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NOTA EDITORIAL

El IV Simposio Internacional de Arqueología PUCP se llevó a cabo los días 16 a 18 de agosto


del 2002, casi exactamente dos años después del III Simposio, llamado Huari y Tiwanaku: modelos
vs. evidencias, cuyos resultados fueron publicados en los dos últimos números (4 y 5 del Boletín de
Arqueología PUCP) con un total de casi 1300 páginas, así como centenares de ilustraciones en
blanco y negro, y en color. Con ellos se ha logrado un alto nivel de calidad tanto en su aspecto
científico como técnico, aspectos que convierte al Boletín en una revista de competencia internacional.
Del mismo modo, se ha alcanzado una acogida muy positiva del público y de los colegas tanto en el
país como en el extranjero.

Además de ello, el tema escogido gira en torno a problemas complejos que comprometen las
arqueologías de otros países sudamericanos, con lo cual se alcanza una inserción en el tema de
teorías generales que se ocupan de fenómenos estudiados en otras partes del mundo, como el de los
imperios y los estados cuya definición en América del Sur resulta difícil por la inexistencia de
fuentes históricas y la presencia de cronologías «flotantes» que no cuentan con el sustento sólido
de evidencias materiales controladas debidamente. Queda evidente que los modelos —que a menudo
no se caracterizan por una sofisticación recomendable— se basan en las analogías más diversas sin
que su aplicación sea discutida de manera detallada por medio de los datos arqueológicos pertinentes.
A ello se suman intereses políticos actuales centrados en visiones nacionalistas que reducen lo
arqueológico a poco menos que un pretexto para idealizaciones concebidas como vínculos con las
diversas situaciones actuales. La postulación de sistemas políticos de complejidad mayor y menor
del pasado y sus nexos dentro de redes de interacción debe reflejarse en estrategias de investigación
arqueológica que permitan definir estas complejidades. Para ello no basta una discusión estilística
de la cerámica ni el reconocimiento de jerarquías basadas en las dimensiones de sitios sin que se
tenga ideas claras acerca de la producción de esta cerámica, sus funciones y su lógica de distribución,
así como, en relación con los sitios, su organización interna y sus vínculos con otros sitios menores
o mayores. La lógica impone que estos sistemas sean dinámicos en el sentido de ritmos de crecimiento
o de decrecimiento, en otras palabras, reflejos de formaciones políticas que corresponden a historias
particulares, ligadas a la presencia de elites responsables de las condiciones de expansión, fusión,
anexión, colapso, relaciones comerciales, etc. Esta presencia de elites, en su aspecto materializado,
aún no se definen debidamente para el Perú antiguo; en vez de ello predomina el concepto del
«hombre andino» como un constructo homogenizador que desafía espacio y tiempo.

Estas reflexiones, surgidas en las discusiones y en la lectura de las contribuciones del III
Simposio, me condujeron a seguir por esta pauta para concentrarme en un fenómeno que parcialmente
sirve para interpretaciones explicativas acerca del carácter político de Huari-Tiwanaku. Los incas
figuran en obras generales como constructores del mayor imperio del hemisferio occidental al dominar
un área inmensa que abarca los Andes en un largo de más de 5500 kilómetros, el más grande del
mundo al sur del ecuador, que supera aún el de los Ming (Dinastía Ming [1368-1644] en la China o de
los Otomanos de su tiempo (siglos XV y XVI). «Legiones incas —como sus contrapartes romanas—
marchaban mucho más allá de los límites del mundo civilizado para someter a tribus de bárbaros y
sociedades heterogéneas […] Ninguna nación andina en la actualidad se compara en magnitud y
prosperidad y la gran riqueza del Tahuantinsuyu fue también el motivo de su desaparición». Esta
narrativa de Moseley (The Incas and their Ancestors [1992: 7]), que inserta el Tawantinsuyu en la
historia mundial comparativa, pero reservando a los incas una posición exaltada, se debe mucho a
narrativas de testigos españoles del temprano siglo XVI, las que oscilan entre la admiración
consternada y la incomprensión, basadas en su trasfondo cultural y político europeo. En los siglos
posteriores se crean imágenes idealizadas que convierten a los incas y su sistema político en utopía,
digna de emulación por parte de los estados europeos de la modernidad. Constituye, además, una
«occidentalización», en la cual las supuestas diferencias, o aún deficiencias, se reinterpretan dentro
de esquemas filosóficos y políticos vigentes en el Viejo Mundo. En la formación del moderno Estado
Peruano, en la parte temprana del siglo XIX, esta visión idealizada constituyó una justificación de la
independencia en su afán de retornar a la gloria pasada, destruida por los invasores europeos. Por
otro lado, se enfatizan las diferencias en resaltar lo «específicamente andino» en contraposición a lo
europeo, en crear «alternativas» también idealizadas cuyo efecto, sin embargo, no niega los logros
reconocidos, sino llega a ellos por caminos esencialmente propios e incomparables, debido a que
estas diferencias «aún» se mantienen en los herederos, hoy conocidos bajo el eufemismo de
«campesinos», un término que enfatiza su marginalidad.

Estas diferentes formas de idealización no ayudan mucho en una comprensión más científica
en el sentido de una imagen más concreta en el marco histórico y arqueológico al obviar, en lo
posible, la politización pasada y vigente. Dentro de la lógica de esta politización, los etnohistoriadores
peruanos suelen adherirse a las imágenes aludidas al usar los datos arqueológicos a menudo como
supuestas comprobaciones de los datos o conceptos disponibles a ellos, mientras que los arqueó-
logos se esfuerzan en «materializar» los datos etnohistóricos. Es evidente, que estos procedimientos
padecen de una argumentación circular y carecen de la producción de enfoques nuevos que,
precisamente, deberían surgir de la contrastación crítica y de la elaboración de propuestas alternativas
basadas en conceptos teóricos. Desde el punto de vista de la arqueología, el periodo en cuestión
corresponde a lo que podría llamarse protohistoria, lo cual enfatiza un alcance de las fuentes históricas
que captan el tiempo del contacto, sus implicancias y sus efectos como también el tiempo inmediata-
mente anterior, que se basa en la memoria biográfica de los miembros de la elite fortalecida por la
memoria cultural en base a sistemas diversos, entre los cuales destacan los quipus, la tradición oral
y la arquitectura monumental. Es, en buena cuenta, un lapso privilegiado cuya definición depende
de una fusión crítica de los datos, de los cuales los netamente arqueológicos solo forman una parte,
si bien importante. Se impone, por lo tanto, un enfoque tanto interdisciplinario como transdisciplinario,
en el cual entran también disciplinas afines como la antropología, la sociología, la filosofía, etc.

De acuerdo a estas reflexiones, me pareció conveniente realizar un evento con el fin de


provocar discusiones y encuentros entre etnohistoriadores y arqueólogos e invitar a aquellos
colegas cuyos trabajos prometían aportes significativos en el debate. Para tal fin, invité a Gary
Urton —miembro de nuestro Comité Editorial y reconocido experto en el tema, con aportes importantes
sobre aspectos diversos, en particular el estudio de los quipus— con el fin de organizar este simposio
conmigo. Gary se entusiasmó de la idea y, gracias a él, pudimos enfocar los temas específicos del
evento. Invité también a otro colega y miembro de nuestro Comité Editorial, Ian Farrington, reconocida
autoridad en la arqueología inca y editor de una revista especializada llamada Tawantinsuyu, como
tercer coordinador. Entre los tres preparamos el evento, el tema y un pequeño texto explicativo que
fue distribuido con anticipación entre los participantes invitados. Escogimos como tema el siguiente:
Identidad y transformación en el Tawantinsuyu y en los Andes coloniales. Perspectivas arqueo-
lógicas y etnohistóricas. A continuación reproduciré los puntos resaltantes del texto mencionado.
Nuestra meta, implicada en el título del simposio y de este número, era la de concentrarnos en la
manifestación, el significado, las relaciones y las experiencias de identidades de la sociedad
incaica y aquéllas de los pueblos colonizados bajo su dominio, así como, luego, durante la Colonia
por medio de avances correspondientes a investigaciones recientes en los campos de la arqueología
y la historia. El término «identidad» se refiere a las formas cómo los grupos e individuos en el Cuzco,
en las provincias y en las fronteras del Tawantinsuyu se identificaban a sí mismos o a otros, así
como a los diferentes mecanismos y expresiones de interacción mediante los cuales estas
autorepresentaciones y representaciones de «los otros» fueron conservadas, disputadas y
consumidas en las sociedades andina incaica y colonial, estaban sometidas a continuos procesos
de cambios y transformación tanto durante la vida de cada individuo como en la larga duración
estudiada por la historia y la prehistoria. Nuestra meta no residía en la elaboración de un catálogo de
identidades incaicas y coloniales, sino en la comprensión de la naturaleza de los incas del Cuzco,
grupos e individuos vecinos, incas y no incas, en todo el Tawantinsuyu. Además de ello, se pretendía
llegar a una mejor definición de procesos locales y generalizados de transformación sociocultural en
los Andes a través del tiempo.

