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Martes, 1 de octubre de 2019

Tutoría de Semanario Central: Empirismo y Positivismo en la Historia


Juliana Isabel Parra Reyes

Reseña: Voces y silencios en la historia siglos XIX y XX; y El saber histórico y ciencias
auxiliares en el siglo XIX
La historiografía alemana del siglo XIX, aquella que identificamos con ligereza y de manera
precipitada con Leopoldo Von Ranke, que asumimos como arbitraria, pesada, y poco interesante
por las nuevas generaciones de historiadores, es sin embargo donde se sitúa el paradigma del
historicismo alemán, que introduce la crítica histórica y el método de fuentes históricas,
herramienta inseparable del historiador contemporáneo. Esta última se remite a Jean Mabillon,
monje benedictino que incursionó en el estudio de la diplomacia y la paleografía, y
consecuentemente en la autenticidad de fuentes primarias, concertando una serie de parámetros y
principios que permitieran identificar la polaridad del documento como: verdadero o falso.
Principios que, una vez verificaban la autenticidad de los documentos y se fijaban las fechas, se
hacia hincapié en la cronología y genealogía, tradición que continuaría hasta el Siglo de Las
Luces, y que sería quebrantada por los alemanes en el siglo XIX.
A principios del siglo XIX la historia se abocaba por el cientificismo, hondeando la bandera de la
diplomacia y la nación, donde era determinante una especie de trinidad, encabezada por el
Estado, la iglesia y los ideales morales para la construcción del estado nación de la que debía dar
cuenta el historiador en su relato. La importancia del historiador radica en que su dominio
intelectual se filtraba en una estructura prestablecida de poder, el de la monarquía prusiana, que
justificaba un fin y un modo de ser ideal futuro, donde este era el emisor de un discurso político
benéfico. La notabilidad del historiador en su sociedad era elemental en la construcción del
Estado-nación.
Pronto se hizo plausible también la necesidad de inquirir más allá los documentos, de seleccionar
a los mismos y verlos bajo el ojo critico, considerando la individualidad de los acontecimientos
teniendo en cuenta las relaciones humanas para descifrar la naturaleza de la historia, señalándose
entonces una contraposición entre espíritu y materialidad, siendo esta ultima la realidad objetiva
del historiador. De manera que, se tiene en cuenta el determinismo histórico de un individuo y su
interpretación del pasado desde su posición particular. Una vez más el empirismo sale a la
superficie, señalando que: es imposible aprehender o estudiar el pasado sin vivirlo, pues es
necesaria la intervención del historiador, y su transposición en el otro para comprenderlo.
Otro punto de inflexión en el larvario cientificismo es el postulado de Humboldt, a quien se le
debe el eje teórico de la historiografía alemana del siglo XIX, donde exige a los historiadores que
para hacer provecho de su trabajo combinen la erudición con la intuición, afirmación que
supondría una contradicción en la pesquisa de la verdad, así como señalando la imposibilidad de
que los hechos se expliquen por sí mismos, pues el pasado se muestra difuso, y es ahí donde el
historiador hace uso de su imaginación, para unir aquellos fragmentos dispersos, pero ¿esto no
sería un poco jugar a la adivinación o predicción? Este aspecto imaginativo, daría paso a una
especie de imaginación forzada de carácter mecánico, en un estadio positivo de la racionalidad
que ve la realidad humana de manera cognoscible a través de leyes funcionales inscritas en la
causa eficiente de los hechos. El problema no es ver el conocimiento de manera pragmática sino,
considerar el positivismo como el único nivel posible de conocimiento porque de otra manera se
jerarquiza, estandariza y se posee el conocimiento convirtiéndolo en hegemónico.
Humboldt, fundamenta en dos aciertos el modo de ser de un hecho histórico, estableciendo que:
primero, debe poseer un carácter de irrepetibilidad que lo diferencie en oposición al
determinismo de los fenómenos naturales; segundo, es expresión de una instancia universal que
lo trasciende, caracterizado como una totalidad o forma orgánica frente al mecanicismo de las
leyes naturales. Haciendo uso de términos como “forma orgánica”, “tendencia”, “ideas eternas”,
y “fuerzas” para significar esa totalidad, darle orden interno. Bajo esta lógica el conocimiento
necesariamente antecede una serie de axiomas o premisas, que establecen las leyes generales de
los eventos humanos por medio de la deducción. Sin embargo, deforma e ignora los hechos para
adecuarlos a los fines que previamente conoce el historiador o en otras palabra caen en el error
de poner el pasado en función del presente. Pues la historia no es mas que las configuraciones de
nuevas formas.
Conclusiones
El conocimiento de universalidad expuesto es un conocimiento generalizador, que de manera
ambiciosa busca homogenizar las formas humanas. Esto es a su vez considerar la historia como
un proceso terminado, en la medida que el historiador conoce el devenir y sentido último de la
historia. De ahí la importancia de Dios para Ranke, quien en su omnisciencia conoce el proceso
de la Historia Universal, la intencionalidad de la leyes históricas. Pero si todo se rige por
tendencias o ideas universales, cuál tiene mayor preminencia sobre otra, esto solo demuestra que,
cuando la razón rebasa la experiencia es posible que a menudo se caiga en varias antinomias; es
decir, en perspectivas igualmente racionales pero contradictorias.

Bibliografia
(n.d.). In F. Vazquez Garcia, Saber historico y ciencias auxiliares en el siglo XIX.
Corcuera, S. (1997). In Voces y silencios en la Historia . Mexico, D F: Fondo de cultura
Económica .

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