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COHERENCIA AMBIENTAL Y OPORTUNIDAD

HISTÓRICA. Compromiso Regional en las


Escuelas de Arquitectura.
Artículo publicado en la revista de la Facultad de Arquitectura
de la Universidad la Gran Colombia en Armenia.

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Documento actualizado el 03 de Diciembre de 2010
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Arq. Jorge Hernán Salazar Trujillo
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Matrícula A0570049534
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Teléfonos. 57-(9)4-511 46 56 / 513 17 48
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Fax. 57-(9)4-5719062. Medellín, COLOMBIA.
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Email. jhsalaza@unal.edu.co
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“La complejidad de los problemas actuales no se puede resolver con el mismo nivel
de pensamiento que los generó…. Nuestra forma de pensar tradicional nos tiene
aprisionados en esquemas que explican nuestra incapacidad de encontrar nuevos
caminos.”

Albert Einstein.

Hay algunas tradiciones que los colombianos del futuro no deberán atesorar, herencias
culturales que convendría olvidar para comenzar, más livianos, a recorrer una senda en la
cual nuestro distanciamiento con respecto a otras naciones todavía es, lamentablemente
apreciable.

Lo primero: La actitud
Hace apenas dos siglos la humanidad todavía estaba principalmente dividida en imperios

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y colonias. Comenzaba el período de las nacientes repúblicas, en el cual las gestas de
independencia obligaron a que las relaciones establecidas entre colonizadores y
colonizados comenzaran a transformarse. Pasado el tiempo esta franja divisoria entre los
que dominan y los que obedecen, los que tienen y los que no, en vez de desaparecer ha
mutado. Hoy es posible reconocer la diferencia que existe entre las naciones que
producen tecnología y aquellas que la consumen. Parece que tras dos siglos de historia,
las relaciones entre el primer y tercer mundo permanecen, en lo fundamental, intactas.

Colombia sigue siendo una nación que consume más tecnología de la que produce, tal
vez por esta razón la mayor parte de los colombianos hemos heredado una arraigada
mentalidad de colonialismo tecnológicoi. Esta mentalidad se ejemplariza en la infundada
creencia de que los productos y técnicas importadas son siempre mejores que la
industria nacional, “tara colonial” que nos impide sentirnos en propiedad para tomar el
mando tecnológico si no de todos, de muchos aspectos de la vida y realidad nacional.
Para la mayor parte de los colombianos publicar en una revista extranjera, ser ponente
invitado en un congreso mundial, obtener una patente de un procedimiento que
revolucione un sector de la economía a escala planetaria o vender servicios de
consultoría a una multinacional, es una utopía, no una meta alcanzable y mucho menos
el camino natural en el que desemboca todo trabajo hecho con calidad y excelencia.

Hay quien ha llegado a argumentar que el subdesarrollo es una condición mental, sin
relación con la riqueza material o la disponibilidad tecnológica. Sin embargo no me
interesa ahora emprender el diagnóstico de las causas y consecuencias de una
mentalidad tecnológicamente dependiente, sino indagar en las formas cómo se podrían
comenzar a transformar algunos aspectos de nuestro legado cultural para fomentar el
desarrollo y la innovación tecnológica en Colombia.

El trabajo de numerosas instituciones, ilustres científicos y el Sistema Nacional de Ciencia


y Tecnología, han demostrado que en el contexto colombiano sí es posible alcanzar
estándares de calidad y competitividad internacionales, sin embargo la inquietud
fundamental subyace: ¿hasta qué punto las personas que están a cargo de estas
empresas, programas y grupos de investigación han logrado superar los atavismos y
vencer los escepticismos gracias a una particular condición y postura mental? ¿Será
conveniente que tantos colombianos sigan creyendo que si alguien hace investigación y
desarrollo es porque tiene buenas relaciones, un apellido extranjero o una mente fuera
de lo común? No pretendo sugerir que la élite científica haya olvidado exponer ante el
ciudadano corriente que efectivamente estamos en capacidad para hacer desarrollo
tecnológico en el país, sino que esta importante labor requiere un trabajo de base que le
sirva de apoyo.