Para especificar esta problemática propusimos una serie de preguntas en ocho rubros:

1) Identidad y/o paisaje (oposiciones, vinculación con huacas, mach’ai y paqarisca, su formulación
por medio de perspectivas arqueológicas y etnohistóricas, su efecto a través de políticas y prácticas
coloniales);

2) Identidades étnicas y sus relaciones (definición, reconocimiento y relación con mitmaqkuna,


yanacona y otros tipos de status administrativo, social, económico y político, así como sus efectos
en la Colonia);

3) Género e identidad (entre los incas y las sociedades no incas, así como identidades basadas en el
género como aqlla, mamacona, amauta y sus cambios en la Colonia);

4) Clases y categorías de registro de memoria incaica y colonial (estructura y organización de los


quipus y relación con disposición y organización de poblaciones reflejadas);

5) Especialización e identidad (definición de artesanos especializados en el Tawantinsuyu y sus


reflejos en el aspecto material, con sus variaciones regionales y las formas de identidad involucradas
en cuanto a etnicidad o ayllu, como «olleros de Chachapoyas», «pescador de Huacho», «mercader
de Chincha»);

6) Paisaje, arquitectura, ancestros e identidad (significación del paisaje natural, domesticación del
paisaje, la arquitectura y su contexto espacial y social como ushnu, callanca, acllahuasi, orientación,
el significado de las pacarisca relacionado a las panacas incaicas, los mitmaccuna y expresiones
provinciales, ¿arqueología de orígenes míticos o de ancestros?, significado de contextos funerarios);

7) Práctica ritual y confirmación de domino inca (naturaleza de ofrenda y sacrificio en el contexto


arqueológico, implicancia para ceremonias como capac hucha, capac raimi, sithua, etc.), y

8) Ser inca: producción, distribución, simbolismo y cultura material (manifestación del poder estatal,
uso de formas y diseños cerámicos incas, importancia de la cerámica en el Cuzco y en las provincias,
lugares de producción y distribución, uso de los tocapu y otros elementos de diseño, significado de
diseños incaicos en tejidos, otros centros de manufactura).

Este temario amplio pone énfasis en la pluralidad de identidades y en sus manifestaciones


múltiples dentro de un dinamismo que implica variedad étnica, social, política, económica e ideológica
dentro de procesos complejos de transformaciones provocados tanto por los incas como por los
españoles, con repercusiones para todos los implicados. Términos como «identidad», «etnicidad»,
«memoria» relacionados con aquéllos más restringidos como «aclla», «mitmaccuna», «ushnu»,
«callanca, «huaca», «pacarisca», etc., reclaman definiciones operables y discusiones fundamentadas
con el fin de comprender su complejidad en vez de recurrir a la presentación algo irreflexiva de
imágenes borrosas y preconcebidas que a menudo dominan el discurso.

Esta amplia gama de temas propuestos tuvo una buena acogida: asistió un buen número de
colegas al evento —tanto establecidos y renombrados como jóvenes— aunque, obviamente, no
todos estos temas fueron tratados o discutidos. Optamos por formar seis mesas redondas, dos por
cada día, bajo los siguientes temas: «Identidad y organización sociopolítica I» e «Identidad y
organización sociopolítica II» (mesa redondas 1 y 2), «Arquitectura, ancestros y paisaje I» y
«Arquitectura, ancestros y paisaje II» (mesas redondas 3 y 4), «Lenguaje, onomástica e identidad»
(mesa redonda 5) y «Tecnología, identidad y memoria» (mesa redonda 6). En cada una de las mesas
participaron etnohistoriadores y arqueólogos con el fin de provocar discusiones entre ellos y con el
público. Esta estructura se ha mantenido en la publicación de este número (mesas redondas 1 y 2) y
de los restantes que aparecerán en otros dos volúmenes (números 7 y 8 del Boletín de Arqueología
PUCP) en el año siguiente.

El presente número se concentra enteramente en el tema de la identidad y organización


sociopolítica y cuenta con las contribuciones de Catherine Julien, Martti Pärssinen, Inge Schjellerup,
Miriam Salas, Enrique González Carré y Denise Pozzi-Escot, Shinya Watanabe, Krzysztof Makowski,
Miguel Cornejo, Bill Sillar y Emily Dean, Edmundo de la Vega y Charles Stanish, Roberto Bárcena,
Mauricio Uribe, Leonor Adán y Carolina Agüero, así como Viviana Manríquez. Esta lista refleja no sólo
la presencia de renombrados etnohistoriadores y arqueólogos, sino también representantes de varios
países de Europa, Estados Unidos, Japón y Sudamérica (Argentina y Chile), siendo los peruanos la
minoría. Con ello se agregan identidades propias y diferenciadas que se reflejan en sus aportes. Carol
Mackey, Guillermo Cock y Elena Goycochea, así como Frances Hayashida no pudieron entregar sus
trabajos a tiempo, por lo que éstos formarán parte de los siguientes números. A estas contribuciones
se agregan artículos más cortos, llamados notas, que continúan la costumbre iniciada desde el primer
número. En este caso se trata de contribuciones de Luisa Díaz y Francisco Vallejo, Giancarlo Marcone
y Enrique López, Lidio Valdez y Miriam Doutriaux. Además se presentan dos reseñas, una por Félix
Palacios y la otra por el suscrito, con lo que se completa este número.

Las reflexiones breves en esta nota no pretenden reemplazar una introducción más exhaus-
tiva. Está previsto para el número 8 la elaboración del texto de las reflexiones finales, en las cuales se
discutirán los alcances y los problemas de la temática general, así como se plantearán recomendacio-
nes para trabajos futuros.

Como en los simposios anteriores y las publicaciones respectivas, muchas personas han
contribuido a la realización exitosa del IV Simposio Internacional de Arqueología PUCP y de este
número. En primer lugar quisiera agradecer en forma especial a mis co-organizadores y co-editores,
Gary Urton e Ian Farrington. Como ya quedó mencionado, ellos contribuyeron decisivamente en el
éxito extraordinario del evento, que contó con la presencia de más de 400 personas inscritas y más
de 60 ponentes, muchos invitados por ambos estudiosos. También ayudaron en diferentes aspectos
de la publicación. Es evidente que el éxito se debe, en buena cuenta, a los participantes, por sus
presentaciones y sus aportes a la discusión, así como la entrega de las versiones escritas que
forman parte de este número y de los dos siguientes. Ha sido, al menos para el Perú, una congrega-
ción muy numerosa de autoridades reconocidas de muchos países del mundo, que gozaron de estos
días al igual que todos los demás asistentes. A ellos también mi agradecimiento más profundo.

En la organización del evento, como en anteriores simposios, conté con la asistencia del
señor Rafael Valdez. El apoyo de la doctora Patricia Harmann, Jefa de la Oficina de Eventos PUCP, ha
sido, nuevamente, de importancia decisiva en cuanto a todos los aspectos organizativos y adminis-
trativos. Ella contó con su equipo de trabajo y otro grupo de apoyo conformado por estudiantes de
la Especialidad de Arqueología entre los que estuvieron Bárbara Carbajal, Gabriela Cervantes, Ale-
jandra Mendoza del Solar, Martha Palma, Katherine Ríos (lamentablemente fallecida), María Elena
Tord, Belén Gómez de la Torre, Hugo Ikehara, Martín Mac Kay, David Oshige y César Trigoso. Como
personal técnico nos asistieron los señores Pablo Wong, Jorge Chávez y Máximo Santa Cruz. El
doctor Krzysztof Makowski, Jefe del Departamento de Humanidades, también apoyó la realización
del evento, al igual que el Rectorado de nuestra casa de estudios. Finalmente, han sido muy impor-
tantes los apoyos económicos por parte de la Embajada de los Estados Unidos, en la persona de la
señora Lynne Roche, de la Embajada de la República de Alemania, en la persona del señor Enrico
Brandt y del propio señor Embajador, el doctor Roland Kliesow, quien estuvo presente en el acto de
la inauguración del evento, y el Instituto Francés de Estudios Andinos, en la persona de su director,
el doctor Jean Vacher. A todos ellos mi más grande reconocimiento.

En cuanto a la preparación de este número es preciso mencionar en primer lugar al señor


Rafael Valdez, quien, como en tantas otras obras publicadas por mí, se ha dedicado con gran entu-
siasmo y mucho profesionalismo a las tareas de corrección, diagramación y otros trabajos relaciona-
dos con la preparación de estos números. Asimismo, forma en las labores editoriales a un grupo de
estudiantes de la Especialidad, los que le apoyan ahora de forma continua en vista de los otros
dos números que están por publicarse aún. En este número han participado Azaliah Ardito, Patricia
Chirinos, Carla Hernández, Ursula Muñoz, Daniel Saucedo y Lucía Watson. También asesoraron
los trabajos de edición los señores Oscar Hidalgo y José Ragas. Nuevamente quiero agradecer
también al doctor Krzysztof Makowski, por su apoyo en la publicación, como también al licenciado
Dante Antonioli, Gerente del Fondo Editorial PUCP, por su interés y apoyo decidido, los que ya ha
brindado en muchas otras oportunidades.

Last not least, me es grato señalar que la edición de este número coincide con los 20 años
de existencia de la Especialidad de Arqueología PUCP, que se estableció oficialmente en 1983.
Esperemos que, entre muchos otros logros, el Boletín de Arqueología PUCP y los Simposios
Internacionales sean evidencias de la madurez que esta Especialidad ha adquirido en este lapso de
tiempo.

PETER KAULICKE
IDENTIDADPUCP,
BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA Y FILIACIÓN POR SUYU
N.° 6, 2002, 11-22 EN EL IMPERIO INCAICO 11

IDENTIDAD Y FILIACIÓN POR SUYU


EN EL IMPERIO INCAICO

Catherine Julien*

Resumen

Mediante dos casos concretos se intenta demostrar que los incas forjaban identidades imperiales en
base a la división de su territorio en cuatro suyus, llamada Tawantinsuyu. En el primer caso se trata del culto
al Sol en la isla de Titicaca, en el cual participaban mitimaes procedentes de los cuatro suyus. A través de la
reubicación de personas procedentes de los cuatro suyus, los incas generalizaron este culto a todo el imperio.
El otro caso se refiere al culto rendido a los nevados de Arequipa, llamados huacas pacariscas. Estos cultos
fueron mantenidos sólo por mitimaes del suyu en que se ubicaba el nevado, forjando identidades también a un
nivel local. Además, hay que destacar que, al igual que en la región del Cuzco, la división en suyus se
relacionaba con los lugares sagrados y, en este caso, con los sitios sagrados más importantes del territorio
andino.

