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EL FILÓSOFO Y SU DEBER EN LA CREACIÓN DE PUENTES ENTRE LA


CIENCIA Y OTROS SABERES

JUAN CAMILO GÓMEZ CANO


ALEJANDRO MARIO OSORIO GUTIERREZ DE PIÑERES

PARCIAL PRIMER CORTE

JONATHAN TRIVIÑO CUELLAR


Profesor

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA


EPISTEMOLOGÍA DE LA INGENIERÍA
INGENIERÍA INDUSTRIAL - PRIMER SEMESTRE
BOGOTÁ, SEPTIEMBRE DE 2019
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El filósofo y su deber en la creación de puentes entre la ciencia y otros saberes


En el presente trabajo se abordarán los espacios en que la filosofía y la ciencia se
encuentran, teniendo como eje central, la tarea que cumple la filosofía en esta compleja
relación. Por lo anterior, es menester aclarar los términos a tratar. Así, pues, definiremos lo
que es un filósofo según Platón: «Aquellos que se sienten inquieta e insatisfechamente
felices en su insaciable búsqueda» y lo mencionado por Bertrand Russell: «La ciencia es lo
que sabemos y la filosofía lo que no sabemos» (Osorio, 2001, pp. 10-11). Partiendo de lo
anterior, se dirá que un filósofo es quien está en una constante búsqueda por un
conocimiento que nunca será acabado. Por otro lado, se tiene que la ciencia es el conjunto
de conocimientos adquiridos mediante la observación, la experimentación y el análisis,
organizados de forma sistemática, que explican fenómenos fácticos y aquellos propios de la
mente humana. Se podría plantear la siguiente analogía: si se supone al conocimiento como
un «tesoro», y al proceso de búsqueda de este como un «mapa», se tendrá que el filósofo es
aquel aventurero que disfruta de la ardua empresa que ha iniciado, y que en lugar de hallar
satisfacción en el encuentro del tesoro, sigue el mapa hacia él sin urgencia de encontrarlo,
mientras se enriquece con lo que se topa en el camino. Así, prefiere mantenerse en una
eterna búsqueda, la cual paulatinamente ampliará su mapa, mas nunca espera terminar la
aventura; en contraposición, el científico es un cazador de tesoros, que sólo halla su labor
acabada en cuanto encuentra las anheladas riquezas por las que inició su recorrido. A pesar
de que los objetivos de estos difieran, ambos emprenden una sola travesía, situada en la isla
del conocimiento humano, que da cabida a los anhelos de los dos. Por lo tanto, el filósofo y
el científico comparten el mismo mapa, así, pues, el filósofo le puede «prestar» su mapa,
ampliado a nuevas perspectivas, al científico, permitiéndole hacer una búsqueda con unos
horizontes mucho más claros, sin el riesgo de perderse en el complicado terreno de la
adquisición del conocimiento. Este aporte en el mapa hacia el conocimiento se relaciona
con la epistemología, pues ésta se encarga de hacer un estudio de los fundamentos,
principios y métodos que permiten alcanzar el conocimiento, con el fin de validar al mismo,
o, dicho de otro modo, de facilitar, enriquecer y aclarar el mapa. Ahora pues, se plantea el
momento en que los dos aventureros se encuentran en algún punto de esta vasta isla, y aquí
es donde se halla la razón de este trabajo, aclarar que es lo que tiene por decir el filósofo al
científico, o más propiamente, a la ciencia. Saliendo ya de la analogía, y poniendo las
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palabras del filósofo de una forma clara, se plantea lo siguiente: La filosofía tiene el deber
de encontrar los principios comunes de las ciencias y determinar la validez de sus métodos
para llegar al conocimiento, con la finalidad de crear puentes de interdisciplinariedad con
otras áreas del saber humano.
Se ha dicho que la filosofía tiene el deber de determinar los principios comunes de las
ciencias o como se expone en la analogía, enriquecer y ampliar el mapa en la búsqueda del
tesoro. A este diálogo se le llamó filosofía científica, la cual según Néstor Osorio se
encarga de hallar los medios para dar un estatuto epistemológico a la ciencia (Osorio, 2001,
p. 18). Así, pues, se observa como cierta rama de la filosofía se ha preocupado por justificar
a la ciencia misma, logrando validar las vías en como esta llega al conocimiento, es decir:
su naturaleza, sus métodos, y su finalidad. Con este aporte, el filósofo busca justificar a la
ciencia en su labor, permitiéndole desarrollarse en sus tareas partiendo de una base clara.
