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La temporalidad del hombre es intrínseca a su existencia, e igualmente lo es

su capacidad de idear la atemporalidad y buscar su expresión.

La evolución del concepto de tiempo en la cultura occidental revela la


manera en que pasó a ser determinado por los ciclos naturales, los mitos,
las máquinas y finalmente los medios de comunicación, de manera paralela
al suceder de las épocas históricas. El tiempo se ha transformado de un
concepto cíclico de eterna regeneración, a una aterradora trayectoria lineal
que arrasa con todo a su paso de manera instantánea.

La actualidad, denominada por algunos autores como transmodernidad,


está determinada por síntomas sociales como el exceso de información, la
sensación de riesgo permanente, la fragmentación de lo colectivo, la supra
responsabilidad del individuo, el agotamiento ideológico, la
hipermediatización y el desvanecimiento de las grandes narrativas. La
percepción del tiempo es el resultado de su evolución como concepto en el
imaginario colectivo, que ha desembocado en el trastorno de prisa que hoy
determina nuestra percepción del mundo. Nuestro tiempo está definido por
el fenómeno de la instantaneidad y el ritmo acelerado de la vida basura,
productos de la globalización.

De igual manera, la arquitectura de la época transmoderna está


determinada por fenómenos globalizadores como la proliferación de los no
lugares, la homogeneización arquitectónica y urbana, y la aparición de
arquitecturas “de marca”, transformándose en una forma carente de vida y
que genera fronteras, y no una respuesta a las actividades y necesidades
humanas. Es decir, la arquitectura se trasforma en una estética visual y se
aleja de sus intenciones originales de domesticación del tiempo y del
espacio para la habitación humana, buscando solamente producir imágenes
espectaculares para destacar en los medios de comunicación. Esto sólo
puede llevar a la falta de significado, derivada de la uniformidad y el
desarraigo expresivo: una arquitectura basura para una vida basura.
Sin embargo, la calidad de vida tiene que ver con disponer de tiempo y
tranquilidad para disfrutarla; una rutina desacelerada que busca la calma,
conocido como movimiento slow, se ha formado como antagonista de la
prisa de la vida basura, el cual deriva en un estado de bienestar. La
capacidad de memoria está relacionada con la lentitud, mientras que la
velocidad conduce al olvido; la memoria es el medio por el cual la
humanidad puede trascender el tiempo.
En una cultura en la que el tiempo desaparece, la arquitectura puede
brindar calma y calidad de experiencia sensorial mediante un lenguaje
atemporal. En un mundo donde todo se vuelve uniforme, falto de significado
e intrascendente, la arquitectura puede y debe conservar la calidad de las
sensaciones y las experiencias y, lejos de sumarse a la aceleración
generalizada, ralentizar el ritmo de la humanidad.
Procedimientos como la exploración por medio de la memoria colectiva, la
monumentalidad, los arquetipos, la memoria corporal y la arquitectura
vernacular, han sido parte de la búsqueda de una estética atemporal que se
desligue de las modas, para llegar a una solución formal que parta de la
esencia y de una respuesta original (de origen), expresándose por medio de
formas recordadas con el afán del significado y la permanencia. Ejemplos
de la referencia a los orígenes que plantean una inquietante fuerza emotiva
son las obras arquitectónicas de Louis I. Kahn, Luis Barragán, Aldo Van
Eyck, Alvaro Siza, Peter Zumthor, entre otros.
De esta manera, una respuesta de la arquitectura al pensamiento
contemporáneo es aquella que se basa en la memoria y la atemporalidad:
una arquitectura que busca la calidad de la experiencia sensorial y
existencial, más allá de la exaltación del consumismo o el despliegue
mecanizado de técnicas para ejercicios gráficos vacíos; capaz de detener el
tiempo y defender la lentitud natural de la experiencia, actuar como refugio
de los excesos que dominan nuestro entorno y nos sumergen en el ruido y
la angustia contemporáneos.

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Vivir engloba distintos aspectos, desde la filosofía que seguimos, hasta lo
que comemos y donde vivimos; cómo interactuamos con el espacio dice
mucho de nosotros, y estos 10 arquitectos mexicanos están
transformando la nación. 

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