Abstract

IDENTITY AND SUYU AFFILIATION IN THE INCA EMPIRE

By means of two discrete examples, this study attempts to show that the Incas forged imperial identities
using the division of Andean space in four suyus, or Tawantinsuyu. In the case of the cult of the sun at Titicaca,
groups from all four suyus participated. Through the resettlement of people from all four, the Incas generalized
the solar cult to the entire empire. The other case deals with the cults to the snow-covered mountains of
Arequipa, called huacas pacariscas. In this instance only mitimaes from the same suyu where the mountain was
located participated. It is noteworthy that—as in the region surounding Cuzco—the suyu division in the larger
territory was related to sacred places on the landscape, and in the instances explored here, to the most sacred
sites in the Andean territory.

1. Introducción

Los incas articularon un espacio andino nunca antes unificado. Este espacio se llamaba
Tawantinsuyu, que quiere decir «cuatro suyus» o «cuatro parcialidades»;1 a saber: Chinchaysuyu,
Andesuyu, Collasuyu y Condesuyu (Fig. 1). Para nombrarlos, los incas utilizaban los nombres de
otros grupos —como los collas o los chinchas— que ocupaban un territorio dentro del espacio
abarcado por el suyu. El Tawantinsuyu no existía antes de la expansión incaica, aun cuando está
basado en modelos preexistentes, pues la división en cuatro suyus giraba en torno al Cuzco, y éste
cobró particular importancia con el auge del Imperio de los Incas.

Dicha sociedad organizó una división cuatripartita del espacio, pero ¿afectaba ésta de algu-
na manera la identidad de los grupos comprendidos en ella? Esta pregunta no se contesta fácilmen-
te. Se ha sostenido que la política incaica contribuía a la creación de identidades imperiales (Rowe
1982). La autora propone aquí que los incas utilizaban la división en cuatro suyus con el fin de
estructurar la relación entre la población andina y los lugares más sagrados del territorio, y que,

* Western Michigan University, Department of History. E-mail: julien@wmich.edu


12 CATHERINE JULIEN

mediante esta estructura, se fomentaban identidades imperiales. Esta hipótesis se sustenta con dos
casos particulares: uno relacionado con el culto que se hacía a los nevados de Arequipa, llamados
huacas pacariscas, y el otro al culto al Sol en la isla de Titicaca. Antes de tratarlos, se examinará la
organización del espacio en el corazón del imperio, en la misma región del Cuzco.

2. La región del Cuzco

Cuzco era el punto de partida de la división en cuatro suyus. Hace más de un siglo se publicó
una lista de las huacas o lugares sagrados en los alrededores de la ciudad (Cobo 1895 [1653]; Rowe
1979). Las huacas se organizaban por ceques, o «líneas», y éstas fueron agrupadas según la divi-
sión en suyus (Tabla 1). Los estudiosos en el tema de los incas han representado la organización de
los ceques en forma esquemática (Zuidema 1995 [1964]) o dibujada sobre el mapa moderno (Bauer
1998: 158, mapa 11.1). Es evidente que los ceques se extendían al valle del Cuzco, y en algunos casos
hasta más allá donde no alcanzaba la vista.

Otros documentos constatan que toda la región o provincia del Cuzco fue organizada por la
división en suyus. En por lo menos dos ocasiones, en 1577 y en 1596, los caciques y pueblos de los
alrededores del Cuzco fueron registrados de acuerdo a su filiación por suyu. Algunos investigado-
res han utilizado estas listas de pueblos para dibujar mapas, representando la división de la región
del Cuzco en los cuatro suyus (Espinoza 1977; Zuidema y Poole 1982; Pärssinen 1992). Los mapas
constituyen siempre la manera de representar el espacio y a los seres humanos mismos, pero parece
que los investigadores interesados en el tema están de acuerdo acerca de la división cuatripartita del
espacio alrededor del Cuzco, aun cuando trazan los límites entre los suyus de distintas maneras (cf.
Fig. 1 con Zuidema y Poole 1982: 89, Fig. 3, Pärssinen 1992: 240, mapa 13).

Existe otra clase de documentación que refleja la división cuatripartita de la región del Cuzco.
Las primeras concesiones de encomiendas, hechas por Francisco Pizarro, registran a los grupos
asignados según su filiación por suyu; para interpretar estas cédulas es preciso analizar primero los
nombres usados para referirse a los grupos que residían en la región del Cuzco. Alrededor del Cuzco
residían muchos grupos identificados en los documentos con nombres particulares, como, por
ejemplo, los quiguares, los tambos, los chilques, etc. Garcilaso de la Vega describió a estos grupos
como «incas de privilegio» (1990 [1609]: Libro 1, caps. 23, 41), y muchos investigadores modernos
han mantenido este uso (Rowe 1946: 189, 261; Urton 1990: 128; Pease 1992: 72; Zuidema 1995 [1964]:
222, 252-253).2 Estos grupos se ubicaban dentro de la región del Cuzco y eran incas en algún sentido,
aunque no se entiende cómo se conceptualizaban la diferencias entre estos grupos, o las diferencias
entre ellos y los incas de la línea dinástica (Julien 2000: 266-267). Lo que interesa aquí es que los
grupos que residían en la región del Cuzco también podían ser identificados colectivamente, por su
filiación de suyu, es decir como condesuyus, chinchaysuyus, etc.

Las primeras cédulas de encomienda consignan a los grupos de la región del Cuzco según su
filiación por suyu; tal es el caso de las cédulas concedidas a Hernando Pizarro y Diego Maldonado
(Tablas 2, 3; Julien 2000a: 249-254; 2002: 192-195). Ambos encomenderos recibieron grupos de la
región del Cuzco además de grupos de regiones más lejanas, los primeros clasificados según suyu y
los otros según su provincia o valle.3 Las primeras cédulas se refieren a los grupos por los nombres
de caciques y pueblos, por lo que hace falta una correlación entre éstos y los nombres de grupos,
como los quiguares, que residían en la región del Cuzco. Debido a que se cambiaba la manera de
describir las encomiendas con el tiempo, aunque no cambiaba lo que se describía, esta correlación es
factible. Además de la que Diego Maldonado obtuvo de Pizarro, recibió otra encomienda del
gobernador Cristóbal Vaca de Castro en 1543 (Patronato 93, n.° 1 r2, fols. 189-190v). Hasta su muerte
en 1572, no cambió su encomienda, pero se modificó la manera de describirla. Una de las dos
encomiendas correspondía al grupo llamado quiguares. En la cédula de Pizarro se puede identificar
IDENTIDAD Y FILIACIÓN POR SUYU EN EL IMPERIO INCAICO 13

Ceque Clasificación Ceque Clasificación

Chinchaysuyo Collasuyo

Ch-9 Capac [Collana?] Co-1 Cayao

Ch-8 Payan Co-2 Payan

Ch-7 Cayao Co-3 Collana

Ch-6 Collana Co-4 Cayao

Ch-5 Cayao [sic: Payan] Co-5 Payan

Ch-4 Payao [sic: Cayao] Co-6 Collana


Ch-3 Collana Co-7 Cayao

Ch-2 Payan Co-8 Payan

Ch-1 Cayao Co-9 Collana

Ceque Clasificación Ceque Clasificación

Andesuyo Condesuyo

An-1 Collana Cu-1 [Cayao/Collana?]

An-2 Payan Cu-2 Cayao

An-3 Cayao Cu-3 Payan

An-4 Collana Cu-4 Collana

An-5 Payan Cu-5 Cayao

An-6 Cayao Cu-6 Payan

An-7 Collana Cu-7 Collana

An-8 Payan Cu-8 Cayao/Collana

An-9 Cayao Cu-9 Cayao

Cu-10 Payan

Cu-11 Collana
Cu-12 Cayao

Cu-13 Cayao [sic: Payan]

Cu-14 Collana

Tabla 1. La clasificación de los ceques según la lista de huacas de Cobo (Rowe 1979).

al cacique Paucar de Huascarquiguar en «la provincia de Collasuyu» (Tabla 3) como uno de los
caciques de los quiguares, debido a que en documentos posteriores una parte de la encomienda de
Maldonado se llamaba «Huascarquiguar» (Cook 1975 [1582]: 188). De la misma manera, en la cédula
de encomienda de Hernando Pizarro, en una de las entregas para «la provincia de Chinchasuyu»
(Tabla 2) se puede identificar al cacique «de Tanbo» como el cacique de los tambos, uno de los
grupos que residían en la región del Cuzco, en este caso en Ollantaytambo.
14 CATHERINE JULIEN

Fig. 1. Mapa de los cuatro suyus en la región del Cuzco.

Es importante entender el uso de los nombres de los cuatro suyus, como referentes a las
divisiones de la misma región del Cuzco, con el fin de comprender cómo se usan estos nombres en
la documentación, sobre todo cuando se refieren a mitimaes de la región del Cuzco asentados en
provincias lejanas, como en el caso de los mitimaes asentados en la península de Copacabana para
mantener el culto al Sol en la isla de Titicaca.

3. El culto al Sol en la isla de Titicaca

Los incas reorganizaron el culto al Sol en la isla de Titicaca, el que afectó también la península
de Copacabana (Tabla 4). Según Alonso Ramos Gavilán, el agustino que proporciona la información
que se tiene acerca de la organización incaica en Copacabana, fueron asentados en la península
mitimaes de 42 diferentes «naciones» (1976 [1621]: Libro 1, cap. XII, 43).4 Es evidente, aunque Ramos
Gavilán no lo menciona, que el orden de los grupos refleja la división en suyus: primero se registran
los grupos de Chinchaysuyu, luego el único grupo andesuyu y los de Condesuyu, y finalmente los
de Collasuyu. Sin embargo, algunos nombres están fuera de orden. Los «chancas» y «aymaras»
aparecen en la lista entre los grupos de Condesuyu a pesar de ser del Chinchaysuyu. Los «guanucos»
aparecen en la lista entre los últimos grupos de Collasuyu, pero eran también de Chinchaysuyu.
Además, Ramos Gavilán dice que 42 «naciones» fueron asentadas en Copacabana, aun cuando la
lista parece tener 44 entregas. Si las primeras tres corresponden a la «nación» Inca, restan 41 entre-
gas, o 42 naciones en total, de acuerdo con lo que señala el cronista.

