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Las conversaciones y los días en Calasparra. Diario etnográfico 1971-1974

Book · February 2015

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Joan Frigolé
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LAS CONVERSACIONES Y LOS DÍAS EN CALASPARRA
DIARIO ETNOGRÁFICO 1971-1974
Las conversaciones
y los días en Calasparra
Diario etnográfico 1971-1974

Joan Frigolé Reixach


COL·LECCIÓ ANTROPO-LÒGIQUES

La col·lecció antropo-lògiques naix amb la voluntat de fer una antropologia en, per
a i dins del món. Un lloc on sumar veus compromeses que vulguen «discrepar» de
les lògiques hegemòniques. A més a més, aquesta edició de Neopatria-AVA ix amb el
desig de convertir-se en un referent per a la difusió del treball etnogràfic.

Directora: Beatriz Santamarina Campos

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni la compilación en un sis-


tema informático, ni la transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, ya sea
electrónico, mecánico o por fotocopia, por registro o por otros medios, ni el préstamo,
alquiler o cualquier otra forma de cesión del uso del ejemplar, sin el permiso previo y
por escrito de los propietarios del copyright.

© los autores y autoras, 2015


Coedición de: Editorial Neopatria, c.b.
Pl. del Carbó, 6, 1ª- 46600 Alzira (València)
www.neopatria.es - info@neopatria.es
Asociación Valenciana de Antropología (AVA)
Impreso en la Unión Europea - Printed in the EU
ISBN: ???-??-?????-??-?
Depósito legal: V-??-2015
Índice

Prefacio ................................................................................................ 11

Presentación ........................................................................................ 17

Diario etnográfico ............................................................................. 41

Bibliogtrafía ........................................................................................ 251

7
A Rosa e Iris, mi esposa e hija, que compartieron conmigo
la investigación en Calasparra
Prefacio

Soy Virginia Marín, de 33 años, nacida en Calasparra y nieta de uno de los


informantes del diario etnográfico de Joan Frigolé: Alfonso Marín, «Choncho».
Nací y viví en Calasparra hasta que empecé los estudios en la Universidad.
Por haber nacido en una familia y en un lugar concreto, como cada cual,
he recibido una herencia compuesta por muchos y muy irregulares fragmen-
tos, a veces segmentados, otras veces inconexos. Este diario etnográfico no
sustituye todas esas piezas, ni siquiera viene a tapar un hueco que estuviese ahí
y esperásemos a que se llenara, pero sí tiene la fuerza de unirlas y hacer que
cobren sentido.
Si me preguntasen por qué este texto ha tenido la capacidad de hacer que
se expresen, que encuentren su significado hechos y circunstancias que antes
estaban en letargo, tendría que señalar que la etnografía me ha ofrecido una
perspectiva distinta a los puntos de vista que antes había tenido acceso: de un
lado, un punto de vista meramente histórico, con acontecimientos, fechas,
manifestaciones socioculturales..., un punto de vista en las que el individuo no
tiene peso, salvo que haya sido el arquitecto de la iglesia del pueblo o el alcalde
que ha inaugurado vete tú a saber qué fuente y se le recuerde con una placa;
de otro lado, está la historia familiar, centrada en el individuo, construida
con alguna fotografía, recuerdos fabricados a medida y muchos tabúes. Una
historia que el afecto, el sentimiento de pertenencia y la reputación edulcoran
irremediablemente.
En cambio, cuando se avanza en la lectura de estas páginas, lo que sobre-
viene al lector es la certeza de que en ellas hay verdad. La forma en la que están
recogidos los testimonios, la autenticidad del retrato que nos podemos hacer

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de cada uno de los informantes, hablando en primera persona, con sus propias
palabras, reconociendo sus preocupaciones, conflictos y valores, atravesando
una orografía totalmente identificable, nombres propios, fechas... Todo ello,
en suma, apunta inequívocamente a Calasparra, a una época y a una gente.
Esa verdad que propicia la etnografía, desprovista de todo artificio, te toca
y te hace tomar parte. Sobre todo, porque esa verdad no es una, sino que com-
prende muchas verdades: cada uno de los personajes, nos ofrece con la misma
lealtad, con el mismo ímpetu, su visión del mundo o de la parcela del mundo
que alcanza ver.
Esta suma de verdad y de verdades tiene consecuencias, la primera de ellas,
es que el diario etnográfico da la oportunidad a sus protagonistas de ganarse
nuestro respeto y de recuperar una dignidad que el olvido o la dejadez les ha
arrebatado, y que en muchos casos ellos ni siquiera llegaron a saber que tenían.
El texto muestra con exactitud y rigor a cada una de las personas que
forman parte de esa Calasparra, de esas conversaciones y esos días, cómo es su
día a día, cómo se relacionan, cómo hablan, qué les importa... Nos lo muestra
haciendo que nos pongamos sus propios zapatos, pero también mirándolos a
través de los ojos de sus vecinos, de los que son como ellos, de los que tienen
unas condiciones distintas. No hace falta que nadie nos explique si sus condi-
ciones de vida son duras, cómo es su vida o por qué se comporta de un modo
determinado, podemos conocerlo de primera mano a través del cuaderno de
campo. El autor ilumina a las personas hasta el punto de convertirnos en
cómplices, nos hace responsables y nos lleva a que nos preguntemos: ¿Y tú qué
harías? La respuesta a esta pregunta, para mí, ha sido el reconocimiento del
valor y la dignidad de muchas de las personas que aparecen es estas páginas.
Una dignidad que el autor les da la posibilidad de que se ganen ellos.
Este reconocimiento de la dignidad es una vía de doble sentido: de un
lado, a través del cuaderno etnográfico vemos que trabajadores anónimos, jor-
naleros, esparteros... conquistan su dignidad. Lo vemos cuando conocemos
que trabajaban en unas condiciones muy duras, casi como animales de carga,
pero que tenían sus principios, su visión de la vida, de lo bueno y lo malo y
que, además, no eran descabellados, sino que tenían más sentido común del
que se había podido imaginar. El otro sentido es muy amargo: si el texto les
permite conquistar la dignidad, es porque antes de algún modo, se les había
negado. Por muy amargo que sea este segundo sentido, es totalmente necesa-
rio porque abre la puerta de la reparación.

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Yo quiero abrir esa puerta. Por este motivo, y a pesar de que uno de los
elementos más enriquecedores del cuaderno etnográfico es que nos ofrece un
juego de muñecas rusas que en un mismo tiempo y en un mismo lugar abar-
can realidades y temáticas muy distintas y diferenciadas, me gustaría empezar
por hablar de Choncho.
Choncho es la primera de esas piezas del puzle a las que el texto les ha
dado luz, ayudándome a comprender y reconocer, entre otras cosas, mi origen.
Las durísimas condiciones de vida de los esparteros y la falta de seguridad en
todos los aspectos, es algo conocido por todos. Sin embargo, después de leer
este texto casi se puede decir que lo he vivido y he descubierto otras dimen-
siones. La primera de ellas ha sido el ansia de romper con los esparteros que
había dentro de sus propias familias en las generaciones posteriores que tenían
el anhelo ya no de prosperar, sino simplemente de ser otra cosa, y la necesidad
de diferenciarse de ellos de los agricultores más desfavorecidos, e incluso de los
aparceros que también trabajaban el esparto.
Mi abuelo, que era el único espartero de la familia, aunque mi padre tam-
bién hubiese ido al monte de forma ocasional, había muerto a los pocos meses
de nacer yo. Durante mi niñez en Calasparra el trabajo del esparto había ido
desapareciendo. En este contexto, mi visión de los esparteros estaba unida
a dos conceptos: miseria y alcohol, una idea que a buen seguro compartiría
como muchas personas de mi generación.
Puedo recordar la primera vez en la que esa visión de los esparteros cambió
para mí. Fue aproximadamente en el año 2.000. En estas fechas empezaba a
haber inmigración marroquí en Calasparra relacionada con el trabajo agrícola,
sobre todo la recogida de fruta a destajo. Estos temporeros habían ocupado
casas abandonadas que anteriormente habían sido de esparteros o gitanos, e
incluso se hacinaban en almacenes vacíos. También había quienes les arrenda-
ban sus trasteros o garajes, donde vivían sin ninguna condición de salubridad.
Una señora que vivía en un barrio tradicionalmente muy humilde, se que-
jaba de que la zona se había llenado de moros e insistía en que pasaban todas
las tardes, al volver del trabajo, con bolsas llenas de cerveza. Se dirigía a un
grupo numeroso de personas y hacía grandes aspavientos con las manos para
mostrar lo llenas de cerveza que estaban esas bolsas. Las personas que había
en torno a ella asentían y avivaban los comentarios. De repente, una señora
de su misma edad y de clase media que no estaba en el grupo al que se dirigía
pero que la oyó, se acercó a ella enervada y le dijo algo así como: «Esos moros se

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emborrachan como hacía tu padre cuando volvía de coger esparto después de par-
tirse el lomo todo el día por cuatro duros, sin saber si al día siguiente iba a poder
trabajar, ni cuando iba a poder pagar lo que le daban fiado para que tus hermanos
y tú no os murieseis de hambre. Porque tu padre mucho, pero era para poder lle-
var la mierda de vida que tenía y para poder sentirse un poco persona, después de
trabajar de sol a sol y que lo trataran como a un perro... Lo mismo le pasa a esos
moros». Después de estas palabras se hizo un silencio entre todos y cada uno
siguió su camino. Yo también callé y fue la primera vez que entendí qué era
ser espartero y quizás también qué era ser inmigrante marroquí en Calasparra.
Comenzaba hablando de pequeños fragmentos de mi herencia que tras
leer el diario cobraban sentido. Son fragmentos del pasado, pero también del
presente. Porque, aunque el diario etnográfico abarque el periodo de 1971 a
1974, el alcance del mismo llega hasta hoy.
Uno de estos fragmentos es que cada año, cuando se acerca mi cumplea-
ños mi abuela –la mujer de Choncho– me dice: «No se me olvida la fecha,
porque tu abuelo y yo estábamos segando tallos de romero en el monte». Sólo
después de leer este cuaderno puedo entender el esfuerzo que contiene esa
frase, la esperanza de haberse dejado más de media vida cogiendo esparto y
seguir luchando por sobrevivir.
Si hay un momento en el que sale a la luz la incertidumbre y la dureza de
las condiciones de vida de Choncho y, por extensión de todos los esparteros y
jornaleros, es cuando reparten la faena entre unos pocos trabajadores, quedán-
dose la mayoría sin sustento. Choncho dice, refiriéndose a uno de los esparte-
ros que se ha quedado con la faena: «Sus hijos gordos y los míos tuberculosos». En
esta expresión no cabe más rabia ni más dolor.
La gran satisfacción que uno se puede llevar en la lectura de este diario
es como Choncho y personas como él, a pesar de sus durísimas condiciones
de trabajo y de vida, sacaban a la luz el sentido común en su forma de actuar,
mantenían sus principios y valores, e incluso la alegría, hasta donde el hambre
y la necesidad les permitían.
Los aparceros y pequeños agricultores también ganan dignidad con la lec-
tura de este diario. Además, en la aparcería el comportamiento con el dueño
de las tierras, los abusos de estos hacen que el lector se estremezca. El juicio
perdido de Miguel de La Molinera por no presentarse el abogado o el propie-
tario déspota que no quiso ver que el pollo que había criado el aparcero valía
por dos no pueden dejar a nadie indiferente.

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Estos casos me han recordado que hace dos años, un parado víctima pri-
mero del boom de la construcción y más tarde de su crisis, había aprovechado
el tiempo del que disponía para cuidar un huerto de albaricoqueros de su
suegro. Como no tenía más ocupaciones, dedicó mucho tiempo a los cuida-
dos de los frutales. El tiempo acompañó y la cosecha era excelente. Cuando
la fruta estaba en su punto, con la ayuda de amigos y familiares la recogieron.
Llevó la fruta a una fábrica para venderla. En el proceso de venta la mercancía
un empleado de la fábrica dice qué calidad le corresponde y le fija el precio
según la misma. Mientras esperaba el turno veía que su fruta tenía más calibre
y calidad que las demás que pasaban y pagaban como primera categoría. Al
llegar su turno, el empleado de la fábrica le dijo que le correspondía segunda
categoría, que el precio por kilo era casi la mitad de la primera categoría. Se-
gún contó después, el agricultor preguntó al empleado el motivo y le dijo que
por el tamaño, el agricultor volvía a mirar su fruta, la cogía y la ponía junto a
la de otros agricultores que tenían primera categoría, confirmaba que era más
grande y que estaba en mejores condiciones, pero el empleado de la fábrica ni
siquiera quería mirar.
Cuando el agricultor llegó a su casa dijo: «Ya tenemos leña para el año que
viene». Voy a talar todos los albaricoqueros. Entonces explicó su desengaño
con la segunda categoría y la pérdida de dinero que le había ocasionado.
Cuando supe esto, le insistí al agricultor que debía reclamar o llevarse la
fruta y venderla en otro lugar. Sin embargo, después de leer el diario etnográ-
fico, esta es otra pieza que recobra su sentido: la indefensión de los pequeños
propietarios, o de los que ni siquiera lo son, frente a los grandes propietarios,
que hoy son accionistas de fábrica y ayer «señores», se sustenta en el servilis-
mo de los primeros sobre los segundos, en la resignación y el miedo. Poco ha
cambiado, la herencia pesa demasiado. La fruta no era de segunda categoría,
quien era de segunda categoría era quien la vendía. Eso lo sabía el empleado
de la fábrica, los demás agricultores y también él mismo, por eso aceptó y taló
los árboles, para que no se lo recordaran más.
Este servilismo, que se ve a lo largo de las páginas del cuaderno sobre
todo en los aparceros frente a los propietarios de la tierra, considero que en la
Calasparra de hoy continúa. Aunque el contexto sea distinto, hay una clara
continuidad en el comportamiento.
En la época del boom de la construcción, hubo varias empresas que con-
trataban a albañiles locales. Les hacían contratos temporales para no hacerlos

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fijos. Al finalizar cada contrato, les hacían firmar como que recibían un fini-
quito, mientras que no se lo entregaban. Cuando empezó a flojear el trabajo,
estos albañiles se fueron a la calle sin ningún derecho, ninguna indemnización.
No sé de nadie que reclamara lo que le correspondía. ¿No es esto lo mismo que
regalar dos pollos al año al dueño de la tierra que se enriquece con tu trabajo?
Francisco Pérez Mayo, el farmacéutico comprometido que aparece en el
cuaderno y que se convertiría en 1.979 en el primer alcalde de la democracia,
es otra pieza de ese puzle de recuerdos que el Diario etnográfico ha hecho
encajar.
Hace años, oí a una mujer decir algo así como: «Yo no soy de izquierdas
ni de derechas, pero Paco Pérez Mayo es el mejor alcalde que ha habido. Cuando
se necesitaba algo en el pueblo, iba a Murcia y no se venía hasta que traía lo que
necesitábamos». Esa visión de Francisco Pérez Mayo ingenua y heroica expli-
ca, como un mito, a través de conceptos cotidianos y tangibles una vida de
compromiso profundo con los otros, de lucha honesta por una sociedad más
justa y de coherencia que descubrimos a lo largo del cuaderno de campo. Y si
es cierto eso de que todos los mitos tienen su parte de realidad, en este caso la
verdad supera el mito.
Esa herencia fragmentada e incompleta que forma parte de mí, tras leer
esta etnografía tiene más sentido, es más elocuente, sé interpretarla mejor.
Pero su alcance va mucho más allá, hay muchos «Chonchos», muchos «Pérez
Mayo», muchas «Calasparras», muchas injusticias, muchos mil novecientos
setenta y.., muchas formas de bondad y mezquindad que forman parte de
otros escenarios para mí desconocidos, pero que estoy segura que con la lectu-
ra de este diario etnográfico, como mi propio puzle, van a dejar de ser piezas
sueltas para cobrar sentido.
Empezaba a escribir diciendo que soy Virginia Marín, que tengo 33
años... Pero después de leer el cuaderno etnográfico soy algo más de lo que
era. Gracias por la luz.

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Presentación

Las cosas complejas, es decir, concretas.


Las verdades específicas son la sustancia de la ciencia (Durkheim)

La etnografía proporciona una base empírica a la antropología social me-


diante el trabajo de campo, concebido como un proceso de observación par-
ticipante en el que la personalidad social del investigador es el instrumento
principal. El diario de campo es el fruto más genuino del trabajo de campo.
«La imagen de toda sociedad es una imagen específicamente histórica»
(Mills 1961: 163). El diario de campo es un testimonio directo de una socie-
dad y una cultura en un lugar y época específicos. Su publicación lo convier-
te en un documento público. Publicarlo constituye un acto de transparencia
científica, que proyecta luz sobre las prácticas de investigación en el contexto
de la historia de la disciplina y de la sociedad. ¿Qué tipos de datos generé? ¿En
qué condiciones? ¿Con qué rutinas? ¿Con qué convenciones los expresé?
Mi trabajo de campo en Calasparra se divide en dos etapas, la primera entre
1971 y 1974 y la segunda en 1976, de febrero a septiembre. He editado sólo
el diario de campo del período 1971-1974 y de dos días de junio de 1975. El
diario de campo deviene con el tiempo la memoria fundamental de una época.
Presento sucesivamente la caracterización de la localidad, de la investiga-
ción de campo y del investigador, del diario de campo y de su edición.

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En primer lugar, un esbozo de caracterización de la localidad, el contexto
de mi objeto de estudio.
En diciembre de 1971, a mi llegada, Calasparra, situada en la vega alta del
río Segura (Murcia), tenía unos ocho mil habitantes, la mayoría en el pueblo y
el resto en pequeños núcleos rurales, que decrecían rápidamente. Por su tama-
ño y el peso de las actividades agrarias era una agro-ciudad. En las dos décadas
anteriores había sufrido un descenso significativo de población, debido prin-
cipalmente al cierre de las industrias del esparto tras la liberalización de la eco-
nomía después de la larga etapa de autarquía de la inmediata posguerra. Hérin
concluye: «El ciclo del esparto termina en una crisis brutal» (1980: 157).
En un clima semiárido, el riego tiene una importancia estratégica.
Ruiz-Funes explica que «los principios generales de todos los riegos del Segura
son: que la propiedad de las aguas es privativa de la tierra, a cuyo disfrute va
unida inmemorialmente; que el sobrante no aprovechado debe derivar al río,
para beneficiar a otras propiedades, que tienen asignado idéntico derecho,
y que, por lo tanto, no pueden venderse las sobras que queden, después del
riego, en las aguas de las acequias» (1983 (1916): 171).
El derecho de riego está vinculado a la tierra. Hay tierras con derecho a
una dotación de agua (vega/ huerta) y otras que carecen de él (secano). El
derecho de riego en la vega está garantizado por el caudal regular de agua del
río Segura, mientras que en la huerta el derecho de riego sólo se ejerce tem-
poralmente a causa del escaso e irregular caudal del río Argos, un afluente del
río Segura. La falta de riego en la huerta en verano se prolongó hasta finales de
1972, cuando se puso en servicio el pantano del Argos, que completaba la red
de pantanos que regula el caudal del río Segura.
La oposición entre tierra de riego, permanente o estacional, y secanos es bien
marcada, pero menos que la oposición entre tierra y monte, que cría espartiza-
les y plantas aromáticas. La oposición vega/ huerta es significativa en términos
ecológicos, económicos y sociales. La propiedad en la vega es un indicador clave
de la posición de individuos y familias en el sistema de estratificación social. La
gran propiedad se halla en la vega, el minifundio, en la huerta.
La tierra es para el propietario un capital que el trabajo del aparcero hace
producir. Ruiz-Funes, basándose únicamente en la información que le propor-
cionó Pedro J. López, administrador del Conde del Valle, principal propietario
de la vega de Calasparra y, a su vez, propietario agrícola, caracteriza el contrato
de aparcería en los siguientes términos: «Los terrenos de riego y las viñas, cuan-

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do están en plena producción, se dan a medias. Los secanos, a terraje, de cuatro
partes, una. En todas las formas, los gastos de cultivo, incluidos la recolección
y transporte de productos, son de cuenta del colono». (1916:126) Aunque no
se especifican en la cita, la semilla y el abono formaban parte de los «gastos de
cultivo» del aparcero. En la década de 1950, Pérez Crespo estudió el contrato
de aparcería en Murcia con «única y exclusivamente datos obtenidos de certifi-
caciones oficiales expedidas por las Hermandades de Labradores y Ganaderos,
cuyos originales obran depositados en los Archivos de la Asesoría Jurídica de la
Cámara Oficial Sindical Agraria de Murcia» y prescindió de «todos cuantos da-
tos obtuve particularmente, sin estar refrendados por una certificación oficial».
(1989: 26) En el prólogo a la segunda edición del libro, varias décadas después,
afirma que éste se ha utilizado frecuentemente en los procedimientos judiciales
“como una prueba escrita de costumbres orales” (1989:18). La selección de tes-
timonios y la codificación de informaciones orales realizada por la burocracia
sindical franquista dieron lugar a un corpus de formulaciones, a las que el estu-
dio académico posterior dotó de fijeza. En las décadas de los sesenta y setenta
los aparceros reivindicaron cambios en el contrato de aparcería y ello generó
tensiones y conflictos sociales entre propietarios y aparceros, que evidenciaron
discrepancias sobre la vigencia y el sentido de «usos y costumbres» que regían
dicho contrato. El diario recoge las voces de muchos aparceros.
El geógrafo Robert Hérin, que estudió las agriculturas de la cuenca del río
Segura entre 1966 y 1974, constata que la aparcería, casi desaparecida en otras
zonas, perduraba en la vega de Calasparra: «las dos mil tahúllas sembradas de
arroz se dividen por la mitad entre 300 pequeños propietarios cultivadores y
450 aparceros» (1980: 119). Los aparceros cultivan una decena de grandes
y medianas propiedades de la vega. La permanencia de la aparcería parece
deberse a la cantidad de trabajo que comporta el cultivo del arroz –cien días
entre mayo y octubre–, y a su especialización.
Ya a comienzos del siglo veinte la agricultura de Calasparra estaba orienta-
ba al mercado. Ruiz-Funes la califica como «una gran industria de la exporta-
ción de frutas» (1983 (1916): 41) y «una exportación en alta escala de frutos»
(1983: 102), característica que comparte con otros pueblos de la comarca. A
partir de los años cincuenta se produce «La expansión de la arboricultura en
tierras de los antiguos y de los nuevos regadíos» (Hérin 1980: 39). En Calaspa-
rra, la extensión de cultivos hortofrutícolas tales como albaricoqueros, melo-
cotoneros, habas, cebollas y tomates consolidaron esta agricultura comercial.

19
La ampliación del regadío, los «nuevos regadíos» a los que se refiere Hérin,
se hace a costa del secano mediante la apertura de pozos, lo que introduce la
apropiación privada del agua. Ello depende no sólo de inversiones de capital,
que en el caso de Calasparra son modestas, si se comparan con las que en la
misma época corporaciones financieras e industriales realizan en municipios
próximos como Cieza, sino asimismo de la legalización de los pozos por las
instituciones competentes, la Confederación Hidrográfica del Segura y la Co-
misaría de Aguas. La legalización o la tolerancia por parte de las autoridades
generan tensiones entre las distintas vegas –la alta, la media y la baja–, que
aprovechan las aguas del río Segura y se traducen en acciones legales. A escala
local, generan críticas por parte de sectores de la población que las juzgan la
expresión de un poder caciquil y de la corrupción del sistema. El diario recoge
la expresión de algunas críticas y denuncias.
La expansión de la agricultura comercial, de la industria de transforma-
ción hortofrutícola y de la construcción, con impactos desiguales a nivel local
y regional, crearon un mercado de trabajo nuevo para hombres y mujeres. El
trabajo a jornal y el salario se generalizaron así como la movilidad de la mano
de obra, sin que se tratara de un proceso unilineal de proletarización, dado que
los agricultores, propietarios y aparceros, siguen aferrados a sus tierras. El dia-
rio refleja abundantemente el cambio de prioridades, las nuevas actitudes y el
sobreesfuerzo de los agricultores para compatibilizar las exigencias de sistemas
de producción y regímenes de trabajo distintos.
Esbozo en segundo lugar las características de la investigación de campo y
las circunstancias que la rodearon.
El objetivo de mi viaje a Murcia en diciembre de 1971 no era seleccionar
un pueblo representativo para escribir una monografía sobre su estructura
social y su cultura, sino obtener un conocimiento que me ayudara a plantear
de forma más compleja lo que se conceptuaba como la «integración» de los
inmigrantes en la cultura y la sociedad catalanas. Dado que el foco de mi in-
vestigación serían emigrantes murcianos, consideré necesario un conocimien-
to previo de las características generales de la sociedad y la cultura murcianas
y de las razones de la emigración. Si Calasparra fue el primer pueblo que
visité, se debió a que en él residía la única persona de la que tenía referencia,
Antonio Ochando, un joven de mentalidad abierta, que se relacionaba con
personas de clases sociales e identidades políticas opuestas. Todo ello, que fui
conociendo poco a poco, hizo de él un introductor muy adecuado. Yo tenía

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28 años. Llegué solo, pero mi esposa se reunió conmigo unos días más tarde.
Mi única credencial era la pertenencia a la Universidad de Barcelona. Antonio
me presentó a diversas personas: un espartero, el cura párroco, el secretario
del sindicato arrocero, un farmacéutico, un estudiante –la localidad carecía de
enseñanza secundaria y él preparaba alumnos para el examen libre–, un grupo
de mujeres vinculadas a la iglesia, un labrador de la vega, etc.
Se percibían distintas expresiones de una crisis social: un largo conflicto
entre propietarios y aparceros por el contrato de aparcería, un malestar causado
por la gestión ineficiente de la cooperativa, y un distanciamiento entre la iglesia
y el grupo dominante local, con algunos episodios conflictivos. Los curas predi-
caban la justicia social y la promoción humana, rechazaban las expresiones más
políticas del nacional-catolicismo y denunciaban las relaciones de dependencia
y servilismo. Posteriormente conocí a disidentes cuyas familias habían sufrido la
represión franquista o la habían sufrido ellos mismos, como era el caso del pro-
tagonista de Un Hombre (1998). La acogida que estos actores me dispensaron
y mi acercamiento a los jornaleros y aparceros fueron básicos para el desarrollo
de la investigación. Al inicio, mi estatus de profesor-investigador no fue de fácil
comprensión para algunas personas humildes, ya que la palabra universidad les
era totalmente extraña y no podían identificarme con un maestro, porque al
término de la comparación faltaban dos rasgos fundamentales: no enseñaba y
no me comportaba socialmente como un maestro.
Las principales redes sociales a las que me incorporé o, más bien, fui incor-
porado, eran masculinas y estaban basadas en una afinidad de vecindad, trabajo
e ideológico-política. Tuve acceso también a una pequeña red de mujeres de
clase media, formada en torno a algunos curas que habían estado o estaban al
frente de la iglesia local. Mis relaciones con otras mujeres fueron principalmente
a través de sus estatus de hermanas, esposas e hijas de hombres conocidos.
La reducción del sector espartero debido al cierre de las industrias del es-
parto y su atomización en pequeños grupos en torno a pequeños empresarios
o intermediarios, a su vez trabajadores, me facilitó el acceso a pequeñas redes
de esparteros que se reunían en el bar después de venir del monte y que a veces
incluían al intermediario. Luego profundicé la relación con algunos de estos
esparteros y sus familias durante la primera etapa del trabajo de campo y en la
posterior de 1976.
La presión y la lucha de los aparceros para modificar las condiciones del
sistema de aparcería a partir de mediados de los sesenta cristalizaron en la

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creación de la Agrupación de Aparceros, integrada en la Hermandad de La-
bradores, único ámbito posible. La multiplicación de los contactos y solida-
ridad entre los aparceros les había permitido crear la agrupación, ganar unas
elecciones sindicales y apoyar a algunos de sus miembros ante los tribunales
de justicia. Me encontré con un sector organizado: las relaciones informales
habían sido reforzadas por un vínculo institucional. Mi relación con el pre-
sidente de la Agrupación de Aparceros, Manuel Moya «el Zoco», un hombre
carismático, facilitó mi acceso y el contacto con otros aparceros y trabajadores,
dado que muchos aparceros trabajaban también a jornal. También en este
caso, profundicé en mi relación con algunos aparceros y trabajadores y a través
de ellos amplié mis contactos en este sector.
El diario refleja estas relaciones y conversaciones, que mayoritariamente
tuvieron lugar en plazas, bares y casas, dado que los trabajos de jornaleros y
agricultores se desarrollaban en lugares muy alejados del pueblo, en los mon-
tes y en las tierras de la vega que se extiende a lo largo de muchos kilómetros,
o fuera del municipio y yo no disponía de coche. Tuve que aprovechar los
espacios y tiempos de sociabilidad en el pueblo, vinculados al trabajo y las
relaciones laborales.
Otra red a la que accedí y en la que fui bien acogido al poco de mi llega-
da estaba estructurada en torno a Francisco Pérez Mayo, farmacéutico. Los
restantes miembros eran aparceros-trabajadores a jornal, uno de los cuales era
el mencionado presidente de la Agrupación de Aparceros, y un obrero fabril.
Descubrí más tarde que el fundamento de su relación era el compromiso po-
lítico: eran miembros del partido socialista del interior fundado y liderado
por el profesor Enrique Tierno Galván. En los primeros años de la década de
los setenta, la actividad política en el pueblo no se manifestaba públicamente,
dada la represión existente. El régimen podía tolerar la creación de una Agru-
pación sindical de clase, como la de los aparceros, en tanto que ésta aceptaba
la legalidad vigente y se integraba dentro de la estructura sindical oficial y su
lenguaje no era político, pero de ninguna manera un partido político y una
actividad política contrarios al régimen. De hecho, en alguna de las reuniones
o tertulias en que me colé, sin darme apenas cuenta, no se hablaba de política
en el sentido de política de partido –tal como se verá en el diario–, sino sólo
de problemas del pueblo que afectaban a los asistentes de forma directa, tales
como la crisis que la gestión de los grandes propietarios agrícolas había creado
en la cooperativa agrícola, de la que casi todos eran socios, incluido el farma-

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céutico como propietario agrícola, de las posibles soluciones, de la situación
de los aparceros, la crítica a los caciques y a los abusos de poder, etc. Dado que
la política explícita estaba prohibida, la discusión de estos problemas adquiría
seguramente una mayor connotación política.
«Quien dice red dice palabra» (Karpik 2007: 232). Los apuntes etnográ-
ficos compilados fueron extraídos fundamentalmente de conversaciones, al-
gunas muy plurales y otras casi monólogos. Parte de los juicios que la gente
formula en estas conversaciones son descriptivos y su intención es la de in-
formar, en particular a un forastero, sobre aspectos concretos de su sociedad.
Otros son valorativos, acompañados a menudo de la indignación y la crítica,
y otros evocan categorías culturales y valores básicos como referencia última
de los juicios de valor y de las críticas. Los tres tipos de juicios, juntos o por
separado, se enuncian en relación a distintas realidades o sucesos del pasado o
del presente. Los juicios descriptivos pueden contener errores o imprecisiones,
los valorativos pueden resultar excesivamente duros o injustos y los normati-
vos pecar de rígidos o fundamentalistas, pero se formulan con la pretensión
de verdades sociales, que deberían ser aceptadas y apreciadas por los demás. El
etnógrafo los recoge como hechos sociales.
Las críticas ocupan un espacio importante, confirmando la idea de Mary
Douglas de que la crítica y la acusación son procesos sociales esenciales: «Echar
las culpas al adversario es como la cultura define su propia estructura lógica y de-
sarrolla una moralidad distintiva e ideas divergentes de justicia y diferentes asig-
naciones de culpa». (1996: 174) Si la polarización es una tendencia de la cultura,
las circunstancias históricas en que realicé el trabajo de campo la potenciaron.
Han transcurrido cuarenta años. ¿Quién era ese yo que llevó a cabo la
investigación y escribió el diario?
Esbozo a continuación un relato personal con el objetivo de señalar algu-
nos hechos que influyeron en la formación de mi sensibilidad y percepción.
Nací en 1943 en una familia de pequeños agricultores que habitaba una
casa ubicada en el perímetro de un núcleo urbano de Banyoles de unos siete
u ocho mil habitantes. Éramos gente del término. El Término era el nombre
del barrio, que tenía unos santos patronos propios, San Abdón y San Senén, y
celebraba una fiesta vecinal. Las tierras que cultivaban mis padres – mi madre
no era una ama de casa– eran en parte de secano y en parte de regadío. En
las tierras de secano, la propiedad de algunas parcelas coexistía con el arren-
damiento en dinero de otras. El regadío era de propiedad familiar. Era un

23
regadío permanente en el que se practicaba una agricultura muy intensiva
consistente en planteles de hortalizas tales como cebollas, lechugas, pimientos,
tomates, coliflores y coles. Era una agricultura que consumía mucho trabajo y
parte del mismo se realizaba agachado, casi en cuclillas, en especial la escarda
y el arranque de las plantitas. Los miércoles mi padre vendía los plantíos en el
mercado semanal a los agricultores de la comarca. El día previo era un día de
trabajo muy intenso y también lo era el día de mercado, rodeados además de
incertidumbre, nervios y esperanzas. No sólo había que madrugar para llevar
los plantíos, sino además reponerlos con mucha celeridad si la demanda había
sido mayor de la prevista, teniendo en cuenta que ésta se esfumaba a medida
que avanzaba la mañana y la gente regresaba a sus casas y sus pueblos. El mer-
cado era una fuente importante de ingresos para la economía de la familia,
pero también de disciplina, tanto para nuestros padres como para sus hijos,
mi hermano menor y yo. No vivíamos en un entorno sólo de campesinos
y no me crié en un mundo homogéneo. En la cercanía de la casa había dos
industrias, una moderna y otra bastante obsoleta. La primera era una fábrica
textil con un centenar de trabajadores, la mayoría mujeres, que veíamos pasar
con prisa cerca de nuestra casa para entrar en la fábrica a las ocho de la ma-
ñana, ir a su casa a comer, regresar a la fábrica y luego al salir al término de
la jornada laboral. Era como un torrente de gente pasando cerca de nosotros
por una calle estrecha, sin asfaltar y sin tráfico rodado. Sólo algunas mujeres
tenían bicicletas. Una aguda sirena marcaba su ritmo laboral. La otra fábrica
era una industria cementera con dos hornos y unos pocos trabajadores, con
características bien distintas a los de la empresa textil. Los contrastes entre
tipos de actividad, ritmos de trabajo, procedencia de los trabajadores, maneras
de ganarse la vida, etc. formaron parte de mi infancia, así como la oposición
entre centro y periferia urbana, que mostraba claramente diferencias de clase
social, de estilos de vida y de confort.
Sin mi entrada a los doce o trece años en el seminario conciliar, del que
salí con una formación equivalente a la enseñanza media, muy probablemente
no hubiera accedido a la enseñanza superior. En los primeros años de uni-
versidad desarrollé una corta pero intensa acción política relacionada con la
creación de un movimiento democrático de estudiantes y su represión por
parte de la dictadura franquista, en la segunda mitad de la década de 1960. La
política me proporcionó un impulso para el conocimiento de la realidad, pero
también en la medida en que se basaba en un conjunto de ideas repetitivas

24
y tópicas, y también en consignas que se desgastan, impedía profundizar en
el conocimiento de la realidad. Considero a posteriori que substituí el com-
promiso de cambiar la realidad política y social por el de conocerla, si no a
fondo, sí en detalle. Calasparra, en la vega alta del río Segura, fue mi destino
etnográfico y antropológico.
Mi futura mirada antropológica tiene un sustrato formado por una cierta
fascinación y gusto por lo local, resultado de lecturas de algunos libros de Azo-
rín (Pueblo), Ortega y Gasset y Unamuno (Por tierras de Portugal y España),
libros de la colección Austral de Espasa-Calpe, que un compañero de semi-
nario, que había estudiado con los jesuitas, me descubrió, y por el hábito de
relacionar las acciones y reacciones sociopolíticas a nivel local con las medidas
políticas específicas adoptadas por el poder franquista, formado durante mi
etapa de activista político.
Mi formación antropológica, al término de los estudios de filosofía, se basó
en los cursos de Antropología cultural de orientación boasiana que Claudi Este-
va Fabregat impartía en la Universidad de Barcelona y en dos prácticas de campo
organizadas por él en el Pirineo aragonés, que fueron muy importantes para mí.
A finales de los sesenta, en el contexto de las grandes migraciones del cam-
po a la ciudad, la inmigración masiva de gentes de ciertas regiones de España
a Cataluña y la integración cultural de los inmigrantes eran consideradas por
algunos intelectuales como un problema de primer orden. Elegí como obje-
to de estudio a los emigrantes murcianos asentados en diversos pueblos de
la comarca del Maresme (Barcelona). Pretendía estudiar un grupo específico
de emigrantes con una larga tradición en Cataluña en un marco territorial
asequible a la metodología antropológica. La documentación municipal puso
de manifiesto que muchos eran originarios de pueblos de la vega alta del río
Segura o de sus aledaños. Dado que mi conocimiento de la realidad murcia-
na era nulo y que en la época la información sobre la sociedad española en
general y sobre la sociedad murciana en particular era escasa, y además de no
fácil obtención, decidí viajar a Murcia para ver el paisaje y los pueblos y reunir
información de primera mano sobre la sociedad y cultura murcianas, que me
permitieran comprender mejor las características de la adaptación de los inmi-
grantes a la sociedad y a la cultura catalanas.
Muy pronto reconocí que la realidad social y política de Calasparra ofrecía
paralelismos con la de Barcelona, con sus luchas por las libertades democráti-
cas, incluidas las sindicales, y las reivindicaciones obreras. En Calasparra, las

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reivindicaciones habían sido y eran protagonizadas por los aparceros y existían
conflictos más o menos abiertos entre los curas y el grupo dirigente local por la
democratización de instituciones religiosas. La emigración había causado un
fuerte impacto en muchos aspectos de la realidad local, incluido el emocional.
La localidad tenía una estructura social compleja y experimentaba un proceso
de transformación. Se produjo de inmediato un desplazamiento del centro
de interés con que había viajado a Murcia. Me interesó la realidad local por si
misma. Modifiqué también mi perspectiva teórica. Dejaron de ser prioritarios
los conceptos de cultura e identidad étnica y pasaron a serlo los de estructura
social, estratificación social, diferenciación sociocultural y estado, como refle-
ja mi primer texto publicado en 1973. La investigación debía procurarme la
información necesaria para la redacción de una monografía sobre la estructura
social y la diferenciación sociocultural de Calasparra.
Mi inclinación hacia la antropología social británica se debió no a un
conocimiento profundo de esta tradición antropológica, sino a que el con-
cepto de estructura social, central en ella, parecía más compatible con los
de estratificación social, clase social y campesinado, que me eran más afines
por práctica política y origen social, que el de cultura considerada como un
concepto global y alternativo. En 1971, en mi primer viaje a Murcia, llevé
conmigo el libro de Carmelo Lisón Tolosana Antropología Cultural de Galicia,
cuya primera edición es de ese mismo año, y cuyo autor se había formado en
el Instituto de Antropología social de Oxford. En 1973, durante mi estancia
en Calasparra estudiaba The Craft of Social Anthropology (1969), un libro bá-
sico de metodología antropológica editado y escrito por antropólogos de la
escuela de Manchester, con una introducción de Max Gluckman. El capítulo
«On Quantification in Social Anthropology» de J. Clyde Mitchell inspiró mi
pequeña encuesta sobre «llevarse la novia».
Mi respuesta a las preguntas de qué investigar etnográficamente y cómo
caracterizar antropológicamente el objeto de estudio estuvo condicionada por
distintos factores: mi sensibilidad política, la complejidad de la sociedad local
y del contexto histórico, el tamaño demográfico de la localidad, mucho ma-
yor que el de localidades elegidas por otros investigadores –Pitt-Rivers, 1970;
Pérez Díaz, 1966–, la débil institucionalización de la antropología y, en corres-
pondencia, un débil control sobre sus practicantes, así como mi conocimiento
parcial de la tradición antropológica. Más que seguir un camino trillado, había
que buscar por necesidad un camino propio.

26
La investigación etnográfica en Calasparra entre 1971 y 1974 se concretó
en sucesivas breves estancias de campo, que el diario no refleja completas. Las
entradas del diario son las siguientes:
- 1971: del 19 al 29 de diciembre.
- 1972: del 30 de marzo al 6 de abril; del 29 de agosto al 10 de
septiembre; del 8 al 15 de octubre.
- 1973: del 8 de agosto al 27 de agosto.
- 1974: del 1 al 3 de enero; del 2 de agosto al 3 de septiembre; del
27 de diciembre de 1974 al 1 de enero de 1975.

Son en total un centenar de entradas, algunas muy extensas y otras breves.


Mi condición de profesor universitario me impuso limitaciones en cuanto al
tiempo disponible para investigar. Quiero señalar también dos acontecimien-
tos de signo bien opuesto que condicionaron el ritmo y la duración de mis
estancias de campo en 1972 y 1973. El primero fue mi encarcelamiento de co-
mienzos de abril hasta final de julio de 1972 en la prisión Modelo de Barcelo-
na por orden del Tribunal de Orden Público (TOP), uno de los instrumentos
franquistas de represión de las libertades fundamentales, en cumplimiento de
la condena impuesta en 1967 por los «delitos» de asociación y reunión ilegal
por haber participado en la creación del sindicato democrático de estudiantes
de la Universidad de Barcelona. El segundo fue de signo bien distinto, el na-
cimiento de nuestra hija en noviembre de 1972.
Destaco a continuación las características principales del diario de campo.
El diario no refleja mis vivencias, porque me posicioné en un segundo pla-
no. Mi objetivo era crear las condiciones de expresión de los demás por medio
de mi disposición a escuchar. Aunque también pregunté, me concentré sobre
todo en escuchar y recordar lo que me contaban o decían. Intenté poner un
espejo o ser yo mismo un espejo de la realidad. Puede que la imagen reflejada
no agrade a algunos, lo que no me preocupa. Me preocupa que sea lo más pre-
cisa y verídica posible en el sentido de que recoja lo que realmente se dijo. No
me interesa otro tipo de verdad. El diario pretende sobre todo reflejar la vida
de la gente común –cosa que no significa que no fuera excepcional, y yo es-
toy convencido de ello–: gente que trabaja, sufre, pasa angustias, se preocupa
por los demás y por el futuro de su pueblo, se socializa y se divierte también.
Pretendí captar a gente real con sus relaciones y expresiones de indignación,
crítica, burla, valores, categorías culturales, rumores, disenso y consenso.

27
El diario no fue el resultado de una encuesta detallada sobre un tema, sino
de una investigación con un foco muy abierto para detectar elementos signi-
ficativos y sus posibles relaciones, ya que responde a preguntas iniciales tales
como ¿qué cosas son significativas y cómo se expresan? La aparición de un
elemento una única vez en el diario no lo hace irrelevante, porque el horizonte
inmediato no es el de su representatividad, sino el de sus relaciones con otros
y su significado.
En la investigación de campo hubo fases de improvisación y otras de pla-
nificación, o de una mezcla de ambas. El diario contiene algunas anotaciones,
que no he incluido en la presente edición, pero a las que me referiré aquí.
Estas anotaciones, no muchas, sirven de recordatorio y de estímulo y orien-
tación para avanzar en el conocimiento de algunos temas. Como muestra, en
septiembre de 1972 hago referencia a una encuesta sobre «llevarse la novia» en
estos términos: «Reflexiones iniciales: ausencia de propiedad, de bienes here-
dables y de control social sobre los jóvenes que se llevan la novia; inicialmente
escapan al control de la iglesia y del estado; profesión y posición de los que se
llevan a la novia; edad, papel de los padres de él y de ella, control de los padres
sobre el noviazgo de las hijas; iniciativa del joven: “llevarse la novia”, pero “irse
con el novio” atenúa el sentido de “llevarse”, llevársela a casa de los padres, de
los tíos, fuera del pueblo, etc. La presentación a los padres de ella, la residencia
de los recién casados; ámbito del fenómen». Luego formulo preguntas acerca
de la agricultura a tiempo parcial: «¿Hace cálculos el aparcero de lo que saca
o pierde de la tierra? ¿Quién le contrata? Características de los que contratan.
¿Cómo consigue el jornal? Relación de tipos de jornales a lo largo del año. ¿Va
a ser toda la vida agricultor y jornalero? ¿Qué tipos de labores descuida en fun-
ción del jornal? ¿Sabe la proporción de ingresos que le proporciona el jornal
y la que le proporciona la tierra que lleva? Dimensiones de las cajas de tierra.
¿Cómo se trabajan esas cajas? Emigración temporal». No se trata de un cues-
tionario, sino de una forma de desglosar algunos de los aspectos de la realidad
económica y social para tenerlos presentes. Alguna anotación me recuerda a
mi mismo la necesidad de estudiar el comportamiento del grupo dirigente en
relación a todos los aspectos de la realidad socio-económica y política del pue-
blo y de tomar en consideración las expresiones de inmoralidad e ineptitud de
los que gobiernan o del propio sistema político.
Combiné la redacción del diario con la consulta de otras fuentes de infor-
mación. Así, compilé datos de las actas capitulares del Ayuntamiento desde

28
finales del xix hasta la década de 1970 para obtener una visión de la evolución
del pueblo. Consulté los múltiples y diversos documentos relacionados con
la creación y evolución de la cooperativa agrícola, las actas y estatutos de la
Mayordomía del Santuario y el libro de registro de socios de la Agrupación de
aparceros. La consulta de la documentación en el local de la cooperativa agríco-
la me permitió a su vez captar relaciones y conversaciones que arrojan luz sobre
problemas relacionados con el liderazgo, la comunicación y la toma de decisio-
nes en una organización socioeconómica. En 1973 grabé un conjunto de char-
las con Juan de Paco para reseguir su trayectoria como trabajador, agricultor y
militante político, que sirvieron de base para el libro Un hombre (1998). En la
bibliografía aparecen textos etnográficos míos sobre temas tales como la crea-
ción y evolución de la cooperativa agrícola, la crisis del nacional-catolicismo
o «llevarse la novia», basados en datos del diario de campo, de encuestas y de
documentos, en los que se hace presente la relación entre la estructura política
y jurídica del estado y la estructura social y las instituciones locales.
El diario de campo es la primera escritura etnográfica, base de la elabora-
ción etnográfica posterior. Las notas etnográficas marcan la primera distancia
con respecto a la experiencia de campo y establecen la primera criba de la
realidad. El diario constituye un material básico, no sólo por la acumulación
de detalles particulares, sino también por ofrecer el contexto general de una
sociedad y una cultura.
La fiabilidad de este diario se basa en la cercanía, la memoria y la escri-
tura inmediata. Como se trata de conversaciones y no de interrogatorios, no
solía tomar apuntes durante las mismas para no crear interferencias. Al final,
escribía algunas palabras y frases en pequeñas libretas como recordatorio y
soporte para una redacción lo más inmediata posible. Nunca usé la grabación
magnetofónica ni ningún otro tipo de registro mecánico para el diario de
campo. El reparto del tiempo entre la observación participante, la escritura y
las necesidades vitales del investigador a menudo sufre desequilibrios, pero es
indispensable un equilibrio para el desarrollo sostenible de una investigación.
A veces después de haber pasado las horas del atardecer e incluso de la noche
en los bares en compañía de esparteros o de aparceros, se me hacía difícil cum-
plir con la exigencia de la escritura inmediata.
El diario tiene un carácter fragmentario debido a la variedad de temas que
surgen en las conversaciones, las variaciones e imprevistos que ofrece el acon-
tecer cotidiano de la investigación, o al hecho de que capté sólo parte de lo

29
que ocurría y a veces sólo en forma de noticia tardía. Mi intención fue recoger
toda la información por fragmentaria que fuera, ya que cuando uno anda a
tientas en una realidad que desconoce, ignora su relevancia. Las imágenes que
los protagonistas ofrecen de sí mismos, y a través de ellas de la realidad social, a
lo largo de las entradas del diario crean y expanden una imagen de la sociedad,
que no llega a ser nunca ni total ni definitiva. Los fragmentos tienen un gran
poder evocativo. El diario es así un opus incompleto.
Presento finalmente información sobre la edición del diario. En la década
de los noventa compilé todas las notas de mi trabajo de campo en un texto
unificado, pero no fue hasta 2013 que decidí emprender la edición de una
parte de las mismas. Al valor científico e histórico del diario, por limitado que
sea, se le añade un valor moral vinculado a mi deber de hacer pervivir las voces
de las personas que me hicieron confianza.
La preparación de la edición del diario ha sido como re-visitar a unos ami-
gos que han estado presentes en mi vida y en mi memoria por muchos años
y su publicación ha de hacer posible que sus palabras perduren. Yo las recogí
no para fomentar el cotilleo social, sino para poder comprender lo que estaba
ocurriendo, así como la estructura y los valores de esta sociedad. Las notas
etnográficas son la memoria de algunas cosas y de algunos hombres y mujeres
que fueron y que luego cambiaron o desaparecieron.
Al editar el diario he mantenido el orden cronológico de las entradas y el
contenido de las mismas, pero alterando en algunos casos el orden de los pá-
rrafos dentro de cada entrada y depurado el estilo con el fin de hacer el diario
legible. En relación al orden, he agrupado aspectos del mismo tema que figu-
raban separados a causa de la premura de la redacción y de los mecanismos de
la memoria del investigador, pero manteniendo siempre clara la identidad de
la persona o personas que hablan o de aquellas a las que se refieren o concier-
nen. En relación al estilo, he unificado el tiempo verbal, pasándolo al presente,
he explicitado palabras implícitas a causa de la abreviación en la redacción
inmediata y he reducido los innumerables «dice» que identificaban a quien
pertenece cada expresión y cada información, sin afectar por ello la claridad
de la identificación. Para reforzar la historicidad del documento, decidí que
las personas aparecieran con sus nombres propios y con las modalidades or-
dinarias de nominación que utilizan los demás para identificarles y que son la
base de la comunicación social. La forma ordinaria es mediante el alias. Sólo
unas pocas personas figuran con su apellido, porque carecen de alias o no lo

30
conocía cuando entraron por primera vez en el diario. Mantuve esta identi-
ficación cuando llegué a conocer el alias, aunque alguna vez apellido y alias
pueden aparecer juntos. He aclarado el significado de algunos términos espe-
cíficos, cuando éste no se desprende del contexto, con notas a pie de página
y he añadido entre paréntesis los términos estándares correspondientes a los
términos usados en la localidad, como por ejemplo panizo (maíz), garrofero
(algarrobo), piojar (pegujal o pegujar), despiazar (despedazar), simentero (se-
mentera), etc.
En la época de mi primer trabajo de campo y posteriormente, consideré
que mis trabajos etnográficos sobre la sociedad y la cultura murciana podían
contribuir a la construcción de una historia más detallada de las transfor-
maciones de la estructura social y la cultura de la sociedad española. Este
diario etnográfico puede ser útil para los historiadores, pero quisiera destacar
la utilidad para los antropólogos, sobre todo para los que se inician en la an-
tropología. Un diario de campo no sólo es un documento histórico que con-
tiene información tanto sobre la realidad de una sociedad y una cultura como
sobre un investigador y su disciplina, sino también un documento metodoló-
gico relacionado con el método etnográfico. Sanjek nos recuerda que “pocos
antropólogos han visto notas de campo antes de realizar trabajo de campo”
(1990:187). Este diario con una ordenación puramente temporal no contiene
interpretaciones ni subrayados. Tampoco constata las imprecisiones, pensan-
do que la lectura las identificará y el avance del diario las paliará. Mi objetivo
fue la captación del detalle, no siempre suficientemente reflejado o atrapado.
Ello permite plantear quizás con más facilidad o claridad que en otros textos
cuestiones acerca de los modelos de escritura, la clasificación y análisis de la
etnografía y la incidencia del investigador en la realidad social.

II

Presento en este apartado un esquema interpretativo sobre la dirección


y sentido del cambio de la sociedad y la cultura de Calasparra en la primera
mitad de la década de 1970 como una guía de lectura de las notas etnográficas.
Analizo en primer lugar la división del trabajo y el mercado de trabajo y
los significados de algunas categorías sociales relacionadas con ellos.

31
Las categorías espartero y aparcero no asociaban a los individuos de for-
ma exclusiva con el monte y la tierra cultivable, ni tampoco designaban las
relaciones que existían entre ellos en la posguerra. Los términos espartero y
aparcero (mediero) destacan sólo algunas de las actividades de un individuo y
también su origen o antecedentes.
Una estructura de relaciones desiguales y jerárquicas había sido el marco
de la categoría aparcero. El propietario de la tierra, principalmente en la vega,
con cultivo intensivo, dividía la finca en explotaciones agrarias, muchas de
ellas de reducida extensión. El trabajo del aparcero y su familia garantiza-
ba una producción máxima en un sistema agrario pobremente mecanizado y
también la obtención de un máximo de renta. El término «amo» añadía a la
categoría de propietario los significados de poder y autoridad sobre los apar-
ceros. El amo tenía el poder de mantener al aparcero y a sus descendientes en
su tierra –las aparcerías de herencia– y también el de echarles, amenaza que
esgrimía sobre todo en determinadas coyunturas políticas. La subordinación
del aparcero se expresaba mediante la prestación de servicios personales por
parte de él mismo y de su familia a la del propietario, y mediante la lealtad en
términos políticos y religiosos: ir a misa era tanto un acto religioso como de
lealtad política.
El tamaño de la explotación y la calidad de la tierra eran la base de una
jerarquía de aparceros. El labrador ocupaba la posición más elevada debido
a la cantidad y variedad de tierra que cultivaba y disponía de una vivienda
próxima a ella, evitándose los largos desplazamientos del resto de aparceros
residentes en el pueblo, y también por el hecho de contar con animales de tra-
bajo y la posibilidad de su reproducción en un contexto en que muchos apar-
ceros no disponían de ellos. Entre aparceros vecinos de tierra se establecían
diversas relaciones de intercambio, algunas de las cuales eran de trabajo, como
la «peonada vuelta», regida por una reciprocidad casi perfecta, pero también
otras, menos equilibradas, como cuando el labrador labraba la tierra de un
aparcero que no contaba con animales de labor, cuya equivalencia era un día
de labranza por tres de trabajo.
El jornalero agrícola formaba parte de este sistema, ocupando su nivel in-
ferior. En la posguerra, con mano de obra abundante, carente de movilidad y
sometida a un rígido control político, los salarios eran muy bajos, incluso «de
hambre». La renta del propietario de la tierra, así como la ganancia del apar-
cero, dependían en mayor o menor proporción de la explotación de trabajo

32
jornalero. Las relaciones verticales de producción entre propietario de la tierra
y aparcero, dobladas de relaciones de subordinación y lealtad, eran centrales
en la configuración de la sociedad, mientras que las relaciones horizontales
entre aparceros eran periféricas y la distancia social entre aparceros y jornale-
ros, grande.
En la década de los sesenta, un conjunto de factores contribuyeron a trans-
formar este sistema: el acortamiento del ciclo de cultivos de cuatro a dos años,
el aumento de los salarios agrícolas al disminuir la mano de obra por la emi-
gración, el descenso del precio de los productos agrarios después de la etapa
de autarquía y mercado negro, y el encarecimiento progresivo de factores de
producción tales como abono, semillas híbridas, insecticidas, etc. Sin la modifi-
cación del contrato de aparcería, la mayor parte de la carga recaía sobre el apar-
cero y, en especial, sobre los labradores a cargo del cultivo de las explotaciones
más grandes. El cultivo de la tierra ya no les resultaba tan ventajoso si tenían
que asumir los salarios en aumento de los jornaleros, y su posición social resul-
taba menos atractiva de lo que había sido. La desaparición de los labradores y la
reducción del número de jornaleros modificaron las relaciones entre aparceros
y las de éstos con los jornaleros. Las relaciones horizontales entre aparceros co-
braron significación social hacia mediados de 1960 con la huelga que retrasó la
siembra y la creación posterior de la Agrupación de Aparceros.
La transformación del sistema de relaciones de producción entre propie-
tarios y aparceros estimuló la movilidad de los aparceros y el mercado de de-
rechos sobre la tierra. Ser aparcero pasó a depender fundamentalmente del
dinero que uno poseía, directamente o por préstamo, y de la oferta y la de-
manda, es decir, del número de aparceros que querían dejar la tierra y del
número de los que querían ser aparceros o ampliar sus tierras de cultivo. Una
fuerte demanda hace subir el precio de los derechos y la escasa o baja demanda
hace que la tierra quede retenida en manos de los aparceros para no materia-
lizar pérdidas, dado que la entrega voluntaria al propietario no comporta una
compensación de derechos. Es el mercado el que determina quien es aparcero,
aunque el propietario se reserve dar su beneplácito. El propietario de la tierra
interviene directamente en este mercado sólo con el propósito de retirar la
tierra para pasar a cultivarla él directamente. En este contexto, la descripción
del contrato de aparcería como una relación dual no capta el conjunto de rela-
ciones que se crean entre un propietario de la tierra y dos aparceros, el saliente
y el entrante. La monetización introduce flexibilidad en la relación entre pro-

33
pietarios y aparceros. El dinero pagado por el aparcero entrante al saliente es
el mejor aval que recibe el propietario por el interés que aquél tendrá en hacer
rendir el capital que entregó. Además del mercado secundario de la tierra, el
de los derechos de la tierra, vinculado al contrato de aparcería, el mercado
primario, el de la compra y venta de la tierra, fue muy dinámico debido a las
compras de tierras fértiles por parte de empresarios del esparto, de fábricas
conserveras y también de emigrantes.
Los cambios en la división del trabajo y la ampliación del mercado de
trabajo posibilitaron la transformación parcial del aparcero en trabajador asa-
lariado. La mejora de los accesos a las fincas y la maquinaria agrícola facilitan
el cultivo de la tierra y ahorran tiempo, mientras que los elevados precios de
los factores de producción y la depreciación de los productos agrícolas le em-
pujan a buscar nuevas fuentes de ingresos. El trabajo a jornal se convierte en
una prioridad y ocupa la mayor parte de su tiempo, mientras que el tiempo
dedicado al cultivo de la tierra que lleva en aparcería deviene secundario.
La dirección del cambio es desde una situación en que era difícil subsistir
sin acceso a la tierra a otra en que es difícil subsistir sin el jornal y un salario. El
salario se ha convertido en el término de comparación y de unificación entre el
trabajo a jornal y el trabajo como aparcero. El cambio se puede describir con
los términos cálculo y contabilidad. El aparcero introduce la idea de salario
en la aparcería, de la que estaba ausente, al asignar un precio a cada unidad de
trabajo que realiza en la tierra. Valora su trabajo como aparcero mediante la
referencia al valor que el mercado laboral asigna a su trabajo. La contabilidad
le permite saber cuánto gana o pierde en el cultivo de la tierra considerando
el plazo de uno o varios años. La cuantificación puede producir una sobre-
estimación del tiempo real del trabajo invertido en la tierra –por ejemplo,
la afirmación de que hace dos jornales en un día– y del valor del trabajo en
la aparcería, una racionalización que justifica su dedicación principal al jor-
nal. La condición de trabajador eventual estimula en el aparcero la iniciativa
individual y la competición por conseguir jornales inciertos y cambiantes a
lo largo del año. Iniciativa, movilidad, cálculo, contabilidad y competición
caracterizan a este nuevo trabajador.
Esbozo a continuación la transformación de la categoría espartero. En
la posguerra, el esparto fue una fibra protegida y su uso masivo en diversos
sectores productivos aseguró la continuidad de las fábricas de esparto locales y
del trabajo de los esparteros que arrancaban el esparto en el monte. La materia

34
prima y la mano de obra eran locales. El cierre de las fábricas de esparto, cuya
propiedad estaba concentrada en pocas manos, dio paso a una atomización de
iniciativas empresariales discontinuas por parte de pequeños intermediarios,
a la vez trabajadores, que compran el esparto que arrancan los esparteros, con
los que comparten trabajo y formas de vida. El trabajo a destajo caracterizó
tanto la etapa de la industria del esparto como la posterior.
En una situación de una multiplicidad de trabajos disponibles, el trabaja-
dor establece una comparación entre ellos en términos de la mayor o menor
ganancia que calcula que obtendrá y de la duración y esfuerzo que le compor-
tará. El criterio de elección se guía por estas consideraciones y no por nociones
como las de compromiso, fidelidad u otras. Los cambios en las categorías de
aparcero y espartero hacen emerger la figura de un individuo menos fijo, me-
nos dependiente de un único sector productivo, y por ello con más libertad
para elegir su trabajo y sus posibilidades de ganancia, pero en un contexto
de mayor incertidumbre laboral, que en gran parte se corresponde con la in-
certidumbre del valor de mercado del esparto y sobre todo de los productos
agrarios, incluidos los productos hortofrutícolas elaborados, debido a factores
tales como la sobreproducción y el proteccionismo agrario de la Comunidad
Europea, de la que España no formaba aún parte.
La ampliación del mercado de trabajo ofrece oportunidades laborables
a los distintos miembros de los grupos domésticos según edad y sexo. Ello
no cuestiona su unidad, en tanto que el salario de los demás miembros del
grupo doméstico sea considerado un complemento del salario del cabeza de
familia, que administra su esposa. La autonomía de los grupos domésticos es
un principio social básico reconocido por todos. La competencia y rivalidad
en el trabajo pueden entrar en contradicción con el principio de solidaridad
entre consanguíneos próximos, como entre padre e hijo y entre hermanos, en
cuanto formen parte de unidades domésticas distintas.
Las relaciones sociales de producción esbozadas son la base de una estrati-
ficación social que conforma un orden jerárquico visible por las convenciones
y etiquetas sociales.
A mi llegada, el cura-párroco me advirtió: «si te ven al lado de los caciques,
te será difícil relacionarte con la gente». Los términos cacique y caciquismo
y los términos servil y servilismo caracterizan a un poder despótico reforzado
por la dictadura franquista. Los valores de autonomía, justicia y libertad des-
legitiman este poder. Los cambios en el mercado de trabajo crean un nuevo

35
marco y unas condiciones más favorables para la reivindicación simbólica y la
práctica de la autonomía y la justicia social. Los discursos de diversos actores
sociales criticando a quienes se enriquecen ilícitamente, se saltan las normas,
etc., es decir, contra el grupo dominante, se formulan a menudo en círculos
restringidos, entre personas de confianza. Son discursos ocultos, según el tér-
mino de Scott, constituidos «por las manifestaciones lingüísticas, gestuales y
prácticas que confirman, contradicen o tergiversan lo que aparece en el dis-
curso público». (2003: 27) El autor considera el discurso oculto «como una
condición de la resistencia práctica» (268). Parte de las notas del diario reflejan
discursos ocultos mediante los cuales se expresa la crítica social y política y se
deslegitima el poder del grupo dominante local.
En la década de 1970, el emigrante era ya una figura de alteridad, que
condensa la tensión entre lo propio y lo forastero. Los locales acogen a parien-
tes que regresan al pueblo, pero no les dejan pagar el consumo que hacen, tra-
tándoles en este sentido como forasteros: «Vosotros los de Barcelona, comed,
porque allí se os terminan enseguida las perras y a los de aquí no se nos acaban
nunca. Al entrar en el bar avisa al camarero para que no le cobre a su herma-
no». La actitud de los locales frente a ciertos signos que exhiben los emigrantes
es también ambivalente y oscila entre la admiración y la desaprobación: «Se les
conoce por el transistor, el acento y porque llevan mejores ropas. El transistor
fue antes un elemento de prestigio que no se podía hallar en el pueblo. Ahora
ya no lo es tanto, pero continúan llevándolo. Cogen el acento catalán ense-
guida y cuanto menos tiempo están, más. En diez días lo cogen y lo exhiben
cuando vienen, para poder indicar que ellos han estado en Barcelona».
La figura del emigrante sirve no sólo para criticar ciertos signos que indi-
can cambios en la identidad, sino también para criticar formas de ocio y de
consumo locales. Una mujer local dice a un emigrante de vacaciones en el
pueblo: «Aquí se gana más ahora, pero también se derrocha más y es una lásti-
ma». El hombre responde: «En Barcelona se va poco al bar, los bares no se ven
llenos los días de trabajo». La oposición entre estar y no estar en el bar expresa
ideas de ahorro y despilfarro, de virtud y vicio. Esta oposición es utilizada por
otros sectores sociales para expresar una crítica del consumo de los jornaleros:
«gastan en bebida, no en un filete»; «tienen fama de que se lo gastan todo en
vino». La imagen de un fuerte desequilibrio entre consumo público y privado,
personal y familiar, se convierte en un indicador negativo de moralidad de cla-
se. El mismo parámetro, es decir, el consumo excesivo en cuidar de su aparien-

36
cia de una mujer del sector jornalero, es considerado por los jornaleros como
un indicador claro de moralidad sexual desviada, lo que genera sospechas y
críticas. Las formas de consumo son interpretadas en términos morales, es
decir, son objeto de juicios morales que, en este caso, constituyen estereotipos
negativos para los jornaleros y sus mujeres.
Contextualizo estas ideas sobre el consumo en el marco de las actitudes de
los jornaleros sobre el trabajo. El hombre que lleva tierra y trabaja al jornal es
un hombre prudente y previsor, que trabaja al máximo de su capacidad por el
hecho de que compatibiliza dos actividades y dos escenarios distintos, que no
hace pausas entre dos trabajos, por si mañana no puede trabajar por razones
climatológicas o porque no encuentra trabajo. Por ello «se obliga» o «se obliga
demasiado». Le define su preocupación por el futuro y no la indiferencia: «ya
se verá mañana». Incluso el jornalero eventual, que no lleva tierras, no acepta
su responsabilidad cuando no puede trabajar y la transfiere al gobierno: «¡No
sabe el gobierno que necesito trabajar todos los días!» Aunque algún jornalero
asocie trabajo con comida, «nosotros trabajamos para comer», el consumo
normal de los jornaleros es más amplio e incluye la reforma de la casa, ele-
mentos de confort, vestido, medio de transporte, etc. No incluye consumos
como vacaciones. Si el jornal no permite la acumulación de dinero, hay dos
mecanismos que la permiten: la vendimia en Francia, sobretodo si la realiza
un matrimonio o un matrimonio y sus hijos, y los trabajos agrícolas de tem-
porada en la localidad, como la recogida de fruta, a menudo a destajo. La acu-
mulación de capital en momentos puntuales del año permite a los jornaleros
y sus familias afrontar deudas, pero también consumos tales como la reforma
de su casa, etc. Cuando sus ingresos disminuyen o cesan acuden al fiado («la
libretas de púas») para hacer frente al consumo normal y lo complementan
con la rebusca de ciertos alimentos como aceitunas y almendras, cultivos de
huerta, la pesca en el río, la cría de algunas aves de corral, comidas sencillas y
baratas como el jarullo, que se compone de agua y harina, la elaboración del
pan en la propia casa, cuando ya se ha impuesto la venta pública del pan, etc.
El bar y sus aledaños facilitan la comunicación y la transmisión de la infor-
mación sobre oportunidades de trabajo en una estructura laboral caracterizada
por la eventualidad y la incertidumbre. Acceso a la información, implicación
social y patrón de consumo están relacionados.
He estirado algunos hilos, quizás los más largos, con los que he unido
diversos retazos de formas y colores distintos, pero hay otros hilos por estirar

37
con los que enlazar los mismos retazos de distinta manera y otros retazos que
componen el diario. La metáfora textil ilumina mejor el contenido del diario
que metáforas relacionadas con la construcción de edificios. En todo caso, el
propósito de este análisis tentativo es el de orientar hasta cierto punto al lector
en la trama de informaciones del diario, aunque cada uno también se guiará
por sus conocimientos teóricos y etnográficos previos.
Finalmente, retomo dos cuestiones principales: la naturaleza del diario
etnográfico y la finalidad del mismo.
Un diario es una obra inacabada, incompleta por naturaleza. Sus lími-
tes son cronológicos, no conceptuales. No posee una estructura teórica y no
persuade mediante la coherencia de un argumento teórico o la de la relación
entre un argumento y los datos que le sustentan. El diario de campo persuade
sólo mediante la reiteración, acumulación y saturación de datos fragmentarios
precisos. Los fragmentos revelan distintos aspectos de la sociedad y la cultura.
¿Para qué sirve un diario etnográfico? Para capturar el presente de una
sociedad y una cultura, captar situaciones y significados en vivo y relacionar
unos con otros. Un diario etnográfico es un instrumento y un hábito que
dirigen la mirada del investigador al presente, a lo cotidiano. El pasado es un
territorio en el que la realidad presenta un perfil relativamente claro, estruc-
turado y estable. En el presente la realidad no presenta un perfil tan nítido,
ni una estructuración tan evidente y además está rodeada de mayores dosis de
incertidumbre. El pasado se presta al pensamiento narrativo y a la producción
de narrativas. Un diario de campo debe recogerlas contextualizándolas en el
presente, pero ello no debería constituir la materia prima básica de un diario
de campo, sino que la constituye el presente, una sucesión de presentes.
Mary Douglas caracteriza «nuestra tradición de “presente etnográfico” en
los siguientes términos: “Se trata de un tiempo especial que se propone como
objetivo concentrar el pasado, el presente y el futuro en un presente continuo.
(...) El presente etnográfico tiene más interés que una dimensión temporal
reconstruida y mal interpretada. Sintetiza en un punto temporal los aconte-
cimientos de numerosos períodos, síntesis cuyo valor deriva de la calidad del
análisis del presente percibido. Se considera que toda cosa importante relativa
al pasado se hace conocer y sentir por ella misma, hic et nunc (aquí y ahora).
De la misma manera, las ideas actuales acerca del futuro conducen los juicios
presentes hacia determinados caminos, a la vez que abandonan otros. La sínte-
sis incorpora una perspectiva de doble dirección en la que el individuo trata su

38
pasado de forma selectiva como una fuente de validación de mitos y el futuro
como el dominio de los sueños. El tiempo remite a un filtro direccional que se
utiliza en el presente para resaltar, a partir de mitos y de sueños, conjuntos que
se imbrican de manera plausible y constituyen guías para la acción» (Douglas
and Isherwood 2008: 49).
El diario permite ver cómo la persistencia de un pasado se imbrica en el
presente con el sistema político y los derechos de los ciudadanos, instituciones
tales como la cooperativa agrícola, el contrato de aparcería, etc. y cómo todo
ello alimenta y engrandece la figura mítica del cacique y el caciquismo, pero
también cómo los sueños y las aspiraciones alientan resistencias, luchas y rup-
turas que van modificando el presente, y que afectan a la familia de estatus, a
la relación jerárquica entre padre e hijos, a las relaciones entre propietarios y
aparceros, a los de gobernantes y gobernados, etc. pero cómo a la vez se man-
tienen muchas continuidades, sobretodo en las posiciones de clase social y la
distancia entre ellas.
Aunque muchos datos del diario fueron incorporados a mis trabajos, soy
consciente de que mi uso no agota todo su potencial y por ello los ofrezco a
la consideración de otros estudiosos y lectores en general. Con la edición de
este diario, que muy probablemente cierra un largo ciclo de escritos sobre
Calasparra, quiero reafirmar mi estima por todas las personas que me hicieron
confianza y que espero no haber defraudado.
Finalmente, quiero expresar mi gratitud a todas las personas que fueron
mis informantes en esta etapa de la investigación y, de una manera muy espe-
cial, a Antonio Ochando, Juan de Paco «el Cuarterón», Francisco Pérez Mayo,
Mari Carmen Pérez, Manuel Moya Haro «el Zoco», Pedro Aznar «el Porras»,
Alfonso Marín «Choncho», Esperanza, esposa de «Choncho», Juan Valver-
de, Miguel Moya Marín de «la Molinera», Fulgencio «el Pujavante», Pedro
«Partal», José «de los Naranjos», Antonio «del Ocaso» y Joaquín Salinas. Mi
tributo de gratitud para algunos es a su memoria.
En relación a la edición, quiero hacer un reconocimiento especial a Anto-
nio J. Ramírez, joven sociólogo murciano, cuya recepción entusiasta reforzó
mi confianza en el interés del diario. Transcribo lo esencial de sus respuestas a
las preguntas: ¿Se percibe la sociedad y la cultura a través de las notas etnográ-
ficas? ¿Trascienden el nivel de la anécdota? ¿Podría ser útil para los estudiantes?
Sus comentarios enriquecen el texto:

39
«El diario es muy explícito, sus conversaciones, lugares, formas de hacer...
Por momentos me ha resultado muy divertido y ameno. Quedan totalmente
explicados los usos y costumbres, los discursos, los modos de vida, las relaciones
sociales, las formas de trabajo, la dignidad, los códigos ocultos, el lenguaje, la
relación de fuerza entre curas y el poder político, los lugares de socialización, el
cuidado de la familia, los códigos de herencia y transferencia de bienes, las causas
de la emigración y la relación entre emigrantes y autóctonos...» (...) «Queda muy
claro que es un proceso de investigación que se va construyendo a si mismo,
donde las anécdotas aportan frescura y especifican un tiempo y un tipo de rela-
ciones sociales. Hay anécdotas muy reveladora» (...) «Creo que queda muy bien
reflejada y con mucho respeto la cultura rural murciana. Cuando utilizas expre-
siones rudas es porque se utilizan en realidad, son parte muy importante de la
cotidianidad de la gente». (...) «A lo largo del texto vas comprendiendo cómo se
construye un objeto de estudio, cómo acercarse a él, cómo y dónde observarlo,
dónde y con quién hablar. Presenta la investigación como un proceso totalmen-
te real y realizable. A los estudiantes nos suelen llegar grandes obras terminadas,
textos fabulosos que nos parecen inalcanzables y nos empequeñecen; este trabajo
nos aproxima al proceso de creación, a la cocina, a los comienzos. (...) Así al me-
nos me he sentido yo leyéndolo, cómo un viaje iniciático a las profundidades del
proceso de investigación donde escribes sobre lo que no estamos acostumbrados
a preguntar y a veces damos por hecho: la creación artesanal del corazón de la
investigación y la inabarcable riqueza de las relaciones interpersonales».
Agradezco a Virginia Marín la lectura y sugerencias al texto y su compre-
sión y apoyo de larga duración.
Agradezco a Beatriz Santamarina su ayuda decisiva para la publicación
del diario.

40
Diario etnográfico

19 de diciembre de 1971, domingo.

Llego a la estación de Calasparra hacia la una de la tarde con el tren de Carta-


gena a Madrid. Un autocar pequeño espera. El billete cuesta diez pesetas1. Somos
diez pasajeros. La carretera desciende hasta el puente sobre el río Segura, de color
fangoso. Ha llovido los últimos días. Hoy luce el sol. Cruzado el río, una cuesta
bordeada de grandes plátanos amarillos lleva al pueblo. Cuentan que la lluvia ha
entorpecido la recogida de la aceituna, «faena de mujeres, faena entretenida», y
la del maíz. Las tierras cercanas al río Segura «son de cuatro». Al llegar al pueblo
pregunto a un joven que viene en el autobús por una fonda. Me indica «La
Posada», situada en el Convento, plaza por la que cruza la carretera a Caravaca.
El joven venía de Cartagena. Trabaja como pintor de cuadros. Es el mayor de
sus hermanos y a los dieciséis años se fue a Italia, donde pasó un año y luego,
tres en Francia. En el pueblo están sus padres y sus tres hermanos, dos mujeres
y un niño de ocho años. El joven viste una chaqueta de cuero claro con flecos.
Su padre tiene bastantes hectáreas de tierra y es de un pueblo de la comarca. La
Posada es una casa de planta y dos pisos. En la planta hay un bar muy espacioso.
Entre el Convento y la Corredera (Plaza del Generalísimo) se halla nú-
cleo central del pueblo: ayuntamiento, una iglesia, comercios, bares, bancos,
puntos de reunión. En dirección al castillo, algunas calles empinadas llenas

1
   0,06 euros. Un euro equivale a 166,386 pesetas. Las cantidades que figuran en el
diario son en pesetas y duros. Un duro equivale a cinco pesetas.

