuidado


“(…) Sin creatividad uno se burocratiza, se torna hombre concreto. Repite palabras de otro.”
Eduardo “Tato” Pavlovsky

Quizá convenga hablar aquí de una cualidad humana: la confianza en el arte


como un oficio transformador que no se desentiende de las tensiones sociales,
para de esa manera volver a ellas franco y digno a la hora de poder habitarlas.
La creación es esencial a la vida y a todos los seres humanos que la habitan.
Las personas se encuentran en un universo de relaciones que se efectúan
como relación con el mundo, con los demás y consigo mismo. Los seres son
cotidianidades intensivas en permanente conexión, capaces de desplegar una
potencia infinita de creación e invención.

11
Marie- Françoise Collière. Promover la vida. Interamericana-Mc Graw-Hill. 1993. pag. 326.
El cuidado, bajo esta impronta, convive permanentemente con sabores, olores,
colores, secretos, acontecimientos y estados de ánimo que están ahí prestos a
ser utilizados para enriquecerlo. No se trata de poner el cuerpo, como se dice
comúnmente, se trata en todo caso en hacer junto al otro, encontrar su mirada,
su voz, comprender su cotidianidad, adoptar su apariencia. Ni más ni menos,
asumir sus historias y sentirlas propias.
Toda persona tiene una percepción creadora, la cual enviste su vida de sentido
de vivirse. La alienación y la dependencia atentan contra esta potencia
humana, y llevan a la persona al ostracismo, al atontamiento, la alienación.
Sentirse sometido es encajar la realidad exterior en un espacio limitado,
acotado. Estar dominado creativamente es quedar atrapado en la creatividad
de un absoluto, este acatamiento desarrolla en la persona una huella mnémica
en donde se hace presente la sensación de nulidad creadora y la
desresponsabilidad invade una vida impidiéndole ser vivida dignamente.
La idea de creación la concebimos como un acontecimiento productor de
subjetividad y condición de estar vivo. La cotidianidad se puebla de creatividad
cuando los sentidos humanos la abrazan posibilitando invenciones más allá de
lo técnico que postula el arte totalizador.
Winnicott plantea “… la creatividad que estudiamos se refiere al enfoque de la
realidad exterior por el individuo. Si se da por supuesta una capacidad cerebral
razonable, una inteligencia suficiente para permitir al individuo convertirse en
una persona que vive y participa en la vida de la comunidad, todo lo que se
produce es creativo, salvo en la medida en que el individuo está enfermo o se
encuentra frenado por factores ambientales en desarrollo que ahogan sus
procesos creadores”.
Sabemos que la historia de la humanidad ha provocado los hechos más
inhumanos jamás pensados para un mortal: los campos de concentración.
Nuestra historia reciente nos convoca, y nos lleva allí donde las personas eran
sometidas a las más terribles vejaciones con el objetivo de desbastar esas
subjetividades insurgentes. Sin embargo, vimos como muchas de esas
personas resistieron a estos tormentos gracias a una capacidad creadora que
las sostuvo vivas y pensando que más allá de esa coyuntura había una vida, su
vida que merecía ser vivida. Es decir, en algún lugar de sus personalidades,
aun en circunstancias extremas de violencia y abuso, se hallaba oculta o
indestructible esa utopía creadora que fue acrecentando una destreza personal
para el vivir creador. Imaginemos espacios productores de creatividad que
desbaraten la lógica de la alienación imperante. Saber crear depende, en gran
parte, de la capacidad de navegar en aguas turbias, vislumbrar más allá de lo
común. Veremos así, como la fuerza de la presencia creadora irrumpe cuando
menos la esperamos, muchas veces agazapada espera ese momento de
lucidez y dignidad apareciendo redondamente proclamando un destino
innovador a nuestro hacer. Cuando el actuar creativo se convierte en mística,
en estética, en una ética que nace de los valores del corazón y de la pasión,

nace la poiesis12, el alumbramiento ,a decir de Heidegger, que subraya el


momento de éxtasis producido cuando algo se aleja de su posición como una
cosa para convertirse en algo, no ya cosificable.
A medida que nuestra creatividad se desarrolla acrecentamos nuestra
conciencia, estimulamos nuestras sensaciones corpóreas, ampliamos nuestras
percepciones del mundo que nos rodea, nos abrirnos a nuestros pensamientos
inéditos y nos munimos de un antídoto contra esa enfermedad de la vida
moderna occidental que es el automatismo.
“Crear es dejar crear a esa usina combinatoria de ideas que es nuestro
inconciente, nos dice Fidel Moccio, es reunir fragmentos dispersos, sintiendo
que será útil o bello o que cubre alguna necesidad de nuestras

precariedades”13.
Considerado el cuidado por fuera de las presiones del pensamiento lógico, se
constituye en un escenario propicio para que libremente se desarrollen otras
formas de expresión, otras respuestas, esas que aprendidas de la experiencia
nos han llevado en el mejor de los casos, hasta el límite de nuestras
posibilidades. Poner en movimiento en la inmensidad de un cuidado el proceso
creativo es, registrar todas esas palabras interiores que fueron habitando
nuestra experiencia y ayudan cotidianamente a liberar esa imaginación activa

12
Poiesis deriva etimológicamente del antiguo término griego ποιέω, que significa "crear". Esta
palabra, la raíz de nuestra moderna "poesía", en un principio era un verbo, una acción que
transforma y otorga continuidad al mundo. Ni producción técnica ni creación en sentido
romántico, el trabajo poiético reconcilia al pensamiento con la materia y el tiempo, y a la
persona con el mundo.
13
Moccio, Fidel. “Me desperté en un estado raro”. Acerca de la creatividad humana. Pagina 12.
Psicología, noviembre de 2007.
como un acto transgresor de la realidad. Representa un instante de gran
intensidad que energiza y posibilita nuestras potencias básicas, ya que nos
recuerda que nuestra esencia como seres humanos es ser creadores.
Lo cotidiano incluye el contacto con el otro, así como también el
desplazamiento plástico en el ambiente. Cuando nos movemos y nuestros
gestos van creciendo acompañados por esa música interior que habita nuestra
subjetividad, el contexto debería seguir esos pasos como una manera de
brindar cuidados.

