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“TESIS” SOBRE LA SEXUALIDAD (Michel Foucault).

Al escrito anterior sobre Michel Foucault en el Programa agregamos ahora un segundo breve
escrito en el cual comentaremos lo que llamamos –entre comillas- “tesis” del autor en torno a la
sexualidad y bordeamos de este modo sin tomarla directamente la noción de dispositivo de
sexualidad. Hay aquí, de parte de MF una posición distinta que la que formuló en la conferencia
Que es un autor sobre Freud y el psicoanálisis. Y cabe señalar, de modo previo las siguientes
cuestiones: Por un lado, recordar que desde el psicoanálisis mismo hay, también, diferentes
posiciones y lecturas en torno a este autor, y específicamente en torno a sus formulaciones sobre
la sexualidad que aquí trataremos de resumir. Exponentes de esta diferencia pueden ser Jean
Allouch que ha escrito y dicho en una conferencia (que es hallable en Internet) que “el
psicoanálisis será foucultiano o no será”, y en otra sintonía Jorge Alemán en su escrito “Nota sobre
Lacan, Foucault: el construccionismo” califica a la posición de M.F desconociendo la roca de la
castración que formula el psicoanálisis y llega decir que podría llamarse a esto cierto “delirio
ilustrado”. No son las únicas dos posiciones, hay otras, pero conviene precisar que, más allá de
esto, Michel Foucault ha sido y es un autor que han tomado como referencia de la mayor
importancia la corriente denominada “teorías gay y lesbianas” como las denominadas “teorías
queer” (y Judith Butler en particular).

Nuestro escrito se basa, en gran medida, en los tres artículos de M.F que están incluidos en la
bibliografía del programa, y a ello agregamos algunas referencias tomadas de artículos cortos del
autor –entre ellos un reportaje ante la prensa gay- que son citados y referidos por David Halperin
en su libro “San Foucualt: Para una hagiografía gay”, sobre todo en el tercer parte de éste titulada
“La política queer de Michel Foucault”.

El “propósito” del programa –y sobre todo de la unidad III de éste- es presentar y dejar abiertas
dos interrogaciones: La primera es en torno a la relación de estos escritos sobre sexualidad con
otras producciones de Foucault en torno a la “criminología”, en torno a los mecanismos de poder y
en cuanto a la llamada arqueología del saber que, como sabemos, tiene una referencia de orden
epistemológico.

La segunda es un modo de introducir el debate y análisis de las posiciones psicoanalíticas en torno


a la sexualidad en diferenciación con las autodenominadas posiciones construccionistas que
incluyen y tienen parentesco con los movimientos políticos asociados a la diversidad sexual y los
feminismos.

1.- En el primer volumen de Historia de la sexualidad, como en la conferencia que ha sido


traducida con el título de “Sexualidad y Poder”, Foucault enuncia la oposición entre ciencia y arte
de la sexualidad, una scientia sexuales y un art erótico que caracteriza y diferencia a los modos de
abordarla en Occidente y en Oriente. Hay sociedades que mantienen y despliegan un discurso
científico sobre la sexualidad –y esto es lo que ocurre en las sociedades Occidentales- mientras
que, en Oriente, en algunas de las sociedades orientales, puede encontrarse un discurso

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igualmente extenso y prolífico que, antes de intentar fundar una ciencia, se propone definir un
arte, el arte de producir a través y a partir de la relación sexual o con los órganos sexuales un tipo
de placer lo más intenso, fuerte y duradero posible. Un arte que implica la búsqueda de los
métodos que permitan o posibiliten intensificar el placer, los placeres sexuales. Occidente carece
de ese arte erótico, que permitiría aprender a hacer el amor, a darse placer, a producir placer en
los demás o inclusive, intensificar nuestro propio placer a través del placer de los otros. Occidente,
por el contrario, desarrolla distintos discursos que toman la forma de discurso científico, que se
formulan como una ciencia sexual cuyo interés y objetivo es en torno a la verdad del sexo
(paráfrasis de Sexualidad y Poder, páginas 14 y 15).