Lo que interesa es el uso de los términos «chinchaysuyos», «andesuyos», «collasuyos» y


«condesuyos». Podrían referirse a grupos de provincias lejanas del Cuzco, pero en este caso pare-
IDENTIDAD Y FILIACIÓN POR SUYU EN EL IMPERIO INCAICO 15

«En la provinçia de Chinchasuyo:

El caçique Curiata señor de el pueblo Mayo e Sierra e Tomebanba con todos sus yndios e
prinçipales a ellos subjetos.
Y el pueblo de Vrco de ques caçique Curima.
Y otro pueblo de que [e]s caçique Atapoma con todos sus yndios e prinçipales a ellos subjetos
con los que dellos subçedieren.
Y del caçique de Tanbo con todos sus yndios e prinçipales a el subjetos.
Y el pueblo de Chauca [Calca] de ques caçique Tito.
Y el valle de Comaybanba [Amaybamba] y el caçique Xuaxca con todos los yndios e prinçipales
e mitimaes del dicho valle e a el subjetos.
Y el valle de Pisco [Picchu] con los caçiques Guaxani e Choyarcoma con los a el subjetos.
Y el pueblo de Biticos con todos sus yndios.
Y el valle de Bilcabanva con todos sus yndios.
Y en la provincia de Condesuyo:
El pueblo Chuco y el caçique Atao y el caçique Quipa y el caçique Axama».
«…Y en la provinçia de Condesuyo [sic: Andesuyo]:
El pueblo de Calla y el senor de Ymamanchaca .
E otro pueblo que se llama Pacamarca y el principal Mancho.
Y otro pueblo Pacallata e otro Tauapaca y el prinçipal Cayasis.
Y otro Guayacare y el prinçipal se llama Alloa.
Y otro pueblo que se llama Chamana e otro Pabcarpare y el señor Puilo.
Y otro Pacomucho y el prinçipal Mancho.
Y el pueblo Cary el prinçipal Atapoma.
E otro que se llama Cuinana ques prinçipal Detainara y el prinçipal Destamara Y el prinçipal y
el principal [así] Pishomago son todos sus yndios.
Y otro pueblo que se llama Chanpallata y el principal Cuxi con todos sus yndios.
Y otro pueblo Quicha y el prinçipal Ruma Ayta.
Y el pueblo Candio y Parco».

Tabla 2. Los grupos encomendados en Hernando Pizarro en la región del Cuzco (Fuente: Cédula de encomienda
de Francisco Pizarro a Hernando Pizarro, Cuzco, 27 abril 1539, Escribanía de Cámara 406, n.° 6, fols. 51-
54 (cf. Julien 2001).

cen referirse a grupos de la misma región del Cuzco, pues de otra manera no tienen sentido. Es
evidente que los cuatro suyus fueron representados en la organización incaica del culto a Titicaca,
aún cuando Chinchaysuyo y Collasuyo gozaban de una mayor participación. Titicaca fue una de las
huacas generales, su culto era la responsabilidad de todo el Tawantinsuyu.

4. El culto a los nevados de Arequipa

Por otra parte, el culto que se hacía a los nevados de Arequipa parece haber sido responsa-
bilidad exclusiva del suyu en que se ubicaba el nevado. Lo que se sabe acerca de este culto proviene
de dos fuentes: la prospección arqueológica y la documentación colonial. Los arqueólogos han
hallado individuos aparentemente sacrificados en la cima de algunos de los nevados de Arequipa,
incluyendo el Ampato, el Sarasara y el Misti. Estos restos han sido interpretados como sacrificios
hechos a los nevados durante la época incaica.5 Además, ha sobrevivido un informe escrito por
Cristóbal de Albornoz, un clérigo que se ocupaba de la erradicación de huacas en la sierra al sur del
Cuzco. Albornoz escribió estos informes para comunicar a otros curas acerca de lo que había apren-
dido y en ellos enumera varios tipos de huacas, entre ellas las huacas pacariscas, e identifica a
varios nevados de Arequipa como tales, incluso al Sarasara, Solimana, Coropuna, Ampato y Putina.
Todos estos nevados son localizables, a excepción del Putina, al cual Albornoz describe como «el
volcán de la ciudad de Arequipa» (Fig. 2; Duviols 1967 [c. 1582]: 20-21), por lo que se le puede
identificar como el volcán Misti.6
16 CATHERINE JULIEN

«En la prouinçia de Chinchasuyo


el caçique Cayo Yupangui, señor del pueblo Parco, e otro prençipal del dicho pueblo de Parco
que se dize Maçoço;
y otro que se dize Mayta Yupangui y otro Callancana, señores del pueblo Patete;
e otro prençipal que se dize Chuquilanqui, ques guanca, e otro que se llama Cubilica, ques yauyo,
señores del pueblo Guancabanba;
y otro que se dize Guamancagua, señor del pueblo Quebincha;
y otro que se dize Guaraca, señor del pueblo Yanaca (son changas);
En la prouinçia de Collasuyo
el caçique Pariguana, señor del pueblo Guaman;
y otro prençipal que se dize Paucar, señor del pueblo Huascarguiguar;
e otro que se llama Vichoramache, señor del pueblo Picoy;
e otro que se dize Yanayangue, señor del pueblo Aras;
e otro prençipal que se dize Ococha, señor del pueblo Quispe;
e otro que se llama Harosco, señor del pueblo Marpa;
e otro que se llama Paro, señor del pueblo Joyba;
En la prouinçia de Andasuyo [sic: Andesuyu] quarenta yndios en la mitad de los pueblos de Pomachondal
y el prençipal se llama Toalipa
e otro que se dize Pomamarca
y otro prençipal que se dize Sulcanavi, señor Oyomayo».

Tabla 3. Los grupos encomendados en Diego Maldonado en la región del Cuzco Fuente: Cédula de encomienda
de Francisco Pizarro a Diego Maldonado, Cuzco, 15 abril 1539, Patronato 93, n.° 11r2, fols. 186v-188v (cf.
Julien 2002a).

Los incas dotaban a las huacas pacariscas de mitimaes y ganado. La dotación de Sarasara,
en Parinacochas, fue descrita por Albornoz de la siguiente manera: «En la provincia de Parinacocha
[el Inca] reedificó la pacarisca Çaraçara ques un cerro nevado; a ésta le puso servicio de dos mil
mitimas que se an acavado algunos, llamados chinchaysuyo, y le dio dozientas ovejas hembras con
sus padres» (Duviols 1967 [c. 1582]: 20-21).

Los mitimaes que servían al Sarasara procedían de Chinchaysuyo, el mismo suyu en que se
ubicaba el nevado y la provincia de Parinacochas (Fig. 2; Julien 1991). Luego, Albornoz menciona al
Solimana, Coropuna, Ampato y Putina (Misti), y anota que los incas dotaban a cada uno de la misma
manera que al Sarasara. No se refiere a los orígenes de los mitimaes en los primeros tres casos. Se
ubican en Condesuyu y se puede suponer que los mitimaes procedían del mismo suyu. Albornoz
ofrece información acerca de los orígenes de los mitimaes sólo en el caso de Putina. Eran de «los
pueblos de la Chimba de Gómez Hernández y el pueblo de Chiguata y el de Chacacato [sic: Characato]
y otros…» (Duviols 1967 [c. 1582]: 20-21). La encomienda de Gómez Hernández se localizaba en La
Chimba, que correspondía a la banda derecha del río Chili (Fig. 3). Esta encomienda también se
describía como de «Yanaguaras, Chumbivilcas y Chillques» (Galdos 1995: 77, 81-82; 1986). Todos
estos grupos eran de Condesuyu, y los últimos eran de la parcialidad de Condesuyu de la región del
Cuzco (Julien 1991: mapas 4 a 9). Los otros pueblos mencionados por Albornoz, Chiguata y Characato,
se ubicaban en la margen izquierda del mismo río Chili. Allí fueron asentados mitimaes de la provin-
cia de Canas y Canchis, de Collasuyu (Julien 1983: 9-33).

Albornoz menciona a «otros» pueblos, y en los otros pueblos de la banda izquierda vivían
mitimaes de Canas y Canchis, de unas provincias collas y de los quiguares de la parcialidad de
Collasuyu de la región del Cuzco (Málaga 1981; Galdós 1987; Julien 2002b). Respecto a los orígenes
de los mitimaes, se puede sugerir que el culto al Putina estuvo a cargo de grupos tanto de Condesuyu
como de Collasuyu, por lo que se concluye que el nevado llamado Putina estaba ubicado en el límite
entre dos suyus.
IDENTIDAD Y FILIACIÓN POR SUYU EN EL IMPERIO INCAICO 17

[Incas] [Chinchaysuyu] [Andesuyu] [Condesuyu] [Collasuyu]


[1] Anacuscos [4] Chinchaisuyos [19] Andesuyos [20] Condesuyos [27] Collaguas
[2] Hurincuscos [5] Quitos [23] Ianaguaras [28] Hubinas
[3] Ingas [6] Pastos [24] Chumbivilcas [29] Canches
[7] Chachapoyas [25] Padre [sic: Papre] [30] Canas
[8] Cañares [26] Chilques [31] Quivarguaros
[9] Cayambis [32] Lupaca
[10] Latas [33] Capancos
[11] Caxamarcas [34] Pucopucos
[12] Guamachucos [35] Pacajes
[13] Guaylas [36] Iungas
[14] Yauyos [37] Carangas
[15] Ancaras [38] Quillacas
[Aucaras = Lucanas]
[39] Chichas
[16] Quichuas
[40] Soras
[17] Mayos
[41] Copayapos
[18] Guancas
[42] Colliyungas
[21] Chancas
[44] Huruquillas
[22] Aymaras
[43] Guanucos

Tabla 4. Los grupos asentados en Copacabana por los incas, organizados por suyus (de Ramos Gavilán 1976
[1621]: libro 1, cap. XII, 84-85. Nota: la clasificación de grupos por suyus es de la autora).