5. El acto de cuidar como una relación de poder


Pensamos encarar este punto desde la mirada particular de Michael Foucault,
quien se ha ocupado de investigar sobre los mecanismos y el funcionamiento
del poder. En principio establece que el poder en esencia no es represivo, su
ejercicio supone riesgo e inestabilidad. No es una propiedad, es una estrategia,
que no se posee sino que se ejerce. Y que está basado en relaciones de fuerza
que se distribuyen en una composición que articula tiempo y espacio. A su vez,
sostiene que poder y saber se auto implican. Es decir, cada relación de poder
se constituye en un campo relativo de saber, y viceversa. Además, toma al
poder como productivo, está interesado en determinar lo que en la vida le
resiste al poder y, al resistírsele, crea formas de subjetivación y formas de vida
que escapan a la colonización. Esta característica fundamental del
pensamiento de Foucault con respecto al poder, hace hincapié en esa
posibilidad de concebir una nueva filosofía que parte del cuerpo y de sus
potencias para pensar el "sujeto político como un sujeto ético". Foucault
investiga al poder, sus aparatos y sus maneras de saber hacer, no ya a partir
de las formas de legitimación de una teoría de la sumisión, sino a partir de la
"emancipación" y de la "capacidad de innovación" que todo "ejercicio de poder"
implica.
Sostiene que vivimos en una sociedad disciplinada que a través del hospital, la
cárcel, las fábricas, los ejércitos y la escuela sustenta un patrón de norma que
individualizará a todos (al mismo tiempo que los masifica), pero de sobre
manera a aquel que no la cumpla. Lo normal es estar sano, dice Foucault.
Hablamos de relaciones de fuerza, de tiempo y espacio, de saber-poder, de
producción, de disciplina, de hospital, de norma, de normalidad, de estar sano;
es decir hablamos de palabras habladas por enfermeros que habitan
instituciones de salud y ejecutan políticas de salud. Palabras que atraviesan un
cuidado determinándolo, enmarcándolo, encerrándolo o colonizándolo en el
interior mismo de una relación de poder arrasando todo vestigio artístico que
cada trabajador posee.
El poder no está en aquel que ejerce una relación de sometimiento, el poder
está en todo ese marco que permite que se provoque ese sometimiento.
Deleuze, profundiza un poco más y habla de la voluntad de poder, y en su libro
sobre Nietzsche, sostiene que la misma establece la relación de las fuerzas
con las fuerzas, produce a la vez la divergencia de cantidad de las fuerzas en
relación y la cualidad respectivas de dichas fuerzas. Es decir, la diferencia
intensiva (según la cual las fuerzas son dominadas o dominantes) es
pronunciada por la cualidad que corresponde a cada una. Podríamos decir que
la voluntad de poder se manifiesta como sensibilidad de las fuerzas, como
devenir sensible de las fuerzas en la expresión de sus propias cualidades. El
poder no está en la cantidad, sino en la cualidad.
Foucault, también sostiene que existe una economía del poder que hace que
siempre que hay poder (pensado como avasallamiento) hay resistencia, y es
precisamente a través de ella, que se produce la fractura del poder, su dilución,
y así las potencialidades de uno y de otro se ponen en juego. Es por medio de
la articulación de puntos de resistencia, que el poder se dispersa a través del
campo social.
Entonces, podríamos pensar que cuando en situaciones cotidianas, la impronta
técnico-procedimental eliminadora de signos y síntomas que habita las
prácticas de enfermería, es interpelada por una lógica de la subjetividad que la
interroga, la desnuda, la ridiculiza ante la contundencia de lo humano, de la
vida misma, produce una resistencia ética ante un aparato hegemónico. Estas
resistencias son el punto esencial de discusión para poder revertir el cuidado
técnico. Es allí donde aflora la potencialidad artística de cada trabajador
resistiéndose al disciplinamiento procedimental. Un cuidado medicalizado es
desbaratado por mecanismos humanos, comunes a todos los humanos. La
fuerza mayor, el poder que parecería estar de un lado, de repente es invadido
por un acontecimiento que lo desarma y pone en cuestión su accionar y su
metodología, develando que ahí no hay un cuidado, hay una técnica represiva
que intenta con todas sus fuerzas domesticar una situación. Así vemos como
muchas veces parece, solo parece, más fuerte una medicación que un
síntoma. Podemos traer como ejemplos, situaciones en donde un dolor no cesa
ante el fármaco y si lo puede hacer ante la escucha; o como una crisis subjetiva
no cede ante una restricción física y el chaleco químico, y si lo hace ante la
palabra. Un saber local se indisciplina ante un saber total. Momentos de la
cotidianidad en donde el que menos fuerza tiene se revela ante el sistema y
hace notar que la contundencia de la cantidad no tiene el poder. Las fuerzas no
se dejan atrapar por las formas, ni por las sustancias. Entonces, es allí en
donde el saber absoluto es vapuleado por un saber local. Es allí, y desde allí
desde donde debemos producir cuidados. Es, desde esa impronta situacional
en donde debemos apuntalarnos como trabajadores para utilizar los
conocimientos técnicos, más allá del poder que ellos detentan, y así habilitar
otros conocimientos creados y fundados en la inmensidad cotidianeidad de un
acontecimiento intersubjetivo. Reconocer las fuerzas y el poder de las mismas
en el contexto de una relación, trae consigo un escenario afectivo: el cuidado
como poder de afectar y ser afectado. Reconocimiento, en donde se expresa
un constante fluir de las intensidades, donde germinan las diferencias, así
como también el escenario propicio para que aparezcan las singularidades en
juego en ese cuidado.
Volvemos a una de las preguntas que nos hacíamos al comienzo de este texto:
¿Enfermería brinda o somete a cuidados?
Si enfermería reproduce el modelo biomédico hegemónico se someterá y
someterá a las personas que deberían estar a su cuidado, a la mera ejecución
de técnicas en donde el entorno que envuelve ese acontecimiento está negado,
cristalizado, opacado por una actitud de especialista. Pero si enfermería brinda
un cuidado, sostendrá otro modelo más saludable, más liberador en donde el
otro está implicado en ese acontecimiento y todo el ambiente (en donde
también está enfermería) se tiñe de esa impronta alojadora.
De esta manera el poder se dispersa, se diluye, se distribuye ante el
reconocimiento del semejante. Y ya no hay uno más uno, sino dos que se
cuidan e impactan subjetivamente, y en donde cada sujeto comienza y
comparte, el significado de sus maneras de ver el mundo.
6. El cuidado como instancia ética y política
El ordenamiento actual de nuestros días obtura la creación como algo
inherente a la vida y a los que habitamos este mundo, el régimen de
valorización abstracto vigente impone sometimiento, silenciamiento,
imposibilidad de pensar. El imperio de la sujeción que propicia una
organización rígida y verticalista, intercepta las potencias que estimulan el
encuentro, regando de impotencia y desencanto la cotidianidad.
El ejercicio de la libertad de pensar es ético14 y político15, nos abrazamos a él
para crear acontecimientos que nos permitan expresar y enriquecer esas
singularidades individuales y colectivas que se resisten a la domesticación.
Este ejercicio de la resistencia requiere de una potencia emancipatoria que sea
capaz de convertirlo en creación de nuevas posibilidades vitales.
Cuando Florence Nightingale, que venía de toda una concepción del mundo
desde la aristocracia inglesa, irrumpe en el universo del cuidado inventando
una mirada ambientalista, produce un hecho político sin precedentes en la
historia del sanitarismo, y obviamente de enfermería. Sus Notas de Enfermería
aportan las experiencias necesarias para empezar a pensar que, la salud no es
solamente la ausencia de la enfermedad, sino como el contexto histórico-social
interviene decididamente en el favorecimiento de la salud o de la enfermedad.
Pensando de esa manera la salud, Nightingale innovó el cuidado, que
pacientemente se encargó de transmitir en la formación de las nuevas
enfermeras. Este hecho político en sí, produjo un acontecimiento que más
tarde se trasformará en una parte elemental para la incipiente salud pública de
la época. Y ya el cuidado, desde esta visión, fue tomando relevancia no sólo
sobre la persona que lo recibe, sino sobre el universo en el cual acontece. No
es solo el encuentro de dos personas, sino el encuentro de dos historias, de
dos maneras de ver el mundo, de dos culturas. Y el cuidado ya no queda
atrapado por las paredes del hospital, sino que llega hasta las condiciones en
que se desarrolla la vida. Nightingale pensó al cuidado acompañado de un
ambiente que debía tener en cuenta: la ventilación y la calefacción, salubridad