41
de fango, pero con las aceras asfaltadas. En los alrededores del castillo viven
gitanos. Las casas pertenecían a moradores del pueblo que las vendieron. La
Serratilla, con restos de un castillo, está presidida por un gran yugo y flechas2.
La carretera de Mula rodea parte del pueblo.
He escuchado en varios lugares «ir a esperar a la Virgen». La patrona de
Calasparra es la Virgen de la Esperanza. Su ermita está a las afueras. Sobre las
cuatro de la tarde, frente al ayuntamiento se forma una comitiva compuesta
por las autoridades precedidas por la banda municipal. Delante y detrás, gru-
pos de gente, muchachos y muchachas, viejos, viejas, hombres y mujeres y
niños, todos mezclados suben hasta detenerse frente al molino arrocero viejo
de Joselito, dueño de La Posada. Algunos siguen avanzando más. También
subían tres monaguillos con una cruz y dos cirios. La Virgen se acerca llevada
en andas por cuatro hombres. Manto rojo con bordados de oro y corona de
oro. Claveles rojos bajo sus pies. Algunos hombres situados cerca de la imagen
disparan cohetes. Cuando la Virgen llega a la altura de las autoridades la si-
túan de cara al cura que, vestido con capa blanca y de pié sobre una escalinata,
inicia sus palabras con un viva a la Virgen de la Esperanza. Antes, la banda
municipal ha tocado el himno nacional. Cuando el cura finaliza su bienvenida
a la Virgen, se escuchan tres vivas a la Virgen, coreados por los congregados,
y muchos aplausos. Una riada de gente sin distinción de sexo, edad o vestido
se pone en marcha hacia el centro del pueblo. La banda alterna el redoble del
tambor con la música. Se avanza despacio. Los que llevan la Virgen se paran
de vez en cuando. Se disparan más cohetes. Al llegar frente a la iglesia del Con-
vento, donde estará mientras permanezca en el pueblo, y aproximadamente en
el centro de la plaza, la multitud rodea a la Virgen y la banda vuelve a tocar el
himno nacional. Se entra en la iglesia. Parte de la gente se queda en la plaza.
He ido a «esperar a la Virgen» con dos viejos que llevan una gorra negra.
Se refieren a la Virgen y su romería, que se celebra el 8 de septiembre, como
«algo grande, algo divino3». Uno de ellos dice que la huerta está muy reparti-
da, que los jóvenes no trabajan la tierra y ellos, los viejos, son los que la culti-
van y cuando se mueran, «que se las queden sus propietarios». Tiene un hijo

2
   Símbolo falangista adoptado por el régimen de Franco.
3
   El término divino se utiliza para referirse a cosas de calidad y belleza extraordinarias
en todos los ámbitos, no sólo en el religioso. Por ejemplo: un vestido divino, una casa
divina.

42
llamado Joaquín en Barcelona. Sobre jornales: de nueve de la mañana a seis de
la tarde, doscientas o más pesetas. Hay épocas con muchos jornales.
Al atardecer pregunto a tres grupos de hombres en bares del Convento
sobre la repartición de la herencia. La herencia se reparte a partes iguales entre
todos los hijos, tanto varones como hembras. Entran en la repartición la casa,
los instrumentos de trabajo y las propiedades, si las hubiera. La casa se valora
y se vende, o si alguno quiere quedarse con ella, tiene que pagarles a los demás
el valor de su parte. El primer grupo de hombres a los que pregunto toma unas
cañas de cerveza. Me contesta uno de ellos, mientras los demás escuchan: «Se-
ría mal padre el que lo dejase todo a uno de sus hijos. ¿No son todos iguales?
¿No son todos hijos suyos?» A la pregunta de quién se queda en casa y se casa
en ella, los tres grupos contestan que a veces el hijo o la hija pequeño, pero
que es indiferente. Un grupo de hombres, más jóvenes que los otros dos, dicen
que si los padres son agricultores, los hijos tienden a quedarse en casa, sin que
exista preferencia por el mayor o por el menor.
Pedro es el camarero de La Posada, un bar nuevo con mucha clientela.
Cuenta que su hermano tuvo el bar-fonda junto a la iglesia del Convento,
pero lo vendió y compró un taxi. Lleva gente de Calasparra a Barcelona. Pedro
trabaja en el bar porque Joselito, el dueño, le pidió que fuera a trabajar con él.
Había trabajado antes de camarero. Pedro me dice: «Nos quejamos de los de
arriba, pero si estuviéramos en su posición, haríamos los mismo».

20 de diciembre de 1971, lunes.

Antonio Ochando, hijo del guardarríos y propietario de tierras, estudió,


pero dejó incompletos sus estudios. Es el contacto que me facilitó Horacio
Capel, originario de Lorca, profesor de Geografía en la Universidad de Barce-
lona. Antonio utiliza la expresión «tara mental» para definir la incapacidad del
pueblo para ir adelante o, más exactamente, la incapacidad de los capitalistas
de invertir en el pueblo.
Existe esparto en todos los pueblos de la zona. Se cerraron las fábricas locales
que elaboraban el esparto. Durante la posguerra ganaron mucho dinero, luego
ganaron menos y cerraron. Emigración a causa de la crisis del esparto. Fracaso de
las cooperativas de trabajo artesano creadas con posterioridad. Una cooperativa
de hilaturas de esparto todavía funciona, pero es reducida, da trabajo a pocos.

43
«Aprecio a los curas. Al cura joven los ricos le llaman el “caragitano”».
Por la tarde, Antonio quiere presentarme a Pedro «Partal», un espartero,
con el que hizo el servicio militar. Vive cerca de la iglesia de los Santos. Están
en casa su mujer, el niño y la madre de ella. Preparan dulces navideños. Nos
dirigimos al bar Campero, en las Cuatro Esquinas. En una mesa seis o siete
esparteros, entre los cuales está Pedro. Antonio me presenta y se va. Beben
cerveza y comen garbanzos tostados. Hay varias cervezas grandes que llaman
«butanos». Me hablan de una profesión difícil, a destajo. Critican al capital
porque no se mueve y no crea puestos de trabajo y ponen como ejemplo el que
durante el verano salen tres autobuses diarios con mujeres a la Copa de Bullas,
un pueblo misérrimo según ellos, a trabajar en una fábrica de conservas. Dos
hombres de Cieza, Pascual4 y «Tarzán», sentados en torno a la misma mesa,
hacen de empresarios de ellos. Trabajan juntos. Tienen una furgoneta DKW y
un Jeep. Ambos arrancan también esparto. Los esparteros dicen que les están
agradecidos porque les dan su jornal y sin ellos se quedarían sin trabajo. Al-
fonso, «Choncho», dice que a veces después de pagarles, se quedan sin blanca.
Ellos son los que se estrellan contra los empresarios de Cieza, quienes les com-
pran el esparto. Pascual y «Tarzán» se quejan de que un ochenta por ciento
de los esparteros locales a veces no quieren trabajar. Para Alfonso, es gambe-
rrismo. Son gente que cobra un día treinta o cuarenta duros y al día siguiente
no les da la gana de ir a trabajar, incluso a veces van al monte y se vuelven en
animal o a pie, sin haber trabajado. Pone el ejemplo de un padre y sus cuatro
hijos que no trabajan de forma regular, cuando si lo hicieran, llevarían mil
pesetas a su casa. Al poco entra en el bar uno de los cuatro hijos citados. Pedro
dice que este muchacho, de unos dieciséis o diecisiete años, de buena planta,
podría enamorar a una mujer de dinero, pero va desastrado. Varios: «Seguro
que no lleva calzoncillos, seguro que no lleva calcetines. Llevan el culo abierto
y se atan los pantalones con esparto. Son descastados»5. Alfonso: «A veces los
castellanos somos peores que los gitanos».

4
   Su apellido es Aroca como he descubierto a través de fotografías del libro Tiempos de
Esparto. Memoria gráfica. Cieza siglo xx, editado por Villa Atalaya-Ateneo de la Villa
de Cieza, Murcia, 2002.
5
   Las críticas al patrón de trabajo y de consumo de este padre y sus hijos hacen emerger
un universo moral estructurado por las categorías gente con casta/ gente sin casta. Los
«castellanos descastados» están más alejados de este universo moral que los gitanos.

44
Pedro insiste en que los jóvenes, y se incluye él en esta categoría, quieren
mejorar, tener en lo posible igual que los demás, los más ricos. Hay en el
bar una revista donde aparece una foto del Marqués de Villaverde, yerno de
Franco. Uno de ellos dice: «Es un hombre como tú». Pedro replica: «Pero con
perras, que es lo que me falta. Lo importante son los billetes, con billetes lo
compras todo».
Un hombre mayor, dirigiéndose a Pedro: «yo soy feo pero con salero, tú
feo, pero endulzado».
Ochenta individuos se juntan para recoger esparto. Uno dice que repre-
sentan a unas sesenta familias. Algunos esparteros llevan tierras. Aparcería: a
medias en las tierras de la vega6; si se trata de una tierra de secano, el aparcero
entrega un tercio de la cosecha al propietario de la tierra. El aparcero o medie-
ro compra los derechos al amo por una cantidad de dinero o cargándolo sobre
la primera cosecha. El mediero puede vender sus derechos a otro mediero o el
amo pude pagarle una suma de dinero para deje la tierra.
Los fruteros son los intermediarios que compran la cosecha de albarico-
ques, melocotones, ciruelas, pero también de habas y otros vegetales.
Algunas expresiones: pagar a tocateja (al contado); estar detrás de la boja;
pijo; estar pensando en la mona de Pascua (estar distraído); cucha (escucha,
como forma exhortativa); me cago en la segunda horquilla de los cuernos de
tu padre; esparteñas; una miajica de lluvia; una chispina de lluvia; chispe,
chispe, no llueve.

21 de diciembre de 1971, martes.

Antonio Ochando menciona la existencia de un grupo de «accionistas»,


mujeres que pertenecen a Acción católica. Su hermana forma parte de él. Con-
verso con varias de ellas en la rebotica de la farmacia de la familia de Esperanza
Corbalán, cercana al Convento. Son mujeres de mediana edad y solteras.

6
   La vega es regada por las siguientes acequias con presas que derivan el agua del
río Segura: El Puerto (5 kilómetros de longitud y 123 hectáreas regadas), Rotas (14
kilómetros y 367 hectáreas), Berberín (4 kilómetros y 60 hectáreas), El Esparragal (4
kilómetros y 120 hectáreas). Datos extraídos del libro de Manuel Moya, Calasparra
en la vega del río Segura 1920-1990. Calasparra: edición de autor, 1992, pp.11-12.

45
Esperanza se refiere al barrio del Esparragal, donde viven esparteros y gita-
nos. A los de este barrio y a los del Castillo se les denomina «los de allí abajo»7.
En las casas a veces hay un tocadiscos y lo tienen a todo volumen. Le decían:
«Dejad que se oiga jaleo». Cuando se ponen a cantar, todos cantan: el niño,
el abuelo, etc. Están todos juntos. Es un barrio independiente del resto del
pueblo. Las niñas en vez de ir a pasear al centro del pueblo, se quedan en casa
o en el barrio. Esperanza concluye: «En el fondo tienen desesperanza».
Esperanza cuenta que hace poco una mujer «se fue» con el novio a Barce-
lona. Llevarse la novia, antes como ahora, ocurre mucho. «¡Ay qué desgracia!
¡No entres más a mi casa!», dicen las madres de las muchachas. Inmediata-
mente quieren casarlas. «¡Hay que casarla!» En el pueblo se la llevan a la casa
del padre del novio. En Cartagena, en el barrio de San José Obrero, un barrio
humilde, donde Esperanza reside en la actualidad, es corriente llevarse la no-
via. Uno se llevó la novia a casa de una tía.8
Se casan chicas de 16 y 17 años y chicos sin haber ido al servicio militar.
Ella vuelve a su casa a vivir, mientras el marido está en el servicio militar y
procura buscarse trabajo. Viven en casa de ella. A lo mejor luego alquilan una
casa y se independizan.
Esperanza: «Las mujeres se apenan mucho cuando saben que van a tener
otro hijo». Una le decía: «¡Pero si es el único placer que tiene mi marido!»
Concluye: «Aquí, las familias son de muchos hijos».
Cita el caso de un matrimonio con nueve hijos en una casa con una sola
habitación y dos camas; todos allí completamente hacinados. Las hijas em-
pezaron a irse con el novio. Recientemente, una de las hijas ha dado a luz un
hijo de su padre. Choncho me habla posteriormente de este caso y califica al
hombre de degenerado. Los esparteros le han hecho el vacío.
Según Esperanza, «Antes la gente tenía un sentido muy grande de servi-
lismo. Aquí lo que hay es mucho caciquismo». Las demás participantes en la
tertulia de la rebotica reiteran la afirmación de Esperanza.

7
   Reciben también el nombre de «castilleros», que tiene una connotación despectiva.
8
   Las expresiones «llevarse la novia» e «irse con el novio» designan un matrimonio
consuetudinario. Véase: Llevarse la novia. Estudio comparativo de matrimonios consue-
tudinarios en Murcia y Andalucía. Bellaterra (Barcelona): Universitat Autònoma de
Barcelona. 1999 (tercera edición revisada y aumentada).

46
«El señoriteo abunda». Señorito/a se dice de la gente de dinero. El don se
usa mucho. «Al cumplir los 17 años eras la señorita tal, hija de don tal. De
niña era Esperanza, pero para distinguirme de las demás era la Esperanza de
don Justo. A un empleado bien situado no se le ocurre pretender a la hija de
un señorito: esta muchacha me gusta, pero no es para mí»9. A Esperanza le ha
costado mucho que no la llamen señorita.
A los ancianos suelen recogerlos los hijos. Muchos ancianos pasan mu-
cho, pobrecicos; pasan necesidad: «Si yo me muriera, ganábamos todos». La
emigración influye negativamente en la situación de los ancianos. Esperanza
cuenta que hace unos doce años un empleado del ayuntamiento estafó a los
ancianos del pueblo. Decía que como particular tramitaba los papeles para
que pudieran cobrar la Seguridad social. Les iba pidiendo dinero poco a poco.
No les tramitó nada. Se les pasó el plazo. Hubo un escándalo. Pidió la exce-
dencia y estuvo cinco años en Madrid. Luego regresó y se reintegró al ayun-
tamiento como oficinista. Antes vivía en el pueblo, ahora en Caravaca. No se
ha emprendido ninguna acción contra él. Cuando se decía a las familias de los
afectados que protestasen respondían: «Dejadme de líos, a mí no, tengo mu-
cho miedo». Le afrentaron por la calle muchas veces. Eso fue todo. «Vergüenza
tiene poca, miedo sí».
No hay asilo en el pueblo, en Mula, sí. Al no haberlo, no se plantea si-
quiera llevarlos al asilo. Hay Beneficencia Municipal construida por el ayunta-
miento en el barrio de la Caridad, en la carretera de Caravaca.
Se nombran algunos apodos: El Chucha en la Olla, El Pijo en Dios, El
Pijón, La Pijona, La Cebollera.
Esperanza cuenta sobre la Larga, una mujer que tuvo la tuberculosis de
tanto pasar hambre. Era picadora de esparto en la fábrica de Higinio Marín y
se comía las algarrobas de los bueyes que utilizaba la fábrica; entraba a quitár-
selas. Emigró a Premià de Mar (Barcelona).La Larga le dice a veces a su marido
que no puede más, que se asfixia, y viene al pueblo unos días.

9
   Las alternativas de matrimonio para la mujer –«generalmente las hijas no se atreven
a casarse a disgusto de los padres»–, eran o bien en el seno de su clase o bien un ma-
trimonio ascendente (hipergamia). El matrimonio descendente (hipogamia) era sólo
una alternativa de casamiento para hombres. La soltería de estas mujeres refleja un
condicionamiento de clase, un factor estructural, y también el impacto de la emigra-
ción, a través de la acentuación del desequilibrio de la ratio entre sexos.

47
Vicenta trabaja como oficinista. Por la noche da clases a esparteros jóvenes en
un club que la Iglesia ha creado para ellos. Dice que el ayuntamiento no quiere que
los esparteros sepan. Algunos esparteros aguantan a los niños en la escuela hasta los
14 años, pero en general no saben nada de nada. Se necesitaría una pedagogía es-
pecial para estos niños. Vicenta repite frases de los esparteros: «No somos incultos,
tenemos nuestra cultura, la tenemos en la imaginación. No la sabemos expresar».
A los seis años hay niños que van al esparto y a los trece ya son viejos en
el trabajo. Los jóvenes hablan como los viejos. Empiezan llevando el botijo
al padre, luego aprenden a trabajar, a fumar. Tienen el cuerpo encogido y los
brazos torcidos. «¡Las cargas de esparto son tan pesadas!»
Con dieciocho o veinte años ya están casados. Es una cosa normal llevarse
la novia10, pero luego están bien casados. Se la llevan a casa de los padres de él.
«No tiene juventud esta gente; de niños pasan a hombres».
Un joven espartero, presidente del club que ha organizado la iglesia, le
dijo: «¿A qué chica me voy a acercar, si no me quieren porque soy espartero?»
Las hijas de los esparteros no los quieren.
Los esparteros siempre han estado marginados. Tienen fama de que se lo
gastan todo en vino. No hay tanta diferencia con los agricultores, pero éstos los
consideran inferiores. Los esparteros se llevan el avío al monte, no pueden comer
en familia y se gasta más. Viven cerca de los gitanos, pero no los quieren. Tienen
el orgullo de trabajadores: «Es lo único que tenemos». Vicenta afirma que «son
muy honrados». Considera que ella está mal vista por estar con los esparteros.

10
 «En la clase social de los jornaleros, que no tienen propiedad sobre los medios de
producción ni ningún derecho sobre ellos, al no existir un patrimonio se producen,
en consonancia, una serie de cambios: la libertad de elección en cuanto al matrimonio
apenas es limitada o coartada; se reduce el control sobre el movimiento de las hijas,
sobre su sexualidad; determinadas fases del proceso de noviazgo, aún existiendo, pier-
den el carácter formal y más o menos fastuoso que tienen en otras clases; no existe
la posibilidad de creación de un fondo por parte de las dos familias para hacer más
autónoma la nueva unidad familiar. Cuando afirmo que se reduce el control sobre los
movimientos y la sexualidad de las hijas, debe entenderse también en el sentido de que
no tienen o tienen menos medios humanos y materiales para ejercerlo. (…) En este
contexto se enmarca el “llevarse la novia” como ritual alternativo, con una formalidad
escueta, sin solemnidad ni fastuosidad y con su específica coherencia y eficacia».(23)
Llevarse la novia. Estudio comparativo de matrimonios consuetudinarios en Murcia y
Andalucía. 1999.

48
Vicenta: «No tienen oficio y si se van, constituyen el peonaje. Algunos que
vienen de veraneo al pueblo y que me tienen confianza me cuentan: “Al final,
como no tenemos un oficio, somos como aquí”».
Había una mujer espartera tan guarra que al parir, el médico no quiso
acudir a auxiliarla y la guardia civil tuvo que obligarle. La mujer espartera que
menos puede –afirma Vicenta –, acude al practicante11 durante el embarazo.
Las mujeres de los esparteros van todas a la recolección de la fruta. Las
solteras se emplean en el servicio doméstico.
Vicenta relaciona las muchas solteras que hay en el pueblo con la emigra-
ción de los hombres.
Anita Egea es hija del practicante y vecina de Esperanza. El pasado año fue
a la vendimia a Francia acompañando a un grupo de familias del pueblo. Otras
mujeres en el pueblo ayudan a tramitar los papeles necesarios para ir a la vendimia.
La gente se lleva toda la comida, incluidos el arroz, el perejil y los ajos. «Si no llevas
comida, no traes dinero». La estación de Murcia, con los trenes atestados de vendi-
miadores y de paquetes, le dio la impresión de una estación en tiempos de guerra.
Anita se lamenta de los efectos de la emigración: «No hay ninguna familia
completa; todas están deshechas. “Mi nuera está allí, mi padre está allá”. Nin-
guna familia puede llevar una vida serena». Aquí se hacen las toñas12 para los
parientes que no pueden hacerlas. La gente de Barcelona manda dinero para
que les hagan toñas. A una chica le ha mandado su cuñado mil pesetas. Los
taxistas hacen viajes con toñas y pavos.
Para la Nochebuena es costumbre comer pavo asado a la brasa y arroz de
pavo el día de Navidad. Una amiga suya ha criado dos pavos, uno para ella y
otro para su hermano, que está en Barcelona.
En Navidad se hacen toñas y mantecados y en Semana Santa, el hor-
nazo . Para la elaboración de las toñas se reúnen varias amigas en una casa.
13

Las mujeres llevan los dulces al horno en tablas encima de sus cabezas. Pasan
muchas mujeres llevando tablas estos días.

11
   Posteriormente denominado Asistente Técnico Sanitario (ATS).
12
   Dulce navideño hecho con masa fermentada, muy parecido al pan, pero con azúcar
y aromatizado con ralladura de limón y anís. Puede estar decorada con almendras.
Una vez cocidas tienen la forma de una semiesfera.
13
   Igual que la toña pero con un huevo en el centro.

49
Anita visitó Premià de Mar (Barcelona) y un amigo la llevó a una sala de
fiestas. Le preguntó: «¿Los conoces?» Ella dijo que no. «Son de tu pueblo» y
los nombró. Todos iban muy extravagantes. Van con ansias de colgarse cosas.
¡Es que no los conoces!
Anita: «Aquí cuando la gente está mala, toma café».
Anita y Esperanza consideran que en el pueblo «se vive más».
Algunas expresiones: un pavico, una pavica, para referirse a adolescentes;
gobernar (hacerse con, conseguir), por ejemplo, te gobierno una piel.
Enrique es un estudiante al que le falta pasar la reválida de sexto curso
para finalizar el bachillerato. Quiere estudiar peritaje agrícola, que se cursa
en Valencia. Si lo cursara como libre desde el pueblo, tendrá que estudiar con
Antonio Ochando, que prepara estudiantes. Considera que estudiar por libre
es difícil. Son tres hermanos: su hermano mayor que es maestro, casado con
una maestra, vive en Alicante, y su hermana vive en casa. Si su hermana al
casarse cuida de los padres, éstos probablemente le edifiquen un piso encima
de la casa. La herencia es a partes iguales. La casa de sus padres está situada en
la zona de la carretera de Murcia, que rodea una parte del pueblo y lo separa
de la huerta. Mataron hace poco un chino14 en casa.
Enrique dice: «Aquí están mis tierras». Cuenta que Higinio Marín ha
comprado cien fanegas de secano y las convierte en regadío y que Emilio Pérez
Piñero, arquitecto, ha comprado tierras por valor de cuatro millones. Dos tíos
maternos suyos emigraron y residen en Hospitalet (Barcelona). Uno de ellos,
al parecer uno que trabaja en la fábrica Seat, ha comprado veinte fanegas de
secano, por las que pagó unas trescientas mil pesetas. Regarlas (pozo y motor)
y plantarlas con tres mil almendros le ha costado unas quinientas mil pesetas.
Su tío vendrá a retirarse al pueblo, a cuidar los almendros y a vivir de ellos.
Cree que le producirán medio millón al año.
Antonio Ochando cuenta que antes había sólo dos fuentes públicas, la del
Secano15 y la de la Corredera. La principal ocupación de la mujer era ir a por

14
   Una expresión usual es la muerte del marrano.
15
   Miguel Moya, «de la Molinera», describe un pilar junto a ella en el que las caballe-
rías bebían agua y los pegujaleros y jornaleros se juntaban para ir al campo: «A con-
tinuación del pilar se encontraba la desaparecida “Fuente del Secano” con tres caños
que manaban agua potable. A última hora de la tarde iban las jóvenes a coger agua con
cántaros de barro sujetos a la cintura con el brazo». Los del candil. Calasparra: edición

50
agua. Se formaban grandes colas. Surgían conflictos, sobre todo si se rompía
alguna jarra, que derivaban a veces en agresiones. En la posguerra, cuando el
gobernador venía a visitar el pueblo, mandaban a la policía municipal para
que las mujeres no salieran de casa y el gobernador viera como el agua caía
libremente de los caños y no había problema en el abastecimiento de agua.
Antonio, refiriéndose a la romería al santuario de la Virgen de la Esperan-
za, formula la siguiente advertencia: «¡No te acerques a ninguna chica de tu
propio pueblo!». Se sobreentiende que te rechazarán, porque prefieren a los
chicos de otros pueblos, y luego añade «Los chicos van con chicas de otros
pueblos y alardean de sus éxitos».

22 de diciembre de 1971, miércoles.

Por la mañana, en el Convento, en medio de una congregación de hom-


bres, que toman el sol y charlan de pie, un hombre le dice a otro: «Antes pido
fiado para vivir». Uno de ellos había limpiado un pozo negro. «¿Te pagaron
bien?» «Me pagaron bien, cuatrocientas pesetas». «Yo no lo hubiera hecho, ni
que me hubieran dado tres mil pesetas». «Lo he hecho por compromiso, me
lo pidió mi vecino».
Antonio Ochando me acompaña a la casa parroquial para presentarme
a don Juan Valverde, cura-párroco del pueblo. Mientras estamos allí, entra
un hombre joven y le dice al cura que su mujer ha tenido una niña y quiere
cristianarla el viernes, que es el día que nació. Le quiere poner Margarita. El
hombre dice: «Ha nacido a los nueve meses justos de casarme» y, dirigiéndose
a Antonio: «Yo me casé, cuando tú empezabas a rondar a tu mujer».
Don Juan me cuenta diversos conflictos entre curas y autoridades. El pri-
mero fue a consecuencia de ordenar la retirada de la bandera nacional del altar.
Fue durante una Semana Santa. Antes de empezar la misa, mandó al sacristán
que la retirara. Previamente, había preguntado al sargento de la guardia civil
si tenía inconveniente alguno, aduciendo que la bandera estaba envejecida y
sucia. El sargento le respondió que no veía inconveniente. El corresponsal del
pueblo del periódico regional La Verdad escribió que el cura había retirado la
bandera del altar una vez comenzada la ceremonia religiosa. Quisieron abrir

de autor, 2002, p. 141.

51
un sumario a don Juan. Un teniente coronel de la guardia civil vino a interro-
garle en la casa parroquial. Finalmente, el gobernador civil publicó una nota
en el periódico defendiendo al cura. Al sargento lo trasladaron.
Un ex-alcalde amenazó al coadjutor, un cura joven, en la sacristía, de que
le iban a dar dos «tortas». «Amenazar a los curas es lo último, esta actitud con
la otra gente es lo común». En la homilía hacían referencia a la doctrina social
de la iglesia, a la situación del pueblo, al compromiso del cristiano, etc. En la
festividad de la Virgen del Pilar, en presencia de las autoridades civiles y de
orden público, el secretario de Sindicatos contestó públicamente al coadjutor
que predicaba la homilía. Los caciques le amenazaron con echarle del pueblo
en cuarenta y ocho horas. Fueron a ver y a presionar al Obispo. La guardia
civil seguía los pasos de los curas y en la iglesia grababan o tomaban apuntes
de sus palabras. La guardia civil ya no asiste a la misa de la parroquia. Ahora
se traen al cuartel un fraile de Cehegín para que les diga la misa. Don Juan:
«en los dos últimos años, no salimos juntos para nada», en referencia a las
autoridades y las procesiones.
La gente decía: «Son todos de la misma camada, se tienen miedo. Vuelven
a juntarse mañana, ya los conocemos, ya verás cómo flojea el cura». Pero luego
hay gente que me para, me opinan, me consultan, están a gusto con el cura,
gente que está pisando la casa parroquial, que en su vida la había pisado. Cada
domingo la gente comentaba las homilías como si se tratase de un partido de
fútbol. Se decían unos a otros: «¿Qué ha pasado hoy?, ¿Qué es lo que ha dicho
el cura?» Hubo ruptura de amistades en función de la posición con respecto al
cura. La gente que viene en verano pregunta. Son gente que salió quemada o
a la que habían asfixiado y vienen con sensación de mejora y simpatizan con
la actitud del cura y la situación del pueblo. «Hemos ganado en simpatía entre
el pueblo. Nos hemos jugado el tipo. El pueblo estaba al margen de la iglesia.
Los caciques tomaban el palio». Se refiere a la procesión del Corpus Christi en
que se saca bajo palio la custodia en la que se expone la hostia.
Don Juan dice de los caciques: «no tengo amistad con ellos; el cacique se
hace de temer, no querer». Si el obispado le ordena cambiar de pueblo como
resultado de las presiones de los caciques, llamará a sus familiares y les dirá
que preparen un camión para realizar el traslado de noche. No quiere que los
caciques disfruten tanto con su triunfo.
Don Juan sostiene que el santuario de la Virgen es de una comarca y no
de un pueblo, teniendo en cuenta el ámbito de devoción y de los donativos.

52
Setecientas mil pesetas sacaron este año como ganancia de la venta de recuer-
dos y otras cosas que se hacen en el santuario. Con el dinero obtenido, la
mayordomía regida por caciques realizaba obras en el santuario, paseaba por
allí a personalidades importantes, les hacían firmar en el libro del santuario.
«Devoción a la Virgen, bombo a la Virgen, rosarios... Todo eran milagros de la
Virgen», dice Don Juan. Él lanzó el siguiente eslogan: «No puede ser la Virgen
rica y el pueblo, pobre».
Refiriéndose a su encontronazo con los caciques en relación al santuario
afirma: «En otra situación y con menos prestigio, la gente nos apedrea». Los
guardias municipales repartieron por las casas ejemplares del periódico regio-
nal La Línea (del Movimiento Nacional) en el que el corresponsal del pueblo
afirmaba que los curas se querían quedar con el santuario de la Virgen de la
Esperanza. Los caciques utilizaban a falangistas camuflados, enchufados en
cosas, para atacar a los curas. Como resultado de la propaganda la gente en los
bares decía: «Los curas han robado en la Virgen». «Aquí te linchan», se decía
don Juan.
Cuenta que el anterior alcalde, que era mayordomo, organizaba la proce-
sión de la Virgen cuando la llevan al pueblo. Don Juan recibió instrucciones
del obispado de que, por encima de todo, él organizara la procesión: «Éste
derecho es suyo y no se lo quiten». El alcalde y el primer teniente de alcalde
llegaron y quisieron organizar la procesión. Hubo enfrentamiento. El pre-
sidente de la mayordomía le dijo: «Haré lo que me salga de los cojones». El
sargento de la guardia civil dijo al cura que si se lo ordenaba, les arrestaba
porque le habían faltado. Del presidente de la mayordomía, un farmacéutico,
dice que consideraba el santuario propiedad suya, vigilaba las obras, incluso
diseñó el edificio: «Este cacique ni quería a la Virgen ni al pueblo. Antes había
sido masón y ahora, falangista».
Don Juan dice de los caciques: «Cuando ven que lo tienen perdido, quie-
ren reconciliarse». Se trata de una fracción que estuvo en la sombra durante las
hostilidades y que reconocen que los otros han sido muy brutos.
Al desplazar de la mayordomía al grupo de caciques, presididos por el far-
macéutico, se atacaba el baluarte de poder de la oligarquía. Cuando se cuida-
ban del santuario decían al pueblo: «Fijaros cómo va prosperando la Virgen16».

16
   Documenté y analicé extensamente el tema del santuario en «Religión y política
en un pueblo murciano entre 1966-1976: la crisis del nacional-catolicismo desde la

53
En la reunión de la rebotica del farmacéutico se gobernaba el pueblo. Asis-
tían el encargado del conde, el alcalde, el juez, un cura viejo, hijo del pueblo.
Antes los curas asistían a la reunión. Sobre la relación entre los distintos cargos
en el pueblo, Ayuntamiento, Falange, CNS (Sindicatos verticales), Mayordo-
mía dice que «se hacen la cama unos a otros». Don Juan, al administrador del
conde: «Estás subido en el caballico y no hay quien te baje». Le pidió algo y
no se lo concedió.
Dice de algunos de sus predecesores que hubo varios curas con problemas
de mujeres y uno de ellos tuvo varios hijos. Caracteriza a los más recientes
como sigue:
Don Rafael, llamado también «El Tuerto», era teniente y abogado. Hombre
simpático, que se hace con los de arriba y los de abajo. Lleva a la gente a los cur-
sillos de cristiandad. Una religión que califica de fácil: misa y comunión diarias.
La gente dice que los poderosos lo echaron del pueblo. El pueblo lo recuerda
mucho. Era un cura sentimental. En los sermones decía «madrecica», «nenico»,
etc., para invocar a la Virgen y a Jesús. Tradicionalista en el aspecto político.
Define a su inmediato predecesor como listo y espiritual. Hombre social,
avanzado de ideas, pero en el fondo un diplomático, uno de esos hombres
hábiles que juegan con el diablo. Chocaba con los poderosos, pero se con-
servaban muchas cosas. Trabajó con gente obrera, pero no estaba plenamente
definido en un sitio.
De sus dos actuales coadjutores, dice que uno se puso a trabajar con los
albañiles, experiencia que duró aproximadamente un año, y el otro, da clases.
Don Juan distingue dos tipos de caciquismo, el político y el religioso. Con
el nombre de caciquismo religioso se refiere a un grupo de mujeres de Acción
católica, que denomina irónicamente las «redentoras del pueblo». Son las que
Antonio llama las «accionistas». No están en contacto ni con el cura ni con
la actividad de la iglesia de Calasparra. Siguen al cura-párroco anterior, que
actualmente es uno de los vicarios del Obispado. Como ejemplo de su influjo,
la decisión de Esperanza Martínez Corbalán de marchar a Cartagena, donde
se cuida de un centro de promoción y cultura popular para la mujer. Dice de
ella, quizás irónicamente, que antes visitaba las casas de los pobres llevando
cosas, poniéndose a su nivel y era feliz con ello.

perspectiva local» Revista española de investigaciones sociológicas, 23, julio-septiembre,


1983. pp. 77-126.

54
En 1967, al llegar don Juan al pueblo, los aparceros se negaron a subirles
las cargas a los propietarios, es decir su parte de la cosecha, a las cámaras (gra-
nero). Durante el juicio a los aparceros, el coche de los curas estuvo siempre a
su disposición para llevarles a Murcia a consultar con el abogado. A propósito
del juicio a diversos aparceros, entre los cuales Miguel de «la Molinera», dice
que los caciques han sido muy brutos. “Los caciques exigen a la gente estar
con la boca cerrada, si no, les cierran las puertas”. El coadjutor Pepe, presente,
añade: «Es un pueblo caciquil; hay una mentalidad servil».
Después de la guerra, el agricultor y el espartero eran dos polos opuestos.
El agricultor es el hombre situado; el señorito le podía apretar más. Tenían los
agricultores la comida asegurada. Los agricultores iban todas las noches a pasar
un rato con los señores. El espartero es el peor situado y el oficio más duro.
El espartero tiene el orgullo de ser independiente. Los capataces les trataban
duramente después de la guerra.
Don Juan afirma que la posición social se mira mucho: «Se equiparan
unos a otros para el matrimonio.”
Don Juan me acompaña a la farmacia de Francisco Pérez Mayo para pre-
sentármelo. Antonio Ochando ya me había presentado.
Fernando Zamarrete dejó el aviso en la farmacia de Francisco Pérez Mayo
de que quería hablarme. Al atardecer fui a su casa. Me explica que el pueblo
no cuenta con instituto de bachillerato y que las autoridades locales no están
interesadas en su creación, ya que tienen a sus hijos estudiando en internados.
Hace poco dejaron pasar una oportunidad para crearlo. Se muestra muy con-
trariado y crítico con las autoridades. Al carecer de instituto, los estudiantes
locales se han desplazar a diario hasta Caravaca, donde hay instituto. Este
desplazamiento implica múltiples inconvenientes para los estudiantes y sus
padres. Fernando destaca, entre otros, la falta de control sobre los hijos cuan-
do salen del instituto y tienen que esperar que el autocar, que sólo hace un
viaje de ida y vuelta al día, los regrese al pueblo. Los cuatro hijos de Fernando
han estudiado o estudian: un hijo va al instituto de Caravaca y una hija estudia
en el colegio de las monjas del pueblo. La hija mayor es maestra. Prepara unas
oposiciones que todavía no han sido convocadas y mientras tanto da clases a
niños del campo, organizadas como una escuela para ellos. Gana tres mil pese-
tas al mes. El tema de la educación y la existencia de oportunidades desiguales
son una preocupación importante para Fernando. Es por ello que cuando le
pregunto sobre la aparcería y la agricultura, le parece poco interesante.

55
Fernando dice: «He estado los últimos seis meses en los albañiles y los
domingos y festivos, en la tierra». Ha trabajado como peón albañil durante
la semana y los domingos y festivos los ha dedicado a cultivar la tierra de su
propiedad o en aparcería. Fernando lleva en aparcería dos piojares de tierra:
uno de seis tahúllas y otro de cuatro tahúllas y media17. Tres tahúllas equivalen
a una fanega. Afirma: «el terreno se aprecia más que el dinero, porque cada
vez sube más».
Estuvo en Madrid siete días para buscar trabajo y piso. Durante este tiem-
po nadie le dijo nada. Su mujer puntualiza: «A mi marido le gusta entrome-
terse con todo el mundo: “vaya usted con Dios”. Fernando cuenta que un
muchacho le pidió: “Abuelo, écheme usted una mano». Él se rebeló porque se
considera un hombre con la plenitud de sus fuerzas. Encontró trabajo como
vigilante de noche y no le gustó. Principalmente su hija maestra, pero también
su mujer, le impelen a irse del pueblo.
Un fragmento de unas palabras de la mujer de Fernando: «Lo que es pe-
cado, es no tener orgullo, porque serías un gandul. Aunque no tengas dinero,
hay que tener un poco de orgullo».
Sobre las condiciones de la aparcería me dice que el dueño pone la tierra
y el aparcero, el trabajo, la semilla y la mitad del abono. El aparcero tiene la
obligación de avisar con antelación al dueño para la trilla. La mitad de la paja
y de la granza se la queda el aparcero. El primero de noviembre termina el
año agrícola. Cada Navidad cumplía el contrato, si quería, el dueño te echa-
ba. Para Navidad el aparcero tenía que llevarle un pollo o un pavo por cada
piojar (pegujal) de tierra. Cuenta el caso de un aparcero que criaba en su casa
un pollo, que se hizo muy grande. De vez en cuando, decía a su mujer: «No

17
   «La tahúlla es unidad superficie tradicional en la huerta de Murcia y equivale a
1.118 metros cuadrados. Tabla de equivalencias: 1 tahúlla = 0,1118 hectáreas; 5 tahú-
llas = 0,5590 hectáreas; 9 tahúllas = 1,0062 hectáreas. Francisco Calvo, Continuidad
y cambio en la huerta de Murcia. Murcia: Academia Alfonso x El Sabio, 1982, p.121.
Tahúlla y fanega son unidades de superficie en el regadío de Calasparra. Una fanega
equivale a 3 tahúllas y 0,3354 hectáreas. En el secano, la fanega es el doble de grande.
Una explicación: “En las peores tierras la unidad de superficie tiende a agrandarse,
entiendo que se necesita una superficie superior a lo normal para sembrar una unidad
de volumen. Las tierras de mejor calidad, por el contrario, disminuyen la unidad de
medida de superficie». Pablo Lara, Sistema aragonés de pesos y medidas. La metrología
histórica aragonesa y sus relaciones con la castellana. Zaragoza: Guara, 1984, p. 188.

56
lo mates, que será para el amo». Se lo llevó para el aguinaldo. El amo le ade-
lantaba cantidades de dinero para las diferentes operaciones agrícolas y a final
de año pasaban cuentas. Al amo le salieron catorce duros de más. El aparcero,
que tenía una gran memoria y sabía mucho de cuentas, no estuvo conforme.
Al repasar las cantidades, el amo le dijo: «Me debes catorce duros, porque en
vez de dos pollos, me trajiste sólo uno y lo vendí a catorce duros». Fernando
dice riendo que al año siguiente le llevó al amo dos pollitos y luego emigró a
Mataró (Barcelona), donde trabaja de cobrador, y se gana bien la vida.
A los representantes de los dueños, que se presentan a la hora de partir la
cosecha, se les llama «cuarteros». Se solía trillar durante la noche, ocho o diez
caballerías dando vueltas toda la noche. Al hacerse de día ya tenías al cuartero
encima: «Iban con el chufleteo al amo. Siempre se le antojaba poco al amo con
la parte de la cosecha que le correspondía».
Ahora hay nuevas condiciones: para el panizo (maíz) el dueño pone todo
el abono y la semilla. La razón de ello es «porque se ha apretado, les han obli-
gado. Por capricho no ha sido».
Se pagan derechos para llevar una tierra en aparcería. «Ya no hay tantas
ganas de derechos». Los derechos de la tierra pasan de padres a hijos, pero no
a las hijas, aunque si el yerno caía bien al amo, éste le dejaba.
Francisco Pérez Mayo dice de Fernando: «Se arrimó a la iglesia –fue cursillis-
ta en su tiempo–, y consiguió becas para sus hijos. Es un obrero promocionado».

23 de diciembre de 1971, jueves.

Antonio Ochando me presenta a Pépolo, secretario del Sindicato arrocero,


en su casa en la Corredera. La vega, desde el puente del río Segura hacia abajo,
hasta donde acaba, era antes del Conde del Valle de San Juan. En unos cuarenta
años, se ha fraccionado la tierra de la vega una barbaridad por herencia y venta.
El conde es todavía el mayor propietario de la vega18. Vale la fanega unos
cuarenta y cinco mil duros (doscientas veinticinco mil pesetas). Concuerda

18
   «La vega alta del Segura es el único sector de las huertas de Murcia en el que los
grandes propietarios aristocráticos mantienen casi intacta la propiedad de la tierra que
tenían en otros tiempos en todo el valle del Segura, desde Calasparra hasta Guarda-
mar». (89) Robert Hérin. Les huertas de Murcie. La Calade: Édisud. 1980.

57
esta afirmación con la de una persona que refiriéndose a los emigrantes que
traen dinero dijo: «Con dos millones compras diez o doce fanegas de tierra y
a vivir de renta».
Pépolo expone las condiciones antiguas de la aparcería:
El aparcero contribuía con la mitad de la cuota de la Seguridad social agraria,
de la guardería rural y de la contribución, con toda la semilla, la mitad del abono,
y con todo el cultivo, es decir, todo el trabajo, incluida la recolección, la trilla, el
transporte y la puesta de la cosecha en la cámara (granero); llevar pollos o criar el
pavo para el amo. Había dos despidos, uno en diciembre y otro en marzo, es decir,
el amo avisaba al aparcero en una Pascua y le despedía en la siguiente Pascua. Al
pasar de los doce años, se puede despedir al aparcero o éste pierde los derechos.
Llama a estas condiciones leoninas y añade que diez señoritos gobernaban
el pueblo.
«Hoy no se levanta nadie en el bar, ni aunque viniera Franco. Se ha per-
dido la educación y la vergüenza. Hasta los años cincuenta y tantos, la gente
se levantaba en el bar al entrar don Eulalio y le dejaba sitio o una silla. Se han
ido sacudiendo...»
Sobre las condiciones actuales de la aparcería repite varias veces que han
cambiado mucho y no está seguro de cómo son. Juan “Grande” puede infor-
marme.
Pépolo define a la Agrupación de Aparceros como un poder dentro de otro
poder19, un estado dentro de otro estado. Concluye: «Se irrogan atribuciones».
Su opinión sobre la emigración: «La gente muchas veces emigra por no-
velería».
Conversación con Miguel de «la Molinera»: «Me he criado en el campo».
Es soltero; vive con su madre y una hermana casada. Tiene un hermano emi-
grado a Alemania y otro en el pueblo, que es guarda rural. El padre de Miguel
era labrador en la vega y le dejó las tierras que llevaba en aparcería, porque «el
subsidio de vejez era poco».
Miguel opina que el aparcero trabaja de rutina. Es muy trabajador. Se
queja mucho. El atributo principal de los aparceros es su desconfianza: «Que

19
   Se refiere a la Hermandad de Labradores y Ganaderos, una de las organizaciones
del sindicalismo vertical inspirado en el principio ideológico del corporativismo. La
Hermandad integraba obligatoriamente a propietarios de la tierra y a trabajadores
agrícolas dentro de la Sección Económica y la Sección Social respectivamente.

58
la iglesia dice algo, pues que diga; que Fidel Castro dice algo, pues que diga;
que fulano dice algo, pues que diga». Hay una desmoralización relacionada
con las faenas agrícolas. En verano, en los rastrojos del trigo se hace el semen-
tero del maíz, los jornales a veces suben a quinientas pesetas y los aparceros no
contratan jornaleros para estos trabajos. El maíz se retrasa y en plena Navidad
aún se transporta maíz a las casas. El hijo de Rufino dijo que acababan de traer
el panizo y tiene la entrada de su casa llena.
Se puede ser vecino de tierra y vecino de casa. La cooperación aumenta
entre vecinos de tierra debido al aumento del precio de los jornales. Luego se
visitan: «Voy a ver a mi vecino de tierra para ver si...» Y con ello se arreglan las
cosas, se ponen de acuerdo, se piden favores, etc.
En la aparcería entregas el quinientos por cien.
Las aparcerías se rigen por unos usos y costumbres. Con la implantación
del cultivo intensivo hubo un cambio en lo primero y por ello debía haber un
cambio en lo segundo. El cultivo intensivo comporta más trabajo, más abono,
más semillas, etc. El cultivo intensivo, con un ciclo de rotación total de dos
años, se implantó en los últimos seis o siete años. Antes el ciclo completo
de cultivos duraba cuatro años. Los aparceros se negaron a sembrar, si los
propietarios no les ayudaban. Hubo una huelga general20 que retrasó un mes
la siembra del trigo. Los propietarios dieron parte a la guardia civil, que no
intervino, porque no había ningún desorden público.
Las condiciones nuevas de la aparcería, después de la huelga y de la crea-
ción de la Agrupación de Aparceros21 son: dos portes, uno del campo al car-
gadero del camión mediante caballerías, ya que los caminos son estrechos y
deficientes, a cuenta del aparcero; el otro, desde el cargadero del camión al

20
   Se refiere a la Hermandad de Labradores y Ganaderos, una de las organizaciones
del sindicalismo vertical inspirado en el principio ideológico del corporativismo. La
Hermandad integraba obligatoriamente a propietarios de la tierra y a trabajadores
agrícolas dentro de la Sección Económica y la Sección Social respectivamente.
21
   La Agrupación de aparceros se constituyó el 12 de marzo de 1965 en el seno de la
Hermandad de Labradores con una autonomía limitada. Un antecedente principal:
en las elecciones sindicales de 28 de septiembre de 1963 los aparceros y trabajadores
de la tierra y del monte presentaron una candidatura independiente que salió elegida
por mayoría absoluta, obteniendo la presidencia de la Sección Social y también la de
la Hermandad de Labradores.

59
granero del propietario es de cuenta del propietario. Los aparceros han dejado
de entregar pollos por Navidad. Antes los propietarios les hacían pagar toda
la contribución y el servicio de guardería rural. Los conflictos surgen al no
querer dar los propietarios las mejoras concertadas.
Hay que abonar derechos, de ocho mil a diez mil pesetas por fanega en la
vega, en el caso de que el propietario quiera despedir al aparcero de la tierra.
La indemnización de derechos substituye a los avisos de despido prefijados y
puede terminarse el contrato en cualquier momento del año. Casi todos pagan
derechos. Entre 1960 y 1970 han cambiado mucho las cosas. La costumbre de
pagar derechos va contra la ley, pero es útil al pueblo. El origen de los derechos
viene de que al escasear la tierra, el agricultor tiene que pagar para trabajar.
Hace treinta años, el traspaso de aparcero a aparcero por una fanega de tierra
era de cien pesetas. El propietario hace pagar derechos, aunque no tan eleva-
dos como los que se pagan en los traspasos entre aparceros.
Según José de «los Naranjos», un hermano suyo tiene un recibo del pago
de derechos al amo al entrar como aparcero.
Miguel explica que después de la guerra los productos del campo valían
y los jornales eran baratos. El espartero no une mucho con el aparcero. Hay
recuerdo de esta situación. Después de la guerra los esparteros cogían esparto
con un poco de vino y panizo. Se morían familias de hambre.
Hay muchos aparceros «ligados al favorcito» del propietario de la tierra,
sobre todo antes que no había la Seguridad social. Caciques: dueños de tierra
y vida. Siempre decían: «Es que te quito la tierra, es que te echo de la tierra».

Entre 24 y 29 de diciembre de 1971.

Antonio Ochando y su esposa Carmen se marchan a Cieza para pasar la


Navidad con la familia de ella. El padre de Carmen es industrial conservero.
Carmen se refiere a la costumbre de la copita y el dulce. Su madre hace prepa-
rar una gran hilera de copas en el bufete e invita a una copita y un dulce a todo
el que va a la casa por cualquier motivo y cualquiera que sea su condición. Es
obligación aceptar la invitación.
Anita Egea cuenta que tiene un hermano (o hermana) casado en la provin-
cia de Albacete y como no podía venir al pueblo, sus padres y ella iban en taxi
a pasar la Navidad con ellos. Esperanza Corbalán: «Todos los años vienen to-

60
dos, nos reunimos aquí». Este año no ha podido ser, porque una cuñada suya
ha dado a luz. Cada año tenían que organizar turnos para comer e improvisar
muchas camas. Lo cuenta saboreando lo que se divertían. «Este año no pudo
ser», repite varias veces.
Alfonso dice: «Si preguntas por Alfonso o Alfonso Marín, nadie me cono-
ce, pero por “Choncho” me conoce todo el mundo». Choncho nos invitó a su
casa el día de Nochebuena, porque le dio compasión, ya que estábamos solos.
Comimos mariscos pequeños como plato principal.
Lo típico del joven en la Nochebuena es acostarse a las seis de la mañana
o más tarde y alguno no se acuesta.
Según Vicenta, el día de Nochebuena se celebró una misa en la iglesia
de los Santos, para que la gente de El Esparragal estuviera más próxima a la
iglesia, y otra en el Convento. La guardia civil estuvo en la misa de los Santos
para vigilar la misa y la homilía.
Hay cuevas que son viviendas de alquiler en la zona del Castillo. Viven
en ellas braceros que no pueden pagar un alquiler más elevado. Constan ge-
neralmente de una entrada que sirve de cocina, comedor y lugar donde se
vive y una habitación interior donde duermen todos. Las condiciones de estas
viviendas es tal que cada vez que llueve, algunas han de ser abandonadas.
Durante estas últimas lluvias también ha sido así. Uno de los casos ha sido el
de un matrimonio joven con cuatro hijos pequeños. El marido es bracero y la
mujer no puede trabajar porque los cuatro niños son muy pequeños. Se hizo
una llamada en misa para recoger dinero y para que los hombres se ofreciesen
a trabajar en la reconstrucción, que ya está en marcha.
Alimentación: el puchero.
Bares para gente humilde y para gente mejor situada en torno a las Cuatro
Esquinas y el Convento respectivamente. En las Cuatro Esquinas, los bares
Campero, Porras, etc., son centros de esparteros y también de algunos aparce-
ros. Las tapas son sencillas: aceitunas, garbanzos torrados, habas secas cocidas
llamadas michirones, avellanas finas (cacahuetes), etc. En el Convento, los
bares La Posada, La Gotera, etc., tienen una clientela más diversificada y sus
tapas más variadas –varias clases de pescados–, y más caras. En un bar de la
Corredera, se juega con dinero. Existe una discoteca, el lugar más importante
para los jóvenes.
Expresión: «la libreta de púas», la libreta de deudas en la tienda.

61
28 de diciembre de 1971.

El Pelotero y los Santos Inocentes. Hacia el mediodía, en la Corredera, vi


a un muchacho con la cara pintada de negro, que llevaba un látigo largo cuyo
remate final es una bola grande de trapo en cuyo centro hay una piedra. Lleva
vestidos ordinarios. La chiquillería le sigue y le rodea a ratos y él amenaza a
los que pasan con darles un pelotazo, si no le dan algo. La fórmula suele ser:
«Suelta (el dinero) o te doy». El muchacho es del Castillo. Muchas chicas no
se atreven a salir o procuran no ser vistas. El pelotero puede recibir dinero
para propinar un pelotazo a alguien y también recibir una contraoferta. El
mismo es también objeto de bromas. Al parecer los acompañantes le remojan
en alguna fuente.
Los Santos Inocentes son tres hombres que van disfrazados de reyes y lle-
van un libro o libreta. «Van a casa de los señoritos», para leerles las multas que
tienen que pagar por faltas cometidas durante el año. Los veo por la tarde en
la calle Lavador, parados frente a la puerta de una casa. Los tres hombres son
de origen humilde.
Fulgencio, un hombre mayor, alaba la dedicación de Manuel el «Zoco»,
aparcero y presidente de la Agrupación de Aparceros, a su madre. Manuel es
el hijo mayor, está soltero y vive con su madre. Sus hermanos están casados y
viven en el pueblo. Su madre está enferma y Manuel apenas sale estos días a
los bares.
Pepe Zueco, presidente de la cooperativa de hilatura de esparto, afirma
que el ochenta por ciento de los ancianos al no tener retiro, tienen que estar
amparados por la hija o el hijo. Me comenta que el espartero está sometido
al frío, al calor, a la intemperie. Antes iban al monte con la bestia; ahora les
llevan en coche o van en moto. Ahora ganan buenos sueldos. La jornada nor-
mal es de cinco a seis horas. Riesgos de pinchazos, rozaduras. Hay que andar
mucho por el monte. Están en la Seguridad Social agraria.
He visto a los muchachos que vienen del esparto en el interior del pueblo.
Llevan pasamontañas y un cenacho de esparto y un garrafón recubierto de
esparto al hombro.
Antonio Martínez, «el Redil», es espartero, pero se emplea también en la
plantación de arroz en Valencia y en el pueblo y en la recolección de la fruta.
Alfonso, «Choncho» dice que los jornales son otra manera de ir viviendo.
Antón, «el Cherre», espartero, vecino de Alfonso, dice «esta semana tengo que

62
ganar unas tres mil pesetas». Antón afirma que lo normal es que los hombres
arranquen unos doscientos kilos o más de esparto al día. Alfonso y Antón dan
un número de doscientos esparteros, incluidos los niños. Hay dos hermanos,
uno de once años y el otro algo mayor, que hace ya cinco años que van al
esparto. Arrancan unos cincuenta kilos de esparto: ganan unos veinte duros.
También van personas mayores.
Conversación con José Antonio, «el Rubio», en la rebotica de la farmacia
de Francisco Pérez Mayo. Es encargado de la fábrica textil que hay en el pue-
blo. La plantilla es de cincuenta trabajadores. Él cobra a la semana mil dos-
cientas pesetas. Cuenta que cerca de su casa, hay un horno de destilación de
resina de los desperdicios de la madera de pino que proceden de una serrería
del mismo dueño. El horno es un peligro constante, ya que salen las llamas
por encima del tejado y las chispas han prendido fuego en su casa y en la de
los vecinos. Los vecinos han protestado. El ayuntamiento presentó un informe
que justifica la continuidad del horno, porque es una industria y hay que pro-
tegerla, porque existen pocas en el pueblo. Tiene veintitrés trabajadores, casi
todos sin dar de alta en la Seguridad social y también hay menores de edad.
En relación a la Seguridad social, dice que los albañiles del pueblo cotizan en
la Seguridad social agraria. Cuando viene el delegado de trabajo al pueblo, el
horno está parado y muchos talleres tampoco abren. Concluye: «El señor del
horno tiene poder económico y el poder político se doblega ante él». El nuevo
alcalde, Higinio Marín, ha recibido en estas Pascuas diez pavos y quince pollos
de personas del pueblo.
Francisco (Paco) Pérez Mayo, farmacéutico, asegura que la aparcería des-
aparece y el dueño tendrá que cultivar la tierra. Se pagan ocho mil pesetas de
derechos de aparcería por fanega en la tierra arrocera. Hay propietarios media-
nos que viven de renta; viven prácticamente sin trabajar, aunque se den alguna
vuelta por las tierras. Son los que tienen dificultades para mandar a sus hijos a
estudiar fuera. Hay bastantes viudas en este grupo.
Francisco afirma: «La clase social sí se hereda. Independientemente del
poder económico que se tenga, ser hijo, nieto, pariente de un poderoso, abre
muchas puertas, da preferencia a la hora de casarse». Mari Carmen, su esposa,
añade: «Se primea mucho, sobre todo si tienen poder económico».
No hay continuidad familiar en el dominio económico y político entre
antes y después de la guerra. Debido al sistema hereditario, la continuidad
familiar y su proyección económica y política se rompe. «Todo lo que puede

63
haber son dos generaciones y aún cortas», según Francisco. El sistema suce-
sorio hace que la propiedad se reparta a partes iguales entre los hijos, varones
y hembras y, como suelen tener varios hijos, la propiedad se reparte mucho.
Antecedentes familiares de Francisco Pérez Mayo: Emilio Ruiz Galiano,
que hereda y adquiere riqueza, se casa con una rica heredera. Tienen una hija:
Juana Antonia Ruiz, abuela paterna de Francisco.
Relaciones familiares de los que ejercen el poder en el pueblo:
Rafael Armand Guillén, juez de paz, es primo hermano por vía paterna de
Luís Armand Ruiz, el anterior alcalde. Éste es primo hermano por vía materna
de Pedro Gomariz Ruiz, primer teniente de alcalde, el cual es primo hermano
por vía paterna de Antonio, «Antoñito», Gomariz Moya, segundo teniente de
alcalde, secretario del Consejo local del Movimiento Nacional, delegado local
de Sindicatos y secretario de la Hermandad de Labradores. Ramón Moreno
Abellán, presidente de la Hermandad de Labradores, es primo hermano de la
esposa de uno de los dos Armand citados. Luís Armand Ruiz tiene una her-
mana casada con Federico Jaén, médico, que fue alcalde antes de su cuñado
Luís Armand.
Antoñito Gomariz es sobrino de José Gomariz, que fue administrador y
encargado de la casa del Conde. Antoñito hereda el poder político de su tío:
nombra en la práctica a los alcaldes22, les guía y hacen su política. Higinio, el
alcalde actual, recién estrenado, en las primeras sesiones cortó varias veces en
seco las propuestas de Antoñito. Se dice que quiso mostrar que tiene suficien-
te fuerza para mandar solo. Antoñito, como secretario de la Hermandad de
Labradores, controla muchas cosas: la cuota a la Seguridad social, la guardería
rural, la distribución del abono, de los insecticidas, la fumigación, dos trac-
tores, etc.
José Gomariz, como administrador del conde ejerció un gran poder polí-
tico en el pueblo en la posguerra, que no descansaba directamente en el poder
económico. José Gomariz se situó políticamente y situó políticamente a todos
sus parientes. Sirvió los intereses económicos de Higinio Marín y de Pérez
Tenedor, los dos principales empresarios del esparto, y al mismo tiempo, los
suyos propios. José Gomariz pasó el cargo de administrador del conde a un
sobrino suyo, ya que no tuvo hijos ni estuvo casado.

22
   El gobernador civil de la provincia designaba al alcalde quien, como expresión de
fidelidad al régimen, asumía la presidencia del Consejo Local del Movimiento.

64
Francisco explica sobre el santuario de la Virgen. La Virgen es un oasis
en el desierto en que vivimos. En primavera y otoño se está a gusto en la Vir-
gen. El santuario está montado como una organización religiosa-recreativa. El
sentir del pueblo es que el santuario es del pueblo de Calasparra: «Yo, que no
soy creyente, digo que la Virgen es del pueblo y si en el ayuntamiento hubiera
habido otra gente, yo hubiera apoyado públicamente esta reivindicación». «La
Virgen» no sólo es la Virgen; es el lugar donde está la Virgen. «Vamos a pasar
el día en la Virgen», dice la gente. Al santuario no lo ven como formando parte
de la iglesia, ya que a la iglesia la ven más como entidad.
Las romerías son tremendamente mundanas.
Se sacaba dinero para el santuario de corridas de toros, partidos de fútbol
y participaciones obligatorias desde el punto de vista político: una cantidad
de dinero por tahúlla de tierra. Con ello se financió la carretera al santuario.
También con la venta de «papeletas», una lotería local, que vendían y venden
en los bares. Primero, el dinero de las «papeletas» lo controlaba la mayordomía
y posteriormente la mayordomía transfirió el control al ayuntamiento, para
evitar que fuera a parar a la iglesia.
Antes, en verano, la calle era un jubileo; en invierno, las gentes de posición
social media se reunían en tertulias.
Ana, la vieja criada de la casa de Francisco Pérez Mayo, llama a todos por
su nombre, porque los ha visto nacer a todos, pero a Mari Carmen, esposa de
Francisco, la llama señorita. Ella es de Murcia. Cuando Francisco fue a pedir
la mano de su mujer, su suegro le advirtió: «cuidado que no te vea con el brazo
encima de mi hija». Francisco y Mari Carmen dicen: «Generalmente las hijas
no se atreven a casarse a disgusto de los padres».
Notas sueltas:
Sifán es un nombre extraído de una película de malvados y que algunos
aplican a los caciques, en especial, a los que forman parte de la tertulia de la
rebotica de la farmacia de don Prudencio Rosique.
El conductor del autobús La Murciana dice de alguien: «es un cacicón
como mi jefe».
Caciquillo.
Hay rezadores y rezadoras: los que nacen con manto tienen gracia. Rezar
a la carne cortada, al mal de ojo.

65
30 de marzo de 1972, Viernes Santo.

Una tormenta nos alcanza de regreso de Murcia a Calasparra, poco antes


de llegar a Cieza, hacia las siete de la tarde. En Calasparra, se suspende la pro-
cesión del viernes santo. Joselito, dueño de La Posada dice que «es una lástima
porque aquí tenemos una procesión muy buena».

1 de abril de 1972, Sábado santo.

Vamos en el coche de mi hermano en dirección a Cartagena. Después de


Cieza, dirección a Abarán, donde paramos a desayunar en el bar La Pilarica
frente a una plaza con muchos árboles. En los bancos, viejos con sombrero y
bastón. Algunas mujeres mayores vestidas de negro y con la cabeza cubierta.
Nos habían hablado en el pueblo del carácter moro de los pueblos de esta
zona, que no reconozco. Abarán es un pueblo con aspecto de prosperidad. Es
la impresión que dan sus casas, tiendas, servicios y grandes camiones estacio-
nados. En el bar la conversación de los hombres gira en torno a dos temas: la
lluvia y el pedrisco en algunos puntos del término y la procesión. Hay sillas
bajas de esparto colocadas a ambos lados de la calle. Uno de los hombres: «Yo
tengo dos actividades, conducir y cavar; cuando no conduzco, tomo la azada
y a cavar». Hacia Blanca la carretera es estrecha y llena de curvas. Se ve el río
Segura. Los frutales son un río de verdor. En Blanca hay varios almacenes de
alfombras. Nos enteramos, porque delante de una casa hay varias alfombras
expuestas. Al preguntar si las venden, dicen que las habían puesto a secar,
porque la lluvia del día antes las había mojado. Las confeccionan para don Ce-
sáreo, dueño de un almacén. En el almacén, cuatro hombres confeccionan al-
fombras uniendo piezas y dos mujeres retocan con tijeras una alfombra grande
ya terminada. Compramos una alfombra de esparto y una de perfolla de maíz.
Cartagena, barriada de San José Obrero. Hileras de casas de planta baja.
Calles asfaltadas. Algunos comercios. Esperanza Corbalán e Isabel («Lita») su
hermana, que es farmacéutica, se han instalado en este barrio con el propósito
de dar testimonio cristiano y asistencial. Dicen que al barrio le faltan servicios.
Anita Egea está con ellas. Preparan una paella de arroz con alcanciles y pésoles23.

23
   Alcachofas y guisantes.

66
Esperanza y Anita regresan a Calasparra con nosotros. Dicen que este año
ha llovido mucho y habrá un cosechón, pero que la fábrica de conservas de
Filiberto tiene aún toda la producción del año pasado sin exportar.
Mi hermano se ha despertado hacia las 6,30 horas a causa del ruido de
un potente tractor estacionado enfrente de La Posada, al que se han montado
algunos hombres, y ha visto una aglomeración de hombres delante del bar La
Gotera. Anita explica que el Convento es el punto de reunión para ir al trabajo
y que en primavera y verano la gente se levanta muy temprano. En verano,
para la recogida de la fruta, la gente se levanta a las cuatro y los bares del Con-
vento siguen el horario de la gente.
Entramos al pueblo por la carretera de Mula, cuyo tramo más próximo al
pueblo funciona como paseo. Esperanza y Anita comentan que su pueblo es
muy bonito, pero les da lástima que se muera lentamente por falta por traba-
jo. Hay varias parejas paseando por la carretera. Reconocen a la «Patas» y su
novio. A otras parejas no las conocen. Esperanza dice que todos los que no co-
nocen son de Barcelona, ya sea que marcharon de pequeños o han nacido allí.
Por la noche en un bar de las Cuatro Esquinas varios hombres, miembros
de bandas de música que acompañan a las cofradías y pasos, discuten sobre
cómo tocar la trompeta y lo que cada uno sabe hacer con ella. Tocan varias
veces24.
Choncho se refiere al bache del esparto y usa los términos acobardamiento
y miedo para referirse a lo que sienten los esparteros.

2 de abril de 1972, Domingo de Resurrección.

Dolores, la mujer que trabaja en La Posada, nos dice que las bandas de
música durante la Semana Santa tienen que tocar lo que les mandan, pero hoy,
una vez terminada la procesión, pueden tocar lo que quieran, hasta que se can-
sen. Una banda se va por aquí y otra, en otra dirección. Hacen sus exhibicio-
nes. El ayuntamiento paga a las bandas y también a los soldados romanos que
desfilan en las procesiones una comida en la Virgen o en otro sitio. Dolores
añade: «Raro es el que no se va a su casa, hinchado de bebida».

24
   Muy probablemente el aprendizaje de la trompeta está relacionado con el servicio
militar.

67
Dolores se refiere a la procesión del viernes santo, suspendida por la lluvia,
con estas expresiones: «El entierro, ¡qué bonico con sus velas! Para lo que cabe
para el pueblo, ¡vamos bien!» Parece que sus palabras son irónicas.
Por la mañana, antes de la procesión, Esperanza, la esposa de Choncho,
nos cuenta en su casa que han ido a buscar a su hijo Paco, que toca el tambor
en una banda, y que éste no quería vestirse, porque ayer les habían dicho que
se haría la procesión suspendida el viernes a causa de la lluvia, pero luego no
se la dejaron hacer. Paco toca el tambor con los morados, la cofradía de El
Nazareno. Finalmente, Paco se ha vestido y ha salido con su banda25.
Día soleado. El itinerario de la procesión es el siguiente: de la iglesia parro-
quial, hacia la calle Mayor, la Glorieta, el Convento y regreso a la iglesia parro-
quial por la calle Mayor. Todos los pasos son llevados a hombros, menos uno.
Mucha gente contempla la procesión. Los que llevan los pasos se ríen a veces.
Los acompañantes que llevan túnicas y la cabeza descubierta, hablan casi todo
el rato. Un hombre, que viste de paisano, toca una trompeta de plástico. Los
del paso de La Dolorosa son los maestros del pueblo. Visten traje. Los demás
pasos tienen un aspecto humilde o muy humilde, como los que acompañan
el paso de la Santa Cruz. La Dolorosa cierra la procesión. Detrás, el cura solo.
Finalizada la procesión, las bandas acuden al Convento para formar «el ca-
racol». Entran en fila de a uno tocando y todas juntas forman una gran espiral
cerrada en el centro de la plaza. Tocan marchas militares. Luego, deshacen el
círculo marchando otra vez en fila de a uno. Hemos contemplado «el caracol»
desde uno de los balcones de La Posada. Desde arriba, se ve un círculo com-
pacto y el fulgor de las trompetas rodeado de mucha gente.
Por la tarde, se realiza una merienda en el Ecce Homo, una capilla situada
en una loma de la huerta. Se va a pie. Se acompaña a la imagen del Ecce Homo
que ha estado en el pueblo para la procesión. Van grupos de jóvenes. Iba Paco,
el hijo de Choncho. Él no lleva merienda. La lleva el grupo de chicas con las
que va. Se comen habas tiernas.
El ayuntamiento da dinero a las cofradías y éstas lo reparten entre los actuantes.
A Paco, hijo de Choncho, le han dado doscientas cincuenta pesetas. Es el primer año
que forma parte de una banda. Choncho participó veinte años seguidos y sin cobrar.

25
   Ser miembro de una banda de cornetas y tambores, participar en los ensayos y
desfilar generan sociabilidad y protagonismo social para los jóvenes. La pertenencia a
una cofradía se transmite de generación en generación.

68
Hacia las seis y media de la tarde entran en casa de Francisco Pérez Mayo,
José Antonio el «Rubio», Manuel el «Zoco», presidente de la Agrupación de
Aparceros, Miguel de «la Molinera» y José de «los Naranjos». Francisco les
hace pasar a un comedor interior.
Una parte de los tópicos iniciales, debido muy probablemente a mi pre-
sencia, hacen referencia a los que emigraron y regresan con un vocabulario y
unos modos diferentes. A los que emigraron a Madrid les imputan hablar fino
y a los que emigraron a Barcelona, el acento catalán. Miguel de «la Molinera»
cuenta que el «Güevero» (Huevero) estuvo en Barcelona y a su regreso pre-
guntó por el water y la respuesta furiosa de su padre. Éste vive en una casa de
campo –donde él también vivió–, y allí se hace en las cuadras o en el campo.
José de «los Naranjos» cuenta que fue a Madrid y visitó a un amigo con el que
se había criado juntos, ya que eran vecinos de casa. Le salió a recibir con un
vocabulario y un tono totalmente nuevos, lo que le desconcertó. Le imita, lo
que provoca muchas risas. Al contarles que hay otros catalanes hospedados en
la Posada, Francisco dice que a lo mejor son del pueblo, que pronto aprenden
catalán. Critican en todos estos casos la falta de personalidad. No aceptan que
usen el término papa.
Cuentan que la Seguridad Social agraria es un arma en manos de los caci-
ques. Antoñito, secretario de la Hermandad de Labradores y delegado local de
la Organización sindical, controla las subvenciones del estado a los agricultores
y la cartilla de la Seguridad social agraria. Ponen como ejemplo el siguiente epi-
sodio: Pedro Gomariz, primo hermano de Antoñito, tiene una disputa con su
aparcero, al que al parecer quiere echar de la tierra. Un vecino de tierras planta
un hoyo de hortalizas. Pedro visita un día la tierra y cree que el hoyo de hortali-
zas lo ha plantado su aparcero sin su consentimiento y lo destroza con los pies.
Luego se da cuenta de que es de su vecino. Hay un acto de conciliación en el
sindicato con un tira y afloja: «Te doy tal». «No quiero». Para evitar la denuncia
en el juzgado y líos a su primo, Antoñito ofrece al otro la cartilla de la Seguridad
social agraria. Es lo que el otro perseguía desde hacía tiempo y no conseguía.
Entrar en la Seguridad social agraria se ha convertido en un objeto de favores
y Antoñito tiene la llave de estos favores. Hay en la Seguridad social agraria los
albañiles, los carpinteros, los que trabajan en talleres, propietarios agrícolas e
incluso algunos propietarios de tiendas. Es una ilegalidad, pero se da. La Segu-
ridad Social agraria es más barata para el patrón, pero el obrero cobrará menos
pensión en la vejez. A los que no lo aceptan, no los cogen para trabajar.

69
Otro ejemplo contado por Francisco tiene como protagonista a una tía
suya, que tiene un aparcero de toda la vida. Viene de su padre, de su abuelo
y de su bisabuelo. Además le trabaja una parte de su finca como jornalero.
Este hombre está malo de las piernas y acude a ella para que le firme la baja
por enfermedad. Ella no quiere ni tampoco su hijo Manuel. Francisco fue a
ver a su tía y le dijo que si no quería firmar un papel en que constara que en
el momento de la enfermedad trabajaba en su finca, que hiciera constar que
había trabajado en ella con anterioridad. Su tía le responde que Juan «Grande»
le ha dicho que no firme nada, que luego eso trae malas consecuencias o algo
por el estilo. Francisco le firma a este hombre. Ya lo ha hecho para cuatro o
cinco trabajadores. Francisco dice que no sucede nada. Todas las tierras pagan
un impuesto para la Seguridad Social agraria.
Miguel de «la Molinera» explica sobre el propietario de la tierra que lleva
en aparcería, uno de los propietarios que no quiere cambiar los usos, porque
no quiere cambiar las costumbres. Miguel le propuso al propietario, «¿Si sem-
bramos trigo y a continuación panizo?» Calcularon que la ganancia ascende-
ría a siete mil pesetas. Miguel prosiguió, «si sembramos cebollas tempranas y
luego en los rastrojos sembramos patatas tardías y luego habas, ¿cuánto gana-
mos?» «Mucho más», respondió el propietario y le dijo: «Haga esto». Miguel
le respondió: «Me tiene que dar una ayuda en abono». El propietario se niega,
porque a él no le gusta cambiar la costumbre que ha heredado de su padre, que
ya venía del tiempo de sus abuelos.
Miguel cuenta que en un acto en el juzgado, al que asistía como compañe-
ro de un aparcero, al que querían echar de la tierra sin pagar derechos, el juez
de paz le hizo callar, porque quiso explicar que la costumbre que mencionaba
el juez de avisar en una Pascua para despedir en la otra estaba en contradicción
con el ciclo de cultivo de dos años. Manuel: «Le podías haber dicho al juez a
ver si se acordaba de algún caso de avisar en una Pascua para despedir de la
tierra en la otra». Manuel sostiene que hace mucho tiempo que no se da eso y
en cambio se da el pago de derechos. Eso es lo frecuente.
Los aparceros y sus mujeres hacen visitas a la casa del propietario sobre
todo en las fiestas, en su santo, cuando hay enfermos. Francisco dice que más
bien son visitas de pleitesía. José Antonio: «No se preocupe que vengo yo
mañana y se lo limpio (arroz). Todo el año se pasan criticando al amo y por la
Pascua le llevan el pavo».

70
Manuel dice que como el dueño de un trozo de tierra que llevaba en apar-
cería no quiso concederle las nuevas condiciones acordadas por la asamblea
de aparceros, le entregó la tierra. Lo hizo para dar ejemplo. Otro cogió esa
tierra y al cabo de un tiempo vendió los derechos de la mitad de la tierra a otro
aparcero por quince mil pesetas. Manuel concluye: «Si alguien deja la tierra
otro la coge». Manuel dice que no se puede reivindicar la entrega del tercio
de la cosecha al propietario, en vez de la mitad, y amenazar con dejar la tierra
como medida de presión, porque hay el peligro de que «la cuerda se rompa
por varias partes».
En referencia a la Agrupación de Aparceros, dicen que a los miembros
que no cumplen con los acuerdos adoptados, ni se les puede echar ni se les
puede forzar a cumplirlos. Algunos están en la Agrupación por compromiso
con otros. Cuando se acordaron las nuevas condiciones de la aparcería, un
grupo de aparceros fue a ver al amo. Éste al verles les preguntó si habían ido a
presionarle. Le contestaron que harían lo que les mandase.
Miguel dice que hay varios esparteros que también son aparceros y están
en la Agrupación de Aparceros.
José Antonio explica la participación de algunos en la procesión por com-
promiso con alguien. Usa la expresión «Lo comprometió fulano de tal»26.
Francisco: «Hay uno que cuando se destapa, te tienes que marchar de su lado,
porque si viene la guardia civil, te coge, y luego sale en la procesión».
El pero es un frutal que se pierde. Los grandes propietarios se dedicaron al
monocultivo del albaricoque. La gente planta algo que pueda rendirle pronto,
no planta olivos que tardan.
Francisco hizo sulfatar sus frutales y le costó unas cinco mil pesetas. Pidió
al sindicato el insecticida que proporciona a los agricultores a mitad de precio.
Le dieron 25 litros a 25 pesetas el litro. Como no tuvo bastante, pidió a Paco,
perito agrícola, que le sulfatase el resto de los frutales. Fue a la tierra y vio que
usaba el mismo producto que le había proporcionado el sindicato. Las botellas
llevaban etiquetas con «prohibida la venta». Le cobró el litro de insecticida
a 55 pesetas. Al decirle que era el insecticida del sindicato, le respondió que
algunos agricultores se lo venden y él se lo compra como favor. Francisco dice:
«Es un chanchullo».