Los mitimaes asentados por los incas para mantener los cultos a los nevados procedían de
zonas altas. Al parecer, fueron elegidos de algunas de las provincias altas del suyu respectivo y no
de todas aquellas. Por ello, al parecer los incas forjaron la vinculación entre el suyu y la huaca
pacarisca mediante la elección de mitimaes de algunos grupos del suyu respectivo y no de todos;
mediante esta representación, se expandía el culto a todo el suyu.

Como se ha visto, el culto al Sol de Titicaca fue dotado con mitimaes provenientes de los
cuatro suyus. La isla de Titicaca fue una «huaca general», como explica el mismo Albornoz: «Todas
reconoscieron en esta guaca pacarisca, sin otras muchas particulares y sin las generales que los
yngas les pusieron» (Duviols 1967 [c. 1582]: 20-21). Por tanto, existía una jerarquía entre las huacas
y se relacionaba con la división en suyus. Titicaca era lo que Albornoz llamaba una «huaca general»,
ofrendada por los cuatro suyus; los nevados de Arequipa eran huacas pacariscas, cada una atendi-
da por el suyu correspondiente.

5. El Tawantinsuyu

El Tawantinsuyu organizaba el espacio tanto de la región del Cuzco como de las provincias
del Imperio Incaico. Servía para vincular a la población con los lugares más sagrados del territorio
andino y era, por tanto, un concepto totalizador.
18 CATHERINE JULIEN

Fig. 2. Mapa de Condesuyu.

En trabajos anteriores se ha tratado otro aspecto de la organización incaica: la organización


de la población andina en unidades decimales (Julien 1982, 1988). En aquellos trabajos no se consi-
deró la relación entre la organización decimal y el espacio, es decir, con el Tawantinsuyu. Los
esquemas conceptuales frecuentemente se vinculan, o por lo menos tienen consonancia uno con
otro. Cristóbal de Albornoz ofrece información al respecto: «Ase de entender que ninguna parciali-
dad de naturales dexó de tener esta guaca pacarisca, por pequeña o grande que fuese la parcialidad.
Llámase parcialidad por el orden que el ynga les puso, en legiones que ordenó en las repúblicas y
provincias que hizo, que fue nombrallas mayores y menores —que es negoscio largo tratar desto—
que les intituló hanan o hurin, hanansaya o hurinsaya. Ovo parcialidad de diez mil indios y de mil y
ciento y de diez y de cinco y de la menor iba en recogimiento de la mayor y de la mayor a la menor»
(Duviols 1967 [c. 1582]: 20-21).
IDENTIDAD Y FILIACIÓN POR SUYU EN EL IMPERIO INCAICO 19

Fig. 3. Mapa del valle de Arequipa (cf. Julien 2002b).

Albornoz se refiere a toda una red de huacas pacariscas en el territorio del Imperio Incaico,
vinculada con la organización decimal. Si el Tawantinsuyu servía para estructurar la relación entre la
población andina y las huacas, es probable que se vinculase de alguna manera con la organización
decimal de la misma población. La organización decimal era de naturaleza jerárquica. Albornoz docu-
menta una distinción entre huacas generales y huacas pacariscas, como antes se mencionó. Allí se
refería a los niveles superiores de la jerarquía, pero hace otra referencia a los niveles inferiores: «A
estas pacariscas se allegaron por parcialidades muchos nombres de guacas que, descubiertas las
pacariscas, como allegados suyos se descubran luego» (Duviols 1967 [c. 1582]: 20-21).

Aquí el tema es la identidad. El Tawantinsuyu servía para estructurar la relación entre la


población andina y los lugares sagrados más importantes, potenciando así la formación de nuevas
20 CATHERINE JULIEN

identidades imperiales. El concepto dio coherencia al espacio dominado por los incas, posibilitando
la formación de identidad entre los diversos grupos y los suyus, y la unión de éstos, llamada
Tawantinsuyu.

Notas
1
Diego González Holguín (1952 [1608]) recoge varios términos relacionados a la palabra quechua
«suyu». De su lista es evidente que Tahuantin suyu, como Contesuyu, no tiene sentido fuera del
contexto del Imperio Incaico. El verbo suyuni se relaciona con el acto de repartir, por lo que parece
que suyu, en el sentido de «parcialidad», se refiere a la jurisdicción y no necesariamente al territorio.
Sin embargo, la conceptualización de Tawantinsuyu que se documenta en este trabajo sugiere que
se vinculaba con los lugares sagrados en cada suyu y, por tanto, con el territorio:

«Suyu. Parcialidad.
Hanansuyu. El de arriba.
Hurinsuyu. El de abaxo.
Suyu. Lo que cabe de parte de trabajo a cada vn suyo o persona.
Suyuni. Diuidir tierras chacaras, obras dar partes del trabajo.
Suyu. Prouincia.
Contesuyu. Prouincia de conti.
Tahuantin suyu. Todas quatro prouincias del Peru.
Suyuquiti. La tierra de jurisdicción de cada juez.
Suyuchani. Señalar gente por sus parcialidades para juegos, o escaramuças, o para yr al trauajo.
Suyuchani, o suyucarini. Poner a parte cada ayllo, o hazer alarde en guerra.
Suyu chapayani. Poner en orden a menudo gente, o hazer alarde cada dia en la guerra, o
demasiadamente.
Suyuchanchacuni. Hazer alarde de burla, o poner por orden y por ayllos de burla, a los muchachos.
Suyucayan, o suyurayan chacra cuna, o runacuna. Ya esta todo repartido por suyus, Chacras y obras.
Suyuchatamun. Dexarlo repartido o repartir de camino» (González Holguín 1952 [1608]: 333-334)

2
Otro trabajo, presentado en este simposio por Hidefuji Someda, trata sobre los grupos llamados
«incas de privilegio» (cf. Someda, subsiguiente número).
3
Los gráficos solamente incluyen los grupos de la región del Cuzco.
4
En el gráfico se ha colocado números para indicar el orden de cada grupo en su lista.
5
Reinhard 1994, 1997. Reinhard informa sobre los hallazgos de Ampato. Se puede obtener información
acerca de los hallazgos de Sarasara y Misti en el Museo Arqueológico de la Universidad Católica de
Santa María de Arequipa.
6
El nombre «misti» es un neologismo para «mestizo» (Lara 1971: 175; Cusihuaman 1976: 90). Existe
otro volcán en Ubinas, más al sur de Arequipa, llamado Huayna Putina. «Huayna» se traduce como
‘joven’, entonces, el nombre reza Putina joven. Donde hay un Huayna Putina, se podría esperar un
Machu Putina, es decir, Putina viejo.
IDENTIDAD Y FILIACIÓN POR SUYU EN EL IMPERIO INCAICO 21

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CONFEDERACIONES
BOLETÍN DE INTERPROVINCIALES
ARQUEOLOGÍA PUCP, N.° 6, 2002, 23-41 Y GRANDES SEÑORES INTERÉTNICOS... 23

CONFEDERACIONES INTERPROVINCIALES Y
GRANDES SEÑORES INTERÉTNICOS EN EL
TAWANTINSUYU

Martti Pärssinen*

Resumen

Los cuatro suyus del Tawantinsuyu estuvieron divididos en varias provincias administrativas lla-
madas guamaníes; pero, existieron también algunas confederaciones interprovinciales y otras divisiones
administrativas interétnicas dentro del Estado Inca, entre las que destacaron Colesuyu, Collao, Charcas, etc.
A pesar de la poca información sobre el tema, se sabe que algunos jefes de estas confederaciones fueron
considerados como apocuna, «soberanos, capitanes generales y segundas personas del Inca». Así pues, según
un manuscrito inédito conservado en el Archivo General de Indias de Sevilla, un nieto del curaca de Lurin
Huanca declaró en 1561 que su abuelo se casó con la hija del Inca y en su condición de yerno habría
gobernado el territorio que se extendía hasta las provincias de Quito, siendo además señor de las parcialida-
des de «hananguanca, luringuanca y Jauja».

Aunque no se acepta esta información en sentido literal, tampoco se la rechaza, pues se tiene
conocimiento de otras declaraciones parecidas como testimonios independientes, dentro de un grupo de
otras manifestaciones. Pudo suceder que los incas del Cuzco dieron mercedes especiales con poderes
interprovinciales —dentro de los respectivos suyus— a los jefes que se distinguieron en las campañas
conquistadoras, pero también algunos incas del culto estatal, como Apu Chalco Yupanqui, hijo del primer
gobernador de Copacabana, tenían mucha autoridad interprovincial, parecida a la que Sarmiento describe
en relación a un suyoyoc apo. Por ello, en este artículo se presenta la hipótesis de que el origen de dicho tipo
de confederaciones y poderes interétnicos puede ser militar o religioso. Además, parece que muchas veces los
poderes religiosos eran inseparables de los poderes militares, porque cada grupo militar tenía también su
propia huaca o ídolo poderoso, muchas veces compartido con varias etnias de la misma área. En general, los
jefes de los grupos más hábiles en los frentes bélicos recibieron ciertos privilegios y también es posible que,
posteriormente, estos mismos grupos hayan sido empleados como unidades de la administración política y
económica.