Absolutamente todas las personas involucradas en los procesos de formación de las


generaciones futuras (incluidos los mismos estudiantes) deberíamos cuestionarnos

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acerca de cómo propiciar una mentalidad tecnológicamente innovadora, de forma que
comencemos a transformar los atavismos culturales vigentes. Los colombianos del futuro
necesitarán reconocer que poseen las capacidades y cuentan con todos los permisos
para transformar la realidad, por fin dejarán de creer que corresponde a otros decidir y
actuar por ellos. Desde este punto de vista, uno de los retos de una Escuela reside, no en
impartir conocimientos tecnológicos y ambientales, sino en explorar acerca de la forma
en que las herramientas e instrumentos con las que se educa pueden ser aplicados de
una forma intencionadamente diferente. La necesidad primaria es que sirvan de vehículo
a los contenidos teóricos y prácticos de un curso, pero esto será insuficiente si no se
logran transformar simultáneamente los preconceptos acerca del papel que puede
asumir un individuo en el desarrollo y transformación del sistema tecnológico y ambiental
del país.

Conquistar la coherencia
Toda institución educativa debe saber reconocer y asumir con agudeza su
responsabilidad histórica, para no ayudar a perpetuar la actitud que estoy criticando. Por
este motivo me concentraré ahora en resaltar el papel estratégico que debe tener una
Escuela en relación con su contexto, meta que terminará por desembocar en la
revitalización del Sistema Tecnológico Nacional.

Los compromisos que asume una comunidad académica se legitiman socialmente en la


medida en que logren engranarse con las dinámicas y requerimientos planteados por la
sociedad a la que pertenece. Estos requerimientos, a su vez, son el reflejo de un contexto
espacial y temporal totalmente específicos, por este motivo una Escuela debe resonar
con las particularidades geográficas, territoriales, climáticas y ambientales, las mismas
que impiden que lo ajeno y foráneo se ajuste a la perfección a una realidad regional
concreta. De manera análoga, en la dimensión temporal deberá existir coherencia entre
la Escuela y unas circunstancias históricas que siempre son únicas e irrepetibles. La
misión de toda comunidad académica es hacer una correcta lectura de su contexto
ambiental, territorial e histórico para orientar sus esfuerzos disciplinares en las
direcciones que resultan estratégicas para el beneficio la sociedad que legitima sus
logros y la salud de los territorios de los cuales depende el bienestar colectivo.

La “sustancia” de la innovación
Existen por lo menos dos tipos de elementos asociados a cualquier tecnología: los
recursos materiales y los inmateriales. Los primeros son objetos y herramientas que, por
estar constituidos por átomos, pueden ser puestos sobre una mesa. Los segundos son
menos tangibles, pero no menos importantes, tal es el caso de la información y el
conocimiento acerca de los procedimientos de acción. La construcción de todo producto

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o la transformación de cualquier realidad compromete una participación coordinada de
ambos recursos y se manifiesta en avances paralelos, interdependientes y
complementarios: nuevos instrumentos y nuevas técnicasii. Aunque en ocasiones la
diferenciación entre recursos materiales e inmateriales se haga difusa, desde este punto
de vista las diferencias entre tecnología y técnica no resultan para nada sutiles. Sin
embargo, la habilidad importante no reside en la capacidad de distinguir unos y otros,
sino en el reconocimiento de que existe un “plano superior”, un escalón de complejidad
mayor hacia el cual me estoy dirigiendo y de cuya existencia los estudiantes
normalmente no tienen idea. Muchos docentes tampoco.

Un análisis del contexto que se haya estructurado únicamente en torno a técnicas y


tecnologías, descuida el componente más importante de un sistema tecnológico: el
escenario social en el que ocurre la innovación. Los desarrollos y progresos tecnológicos
nunca han sucedido al margen de la sociedad que en cada momento histórico las incubó
y las hizo posibles. Todo lo contrario, los actores sociales juegan un papel fundamental
en los procesos y coyunturas que han tenido que ser resueltas para que estos mismos
objetos, que existieron primero en las mentes de sus creadores, pudieran luego hacer
parte de la realidad. Existe pues un “segundo plano” relacionado con la innovación
tecnológica, que se encuentra asentado en el escenario social contemporáneo y que, en
nuestro caso, está condicionando y limitando fuertemente las posibilidades de desarrollo
y producción tecnológica de la nación. Podemos estar tranquilos: no es por falta de
ideas.