26
 Se remarca también la ausencia de iniciativa propia.

71
Afirman que hay que salvar la Cooperativa del campo27. Aportación de
dos terceras partes por parte de los propietarios y de una tercera parte por
parte de los aparceros. Francisco, refiriéndose a Rafael Canales, presidente
de la Cooperativa: «Está en la picota y voy a avisarle para que se apee de la
misma». A Francisco le ha llegado por varios conductos el rumor que atribuye
a Rafael haber bajado el precio del salvado de arroz de 5,50 pesetas el kilo a
4,50 el kilo. Dado que él tiene almacén y ganado, se beneficiaría de la bajada
de precio, al igual que el secretario de la cooperativa que también es ganadero.
Dice Francisco sobre el presidente de la Cooperativa: «Lo hemos elegido no-
sotros. Es apto para esta época de transición. Por ahora juega nuestras cartas,
pero también juega otras». En la conversación sólo se usa el nombre propio y
los apellidos para el presidente de la cooperativa y la tía de Francisco. En los
demás casos se usa el apodo. Algunos apodos curiosos: El Pichasanta, El Pan y
Olivas, El Matabichos, etc. El «Pájaro» es el apodo de Pérez Tenedor, que vino
al pueblo desde Cieza y aquí se hizo rico con el esparto.
José Antonio dice que los esparteros con los años buenos que han tenido
después de la emigración, podrían haber aprovechado para pagar una cuota
y organizarse como hicieron los aparceros. Manuel y Francisco opinan que el
espartero es más combativo como masa, pero sin levadura que les haga crecer.
Manuel: «Les falta gente moderada que sepa organizarlos, convertirlos en ver-
daderos seres humanos, civilizados, sin dar saltos». Falta hacerles ver que los
aparceros no quieren sólo las mejoras para ellos, sino también el bien de todos.
El cura tiene una docena de esparteros que son sus acólitos y no quiere tirar

27
 En mi texto, «Creación y evolución de una cooperativa agrícola en la vega alta del
Segura desde 1962 a 1974» Revista de Estudios Sociales 14-14, mayo-diciembre 1975,
pp.167-200, analizo la relación entre la cooperativa y la estructura y el proceso socia-
les del pueblo en el marco político-jurídico, sindical y político vigente. En 1942, se
promulgó una nueva ley de cooperación por la cual las cooperativas existentes perdían
su independencia y eran adscritas y tuteladas por la Central Nacional Sindicalista a
través de la Obra Sindical de Cooperación. En 1970, la cifra de cooperativas agrícolas
supera las siete mil, la mayor parte de las cuales creadas en áreas, donde no había
una tradición cooperativista. Para José Navarro Villodre, jefe de la Obra Sindical de
Cooperación, la cooperación viene a conseguir «un agro donde el hombre se sienta
compensado de su esfuerzo productor; donde sea el amo y gobernador de sus tierras
y no esclavo de ellas, donde él domine y disponga y no, como por desgracia venía
sucediendo, ande a remolque de sus caprichos y veleidades». (169).

72
adelante la asociación, porque teme perderlos, que sigan su propia línea, se re-
únan en el local de sindicatos y no utilicen el club que ha montado para ellos.

3 de abril de 1972.

De una conversación con Francisco Pérez Mayo y José Antonio el «Ru-


bio»: La Comisaría de Aguas de Murcia propuso hacia 1953 la ampliación de
la zona regable en cuatro mil hectáreas. Los regantes de la acequia de Rotas,
la más importante de la vega, fueron favorables a la ampliación. Actuación
contraria de José Gomariz, en nombre de la Condesa, a la ampliación, porque
no incluía tierras de sus dominios. Según Francisco: «Es el principio de que los
demás no sean más que uno».
Comunidad de regantes: los propietarios pagan la limpieza del cauce de la
acequia en función del número de tahúllas que poseen.
Higinio Marín, siendo presidente de la Comunidad de regantes de la
acequia de Rotas y con anterioridad a su nombramiento como alcalde, pide
autorización para hacer un pozo en su heredad a la distancia reglamentaria
del cauce del río. Como el pozo no tiene agua o muy poca, desvía agua de la
acequia a su pozo y con el motor la sube a sus tierras, que eran de secano28.
Dobla o triplica el valor de su tierra y de su producción. En el pozo hay un
agujero para que entre el agua y la inspección tuvo que verlo. La inspección
ha de dar la autorización del pozo. Francisco dice: «Si tiene cien fanegas, son
unas treinta mil pesetas anuales las que deja de pagar». El canon por tahúlla
está estipulado en cien pesetas anuales. El dinero se destina a reparaciones y
mejoras de la acequia. Ha habido protestas de la gente. No quieren pagar si
él no paga. Si paga, se verá que toma agua indebidamente, que el pozo es una
ficción, y se lo tendrán que cerrar. Observación general: «Si uno obtiene un

28
   En la misma época, en municipios próximos se produce una ampliación del rega-
dío en tierras de secano mediante la prospección y la explotación masiva de acuíferos
y grandes inversiones de corporaciones financieras e industriales. En Cieza, la finca
Ascoy, propiedad de Bankunión, tenía 830 hectáreas de riego en tierras de secano y
contaba con una estación experimental, planta conservera, marca para la exportación
de su fruta, equipos de ingenieros y técnicos y alojamientos para los obreros agrícolas.
(ver Robert Hérin, 1980: 25-26)

73
año permiso para regar diez fanegas, al año siguiente riega once o doce. Es
como una mancha de aceite que se va extendiendo».
Comunidad de regantes: votos según el número de fanegas. Cien fanegas
equivalen a cien votos. Dominan los caciques. «Los pequeños se inhiben y no
saben que si se unieran tendrían más votos», asegura Francisco.
Se ha perdido el juicio de Miguel de «la Molinera» y otros aparceros. Dos-
cientas sesenta mil pesetas de gastos de abogados. Perdieron el juicio por un
descuido del abogado. Los abogados se los buscaron los curas de Calasparra y
son los del Obispo. Francisco y otros recelan que el descuido no hubiera sido
a propósito para romper la moral de los aparceros y mantener su dependencia
de la iglesia.
Procesiones de Semana santa: los curas no las quieren, el pueblo las impone.
«Si quieres hallar a alguien tienes que ir al Convento o a esta parte de aquí
(la calle Mayor y las Cuatro Esquinas)». No se va a casa de uno, sino que nor-
malmente los hombres se encuentran y hablan en estos puntos. «¿Dónde nos
juntamos? Pues, en tal bar». Aquí en el pueblo, dice Francisco, para hablar o
tratar de algo hay que comer y beber. Lo compara con los almuerzos de trabajo
de los ministros.
Comida en casa de Choncho: potaje.
Conversación con Manuel «el Zoco» por la tarde, sobre las condiciones de
tenencia de la tierra en un período cuyo límite es 1962 y en el período posterior.
En el período anterior a 1962, el dueño pone la tierra y la mitad del abo-
no. El aparcero la cultiva, es decir hace el sementero, la escarda, la siega, la
trilla y lleva la cosecha al granero del amo. Todas las semillas las pone el apar-
cero. La mecanización era nula, todo tenía que hacerlo el aparcero. El aparcero
tenía que pagar la mitad de la contribución, de la guardería rural y de todos los
impuestos.Tenía que llevar al amo un regalo por navidad. Ya desde una fanega
y media de tierra se llevaba un pollo.
En las nuevas condiciones de la aparcería a partir de 1962, el aparcero no
paga la mitad de la contribución y de los demás impuestos. El regalo, el pollo,
se ha abolido. También se ha suprimido que el aparcero pague la mitad del
abono y de los portes en todos los cultivos. En los cultivos nuevos, como el
maíz híbrido que tiene mayor producción, el amo pone todo el abono. En el
cultivo del arroz el amo paga la mitad de la semilla. Patatas y cebollas no se
siembran muchas y en caso de sembrarlas, el amo y el aparcero se han de poner
mutuamente de acuerdo en las condiciones.

74
La rotación antigua de cultivos era de cuatro años. Lo que se daba mayor-
mente era que dos años se sembraba arroz y dos años, trigo y maíz. Cuando en
los rastrojos del arroz había que sembrar otro cultivo, el amo pagaba el labrar
los rastrojos. En la parte de la vega llamada El Esparragal se solían dar tres
arroces, un trigo y un panizo y se volvía al ciclo del arroz.
Cuando el amo no se ha avenido a las nuevas condiciones de la aparcería, se le
han dejado en el campo cargas de trigo y de arroz sin trillar. Estas represalias por
parte del aparcero han generado algún juicio como el de Miguel de «la Molinera».
El propietario pequeño ve que le sería ruinoso cultivar la tierra por su cuen-
ta, dado lo que cuestan los jornales y los demás gastos que comporta el cultivo
y por eso cede. Manuel considera pequeño propietario al que posee de cuatro o
cinco hasta diez o doce fanegas, se sobreentiende de tierra en la vega. El pequeño
propietario invierte en tierras, ya que no ve otro medio de inversión.
Hay malas comunicaciones para acceder a los campos. Ahora se están
haciendo muchos caminos a cargo del propietario. Se usa el tractor y otra
maquinaria. Prácticamente las yuntas de bueyes y de mulas han desaparecido.
Quedan las bestias de carga. El cambio de mentalidad de los propietarios –se
refiere al pago de las mejoras en los caminos –, Manuel lo atribuye a la presión
económica: cuesta más dinero cultivar con máquinas pequeñas y con animales
que con máquinas grandes.
El cambio de mentalidad del aparcero, que se manifiesta en la reivindica-
ción de las nuevas condiciones de la aparcería, fue posible al tener otro medio
de trabajo: los jornales. Sin la emigración, que redujo la mano de obra, la pre-
sión de los aparceros no hubiera sido posible. La presión de los aparceros para
cambiar las condiciones de la aparcería, «el primer chispazo», se produjo en
1962, con parte de la emigración ya realizada, debida al cierre de las industrias
del esparto. La Asociación de Aparceros nació después. Los aparceros emigra-
ron mucho después de las reivindicaciones y las presiones a los propietarios y,
según Manuel, su emigración no tiene ninguna relación con ellas, ya que se
trata de un movimiento general del campo a la ciudad.
La huerta regada por el río Argos sólo lleva agua parte del año. Actualmen-
te estas tierras están devaluadas y se venden baratas, a pesar de que el pantano
del Argos, que les aportará agua, está casi terminado.
En la ribera del río Argos todos los pobres tienen trozos de tierra. Aunque
tengan poca, la mitad del año sacan ingresos de ella, la otra mitad pueden
buscarse trabajos en el monte o en otra cosa. Hay propiedades en la huerta

75
desde media fanega hasta tres o cuatro fanegas. La tierra de la huerta se está
repartiendo cada vez más. Gente que viene de Alemania (emigrantes) compra
trozos de tierra en la huerta. La tierra de la vega es inaccesible. Precios de la
tierra: una fanega en la vega cuesta de treinta a treinta y cinco mil duros (cien-
to cincuenta mil pesetas y ciento cincuenta y cinco mil pesetas); una fanega de
tierra en la huerta, entre cincuenta y sesenta mil pesetas. En la huerta el precio
oscila según el paraje y la distancia de la acequia al río29. Hay kilómetros de
acequias desde el río a la tierra.
A Manuel le ofrecieron comprar la tierra que cultiva en la huerta desde
hace tiempo. Se la han vendido sin pagar al contado ni facturas. El que se la
ha vendido vende los trozos dispersos, de difícil acceso.
Propietarios tradicionales en las tierras de la vega: el conde y su familia
acaparaban primero un tercio de la vega. Hoy no tienen ni una décima parte.
En la época industrial de la posguerra se formaron dos grandes terratenientes
debido al esparto: Higinio Marín y Francisco Pérez Tenedor. Éstos fueron los
que más tierras compraron.
Se dan casos en los que el propietario se entiende con el aparcero, padre de
familia, y si éste cede la tierra a sus hijos, se entiende con ellos. Pero hay también
propietarios que no reconocen a los hijos de los aparceros. Si el propietario se
quiere quedar con la tierra le dice al aparcero que sólo se entiende con él y éste
no puede decir que le despide de la tierra, ya que mientras viva no le va a quitar
la tierra. Lo general es que pase de padres a hijos o de un aparcero a otro por
venta de derechos. Hoy se pagan derechos. Es lo generalizado. Dejar la tierra y
tomarla otro. La cogen, se dice de la tierra en aparcería. El ansía de tierra es señal
de falta de trabajo. El espartero, si tuviera el trabajo asegurado todos los días,
no cogería tierra, porque ya sabe lo que da la tierra en esta clase de condiciones.
En la Agrupación de Aparceros hay dos tipos de aparceros: los obreros
eventuales que llevan tierra en aparcería y los aparceros que además son pro-
pietarios de tierra. No hay diferencia entre ellos en cuanto a sus aspiraciones
y su acción, porque los que tienen propiedad, aspiran a cultivar en mejores
condiciones las tierras que llevan en aparcería. Hay evidentemente un aparce-

29
   Las tierras más cercanas al inicio de la acequia, es decir, a la toma de agua del río,
disponían de más agua que las más lejanas, dado el escaso caudal del río Argos. Así se
distinguía entre las tierras de la huerta «del pueblo para arriba» y las «del pueblo para
abajo».

76
ro que cultiva una hectárea y otro que cultiva dos y media y está mejor situado.
En el fondo todos quieren las mejoras (de las condiciones de la aparcería).
Algunos esperan que la acción la lleven otros para recibirlas todos.
El desfase entre lo acordado en las asambleas de aparceros y la práctica se
debe a no querer ser visto. Que no sepa el propietario que él ha puesto piedras
para lograr las mejoras, que no se sepa que él está en el grupo de firmas que
las pidieron. Querer quedar bien. No hay represalias por parte de los propie-
tarios o de las autoridades. Los que quieren quedar bien esperan recibir algún
beneficio del amo: si el amo compra más tierra o se le va un aparcero, espera
recibirla en aparcería, por ser el más cercano al amo.
También se debe a la vida miserable que han tenido. La situación econó-
mica es mejor y al verse con pan, creen que no tienen derecho a pedir más.
«¿Cuándo he estado yo como ahora?» Hay ejemplos de esto y no pocos. Han
pasado hambre, penuria y ahora se ven con pan.
Formas de cooperación entre aparceros son la peonada vuelta, prestarse
aperos de labranza y animales de labor en el pasado, ayudarse a segar. En la re-
colección del arroz Manuel se junta con los tres o cuatro de las parcelas vecinas.
Esta forma de cooperación se da para una siembra, una recolección, una trilla,
etc. Todos los trabajos pueden entrar en ella. Se usó y se usa sobre todo en las
siembras y en las recolecciones. Ya sabe uno lo que le debe al otro y en contra-
partida debe ayudarle en el momento en que se lo pida. Por la noche, el que
recibe la ayuda convida a los que han trabajado para él. No hay peonada vuelta
para las mujeres. Las mujeres van a la tierra para cosas de familia, sobre todo
la recolección del maíz, la siembra de cebollas, la recolección de tomates, etc.
Relación entre padres aparceros y sus hijos: el padre cultiva la tierra y el
hijo quiere ganar el jornal. El padre dice: «Haremos esto». El hijo responde:
«Hazlo tú». «Hay hatajo de hijos que responden así»30. De los hijos de los
aparceros hay pocos en la tierra. Se reparten en actividades u oficios tales como
espartero, estudiante, mecánico, en la construcción, etc.

30
   La desobediencia como indicador de la quiebra de la jerarquía a causa de la cre-
ciente importancia del salario. Hannah Arendt afirma que la relación de autoridad
entre el que manda y el que obedece «no descansa ni en una razón común ni en el
poder del que manda; lo que ambos tienen en común es la jerarquía misma, de la que
cada uno reconoce la pertinencia y la legitimidad, y en la que tienen su lugar fijado de
antemano». (123) La crise de la culture, Paris, 1972.

77
Los aparceros entraron en la Cooperativa agrícolas conducidos por la Agru-
pación de Aparceros. Su «bache» actual tiene que ver con el poder de los caci-
ques, que se repartieron los puestos directivos y son ineptos para ocuparlos.
En tiempos, el que llevaba tierra parecía superior al que no llevaba y no
tenía trabajo fijo. Entonces daba la sensación de que era una clase diferente:
la de la tierra y la de los esparteros. No hubo discordia, sino un ambiente
raro. Los esparteros son la clase oprimida. Segar todo el día para no poder
comprar un kilo de harina por la noche. Tenían que robar. Robaban panizo o
algo para comer. Cuando discuten se lo tiran en cara. Se ha demostrado que
no son ladrones. A partir de la emigración se igualan. Ahora se han fundido
en la convivencia. Hay círculos de amigos que se componen de esparteros y
agricultores o da igual que sean de oficios diferentes. Por la noche se juntan y
abren su botella de vino31.
El aparcero era más amigo del cacique. Chufletero, pelotillero y chaque-
tero son términos que se aplican a algunos aparceros: «Mire señorito, hemos
estado reunidos y éste ha dicho, ha hecho esto». Antes había un cuarenta por
cien de chufleteros, concluye Manuel32.
«Los esparteros en el monte sin comer y llevando ochenta o cien kilos de
esparto sobre sus costillas se cagaban en dios cuarenta pares de veces al día». La
religión no forma parte de la ideología de los aparceros, la practican por compro-
miso. «Voy hacer esto para que me vea el dueño de la tierra». «De mí, si te puedo
decir que esa que hay nueva (la iglesia del Convento), no te puedo decir cómo es».
Un símil de Manuel: «El buen jugador no tira la carta, cuando no hay
seguridad de ganar».
Conversación en el bar Campero con un hombre joven, que tiene un hijo
de cuatro años y otro en camino. Lleva en aparcería cuatro fanegas y media en
la vega. «Si fueran mías y sólo tuviera que pagar al estado, casi podría vivir con

31
   «Fundirse en la convivencia» es consecuencia de la redefinición de límites existentes
entre ambos grupos sociales, lo cual implica también la ampliación de la esfera de los
intercambios de bienes y servicios y de los matrimonios.
32
   Manuel utiliza estos términos en otro contexto: «Los dirigentes de la Sección So-
cial (de la Hermandad de Labradores) eran labradores, aparceros e incluso jornaleros
“pelotas” y “chaqueteros” que servían de “testaferros” para dar la imagen de que los
trabajadores estaban representados por sus compañeros». Manuel Moya. Calasparra.
Relatos de Antaño. Calasparra: edición de autor. 1996.

78
ellas, pero así (en aparcería), ni con veinte fanegas». La tierra está muy repar-
tida en cuanto a aparceros, no en cuanto a propiedad. El término (municipal)
es rico. Él trabaja en el monte y afirma: «Este pueblo vive del monte». Trabaja
la tierra y cuando se ve apurado (por no poder atenderla), busca un hombre
(contrata un jornalero). No puede vivir de la tierra. Pone el siguiente ejemplo:
«Ahora vendrá la cosecha del trigo, el amo de la tierra me da mil pesetas para
el abono y yo pongo otras tantas y le tendré que dar al amo tres mil duros en
trigo». Juega con la diferencia entre las mil pesetas que el amo le da y el valor
del trigo que él dará al amo para enfatizar la desigualdad. Añade: «Y antes
el amo no daba ni eso (la mitad del abono)». El transporte de la parte de la
cosecha del amo corre de cuenta del amo. Eso lo ha logrado la Agrupación de
Aparceros porque se han unido.
Dentro de poco vendrá la época en que hay jornales en la huerta y en la
vega y el bache del esparto se paliará un poco. Refiriéndose a las fábricas de
conservas, dice que las mujeres trabajan en ellas quince días al año. La mujer
puede ayudar a su marido sólo con unas dos mil pesetas al año y eso no es
nada. Además no todas pueden ir. Luego se van a la vendimia a Francia todos
los esparteros y otros que no lo son.
Este pueblo vive del monte, del esparto. Primero dice la cifra de trecien-
tos padres de familia, luego la reduce a ciento cincuenta padres de familia que
dependen del esparto. Es toda la zona la que está afectada por la crisis del es-
parto. Albacete con Hellín y otras poblaciones; Murcia con Calasparra, Cieza,
Abarán, Moratalla. Al afectar a estas provincias es el estado quien tiene que in-
tervenir. Si hubiera industria para paliar los días en que no se puede trabajar en
el monte, en el pueblo se viviría bien. El pueblo es rico, pero le falta industria.
«Que pongan industria en el pueblo, ya que ponen en tantos lugares. Si puedo
vivir en el pueblo, por qué me voy a marchar, si en este pueblo he nacido y me
he criado. Pero si no se puede vivir, me tendré que marchar. No quiero hacer
de mi hijo un desgraciado».
El trabajo del espartero es duro y pesado y a pesar de ello está mal pagado.
Hay que levantarse temprano en este tiempo, ya que el sol aprieta mucho y
te coge en plena sierra pelada cargado, cansado y sin agua. No se puede hacer
fiesta cuando estás cansado, ya que a lo mejor al otro día llueve y no se puede
trabajar. Cuando llueve no se puede trabajar en el esparto y con dos o tres días
de trabajo a la semana no se puede gobernar una casa. Hoy ha trabajado. Sobre
la crisis del esparto dice que hace un mes que no cobran. El precio del esparto

79
ha bajado en el mercado. A los esparteros les pagan el esparto a dos pesetas
el kilo, pero Tarzán, que es quien se lo paga, pierde dinero y está en quiebra.
Tarzán depende de los fabricantes de Cieza, que no le pagan o le han retirado
los fondos. Los fabricantes de Cieza quieren comprar el esparto más barato y
lo compran. Si falla Tarzán, va a haber un fracaso. La gente tiene que pedir
fiado ya. «¡Es que no nos dejan vivir! Actualmente trabajando y sin dinero».
Los de aquí ni invierten, ni quieren, ni han dejado que inviertan. El ayun-
tamiento y los de aquí no hacen nada, igual que el estado. Contrapone ello
con lo que hace Tarzán para el pueblo y las familias. Sin él, pasarían hambre
o se marcharían. Le tendrían que hacer un monumento por lo que aguanta.
Si el tuviera el mando, no les pondría el pie en el cuello a los que tienen y
ganan tanto, sino equilibrarlo, un término medio; esto es lo mejor.
Por la noche en casa de Choncho. La familia mira la televisión en la co-
cina. Como es muy pequeña sitúan la televisión en la zona de transición de
la cocina a la habitación de entrada. La casa tiene tres piezas: la entrada, un
dormitorio y la cocina. Ésta está situada al fondo y desde la misma se accede
a la cámara, en la parte superior, y a un patio o corral posterior. Paco, el hijo,
llega más tarde y come en la cocina.
Las casas son pequeñas. Los hijos mayores se casan y tienen que salir de
casa y buscarse otra. Los que se llevan la novia pueden complicar este equili-
brio si no pueden buscar otra. Choncho dice que si tuviera dinero construiría
un piso encima de la casa y cuando su hijo pequeño se casase, viviría en él.
Choncho dice que «un cuñado es un pegado, eso me creo yo. Entre cuña-
dos no toca nada».

4 de abril de 1972, martes.

Conversación con don Juan, cura-párroco de Calasparra por la mañana.


Antes la Mayordomía del Santuario de la Virgen estaba compuesta por un nú-
mero no fijo de mayordomos, ahora son quince miembros. El Obispado hizo
un reglamento. Antes los curas nombraban mediante un oficio a los mayor-
domos de acuerdo con las autoridades y el cargo de mayordomo era vitalicio,
ahora existe un tope de edad, que no se cumple porque se está en una etapa
de transición. Hace unos dos años que hubo una renovación de los cargos de
la Mayordomía. Los mayordomos actuales no están ligados al ayuntamiento.

80
Estos cambios han tenido lugar siendo él párroco. Los mayordomos salientes
no entregaron el dinero a los entrantes sino al ayuntamiento. Parece que el
alcalde anterior pagó obras de infraestructura del pueblo con la cuenta de la
Mayordomía. El cura tilda al ex-alcalde de bruto, rudo, tonto y zoquete. Hoy
integran la mayordomía tres maestros, un concejal, un médico, un veterina-
rio, tres agricultores propuestos por los curas, etc. Al parecer no hay ningún
espartero. La función de la Mayordomía es la administración de los ingresos
obtenidos por las ventas de recuerdos y «velicas» (velas) y los donativos. Del
dinero que se recauda dan una cuota de dos mil pesetas a Cáritas. En Navidad
dieron dinero para los pobres y el verano anterior, para unas colonias para ni-
ños en el Santuario. La iglesia es la que supervisa, ya que tiene la jurisdicción
sobre la Mayordomía y el Santuario. Los curas asisten a las reuniones de la
Mayordomía.
Al Santuario acuden durante la romería grupos numerosos de gentes de
varias provincias: de Albacete, sobre todo de Hellín, Minas de Hellín y Salme-
rón; de Murcia y de Alicante, sobre todo de Novelda, Elda, Aspe y Petrel. Es
el único santuario mariano de la zona.
Procesiones de Semana santa:
Los curas quisieron terminar con las procesiones de Semana Santa, pero
el pueblo las hace. El ayuntamiento costea las cofradías. Una parte de lo que
saca de los boletos –una lotería que se vende en bares –, lo da para la Semana
santa. Este año ha dado unas ciento cincuenta mil pesetas. Cada cofradía tiene
una directiva, aunque no se reúnen. Uno de los presidentes es sastre y hace
las túnicas, otro, vidriero, otro, tratante, otro, maestro, etc. A las autoridades
les interesa que el pueblo esté distraído con las procesiones. Desde hace unos
años, el Jueves Santo se hace una procesión general por iniciativa del ayunta-
miento. El alcalde convocó a todos los presidentes de las cofradías y como no
se entendieron, les llamó luego uno a uno y les hizo aceptar su propuesta. Ca-
lifica a los presidentes de hombres con poco espíritu, con poca personalidad.
Al parecer, los curas proponían como alternativa una procesión del silencio.
Hay dos médicos titulares que actúan en el Seguro Obligatorio de En-
fermedad y un médico libre. Don Juan dice que se quejan de que el Seguro
funciona mal, que los atienden mal, que sólo recetan pastillas baratas, como
si se tratase de un negocio suyo. Los médicos titulares tienen que atender el
cupo de beneficencia del pueblo, que es bajo. Don Juan está en la Junta de
Beneficencia, pero no lo han llamado. Con el dinero del fondo de beneficencia

81
el ayuntamiento paga a sus empleados las medicinas y los cuidados médicos,
en vez de pagarles un seguro. Dice que éstos se lo pasan en grande.
Un gitano vendió a un agricultor mayor un burro que resultó ser cocero.
El agricultor quería denunciarlo al teniente de la guardia civil. Don Juan in-
terviene y en la casa parroquial resuelven el asunto.
Los hijos de los agricultores ven que no sacan los pies del plato y se mar-
chan. Agricultores jóvenes quedan pocos en el pueblo. La juventud del pueblo
son los esparteros. Son pueblos que se quedan viejos. El porcentaje de matri-
monios fuera del pueblo es superior al local. Por el movimiento de matrimo-
nios, la colonia de Premià de Mar (Barcelona) es la más importante.
«Llevarse la novia» es lo normal y no se pierde. Los que viven al día se
llevan la novia. La mujer mayor que se ocupa de la casa parroquial dice que un
chico del pueblo, que es espartero, se ha traído la novia, que es de fuera, a casa
de sus padres. Ha sido al poco de terminar el servicio militar. La chica tiene
quince años. Don Juan dice que pronto irán a arreglar los papeles y califica al
muchacho de patológico.
Los curas, al no juntarse con las autoridades, no han bendecido el club
de la OJE (rama juvenil de Falange española), ni el nuevo ayuntamiento, ni
un grupo escolar construido ya hace tiempo. La lluvia del Viernes Santo por
la noche hizo que la procesión no se celebrase y que el cura no tuviese que ir
con las autoridades.
Comida en la casa parroquial: potaje
La Larga, una emigrante, me cuenta que un cura de Calasparra (no espe-
cifica más) no quería dejar salir una procesión y entonces llega un hombre y
dice: «Venga, esos pasos fuera» Y dirigiéndose al cura: «¿Es que los pasos son
suyos? ¿Es que no los ha pagado el pueblo?» El cura adujo la amenaza de llu-
via y que los pasos podían deteriorarse. La respuesta fue: «Si se deterioran, el
pueblo dará dinero para comprar otros». La Larga considera la acción del cura
como interferencia.
«El círculo rojo está completo y aquí está el Seitán». La expresión procede
de una serie de películas de la época de la guerra de Corea. Los personajes eran
asiáticos y se reunían para hacer el mal. Su jefe se llamaba Seitán. Un grupo de
gentes del pueblo, entre los que había maestros, aplicó la expresión a la tertulia
de la rebotica de don Prudencio Rosique. Mencioné la expresión a Choncho,
pero la no la había oído.

82
9 de agosto de 1972.

Conversación con Antonio Ochando. Algunos elementos básicos de la


misma: su participación en el Consejo Local del Movimiento, la descripción
de su padre, y la desmoralización a causa de la inestabilidad de la agricultura.
El secretario del Consejo Local del Movimiento es Antoñito Gomariz,
también secretario de la Confederación Nacional de Sindicatos (CNS). El
padre de Antonio es de la organización «Vieja Guardia» de Franco y Anto-
nio ha tenido una trayectoria dentro de la Falange. Actualmente Antonio es
Consejero local del Movimiento, no por convencimiento, sino porque vio que
Antoñito y unos cuantos tenían siempre el insecticida necesario. El insecticida
es muy caro y generalmente siempre falta cuando lo distribuyen a los agri-
cultores. El Consejo local del Movimiento está formado por unos dieciocho
miembros y su función es aportar la opinión del pueblo al ayuntamiento. El
alcalde tiene que presentar las cuentas del Ayuntamiento al Consejo local del
Movimiento.
Define a su padre como muy buena persona, persona de orden, poco ins-
truido pero muy trabajador. Su padre es conocido como el guardarríos. Tra-
bajaba –ahora está retirado– en la Confederación Hidrográfica del Segura. Ha
estado muchos años en el cargo de guardarríos.
Cuando Antonio era joven e iba con sus amigos por los pueblos vecinos
o por casas de campo del término municipal, la gente al preguntar de quién
era y al saber que era hijo del guardarríos, les trataban con amabilidad, incluso
los invitaban, matando pollos o conejos. Esto le llena de orgullo y satisfacción.
Su padre ha conseguido su finca más con trabajo que con dinero. El
abuelo de Antonio fue agricultor y a su padre le gusta la agricultura. Ha te-
nido que invertir mucho para cubrir las operaciones de conversión de una
tierra de secano en regadío: desfonde, abancalamiento, canalización, traída
de desperdicios, ya que la tierra de secano tiene pocos elementos orgánicos, y
plantación. Su padre ha ido reinvirtiendo todo lo que ha sacado de la venta de
la fruta en la finca, que va ampliando por hobby.
Sobre la inestabilidad actual de la agricultura explica que la tierra de rega-
dío se ha depreciado. Si la vendiera hoy, valdría menos que cuando la compró.
Se venden fincas con frutales en plena producción por una suma que antes con
dos años de producción se pagaban. La superproducción hace que los precios

83
sean muy bajos. El melocotón se paga a cuatro pesetas el kilo, cuando en años
anteriores se pagaba a doce pesetas el kilo.
Un agricultor tiene que pensar mucho al hacer sus proyectos. Un árbol
tiene que producir unos treinta años y tienes que sacar dinero de él. Hay que
estar al tanto por si en el intervalo sale una nueva variedad o un híbrido, etc.
Pero tal como van las cosas, no se puede planificar, ya que la superproducción
o la importación de productos pueden hacer inviable el proyecto. Igual pasa
con la ganadería.
El trasvase Tajo-Segura aportará a Calasparra cuatro millones de metros
cúbicos de agua para regar unas ochocientas hectáreas de secano. Hubo una
reunión conjunta del Ayuntamiento y del Consejo Local del Movimiento para
preparar una reunión de trabajo con el Gobernador Civil de Murcia y su equi-
po técnico. El alcalde propone que se pida al Gobernador que la distribución
del agua se haga por medio de la libre asociación de agricultores y no mediante
la intervención del IRYDA (Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario) y su
equipo técnico que tiene poder ejecutivo. La propuesta del alcalde Higinio
es que grupos de agricultores libremente asociados pidan el agua33. El alcalde
tiene 572 hectáreas de secano y puede dar tierras a sus allegados o empleados y
montar cualquier simulacro y quedarse con gran parte del caudal del agua para
sus tierras. Se trata de un permiso para instalar un motor en el cauce del río y
luego la canalización hacia las tierras. Si se aprueba esta iniciativa del alcalde,
que el ayuntamiento ha asumido, puede ocurrir eso. Higinio estaría intentan-
do que el IRYDA no meta las narices, le expropien, le junten con quien está
molesto o ha reñido. Higinio puede tener unas tres mil hectáreas, unas a su
nombre y otras a nombre de su madre. Antonio lo define como poco inteli-
gente, pero cazurro. Al secretario del ayuntamiento lo define como inteligente
y sinuoso. Ambos forman un tándem. El primero tiene el poder y el segundo
le resuelve los problemas. El secretario manejaba a todos los alcaldes, pero con
Higinio hay un mar de fondo, ya que no se deja manejar tanto. Antonio afir-
ma que el sistema está podrido, corrompido, y que el secretario no esconde, si

33
   Una estrategia similar: un gran propietario agrícola y alcalde de un pueblo de la
Vega Baja del río Segura «ambiciona reunir a estos pequeños propietarios – muchos
de ellos, empleados suyos–, en un grupo sindical con el fin de pedir una dotación de
agua del transvase Tajo-Segura». (109) Robert Hérin. Les huertas de Murcie. La Cala-
de: Édisud. 1980.

84
conoce a la persona, que él es un sinvergüenza y un vividor. Antonio dice que
los que dirigen son muy cortos.
Se dice: los zagales y las zagalas; los mocicos y las mocicas.

30 de agosto de 1972.

Por la mañana, funeral por una mujer de treinta y tres años en la iglesia del
Convento. Muchos hombres de pie frente a la iglesia y sentados en las sillas del
bar próximo. Cuando ha salido la comitiva con el féretro llevado a hombros
por cuatro hombres, los hombres de la plaza se han acercado a la puerta de la
iglesia. Las mujeres que estaban en el interior de la iglesia se han agolpado en
la puerta a la espera que terminara el desfile de los hombres para dar el pésame
a los parientes de la difunta, entre los que había dos mujeres, y a continuación
han pasado las mujeres.
Conversación con don Juan cura-párroco en la casa parroquial. Ha en-
trado una mujer llamada Juana Pascuala Gómez Gómez, de 72 años, con
problemas de audición, acompañada de su vecina. Explica que solicitó hace
dos años, después de quedarse viuda, una ayuda del fondo de asistencia social
y ahora le ha llegado la contestación: le tienen que suministrar alimentos sus
descendientes. Ella dice: «Mi Juan es oficial albañil en Barcelona con cuatros
hijos, ¿Qué puede darme mi Juan?» Le manda veinte duros para pagar la luz y
el agua. «Mi Isabel es viuda con dos hijos. Mi Carmen tiene cuatro hijos y su
marido va a la huerta, a lo que sale. Ahora se va a la vendimia. Vive en Aspe
(Alicante). Está para que le den». Su hija Lola, que vive con ella, «no tiene
todo su sentido». La vecina que la acompaña testimonia la verdad de sus pala-
bras. Juana termina diciendo: «Si usted puede hacer algo, Dios se lo pagará».
Don Juan, sobre la mujer que han enterrado: «Sus vecinas se han por-
tado muy bien con ella, a pesar de que su madre, una mujer de pocas luces,
muchas veces las echaba de la casa». Ha muerto de cáncer.
El ayuntamiento ha cambiado las fechas de la feria, pasándola de finales
de mes de septiembre a comienzos del mismo, unificándola con la fiesta de
la Virgen de la Esperanza. En el programa de este año no figura ningún acto
religioso. El ayuntamiento no ha enviado el programa al párroco. Poco tiempo
después de su llegada al pueblo, le pidieron un artículo para el programa de
la feria. Escribió uno que trataba sobre los problemas del pueblo y afirmaba

85
que éstos no debían olvidarse durante las fiestas. Le dijeron que el texto no
era conveniente para la ocasión. Luego no le han pedido otro. Califica a las
autoridades de triunfalistas.
Don Juan rompió con la tradición de acompañar el traslado de las imágenes
de los santos patronos San Abdón y San Senén desde la iglesia de Los Santos a la
iglesia de San Pedro, que es la iglesia parroquial. La víspera de la fiesta iban el cura
con los monaguillos y las autoridades detrás de las imágenes. Delante iba la banda
de música. El cura suprimió este traslado porque no participaba el pueblo.
Cuando don Juan comunicó por escrito al alcalde la supresión de las au-
toridades en la procesión del Corpus Christi, éste le respondió que las calles
eran suyas y que le tenía que pedir permiso para el paso de la procesión. El
cura envió un escrito en idénticos términos a la guardia civil.
Los curas han hecho bastante para obtener contratos de trabajo para la
vendimia en Francia a través del envío de cartas y telegramas a curas france-
ses; han indicado a los que van a la vendimia que tramiten ellos mismos el
pasaporte sin pasar por la gestoría para ahorrarse dinero. Les han ayudado sin
cobrarles nada. Los curas han intentado obtener otros trabajos en Francia para
otras épocas del año, pero no lo han conseguido.
Lo que la gente saca de la vendimia sirve para comprar una casa, dar
una entrada o hacer una reforma, etc34. En unos veinte o veinticinco días de
vendimia se pueden sacar unas diez mil pesetas por individuo. El año pasado
un matrimonio se trajo cerca de treinta mil pesetas. Al ir van cargados como
gitanos. Una mujer con sus dos hijos se llevó casi cinco mil pesetas en comida.
La estación de Murcia da pena de verla. Empiezan a marcharse hacia el nueve
de septiembre y para el quince se han marchado prácticamente todos.
De Bullas, un pueblo vecino, bajan a Murcia cada día tres o más autocares
con peones de albañil. Los curas han hecho gestiones con una empresa cons-

34
 Una opinión bien distinta manifestaban algunas autoridades: «En el ayuntamiento
o en el sindicato no dejan de evocar el espíritu de aventura y la inconsciencia que ani-
man las “migraciones de golondrinas”. ¡No están bien pagados aquí! (…) ¡Todo por
comprarse una moto o incluso un coche, o simplemente “para gastárselo alegremente”
en los bares!» (23) Robert Hérin. Les huertas de Murcie. La Calade: Édisud. 1980. La
vendimia supone, como muestra el diario, la acumulación de una cantidad importan-
te de dinero en un corto período de tiempo, lo que permite ampliar el consumo nor-
mal de los jornaleros al ámbito de la vivienda y de los medios de transporte, necesarios
para acceder a trabajos a menudo distantes del lugar de residencia.

86
tructora de Murcia para conseguir lo mismo para Calasparra, pero todavía no
han obtenido respuesta. Don Juan: «Si se pudiera colocar cien o doscientos
hombres fuera del pueblo, se podría presionar a los caciques y propietarios».
Hay muchos propietarios de casas. Don Juan: «Tienen su casica». Como
no tienen un sueldo fijo, se les hace muy cuesta arriba pagar un alquiler. Todos
quieren comprar una casa. Hay un movimiento en la ocupación de las casas:
los de El Esparragal vienen un poco más al centro para ocupar las casas de los
que emigran o se mudan.
Don Juan habla de unas viviendas muy hermosas que una cooperativa
formada por maestros, empleados y algún industrial pequeño ha construido
en una zona próxima a la carretera de Mula. Contrapone esta iniciativa con la
mentalidad del agricultor que define como pesimista y desanimado, porque
se apoya en el individualismo y la desconfianza. Por otra parte, opina que el
agricultor está muy ilusionado con la tierra: «Es más que su novia o su esposa».
Si la tierra fuera más barata, podría ser la solución. La vega del río Segura es la
tierra en la que puedes ponerte a trabajar enseguida. Es la tierra a la que toda
la gente le tiene puesto el ojo. De ciento cincuenta a ciento setenta mil pesetas
le costó a un hombre una fanega. Una familia necesitaría de dos a tres fanegas
para vivir y eso representa medio millón. La tierra de medio riego, la huerta,
es muy problemática.
Conversación con don José Antonio, cura coadjutor de Calasparra y de
Valentín, sobre la vendimia en Francia. El número total de vendimiadores
del pueblo puede ascender a unos trescientos: ciento cincuenta a través de los
curas y ciento cincuenta que van por su cuenta. Los grupos de vendimiadores
que él tiene apuntados son de treinta, siete, diez, etc., miembros respectiva-
mente y van a una misma casa de campo. Suelen ser grupos familiares los que
van a la vendimia, aunque también hay algún grupo de amigos. Al ir en fami-
lia los gastos disminuyen. La mayoría se llevan muchas cosas: fiambres, latas,
incluso el tabaco. De vestir llevan poco: lo que llevan puesto y lo que necesitan
para a diario. Predominan en el grupo los obreros eventuales. También van
algunos agricultores, ya que la faena disminuye en septiembre. El beneficio
neto de la vendimia es de entre ocho y diez mil pesetas por persona. Si luego
hacen la vendimia en la montaña, quizás se sacan unas cinco mil pesetas más.
En 1971, los precios por hora eran: cinco con treinta y siete francos para los
cortadores de uva y cuatro con treinta francos para los porteadores. Trabajan
ocho horas, divididas en bloques de cuatro.

87
Van vendimiadores de otros pueblos de la zona: Cehegín, Moratalla, Be-
nizar y Valentín. De Valentín van pocos, porque en verano familias enteras
van a Benidorm y a Palma de Mallorca a trabajar en los hoteles. En invierno,
están todos en el pueblo. Valentín tiene dos alcaldes pedáneos, porque el casco
pertenece a Cehegín y una calle y parte de las casas de campo, a Calasparra.
En Minas de Gilico, de mineral de hierro, había hace tres o cuatro años, cuan-
do él vino destinado al pueblo, unas quince familias en el casco; ahora se ha
reducido a unas cinco familias. Hay unos siete u ocho cortijos diseminados.
Salen trenes de vendimiadores de Albacete, Murcia, Valencia, etc., y se
encuentran en Figueras (Gerona).
Unos aparceros comentan que Miguel de «la Molinera» está ahora de gra-
cia en las tierras de Joselito, después de perder el juicio.
El juicio tuvo varias fases. El juzgado de primera instancia de Caravaca
dictó una sentencia favorable a Miguel, al reconocer que forma parte de los
usos y costumbre que rigen la aparcería en el pueblo que si alguien deja la
tierra o el propietario quiere que su aparcero deje la tierra, el propietario o el
aparcero que vaya a cogerla le paguen unos derechos. El origen del pleito con
Joselito reside en que quería vender unas tierras libres de aparceros, pero sin
indemnizarles. Joselito recurrió a la Audiencia territorial de Albacete y al Su-
premo. Se halló un defecto de forma en la celebración del juicio en Caravaca.
Se tenía que dictar sentencia de nuevo, pero no se presentaron los abogados
de Miguel y el juez dictó sentencia favorable al propietario. Consideran que
la culpa es de los abogados a causa de su desidia que atribuyen a posibles co-
nexiones con la parte propietaria. No pueden entender de otro modo que los
abogados desistieran de la defensa de Miguel.
En el caso de los «Viola», aparceros, que perdieron también el juicio, Jose-
lito ha hecho ejecutar la sentencia y el juzgado los ha echado de la tierra. Los
«Viola» recibirán una indemnización que pagará la Agrupación de Aparceros.
Joselito no ha hecho ejecutar aún la sentencia para Miguel y éste sigue con el
cortijo, la tierra y los animales. Según Francisco Pérez Mayo, Miguel es un
excelente cultivador y hay pocos como él, y parece que a Joselito no le interesa
echarle, una vez que le ha vencido. La gente piensa que puede haber un pacto
a espaldas de los demás.
Conversación entre Choncho y su vecino de enfrente, Antón «El Cherre»,
sentados en el poyo de la puerta de Choncho. Hablan de la caza de colorines
y pardillos del próximo domingo. Choncho tiene que coger cincuenta pájaros

88
y le falta un reclamo. Se los ha encargado un hombre que reside en Premià de
Mar (Barcelona). Pregunta a los que pasan si tienen un reclamo y dice a su hijo
Paco que pregunte también a la gente. Van sin licencia. Antón dice que el año
próximo se sacarán el permiso para la caza con «visco» y con «red». Los cazan
por los campos. No dicen campo, sino campos.
La Sierra del Molino: la parte que se ve desde el pueblo es una tendida de
esparto que se llama La Loma de los Pinos35.
Un vecino de Antón va a poner una tienda de comestibles y para ello ha
abierto una puerta en la fachada de su casa. Un albañil que la construye dice
que no le gustan los pisos sino las casas con patio, para poder matar un conejo
o un pollo cada domingo.

1 de septiembre de 1972.

Viene por la mañana Pedro «Partal» al ayuntamiento y al verme consultar


un libro de las Actas Capitulares, me dice: «Veo que eres un hombre con auto-
ridad en todas partes, porque veo que en todas partes te atienden». Hablando
con él descubro un tipo de relación con individuos de clase social distinta
basada en la generación y el hecho de ser de la misma quinta militar. Es amigo
de Antonio Ochando, quien me lo presentó, y de un hijo de Federico Jaén,
ex alcalde, que es médico y trabaja en la Residencia La Paz de Madrid. Para
una operación de cáncer de garganta de su padre consultó con él y también
con un hijo de Doña Antonia, una señora rica que vive en la Glorieta. A su
padre le diagnosticó el cáncer un médico especialista de Caravaca que visita
en Calasparra. Hace catorce años que lo operaron y no se siente de nada. Su
padre es amigo de Francisco Pérez Mayo y lo era del padre de Francisco. Pedro
no ha heredado esta amistad. Lo conoce, lo aprecia, pero no es lo mismo que
su padre.
Antonio Ochando me dice que no conoció a Pedro hasta la mili. Aprecia
en él su inteligencia. Antonio añade que quiere tener amigos en estos sectores
–Pedro es espartero–, de cara al cambio.

35
   La tendida es el lugar donde se pesa el esparto y se tienden a secar los manojos de
esparto. La Loma de los Pinos designa una tendida y un sector de recolección del
esparto en la Sierra del Molino, un monte público del estado.

89
Pedro me habla de su hermana de trece años que va a hacer octavo curso
de primaria. Hizo los dos cursos anteriores en un solo año y ha sacado muy
buenas notas. Ha escrito una novela. Ella se encierra a estudiar; tiene inteli-
gencia y voluntad. Pedro consultó con Antonio sobre los estudios de su her-
mana y éste le aconsejó que hiciera octavo y luego el examen de paso a tercer
curso de bachillerato. El padre paga los estudios de la hija.
Pedro trabaja ahora como guarda de un coto de caza que abarca todos los
montes del pueblo. Dice que el sueldo le parece barato. Le pagan la gasolina y
la reparación de la moto.

2 de septiembre de 1972, sábado.

Por la noche, salimos Francisco Pérez Mayo, Manuel «el Zoco», Pedro Az-
nar y José de «los Naranjos» y nos reunimos en el bar Campero, en las Cuatro
Esquinas. Excepto Manuel, que es soltero, y Fulgencio, viudo, los demás deja-
mos las mujeres en casa. En el bar, sólo grupos de hombres adultos y jóvenes.
Comemos caracoles recogidos por Manuel y cocinados por la mujer de Pedro.
Los trajo al bar una hija de Pedro. Manuel, refiriéndose a mí, dice a Fulgencio
al encontrarnos en el bar: «¿No sabes quién es? No ha venido de vacaciones».
Fulgencio responde que ya se lo figuraba por la compañía en que me hallaba.
La conversación se inicia con historias del servicio militar en África y la
lengua árabe.
Manuel habla sobre la hombría y la amistad. La hombría se demuestra no
dejando a ningún amigo en la estacada. Lo mejor es hacer muchos amigos,
cuantos más mejor, pero sin perder ninguno de los anteriores. Esto es también
hombría. El mejor dinero que te puedas gastar es con los amigos. Te juntas
con cuatro o cinco amigos y te gastas cinco o seis duros en una noche, te pasas
charlando y discutiendo gran parte de la noche. Manuel afirma que al día
siguiente de la borrachera, lo primero que le preocupa al despertarse es pensar
si ha ofendido a alguien y no, en el dinero u otra cosa.
José de «los Naranjos» dice que en su casa, de soltero, había cuatro muje-
res, su madre y sus tres hermanas, y cuando él llegaba del trabajo por la noche
iba tirando las prendas de vestir que llevaba puestas y tenía tres mujeres detrás
que las recogían. Por la mañana lo tenía todo recogido. Cuando se casó la si-
tuación fue parecida, ya que estaban su suegra, su mujer y luego tuvo una hija.

90
Intercalé algunas observaciones sobre las hijas de Alfonso «Choncho»: van
a comprar una cerveza, ponen la mesa, la retiran, se esperan a que las sirvan en
la mesa, por ejemplo que las sirva su hermano Paco por indicación del padre,
van a avisar o buscar al padre al centro del pueblo o al bar, calientan agua en
la cocina para lavar el cabello de su hermano Paco y se lo lavan y peinan en la
misma cocina.
José de «los Naranjos», que lleva tierra y va al jornal, se va con su mujer y
su hija a la vendimia a Francia. Este año es la primera vez. Se llevan una maleta
con ropa y otra con comida.
Pedro cita un refrán: «Si la vecinica quiere, mi hija se casará»
«Antes de salir del bar, Manuel y Pedro invitan al dueño. Manuel le dice:
«Bebe con nosotros, si no, no te pagamos». Le insiste riendo, pero el otro no
acepta la invitación.
A veces se produce alguna discusión a la hora de pagar, que generalmen-
te se traduce en chanzas contra el que no quiere pagar, aunque todos pagan
religiosamente. El hermano de Manuel dijo a uno de su grupo que no quería
pagar: «Te comías las patatas como un búfalo el pescado (risas), ¿ahora no
quieres pagar? Te niego los buenos días y el saludo, que es lo último».
Encuentro casual en la calle entre José Gómez y Manuel «el Zoco», Pedro
Aznar, y Francisco Pérez Mayo, cerca ya de la farmacia de Francisco.
José Gómez dirigiéndose a Manuel: «¿Tu padre no era el Zoco? ¿No eres
el hijo del Zoco?»
Manuel: «Y tú, ¿no eres el hijo de José Gómez?»
José: «Sí. Te conozco perfectamente».
Francisco: «Nos conocemos todos».
Hace treinta años que José Gómez no vive en el pueblo. José había oído
hablar a su padre del padre de Manuel. El padre de José era encargado del
Conde y el padre de Manuel, un trabajador.
José: «Tu padre era una institución. Era un hombre honrado y trabajador.
Antes había muchos como él».
Manuel: «Sí, pero él se daba cuenta y los otros, no».
Manuel dice que de sus hermanos es el único que se parece a su padre. La
gente se lo dice y a él le gusta.
Cuando Francisco ha dicho «Nos conocemos todos», Pedro ha añadido:
«Todos los que nos queremos conocer».
José: «¿Quién era tu padre?»

91
Pedro: «Mi padre era Pepe Aznar. Mi madre y la tuya tenían una amistad
familiar recia. Yo os conozco a todos».
José: «¿Quién era tu madre? ¡Las veces que la he despachado!»
Pedro: «Durante la infancia estaba con ellos, iba a la tienda, a su casa».
Pedro dice a José: «Yo soy una inteligencia poco cultivada».
José: «Lo que abunda es la inteligencia para la pillería y eso tiene poco
mérito». Cuenta que discutió con un tal Perni sobre la música celestial o la
hipocresía de la gente y que lo mandó a tomar por el culo
Alguien ha dicho: «Puede ser muy buena persona y ser un cagón, no tener
hombría».
Antes de las interrogaciones mutuas, el encuentro se inicia con un comen-
tario sobre lo que se ha bebido y si se está chispado o no.

3 de septiembre de 1972, domingo.

Por la mañana Francisco Pérez Mayo me lleva a visitar a Manuel «el Zoco»,
que nos espera en la tierra de la vega que lleva en aparcería y que es propiedad
de un tío suyo. Francisco me cuenta que la Comisaría de Aguas de Murcia
es una máquina de hacer ricos, aunque ahora no tanto, ya que la agricultura
no es tan estable ni rentable. Una concesión de agua es el mejor premio que
te pudiera tocar o el mejor regalo que te pudieran hacer. Aquí en cuestión de
agua se practica la política de hechos consumados. Haces una solicitud y llegas
a viejo y aún no te ha llegado la respuesta. Una vez que tienes el agua, ya na-
die te la quita. Él y sus primos y algunos más lo hicieron así en el paraje de la
vega llamado El Olivarejo36. Tiene allí un motor instalado para subir el agua.
El guardarríos, padre de Antonio Ochando, hombre de orden y del régimen,
tiene unos pozos en medio de la vega y como el caudal es escaso toma agua de
la acequia y con el motor la saca del pozo. No paga derechos a los comuneros
de la comunidad de regantes de la acequia. Otros piden licencia para pozos
situados a diez kilómetros de distancia del río y les tardan muchísimo.
Juan «Grande» y Prudencio Rosique tienen documentos sobre la historia
de la villa. Juan es corredor de fincas y monopoliza todo el contorno. «Aunque

36
   El Olivarejo, Los Naranjos, Berberín y El Salgar son los parajes en que se dividen
las tierras regadas por la acequia de Berberín.

92
estamos ideológicamente en lados opuestos, le he hecho buenos servicios»,
afirma Francisco.
Hace unos meses murió de accidente Emilio Pérez Piñero, figura muy
prestigiosa en el ámbito de la arquitectura, y primo hermano de Francisco. El
ayuntamiento le ha olvidado y silenciado en el programa de la feria del pueblo
de este año. Según Francisco, la razón es por ser hijo de tal padre. El comen-
tario apunta a la guerra civil y a los dos bandos.
Manuel tiene sembrados pimientos, tomates, panizo y alubiones. Fran-
cisco le dice que va a tener un cosechón de alubiones y panizo. Los alubiones
están sembrados en medio de las tiras de panizo y se sostienen con los tallos
del panizo. Manuel dice que esta mañana ha arrastrado las cebollas.
Se celebra una novillada con picadores en la plaza de toros. Se lidian seis
toros. En la plaza hay matrimonios con sus hijos, hombres y mujeres adultos,
ancianos y ancianas. Los ancianos con traje negro, camisa blanca, sin corbata,
y sombrero negro. Algunos, llevan gorra. Las ancianas, que son numerosas,
llevan vestidos negros. La plaza de toros estaba casi derruida, pero el nuevo
propietario la ha reformado. La gente sube andando hacia la plaza ubicada en
un extremo del pueblo. Esta es la segunda novillada que se celebra este año. La
anterior fue sin picadores y coincidió con la fiesta de los Santos.
En la calle que va desde la Glorieta hacia la carretera de Mula, pasando por
el Mercado de Abastos, están instaladas las atracciones y las barracas de tiro.
Al anochecer, gran concentración de jóvenes de ambos sexos, niños y familias.
Muchas mujeres con el marido. Matrimonios jóvenes con niños pequeños
en cochecito y niños de pecho en brazos de sus madres. La aglomeración no
sólo se extiende por esta calle, sino también por la Glorieta y El Convento. La
gente sube y baja, entra en los bares, va y viene. He salido con Francisco Pérez
Mayo y su mujer Mari Carmen a tomar unas cañas. La gente se roza, observa,
saluda y habla. Mari Carmen me presenta a Juan de Paco diciendo que es un
viejo amigo de la familia.

4 de septiembre de 1972.

«Vaya usted con Dios», frase ritual de saludo al pasar por la calle.
Una mujer anciana grita desde lejos en la calle a una niña llorando: «Hue-
so de mis huesos, flor de mi casa, ¿qué te pasa?»

93
Un hombre habla con otro en El Convento: «Con los viejos uno se puede
entender, pero con los jóvenes no hay quien se entienda». El otro dice que
había dado palabra de arrendar los pastos a un pastor y cuando su hermano le
pide que se los arriende a él, le dice que ha dado palabra y no puede ser. “Mi
hermano se disgustó conmigo.”
Estando en una salita de espera del ayuntamiento, donde copio datos de
los Libros de Actas Capitulares del siglo veinte, se sientan cerca de mí Paco
Martínez Corbalán, funcionario del ayuntamiento, y un hombre que es su
aparcero y encargado de una de sus fincas. Éste ha venido al pueblo a denun-
ciar al pastor, al que el dueño ha arrendado los pastos. El pastor comete irregu-
laridades con el señorito y «se está portando cochinamente conmigo». Una de
las irregularidades es que mete cabras. No cumple lo pactado de dejarle utilizar
cuatro meses el corral37. Antes que un desconocido destroce la finca del amo,
él viene al pueblo y se lo cuenta. El propietario lo invita a comer a su casa.

5 de septiembre de 1972.

Conversación entre Paco Martínez Corbalán y el arrendatario de sus pas-


tos en el ayuntamiento. El arrendatario dice: «La honra de un hombre es res-
petar lo que se ha hablado».
Antonio Ochando me explica que se ha perdido la oportunidad de tener
una filial de instituto de bachillerato en el pueblo. La directora de la filial del
instituto de Caravaca ofreció transporte gratuito a los estudiantes de Calas-
parra para conseguir la conversión de la filial en instituto. La gente de aquí
acepta y se queda tan tranquila. «Son unos tocones» dice de las autoridades,
que han dejado pasar la oportunidad de tener una filial de instituto en el pue-
blo. Según él, estaba todo autorizado, todo hecho y se perdió por falta de una
aportación. Algunos padres, que son a la vez autoridades del pueblo, hicieron
propaganda de un colegio privado de Caravaca, el Cervantes. Al matricularles
en este colegio, les aprueban las asignaturas que tienen pendientes. El ayunta-

37
   El contrato de aparcería permite al propietario la libre disposición de los pastos de
los barbechos y de los rastrojos durante el verano. La acusación del aparcero de la finca
de secano contra el pastor pone de relieve la importancia del estiércol. Si el pastor no
encierra el ganado en el corral de la finca, ésta se queda sin una fuente de estiércol.

94
miento financia la mitad del transporte de los que acuden al colegio Cervantes
y de los que van al instituto. El precio total del billete es de catorce pesetas.
Van unos cien y pico estudiantes del pueblo al instituto de Caravaca. Desde
las 7,30 horas a las 19 horas están los chicos y chicas en Caravaca, sin la tutela
de los padres, comiendo bocadillos, etc. Los datos de la Memoria Municipal
sobre la filial del Instituto de Enseñanza en Calasparra y la explicación de
Antonio difieren claramente.
Antonio quiere ir a la vendimia de Francia como tractorista.
Veo a Joselito conduciendo un tractor con un remolque lleno de sacos y
encima de ellos, un hombre mayor. Antonio dice que Joselito ha despedido al
obrero que tenía.
Mari Carmen, esposa de Francisco Pérez Mayo, dice que una fábrica de
conservas en La Copa de Bullas paga con mucha irregularidad; a veces tardan
meses, pero la gente continúa yendo, porque no hay otras oportunidades en
Calasparra.

6 de septiembre de 1972.

Cerca de la iglesia de Los Santos, un hombre con una burra cargada de


grandes gavillas de hinojo. El hinojo lo compra una destilería que pone uno
que viene de fuera.
Descripción de la mata de olivar, así la llaman, saliendo del pueblo por El
Esparragal. Esta zona está resguardada del frío y las heladas. Tiene poca agua,
aunque suficiente para el riego de las oliveras. El terreno es en pendiente, con
ribazos altos que separan los bancales. Hileras de oliveras grandes en la parte
superior de los ribazos y al pie de los mismos. Los bancales son largos y es-
trechos, alguno con un caballón que lo separa en dos cajas. Algunos bancales
están sembrados de maíz, otros están en blanco, sin más cultivo que los olivos.
La mata de olivar desciende hasta el borde derecho de la vega, vista desde el
pueblo. A medida que desciende, las parcelas son más grandes y el camino
más ancho. Hay parcelas donde se han substituido las oliveras por frutales
(arboleda), todavía pequeños. Un bancal muy ancho con cinco hileras de oli-
veras sembrado de alfalfa. Bancales con arboleda grande rodeados de oliveras.
En uno de ellos había veintitrés árboles frutales. De lejos, las grandes matas
de las oliveras tapan la visión de los frutales. El camino ancho está señalizado

95
con un cartel: «Camino de Benefuche». Más adelante hay una bifurcación con
dos carteles: «Camino de las alquerías» y «A la muela del cerezo». Siguiendo el
camino de las Alquerías he encontrado una casa de campo con tres bancales
grandes en desnivel plantados de ciruelos pequeños y un vivero de ciruelos.
Hay también un bancal con ciruelos pequeños, panizo y habichuelas.
Miguel de «la Molinera» afirma: «Me di cuenta de que el juzgado, el ayun-
tamiento y los propietarios están encadenados». Ha acudido muchas veces al
juzgado de paz por su pleito y otras, para mediar en pleitos de otros. «El juez
de paz es buena persona, pero no habla como juez sino como terrateniente;
actúa como terrateniente y no como juez, y eso no es justicia». Ha tenido
nueve juicios en relación a la tierra que lleva en aparcería: tres en el juzgado de
paz, tres en el juzgado de primera instancia de Caravaca, dos en el de Albacete
y uno en el Supremo. «Ahora me han hecho un atraco. Fueron siete u ocho
individuos a la casa de campo y me robaron diez o doce mil duros». Se refiere
a la ejecución de la sentencia del juzgado de primera instancia de Caravaca por
la que le echan de la finca. Lo que le dieron por la tierra sembrada y a punto
de cosechar es muy inferior a lo que valía, pero si no aceptaba tenía que entrar
en otros juicios. Aceptó la miserable indemnización que le dieron. Los juicios
han durado tres años y en ellos ha gastado su dinero y sobre todo el de sus
compañeros, que es lo que más le duele y le dolerá toda la vida.
Miguel ha comprado un trozo de tierra de una extensión de doce áreas en
la huerta, a dos kilómetros escasos del pueblo, cerca de una acequia, y en la
que piensa construir una pequeña granja para la cría de cerdos. Hay muchas
granjas en el pueblo, pero muchas están en la solana y en los cabezos. Pretende
con el tiempo comprar tierras para producir alfalfa y forrajes para los animales,
quiere producir alimentos vegetales a bajo costo para convertirlos en carne.
Miguel comenta que para la siega del arroz hay que poner un obrero es-
pecializado, ya que el arroz es muy delicado y muy fácilmente se cae el grano.
Los aparceros no pueden pagar jornales de trescientas y cuatrocientas pesetas
para la siega del arroz.
Visito a la hermana de Antonia Zapata, la «Larga»: «Nos escribimos mu-
cho, pero como las cartas son tan mentirosas...»; se refiere a la ocultación de
enfermedades para evitar a los parientes emigrados viajes largos e inútiles al
pueblo. La madre ambas es la santera que cuida de la iglesia de los Santos.

96
7 de septiembre de 1972.

Paco, hijo de Choncho, dice que al regresar al pueblo desde Caravaca ha


visto a un grupo de hombres y mujeres de Cañada, término de Hellín, que
iban andando descalzos al Santuario de la Virgen de la Esperanza. Es la rome-
ría. Francisco Pérez Mayo fue a su tierra del Olivarejo, que está en dirección al
santuario, y vio a una mujer descalza.
La romería empieza hoy y termina el día ocho por la mañana. La gente de
otros pueblos llega al santuario antes que la del pueblo. La gente del pueblo
suele acudir hacia el anochecer.
Llegamos al santuario hacia las 10,30 de la noche. En el aparcamiento hay
una treintena de autocares y muchos coches. En la avenida que lleva al santua-
rio, una riada de gente: familias, parejas, grupos de chicos y chicas. Muchos
paseantes llevan sombreros de papel con flores. Una vez se cruza el arco, que
marca la entrada al recinto del Santuario, dispuestos en dos hileras, dos tóm-
bolas y diversos puestos de venta de sombreros de feria, juguetes, bisutería,
velas, bocadillos y turrón. La gente come porciones de turrón y bebe anís o
coñac. Una pequeña ruleta con premios tales como paquetes de tabaco rubio
americano. Padres que compran juguetes de plástico a sus hijos. Según Anto-
nio Ochando, años atrás un señor de Hellín ponía un bar con tres o cuatro
fulanas, que trabajaban toda la noche. Lo sabían todos los hombres. Instalaba
el bar con permiso.
El santuario tiene un bar ubicado en una gran oquedad de la montaña cer-
cana a la iglesia, parte de la cual es también una oquedad. Algún grupo canta
dentro del bar. Al lado de la puerta de la iglesia hay una mesa con dos cántaros
blancos con agua de la fuente de la Virgen y la gente bebe de ellos.
Hay grupos de jóvenes en la parte cercana al río, bastante oscura. Se escu-
cha el sonido de una guitarra y cantos. Según Antonio Ochando, refiriéndose
a unos pocos años atrás, durante la romería las chicas se hacían las tontas y se
dejaban meter mano.
La guardia civil hace rondas.
El cura me ha dicho que durante la mañana y la tarde han celebrado siete
misas. Ha venido gente de Aspe (Alicante), Minas y Salmerón (Albacete),
Cehegín, Bullas, Moratalla (Murcia), etc.
La iglesia está llena. En el camerino de la Virgen, al que se accede desde una
dependencia aneja llamada hospedería, muchas mujeres y niñas y también algu-

97
nos hombres. Rezan y besan las dos imágenes de la Virgen, la grande, vestida, y la
pequeña, de madera policromada. Una mujer levanta en brazos a su hija de unos
nueve años para que bese la cara de la Virgen. Las mujeres no cesan de tocar el
manto, el vestido, la cara, las manos, los pies y la peana de la imagen grande de
la Virgen y luego pasan sus manos por su propia cara y por su cuerpo y el cuerpo
de sus hijos. Pasan también la mano por encima de la imagen pequeña de la Vir-
gen. Una anciana frota dos postales con la imagen de la Virgen por el vestido y el
manto de la Virgen. Según Antonio Ochando, luego la mujer las mandará a sus
familiares y así participarán de la romería y del contacto con la Virgen.
En la antesala del camerino hay muchos exvotos colgados de las paredes:
una pared llena de trajes de novia, trajes de primera comunión de niños y niñas
e incluso un abrigo de pieles. En otra pared exvotos de cera que representan a
niños pequeños, cabezas, brazos, piernas, pechos, etc., con cintas y papelitos
en los que figura el nombre, el pueblo y la fecha. Muchos de los papelitos están
escritos a mano y tienen faltas de ortografía. En uno de ellos: «San Ginés de
Vilasar». En la cinta que pende de un vestido de primera comunión, debajo
del nombre, la siguiente nota: «He venido expresamente de Barcelona». Hay
una vitrina con joyas y otra con una capa de torero desplegada. Una mujer
exclama: «Es una imagen muy milagrosa». Cuenta que una mujer ha traído
la mortaja de una hija, afectada por una enfermedad grave. Prometió llevar la
mortaja a la Virgen, si la muchacha se curaba.
Cada año tienen que retirar parte de los exvotos para dejar sitio para los
nuevos.
En la planta de la hospedería hay un despacho de venta de recuerdos y dos
lugares donde se reciben donativos para el santuario. En la sacristía, el cura
recibe los encargos de misas para la Virgen. Antonio Ochando me cuenta que
una mujer se empeñó en que el cura le dijese una misa en la Virgen con ella
tumbada en suelo entre cuatro velas.
El santero y la santera cuidan del recinto y de los edificios. Hay también
las camareras de la Virgen38.
En el programa de la romería hay una actuación de un grupo folklórico
de Murcia y a medianoche un castillo de fuegos artificiales. Una vez finaliza-
do, mucha gente del pueblo empieza a retirarse y los de fuera duermen luego
dentro del bar y en otra cueva cercana.

38
   Se encargan de vestir a la Virgen y de ponerle flores.

98
8 de septiembre de 1972.

Francisco Pérez Mayo refiriéndose a la disputa entre la iglesia y el ayuntamien-


to sobre la propiedad del santuario dice que los edificios son de la iglesia, pero el
paraje es del pueblo. Él tiene un documento del siglo pasado en que se dice que sus
tierras en un paraje cercano al santuario limitan «con las del común de vecinos».
Según Mari Carmen, a las niñas se les exige menos que vayan a la escuela,
porque tienen que ayudar a sus madres que tienen otros hijos. Cuando llega
la temporada de la recogida de la fruta a muchas niñas las sacan de la escuela.
Choncho y su vecino Antón han ido a cazar pájaros con visco. Han cazado
veinte. Choncho tiene que «gobernar» cuarenta para mandarlos a Barcelona,
pero tuvo dificultades para encontrar un reclamo, luego llovió y luego fue y
no cazó nada. Está preocupado porque no los tiene y el hombre pensará «¡Qué
palabra tiene aquel hombre!».
Estamos tomando un aperitivo y Choncho les dice a sus hijas: «Dejad
toda la carga a vuestra madre y quedaros sentadas». Paco, que pronto cumplirá
dieciocho años, ejerce la autoridad sobre sus hermanos pequeños. Antonio, de
dos años de edad, le tiene mucho respeto, y también su hermana Esperanza,
de siete años. A veces les da órdenes o les grita y le hacen mucho caso. Paco fue
a la Virgen y regresó por la mañana.
Choncho explica que a su hijo Paco lo quitó de la escuela a los diez años,
aunque era listo. A su hija Pilar, que aprovecha poco, la ha tenido en la es-
cuela hasta los catorce años. Pilar cumplió catorce años en julio y trabaja en
una fábrica de conservas en La Copa de Bullas. Salen todas las mañanas tres
autocares del pueblo. Hay trabajo todo el año, menos tres meses. Trabaja en
la selección de la fruta. Por dos semanas ha cobrado mil ochocientas pesetas
y pico. Esperanza, su madre, la puso con una modista, para que aprendiera el
oficio, pero como no le daban nada, no quiere ir. Esperanza dice que no tiene
interés en aprender a coser. Choncho dice que tendrá que remendar las ropas
de su marido y no sabrá. Esperanza: «Antes se remendaba mucho».
Sobre el antiguo hogar, que hay en la habitación de entrada, cuelga una
fotografía del hermano muerto de Choncho. Ocurrió en la posguerra. Vivía
en Barcelona y los sábados iba a comprar arroz a Valencia. De regreso, como lo
llevaba de estraperlo, para eludir el control, se montó encima del tren y dio con
la cabeza en un puente. Está enterrado en Reus. Cerca del retrato del hermano,
hay una foto de Pilar en su primera comunión y el diploma de comunión.

99
Esperanza, la hija, ha ido a la piscina con su tía y sus primas de Barcelona.
Es la hermana de Choncho que tiene una casa con una piscina en el pueblo.
Antonio juega con barro en el corral, que luego echa a la pared. Dice que
juega a ser albañil. Choncho: «A lo mejor me lo llevo al monte y luego a lue-
go aprende el oficio y cuando sea mayor, como no sabe otro, se ve obligado
a seguirme. Igual me sucedió a mí. Ahora ya empiezo a ser viejo y necesito
la ayuda de alguien». Choncho no lo dice muy en serio, pero su hija Pilar lo
rechaza, en una reacción espontánea de oposición de la muchacha al oficio de
espartero del padre.
En corral hay algunas gallinas, pollos y conejos.
Manuel «el Zoco» me cuenta en presencia de Pedro Aznar, que una mujer,
que identificó, hizo la promesa a la Virgen de que al nacer su hijo lo llevaría
tomado en brazos al santuario. El hijo creció, se llevó la novia, y luego la mujer
se acordó de su promesa. Consultó con el cura y éste le dijo que cuando na-
ciese su nieto o nieta lo llevase en brazos a la Virgen. Manuel y Pedro se reían
porque cuando la mujer se acordó, su hijo pesaba unos noventa kilos.

9 de septiembre de 1972.

Paseo por la calle Esparragal. Existen casas que sólo constan de planta, sin
cámara. Las más corrientes son las compuestas de planta y cámara construidas
con piedra y barro, sin enlucir, pintadas con cal directamente sobre la superfi-
cie rugosa, o de azul. En algunas casas la pintura sólo recubre la mitad inferior
de la fachada.
El burro subsiste como animal de carga e incluso de locomoción, pero
la moto tiene una presencia creciente. Adultos y jóvenes se han adaptado a
ella. Permite cubrir con rapidez largas distancias de la vega, de la huerta y del
monte. Sirve también para llevar pequeñas cargas de forraje, alfalfa, leña, el
jarro de agua, etc.
Juan de Paco39, un hombre mayor, cuenta en casa de Francisco Pérez Mayo
que cuando él era pequeño, el día de difuntos, al levantarse hacían la cama y
encendían una mariposa, una luz de aceite, en la habitación para que descan-

39
   Juan es el protagonista de Un hombre.Género, clase y cultura en el relato de un traba-
jador. Barcelona: Muchnik Editores. 1998.

100
sase el difunto más reciente, que regresaba a la casa. A veces alguien, un crío o
quien fuera, chafaba la cama y decían: «Aquí ha descansado».
Juan de Paco cuenta una anécdota de la que él mismo fue protagonista hace
muchos años. Era de noche y le tocaba regar en la huerta. Le habían acompaña-
do dos amigos, que luego se fueron. Cerró la puerta de la huerta y se quedó sólo.
Llevaba una luz, el chuzo. Escuchó como un grito o gemido de hombre, que se
repitió varias veces. Los cabellos se le pusieron de punta. Llevaba sombrero y éste
le saltaba como en las películas del oeste. Estuvo a punto de dejar pasar el turno
de riego, pero le retuvo el pensar que los tomates se le secarían. Finalmente ex-
clamó: «Si eres un alma del otro mundo, dime qué quieres». Viendo que no le
contestaba y que el gemido procedía de una zona en la que amontonaba estiércol
y en la que crecía la hierba, la examinó y descubrió un gato agonizante.
Según Francisco, en la huerta, del pueblo para arriba riegan de día y del
pueblo para abajo riegan de noche.
Durante el mes de agosto, se han regado todos los olivos.
Francisco dice que aún hay mucha gente que cree que los muertos vuelven
y la creencia en curanderos, gente que reza al mal de ojo y a la carne cortada,
está muy extendida. Unos vecinos que tienen una tienda junto a su farmacia y
que representan la burguesía media de Calasparra tienen un hijo que se torció
un pie y llamaron a una mujer para que rezase a la carne cortada.
Francisco duda de la descripción de los fantasmas que salen como prome-
sa, que me contó Choncho. Él no ha oído hablar de eso y menos de la autori-
zación que, según Choncho, dan los guardias municipales.
En la calle de la Sartén y en la calle Ventanas, donde vive Choncho, mu-
jeres y hombres toman el fresco en la calle sentados en sillas bajas o en el poyo
de la puerta de las casas40.
Conversación por la noche con Manuel «el Zoco», Miguel de «la Moli-
nera», Francisco Pérez Mayo y José de «los Naranjos» sobre la Agrupación de
Aparceros y la situación del pueblo.
Los propietarios no siempre están unidos, por ejemplo frente a las mejoras
pedidas por los aparceros.
Francisco: «Los caciques parecen fuertes en el pueblo hasta que encuen-
tran alguna oposición». Al preguntarle sobre los cuatro millones de metros cú-

40
   Muchas actividades se hacían en las puertas de las casas: hacer esparto, remendar
ropa, bordar, arreglar redes de pesca, etc.