14
Entendido como orgullo por el propio trabajo.
15
Entendido como potencialidad de ser.
de las casas, administración y cuidado de los pequeños detalle, ruidos,
alimentación y clase de alimento, la cama y ropas de cama, la luz, la limpieza
de habitaciones y paredes, limpieza personal, charlatanería que da esperanzas
y consejo, observación del enfermo.
Este cuidado del contexto que nos impartió la que profesionalizó enfermería,
esta supeditado a las condiciones de vida de las personas. Intensificando y
ampliando mas esta mirada, podemos reflejarnos en Leonardo Boff16 quien nos
adentra políticamente en el asunto, “(…) el cuidado con el pueblo exige
conocer sus entrañas por experiencia, sentir sus urgencias, compadecerse de
su miseria, llenarse de ira sagrada y escuchar, escuchar, escuchar. Debería
haber un Ministerio de la Escucha (…) Escuchar las sagas del pueblo, las
soluciones que encontró, el Brasil que quiere. Y quiere bien poco: trabajar y,
con su trabajo dignamente pagado, comer, vivir, educar los hijos, tener
seguridad, salud, cultura y tiempo libre para apoyar a sus equipos y celebrar
sus fiestas y cantares los fines de semana. El pueblo merece ese cuidado, esta
relación amorosa que aleja el miedo, da confianza y realiza el sentido más alto
de la política.”
Cuando se propician acontecimientos liberadores del pensamiento estamos en
presencia de emancipaciones, de liberaciones que iluminan el ocaso del
totalitarismo, desenvolviendo una modalidad ontológica diferente que abreva de
una ética y una política de la vida cotidiana.
El tecnicismo enfermero propone lo acabado como elemento que no tiene
probabilidad de discusión, ya que es una verdad absoluta. No existe en ese
recinto otra voz que la del discurso hegemónico -avalado por la ciencia-
imposibilitando toda potencia de ser que intenta aparecer como acción
transformadora. La práctica rutinizada y organizada por una administración
tecnocrática nos dice cotidianamente que no hay nada que discutir, “trabajen
para eso les pagamos”. El cuidado se vende como técnica y el trabajador se
desresponsabiliza del otro como semejante, tomándolo como objeto de una
práctica que lo dependiza y lo coloniza. No hay independencia ni autonomía en
el acto de cuidar, tampoco ética ni acción política innovadora. En esa

16
Leonardo Boff. Política es cuidado. http://www.leonardoboff.com/site-
esp/vista/2002/politica.htm
encerrona quedamos aquellos que impartimos esa técnica, sin posibilidad
política de poder transformarlo.
“La cómoda posición de la enfermería víctima y sin poder no nos ayudará a
solucionar estas situaciones. Únicamente haciendo frente a nuestro entorno
cotidiano podemos encontrar otras maneras de ejercer poder que estén
sostenidas por una búsqueda de equidad y justicia social.”17
La política se refiere a lo que se ve y a lo que se puede decir, a quién tiene
competencia para ver y calidad para decir, a las propiedades de los espacios y
los posibles del tiempo. Es una delimitación de tiempos y espacios, de lo visible
y lo invisible, de la palabra y el ruido, de lo que define a la vez el lugar y el
dilema de la política como forma de de experiencia.
A partir de esta estética inicial puede plantearse la cuestión de los cuidados
como parte de la cotidianidad y no como una técnica que organiza un trabajo
rutinario, y a partir de allí poder establecer otras formas de visibilidad de la
experiencia, del arte y del oficio, del lugar que ocupan y de lo que aportan con
respecto al cuidado y al propio trabajador. Si tomamos al cuidado como una
práctica artística en sí misma, éste pues intervendrá en la distribución general
de las maneras de hacer enfermero y en sus relaciones con las maneras de ser
y las formas de su visibilidad.
Todo cuidado es una intervención política que independiza, por lo tanto pensar
ese cuidado nos compromete política y éticamente ha avanzar sobre las
condiciones en las que se produce, el marco regulatorio que lo delimita, el
conocimiento que lo promueve, la lógica que lo hace emerger socialmente. En
este mundo en donde parece todo preparado para realizar cuidados
incesantemente debido a una realidad cruel y marginadora, es urgente
empezar a cuestionar esas certezas que posibilitan un cuidado cristalizado en
la técnica sin la posibilidad de abarcar lo cotidiano, la experiencia, el trabajo, el
contexto como instancias para intervenir en la cultura.
Si el cuidado está enmarcado en el reconocimiento del otro en su cultura,
acontece como hecho político y como garante de emancipación. Es allí, en esa
vastedad en donde se alumbra la senda de un ser libre. Es allí, donde tanto el
que cuida como el que es cuidado se transforman, se mezclan, se contaminan