Sería interesante, agrega, abordar un estudio comparativo sobre una y otra instancia (ciencia
sexual- arte erótico) y el nacimiento (o despliegue) de ambas en las sociedades orientales y
occidentales.

Partiendo de esta disyuntiva, el psicoanálisis, a través del nombre explícito de Freud, (como
analizaremos luego con alguna mayor precisión) para el autor, forma parte de los discursos
asociados o vinculados a la ciencia, es decir, es una de las expresiones de la llamada ciencia sexual.
Queda claro, asimismo, que sería “deseable” encontrar o desplegar también en Occidente, en la
actualidad, un discurso que tomara la forma de arte erótico y que consiguiese el propósito de
intensificar, multiplicar los placeres sexuales.

2.- Como complemento de esto, y en relación a Occidente M.F presenta e interroga un esquema
con el que habitualmente se aborda la historia de la sexualidad distinguiendo en ésta tres períodos
distinguidos del siguiente modo:

a) La antigüedad griega y romana en la cual la sexualidad, en ciertos sectores, era libre y existía, en
todo caso, un discurso en forma de arte erótico, o expresiones rudimentarias de éste.

b) Un segundo momento en el cual interviene el cristianismo al cual se hace responsable


habitualmente –y de modo erróneo- de las grandes prohibiciones sobre la sexualidad,
prohibiciones de orden moral. A partir del siglo XVI, la burguesía retoma por su cuenta este
supuesto rechazo cristiano a la sexualidad, prolongándolo hasta el siglo XIX.

c)El siglo XIX, quizás en sus finales, en el cual “desde Freud” y junto a una “serie de movimientos
políticos, sociales y culturales diversos” algo de la sexualidad comenzó a romper el silencio,
comenzó a salir del encierro en que estaba y se habría comenzado a destapar el velo con el cual
ésta estaba oculta, reprimida. Proliferan así discursos sobre la sexualidad, distintas modalidades
de la scientia sexualis

Este esquema, quizás para el autor no objetable en la distinción de las etapas, si lo es en cuanto a
los dos aspectos siguientes:

-Que la historia de la sexualidad se hace partiendo y centrando el análisis en los mecanismos de


represión y/o de prohibición. Y que se omite entonces, lo más interesante y enriquecedor de una
historia de la sexualidad que sería partir de lo que la ha motivado y la ha incitado.

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-Que, derivado y en consonancia con lo anterior, se le atribuye al cristianismo la condición de ser
el responsable, el gran responsable, de este “gran rechazo occidental de la sexualidad”.

Esta segunda formulación, es objetada basándose para ello en los estudios de Paul Veyne que
permiten descubrir en primer término que los tres grandes principios que caracterizan a la moral
sexual cultural no son producto de la aparición del cristianismo, sino que ya existían antes de éste
y estaban presentes en el mundo romano, en la moral pagana griega y romana.

Estos principios que caracterizan a la moral sexual son básicamente los que se ordenan en torno a
la regla de la monogamia, a la de la sexualidad reducida o admitida solo en el matrimonio y
además, solo con fines reproductivos. Es decir, una moral que descalifica el placer sexual, que lo
califica como un mal y que construye un conjunto de reglas centradas en la admisión de prácticas
sexuales guiadas solo por propósito del acto sexual decente. Tal como lo despliega en la
conferencia titulada “Sexualidad y soledad” hay, como expresión de esa moral sexual cultural el
modelo de comportamiento del acto sexual decente que ubica a la monogamia, la fidelidad y la
procreación como las principales o únicas justificaciones del mismo (pág. 44).