101
bicos que aportará el trasvase Tajo-Segura y la maniobra del alcalde en relación
a su distribución, Francisco piensa que quizás no tenga éxito, ya que dictarán
normas semejantes para todos los pueblos afectados por el trasvase, y porque
fuera del pueblo los caciques no tienen tanta fuerza ni les hacen tanto caso.
Miguel de «la Molinera»: los pequeños propietarios si no trabajan la tierra por
su cuenta, no pueden seguir adelante. Antes el que tenía dos hectáreas de tierra
ponía un colono. El pequeño propietario como rentista tiende a desparecer. Los
jornales se han encarecido por la emigración. Jornal normal: 300 pesetas. Para la
siega del arroz suben incluso a 400 pesetas. Se necesita de personal especializado.
Se ponen a los hijos los nombres propios de los abuelos. Francisco opina
que ello tiene un aspecto emotivo.

10 de septiembre de 1972.

En casa de don Juan, en el Convento. Es el director de los colegios nacio-


nales masculinos. Están su cuñado, un médico llamado Casinello, su esposa e
hija, la esposa de don Juan, y Antonio Ochando, que me ha acompañado. So-
bre la expresión «la gente emigra muchas veces por novelería», comentan que
se habla mucho de ello. Novelería significa el gasto que hacen los emigrados al
regresar por unos días al pueblo y también las cartas que los emigrados envían
con noticias y sugerencias. El médico dice que los que se habían marchado con
hijos pequeños habían fracasado y han vuelto al pueblo, mientras que los que
habían marchado con los hijos mayores, han prosperado.
Sobre la relación de los curas actuales con el grupo de mujeres de Acción
Católica, dirigidas por el cura anterior, José Sánchez Ramos, Antonio Ochan-
do opina que «el error mayor de los curas actuales es que han empujado a este
grupo fuera del pueblo, cuando hace falta gente para hacer cosas». Algunas de
las cosas que este grupo había organizado: una escuela para la promoción de la
mujer y el club de jóvenes, cuyo edificio Isabel Martínez Corbalán cedió a la
iglesia. Hacían muchas obras de caridad, además de ponerse a disposición de
todo el mundo. Según Antonio, Isabel, farmacéutica, de gran cultura y forma-
ción religiosa, con gran vida interior, discrepaba muchas veces en las reuniones
con el actual coadjutor, al que llaman Pepe. Un día Antonio le escuchó decir:
«¡Vamos a ver quién lleva los pantalones!» Los curas actuales han roto muchas
cosas, pero no han construido nada.

102
Isabel (Lita) y su hermana Esperanza, ambas solteras mayores, vendieron
sus bienes, los han repartido entre sus hermanos y se han ido a trabajar a un
barrio obrero y marginal de Cartagena. Quieren dejar de ser las hijas de don
Justo, las señoritas.
A Francisco Pérez Mayo le parece mal que Isabel, teniendo una carrera, se
emplee en faenas inferiores: «Así no sirve adecuadamente a la sociedad».
Se ven mujeres de luto riguroso: vestido negro y velo negro en la cabeza.
Alivio del luto: se quita el velo. A partir de cierta edad, el vestido negro se
convierte en el vestido de las mujeres, llevan luto por el padre, por la madre,
por los suegros, por el marido.

8 de octubre de 1972, domingo.

Visita a la «Larga» en su casa de Premià de Mar. Fue picadora de esparto


en una fábrica de esparto de Calasparra. Su apodo no se refiere a la altura sino
a su rapidez en picar el esparto41. El objetivo de mi visita es informarme de lo
referente al viaje en taxi a Calasparra. Cuesta seiscientas pesetas el viaje de ida
y una cantidad igual la vuelta. El servicio es de puerta a puerta. Generalmente,
los lunes y/o martes el taxi sale de Calasparra y regresa los jueves y sábados.
Se encargan las plazas en el bar de Salvador en el barrio Cotet. Es un servicio
de transporte no autorizado. La Larga está en su casa con una mujer y luego
comparece otra acompañada de su hija, una niña. La mujer pregunta: ¿Dónde
está Lucas? Lucas es el marido de La Larga. Ella responde: «Lucas está por ahí».
Las mujeres dicen que Prudencio Rosique, Antoñito Gomariz, cuatro,
echaron a don Rafael, el cura que estuvo once años en el pueblo. Lo consi-
deran un hombre muy bueno y caritativo. La Larga: «Mientras visitaba a los
pobres en sus casas y los socorría, bien, pero cuando empezó a decir en público
“Hay que levantar a los pobres”, le echaron».
Don José, el cura que substituyó a don Rafael, incitó a Anita (Egea), «la de
Alfredo», Esperanza e Isabel (Lita) Martínez Corbalán y a alguna otra a aban-
donar sus obras de caridad en el pueblo e irse a un barrio de Cartagena. Don

41
   «Al final de la jornada el esparto picado es pesado por los encargados, ya que como
en todos los trabajos del sector era a destajo». (86) Manuel Moya. Calasparra. Relatos
de Antaño. Calasparra: edición de autor. 1996.

103
Rafael las tenía recogidas y le ayudaban en sus obras de beneficencia. La Larga
le dijo a Esperanza, «¿No hacías bastantes obras de caridad socorriendo a los
pobres?» No había ningún pobre al que le faltaran sus medicinas, sus vestidos.
«Si querías hacer más caridad, cuando hubierais tenido algo de dinero, haber
salido a la puerta y haberlo echado a los pobres».
La Larga, que las quiere mucho, les dijo que estaban locas y que el cura
las tenía trastornadas, que si luego se ponían enfermas, porque Isabel está de-
licada, iban a llamar a la puerta de sus hermanos y que si éstos, tenían alguna
necesidad o algún enfermo y no las pudiesen atender, entonces qué iban hacer.
Critican a don José porque las incitó a dejarlo todo, pero él no dejó nada
y les sacó una buena parte: la donación de una casa para la iglesia. La Larga:
«Aunque si ellas son felices, ya son mayores. Contentas sí se las ve. ¡Con la
carreraza que tenían! ¡Con lo bien que podría vivir la de Alfredo y va a la
vendimia!» Todas se ríen. La Larga les dijo: «¡Qué gran tontería habéis hecho!»
Opinión que comparten las demás.
Un hombre dijo a la Larga sobre estas mujeres: «Si los maridos se vendie-
ran, iba al mercado y les compraba uno». «A ésas les falta un pedazo de pijo,
¡así de grande!» y la Larga señalaba con una mano su antebrazo. Todas se ríen.

12 de octubre de 1972.

Conversación con Juan de Paco sobre la época de la Monarquía, la Repú-


blica, la guerra civil y la posguerra.
Los agricultores son la clase más atrasada aquí y en todas partes. En tiem-
pos de la Monarquía para quitar una boca de casa ponían a los muchachos de
seis o siete años a servir. Eso le ocurrió a él.
En la época de la Monarquía, los propietarios tenían muchas visitas. Era
una época en que no había partidos políticos y las organizaciones ni se habían
declarado. «¿A dónde voy?» «A casa del señorito». Allí les hacían dar la vuelta al
panizo, enristrarlo, colgarlo, etc. Mandaban a la criada a las casas de los apar-
ceros: «Que venga tu hija o tu mujer». E iban a hacerles faenas. La tierra se la
quitaban a los aparceros cuando querían y sin indemnizar: «Te vas y se acabó».
Hay tierras que las llevan desde la época de los abuelos, porque en tiempos de
la Monarquía, igual que ahora, al que era buen agricultor no le echaban, «pero
siempre con el puñal en la mano».

104
Durante la Monarquía, el que tenía compadre iba al hospital cuando caía
enfermo o se lisiaba. Tenían que ir a pedir si quedaban imposibilitados para
el trabajo.
Durante la guerra se dio tierra al que quiso. Se repartía poca, tres o cua-
tro tahúllas de tierra. Luego algunos querían vender los derechos de esta tie-
rra a otros. Después de la guerra les dijeron: «No pongas más los pies aquí».
Muchos tenían la cosecha para recoger y se la quedaron los amos. Algunos
hicieron mejoras en el terreno y les dejaron llevar el esquilmo el primer año.
En la finca llamada El Puerto, algunos sacaron mucho terreno y los dueños
les dejaron que se llevaran el esquilmo durante cuatro años. Era un terreno
descompuesto a la orilla del río y cuesta mucho sacar las piedras, allanarlo y
ponerlo en rendimiento. Esta finca era de un tal conde Falcón, arruinado, que
se casó con la heredera de esta finca. Al lado de la casa del conde tenía su casa
el labrador. Los aparceros de la finca no pagaban contribución, pero tenían
que subirle todos los esquilmos. Juan, que servía con un labrador del conde,
se acuerda que le tenían que llevar el panizo, quitar la perfolla, hacer las ristras,
colgarlo y cuando vendía el panizo, llevarlo con carros y caballerías a la esta-
ción del ferrocarril. Todo esto gratis. Cada noche el conde a los labradores y
sus familias y a los jornaleros, si los había, les hacía rezar. Esto duró hasta que
vino la República y venía de toda la vida.
Posteriormente, se subía la cosecha de la era a los graneros de los propieta-
rios, pero el transporte de la venta corría a cargo del propietario.
Hubo una ley de revisión de la aparcería durante la República. Se acogie-
ron a ella pocos, una docena. Debe ser una manera de decir pocos. La revisión
estipulaba un tercio de la cosecha para el amo y dos tercios para el aparcero.
La mayoría no pidió la revisión, porque tenían miedo a que les echasen de la
tierra. Después de la guerra, a la mayoría les cobraron el tercio que se habían
llevado.
Explica el salvamento de la Virgen, patrona de Calasparra, durante la gue-
rra civil. El alcalde socialista Antonio García García, «Antoñico del Salgar42»,
se hizo responsable del traslado de la imagen y de las joyas que tenía y de su

42
   El Salgar es uno de los parajes de la vega del Segura. «Antoñico» y «Antoñito», dos
nombres propios diferenciados por solo una letra, funcionan como símbolos de dos
sistemas políticos, ideales y trayectorias opuestos. Un error en la letra que les diferen-
cia por mi parte suscitó una rápida y enfática rectificación. El error provocó horror.

105
custodia en el ayuntamiento para evitar su destrucción y el robo de las joyas.
El Santuario fue tapiado con un muro de ladrillos para ocultarlo a los de la
CNT. Juan intervino en el traslado como persona de confianza del alcalde,
así como el jefe de las milicias populares Antonio Pérez Angosto. Tanto el
alcalde como el jefe de las milicias fueron fusilados después de la guerra. Juan
estuvo en la cárcel siete años. Dice que él ha sido y es una persona honrada,
que nunca ha dado su brazo a torcer y no ha cambiado nunca de camisa. En
la hoja de condena se le acusa, entre otras cosas, de violación de mujeres, de
desenterrar cadáveres y pasearlos por las calles, etc. Después de la guerra, en
un libro publicado por Luis Armand se atribuye la salvación de la Virgen a
José Soler Gomariz.
Juan es una gran admirador del padre de Francisco Pérez Mayo, que se
llamaba Juan y era también farmacéutico. No ponía ninguna colgadura en
la fachada de su casa cuando el obispo visitaba el pueblo o pasaba la Virgen
por su calle. En la posguerra, una vez fue el alcalde a pedirle que pusiera una
colgadura, pero se negó. Juan de Paco fue un día por la mañana a casa de don
Juan y le preguntó a su esposa si la pondría y ella le respondió: «Aquí no se
hace nada sin su consentimiento».
Juan dice que él a la iglesia va sólo para cosas familiares o de amistad.
Hubo cambios de identificación política después de la guerra. José María,
tío de Francisco Pérez Mayo por parte de padre, se hacía pasar por socialista
durante la guerra y después cambió totalmente. La abuela paterna de Francis-
co Pérez Mayo también se autodenominaba de izquierdas y decía a sus aparce-
ros y jornaleros que acudieran a los mítines cuando venían oradores al pueblo.
Luego les preguntaba qué habían dicho y le contestaban que la tierra ha de
ser de los que la trabajan. Ella respondía: «Mentira, mentira, la tierra es mía».
Un hombre mayor, que encontramos en el bar del Mejorano, viendo al día
siguiente de terminada la guerra a los ricos de izquierdas con los de derechas
en el casino, hombro con hombro, dijo al pasar: «¡Qué pandilla de sinver-
güenzas!»
La finca El Chopillo, propiedad del conde de Motrico, tiene mucho mon-
te. Don Paco de El Chopillo no pidió responsabilidades a nadie después de la
guerra y eso que le cortaron mucha madera.
Joaquín de las Contribuciones, hijo de un tendero, era representante de
abonos y distribuidor de gasolina. Compró fincas en la vega del río Segura.
Juan dice: «Le incautemos el abono» y le metieron en la cárcel. Al terminar la

106
guerra, todas las facturas de abonos que tenía las volvió a cobrar. «Pero, ¿no te
lo había pagado?» Por miedo a que le metieran en la Encomienda43 por rojo,
la gente volvía a pagar lo que ya había pagado.
Higinio Marín, padre del actual alcalde, fue el mayor de tres hijos de un
propietario y su querida. Al morir el padre, heredó una fábrica de hilatura
de esparto y una finca en Bullas, La Florida. A los otros dos hijos también
les apaño, así como al hijo legítimo44. Higinio se enriqueció con la primera
guerra europea. Durante la guerra civil lo metieron en la cárcel y su fábrica fue
incautada. Al salir de la cárcel, se encontró con el almacén lleno de esparto y
el dinero de los hiladores en el banco. Se lo quedó todo y a algunos los envió
a la cárcel. Se hizo de oro en la posguerra. Era un hombre muy duro. Había
pasado hambre en su juventud, comiendo brevas y su mujer pidiendo a unas
vecinas, que tenían huerta, unos tomates para preparar la comida. A Higinio
se le abría la bragueta cuando le decían don Higinio.
José Gomariz, administrador del Conde del Valle de San Juan y el cacique
más gordo del pueblo en la posguerra, era hijo de Antonio “Quintín”, que te-
nía una tienda de tejidos. José Gomariz, sin hijos, era tío carnal de Antonio y
Pedro Gomariz, primos hermanos. José Gomariz metió a su sobrino Antonio
(«Antoñito») en la CNS y en la Hermandad de Labradores. Juan dice de él:
«Es malo de verdad». Pedro sucedió a su tío en el cargo de apoderado del con-
de. Juan dice de él: «Es una persona corriente y todo. Lo he visto entrarse con
sus aparceros en el bar del Porras. No se mete en nada, según me han dicho
ellos mismos». Ha aceptado las demandas de los aparceros.
La casa del Soto del Estanco es donde residen los herederos del conde
cuando vienen al pueblo. En ella están los graneros. José Gomariz, adminis-
trador del conde, pagó hace ocho o diez años derechos a todos los aparceros
y les recogió las tierras. Al parecer, se defendían mal al llevar las tierras por
su cuenta y las volvieron a dar en aparcería. La gente hizo cola en el Soto del

43
 Antiguo edificio de la Orden Militar de San Juan convertido en cárcel en la pos-
guerra. 
44
   A finales del siglo xix, Higinio García, originario de un pueblo de Albacete, inició
la industria del esparto en Calasparra. A su muerte la industria fue seguida y ampliada
por dos de sus hijos separadamente, uno de ellos Higinio Marín más conocido por
Higinio «El Gordo», y el otro, José García más conocido por «Pepe de Higinio». (75)
Calasparra. Relatos de Antaño. Calasparra: edición de autor. 1996.

107
Estanco e incluso llegaron casi a pegarse. Cogieron la tierra en las mismas
condiciones que antes45.
Joselito no da abono a los aparceros que llevan sus olivos, cuando casi to-
dos lo dan, ya que ahora hay menos estiércol que en el pasado. Heredó de un
tío suyo. Tiene muchas casas y tierras en el pueblo y también dos fincas en la
provincia de Granada, que valen treinta millones y pico. Tiene un guarda para
sus fincas, al que también hace trabajar en faenas agrícolas, sin tenerlo «con to-
dos sus derechos». Se refiere a los derechos que garantiza la legislación laboral.
En la actualidad en la huerta hay cuatro guardas y un cabo. Hoy la huerta
está respetada y en general no hay hambre como antes.
Juan clasifica los grandes propietarios de tierra de la vega en el siguiente
orden: los herederos del conde, la Viuda, conocida también como «La Leona»,
Higinio Marín y Francisco Pérez Tenedor «El Pájaro».
Cuenta sobre Francisco Pérez Tenedor que su padre era listero, el que pesa
el esparto y apunta los pesos en el monte. Él arrancó esparto. De joven le de-
cían en Cieza, donde vivía, Paco el «Maletero» y Paco el «Mendruguero», por
llevar las maletas y pedir mendrugos de pan. Su tío «El Pájaro», que era solte-
ro, le dejó los bienes. Ha heredado el mote del tío. Francisco Pérez Tenedor ha
hecho el capital en Calasparra. Se quitaban el esparto Higinio y él. Tuvieron
un juicio, pero pronto se entendieron. Cuando cerró la fábrica de esparto,
los trabajadores le pidieron una indemnización y él dijo que antes se gastaba
veinte mil pesetas en un abogado que en dar dos mil a un hilador.
Francisco Pérez Tenedor preguntó una vez a un escribiente suyo: «¿A ver la
tendida de esparto de tal fecha?46» Y le dijo a continuación: «Tiene que mirar

45
   Manuel Moya, que fue presidente de la Agrupación de Aparceros, escribe: «La Casa
del Conde, todavía poseedora de buena parte de la vega, a pesar del secular abuso ejer-
cido sobre sus labradores y “piojareros” desde tiempo inmemorial, aceptó los acuerdos
y los cumplió a rajatabla sin complicaciones e incluso más adelante, cuando recogió
sus tierras para cultivarlas por su cuenta, abonó los derechos a todos sus aparceros a
razón de 5000 pesetas por fanega de tierra, que es lo que corría entonces. (…) Como
se ve, el “Juicio de Joselito” no sentó jurisprudencia en Calasparra, ya que los demás
propietarios, a excepción de Higinio Marín, siguieron prestando ayudas y abonando
los derechos cuando recogían sus tierras». Calasparra. Relatos de antaño. Calasparra:
edición de autor. 1996. p.31.
46
   Significa tanto el espacio donde se extiende el esparto arrancado como la cantidad
de esparto que contiene.  

108
los libros, pero yo se lo puedo decir de memoria». El escribiente respondió:
«Pero me lo pregunta, porque no lo sabe cierto». Juan dice: «No sabe hacer la
O con un canute47 y ésta es la gracia. Y, ¡mira qué capitalazo tiene el tío!» Y,
«Buenos días, don Francisco». El que tiene cuartos es don, aunque no tenga ni
un bachillerato y el que no tiene cuartos es el tío fulano. La mujer del «Pájaro»
pelando la guita48 en Cieza y ahora, Doña Luisa.
Refiriéndose a los empresarios del esparto, Juan exclama. «¡Cuánto dinero
se habrán quedado de los pobrecitos esparteros!»
Juan «Grande» es corredor de fincas. Su padre era agricultor y se había
enseñado a medir tierras, porque sabía de cuentas. Se lo enseñó al hijo. Éste
no hizo ni el grado de bachiller. Tiene la notaría en su casa, ya que alquila una
habitación al notario que acude al pueblo una vez a la semana. Se lleva un
tanto por ciento de la correduría y por partir heredades, cuando no se ponen
de acuerdo. Juan de Paco dice: «Si había un trozo de tierra que le convenía, le
echaba mano. Cogía los trozos de jamón y los de bacalao los dejaba, porque
tenían demasiada raspa». Posee un capital de miedo. Juan de Paco llevaba un
huerto de una fanega de tierra a rento por el que pagaba doscientas pesetas al
año y cien por el alquiler de una casa junto al huerto. En la inmediata pos-
guerra, la dueña de ambos, que era de Moratalla, quiso vender el huerto, un
terreno céntrico y llano como la palma de la mano. Juan estaba en la cárcel,
pero tenía el pago al día. Juan «Grande» no dijo nada a nadie y se lo quedó.
Juan de Paco dice que la cantidad de once mil pesetas pagada por el huerto era
irrisoria. En este lugar se levanta hoy el cine Rosales.
La Viuda ha hecho arrancar oliveras para plantar albaricoqueros y contra-
tó gente para hacer los hoyos. Juan se encontró con uno de los trabajadores
en el bar y le preguntó si quería ir con él a abrir hoyos en su tierra. Le pidió
cinco duros más que con la Viuda. Juan le contestó que por aquel precio se los
abriría el mismo, aunque fuera más despacio. Le dijo que si hubiera trabajado
para él le hubiera convidado varias veces y hubiera fumado gratis.
Juan pagó los derechos de una tierra de la huerta, posteriormente la com-
pró y hace poco la vendió por doscientas mil pesetas.

47
   Canuto
48
   Trenza de esparto.

109
Choncho tiene que atar entre seiscientas y setecientas gavillas de esparto
y se las pagarán a 0’75 céntimos de peseta cada una. Una gavilla se forma con
muchos manojos. Pilar, su hija, trabaja en la preparación y envasado de la uva
de mesa en Moratalla.

13 de octubre de 1972, viernes.

Albert Fortuny, fotógrafo, y yo hemos acompañado por la mañana a los


esparteros al monte. Pascual de Cieza nos ha recogido en su coche en Calas-
parra. Cerca de la carretera de Calasparra a Cieza está la casa de Pepe Viola,
pintada de blanco. Los Viola, que son colonos, se vienen a vivir al pueblo
durante el invierno en una casa, situada en la parte de arriba de la calle de
Choncho. Cerca de la casa de Pepe Viola, sale un carril que entre atochas de
esparto y trozos de secano con rastrojeras de cereal llega hasta la misma vía
del tren. Los cabezos en los que cogerán esparto esta mañana se denominan
La Carrasca. El lugar donde está la casa de los Viola y sus alrededores se llama
La Hondonera49. Hay una gran cantidad de nombres para especificar cada
accidente, incluso las madrigueras tienen nombre. En frente de la casa de Pepe
Viola pasa la acequia de Rotas. Un poco más allá, hay una casa –un caserón,
dice alguien –, que es de Emilio Pérez Piñero, primo hermano de Francisco
Pérez Mayo. Choncho dice que la compró a un alcalde anterior, que bajó el
precio del esparto de una peseta a cincuenta céntimos de peseta por kilo. No
quiere decirme el nombre del alcalde, aunque me dice que más adelante me
lo dará para que lo publique junto al suyo. La casa de Emilio es muy grande.
En la fachada principal: la puerta principal, balcones y grandes ventanales,
mientras que la pared que da al carril tiene una puerta y ventanas pequeñas.
Se despueblan muchas casas de campo. Los gatos y perros se marchan y no
aparecen los zorros como antes.
Once motos y un coche, dieciocho esparteros. Sorteo y reparto de los nú-
meros a los esparteros, que determina su posición en la línea de salida para el
arranque del esparto y con ello la suerte o la mala suerte relativas de un espacio
frente a sí con más o menos abundancia de esparto y con esparto más o menos
alto y, por ello, de mayor o menor peso.

49
   Uno de los parajes de la vega hacia la parte final de la acequia de Rotas.

110
Almuerzan cerca de una lumbre y luego se cambian la ropa. Sopla viento y
comentan que el viento pone arisco al esparto. Varios se burlan de un espartero
apodado «El Burra» por su afición a jugarse el dinero: «Te afeitaron». «Te hicie-
ron las patillas». “Te pesaron”, son algunas de las expresiones que indican que
perdió dinero en el juego. Él no responde, ni parece enfadarse. Se hacen muchas
bromas entre ellos. Alguien refiriéndose al tiempo, dijo «Tres cuartos». Otro in-
mediatamente retoma la expresión: ¿Tres cuartos tienes en tu casa? El primero
responde: «En casa de mi pájaro, sí». Alusión a los testículos y el pene. El segun-
do dice: «Eres más sinvergüenza que la chota recién nacida». Uno: «Es muy bo-
nito poder decir, no tengo obligaciones». Alusión a su condición de soltero. Otro
espartero le responde cantando: «es muy bonito llegar a casa y poder decir (se
sobreentiende a la mujer): arremángate, arremángate». Un tercero replica: «sois
los dos tontos, desde que vuestra familia jugaba a las bolas». Otro dice: «Tengo
las tripas igual que un acordeón», y otro, jugando con una referencia sexual:
«Ayer nos tiramos una de cuello alto», una botella de cerveza de litro en el bar.
Avanzan en línea, que se va desdibujando a medida que pasa el tiempo, sepa-
rados unos de otros, inclinados sobre las atochas de esparto. Arrancan el esparto
con la ayuda del palillo, una corta barra cilíndrica de metal bruñido, que sujetan
con una mano, mientras sostienen el esparto arrancado en la otra mano. Para
el arranque del esparto de la atocha enrollan sus puntas en el palillo y tiran con
fuerza50. Atan el esparto en manojos y los van tirando al mismo tiempo que los
cuentan. Uno dice que ya tiene hechos veintiún manojos de esparto. Cuando ter-
mina el trabajo y regresan al punto de partida, los recogen y los cuentan de nuevo.
Mientras avanzan, uno empieza: «Esta tarde no voy a venir, ¿y tú?» y los
demás repiten muchas veces como si fuera un eco: «Yo no, ¿y tú?» Uno dice:
«Yo sí, ¿y tú?».

50
   Manuel Moya describe el palillo como «un instrumento compuesto por una especie
de varilla redonda de hierro, del grueso del dedo meñique poco más o menos y de
unos treinta centímetros de largo, en uno de cuyos extremos tiene una ranura en la
que se introduce un trozo de correa (…) para ajustárselo a la muñeca. En el extremo
opuesto tiene una especie de bola no muy gruesa, aplanada por la parte superior para
que al rodear las colas del esparto y tirar de el, no se escurrieran hacia abajo. (…) A
esto se le llama un “repelón” y varios repelones forman una “abarcaura”, que es cuando
la mano no puede abarcar más». (65) Calasparra. Relatos de Antaño. Calasparra: edi-
ción de autor. 1996. El manojo de esparto es más o menos grueso según esté formado
por una o dos «abarcauras», lo cual depende de la densidad de las atochas.

111
Pesan el esparto que ha arrancado cada uno. Pascual es el que da la señal
de parar. «Es el capitán», dice uno. Recogen los manojos, los atan en gavillas y
forman una o varias cargas de esparto, que llevan a sus espaldas hasta el lugar
del pesaje. Enganchan las cargas de esparto a una romana que pende de un
palo sostenido por los hombros de dos esparteros. Pascual apunta los kilos51.
«El Burra» ha arrancado 165 kilos de esparto entre las 8,20 horas y las
12,30 horas, sin pausa. El crío Pepito dice que hace tres años que va al esparto
y ha arrancado 53 kilos y su hermano, que es unos cuantos años mayor que él,
ha arrancado 100 kilos de esparto. Cada uno cobrará según los kilos de esparto
arrancados. Al parecer, se paga a dos pesetas el kilo. Me lo dijo Juan de Paco el
día antes. Alguien dice: «No es que el precio del esparto haya subido, sino que
antes se pagaba menos la mano de obra y ahora, más». Uno bromea de otro:
«Dice tu padre que eres catedrático y ¡tanta cuenta¡» Uno dice a otro: «Cabeza
de triángulo!» Uno exclama: «Con el jornal que voy a llevar a casa, mi mujer
me va a dar palos hasta en el cielo de la boca».
Uno de los esparteros, que es también aparcero, me dice: «Aquí puedes ha-
cer lo que quieras. Si quieres pararte, te paras. Si quieres tumbarte, te tumbas».
La competición que se establece entre ellos, hace que todos sigan. Este aparcero
segó su arroz el año pasado el día siete de octubre. Este año quiere segarlo esta
tarde. Dice que el arroz está tumbado. Uno le pregunta si usa máquina y le res-
ponde: «Sí, la máquina de mis brazos». Y a continuación: «Esta tarde, me lo car-
go». El arroz está ya muy seco. Este hombre, espartero por la mañana y aparcero
por la tarde, ha ido a la vendimia este año. Otro hombre también ha ido. A los
que fueron a la vendimia sus compañeros les dicen en broma los franceses. Ase-
guran que la vendimia en Francia ha sido este año corta y mala. Pascual dice que
la mayor parte de los que han ido esta mañana al monte con él son aparceros.
Se importa esparto de Argelia, pero dicen que es menos fibroso y se rompe
porque es más frágil.
Albert ha hecho fotos de los esparteros arrancando esparto y del pesaje
del mismo.
Reunión en la rebotica de Francisco Pérez Mayo con Manuel el «Zoco»,
Fulgencio y Cristóbal y otro hombre. Al presentarme Francisco a Cristóbal y

51
   En el pasado, las funciones de controlar el pesaje del esparto y apuntar los nombres
de los esparteros y las cantidades de esparto recaían en dos personas distintas llamadas
«romanero» y «listero».

112
al otro hombre creen que soy un familiar de Francisco, pero al aclararse los
términos de la relación, dicen que los parientes y la familia a menudo son un
enredo y que mejor que sea un amigo.
Hablan de la situación de crisis de la Cooperativa arrocera y de una próxi-
ma reunión de la junta rectora con el presidente Rafael Canales. Por Semana
santa el pueblo lo estaba «despiazando» (despedazando), porque tenía el arroz
almacenado de la cosecha del año anterior y no le daba curso. La gente decía
que quería que el arroz se pasase, para convertirlo en alimento para el ganado,
lo cual beneficiaría a él y a otros miembros de la junta rectora, que tienen ga-
nado, perjudicando a los cooperativistas, que llevan su arroz a la cooperativa.
Sigue el mismo problema. La crítica aquí se llama a menudo «despiadazarse»
(despedazarse). Poner a sus allegados lo han hecho las dos juntas rectoras que
hasta el momento han pasado por la Cooperativa. Rafael Canales es un hom-
bre bueno52, pero a partir de ahora no lo podrán ver tanto. Existe un plan
para amortizar los créditos que se solicitaron para crear la cooperativa. Como
hay un estamento aparcero y otro, propietario, se ha hecho una repartición
equitativa, según lo que cada uno de los socios tiene en propiedades. El plan
está aprobado por la asamblea general. Entonces algunos socios fuertes se re-
sistieron a pagar. La Junta Rectora tiene que llevar a los tribunales a los que
no quieren pagar y algunos son fuertes. No lo han hecho. Le habrán dicho a
Rafael Canales: “¡Te vas a poner contra aquéllos!”
Manuel dice que el sector aparcero ha sido el más afectado, porque es el
que ha pagado las consecuencias sin tener culpa: no cobra las entregas de arroz
por falta de ventas y dinero y tiene que pagar la parte proporcional de los prés-
tamos que recibió la cooperativa en el pasado, cuando no eran miembros de
ella, es decir, tiene que pagar la parte proporcional de su déficit.
Cristóbal dice que su hijo pequeño cecea mucho. Manuel, bromeando: «A
lo mejor no es tuyo». Cristóbal cuenta a modo de contestación una historia
que provoca fuertes risas: Había en una casa de campo un matrimonio que
no tenía hijos y la mujer sabía que no era por su culpa. Había en la casa un
mulero andaluz para la temporada de siembra y la mujer propuso al mulero,
«si me das un hijo, te daré a cambio diez fanegas de trigo». El mulero le metió
el saltalindes. Cuando el mulero se fue, la mujer le dio las diez fanegas de tri-
go. Al tener el hijo, se alegraron. Pasado el tiempo, la mujer le dijo al marido:

52
   En el sentido de buen hombre.

113
«Aunque te duela te tengo que contar toda la verdad: el hijo no es tuyo, es del
mulero que tuvimos en casa y al que di diez fanegas de trigo». El marido le
replica: «¿De quién eran las diez fanegas de trigo que le diste?» «Tuyas». «Pues
si eran mías, el hijo también es mío».
Francisco dice que para entender la palabra saltalindes es necesario saber
lo que es un linde y lo que supone saltar un linde.
En un chiste que cuentan, se usa el verbo casarse. Se refiere a la cópula,
no al matrimonio como institución. Luego lo usan para referirse a la unión
sexual en un contexto distinto. Manuel identifica a uno que casó con una
ternera. Y él mismo dice riendo, «Si me hubiera casado con mi burra, sería mi
esposa». Lo dijo después de contar lo siguiente. Un día que estaba bastante
alegre, paseó su burra por los bares del centro del pueblo. Uno de ellos fue La
Gotera. La burra comió todo lo que le daban. Él quería que vieran lo pacífica
y lista que es su burra, es decir, que sabe comportarse. Le hicieron un juicio
en Caravaca por desorden público y le pusieron una multa de mil doscientas
pesetas. Todos los propietarios de los bares declararon a favor de él. Se porta-
ron bien, concluye.

14 de octubre de 1972, sábado.

Por la mañana encuentro con Antonio Ochando y su padre que vienen de


la vega en su coche. Hace ahora dos años que el padre está retirado del cargo
de guardarríos. Al preguntarle si era un oficio de mucha responsabilidad, me
contesta que hay que saber llevarlo. Frecuentemente hacía de hombre bueno
en los litigios en el juzgado de paz. Cuando había escasez de agua, había que
entandar el agua, es decir, establecer tandas de riego tanto para las acequias
como para los motores que sacan agua. Cuando hay agua en abundancia,
como ahora, se siguen los usos y costumbres de riego. El padre de Antonio
dice que tuvo la suerte de que sus jefes en la Comisaría de Aguas, los ingenie-
ros y peritos, le decían que procurase solucionar en el pueblo el máximo nú-
mero de problemas, de modo de que llegasen menos denuncias a la Comisaría
y evitarles a ellos el papeleo y el trabajo. Entonces actuaba según su criterio
y su conocimiento de la gente. Pone algunos ejemplos: con el tiempo el agua
cerca de la desembocadura de la acequia pequeña al río produce grandes hoyos
–como plazas de toros, dijo–, desmoronamientos, etc. Para repararlo o hacer

114
una defensa hay que pedir permiso: hacer una instancia, poner una póliza de
tres pesetas, enviarla y luego tenía que venir el ingeniero a verlo y dar el per-
miso. «¿Qué va a hacer el estado con tres pesetas?» Entonces él hablaba con
los vecinos colindantes y les exponía el caso y les pedía si veían algún incon-
veniente en que se arreglase o perjuicio. No podían tener ningún perjuicio en
ello, asegura. Y así lo arreglaba todo. Si alguien instalaba un motor sin permiso
o lo hacía funcionar sin permiso, él le decía: «Riega dos o tres días tu finca,
que luego te lo voy a cerrar». Procuró que se respetase a rajatabla los terrenos
de dominio público.
A través de él se realizaba un ajuste entre los servicios administrativos
oficiales y el pueblo.
Hacía la una de la tarde, en el bar Campero, Pascual de Cieza paga a los
esparteros. Paga en este bar o en el del Crillas.
Al atardecer, vamos Albert y yo al bar Campero en busca de Choncho.
Está en torno a una mesa con Pepe «el Dieguilla», espartero, Pascual de Cieza
y otros. Un par de cervezas grandes en la mesa. Choncho quiere acordar con
un hombre que tiene enfrente, pequeño empresario del esparto y dueño de
un camión, que le lleve mañana a él, a un compañero que tenía junto a sí y a
Albert a la caza de colorines.
Pepe «el Dieguilla» es un hombre mayor, padre de Pepito y Lolo, dos
muchachos jóvenes que van al esparto. Pepe dice que es casi vecino de Chon-
cho, ya que vive en la parte alta de la calle Ventanas y Choncho, en la parte
baja. Pepe se refiere a Choncho como el hijo de la Ruperta. Pepe sale cada día
con sus dos hijos al monte y entre los tres vienen a sacar de setecientas a mil
pesetas. El día 13 de octubre que acompañé a los esparteros al monte, sus dos
hijos totalizaron ciento cincuenta kilos de esparto arrancado y él puede arran-
car cerca de doscientos kilos. En total, trescientos cincuenta kilos de esparto
arrancados en una mañana. Setecientas pesetas. Hay que tener en cuenta que
aquel día se empezó más tarde y hacía mucho viento. Pepe dice: «Si se trabaja,
se gana». Lo repite varias veces. A él le gusta ir siempre con el mismo empresa-
rio y no cambiar como hace Choncho. Dice que Tarzán, pequeño empresario
y a la vez trabajador del esparto, le debe ochocientas pesetas y su mujer le pide
que se las reclame, que son suyas, pero él como ve que no se las puede pagar,
no se las reclama.
Pepe tiene nueve hijos, tres de ellos casados: un hijo y dos hijas. El hijo se
llevó la novia. Hizo mal, dice Pepe, y eso que viven como marqueses. Ahora le

115
quedan en casa seis hijos. Hace una serie de consideraciones sobre lo que cuesta
mantener y llevar adelante a tanta gente. Dice que ha hecho una serie de refor-
mas importantes en su casa: la cocina nueva a gas butano, sacó las camas viejas,
que ahora tiene en el corral, y las substituyó por sofás cama, que se estiran de
noche y no ocupan espacio. Hace propaganda de ellos. Su casa tiene seis cuartos.
Me explica todo lo que ha hecho y lo que le ha costado. La cocina, unos cinco
o seis mil duros (entre veinticinco y treinta mil pesetas). Sus hijas van como las
primeras del pueblo en el vestir. Para que me fíe de lo que me está contando,
dice que podemos ir a su casa. Añade que como todos se conocen es difícil apa-
rentar y se conoce a los que fanfarronean sin tener53. Cuenta lo que su mujer ha
pagado por el asfaltado de la calle –el ayuntamiento ha asfaltado muchas calles
de la parte vieja del pueblo cobrándoles a los vecinos el precio de la obra–, y lo
que le ha costado arreglar la pared de su casa, que las obras de asfaltado dejaron
al descubierto, al rebajar la calle. Su monólogo está salpicado con alusiones crí-
ticas a Choncho. Dice de él que no tiene cosas nuevas o no hace reformas en la
casa. Le critica porque va mal vestido y sobre todo, manchado. Es sábado por
la noche. Pepe lleva camisa blanca limpia y americana negra. Choncho lleva la
camisa sucia y una americana de color claro manchada. Pepe afirma que su mu-
jer no le dejaría salir de la casa como iba Choncho y que a él nunca le falta una
camisa blanca. Choncho, refiriéndose a las críticas que Pepe le hace en voz alta,
dice en tono de burla: «Mira, parece que haya resucitado mi padre». Choncho
tiene unos cuarenta años y Pepe está sobre los cincuenta. Pepe no le habría he-
cho esta crítica si se tratara de otro día, cuando al volver del trabajo se paran en
el bar. Siempre que he salido con Francisco Pérez Mayo y los otros compañeros
éstos iban bien arreglados, con trajes o americanas generalmente negros o grises.
Por la tarde Manuel vestía americana negra y Fulgencio una de color más claro.

53   El consumo como marcador social: «En el marco espacio-temporal disponible, el


individuo utiliza el consumo para decir algo a propósito de sí mismo, de su familia,
del lugar que habita. (…) El tipo de afirmación que hace se refiere a la forma de uni-
verso en el que se mueve, ya sea que quiera afirmar su pertenencia, su rechazo, o su
participación en una eventual competición. A través de las actividades de consumo,
puede seguir obteniendo el acuerdo de sus compañeros de consumo para redefinir
como importantes ciertos acontecimientos tradicionales que antes eran insignifican-
tes, y para dejar que otros desaparezcan por completo». (91) Mary Douglas et Baron
Isherwood, Antrhopologie de la consommation. Le monde des biens. Paris: IFM/Regard,
2008

116
Por la noche, reunión en el bar Campero con Francisco Pérez Mayo, Ful-
gencio, «el Chozas», Miguel de «la Molinera», Manuel «el Zoco», Pedro Aznar
y dos otros hombres.
El «Chozas» es con quien Pedro va a arrancar esparto. Manuel me pregun-
ta por qué no he invitado a Choncho. Le respondo que no he atinado. Me
dice que no necesito de ningún permiso ni de invitación formal y que él se ha
traído a un amigo suyo que está a su lado.
Se bebe vino y se comen níscalos y luego unos huevos duros partidos.
Hacia el final de la reunión, alguien pide que traigan unos tomates, que llevan
enteros. Pedro se encarga de cortarlos con un cuchillo que pide al dueño del
bar. Parte los tomates primero en sentido vertical y luego horizontal. Reparte
los trozos en dos platos, ya que se juntaron dos mesas. Pedro está sentado en
un extremo y Manuel en el opuesto. Como quedan unos trozos de tomate en
el plato cercano a Pedro, Manuel le pide que le pase algunos. Pedro coge con
la mano unos cuantos trozos y los deposita en el plato que Manuel le alarga.
Pedro le da un trozo de más. Manuel quiere igualar ambos platos, frente a la
opinión contraria de varios. Como no hay un cuchillo, Manuel parte el trozo
de más con los dientes y lanza una de las mitades al plato próximo a Pedro.
Pedro se enfada. Manuel dice que él no tiene intención de ofender, aunque ha
hecho aquello. Nunca piensa tratar mal a un amigo y se ofende por el hecho de
que se le pueda atribuir tal intención. Manuel hace una disquisición sobre las
palabras perdón y lástima: perdón, no, sino rectificar; lástima tampoco, sino
ayuda. No quiere que se le perdone, ya que supone humillación, sino que pro-
curará rectificar. Pedro le replica: «Sí, sí, lo que tú quieres es siempre llevarte el
gatico al agua». Francisco da la razón a Pedro: “Manuel siempre quiere salirse
con la suya, no reconocer las cosas». Añade que ello sucede por no guardar las
normas de educación.
La discusión y el enfado entre Pedro y Manuel fue algo controlado, limi-
tado a causa de su conocimiento, trato, ligazón y porque estaban rodeados
por un grupo de amigos. Creo que el resorte último de la reacción de enfado
de Pedro no fue tanto el hecho de que Manuel no guardara las formas, como
el no dejarse avasallar ni convertirse en un inferior. Al salir del bar, Manuel y
Pedro se van juntos a tomar algo.
Antes de este incidente, Pedro cuenta que él tiene un sistema para que naz-
can niños o niñas. Al comienzo de su matrimonio, él no quería tener hijos para
que no sirvieran (el servicio militar) a Franco. Con su método, tuvieron primero

117
dos hembras, que es lo que a él le ilusionaba. Fulgencio le interrumpe: «Aquí
generalmente la ilusión de las parejas es que les nazca un varón». Pedro continúa:
«Viendo que mi mujer estaba loca por tener un varón», tuvieron un varón. Pos-
teriormente Pedro le dijo a su esposa: «Para que seamos iguales y no tengas envi-
dia de que yo tengo dos hembras, te voy a hacer otro varón». El sistema consiste
en que después del período menstrual de la mujer, la pareja copula cinco días,
para durante siete días, y luego sigue copulando hasta el nuevo período. Durante
los primeros días, después del período menstrual, se engendran varones y en los
últimos, antes del nuevo período, hembras. Hubo risas por parte de los demás y
se expresan dudas sobre la fiabilidad del sistema. Pedro, para acallarlas, dice: «si
ponéis cada uno veinticinco mil pesetas en mi mano os hago una demostración
con mi mujer, pero tenéis que darme esta cantidad, porque cuesta mucho criar
a los zagales». Para referirse a la cópula con la mujer emplea las expresiones «la
casas» y «te cargas a tu mujer, en el buen sentido de la palabra».
Manuel dice que no quiere trabajar más a jornal en la tierra, porque no
está compensado, que si tiene que vivir de un salario, no quiere alquilarse por
un salario en la tierra. Pedro le replica: «¿Pero no ves que te pido yo que me
vengas a echar un jornal mañana conmigo y vienes? Y como yo los mil qui-
nientos que hay en el pueblo. ¿Sabes, Manuel, cuál es la menor autoridad en
el pueblo? Pues es el barrendero x, y si te pide que vayas a echar un jornal con
él, te vas a ir y no te negarás». Manuel dijo que ya lo sabe. Él se refiere al jornal
como forma ordinaria de vivir.
Manuel cuenta dos anécdotas centradas en mujeres:
En una casa cantó una gallina por la noche y la mujer preocupada por el dicho
«Si de noche canta la gallina, se muere el ama o la vecina», la mató. Invitaron a Ma-
nuel y Fulgencio. Se la comieron en salsa de tomate. Risas de todos. Manuel dice
con risas: «Si canta el gallo por la noche no pasa nada, pero si canta la gallina, sí».
Otra mujer, al parecer parienta de Manuel, al morir una amiga o una
parienta se colocó en la iglesia junto al ataúd y estuvo hablándole a la difunta,
mientras el cura oficiaba el funeral. La mujer iba diciendo: “Mira Pura, allí
está tu Lolo, allí, tal, han venido tales, etc». Manuel lo cuenta riéndose. Los
demás –algunos no reían–, se limitaron a decir que «era una mujer que tenía
gracia». Manuel concluye: «Se ve que antes a los curas les gustaba eso».
Francisco paga los níscalos y en este caso, al ser de posición social superior,
no se reparte este gasto. Si uno paga, luego dentro o a la salida del bar, dice: he
pagado veinte duros. Y cada uno le da su parte.

118
Uno de los asistentes dice que un día traía veinte duros para vino y los
perdió en el juego. Se fue del bar y dejó de jugar.

15 de octubre de 1972, domingo.

Albert tenía que ir a la caza de los colorines con Choncho muy de maña-
na, pero no fueron, porque el hombre que les tenía que llevar tenía a su «viejo»
enfermo, durante la noche se ha agravado, y su esposa le ha dicho que no se
marchara. Choncho se ha ido a pescar al río.
Desayunando en el bar de Rafa en el Convento, un hombre de unos cua-
renta y tantos años dice a un hombre más mayor: «Si la mujer se desaparta
del marido y va a su casa, el padre no debe dejarla entrar y mandarla a casa de
su marido. En caso de enfermedad o desgracia ya es diferente, pero no siendo
así, no debe dejarla entrar». Y añade: «Y si se tuerce, yo la enderezo, le corto
el cuello. Eso es lo que debe hacer un padre». Al parecer acusan a la mujer de
gobernanta y al padre de ella de no haber actuado de acuerdo con la norma
ideal: mandarla a casa de su marido.
Francisco Pérez Mayo nos lleva al Santuario a Albert y a mí, en compañía
de Juan de Paco. Juan cuida del jardín de la casa de Francisco y cultiva unas
parcelas de regadío anejas al jardín. Siembran a medias patatas, habas, etc.
Dice Juan que tanto Francisco como su padre lo han tratado muy bien. El
padre lo consideraba como uno de la casa, como un hijo. Dice que Francisco
hace muchos favores como farmacéutico. A veces no cobra los análisis. Tam-
poco abusa (en el cobro). Juan dice que seguramente irá pronto a Barcelona,
donde residen tres de sus hijos: «A la edad que tengo, son los hijos los que
mandan». Vive en el pueblo con su hija.
En la Virgen –como dicen–, Albert hace fotografías de los exvotos. Se
celebra una boda. Los contrayentes son del pueblo: un hombre viudo con una
joven, soltera, que viste de blanco. Al salir de la iglesia les tiran arroz. Luego
entran ellos y los acompañantes –unos cuarenta– en el bar del santuario.
Al regreso Albert ha fotografiado a Juan de Paco, a Francisco, a su esposa
Mari Carmen, por separado, a Paquito, segundo hijo de Francisco y Mari
Carmen, a Ana, la vieja criada de la casa y a Esperanza, una mujer que hace
la limpieza de la casa y que hoy ayuda a Mari Carmen a limpiar, porque el
deshollinador ha limpiado la chimenea del hogar.

119
Choncho nos había invitado a comer. Esperanza, su mujer, nos ha dicho
al entrar en su casa «Vamos a comer solos». Su hijo Paco construye un cuarto
en la parte posterior de la casa. Un amigo suyo, que le ayuda, ha ido a una
boda esta mañana y Paco se ha enfriado (ha perdido interés) y se ha ido a ver
el equipo de fútbol de Calasparra que juega en otro pueblo. Según su madre,
Paco quiso, al faltarle su amigo, que su hermana Pilar le ayudara, pero ella no
ha querido. En la habitación de entrada a la casa hay el marco de una puerta
y varios sacos de cemento. Pilar, que tiene catorce años, trabaja en una fábrica
de conservas de La Copa de Bullas. Suele salir de casa por la mañana a las seis
treinta y es la última en regresar a su casa, sobre las ocho treinta de la noche.
Le pagan a quince pesetas la hora. En total, ciento treinta y cinco pesetas por
día. Este es el sueldo de las más jóvenes. Las mujeres cobran entre veinte y
veinticinco pesetas a la hora. La fábrica sólo para dos meses al año, diciembre y
enero. Pilar no trabajó ayer sábado. Trabajo hay ahora en los pueblos de Blan-
ca y Moratalla y en otros relacionado con la exportación de uva. Este trabajo
dura aproximadamente hasta Navidad. Pagan a veinticinco pesetas la hora.
Según Pilar, un empresario que exporta uva fue a La Copa de Bullas a pedir
al empresario de la industria conservera que le cediera trabajadoras, pero éste
no accedió a la petición. Antón «el Cherre» y su mujer, vecinos de Choncho»,
regresaron ayer sábado de la vendimia en Francia. Dejaron a su hija de doce
años y a su hijo, que es más pequeño, en casa de la madre de ella en el pueblo.
Hacia las siete de la tarde, el Convento y la Corrredera están llenos de gen-
te: hombres mayores, matrimonios jóvenes con niños, parejas, etc., que suben
y bajan o están parados. Hay mucha gente en los bares de esta zona y también
en los bares de las Cuatro Esquinas y en sus inmediaciones. Concentraciones
importantes de gente sólo se producen en días de fiesta. Pedro Aznar, que lleva
una caña de pescar, habla con unos hombres en las Cuatro Esquinas. En el bar
del Manco, en las Cuatro Esquinas, hay cuatro parejas.
Antonio Ochando fue a cazar. Manuel «el Zoco» se fue a la tierra que lleva
en la vega.
Por la noche, una reunión en el bar el Torero, situado en la calle Mayor pero un
poco retirado de las Cuatro Esquinas. Comemos caracoles que Manuel «el Zoco»
ha traído y ha cocinado una de las hijas de Fulgencio. El grupo está formado por
Manuel, Fulgencio, Manolo, Albert y yo. Posteriormente, nos desplazamos al bar
del Manco, próximo a las Cuatro Esquinas. Allí se juntan Miguel de «la Molinera» y
Pedro Aznar. Pedro había dejado los peces que hoy ha pescado para que los frieran.

120
Manuel recita «la licencia del borracho» y a continuación se refiere a la
reunión del día anterior: «Si el vino nos ha sentado mal, el día siguiente no
culpamos al vino, sino que decimos a lo mejor aquella sepia que me comí
estaba pasada». Pedro dice que cuando llega de la taberna a su casa, su mujer
le pone para la cena un vaso grande de vino y él a veces bebe sólo un par de
dedos. Su mujer al verlo: «Ya vienes cargado de vino».
Al salir, Manuel, Pedro, Miguel y yo visitamos a Francisco Pérez Mayo que
está de guardia. Francisco dice que su hijo Paco estudia poco y lo ha tenido
cavando en el huerto, para que escarmentara. Eso da pie a que se hable de los
que sacaron la carrera en el pueblo y de los que les costó muchas influencias
terminarla. Uno de los presentes dice de alguien, que había sido condiscípulo
suyo y que era siempre el último en la escuela, que su padre le hizo farma-
céutico. Para Manuel hay que conceder igual mérito a los que curan, a los
intelectuales, a los técnicos, como a los que producen alimentos y sacian el
hambre de los demás.
El tema dominante de la conversación ha sido la cooperativa, sobre la que
se empezó a hablar en el bar del Manco.
Este año ha habido una mala cosecha de arroz; ha habido un cincuenta o
un sesenta por ciento como máximo de una cosecha normal. Hay varias cau-
sas. El pantano el río Argos libera agua fría. Las parcelas de arroz más próximas
a la acequia son las más directamente afectadas por la frialdad del agua y tie-
nen menor producción. El verano ha sido corto y el arroz necesita sol y calor.
Manuel dice que siendo la cosecha normal, el aparcero, el que pone la fuerza
de trabajo, ya pierde, ya no le compensa todo el tiempo que ha echado en ha-
cer producir aquello, pues siendo la cosecha mala, ya se pueden imaginar los
perjuicios. El que pone la tierra siempre queda compensado. El que ha puesto
la fuerza de trabajo sufre un perjuicio económico y social, ya que tiene una fa-
milia que alimentar. El que tiene las tierras sólo sufre un perjuicio económico.
Es un cultivo que no es rentable, si no se mejoran las condiciones de la apar-
cería. Dice Francisco que si el pueblo no estuviera regido por caciques, sino
por gente responsable que mirase por el beneficio del pueblo, se pensaría en
hacer un pleito contra el estado por el perjuicio del embalse al coto arrocero,
que fue concedido mediante una ley al pueblo de Calasparra. Francisco cita
un precedente, el pleito contra el embalse de Almadenes. La compañía tuvo
que indemnizar a los propietarios de las tierras por el aumento del riesgo de
inundación que para las mismas entrañaba la construcción del pantano. Dicen

121
los demás que la indemnización la cobraron sólo los propietarios. Manuel ha
pensado como solución al problema de la frialdad del agua la construcción de
pequeños depósitos a compartir entre varias parcelas, que servirían para ca-
lentar el agua, ya que primero saldría el agua superficial. Con las aportaciones
de los propietarios se podrían hacer las obras. Pedro y Miguel replican que no
todos los propietarios harían la inversión, «Como si no los conociésemos», y
que tampoco nadie les podría obligar. Manuel: «Aprovechando la coyuntura
de descontento por la cosecha de este año y anteriores, hay que pedir unas
ayudas a los propietarios y si no las conceden, sembrar otras cosas que sean
rentables como el panizo y dejar de plantar arroz».
La cooperativa arrocera anda mal por tener metidos dentro a los ca-
ciques y a los aparceros, a los ricos y los pobrecicos, a las ovejas blancas y
a las negras. Pedro: «Nosotros entre todos tenemos menos que una persona
bañándose». La cooperativa ha tenido dos juntas rectoras y cada cual ha sido
peor. Son trescientos ochenta miembros, de los cuales hay dos o tres docenas
de grandes propietarios: José de los Gineses, «La Viuda», Higinio, Filiberto,
etc. Por tener dinero y ser los que tienen todo el poder en el pueblo, quisieron
ocupar los puestos rectores de la cooperativa. Su incapacidad llevó a la coo-
perativa al fracaso. Hubo que pedir préstamos a la Caja Rural para amortizar
deuda y réditos. Se aprobó en una asamblea general que cada miembro pagaría
proporcionalmente, según lo que tuviera, para amortizar la deuda. Consta
en acta. Antes, los propietarios y sus representantes habían dicho que cada
miembro pagase treinta mil pesetas, cuando los aparceros no pueden pagar ni
cinco mil. Manuel dijo que el sector aparcero paga las consecuencias por los
dos lados, por la mala cosecha y por el fracaso de la cooperativa por culpa de
los ricos. Pedro: «Los grandes propietarios y caciques viendo que estábamos
un poco sueltos, nos echaron una red para cazarnos: la cooperativa». Algunos
propietarios no quieren pagar lo que les toca, según la repartición de la deuda
hecha de acuerdo con la riqueza y tierras de cada uno. La cooperativa no tiene
dinero para pagar el arroz entregado el año anterior y este año la gente no lleva
el arroz a la cooperativa. Provocan una desmoralización. Según Pedro, la causa
del fracaso de la cooperativa es la falta de dinero. «No llevas nada en el bolsillo
y no eres nadie, pero llevas mil pesetas para gastar y ya te sientes alguien». La
Junta Rectora podría llevar a esos propietarios a los tribunales, pero no lo hace;
no se atreve a enfrentarse a los caciques. Según Francisco, los problemas son
dos y todos los demás derivan de ellos. Uno, la falta de dinero, y de ahí que

122
no se pague la cosecha del año anterior y este año la gente no lleve el arroz a la
cooperativa. Dos, falta de hombres decididos que hagan cumplir los acuerdos
tomados. Rafael Canales, presidente, y el secretario «se cosen la chaqueta mu-
tuamente». Se apoyan mutuamente y hacen lo que les da la gana. Según Pedro,
el problema es el de quién le pone el cascabel al gato. Pedro, Miguel e, incluso,
Manuel lo ven como un plan para desmoralizar. Manuel cree que puede haber
algunos dentro que hacen trabajo de zapa para otros. Francisco señala la difi-
cultad de cerrar la cooperativa, dado que la Caja Rural tiene con ella una teta
con los réditos de la deuda, que se pagan religiosamente cada año. Crear una
cooperativa nueva es difícil, dado que no bastaría la producción de arroz de un
solo sector social. Según Miguel, de un millón y medio de kilos de arroz a dos
millones de kilos al año es la cosecha normal. El problema actual es de ventas,
«de que te compren la producción», insiste Francisco. Costó a la cooperativa
ocho años hacerse un mercado y por una pifia, que no especifican, se perdió.

8 de agosto de 1973.

De una conversación entre varias personas en el autocar de Calasparra:


Un hombre refiriéndose a sus hijos: «Como se casan, ya no mandas en
ellos. Aunque dice mi mujer que no me meta, que ya son aparte, pues me
meto».
«Con dos idiomas eres un señor. Un perito químico, ¡nada! Lo que valen
son los idiomas».
Una mujer a otra: «La mala suerte que tiene esta muchacha. Con lo buena
que es y no tiene novio. Está amargada».
Palabras: garrofero; aljibe.

9 de agosto de 1973.

Es día de mercado. Hacia las nueve de la mañana, El Convento y sus bares


están llenos de hombres, mientras que las mujeres abundan en el recinto del
mercado. Una mujer con dos cajas de higos de pala, que dice están cogidos de
mañana. Con un cuchillo les hace un corte circular en un extremo, luego una

123
raja vertical, con los dedos separa la corteza y aparece el higo mondado. A pe-
seta la unidad. Para saber cuántos se ha comido cada uno, cuenta las cáscaras.
Un hombre mayor y un niño comen en silencio.
Hay un lugar para la compraventa de animales, principalmente cerdos,
llamado «el ancho de los chinos», pero las transacciones se hacen de particular
a particular a domicilio.
Según Francisco Pérez Mayo, este año los precios de los productos del
campo se han disparado, después de haber estado amarrados. Se ha saneado
la rentabilidad de las fanegas. El agricultor mira la rentabilidad de la tierra de
otro modo: si antes sacaba una renta de diez mil pesetas, ahora saca quince mil
pesetas, que es una cantidad considerable.
Los principales cultivos de Calasparra son el arroz y el albaricoque. En
Moratalla, los intermediarios pagaron los albaricoques a diez pesetas el kilo.
Como aquí la cooperativa pagó a trece pesetas el kilo, los intermediarios han
tenido que pagar a doce pesetas el kilo.
Cuando se recogen los albaricoques en primavera y con lluvia, como ha
ocurrido este año, les ataca una enfermedad que se llama viruela. Los inter-
mediarios pagaban a doce pesetas el kilo los albaricoques sin viruela y los
albaricoques con viruela –seleccionaban generalmente la mitad de la cosecha–,
los pagaban a mitad de precio. Los que han entregado los albaricoques a la
cooperativa han ganado doblemente: en el precio por kilo y en la selección, ya
que la cooperativa ha seleccionado sólo el veinte por ciento aproximadamente
de albaricoques con viruela.
El año pasado el precio que el intermediario pagaba al agricultor por el
albaricoque era de cinco pesetas el kilo.
Han expulsado de la cooperativa tanto a aparceros como a propietarios.
Al comienzo la cooperativa era rechazada unánimemente por todas las clases
sociales. Este año la cooperativa se ha afianzado, ya que la comercialización ha
ido bien, aunque la gestión no fue muy buena. La cooperativa ha pagado más
a los socios por sus productos y han obtenido más que los que los vendieron
fuera de ella. La cooperativa ha pasado de ser ridiculizada a ser respetada. La
mejor propaganda es pagar más. Algunos de los que recibieron la carta de
expulsión fueron a la cooperativa preguntando qué tenían que pagar y han
sido readmitidos. Al inicio, la cooperativa tenía más de trescientos socios y
con las bajas y las expulsiones quedan ahora unos ciento cincuenta. La gente
de Calasparra va convenciéndose de que no puede permitirse el lujo de echar

124
a perder la cooperativa. La buena marcha de la cooperativa depende en par-
te de la buena gestión económica. No se les puede llamar cooperativas sino
más bien sociedades anónimas, en las que la gente está contenta si reparten
buenos dividendos. Para que haya cooperativas hay que educar a la gente en
unos principios que chocan con los que están establecidos. Hay dos leyes de
cooperativas: la primera es muy mala y la segunda, menos mala. Hay lagunas
y falta de legislación sobre cooperativas, por eso sólo escarmentarán a uno de
los que han echado de la cooperativa: al que cueste menos dinero y puedan
sacarle más.
Según Francisco, los dos curas, Don Juan y Pepe, están desgastados y pa-
rece que los van a trasladar. La gente se ha acostumbrado a los sermones de los
curas y no despiertan tanto interés. No han conseguido nada en el Santuario.
La junta del Santuario gasta más en él que la junta anterior: han hecho un
desvío de la carretera del Santuario y van a reformar el bar. La junta tiene
otro matiz ideológico, pero la misma concepción religiosa. «Me enteré que
en un mes de este verano hicieron setenta mil pesetas por la venta de objetos
religiosos».
A los emigrantes se les conoce por el transistor, el acento y porque llevan
mejores ropas. El transistor fue antes un elemento de prestigio que no se podía
hallar en el pueblo. Ahora ya no lo es tanto, pero continúan llevándolo. Cogen
el acento catalán enseguida y cuanto menos tiempo están, más. En diez días lo
cogen y lo exhiben cuando vienen, para poder indicar que ellos han estado en
Barcelona y usan expresiones que aquí no se usan como «mire», «oiga».
La situación del pueblo es estacionaria sobre todo en relación a la emigra-
ción. Hay trabajo y se cobra más. Los salarios son altos. Hay gente de estos
pueblos cercanos que vienen a Calasparra.
Los niños hacen sufrir mucho a los padres, «hasta que no han sacado toda
la robinera, como decimos aquí», concluye Francisco.
Conversación con Juan de Paco en el jardín de la casa de Francisco Pérez
Mayo. Me explica su agradecimiento a esta familia, ya que durante los años
que estuvo en la cárcel en la posguerra, don Juan Pérez, el padre de Francisco,
le «tapó el hambre». Le debe la vida, ya que vio morir a otros de hambre,
pidiendo pan, pan, pan. Siente admiración por don Juan, porque se negó a
poner una colgadura en el balcón, a pesar de que la guardia civil se lo solicitó
y también se negó a dar un donativo para los huérfanos de los guardias civi-
les. Don Juan tenía «un par de cojones así» y abre ambas manos. La misma

125
valoración la extiende al hijo. Francisco no interrumpió su conversación con
sus amigos reunidos en el bar cuando entró el teniente de la guardia civil. «La
guardia civil, en casa de un rico, se sacan el sombrero y piden permiso. En casa
del pobre hacen un registro, te llevan a la cárcel y no se sacan el sombrero».
Juan después de salir de la cárcel trabajaba de noche y de día. Antes de
salir el sol iba a trabajar en la huerta de don Juan, luego iba a su huerta. Éste
le decía: «No trabajes tanto». «¿Qué voy hacer? Los que hemos picado, ¿qué
vamos hacer?»
Antonio Ochando, corresponsal local del periódico La Verdad, quería en-
viar la siguiente noticia, que los testigos no quisieron ratificar. Los jugadores
del club de fútbol Calasparra entrenaban por la tarde en el campo de fútbol.
Por encima del campo de fútbol hay la piscina municipal, donde el secretario
del ayuntamiento estaba merendando con su familia. Éste mandó parar a los
jugadores porque levantaban polvo.
Por la tarde, en casa de Choncho, con su mujer Esperanza y sus hijos pe-
queños Esperanza y Antonio. Choncho: «Nosotros somos pobreticos. Dinero
no busques porque no tenemos, comida, sí. Nosotros trabajamos para vivir».
Dice de su hijo Antonio de pocos años con satisfacción: «¡Es más malo!», y
de Paco y Pilar, sus hijos que ya trabajan: «Yo les grito o les riño, pero para
cumplir mi papel, pero como ya son mozuelos...»
Han subido el precio del esparto. Lo pagan a dos pesetas con veinte cén-
timos el kilo. Ahora hay también el corte y la recolección del romero para
la destilación de la esencia. Pagan a veinte pesetas la arroba de romero. Una
arroba equivale a once kilos y medio54. Muchos se han salido de las cuadrillas
de esparto para ir a la recolección del romero por los montes. Por eso en el
grupo de Pascual de Cieza hay menos gente. Choncho, que va con Pascual,
sale a las cinco de la mañana y regresa antes del mediodía. El esparto está muy
seco y hace mucho daño en las manos. Ahora se gana más en el romero que
en el esparto.
Viene José de «los Naranjos» a casa de Choncho. Me vio pasar por la calle
Mayor desde la taberna del Torero. Lleva las manos sucias de yeso. Ha traba-
jado hoy unas diez horas con unos que ha identificado como el Montoya y el

54
   Esta equivalencia de la arroba (11,500 kilos) es afirmada también posteriormente
por otros dos hombres que cortan romero en el monte. Hérin establece la equivalencia
de la arroba en 12,500 kilos. Les huertas de Murcie. La Calade: Édisud. 1980, p.11.

126
Pelucho. «¿A qué Pelucho te refieres?», pregunta Choncho. Y añade después
de rumiar un poco: «¿El Chucha en la Olla, quieres decir?» José dice que sí.
«Como hay varios Peluchos, ¿por qué no lo decías antes?» El mote tiene una
referencia explícitamente sexual y ello puede ser la razón por la que José no ha
querido desvelarlo. José es un obrero eventual que lleva tierra. El año pasado
perdió una fanega de arroz y ello le supuso una pérdida de doce mil pesetas.
En casa de José son seis. Él trabaja y cobra cuarenta pesetas la hora, su mujer
trabaja y cobra treinta pesetas la hora y su hija mayor, de diecisiete años, cobra
a dieciséis pesetas la hora. Su mujer le dice: «Entre los tres hacemos tu jornal».
José asegura que en un país extranjero él solo ganaría lo que aquí ganan entre
tres. Se vienen a sacar al día unas setecientas cincuenta pesetas. Al referirse a
su hija, siempre dice «mi chiquilla»: «Mi chiquilla no quiere agarrarse a nadie
para lo de la beca, ella dice que si alguna vez es algo, no quiere debérselo a
nadie». José es de la misma opinión. Es probable que él deseara explicarme el
problema de la no renovación de la beca de su hija que estudia el bachillerato.
Este año José, su esposa y su hija irán a la vendimia a Francia. El año
anterior sacaron unas cuarenta mil pesetas por treinta y un días de trabajo.
José: «¿Dónde sacas aquí cuarenta mil pesetas en un mes y medio? En ninguna
parte. Los tres veníamos a sacar unas mil ochocientas pesetas diarias y aunque
te comas trescientas, te quedan mil quinientas, además te dan el vino y algo
más. Y aquí, si vas a trabajar, no te dan ni los buenos días». Este año, estan-
do los tres cuarenta y un día en la vendimia, esperan sacar unas sesenta mil
pesetas. José: «Como lo dice el nombre de obrero eventual, a veces estás dos
meses parado al año». Choncho: «A veces estás parado cuatro meses a lo largo
del año, sobre todo, si llueve. Con el dinero de la vendimia puedes aguantar».
Para pedir la beca de su hija le hicieron a José en la Hermandad de Labra-
dores un certificado conforme él no gana más de setenta mil pesetas al año. El
certificado toma en cuenta el convenio de los obreros eventuales, que fija un
salario de doscientas doce pesetas al día.
Choncho explica que alguien le pidió que fuera a trabajar a una finca de
frutales. Cavaba nueve o diez horas diarias por setenta duros (350 pesetas) y
terminaba sin ver los árboles. Lo dejó. Choncho y José comparan trabajos y
salarios. Coinciden que en el esparto se gana más y son menos horas.
Choncho dice que si al venir de trabajar va a su casa, ya no sale, a no ser
que tenga que salir por algo. José acostumbra a ir a su casa a cambiarse y luego
sale. Hoy, si no hubiera venido a verme a casa de Choncho, hubiera salido.

127
He encontrado a Fulgencio en la calle con un compañero. Se han bebido
un litro y medio de vino entre tres: «Medio litrico es lo que tenemos fijado
cuando salimos al bar por la noche».

10 de agosto de 1973, viernes.

Sobre el mediodía voy a casa de Choncho, que me invitó a comer. Están


su esposa Esperanza y sus hijos Antonio, Esperanza y Pilar, que hoy no traba-
ja. Pilar trabaja en una conservera del pueblo. Ha empezado la campaña del
tomate y al comienzo no tienen mucha materia prima asegurada. Primero,
reciben los tomates de flor. «Para trabajar seguido, dentro de diez días».
Choncho: «A las cinco en punto salía de casa». Arrancan esparto cerca de
la estación del ferrocarril55, al otro lado de la vía. Las atochas están esparcidas,
ya que han arado el terreno. Antón «el Cherre» y él son los primeros en llegar.
No pueden empezar, porque aún no hay luz del día, pero se preparan y fuman
un cigarrillo. Luego llega Pascual de Cieza y deja a dos ciezanos y va a Calas-
parra a buscar a los demás. «Cuando regresa, nosotros ya tenemos dos, tres o
más manojos de esparto hechos». Choncho ríe. «El trabajo a destajo es mortal
de necesidad, ya que hay hombres con más energía, más fuertes, más frescos, y
yendo todos obligados, tú vas más, porque eres más flojo, con menos energía y
por eso vas sobreobligado». Esta mañana, Choncho ha arrancado unos ciento
cuarenta y cinco kilos de esparto en total. Hasta el final del primer cuarto,
Choncho había arrancado noventa y cinco kilos de esparto y Antón, ciento
uno, pero luego Antón le ha sacado los kilos que ha querido. Antón ha arran-
cado noventa kilos más y Choncho sólo cincuenta kilos. Antón tiene unos
cuarenta años y Choncho, cuarenta y nueve. Dice Choncho: «A los cuarenta,
si les añades nueve son muchos años y se notan; además en brincando de los
cuarenta, todos los males se asoman al balcón. Además es que yo me he mata-
do trabajando, bebiendo, no durmiendo.” Nos hemos referido a un compañe-
ro que aparece en las fotos de Albert Fortuny que el periódico La Vanguardia
publicó un domingo en la contraportada. Esperanza dice que este hombre
está malo del hígado y de los riñones. En las fotos aparece con un cigarrillo y

55
   Es el nombre de una tendida de esparto en la Sierra del Puerto, un monte público
del estado.

128
sosteniendo el palo de la romana de pesar esparto en el monte. Choncho: «Un
día sentados a la hora de almorzar me lo dijo: ¡estoy más malo!» «Y yo peor
que tú». Nosotros no nos hemos cuidado, no hemos reservado nuestra ener-
gía. Él necesitaba dos hombres para que le alcanzasen en arrancar esparto y a
mí también. Este día me quería adelantar en el atado del esparto y tenía una
rabieta y yo le dije: «En esto no te apures que no me adelantas, en arrancarlo o
en otra cosa, sí, pero en atarlo, no». Si no puedes adelantar a los otros y te vas
quedando atrás, pasas un berrinche. No se manifiesta, pero se pasa por dentro.
Es como en los concursos de arte, baile, cante, en que hay unos primeros y
luego, los otros.
«A veces le digo a Esperanza, si tuviera la edad que tenía al casarme, vein-
titrés años, haría lo que hacen los otros, hincharme a ganar dinero. Entre los
dieciocho y los veinticinco años, no hay diferencia en cuanto a fuerza: un día
me pegas, otro día, te pego yo. Somos iguales, pero pasados los cuarenta, no».
Ahora hay cinco o seis grupos de esparteros. Cuando llegué al pueblo,
sólo Tarzán llevaba esparteros. Según Choncho, ésta es la razón por la que ha
subido el esparto.
Choncho ha llegado a su casa hacia la una del mediodía. La moto no le fun-
cionaba y ha tardado mucho en recorrer el tramo desde la estación a su casa. Se
quita la camisa y la camiseta y su mujer le ayuda a lavarse en el corral. Luego se
lava los pies en un cubo con agua y jabón en la cocina. Pilar se los seca y le trae
unas alpargatas limpias. Se cambia luego los pantalones manchados de sudor.
Choncho lleva en el asiento trasero de la moto un capazo de esparto para
el avío y una hoz atada encima del capazo. El jarro de agua forrado de esparto
pende de un lado de la moto. Hace nueve años que tiene la moto. «La he
castigado mucho». El jarro de agua pesa por lo menos siete kilos. Regresa a
veces del monte con un haz de leña. Cuando tenía los hijos pequeños, criaba
en casa nueve pares de conejos y al regresar del monte iba a segar hierbas. «Le
pegas demasiado», me decía un sacristán que había en la iglesia de San Pedro.
«Qué voy hacer, hago lo que tengo que hacer. Ahora mi moto se ha vuelto
muy señorita» Hace tiempo la hizo rectificar y de vez en cuando tiene algo. Al
volver del monte apenas le funcionaba y eso que ayer le cambió la llave de la
gasolina. «Me costó nueve duros y eso a mí me cuesta una hora de repelar la
atocha». A veces su hijo Paco coge la moto y «le pega» y luego «cuando yo la
cojo, la moto está como transfigurada. Yo la llevo a un ritmo normal, siempre
al mismo paso. Paco la hace correr».
Choncho alaba a su mujer porque sabe cocinar. Esperanza: «No me vayas
alabando por ahí sin ser cierto, porque no te suceda como a uno, que su mujer
es muy marrana, y va diciendo a todo el mundo que su mujer es muy limpia
y la gente se le ríe».
Mañana sábado, Choncho va a ir por la tarde con Antón «el Cherre» y su
sobrino a segar tallos de romero y el domingo, hasta la hora de almorzar; a ver
si sacan cuatrocientas, quinientas o seiscientas pesetas. Paco, hijo de Choncho,
ha preguntado: «¿Quién?» cuando su padre ha nombrado al sobrino. Chon-
cho: «El Simiente».
Pilar ha traído dos fotografías de formato grande en color. En una de ellas
aparecen Choncho y Esperanza con sus hijos y miembros de sus familias –tres
tías con sus maridos e hijos–, de pie en la calle Mayor el día de la primera
comunión de Esperanza. Esperanza ha tomado la comunión este año. La co-
munión se toma a los siete años. Los sobrinos llaman a las tías chacha.
Choncho: «Mi padre, cuando yo tenía la misma edad que tiene mi Espe-
ranza, me sacó de la escuela y ya no fui más. Lo que sé lo aprendí luego». Sabe
poco. Su mujer escribe las cartas.
Choncho tuvo los intestinos inflamados. Bajaron a Murcia. El médico de
la Seguridad social le escuchó, pero no le miró. A su mujer le dio mucha rabia.
Las pastillas que le recetó le han hecho efecto y Choncho concluye: «Ahora, si
nos morimos, es porque ya nos tenemos que morir».
Francisco Pérez Mayo, farmacéutico, dice que hay un único analista del
Seguro Obligatorio de Enfermedad en Caravaca de la Cruz, cabeza de partido
judicial, para más de cincuenta mil habitantes. El analista es interino y cobra
veinte mil pesetas al mes. No puede cumplir con sus obligaciones, porque le
es imposible hacer tantos análisis en un día. Si pone ayudantes, los tendría que
pagar de su sueldo y se lo comerían. La solución estriba en firmar papeletas56
en falso.

