Sunteți pe pagina 1din 4

En el siglo XIX la población mundial pasó de cerca de 900 millones a alrededor de 1600

millones. En Europa, la población experimentó un rápido crecimiento como consecuencia


de una continua y elevada natalidad, junto a un rápido descenso en los nivel de
mortalidad. Además, como consecuencia del proceso de industrialización, se produjeron
migraciones hacia las ciudades que provocaron un fenómeno de implosión urbana. Al
mismo tiempo se hicieron menos costosas y más expeditas las comunicaciones
marítimas, lo que facilitó las migraciones hacia otras tierras de ultramar.

Entre los años 1821 y 1915, los emigrantes europeos alcanzaron los 44 millones de
personas. En torno a 50 millones ingresaron en este mismo período al continente
americano. Estimativamente un 62 % se dirigió a los Estados Unidos; un 9 % a Argentina;
un 8 % a Canadá y un 7 % a Brasil.1 Estas tierras atraían por su baja densidad
poblacional, generosidad en recursos naturales, relativa apertura religiosa y una clara
disposición a poblar sus vastos territorios inexplorados.

Se decía que América Latina tenía que ser civilizada y debía erradicar sus rasgos
culturales atrasados y bárbaros. En contraste, Europa y los Estados Unidos, se
pregonaba, representaban la civilización. La barbarie resultaba dela presunción de una
superioridad racial y esta noción se reflejaba primeramente respecto de la población
indígena, situación que perdura hasta nuestros días con diferentes intensidades según los
países. Uno de los fenómenos existentes en la sociedad chilena son las migraciones
externas, las que se concentraron en la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del
XX. Como consecuencia de distintos factores, que conjugan la realidad internacional y
elementos internos —como un período de crecimiento económico o una política
gubernamental específica—, Chile ha recibido a lo largo de su historia diversos grupos de
inmigrantes provenientes de variados lugares del mundo. A diferencia de otras naciones
americanas, como por ejemplo Argentina, éstas no fueron grandes oleadas en términos
numéricos, pero su relevancia se tradujo en un invaluable aporte al desarrollo cultural,
económico y social. Entre las migraciones más importantes se pueden destacar las
llevadas a cabo por los alemanes en sectores como Puerto Varas, Osorno y Valdivia a
mediados del siglo XIX, croatas en el extremo sur y norte de Chile a fines del siglo XIX y
comienzos del XX. Otra de las importantes migraciones fue la de población árabe,
procedente de Palestina, Siria y el Líbano, a fines del siglo XIX y en los primeros años del
siglo XX. En el caso de la migración judía, hay distintos flujos a partir de 1840.
Los primeros grupos fueron en su mayoría judíos franceses y alemanes, quienes se
instalaron en Valparaíso y Santiago. La segunda oleada, que llegó a Chile durante la
Primera Guerra Mundial, provenía de países como Yugoslavia, Grecia y Turquía,
radicándose en ciudades como Temuco, La Serena y Concepción. En la década de los
treinta, también llegó un importante contingente de españoles que huían de la guerra civil
y el régimen de Franco, además de judíos provenientes de Europa central y oriental que
escapaban de la persecución nazi.

Las políticas migratorias en Chile tienen su origen pocos años después de la


independencia, oficialmente en abril de 1824. El objetivo de dichas políticas fue poblar el
territorio e impulsar el desarrollo económico nacional. A partir de ese año y durante todo el
siglo XIX, la inmigración es promovida de manera oficial.

Destacados historiadores chilenos resaltan que «el país tenía necesidad de extranjeros, ellos
dinamizaban la economía, introduciendo nuevas técnicas y herramientas, nuevas ideas en los
negocios y trabajos. También traían nuevos conceptos para un ambiente ávido del saber moderno.
No había contradicción entre su presencia y el destino del país».

El Estado de Chile propició durante el siglo XIX la llegada de personas de diferentes países
europeos, a través de la contratación de profesionales en algunas empresas o universidades para
que contribuyeran al progreso económico, científico y técnico de este naciente Estado. Esto dio
origen a una política inmigratoria que privilegiaba la incorporación de mano de obra que
contribuyera de manera efectiva al progreso de Chile, lo que significaba que los inmigrantes
debían colonizar territorios atrasados explotando las riquezas, vale decir, potenciando la
agricultura, la pesca y la minería, entre otras actividades. Existía una necesidad de contar con
individuos capaces de incorporar un valor agregado a la economía nacional, y a enriquecer y
racionalizar aquellas áreas ya existentes.