El cristianismo, propone corregir el autor, no ha sido el responsable o creador de estos principios,


de estas ideas morales o de estas prohibiciones éticas. Estos, éstas, lo preexistían y pueden
encontrarse en la literatura latina y helenística. Hay en los filósofos paganos una ética sexual muy
similar a la que atribuimos al cristianismo. En verdad, éste no inventó este código de
comportamiento sexual, solo lo aceptó, lo reforzó y le dio mayor vigor y un alcance muy superior a
los que tenía anteriormente (pág. 45).

Se concluye entonces, que no puede adscribirse al cristianismo la existencia de estas


prohibiciones, y se plantea, al mismo tiempo, la insuficiencia de hacer una historia de la sexualidad
centrada o considerada solo desde el ángulo de las prohibiciones. Una historia de la sexualidad
debe hacerse, concluye M.F, desde los mecanismos de poder. Y esto implica reconocer al poder, a
los mecanismos de poder no solo la función negativa de prohibir, de decir “no”, sino la función
positiva de ser creadores de subjetividad.

Esta “tesis” en cuanto al poder, a la doble función de los mecanismos de poder, por un lado –nos
parece- resulta o implica una crítica al análisis o a otros discursos sobre el poder (entre ellos
posiblemente el marxismo) y asimismo vincula Sexualidad y Poder, tal como lo presenta el título
que se le ha dado a la primera conferencia de M.F que venimos analizando. Para el autor,
Sexualidad y poder son coextensivos. Y en sintonía con ello, el autor formula que “en la
producción misma de la sexualidad no hay que concebir a ésta como una especie de naturaleza
dada que el poder intentaría reducir, ni tampoco como un campo oscuro que el saber intentaría,
poco a poco, descubrir. Sexualidad es el nombre que se puede dar a un dispositivo histórico (…)
una gran red de superficie en la que la estimulación de los cuerpos, la intensificación de los
placeres, la incitación al discurso, la formación de conocimientos, el refuerzo de los controles y las
resistencias se encadenan unos a otros según grandes estrategias de saber y de poder” (MF: La
voluntad de saber, Cap. IV: El dispositivo de sexualidad, pág. 101/102).

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3.- El cristianismo desde esta perspectiva no sería responsable ni creador de las reglas de la moral
sexual y las prohibiciones implicadas en ellas, pero sería sin embargo para Foucault quien ha
introducido nuevos mecanismos de poder. Y a este poder lo llama precisamente, la pastoría, de
vital y de no menor importancia en una serie de sociedades del Mediterráneo Oriental e
inexistente entre los griegos y romanos antiguos. (Sex y Poder, pág. 21).

Esta organización de la pastoría, presente en la sociedad cristiana a partir del siglo III y IV, implica
el desarrollo de un mecanismo de poder muy importante en la historia del Occidente cristiano y
también muy importante en la historia de la sexualidad. Y se articula, de modo decisivo, con una
práctica tan específica como exhaustiva y permanente del cristianismo –y que se extiende más allá
de éste- como es el de la confesión. La confesión como técnica de producción de la verdad y como
técnica de control de los individuos a través de la sexualidad, “concebida como algo de lo que hay
que desconfiar” y que introduce en el individuo la posibilidad de la tentación y de la caída” (pág.
28). Desde esta perspectiva, la aportación fundamental del cristianismo en relación con la historia
de la sexualidad es precisamente esta técnica “de interiorización, de toma de conciencia, de
vigilancia de uno mismo por sí mismo, con relación con sus debilidades, con su cuerpo, con su
sexualidad, con su carne…” (pág. 29). Entonces, antes que prohibiciones y rechazos, hay que tomar
en cuenta que de este modo se ponen en marcha mecanismos de poder y de control, que son
también mecanismos de saber sobre los individuos…” (pág. 30). Este es o configura según M.F el
aporte y la marca fundamental y específica del cristianismo en la historia de la sexualidad. Que se
extiende y se hace presente mucho más allá de los siglos de reinado del cristianismo. La confesión,
la técnica de confesión, de vigilancia de uno mismo por sí mismo podría hallarse presente, aún en
nuestros días. Y no podría descartarse que el psicoanálisis, para Foucault, sea una de estas
expresiones y constatación de su vigencia.

