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DIDACTICA GENERAL
PROF. GRACIELA SALVATIERRA
Ricardo Baquero
Gabriela Diker
Graciela Frigerio (comps.)
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CEPEAC N° 1- ALMIRANTE BROW
DIDACTICA GENERAL
PROF. GRACIELA SALVATIERRA
Inventarios.
Argumentos para ampliar lo pensable
Graciela Frigerio
SIGMUND FREUD
Salir al encuentro
Proposiciones
Este artículo lleva la marca de lo no resuelto, el signo de las tensiones propias del tema, el
trabajo de algunos conceptos, el carácter tentativo de un manojo de hipótesis y la
convicción de que se ha vuelto urgente ampliar lo pensable.
Sostener e insistir en la necesidad de ampliar lo pensable constituye lo propositivo
alrededor de lo cual elaboramos algunas ideas acerca de ciertas cuestiones que nos importa
destacar. El orden de éstas no indica prioridad alguna y, por cierto, el listado tentativo en el
que conviven distintas categorías de argumentos no los agota.
• En términos mucho más amplios de los que nos ocupan a propósito de lo escolar y sus
formas, la problemática de las formas (y de lo informe) se halla inscripta en un marco que
admite dos riesgos: el riesgo de quedar atrapado en lo informe y el riesgo de volverse
rehén de una forma no sometida a reconsideración (crítica) alguna. Ambos acechan por
igual al sujeto y a las sociedades.
• Al pensar en el presente, en una actualidad huidiza, la educación (es decir, aquello que
debe pensarse más allá del presente) y los formatos escolares requieren sustraerse a lo
naturalizado. Esto exige salir a la búsqueda de una reflexión que, sin renegar de los
fundamentos (es decir, renunciando a un pensamiento que se pretendiera libre de marcas),
se anime a no permanecer resignadamente en las mismas viejas huellas.
• No hay sociedad (ni sujeto) sin transmisión. Sostenemos la idea de la imprescindible
perseverancia del trabajo de la transmisión (Frigerio y Diker, 2004). Por ello, queremos
instalar una querella en el formato escolar. Formato que podría considerarse,
metafóricamente, la escena primitiva de los sistemas educativos modernos.
• Participar de la instalación de la querella y del debate que deseamos se concrete no
supone la idea de destituir lo escolar; hemos defendido la idea de escuela, el principio de la
escuela pública; hemos argumentado a su favor y sostenemos estas posiciones. Es preciso
insistir: poner en debate las formas actuales de lo escolar no implica poner en la pendiente,
de un supuesto declive, toda idea acerca de la necesidad de unas formas de lo escolar.
• La forma escolar es siempre una forma política (Frigerio y Diker, 2005) que afecta a los
sujetos, a los lugares que en ella se les asigna y en los que se los distribuye (mediante o sin
distribución de conocimientos y reconocimientos).
• Si se decidiera que importa sublevarse a la tiranía de una forma, que se pretendiera única,
importa insistir en ampliar lo pensable.
• Ampliar lo pensable implica, a la vez: a) admitir que estamos prisioneros de un orden
imaginario, engañoso y fullero que no se deja conmover por ningún imaginario motor y b)
indagar acerca de las razones que impiden pensa9.
Tratar la cuestión de los formatos escolares necesitaría dos renuncias: la renuncia a todo
poder y la renuncia a la impotencia. Ambas son requisitos para crear otra realidad, es decir,
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para pensar el tiempo por venir, despojándolo de toda profecía y de todo condicionamiento
que lo volviera simple destino.
• Se podría prescindir de infraestructura escolar, hasta de una arquitectura escolar concreta,
aun sin muros, con otras formas, sería posible educar y «hacer escuela», si se entiende por
escuela no cualquier lugar, sino un posible continente para que todos y cada uno encuentre
modos de dar trámite cultural al enigma subjetivo.
• Si la educación es una necesidad de las sociedades, lo que hace humanos a los sujetos, un
derecho de los sujetos, y los sistemas educativos que proponen los Estados tienden a hacer
obligatorios cada vez más años de escolaridad, queda claro que esta obligación de lo
escolar conlleva el deber de los Estados a proponer, para ese «pasaje exigido para todos»,
algo que no sea una insignificancia. De serlo, la educación perdería el carácter de derecho y
se pondría en riesgo la legitimidad de la obligación de escolaridad, porque nadie puede
estar obligado10 a pasar tiempo de su vida en situación de malestar, frustración, pérdida
o superficialidad.
• La igualdad es el punto de partida del trabajo de educar. Al mismo tiempo principio,
condición y producción. Se trata ésta de una lección que tiene distintos maestros (Joseph
Jacotot, Jacques Rancière, Alain Badiou), quienes a su modo dirían que, a condición de
declarar la igualdad, la ignorancia es el punto donde puede nacer un saber nuevo, o bien
podría afirmarse que, bajo la autoridad de un maestro ignorante, el saber puede ser el lugar
para la igualdad.
Posiciones anarquistas que ponen en juego una responsabilidad compartida por parte de un
colectivo de adultos, que se vuelve colectivo, disponible para el colectivo de niños
evidencian que es posible modificar la asignación habitualmente parcelada de funciones y
responsabilidades propias del formato escolar hegemónico. Estas posiciones dan lugar a
gestos pedagógicos que encuentran despliegues en infraestructuras llamadas escuelas,
dependientes del Estado. A pesar de que anarquismo y Estado podrían considerarse
conceptos antagónicos la presencia de gestos anarquistas en estructuras estatales parece ser
posible y ofrecer alternativas de efectos deseables acerca de las cuales vale la pena
profundizar la reflexión.