11 de agosto de 1973, sábado.

A las nueve de la mañana hay pocos hombres en el Convento y sus ba-


res. Francisco Pérez Mayo me explica sobre la Comunidad de regantes de la

56
   Término con el que designa un documento médico.

130
acequia Mayor del río Caravaca o Argos y su reglamento. La acequia Mayor
nace en un paraje del río denominado el Molino de los Marines. Es su acequia
más importante, ya que riega más superficie de tierra que las acequias del río
Segura, que son las más importantes. Las acequias se valoran en función de los
cultivos, de la cantidad de agua por superficie y de si permiten o no cultivos
de verano. Hasta hace un par de años, la acequia Mayor estaba muerta en
verano; ahora, con la entrada en funcionamiento del pantano del río Argos,
dispone de agua en verano. Cultivos que riega la acequia Mayor: maíz, cerea-
les, olivar, hortalizas, habas, arboleda, principalmente albaricoqueros. Es una
de las acequias más antiguas de Calasparra y la única del río Argos que tiene
personalidad jurídica. Las otras acequias de la huerta son heredamientos, que
están presididos por el alcalde y dependen de él. En los heredamientos el
presidente nato es el alcalde, aunque los miembros del heredamiento elijan
a los demás cargos. A la comunidad de regantes nadie puede cambiarle sus
ordenanzas, ni la alcaldía ni la Confederación Hidrográfica. Eligen cada año la
directiva. Cada tahúlla de tierra, un voto. Es lo que marcan el reglamento y la
ley de aguas. Sólo tiene voto el propietario. El aparcero puede asistir, pero sin
voto. Es un sistema de votación caciquil, pero contrapesado por el hecho de
estar la propiedad repartida, ya que no hay latifundio de importancia en esta
acequia. Cree que el que más tiene es del orden de treinta a cuarenta fanegas,
lo que representa entre noventa y ciento veinte tahúllas de tierra. La acequia
mayor tiene 3847 tahúllas, mientras que las otras tres acequias restantes del río
Argos suman 3536 tahúllas. Lo que forma la acequia no son los individuos,
sino la tierra. Estos cambian, aquella permanece. Vemos en una fotocopia del
reglamento de la acequia que está fechado en 1910.
En la escritura o título de propiedad de una tierra consta si es de riego de
tal acequia. En este caso, la tierra está inscrita en el padrón de la acequia ma-
yor. El padrón es un fichero que tienen en el sindicato de riego, que se funda
en 1912. La comunidad de regantes y el sindicato de riego tienen funciones
específicas cada uno.
Según Francisco, el reglamento de aguas de esta comunidad de regantes
es muy bueno, ya que sirve a todos y se considera justo. Este es el primer
año en que hay agua en abundancia por la entrada en funcionamiento del
pantano del Argos. El agua que llevaba este río bastaba para los cultivos de la
época pasada, que eran fundamentalmente cereales y vid. En verano no había
cultivos. Los cereales necesitan agua hasta mayo y con las aguas invernales

131
casi tienen bastante. La vid necesita poca agua. Luego se empezó a plantar
arboleda, albaricoqueros, ya que los frutales valían, y el agua del río no bastó.
En la parte de Cehegín, plantaron mucha arboleda. Tienen una huerta muy
extensa, la más extensa de por aquí. El agua que recogía el azud para entrarla
a las acequias no bastaba e hicieron pozos. El azud es un muro de piedra y
arena en el cauce del río, no de obra, que hace entrar el agua en la acequia.
Cada acequia tiene varios pozos con motor. Según la ley, no se pueden hacer
pozos a menos de cien metros del cauce del río y se autorizan siempre que
no se demuestre que son aguas subálveas. En la huerta de Cehegín hicieron
muchos pozos. Se hicieron inversiones, se crearon nuevos cultivos que eran
rentables. Las autoridades de Cehegín lo vieron con buenos ojos. Se agotaron
las aguas subálveas y descendieron las superficiales. Los de Calasparra se vieron
perjudicados, ya que no sólo el río no llevaba agua en verano, sino tampoco
buena parte del año. Los de la comunidad de regantes y las autoridades de
Calasparra no se preocuparon de protestar; no presentaron ninguna denuncia
ni a la Confederación Hidrográfica ni, al guardarríos, siquiera. Y eso que el
presidente de la Comunidad de regantes ostenta la facultad de dirigirse a los
poderes públicos. No valoraban estas tierras. Cuando se secó el río Argos, todo
fueron lamentaciones.
La desvalorización de estas tierras queda patente en el hecho de que en
la primera mitad de los años cuarenta vinieron al pueblo los de la Confede-
ración Hidrográfica del Segura y mandaron llamar a los más representativos
del pueblo, los más adictos, para ver de terminar las obras del pantano del río
Argos, empezado en la época de la dictadura de Primo de Rivera. Los de la
comunidad de regantes tenían que dar el visto bueno, ya que tenían que pagar
el veinte por ciento del coste del pantano. Todos los convocados a la reunión,
presidida por el presidente de la Confederación, dijeron que en Calasparra no
era necesario el pantano, porque había agua en el Argos. Sólo una persona se
opuso. Francisco ha leído el acta. «No valoraban esta tierra, tenían sus intere-
ses en la vega del río Segura. La gente dice que la culpa la tuvo el encargado del
conde, y puede ser, porque el conde sólo tiene unas pocas fanegas en la huerta,
del pueblo para abajo. No se sabe si es cierto eso, pero como este encargado
ha hecho tantas cosas malas, el pueblo se las achaca todas». Todo esto es fruto
de la dejadez y de la falta de interés, incluso de la comunidad de regantes. No
se atreven a plantearlo o a quejarse de la ineficacia de su presidente, algún rico
propietario.

132
El primer domingo de enero, la comunidad de regantes de la acequia
Mayor celebra su primera junta, en la que los participantes fijan la cuota.
«¿A cuánto va a ser la tahúlla?» Se fijó a setenta y cinco pesetas la tahúlla en
1973. Otra junta se celebra el primer domingo de julio. Son juntas generales
ordinarias.
«El pantano del Argos es el único pantano, que yo conozco, asegura Fran-
cisco, que nos quieren hacer pagar el agua, de cincuenta a sesenta céntimos de
peseta por metro cúbico de agua». Ellos aducen que la economía de Calasparra
es muy pobre y no pueden pagar. Francisco sostiene que hay que declararse
pobres de necesidad.
Las comunidades de regantes de Murcia y Alicante, es decir, de la vega
media y baja del río Segura, están siempre pendientes de lo que pasa en la vega
alta del Segura y no toleran ningún pozo57. Hacen aplicar la ley en beneficio
propio. Hace pocos días pusieron una denuncia en la Virgen, porque sacaban
agua del río con un motor. Hacen cerrar pozos, dado que son personas in-
fluyentes. Había pozos hechos a cuatro kilómetros de distancia del cauce del
río Segura y el ingeniero de la Confederación Hidrográfica los hace precintar,
porque declara que están tomando aguas subálveas. El día que vinieron al
pueblo los de la Confederación para la redotación de agua de la acequia de
Berberin, las comunidades de regantes de la parte media y baja del río Segura
enviaron a su abogado para que se opusiera en forma.
Para clausurar los pozos de la huerta de Cehegín, habría que meter a me-
dio pueblo en la cárcel y además sucede que con el tiempo han adquirido
derechos. Además de que la administración tiende a no echar a perder algo

57
   «En la Vega Baja se recrimina a los regantes de la alta y de la media de desviar de
noche mediante motores clandestinos el caudal destinado a los regantes de la provin-
cia de Alicante. A estas recriminaciones seculares de la vega baja respecto de la alta,
compensadas en otro tiempo con medidas ahora en desuso, se añaden los ataques
contra los nuevos regadíos, estas grandes plantaciones recientemente creadas en los
altiplanos que bordean el valle del Segura, a los que se acusa de captar ilegalmente
el agua del río». (32) Robert Hérin. Les huertas de Murcie. La Calade: Édisud. 1980.
Un ejemplo del conflicto de intereses entre nuevos y viejos regantes es la clausura en
1970 de las estaciones de bombeo del Grupo Sindical «Fortuna» como consecuencia
«de una solicitud de interdicto presentada por los regantes de la Vega Baja». Francisco
Calvo,Continuidad y cambio en la huerta de Murcia. Murcia: Academia Alfonso x El
Sabio, 1982, p.132.

133
que es una inversión y es rentable, en este caso unos cultivos nuevos. Lo que
hay que hacer no es una solicitud para que te den agua para crear tal riqueza
o transformar tal zona. Se pueden morir varias generaciones tuyas sin que ob-
tengas contestación. Lo importante es crear primero una riqueza, plantar unos
frutales y luego regarlos con agua fraudulenta. Una vez creada una riqueza la
administración se lo piensa mucho antes de echar a perderla. Con el tiempo
viene la aprobación o la legalización del agua tomada de forma fraudulenta.
Antes, con la sequía declarada en el río Argos, los que tenían ventaja eran
los del pueblo para arriba y los del pueblo para abajo se sentían perjudicados.
En previsión de la abundancia de agua que habría este año, los regantes del
pueblo para abajo querían modificar los estatutos de la acequia Mayor para
que no siguieran siendo los perjudicados y los del pueblo para arriba no que-
rían. Francisco era de los que opinaban que había que cambiar los estatutos,
pero la práctica ha demostrado que el reglamento funciona muy bien. Las
muelas que hay al comienzo de la acequia tienen una circunferencia de veinte
centímetros de diámetro. Habiendo mucha agua, el agua fluye hacia abajo y
el resultado es que todos pueden regar cada quince días, con lo cual se puede
sembrar de todo, excepto arroz.
Las tandas de riego vienen definidas en el reglamento o en las ordenanzas.
El presidente del sindicato de riego es un labrador experto en las cuestiones
de cuándo hay que hacer las mondas de las acequias, las reparaciones, etc. El
agua de la acequia entra por una muela abierta a un brazal que lleva el agua
hacia la tierra.
El paso es libre para el acequiero y para los que tienen que ir a abrir y
cerrar las muelas. Otros términos del sistema de riego: hijuela, partidor, rega-
dera, hila, etc.
En 1972, la Confederación Hidrográfica envió a la Comunidad de regan-
tes de la acequia Mayor y a los tres heredamientos del río Argos un proyecto
para su fusión en un organismo: «Ordenanzas de la Comunidad de Regantes
de las aguas reguladas por el embalse del Argos». La Comunidad de Regantes
de la acequia Mayor propuso una enmienda al título: «Ordenanzas de la Co-
lectividad de Heredamientos o Comunidades...» Quieren integrarse, pero sin
perder ni su independencia ni su personalidad jurídica. Este proyecto aún no
se ha concretado.
Por la tarde, están Choncho, Antón «el Cherre», un joven y el dueño de
un motocarro reunidos en el bar Torero. Explican al hombre del motocarro el

134
itinerario para acceder al lugar donde tienen los tallos de romero segados. Ex-
cepto el joven, los demás llevan ropa de trabajo. Han ido a segar tallos de ro-
mero hasta las nueve de la mañana y luego han vuelto a ir por la tarde. Dicen
que Tarzán aún no les ha pagado. A Choncho le adeuda cuatro mil pesetas y a
Antón, siete mil quinientas. Estuvieron dos semanas arrancando esparto para
él. Durante este tiempo, Tarzán se presentaba a la hora de recoger el esparto
arrancado. Ellos le han hecho favores como cargar el esparto en los camiones
gratis. Choncho dice que él tendría que haber dicho que ellos debían ser los
primeros en cobrar. Opinan que Tarzán es muy buena persona, que si tiene
veinte duros en el bolsillo y alguien se los pide, se los da, aunque luego él ten-
ga que ir a pie a Cieza. Choncho dice: «Es muy buena persona, pero no sabe
administrarse. Él se creía montado en el burro y resultó ser un burro cocero”.
Risas de los demás a la ocurrencia de Choncho. Éste dice que una vez que
había nevado, Tarzán se presentó en el Campero (bar) con un fajo de billetes
así –Choncho abre las manos–, y dijo: «Todo aquel que necesite dinero, que
venga». Repartió dinero y ninguno había arrancado esparto.
Dicen que las mujeres se temieron el impago de Tarzán. «Si cuando no les
entregas el dinero...»
Reunión en el bar Torero con Manuel «el Zoco», Fulgencio, el «Moro»,
empleado de la Cooperativa, Pedro Aznar, Francisco Pérez Mayo, Miguel de
«la Molinera» y Jesús. Estos dos últimos se añadieron más tarde. Fulgencio lle-
vó una gran olla de patatas, sin carne, guisadas por su hija. El bar puso el vino:
cuatro botellas y media y también dos morcillas por persona y una ración de
embutido. El coste fue de doscientas treinta pesetas que pagaron por partes
Pedro, Manuel, el «Moro” y Fulgencio. El «Moro» llama a uno que pasaba
por la calle: «Entra, siéntate y tómate un vaso de vino». Se lo dice varias veces.
Manuel duda de que sean patatas al vapor, ya que tienen demasiado caldo.
Dice que el próximo miércoles por la noche él llevará unas patatas al vapor.
Según Pedro, para cocer patatas al vapor se ponen unos trozos de caña lim-
pios en forma de cruz en el fondo de una olla. Se echan una taza de aceite y
una de agua, los cascos de patata, y se añade sal, pimienta, tomate y piñones
y se cuecen bastante. Cada uno dice que las mejores patatas al vapor que ha
comido, las preparó... Traen dos platos y tenedores y reparten las patatas en
ambos platos.
La principal información la proporciona el «Moro» y atrae la atención de
todos. La Cooperativa ha arrendado la planta conservera a un industrial para

135
la temporada de verano, ya que los socios no entregaron fruta suficiente para
hacerla funcionar. La Cooperativa tampoco compró fruta a intermediarios.
Francisco dice que tres miembros de la Junta Rectora estaban de acuerdo en
comprar medio millón de kilos de tomate para conserva a tres pesetas con
treinta céntimos el kilo, que les había ofrecido un corredor de fruta de Levan-
te. El «Moro» dice que se podía haber comprado trescientos mil kilos en el
pueblo y doscientos mil en otra parte. Los que se oponían a la operación de
compra decían que a tres pesetas con treinta céntimos el kilo, «no era precio”.
Se supone que significa que la operación no sería rentable. Francisco dice
que sí, ya que el precio del tomate iba en alza, cosa que corrobora el «Moro»
diciendo que un industrial conservero del pueblo, Filiberto, lo busca por Ba-
dajoz y lo paga a cinco pesetas el kilo. Si la Cooperativa lo hubiera comprado,
hubiera podido trabajar por su cuenta y ganar dinero. La discusión gira en
torno a «si era precio o no era precio», y también sobre el temor y la falta de
acuerdo que impidieron la operación.
Uno explica la siguiente historia, que provoca risas: había en el pueblo una
mujer anciana y enferma. El médico dijo a sus tres hijos que fueran a su casa y
les sacaría sangre para hacer una transfusión a su madre, lo cual no la curaría,
pero le alargaría la vida. Acudieron los tres y el primero dijo que no creía que
su sangre le fuera bien, porque no se encontraba bien, y había sufrido diversas
enfermedades. Lo mismo adujeron los otros hermanos. El médico no les sacó
sangre. Los reunidos dicen que era cierto y uno dice que a lo mejor los herma-
nos temían que les iban a degollar o hacer un corte y se asustaron. Concluyen:
«Lo que puede la ignorancia, la raíz de muchos males que sufre el pueblo». Lo
refieren a la Cooperativa: «La ignorancia es la raíz de la desconfianza.” Pedro:
«El que sabe, puede ir y pedir revisar el estado de cuentas y no teme ser enga-
ñado, porque sabe las cosas como van, pero el que no sabe, desconfía, porque
teme ser engañado». «¡Cuántos castillos se han formado de la Cooperativa!»
Todos reconocen que el ambiente de desconfianza causa daño, ya que al final
afecta o puede afectar a los que obran con intención limpia. El «Moro»: «Si yo
estoy luchando para conseguir que te paguen un producto a seis pesetas, en
vez de a cinco, y tu desconfías, porque crees que te estoy engañando, y das al-
guna muestra, lo que voy acabar haciendo es pagarte a cuatro pesetas, y todos
contentos». Francisco: Una expresión que suena: «si éste hace esto, ¡por algo
será!» Jesús: Los abusos se justifican con: «y si tú hubieras estado en su puesto,
¿qué hubieras hecho?»

136
Miguel de «la Molinera» pregunta: «¿Es verdad que se han quemado dos
mil kilos de arroz que ha devuelto un comprador?» El «Moro», que trabaja en
el molino arrocero de la Cooperativa, dice que no es cierto. Explica que cuan-
do alguien compra una partida de arroz y antes de retirarla en su totalidad,
compra otra partida y, a veces, una tercera, suelen quedar sacos de la primera
partida. Si transcurre mucho tiempo, este arroz debe ser reelaborado por el
molino, con lo cual se pierden unos jornales pero no el arroz. Francisco: «No
hay que consentírselo a este comprador». Manuel: «Aún en el peor de los ca-
sos, del arroz se hace salvado; no se tira nunca».
Miguel de «la Molinera»: «Después del juicio, algunos me han dicho que
he sido tonto, ya que he tenido que dejar las tierras y el cortijo». Él les respon-
de que no. Ha construido una granja y tiene su puesto de trabajo en ella. Si él
no ha ganado, han ganado otros, porque ahora Joselito concede a sus cuarenta
o cincuenta aparceros lo que le piden. «Antes me venían algunos medieros y
me decían llorando: «¡es más malo!» Y ahora me dicen: «Nos da todo lo que
pedimos». Muchos no se dan cuenta que hemos ganado». El cortijo en que
vivió Miguel está cerrado y los tractoristas que trabajan para Joselito «se la
hacen». «Si yo estuviera allí, le podría haber hecho de encargado».
Miguel: «Nosotros los campesinos tenemos entre todos cuarenta millones
en el banco y en vez de comprar con este dinero nuestra cooperativa y tenerla
en propiedad, el banco, con el dinero nuestro, la comprará».
Según Pedro, hay dos tipos de mujeres, las que han sido educadas por
sus padres y las que han sido educadas por sus maridos. Estas últimas son las
mejores.
Manuel cuenta la siguiente anécdota. Un día por la noche, ya tarde, el
«Moro»y él eran los únicos clientes de un bar cercano a la iglesia de los Santos;
estaban un poco chispados. La mujer del propietario del bar decía a su mari-
do: «No les des más vino». Manuel se sacó el cinturón y la amenazó: «Vete a
acostarte o te doy» y entró y estaba a media escalera amenazándola. Al final la
mujer se acostó. El «Moro» tuvo miedo, ya que temió que el hombre tomase
una faca y se armase una grande, porque pensaba que a él no le gustaría que
uno de fuera se metiese en lo suyo. El dueño acabó bebiendo con ellos y estu-
vieron allí hasta hacerse día. Dicen los otros riendo: «Claro, si uno tiene una
hembra y no la puede gobernar y va otro y la gobierna, luego se lo agradece».
Manuel: «A mí no me lo toman a mal; luego nos saludamos». Manuel es sol-
terón y tiene prestigio entre la gente de su clase.

137
Nos sirvió un niño de unos doce años hasta la una y media de la madru-
gada en que salimos del bar. A esta hora salían del bar «Rincón de Mariano»
los niños que sirven, que al parecer son sus hijos. En otros bares del pueblo,
hay también niños sirviendo: uno en el bar del Porras y dos en el del Alpiste.

12 de agosto de 1973, domingo.

Hacia las doce y media sale una muchedumbre de la iglesia parroquial de


San Pedro. Hay muchos niños y niñas. Una niña vestida de primera comunión
acompañada de sus padres. Algunas viejas de negro. Dos viejos, uno con som-
breo negro y otro con gorra.
Voy a casa de Choncho, cercana a la iglesia. Hace poco que se ha levan-
tado. Está en la cocina con Esperanza, su mujer, y sus hijos Pilar, Esperan-
za y Antonio. Paco no ha vuelto de trabajar. Esperanza ha dicho: «Se ven
unos nublicos». Choncho: «Tendría que llover. El monte está muy seco, ya
no puede más. El esparto está muy duro. En la última hora de trabajo, vamos
entregados. El atado del esparto –formar una gavilla con los manojos–, es lo
mío, pero tendré que dejarlo porque puede conmigo. El atado te quiebra por
la cintura». El precio del atado ha pasado de tres perras (treinta céntimos de
peseta) la gavilla a ochenta céntimos. Lo que más ha subido actualmente es el
romero, de pocos reales la arroba a veintiuna pesetas.
Choncho manda a su hija Esperanza que vaya a comprar una cerveza y
una bolsa de patatas. Su mujer corta un trozo de bacalao seco. Bebemos todos,
menos «Espe» (Esperanza), como la llama su padre. A Antonio, el pequeñín,
su padre le pone un dedo de cerveza en un vaso grande, que él solo sostiene.
La madre dice: «No le pongas más cerveza al nene». Choncho le puso otro
dedo de cerveza. La madre: «Luego no querrá comer». Choncho dice de su
hijo Antonio: «Tiene cien vicios. ¡Es más malo!» Su hermana Pilar a veces le
riñe o pega, pero si están los padres le dicen que no le haga llorar. Su madre
dice que el niño no pega a los otros, sino que niños más grandes e incluso más
pequeños le pegan a él. Antonio juega mucho con su hermana «Espe», que
aunque mayor que él, la puede mover, hacerla levantar, pegarle, etc. La madre
no le chilla ni se altera y sus palabras a los otros hijos suelen ser: «Déjalo, que
le vas a hacer daño, que va a llorar el nene».
Choncho toma a su hijo Antonio sobre sus piernas y le dice: «¿Tú qué se-

138
rás?» Choncho pregunta y se responde a sí mismo: «Serás espartero. Entonces
el papa será ya viejo y tu irás con él», y hace un gesto como queriendo expresar
que su hijo será joven y alardeará de su fuerza. Pilar dice: «No, el oficio que
más le gusta es el de mecánico».
Francisco Pérez Mayo está de guardia en su farmacia, que en verano se
alarga una semana. Dice que ninguno de los hijos, en vida de los padres, ocu-
pa la casa de ellos. A medida que los hijos se casan, van saliendo de la casa,
a excepción de los que se llevan la novia, ya que el marido se la suele llevar a
casa de sus padres, si éstos lo permiten. Cuando mueren los padres, no hay
opción especial para ninguno de los hijos para ocupar la casa y menos en las
clases populares, ya que es poco adecuada. Quizás en las clases pudientes, sí
hay un cierto interés en quedarse con la casa de los padres, porque ésta tiene
condiciones, está hecha al gusto de los padres, pero la compra el hijo que tenga
dinero. Los padres en general se acogen a las hijas. Generalmente en las clases
humildes se dice: «¡Ay, no tienen ninguna hija!» «No tenemos ninguna hija,
¡qué va a ser de nosotros en la vejez!» Francisco se refiere a Juan de Paco y su
mujer, que tienen a todos sus hijos varones emigrados y viven con su hija. Al
casarse ésta, Juan y su esposa alquilaron una casa en la misma calle donde vive
la hija. Empezaron comiendo juntos y finalmente los padres dejaron la casa
de alquiler y se fueron a vivir con la hija. Manuel el «Zoco», que es soltero,
cuida de su madre viuda, con la ayuda de su cuñada. A la muerte del padre,
los hermanos le vendieron la casa, es decir, su parte.
Según Francisco, el yerno y la nuera se dirigen a los suegros con los térmi-
nos tío y tía y a los hermanos y a las hermanas de los padres se les dice «chache»
y «chacha”. Mari Carmen, la esposa de Francisco, dice a su hijo pequeño:
«David, dile algo a la abuela Pura», ¡es la abuela Pura! Francisco: «Fuera del
ámbito familiar cuando nos dirigimos a alguien muy viejo: «¡Qué tal abuelo!
¿Cómo le va la fuerza?»
Francisco ha observado que un matrimonio tiene más familiaridad e in-
timidad con la familia de la mujer que con la del marido. La razón es que la
mujer es la dueña de la casa, la que está en casa más tiempo y puede con mayor
frecuencia y facilidad recibir visitas de sus padres, principalmente.
Hay suegras cerriles e hijas cerriles: en esta misma calle, una mujer se fue
a casar a un pueblo de Barcelona. Al cabo de unos meses, con la hija embara-
zada, la madre fue y se acuesta con la hija y saca al yerno de la cama. Se armó
tal lío, que madre e hija están en el pueblo y él, allí.

139
Las viejas alardean de haber alimentado sólo con el pecho a sus hijos hasta
los dos o más años de edad. Había la creencia de que dando el pecho a sus
hijos no podían quedar embarazadas. Pero esto ha pasado ya; hoy se compran
muchos dietéticos.
Pasa Miguel «de la Molinera» y explica que ha comprado una cría de cerdo
de dos meses, que pesa unos catorce kilos, por mil pesetas. El precio es barato
en relación al precio a que se pagan los cerdos adultos. En una semana el pre-
cio de venta de cerdo adulto vivo ha subido diez pesetas el kilo. Sobre las seis
de la tarde, Miguel se va a su granja.
En relación al episodio de Manuel «el Zoco» y su burra me cuentan que
Manuel la paseó por los bares de El Convento y en uno de ellos se encontraba
el teniente de la guardia civil. Por eso le pusieron una multa de mil doscientas
pesetas, si no nadie le denuncia.

13 de agosto de 1973, lunes.

Antes de las nueve de la mañana, pasa en dirección al centro del pueblo


una mujer que tira de un carrito con tres jarras metálicas grandes para leche y
dos jarras más pequeñas. Se para más abajo de la fonda Casa Bravo. Toma una
jarrita y se la entrega a alguien. Luego pasa un hombre en una moto con tres
jarras metálicas grandes de leche en la parte posterior.
En la casa parroquial están don Juan Valverde, cura-párroco de Calaspa-
rra, Pepe, el coadjutor, Vicenta y la madre de don Juan, una mujer anciana.
Don Juan ha recibido una carta con los contratos para los que van a la ven-
dimia a Francia. Los curas han tramitado treinta contratos. A los mayores de
dieciocho años les hacen un contrato, a los menores, no, pero cuentan con
ellos. En la lista de los que van a la vendimia, hay una familia de seis miem-
bros y un grupo de gitanos emparentados que suman catorce miembros. Es la
Misión Católica de Francia la que busca y ofrece puestos de trabajo para gente
del pueblo a través de los curas.
Entra en la estancia una mujer que saluda a don Juan. Éste dice a su
madre: «Es la nuera de la Encarna». Encarna es la mujer que cuida de la casa
parroquial y de los curas.
Este año don Juan Valverde ha enviado a doce personas a Francia, que han
estado allí dos meses y medio, desde mayo a mitad de julio. Han trabajado

140
en la recolección de la fresa, del melón y del melocotón de diez a once horas
diarias, excepto los domingos y los días de lluvia. Han venido a sacarse cada
una de ellas de treinta y cinco a cuarenta mil pesetas. Una madre y su hija,
setenta mil pesetas; una madre y dos hijos, unas ciento veinte mil pesetas. Se
llevaron la comida. Van cargados como burros. Las maletas parecen piedras. Él
fue a despedirles a la estación de Murcia. El pueblo ha estado muy encerrado
en sí mismo. Los otros pueblos han salido antes que éste: los de Moratalla ya
de antes iban a ese tipo de recolección. Es el primer grupo del pueblo y el año
próximo van a ampliarlo. «Hay que abrirles y buscarles perspectivas, para que
no piensen que todo termina aquí en este pueblo».
Los curas tienen el ofrecimiento de un curso de tricotosas del PPO (Pro-
moción Profesional Obrera, un organismo autónomo del Ministerio de Traba-
jo) que dura tres meses y es difícil de conseguir. Necesitan un grupo de treinta
mujeres. Han tenido que aplazarlo, porque la gente primero tiene desconfian-
za, están en guardia. Las máquinas tienen mala prensa. La gente ve ahora lo
inmediato, el trabajo en las tres fábricas de conserva del pueblo y la vendimia,
por eso piensan en programarlo para octubre. Pone el siguiente ejemplo: la
mujer de Antonio, el del bar del club de la iglesia, tiene una tricotosa. Le
ayudan su marido y un hijo que estudia en la Universidad Laboral y está de
vacaciones. A la hora de la novela de la tarde de TVE, se han sacado seiscientas
pesetas. Una mujer sola se puede sacar unas doscientas pesetas. Este sistema es
ventajoso para las fábricas: no los tienen en plantilla y no pagan seguros socia-
les. La fábrica les lleva la materia prima y les recoge las piezas hechas. Para cada
treinta mujeres hay un responsable que les enseña cuando varían los modelos.
Las mujeres tienen que comprarse las máquinas, pero les dan facilidades. En
Cehegín funcionan cinco grupos de treinta mujeres. Las fábricas están por
Alcantarilla.
Don Juan ha conseguido enviar todos los días un autocar de hombres a
trabajar en las obras de una residencia de la Seguridad Social que se construye
en Murcia.
Sale también del pueblo un autocar de hombres a Almería y regresa el fin
de semana al pueblo.
Le preocupa que tengan que entrar agobiadamente en el trabajo, por lo
que les busca trabajo fuera o dice a un aparcero que deje las tierras. Esta gente
tiene necesidades apremiantes, tiene necesidad y el invierno es tan duro, que
todas las condiciones las aceptan por ganar un duro. La solución ideal sería

141
que nadie se fuese, pero esto es un círculo vicioso: si no se marchan tienen que
seguir mendigando. Un agricultor tiene a lo mejor veinte o treinta mil duros
en el banco, pero les guarda en espera del mal tiempo.
Es necesario un consultorio jurídico en el pueblo que informe a la gente
humilde sobre sus derechos en el Seguro Obligatorio de Enfermedad (SOE),
en la fábrica, en la CNS (Sindicato vertical), etc.
Las tres fábricas conserveras del pueblo, la de la Cooperativa, la de Filiber-
to y la nueva, trabajan ahora el tomate. El último empresario paga las horas
extraordinarias como si fuesen ordinarias. Ellos lo denuncian en la homilía. La
gente no lo denuncia, porque les ha dicho que tendrá la fábrica funcionando
hasta diciembre. En estos días en que todavía no hay mucho tomate, llaman
a las mujeres para una hora o varias y luego las mandan a casa hasta otro día.
Para el invierno quisiera conseguir trabajo para un grupo de podadores del
pueblo, pero todavía no ha sido posible. Escribe muchas cartas y se informa.
Los grupos de podadores del pueblo se hacen la competencia, buscan todos
trabajar, aunque se hagan daño entre sí. Mandando un grupo de podadores a
Francia quiere facilitar que los que quedan aquí puedan presionar58.
«Lo importante es despertar en el pueblo el sentido de la rebeldía, que
vean los muchos abusos que hay en él». Hace poco estuvo reunido con cuatro
hombres. Uno de ellos, ingeniero, dijo que si veía a un sacerdote andando por
la acera, él se bajaba. Don Juan no estuvo de acuerdo. Otro hombre, trabaja-
dor, dijo que él cuando se sienta en el autobús, sólo cede el asiento a un viejo o
vieja o a una mujer con chiquillos, pero si ve a un cura, no. «¿No es un hombre
como yo?» Don Juan: «A un cura de antes le respetaban mucho aparentemen-
te, pero después se reían de él o lo criticaban mucho, porque a lo mejor tenía
una querida. Era todo un castillo de naipes, un mito. Yo no quiero eso». Alaba
la actitud de este trabajador.
Prefiere no orientar a la gente joven hacia lugares como Benidorm y Palma
de Mallorca. La juventud, que busca igual que los mayores el dinero como sea,
porque lo necesita, se dejan corromper por él. Está escandalizado por el hecho
de que las chicas de Valentín, una pedanía, van a trabajar a Benidorm y Palma
de Mallorca llevando la pastilla anticonceptiva.

58
   La búsqueda de oportunidades de trabajo para jornaleros por parte del cura-párro-
co persigue des-compartimentar el mercado de trabajo y con ello mejorar las condi-
ciones de la contratación y del salario.

142
En el pueblo hay unas mil personas que cobran el subsidio de invalidez y
el de vejez, lo cual ha producido un cierto alivio. Cobran mil pesetas al mes y
eso es algo para un viejo que no tenía nada. Marido y mujer, dos mil pesetas
al mes. «Los papeles para solicitar el subsidio los tramitó el ayuntamiento,
pero nosotros se los facilitamos a la gente. Durante tres o cuatro años, éste
es el cuarto, he ido tramitando, más bien rellenando estos papeles. Nosotros
entregamos conjuntamente los papeles al ayuntamiento. Dije a los de Cáritas
parroquial que fueran viendo quienes cobraban la vejez. Vinieron en chorro.
Todos los días venían quince o veinte personas para que les rellenáramos los
papeles. Esto lo tenía que hacer el ayuntamiento. En el pasado un funcionario
del ayuntamiento estafó a los viejos. Hace poco hemos tramitado siete u ocho
casos y nos parecía que ya no quedaba nadie sin cobrarlo».
Don Juan opina sobre los efectos negativos y positivos de la TV: tiene
puntos malos –es alienante–, pero tiene puntos positivos. Antes las casas se
quedaban vacías, muertas; ahora las familias están concentradas. La TV priva
a los maridos de ir tanto al bar y los chiquillos están más vigilados.
Hacia el atardecer, paseo con Antonio Ochando por el pueblo. Me pre-
senta a Enrique, joven discípulo suyo, que estudia sexto curso de bachillerato,
y trabaja en el Banco Español de Crédito. En el Casino, me presentó a don
Ricardo, maestro y hombre muy culto, de ideas diferentes a las del régimen.
Posee un molino arrocero, que no hace funcionar. Antonio dice de sí mismo
que está bien visto por todos y puede presentarme a don Prudencio Rosique
y luego al Torres, Juan «Grande», que tiene documentación histórica impor-
tante.
Antonio cuida de la finca de su padre mientras éste está de vacaciones. Se
pasa la tarde en ella. Actualmente están regando y él va a controlar el motor
que saca agua del pozo.
Ceno en casa de Antonio. Me muestra unas esparteñas de esparto minús-
culas que su padre regaló a su esposa Carmen, cuando eran novios, y también
«el ajuar del calasparreño», unas piezas minúsculas de esparto, que el padre de
Pedro «Partal» regaló a su nena. Antonio afirma que hay cien en el pueblo que
saben hacer esto.
Antonio me recogerá mañana por la tarde para llevarme a su finca.

143
14 de agosto de 1973.

Antonio Ochando me recoge hacia las tres y media de la tarde para ir a su


finca. Al llegar, Antonio saluda a dos hombres. Uno de ellos pertenece a la fin-
ca piloto que hay en el término de Cieza, el otro es corredor de fruta. Antonio
dice que el próximo año, si Prieto quiere –es un gran industrial conservero de
Molina de Segura–, le podrá juntar unos doscientos mil kilos de albaricoque,
ya que cree que sus vecinos de finca se avendrán a venderlos juntos bajo su
dirección. El corredor de fruta dice que doscientos mil kilos para Prieto no
son nada. Antonio opina que son un buen pellizco y ya le atrae la atención y
más, si van juntos.
En los bancales con frutales pequeños, sembraron cebollas, parte de las
cuales han sido arrancadas y se hallan extendidas por el suelo. Calcula que tie-
nen unos treinta mil kilos de cebolla. Las pagan, tal como están, a tres pesetas
el kilo. Pesan más tiernas que secas y además tienen algo de tierra. Si optan
por no venderlas inmediatamente, tienen que enristrarlas, colgarlas y esperar
a que suba el precio. Se le plantea constantemente al agricultor la alternativa
de guardar o vender, esperar o no, invertir más dinero y esfuerzo o no. En
función de estas alternativas, el agricultor es un ser temeroso, concluye.
En Calasparra, hay unas ciruelas, que considera propias, llamadas del «tío
Caeme», que están en el árbol hasta comienzos de septiembre. Antonio tiene
plantadas algunas en la finca.
Antonio me conduce al pozo con que riegan la finca y que está próximo a la
margen del río Segura y al cortijo de un mediero –Antonio utiliza este término–,
llamado Juan Bueno. La casa y las tierras son de un propietario. En las inmedia-
ciones de la casa hay unas cajas de arroz que cultiva Juan. Según Antonio, ahora
no hay grandes medieros, antes sí los había. Después de la guerra, los medieros
podían contratar diez o doce jornaleros, porque los jornales eran bajos. Ahora,
no. Los medieros tienden a reducirse a lo que pueden trabajar. Uno de los hijos
de Juan Bueno trabaja como mozo en la finca del padre de Antonio: lleva el trac-
tor, riega y, en general, realiza las faenas más incómodas. El padre de Antonio
puso un rebaño de ovejas a medias con el padre de este muchacho, para que su
situación no sea apurada y no se marche del campo. El rebaño lo lleva a pastar
por el secano y entre las arboledas de la vega, donde crece la hierba. Como Juan
tiene seis hijos, Antonio espera que sucesivamente cada uno de ellos sea mozo
de su finca, ya que la mano de obra puede llegar a escasear.

144
Términos del complejo hidráulico: río, azud, acequia, brazal, muela, re-
guera. La reguera lleva el agua directamente a una caja de tierra. La muela es
el punto de entrada del agua a la reguera. Hay regueras que son excavaciones
en la tierra y otras, de cemento, llamadas canaletas. A veces un brazal hace de
intermediario entre la acequia y las regueras, es decir pasa el agua de la primera
a las segundas, que pueden ser múltiples en función del número de piezas de
tierra. En las plantaciones de arroz, hay un brazal que recoge el agua sobrante
de las cajas y la devuelve al río. Términos de la tierra: bancal, caja, era, caballo-
nes59. El bancal tiene ribazo.
En los arroces se suele perder la primera caja, ya que el agua es fría y el
arroz no germina. La frialdad del agua se debe al embalse60. En las otras cajas,
sobretodo en las alejadas de donde entra el agua de la acequia al brazal, tienen
arroz. El agua al pasar de caja en caja se va calentando y cuanto más caliente
es el agua, mejor para el arroz. Por eso el arroz de las últimas cajas está más
adelantado; tiene ya espiga.
El pozo construido por el padre de Antonio tiene cuatro metros y medio de
profundidad y no pudieron ahondar más. Las aguas son subálveas, pero no pue-
den impedir que entre agua en el pozo, porque se derrama por aquella zona. Exis-
te una reguera o algo semejante en dirección al pozo, situado en una posición más
baja. Junto al pozo crece un espeso cañaveral que oculta en parte dicha reguera.
No cortan el cañaveral porque la tierra es de servidumbre del pozo. Más arriba del
pozo hay un transformador que alimenta el motor. Una canalización subterránea
de un kilómetro y medio lleva el agua al otro lado de la carretera de Calasparra a
Cieza, donde se halla la finca del padre de Antonio. La carretera marca el límite
de la vega. Las tierras del otro lado, antes de su conversión en regables, eran seca-
nos y montes bajos de esparto. Otro propietario de tierras de esta zona construyó
una canalización de más de dos kilómetros para poder regarlas.

59
   Forman parte de los procedimientos de riego. Calvo escribe de uno de ellos: «con-
siste en dividir el terreno en una serie de tablas horizontales de dimensiones variables,
limitadas por unos caballones de retención de poca altura». Francisco Calvo, Conti-
nuidad y cambio en la huerta de Murcia. Murcia: Academia Alfonso x el Sabio, 1982,
p.115.
60
   «Los pantanos desembalsan aguas frías en primavera que perjudican el buen cre-
cimiento de las semillas de arroz». (166) (Robert Hérin. Les huertas de Murcie. La
Calade: Édisud. 1980.

145
Se opusieron a estos pozos y a la ampliación de las tierras regables la Co-
munidad de Hacendados de la Huerta de Murcia y Aguas de Levante y el
juez del pueblo de Rojales (Alicante). El padre de Antonio era el inspector
de aguas de la Comisaría de Aguas para toda esta zona y conocía a todos
los ingenieros. Además, según Antonio, había un primo de su madre en la
Comisaría de Aguas. Estuvieron pleiteando contra el estado durante muchos
años. El mismo abogado de la Confederación, representante del estado, que
presentaba argumentos en contra del pozo, era el que hacía los recursos contra
estos argumentos. Una vez que estuvieron a punto de perder, el inspector de
aguas hizo un informe, que resultó definitivo. Entre otras cosas, alegaba que
la existencia del pozo mejoraba las condiciones higiénicas de la zona, porque
había encharcamientos.
El padre de Antonio Ochando es hijo de un mediero. Aspiraba a tener
unos bancales de tierra suyos. Era su sueño. Un propietario de tierras de seca-
no entró en trato con él, ya que no tenía fuerza por sí solo para sacar el pozo
adelante. El padre de Antonio tenía influencia para hacerlo y legalizarlo. La
tierra donde se abrió el pozo era de este propietario. El padre de Antonio abrió
el pozo e hizo la construcción que alberga el motor, la canalización del agua
hasta el lugar más elevado de la finca, compró el motor, el transformador, y se
cuidó de la tramitación de los papeles para la legalización del pozo. Gastó en
ello doscientas mil pesetas que tenía, más otra cantidad que tuvo que pedir.
El propietario del terreno le cedió la mitad de la finca de secano a cambio de
la mitad de los derechos sobre el pozo, el motor, la canalización, etc. Riegan
una semana cada uno.
Según Antonio, los primeros años había que invertir mucho para capi-
talizar. Los frutales tardan de tres a cuatro años en producir. Su padre ha ido
invirtiendo en la finca todo lo que ésta producía. Posteriormente ha comprado
otros trozos de secano. Su padre es un hombre muy trabajador y mañoso.
Sabe hacer quesos, vino, zapatos, es buen carpintero, sabe cultivar muy bien la
tierra. Tiene su finca muy bien cuidada. Se pasa el día con su azada de mango
largo yendo de un sitio para otro. Este año han vendido el albaricoque búlida61
muy bien.

61
   El albaricoquero «búlida» es una de las variedades más comunes y se caracteriza por
una producción temprana y por sus buenas cualidades para la conserva. En el caso del
melocotonero no aparece la referencia a la variedad.

146
Juan Bueno cuenta que es el pequeño de seis hermanos y el último en
casarse. Su padre, que era viejo, se fue a vivir al pueblo en una casa que com-
pró. Estaba enfermo. Se pasaba el día sentado en una habitación, cerca de una
ventana, porque se ahogaba. En el pueblo estaba cerca del médico. Juan y su
mujer se quedaron solos en el cortijo, ya que sus hermanos mayores habían
salido de la casa al casarse. La mujer de Juan Bueno vino de la Hondonera, un
paraje de la vega. Pasó con sus padres la guerra en Extremadura y luego se crió
en Alicante. Posteriormente se vinieron al Pantano del Quípar y finalmente
a la Hondonera. Ella llamaba a sus suegros abuelo/a. Nunca se dirigió a ellos
con los términos suegro/a ni tampoco con los términos tío/a, ya que le parecía
que era rebajarlos. Justifica esa elección diciendo que ella no ha sido educada
en la zona.
Según Antonio Ochando, los calasparreños modernos y de niveles sociales
altos, que son pocos, llaman a los suegros papa y mama. Moda procedente de
Madrid.
Antonio se dirige a sus suegros llamándoles por el nombre propio. Cha-
che (tío) y chacha (tía) son términos tanto para nombrar como para dirigirse
a los hermanos y a las hermanas de los padres. Ejemplo de lo primero: «mi
chache tal hizo o tiene...; ha venido la chacha tal». Tío seguido del nombre
para dirigirse a hombres ancianos. También se usan los términos abuelo/a para
dirigirse a los ancianos. Antonio usa el término maestro como muestra de
respeto: «Cuando me dirijo a un comerciante que no conozco y yo estoy en su
terreno». Se usaba mucho cuando había feria de ganadería. Se usa sobretodo
en profesiones.
Siempre que se dice un insulto se pone delante la palabra tío o tía: «el tío
marrano, no te jode el tío ese, el tío sinvergüenza». «¡Tía buena! Es un piropo
a lo bestia, es para llevártela a la cama y follar».
Formas de expresión típicas: ¡Cucha qué tío! ¡Cucha qué coche! ¡Cucha
qué cosa hizo éste!
Chucho significa coño y chucha, pene. Hay uno al que llaman El Pijón,
que deriva de pijo. Tiene la voz ronca. Cuando uno tiene la voz así y se está en
plan de broma se dice: «Parece que tienes un pijo en la boca».
Francisco Pérez Mayo comenta que el pozo de los Ochando recoge las
aguas que se filtran de los arroces y además toma agua de la acequia. Cuando
no hay arroces estos pozos no podrían funcionar los doce meses del año, ya
que se secarían. Las tierras de secano convertidas en regables pertenecen a cua-

147
tro o cinco personas influyentes en el pueblo. Los pozos que les suministran
agua tienen una situación semejante a la del pozo de Antonio Ochando. Se
construyeron por la misma época, hace unos once años, y se legalizaron poste-
riormente. Opina que la Comisaría de Aguas es una fábrica de hacer favores.
La Comunidad de regantes de la acequia de Rotas está presionando para que
estos pozos paguen tahúllas, porque de hecho se nutren del agua de la acequia.
La Cooperativa ha vendido bien el albaricoque que han entregado sus
miembros. Ochando ha vendido los albaricoques por su cuenta y los ha vendi-
do bastante bien, a 12 pesetas el kilo en el árbol, pero si los hubiese entregado
a la cooperativa los hubiera vendido mejor. Varios vecinos de Ochando los
han vendido mal.
Francisco ha ido algunas veces a casa de Juan Bueno a comer migas.

15 de agosto de 1973.

Hacia el mediodía entro en la pastelería de Higinio «el Gordo» y encar-


go una torta62. Me espero porque la acababan de sacar del horno y aún no
estaba preparada. Entran la «Larga» con su hija mayor y otra joven. Vienen
a preguntar por los pasteles que se llevarán mañana por la tarde a Premià de
Mar (Barcelona). La «Larga» dice que han estado veinte días en el pueblo y
han engordado. Van bien vestidas. La joven que les acompaña se lleva cuatro
kilos de pasteles: dos y dos, separados. Dice: «Dos kilos de la chacha». La hija
de la «Larga» se lleva dos kilos y la Larga, tres kilos por un lado y un kilo y
medio por el otro. Pasarán mañana por la mañana a recogerlos. Han entrado
tres muchachas que se han llevado una torta y una botella de sidra. La torta la
llevaban en un plato y descubierta. La señora de la pastelería dice que hoy han
vendido muchas tortas e incluso ha dicho los nombres de los que las llevaron.
He dicho a Pilar, la hija de Choncho, que le envolviesen la torta, pero ella la
lleva descubierta desde el Convento hasta su casa.
A las diez de la mañana han enterrado al tío «Litrán», un hombre de la ca-
lle de atrás, según Choncho, o de la calle de más abajo, según su hija Pilar. Ha
muerto de cáncer de estómago. Antón «el Cherre» y Choncho iban a trabajar
esta mañana, pero Antón no ha llamado a Choncho, porque había el entie-

62
   Normalmente se entiende por torta un bizcocho.

148
rro, además de ser día de fiesta. Si hubiera sido un día de trabajo no hubiera
ido al entierro. Según Esperanza, mujer de Choncho, el difunto no era muy
viejo. Tenía dos hijas y tres hijos, todos casados. He preguntado a Choncho si
alguno de los hijos vivía con los padres y me ha respondido que están todos
casados, como dando a entender que son cosas excluyentes. El tío «Litrán»
vivía con su mujer. Trabajaba en una empresa de materiales de construcción
para carreteras.
Choncho cazó ayer por la noche pájaros con Antón «el Cherre» y unos
muchachos de Barcelona. Me parece que los pájaros se llaman paires, más gor-
dos que los gorriones. Como había luna los pájaros al verles volaban. Cuando
está oscuro se les ilumina con una linterna y se les dispara.
Choncho riñe a «Espe», su nena, porque va en bañador dentro de la casa.
Se trata de un bañador completo y no de un bikini. Más que reñirla, le dice
que no le parece bien. A veces también su hija Pilar se pone el bañador para
estar fresca a la hora de la siesta o para estar por casa. A Choncho le parece
mal, porque puede entrar alguien. A su mujer no le parece tan mal.
Una cerveza grande y una lata de berberechos constituyen el aperitivo.
Antonio, el hijo pequeño, bebe un poco de cerveza en una jícara. Choncho
dice que le gusta que cuando el arroz ya está en la mesa, o lo que sea, estén
todos, que su mujer no esté en la cocina haciendo otras cosas. Comemos en
la habitación de entrada con dos mesas juntas. No hay otros muebles. En
una mesa, Choncho y su esposa, su hija Pilar y su hijo Antonio y yo. En la
otra, Antonia, la hija mayor, que sufrió meningitis de pequeña, y su hermana
Esperanza. Paco, el hijo, ha llegado de trabajar después de comer nosotros.
La comida consiste en arroz con pollo, con magra de cerdo y lomo y un moje
de tomate, bonito y aceitunas. Esperanza dice que el pollo se lo ha vendido
una vecina que mató un pollo criado por ella. Esperanza le dijo: «Véndeme
la mitad». Antonio bebe un poco de vino. Su madre no quiere que su marido
le sirva vino. Cuando Antonio ve la torta, dice que no quiere comer arroz.
Se pone a lloriquear. Su madre dice: «Ahora vendrá tu hermano (Paco) y te
estarás quieto». La autoridad sobre el pequeño la tiene el hermano mayor. Su
madre dice: «A veces le pega algo y siempre le obedece«. Su padre se limita
a decir enfáticamente que no comerá arroz y que es muy malo. Después de
comer, Esperanza lava a Antonio y desnudo se va a los brazos de su padre. Éste
exclama riendo: «¡Ay madre, qué chucha más pequeña tenemos en esta casa!»
Su madre le pone una camiseta, saca su cama cuna, envuelve sus piernas con

149
una sábana y sentándose en una silla baja mueve la cuna hacia atrás y hacia
adelante hasta que se duerme en el comedor, en presencia de todos y con la
TV encendida. Cuentan que Antonio el lunes pasado se tumbó durante la
siesta en una de las dos camas que tienen en la habitación anexa a la entrada y
empezó a gritar: «¡Tócame el capullo!, ¡tócame los huevos!» Su madre le dio en
la boca y lloró toda la tarde. Se ve que lo aprendió de otros niños de la calle.
Pilar: «¡Son más malos!» Los otros hijos hacían follón y Choncho dice que
para no verse obligado a pegar a alguno de ellos, prefirió ir a dormir la siesta a
la casa de su hermana, que está cerrada, porque vive en Barcelona.
Choncho dice: «Mi “Espe” tiene la misma sangre que yo, cuando yo era
como ella. Cuando la llamas enseguida dice: “Sí, papa”, antes de que le hayas
dicho lo que quieres. Está muy atenta a todo».
Choncho cuenta que enseñó a nadar a su hijo Paco al tiempo que éste
empezaba a leer y escribir. Se lo llevaba al río y se lo ponía sobre sus espaldas
para familiarizarle con el agua y pronto aprendió a nadar. Pilar: «A mí, no».
Sus padres lo justifican diciendo: «Es que a los chicos les es más necesario, a
las chicas, no». Pilar: «¿Por qué?» Su padre responde: «Porque si viene una
guerra y tienes que atravesar un río, es muy triste que no te maten las balas y
te mueras ahogado».
Esperanza hace cinco años seguidos que lleva luto por sus padres y no sale
de casa para ir a ningún espectáculo. El marido sale solo y la mujer es la que
soporta el luto. Esperanza: «Antes, yo iba a todas partes con tu padre», ha di-
cho a su hija pequeña. Iba con su marido a pescar, al fútbol, etc. Esperanza ha
hecho esta afirmación cuando su marido dice a sus hijos Antonio y Esperanza,
los dos pequeños, que les llevará con su madre al fútbol esta tarde. Paco, el
hijo mayor, dice en un tono disuasorio: «A lo mejor hoy cuesta sesenta pesetas
la entrada».
Choncho dice de sus hijos y de su mujer: «Siempre están pendientes de lo
que sucede en la calle. Salen a mirar cuando pasa una moto, un coche, cuando
hay una pelea, etc. Por la mañana al levantarse lo primero que hacen es mirar
a la calle. Yo cuando estoy en la cocina, tienen que arrancarme para que salga
a ver lo que pasa. Ellas están siempre agolpadas a la puerta».
Esperanza dice que hay riñas entre mujeres. Fundamentalmente, se gritan
y se insultan con palabras gruesas, sobre todo a causa de los niños. Pilar: «En
la calle hay dos, la Rubia y otra, que a menudo arman escándalos y a veces
se enganchan». Choncho: «Los hombres peleamos poco». Esperanza parece

150
de acuerdo. Choncho reconoce que hace poco estuvo a punto de enzarzarse
en una pelea con un tal Martínez, que se hace un poco el loco, y le cogió un
manojo de esparto y no quiso reconocerlo. Estando en el monte arrancando
esparto con Pascual, a la hora de recoger los manojos se encontró a faltar uno.
Él los tiene contados, ya que se van dejando atrás en una extensa área y algu-
no puede caer entre matojos y extraviarse. Antón el «Cherre», compañero de
Choncho, le dijo a Martínez: «Este manojo es de Choncho». Choncho le dijo:
«Déjalo estar, los llevo contados en la cabeza». Choncho tenía hechos hasta la
hora de almorzar dieciséis manojos y le faltaba uno. La discusión fue porque
el otro no quiso reconocer que había recogido un manojo de Choncho, a pesar
de la advertencia de Antón. Pascual quería dejarlo estar y propuso compen-
sarle, pero Choncho quiso ponerlo en claro. Fueron poniendo al descubierto
cada manojo y salió el de Choncho. Se conoce por la manera cómo se ata,
por el tipo de esparto, por si está más apretado o no, etc. Cuando apareció el
manojo, el otro todavía no quería reconocerlo, a pesar de que todos lo veían
claro. Choncho: «Nos faltamos un poco malamente el uno al otro».
Choncho evocó los golpes que la Guardia civil dio al «Ratón» y a otros,
porque dieron una paliza a uno de los pocos que siguió arrancando espar-
to cuando los demás dejaron de hacerlo, para presionar para que subiera su
precio. Y de este caso pasó a recordar las dos «galletas» que la Guardia civil
le dio a él cuando joven. Fue en la posguerra, en una época en que asaltaban
tiendas. Regresaba de noche a su casa después de visitar a su novia que vivía en
una casa de la huerta. Fue en la plaza de la Cruz de los Caídos, ya cerca de su
casa. Su madre fue a reclamar al cuartel de la Guardia civil. Choncho: «Sólo
deseaba que al guardia se le cayera la ropa, que se quedara de paisano por un
momento». Y concluyó: «Es que la razón manda mucho». Con esta expresión
Choncho se refiere a la injusticia que le habían hecho y que quería vengar.
Sobre las siete de la tarde doy una vuelta por el pueblo. En el Convento,
hombres parados y hombres viniendo del fútbol por una de las calles que
desemboca en el Convento. En la zona entre el Convento y la Corredera, la
plaza principal, chicas, chicos, parejas y niños. En la Corredera, matrimonios
jóvenes, niños y algunos ancianos. En la calle que va desde la Corredera hasta
la carretera de Mula, muchas parejas jóvenes y algunos matrimonios. En la
carretera de Mula, sólo parejas jóvenes. En las Cuatro Esquinas, hombres en
los bares y en la calle. Como si los críos, los jóvenes y las parejas de novios
quedasen en el centro flanqueados por hombres por todas partes, menos por

151
una, por donde se escapan las parejas jóvenes. Hay una salida por un lado,
lejos del fisgoneo de los mirones.
En el Convento, hay unos cincuenta hombres de pie en grupos de dos,
tres, cuatro, cinco o más individuos. No es corriente que se formen grupos
mayores. Los grupos se hacen y deshacen, porque uno se va y el que queda se
agrega a veces a otro grupo, o dos hombres que están juntos se agregan a otro
grupo de dos o tres. Uno puede acercarse o quedarse en un grupo sin decir
nada o apenas sin abrir la boca. Se entiende que es conocido de todos y amigo
quizás de alguno en especial. También hay individuos solos que simplemente
miran o parecen aguardar a alguien. En el grupo abundan los hombres ma-
yores, algunos de los cuales están próximos a la vejez e incluso algunos son
bastante viejos.
En la calle que va desde la Corredera hasta la carretera de Mula, en su tra-
mo final, hay un espacio donde se celebran convites de boda. Tiene un muro
alto. Al pasar por allí, veo mucha gente agolpada delante de un portal cerrado.
Llega un taxi con los novios. Sin vítores, les abren paso hasta colocarse a la
cabeza del grupo, y todos juntos entran a este lugar. Mari Carmen dice que a
este lugar le llaman el «potaje», un término bastante despectivo tratándose de
un convite de boda.
A las nueve, la banda municipal toca en el quiosco de la música, ubicado al
centro de la Corredera. Encuentro a Pedro «Partal» con su nene cerca del quios-
co. Tanto él como su mujer son del pueblo. Al casarse vivieron en una casa de
alquiler, pero a los pocos meses pidió fiado a la Caja Rural y se compró una casa.
Pedro es hijo de espartero y agricultor. Su padre tenía tierra y llevaba en aparce-
ría. Su padre se la vendió hace poco. No me queda claro si le vendió la tierra o
los derechos de la aparcería sobre una tierra. Pedro tiene cuatro hermanas: una
ya casada, otra a punto de casarse, que tiene veinte años, y dos más pequeñas, de
catorce y ocho años respectivamente. Pedro empezó como espartero, hace poco
fue guarda de un coto de caza un año escaso, lo dejó, y sigue como espartero.
Hay más grupos de esparteros que hace unos años. En verano se paga más el
esparto que en invierno. La recogida de la fruta ya pasó y ahora queda sólo el
esparto y la construcción. Pedro ha estado casi un mes haciendo obras en su
casa. Le ha añadido una habitación. Ha ayudado a los albañiles en el acarreo de
materiales y en otras faenas. Hace pocos días ha vuelto a ir al esparto.
Pedro afirma: «Los padres prefieren a las hijas, porque si les tienen que
limpiar el culo, lo hace mejor la hija que la nuera».

152
Luego se acerca su mujer llevando a su hija pequeña en un cochecito. La
niña se llama María Dolores. Le pregunto si el nombre se lo ha puesto ella y
me respondió: «La madre de...» y con un gesto de cabeza señala a su marido.
Encuentro en las Cuatro Esquinas a Manuel «el Zoco», presidente de la
Agrupación de aparceros, al vicepresidente, y a Cristóbal, el secretario, que se
marcha inmediatamente. Se junta con nosotros Fulgencio. Ya iban a retirarse,
pero el hecho de que yo apareciese les hace demorarse. Entramos en el bar
del Manco. En una mesa próxima, uno pregunta al Manco, refiriéndose a mí:
«¿Quién es ése?» El Manco responde: «Ahora mismo no te lo puedo decir».
El vicepresidente de la Agrupación de Aparceros y su mujer son del pueblo,
no del campo. Cuando se casaron vivieron en una casa de alquiler. Los padres
prefieren a las hijas y cuando son viejos se acogen a la casa de la hija que les pa-
rece, en la que tienen más halago o en la que les parece que tienen más fuerza.
Muchos padres ancianos, viudos o estando el matrimonio completo, mientras
tienen salud y pueden andar por su propio pie van a comer a casa de su hija y
ella les hace las cosas, pero van a dormir a su propia casa. Todos ellos conocían la
expresión puesta en boca de una suegra: «Los hijos de mis hijas son mis nietos,
pero los hijos de mis hijos, no lo sé cierto». Manuel: «La suegra suele decir de la
nuera: «Es una tal o una cual; ¡ay si yo fuera su madre no pasaría eso!» A su hija
la madre le disculpa todos los defectos: «¡Pobretica, tiene tantos hijos!» Fulgencio
propuso la siguiente imagen, que no entendí del todo, para diferenciar la relación
suegra-nuera de la relación madre-hija: «No son lo mismo los mocos sacados que
los mocos sorbidos». Fulgencio cuenta que en su casa eran tres hermanos: dos
hermanas y él. La madre murió joven y la hermana mayor hacía las funciones
de la madre, gobernaba la casa. Los dos menores llamaban a su hermana mayor
«chacha». Los tres coinciden en que en el pueblo para dirigirse al hermano/a del
padre y de la madre se utilizan los términos «chache» y «chacha» y para referirse
a ellos se utilizan los términos tío/a. El vicepresidente dice que algunas veces para
referirse a ellos se utilizan los términos «chache» y «chacha» junto con el nombre
propio. Todos los sobrinos de Fulgencio le llaman siempre «chache» y el vicepre-
sidente ha llamado siempre a los hermanos/as de su padre y de su madre «chache»
y «chacha» y «con todos ellos me he llevado muy bien, excelentemente».
Les pregunto sobre el llevarse la novia. Antes y después de la guerra se
daban muchísimos casos y luego de unos años para acá, descendió de golpe63.

63
   Véase sobre «llevarse la novia» el capítulo 3, pp.165-170 de Un hombre (1998) y

153
Actualmente se da poco, pero aún se da. Hace poco se dio un caso entre los
hijos de una familia de médico y de maestro, pero en las clases altas se nota
menos, «porque por cada caso que se da entre ellos, se dan veinte o cincuenta
casos entre nosotros», dicen los tres hombres.
Preguntados sobre los matrimonios por interés, el vicepresidente dice que
donde se da o se daba mucho era por esos pueblos de la sierra: Letur, Férez, So-
covos, en que se casaban primos hermanos entre sí para mantener la propiedad
o aumentarla. Fulgencio dice que en el pueblo se daba entre los molineros. El
vicepresidente: «Ahora la muchacha aprecia más hombre que hacienda, ya que
siendo joven y trabajador, ganará dinero». El vicepresidente de la Agrupación
de Aparceros dice, y Manuel lo corrobora, que la aparcería está desaparecien-
do. El pequeño aparcero se deja la tierra porque le rinde poco y porque quiere
estar libre para ir al esparto, a la vendimia, a las obras que hacen en Murcia,
etc., o emigra.
Expresiones recogidas en los últimos días:
Los almendricos; unos nublicos; un solarico (solar pequeño); las fuerzas
agotadicas; pavico y pavica (para designar a un o una adolescente); cabezalero
(el que está al frente de un grupo de trabajadores); pelendengue; cimbra; una
fumada; perigallo (parecido a una escalera para los árboles); dos tipos de cara-
coles: zarapenco y bocamaeza; ha venido el tío de mi tía (creo que se refiere a
la menstruación); estar mocico (soltero).
Una madre, de su hija: «Viene enriñonadica de poner cebollas todo el día
a jornal» (le duelen los riñones). Miguel de «la Molinera», de Pepe, el coad-
jutor: «Tiene más caras que un saco de monedas». El muchacho que trabaja
como mozo en la finca de Antonio Ochando: «Más fácil que contar habas».
Una mujer anciana, al cura: «He ido hasta la punta arriba del pueblo». «Es
de los corrientes», dijo un hombre que hablaba con Antonio Ochando, refi-
riéndose al suegro de éste, un industrial conservero de Cieza. Con esta expre-
sión diferenciaba a este hombre de sus hijos. «Ya sabe usted que yo le respeto
mucho», un hombre al cura, cuando éste dijo que fuera a verle por la tarde,
porque quería hablarle. «Cada uno cuenta de la feria según le ha ido», Pedro
Aznar en referencia al matrimonio y su avenencia. «Obligarse demasiado»,
Miguel de «la Molinera» al referirse a que se pasa la noche regando y luego por

Llevarse la novia. Estudio comparativo de matrimonios consuetudinarios en Murcia y


Andalucía. (1999)

154
la mañana sin dormir se va a los bancales, etc. «¡Tengo una perra esta tarde!»,
Francisco Pérez Mayo, que no ha podido hacer la siesta. Antón «el Cherre»:
«Las mujeres son más perras» Choncho: «Soy receloso como una liebre». Don
Juan, cura-párroco: «Caracoles bien picosos».

16 de agosto de 1973

Por la mañana voy con Antonio Ochando a casa de Juan Bueno. A la sali-
da del pueblo, en la gasolinera, había un hombre de pie. Antonio ha detenido
el coche y el hombre se ha montado. Antonio me lo presenta como el hijo de
Santiago, vecino de Juan Bueno. El hombre cuenta que ha construido una
casa nueva en la que ha gastado más de cuarenta mil duros (doscientas mil
pesetas). Él no quería hacerla, porque construir en la vega y en un lugar relati-
vamente lejos, cuando la gente se marcha al pueblo, es perder dinero, pero su
mujer está mala y no quiere irse. El padre de este hombre se llama Santiago. Es
anciano y está enfermo. Vive en el pueblo después de retirarse como labrador
en la vega. Antonio dice que Santiago es muy inteligente y conocedor de las
tradiciones del pueblo, de los dichos y de los antiguos bailes, que sabe bailarlos
todos. Santiago tiene seis hijos y todos son muy inteligentes.
Los medieros que habitan casas de la vega tienden a comprar una casa en
el pueblo y al casarse su último hijo, que continua como mediero, se van vivir
a ella. La gente que vive en el pueblo, al casarse todos sus hijos, se quedan solos
en su casa. Puede darse que una hija y su marido se metan en casa de los padres
de ella, pero este traslado va precedido de la venta de la casa del suegro al yerno
o se hace al poco tiempo.
Al llegar a casa de Juan Bueno, Antonio se va a inspeccionar el riego. Juan
es el único varón de sus padres. «Las hembras al casarse salen de la casa y se
apañan», dice la esposa de Juan, refiriéndose a las hermanas de Juan. Cuando
Juan se casó, su padre se fue a vivir a su casa del pueblo.
En tiempo de su padre, tenían dos pares de vacas para la labranza y dos
carros para el transporte. Tenían dos mozos fijos y para las faenas urgentes o
que requerían muchos brazos empleaban unos diez jornaleros. Juan Bueno se
casó en 1952 y tuvo dos mozos fijos. A medida que sus hijos podían y que
los jornales subían, dejó de tener mozos. En 1952, el jornal de un hombre
segando arroz todo el día valía veinticinco duros (ciento veinticinco pesetas).

155
El jornal de siega del arroz del pasado año fue de cuatrocientas a cuatrocientas
cincuenta pesetas por día.
Antes del pantano del Argos, cada fanega de arroz producía dos mil kilos
de arroz aproximadamente, ahora, con las aguas frías, se cosecha menos: de
mil cuatrocientos a mil seiscientos kilos. El agua de la acequia está tan fría que
no se puede estar más de un cuarto de hora en ella, ya que luego se siente un
dolor muy fuerte en los tobillos.
Le pregunto a quién considera un mediero grande. Me responde que al
que lleva treinta fanegas de riego y doscientas de secano o sólo las de riego.
Él se considera un mediero mediano: lleva doce fanegas de riego y sesenta de
secano. Esto se refiere más al pasado que al presente. «Hoy con treinta fanegas
de regadío no se hace nada, mejor estar acostado». Esta expresión se refiere a
que el capítulo de gastos es fuerte debido a los precios de los abonos y de los
jornales y al hecho de que el sistema de aparcería los tiene sujetos.
Su tierra de regadío se distribuye entre arboleda y arroz. La arboleda con-
siste en albaricoque búlida y melocotón.
Algunos datos sobre los gastos de una fanega de arroz:
Labrar: mil pesetas; hacer los recargos: seis peonadas a cuatrocientas pe-
setas, dos mil cuatrocientas pesetas. Él siembra el arroz. La escarda del arroz:
nueve peonadas a cuatrocientas pesetas, tres mil seiscientas pesetas. La siega
del arroz cuesta el doble de la operación más cara. Falta cuantificar el abono
y el transporte. Antes usaban como abono una mezcla de amoníaco, súper y
potasa, que venía a costar siete u ocho pesetas el kilo; ahora hay una variedad
muy grande de abonos y son mucho más caros. La trilla se hace a cambio de
la paja. El sindicato arrocero le obliga a comprar el arroz de siembra. Compró
este año ciento veinte kilos de arroz de siembra a veinte pesetas el kilo.
Los pájaros «sorben la arenica del arroz», unos granos en la espiga del arroz
de leche. Si se los comen, el arroz no hace lo que debiera hacer. No pueden
dispararles. Ponen espantapájaros y un chaval tiene que estar escondido y dar-
les gritos todo el día.
Juan avisa al amo cuando va a ser la trilla. El amo le tiene confianza, pero
él también se lleva bien, «porque si haces lo contrario se descubre por la fuerza
dentro de un plazo de tiempo más o menos largo».
El año pasado le pagaron el arroz a la boca de la máquina (de trillar) a siete
u ocho pesetas el kilo. Este año le han pagado el arroz producido en 1972 a
diez pesetas el kilo. No entrega el arroz a la Cooperativa, ya que ésta paga más

156
tarde y él necesita el dinero para pagar los jornales de escarda, de siega, abonos,
transporte, etc., y el anticipo que da la Cooperativa no le basta. Si lo entregase
a la Cooperativa tendría que pedir a los prestamistas, Paco de Joaquín, «El
Chiquitín», o a la Caja Rural.
Tiene otros tratos con el amo en el caso del melocotón. Éste pone el frutal
y Juan abre el hoyo, lo planta y arregla la tierra. Cuando el frutal crece com-
parten el coste del abono, sulfatar y podar a medias. Él manda los melocotones
a Madrid y cuando llega la factura la lleva a casa del amo, uno que tiene una
tienda en el pueblo, para que la guarde y luego hacen la repartición.
Al enterarse de que hablo con los propietarios, me dice: Seguro que le
dirán: «No se puede dar la tierra a nadie; es que no quieren trabajar, es que
no trabajan». Me refiere el caso de un propietario de unas tierras cercanas a
las suyas. Las llevaba uno llamado el «Pae». Las llevaba bien, pero tanto el
propietario como su hijo siempre le estaban encima: «Si hay unos cardos en el
ribazo, si a eso no le pasa el tiempo, pero ya tendría que estar hecho, etc». Al
final el mediero se cansó y le dijo: «Abóname los derechos». El amo al final le
abonó los derechos, no todo lo que quería el mediero. El hijo del propietario
se puso a cultivar las tierras. Plantó almendros, llovió y no los labró. Los cardos
son más altos que los almendricos. Un desastre. Es un amo que nunca cumple
con lo que vale una cosa. Si va el tractor a labrar sus tierras y el tractorista le
dice: «Son cien horas», él querrá que sean ochenta; nunca abona los sueltos,
por ejemplo, si debe 1950 pesetas, no abona las cincuenta pesetas. Al hijo le
han puesto el sobrenombre del «Michirón»64, por lo roñoso que es.
En la casa de Juan Bueno, tienen una gran tinaja roja para el agua que
consumen en un ángulo de la entrada de la casa. Caben en ella treinta y un
cántaros de dieciséis litros cada uno. Dice que hay pocas casas que tengan
una tinaja así y quizás es la única en la Hondonera. Al lado de la tinaja, hay
dos cántaros llenos de agua colgados de la pared. En la casa beben agua de la
acequia. Llenan la tinaja sólo cuando las mondas dejan la acequia sin agua.
Fuimos con Antonio al Ventorrillo Reales. Me habla de la oveja segureña
que es sufrida, come poco y enseguida da mucha carne. Está convencido de
que tiene mucho porvenir. En los pueblos de la sierra se crían muchas ovejas y
estos pueblos han dependido mucho de Calasparra; todas las comunicaciones
les llevan aquí.

64
   Haba seca cocida, tapa habitual en tabernas humildes.

157
Por la tarde, Choncho cuenta que «se llevó» a Esperanza a casa de sus
padres ya mayores y vivieron con ellos hasta su muerte. Los hermanos de
Choncho habían emigrado a Barcelona y él es el menor. Choncho y Esperan-
za me cuentan los arreglos residenciales de vecinos suyos al casarse: Antón el
«Cherre» y su esposa fueron a vivir a la casa en que viven, que era de la madre
de ella, por herencia de su abuela. En el caso de los vecinos de la tienda de
comestibles, ella fue la última hija en casarse y se fueron a vivir a casa de la
madre de ella, que era viuda.
Esperanza dice que cuidó a sus suegros igual que a sus padres. No les lla-
maba tío/tía, porque no le gusta eso de tío/a. Les llamaba de usted. Choncho
llamaba tío a su suegro. Esperanza reconoce que los padres prefieren a las hijas,
pero hay algunas suegras y nueras que se llevan muy bien, tanto o más que con
sus hijas. Lo dice por ella. Cuando tenían los hijos pequeños los dejaban con
la madre de Choncho y Esperanza iba a trabajar a la huerta.
Esperanza tiene tres hermanas. Una de ellas al casarse se fue a vivir a casa
de los padres del marido (probablemente un caso de llevarse la novia). Como
la casa era de alquiler, ella y su marido se fueron posteriormente a vivir con el
padre de Esperanza, viudo, que tenía una casa de propiedad en el pueblo. Éste
vino de Moratalla con sus hijas a una casa de la huerta como mediero. Muerto
su padre, la hermana de Esperanza y su marido reservaron una habitación para
el padre de él, viudo y viejo, pero él no quiere ir. Choncho: «Está chalado,
cualquier día se le va a caer la casa encima».
Choncho dice que uno de sus cuñados lleva un camión, otro vive de una
pensión, ya que está lisiado, y el tercero estuvo en Alemania y al volver trabaja
en la huerta de obrero eventual. Según Esperanza, desde que regresó de Ale-
mania no ha ido más al esparto y cuando no hay trabajo en la huerta o en la
vega, se está parado. Choncho: «Ahora se meten pocos jornales; pero tal como
está el pueblo, se acaba picando el monte, no hay otra solución».
Choncho: «En el monte se pelean hermanos con hermanos para arrancar
las mejores (a)tochas. El monte está fatal ahora, casi no se puede arrancar es-
parto, parece que lo agarran por debajo de la atocha. Vamos por obligación. Si
lloviese, se ablandaría. Refrescaría y en vez de ir sólo por la mañana, podría-
mos echar algunos días todo el día y ganaríamos mejor el jornal. Hoy mismo
estábamos todos muertos de sed y nadie quería ir a beber. Yo he tenido que
decir: «Hago este manojo, llevo el esparto a la tendida y voy a beber». Luego
me han seguido todos. Después de haber pasado tanta sed, se bebe uno la

158
mitad del botijo –los botijos contienen cinco litros de agua–, y ello no sienta
bien al cuerpo».
Choncho: «¡Cómo se pasa la ligereza con la edad! Ahora que me falta,
me veo hundido». Los esparteros llaman al dolor de riñones «gruma». «Es de
tanto doblar la cintura, de tantas panzadas de trabajar. ¡Cuánto hemos sufrido
en esta vida!»
Choncho refiriéndose a los industriales de las fábricas de conservas del
pueblo: «Son todos unos canallas. ¿Por qué se gastan tantos millones, si luego
no dan trabajo al personal?» La conservera es una industria marcada por la
estacionalidad.
Choncho y Esperanza cuentan en relación a su hijo Antonio que éste se
había comido el día anterior unos cuantos helados polos y se puso malo de la
tripa. No debía comer más polos, pero él quería un polo. Le dicen que no. Se
sube al halda de su madre y empieza a lloriquear y luego a llorar más fuerte.
Sus padres no le gritan ni se inmutan. Su madre le balancea y le da palmadi-
tas como si le acunase y le pregunta sucesivamente: «¿Quieres unas patatas?,
¿Quieres pipas? El papa te va a llevar en moto, ¿quieres ir? Tu hermano Paco
te llevará uno cuando vuelva». Al final, su madre le dice: «Mañana iremos a la
plaza y la mama te comprará una paleta grande para que hagas barro y taparás
el agujero que has hecho hoy en la pared». El niño se va calmando. Su madre
dice: «Cuando le hablas de hacer barro, se le pasa todo, se olvida de lo demás».
Por la noche, Manuel «el Zoco» y José, hijo del «Bocamaeza», en el bar del
Manco. José trabaja en una fábrica de conservas y lleva en aparcería la tierra
que llevaba su padre, que es de los Jaén, doce tahúllas de tierra arrocera. Dice
que su arroz fue del mejor. José me da datos sobre la producción de arroz y los
gastos que origina su cultivo, datos que califica de suaves, sin exagerar.

