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al mundo digital
La producción cultural intenta adaptar sus propuestas al mundo digital a raíz de las limitaciones
impuestas por la cuarentena. Pero quizá es hora de repensarlas desde lo digital.
La Voz
Vivos, streamings, charlas por zoom, talleres online, tutoriales, carpetas de películas organizadas
por directores, libros para descargar, recorridos virtuales a los grandes museos y cursos para
aprender todo tipo de habilidades (desde origami hasta compost, pasando por cursos de
empoderamiento sexual femenino). Y memes, muchos memes. Las redes se llenaron de
contenidos culturales de todos los colores y para todos los gustos. Una vasta oferta que promete
mantenernos ocupados toda la cuarentena.
Adaptaciones parciales
Sin embargo, hay algo en este modo de producción cultural virtual que parecieran no estar
logrando conectar del todo con los públicos. Son estrategias de traducción literal, propuestas que
migran de un soporte a otro, de un lenguaje a otro. Es decir, el mismo contenido solo que mediado
por pantallas.
Pero nuestra participación definitivamente no es la misma que si estuviéramos interactuando
físicamente. Requiere otra predisposición y bastante más energía para lograr la concentración y el
disfrute, es decir: la generación de una experiencia transformadora.
A la vez, existe un límite. “¿Cuántos vivos de Instagram puede soportar un ser humano?” se
pregunta un meme publicado por la Revista Barcelona días atrás. Y abajo, cientos de comentarios
repitiendo lo mismo: “Basta ya!”, “Ni uno más”, “ninguno”.
Por otro lado, está la exigencia y presión de las redes sociales por consumirlo todo. Tal como lo
refleja otro meme viralizado durante estas semanas en el que Heidi sostiene a Clarita sentada en
su silla de ruedas al borde de un acantilado y le dice “Anda, dilo otra vez”. Y Clarita responde “Si
no sales de esta cuarentena con un libro leído, una habilidad nueva, un negocio nuevo o más
conocimiento que antes, nunca te faltó tiempo solo disciplina”. El final de la historia es conocido
por todos.
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Agotados
Los recursos se agotan y agotan. Siguiendo con los memes (perfectas síntesis del retrato de época)
se parodia el famoso cuadro de la pipa de Magritte y se la reemplaza por una notebook y la frase
“Ceci n’est pas une école” (“esto no es una escuela”). Lo que en nuestra clave de análisis se podría
aplicar a casi toda la industria cultural. No es una escuela, ni un teatro, ni un museo, ni una sala de
exposiciones, ni una biblioteca, ni un auditorio.
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En este punto cabría preguntarse entonces ¿cómo dilucidar posibles caminos para la producción
de contenidos culturales virtuales que logren interpelar a los públicos y volverse potenciales
generadores de experiencias estéticas y críticas?
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La respuesta sólo genera más preguntas y las preguntas implicarán seguir recorriendo, a modo de
ensayo, posibles caminos. Trayectos que hoy transita (con urgencia y necesidad) el mundo
cultural, cuya industria y sustento económico han sido profundamente afectados por las
circunstancias.
Hay una transformación fundamental en esta mediatización digital que ofrece una posible pista. Ya
no podríamos seguir hablando de públicos o espectadores, sino que deberíamos comenzar a
pensar a nuestras audiencias como usuarios. La escala de operaciones se vuelve 1:1 tal como
plantea Stephen Wright, especialista en digitalización de museos.
Quizás la clave sea dejar de intentar replicar y adaptar todo a lo virtual y enfocarnos en crear
experiencias nativamente digitales, donde el foco esté puesto en un nuevo modo de relacionarse
puesto al servicio de las personas que consumen los contenidos culturales. Con este objetivo, sería
imprescindible achicar la grieta que existe entre el mundo de la programación y el de la
creatividad cultural y armar equipos interdisciplinarios de producción.