17
Gastaldo, Denisse. Relaciones de Poder en Enfermería y Salud Mental: Críticas y Retos para
el Futuro. Faculty of Nursing y Centre for International Health, University of Toronto, Canada.
en una relación de iguales que iguala, que posibilita. Esta manera de cuidar

recupera el territorio existencial18 en el cual cada trabajador se inscribe como


sujeto ético-político, y que llevará consigo mismo para cada momento en donde
se proponga producir un cuidado.

7. El cuerpo y la corporeidad en el interior de un cuidado


Hoy la tecnociencia no solo se ha instalado en el exterior sino en la interioridad
misma del cuerpo humano, no para pensar procedimientos para una
transformación valorativa y sociocultural acorde con los desarrollos de la
tecnología, sino para ahondar hambrunas, mortalidad infantil, desigualdad
distributiva de los capitales. Esta misma hegemonía se encarga de proclamar la
preservación de una humanidad a la que esta expoliando, maquillando
sutilmente supuestas intervenciones que tienden a aliviar la pobreza mientras
descerraja toda su parafernalia de dispositivos biopolíticos de sujeción de los
cuerpos y control de la vida de las poblaciones.
El cuerpo es un producto social atravesado por la cultura, las relaciones de
poder, las relaciones de clase, las maneras de dominar, las maneras de
consumir. En nuestra civilización occidental existe un dualismo teológico que
separa radicalmente el alma, esencia divina y racional; del cuerpo al que se lo
relaciona a la animalidad; cuerpo culposo; cuerpo vergonzoso; cuerpo de
pecado; cuerpo al que hay que cubrir, velar y domesticar. El intelecto toma el
lugar del alma. La razón es absoluta y el cuerpo indigno, una continuidad
ideológica dirige un disciplinamiento del cuerpo para dejarlo al servicio de la
razón; así el sistema capitalista tiene reservado para él (no para las personas)
un lugar en la sociedad en donde su normalización lo somete a su estrategia.
Desde la mirada neoliberal de la salud, los cuerpos son objetos de estudio, en
donde los diferentes signos y síntomas que alteran su cotidianidad, son
valorados en su individualidad y nosografiados como enfermedad. Una técnica
invade ese escenario en donde el cuerpo, a través de una ortopedia biopolítica
de seguridad debe ser disciplinado o intervenido por un especialista que lo
adoctrina, lo corrige, lo cura, instruyendo a ese cuerpo para reproducir aquella
misma relación disociada, fragmentada, mercantilizada de las personas
18
Franco, Tulio Batista; Merhy, Emerson Elias. El reconocimiento de la producción subjetiva del
cuidado. Revista Salud Colectiva. Bs. As. 7(1):9-20, enero-abril, 2011.
establecida por el aparato capitalista. Este escenario está dado por criterios de
tecnificación, de higiene, de estética, moralistas, de resistencia al dolor, de
normalidad, en donde la salud ya no es un derecho, sino un objeto a tener y el
cuerpo un objeto a conquistar. El cuerpo es el vehículo en donde aparecen
gestos, conductas, actitudes que muestran relaciones de clase, modos de
sometimiento, técnicas de seguridad, culturas ancestrales, modos de resistir. A
través de él hablan (y como tal pueden ser “leídas”) las condiciones de trabajo,
los hábitos de consumo, la clase social, la cultura. El cuerpo es pues, como un
texto donde se inscriben las relaciones sociales de producción y dominación.
“El poder disciplinario tiene por blanco los cuerpos y hace de ellos cuerpos
útiles. El cuerpo sólo se convierte en fuerza útil cuando es a la vez cuerpo
productivo y cuerpo sometido. Como ejercicio de poder la disciplina se pone al

servicio del bien común, de toda producción socialmente útil” 19.


Prácticas sociales normalizadoras y dispositivos de poder, como el encierro y la
vigilancia ejercida sobre los cuerpos, incentivaron la construcción de un
conocimiento desde lo biológico comunes a todas las instituciones. Sujetados
y dominados, se instaura paulatina y sutilmente otro régimen de opresión que
tiene que ver con el control, en donde las coerciones e incitaciones se llevan a
cabo a través de los medios de comunicación. La sociedad de control así
gestada, significa un cambio en las formas de trabajo, de educación, de curar,
enfermar, de diversión, y también de las maneras de cuidar.
Ahí aparece el cuidado que, colonizado por la técnica y llevado a su mínima
expresión desde la eficacia científica, se fue transformando en un elemento
esencial para garantizar un ordenamiento y una higienización de la sociedad
disciplinaria en las instituciones de la enfermedad, más que de la salud. El
cuidado bajo esta lógica se inviste de control social perdiendo su esencia de
hospitalidad para convertirse en prejuicioso, estereotipado y objetivante.
¿Cuándo un cuidado se transforma en una herramienta biopolítica que amarra
al cuerpo al orden social? ¿Cuándo un cuidado es fabricado dentro de un
dispositivo social para la regulación de los cuerpos? ¿Cuando el cuidado es
una práctica con una función política específica de control y vigilancia?

