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EL APARATO DIGESTIVO

El aparato digestivo envía más datos al cerebro de los que recibe de este además tiene más
neuronas que la medula espinal y el porqué de un NO rotundo a las harinas, azucares, grasas
(mantequilla, manteca, etc.) y alcohol.

A lo largo de la vida del hombre, cuya edad media se sitúa en los 75 años, circulan por sus
intestinos más de 30 toneladas de alimentos y 50.00 litros de líquidos. El manejo y procesamiento
de este ingente volumen de materia prima es una de las competencias de nuestro sabio cerebro
abdominal

Las tuberías que conforman nuestro aparato digestivo presentan una estructura compleja. Como
se aprecia en la ilustración de la derecha, la pared intestinal está formada por diferentes capas:
entre otras, la serosa, las musculares longitudinal y circular, la submucosa y la mucosa. Entre éstas
discurre el sistema nervioso entérico (SNE). También conocido como cerebro abdominal, éste se
compone de dos sistemas. . El plexo mientérico, que está situado entre las dos capas musculares,
vigila la motilidad gastrointestinal. De menor tamaño, el laxo submucoso contiene las fibras
motoras que estimulan la secreción de las criptas de Lieberkühn. Se trata de unas pequeñas
depresiones del intestino delgado que están formadas por tipos celulares: las células calciformes,
que producen un moco lubricante; y los enterocitos, que absorben los productos finales de la
digestión.

Los neurólogos han constatado que las neuronas entéricas liberan cinco neurotransmisores:
acetilcolina, norepinefrina, óxido nítrico, péptido intestinal vasoactivo y serotonina. Este último es
producido por las células enterocromafines que tapizan el epitelio gastrointestinal. Estas células se
activan ante estímulos de presión, como los que causan el paso del bolo alimenticio por los
intestinos, y la serotonina que segregan excita los nervios que rigen el reflejo peristáltico.

Situaciones de tensión, miedo o aflicción hacen que el estómago se encoja y sintamos como si un
roedor escarbase en nuestras entrañas. La repulsión hacia algo o alguien puede llegar a producir
náuseas e incluso provocar el vómito.

Este mar de sensaciones estomacales empieza ahora a encontrar una explicación dentro de los
límites de la ciencia.

Fruto de décadas de trabajo, los científicos están en condición de afirmar que, por inaudito que
pueda parecer, en el tracto gastrointestinal se aloja un segundo cerebro muy similar al que
tenemos en la cabeza. Efectivamente, el tubo digestivo está literalmente tapizado por más de 100
millones de células nerviosas, casi exactamente igual que la cifra existente en toda la médula
espinal, estructura que junto al encéfalo -cerebro, cerebelo y tronco encefálico forma el
denominado sistema nervioso central (SNC).

Desde el punto de vista estructural, los neurólogos dividían el sistema nervioso en dos
componentes: el central y el periférico (SNP). Este último incluye las neuronas sensitivas, que
conectan el SNC con los receptores sensitivos; y las neuronas motoras, que ponen en
comunicación el sistema central con los músculos y las glándulas.

Las neuronas gastrointestinales no sólo controlan la digestión. A su vez, los elementos nerviosos
dedicados a las funciones motoras se categorizan en una división somática, que inerva los
músculos esqueléticos, y una división autónoma, que une los llamados músculos lisos, el músculo
cardíaco y las glándulas. Hasta hace poco, los expertos incluían el aparato gastrointestinal dentro
del SNP. "Pensábamos que éste era un tubo hueco con reflejos simples.

A nadie se le ocurrió contra las fibras nerviosas que situaciones de tensión, miedo o aflicción
hacen que el estómago se encoja y sintamos como si un roedor escarbase en nuestras entrañas. La
repulsión hacia algo o alguien puede llegar a producir náuseas e incluso provocar el vómito.

Este mar de sensaciones estomacales empieza ahora a encontrar una explicación dentro de los
límites de la ciencia. Fruto de décadas de trabajo, los científicos están en condición de afirmar que,
por inaudito que pueda parecer, en el tracto gastrointestinal se aloja un segundo cerebro muy
similar al que tenemos en la cabeza. Efectivamente, el tubo digestivo está literalmente tapizado
por más de 100 millones de células nerviosas, casi exactamente igual que la cifra existente en toda
la médula espinal, estructura que junto al encéfalo -cerebro, cerebelo y tronco encefálico- forma
el denominado sistema nervioso central (SNC).

Desde el punto de vista estructural, los neurólogos dividían el sistema nervioso en dos
componentes: el central y el periférico (SNP). Este último incluye las neuronas sensitivas, que
conectan el SNC con los receptores sensitivos; y las neuronas motoras, que ponen en
comunicación el sistema central con los músculos y las glándulas.

Las neuronas gastrointestinales no sólo controlan la digestión. A su vez, los elementos nerviosos
dedicados a las funciones motoras se categorizan en una división somática, que inerva los
músculos esqueléticos, y una división autónoma, que une los llamados músculos lisos, el músculo
cardíaco y las glándulas. Hasta hace poco, los expertos incluían el aparato gastrointestinal dentro
del SNP. "Pensábamos que éste era un tubo hueco con reflejos simples. A nadie se le ocurrió
contra las fibras nerviosas que lo recorren", confiesa David Wingate, profesor de la Universidad de
Londres.

No es un secreto que el aparato gastrointestinal tiene la función de aportar al organismo un


suministro continuo de agua, electrolitos y elementos nutritivos. Para conseguirlo, necesita
conducir la comida a lo largo del tubo digestivo mediante unos movimientos ondulatorios
llamados peristálticos, secretar jugos digestivos, digerir los alimentos, absorber los productos
digeridos, los electrolitos y el agua; transportar este material hasta el sistema circulatorio y,
finalmente, expulsar los productos de desecho. Todas estas tareas están bajo control, en mayor o
menor grado, del cerebro abdominal", también conocido como sistema nervioso entérico (SNE).
Pero su cometido va más allá que el de supervisar los ya de por sí complejos procesos digestivos.
Al igual que el recluido en las paredes craneales, éste produce sustancias psicoactivas que influyen
en el estado anímico, como los neurotransmisores serotonina y dopamina, así como diferentes
opiáceos que modulan el dolor. Además, sintetiza benzodiazepinas, compuestos químicos que
tienen el mismo efecto tranquilizante que ciertos medicamentos.

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