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milenio
Jairo Aníbal Moreno Castro
“Los psicólogos han demostrado que las mujeres boyacenses son menos
infieles y más decididas que las costeñas quienes a su vez son un poco
menos fieles pero más indecisas que las bogotanas”.
La limitada motivación para la literatura, unida al poco gusto por aquel cine
que obliga más a esfuerzos de la razón que de los sentidos y al desafecto
casi colectivo por el arte, son muestras preocupantes de cómo a la vida
moderna se le ha rebajado su dimensión simbólica; son, igualmente,
señales evidentes de un posible caso de patología semántica masiva y son
una reafirmación de la incesante progresión social hacia la existencia
unidimensional presagiada desde comienzos de siglo por la filosofía
occidental.
Con la peste del lenguaje se amplifica el catálogo de nuevos males del siglo
XX que incrementan la disarmonía entre el hombre y su mundo. Aquél, en
éste, se autoexperimenta mutilado, disminuido y distante con relación al
mundo y a sí mismo, produciéndose así lo que Manfred Max Neef ha
denominado “las patologías sociales”: falta de identidad, de imaginación, de
entendimiento y de libertad; carencias que estamos convencidos son
generadas por una actividad comunicativa imperfecta. Trasladadas al plano
de la comunicación las patologías sociales asumen cuatro variantes
esencialmente distintas pero conectadas entre sí por un rasgo común: todas
alertan acerca de una involución de lo humano hacia el plano de la
concreción y el automatismo animal. Todas advierten acerca de las
dificultades que tiene el hombre actual para escapar del control externo y
garantizar su autonomía.
Ahora bien, si hombre y signo son la misma cosa desde Cassirer se afirma:
si “mi lenguaje es la suma total de mí mismo” como Pierce (1980) insistía,
“la peste del lenguaje” representaría la agonía del hombre. Con el lenguaje,
por el lenguaje, en el lenguaje, el antiguo primate se convirtió en el único
homínido simbólico e inteligente. Hace algo así como cuarenta mil años
empezó a escribirse en los códigos bioneurogenéticos que el hombre sería
el mejor – por no decir el único – animal capacitado para buscar su libertad;
sólo él tendría una facultad y una conciencia lingüísticas que lo separarían
radicalmente de sus parientes filogenéticos. Ahora, al borde de un nuevo
milenio, poco a poco el hombre se está quedando sin argumentos para
mantener en el exilio de la selva o en la marginalidad del zoológico a sus
familiares cercanos. La “peste del lenguaje” entraña una sensación de
regresión deshominizadora que implica para el hombre pérdida de libertad y
de dominio por angostamiento de sus habilidades más definitorias.
[1] Psicólogo, Universidad Nacional. Licenciado en lingüística, Universidad
Distrital. Magíster Instituto Caro y Cuervo. Docente universidad Nacional.
Universidad Distrital, E.A.N., Corporación Universitaria Iberoamericana,
INPI.