Instalando ciertas condiciones (tal como lo despliega Diker) y atendiendo a la enseñanza
como problema político, parece posible sostener que es posible que algo se vuelva otra
cosa (una vida mejor para todos, más justa para todos).
Para que algo se vuelva otra cosa, el trabajo de ampliar lo pensable debería incluir algunos
principios, saberes o lecciones aprendidas (Frigerio y Diker, 2003 y 2006). Sugerimos, a la
hora de ponerse a pensar con otros, algunas de ellas:
• La identidad nunca es definitiva, siempre es construcción.
• El pasado no está antes ni atrás, siempre es après coup. El sentido de la experiencia
escolar es siempre extraterritorial y extemporáneo.
• Espacios y tiempos se habilitan mutuamente.
• La presencia puede prescindir de un cuerpo, pero no puede prescindir de otro.
• Una institución, como constructo, no requiere muros, pero necesita sentidos renovados.
• La arquitectura no es sinónimo de infraestructura ni de hechos construidos.
• Trabajo y arbeit no son opuestos ni contradictorios, sino que se implican y necesitan
mutuamente.
En torno a estas proposiciones, saberes y lecciones ya aprendidas, avanzamos.
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contestataria, dispuesta a ejercer resistencia ante toda imposición de un orden que quiera
tomarnos como prisioneros.
Es contra (es decir, en oposición a y, a la vez, apoyándose en) el despotismo de la pulsión
que la forma aparece como lo propio a la sociedad, modalidad del trabajo de sublimación y
de la producción de la cultura.
Sin embargo, entendemos que esto no debería comprenderse como el sometimiento a la
tiranía de una única forma. Así como el sujeto singular necesita del representante psíquico
de la piel para poder pensar (Anzieu, 1985 y 1987), el sujeto plural requiere la inscripción
simbólica de un referente que simbólicamente oficie de continente del cuerpo social. Las
arquitecturas simbólicas, reales e imaginarias de las instituciones resultan así las formas
que facilitan el vivir-con-otros, el vivir-entre-otros. Esas formas emblemáticas alejan la
amenaza de la confusión, de lo indiscriminado, y ofrecen el soporte para las construcciones
concretas de las organizaciones encargadas de dar tramitación a necesidades reales e
inventadas.
Tal vez podamos ahora esbozar un manojo de hipótesis tentativas.
La primera es casi tan banal como simplificadora: ¿será el terror que produce la indefinición
de lo informe lo que lleva a aferrarse a formas cristalizadas?
El lector podrá preguntarse acerca del porqué de mencionar una hipótesis desvalorizada en
su misma presentación. Ofrecemos a esta pregunta un argumento: la resistencia al cambio
es una hipótesis factible, cuyo defecto es que habitualmente termina siendo objeto de una
lectura reduccionista. Una manera de abusar de una interpretación que ha sido y es propia
de las políticas que desconocen la pertinencia de las resistencias políticas y subjetivas a
ciertos cambios y que por comodidad (o por economía de pensamiento crítico) adjudican a
un supuesto aferramiento a lo ya conocido toda manifestación de resistencias políticas y
subjetivas a supuestos cambios o a cambios no deseables.
Otras hipótesis (que expresan mejor nuestra preocupación y la encrucijada en la que
consideramos que nos hallamos) podrían expresarse en estos términos: ¿será que cuando los
sujetos y las sociedades se constituyen simultáneamente en rehenes del miedo a lo informe
y de las formas consolidadas se estrecha el margen de lo pensable?
¿No será el efecto de ese estrechamiento lo que nos impide aportar miradas que
desnaturalicen lo naturalizado (las formas escolares) y abran la brecha de otras expresiones
organizacionales de la institución educativa entendida en su sentido más amplio?
Si una posición resultase oportuna, ésta concerniría a una identificación con un
pensamiento propio de Derrida cuando se define encariñado a las viejas formas, pero
dispuesto a la novedad.
Se trataría, entonces, de indagar acerca de qué «novedad» podría introducirse en el
pensamiento que insiste en un repertorio reiterativo, imposibilitado, inhabilitado o
impotente que sólo puede, una y otra vez, imaginar la misma forma escolar, sin variaciones,
como si no se supiera nada acerca de ella, como si no pudiéramos aprender de sus alcances
(posibilidades) y, sobre todo, no pudiésemos admitir sus límites y fracasos a propósito de
los cuales ya se sabe lo suficiente.
O, dicho de otro modo, cabría preguntarse, al modo en que Silvia Duluc lo hace, sobre los
obstáculos que impiden pensar acerca de la dificultad instalada en nuestras conciencias (por
políticas contemporáneas), dificultad por la cual no podríamos obtener (o sacar) una
lección.
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¿Nos atreveremos a abrir las consideraciones para volver variantes las que hasta ahora han
sido invariantes de los sistemas educativos? ¿Podremos animarnos a pensar por fuera,
contra el pensamiento hegemónico, pletórico de opciones empobrecidas?
¿Nos será posible intentar otros modos, otras formas, sin hacer de cada idea una
improvisación cuyo costo sea pagado, sin beneficios, por aquellos que tienen derecho a la
gratuidad?
¿Seremos lo suficientemente adultos para anticiparnos a considerar los efectos de las
propuestas antes de ponerlas en marcha y para considerar propuestas que ya están en
marcha en los, por ahora, intersticios del sistema educativo?
¿Querremos finalmente ampliar el repertorio de temas? ¿Disponernos a aceptar un debate
del cual no deben resultar acuerdos, sino propuestas?
Poner a trabajar las disciplinas, el pensamiento indisciplinado y los conceptos que sólo
nacen entre disciplinas para desnaturalizar lo naturalizado podría ser un modo de avanzar.
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