Abstract

INTERPROVINCIAL CONFEDERATIONS AND GREAT INTER-ETHNIC LORDS IN TAWANTIN-


SUYU

The four suyus of Tawantinsuyu were divided into various administrative provinces called guamaníes.
However, there were also some interprovincial confederations as well as other inter-ethnic formations within
the Inca State (e.g. Colesuyu, Collao, Charcas, etc). They remain a much-neglected area of investigation, but
we do know that some of the lords of these confederations were regarded as apocuna, «kings, captain generals
and segundas personas of the Inca». For example, according to an unpublished manuscript, kept in the General
Indian Archive of Seville, the grandson of the curaca of Lurin Huanca said in 1561 that his grandfather was
married to an Inca daughter, and as an Inca’s son-in-law, he governed a territory up to the Quito, as he was
also the lord of the parcialidades of «hananguanca, luringuanca y Jauja». While we need not take this state-
ment too literally, we should not reject it, either, among many other independent and quite similar pieces of
evidence. It seems that special privileges with interprovincial powers were indeed granted by the Incas (within
the respective suyus), and especially to chiefs who distinguished themselves in military campaigns. Further-
more, some Incas related to a religious cult, such as Apu Chalco Yupanqui, the son of the first Copacabana
Governor, also had great interprovincial authority, similar to that described by Sarmiento in connection with
suyoyoc apo. In this article we aim to elaborate on the hypothesis that the origin of these kinds of confedera-

* Universidad de Helsinki, Centro Iberoamericano. E-mail: martti.parssinen@helsinki.fi


24 MARTTI PÄRSSINEN

tions and inter-ethnic powers may have been political or religious. Additionally, it seems that religion and
military powers were frequently inseparable, because every military group had its own huaca or powerful idol,
commonly shared with various local ethnic groups of the same area. In general, it was the chiefs of the most
important military groups that received special privileges, and it was these same groups that were later used
to setting up units of political and economic administration.

El Estado Inca, o Tawantinsuyu, estaba dividido en cuatro secciones principales.1 Estas


secciones o suyus, denominadas Chinchaysuyu, Antisuyu, Collasuyu y Cuntisuyu, tenían cada una
sus respectivos jefes o capac apos. Respecto de los límites territoriales de estos cuatro suyus
principales, se han enunciado varias teorías (cf. Von Hagen 1961: 155; Espinoza 1987a: 95; Moseley
1992: 26, Fig. 10). Sobre el particular, luego de analizarse detalladamente las alternativas, se han
presentado evidencias de que en la época de la conquista española, el Chinchaysuyu se extendía
por el norte hasta el área de Pasto y por el este llegaba hasta el valle del Huallaga, Chachapoyas y
Moyobamba (Pärssinen 1992: 85-107, 249-256). El Antisuyu se extendía por lo menos hasta la
confluencia de los ríos Madre de Dios y Beni, y no es de descartar que haya alcanzado la zona
fronteriza boliviano-brasileña. 2 El Collasuyu, por su parte, se prolongaba hacia el sur hasta el río
Maule, situado al sur de Santiago de Chile, en tanto que por el este llegaba hasta los llanos de
Grigotá (Santa Cruz, Bolivia) y Santiago de Estero (Argentina). La sección más reducida estaba
representada por el Cuntisuyu, cuya área estaba delimitada entre Acarí y Arequipa (Pärssinen 1992:
120-140, 253-255) (Fig. 1).

Se tiene conocimiento que los cuatro suyus del Tawantinsuyu fueron divididos en varias
provincias administrativas, llamadas guamaníes, y de acuerdo a una teoría basada en las crónicas de
Santillán (1563) y la Relación anónima conocida generalmente como Señores (c. 1575), autores como
Moore (1958: 63, 64, 99), Zuidema (1990: 67-68) y Wachtel (1977: 79) han supuesto que una provincia
inca incluía 40.000 unidades domésticas. Sin embargo, Santillán y la Relación anónima no son consi-
deradas fuentes independientes (Lohmann 1966: 174-193; Wedin 1966: 57-73), y, de hecho, es muy
difícil encontrar evidencia alguna que respalde esta afirmación. Por el contrario, Rowe (1946: 184)
demostró que las provincias del Rímac (Pachacamac) y Huanca pudieron haber tenido entre 25.000 y
30.000 unidades domésticas, mientras que la provincia de Yauyo habría contado sólo con alrededor de
10.000 familias. Murra (1975: 194) documentó que el guamaní de los lupaca contaba con unas 20.000
unidades domésticas. En efecto, una averiguación más detallada, basada en fuentes locales, demostró
que los tamaños poblacionales no eran fijos. Así, hubo provincias cuyo tamaño oscilaba entre las 5000
y 50.000 familias, es decir, entre 25.000 y 250.0000 habitantes (Pärssinen 1992: 293-303).

A partir de 1969, año en que Waldemar Espinoza publicó su artículo El Memorial de Char-
cas, se tiene entendido que en el Tawantinsuyu también existieron algunas confederaciones
interprovinciales. No obstante, muy poco es lo que hasta ahora se ha avanzado sobre éstas y otros
conjuntos interétnicos dentro del Estado Inca, ni se conocen los términos quechuas para estas
formaciones, por lo que, de manera provisional, se las denominan con el nombre de hatun apocazgos.
Es probable que algunas de estas confederaciones tuvieran bases preincaicas, mientras que otras
habrían sido formaciones creadas por los incas, a la vez que otras terceras sólo reflejarían conceptos
ideológicos compartidos. Por ejemplo, aún no se sabe si el área denominada Colesuyu, situada entre
Arequipa y el sur de Tarapacá (Rostworowski 1986b: 127-135), hacía referencia originalmente a una
confederación administrativa dentro de la sección Collasuyu, 3 ni si se trataba solamente de una
denominación ideológica muy antigua dentro de la dicotomía Koli Haque (gente cole de las yungas
de Moquegua) frente a Paca Haque (gente pacasa o «pájaro» de la sierra). En otros términos, la
palabra «Colesuyo» se podría referir al territorio donde vive la gente cole (Bertonio 1879 [1612]: 56,
141). Como se sabe, la capital de Tiwanaku se situaba en el territorio de Pacasa (Pacaje), mientras la
ciudad provincial más importante de Tiwanaku (Omo M10 de Moquegua) se encontraba en el área
del Colesuyu.4
CONFEDERACIONES INTERPROVINCIALES Y GRANDES SEÑORES INTERÉTNICOS... 25

Fig. 1. Los cuatro suyus del Tawantinsuyu.


26 MARTTI PÄRSSINEN

En cualquier caso, se sabe de una división parecida en el área prehispánica del Collasuyu
aymarahablante. El estudio básico sobre estas subdivisiones ideológicas y espaciales ha sido reali-
zado por Bouysse-Cassagne (1986), quien, en su artículo Urco and Uma: Aymara Concepts of
Space, demuestra que todo el altiplano estaba espacial y políticamente dividido en dos sectores
llamados Urcosuyu y Umasuyu (Fig. 2). Al igual que la división Hanan-Hurin, la división Urco-Uma
refleja una ideología dual profundamente enraizada. En el pensamiento aymara, Urcosuyu simboliza
a los habitantes de las alturas, a guerreros, a masculinidad, etc.; en contraparte, Umasuyu se refiere
a la ‘gente del agua’, a las tierras bajas y a la feminidad. En la jerarquía política, esto significaba que
los habitantes de Umasuyu eran considerados como subordinados de la parte de Urcosuyu; tal
como Capoche (1959 [1586]: 140; citado por Bouysse-Cassagne 1986: 202) explica: «…siempre fue-
ron los urcusuyus de mejor presunción y mayor calidad, y el Inca les daba la mano derecha en los
lugares públicos y eran preferidos a los umasuyus en reputación».

La división espacial puede ser apreciada con más claridad en los alrededores del lago Titicaca.
Este era en sí el centro espacial (taypi, en aymara) de toda la división. Las áreas situadas al noreste
del lago pertenecían a Umasuyu, mientras que los lugares opuestos correspondían a Urcosuyu. A su
vez, ambos suyus estaban divididos en dos subáreas diferentes. Los valles del Pacífico en Urcosuyu
eran considerados como los «valles altos» (alaa yungas), en tanto que los valles amazónicos en
Umasuyu eran los «valles bajos» (mancas yungas). Al respecto, Bouysse-Cassagne (1986: 219)
escribe: «Desde un punto de vista topográfico, el alaa yungas aparece ambiguamente como “bajo”
y al mismo tiempo como “alto”, cuando comparte límites con el Urcosuyu. Las yungas mancas, por
otro lado, son doblemente “bajas” tanto topográfica como simbólicamente».

De este modo, los sistemas duales y cuatripartitos parecen haber sido una parte esencial en la
división espacial e ideológica del área del lago Titicaca que correspondía al Collasuyu. Aunque
Bouysse-Cassagne destaca también la posible existencia de un substrato lingüístico detrás de esta
división principal Urco-Uma, dado que la población de habla pukina estaba más densamente con-
centrada en la región de Umasuyu (Bouysse-Cassagne 1986: 208; cf. Murra 1985: 76). Parece que la
diferencia lingüística entre estos dos suyus no estuvo muy acentuada durante los periodos Inca y
Colonial (cf. Torero 1987: 329-372; Bouysse-Cassagne 1987: 111-128). En el ámbito provincial, sin
embargo, esta dicotomía aymara conllevaba, en algunos casos, a que una mitad de la provincia
perteneciera a Urcosuyu, mientras que la otra mitad formaba parte de Umasuyu. Por ejemplo, en el
área del lago Titicaca, la provincia de Lupaca era aparentemente la única que no tuvo una contrapar-
te Umasuyu, mientras que tanto Colla como Pacasa estaban divididas de acuerdo al principio Urco-
Uma. No obstante, como la división era de naturaleza predominantemente ideológica, su función
dentro de la administración práctica no ha podido ser bien definida (Pärssinen 1992: 351-362).

1. Las confederaciones de Charcas y Collao

Un ejemplo muy concreto de confederación interprovincial dentro del Collasuyu se encuen-


tra al tratar el caso de Charcas. Un documento de los descendientes de algunos señores étnicos del
área, parcialmente publicado por Espinoza (1969), hace especial referencia a una unidad militar: «Las
cuatro naciones somos los Charcas y Caracaras y Chuis y los Chichas, deferenciados en los trajes y
háuitos, hemos sido soldados desde el tiempo de los ingas llamados [Pachacuti] Inga Yupangue y
Topa Inga Yupangue y Guaynacana y Guascar Inga».