Sin embargo, lo que debe buscar el filósofo no solo es brindar un sentido a la ciencia; sino
también encontrar la forma, espacios y momentos en los que la ciencia establece relaciones,
lo cual se ha nombrado aquí como «principios comunes», entendidos como los puntos en
los que la ciencia converge con otras áreas del conocimiento, reconociendo abiertamente
sus límites y la necesidad que tiene de entablar un diálogo interdisciplinario. Y en el
anterior sentido, se debe advertir que la filosofía científica peca, esto debido a que no
alcanzó el objetivo que se planteó, encontrar un fundamento para la ciencia, por una simple
razón: se centró solamente en el conocimiento científico y descuido los «puentes» con otros
conocimientos, inclusive, con la filosofía misma. Se llama puentes a aquellas formas en que
la ciencia y la filosofía se encuentran, colaboran e incluso logran un avance en paralelo, es
decir, la interrelación con otros saberes, o relacionado con la terminología aquí utilizada,
las razones para llegar a los principios comunes.
La filosofía que se propone encontrar lo que la científica buscaba, se le conoce como
filosofía de la ciencia y plantea, según lo dicho por Osorio, una crítica con relación a los
límites de todo conocimiento (Osorio, 2001, p. 20). Este tipo de filosofía trascendió a su
rival, ya que, partiendo del presupuesto de los límites, esta reconoce la necesidad de buscar
relaciones con otros saberes y los beneficios que estas actividades pueden dejar para cada
una. Y no solo esto, la filosofía de la ciencia expone la influencia de factores externos al
conocimiento científico, lo que a su vez muestra unos puentes más generales, no solo de la
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ciencia con la filosofía; sino con un contexto general. Con lo anterior en mente, se logra
aclarar cómo el filósofo ha iniciado una empresa la cual tiene un aporte directo en las
ciencias, y más específico, en los fundamentos de esta, pero; para hacer este aporte la
filosofía debe entender a la ciencia, en caso contrario dicho aporte estaría alejado de la
realidad científica. El filósofo alcanza este entendimiento mediante el análisis de un aspecto
fundamental de cualquier tipo de conocimiento: ¿cómo se llega a saber?, lo que en el caso
de un contexto científico lleva a la pregunta por el método.
El encuentro entre la filosofía y la ciencia sólo producirá frutos si los conocimientos
alcanzados por la segunda, sobre los cuales la primera indaga, fueron conseguidos mediante
los métodos adecuados. Gracias a este planteamiento nace una pregunta fundamental:
¿Cuáles son los métodos adecuados para alcanzar el conocimiento en su forma más pura y
certera? Innumerables pensadores a lo largo de la historia han ponderado esta cuestión.
Algunos han partido del conocimiento que se tiene y realizado un proceso de regresión en
busca de esos métodos. Otros, han partido desde las particularidades que incitan al ser
humano a utilizar un método para llegar al conocimiento. Estos enfoques, aunque opuestos,
no son contradictorios, es decir, el uno no invalida al otro. A pesar de que esto pueda sonar
algo paradójico, es cierto. Lo anterior, se debe a que la historia ha demostrado
extensamente que existen diversas maneras para llegar a la verdad. Al fin y al cabo, esto
último es donde radica la importancia de establecer los métodos válidos para llegar a un
conocimiento verdadero, ya que, si esto se logra, se alcanzará el máximo objetivo de que
los conocimientos a los que se llegó puedan aportar no solo a su disciplina individual, sino
a otras áreas del saber. En el caso que un determinado método no logre un conocimiento el
cual pueda ser compartido con otros campos de estudio, se deberá reevaluar este e intentar
mejorarlo. Ahora bien, no solo es importante que los métodos existentes sirvan a este
propósito, también es de vital importancia establecer métodos que puedan ser aplicados a
una variedad de saberes, no solo a ciertas ciencias. Si se logran métodos comunes dentro
del campo del conocimiento humano, la intercomunicación entre disciplinas será más
fluida, lo que traerá como consecuencia avances, no solo en la ciencia misma, sino también
en el pensamiento humano en cuanto humano.
Volviendo a la pregunta fundamental que se planteó en el párrafo anterior, cabe resaltar
lo que reconocidos filósofos profundizaron con respecto al método y las implicaciones que