19
Lee Teles, Annabel. Una filosofía del porvenir. Ontología del devenir, ética y política. Espacio
de pensamiento Editorial. Montevideo, Uruguay. 2007.
El cuidado, como atributo humano esencial para la vida, toma al cuerpo como
objeto de trabajo a oprimir o como acontecimiento para desarrollar aquellas
posibilidades negadas o controladas. Cuando sucede lo primero, el cuidado es
borrado por la técnica, lo mismo que el cuerpo por el saber. Y solo aparece una
cosificación de la persona devenida en objeto, que borra la esencia que
envuelve a cada acto de cuidar. No hay afecto, no hay historia, no hay deseo,
no hay palabra, no hay otro. El cuidado como técnica de adiestramiento del
modelo regula al cuerpo, lo atrapa, lo coloniza creando una relación de
sometimiento.
Cuando pensamos al cuidado como acontecimiento, el cuerpo es tomado como
una construcción subjetiva en donde las personas son reconocidas en su
diversidad, con sus sentires, sus acciones, sus pensares, y desde esta
convicción el cuerpo se reintegra naturalmente, no como complemento a una
cultura que lo ignora, sino como parte de un proceso concientemente integrado.
Concebido en este escenario, un cuidado toma al cuerpo como protagonista,
permite que se suelte, se mueva. Que sea productor de un verdadero proceso
creador. Esta liberación genera la posibilidad de ejercer el poder, de determinar
otros discursos, otros cuerpos. La potencia de ser aparece como corporeidad
de una relación dialéctica en donde lo ético prima por sobre lo tecnológico.
La vivencia del propio cuerpo es la consecuencia del encuentro con el otro.
Vivir el cuerpo es como un espejo sobre el cual la realidad corpórea de los
demás se evidencia. Ese reflejarse en el otro despierta y aviva la conciencia
de la propia realidad. El cuerpo propio para sí, y conocido para el otro. Ese
reflejarse revela que existe el mundo.
“Una paciente conectada a un monitor pide que le tomen el pulso. La enfermera
le explica que no hace falta porque ese aparatito lo registra en forma constante.
Sin embargo ante la insistencia de la mujer. Le pregunta: Pero ¿por qué quiere
que le tome el pulso, si no es necesario? Responde la paciente: ¡señorita, hace

días que nadie me toca!”.20


Cuando el cuerpo se duele ¿de qué se duele? Este dolor, como representación
biológica de lo orgánico, nos devuelve modos de estar en la sociedad, es el
testimonio de un devenir que se apersona para denunciar un sometimiento, o
20
Ciriani, Maluca y Percia, Marcelo. Del libro Salud y subjetividad: capacitación con enfermeras
y enfermeros en un psiquiátrico. Lugar Editorial. Bs. As. 1998.
un maltrato, o una exclusión, o un amor. Todo cuidado debe garantizar el
escenario propicio para que aparezcan en ese relieve la corporeidad de esa
dolencia que aqueja a la persona.
“Turno nocturno en el Instituto del Quemado del Hospital Córdoba, de la ciudad
de Córdoba. La mujer tiene quemado casi el cuarenta por ciento de su cuerpo,
hace meses que está postrada soportando un dolor insoportable: haber
quedado viva después de ese intento de suicidio. La morfina ha entrado en su
cuerpo y éste la ha naturalizado de tal manera, que sólo dura su efecto unas
pocas horas. El timbre invade el silencio de la noche. El enfermero, cansado
por el trajín de la jornada, entra a la habitación y unos ojos desorbitados e
insomnes imploran dedicación. Me duele mucho, dice. El enfermero contesta:
pero si hace una hora que te administré el calmante. Si, pero me duele mucho
lo mismo. Por que no me lees algo. El enfermero con cierto gesto de
descontento pensando en lo que le queda por hacer, se sienta al costado de la
cama y lee. Se compenetra tanto en la lectura, que lee un rato largo. De pronto
mira de reojo aquella mirada desorbitada que lo convocó, y con asombro
descubre como ha desaparecido para darle paso a un sueño profundo”.
El cuerpo cuidado recupera su corporeidad, esa esencia cultural que deviene
de él una vida. La corporeidad es la necesidad de mi contingencia. Es parte
inalienable de la condición humana, la base, la textura de la conciencia. Es ese
universo histórico, plagado de sensaciones, vivencias, deseos, que envuelve al
cuerpo transmitiéndole un determinado sentido ético y político, emancipándolo
posibilitando toda su potencia de ser. Un cuerpo cuidado es aquel que es
reconocido en su corporeidad permitiendo su autonomía como elemento
fundamental de semejanza, de descubrimiento del otro. La historia personal
late en el cuerpo, desparramándose en todo el territorio que habitamos, que
somos. Y así, a cada persona en concreto, se le da la oportunidad de hacer
experiencia de todo aquello que a su cuerpo le acontece. Es por ello, que un
cuidado no empieza con la técnica, un cuidado comienza en el mismísimo
momento que los cuerpos se reconocen en su corporeidad. En ese juego
dialéctico de encuentro en donde el otro deviene en persona, en donde un
síntoma ya no es una clasificación, sino la posibilidad de escuchar los susurros
de un malestar. Por ejemplo, ¿cómo pensar un cuidado de una rodilla artrítica,
sin reconocer la historia de un deportista, de las sensaciones con las que esta
persona se arropaba antes de entrar a un estadio? Y el cuidado esta ahí, en la
palabra que hace cuerpo o en ese preciso instante, en donde el cuerpo da paso
a la cotidianidad de una historia siempre presente que dice de esa dolencia.