Traigo nuevamente a escena el encabezado del ensayo, aunque en esta segunda


ocasión su aparición será a modo de pregunta: ¿Será que existe una actitud innovadora?
Yo, personal y profesionalmente, estoy profundamente convencido de que sí.

La innovación debería ser desnudada. El interés de los ciudadanos ante el aprendizaje y


la producción de conocimiento debería ser fomentado, todo estudiante debería ser
instruido acerca de que la innovación es el punto de partida del aprendizaje y la materia
prima de la libertad, pues no se puede prescindir de ninguno de ellos sin desembocar en
la parálisis inventiva y finalmente en la dependencia tecnológica. Abundan personas
técnica y profesionalmente capacitadas para aplicar un conocimiento, pero
intelectualmente cobardes para asumir los retos propios a la investigación y la innovación
tecnológica. Como resultado, la mayor parte de las estructuras productivas del país están
orientadas hacia la importación y aplicación de técnicas y tecnologías foráneas, o como
mínimo, ajenas. El resultado es deplorable: empresarios que no innovan, compañías que
no invierten en desarrollo, universidades en las que no se investiga y estudiantes que
siguen creyendo que la información de mayor relevancia para sus proyectos se
encuentra en la biblioteca, en la mente de algún experto o lo que es peor, en la Red.

En ocasiones termino siendo aún más categórico, al afirmar que la producción de las

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propias respuestas es la responsabilidad intelectual de quien está dispuesto a hacerse
preguntas. Es mejor que terminemos con la ensoñación: las respuestas a mis preguntas
no andan extraviadas, flotando por ahí, mientras esperan a que yo las encuentre. Cada
sociedad tiene sus propios problemas, por eso nadie se va a poner a hacer la tarea de
los demás.

El potencial de innovación tecnológico que posee una sociedad no reside únicamente en


las instituciones educativas que posee, sino que se encuentra distribuido orgánicamente
por todas las instituciones y estructuras sociales que la componen. Ninguna comunidad
académica posee por sí misma la capacidad de asumir la búsqueda de todas las
respuestas pertinentes para una comunidad, pero aunque las cerraduras no residan
únicamente en las universidades, son ellas quienes poseen los mejores instrumentos y
las mejores posiciones para dedicarse a confeccionar las llaves apropiadas. Por este
motivo, aunque las responsabilidades con respecto al futuro no se pueden asentar
únicamente en la esfera de lo académico, si es posible reconocer el papel estratégico
que poseen las instituciones educativas en la consolidación de escenarios adecuados
para el desarrollo intelectual. Una enseñanza orientada hacia la producción de
conocimiento con valor social y alta pertinencia regional finalmente será el soporte de
futuros desarrollos tecnológicos, pero eso solo llegará luego de haber superado las
trabas mentales que impiden la innovación.

Una escuela esta conformada por directivos, profesores, estudiantes y un personal


administrativo que hace posible que cada uno cumpla con sus tareas y obligaciones
particulares, pero todos deberán reconocer su posición, identificar sus posibilidades y
superar sus propios miedos intelectuales. En esta dirección las directivas son las
responsables del diseño y establecimiento de las redes de contactos y la formulación de
las directrices que impriman dinamismo y orientación a estos procesos. Los profesores
que no investigan ni innovan se encontrarán con la dura tarea de reorientarse
profesionalmente y de forma permanente, para que el entorno académico en el que se
formaron como profesionales no se repita. Pero la responsabilidad y compromiso más
importante les corresponde a los mismos estudiantes, son quienes tendrán que aportar la
mayor parte del esfuerzo. De nadie más que de ustedes es la responsabilidad de romper
sus ataduras, progresar, superar a sus profesores y prepararse para accionar en el futuro
las cerraduras que ayuden a transformar la realidad.