Es más, siguiendo a la misma fuente, los charcas tenían una suerte de capital militar en Paria
(territorio de los sora), mientras que Macha y Sacaca eran capitales secundarias en las provincias de
Caracara y Charca. De hecho, los descendientes de algunos señores étnicos (Ayavire y Velasco et
al. 1969 [1582]: 25) atestiguaron que «cuando era época de ir a la guerra»: «...los señores ingas, los
caracaras, y los chichas se juntaban en el pueblo de Macha, que es cauecera de los indios caracaras,
y lo mismo la nación de los Charcas y los Chuis se juntavan en el pueblo de Sacaca, que es cauecera
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Fig. 2. Las provincias del Collao y Charcas (de Bouysse-Cassagne 1986).


28 MARTTI PÄRSSINEN

de los indios Charcas. Y ansí partiendo de estos dichos dos pueblos los dichos capitanes y solda-
dos de las dichas cuatro naciones se solían juntarse [sic] en el pueblo y tambo de Paria, que es de
Los Soras, hacia el camino del Cuzco».

Sin embargo, se advierte que este testimonio podría incluir el área de Yampará dentro de la
misma unidad militar, pues es probable que al mencionar a «los señores incas», los testigos estén
aludiendo a los «Ingas Gualparocas», quienes eran mitimaes reasentados en el área de Yampará (cf.
Pleito fiscal 1563; Del Río y Presta 1984: 238; Barragán 1994: 60-61). Más aún, es posible que las
provincias norteñas de Charcas (Sora, Quillaca y Caranga) formaran parte de esa misma gran unidad
militar, aun cuando las fuentes analizadas no han precisado el papel desempeñado por esas nacio-
nes, a excepción de Paria de Sora, la cual es presentada como una capital de Charcas.5 Por lo menos,
en otro contexto, cuando Huayna Capac concedió tierras en Cochabamba a las naciones de los
Charcas, se nota que cinco de ellas fueron incluidas en esa unidad: Charca, Caracara, Sora, Quillaca
y Caranga (Ayavire y Velasco et al. 1969 [1582]: 21; cf. también Wachtel 1982: 203).

En general, pese a que no se cuenta con los medios para analizar los significados que han
surgido de las posibles diferencias en las divisiones internas, económicas, militares y políticas, se
puede suponer que las ocho subáreas mencionadas estaban unidas en la misma formación conocida
como Charcas. En otras palabras, la confederación de Charcas parece haber incluido el área de
Charca, Caracara, Chicha, Chui, Quillaca, Caranga, Sora y Yampará. Además, varios textos tempranos
de concesión de encomienda apoyan esta teoría acerca de una unidad interétnica en Charcas. Por
ejemplo, cuando en 1540 Francisco Pizarro concedió algunos indígenas de Caracara (y Chaqui) a su
hermano Gonzalo Pizarro, se decía que estos indígenas estaban ubicados en la provincia de los
Charcas, a diferencia de los pueblos ubicados en Collaguas y la provincia del Collao (Pizarro 1540:
fol. 44v). De igual modo, si bien la primera ciudad española en el Collasuyu, La Plata, fue fundada en
Charcas en 1539-1540, ahora se sabe que su lugar verdadero está en la provincia de Yampará y no en
la provincia (guamaní) inca de Charca (Arze 1969: 186-187; Ramírez del Aguila 1978 [1639]: 63-64). Lo
antedicho apoya la opinión de que en los títulos tempranos de concesión de encomienda, Charcas
aparece referida efectivamente como la unidad prehispánica más grande. Además, los relatos de
Betanzos (1987 [1551]: 164-165) y Sarmiento (1943 [1572]: cap. 41, 202-203) sobre la conquista incaica
dan a entender que tal confederación —organizada probablemente alrededor de la huaca y las minas
de Porco— ya existía previamente.

De hecho, el Collao parece haber formado previamente una confederación de igual clase en
el área del lago Titicaca que la formada por Charcas más al sur. Según Cieza de León (1986 [1553]:
caps. XCIX, CVI; 271, 286), el territorio del Collao se extendía desde Ayaviri hasta Caracollo o
Sicasica por el sur. Esta afirmación de Cieza es muy importante, porque los estudios de Bouysse-
Cassagne (1986: Fig. 12.1) y Julien (1983: 42) han demostrado que la descripción del Collao hecha
por Cieza corresponde en medida casi exacta a las antiguas áreas de tres provincias separadas, las
cuales llevaban los nombres de Colla, Lupaca y Pacasa (cf. Fig. 2). Cada una de estas provincias
contaba con unos 20.000 hombres adultos, i.e. unos 100.000 habitantes (Pärssinen 1992: 301). Julien
(1983: 42-45) ha señalado también que los habitantes de esas tres provincias usaban sombreros
especiales, y con excepción de la vecina provincia de Collagua, los símbolos de sus sombreros
corresponden «más netamente al área que Cieza identifica como Qolla [Collao]». Adicionalmente,
Wachtel (1982: 210) ha demostrado que Huayna Capac repartió tierras en Cochabamba a los colla,
los lupaca y los pacasa, como si ellos hubieran conformado «...una unidad política más grande».

Al igual que en el caso de Charcas, en los textos tempranos de concesión de encomienda se


pueden encontrar más elementos para reforzar la presente teoría sobre la unidad nativo-territorial y
política de estas tres provincias, pues en dichos textos el término común «Collao» era aplicado a
todas estas provincias. Por ejemplo, en los títulos de concesión de encomienda otorgados por
Francisco Pizarro (1539, 1540) a Gómez de Mazuelas y Gonzalo Pizarro, las zonas de Puno (Colla) y
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Pucarani (Pacasa o Colla) son referidas como «los pueblos» de «la provincia del Collao». De igual
manera, en los títulos dados por Vaca de Castro (1544) y La Gasca (1548) a Joan de Espinoza y a
Francisco y Alonso de Barrionuevo, se nota que Laxa (Pacasa) y Caquingora (Pacasa) también
aparecen referidas como «...unas cabeceras del Collao».

Esta información es de un valor extraordinario, sobretodo porque dichos títulos fueron


otorgados antes de que los españoles establecieran nuevos asentamientos administrativos en el
área. Además, cuando los conquistadores fundaron La Paz (Pacasa) —primera ciudad europea en el
área— se dijo que ésta había sido fundada en «la provincia del Collao» (cf. «Primer cabildo en Llaxa,
20-X-1548» y «Real orden de poblar la ciudad de nuestra señora de la Paz» en Feyles 1965: 23-31).
Estas razones llevan a presumir que el término «Collao» estaría haciendo referencia a aquella unidad
político-territorial de uso común tanto durante la época de los incas como en el tiempo de la conquis-
ta española.

Si se acepta que el Collao y Charcas eran realmente grandes entidades con funciones polí-
ticas, militares y económicas, se debe plantear la pregunta acerca de quiénes fueron sus jefes. Una
clave para resolver esta incógnita puede hallarse en la crónica de Cabello de Balboa, quien al relatar
las campañas militares de los incas hace esporádicas referencias a la infantería de Chile, Charcas y
Collao (cf. Cabello 1951 [1586]: cap. 31: 455). Al narrar la guerra de Pasto emprendida por Huayna
Capac, Cabello (1951 [1586]: cap. 21, 368) menciona específicamente a la infantería del Collao y a uno
de sus jefes, llamado Apo Cari, quien se destacó por sus importantes servicios a los incas. Cuando
las campañas fueron temporalmente paralizadas, Huayna Capac regresó a Tomebamba, donde pre-
mió a Apo Cari por sus méritos nombrándolo «Capitán General del Collao», ya que él «...antes de
eso, era sólo un capitán de los Chucuito».

Por otras fuentes se sabe que Apo Cari era el señor principal de Chucuito y, a la vez, supremo
señor de Lupaca (Murra 1975; Pease 1978). En efecto, el viejo mallku de Ilave, quien había participado
en las campañas norteñas de Huayna Capac, declaró ante Díez de San Miguel (1964 [1567]: 107) que
todos respetaban a Apo Cari: «...y le hacían chácaras en toda esta provincia [de los Lupaca] porque era
gran señor como segunda persona del inga y mandaba desde el Cuzco hasta Chile...».

Si bien esta información no está confirmada, tampoco se hace inadmisible que Apo Cari, en
algún momento de la historia, haya sido uno de los jefes militares con mayor autoridad en todo el
Collasuyu. Es más, Murra y Espinoza han citado un importante documento conservado en el Archi-
vo Nacional de Sucre (Bolivia), el cual es una gran contribución al tema de Apo Cari y su autoridad
entre las provincias del Collao. El documento se refiere al asentamiento mitima de Millerea, situado
cerca de Huancané, en la provincia de Colla (Umasuyu). Según dicho documento (Murra 1978: 418-
419; Espinoza 1987b: 243-289; Pease 1999: 82), Pedro Condori, señor de Mojo, testificó en 1583 lo
siguiente: «...quando don Francisco Pizarro llegó al Cuzco vino un cacique principal de la provincia
de Chucuito que se llamaua Care yndio muy biejo y gouernador de esta provincia y llego al pueblo
de Millerea y les dijo a los yndios mitimaes que alli estauan “hermanos ya no es tiempo del ynga
agora y os podeis boluer a vuestra tierra cada uno”...».

Además de reforzar la figura de Apo Cari no sólo como jefe étnico de los lupaca, sino
también como gobernador de Colla (Umasuyu), y tal vez de todo el hatun apocazgo del Collao, este
testimonio demuestra que Apo Cari no era únicamente un jefe militar en dicha área, sino también un
hombre con gran autoridad política.

Al mismo tiempo que Apo Cari habría estado a cargo de todo el Collao, es posible que la
jefatura de todo Charcas haya sido encargada también a algún jefe local. Entre los grandes señores
de Charcas que pudieron haber gobernado este hatun apocazgo, figuraba Inga Achacata, un señor
étnico de Tapacari (Sora). Al igual que Apo Cari, Achacata habría sido un «capitán general» y
30 MARTTI PÄRSSINEN

colaborador de Huayna Capac durante la guerra de Pasto. Según un testimonio local del año 1586,
analizado por Mercedes del Río (1990: 80), Inga Achacata fue: «...el cacique principal de tapacary [de
los Sora] e governador que fue por el ynga guayna capa [Huayna Capac] desde vilcanota e omasuo
y urcosuyu e hasta las provincias de chile».