8. El cuidado y la escucha de los sentidos


El territorio de un cuidado está plagado de vida. Ese encuentro, decidido
muchas veces por el sufrimiento, deviene en sensaciones, en instancias
subjetivas que necesitan ser escuchadas en su complejidad. Pensamos que
una escucha debe ser desplegada en y con todos los sentidos en los planos
concretos de un acontecer intersubjetivo. En el mismo momento en que somos
convocados a cuidar, debemos munirnos de esa impronta que confía en la
igualdad de las inteligencias (todos pueden aprender todo) y simultáneamente
la apuesta al encuentro con el otro, sintetizado en la invitación a compartir un
cuidado.
Los cuerpos fluyen a través de los sentidos, se comunican con palabras, pero
también con gestos, miradas, posturas, dolores, olores, sin esa percepción de
la vida es imposible brindar cuidado o recibirlo. La lógica tecnocrática plantea
que la complejidad se da a través de lo sintomatológico, así el cuidado se
estereotipa en técnica y desoye las demandas sensitivas. Cada paciente que
ingresa al ámbito hospitalario es despojado sistemáticamente de su lenguaje
cotidiano. Tiene un problema cardíaco, o una herida punzante en el epigastrio
izquierdo, o un dolor insoportable que le ha hecho perder lo humano, porque
ha sido poseído por otras palabras; y obligado a la construcción de
procedimientos, usos de medicamentos, demoras, retrocesos, simplemente
para evitar llegar a él o, demorar el encuentro con ese otro ahora visto como un
desconocido, muchas veces transformado en mas ajeno aún, por los propios
laberintos de las instituciones. Su discurso se ha medicalizado y en sus
palabras han aparecido palabras desconocidas: agrandamiento del ventrículo
izquierdo, complicaciones en el sistema porta, etc. Con ello, la realidad se le ha
vuelto aciaga. Ya no es una persona, es un cuerpo objeto de estudio.
Muchas de las situaciones que vivimos a diario como trabajadores del cuidado,
podrían ser resueltas de una manera más integral y ampliada, si tenemos en
cuenta ese momento de escucha en donde lo subjetivo, no solo lo orgánico de
una persona, nos demanda una dimensión sensible de percepción de la vida y
de sí mismo, en donde las potencialidades contiguas entre los sujetos que se
cuidan, producen una determinada realidad social. Así ese espacio
micropolítico, inundado de una vibración permanente, es el gestor de una
escucha afinada que permite la construcción de diversas entradas, y que al
romperse la cristalización técnica, se rehace encontrando nuevas intensidades
que permiten su crecimiento, estableciendo nuevos lazos que forman el centro
de ese proceso de trabajo.
Uno se da cuenta en el mismo momento en que entra en un cuidado, que si
está preparado y está atento a las sensaciones de uno mismo y del otro a
cuidar, las condiciones para ese proceso son muy posibilitadoras de
alojamiento. En cambio, como pasa muchas veces, si uno se deja consumir por
la vorágine de la rutina tecnoadministrativa esas condiciones disminuyen y,
tanto el que cuida como el que es cuidado se pierden en esa maroma de
normas y procedimientos fríos.
“Cuando retrocede la intimidación se hace lugar a la intimidad que permite
escuchar y decir con resonancia”21, nos acompaña Fernando Ulloa. La
implicación de quien escucha pone de relieve los movimientos de afectación
que provoca un gesto, una palabra, una tregua. Sorpresivamente notamos que
son los que son cuidados los portadores de estas palabras y los que cuidan los
que se dejan tomar, movimiento prometedor si da lugar a un pensamiento que
abra nuevos modos de situar la producción de cuidado.
El reconocimiento de un semejante comienza con el reconocimiento sensitivo,
escucha idónea que no tiene pasos ni normas, pero si mucho oficio cotidiano
que aloja un trabajo artesano e innovador que se resiste a ser colonizado por
los procedimientos.
Todo trabajador debe apropiarse de esa potencialidad de crear ese arte
cotidiano, esa porosidad en el territorio que posibilita la potencia de las
relaciones entre los sujetos, y que va conformando un escenario hospitalario
que apunta a un modo específico de estar en el mundo del trabajo y a una
producción de cuidado que tiene que ver con la forma en que su subjetividad
abastece de capacidades (resignifica el mundo y las personas con las cuales
se relaciona) a su impronta escuchadora en el cotidiano. Allí, él se reconoce

21
Ulloa, Fernando. La novela clínica psicoanalítica. Historial de una práctica. Ed. Paidós. 1995.
Bs. As. Pag. 75.
como trabajador de acuerdo con su lugar ético-político, que incluso resignifica
lo que es la vida del otro para sí.
Debemos acostumbrarnos a bucear en las profundidades, alejándonos de esas
“distancias óptimas” que nos encierran y nos acotan otros modos de cuidar,
para empezar a tomar el sentido oculto de cada situación interrogando sobre
los posibles de un cuidado. Estas maneras de escucha nacen del desconcierto,
de la imposibilidad de arribar a un fácil entendimiento de las situaciones
cotidianas. Y a su vez habilitan una disposición a pensar; disposición que
necesita ser activada dejando atrás esa suerte de estupor paralizante que nos
provoca la irrupción de sensaciones que aún no podemos aprehender.
Pensada así la escucha, pone en escena una inconformidad22, que evita el
juicio racional de la cientificidad, recurso automático de una subjetividad
colonizada.

9. El cuidado como recuperación de lo sensible


Un cuidado está inundado de sensibilidades. Son ellas las que posibilitan
vivencias en ese contacto, en ese trenzado de una multiplicidad de actividades
humanas. Son ellas las que invitan al reconocimiento de la mirada del otro. Hay
otro que siente. Hay una distribución equitativa (in situ) de las maneras de ser y
de los modos de anidar un espacio posible de cuidado. La recuperación de lo
sensible que habita ese cuidado, permite dotar de palabra al silenciamiento, de
porosidad y textura a lo plano y de una profundidad específica a la diversidad,
como manifestación de una acción, como expresión de una interioridad o
transmisión de una experiencia. La temporalidad se acredita más allá del reloj
técnico. Es esa capacidad de captar un acto de palabra viva, el momento
decisivo de un hacer y un significado. Al reconocer al otro, se lo reconoce en su
saber, y es precisamente allí en donde el que es cuidado aparece aportando
sus maneras de sentir un sufrimiento, así la carga sensible del contacto
humano no queda todo de un solo lado, petrificada en un saber profesional que
tiene como misión esconder sus sensaciones y solo aportar una técnica. Esta

22
Percia, Marcelo. La Inconformidad. Arte, política y psicoanálisis. Editorial La Cebra. 1º
edición. Bs. As. 2010. “Inconformidad: potencia que habita en lo mínimo. No se puede reunir ni
enseñar inconformidad, no hay partido ni escuela de algo así (…) el devenir minoritario (ese ir
hacia, siendo lo otro) no es tanto mutar o transformarse en el extraño, sino dejar llegar lo
venidero de esas potencias minoritarias en uno.”
recuperación de lo sensible como acto dialéctico, posibilita en cada trabajador
del cuidado una visibilización de lo político a través de la deliberación y el
intercambio de conocimientos que se produce en ese instante de
reconocimiento mutuo.
“Llamo reparto de lo sensible a ese sistema de evidencias sensibles que al
mismo tiempo hace visible la existencia de un común y los recortes que allí
definen los lugares y las partes respectivas. Un reparto de lo sensible fija
entonces, al mismo tiempo, un común repartido y partes exclusivas. Esta
repartición de partes y de lugares se funda en un reparto de espacios, de
tiempos y de formas de actividad que determina la manera misma en que un
común se ofrece a la participación y donde los unos y los otros tienen parte en
este reparto.”23
Porque lo sensible se manifiesta allí, en esa permanente percepción de
sensaciones que se producen en un cuidado, allí donde la sensibilidad del
trabajador enfermero y la sensibilidad de esa persona cuidada se
entremezclan, se contaminan, se tocan creando ese recinto único potenciador
de lazo social.