Gastos para el aparcero Gastos para el amo


El abono: mil quinientas
La labor: mil pesetas
pesetas
El transporte de la
La siembra: mil pesetas cosecha: setecientas
pesetas

159
Gastos para el aparcero Gastos para el amo
La contribución:
Hacer recargos: dos mil pesetas
trescientas pesetas
La escarda: cuatro mil pesetas
El abono: mil quinientas pesetas
Hacer ribazos: cuatrocientas pesetas
La siega: diez mil pesetas
Sacar arroz de la caja: dos mil pesetas
El transporte de la cosecha al pueblo:
setecientas pesetas
La trilla es por la paja
Total 23.000 pesetas Total 2.500 pesetas

Sobre hacer los ribazos puntualiza que vale más, pero que él se los hace en
los ratos perdidos.
Esta contabilidad refleja lo que costarían las operaciones si el aparcero las
hace contratando jornaleros y también el valor que el aparcero da a su trabajo.
José calcula el valor de la cosecha de arroz para el amo y para el mediero
en treinta y cinco mil pesetas para cada uno. La cantidad neta es bien diferente
para el aparcero y para el amo: doce mil pesetas y treinta y dos mil quinientas
pesetas respectivamente.
José y su mujer son del pueblo y viven en una casa de alquiler. Tiene dos
hijos pequeños, uno de los cuales es un varón de cinco años, «más listo que
Lepe». Le pregunta a él «¿La perra pare?» «Sí, hijo». Luego le pregunta: «¿La
mama pare?» «No, hijo. Te trajo la cigüeña». Dice que no le explica, porque
luego va uno a su casa y le diría: «La mama pare».
José: «En el pueblo hay algunos que viven a gusto a costa de los demás,
que se cambian de sillón cuando quieren, porque los demás nos contentamos
con una silla sencilla».
Se manifiesta una diferencia entre José y Manuel a propósito de Pepe Soler
y la inscripción que figura en su lápida: «Fue un hombre bueno». Era encarga-
do del Conde. Según José: «Apretaba a los trabajadores y luego tenía la imagen

160
de la Virgen guardada en la alcaldía, por si venían los nacionales mostrársela,
y si ganaban los otros, tirarla». Manuel se limitó a replicar que fue un buen
administrador y me pareció que evitaba la discusión sobre este tema con José.
La referencia a Pepe Soler y la imagen de la Virgen parece un eco de la versión
oficial sobre lo ocurrido en el Santuario durante la guerra, fijada por Armand
en un librito sobre el Santuario de la Virgen.
Manuel «el Zoco» dice que ha sufrido en su propia carne, en la familia, el
llevarse la novia. Una sobrina, hija de su hermano, se fue con el novio. Luego
se casó en la iglesia de la Merced a las cuatro de la tarde. Manuel dice del lle-
varse la novia: «Bien reflexionado, es lo mismo que lo otro».
El Campos se junta con Manuel y nos trasladamos al bar Torero. Ya en la
calle, Campos dice a Manuel: «Aunque tú tengas quince y yo tenga noventa,
da igual, nosotros somos iguales; la señal es que nos juntamos». Manuel repite:
«Nosotros somos iguales». Campos tiene una camioneta y se dedica al trans-
porte. Hizo hace poco un viaje de transporte a Valencia.
Campos cuenta: «Para el día de la Virgen compré un choto, que me costó
mil quinientas pesetas, dos pares de conejos, un saco de melones y otro de
melones de agua y llevé a toda mi familia en la camioneta a la Virgen». Con
el término familia se refiere a los seis miembros de su casa y a la familia de
su hermano Diego, que vive en Barcelona y está de vacaciones en el pueblo.
Le digo a mi Diego: «Vosotros los de Barcelona, comed, porque allí se os ter-
minan enseguida las perras y a los de aquí no se nos acaban nunca». Gastan
en los bares y nunca le deja pagar a su hermano. Al entrar en el bar avisa al
camarero para que no le cobre a su hermano. «Mi hermano dice que cuando
vaya a Barcelona, ¡me tiene preparada una!»
Campos cuenta un conflicto que tuvo con el camarero del bar de Joselito:
«¿Por qué no me echas un vaso de vino?», le dijo Campos al camarero. Éste le
respondió: «Porque no me sale de los cojones» y salió de detrás del mostrador
para echarle a la calle: «Y ahora, fuera de aquí» y le dio un golpe. Campos se
revolvió, le echó al suelo y le dio un bocado. El camarero es alto y él, bajo, y el
camarero pensó que le podía. Campos: «Tú que eres de fuera del pueblo, ¿me
vas a echar a mí que soy del pueblo?» Joselito, el dueño del bar, le denunció.
Campos tuvo que pagar dos mil pesetas de multa que le impuso el Juzgado de
Paz. El otro día Joselito le saludó y él no contestó y antes cuando pasaba por
su lado tiraba un escupitajo al suelo. A propósito de este incidente Campos
explicó que él tiene una gran fuerza en sus dientes. «Cada uno sale tal como lo

161
ha emparejado su madre. Los toros tienen su fuerza en la cornamenta, las mu-
las, en el cuello, los caballos, en las patas». Cuenta la siguiente demostración
de fuerza: se cargó sobre sus espaldas doscientos kilos más un tío de setenta
kilos subido encima.
Campos: «Hay gente que lleva la maldad, las tendencias en la sangre». Lo
dice a propósito del siguiente caso: él tenía en su parcela una yegua con el bo-
zal puesto y la yegua se subió al bancal de un vecino, que al verlo mandó a otra
persona a que lo denunciase. Al otro día, este vecino le metió las borregas por
su campo intencionadamente. Manuel cuenta que tiene que hacer de hombre
bueno65 en un caso en que un hombre mayor quemó las rastrojeras y el fuego
se extendió al campo de un vecino.
Al salir del bar, Manuel, Campos y yo fuimos a la farmacia de Francisco
Pérez Mayo. Campos explica el caso de una mujer de fuera casada con uno del
pueblo que dejó al marido y se fue a su pueblo, un pueblo murciano en direc-
ción a la provincia de Alicante. La mujer se lo contó al taxista que la llevaba,
quién se lo contó a Campos. El taxista dijo a la mujer: «Los matrimonios te-
nemos nuestras cosas, pero luego nos arreglamos». La mujer le contestó: «Las
mujeres me dijeron que cuando un hombre y una mujer se casan, el marido lo
hace por donde debe». La mujer lo dijo de forma velada. El taxista compren-
dió y se lo especificó: se lo metía por el ano. Le daba palizas. Si tuvo dos hijas,
fue porque ella quiso. Campos: «Era una mujer honrada. Desde que sé que él
tiene la tendencia a maricón, no lo trato».
Discusión entre Campos y Francisco sobre el porvenir de los hijos. Cam-
pos: «El padre procura hacer por sus hijos lo que puede, pero lo normal es
que el hijo del agricultor sea agricultor, porque no puede darle estudios y que
usted a sus hijos les de la carrera de farmacéuticos. Aunque tengan los sesos
destapados, lo normal es que sean lo que fueron sus padres». Francisco decía
que no tenía que ser así en el futuro.
Manuel cuenta que su padre no quería que su mujer fuera a la Virgen. Su
padre estaba fuera de sol a sol y su madre se fue un día con una vecina a la
Virgen. Al regreso, no le dio tiempo de preparar la cena y se metió en la cama
simulando enfermedad. «Como ellas se quedan en casa y tú no las ves, hacen
lo que quieren».

65
   Figura de mediador tradicional.

162
17 de agosto de 1973, viernes.

Esperanza, la mujer de Choncho, llevó al nene Antonio al médico, que le


recetó y le puso una dieta, pero el niño no come lo que el médico ha mandado.
Hoy es día de mercado y su madre le ha comprado un coche de plástico. Dice
ella: «Siempre pesca». Paco ha venido del trabajo hacia las veinte treinta horas.
Su madre le pregunta si quería cenar y responde que al volver. Se cambia la
ropa y sale. Antes su padre le ha preguntado: «¿A qué hora volverás?» «Antes
de las diez». El otro día Paco vino del trabajo, se cambió y cogió en la casa
un billete de cien pesetas que mostró a su madre. Esta le dijo: «Mira si está
arreglada mi pulsera y te la traes y procura gastar lo menos». Su padre: «A ver
si gastas más de lo que ganas». Su esposa dijo que no había suelto en la casa, si
no hubiera cogido tres duros para el tabaco. Choncho: «Si yo gano trescientas
pesetas, mi hija, treinta duros y mi hijo, cuarenta, ya hacemos entre todos un
jornal de setecientas u ochocientas pesetas y se las damos a Esperanza y ella ya
puede administrarse y llevarnos a todos adelante».
Don Juan, el cura-párroco, me cuenta que han acudido a él unos padres
de condición humilde cuyo hijo de unos quince años es muy rebelde, para pe-
dirle consejo y ayuda. El chaval ha terminado los estudios primarios y estudia
francés e inglés.
Por la noche estando en la pensión Casa Bravo, desde lejos un hombre dice
«adiós» a otro. Éste responde en voz alta: «Yo no me hablo con los caciques».

18 de agosto de 1973, sábado.

Conversación con Juan de Paco (cinta magnetofónica y libreta aparte).


Cerca de las dos he encontrado a Pedro Aznar que iba a la taberna del Man-
co. Me insiste en que entre a tomarme un quinto, a pesar de que le he dicho
que me estaban aguardando. Hablamos un poco y luego me dice: «Bébete la
cerveza y ya te puedes marchar, que ya estamos cumplidos». A esta taberna acu-
de el hombre que les paga el esparto que han arrancado esta semana. Otros
compañeros suyos esperan también al pagador. Pedro ha arrancado esparto toda
la semana. La tierra que lleva en la vega, es «para los ratos libres y así no poder
descansar», dice irónicamente. Los domingos por la mañana va a la tierra arroce-
ra y echa media jornada. La tiene muy limpia, aunque se crían muchas hierbas.

163
Conversación con Antonio del Ocaso, que es el responsable del bar del
club de la iglesia. Antonio además de ser cobrador de los recibos de esta com-
pañía de seguros mortuorios, cobra los recibos del agua y de la luz. Conoce
bien a las familias del pueblo. Además reside en la parte vieja del pueblo,
donde esparteros y pequeños medieros son sus vecinos, y entre los que fue
frecuente llevarse la novia. Hablamos de la facilitación de datos sobre llevarse
la novia y otros temas relacionados.
Por la noche, conversación con Manuel «el Zoco» y Juan, que lleva el trac-
tor de la Agrupación de Aparceros. Luego se juntaron Choncho y Antón «el
Cherre». Choncho expuso que cuando tienen que darle de baja, necesita que
le firme un propietario rural que tenga póliza de seguro agrícola, por ejemplo,
Ochando, Higinio Marín, etc. Esto les sucede a todos los esparteros y demás
obreros agrícolas.

19 de agosto de 1973, domingo.

Aperitivo con Antonio Ochando y su esposa en el casino. Llevan a su hijo


en un cochecito. Se juntaron con nosotros la hermana de Antonio y su esposo
y María Dolores, una joven hija del médico don Norberto, que no es del pue-
blo. Comida en casa de Francisco Pérez Mayo.
A media tarde, visita a la granja de cerdos de Miguel de «la Molinera» con
Francisco Pérez Mayo, Manuel «el Zoco», José de «los Naranjos» y el propio
Miguel. La granja está situada en la huerta. Miguel compró dos bancales a un
compañero suyo, después que le desahuciaron de la tierra de Joselito. Cuando
hicieron el trato de la venta estuvo presente José «de los Naranjos». En el ban-
cal de arriba tiene sembrados cuatro celemines de tomates de conserva. Cada
día manda un par de cajas de tomates a la plaza del pueblo y saca unos setenta
duros. Miguel y Manuel estimaron que tendrá más de tres mil kilos de toma-
tes. Francisco y Manuel le preguntaron a Miguel con qué sulfató los tomates y
dónde podían encontrarlo. Los sulfató con azufre cúprico que compró a Luis
«el Matabichos». En el bancal de abajo hay el edificio de la granja y dos eras
de alfalfa que siega en verde para los cerdos y una cabra. Tiene además unas
eras de pimientos, unas matas de melón tardío, etc. La acequia de Berberín
pasa por debajo y a ella va a parar el desagüe de la granja. Tiene como vecino
de tierra a «El Trompa», un corredor de fruta, muy apegado a los caciques.

164
Miguel afirma que la ganadería tiene que volver a ser lo que era antes, que el
ganadero sea al mismo tiempo agricultor. Piensa que de los tres mil kilos de
tomates, quizás quinientos no sean útiles ni para la plaza ni para hacer conser-
va. Entonces, en vez de tirarlos los dará a los cerdos. Si estos quinientos kilos
le hacen cincuenta kilos de carne a cincuenta pesetas el kilo, se habrá ganado
unas dos mil quinientas pesetas complementarias. Se acerca a la granja un
hermano de Miguel, que es guarda jurado de la huerta y llevaba uniforme. Se
sentó con nosotros. Alguien dice que hace falta un melón de agua. Cerca hay
un bancal con melones de agua. Miguel dice del dueño del campo: «A veces
nos juntamos para regar, pero no me atrevo a tomarle uno. Si fuera de mi
edad, si le cojo uno y luego se lo digo». En frente de la granja, al otro lado del
carril, hay dos bancales llenos de hierbajos, porque están sin trabajar desde el
año pasado. Por debajo de la tierra de Miguel, unos bancales con albaricoques
búlida muy grandes y hermosos. Francisco pregunta a Miguel con qué agua
regaban los albaricoques en verano, cuando la Acequia Mayor no llevaba agua.
Con agua de una cimbra, una fuente subterránea, que mana a ras de suelo,
en el bancal de Miguel, y cuyo sobrante va a la acequia. Con esta agua abreva
sus cerdos. Al irse, el hermano de Miguel se lleva una carga de alfalfa y unos
cuantos tomates en un saco.
Miguel hizo construir la granja, una construcción de una sola planta rec-
tangular, a un maestro albañil y a un peón de albañil. Él trabajó en la excava-
ción de los cimientos. No sacó el permiso municipal de construcción: «A un
muchacho que lo sacó para una obra similar, le costó unas diez mil pesetas.
Yo me arriesgué». Les dijo a los albañiles que si les preguntaban dónde traba-
jaban dijesen que en Cehegín. Un día un concejal le cogió en el pueblo, ya
terminada su granja, y le preguntó: «Oye Miguel, ¿has pagado la licencia de
obras?» «Claro que sí; si quieres en cualquier momento te la enseño; la tengo
en casa». «Ah bueno, es que como dicen que no la sacaste». «Si hubiera venido
al caso, le hubiera explicado que no quiero pagar, porque hay unos señores en
el Ayuntamiento que sólo trabajan de nueve a dos y yo trabajo todo el día y
no quiero contribuir al sustento de este tipo de gente». Con el ahorro de la
licencia y en el precio de los materiales de construcción, que subieron después
de Navidad, una vez terminada la granja, calcula que ha ganado siete u ocho
mil duros. Valora su granja –edificio y cerdos–, en unas trescientas mil pesetas,
pero no la daría por medio millón, ya que es su instrumento de trabajo. La
granja funciona desde enero de este año. Lleva la contabilidad y en ella incluye

165
su trabajo. Piensa seguir llevándola durante un período de cinco años para ver
cuánto gasta y cuánto gana.
Vendió hace poco unos cerdos a cuarenta y cinco pesetas el kilo en vivo.
En doce días transcurridos desde su venta, ha perdido unas doce mil pesetas,
porque el precio ha subido día a día. Él estuvo preguntando e informándose
todos los días. Uno se los quería comprar a cuarenta y dos pesetas el kilo,
mientras Miguel pedía cuarenta y siete pesetas.
Miguel es amigo de los miembros del Servicio de Extensión Agraria de
Caravaca. Ellos le aconsejaron que no vendiese los tomates pronto, porque
iban al alza. La gente no se fía y muchas veces falla. La mayoría de la gente
tiene sus contratos de venta del tomate a tres cincuenta pesetas el kilo. Miguel,
los tomates que no pueda colocar en la plaza del pueblo, los tiene vendidos a
cuatro pesetas el kilo. Dice que los agricultores tienen la cultura del bancal, de
cuidar su bancal, pero no saben del sistema capitalista y sus mecanismos y para
vivir en él y de él hay que entenderlo. Él se ha metido a granjero y sabe que
tienen que informarse mucho, actuar con picardía, si no, pierde. Miguel va a
colaborar con el Servicio de Extensión Agraria para traer al pueblo un curso
de albañilería, fontanería y carpintería del PPO.
Miguel opina que lo que el Gobierno y el Ministerio de Agricultura debe-
rían hacer es prevenir más que curar, es decir, planificar y orientar al agricul-
tor, para que éste no tuviera que estar siempre informándose, preguntando,
estar precavido y, al final, aún equivocarse. Existe un ciclo de alzas y bajadas
en la ganadería. A Miguel le gusta el campo y tiene vocación, pero a la gente
lo que le gusta es el dinero y lo que produce dinero, sea lo que sea. Si no hay
vocación, no hay constancia, continuidad. La falta de personal con vocación
es uno de los problemas con los que se va encontrar el campo de Murcia, Ali-
cante y Cartagena, ahora que van a poner en marcha el trasvase.
Miguel se define como un hombre muy ordenado y tiene todas sus cosas
muy bien puestas y arregladas, los ribazos muy limpios, etc. Dice que para los
de su clase, sabe. A los siete años le sacó su padre de la escuela, pero él ya sabía
leer. Luego su padre le mandaba a guardar cabras y algún cerdillo revuelto en
unos campos de secano y como se aburría, se traía los libros y los estudiaba.
Por eso sabe y dentro de los de su clase se considera instruido.
Afirma que este año le han hecho dos atracos al pueblo. El primero tiene
que ver con el arroz. La trilla del arroz tiene lugar entre la última quincena de
octubre y la primera de noviembre y el arroz se suele vender entre diciembre

166
y febrero. Con posterioridad, el gobierno autorizó una subida de precios agrí-
colas, incluido el del arroz, que pasó de venderse a dieciocho o veinte pesetas
el kilo en la tienda, a venderse a treinta y más pesetas. Lógicamente, el arroz se
hallaba en los almacenes y los molinos, con lo cual fueron éstos los que se en-
riquecieron. El segundo atraco se refiere al albaricoque búlida. Hace dos años,
los intermediarios compraban el albaricoque a los agricultores a seis pesetas
el kilo y pagaban a los jornaleros veinticinco pesetas por caja de albaricoque
recogido. Este año los intermediarios pagaron el albaricoque a doce y a trece
pesetas el kilo al agricultor, pero pagaron a los jornaleros el mismo precio por
caja de albaricoque recogido que hace dos años. Como se necesita mucha gen-
te para recoger la fruta y hay que hacerlo en pocos días, los compradores intro-
dujeron el destajo. Un hombre a lo mejor se había hecho quince o más horas
de trabajo y había ganado novecientas pesetas. Si en el pueblo hay trescientos
jornaleros, éstos desarrollaron la fuerza de trabajo de seiscientos hombres66.
Relaciona el alza del precio de la carne con la subida de precios del pienso
y la restricción de importación de carne congelada.
Va a pasar lo siguiente: todo el mundo, ya que le importa poco lo que
haga con tal que le de dinero, cría ganado en donde sea y como sea, a veces
con poca organización y sin contabilidad. Los piensos siguen subiendo, ya
que aunque se estimule el cultivo de la soja, tarda mucho en ser asimilado. El
abandono de las variedades de trigo local por el forastero tardó unos diez años
y aceptar totalmente las variedades de maíz híbrido tardó desde el año 1962 a
1972, a pesar de que está demostrado que el maíz híbrido produce tres veces
más, aunque exige también tres veces más gastos en abono y cuidados; de su
producción, una parte es para el pago de los gastos, y las otras dos, son bene-
ficios. Los censos agrícolas están mal hechos, porque uno tiene mil animales
y declara doscientos y el gobierno, que sabe que le engañan, no se preocupa
por arrancarles la verdad. El veterinario se preocupa por saber cuántos cerdos
tienes e informarte cuando tienes que ponerles la vacuna, porque cobra unas

66
   «El trabajo a destajo, muy extendido, permite duplicar y a veces incluso triplicar
el salario diario medio. En junio de 1974 cuando coinciden las recolecciones de al-
baricoques, ciruelas y melocotones, los mayoristas de fruta de la región aceptan pagar
salarios diarios de 800 o incluso mil pesetas. Los obreros consiguen estas ganancias
excepcionales durante el año a costa de jornadas penosas y largas, de sol a sol». (126-7)
Robert Hérin. Les huertas de Murcie. La Calade: Édisud. 1980.

167
treinta y cinco pesetas por vacuna. El gobierno tendría que procurar desplazar-
se a los sitios a través de esta gente y ver cuántos animales hay. Éste gobierno
pone paños calientes, pero nada más. Dentro de tres años puede haber una
baja en el precio de los animales. No hay una guía segura. De todos modos, la
gente no tendría que ser tan desconfiada.
La profesión de agricultor se desvaloriza y las mujeres no quieren a los
que trabajan en el campo. Él buscaría, antes de comprar tierras, un labrador o
agricultor que supiese y quisiese cuidarlas, un agricultor de profesión, porque
éste es el problema, como los patronos pagan poco, el trabajador asalariado
procura trabajar lo menos.
Miguel vivió con sus padres en un cortijo de la vega cercano al de Juan
Bueno. La casa estaba mal y le pidieron a Joselito, el dueño, que la reparase,
pero no lo hizo. El padre de Miguel compró una casa en el pueblo y se vinie-
ron a vivir a ella. Miguel vio hace poco a Joselito cavando la tierra de la que le
desahuciaron y pensó: «¡Anda, trabaja!»
Durante el juicio contra Joselito, el cura-párroco llevó a Miguel a Mula,
para que informase a un mediero al que querían despedir de la tierra. Miguel
fue a ver la finca y vio que la tierra estaba bien llevada. Luego fueron a hablar
con los propietarios de la tierra. Éstos empezaron diciendo que ellos tenían
sus hijos... Miguel dijo: «Dejemos de lado los hijos, ya que él también tiene
sus hijos. Si un año la cosecha sale mal, ustedes pierden, pero este señor, que
ha puesto todo su trabajo, pierde más que ustedes. Si la cosecha es buena, en-
tonces no hay problema. He visto que la tierra está muy bien llevada, así que
ustedes hagan lo que quieran».
Miguel cuenta que los curas se metieron en las casas de los aparceros di-
ciendo que había que protestar contra los abusos de la aparcería. El obispo
hizo una visita pastoral al pueblo y mandaron a buscar a un amigo de Miguel
para que le informase: «Pues mire, aquí hay un abuso en la aparcería por parte
de los propietarios y por esto vivimos mal, pero –él era muy franco– los que
viven peor son los de las capellanías». El secretario del obispo quiso meter
a su amigo en la cárcel, porque preguntado el colono de la capellanía, éste
respondió que él estaba bien. Miguel tuvo que ir a hablarle y convencerle que
dijese que estaba mal y que necesitaba que le ayudasen (que mejoraran las con-
diciones de la aparcería). Al comienzo decía: «Pero si yo vivo bien, trabajando
mucho». El orgullo le impedía reconocer su situación. Miguel: «¿Pero no me
has dicho muchas veces que estabais mal? Pide, que ahora es la ocasión y ade-

168
más privarás que metan en la cárcel a un amigo mío». Al final le convenció. Al
cabo de poco tiempo los curas vendieron las fincas.
Miguel está dolido con los curas, porque cuando tuvo el juicio le ayuda-
ron, pero luego querían que se metiese en la HOAC y como él no quiso entrar,
le dieron de lado. Miguel, que es soltero, considera que los curas se sirven de
las mujeres y su atractivo para atraer a los hombres.
José de «los Naranjos» ha trabajado en la recolección de la ciruela hasta
ayer o anteayer, que lo dejó porque despidieron injustamente a dos mucha-
chos. Trujillo, el cabezalero, les mandó cargar un camión con cajas de ciruela.
Al terminar, los demás jornaleros ya habían hecho la fumada y el cabezalero
quiso que ambos se enganchasen enseguida, pero los muchachos dijeron que
primero hacían la fumada. José le dijo al cabezalero: «Como veo que te sobra
gente, lo dejo». Ha oído que pagan la ciruela a los propietarios a dieciocho
pesetas el kilo. José irá el lunes con unos que le avisaron para la recogida de la
cebolla y el tomate. Dice de su hijo menor: «Mi chaval es un fenómeno, todos
los días se está sacando cien pesetas en la serrería».
Al anochecer, en las Cuatro Esquinas, conversación con el vicepresidente
de la Agrupación de Aparceros. Los aparceros fueron los que tomaron la ini-
ciativa e hicieron presión. La Cooperativa agrícola es posterior a la creación de
la Agrupación. La Cooperativa la pusieron en marcha unos cuantos señoritos
como respuesta a la iniciativa de la Agrupación. Todo el mundo entró en
la Cooperativa, propietarios y no propietarios. Hubiese sido necesario haber
hecho un examen de capacidades, pero los señoritos se pusieron en los cargos
de dirección. El gobierno dio facilidades, pero son falsas facilidades, ya que
sólo sirven de reclamo. El primer año entregaron el arroz a la Cooperativa y lo
pagaron a buen precio, pero no lo defendieron en el mercado. El segundo año
entregaron el arroz y no lo pagan. Empieza la crisis.
Salen cuatro hombres del bar del Porras y me los presenta. Todos ellos son
aparceros. Uno me dice: «A pesar de haber hecho por el pueblo más que los de
arriba, los señoritos no nos miran bien». Están convencidos que han logrado
poco, pero que el hecho de estar agrupados ya es mucho. Menos de un treinta
por ciento de los aparceros no siguen las directrices de la Agrupación y no pi-
den lo que les corresponde. El vicepresidente, señalando a uno de ellos, dice:
«Éste está mocico, tal como lo ves». El vicepresidente es el responsable de la
maquinaria agrícola de la Agrupación. Lleva encima una hoja donde apunta
las horas del tractorista de la Agrupación y un talonario de recibos. La gente

169
acude a él para concretar qué día y hora irá el tractorista a labrarles o hacerles
otros trabajos. Antes la maquinaria agrícola venía de fuera, ya que sus dueños
eran de fuera. El año pasado los jornales de la siega del arroz sumaron la canti-
dad de ciento cincuenta mil pesetas. Parte de ese dinero fue a parar a manos de
familias del pueblo y otra parte a la Agrupación de Aparceros, que la destina a
la compra de más máquinas.
Estando el vicepresidente y yo solos, se acerca un hombre con un crío de
la mano y se dirige al vicepresidente llamándolo primo: «Tú ya sabes, primo,
porque el otro día, primo..». El vicepresidente, por su parte, no se dirige a él
llamándolo primo. El vicepresidente irá con un grupo de hombres a su cargo a
la trilla del arroz en Valencia, que se hace allí antes que en el pueblo. Al parecer
trabajarán para los valencianos que vienen al pueblo a hacer la trilla del arroz
a cambio de la paja. El vicepresidente tiene que reclutar esos hombres. El que
le llama primo alaba sus dotes de organización. Este hombre duda si ir a la
vendimia a Francia, a la que ha ido en los dos o tres últimos años.

20 de agosto de 1973.

Mañana: grabación con Juan de Paco. Tarde: encuesta sobre llevarse la


novia con Antonio del Ocaso en el bar del Club.
La casa en que Antonio vive fue de sus suegros. Su suegra vive con ellos. La
madre de Antonio tiene setenta y dos años. Le faltan tres dedos de una mano,
porque se los aplastó una maza de picar esparto. Era picadora de esparto en la
fábrica de Higinio Marín. Éste echó de un día para otro a más de doscientos
trabajadores a la calle. Bajaba Higinio hacia el Convento con dos de los suyos
escoltándole, pero se hacían atrás cuando veían la gente reunida, «cuando veían
el pampaneo». Lo querían matar. A partir del cierre de la fábrica de Higinio
y luego de la de Pérez Tenedor, la gente marchó del pueblo. Higinio no tenía
inscrita en ninguna parte a la madre de Antonio y eso que ella trabajaba desde
mucho antes de la guerra en su fábrica. Antonio ha recorrido varios sitios e in-
cluso ha ido a la Magistratura de Trabajo para que su madre pudiera cobrar. Su
madre no cobra el subsidio. La madre de Antonio bajó a Murcia en 1939 con
un manojo de esparto para participar en una demostración sindical franquista.
En frente de la casa de Antonio, hay una mujer separada del marido que
gana su vida recogiendo hierbas y caracoles.

170
Sobre el futuro partido de fútbol entre los equipos de Premià de Mar (Bar-
celona) y Calasparra –poblaciones hermanadas–, Antonio y otras dos personas
no creen que el alcalde actual vaya a presidir el encuentro, ya que los que están
allí, están por culpa de él (de su padre). Si va allí le «hacen la raya».

21 de agosto de 1973.

Mañana: grabación con Juan de Paco. Tarde: desde las cinco hasta las ocho
trabajo con Antonio en la encuesta sobre llevarse la novia. Entre ayer y hoy,
veintiuna fichas. Las haré revisar por gente de cada sector, la de los eventuales,
por Choncho.
La tía Litrana, una mujer mayor, vecina de Antonio, no es partidaria de la
emigración. Antonio para hacerla rabiar le dice que él cualquier día se va. Ella
le responde que aunque se muera de hambre, se queda en el pueblo: «Aquí, si
no tienes, te dejan fiado, pero fuera del pueblo si no tienes dinero y no pagas
al contado, te mueres de hambre». Tiene una hija casada que se marchó con
su marido una temporada a la zona de Valencia y ella no paró hasta que los
tuvo aquí otra vez.
Antonio vivía de mocico en la parte alta del pueblo, la parte nueva, y
empezó a bajar al barrio de San Pedro, donde vive, por allá el año 1945, por
razón de su noviazgo. Le tira más ese barrio que el otro y eso que podía haber
comprado aquella casa, ya que tenía una parte y una opción sobre ella.

22 de agosto de 1973.

A Antonio del Ocaso le conocen también como Antonio de la Luciana


por su bisabuela materna. De uno que le dicen el «Jopi» dice: «Pero éste será
siempre un «Rea».
Pascuala, mujer de Antonio, dice que el llevarse la novia ha parado mu-
cho, no obstante hace poco tres muchachas de las más bien plantadas del
pueblo se han ido con el novio.
Algunos casos de llevarse la novia, contados por Antonio y su esposa:
El hermano de Manuel «el Zoco» se llevó la novia. Dato desmentido pos-
teriormente por Manuel. Fue una hija del hermano de Manuel quien se fue
con el novio.

171
Uno de los tres hijos varones del «Misino» se llevó la novia, su vecina. Las
casas respectivas compartían la tapia del corral. Ella brincó las tapias y el novio
la esperaba al otro lado. Entraron en secreto y durmieron en la casa de él. A la
mañana siguiente se enteraron.
Algunos padres son cómplices de sus hijos. Algunos hijos comunican a sus
padres que tienen la novia embarazada y éstos les dicen: «Si has hecho esto,
tienes que cumplir. Anda, tráela a casa».
Un joven del pueblo se llevó la novia. Las familias discutieron y la pareja
se separó. Los padres de ella no le obligaron a él a casarse. Él vive en Elche y
ella en el pueblo en casa de sus padres con su hijo, que se lo cría la madre de
ella. Ella trabaja en un bar del pueblo.
Antonio explica la siguiente historia sobre el llevarse la novia: «Fue un mu-
chacho de Mula a Pliego, pedanía de Mula, a llevarse la novia. Era de noche y
había luna llena. Ella lo esperaba en la ventana. Le tira el hato de ropa, baja y
se marchan. Cuando habían andado un trecho, él dice: «¡Vaya noche tan clara
para llevar putas de Pliego a Mula!» Ella le dice que tienen que volver, porque
ha olvidado algo muy importante. Entra en la casa y desde la ventana le grita:
«¡Vaya noche tan clara para dejar cabrones al sereno!» Se ríe.
Pascuala cuenta que un hermano suyo, llamado Pedro, fue quien promo-
vió con Manuel «el Zoco» la lucha contra el sistema de aparcería. Su hermano
estaba casado y tenía tres hijas. Llevaba tierras de Higinio Marín, hijo, por las
que había dado treinta mil pesetas al aparcero anterior. Tuvo malas cosechas
y contrajo deudas. «Le apretaron por delante». Tuvo que marcharse del pue-
blo. Buscó trabajo en Alicante y posteriormente su familia se trasladó allí. En
esta época nadie quería tierras e Higinio no le quería pagar los derechos. Su
hermano vino de Alicante y entró en las oficinas de Higinio decidido a todo.
Éste le pagó las treinta mil pesetas y se quedó con todo lo que había sembrado.

23 de agosto de 1973.

Antonio del Ocaso relaciona el llevarse la novia a la falta de bienes, a no


tener abolengo y a ser ligero de carácter. Al carácter le atribuye una gran parte
del condicionamiento del llevarse la novia y otra parte al abolengo. No sé exac-
tamente a los que se refiere con el último término. Dice en un determinado
momento: «De los pobres, los más decentes» y usa también el término posición.

172
El hermano de Manuel «el Zoco» cuando el novio se llevó su hija de unos
dieciséis años escasos, decía que iba a pegar al yerno, que no los quería en su
casa, que la hija era una tal, etc. El chico que se la llevó tiene unos diecisiete
años y es el menor de dos hermanos varones. Sus padres vivían en la Hondo-
nera y se vinieron a vivir al pueblo. Poseen tractores con sus aparejos, llevan
tierras y trabajan con los tractores para otros, día y noche, haciendo turnos
los dos hermanos. El muchacho es el único de su familia que se ha llevado la
novia. Antonio opina que por el hecho de ser el menor y al tener sus padres
una posición desahogada, el muchacho se torció un poco. «De día, el trabajo,
y de noche, con los chicos, de niñas, bebiendo y durmiendo ligero». Califica
al muchacho de envalentonado y ligero. Él pasó por la casa de ella, la montó
en el coche y se fueron a Murcia siete u ocho días. A lo mejor él llevaba ocho
o diez mil pesetas. Al volver la llevó a casa de sus padres, luego visitaron a los
padres de ella y el suegro tuvo que tragarse lo dicho67. Al poco tiempo la pareja
se fue a vivir a una casa de alquiler en la calle Manzano, que es de una parienta
de Antonio. Hay padres que no gritan como el padre de ella, que se resignan
más, afirma Antonio
Pascuala exclama: «No quiero a los señoritos. Aunque me dieran un gran
fajo de billetes no les serviría». La madre o la mujer de don Emilio (hay varios)
no encuentra quien le sirva. Los Jaén tienen dos hermanas, las «Pitrasa», que
les sirven, porque ya entraron en la casa como nodrizas. Hay otra señorita que
no tiene nadie que la sirva, y su encargado tiene que dormir en su casa.
Antonio cuenta que hace ya mucho tiempo, un día fue a coger higos verda-
les de una higuera muy hermosa en la tierra de la vega del río Segura que llevaba
su suegro, para llevar una parte a los Jaén, los dueños de la tierra. Antonio se
cayó de la higuera y se hizo daño. Fue a ver a don Federico Jaén, que es médico,
y le explicó que se cayó de una higuera de la familia para traerles higos. Como
propietario paga una póliza de seguro agrícola, pero no le quiso dar de baja.

67
   La reacción de los padres frente al hecho de «llevarse la novia» aparece descrita por
expresiones tales como: «Que te digan cualquier tontería, pero si te abren la puerta
ya no te la cierran», «Normalmente, tanto los padres de ella como los de uno toman
pesambre, pues si no, no habría respeto, ni nada de eso». Este pesar se hace patente
mediante el hecho de «poner un poco de mala cara» o «decir algo». También se puede
expresar de forma inversa, es decir, no hablando. (…) Parece más bien que la reacción
de los padres se expresa mediante reconvenciones como «Podríais haber esperado»,
«Habéis empezado con un solo pie». Frigolé, Llevarse la novia. 1999, p. 42

173
Se ha celebrado el partido de fútbol entre los equipos de Premià de Mar y
Calasparra. Asistió al encuentro como representante oficial el segundo alcalde.

24 de agosto de 1973.

Fulgencio en el bar del Manco cuenta, a propósito de que el vino hace ha-
blar, una historia de cincuenta años atrás. Había un hombre llamado el tío José
«el Mulero», zapatero remendón. Tenía unas barbas largas y espesas. Sabía ex-
presarse muy bien, aunque no tenía estudios. Le prohibieron la bebida y estuvo
dos años sin beber. Cuando se juntaba con sus amigos le preguntaban cosas y él
decía muy a menudo: «No sé, no sé». Hasta que un día les preguntó: «¿Cuántos
vasos lleváis bebidos?» «Seis», le dijeron, por ejemplo. Él dijo: «Pues a mí poned-
me siete». Y así ya empezó a acordarse y a charlar. Fulgencio constata: «Cuando
te encuentras con los amigos en el bar, al comienzo si preguntas a uno si sabe
esto o se acuerda de lo otro, a lo mejor te dicen que no, pero cuando ya se han
bebido unos cuantos vasos de vino, uno se acuerda y todos hablan».
Mari Carmen dice: «Hasta que no se bebe, la gente no se anima».
Antonio del Ocaso y Pascuala opinan que el llevarse la novia es por lo
general por falta de bienes. Los que se la llevan luego difícilmente levantan ca-
beza, ya que luego empiezan a venir hijos, ellos tienen que ir al servicio militar,
etc. Los que hacen expediente para librarse del servicio militar, porque tienen
una madre viuda, se llevan la novia y no legalizan su situación hasta que han
hecho el último expediente. Pascuala dice que las muchachas que hace poco se
han ido con el novio son muchachas honradas y que cumplen.
Pascuala utiliza las expresiones «como las gallinas» y «como los conejos
indianos» para ridiculizar este tipo de uniones. Antonio: «Aquélla, ¿se casó? Sí,
se casó por detrás de la iglesia». Es una expresión chirigotera. Por oposición a
«llevarse la novia», «se casó bien casado», es decir, se casó por la iglesia.
Pascuala cuenta el siguiente caso: «Un muchacho espartero, la madre del
cual esperaba el día de cobro para pagar una deuda, se llevó la novia. Estuvie-
ron unos pocos días fuera y al regreso, como dormirían en el suelo, fue el mu-
chacho a casa de los padres de Pascuala, que tenían una cama grande sobrera,
que habían substituido por dos camas individuales. La madre de Pascuala le
pidió tres mil pesetas por la cama, mucho más de lo que le había costado. La
cama era buena y bonita. Al joven casi le saltan las lágrimas. El padre intervi-

174
no y le dijo: Llévate la cama y dame quinientas pesetas, cuando puedas. Si no
puedes, la cama es tuya».
El padre de Pascuala trabajó de mulero en la casa de un labrador. Los tra-
bajadores dormían en la cocina sobre una manta. Durante la noche, el mulero
tiene que dar comida varias veces a los animales, para que luego puedan tra-
bajar todo el día, y por ello tiene un sueño ligero. El padre de Pascuala se dio
cuenta de que el mozo se llevaba a una de las hijas del labrador al verlos salir
de la casa. A la mañana siguiente, gran disgusto del labrador.

25 de agosto de 1973.

José de «los Naranjos» lleva tres fanegas (una hectárea) de tierra en apar-
cería en la vega del río Segura. Parte de la tierra está sembrada de arroz y la
otra, de panizo (maíz). El año pasado no le nació bien el arroz y le salió mucha
hierba. Una vez hechas las particiones, obtuvo ochocientos kilos de arroz para
él. Calcula que perdió unas doce mil pesetas gastadas en la preparación del
terreno, siembra, escarda, siega, trilla y transporte del arroz. Incluye en esta
contabilidad el precio de su trabajo. Estima que este año va a obtener unos mil
quinientos kilos de arroz para él. Los gastos de producción son los mismos del
año anterior. Si vende el arroz al precio de diez pesetas el kilo, le quedarán tres
mil pesetas, pero tiene que amortizar las pérdidas del año anterior. Estima que
el panizo le producirá dos mil quinientos kilos para él y obtendrá unas ocho
mil pesetas de beneficio.
José cuentas los días y medios días que echa en la tierra y les asigna un pre-
cio. Esta mañana ha ido a arrancar cebollas para el «Pelucho», que las sembró
a medias con otro y es quién ha pagado la invitación en el bar. Ha arrancado
cebollas desde las cinco de la mañana hasta las dos de la tarde. Luego, después
de comer, ha ido a su tierra y se ha apuntado medio día de trabajo. Mañana,
domingo, seguramente pasará la mañana en su tierra.
Hace doce años pagó doce mil pesetas por los derechos de un trozo de
tierra y seis mil por otro. Compró los derechos a otro aparcero. El propietario
es de Caravaca, pero vive en Madrid y nunca aparece por aquí. José no lo ha
visto nunca. Tiene un cuartero que se ocupa de las particiones de las cosechas.
Cuando José compra el abono, apuntan una parte a nombre del propietario,
que paga el cuartero.

175
José piensa que seguramente al propietario no le dan nada, pero él tam-
poco quiere dar nada. La tierra que José lleva no tiene camino para entrar y
hay que pasar por el campo de un vecino. Hay una acequia junto a la tierra y
el dueño no quiere pagar un puente sobre la acequia. José cree que un puente
costaría poco dinero. Como no puede meter maquinaria en la tierra todo
cuesta más y los ribazos no se pueden aprovechar tanto. Tiene que poner un
puente de tablas por encima de la acequia para que entre el tractor. Muchos
campos tienen puente de cemento. José dice que alguna vez quiere ir a Madrid
para hablar al propietario de la situación de sus tierras.
Antonio del Ocaso explica la transmisión de los apodos familiares. Su
abuelo paterno fue conocido por el «Municipal», ya que fue municipal, mien-
tras que la abuela paterna no tenía sobrenombre, cree que porque ella proce-
día de Moratalla. Su abuelo materno era «Campillero» y la abuela materna,
Esperanza la «Luciana». El padre de Antonio fue Ginés el «Municipal». Fue
municipal al igual que su padre. La madre de Antonio es la «Luciana», sobre-
nombre que comparte con una hermana, mientras que sus tres hermanos son
«Campillero».
Antonio y sus hermanos y hermanas son conocidos como de la «Luciana»,
quedando en desuso los sobrenombres de «Municipal» y «Campillero». Anto-
nio dice que prácticamente nadie le dice Antonio el «Municipal». Es Antonio
de «La Luciana» o Antonio «del Ocaso».
Apodos de la familia de la mujer de Antonio:
El padre, el «Porche» y la madre, la «Pelichasa», del apodo de su padre,
«Pelichás». Sus tres hijos varones son «Porche» y las tres hijas «Pelichasa», ex-
cepto la pequeña a la que llaman sólo Carmen «¿Qué Carmen? La de Juan
Antonio de la Luz», su marido.
Según Antonio, los esparteros son más abiertos de carácter que los aparce-
ros. Éstos son más reservados y suspicaces.
«Pegar en la boca»: Antonio advierte a su hija pequeña, que si no se calla,
le pegará en la boca.

26 de agosto de 1973.

Comida en casa de Choncho. Paco, el hijo mayor, llega cuando estába-


mos comiendo y entrega a su madre el dinero que gana alargando el brazo

176
por encima de los platos. La madre y su hermana Pilar comentan que Paco
sale con una muchacha, hija del Chozas. El padre de ella está enterado, pero
no le quiere. El Chozas y Choncho en el pasado se discutieron o se pelearon
en el monte. Choncho dice irónicamente acerca del noviazgo de su hijo y la
oposición del padre de ella: «Se ve que teme que yo sea el administrador de sus
fincas». Choncho y Esperanza dicen de los padres de la muchacha «Son como
nosotros o menos que nosotros». Parece que a Paco le tiene sin cuidado lo que
diga el padre de ella. Choncho, como para zanjar los comentarios, dice: «Yo
me busqué a la mujer que me importaba; hagan ellos lo mismo, busquen a la
mujer que les importe».

27 de agosto de 1973.

Fulgencio el «Pujavante» cuenta que su padre murió en 1946 y su entierro


costó novecientas pesetas, que pidió prestadas a Higinio Marín, empresario
del esparto. El padre de Fulgencio fue listero en la recogida del esparto en el
monte.
Antonio del Ocaso fue bracero e iba a trabajar a donde le avisaban. Vino
de la mili con veinticinco años. Su futura mujer tenía diecisiete años. El padre
de ella llevaba ocho o nueve fanegas de tierra en la vega del río Segura y era
propietario de un par de mulas. Se empleaba también en arar y sembrar para
otros. Todos se oponían al matrimonio de Antonio y Pascuala, los suegros, los
hermanos y los cuñados y cuñadas. La hermana mayor de ella le decía: «Ya
vendrás luego a pedirme dinero, si te casas con éste». Se casó contra viento
y marea. Se fueron a vivir a Cehegín, donde residieron ocho o nueve años.
Se ocupó de los seguros del Ocaso. Su suegro le mandó llamar para vivir con
él. Se avenían de carácter. Antonio dice que se enfada, pero no hace nada. Su
suegro le hizo donación de la casa mediante escritura a cambio de que tuviese
a la suegra con ellos, la casa del «Porche». Al segundo hijo varón de Antonio,
un muchacho joven que vive en el pueblo, la gente le llama el «Porche».
El suegro de Antonio tuvo tres hijos y tres hijas. Al casarse el hijo menor, el
padre le cedió la mitad de las tierras que llevaba en aparcería y la otra mitad la
siguió llevando él, mientras pudo. Luego las subarrendó a su hijo: «Tenía que
vivir de algo», dice Antonio como justificación. Posteriormente, su suegro consi-
guió, después de muchas polémicas, que el propietario le diera algo en concepto

177
de derechos al dejar la tierra. La hija mayor está casada con el «Trompa», un
frutero. Hizo dinero después de la guerra; antes era pobre. Se llevó la novia y es
la única hija del «Porche» que no está bien casada. Antonio: «Hace más de un
año y medio que ella no baja a su casa para visitar su madre, por no verme a mí».
Según Antonio, después de la guerra quitaron las tierras a unos y se las
dieron a otros. La guerra terminó en mayo y los que entraron en las tierras
recogieron todo el esquilmo de los anteriores cultivadores. En ese momento,
se ceden o se arrebatan tierras por voluntad de los amos, luego ya empiezan a
comprarse y venderse derechos.
El abuelo de Antonio, municipal del pueblo, persiguió a un fantasma que
aparecía de noche en la zona de El Santo, un pequeño promontorio dentro
pueblo, que linda con la huerta por la parte de la carretera de Mula. Descubrió
que era el alcalde del pueblo, que se disfrazaba para poder acostarse con una
muchacha de allí68.

1 de enero de 1974.

Han substituido a los dos curas, don Juan, el cura-párroco, y Pepe, el


coadjutor.
José de «los Naranjos» ha estado parado unos ocho días. Su hijo de doce años,
que va a la escuela, trabaja en la serrería durante las vacaciones. Su hija de diecio-
cho años ha recibido una subvención de ocho mil pesetas destinada al centro en
que estudia quinto curso de bachillerato. José está contento porque ve que sus
hijos se humillan menos que él y sus antepasados. Su padre se ponía colorado y se
sofocaba, cuando tenía que hablar con el alcalde, pero a él no le da ningún trabajo
ir a hablar con él. «Si me encuentro con la máxima autoridad del pueblo como
es el alcalde, le saludo y si no me devuelve el saludo, al otro día ya no le saludo».
José, su esposa y su hija de dieciocho años han ido a la vendimia en Fran-
cia. Su hija estuvo unos días en cama a causa de un furúnculo en la rodilla y
ahora ha recibido el dinero de los días en que estuvo de baja
Pedro «Partal» ha estado unos ocho días parado a causa de la lluvia. Han
subido el precio del esparto a dos cincuenta pesetas el kilo.
Miguel de «la Molinera» busca alguien que le contrate para la poda.

68
   He suprimido los nombres de los protagonistas.

178
2 de enero de 1974.

Miguel de «la Molinera» ha ido a podar. Hay en el pueblo entre setenta


y ochenta podadores. La poda proporciona trabajo desde septiembre a abril.
Se empieza con los árboles de fruto de hueso69: el almendro, el melocotonero,
el albaricoquero y luego se podan los frutos de pepita, manzana, etc., y final-
mente los olivos. Hay también tres injertos durante el año. Estos trabajos se
deben a los nuevos cultivos, antes no había tanta arboleda. Los podadores van
en cuadrillas, al igual que en la recolección de la fruta. El jefe de la cuadrilla
dirige y controla el trabajo. Los jornales oscilan entre trescientas y trescientas
cincuenta pesetas por día. Miguel cobra trescientas setenta y cinco pesetas,
porque van a unos diez kilómetros lejos del pueblo. Los podadores proceden
mayoritariamente del sector aparcero. La poda es un trabajo especializado.
Miguel asistió a la explicación de nuevas técnicas de poda que durante cinco
noches seguidas dio un miembro del Servicio de Extensión Agraria.
Miguel tiene la granja llena de cerdos. El pienso es muy caro y no contiene
soja o muy poca y los cerdos tardan más en engordar. El precio de venta está
con tendencia a la baja.
En el Club de los esparteros está anunciado un curso de tricotosas a cargo
del PPO, del Ministerio de Trabajo que solicitaron los curas anteriores. He
hablado de ello con Choncho. Su hija Pilar está parada hasta marzo, cuando la
fábrica de conserva empezará la temporada de la alcachofa.
Choncho salió de su casa a las nueve de la mañana con la moto. La tendida
de esparto está en dirección al pantano del Cenajo. Como el agua se ha llevado

69
   Veamos un contraste entre vegas considerando los cultivos arbóreos. En la vega
baja, «son también importantes los frutales de hueso, el albaricoquero y el melocoto-
nero. Sin embargo, las condiciones del clima y suelo hacen que ambos tengan escaso
vigor y sean de corta vida. Por el contrario, en la vega alta los cultivos más importantes
son los frutales de hueso, debido al descenso de las temperaturas, por lo que también
aparece el manzano». María Elena Montaner, Norias, aceñas, artes y ceñiles en las vegas
murcianas del Segura y Campo de Cartagena. Murcia: Editora Regional, 1982, p.105.
Calvo escribe: «Las necesidades de frío invernal son muy importantes en todas estas
especies arbóreas. (…) Melocotonero y albaricoquero son en general bastante exigen-
tes. (…) La falta de suficiente frío invernal provoca la caída de las yemas». Francisco
Calvo, Continuidad y cambio en la huerta de Murcia. Murcia: Academia Alfonso x El
Sabio. 1982, p. 191.

179
un puente de tablas, las motos han de dar un largo rodeo. El recorrido total es
de veinte kilómetros y con el puente se reduce a la mitad. Choncho se helaba
y pensaba que no llegaría a la tendida. Comen en el monte y vuelven a media
tarde a casa. Algunos esparteros ganan seiscientas pesetas y otros menos dies-
tros, entre los que se incluye él, trescientas pesetas. Hay un contratista nuevo
del esparto. Es el «Chullas», que lleva a unos cuantos esparteros en un jeep.
Choncho trabaja desde hace unos meses con un propietario de una finca en el
término de Moratalla.
Comentando con Manuel «el Zoco», Francisco Pérez Mayo y Juan de
Paco sobre los antiguos usos y costumbres de la aparcería. Francisco que tiene
cuarenta y seis años, se acuerda de cuando los aparceros ponían la semilla de la
patata. Ello desapareció antes de las reivindicaciones que llevaron al cambio de
usos y costumbres de la aparcería. Manuel señala que han entrado en negocia-
ciones con los propietarios para cambiar el sistema de aparcería por otros tipos
de contratos: a rento o un sistema de aparcería con dos partes para el aparcero
y otra para el propietario. Los propietarios no lo quieren. Se dan cuenta de que
ya cedieron con el cambio de usos y costumbres y que no les conviene ceder
más, opina Manuel.
Manuel explica que la propuesta de suscripción pública promovida por la
Agrupación de Aparceros para hacer un monumento a Emilio Pérez Piñero,
arquitecto de reconocida fama muerto joven recientemente en un accidente,
que dirigieron al Ayuntamiento, no sigue adelante. Éste la ha parado e incluso
el alcalde mandó a pedir a la Agrupación de Aparceros copia del texto escrito
por ellos, pero no se lo han dado y lo guardan como testimonio. Emilio era
primo hermano de Francisco. Manuel y otros aparceros no apreciaban el ca-
rácter de Emilio, pero reconocen su valía y su importancia para el pueblo y
con su gesto querían forzar a las autoridades a reconocerlo.
Se ha celebrado la asamblea estatutaria de la Agrupación de Aparceros con
presencia de Antoñito, secretario de la Hermandad de Labradores, y de un
delegado de la organización sindical de Murcia. La asamblea es de trámite y
corresponde al año anterior.
Manuel dice que antes en la Agrupación había más de trescientos aparce-
ros, pero ahora se ha reducido su número hasta los doscientos ochenta apro-
ximadamente, porque han dado de baja a unos por vejez y a otros por haber
emigrado.
Francisco afirma que la Cooperativa agrícola experimentará este año un

180
empujón hacia arriba, ya que el año anterior se sentaron las bases. Se pagó el
arroz a los miembros a mejor precio que el que ofrecían otros compradores. La
Cooperativa trata de eliminar al intermediario que se come gran parte de los
beneficios. Hace poco la Cooperativa ha comprado dos partidas de arroz, una
de cuarenta mil kilos y otra de siete mil kilos.
La Cooperativa tiene como presidente a un hombre anodino, que no es
propietario, pero que es tolerado por los propietarios, y como secretario, a un
propietario que no sirve. La Junta Rectora en la que están Manuel «el Zoco»,
presidente de la Agrupación de Aparceros, el vicepresidente y el secretario de
la misma, es la que manda. Dicen que van a echar al «cacique de los empleados
de la Cooperativa», una persona puesta por los caciques. Francisco opina que
a los propietarios hay que retorcerles el pescuezo desde dentro de la Coopera-
tiva, es decir, con la Junta Rectora copada y ellos sin poder salir.
Un texto escrito por Manuel para la asamblea de la Agrupación de Apar-
ceros dice: «colaboración y cooperación de la Asociación con la Cooperativa,
pero no unión, ya que la primera está consolidada, tiene buen porvenir; el
porvenir de la otra es más complicado».

3 de enero de 1974.

Ha helado ayer y hoy.


José de «los Naranjos» tiene cuarenta y seis años. Hoy ha ido a cortar
cañas, que se emplean en las obras para los cielos rasos, para hacer vallas y
en los huertos. Además del corte de cañas, hay la poda. Le pregunto si ahora
hay trabajo a jornal en el campo todo el año. Responde que sí lo hay, debido
a que otros se van y escasea la mano de obra. Él ha ido a la vendimia el año
pasado y ahora mismo, si quisiese, podría ir a Francia a podar cepas y a otros
trabajos. Gracias a los que se van, él se puede quedar aquí. Para ir a Francia,
tendría que ir él solo y le molesta un poco estar lejos de la familia y tener que
hacérselo todo él solo.
Lleva tres fanegas de tierra en la vega y dice que nunca ha podido dedicar-
se sólo a ellas. Se refiere a la imposibilidad de alimentar con esta tierra a dos
familias, la del amo y la suya. Los derechos de esta tierra le costaron dieciocho
mil pesetas hacia 1961. Parecía que sin tierra no se vivía. Los jornales eran de
cuarenta o cincuenta pesetas al día.

181
El padre de José fue aparcero. Tuvo diez hijos: cinco varones y cinco hem-
bras. Antes de casarse, todos los hermanos de José procuraron llevar tierras.
Él hizo lo mismo. Él aprendió el oficio al lado de su padre. De los cinco her-
manos, queda solo él en la tierra y cree que va a ser él último, ya que sus hijos
parece que no quieren seguir en la tierra. De sus cinco cuñados, sólo uno sigue
en la tierra: cuida de una finca en buenas condiciones de retribución.
El yerno de Juan de Paco tiene un camión y hace transportes. Lleva arroz
para el molino de la finca Cañaverosa, que es de los herederos de Joaquín Payá.
Trae arroz de Valencia ya elaborado y aquí lo envasan y le ponen la etiqueta
de su finca y de Calasparra. El arroz de Calasparra tiene mejor precio en el
mercado que el arroz valenciano70.
Antonio Ochando hace de representante de piensos para las vegas alta y
media del río Segura y en el mes de diciembre ha vendido ciento siete mil kilos
de pienso. Me confirma la cifra de ochenta podadores.
Según Francisco Pérez Mayo, en 1973 Ochando ha obtenido seiscientas
mil pesetas de la venta del albaricoque. No lo entregó a la Cooperativa y lo
vendió a un precio más barato que el que pagaba la Cooperativa. No paga a la
Cooperativa el canon de cincuenta céntimos de peseta por kilo de fruta vendi-
da. Ochando, padre, es miembro de la Junta de Vigilancia de la Cooperativa.
El «Moro» es el molinero del molino arrocero de la Cooperativa. Su abue-
lo y su padre fueron molineros.
Conversación con Pedro «Partal» sobre la condición de espartero, sobre
la Asociación de esparteros, el precio del esparto y sobre el gobierno. «Partal»
afirma que éste debe ser duro.

2 de agosto de 1974.

Una mujer nacida en Cieza, casada en Calasparra, donde reside desde


hace veinte años, decía a otra en el tren de Calasparra a Murcia: «Hay mucha

70
   «El arroz de Calasparra goza de una sólida reputación que asegura su venta al me-
jor precio. Por otra parte es del dominio público que se vende más arroz que lleva la
etiqueta “arroz de Calasparra” que el que producen las 350 a 400 hectáreas sembradas
anualmente en Calasparra, Moratalla y Hellín». (166) Robert Hérin. Les huertas de
Murcie. La Calade: Édisud. 1980.

182
libertad hoy, y entre el hombre y la mujer hay mucho libertinaje; los noviazgos
son muy sinvergüenzas». Tiene una hija y no pudo evitar que se pusiese novia,
pero «los tengo controlados; les he puesto unas condiciones y si no, que (él)
no entre en mi casa». Su hija no ha puesto los pies en el cine desde que se puso
novia, tampoco la deja ir de merienda por los andurriales, aunque vaya con
otras parejas. «Me tienen sentenciada a muerte, pero yo no quiero ni puedo
ceder. Les dejo que merienden en casa con otros amigos, aunque estén solos.
La gente es muy mala». Teme las habladurías de la gente. Sostiene que una vez
casados, tienen que vivir aparte.
Hacia 1957, Pedro Aznar, que tenía unos treinta y cuatro años, a través
de un amigo que le dijo que podía mejorar su vida, compró los derechos de
diez fanegas de tierra en la vega, pasó a vivir en un cortijo y se convirtió en la-
brador. Como no tenía dinero para pagarlos, tuvo que sacar dinero del banco.
Estuvo nueve años pagando con su trabajo el dinero que debía al banco. Al
comienzo, un hermano suyo soltero le ayudaba en el trabajo de la tierra. Lue-
go el hermano emigró a Barcelona. Pedro tomó la tierra en época mala: había
empezado la emigración y la gente que iba a jornal mejoró. Pedro no tiene
tierras propias y antes de ser labrador fue al jornal. Su padre murió cuando él
tenía ocho años y había hecho de todo, lo último, guarda de la huerta.
Pedro luego dejó de ser labrador, se trasladó a vivir al pueblo con su mujer
e hijos, va al jornal y lleva tierra, parte de la que llevaba antes. Dice riendo que
las tierras que lleva, las cultiva cuando los demás descansan, los días de fiesta.
Les dedica también algún día entre semana y algunas temporadas. Cuando
alguien va a su casa preguntando por él, su mujer le dice, cuando trabaja al
jornal, «está trabajando» y cuando está en la tierra, «está por allá abajo». Ahora
siega tallos de romero. No ha ido a la recolección de la fruta. Pedro entrega el
dinero a su mujer: «Es que cuando a las mujeres no les entregas el dinero...»
Pedro dice que después de la guerra le mataron a un hermano por ahí.
Lo contó en presencia de José de «los Naranjos», quien dice que lo ignoraba.
Pedro añade que lo mejor es contarlo lo menos posible y echarle tierra encima.
Pedro tiene una hermana que vive en el pueblo, pero otra se murió en su casa
en la posguerra. Como eran socialistas, el cura no quiso firmar un papel para
mandarla al hospital. Su agonía duró dieciocho días. Pedro aún tiene sus gritos
clavados en la cabeza. Su padre murió de pulmonía. No tenían dinero para
comprarle los medicamentos. Calculo que su padre murió hacia 1930.

183
José está trabajando actualmente al jornal con un azadón. Va acompañado
de su hijo de cinco años.
Pedro quiere encargarse de la educación de sus hijos: dos hijas y dos hijos.
Una de sus hijas saca siempre muy buenas notas. Tiene que tomar la primera
comunión y le dijo a la maestra que su madre la acompañaría a la iglesia, pero
su padre, no. Al mes siguiente todas sus notas fueron deficientes. Pedro excla-
ma: «Dicen que a veces los hombres se vuelven locos, pero...» Pedro interpreta
el cambio en las notas como una represalia de la maestra por la actitud no
religiosa de él.
En el pasado, Pedro cogió esparto en la finca «El Chopillo», un esparto
seleccionado que servía para atar gavillas de arroz en Valencia. Le pagaban
cincuenta pesetas al día y el valor de un poco menos de tres quintales71 de es-
parto arrancados por día ascendía casi a mil pesetas. Como residía en la finca,
le sobraba tiempo, y se dedicaba a cazar conejos, que abundaban por ser un
coto de caza, con una perra. Había en la finca unas familias de Zarzaparrilla
que sólo prestaban atención a las culebras y se las comían. Juan de Paco y Ful-
gencio, mayores que Pedro, que están presentes, dijeron haber comido culebra
y que es buena.
Pedro, Juan de Paco y Fulgencio hablan sobre el adulterio. Pedro dice que
una cosa es decir y otra cosa el que uno haría. Es una cosa muy seria. Es lo úl-
timo en que uno piensa: ser engañado. Explicó que uno preguntó a otro: ¿Qué
harías si tu mujer te engañase? Y el que preguntaba era quien se acostaba con
su mujer. Juan contó que en el pasado a un hombre del pueblo sus hermanos
le dijeron: «Tu mujer te la está urdiendo». Él salió de casa para el trabajo y
regresó. Hizo salir al fulano y a ella le tiró de los pelos, arrancándole parte de
ellos, y la llevó a sus padres: «Aquí tienen a su hija puta».
Decía Juan que hace poco una mujer arañó a su marido en público en una
discusión sobre algún asunto relacionado con la Cooperativa, probablemente
el préstamo que tienen que asumir los miembros, y luego al cabo de unos días
se juntaron de nuevo. Juan dice que si a él le pasa esto, no se junta jamás en la
vida y se escandaliza de este tipo de hombre.
Esperanza, la esposa de Choncho, me explica que su hijo Paco, que tra-
bajaba en una pequeña empresa de fabricación de materiales de construcción,
dejó de ir hace tres semanas y va a la recolección de la fruta. Cuando hubo el

71
   Quintal: unidad de peso que equivale a 46 kilos aproximadamente.

184
momento fuerte de la recolección de la fruta, el amo de la empresa le subió el
sueldo y al cabo de tres semanas se lo volvió a bajar. Mucha gente se ha volcado
en la recolección. Hace falta gente y traen tres autocares de hombres y mujeres
de la sierra. No sólo se necesita gente para la recolección, sino también para
el funcionamiento de las cuatro fábricas de conservas del pueblo. Esperanza
afirma que ahora nadie se va (emigra). Su hija Pilar trabaja casi todo el año en
la fábrica de conservas: desde la temporada del albaricoque del año pasado ha
trabajado sin interrupción en la cocina de la fábrica y en el almacén.
Recolección de la fruta: albaricoque, que es lo que más abunda, meloco-
tón, pera y ciruela. Han pagado a quinientas pesetas el día, pero han dado mu-
cha recolección a destajo. Hay hombres que han sacado mil pesetas diarias. Se
pagaban las cajas llenas a cuarenta y hasta sesenta pesetas, según el momento.
Si no hubiera sido por dos nubes grandes que descargaron mucha agua y que
hicieron caer muchos albaricoques, la temporada hubiera durado más. Según
Esperanza, mucha de la gente que iba a jornal en otras tareas se ha ido a la
recolección de la fruta. Es la época de trabajo de mujeres y jóvenes. Choncho
y Pedro Aznar han seguido trabajando en sus faenas habituales.
La habitación de entrada de la casa de Choncho y Esperanza, que sirve
también de comedor en ocasiones, ha sido enyesada hace poco y tiene las
puertas recién pintadas. Esperanza espera a sus cuñados de Barcelona que aún
no han vuelto al pueblo desde la Pascua (Navidad).

3 de agosto de 1974 Domingo.

Pedro Aznar lleva a su mujer e hijos a la tierra. José de «los Naranjos» y su


mujer van a sembrar patatas. Usa la expresión «poner patatas».
He coincidido con Paco, perito agrícola, en el bautizo del tercer hijo de
Antonio Ochando. Paco, estuvo en el IRYDA de Cuenca y participó en varios
proyectos de concentración parcelaria.
Pedro Aznar me explica que un padre, cuyos hijos pasaban hambre en la
posguerra, fue a pedir prestada una fanega de trigo a un señor de Moratalla. Éste
se la dio a cambio de su trabajo durante la siega. Se pagaba el día de siega a tres
duros y alimentado. El hombre tuvo que trabajar treinta días en la siega y un
día en la trilla, para pagar el precio de la fanega de trigo. Pedro dice que se pasó
hambre y el tío José «el Dieguilla», que está presente, dice que hasta pasado el

185
año cincuenta un pan costaba hasta seis duros y se ganaba un duro o dos al día72.
Pedro dice que un señor de la calle Mayor, llamado Urrea, se guardó un pan
negro al final de la guerra y luego tomó un pan blanco que se hizo los primeros
días después de la entrada de los nacionales y proclamaba en la calle: «Éste es el
pan que da Negrín, serrín; éste es el pan blanco que da Franco». El tío Dieguilla:
«Luego lo que dio Franco fue hambre, prisiones y fusilamientos».
Habiéndose marchado el tío Dieguilla, Pedro dice que él tiene buenas
ideas, pero no se las ha enseñado a sus hijos. A los zagales que tiene no les ha
explicado su vida, sus padecimientos, de dónde venían y ha dejado que otros,
por ejemplo los curas, los condicionen.
José «de los Naranjos» está trabajando con el azadón. Esta es la expresión
que usa él. Con otro hombre cavan aquellos trozos de tierra próximos a los
árboles que el tractor no ha podido arar. Este año no van a ir a la vendimia,
porque su hija, que ha cursado quinto de bachillerato, le ha pedido que no va-
yan, porque la obliga a empezar el curso un mes más tarde. A José le preocupa
que su hija no se relacione y no tenga ganas de salir. Al decirle que su hija es
joven, me ha respondido que tiene ya diecinueve años. Su hijo terminará el
próximo curso la escuela.
Cuando José era pequeño, eran doce en su casa: sus padres y diez hijos.
Después de la guerra, porque en su casa pasaban hambre, su padre le puso a
servir en casa de un tío suyo. Estuvo tres meses a prueba sólo por la comida,
sin cobrar nada y posteriormente le daba un duro al mes. Luego el tío compró
fincas, dice irónico. Cuando José se casó, un tío de su mujer le cedió unas
tierras en las que parecía que antes nadie había podido vivir. José las plantó de
arboleda y al cabo de tres años el tío de su mujer se las quitó.
Choncho ha ido a pescar al río Segura acompañando a un hombre que
está de vacaciones y que trabaja en Elche. Paco, el hijo de Choncho, ha ido a
pescar por su cuenta.

72
   Manuel Moya recuerda que «un kilo de pan costaba en el mercado del “Estraperlo”
15 pesetas y el jornal de un obrero del campo eran 10 pesetas. Eso lo dice todo, y ahí
no puede caber más hambre ni más miseria. Esta situación no duró una semana sino
durante más de una década. Se necesitaba poca imaginación y mucha tacañería, para
no darse cuenta que con una fanega de trigo vendida al “Estraperlo” se podían pagar
más de cuarenta jornales» (19). Calasparra en la vega del río Segura 1920-1990. Calas-
parra: edición de autor. 1992.

186
4 de agosto de 1974.

Esperanza, la mujer de Choncho: «Como hace tanto calor he ido esta


mañana al mercado y cuando he vuelto, me he metido dentro y no he salido.
Si no sales, no oyes».
Fulgencio, que ha sido espartero durante toda su vida, lleva tres fanegas
de olivar, cercanas al pueblo, que ya llevaba su abuelo. Le dan aceite. Siembra
entre las oliveras panizo, tomates y otras verduras para el consumo. El domin-
go estuvo regando.
Francisco Pérez Mayo: «Aquí se dice que el alcalde Higinio dijo a los in-
termediarios y representantes de las fábricas de conservas que viniesen, que en
el pueblo no había problemas de orden público». Según la prensa, sí los ha
habido en pueblos cercanos, que han protestado por los precios que los con-
serveros ofrecen por la fruta. Higinio no tiene problema con la fruta que pro-
duce, ya que es exportador y una parte la exporta en fresco y la parte que no
puede exportar, la elabora el mismo en su pequeña fábrica. No tiene espíritu
de empresario y no crea riqueza. Pérez Tenedor, otro de los que atesoró cuando
el esparto valía, tiene su dinero invertido en Madrid, en forma de acciones,
casas, etc. Es un rentista. Tiene una finca en la Hondonera, pero no más.
El precio, que los conserveros han fijado este año para el albaricoque es un
precio mínimo, que permite al agricultor empatar en cuanto a gastos o ganar
algo, para que no dejen la fruta en el árbol.
La junta general de la Cooperativa designó una comisión de cuatro miem-
bros entre los que estaba Francisco para negociar el precio de venta de la fru-
ta entregada por los socios. Consultaron al Servicio de Extensión Agraria de
Cieza y a Mercosa y les dijeron que lo mejor era vender la fruta cuanto antes
fijando un precio, que no les convenía trabajarla y mejor arrendar las instala-
ciones de la fábrica conservera de la Cooperativa. Se reúne la comisión para la
elaboración del contrato con un empresario de Bullas interesado en arrendar
las instalaciones de la fábrica. La reunión empezó una hora más tarde de lo
previsto y Francisco no pudo quedarse por estar de guardia en su farmacia.
Fijan que el precio de la fruta será el que corra, más cincuenta céntimos de
peseta por kilo de fruta. Según Francisco, los miembros de la comisión temie-
ron vender la fruta a un precio más bajo si fijaban precio y pasar por ineptos,
además estaban ofuscados por el elevado precio de la fruta del año pasado.
Al enterarse, Francisco presentó una carta de dimisión como miembro de la

187
comisión y presionó para deshacer el contrato, pero ya estaba firmado. Fran-
cisco opina que dado que el empresario necesitaba la fábrica de la Cooperativa
se podía haber fijado un precio bastante más alto para la fruta y evitar así la
catástrofe de precios.
Este año ha habido una gran cantidad de fruta y el precio ha sido bajo,
mientras que el año anterior hubo pocos kilos y el precio fue alto. En 1973,
hubo helada y este año, no. La primavera pasada fue lluviosa, aunque al alba-
ricoque le conviene poco el agua de arriba y en cambio le sienta muy bien el
agua de abajo. Alguna fruta quedó tocada por el pedrisco, pero a pesar de todo
la cosecha ha sido abundante.
En 1973, el precio del albaricoque fue de doce y trece pesetas el kilo,
mientras que en 1974 el albaricoque se ha pagado entre cuatro y seis pesetas
el kilo. El albaricoque más seleccionado se ha llegado a pagar a ocho pesetas
el kilo, pero se trata de poca cantidad. El precio de la ciruela ha bajado de
quince pesetas con cincuenta céntimos en 1973 a diez pesetas con cincuenta
céntimos en 1974.
Con respecto al precio del albaricoque también ha influido la realidad in-
ternacional: el depósito previo a la importación establecido en Italia hizo que
los importadores italianos no viniesen a comprar fruta fresca. Ellos la compran
aquí y la introducen en el Mercado Común como si fuese producida en Italia
y ganan mucho dinero. Aquí siempre dejan la parte del ratón, pero es algo.
En Cehegín y Ceutí hubo resistencia del pueblo a que el precio de la fruta
fuese tan bajo. A un representante o intermediario le dieron una paliza y le
tiraron el coche, con piquetes impedían que entrara en las fábricas fruta que
no fuese del pueblo y a las mujeres, que fuesen a trabajar a las fábricas.
Según Francisco, los curas nuevos están al lado de los caciques. En la Se-
mana Santa última aumentaron las procesiones y salieron otra vez juntos con
las autoridades.

5 de agosto de 1974.

Pedro «Partal» tiene unos veintinueve años y trabaja desde los nueve años
en el monte. A esa edad, hacia 1955, se iba al monte para toda la semana73.

73
   «En los parajes cercanos al pueblo, los jornaleros se venían por las noches, ya tra-
bajaran a jornal o destajo y, en los más distantes, se marchaban para toda la semana

188
Iban con los burros y se llevaban la comida. Eso era cuando el tiempo ya
mejoraba, a partir de primavera. Marchaban el lunes por la mañana, llegaban
y empezaban a trabajar por la tarde y terminaban el sábado al mediodía y lle-
gaban al pueblo por la tarde.
A los diecisiete años un espartero está en plenas facultades para arrancar
esparto como otros ya adultos: «Quien no aprovecha a los quince, no aprove-
cha ni a los veinticinco ni a los treinta. Para lo que no aprovecha un muchacho
de diecisiete años es para echar una peonada, porque el trabajo en el campo es
más complicado y suelen contratar a gente con más edad».
Durante su primer año de matrimonio, su padre le pagó la mitad del
alquiler de la casa, pero no le dieron nada al casarse. En el convite de la boda
recogió siete mil pesetas.