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sus perspectivas brindan a las ciencias en la actualidad. Sería absurdo no empezar por
mencionar a René Descartes, padre del método, y lo que sus profundas reflexiones
aportaron a la ciencia y a la epistemología. Descartes en sus Meditaciones metafísicas
deconstruye el conocimiento con la finalidad de llegar al fundamento de un conocimiento
certero. En la terminología que se ha empleado en el presente escrito, Descartes no hace
más que determinar la validez de la manera en la que se llega al conocimiento. Teniendo
esto en cuenta y aplicándolo a la esencia de este ensayo, la contribución de Descartes en el
objetivo de cimentar el deber de la filosofía al encontrarse con la ciencia es inmensurable,
ya que gracias a él se llegó a uno de los métodos más ampliamente utilizados hoy en día, la
deducción. Por medio de este, Descartes fue capaz de cumplir su propósito de fundamentar
el conocimiento sobre bases certeras, ya que él consideraba que «había admitido como
verdaderas muchas opiniones falsas, y que lo edificado después sobre cimientos tan poco
sólidos tenía que ser por fuerza muy dudoso e incierto» (Descartes, 2002, p. 8). En la otra
cara de la moneda, se encuentra una postura que difiere con la deducción de Descartes, pero
por esto no deja de ser menos relevante e interesante. Este es el llamado método inductivo,
que nació de filósofos empiristas como John Locke y David Hume, y sobre el cual Bertrand
Russell decide ahondar en el siglo XX. Russell lo nombra el principio de la inducción y lo
define en pocas palabras de la siguiente manera: Cuando dos cosas que se encuentran
asociadas frecuentemente y que nunca se han encontrado desasociadas, entre más veces se
sigan encontrando asociadas, mayor será la probabilidad de que se encuentren asociadas en
el futuro (Russell, 1991, p. 43). Aunque la meta de exponer estas dos posturas frente al
método no sea entenderlas a profundidad, con un simple examen de estas se puede
comprender como la deducción parte de lo simple para llegar a lo complejo, mientras que la
inducción parte de lo complejo para llegar a lo simple. Es evidente que divergen en su
núcleo, pero al momento de utilizar estos métodos se llega a un punto en común, el
conocimiento. Más importante aún, si se estudia cómo las ciencias en la actualidad llegan a
sus resultados, se observa claramente cómo estos métodos divergentes convergen y pueden
ser utilizados en paralelo para un objetivo común, demostrando con armonía como se
pueden entablar puentes entre los saberes a través de la utilización de variedades de
métodos previamente instaurados por el filósofo para su implementación en todos los
conocimientos humanos.
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Una vez aclarada la postura del filósofo frente a los métodos de los cuales dispone la
ciencia para llegar a un conocimiento, es necesario abordar el modo en cómo se utilizan
dichos métodos, es decir, los procedimientos. En esa misma línea, es imperativo formular
como la naturaleza del procedimiento científico deja espacios para que el filósofo, desde su
modo de ver el mundo, descubra oportunidades de crear puentes, donde implícitamente se
encontrará lo que se ha venido denominando hasta el momento como principios comunes.
Ahora bien, se podría pensar que en realidad la ciencia no deja espacios para el aporte de
ninguna otra área del saber humano, pues se tiene una idea de extrema rigurosidad en
cuanto a ciencia se refiere. Cabe aclarar que este pensamiento no es erróneo de por sí, se
podría evidenciar su validez en obras como Historia del tiempo de Stephen Hawking, en la
cual el autor, sobre la naturaleza de la teoría científica, dice: «debe describir con precisión
un amplio conjunto de observaciones sobre la base de un modelo que contenga sólo unos
pocos parámetros arbitrarios, y debe ser capaz de predecir positivamente los resultados de
observaciones futuras» (Hawking, 1988, p. 18). En lo anterior se evidencia una compleja
rigurosidad que debe cumplir aquello producido por la ciencia, en este caso, la teoría.
Partiendo de que lo anteriormente citado corresponde a un esbozo conceptual muy
superficial de lo que es la ciencia en su totalidad, sería erróneo llegar a afirmaciones sólo
teniendo en cuenta esta limitada perspectiva. Por ende, se procede a ahondar en estos temas