4.- Desde esta perspectiva, Foucault refiere la tercera etapa de la historia de la sexualidad del
siguiente modo: Hacia finales del siglo XIX se produce, en las sociedades occidentales un doble
fenómeno que caracteriza del siguiente modo:

a) Un fenómeno que denomina “el desconocimiento, por parte del individuo, de su propio deseo”,
que se manifiesta preponderante y típicamente en la histeria.

b) Otro fenómeno de “sobresaber” cultural, social, científico y teórico sobre la sexualidad. Estos
discursos, de forma rápida y temprana adoptó e hizo suya la forma científica, es decir, de discurso
científico.

El psicoanálisis, entonces, pese a que pueda reconocérsele cierto levantamiento de los velos sobre
la sexualidad, cierta liberación de ésta, sin lugar a dudas para el autor “forma parte de esta gran
economía de superproducción del saber crítico con respecto a la sexualidad” pese a que se
presenta precisamente, como “la fundación racional de un saber del deseo”. En cualquiera de los
casos, el psicoanálisis se inscribe y forma parte de la ciencia sexuales, de un discurso que no sería
sino la continuidad de “la psicología del siglo XVIII, de la teología moral del siglo XVII e incluso en la
Edad Media”, y en los que encontramos que asocian la sexualidad al deseo, y a éstos a lo racional y
científico en oposición al placer. El psicoanálisis, como parte de la ciencia sexuales se preguntaría
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según M.F. por la verdad del sexo y no se interesaría por el placer y las formas de lograrlo o
intensificarlo. (pág. 13/15).

5.- Así como el análisis del poder, de los mecanismos de poder ha hecho necesario corregir y
criticar la concepción de que éstos son asimilables a mecanismos de represión/prohibición y
reconocer entonces que estos son productores, creadores de subjetividad, esta distinción ha sido
prolongada o especificada por la caracterización o estudio de técnicas de dominación en oposición
a las técnicas de cuidado de sí. Dicho de otro modo: Hay en las sociedades, en todas las sociedades
técnicas de dominación (que pueden estudiarse y encontrarse en los asilos, en las prisiones, en la
psiquiatría y en la criminología, etc. como asimismo en la técnicas de disciplinamiento) pero hay
también, en ellas, o existen en todo tipo de sociedades otro tipo de técnicas que denomina
técnicas de sí y que son las que “permiten a los individuos efectuar, por sí mismos, determinado
número de operaciones sobre su cuerpo, su alma, sus pensamientos y sus conductas y de esta
manera producir en ellos una transformación, una modificación, y alcanzar cierto estado de
perfección, de pureza, de poder sobrenatural”. (Sexualidad y soledad. Pág. 41).

6.- Estas técnicas de sí, técnicas de cuidado de sí son “hallables” en ciertos sectores y autores de la
sociedad griega y romana antiguas como prácticas de libertad y como expresión fragmentaria de
un cierto arte erótico. “Estas prácticas de sí han tenido en las civilizaciones griegas y romana una
importancia y una autonomía mucho mayor que la que tuvieran posteriormente cuando fueron
bloqueadas por instituciones religiosas, pedagógicas, médicas y psiquiátricas” (La ética del cuidado
de sí…. pág. 54). Bien pueden denominarse prácticas ascéticas, dando a este término no tanto el
sentido moral de renuncia sino el de un ejercicio sobre uno mismo mediante el cual intenta
elaborarse, transformarse y acceder a cierto modo de ser” (La ética… pág. 55). En la Antigüedad
griega, la ética como práctica reflexiva de la libertad giró en torno a un imperativo fundamental:
Cuídate de ti mismo. (La ética… pág. 60). Una manera de ser y de comportarse. Ser libre es no ser
esclavo de sí mismo y de sus apetitos (63). Es, asimismo, una manera de intensificar placeres.