Compró su casa hace cinco años y le costó cincuenta mil pesetas. Tuvo
que pagar mil pesetas al corredor. A ello hay que añadir los gastos de escritura
de la casa.
Lleva tres fanegas y cuatro celemines de tierra arrocera en aparcería desde
hace tres años. Se las cedió su suegro, que tiene sólo dos hijas. Una parte de
la tierra la llevaba directamente su suegro y otra parte, un hombre anciano.
La tierra es de la misma dueña. Ésta ofreció al suegro de Pedro la tierra que
llevaba el anciano anteriormente, pero el suegro le dijo que la cediera a su
yerno. En verano la lleva por las tardes, ya que sólo trabajan por la mañana en
el monte, y los festivos. En algunas épocas tiene que dedicar a la tierra algún
día completo. Pero en otro momento afirma que no ha dejado de ir al monte
por ir a la tierra que lleva. Pedro aprendió el oficio de la tierra con su padre,
que también llevó tierra. Siembra arroz, panizo y trigo. En relación al maíz, el
propietario paga el abono y la mitad del porte. Pedro compra la semilla, pero
si declara en la Hermandad el número de fanegas que va a sembrar, le hacen

para aprovechar las tres o cuatro horas de ida y vuelta y, a la vez, ahorrarse la caminata,
porque en aquellos tiempos, los jornaleros no disponían de coche, ni de moto, ni aun
de bicicleta, solamente de alguna bestia quien la tenía, que eran los menos». Cargaban
la bestia con «los azadones, la sartén, una olla de porcelana, un botijo, harina de maíz,
arroz, aceite, alubiones, patatas, sal y demás ingredientes y el pan tan escaso, que era
puro testimonio de que aun existía. Sobre todo esto, echan las mantas y dos retaleros
para improvisar las camas» (20). Manuel Moya. Calasparra en la vega del río Segura.
1920-1990. Calasparra: edición de autor. 1992.

189
un descuento del cincuenta por ciento en el precio. El propietario obtiene
también un descuento en el precio del abono. En el cultivo del arroz, unos
propietarios pagan todo el abono y otros, sólo la mitad, pero todos pagan la
mitad de la simiente y del porte después de trillado.
Pedro va al monte con Tarzán, que lleva consigo alrededor de una docena
de esparteros. El cuarenta por ciento de ellos lleva tierra. Pedro fue unos días a
la recolección del albaricoque. Los trabajos fuera del monte representan apro-
ximadamente un diez por ciento del trabajo de todo el año y son la repostura
del arroz (replantación de las plantas de arroz) en Tortosa o Valencia y en el
pueblo, siega del arroz en el pueblo y recolección de la fruta.
En enero pasado pedí a Pedro que me hiciera una relación de los días que
trabajara y de los que no, con la promesa de un incentivo económico. Hoy
me ha entregado la siguiente relación escrita por él, que luego me comentó.
La transcribo respetando su escritura, pero he agrupado los días con el mismo
horario de trabajo.

Enero de 1974.
Día 1: fiesta. 2: agua. 3: de 7,30 a 5,30 trabagándo en el monte. 4: de
7,30 a 5,30 en el monte. 5: de 7,30 a 2 en el monte. 6: domingo. 7: de 7,30
a 6 en el monte. 8: nos vinimos un grupo para que lo subieran el esparto. 9:
todos estubimos paraos. 10: todos estubimos paraos. 11: trabagemos de 7 a
6. 12: trabagemos de 7 a 2. 13: domingo. Del 13 al 18: trabagemos de 7 a
6. 19: trabagemos de 7 a 1. 20: domingo. Del 21 al 25: trabagemos de 7 a 6.
26: trabagemos de 7 a 1,30. 27: domingo. Del 28 al 31: trabagemos de 7 a 6.

Febrero
Día 1: trabagemos de 7 a 6. 2: Yobió. 3: domingo. 4 y 5: trabagemos de
7 a 6. 6 y 7: Ahyre (Aire). 8: trabagemos de 7 a 6. 9: trabagemos de 7 a 2. 10:
domingo. 11 y 12: trabagemos de 7 a 6. 13: Ahyre. 14, 15 y 16: trabagemos
de 7 a 6. 17: domingo. 18 y 19: trabagemos de 7 a 6. 20 y 21: Agua. 22:
trabagemos de 7 a 5. 23: trabagemos de 7 a 2. 24: domingo. Del 25 al 28:
trabagemos de 7 a 6.

Marzo
Días 1 y 2: trabagemos de 7 a 6. 3: domingo. Del 4 al 8: trabagemos de 7
a 6. 9: trabagemos de 7 a 2. 10: domingo. Del 11 al 15: trabagemos de 7 a 6.

190
16: trabagemos de 7 a 2. 17: domingo.18: trabagemos de 7 a 6. 19: fiesta. 20:
trabagemos de 7 a 12; agua. 21, 22 y 23: agua. 24: domingo. 25: trabagemos.
26: agua. 27: trabagemos de 7 a 6. (falta día 28). 29 y 30: agua. 31: domingo.

Abryl
Del día 1 al 5: trabagemos de 7 a 6. 6: trabagemos de 7 a 2. 7: domingo.
8: trabajemos de 7 a 6. 9 y 10: agua. Del 11 al 14, fiesta, Semana santa. Del
15 al 19: trabagemos de 7 a 6. 20: agua. 21: domingo, agua. 22: agua. Del 23
al 26: trabagemos de 7 a 6. 27: trabagemos de 7 a 2. 28: domingo. 29 y 30:
trabagemos de 7 a 7.

Mayo
Día 1: fiesta. 2 y 3: agua. 4: trabagemos de 7 a 7. 5: domingo. Del 6 al 10:
trabagemos de 7 a 7. 11: trabagemos de 6 a 2. 12: domingo. 13: trabagemos
de 6 a 7. Del 14 al 18: trabagemos de 6 a 2. 19: domingo. Del 20 al 22: tra-
bagemos de 6 a 2. 23: fiesta. 24 y 25: trabagemos de 6 a 2. 26: domingo. Del
27 al 31: trabagemos de 6 a 2.

Junio
Del día 1 al 9: trabagemos de 6 a 2, excepto el dia 8 en que trabajaron de
5 a 2 y no consta el día 6. Los días 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20,
21, 22 y 23 estubimos cogiendo fruta a destajo, 12 y 14 horas diarias. Del 24
al 28: trabagemos de 6 a 2. 29 y 30: fiesta.

Julio
Del día 1 al 6: trabagemos de 6 a 2. 7: domingo. Del 8 al 10 trabagemos
de 6 a 2. 11: trabagemos de 6 a 11. 12 y 13: trabagemos de 6 a 2. 14: domin-
go. 15 y 16: agua. 17: trabagemos de 6 a 2. 18: fiesta. 19 y 20: trabagemos de
6 a 2. 21: domingo. 22: trabagemos de 6 a 2.

Notas a esta relación:


Cuando llueve o hay vendavales fríos, representados por la palabra aire,
los esparteros no pueden trabajar y no cobran nada. Cobran por enfermedad.
En caso de accidente laboral, cobrarían de una póliza de seguro que paga un
contratista o pagan entre varios.
En los primeros días de enero está descontado el tiempo de ida y vuelta del

191
monte, luego los días que trabajan mañana y tarde, el horario incluye la hora
de la comida y el desplazamiento.
El día ocho de enero, un grupo de esparteros entre los que se incluye él,
que trabajan en la finca de El Chopillo, dejan el trabajo y se vienen al pueblo
para presionar para que suban el precio del esparto. En esta finca arrancan el
esparto según los pedidos que reciben. El paro de los esparteros afectó a to-
das las romanas y a todos los encargados de las romanas, que es como Pedro
denomina a «Tarzán», «Chozas», Pascual y otros. Por Navidad les pagaban el
esparto a dos cincuenta pesetas el kilo. Ellos –hay un centenar de esparteros–,
no quieren arrancarlo por menos de tres pesetas el kilo. Pasados los días 8, 9
y 10 de enero, Pedro se puso a segar tallos de romero. Sólo fueron a arrancar
esparto a dos cincuenta pesetas el kilo los que lleva el Chozas, unos diez o
doce, que él califica de esquiroles y como los más miserables, algunos que aún
hoy llevan piojos.
Un empresario de Cehegín, al que llaman Juan xxiii, había comprado la
subasta de unos montes de esparto y, necesitado de gente, contrató a los espar-
teros de Calasparra a tres pesetas el kilo. Pedro dejó la siega de tallos. Cerca del
noventa por ciento de los esparteros se fueron como pudieron a coger esparto
a Cehegín: uno en una moto, dos en una moto, otros a pie, etc., ya que un au-
tocar no podía llevarles por aquellos carriles. Esta situación duró un mes como
mínimo. Luego se reunieron los esparteros con los encargados de las romanas
en la Hermandad de Labradores. Los encargados de las romanas dependen
económicamente de los empresarios que les compran el esparto, ya que ellos
por si mismos no tienen capital suficiente. Tarzán tiene una furgoneta grande
y Pascual sólo una furgoneta dos caballos. Antes estos dos estaban unidos y
junto con otros tenían tres camiones. Los empresarios de Cieza y otros lu-
gares fijan en gran medida el precio por kilo y la ganancia que les quedará a
los encargados de las romanas. Los esparteros acordaron no coger esparto a
menos de tres pesetas el kilo y nombraron un presidente. En Cieza se reunió
una junta de empresarios y acordó no pagarlo a tres pesetas el kilo. Mientras
tanto algunos ya pagaban el esparto a dos pesetas con setenta y cinco céntimos
el kilo. El presidente de los esparteros dijo que el que quisiera coger esparto a
este precio, que lo cogiese, pero fueron muy pocos. Pascual fue quien subió el
precio del esparto a tres pesetas el kilo. Faltaban quince o veinte días para que
le venciera el plazo de arrendamiento de un monte del pueblo y renunció a la
ganancia de veinticinco céntimos con tal de ganar algo él y que el esparto no

192
se quedara en el monte. Lo puso a tres pesetas el kilo y todos fueron con él.
En mayo, un treinta por ciento de los esparteros se fueron a la repostura
del arroz en Valencia durante unos doce días. Pedro no va desde que le ope-
raron del estómago. En junio hay la recogida de la fruta a destajo, cuya pro-
ducción este año fue extraordinaria y en este momento casi nadie va al monte,
excepto algún zagalillo o anciano. En julio, repostura del arroz en el pueblo.
Algunos esparteros trabajan a jornal en la repostura del arroz, Pedro, no.
La siega de tallos de romero tiene un calendario que va desde enero hasta
comienzos de diciembre aproximadamente. Hace tres años que vino un hom-
bre de fuera y puso una caldera para la destilación del romero. Ahora pone
dos. En la pedanía de Valentín, hay desde hace dos años dos calderas que
toman el romero todo el año. Se paga el romero a veinticinco pesetas la arroba
y el comprador paga la mitad del precio del transporte. El precio del romero
es variable según el peso y la cantidad de esencia. El transporte de cien arrobas
de romero suele costar quinientas pesetas. El dueño de la caldera compra la
subasta de unas tendidas de romero y cuando se termina, el que siega romero
tiene que meterse en otros sitios, que no están subastados, y puede que le
denuncien por robo.
Los esparteros pagan quinientas pesetas al mes a la Hermandad por los
conceptos de los puntos que cobran los casados y la vejez.

7 de agosto de 1974.

Comentarios oídos en la Cooperativa, en la que estoy tomando nota de


una documentación puesta a mi disposición en una pequeña oficina apenas
separada del resto del espacio. Joaquín Salinas es el contable y asume funcio-
nes de gerente de la Cooperativa. Hay un muchacho que es el escribiente.
Joaquín me explica que «los socios se aburren de estar cultivando sin sacar-
le rendimiento». Un socio se exclama a Joaquín: «Fue un desastre este año con
los compradores. Mi fruta no era de cuatro pesetas el kilo. Venía aquí y no me
daban cajas. Se me perdió unos diez mil kilos en el campo».
La Cooperativa ha puesto una demanda contra la empresa que compró el
albaricoque de los socios. Los motivos: dejó de suministrar a los asociados cajas
para el envasado y el transporte de la fruta durante tres días y en este lapso se
perdió mucha fruta, además no pagaban la fruta según los precios del mercado.

193
Comentario de un socio a Joaquín sobre la demanda que ha impulsado la
Junta Rectora: «Lo que haya que hacer, hacerlo de una vez». Luego añadió: «Si
no se entregan aquí todos los productos y no trabajamos, no hacemos nada».
Se refería a que la Cooperativa tomase el tomate de los socios y lo elaborase
en su fábrica, que arrendó para la fruta. Concluyó: «Primero ventilar que las
cosas vayan por su propio camino y, si no van, ¿por qué quieres estar? Sería
una lástima, porque estos son baches que se pasan. Salimos (adelante) o nos
hundimos. El que no quiera estar por las buenas, que esté por las malas, y si
no que se marche». Añadió que Antón Marín, del Consejo de Vigilancia de la
Cooperativa, no dice nada positivo de ella, que lo ve todo negro.
Según el escribiente, los empresarios que han arrendado la planta conser-
vera de la Cooperativa son de la Copa de Bullas. Construyen en el pueblo una
fábrica de dos naves, que cuando tengan terminada empleará a unas quinien-
tas mujeres prácticamente todo el año.
Según Francisco Pérez Mayo, la Junta Rectora acordó iniciar la demanda
judicial por incumplimiento de contrato. Joaquín Salinas y Francisco fueron
con un notario que levantó acta del hecho de que la empresa dejó de comprar
fruta a los socios durante varios días al no suministrarles cajas para el envasado
y el transporte a la planta conservera. Se perdió mucha fruta por estar madura.
En el contrato figura que la empresa comprará toda la fruta de los socios. La
compra del albaricoque duró alrededor de doce días. Otro aspecto de la de-
manda: no se les pagó el precio que corría en las romanas del pueblo. Como
no se fijó el precio del albaricoque en el contrato, resultó que en su momento
en las romanas del pueblo se compraba el albaricoque a cuatro, cinco y seis
pesetas el kilo y sólo en una se compraba a nueve pesetas el kilo y era en una
en la que se había fijado el precio en el contrato. La empresa primero pagó el
albaricoque de los socios de la Cooperativa a nueve pesetas el kilo – los dos o
tres primeros días–, luego a ocho y luego lo normal fue a cinco pesetas el kilo.
La Junta Rectora ha pedido a los socios que estimen la cantidad de kilos de
fruta perdida, pero, según Francisco, aún no lo han hecho.
La Junta Rectora convocó a una docena de socios, que entre todos tienen
entre doscientos y trescientos mil kilos de tomates, para adoptar una resolu-
ción, ya que se teme que el precio sea bajo, y evitar errores anteriores. Acor-
daron que si alguien lo compra a cuatro con cincuenta pesetas el kilo, se lo
venden y si no, lo elaboran en la planta conservera de la cooperativa. La direc-
triz es poco operativa, reconoce Francisco, ya que hoy empezaron a elaborar

194
el tomate las fábricas de Filiberto y de los Estrellos y la cooperativa no la ha
vendido todavía. Si la cooperativa tiene que elaborarlo, hace falta preparar la
hojalata para los botes, revisar las máquinas, etc.
Un rumor no confirmado: parte de la cosecha de tomate se va a perder,
porque los agricultores enterados de la próxima gran cosecha, dejaron de cui-
darlos.
El presidente de la cooperativa delega parte de las responsabilidades en
Joaquín, una de las cuales es la de crear los cauces comerciales para la venta del
arroz. La cooperativa compró trescientos mil kilos de arroz a los socios y qui-
nientos mil a otra gente del pueblo y ahora tiene un gran excedente de arroz.
Cuando un socio le ha pedido un canje o una devolución, Joaquín le ha
contestado que él era un mandado, para no acceder a la petición.

8 de agosto de 1974.

Francisco Pérez Mayo y Manuel «el Zoco», sobre acequias y acequieros.


La acequia de Rotas, la más importante del río Segura, tiene un acequiero
a tiempo completo y en verano, un ayudante. El acequiero es hijo del «Ca-
ravaqueño». Le pagan un salario. Con la moto controla rápidamente toda la
acequia. La acequia Mayor –la de más tahúllas de tierra del río Argos– tiene
un acequiero a tiempo completo y, según Francisco, se necesitaría otro. Los
hacendados con más tierras de esta acequia son Higinio Marín, el alcalde, y la
«Leona». La acequia de Gil Pérez tiene un acequiero a tiempo parcial, porque
es pequeña, pero el acequiero, según Manuel, va cada día en la moto y la vi-
gila. El Mayordomo de la acequia de Gil Pérez, padre de Vicenta, se encarga
de cobrar un tanto por tahúlla, de la conservación y limpieza de la acequia y
de las denuncias al Juzgado de Paz de los que riegan cuando no les toca. En
tres años no ha puesto ninguna denuncia. Ahora hay agua para todos, pero
con todo y esto, no se cumple con las disposiciones. A Manuel le toca cada
catorce días cortar la acequia y tomar el agua para regar durante dos horas y
pico. Como cultiva hortalizas, riega siempre que puede, no cortando la ace-
quia sino abriendo la muela y tomando un poco de agua, aunque esto no está
permitido.
Francisco afirma que los aparceros son el grupo más numeroso y representa-
tivo. Según Manuel, casi todos van al jornal y los festivos cuidan de sus tierras.

195
Su hermano va todos los días a Murcia donde trabaja en la construcción de la
residencia sanitaria de El Palmar. Lleva cuatro fanegas de tierra arrocera y dos
olivares. La mecanización ha influido en que a la gente le quede tiempo sobrante
y se dedique al jornal. Los jornales agrícolas se pusieron antes de la recolección
de la fruta a quinientas pesetas las ocho horas de trabajo y siguen así después y
tienden a subir, confirman ambos. Hay mucho trabajo y poca mano de obra.
Francisco afirma que antes había igual trabajo, pero, más mano de obra.
Ahora aparecen nuevos contratos y diferentes para las nuevas tierras y para
el que las lleva en aparcería ya de antes: contratos de arrendamiento, contratos
cortos, de un año, incluso. Manuel explica que uno sembró cebada y a la hora
de segarla, como no podía entrar la máquina, le dio a otro la mitad de la cose-
cha a cambio de la siega. Luego el primero le propuso al otro sembrar panizo
y éste le pidió que pagase la semilla, el abono y labrar la tierra. Manuel lleva
unas tierras de un tío suyo y para el panizo su tío pagó el abono y la mitad de
los portes, según las condiciones aprobadas por la Asociación de Aparceros. El
abono le ha costado a su tío algo más de dos mil pesetas.
Francisco afirma que el problema de la cooperativa fue en su comienzo
la falta de financiación y en la actualidad, es la falta de comercialización. La
Junta Rectora lleva varios años siendo la misma y espera que este año próximo
se reúna la asamblea, haya elecciones y que se demuestre el interés de los socios
por seguir adelante. No saben, dice, elegir el más capaz.
Sobre el juicio y el acto de conciliación en el Juzgado de Paz entre la Coo-
perativa y la empresa Conservas Calasparra SA. La empresa estuvo cuatro días
sin entregar cajas a los socios, porque tenía la fábrica llena de fruta. El cuarto
día se levantó acta notarial de este hecho y este mismo día una nube descargó
fuerte y perjudicó la fruta. En los días anteriores, la empresa entregaba una
cantidad reducida de cajas a los socios, por ejemplo, si uno pedía cien cajas,
le daban la mitad y ello no permitía cubrir un día entero de trabajo. Si uno
no contrataba a los jornaleros por todo el día, no iba nadie y sin cajas sufi-
cientes, tenía que mandarlos a casa antes de tiempo, tal como le sucedió a un
tío de Francisco. Una caja contiene veinticinco kilos de fruta. Algo parecido
pasó con el transporte de la fruta. Un camión no va a ir sólo con cuarenta o
cincuenta cajas a seis kilómetros de distancia. Francisco considera que a causa
de todos estos factores se perdió la mitad de la cosecha del albaricoque. En el
acto de conciliación la empresa hizo constar que compró trescientos cuatro
mil kilos aproximadamente de albaricoque.

196
Fue en verano de 1973 cuando el río Argos empezó a llevar agua en verano
y ello ha modificado la valoración de las tierras, ya que antes las tierras del pue-
blo para arriba valían más, porque disponían de más agua en verano. Ahora las
del pueblo para abajo, donde Francisco tiene un huerto, se han revalorizado
mucho, porque su clima es más templado y no hiela, como sucede en la otra
parte. Esta primavera se ha constituido la Comunidad de regantes del Argos,
que integra a los heredamientos y a la Comunidad de regantes de la acequia
Mayor, sin perder ésta su personalidad jurídica.
La casa es indicador importante de cambio. Manuel «el Zoco» explica que
una vecina, creo de esas que viven fuera, se acercó a su casa y le dijo: «¿Aún
no has puesto tu casa decente? Yo ya he puesto decente la mía». Manuel dice
que respondió: «Mi casa es indecente, pero los que estamos dentro somos
todos decentes; tu casa es decente, pero todos los que estáis dentro sois inde-
centes». Manuel vive con su madre. Manuel me dice que el próximo año va
a «tener su casa en condiciones» y que entonces me vaya a su casa. Considera
que actualmente su casa no tiene las condiciones que necesitan «las personas
civilizadas». En su casa hacen de cuerpo en el corral y se lavan a chorro. Para
Manuel, Choncho y José de «los Naranjos» la casa, más que el coche, es el
término de comparación para designar riqueza –«la casa parece un palacio»–,
derechos y dignidad. Antón «el Cherre», vecino de Choncho, está obrando la
casa. El tío Dieguilla, Pedro Partal, José de «los Naranjos», Choncho, etc., han
obrado ya la suya.

9 de agosto de 1974, viernes.

Mañana. Algunos comentarios de socios de la Cooperativa. Un socio


pregunta al muchacho escribiente: «¿Sabes algo del tomate? ¿Qué decisión se
tomó?» El escribiente responde que no. Socio: «¡Qué desastre!» Luego entra
Joaquín. El mismo socio le pregunta: «¿Ya está vendido el tomate?» Joaquín:
«No, no han venido los de Caravaca», posibles compradores, y a continuación
le dice que hoy o mañana hará una gestión para que se decida y quede resuelta
la venta del tomate. Joaquín añade: «La Junta Rectora me puso un precio mí-
nimo de cuatro cincuenta pesetas el kilo, que creo que no se puede conseguir.
Se paga actualmente de cuatro quince a cuatro veinticinco pesetas el kilo».
Socio: «Pero si no puede ser, ¿qué vamos a hacer, vamos a tirarlos? Juan de

197
Filiberto paga el tomate a sus medieros a cuatro veinticinco el kilo y los portes
a cargo de la fábrica». Viene más tarde otro socio que cuenta que en Salmerón
por diez horas de recoger tomates se pagan seiscientas pesetas. Considera que
el precio del tomate es aproximadamente el mismo del año pasado, pero en las
condiciones actuales el precio es más barato. Está de acuerdo en venderlo al
precio actual del mercado. Luego ha venido Miguel de «la Molinera», que ha
dicho que tiene unos doce mil kilos de tomate para vender y está de acuerdo
en que se venda enseguida. Miguel dice que escasea el amoníaco (abono) o
que no hay, «pero no falta ni la cerveza, ni el tabaco ni las putas». Joaquín ha
tomado nota de ello y les ha dicho: «Yo no le doy más vueltas y lo resuelvo
entre hoy y mañana, porque no puede ser. La campaña de compra y de ela-
boración ya está iniciada y el próximo lunes puede bajar el precio, si es cierto
que la cosecha es buena».
Un socio de sesenta y nueve años acude a la Cooperativa acompañado de
otro socio y le cuenta a Joaquín que ha recibido una carta que no entiende. En
ella se le comunica que tiene que ingresar los intereses del préstamo (para el
saneamiento de la cooperativa) en la cuenta de la Cooperativa en la Caja Ru-
ral. El préstamo de este socio es de 5.010 pesetas y los intereses anuales ascien-
den a 425 pesetas. Joaquín le dice: «Es lo que importa su declaración como
socio de la cooperativa». Socio: «Como firmemos por todos y por el bien de
todos...» Joaquín: «Pero, ¿usted no sabía que tenía que pagar interés? Socio:
«no, hijo, no. ¡Qué barbaridad! (Y ha repetido la cifra del interés que debe pa-
gar) Yo llevo un año malo, malísimo. He estado varias veces en el hospital. Si
hubiera estado bueno, no me hubiera dejado yo la tierra. No tengo seguro ni
cobro, ya que no me di de alta a tiempo en la Hermandad. Me dan mil pesetas
al mes». Joaquín le responde que escriba una carta al presidente de la Coopera-
tiva pidiendo la baja por enfermedad. Socio: «¿Quién me la podría hacer me-
jor que tú?» Joaquín: «Cualquier favor fuera de la Cooperativa se lo hago yo,
pero escribir una carta de baja, no lo hago yo a nadie. Luego dicen «el tal me
lo hizo todo, yo sólo tuve que firmar», como eludiendo la responsabilidad.«El
socio le pide finalmente a Joaquín: ¿Por qué no me ultimáis ya la cuentecica
del arroz? Joaquín: «Hasta que no termine la campaña, no se le puede pagar,
ya que tenemos o arroz o dinero; como tenemos arroz, no tenemos dinero». El
socio anciano se marcha diciendo: «Yo no gano, no valgo, ni nada».
Por la tarde, Matías, mancebo de la farmacia de Francisco Pérez Mayo, me
acompaña a casa de Cristóbal, que es el secretario de la Asociación de Apar-

198
ceros y guarda los libros de la misma, entre los que está el de altas y bajas de
socios. Matías quiere ver también a Cristóbal, que es el encargado de personal
de la fábrica Conservas Calasparra, para pedirle que dé más trabajo a su novia.
Ella trabaja en la fábrica, pero se ve que no trabaja muchas horas, ya que no
ha empezado la elaboración del tomate o se halla en sus inicios. La novia dice
a Matías que en la huerta se ganan cuatrocientas pesetas o más al día y que
quiere irse a la huerta. Matías quiere evitarlo. Andamos por la carretera en
dirección al Convento y Matías exclama. «¡Cuántas casas derribadas! En todas
partes hay. ¿De dónde sale el dinero?» Están reconstruyendo el interior de
una casa cercana al Casino, más allá levantan una, pasado el bar El Rincón de
Mariano. Al lado mismo de Casa Bravo, donde me hospedo, construyen otra.
Matías me explica que quiere casarse y que hace poco compró una casa en el
pueblo. Él mismo repica una pared de la casa que tiene humedad. Tenía que
darle al corredor tres mil pesetas, el dos por ciento del precio de compra, pero
le dijo al propietario que la retirase del corredor, si no, no le compraba la casa.
Y así se ahorró este dinero. Cristóbal no estaba en casa.

10 de agosto de 1974, sábado.

Mañana. Llega un socio a la cooperativa y le dice a Joaquín que quiere


cobrar el albaricoque. Desconoce la existencia de una demanda judicial inter-
puesta por la Cooperativa contra la empresa Conservas Calasparra. Joaquín
le explica que no podrá cobrar hasta que se resuelva ésta. Otro socio habla
con Joaquín sobre la venta del tomate. Joaquín le explica que él lo vendería a
cuatro veinticinco pesetas el kilo con contrato para asegurar en todo momento
el precio y les haría pagar por adelantado el treinta por ciento del importe. Se
trata de evitar que pase lo del albaricoque, pero los conserveros quieren com-
prar sin contrato. Entra otro socio y Joaquín le pregunta cuánto tomate tiene.
Le contesta que poco, dos cajicas. Joaquín: ¿Cuánto tiene cada caja (trozo)?»
Le dijo una cantidad que no pude oír, pero añadió que los tomates estaban ya
muy maduros.
Pedro «Partal» me explica que en 1958 –él tendría unos catorce años–, e
incluso más adelante, había en el pueblo trescientos cincuenta esparteros. En
esta época era alcalde don Jesús Corbalán. Éste se quedaba con la subasta de
los montes de esparto y siempre pagaba el esparto más barato que en otros

199
sitios. En esta época el precio del esparto era de cuarenta, cincuenta y sesenta
céntimos de peseta por kilo. Fueron años difíciles. Hubo varias huelgas y alga-
radas contra este empresario. Había en este momento una sola romana en el
pueblo, a diferencia de ahora en que hay varias. Había tantos esparteros que se
recogía todo el esparto en verano y en Navidad ya casi no quedaba esparto. El
esparto de verano vale más que el de invierno, porque no se mancha y es más
dorado. Las subastas solían cumplir el quince de enero y solían dar una pró-
rroga hasta fin de mes. Luego venían unos tres meses sin trabajo: ir al monte a
por una carga de leña, exponiéndose a la denuncia de los forestales, y llevarla
al señorito y poca cosa más. Pedro a los quince años fue por primera vez a la
repostura del arroz en el pueblo, luego al año siguiente fue a Tortosa y siguió
yendo hasta que fue a la mili (servicio militar). Al volver fue un par de años
más y luego, como le operaron del estómago, dejó de ir. Después de casarse,
fue a la repostura y volvió con unas catorce mil pesetas.
Me explica sobre los salarios actuales. Cuando uno no trabaja en el mon-
te, se saca unas cuatrocientas pesetas al día. Si vas al romero (la siega), unas
setecientas o más pesetas al día, si vas al esparto, unas seiscientas o setecientas
pesetas al día. A partir de septiembre, sobre todo, descontando enero y algún
tiempo malo, se ganan unas tres mil o tres mil doscientas o más pesetas sema-
nales, «siendo buen espartero, además trabajador y llegando a trabajar, porque
el tiempo lo permite, al menos cinco días a la semana».
Pedro me cuenta que no emigró porque cuando ya fue hombre, aquí ya se
ganaba. Actualmente aquí se gana más que en cualquier otro sitio del mundo,
si se puede trabajar todos los días o, al menos, cinco días a la semana. Afirma
que ahora ya no se conoce quien es hijo de obrero o de señorito por lo que al
vestido se refiere.
Juan de Paco me informa que han enterrado a la «Pelichasa» y que Manuel
el «Zoco» estuvo en el entierro y en el cementerio, ya que es muy amigo del
hijo mayor de esta mujer, llamado Pedro.

11 de agosto de 1974, domingo.

La hermana de Choncho y su marido se hallan de vacaciones en el pueblo.


Viven en Barcelona. El marido trabaja en el Metro. Les acompañan una hija
del matrimonio con su marido y una hija pequeña. En la Navidad pasada re-

200
gresé con ellos en su coche a Barcelona, compartiendo la gasolina. La hermana
de Choncho tiene una casa antigua con una piscina en la calle Cantarería.
Comida en su casa con su hermano Choncho, su esposa Esperanza y sus hijos.
Es de destacar la discusión que se produjo entre Choncho y su hijo Paco.
El motivo inicial y aparente es una caña de pescar. Paco va a pescar con una
caña de su padre y éste se queja de que no se la devuelve igual. Paco opone que
su padre no deja que compre una caña. Choncho le responde que si quiere le
hará una caña como la suya. Paco se desinteresa. La discusión fue larga y las
posiciones tirantes, dado que se chillaban y el hijo perdía el respeto al padre.
Paco quiere que su padre le compre una moto y su padre no quiere o no pue-
de. Choncho le propone que se saque el carné de conducir. Se comprarían una
furgoneta e irían ambos al monte a ganar dinero con el esparto y el romero y
para hacer verosímil su propuesta dice: «Aquí en el pueblo me dejan muchas
perras, porque me conocen, saben que soy una buena persona». Paco rechazó
la idea. Él quiere una moto y como no la tiene coge la moto de su padre y no
se la devuelve igual y también eso genera discusiones. Esperanza, después de
un clímax verbal, dice con voz lastimera: «Como sigan así –siempre están así,
dice, se la tendrá que apañar y bien que se la tendrá que apañar». Se refería a su
hijo y creo que la expresión no implicaba reproche. Otro tema de desacuerdo
y de discusión fue la trayectoria laboral reciente de Paco. Éste trabaja en una
pequeña fábrica de materiales de construcción y se tomó dos semanas de vaca-
ciones coincidiendo con la recolección de la fruta. Según Paco, ha estado tres
semanas sin trabajar en la fábrica, porque trabajó una en la recolección de la
fruta. Choncho le replicó con tono despectivo: tres días en la fruta. Esperanza
como para justificar en parte a su hijo dijo que Paco iba a volver al trabajo en
la fábrica ayer sábado, porque le han avisado varias veces, pero como vino su
tía de Barcelona, dijo que empezaría el lunes. Choncho remató la discusión
afirmando que su hijo ha estado tres semanas sin trabajar.
Después de comer, Choncho pidió al marido de su sobrina que nos llevara
en su coche hasta un cabezo situado más allá del puente sobre el río Argos.
Choncho quería ver si había bastante romero para echar un día tres personas y
llenar un motocarro, cómo estaba el carril y si el motocarro podía entrar en el
cabezo. Después de examinarlo, exclamó: «¡Mañana, me voy a sacar unas seis-
cientas o setecientas cáscaras (pesetas)! Ahora rinde más el romero, el esparto
está muy fino, sin agua, pesa poco y se arranca mal».
Hacía el atardecer en el Convento, conversación con Cristóbal «de Valen-

201
tín», nombre de su padre, miembro de la junta de la Asociación de Aparceros.
Cultiva tres fanegas de tierra, son de su mujer, cerca del Cenajo. Este año ha
tenido tres mil kilos de albaricoque que se los pagaron a ocho y nueve pesetas
el kilo, porque eran muy buenos. Tiene también melocotón. Cree que va a sa-
car en total unas cincuenta mil pesetas. Es encargado de la fábrica de Conser-
vas Calasparra SA y hay días que trabaja dieciséis horas. Cobra sesenta pesetas
la hora –«ello no lo saben ni mis amigos»–, y al término de la temporada del
albaricoque, la empresa le dio cuatro mil pesetas. Cristóbal hizo un curso de
capacitación conservera en la fábrica que los empresarios tienen en La Copa
de Bullas. Éstos son gente del campo que tenía una tienda. La fábrica de Ca-
lasparra ha costado once millones. Ésta empezó este año la elaboración de la
alcachofa y él ha enseñado a los trabajadores/as todo el proceso de elaboración.
Ahora se inicia la temporada de elaboración del tomate. Como todavía no hay
materia prima en abundancia, las trescientas mujeres de la fábrica trabajan
sólo cuatro horas diarias. Cristóbal ya había trabajado en esta fábrica, pero
hubo un tiempo en que se hacían pocas horas y él tenía compromisos de poda
y otras cosas y lo dejó. Ahora, en cambio, la fábrica va a trabajar todo el año,
por eso se va a dejar la tierra que lleva en aparcería. Su mujer, de cuarenta y
cuatro años, trabaja en la fábrica y echa muchas horas y también su hijo ma-
yor, que tiene dieciocho años.
Cristóbal obró su casa hace unos tres años. La tiró abajo y construyó una
planta, dejando preparada la parte superior para levantar posteriormente un
piso. Al finalizar la obra debía veintidós mil duros y al acostarse no dormía
pensando en este dinero. En un año lo pagó.
Estamos en el bar Torero con Pedro de «la Pelichasa», un hijo suyo y un
sobrino, hijo de Antonio del Ocaso, y Manuel «el Zoco», amigo de Pedro.
Pedro vive en Premià de Mar y vino al pueblo poco tiempo antes de morir
su madre. Manuel le dice a Pedro: «Ahora sí que vas a venir poco al pueblo».
Pedro dice que poco, aunque procurará venir. Pedro se entristece al hablarle de
su madre y Manuel le dice: «¿No hiciste todo lo posible, porque no le faltase
nada a tu madre?» Él asiente. Tanto Manuel como Pedro hablan de sus madres
con admiración: sus madres eran fuertes y corpulentas, se comían tal y «con
un pedo desfarataban74 una caja de salvado».

74
   Quizás, desbaratar.

202
Pedro tiene un solar en el pueblo, resultado de una casa que mandó de-
rribar porque se caía y que no vende. Pedro regresa enseguida a Barcelona. Su
hijo trabaja de aprendiz de estampador en una fábrica textil de Premià.
En mayo de este año, Pedro y Lucas, el marido de la Larga, vinieron a
saludar a Juan de Paco, el día que yo estuve en Premià, visitándole.

12 de agosto de 1974.

Mañana. En la Cooperativa, Joaquín y varios socios.


El socio de sesenta y nueve años que estuvo en la Cooperativa el día nueve
de agosto viene a darse de baja como socio: «¿De qué voy a vivir yo? Yo he
vivido toda la vida de la tierra. ¡Cómo voy a dejármela, si no estuviera malo!»
Joaquín le responde, «Pero usted tiene muchas hijas, ¡leche!». Socio anciano:
«Pero ellas tienen su casa y sus hijos».
Otro socio se exclama a Joaquín: «No se trabaja, ¡qué desastre! O se toma
o se deja. Esto es como una escuela, si no se enseña, no se aprende y hay que
obligarlos». Se refiere al papel de la Junta Rectora en relación a los socios.
Joaquín contesta: «Siempre lo mismo y cada vez peor y cada vez más cargas
y cargas; ¿Por qué no se trabaja? Porque nadie quiere responsabilidad. Temen
fracasar. «Yo soy contrario a que se alquile la fábrica» dice Rafael (presidente)
y lo dice después de tres años de no trabajar (de no hacer funcionar la planta
conservera). No hay movimiento. La Junta Rectora que salió, según dicen
unos, fue criticada por haber fracasado, pero hicieron, trabajaron el tomate, el
pimiento. Pero, éstos que hay ahora, cuando salgan, ¿Qué van a decir la gente?
Que fracasaron sin hacer nada». Socio: «Es cierto, mucha gente se asusta de ir
a comprar al exterior, de si costará caro. En la próxima junta que tengamos,
todos los productos aquí». Da a entender que se obligue a los socios a entregar
a la Cooperativa todos los productos. Joaquín: «A ver si se ocupan los de la
Junta Rectora; ¿Quién sube aquí a ver cómo van las cosas? Nadie, del primero
al último. Por negligencia e ineptitud va a pasar que se la quede la Caja Rural».
Socio: «Parecía que nos habíamos quedado los mejores, pero veo que somos
peores. Yo he sido socio desde la fundación y he tenido fe en ella siempre. Sería
una lástima que desapareciera, porque esto sujeta los precios. Muchas cosas se
han mantenido por esta cooperativa, es el último freno, si no nos veremos mal
los de la tierra». Joaquín no compartía esta última afirmación.

203
Otro socio, en referencia a la demanda judicial por incumplimiento de
contrato presentada por la Cooperativa, dice. «No nos vaya a pasar lo que le
sucedió a uno en este pueblo». Explicó la siguiente historia: «Uno hizo un tra-
to con unos gitanos: les vendió un burro por cuatrocientas pesetas. Hicieron el
alboloque, la invitación que cierra un trato, y todos los gitanos venga a pedir
bocadillos y el vendedor, sólo unos quintos. Al final, la cuenta del alboloque
subía más que el precio de venta del burro».
Joaquín: «Se habría de diferenciar la función del contable de la del gerente
y trabajar (hacer funcionar la planta conservera). Se trata, no de ahorrar, sino
de invertir para ganar más».
Tarde. Conversación con José de «los Naranjos» y Antonio «Chucha en la
olla», compañeros de trabajo. Antonio tiene sesenta y cinco años y cuatro hijos
varones en el pueblo. Ha arrancado esparto y ha llevado tierras toda su vida
y de ambas cosas no podía vivir. Hace diez años dejó las tierras que llevaba:
«Le dije al señorito: «Toma las tierras, no las quiero y a ti, tampoco». Antonio
tiene un sobrino que se llama Enrique Montoya, que emigró a Sabadell e hizo
mucho dinero y ahora es contratista de obras en el pueblo. Dice de él: «Es muy
bueno y está dando mucho dinero al pueblo».
José dice que cuando compró hace trece años los derechos de la tierra
que lleva por dieciocho mil pesetas, fue porque no sabía hacer otra cosa que
trabajar la tierra. En aquella época por la cantidad que pagó por los derechos
sobre la tierra, hubiera podido comprar una casa muy buena en el pueblo.
Considera que si deja las tierras, alguien las va a coger por nada, y no las deja.
Las tierras que lleva requerirían ahora no un día de trabajo, sino una semana
entera, pero él no deja el jornal y si, en vez de producir cinco, producen tres,
esto es lo que él tendrá de más. La mecanización de la labranza, siega y trilla
es lo que le permite aguantar, si no las hubiera dejado ya y como él, muchos
más. José: «Todos los días que sale el sol, gano quinientas pesetas» Se refiere al
jornal. Ayer domingo José trabajó en la tierra y se apuntó quinientas pesetas.
Antonio descansó.

13 de agosto de 1974.

Un hombre de vacaciones, probable emigrante, conversa con la mujer y el


marido de la horchatería. La mujer dice al hombre: «Aquí se gana más ahora,

204
pero se derrocha más y es una lástima». Se refería a los jornaleros que van mu-
cho al bar. Dice el hombre que en Barcelona se va poco al bar, que los bares
no se ven llenos los días de trabajo. El hermano del Manco está de vacaciones
con su mujer e hijos. Nos cuenta a Fulgencio y a mí que un emigrante decía
en el pueblo que si uno en Barcelona no ganaba de seis a siete mil pesetas a la
semana, es que era tonto o vago. Para refutar esta afirmación nos cuenta que
él gana de cinco a seis mil pesetas semanales, porque hace ocho horas en un
sitio, y como han suprimido las horas extras, trabaja cuatro horas en otro sitio.
Por la noche con Antonio Ochando, Cae su mujer y Martín, un joven, en
la Corredera. Muchachas que pasean. Al pasar una de ellas, que era muy guapa,
Martín, elevando la voz, le dice: «¿Es farineta? Escolta». Dos términos catalanes.
«Farineta» es un término con que algunos designan a los hijos de emigrantes
nacidos en Barcelona. Cae dice que esta mañana en el supermercado entraron
tres que hablaban catalán entre sí, que son del pueblo. Ella se irritó. Antonio:
«Como allí sufren la diferenciación, aquí la quieren imponer también». Según
Antonio, hay un gran revuelo con las chicas que han venido al pueblo y se refiere
a una etapa de libertad sexual durante quince días o un mes.

14 de agosto de 1974.

Al mediodía un matrimonio joven con dos hijos pequeños y un matrimo-


nio mayor comen en Casa Bravo. Los jóvenes hablan entre sí y con los niños
en catalán y con los mayores, en castellano. La mujer joven se llama Montse.
El hombre mayor pregunta al hijo de Casa Bravo, si aún vive Bartolo, el con-
ductor de autocares Perea.
Conversación con José Antonio «El Rubio» y Francisco Pérez Mayo sobre
la sindicación y la afiliación a la Seguridad social. Los miembros de la coope-
rativa de elaboración de esparto, una pequeña cooperativa de hiladores de es-
parto, han sido obligados a constituirse en empresa y pagar la Seguridad social
como empresarios y el coste de ello es elevado. Han entrado en la Hermandad
sindical como obreros agrícolas y a cambio de ello los de la Hermandad se les
quedan los puntos, es decir, se los embolsan. Francisco y José Antonio enume-
ran varias personas del pueblo que tienen la cartilla de la Seguridad social sin
tener derecho, una de las cuales es hija de un farmacéutico, que figura como
empleada de hogar.

205
José Antonio: «Se dice que uno de los causantes de que quedase albarico-
que sin vender en el pueblo fue el Jarry, ya que vino el Serna, un comprador
de Alguazas, y aquél le dijo que todo el albaricoque del pueblo estaba vendido.
Sucede a veces que los cuatro o cinco intermediarios de la fruta que hay en
el pueblo espantan a los compradores de fuera, para poder comprar ellos al
precio que quieren».
Comentan que el precio de las cebollas es de tres pesetas el kilo, que no
compensa ni mucho menos los gastos. La plantación la hacen las mujeres y es
costosa económicamente, el arranque no lo es tanto.
La mujer de José Antonio trabaja en la fábrica de conservas de los Estre-
llos, Conservas Calasparra. Ayer y hoy ha trabajado sólo tres horas diarias. José
Antonio dice riendo que lo que gane su mujer no le resuelve la papeleta y que
él la quisiera mejor en su casa.
José Antonio cuenta que don Rafael, cura-párroco del pueblo en la pos-
guerra, le hizo llamar a la casa rectoral y le preguntó que cuándo se casaba. «Se
pensó que estaba yo ajuntado». Se enrabió con él. «Ya no lo podía ver y a raíz
de ello, aún le pudo ver menos». Le confundió con un cuñado suyo por parte
de su mujer, que estaba «ajuntado» con una y tenían hijas mayores. Vino una
vez una autoridad al pueblo y había poca gente en la iglesia. Don Rafael salió,
entró en todos los bares del pueblo, e hizo que todos los hombres entrasen en
la iglesia.
Por la noche, con José, hijo del «Bocamaeza», al que llaman el «Farina».
Trabaja en la fábrica de conservas de Filiberto. Hay unas cien mujeres y cuatro
hombres en la fábrica. Ésta todavía no trabaja a pleno rendimiento en la elabo-
ración del tomate. Hoy en la fábrica faltaban botes de hojalata. Los hombres
trabajan diez horas y las mujeres ocho. Con la fábrica en pleno funcionamien-
to trabajarán más horas. Él no es obrero fijo. Los no fijos trabajan desde la
primavera con la elaboración de la alcachofa, luego se junta la del albaricoque,
un pequeño paréntesis, y luego la del tomate. Le gusta más el campo que la
fábrica. Dice: «Diez horas de cerrar botes y total ¡pa qué!» Desde agosto del
año pasado hasta el día de hoy ha dejado de trabajar a jornal sólo un mes y
medio. En invierno trabajó en la aserradora haciendo cajas que mandan fuera.
Se queja de la Cooperativa, de la que es socio. No quiere que fracase, porque
si fracasa, se pilla los dedos. Las tierras que lleva se las cedió su padre por viejo.

206
15 de agosto de 1974, jueves. Día festivo.

Por la tarde, encuentro en un bar con José de «los Naranjos», Antonio


«Chucha en la olla», a los que se juntan Fulgencio, Juan de Paco y Gabriel
«Bocamaeza».
José ha estado todo en día en Las Hoyas, en la vega, regando y abonan-
do el panizo. Como puede ir poco, ya estaba allí antes de salir el sol. El año
pasado obtuvo cinco mil kilos de panizo en una fanega y media de tierra. Le
echó tres veces abono, tal como le aconsejaron los del Servicio de Extensión
Agraria.
Mañana José irá con Antonio a trabajar en una finca que el sobrino de
éste, Enrique Montoya, constructor, posee en Moratalla. José lleva a Antonio
en la moto. En la finca, hay once fanegas de tomates. Antonio calcula que por
lo mínimo van a producir setenta mil kilos de tomates. Los demás elevan la
cantidad a cien mil kilos de tomates. Ha vendido los tomates con contrato a
los Estrellos a cuatro con diez pesetas el kilo. Antonio dice que su sobrino hace
veinte años que es albañil. Los demás lo confirman.
Hemos salido a la calle para dirigirnos a otro bar. Juan le ha dicho a An-
tonio que tuvo un conflicto con el mozo del bar Porras porque no le quiso
servir, y que él no entra en ese bar. A pesar de ello, Antonio y los demás hemos
entrado en ese bar. Juan se ha quedado fuera. Gabriel, al enterarse después,
ha dicho: «Yo no me trato con él (Juan), pero ya que somos socios (bebíamos
juntos), si lo sé, no entro».
Cristóbal «de Valentín» me proporciona información sobre la fábrica
Conservas Calasparra SA, en la que trabaja de encargado. Ayer miércoles, dos-
cientas setenta y seis mujeres y quince hombres algunos de ellos muchachos
trabajando cuatro horas elaboraron veinticuatro mil kilos de tomates y no
todos participaron directamente en el proceso. Afirma que la gente del pueblo
es apta y con ganas de trabajar. Cuando se está en plena campaña, se trabajan
diez y doce horas diarias. Una joven menor de dieciséis años cobra veintidós
pesetas la hora y una mujer adulta, treinta y siete con sesenta y cinco pesetas la
hora. Los hombres cobran de cincuenta a cincuenta y cinco pesetas la hora en
tareas de cocina, carga y descarga. El que cierra botes gana cincuenta y cinco
pesetas la hora. En la cocina y en el almacén siempre se trabajan más horas que
en el resto de secciones de la fábrica. Las horas extraordinarias a partir de las
ocho horas se pagan a sesenta con sesenta pesetas la hora. Los dueños quieren

207
construir unas cámaras frigoríficas para almacenar la fruta y no tener que pa-
gar horas extras. La fábrica tiene unos cien millones en productos elaborados.
Las fábricas conserveras sólo pueden ofrecer trabajo a las mujeres, ya que los
jornales de los hombres serían más caros. Por ahora no hay falta de mano de
obra femenina. Los jornales de los hombres están en el monte. Uno que tra-
bajaba de ayudante de cocinero en la fábrica lo ha dejado para ir al monte con
Pedro Aznar («el Porras») y saca al mediodía mil o más pesetas. Luego, según
un promedio que hace, reduce la cantidad a unas setecientas cincuenta pesetas
al día. Siegan romero, espliego y mejorana en el Taibilla.
Cristóbal empezó a trabajar en esta fábrica hace seis años, primero en la
cocina, luego, en otras operaciones. Se fijó. Luego el año pasado hizo un curso
del PPO para la elaboración de la alcachofa. Ahora está de jefe de personal.
Antes estaba como eventual, ahora es fijo. Cuando era eventual, una vez ter-
minado el año conservero, que antes terminaba el primero de noviembre, se
iba a la poda. Ahora el año conservero se ha alargado un poco más, dado que
se trabaja el tomate de Canarias y de Águilas.
Cristóbal ha trabajado como aparcero siempre y cuando tenía menos tra-
bajo en la tierra, iba al monte o a limpiar o arreglar una acequia, pero lo más
importante eran sus tierras. Su padre fue también aparcero. Ahora, en cuanto
haya recogido el arroz en otoño, entregará la tierra que lleva en aparcería al
amo y se quedará con la de su mujer que está plantada de arboleda joven. Con
medio día a la semana que le dedique tiene bastante y la tarde, a descansar. Se
refiere a los domingos y días festivos.
Cristóbal es el secretario de la Asociación de Aparceros. Tienen tres libros.
«¿Para qué más papeles? Sólo sirven para alimentar a los gandules». En uno de
los libros constan los préstamos personales que los socios han hecho a la Aso-
ciación y que ésta les devuelve con el trabajo de sus máquinas, como el tractor.
Los hermanos varones de Cristóbal están emigrados. Uno tiene un taller,
dos son albañiles y otro, creo que trabaja en Correos.

16 de agosto de 1974.

Mañana. En la Cooperativa, conversación entre un socio y Joaquín, el


contable. Socio: «¿Cómo va eso, mejor o peor? ¿En qué ha quedado lo del
tomate? ¿Lo trabajamos?» Hablan sobre el precio del terreno en que están los

208
edificios de la Cooperativa y dicen que el solar vale seis millones. La Coopera-
tiva está situada en un extremo del pueblo y cuando se compró el terreno costó
a diez con cincuenta el metro cuadrado y ahora se cotiza a seiscientas pesetas.
Se refieren a la posibilidad de que la Caja Rural se lo quede todo, si no pueden
devolver los préstamos, el capital, ya que los intereses de los préstamos los
pagan los socios. El socio termina diciendo: «Las cooperativas son para meter
los productos y ganar algo, pero aquí los metes y pierdes».
Esperanza, la mujer de Choncho, ha trabajado todo el día en la fábrica de
conservas de Filiberto. Ha vuelto a casa a las nueve menos cuarto de la noche.
Choncho me dice: «¡Es que echan horas!» Pilar llegará todavía más tarde de la
fábrica. Choncho: «Entre todos me tienen que ayudar». Su hijo Paco vuelve a
trabajar en la fábrica de materiales de construcción y Choncho está segando
tallos de romero todos los días de la semana. Trabaja con otros dos. Dos regre-
san al pueblo con el motocarro que transporta los tallos y el tercero se queda
en el lugar para reconocer el trozo que van a segar el día siguiente y el carril
por el que podrá entrar el motocarro.
Choncho dice: «Esto me pega». Se refiere a la lluvia. «Mañana ya no pode-
mos ir a trabajar. El zagal trabaja todos los días, tiene el sueldo asegurado. ¡No
sabe el estado que nosotros tenemos que ganar todos los días!»
Expresiones que usa Choncho cuando se enfada: «una mierda para toda
su/tu morra». «me cago en todos mis morros para allá».
Choncho pesca y caza los festivos. Pesca barbos en el río y los vende en el
pueblo a setenta pesetas el kilo. En dos ocasiones ha pescado casi nueve kilos
de pescado y los vendió todos. En agosto no va al río, porque no se pesca, pero
en septiembre ya se pesca mucho. La caza y la pesca son el equivalente de lo
que para otros es el trabajo en la tierra en los festivos.

17 de agosto de 1974.

Mañana. En la Cooperativa, Joaquín y un socio. El socio refiriéndose a


que sólo se trabaja el arroz: «Con la miaja de arroz, eso no se puede aguantar».
Joaquín insistía en que hay que trabajar. Le dijo al socio: «Como no se ha ven-
dido todavía todo el arroz, no se puede pagar. Si tenemos arroz, no tenemos
dinero». Este año se han comprado unos ochocientos mil kilos de arroz. Socio:
«Ya que hemos aguantado ocho meses, vamos a aguantar dos o tres más. Es-

209
tamos pasando la vida amarga. Perdía yo la cosecha del arroz con gusto, unos
ocho mil duros, para dejarlo todo pagado. Pierdo yo la cosecha de arroz y
otro, la de albaricoque y lo dejamos todo pagado». Joaquín: «Se hacía borrón y
cuenta nueva». Socio: «Aunque luego se hiciese poco, se defenderían nuestras
cosechas». Pedía que a los no socios se les comprase a un precio más barato.
«Si los ciento cincuenta o ciento sesenta tíos hiciéramos todos un bloque, lo
pagábamos todo». Criticaba que unos se dieran de baja en un momento y
luego viendo las malas perspectivas exteriores, de nuevo de alta, por eso decía
que a los no socios y a los ex –socios había que comprarles a otro precio. «Me
tendré que ir de aquí. Mientras haya una miajica de salida, yo no me voy. Si
todos hubiéramos puesto dos mil pesetas todos los años, esto ya estaba paga-
do. ¿Qué más te vale que tu arroz te valga veinte mil pesetas que dieciocho?
Eso se formó muy mal formado». Se refiere a las trescientas pesetas que esta-
blecieron al inicio como cuota de ingreso a la cooperativa. Es lo que me dijo
Joaquín, que con trescientas pesetas se pasaba a ser socio de quince millones.
Socio: «De esta forma vamos a estar padeciendo toda la vida. Joaquín: «Si no
se muere antes». Ambos se ríen.
Francisco Pérez Mayo es actualmente miembro del Consejo de Vigilancia
de la Cooperativa y a final del año tiene que examinar el balance económico.
Conoce el proceso de la cooperativa, porque ha leído las actas y los balances.
Según él, los años 1964 y 1965 fueron los años peores: los precios de las casas
y de las tierras estaban hundidos. Se lanza la consigna política de la creación de
cooperativas como respuesta política a los problemas económicos y sociales y
Federico Jaén, como jefe político, tenía que cumplir esa consigna. Al hablarle
de un acta en que se rechaza la agrupación con otras cooperativas vecinas,
Francisco dice: ¡Cómo iban a cumplir esa consigna, si la creaban fuera del
pueblo!75» La entrada masiva de aparceros en la Cooperativa fue en una época
en que el arroz se vendía mal y en la cooperativa aceptaban todo el que le

75
   En 27 de julio de 1963, «el alcalde manifiesta a la Junta Rectora que es inconcebi-
ble que a estas alturas la Cooperativa, a un año de su creación, no haya acometido la
gestión operativa para la cual fue creada. Añadió que el gobernador civil se interesa
vivamente por este asunto, ofreciéndose incondicionalmente para todo aquello que
pueda estimular la marcha de nuestra sociedad» (182-83) Frigolé, «Creación y evolu-
ción de una cooperativa agrícola en la vega alta del Segura desde 1962 a 1974» Revista
de estudios sociales, 14-15, 1975.

210
llevaban y lo pagaban a un precio alto. Se estaban entrampando. Todos los ba-
lances reflejaban superávit, pero había déficit camuflado en una subcuenta de
frigoríficos, que no había, con el aumento de productos elaborados existentes
en el almacén, etc. De esta época derivan unos tres millones de pérdidas. A la
gente le decían que podían hacerse socios por trescientas pesetas y sin ninguna
responsabilidad. De hecho no existe ninguna declaración jurada de socios en
esta época. Al principio quisieron meter a todos los gordos en la Cooperativa,
pero como éstos vieron que sólo tendrían un voto y en cambio con sus tierras
se responsabilizaban de los que no tenían o tenían pocas, pues no entraron. Se
refiere a propietarios agrícolas importantes como Joaquín Payá, Bach, Pablo
Merry del Val, marido de la Condesa. La gente importante en cuanto empe-
zaron a olerse responsabilidades económicas, se esfumó. Estuvieron represen-
tados en las reuniones previas a través de gente que decía representarles no-
minalmente, aunque sin poderes para comprometerse. Manuel Páez, es decir,
Manuel de Cañaverosa, nombre de la finca, encargado de Joaquín Payá, entró
en la cooperativa y fue jefe de ella en la primera junta rectora provisional.
Luego se esfumó. Él no tiene tierras.
Francisco ha vendido hoy sus ciruelas al precio de diez pesetas el kilo. Ha
venido el comprador a su casa.
Miguel de «la Molinera» ha vendido unos dos mil quinientos kilos de to-
mates a cuatro veinticinco pesetas el kilo y los portes a cargo suyo. Los tomates
los ha sembrado conjuntamente con un socio, en la tierra de este socio. En
una fanega de tierra va a sacar entre doce y catorce mil kilos de tomate.
Los socios de la Cooperativa han vendido los tomates cada uno por su
cuenta.
Miguel se queja que este año los salarios de la poda han estado por debajo
de lo que fija el convenio sindical.
José, hijo del «Bocamaeza», es primo hermano de Fernando Zamarrete,
que trabaja de encargado en una fábrica de conservas. Considera a los encar-
gados gandules, ya que no hacen un trabajo tan duro como él en la fábrica,
y rastreros. José ha echado hoy once horas y media en la fábrica, de las cuales
se ha pasado cuatro sin cerrar botes. Hay pocos que den tanto rendimiento
cerrando botes como él y, como vale, exige para sí solo que le paguen más. El
oficinista de la fábrica le dijo que como no estaba Filiberto, no le podía pagar,
porque él tiene un precio aparte. Él se siente orgulloso de ello. Dijo que había
ganado 2.850 pesetas en ocho días de trabajo (supongo que no fue a tiempo

211
completo) y luego, que en siete días había ganado seis mil pesetas. Parece que a
él le pagan sesenta pesetas la hora por cerrar botes. En la fábrica de los Estrellos
pagan a cincuenta y a cincuenta y cinco la hora, dijo José, lo cual concuerda
con la información que Cristóbal me dio. Según José, los Estrellos, dueños de
Conservas Calasparra, habían ido a ver a Filiberto para que éste no pagase las
horas extras y éste les respondió que las pagaba como todos los años. Según
José y otros, los Estrellos tienen la fama de pagar peor y de procurar pagar a las
mujeres al final de temporada.
José, único hijo varón de su padre, tiene dos hijos pequeños y espera el
tercero: «Le he hecho un hijo a mi maestra». Ha usado varias veces la palabra
maestra para referirse a su mujer. Ella también trabaja en la fábrica con él. José
dice que mañana domingo tiene que ir a regar por la mañana su tierra. Su
padre, ya anciano, le cedió una tierra que llevaba en aparcería y él compró los
derechos de otra por ocho mil pesetas. Saca a su tierra el máximo rendimiento.
La tiene limpia aunque sólo le dedica el domingo generalmente.

18 de agosto de 1974, domingo.

En el Convento se forman grupos de hombres de pie, muy cercanos unos


a otros, que vistos de conjunto forman una masa humana bastante compacta.
Cuatro hombres hablan del precio de la siega –uno dijo que le había costado
veinticinco mil pesetas–, del abono –«Si lo hubiéramos comprado cuando el
albaricoque, ahora no se encuentra y el panizo amarilla»–, y de los costes y
precios del tomate. Se acercó uno al grupo que dijo a propósito del tomate:
«Yo tengo cincuenta plantas de tomate y cuando doy de mano, cojo un cesto
y voy a buscar y los traigo a mi casa y cuando no puedo, no voy. Yo no tengo
problemas con el tomate». Cuando se ha ido, los demás dicen que acabarán
haciendo como ése de las cincuenta plantas de tomate.
En días pasados, en el Convento se oía a menudo preguntar: «¿Has visto a
éste?, ¿Has visto a estos?» Manuel «el Zoco» dijo que a las Cuatro Esquinas le
llaman el centro de contratación.
Por la tarde, conversación con Pedro Aznar en presencia de Juan de Paco.
Pedro empezó de labrador en la vega en 1957. Los derechos de la tierra le
costaron doce mil duros. Al comienzo vivía en el cortijo con su madre y un

212
hermano soltero, que luego emigró. Después se casó. Su mujer es de Morata-
lla. En 1967, deja de ser labrador, pero sigue llevando desde el pueblo cuatro
fanegas de tierra de las diez que llevaba antes como labrador, y va al monte.
Pedro se vino del campo al pueblo entre otras razones porque su hija mayor
iba a la escuela y quitaron la que había en el núcleo rural y tenía otra hija que
empezaba la escuela al otro año. Comenta que el cogió la tierra cuando ya la
situación no era buena. Los años buenos para los aparceros fueron entre 1940
y 1954.Los que tenían cuatro o cinco fanegas de tierra en la vega podían vivir
y algunos incluso vivir sin trabajar. Con una fanega de trigo se pagaba una
operación agrícola. Una fanega de trigo valía entre cuatrocientas y quinientas
pesetas y un pan valía seis duros y más. Un jornal, según el año, valía quince
pesetas, aunque a veces subía hasta veinticinco. Pedro se acuerda que un hom-
bre fue a pedir en la casa del Callo, en las cañadas de Moratalla, una fanega de
trigo en el mes de marzo para dar de comer a sus hijos. El hombre se la dio y
le dice que le pagará con la siega. Vino la siega y los jornales estaban a quince
pesetas el día de siega más la comida. Echó el hombre treinta días de siega y
un par de trilla a veinte pesetas y aún el labrador le perdonó algo. Todo ello
para pagar la fanega de trigo prestada. Cuenta también que en 1945, el tío
Pedro Pino, labrador de la vega, faltando una hora y media para dar de mano,
y viendo que dos hombres que trabajaban con él estaban desmayados, sacó un
pan de las alforjas y dio un pedazo a Martín de «la Feliciana» y a otro. Ellos
comieron unos bocados y el resto se lo guardaron para traerlo al pueblo.
«El Rubio» me contó que en la posguerra la desesperación era tanta, que
un día estando él en Puerto Herrado trabajando a jornal, mientras bebían agua
de un aljibe que hay allí, un hombre le dijo: «Dentro de una semana me he
ahorcado». Y el hombre no estaba loco.
Pedro, desde que va al monte, lleva las cuatro fanegas de tierra y un olivar
los domingos y festivos. El año pasado con tres días, uno de siembra y dos de
riego y abono, cogió siete mil kilos de panizo. Juan de Paco dice que es una
irresponsabilidad, que las hierbas se comerán el panizo o estará lleno de grama
en medio de los panizos y que así se produce menos. Pedro dice que tiene la
tierra limpia y que, teniéndola limpia, cuesta menos esfuerzo llevarla siempre
limpia.
Pedro me cuenta sobre los antecedentes de la Agrupación de aparceros:
Manuel «el Zoco» y Pedro «el Pelichás» fueron iniciadores de las reivindicacio-
nes de los aparceros y ambos fueron llamados al cuartel de la guardia civil y

213
amenazados. Les salvó del palo el que el padre de Manuel durante la guerra fue
neutral, Manuel tenía relaciones con falangistas y más todavía el «Pelichás».
Estuvo toda la vega quieta durante un mes y si ellos no dicen que se sembrase,
la gente no lo hace. La gente estaba dispuesta a aguantar mucho más.
Pedro me presentó a Paco «el Labrador» y luego al «Porche». Por inter-
medio mío, Manuel «el Zoco» estuvo hablando con Choncho y también con
Paco. Recordaron que el padre de Choncho llevaba un piojarico de tierra
próximo a la tierra que llevaba el padre de Paco, que era labrador, y el padre de
Choncho a veces le daba hierba para los vacos (bueyes) y a veces él se la cogía.
Choncho, que tiene cincuenta años, iba por la casa de Paco, cuando éste no
había nacido.
Conversación con Miguel de «la Molinera», paseando por calles céntricas
del pueblo de noche. En la Pascua pasada, tenía en su granja cincuenta cerdos
de engorde y se le murió uno. Perdió todo el trabajo empleado. Ahora tiene
treinta y cinco cerdos de recrío. Se queja de que el pienso para cerdos es caro y
malo –los cerdos no engordan–, y de que bajan los precios de venta, debido a
la política ganadera del régimen basada en la importación de carne. El estado
teme a las grandes empresas industriales y sacrifica el campo a ellas.
Miguel compara su situación anterior como aparcero con su situación
actual. Hace poco, las doce fanegas (cuatro hectáreas) de tierra de la vega le
dejaban una renta de sesenta o setenta mil pesetas al año. Ahora, en tres meses,
ha ingresado entre jornales y granja unas treinta y cinco mil pesetas y espera
ingresar en los próximos meses unas sesenta mil más. En tres días a destajo
en la recolección del albaricoque con su cuadrilla ganó cuatro mil pesetas.
La granja le lleva poco tiempo y él procura trabajar cerca de la misma, para
atenderla mejor. Él todos los días hace el jornal. Antes el cultivo de las doce
fanegas de la vega le ocupaba mucho y apenas hacia algún jornal. Desde que
le echaron de la tierra va a jornal. El ciclo de los jornales para él es el siguiente:
poda desde septiembre a abril, trabajos relacionados con el cultivo del tomate,
mondas y reparaciones de ciecas (acequias) recolección de habas, de la fruta y
del tomate.
Los jornales abundan, aunque en verano hay un doscientos por ciento
más que en invierno, porque los propietarios de cultivo directo de frutales y
cultivos comerciales han cambiado de mentalidad, su mentalidad es más em-
presarial, o los cultivos exigen más trabajo. Se refiere a propietarios tales como
el Guardarríos, Higinio Marín, Joselito, etc.

214
Como obrero agrícola, recibe de la Hermandad Sindical circulares con
los salarios de los jornales según el convenio e información sobre otras condi-
ciones. Por ejemplo, en el trabajo con agua y barro, como en las mondas de
las acequias, la jornada ha de ser de seis horas y si se hacen ocho, el precio de
éstas últimas ha de ser un veinticinco por ciento superior al de las anteriores.
Dice que la peor cosa es la aparcería y que no siembra nada a medias, por-
que el uno por el otro, la casa sin barrer. Uno, el propietario, no hace mejoras
en la finca para que no se aproveche el otro, y el aparcero, porque en cualquier
momento le pueden echar de la tierra.
Dice que la gente del pueblo «está comprometida por el favorcito» y de
aquí la falta de unidad. Cuando le desahuciaron de la tierra de Joselito fue
durante la cosecha del arroz. El arroz estaba a punto de siega y fue a segarlo
gente que le apoyó, incluso con dinero, durante el juicio. La única máquina
trilladora del pueblo, propiedad de la Agrupación de Aparceros, trabajó en la
tierra que había llevado y no se le hizo el boicot a Joselito, como se dijo. De
esto no dijo nada a Manuel «el Zoco», porque es amigo suyo y lo aprecia.
Comenta que este año se ha perdido mucho albaricoque, porque las fábri-
cas conserveras no tienen frigoríficos para almacenarlo. Ello se debe, según él,
a la falta de previsión de futuro y porque cada vez vivimos mejor y aparecen
problemas más complejos. Explica que las cajas en que se recoge el tomate
pesan tres kilos, pero el fabricante conservero descuenta cuatro kilos como
peso bruto. «Con los beneficios compran fincas en vez de instalar frigoríficos».
Su ideal es hacer una pequeña empresa para no depender de nadie. Quiere
ampliar su granja. Si le vendieran unos bancales no cultivados situados enfren-
te de su granja, los compraría para una futura ampliación. Procurará trabajar
en lo suyo y no depender de nadie.
Hoy ha estado trabajando todo el día. Ha regado las patatas.

19 de agosto de 1974.

A las once de la mañana, un grupo de mujeres sale de la fábrica de los


Estrellos. A las 13 horas, salen mujeres de la fábrica de Filiberto, entre ellas,
Esperanza, mujer de Choncho, y su hija Pilar.
En la cooperativa, un socio, que es mediero, dice a Joaquín: «Yo siempre
he tenido calor a eso, pero hay algunos que vivimos de la tierra y necesitamos

215
el dinero». Se refería a que cobran tarde y este año más debido a la demanda
judicial.
Por la tarde, vino a la cooperativa José María Pérez, que vive en Madrid,
y es propietario y tiene varios medieros. Viene porque le han pedido una ta-
sación de pérdidas de albaricoque. Se queja a Joaquín de que le hayan hecho
desplazarse por eso. Alega su edad. Ha escrito varias veces al presidente y al
secretario, pero no le han contestado. Pregunta por la deuda externa de la
cooperativa. Al Banco de Crédito Agrícola, al IRYDA y a la Caja Rural se le
deben unos once millones y medio de pesetas y a los socios por los préstamos
que pidieron para la cooperativa, cuatro millones y medio. Con los préstamos
de los socios se han pagado en total a estas entidades la cantidad de 3.741.000
pesetas y quedan sobrantes unas ochocientas mil pesetas.
Paco «el Labrador» tiene treinta y siete años. Va con Pedro Aznar a segar
tallos de romero. Al casarse su padre le cedió algunas tierras a él y a un her-
mano suyo. Más tarde, el propietario, apellidado Bach, les pagó los derechos
y se las retiró. Lleva ahora unas ocho fanegas, dos de ellas en la huerta, de las
que compró los derechos. Su padre, que reside en el pueblo, vive de lo que le
dan los hijos. Su padre llevaba unas doscientas fanegas de secano y seis fanegas
en la vega. Tenía además averío76. Sus padres tuvieron cuatro varones y dos
hembras. Paco es el menor de todos ellos. Estando en casa de su padre, iba a
veces a jornal. Paco está casado y tiene dos hijos. Dice: «Para estar aquí, hemos
tenido que pasar muchas calamidades y sufrimientos». Le preocupa el que
todo depende de él: «Si me pongo enfermo, ¿quién llevará la casa adelante?»

20 de agosto de 1974.

Manuel «el Zoco» explica cómo nació la Agrupación de Aparceros: «Entre


otro y yo, ante una botella de vino, sin estar chispados, sino serenos, acorda-
mos plantear el problema de la aparcería». El otro era Pedro, «el Pelichás».
Tenían en torno de los treinta y cinco años. De 1962 a 1965, fecha en que
oficialmente se constituye la Agrupación, hubo una de serie de reuniones en
distintas casas en las que participan entre diez y quince aparceros. Entre los

76
   En sentido literal se refiere a aves de corral, pero creo que en este caso y en otros el
significado incluye a otros animales.

216
miembros más activos había diferencias en cuanto a la cantidad de tierras y
una gradación de edades entre los treinta y los cuarenta y cinco o cincuenta
años. Los menores de veinte años no participaban, porque las tierras las lle-
vaba el padre. Los miembros más activos iban con pliegos por los campos
recogiendo firmas para solicitar cambios en las condiciones de la aparcería.
Se recogieron más de trescientas firmas. En 1962 con la huelga de la siembra
del trigo «fue el momento de más unanimidad. Luego la masa fue perdiendo
combatividad y nosotros tampoco estábamos tan formados como hoy»77. En
esta época, un aparcero medio es el que lleva seis fanegas de tierras arrocera,
más un olivar y una huerta. Eso es lo que Manuel llevaba. El aparcero medio
no empleaba mano de obra. «Se usaba la peonada vuelta y sólo se empleaban
algunos jornales, pocos, cuando no tenías más remedio».
En 1963, los aparceros acordaron que si los dueños no les ayudaban en el
cultivo del arroz, les amenazarían con dejarse la tierra. Sólo lo hizo Manuel,
cuyo dueño no cedió. Uno quiso comprarle los derechos de la tierra que iba
a dejar por tres mil pesetas, pero Manuel no aceptó y la devolvió al amo. Éste
dio la tierra a otro, el cual cobró una indemnización de treinta mil pesetas
cuando el amo vendió la tierra.
«Antes había un solo rasero para entrar a cultivar. Hoy hay varios raseros.
Te hacían llorar y todo si te decían que te iban a quitar la tierra, llorar no,
pero sí te acongojabas. Al aparcero no se le puede meter hoy las dos patas por
el mismo calzón. Hoy tiene vida donde vaya. Hoy, al que no le ayudan, ya
no entra a cultivar; se va a trabajar a otro sitio. Cuando el propietario vende
la tierra, si el aparcero no firma, tienen un jarullo78 que es la hostia. Siempre
suelen pagar los derechos (al aparcero)».
Ya no hay aparceros a montones como antes. Hay que poner ciento cin-
cuenta bajas en el libro de registro de los socios de la Agrupación de Aparceros.
Pedro Aznar, Juan de Paco, Paco «el Labrador» y José de «los Naranjos».