El Estado se propuso, pues, un plan modernizador para lograr el nivel de desarrollo de los países
industrializados. En términos demográficos se consideró la necesidad de una inmigración selectiva
de población de origen europeo (de Europa central fundamentalmente), la cual, de acuerdo a los
patrones culturales chilenos dominantes, se convertiría en el parámetro del desarrollo y la cultura.
Hacia fines del siglo XIX, estas características se asociaban a personas de origen europeo,
estableciéndose una diferenciación al interior de este grupo entre europeos y el resto de los
inmigrantes. Esto se vio reflejado en una promoción diferencial de la inmigración europea
propuesta oficialmente por Benjamín Vicuña Mackenna. La clasificación de los inmigrantes
europeos, recomendada a la Cámara de Representantes, establece la clasificación preferencial del
siguiente modo: en primer lugar, se ubicaban alemanes, italianos y suizos, seguido por el grupo
conformado por irlandeses, escoceses e ingleses. En tercer lugar, estaban los franceses y, por
último, los españoles. Además de estas características étnicas, debían contar con una actividad
laboral reconocida como empresarios, técnicos, obreros o agricultores, para que ameritasen las
concesiones prometidas. Más aún, se consideraban razas inferiores a «chinos, árabes y judíos» y,
como se dedicaban al comercio, la prensa los atacaba duramente haciéndolos culpables de
enriquecerse a costa de los «despreocupados chilenos». Ello se debía a su modesta condición
económica inicial y a su casi exclusiva dedicación al trabajo como comerciantes ambulantes, lo
cual produjo una actitud de rechazo por parte de la sociedad chilena. Incluso, en la sesión del 20
de julio de 1917 de la Cámara de Diputados, se presentó un proyecto por el cual se proponía la
prohibición legal de la entrada al país de extranjeros que fueran física o moralmente malsanos,
perturbadores del orden y de la tranquilidad social. En 1925 el Ministerio del Interior puso en
práctica la ya dictada Ley núm. 5402, por la cual se disponía a impedir el desembarco de
ciudadanos rusos, turcos, sirios, polacos, lituanos, entre otros, en caso de contravención con el
capitán. Se estableció así que no cualquiera podía emigrar a Chile, existiendo desde entonces una
predilección por las personas provenientes del norte de Europa. O sea, basada en la idea de que
era necesario contar con extranjeros —dignos de recibir las tierras— para que colonizaran vastas
extensiones de territorio y las hicieran productivas.

Respecto a algunas circunstancias específicas que rodearon la llegada de distintos grupos


inmigrantes, el historiador Gonzalo Vial dice lo siguiente: El alto comercio, la navegación y el
salitre hicieron llegar ingleses; las obras públicas y las nuevas empresas cupreras, yankis; la
penetración imperial en nuestra economía, profesorado superior y ejército, alemanes. Franceses
llegaron como técnicos agrícolas (especialmente vitivinícolas y enológicos), artistas, arquitectos,
paisajistas, domésticas calificadas y proveedores de lujo para la aristocracia. El menudeo y las
agencias de empeño fueron monopolio italiano y español; la buhonería o venta ambulante dio
partida a los «turcos», etc
La llegada de los inmigrantes árabes a Chile La inmigración árabe se produce de manera
espontánea. Para los años en que este fenómeno comenzó a acrecentarse, las políticas que en
Chile habían promovido la inmigración empezaban a declinar. A partir de 1907 disminuyó el
interés oficial por las migraciones, justo cuando la inmigración árabe alcanzaba su apogeo. Por eso
no contaron con la protección gubernamental, ni con la asignación de terrenos, ni alcanzaron la
condición de colonizadores. En otras palabras, no tuvieron ningún tipo de garantía ni promesa por
parte del gobierno chileno. Los árabes tuvieron que abrirse camino por sí mismos. La política
inmigratoria del Estado chileno, como se ha señalado, favorecía la llegada de inmigrantes
centroeuropeos, ya sea por la historia de su desarrollo técnico o por sus rasgos étnicos. Los árabes
formaban parte de aquellos grupos étnicos de procedencia no europea que causaban cierto recelo
en la sociedad chilena. La mayoría correspondía a hombres menores de treinta años, sin una
profesión ni educación formal. Los primeros años en el país no fueron nada fáciles, mas los ayudó
a salir adelante su carácter emprendedor y su deseo de progreso social. Entre 8000 y 10 000
personas procedentes de la zona del Levante llegaron a Chile durante 1885 y 1940,15 fechas
consideradas como extremas en el flujo de la inmigración árabe al país.

onopolio italiano y español; la buhonería o venta ambulante dio partida a los «turcos», etc.12

S-ar putea să vă placă și