de la mano del filósofo Mario Bunge, con ayuda de su obra La ciencia, su método y su
filosofía, en la cual expone quince características de las ciencias fácticas, de las que se
abordarán solo cuatro (Bunge, 2002, pp. 11-23). En primer lugar, se dice que la ciencia es
verificable. Entiéndase lo anterior como corroborable más no verificable, esto en el caso de
las ciencias fácticas. En segundo lugar, se menciona que la ciencia es legal, por cuanto se
rige de leyes, las cuales también utiliza a lo largo de todo su proceso de desarrollo y de
explicación de los fenómenos. En tercer lugar, el autor expone que la ciencia es predictiva,
ya que esta puede relacionar ciertas condiciones ideales con la existencia de un fenómeno x.
Ya nombradas las características más importantes expuestas en el texto, se hablará de la
que incumbe a este trabajo: la ciencia es abierta. Esto quiere decir que acepta cambios,
inclusive en sus principios. A pesar de que se puede inferir que estos cambios sólo pueden
venir de la propia ciencia, vale la pena plantear la pregunta, ¿acaso otros saberes no pueden
aportar algo valioso a la ciencia?, y no se habla estrictamente de cambios en los principios,
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se habla de ampliar horizontes, de mostrarle a la ciencia que la filosofía y demás tiene algo
por decir, que aun siendo este un discurso para nada científico, puede ayudarle en su
búsqueda individual, promoviendo el progreso propio de la ciencia del cual se hablará a
continuación.
Al referirse al progreso de la ciencia suelen haber confusiones en relación con las
maneras que esta puede evolucionar, debido a que la ciencia no siempre progresa de
manera lineal y sin obstáculos. Al contrario, el conocimiento científico progresa después de
incontables errores, estrafalarias ideas y, sobre todo, años de laboriosos esfuerzos por parte
de la comunidad científica. Sin embargo, por más difícil que sea lograr un avance científico
no resulta muy complicado categorizar los tipos de progreso que se pueden ver en las
ciencias. Existen dos tipos de desarrollo científico, denominados cambio normal y cambio
revolucionario (Kuhn, 1989, p. 55). El primero se da cuando ocurre un desarrollo
acumulativo en las ciencias, el cual representa un descubrimiento nuevo que se basa en
principios ya establecidos, por lo que no es necesario reevaluar las teorías y leyes del tema
tratado. El segundo es completamente distinto, ya que se da cuando se descubre algo
netamente nuevo que requiere de una total rearticulación del dominio que se tenga del tema
en un momento dado. Adicionalmente, es de suma relevancia aclarar que estos cambios
afectan la interdependencia e intercomunicación de los conocimientos. Un cambio en una
rama de las ciencias puede afectar directa o indirectamente a muchas otras, así como a
disciplinas totalmente diferentes como la historia y la filosofía. Esto se debe a los impactos
que generan dichos cambios en los contextos de determinada época, sean sociales,
políticos, culturales, religiosos, entre otros. Solo si se tiene en cuenta la relación recíproca
entre la ciencia, con sus principios, métodos, procedimientos y cambios, y el contexto que
la rodea se podrá lograr la interdisciplinariedad que la filosofía y su análisis epistemológico
deben brindar al conocimiento.
En definitiva, el filósofo irá más allá, propondrá espacios en los que ciencia y filosofía
trabajen de la mano. Mientras una lee el mapa (interpretación de la realidad desde otra
perspectiva), lo desempolva (aclaración de fundamentos), e incluso dibuja nuevos sitios en
él (ampliación de visión), el otro hallará de manera clara lo que desea encontrar, sabiendo
que en su camino hacia el tesoro no ha pasado por alto otras riquezas (conocimientos
interdisciplinarios) u otros aventureros (otras áreas del conocimiento humano).
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BIBLIOGRAFÍA
Bunge, M. (2002). La ciencia, su método y su filosofía. Bogotá: Panamericana.

Descartes, R. (2002). Meditaciones metafísicas. Bogotá: Anagrama.

Hawking, S. (1988). Historia del tiempo. Barcelona: Crítica.

Kuhn, T. (1989). ¿Qué son las revoluciones científicas? y otros ensayos. Barcelona:
Paidos.

Osorio, N. (2001). Viejas y nuevas alianzas. Bogotá: Colección filosofía y ciencia.

Russell, B. (1991). Los problemas de la filosofía. Barcelona: Labor.

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