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“El yo poético separado entre la noche y el día”

Comentario a Fuerzas del día (1985), de José Barroeta


Raquel Bojórquez

En el poemario Fuerzas del día publicado en 1985, compuesto por tres apartados, se recuperan
algunos de los temas aparecidos ya en en Todos han muerto y Arte de anochecer como son la
rememoración de la infancia como topos de nostalgia y retorno después de la derrota, la muerte
como búsqueda de la casa primera y su relación con el juego entre amanecer y anochecer, por
ejemplo. Un tema que, apuesto, aparece, sino por primera vez sí como un tema estructurante del
poemario, es el de un yo poético como escindido, desdoblado. Me interesa particularmente este
último y la relación que establece con la luz y la oscuridad, el amanecer y el anochecer.
Ya en Arte de anochecer este juego entre claridad y sombra como estadíos fluctuantes
entre vida y muerte se había establecido. La búsqueda de esa casa primera podía ser encontrada a
través de la noche. Aquí, está relación continúa bajo el mismo tenor pero, como su título lo
enuncia, son los acontecimiento del día a los que regresa el yo poético enfrentándolos a los de la
noche, a su búsqueda. Me parece que es el día en donde se asimila el pasado, la vida del ahora, y
la noche el camino hacia la casa. De manera paralela ese yo poético escindido o separado lo está
también dentro de esos dos estadíos, por un lado el yo poético del pasado y por otro ese que va
hacia otro el otro mundo. Pareciera que, a diferencia de los poemarios mencionados, aquí el yo
poético se encuentra cada vez más cerca de cruzar a ese otro lugar.
A veces transformado incluso en animal, o hecho uno con el otro, el yo poético se funde y
por ello, se separara de él mismo como en “Cosas del mar” donde el ausente pareciera ser ese yo
poético hablando de sí en tercer persona, porque tanto el ausente como él saben que “es de noche
en el día,/ que la tierra de noche es un pájaro,/ que más allá comienzan los mundos” (228, v.32-
35). El mar en relación con la noche, o el mar nocturno, es también la imagen posible desde la
cual se visibiliza el camino hacia la casa primera. Reiteradamente la idea de otro mundo está
relacionado con la noche, con ese pasar del día, como en “Alba de Sapo”, en el que la
metamorfosis lleva al yo poético a adentrarse en ese otro mundo: “Soy un sapo. Salgo de noche
con el origen/ a comenzar.” (237, v.13-14). La noche es, pues, el umbral hacia la casa primera
como aparece en el poema “Hojas como serpientes”: “Yo voy por lo desconocido,/ afirmando,/
construyendo una oscuridad desconocida” (245, v.11-13). La noche es el futuro, el pasado son los
amaneceres.
La separación del yo poético entre su pasado y el ahora y su provenir está sujeta a ese constante ir
y regresar entre día y noche. Como en “Continuo amanecer” o “Me asusta el cielo limpio” en el
que “el porvenir no está en la semejanza de lo que ves/ sino en lo que has dejado afuera,/ en los
deshabitados reinos que aguardan.” (265, v.16-18), y enuncia que no hay finitud sino la eternidad
en la continua sucesión, del día se pasa a la noche como si de un tiempo cíclico se tratara.
Ese afirmar “Yo fui un lugar” (257, v.13) y “Yo soy otro lugar” (v.17) está también
inscrito bajo el rechazo del hombre de ciudad, del hombre monótono, de las “Costumbres
occidentales”. El yo poético del otro lugar es a la vez el que ha regresado al día pero en el ahora,
en la búsqueda imperiosa de ese otro mundo. Vivir en el pasado, anuncia en “Tierra soluble”,
“no es nada decoroso,/ es tener miserias,/ las mismas alegrías/ y no atormentarse y gozar de estas
flores presentes,/ de estas fábulas.” (276, v.5-9). A diferencia de los poemarios anteriores, aquí
las fábulas han podido ser aprehendidas por el yo poético. Como invención o narración
mitológica, ahora el yo poético no se encuentra angustiado porque está seguro y anuncia que
“sólo adentro, en mí, conozco lo que debo hacer/ de la vida en al vida,/ de las flores que tengo
para no perecer” (v.18-20).
Sin embargo, me parece, a partir del poema “Fuerza del día” comienza un cambio en el yo
poético frente al deseo de regresar a la casa primera. De manera ambivalente, ese deseo está
fluctuando entre los amaneceres, en ese pasado de la memoria del que es difícil desasirse. En
“Festejos” invita a celebrar la mañana esperando la muerte y aquí es donde ocurre otro cambio
ambiguo porque el amanecer se convierte ahora en el umbral hacia otro mundo. Ya no es sólo la
memoria del pasado. En “Formas” y “Nostalgia” aparece la búsqueda de una luz primera, de un
miedo hacia la oscuridad, “algo terrible con lo que debí comprometerme” (286), o enuncia que
“un viejo deseo nos esconde del amanecer” (287). Y hacia el final, en “De fluir y de utopías” el
yo poético pareciera atemorizarse del paso hacia ese otro mundo: “me hago dueño de nervios
incesantes/ que no prometen quietud al porvenir” (289). Ese temor es la duda a esa continuidad
esperada, a retornar a la casa primera. En el último poema, “Torres de sol” es ambigua la
resolución a la que se llega. Pareciera que o bien el yo poético ha quedado “entre unos huesos que
no/ permanecen”, y por tanto no había un paso hacia otro mundo, o el yo poético renunció a la
continuidad y comenzó a “huir de la noche, de los propósitos/ de las torres del sol”, y se aferró a
las fábulas, a la memoria.
Bibliografía

Salas, A y et al. (2007). Todos han muerto. Poesía completa (1971-2006). Periódico de poesía.
No.006. Recuperado en http://www.archivopdp.unam.mx/index.php/resenasec/51-resenas/309-
006-resenas-todos-han-muerto.

Ordáz, R.(2005). Pepe Barroeta: celebridad y melancolía. Mirar las grietas: diálogos
interculturales en la Venezuela contemporánea, 207-216. Los Andes: Editorial Venezolana.

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