77
   La resistencia no puede existir «sin una coordinación y comunicación tácita o ex-
plícita dentro del grupo subordinado. Para que eso suceda, el grupo subordinado debe
crearse espacios sociales que el control y la vigilancia de sus superiores no puedan pe-
netrar». (174) James Scott. Los dominados y el arte de la resistencia. Tafalla: Txalaparta.
2003.
78
   El referente es un plato hecho con harina desleída en agua. Metafóricamente sig-
nifica lío.
Se habla del efecto de la lluvia de ayer sobre el tomate de conserva: poco daño,
ya que aunque se embarre, luego se lava, pero algunos tomates se pasarán. «La
lluvia hincha al romero y luego ganaremos más».
Información sobre unos socios de la Cooperativa:
Andrés Jiménez López, vecino de José y primo de Paco, tiene alrededor
de cuarenta años. Es el socio 216 de la Cooperativa. Propietario de tierras y
aparcero. Posee un tractor pequeño para el trabajo de su tierra y a la vez trabaja
para otros. Va mucho a jornal: a la vendimia a Francia, a la poda y ahora a la
recolección del tomate. Como ayer llovió, hoy ha estado durante todo el día
en sus tierras.
Paco Marín, de sesenta y siete años, socio 294 de la Cooperativa. Propie-
tario y cultivador directo. Se dedica a la tierra y compra ganado vacuno. De
joven fue un espartero de los buenos.
Carlos Neyra, sobre los cincuenta años de edad, socio 208 de la Coope-
rativa. Es albañil y lleva tierras en aparcería. Su padre también fue albañil y
llevaba tierras. Antes los albañiles ganaban poco y no siempre tenían trabajo.
Paco «el labrador» estuvo trabajando en la poda de árboles frutales y viña
durante dos meses, a lo largo de diciembre y febrero y unos pocos días de
marzo. Ha trabajado dos meses como peón de albañil en la construcción de la
fábrica de conservas de los Estrellos. Posteriormente, trabajó un mes y medio
en la elaboración del albaricoque en la misma fábrica. Paco le comunica a Pe-
dro Aznar que un primo suyo, que lleva una finca de Higinio Marín a medias
en el término de Cehegín, le ha avisado para enristrar cebollas. El horario es de
una de la madrugada a nueve de la mañana para aprovechar el rocío y que no
se rompan y se puedan enristrar bien. Hay pocos que sepan hacer este trabajo.
El precio del jornal es de mil quinientas pesetas. El jornal de arrancar cebollas
se paga a quinientas pesetas.
Paco «el labrador» es el hijo menor de un labrador de un cortijo de la vega
llamado la casa del Labrador Nuevo. Su padre, originario de Bullas, llevaba
doscientas fanegas de secano y seis de riego. En 1964, cuando Paco se casó –
fue el último de los hermanos en casarse–, su padre se fue a vivir al pueblo y
cedió el cortijo y tierras a Paco y a un hermano suyo. Paco trabaja a jornal des-
de que se casó, ya que sentían dificultades. Posteriormente, el dueño vendió
la finca y ambos hermanos recibieron una indemnización conjunta de ciento
siete mil pesetas. Paco se vino a vivir al pueblo con su mujer e hijos, mientras
que su hermano se construyó una casa en un trozo de secano. Hace diez años,

218
Paco pagó ocho mil duros (cuarenta mil pesetas) por los derechos de seis fa-
negas de tierra de la vega. De éstas, tres fanegas y media están sembradas de
arroz y el resto, de panizo. Estas fanegas forman parte de la finca La Palmera
que consta de treinta y tres fanegas y trabajan seis medieros. Estas tierras están
igual que hace cien años atrás, con unos «cajuchos» (cajas) en los que no entra
un tractor. Una parte de esta tierra se le pierde y la tiene algo descuidada y
perderá los derechos sobre ella. Ha pedido al dueño que la arregle, pero no lo
hace. Opina que no lo hace para que se le pierda la tierra y no pagarle los dere-
chos. Lleva también dos fanegas de tierra con arboleda en la huerta, propiedad
de un tío suyo anciano. Se reparten los frutos a medias y lo que produce el
suelo es para Paco.
José de «los Naranjos» cuenta sobre la finca Las Hoyas79 en la vega, en
la que lleva tierra. La finca tiene cuarenta fanegas de riego que se trabajan,
algunas fanegas más de riego que se han perdido, y cuarenta fanegas aproxima-
damente de secano. Hay doce medieros. José, que lleva tres fanegas, es de los
pequeños. El mediero que más lleva, lleva ocho fanegas. Las fanegas de tierra
perdida corresponden a tierras sacadas, es decir, ganadas al río. Durante la
guerra se sacaron muchos sotos que después de la guerra fueron añadidos a Las
Hoyas. El padre de Cristóbal de Valentín fue uno de los que sacaron tierras.
En la finca, hay «roales» (rodales) de tierra que no lleva nadie, porque no
se pueden trajillar (mecanizar). Puede entrar una máquina, pero hace mucho
daño. Las cajas son pequeñas y la máquina no puede revolverse. Habría que
quitar los ribazos y ampliarlas. El camino para llegar a la finca está largo y
malo. Hace unos años, un mediero escribió al dueño pidiendo que ampliase
los bancales y comunicándole, que en caso contrario, dejaba la tierra. Recibió
una carta del administrador: si no quería la tierra, que la dejase. El hombre,
ya mayor, la dejó. Cobra la vejez. Luego el dueño arregló esa tierra y pasó a
llevarla directamente. Siembra arroz y se le pierde, ya que los doce medieros
de la finca van a jornal y no quieren hacerle ningún trabajo. Hace dos años,
el dueño tuvo una producción muy baja de arroz: en fanega y media de tierra
obtuvo tres fanegas de arroz (ciento veinte kilos), cuando de una fanega y
media de tierra se sacan unos tres mil kilos.
José se pone a sí mismo como ejemplo de cómo los medieros llevan estas
tierras: «El domingo fui a la tierra e hice tres jornales en uno. En general, todos

79
   Paraje de la acequia El Puerto de 5 kilómetros de longitud, que riega 125 hectáreas.

219
hacen tres jornales en un día cuando van a sus tierras». La justificación: «Lo
que saco de la tierra me produce para dos meses y los otros diez hay que bus-
carlos por fuera de la tierra». Pone como ejemplo a Cristóbal de Valentín, que
de las tierras que había llevado su padre en esta finca tomó sólo la mitad de
la tierra arrocera, la mejor, y que trabaja en la fábrica de conservas: «¡Figúrate
cómo la llevará!
En mayo, el nuevo dueño de Las Hoyas, que es de Caravaca y vive en
Madrid, se presentó a los medieros y éstos le pidieron bancales más grandes y
acequias de cemento.
José de «los Naranjos» y Pedro Aznar acuerdan hacerse unos trabajos mu-
tuos en sus tierras, en las de José por la mañana y en las de Pedro por la tarde.

21 de agosto de 1974.

Choncho ya ha avisado a los albañiles y va hacer el tejado nuevo, porque


cuando llueve tiene humedades en el techo de la cocina. Quiere levantar la
pared de la fachada para que más adelante se pueda hacer un par de habitacio-
nes. Antón «el Cherre» está echando la casa abajo y levantará una nueva. Hará
la vivienda en el piso. El día que llovió, como había escombros en la calle, el
agua entró en casa de Choncho.
Fernando Zamarrete y su mujer en el Convento. Fernando tuvo una no-
via, pero la madre de ella no le quería. Una noche, con otro que se casó con la
hermana de su novia, fueron a hacerle música y su madre le dio tal paliza, que
casi la mata80. La situación llegó a tal punto, que el padre de Fernando le dijo:
«Si la quieres, llévatela». Pero él no quiso y la dejó.
Fernando ha trabajado cuatro meses en la fábrica de conservas de Filiberto
y su esposa trabaja en la fábrica de conservas de los Estrellos y en estos últimos
días hacen ocho horas. Con el dinero que le envía su hijo mayor, que está en
Barcelona, le ha comprado dos fanegas y media de tierra en la vega del río
Segura.

80
   Una situación parecida, pero con un final distinto, se narra en el capítulo 3 «Y me
casé con ella y bien casado» pp. 162-165. Joan Frigolé, Un hombre. 1998.

220
22 de agosto de 1974.

Matías, el joven mancebo de la farmacia de Francisco Pérez Mayo, cuenta


en presencia de Juan de Paco, de unos setenta años, que una casada de la parte
vieja del pueblo ha sido descubierta en la cama con su cuñado, marido de su
hermana mayor. La mujer, de veintidós años, y el marido, de veintiséis, tienen
dos hijos pequeños. El marido sale muy temprano de casa para ir al monte.
Más tarde, la madre del marido engañado, que vive en la misma calle, escondi-
da detrás de la cortina de la puerta de su casa ha visto salir de su casa al cuñado
para el trabajo y como éste se metía en casa de su nuera. Habiendo aguardado
un tiempo, ha entrado luego en casa de su nuera y dando un puntapié en la
puerta de la habitación los ha visto tal como vinieron al mundo: «Se la estaba
cargando». «Estaban haciendo faena». La suegra ha empezado a chillar y a
insultarla: «Puta, mi hijo rompiéndose los cuernos trabajando para que no te
falte nada...» Con los chillidos han entrado las vecinas en la casa y los han visto
que se estaban vistiendo.
Según Matías, la mujer pillada in fraganti y su marido tuvieron una pelea
en plena calle un mes antes. Él le dijo «marrana». Ella le arañó. Él la pego, pero
se contuvo. Ella le dijo: «Has de saber que ninguno de los hijos que tienes es
tuyo, uno es de tal y el otro, de tu cuñado». El marido agachó las orejas y se
entró suave en la casa. Matías los vio el domingo anterior a este suceso en «la
Virgen», y él la besaba; parecían una pareja de recién casados.
Matías y Juan se reían con el suceso. Matías decía «el cabrón del marido»
y añadía que el cabrón es el último que se entera, porque nadie se lo dice, y al
estar los otros en el secreto es el hazmerreír de la gente. Juan contraponía: «Di-
cen que el hombre no pierde –en referencia al cuñado– pero sí pierde, pierde
la vergüenza, sobre todo si este hombre tiene hijos».
Francisco, el farmacéutico, me dijo: «Esto es escándalo en el pueblo dos
días, y a lo mejor otros en la calle hacen lo mismo».
Varios informantes afirman que está comprobado que al cuñado le engaña
su mujer. Uno de los informantes señala a un hombre de buena posición eco-
nómica como su amante.
Conversación con Pedro Aznar, Manuel «el Zoco», Fulgencio, Juan de
Paco, Paco «el Labrador» y José, hijo del «Bocamaeza». Pedro siega tallos de
romero en un coto comprado por el que pone la caldera de destilación de la
esencia. Les exige a Pedro y a su compañero, Paco «el Labrador», que arran-

221
quen los romeros jóvenes y que los viejos los corten a cierta altura. Ayer, Pedro
y Paco segaron por la mañana setenta y dos arrobas de tallos. Les pagan la
arroba a treinta y treinta y tres pesetas. Al precio de treinta pesetas les corres-
ponde a cada mil ochenta pesetas. Hay que deducir de esta cantidad la mitad
del transporte, que es de cuenta del segador. El del motocarro suele cobrar
quinientas pesetas y suele cargar mil kilos.
En la finca El Chopillo, el dueño exige tres pesetas veinticinco por arroba
de tallos como pago por el piso. Alrededor de una docena de hombres que
siegan tallos han comprado este coto.
José trabajó ayer unas trece horas en la fábrica de conservas. Él también ha
segado tallos en el pasado.
Fulgencio explicó un dicho del tío Juan de «la Elena». «Tenía él dos mu-
chachos cavando panizo y les preguntó: ¿Vosotros cómo estáis cavando el pa-
nizo, a lo formal o lo pillo? ¿Qué quiere decir usted? Lo formal tiene una cara y
se le echa tierra por un solo lado; lo pillo tiene varias caras y se le echa la tierra
por ambos lados. Estaba yo en el malecón y he oído que los panizos lloraban y
gritaban: «Échenos tierra por el otro lado». Todos se rieron. Manuel apostilló:
«Ahora no se les echa por ninguno».

23 de agosto de 1974, viernes.

Conversación en el bar del Porras hacia la una de la tarde con Pascual,


espartero de Cieza, que lleva consigo esparteros locales; un hombre mayor,
espartero, de la localidad de Pascual, que apenas interviene, y Pedro «Partal».
La conversación gira en torno a la mujer pillada con su cuñado. Al ver que
estoy enterado, continúan hablando sobre este tema. Han llegado hace poco
del monte, llevan la ropa de trabajo y se están refrescando antes de irse a casa.
Comparten un «butano», una cerveza grande. Pedro es quién más habla, pro-
bablemente porque es el único que es del pueblo: «A todas estas mujeres las
llevaría a una isla y las abandonaría allí. Una mujer así puede hacer mucho
daño en un pueblo». Según ellos, el marido es un «esclavillo», trabaja, apenas
sale, ni bebe.
A Pedro le mueve la ira y la venganza: «Le cortaba el cuello y mientras no
me detuviera la guardia civil estaba matando. Mataba a toda su familia y me
trasladaba a Barcelona y mataba también a los que había allí».

222
Creo que Pascual, a través de gestos y sonrisas, no compartía del todo la
ira que expresaba Pedro.
He insinuado la solución de acudir a los tribunales. Pedro la rechaza con
énfasis: «no sirve, el juez se la tira, como es una mujer así, y pierdes el juicio y
luego tienes encima que pagar todos los gastos». Se ríen.
Pedro está furioso y repite varias veces la idea de matarla de diferentes
maneras: «Haría que conociese bien los dientes del hocete (hoz pequeña de
uso corriente)». Dice que tratándose de un marido como el suyo, ella no tie-
ne justificación. Lo comprendería si él se lo gastase todo, etc., y ella dijese:
«Como no me lo das, voy a buscarme la vida como pueda81» . Sólo en este
caso lo comprendería. El hombre mayor dijo al respecto: «Tan malo es una
cosa como la otra».
Apenas se ha hecho referencia al cuñado. Yo he dicho: «¿Y él?» Pedro ha
respondido: «El varón siempre gana». Pascual le ha criticado por haber armado
el escándalo en la propia familia y por su falta de criterio.
Pedro cuenta que hace un par de años fue operado de la barriga y que a las
seis semanas fue a coger fruta (recolección de la fruta a destajo) y que le salía
sangre. Dice que si al volver a casa se encuentra con algo parecido, mata a su
mujer. Dice también que la castigaría si al llegar él a casa no tuviese la comida
hecha, los niños llenos de mierda y ella estuviese sentada hablando con las
vecinas. Actualmente su mujer trabaja en la fábrica de conservas.
Pedro no quiere que su mujer se pinte. Cuando se puso novio con su mujer,
pero aún no había ido a su casa, un día ella apareció con los labios pintados y él
con un pañuelo se los restregó fuertemente. Ella tenía unos quince años. Él le dijo
que no quería que se pintase los labios. Pedro añade: «Nosotros trabajamos en el
monte arrancando esparto y un día se nos rompe el pantalón y nos sale un huevo,
otro día, la espalda, otro día venimos descalzos de un pie, y llegar a tu casa y ver
a tu mujer pintorreada, no, esto no. Gastarse seis o siete duros en eso, cuando
nosotros arrancamos esparto, no». De la mujer pillada dice que se pintaba mucho,
iba en minifalda por el pueblo, a veces llevaba botas altas. Según Pedro, «al que es
rico, sí le pega eso de ir la mujer pintada, pero a los que arrancamos esparto, no nos
pega». Su mujer se pinta cuando hay una boda o algún acontecimiento especial. A

81
   La crítica hace énfasis en el incumplimiento injustificado de los deberes del estatus
de esposa y, más adelante, del de madre en el marco de una división sexual del trabajo
y de la ética que le corresponde.

223
él le gusta y quiere que su mujer se compre vestidos, reloj; él a lo mejor le compra
un vestido de dos mil pesetas para que vaya guapa, pero no quiere que se pinte los
labios, ni los ojos, ni lleve pestañas postizas, ni use cabelleras, porque no pega a la
mujer de uno que se mata arrancando esparto.
Las risas distendieron la reunión cuando Pedro recordó que cuando era pe-
queño, un hombre decía: «Un hombre sin cuernos es como un jardín sin flores».
Matías cuenta por la tarde que Fulgencio, vecino de calle, vio a las herma-
nas hablarse a la puerta de la casa. La madre del marido engañado alquiló un
coche y se fue al tajo donde el hijo trabaja. Éste se ha ido a casa de su madre.
Francisco Pérez Mayo explica sobre la Cooperativa: se saneó la lista de
socios, es decir, se dio de baja a los que no hicieron la declaración jurada o
no la firmaron, después de haberles llevado al Juzgado de Paz. Algunos de los
que llevaron al Juzgado firmaron la declaración jurada. Ahora todos los socios
pagan el canon, excepto dos propietarios, que continúan como socios. Uno
de ellos estará debiendo unas setenta mil pesetas de canon en la actualidad.
Cuando sanearon la lista de socios dieron de baja a gente que no tenía nada
que ver con la tierra, como unos franceses propietarios de la finca «Dominio
de las Murtras». Federico Jaén, ex alcalde, metió a medio pueblo en la Coope-
rativa. En la Cooperativa hay socios de los términos de Cehegín, Moratalla y
Hellín, porque es la única que tiene molino arrocero.
Un abogado de la Caja Rural es quien ha llevado todo el asunto de las
declaraciones juradas y un economista de la misma ha elaborado el informe
económico sobre la situación financiera de la Cooperativa. La Caja tiene mu-
chos intereses en la Cooperativa.
Existen préstamos de campaña a seis meses que concede la Caja Rural.
La Cooperativa los avala y devuelve el capital y el socio paga el interés del
préstamo. Los préstamos permiten a los socios pagar los gastos de producción,
en este caso del arroz, y recibir un anticipo por el arroz entregado a la Coope-
rativa. En el año 1973-1974, los socios que no han pedido los préstamos de
campaña para el arroz, no lo han cobrado, dado que la cooperativa aún no ha
vendido todo el arroz de esta cosecha.
El contrato que se hizo con los propietarios de Conservas Calasparra para
la venta del albaricoque estaba mal redactado y permite pocas acciones en
contra. El secretario de la Junta Rectora de la Cooperativa, en plena demanda
judicial por incumplimiento de contrato, fue con sus vales a la fábrica para
que le pagasen la fruta que había entregado.

224
He notado que del informe económico elaborado por la Caja Rural y pre-
sentado a la junta general de la Cooperativa, se cita sólo en las actas «la falta de
capitalización de la Cooperativa». No hay ninguna referencia al falseamiento
de los balances. Tampoco hay referencia detallada del informe de Francisco
Pérez Mayo el 25 de febrero de 1973. Consta sólo: «Francisco Javier Pérez
Mayo presenta informe personal sobre pérdidas en ejercicios anteriores». No
se dice nada de que las pérdidas estaban camufladas en la subcuenta «frigorífi-
cos», que no hay, y en la subcuenta «edificios».
El suegro de Pedro «Partal» me invita a tomarme un tercio en el bar del Po-
rras. Entra José de «los Naranjos» a saludarme. Viene del Convento de hablar
con alguien. Mañana sábado saldrá, porque tiene que ir a cobrar. El suegro de
Pedro dice que las Cuatro Esquinas ha sido siempre el lugar de reunión de la
clase trabajadora y antes los propietarios venían a contratar aquí. El Convento
es el lugar de reunión de propietarios, compradores y tratantes. Se sube allí a
cobrar o a entrevistarse con alguien para ir a trabajar con él.
El suegro de Pedro tiene dos hijas, una en el pueblo, la casada con Pedro,
y otra en Bocairente (Valencia). «Cuando me levanto por la mañana voy a casa
de mi Juana (la hija), Pedro se ha ido al monte y hago el café. Me quedo al
cuidado de los niños cuando mi hija se va a la fábrica. Mi mujer hace la plaza
y la comida para todos. Hay que ayudarles. Los hijos son lo más propio». Su
hija trabaja en la fábrica de conservas en la elaboración del tomate.
Su padre trabajaba de molinero y él también fue molinero en dos fábricas
de harina. Antes de la guerra, cuando él empezó, iba por el pueblo con un
animal recogiendo por las casas los cereales para la molienda. En 1936 ganaba
como molinero cuatro pesetas al día. El oficio de molinero es bastante duro,
sobre todo por el movimiento de los sacos. Ha hechos otros trabajos. De mo-
cico (soltero) fue a cavar panizo y otros cultivos por cinco reales al día (una
con cincuenta pesetas), en un tiempo en que se ganaban entre siete reales y dos
pesetas. De casado fue durante ocho años al monte a coger esparto, pero él ha
sido un espartero «borde», porque no era su oficio. Iba al monte a defender
algún dinero y por no tener otro trabajo. Ha trabajado también en unas minas
bajo tierra. Probablemente se trate de minas cercanas como pueden ser las
minas de Gilico, ya que afirma que a él «nunca le ha tirado el irse por ahí». Su
padre, como él era el único hijo varón, le cedió los derechos de un piojar de
unas dos fanegas de tierra, pero con esta cantidad de tierra no se podía vivir.
Tiene tres hermanas, que emigraron a Barcelona antes de la guerra. Una

225
emigró casada y las otras dos, mocicas (solteras). Una de ellas ha estado este
verano en su casa con sus hijos. Recibió ayer una carta de su sobrina que
estuvo aquí. Se marcharon a Barcelona en taxi, de los que llaman piratas, un
viaje que duró de ocho de la mañana a ocho de la noche, de puerta a puerta.
Estuvo en julio en Barcelona en casa de esta hermana y al regreso se detuvo en
Bocairente para visitar a su hija.
Al salir del bar, encontramos a Manuel «el Zoco» que nos invita al bar del
Manco. El suegro de Pedro dice que tiempos atrás se había juntado con Ma-
nuel y recuerda que una vez al cerrar los bares, se fueron a terminar al bar de la
estación de gasolina, que no cierra. La conversación se centra en las condicio-
nes de vida que había antes: en todas las casas había piojos, chinches y pulgas.
Se comparan la alimentación, higiene y medicina. El suegro de Pedro dice que
en un mes vio morir a cuatro hermanos varones en su casa. Murieron del mal
colorado. Dos vocablos: pestuza (peste) y borrachuzo (borracho).
Al suegro de Pedro se le cayeron los dientes a causa de la piorrea y no se los
va poner. Alega que varios que los tienen (postizos), no se los ponen, porque
les hacen daño. Desde que no tiene dientes, ha engordado ocho kilos y antes
estaba delgado, pajizo. Come de todo, pero con calma.
Entra luego un hombre joven, el tractorista de la Agrupación de Apar-
ceros: «¿Qué tal por Barcelona?» Un hermano suyo trabaja en Cornellà en la
empresa Elsa, que está en huelga. Sus padres han estado en casa de su hermano
y cuando han regresado al pueblo, todavía seguían con la huelga.
Manuel ha conseguido tres sacos de amoniacal (abono). Sólo echó abono
al panizo cuando hizo el «simentero». Ahora ya echa la espiga y está algo pajizo
por falta de abono. Se lo va a echar y a ver qué resulta. La espiga es pequeña,
porque no se ha podido desarrollar.

24 de agosto de 1974, sábado.

En el bar del Rafa, en el Convento, por la mañana: ¿Para qué queremos


venir, si tenemos que ir a casa del primo o a la fonda?», le decía un hombre
a un intermediario en la compra-venta de casas y terrenos. Días atrás una fa-
milia numerosa compuesta de tres generaciones, que hablaban en castellano y
residen en Badalona, comían en Casa Bravo, donde me hospedo.

226
Por la tarde, el «Porche» y Pedro Aznar, en el bar Torero. Más tarde entra
Paco «el Labrador», compañero de Pedro en la siega de tallos. El «Porche» está
hablando con uno de la mesa del lado sobre su hijo mayor casado, que va al
monte y al jornal. Éste ha hecho un contrato para plantar dos fanegas de tierra
de tomates con un propietario de Moratalla, del que el hijo del «Porche» era
aparcero de una fanega y media de tierra, que ahora tiene sembrada de panizo.
El contrato es sólo para el cultivo del tomate. El propietario pone el abono, los
sulfatos, es decir, todos los beneficios de la tierra, y la tierra cortada, es decir,
labrada con el tractor y paga una cuarta parte de los jornales de la recolección.
El hijo planta, riega, sulfata, etc., los tomates y paga tres cuartas partes de
los jornales de la recolección. Al final, parten la cosecha a medias. Según el
«Porche» lo que cuesta es la «cogida», es decir, los jornales de recolección del
tomate82. El «Porche» se queja de que su hijo no le consultó cuando hizo el
contrato, ya que él tiene experiencia. Hace cuatro años, pidió tierra y sembró
seis fanegas de tomates. Eran cinco, él y sus tres hijos y se les asoció un mu-
chacho. No pagaron nada, pero «trabajando, ganaron un jornal pequeño».
«¡Tomaba yo una pesambre!83» Es decir, trabajando a jornal hubieran ganado
más. El «Porche» dice que gastó tres días, cuando el hijo plantó los tomates,
y tendrá que ayudarle más. Un cuñado de su hijo, que trabaja en la fábrica
de textiles, le ayuda por las tardes y su suegro le ayuda también. Los dos hijos
solteros, que el Porche tiene en casa, llevan tres días ayudando a su hermano
mayor en la cogida del tomate. Una vez recogidos los tomates de primera flor,
ahora es el momento de que las plantas produzcan muchos. El «Porche» dice
que su hijo ha gastado él solo en todos los trabajos hasta la fecha unos veinte
o veinticinco días fijos y los demás dijeron que le falta gastar otros tantos días
fijos. Cuentan que Juan «el Moratallero» tiene también un contrato para la
plantación de tomates con el mismo propietario.
Dicen que Filiberto, empresario conservero, ha hecho con uno un contra-
to para la plantación de tomates, que incluye el pago de la mitad de los jorna-

82
   «Mientras que la aparcería desaparece de todos los secanos o casi, se desarrollan
desde hace una veintena de años en relación con los cultivos comerciales (melones, to-
mates alcachofas, etc.) nuevos contratos de aparcería». (120) Robert Hérin. Les huertas
de Murcie. La Calade: Édisud. 1980. El autor se refiere sólo a los campos del litoral
murciano, pero el fenómeno no se circunscribe allí.
83
   Pesadumbre.

227
les de cogida. Parece que una buena parte de los contratos incluyen la cogida
a medias. Este contrato es algo más ventajoso. El «Porche» decía: «Tres de los
nuestros y tres jornaleros que pone el amo. No me gasto ni una perra, aunque
pierda o deje de ganar lo que podría ganar en otras partes».
Varios medieros que tienen tomates les han avisado para que hicieran jor-
nales en el tomate. De veinte a veinticinco cajas de tomate coge un hombre.
Paco dice: «Veinte cajas, ya está bien». Cada caja pesa en limpio entre veinte y
veintidós kilos. Nadie va a trabajar por menos de quinientas pesetas. El «Por-
che»: «Yo por lo menos no voy a trabajar».
Entra en el bar el hombre de la «caldera de la esencia». Entrega al «Porche»
dos mil doscientas pesetas por setenta y tres arrobas de tallos de romero del día
de ayer y hoy y otras tantas pesetas a Pedro y Paco por setenta y tres arrobas
de tallos de romero que ambos conjuntamente han segado hoy. Una arroba
equivale a once kilos y medio. El hombre de la caldera dice que «la esencia del
romero se baja a la raíz cuando llueve». Como el lunes llovió, Pedro, Paco y
el «Porche» no fueron al monte el martes y el miércoles. En esta semana que
termina, ellos han trabajado en el monte lunes, jueves, viernes y sábado y han
ganado unas cuatro mil cuatrocientas pesetas cada uno. Hoy, después de venir
del monte, Paco ha comido, ha hecho la siesta, y se ha ido a la escarda de su
arroz.
El «Porche» lleva dos parcelas de tierra: una, de dos fanegas y media y otra,
de dos fanegas. Dice: «Mañana (domingo) vamos a cambiar de tercio». Dirá
a sus dos hijos solteros que en vez de ir a ayudar a su hermano mayor, vayan
con él a cavar el panizo. El «Porche» consta en el sindicato como bracero: «He
hecho siempre de todo de toda la vida».
Más tarde, estuvimos en el bar Campero y allí encontré a José, hijo del
«Bocamaeza», quien me dice que me he juntado con los más borrachos y locos
del pueblo. Esta semana ha ganado cuatro mil y pico pesetas en la fábrica de
Filiberto trabajando muchas horas, incluso la tarde del sábado.
Choncho y otro hombre han segado hoy conjuntamente sesenta y nueve
arrobas de tallos (casi ochocientos kilos). Los días que no ha trabajado a causa
de la lluvia los ha aprovechado para ir a la Caja y arreglar unos papeles. Las
obras que piensa hacer en el tejado de la casa le cuestan sesenta mil pesetas
aproximadamente.

228
25 de agosto de 1974, domingo.

El «Porche» me explica por la tarde que su hijo mayor no saldrá tan mal
del cultivo del tomate como había creído y me había dicho. Estima que va
a tener treinta mil kilos de tomates, que a cuatro pesetas el kilo, equivalen a
ciento veinte mil pesetas. La mitad, para él. «Mi hijo se va a defender, porque
a él le costarán los gastos, incluidos los jornales, unas catorce o quince mil
pesetas». Hoy el hijo mayor ha ido a casa de sus padres con dinero para pagar
a sus hermanos, pero su esposa y él no han querido. El hijo mayor insistió en
que sus hermanos tomaran mil pesetas cada uno por tres días de trabajo en la
cogida del tomate.

26 de agosto de 1974.

Mañana en la Cooperativa. Joaquín Salinas, contable con funciones de


gerente, me compara la cooperativa con un equipo de fútbol y al socio de la
primera, con el socio del segundo. Parece que los que hicieron la ley de Coope-
ración (1942) fueran directivos y entrenadores del fútbol español. «Yo puedo
ser socio del Real Murcia durante una temporada y al año siguiente darme de
baja de la entidad y a lo mejor ésta tiene en este momento diez millones de
pérdidas, y a mí no me toca ninguna responsabilidad. Así puedo entrar en una
cooperativa, ser socio fundador –pedirse los préstamos y crearse las instalacio-
nes–, y luego darme de baja, sin que me puedan pedir responsabilidades, a no
ser que haya firmado el aval de los préstamos. De los sesenta socios fundado-
res, sólo firmaron unos veinte. Los otros como no les dijeron que firmasen, no
firmaron. Son esos veinte los que ahora tienen el agua al cuello».
El presidente de la Cooperativa me explica: «El arroz de aquí es más caro
en el mercado que otros. Hay muchas marcas, mucha publicidad y además
se cerraron las exportaciones –aunque el de aquí no se exporte–, y todo ello
ha creado muchas dificultades en la venta. Gruma que, antes hacía muchos
pedidos, ahora hace pocos».
El presidente, a un socio: «¿No sabes que si no fuera por la cooperativa
habría en las cámaras (de las casas) por lo menos quinientos mil kilos de arroz?
Los cuatrocientos mil que compró a los socios y unos cien mil más».

229
Otro socio se exclama a Joaquín en relación al contrato de venta del al-
baricoque de los socios a los Estrellos: «Fue una cosa muy canallesca, ya que
dejaron de dar cajas en el grueso de la campaña. Luego vino la nube y unos se
perjudicaron más que otros». La tormenta afectó más a unos sitios que otros.
El socio considera todavía más canallesco que después de todo esto, cuando
llegaba a la fábrica, «le estrujaban en el precio que le ponían a la fruta».
Fulgencio me cuenta que enterraron a Dolores «la Tata», madre de los
«Tatos», que son cuatro hermanos. Vivía en la calle San Pedro. Fulgencio asis-
tió al entierro. Le pregunté si era vecina –Fulgencio vive en la calle Pascuales–,
y me contesta: «Vecina, no, pero conocida de toda la vida». Ambas calles están
en la parte vieja del pueblo.

27 de agosto de 1974.

El tío José «el Dieguilla», su hijo Alfonso, Pedro «Partal» y otros esparteros
al final de la mañana en el bar. Alfonso me dice que con Pedro son amigos de
toda la vida y son de la misma generación. Alfonso ha ido hoy a segar hinojos.
Lo pagan a treinta pesetas la arroba. Dice a Pedro: «¿Por qué no te vienes con
nosotros? Si hay (hinojos), en unas tres horas te haces un buen jornal. Hoy
hemos tenido una primera hora muy buena, luego ya no tanto». Los buscan
por los ribazos y campos que dejan sin cultivar. Lo destila uno de Valentín. El
año pasado pagaban la arroba de hinojo a catorce pesetas y este año ha subido
a treinta debido en parte a que hay competidores. Comentan los precios de
la arroba de romero aquí y fuera del pueblo. En un pueblo que está a unos
cincuenta kilómetros de Calasparra hacia el sur, hay uno que tiene puesta una
caldera para destilar romero y paga la arroba más cara que en el pueblo, y
aunque el transporte es más caro, se ve que compensa.
José de «los Naranjos» dice que su amo, que vive en Caravaca, convocó a
los aparceros a través de su encargado para un día por la noche. Luego vino al
pueblo por la mañana, cuando todos estaban trabajando a jornal. Es el pro-
pietario de la finca Las Hoyas en la vega del río Segura. Se ve que piensa que
lo que quiere alcanzar lo logrará mejor de uno en uno o con unos pocos. José
piensa que la intención del amo es llevar directamente la tierra de Las Hoyas.
En el área de Caravaca cultiva directamente unas dos mil fanegas. Tiene cuatro
tractores.

230
José se dio de baja de la Cooperativa. Ha firmado el préstamo que le co-
rresponde: nueve mil pesetas, del que tiene que pagar los intereses cada seis
meses. Lo que le ha desmoralizado, y ha sido decisivo para su baja, fue que
hace varios años entregó el arroz a la cooperativa y le dieron un anticipo de
cinco pesetas por kilo. Le fueron a pagar a la Caja Rural y firmaron un papel,
que pensaba era un justificante. Luego, llega un día a su casa y le dicen que le
han avisado del Juzgado. El dinero que le dieron en la Caja era un préstamo de
campaña y la Junta Rectora, que debía pagarlo, no lo hizo. No le avisaron para
que fuera a pagar. Entre capital e intereses le tocó pagar doce mil pesetas, más
los costes del juicio. «Yo necesito ganar todos los días quinientas pesetas y no
puedo entrar en mi casa pérdidas ni cosas muertas». En 1972-1973 era todavía
socio de la Cooperativa y entregó el arroz. Tuvo que esperar a que terminara
la campaña para cobrar y además pagar un canon de una peseta por kilo. En
1973-1974, no siendo socio, entregó el arroz a la cooperativa y le pagaron al
contado. A los socios les sucederá igual que el año pasado, además pagan el
arroz a socios y no socios al mismo precio. El socio es el que se perjudica. Tam-
bién por no perjudicarse en el trabajo se ha ladeado de Francisco Pérez Mayo
y Manuel «el Zoco, sin que ello implique un cambio de ideas.
Joaquín Salinas ha ido a ver a Francisco Pérez Mayo para resolver el tema
de la demanda de la Cooperativa contra los Estrellos, porque hay socios que
quieren cobrar la fruta. José Rubira trajo hoy a la Cooperativa sus vales de
entrega de la fruta y los de sus medieros para cobrar.
Antonio Ochando vendió la fruta de su finca a los Estrellos y ha perdido
unas quinientas mil pesetas.
Le propongo a Manuel «el Zoco» que en invierno venga a pasar unos días
a Barcelona. Me contesta que él vive en un lugar privilegiado y que la gente
que vive en pueblos es gente privilegiada. El «Porche» le dijo días pasados a
uno que emigró a Barcelona y que encontró en el pantano del Cenajo: «Qué-
date aquí; eso no existe en Barcelona. Aquí se vive bien». El «Moro» está de
acuerdo y me dice que, si tiene tiempo, me llevará al Cenajo, para que vea
aquello, que es una maravilla. El «Moro» ha comprado unos veinte celemines
de tierra repartidos en cuatro trozos en la huerta. Ha aprovechado las vacacio-
nes de agosto para levantar una casa para los animales y otra para almacenar
hierba. Tiene siete u ocho cabras y quiere tener más. La carne de cabrito y de
choto vale más que la de los chinos. Cuando termina su jornada en el molino
arrocero de la Cooperativa se va allí hasta la noche.

231
28 de agosto de 1974.

En la Cooperativa, un socio a Joaquín: «Si todos los que estamos, ¡vemos


menos que unos alicates!, ¡hacemos el ridículo en todas partes!» Estas excla-
maciones fueron la respuesta a las palabras de Joaquín, quien dijo que había
recomendado a los miembros de la Junta Rectora que al redactar el contrato
pusieran más kilos de fruta, pero no le hicieron caso. Y siguiendo la conver-
sación sobre el tema de la redacción del contrato, Joaquín dijo: «Si llevando
precio, ¡ya está!»
En casa de los Rius, un piso en el Convento, con Antonio Ochando. Enri-
que Rius es abogado y empleado del Ayuntamiento de Madrid. Tiene treinta y
tres años. Está de vacaciones. Ha ido a pescar al río. En la pesca se junta con X
y con Z84. Alaba el carácter y el fondo de ambos hombres. A X se le imputa el
incesto con una hija suya. Enrique dice que no fue él. Él se lo ha confesado y
tiene además otras informaciones e indicios. Fueron los hijos o alguno de ellos
quienes «se la cargaron». El padre asumió la responsabilidad. Enrique dice que
X está solo hasta quince horas pescando. No se habla con nadie, aunque la
gente de los campos le saluda. Se ve que es él quien no quiere conversar. Pesca
para no estar en casa y no romper la cabeza a alguno de los hijos. Las hijas
casadas van a ver al padre en su casa y le saludan, pero los yernos, no. Enrique
dice que todos los días que ha ido de pesca en estas vacaciones se junta con
X. La madre de Enrique dice que cuando sucedió este hecho, la mujer de X
defendió a su esposo de esta acusación. Hijas del X han sido mozas de servicio
en casa de los Rius y ella estuvo en su casa. Tiene un único dormitorio con
una cama en la que dormía el matrimonio y por un agujero grande se entra-
ba a una cueva, con un cierto desnivel con respecto a la habitación, y allí en
jergones en el suelo dormían todos los hijos. La madre de Enrique dice que se
escandalizó de que el matrimonio durmiera en la cama y los hijos, en el suelo.
Herminia le dice a su madre: «Pues eso teníais que solucionar». Su madre le
contesta: «Pues eso procuramos hacer». La madre es del grupo de mujeres de
Acción católica. Explica que en el pueblo hay grupos de casi todos los curas
que ha habido: Rafaelistas, Joseístas, Pepeístas, etc.
El padre de Enrique y Herminia era abogado y maestro. Fue director de
las escuelas nacionales. Escribía poesía.

84
   No corresponden a ningún nombre.

232
Z es el padre de la muchacha cogida in fraganti con su cuñado. La madre
de Herminia afirma sobre la reputación de la madre de esta mujer: «Ahora
como ha ocurrido eso con la hija y se dice de la otra (hija), la gente atribuye
ese comportamiento a la madre, pero no es cierto; conozco a la madre ya de
antes. Esta gente carece de formación, no les dan educación». Otra hija Rius,
casada, exclama: «¡Pero madre, si sólo les pueden dar de comer!»
Herminia, que está estudiando en la Universidad de Murcia, se acuerda
perfectamente de que cuando era pequeña todas chicas que servían en su casa
se iban con el novio.
Enrique dice acerca de los esparteros que el trabajo eventual les gusta por
la libertad y por lo epicúreo. Herminia: »Si les buscas un trabajo de albañil, no
lo quieren; no quieren un horario, ni un patrón». Todos hablan del dinero que
gastan en bebida y no en un filete, del gran número de horas que están en los
bares. Antonio Ochando dice que el setenta por ciento de la población activa
de Calasparra es eventual agraria.
Se comenta el acto de hermanamiento entre los pueblos de Premià de Mar y
Calasparra. Antonio habla de referencias. Fue iniciativa de los de allá. Vinieron
varios autocares y trajeron cinco mil claveles para la Virgen de la Esperanza.
Pidieron en carta dirigida al alcalde actual –hijo del que cerró la fábrica de espar-
to–, que les recibiera la banda municipal de música y pidieron a los curas que la
misa fuese concelebrada, pero presidida por don Rafael, que era el cura que ha-
bía en el pueblo cuando se tuvieron que marchar. La madre de los Rius conside-
ra que don Rafael era soberbio. Era hijo de un agricultor acomodado y capitán
del ejército. Cuando cerraron las fábricas de esparto del «Pájaro» y de Higinio
Marín, don Rafael pidió dinero para ayudar a pagarles el viaje a Barcelona.
El sermón de don Rafael en la misa fue muy vibrante y retórico. Les recor-
dó que tuvieron que marcharse porque pasaban hambre. La gente llorando y
afirmando con la cabeza. Al venir de la Virgen, unas mujeres emigrantes ami-
gas de la madre de Antonio, le dijeron lo que había dicho el cura y añadieron
que tenía razón: «Nos marchamos del pueblo, porque no podíamos comer».
Hubo un partido de fútbol entre el Premià de Mar y el Calasparra. El vera-
no pasado había jugado el Calasparra allí y perdió. Esta vez ganó el Calasparra,
reforzado con algunos jugadores del Cieza. Antonio dice que miembros de los
dos grupos, los del pueblo y los emigrantes, llegaron a las manos. Los primeros
gritaban: «Se fueron lo peor del pueblo», y los otros replicaban: «Si todo el día
estáis en los bares».

233
Matías, hijo del que regenta el bar del Santuario, exclama: «¡Esos catala-
nes». Se refiere al hecho de que muchos de los que vinieron para el herma-
namiento comieron en el bar del Santuario y se llevaron los cubiertos como
recuerdo.
Juan de Paco saluda a uno del pueblo, que está allí: «Hola catalán». Le
pregunta cuando había visto a su hijo Pedro y le ha contestado que hacía unos
cuatro días. Juan me dice: «Éste viene seguramente porque administra unas
tierras que son de sus hijos».
Por la tarde en el bar. Pascual de Cieza, que emplea a esparteros locales y
él mismo arranca esparto, me explica que al empresario no le interesa comprar
montes, es decir, la subasta del esparto. Le sale más barato la fórmula actual:
dejarlo en manos de gentes como él, que ponen una romana, y comprarles
directamente el esparto. Les sale más barato porque en caso contrario tendrían
que tener dos encargados fijos con un salario. No siempre van muchos esparte-
ros al monte. «No me deja margen comercial, quizás me deje cinco duros más
que a uno que va a trabajar conmigo». La venta del esparto se aguanta porque
se usa en la fabricación de la escayola (material de construcción).
Alfonso, hijo del tío José «el Dieguilla», dice: «Como no somos fijos, somos
libres; vamos allí donde se gana más o más nos conviene». Cambian de romane-
ro en función del lugar, de la distancia, del precio, de la calidad del esparto, es
decir, de donde se gane más rápidamente el jornal, confirman varios presentes.
Pedro «Partal» cuenta el siguiente caso del que fueron protagonistas José
Gomariz, administrador del Conde, y la guardia civil. Aún no hace diez años,
en una época en que los jornales ya empezaban a pagarse, vino la recolección
del arroz y faltaba gente. Uno que necesitaba de dos o tres jornales solamen-
te, con tal de que el otro fuera con él, le daba cien pesetas más de lo que se
cotizaba. Si los jornales se pagaban a doscientas veinticinco pesetas, muchos
daban trescientas veinticinco. José Gomariz no encontró gente al precio que
quería pagar y llamó a la guardia civil. Se presentaron en las Cuatro Esquinas
y obligaron a la gente a ir con él, les tuvieron allí trabajando y les pagaron lo
que quisieron. «A ti te matan en el pueblo y hacen pasar como que te has aho-
gado». Le digo que puede recurrir a fuera, a Murcia, por ejemplo. «Pero allí te
crees estar delante de un hombre y resulta ser...»
Juan de Paco: El «Samba», casado con una hija de Juan «de Higinio», ha
comprado en los alrededores del pueblo para construir. Juan «de Higinio» es
tío del alcalde actual, y ex –concejal del ayuntamiento.

234
Juan Pedro, hijo mayor de Francisco Pérez Mayo, dice a su tía, hermana
menor de su madre, que vive en Barcelona, «farineta».

29 de agosto de 1974.

Conversación con Choncho sobre el suceso de la mujer y su cuñado: «Un


cuñado es un pegado postizo, eso me creo yo. Entre cuñados no se tocan nada.
No creo que todo lo hiciera el cuñado, creo que también ella pondría algún
pie, porque si no, cuando sale tu marido a trabajar, cierras la puerta y no entra
nadie. No va a tener el hombre la sangre agua». Estaba de acuerdo conmigo en
que él podía haber buscado una mujer más lejana. Cuando hemos empezado
a hablar me ha dicho: «Ocurre cada escándalo que antes no se había visto bajo
el sol. No sé a dónde vamos a ir a parar».
Choncho me cuenta que hace poco el marido de esta mujer y él «se han
tirado dos meses trabajando juntos los dos solos en el monte. Este hombre es
capaz de levantar cien kilos. No le ha dado ninguna paliza o guantada. Si le
da una, la mata. La reacción es también como te coge la sangre. Puede que la
mates o que digas: ella siga su camino y yo, el mío».
Choncho opinaba que si él estuviera en el lugar del marido la abandonaba
y no querría saber nada de ella. Afirma que el marido se fue a casa de su madre
ya antes de este suceso, pero que a los dos días él le decía «nena» y ella, «nene».
Choncho no lo comprende. En un altercado anterior, y ha habido varios, ella
le arañó y le dijo: «Eres un cabrón consentido, porque ninguno de los hijos es
tuyo». Ahora el marido está en casa de su madre.
Choncho me explica el caso de un hombre que encontró a su mujer en
falta, se llevó los dos hijos, y luego vive con una mujer que tiene seis hijos
propios.
En el Convento, un fragmento de conversación entre cuatro hombres, que
creo hablaban de este tema: «Yo me ladeaba...»
Juan de Paco me ha contado un caso ocurrido cuando él era joven: «Tú
sal que no tienes culpa» dijo el C85 al hombre que pilló en su propia casa con
su mujer. Los tres hermanos de C le habían alertado: «Tu mujer te la está ur-
diendo». Por no pasar por cabrón consentido, no la mató, pero la tumbó en

85
   Inicial de apodo.

235
el suelo, le puso el pie en el cuello y con el hocete (hoz pequeña) le cortó los
cabellos y la llevó a casa de sus padres diciendo: «Aquí traigo a su hija puta».
Este hombre trabajaba la tierra. Juan dice que el cabrón es el último que se
entera. «No se enteran, porque son corticos o interesados (obtienen beneficios
económicos de la acción de su mujer), si no un hombre por los indicios saca
el agua clara». Pilar y Esperanza, hijas de Choncho, fueron a espiar a la calle
donde viven y luego informan a su madre.
Esperanza, la mujer de Choncho, dice que ella tiene el número 137 en la
fábrica de conserva, una vecina, el ciento noventa y cinco, y aún fueron otras
muchas. Pilar está trabajando en la cocina de la fábrica durante la temporada
del tomate y estos días está llegando a casa a las doce de la noche.

31 de agosto de 1974.

De los datos consignados en la libreta de contabilidad de Pascual de Cieza


sobre el esparto recogido por esparteros de Calasparra desde el doce al treinta y
uno de agosto, transcribo los referidos a Pedro Pérez «Partal». El paraje donde
se recogió el esparto es la zona de la Estación86. Las cantidades corresponden a
dos pesadas de esparto por día.

Agosto kilos total


Día 12 97 100 197
Día 14 85 66 151
Día 16 95 78 173
Día 17 94 95 189
Día 19 121 122 243
Día 20 85 76 161
Día 21 100 80 180
Día 22 181
Día 24 144

86
   Estación del Ferrocarril es el nombre de una tendida de esparto de la Sierra del
Puerto, un monte público del estado.

236
Día 26 90 129 219
Día 27 232 85 317
Día 28 91 97 188
Día 29 205 70 275
Día 30 118 110 228
Día 31 No fue al monte

Algunas observaciones de Pedro «Partal» a estos datos. El día 19 juntó el


esparto con el de otro espartero a la hora de pesar y la cantidad total figura
a nombre de Pedro. Juntar esparto es frecuente en el caso de hermanos o de
un padre y sus hijos jovencitos. El 26, Pedro arrancó esparto por la tarde y lo
juntó con él que arrancó el día siguiente, por eso la cantidad que corresponde
al día 27 es más elevada. Pedro dice que su padre a los sesenta años cogía más
esparto que él, que tiene la mitad menos, y eso que se considera de los diez o
doce primeros. Aparece sólo un apunte de Antonio Laforet «el Cherre», vecino
de Choncho, el día 26 con un total de 221 kilos. De un máximo de dieciocho
a veinte esparteros que recogen esparto con Pascual, ocho tienen dieciséis o
diecisiete años y otros dos, once y catorce años respectivamente. El muchacho
de once años con su hermano de dieciséis fueron sólo un día al monte. El
muchacho de catorce años ha ido regularmente con un hermano de diecisiete
y su padre. Según Pedro, los meses de septiembre, octubre y luego, de marzo
hasta verano son buenos para el esparto.

1 de septiembre de 1974, domingo.

Conversación con Pedro «Partal» en su casa hacia el atardecer. En relación


al suceso de la mujer pillada in fraganti dice: «Su madre es también una puta
y su padre es lo que llamamos un cabrón consentido. Tenía un bar que cerró.
Allí, unos viejos, de esos zorros, le tocaban las tetas a su mujer mientras ella les
servía vino». Tienen varias hijas casadas, una de ellas fuera. Refiriéndose sólo a
las que viven en el pueblo, dice: «Todas han salido putas, lo que ocurre que de
la otra no se le puede probar o decir, ya que no se le ha cogido en el acto, a ésta
sí, porque la han cogido». Dice sobre la otra: «Es aquello que te dicen, lo pien-
sas, lo imaginas, pero no se puede probar, porque no lo has visto y nadie lo ha

237
visto. Dicen que estuvo liada con un profesional, pero no se ha visto nada, sólo
alguna mirada. Ella estrena uno o dos abrigos al año, vestidos, zapatos, colores
y su marido es uno que gana unas quinientas pesetas diarias»87.
Dice que el padre de ella tendría que haberla matado, «¡Pero como todos
son iguales!» Refiriéndose a la mujer: «¡Vaya ejemplo que ha dado a los hijos!
Debía de haber pensado en sus hijos. Cuando su zagal tenga veinte años, a lo
mejor él no lo sabrá, pero otro sí se acordará y en una discusión o pelea, le dirá:
“me cago en tu madre, si tu madre es una puta, si la cogieron con fulano de
tal”, y él querrá que la tierra lo trague y haber muerto».
Pedro dice que a esa mujer a lo mejor se le hace el pueblo pequeño, porque
nadie le mirará la cara. Si él la ve, le girará la cara. Puede que algún rico le dé
todas las semanas dos o tres mil pesetas y viva como una marquesa y él tenga
con ella su apaño. Pedro afirma que si una mujer se queda viuda y con hijos,
si él trae un pan a su casa, a ella y a sus hijos le tocarán unas orillas, pero a ésta
no le da nada. Si se queda viuda con los hijos, a ellos los trae a su casa y les da
de comer un pedazo de pan, pero a ella no le da nada.
Pedro dice que esta mujer no ha trabajado desde que se ha casado; no lo
sabe de antes, porque no es vecina suya. Justificaría lo de ella si el marido fuera
putero, bebedor, jugador o gandul, pero él es todo lo contrario; sus aficiones
son sólo la caza con hurón y la pesca.
Hoy el marido y su hermano querían recuperar la ropa de él y otras cosas
y ella ha cerrado la puerta. Se ha armado un escándalo. Ella se ha subido a
la cámara y desde allí miraba a la calle. El hermano del marido ha forzado la
puerta. El hijo lo han llevado a casa de la madre de él. Dicen que ella no lo
sacaba al sol.
Juana, la esposa de Pedro, trabaja todo el día durante la semana en la
fábrica en la elaboración del tomate. Hoy domingo ha tenido que limpiar la
casa, lavar la ropa, ordenar la ropa limpia, etc. Los padres de Juana tienen su
casa, pero se pasan el día en la de su hija. Antonia, su madre, dice que aunque
no puede, le ha lavado la ropa, porque su hija tiene las manos gastadas por la
sosa que usan en la fábrica. Tienen dos hijos pequeños, Pedro, de unos cuatro
años, y Mari de dos años y tres meses. Los niños se ensucian y hay que cam-
biarlos. Antonia no quiere que se ensucien. Le he preguntado si es por el qué

87
   Un patrón de consumo excesivo centrado en la propia apariencia, que no se corres-
ponde con los ingresos del marido, genera una reputación dudosa.

238
dirán las vecinas y me responde que le tienen sin cuidado las vecinas. Juana
ha dicho que no quería salir porque estaba rendida y porque al niño hay que
vigilarlo y se cansa de irle detrás. Antonia se queja de lo malo y revoltoso que
es el zagal y dice que antes preferiría servir en una casa de ancianos que en una
donde hubiera un zagal. El marido de Antonia ha llevado al niño a la feria.
Antonia contó lo siguiente de su nieto: un día a la hora de la cena dice que no
quiere la comida (lo cocinado en la olla) y quiere un huevo arreglado. Como
no saben lo que quiere, Antonia le dice a su hija que prueben. Primero, un
huevo cocido, pero el niño dice que no es un huevo arreglado. A continuación
una tortilla a la francesa, pero tampoco. Luego pensando que el niño lo haya
visto en otra casa, le hacen un huevo al plato, pero el niño sigue insistiendo en
que no es eso. Finalmente, le hacen un huevo frito y el niño dice que eso es un
huevo arreglado. Todo el episodio con el niño llorando. Antonia dice que ellas
no tenían costumbre de darle fritos y ahora sólo quiere este tipo de huevos.
Mari se ha empeñado que quería comer en el suelo y su madre ha puesto un
cojín para que se sentase y comiera su cena.
Mientras estaba allí han venido los padres y una hermana de Pedro, que
vestían ropa de domingo. La hermana llevaba un plato tapado con otro, que
ha entregado a su cuñada. Se han sentado un rato. Su padre le ha preguntado a
Pedro si había regado por la mañana y él ha respondido que sí. Luego la madre
le ha preguntado si mañana iba al monte y Pedro ha respondido afirmativa-
mente. La madre ha comentado que una de las pastillas que Pedro toma, ella
la había tomado durante mucho tiempo. La suegra ha dicho que mañana pre-
guntaría al médico, en cuya casa hace faena, si Pedro tiene que seguir tomando
una de las pastillas: «Señorito...»
El niño llama a su abuelo materno padre y a su progenitor «Partal». Así le
llaman también su esposa y su suegra. Ésta vigila que su yerno no coma cosas
que le perjudiquen el estómago del que fue operado y le cuenta casos que
abundan sobre lo mismo. Luego, en respuesta a alguna reacción suya, ella le
dice: «No te creas que porque tú te mueras nos vamos a morir mi hija y yo».
Pedro replica: «Si me dais quinientas pesetas cada día, no voy al monte, pero
como tengo que ir, hay ciertos manjares que no me apetecen o que no sirven
para sostener a un hombre en el monte». Juana, viendo que Pedro no está de
acuerdo con lo le quería poner para llevarse al monte: «¡Dime lo que quieres
que te ponga para mañana!» Pedro contesta que no quiere queso. Juana insiste:
«¡Dime lo que quieres, que yo no pienso calentarme los cascos!»

239
Pedro explica que cuando recoja el arroz y el panizo, hará obras en la casa.
Quiere hacer el tejado nuevo y levantar la cámara para construir dos habita-
ciones en la parte delantera. Pondrá nuevo también el suelo de cemento de la
planta. Juana dice que limpiar no le luce con este suelo.

3 de septiembre de 1974.

El «Chicuelo» es el encargado de una finca en la huerta del pueblo para


abajo con cuatrocientos almendros y cinco mil parras de uva de mesa. Es la
única del pueblo que tiene parrales. Su dueño tenía antes un negocio de vinos
y alcoholes en el pueblo y lo trasladó a Alicante. Vino un comprador de Aba-
rán, porque allí el pedrisco picó la uva, y ofrecía un precio de dos pesetas por
el kilo de uva. No compensa ni los gastos de recolección. Su jefe ha buscado
un técnico y elaborarán vino blanco en Jumilla. Este año, el día de San José
(19 de marzo) una helada afectó a los almendros. El invierno había sido suave
y adelantaron su floración.
Es el encargado de esta finca desde hace veinte años: dirige las operaciones
y tiene bastante libertad para contratar y vender. Los jornales que echa en la
finca le cubren la mitad del año y el resto de tiempo busca el jornal en otro
sitio.
Ha venido uno a cobrarle la labranza con tractor de un olivar suyo. El
Chicuelo le ha dado cuatrocientas veinticinco pesetas. El del tractor le ha di-
cho: «¿Por qué no utilizas más el alquiler de maquinaria y empleas el tiempo
ahorrado en ir a jornal?» El Chicuelo le ha contestado que lo hacía él por-
que no le gusta estar sujeto a nadie. El tractorista tiene un tractor grande y
otro pequeño. Ambos han hablado del panizo. El tractorista tiene uno bueno,
«mucho bueno», en la huerta. El Chicuelo dice que ha faltado abono y que
además en la vega se cuida menos y hay hierba, porque todos vamos al jornal.
Una vez se ha ido el tractorista, el Chicuelo me dice: «Éste nunca lleva los
tractores en condiciones y no lleva piezas de repuesto y, si luego se rompe una,
tiene que venir al pueblo. Se pierde tiempo y dinero con él».

240
27 de diciembre de 1974.

Choncho ha estado pescando en el río con su hijo Paco y regresan cuando


ya ha oscurecido. El día anterior, Choncho entró en el bar del Manco con
mucho pescado. Lo vende a setenta y cinco pesetas el kilo.
Tiempo de escarda (poda): Cristóbal vino a decir a Francisco Pérez Mayo
que mañana irá con sus compañeros a escardar su finca. Cristóbal sigue tra-
bajando en la fábrica de los Estrellos. Ahora quedan pocos trabajadores: man-
tienen la maquinaria, ponen etiquetas a mano en los botes de conserva de tres
kilos, etc. Los Estrellos han vendido sólo una octava parte de la producción
de albaricoque; el tomate se vende mejor. Dadas las características de la indus-
tria conservera local, algunos de los hombres tienen que volver al trabajo del
campo. José, hijo del «Bocamaeza», ya no trabaja en la fábrica de conserva.
Filiberto tiene la fábrica llena de conservas. Cuando haya trabajo, le avisará. El
año pasado, José empalmó la conserva con el trabajo en la serrería. Este año,
no. A él no le importa ir a trabajar al campo y hacer faenas que otros no quie-
ren; él puede hacerlas, porque tiene fuerza y voluntad. Considera que en otras
partes lo pasan peor. Le digo que por lo menos él lleva tierra y ésta le da de
comer. Asiente. Lleva veinticuatro oliveras jóvenes y, sólo cuatro le producen,
a medias. Hoy ha llevado las olivas al amo.
En el bar del Porras, Pedro «el Chorrines» está de pie. No bebe. Algunos
le preguntan, otros no lo sabían. Se acercan unas mujeres a la puerta del bar y
él sale a hablar con ellas. Su mujer, la «Pereta», tuvo una embolia y está inmo-
vilizada de los «dos remos». Tienen dos hijas jovencitas.

28 de diciembre de 1974.

Por la mañana, dos niños me han preguntado en la calle si había visto


a Juan Pelotero. Les he contestado que no. Ana, de casa de Francisco Pérez
Mayo, dice que otros años a las ocho de la mañana ya había salido rodeado de
niños y mayores. Juan de Paco dice que es alguien del Castillo. Antes era fijo,
ahora, no.
Mientras la huerta se puebla de nuevas construcciones, granjas, los cor-
tijos se han despoblado. Alguno de ellos se ha reconvertido en granja. Desde
el camino de las Arreturas, en la huerta, he contado seis edificaciones que son

241
granjas. Una de ellas tiene un corral anexo al aire libre con seis vacas y un
ternero.
En la noche en el bar del Manco con Juan de Paco, Manuel «el Zoco» y el
«Porche». El del bar pregunta: «¿Qué queréis tomar?» «¿Tienes unos michiro-
nes? Ponnos unos riñones (garbanzos tostados)».
Manuel ha tenido un veinticinco por cien menos de maíz de lo previsto,
porque le echó tarde el abono, ya que no había, pero ahora las habas, que
sembró en los rastrojos del panizo, se benefician.
El guarda de la finca del Conde se halla en el bar. Chicuelo le firma un
papel que aquel le muestra. Juan dice que el guarda busca gente para trabajar
en la finca, primero entre los aparceros del Conde. El Chicuelo es uno de ellos.
Vi a Joselito con un tractor. Dicen que tiene un tractorista y que su hijo
lleva en su coche cada mañana a los jornaleros a trabajar a sus tierras y luego
los recoge. Joselito tiene tierras dadas en aparcería y cultiva directamente otras,
como las que llevaron Miguel de «la Molinera» y los «Viola».
Al «Porche» su sobrino de Barcelona le ha escrito que en su empresa no
hay crisis por el momento, pero en otras, sí. En el pueblo ha habido crisis
del esparto. Juan y el «Porche» discutían sobre el tiempo en que se tarda para
segar treinta arrobas de romero. Para el «Porche» en menos de dos horas se
hacen treinta arrobas de romero, si hay. Antes se perdía mucho tiempo en el
transporte, que era a hombros y en burro. Ahora lo carga el motocarro. Juan
preguntó a uno si había vendido el panizo y le respondió que no, que no lo
daba por menos de nueve veinticinco pesetas el kilo.
De pie en la barra del bar discuten un espartero y el «Chullas», que lleva
consigo a varios esparteros al monte. El espartero gesticulaba, él otro, no. Se
gritaron mucho. Un hermano del espartero se le acercó y le tiró del brazo. Se
separaron. Un poco más tarde se acercaron uno al otro y volvieron a hablar
sin gritos. Luego se separaron. Manuel no se ha inmutado, pero Juan de Paco
dice que el del bar debía decirles que se fueran a la calle. «¡Figúrate que fuese
un sábado por la noche con las mujeres y niños!»
Lo que caracteriza a Juan es que tiene en alta estima su honra y lo procla-
ma. Los demás le califican a veces de cabezón.

242
29 de diciembre de 1974.

Entierro de la «Pereta», la esposa de Pedro «el Chorrines». Deja dos hijas


de nueve y siete años respectivamente. He asistido acompañando a Juan de
Paco, Miguel de «la Molinera» y Pedro Aznar. Ida y vuelta del cementerio en
un autocar viejo que ponen a disposición. Gran asistencia de hombres. Las
mujeres se quedan en casa. Pedro: «El pueblo se ha volcado como un home-
naje a él, un homenaje de respeto. Él es un hombre honrado, que no molesta
a nadie». El cura en la iglesia: «Habéis venido porque sois buenos cristianos».
Miguel recuerda que hubo una masa inmensa de gente en el entierro de
Emilio Pérez Piñero, arquitecto. «Era un mal educado, pero el pueblo apre-
ciaba su talento».
Pedro dice que hace un recorrido diario desde la Gotera, es decir, el Con-
vento, hasta las Cuatro esquinas y vuelta. Trabaja y alterna y, como alterna,
vive la situación del pueblo.
Miguel, refiriéndose a la Cooperativa, dice: «Ellos (los caciques que la
fundaron) han sacado prestigio y nosotros sólo perjuicios. Estamos atrapados
allí. La Cooperativa ha servido para hinchar a los bancos».
Fragmento de una conversación con Juan de Paco. Antes de casarse llevaba
en aparcería tres tahúllas de tierra arrocera con ayuda de sus hermanos meno-
res y un huerto a rento en el mismo pueblo. Se casó en 1929 y la tierra arrocera
quedó en manos de sus hermanos solteros. Cuando Juan la cogió, la dueña le
dijo que no pagase derechos a los aparceros salientes, los «Abaraneros», porque
su padre no había dado nada. No obstante, Juan les entregó cincuenta duros.
Fue en agosto y la tierra estaba con el rastrojo del trigo. Los derechos recom-
pensan al aparcero de las mejoras hechas en la finca y «habiéndolos pagado
con el consentimiento del amo, no pueden echarte de la tierra, sin abonarlos».
Se lamenta de que a los del «repartimiento» (a los que les repartieron tierras
durante la guerra) les echaron sin abonarles nada y «eso que aquí terminó la
guerra en marzo y ya estaban los trigos crecidos».
José Antonio «el Rubio» cuenta que en una finca llamada Ascoy, en el
término de Cieza, propiedad de un grupo de capitalistas, arrancan los árboles
frutales de cuatro y cinco años, en plena producción, para sembrar remolacha,
que va a estar primada con una subvención.
Un amigo suyo que vive en Mallorca, pero nacido en el pueblo, ha com-
prado unas tierras en el río Segura. La fanega de tierra en la vega ha doblado

243
su precio: en dos años ha pasado de sesenta mil a ciento veinte mil pesetas.
De un año a esta parte, gente de fuera, sobre todo, está haciendo inversiones
en tierra. Parte de ella sería gente emigrada. Según Francisco Pérez Mayo, va a
volver gente al pueblo. Francisco opina que «si Europa no nos abre sus puer-
tas, los frutales tienen mal porvenir. Pero aquí, como no dependemos de un
monocultivo, el paro agrícola se va a dejar sentir menos». Hay frutales, pero
también arroz, olivas, maíz, habas, etc. El maíz va a aumentar su superficie.
Este año la fruta ha ido mal y para el siguiente se augura también mal, ya
que la conserva está en las fábricas sin vender. «Este invierno en el campo no
hay paro, cosa que no sucedía en otros inviernos». Apoya su afirmación en el
hecho de que los jornales agrícolas se han mantenido en las quinientas pesetas
diarias y en que al que lleva su tierra le costó reunir cuatro jornaleros para ir
a trabajar con él y algunos días dejaron de ir uno o dos. Los trabajos agrícolas
ahora son la poda y la recolección de las olivas.

30 de diciembre de 1974.

Visita por la tarde con mi esposa e hija a casa de Choncho. Frente a la


puerta, un coche, y en la casa, un hombre que quería que Choncho le acom-
pañase a pescar el día treinta y uno por la tarde. El hombre es del pueblo, pero
hace años que vive fuera.
Choncho ha estado dos meses en paro. Durante este período ha estado
tres semanas con los albañiles en las obras de su casa. Hoy ha trabajado en el
monte cogiendo esparto para uno de Moratalla. Precio del esparto: tres pesetas
el kilo. Choncho explica que en los próximos días van a poner dos romanas en
dos parajes distintos. Al parecer, uno de los que pondrá una es Tarzán, que ha
estado un tiempo parado, ya que los almacenes de las fábricas de Cieza estaban
llenos de esparto y las fábricas, trabajando poco o nada. Cuando ponen una
romana, la gente acude y la enganchan. Choncho está furioso contra siete u
ocho esparteros que compraron un monte de esparto (en la subasta del espar-
to) y han estado arrancando esparto para ellos solos, mientras los demás han
estado parados o semi-parados. Antón «el Cherre», su vecino, es uno de los
componentes de este grupo. Un día tenían que cargar un camión de esparto y
avisaron al hermano de uno de ellos. Al día siguiente éste fue y le dijeron que
no le enganchaban, que lo querían para ellos solos. Choncho: «¡Y eso que era

244
su hermano! Ellos hinchándose de ganar dinero todo el invierno y nosotros,
nada. Sus hijos gordos y los nuestros, tuberculosos». Según Choncho tenían
que haberles enganchado a todos. Choncho dice con resentimiento que el
próximo día, cuando pongan una romana, va a ir a trabajar, aunque paguen el
esparto a cincuenta céntimos de peseta el kilo. «En eso no reconoce uno a su
padre. Ni entre hermanos se reconocen».
Uno de los que puso una romana para el esparto durante los meses ante-
riores ha sido «el Chozas». Choncho dice que no va a pedirle trabajo, aunque
se muera de hambre. Hace más de cinco años tuvo una pelea con él en el bar
del Manco y «el Chozas» le dijo una palabra muy fea. Aún hoy cada vez que lo
ve pasar, piensa una expresión de odio contra él y sus familiares. Resulta que
su hijo Paco es novio de una hija del «Chozas». Acompaño a Choncho, que
sale de casa, porque el hombre que ha contratado a él y a otros iba a pasar por
el bar del Manco para pagarles el día.
Una frase suelta de Choncho: «tócate el capullo con tus rezos».
José, hijo del «Bocamaeza», me cuenta que ha estado durante el día abrien-
do hoyos –unos ciento veinte– para plantar frutales en unas tierras del río Se-
gura, que compró su primo Fernando Zamarrete, con el dinero que le mandó
un hijo que vive en Barcelona. A Fernando se le ha declarado una úlcera de
estómago.
José «de los Naranjos» trabaja en el corte de cañas que crecen en los már-
genes de los ríos. Tiene que cortar por lo menos dos mil haces de cañas y estará
un par de meses en ello. Ha trabajado en las oliveras recogiendo los troncos y
ramas de los que escardan. A él no le ha faltado el trabajo, pero sabe de quién
ha estado parado. Él tiene varias casas que le dan trabajo.

31 de diciembre de 1974.

Por la tarde ha habido tres entierros sucesivos. Grupos de hombres frente a


la iglesia del Convento, esperando la salida de los familiares y el féretro.
Antonio Ochando dice que sólo arrancan árboles frutales los pequeños
propietarios y los que los tienen en lugares donde no tenían que haberlos
plantado. Él vende piensos y constata un descenso del número de cerdos en las
granjas e incluso en las casas de campo. Afirma que la gente consume piensos
de poca calidad.

245
La casa de «los diez minutos». Así le dicen algunos a la casa que Filiberto
ha construido en la Gran Vía. La expresión alude al tiempo de más que hace
trabajar a sus trabajadores, sin retribuírselo.
Juan de Paco tiene tres hijos que viven en Premià de Mar. Cada uno le
manda mil pesetas al mes. Sabiendo que sólo les permiten trabajar ocho horas,
porque han suprimido las horas extras, ha escrito a su hijo mayor diciéndole
que tengan una reunión entre ellos y que no le manden más dinero.
Juan dice de sí mismo: «Yo vengo de gente trabajadora, no de gente de
educación». Califica a la gente de antes de salvajes e ignorantes: «Como un
rebaño de ovejas sedientas que se tiran a beber y, con tanta ansia, que incluso
algunas se ahogan».
Según Juan, la mujer pillada in fraganti y el marido han vuelto a juntarse.
Alguien me ha contado como escándalo que el hijo del Ch. y la hija del
J88, después de fracasar el bar que abrieron, se fueron a Valencia. Ella se pone
enferma y él se va con la mujer del hermano de su mujer, que hace el servicio
militar y se había llevado la novia.

1 de enero de 1975.

Comida en casa de Choncho. Nos sentamos en la mesa del comedor


Choncho, su esposa Esperanza, Pilar, Antonio, el hijo pequeño, Rosa y yo. La
madre dice que sus hijas Antonia, la mayor afectada por la meningitis en su
infancia, y Esperanza han comido antes en la cocina y que Esperanza casi no
come nada, sólo pica. Comemos arroz con pollo y conejo. Un plato de olivas.
Vino tinto. Un plato con dulces, unos comprados y otros hechos por Espe-
ranza con clara de huevo y almendras recogidas por Choncho en la rebusca.
Choncho explica que en Hellín (Albacete) hay más esparteros que en Ca-
lasparra y pagan el esparto a dos con veinticinco pesetas el kilo. Los de Cieza
lo compran allí por ser más barato y les queda más cerca.
El «Chullas», corredor de comercio, puso durante dos días, antes de Na-
vidad, una romana y acudieron todos a trabajar, porque ni Pascual ni Tarzán
venían a ponerla. Arrancan ocho mil kilos de esparto por día. Lo paga a tres
pesetas el kilo. Envió el esparto en dos camiones a una fábrica de elaboración

88
   Letra inicial del apodo.

246
de papel en Almería. Al tercer día, «el Chullas» deja de poner la romana y lue-
go vuelve a ponerla. Les dice que en dos días perdió seis mil pesetas, que él no
necesita aquello para vivir y que si tiene que seguir perdiendo, deja de ponerla.
Les propone que cada uno le diese algunos kilos de esparto para compensar
las pérdidas. Excepto tres o cuatro, incluido Choncho, los demás empezaron
a vaciar el agua y se montaron en la moto. Choncho estaba dispuesto a darle
algunos kilos de esparto, que arrancaría al finalizar la jornada.
Por la tarde, visita de una hermana de Esperanza y su marido, inválido.
Les invitan a bebida y dulces. Luego vino la hermana mayor de Esperanza, a la
que le llenó un cesto, y se volvió a marchar. Vienen Paco y su novia, que han
comido en casa de ella. Paco pide dinero a su madre y ésta, después de mucho
suplicarle, le da cien pesetas. La madre dice: «Seguro que irá a casa de su otra
tía a hacer lo mismo».
Choncho y Esperanza han obrado dos habitaciones en la cámara, pero
no las terminarán hasta el verano, cuando que creen que volverán a tener di-
nero. Choncho piensa que a partir de la primavera el esparto volverá a tener
demanda.

14 y 15 de junio de 1975.

Viaje a Calasparra desde Madrid.


Hace pocos meses tuvo lugar una asamblea general de la Cooperativa, a
la que asistieron unos cincuenta y dos socios. Un grupo de ellos presentó un
programa para sacarla a flote, elaborado tiempo atrás por una comisión, y salió
votado. Francisco Pérez Mayo piensa que muchos de los que votaron conven-
cidos de su idoneidad, si pueden comercializar los productos por su cuenta, lo
harán. La Cooperativa se arrastra, se muere por falta de actividad89.

89
   En un estudio oficial titulado «Análisis económico y sociológico del cooperativis-
mo agrario» se afirma: «Nos parece increíble que por tantos años se haya ocultado esta
debilidad estructural de las cooperativas del campo y que se haya puesto tanto énfasis
en crear y airear la creación de entidades fantasmas, anémicas y sin vialidad como em-
presas. Igual de sorprendente es que se señale como instrumento básico de desarrollo
agrario a tantas cooperativas entecas, viciadas desde su nacimiento, mal tuteladas…»
(1972: 28) Frigolé, «Creación y evolución de una cooperativa agrícola en la vega alta
del Segura desde 1962 a 1974» Revista de estudios sociales, 14-15, 1975, p. 170.

247
Antes de la asamblea, Antonio Ochando fue a visitar a Francisco para
proponerle que terminase con la cooperativa. Francisco le dijo que no movía
un dedo para hundirla. Si se hundía, él tendría que pagar igual que el padre de
Antonio, lo cual sería una injusticia, porque su padre tenía más tierra que él.
Fulgencio comenta con otros dos hombres, uno de los cuales ha regado en
la huerta, sobre la abundancia actual de agua. Muchos de los que tienen tierra
en la huerta, trabajan a jornal, y dejan pasar su tanda de riego, si están traba-
jando. Luego van, y a lo mejor cogen el agua del que está regando. No se respe-
tan las tandas y se originan más conflictos que antes. Se ponen más denuncias
que antes, pero como las multas son de doce o catorce duros, no hacen mucho
efecto, ya que trabajando ganan quinientas o más pesetas. Nadie quiere regar
de noche. La gente se ha vuelto más comodona. Antes del pantano del Argos,
ya con anterioridad al mes de junio, no había agua en la huerta. Regando tres
noches seguidas, que era el tiempo que le tocaba a uno, a lo sumo llegaba a
regar una fanega de tierra. Concluyen que antes la gente era más sacrificada.
Fulgencio dice de un muchacho de la familia de los «Moratalleros»: «Es
muy trabajador y nada revoltoso».
Unos hombres preguntan en el bar del Manco sobre los precios de los
jornales de recogida del albaricoque. Dicen que un comprador ha pagado qui-
nientas cincuenta pesetas por ocho horas de recogida del albaricoque y que
Filiberto, dueño de una fábrica de conserva, no ha fijado todavía precio, a
pesar de que las cuadrillas ya han empezado a recoger albaricoque. Uno dice
que en Tortosa, a donde va a replantar arroz, los jornales cada año suben tres
o cuatro duros y aquí, no.
Antonio Ochando tiene mucha fruta, aunque en general hay poca cosecha
este año, porque se ha helado. El anterior hubo mucha cosecha, los jornales
fueron altos y además mucha gente trabajó a destajo cobrando por caja llena,
sin cuidar la selección. Este año aprovechando que el precio del albaricoque
no ha subido, los propietarios fijan condiciones que les favorecen. Antonio
va a contratar una cuadrilla de moratalleros y un grupo de diez esparteros
locales y quiere pagarles un jornal, más una cantidad por tarea bien hecha,
especialmente, en la selección de la fruta. La ha vendido a su suegro que tiene
una fábrica de conservas en Cieza. Se paga el albaricoque a nueve y nueve
cincuenta pesetas el kilo.
Paco, el hijo de Choncho y Esperanza, en abril se fue a Barcelona con su
tía, la hermana de su padre, que estuvo en el pueblo durante Semana Santa.

248
Trabaja en un taller de mármol. Su madre me explica que una prima suya, que
trabaja en una peluquería, le buscó el trabajo a través de una clienta. Gana
con las horas extras unas seis mil pesetas a la semana. No saben si después de
las vacaciones de verano regresará a Barcelona. A comienzos del próximo año
tiene que hacer el servicio militar. Pilar, con casi diecisiete años, se ha puesto
novia con «el Guilaro», de veinticinco años. Su madre le pregunta riendo si no
le da miedo ponerse al lado de un hombre tan alto y fuerte.
Pilar, antes de la apertura de las fábricas de conserva, ha trabajado unos
meses en la vega. En la finca Cañaverosa y en la del Conde sembraron remo-
lacha azucarera. En la del Conde, para la escarda de la remolacha, emplearon
a un autocar de chicas y mujeres. Les pagaban trescientas pesetas por ocho
horas. Pilar dice que las ocho horas se convirtieron en siete y que se divertían
bastante.
El año ha sido malo para los esparteros. Choncho está de baja a causa de
los problemas con sus vértebras cervicales.
Antonio Ochando, Gorito, su cuñado, y otro hombre llamado Sebastián
comentan que hay pocos empleos y muchos trabajos agrícolas, ya que es un
pueblo fundamentalmente agrícola.

249
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