10. El cuidado como parte de una estrategia terapéutica interdisciplinaria

En una asamblea de trabajadores de la Colonia Psiquiátrica de Oliveros de la


provincia de Santa Fe y, bajo un espacio de supervisión institucional coordinado
por Fernando Ulloa, éste médico se sorprende de que ante la presentación de
los presentes haya poca asistencia de enfermería, y pregunta al respecto el
porque de la ausencia. Uno de los pocos enfermeros presentes y a modo de
respuesta obvia, le contesta: Doctor, muchos están trabajando. Ulloa, que de
repreguntas incisivas sabía. Insiste. ¿Cuantos otros trabajadores que no son
enfermeros están acá hoy, y deberían estar en sus servicios? Y somos muchos,
contesta una psicóloga. Y Ulloa sigue interrogando, y ¿porque no va alguno de
ustedes a las salas, así puede venir alguno de los enfermeros a participar en
este espacio? Esta pregunta generó risas generalizadas, que se apagaron ante
la insistencia de Ulloa. Hablo en serio, ¿Por qué alguno de los otros

23
Jacques Rancière. El reparto de lo sensible. Estética y política. LOM ediciones. Colección:
Singular Plural. 2009. Barcelona.
profesionales que conforman el equipo interdisciplinario no puede quedarse en
la sala para que enfermería venga y participe en un espacio de discusión
clínica? Nadie se movió de su lugar. A partir de este
interesante interrogante planteado por Ulloa, empezamos a reflexionar sobre
quien es el referente del paciente y quien se queda con el paciente, esto nos
permitió desde enfermería empezar a cuestionar algunas certezas
anquilosadas sobre nuestra práctica naturalizada durante años en una
institución de salud. Las preguntas que se dieron a luz tenían que ver en por
que enfermería siempre era la que se quedaba, y en ese quedarse empezamos
a ver cómo, por que y para que se quedaba. Entendemos que la historia de
enfermería dentro de las instituciones de salud tenía que ver con el orden y la
disciplina, la higiene y el confort, el silencio y el silenciamiento, que se podía
impartir hacia todos aquellos que habitan el hospital. Este mandato de neto
tinte higienista y disciplinador, con el devenir del desarrollo tecnoadministrativo
de la medicina se convirtió en biomédico, pasando de ser unos conocimientos
empíricos de centinela de la medicina, hacia un modelo de profesión que busca
en la ciencia y la técnica su identidad para querer parecerse cada vez más a la
medicina. Ambas posturas han dejado de lado el cuidado enajenándolo de las
personas, para estructurarlo en técnicas que encajan perfectamente con el
modelo de la hegemonía médica. Entonces, primero fueron acciones de control
y vigilancia, mientras otros tenían el poder de curar, para luego transformarse
en técnicas (con aval científico) mientras otros seguían potenciando ese poder
curativo. Todo esto sucede paralelamente a lo que le sucede al trabajo de
enfermería con las personas que llegan al sistema de salud con algún
sufrimiento. Otros deciden una estrategia terapéutica mientras enfermería
ocupa la institución garantizando eficiencia técnica, pulcritud, rutinización,
adiestramiento y silenciamiento quedando al margen de las decisiones
terapéuticas que se toman con cada situación que llega. Estar
afuera, es estar al margen de lo que se esta pensando terapéuticamente con
esa persona que ingresa con algún sufrimiento, pero a la vez también es
hacerse cargo de decisiones de otros, sin la posibilidad de discutirlas. Estar
afuera es estar en la impotencia, es hablar en la clandestinidad poblando de
palabras al rumor y avalando esta dicotomía entre los que deciden y los que
ejecutan. Es esa desesperación de estar suspendido esperando un guiño
avalador del absoluto para ser aceptado conceptualmente. Es estar ausente de
las decisiones, pero presente en las ejecuciones, sin posibilidad de intervención
nada más que para sostener una estructura de orden y normalización. Es ser
un híbrido que se impotentiza ante la imponencia de una organización que lo
fija a una estructura disciplinaria y de silenciamiento. Es ser forastero de otras
discusiones colectivas, sin posibilidad de participación nada más que para estar
de “guardia permanente”. Es imperiosa
la inclusión de enfermería a la discusión terapéutica interdisciplinaria, para
dejar de ser una sombra que transita el devenir de una ilegalidad legalizada por
un “estado de excepción biomédico” que habita las instituciones de salud.
Debemos dejar de ser los guardianes de las disposiciones de otros, para no
quedar desterrados en nuestro propio territorio y empezar a propiciar las
discusiones colectivas necesarias. En todo este recorrido aprendimos que
ninguna disciplina en soledad alcanza para explicar y comprender la realidad
compleja de la salud, necesitamos del encuentro de saberes y haceres para
poder abordar las situaciones de complejidad que llegan hoy a los diferentes
servicios de salud. Sabemos que la mirada absoluta de lo hegemónico acota
las posibilidades de intervenir, complementar, integrar y por lo tanto de cuidar, y
cuando las diferentes disciplinas se sostienen en acciones que sólo abarcan
respuestas disciplinarias, repiten la lógica del aparato biomédico que siempre
busca formar compartimentos estancos especializados que impidan el
reconocimiento y el intercambio dialéctico de otros saberes como portadores de
acontecimientos clínicos innovadores.
¿Por qué el cuidado queda por fuera de la discusión clínica interdisciplinaria?
En principio, la ausencia de la palabra enfermera en la discusión clínica
interdisciplinaria de una situación compleja de salud, sigue sosteniendo aquel
paradigma histórico de que el cuidado es tomado como actividad subalterna
(acordémonos de lo que decíamos anteriormente con respecto a la
feminización del cuidado en el hogar) que debe estar omnipresente para que
de ese modo se pueda garantizar el orden institucional. Por lo tanto enfermería,
teniendo esa función tan “primordial” en las instituciones de salud devenidas en
instituciones médicas, no tiene por que participar de lo terapéutico, ya que eso
está supeditado solo a disciplinas profesionales que puedan pensarlo.
Parecería ser que, como enfermería es una disciplina que realiza cuidados y,
además habita constantemente las instituciones de salud y esta presente en
todo momento (todo el día, todos los días), por ese solo hecho avala que ya se
está cuidando. Es decir, más allá de cualquier estrategia terapéutica, el cuidado
está garantizado, el cuidado es algo que está siempre. El cuidado es una
presencia permanente que permite el equilibrio de las instituciones de salud.
Esta lógica garantista del cuidado, lo piensa a éste como guardia y ejecutor de
una organización y un control de las instituciones de salud, pero no como
participante y gestor de estrategias políticas, terapéuticas e interdisciplinarias.
Garantizar el cuidado, lo mismo que la alimentación y la reproducción, en la
antigua Grecia era una labor asignada a esclavos y mujeres, quienes a su vez
estaban literalmente privados al acceso a la vida pública, a la vida política.
Entonces, siguiendo la reflexión, Silvia Bleichmar, nos dice, “(…) nuestro
problema es contraponer el sujeto ético al sujeto disciplinado.”24
¿En qué o a qué se queda ese enfermero cuando se queda en la institución?
Podríamos pensar que ese enfermero que se queda allí sacrificialmente
velando por esa persona que sufre, solo puede aportar datos empíricos que
serán valorados por aquellos saberes profesionales que lo han subalternizado,
para ver si esos conocimientos tienen algún estatus científico para ser tenidos
en cuenta a la hora de alguna discusión terapéutica.
Ahora la otra pregunta que surge, ¿Por qué se queda en esa posición
clínicamente pasiva? ¿Qué garantiza esa presencia?, lo que puede garantizar
por un lado, es soledad de una decisión hegemónica; y por otro lado, una
custodia permanente para que lo resuelto por los saberes “más aceptados
conceptualmente” se lleve a cabo.
¿Para qué, el cuidado debe ser recuperado como parte de una estrategia
terapéutica? ¿Cómo ese saber hacer cotidiano de enfermería debe aportar
clínica y terapéuticamente instrumentos de discusión que ayuden a lo
interdisciplinario?
“Sacar del olvido lo oculto en lo obvio”, nos acompaña Enrique Dussell.