7.-Por supuesto, estas técnicas y estas prácticas que Foucault “rescata” y resalta su existencia en la
antigüedad, no son las únicas existentes en esa instancia pagana. Artemidoro, filósofo pagano del
siglo III, exponente de una concepción más bien dominante o predominante en aquellos tiempos,
considera la cuestión del acto sexual “únicamente desde el punto de vista del macho. El único acto
que le es familiar en tanto que acto sexual es (…) la penetración. Y la penetración no solo es un
acto sexual, sino que forma parte del papel social que juega un hombre en la ciudad. (…) Para
Artemidoro la sexualidad es relacional y no se pueden disociar las relaciones sexuales de las
relaciones sociales. Por el contrario, se superponen. (Sexualidad y Soledad: pág. 46).

8.- Estas nociones foucaultianas acerca de un estilo de vida, de un cierto arte erótico presente en
ciertos momentos e instancias de la antigüedad griega son vinculadas por el autor a ciertos
desarrollos actuales que se encuentran en los movimientos y en la llamada cultura gay y lesbiana:
Los movimientos gay y lesbianos, y las culturas o subculturas que ellos generan, podría ser el lugar
de despliegue de un arte erótico, un arte de vivir y puede sostenerse que en ellos, y a través de

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ellos, podrían desplegarse nuevas formas de placer y nuevas formas de relación, de amor y de
creación (Entrevista sobre sexo, poder y política).

9.- La filosofía y la homosexualidad pueden considerarse, desde Foucault, como versiones


modernas o actuales de la “ascesis” griega. Estas elecciones sexuales son no solo elecciones
sexuales, son o deberían ser al mismo tiempo, creadoras de modos de vida. “Ser gay significa que
estas elecciones, son también una forma de rechazar los modos de vida propuestos y de convertir
la elección sexual en un operador de un cambio de la existencia” (Afirmación de Michel Foucault
en sus entrevistas con la prensa gay reproducida por David Halperin en “San Foucault” pág. 101).
Desde esta perspectiva, formula y afirma acerca del devenir gay, como un modo de ser, antes que
una mera elección sexual. Este modo de rechazo de las sexualidades y modos de vida normativos,
o heteronormativos, podría propiciar, tornar necesario y construir una modalidad cultural
alternativa que permite crear y fabricar otras formas de placeres, de lazos y de amores.

10.- Desde y a partir de esta perspectiva, el erotismo sadomasoquista, junto a otras prácticas
como el bondage, el rasurado, el piercing, la flagelación y el fist-fucking, tal como se practicaban
en ciertos enclaves gays de los Estados Unidos, pueden ser además de una práctica cultural
novedosa, una técnica para producir e intensificar placeres que no necesariamente conduce a
efectos o técnicas de dominación. Son verdaderamente parte de una subcultura, un proceso de
invención y de creación, que lograría una nueva relación entre el cuerpo y el placer. (Nota. pág.
117).

11.- Esta multiplicación de los placeres y esta insistencia en la noción de placer se despliega en
oposición al aprovechamiento y difusión de la noción de deseo. La noción de deseo, ha sido
generada y aprovechada ampliamente tanto desde la medicina como desde el psicoanálisis (y
también por la llamada filosofía del deseo asociada con Deleuze y Lyotard). El deseo, para
Foucault, es una herramienta útil para todo un armazón médico-psicológico y para encausar o
domesticar el placer sexual en términos de normalidad. Es decir, la noción de deseo forma parte
del dispositivo de sexualidad con efectos y propósitos claramente normativos. (Halperin, cita a
Foucault, pág. 116). Y contra el dispositivo de sexualidad (que cuenta entre los agentes de
normalización a médicos y psicólogos e inclusive a legisladores) “el punto de apoyo del
contraataque no debe ser el sexo-deseo sino los cuerpos y los placeres” (La voluntad de saber,
pág. 150).

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