Primero me hablo de masones, de conspiraciones y me presento personajes
perdedores que resultaron ser la clave para salvar a la humanidad. Me entretuvo en mis viajes. Después, fui conociendo a Harry Haller, al príncipe Myshkin y a Ana Karenina y me encontré tomando mate con ellos, y constantemente me invitaban a pasar tiempo. Hubo a quienes no entendí, como otros cuya compañía se volvía difícil. De hecho, hace poco pude salir del infierno de uno de ellos. Con otros, por un principio inútil de lealtad los acompañe hasta que se terminó. Y en algún momento no fui fiel, y estuve con más de uno.
Todo comenzó por un hecho circunstancial: La rotura de unos auriculares me obligo a
cambiar de habito de viaje. Abrí un libro, primero para hacer mas llevadero el tiempo que lleva unir espacios, pero una hoja llevo a la otra, un libro a otro y hoy comparto con ellos mates, mañanas, tardes, y viajes también. Clásicos que todos conocen o secretos bien guardados en imprevistas librerías, envueltos en ese olor que emana la hoja. El placer de abrir uno, el dilema de subrayarlo o no, y la ansiedad de terminarlo. Por mis manos fueron pasando libros y mi memoria, volátil, no retuvo muchas de esas hojas leídas, sino que, todo lo contrario, fueron descubriendo una en blanco.