24
Bleichmar, Silvia. Texto extractado de la clase Nº 1 del Seminario “La construcción del sujeto
ético”, dictada el 10 de abril de 2006.
Todo cuidado es un proceso de trabajo que sostiene parte de una estrategia y
propone acciones complementarias tendientes a sostener la posibilidad de ver
al otro como un semejante con diversas necesidades y potencialidades,
rescatando de este modo también el saber del que es cuidado, como parte de
la acción. Los cuidados, incluidos en el interior mismo de cada una de las
estrategias terapéuticas pensadas para cada una de las situaciones de salud
que nos interpelan en el cotidiano, derrumban esa lógica de la generalización
mercantilista de que todos los cuidados son iguales, y que lleva a rutinizar
nuestras prácticas y mecanizar y precarizar nuestros saberes.
“Cuando abordamos una problemática –cualquiera sea, pero, sobre todo,
cuando nos referimos a asuntos relativos al campo de la salud –, observamos
que reúne un nivel de complejidad muy grande, exigiéndonos diversas miradas
para explicarlo y entenderlo: aspectos históricos (ningún fenómeno está suelto
en el mundo), contextuales, dimensiones estructurales, relacionales,
regularidades, singularidades y, generalmente, intervenciones de los sujetos y
sus interpretaciones en la producción de la realidad. Ahora bien, en tales
circunstancias, precisamos generar informaciones cuantitativas y cualitativas
de diversos tipos que un abordaje metodológico único no permite contemplar”25.
Lo interdisciplinario es un incesante fluir de conocimientos que porfían por
sumarse en una situación compleja que amerita una demora, una
complementariedad de saberes para proponer la posibilidad de un pensar
incómodo que conmueva las certezas disciplinarias. Algo que debe ser
aprehendido en múltiples estados de existencia, dado que opera en distintos
niveles de la realidad y de conocimientos.
Ningún proceso de salud-enfermedad-atención-cuidados puede ser pensado
linealmente ni en soledad, para ello es necesario revalorizar el diálogo, el
intercambio y la combinación entre diversos saberes, apelando a la polisemia
resultante del cruzamiento de distintos discursos disciplinares que aporten
miradas complementarias, articuladas en prácticas sociales. Ir rodeando a las
situaciones problemáticas en sus diversos aspectos y descubriendo en ellas las
fisuras inteligibles por las que pueda ir siendo analizada; desmantelando cada
situación en sus componentes, elementos constituyentes, sus notas

25
Minayo MCS. Interdisciplinariedad y pensamiento complejo en el área de la salud. [Editorial].
Salud Colectiva. 2008;4(1):5-8.
constitutivas. Así, se va distinguiendo entre lo que funda o es fundado, entre lo
necesario y lo accesorio. Se va descubriendo lo que la situación es, en su
esencia y en sus modos de manifestarse. La complejidad de los procesos de
salud-enfermedad-atención-cuidados, deben dar lugar a prácticas sociales
inervadas por contradicciones e incertidumbres de territorios conceptuales
diversos pero potenciados entre sí. Es imperioso fundar condiciones de
posibilidad, algo así como ser lo posible del otro. Encontrarse en la
revolucionaria franqueza de estar haciendo aquello que elimine prejuicios y
plasme movimiento deseante. Telar de voces que interpelan, que creen, que
crean.
Me gustaría, por lo tanto, empezar a pensar en fundamentos y en necesidades
imprescindibles de cambios epistémicos y, por consiguiente, de
transformaciones de actitudes y posturas de los trabajadores, con el objetivo de
poder construir un cuidado más integrado, más protagonista y, por lo tanto,
más profundo. Por último, necesitamos estar abiertos a nuevos abordajes
teóricos y metodológicos, no como modismo, sino buscando sus más intensos
y relevantes fundamentos.
Precisamente para que toda esta construcción pueda realizarse, enfermería,
como saber comprometido en el proceso salud-enfermedad-atención-cuidados,
debe integrarse a la discusión interdisciplinaria de la mano de un cuidado que
no debe realizarse paralelamente a una estrategia terapéutica, sino formando
parte de ella e incorporando conocimientos que devienen de una construcción
cotidiana, que insiste en la irreverencia de la dificultad de orientar las
problemáticas de salud-enfermedad a través de cuidados, y no como técnicas
que se reflejan en actos curativos aislados.

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