Sólo en la medida en que cada miembro de la comunidad académica defina y asuma sus
propios compromisos será posible la existencia de una Escuela en la que habite la
innovación, de otra forma todos terminarán absorbidos por la imperiosa necesidad de
desatrazarse. La universidad del subdesarrollo permanece, por definición, eternamente
desactualizada. No puede ser de otra forma, hasta que los centros de producción del
conocimiento residan en ella.

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El lugar donde se encuentran las respuestas
Cuando se identifica la necesidad de cualquier desarrollo tecnológicoiii se está
aceptando tácitamente la obligación de aprender de algo de lo cual no se sabe, con el
propósito de construir todo el andamiaje instrumental y teórico capaz de permitir la
construcción de un nuevo objeto o la aplicación de una nueva técnica. Esta tarea se
denomina “producción de conocimiento” y constituye la principal responsabilidad de
cualquier grupo de investigación. Pero para aprender algo es preciso primero haber
alcanzado el umbral de la propia ignorancia, estar preparado para dar un paso adelante y
franquearlo. La valentía intelectual es imprescindible para explorar en lo desconocido:
permite trabajar sin la certeza del éxito y aceptando el acecho del error. Gracias a ella es
posible reconocer capacidades, fortalezas y oportunidades, para arriesgarse a aprender
lo que nadie más sabe. De manera consciente y en pro de la conquista de su propia
coherencia, cada institución deberá abandonar el terreno seguro de aquello que otros
conocen, para comenzar a sondear en los campos del desconocimiento donde
considera, se pueden encontrar las respuestas que requiere la sociedad a que pertenece.

Para transformar una realidad no es suficiente contar con los insumos correspondientes
al “primer plano” tecnológico: no basta con tener materiales, herramientas y técnicas,
sino que es imprescindible una particular postura frente al conocimiento que ayude a
encaminarse en la dirección en la que el miedo intelectual invita a no ir. Una sociedad
innovadora no es una sociedad que desconozca sus tradiciones o que sea
particularmente valiente, sencillamente es una sociedad que sabe y reconoce que las
cosas no cambian solas y que para transformar su realidad hace falta tomar el mando y
encaminarse a explorar lo desconocido. Otros evitan explorar nuevos terrenos y por
supuesto, caminarán siempre sobre sus mismas huellas, hasta que algún oportunista los
ponga a recorrer los senderos que ha trazado para ellos.

La mejor carta a futuro es que una sociedad se haga responsable de su propio futuro y
sea capaz de asumir una actitud innovadora frente a cualquier reto que se le presente.
Esa postura, perteneciente a lo que aquí he llamado el “segundo plano tecnológico”, es
la que permitirá, (así no se disponga de la experiencia, el conocimiento o el experto)
continuar adelante en el aprendizaje. La responsabilidad docente, más que involucrar
estudiantes a los procesos de investigación, será instruir a los futuros investigadores
acerca de cómo producir conocimiento. Tengo mis dudas acerca de la viabilidad de
enseñar de forma directa una actitud como ésta, pero estoy convencido que sí es posible
construir escenarios académicos que propicien de manera consciente su aprendizaje. El
grupo docente deberá estar comprometido en hacer irremediable que los futuros
profesionales incorporen esta actitud, para que quienes hayan sido sus estudiantes no se
vayan con las soluciones, sino con la capacidad de llegar a ellas.

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En la Sociedad de la Información el más valioso conocimiento no está contenido en la
información, sino en la capacidad de producirla.

i Utilizo aquí el concepto de “Colonialismo Tecnológico” el cual complementa y explica la


existencia de un “Imperialismo Tecnológico”, estrategia en la que los grandes mercados
internacionales fundamentan su solidez económica al perpetuar la dependencia científica y
tecnológica de países que principalmente exportan recursos naturales o prestan servicios
ambientales.
ii Técnicas entendidas de la forma más amplia posible, no solo como el saber hacer (know
how) que involucra el conocimiento acerca de las formas de transformación de los materiales
y del manejo de las herramientas con un propósito definido, sino también como el
entendimiento profundo del problema a solucionar.
iii Obtener algo que no se poseía antes, comprender algo que no antes resultaba
incomprensible, conquistar la capacidad de hacer algo que antes era imposible realizar.

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