De igual manera, Del Río (1990: 80) afirma que don Alonso Cota, cacique de Capinota,
aseguró haber escuchado que Inga Achacata: «...fue uno de los mas principales señores y caciques
que en el tiempo del ynga guayna capa avia en toda esta dicha provincia [de los Charcas] e como tal
tenía el señorío y govierno desde la provincia de omasuyo e urcosuyo hasta chile e que andava e le
trayan en andas y siempre asistía con el dicho guayna capa…».

Sin embargo, eso no sería todo, pues en Charcas hubo también otros señores con poderes
interprovinciales, aunque éstos, quizás, no gozaron de privilegios tan grandes como los que tenía
Inga Achacata. Según un testimonio del año 1612, analizado por Platt (1988: 385), Del Río (1989: 40-
46) y Abercrombie (1998: 181), el señor de los caracara, llamado Tataparia, fue: «...señor de toda la
nación de los caracaras de la dicha parcialidad [de anansaya] y de los quillacas, soras, carangas y
chuyes y todas ellas le obedecieron y las hacia juntar en Macha que avia en esta provincia». Del
mismo modo, en otro testimonio, un señor llamado don Diego Quispe (Del Río 1989: 42) testificó que:
«...se acuerda que quando era chiquito le bio traer al dicho tataparia en onbros de yndios y demas de
ello sabe que el dicho tataparia era gobernador de los yndios quillacas soras carangas y chuyes qua
avia en esta provincia…».

Además, otros testimonios similares pueden ser encontrados en el área de los yampará. Así,
se tiene que cuatro mitimaes incas que residieron en La Plata (actual Sucre en Bolivia), testificaron
separadamente en 1586 (testimonios de Gaspar Topa, Francisco Rimache, Simon Lapaca y Martín
Topay en Aymoro 1586: fols. 150r, 151r, 155r, 159v, 163v.) que el señor local llamado Aymoro: «...estava
nombrado por el ynga [Huayna Capac] por gouernador de toda esta provincia de los Charcas e por
cacique principal del repartimiento de los yamparaes».

El contexto original de estas afirmaciones no queda del todo claro y faltaría dilucidar el
verdadero significado de las frases «en esta provincia» y «en esta provincia de los Charcas». En el
caso de Tataparia, de los caracara, el primer testimonio podría estar refiriéndose a algún momento
particular, cuando este jefe mandaba en todas estas cinco naciones mencionadas, pero también es
posible que haya estado aludiendo solamente a los mitimaes transplantados en un área más grande
o quizás a los grupos militares compuestos de varias etnias y que estaban organizados bajo su
mando. Especialmente en el caso de Aymoro, de los yampará, se cree que tales poderes interprovin-
ciales estarían haciendo referencia a los mitimaes instalados al oriente del área de Yampará, puesto
que el documento trata solamente de los yampará y de un área particular entre Yampará y el área de
Cuzcotoro (cf. Pärssinen y Siiriäinen 1998). No obstante, el otorgamiento de algunos poderes
interprovinciales también a esos jefes étnicos por parte de Huayna Capac queda fuera de duda.

Es difícil establecer hasta qué punto estas afirmaciones se refieren a la actividad militar y en
qué medida a la administración política ordinaria. En todo caso, se supone que la referencia a la
posición de Inga Achacata como jefe del Collao, Charcas y Chile estaría aludiendo a una actividad
militar temporal, como en el caso del «capitán general Apo Cari». Además, su posición como jefe
administrativo de Charcas es una posibilidad que requiere de verificación independiente con otras
fuentes.

3. Confederaciones en el Chinchaysuyu

Cuando se dirige la atención a otras áreas del Tawantinsuyu, aparte del Collao y Charcas,
nuestras evidencias acerca de otros hatun apocazgos se tornan más hipotéticas, pero sin llegar a
CONFEDERACIONES INTERPROVINCIALES Y GRANDES SEÑORES INTERÉTNICOS... 31

convertirse en inexistentes. En todo caso, la afirmación de Guaman Poma acerca de los «muchos
Cuzcos» guarda alguna relación con la hipótesis que aquí se plantea. Tal como Murra (comunicación
personal), Morris y Thompson (1985: 32) y Hyslop (1990) han señalado, Guaman Poma (1987 [1615]:
185 [187]) escribió que los incas mandaban: «...que ayga otro Cuzco en Quito y otro en Tumi [Bamba]
y otro en Guanoco [Pampa] y otro en Hatun Colla y otro en Charcas y la cauesa que fuese el
Cuzco…».

Aunque se duda que ésta sea una lista completa, ella demuestra claramente que uno de
aquellos «otros Cuzcos» estuvo situado en Charcas, mientras que otro se hallaría en el Collao
(Hatun Colla). Esta información muestra que Guaman Poma pudo estar refiriéndose a las mismas
formaciones que el autor ha reconstruido anteriormente con ayuda de las fuentes locales. De todos
modos, es importante señalar que Guaman Poma (1987 [1615]: 75 [75], 166 [168] ) argumenta que uno
de sus tatarabuelos de Huánuco, Capac Apo Guaman Chava, era «un capitán general» del
Chinchaysuyu y «la segunda persona del Inca». Lo anterior hace recordar que también Apo Cari del
Collao había sido una «segunda persona del Inca» y «un capitán general» que comandó el Collasuyu.
En realidad, esto podría revelar que Huánuco, al igual que Tomebamba y Quito, eran distritos de
hatun apocazgos similares a Collao y Charcas en el Collasuyu. Incluso algunas otras fuentes, como
Cieza de León, menciona la función interprovincial de Huánuco, Tomebamba y Quito. Por ejemplo, él
escribió acerca de Huánuco [Pampa] lo siguiente (Cieza 1986 [1553]: cap. LXXX; 233):6 «En lo que
llaman Guánuco auia una casa real de admirable edificio: porque las piedras eran grandes, y estauan
muy pólidamente assentadas. Este palacio o aposento era cabeza de las provincias comarcanas a los
Andes: y junto a él auía templo del sol con número de virgines y ministros. Y fue tan gran cosa en
tiempo de los Ingas: que auía a la contina para solamente seruicio del mas de treynta mil indios».

En otras palabras, Huánuco [Pampa] no sólo era la capital de la provincia de Huánuco, la


cual sólo agrupaba unas 10.000 familias (Ortiz de Zúñiga 1967 [1562]: 45; 1972 [1562]: 40, 45, 54), sino
que cumplía también la función de «capital» para muchas otras provincias situadas al este del área.
Se cuenta con información similar acerca de otros centros con funciones interprovinciales, como
Cajamarca, Jauja y Vilcashuamán (llamada también Vilcascuzco por López de Velasco).7

4. La confederación de los huanca

En la época de la conquista española, los huanca estaban divididos en tres parcialidades.


Cieza de León, seguido por Garcilaso de la Vega, llamó a estos grupos Xauxa, Laxapalanga y
Maricabilca (Cieza 1986 [1553]: cap. LXXXIV, 242; Garcilaso 1976 [1609]: Lib. VI, cap. X, 29). Sin
embargo, parece que Cieza se estaba refiriendo en realidad a los nombres de los tambos y pueblos
situados en los caminos del Inca. Así, se tiene que los documentos locales y Guamán Poma llamaban
a esas parcialidades Hatun Jauja, Hanan Huanca y Hurin Huanca (llamada también Lurin Huanca en
algunas fuentes locales), respectivamente (Vega 1965 [1582]: 166-172; Guacrapaucar 1570: fol. 217r-
284r; Espinoza 1971: 201; 1570: fol. 217r-284r; Guamán Poma 1987 [1615]: 435 [437]; cf. también Pärssinen
y Kiviharju 2004: 151-242). Los nombres de estos grupos demuestran que los huanca estaban empare-
jados en Hanansaya y Hurinsaya, mientras que Jauja carecía de su par (chulla), lo cual corresponde
a una práctica muy andina. Los españoles llamaron al conjunto de estas tres parcialidades con los
nombres de «la provincia de Xauxa y el valle de Xauxa», pero según Andrés de Vega (1965 [1582]: 166),
los incas denominaban a esta área como Guanca Guamaní, provincia de Huanca.

Al parecer, esta formación tripartita fue creada por Pachacuti o Topa Inca, pues los testimonios
locales dan cuenta también de un cuarto y mayor grupo, llamado Chongo, el que fue incorporado a
Hanan Huanca (Vega 1965 [1582]: 169; Guerra, Céspedes y Henestrossa 1965 [c. 1580-1585]: 174; cf.
también Espinoza 1963: 12).8 Durante este mismo proceso, muchos grupos mitimas de Hanan y
Hurin Huayla, Yauyo, Chachapoya, Cajamarca, Huamachuco, Cañar y Cuzco, fueron reubicados en
el área, mientras que los habitantes locales fueron reagrupados de manera tal que Hatun Jauja
32 MARTTI PÄRSSINEN

llegaría a tener, en la época de Huayna Capac, 6000 unidades domésticas; Hanan Huanca, 9000 y,
Hurin Huanca, 12.000 (Silva 1969 [1571]: 54; Paitan 1969 [1598]: 66; Guacrapaucar 1570: 54, 66; 1970:
fols. 243v, 259v; Guerra y Céspedes y Henestrossa 1965 [c. 1580-1585]: 173-174; Vega 1965 [1582]: 167).

Es significativo que al recolectar información sobre Huanca en 1582, Andrés de Vega (1965
[1582]: 166) mencionara a tres caciques principales. Supuestamente, al hablar de los tres caciques
principales se hace referencia a los jefes supremos de las tres parcialidades. Si bien, por un lado la
escasa información no permite determinar quién era el supremo jefe de los tres grupos principales,
por el otro se tiene conocimiento que los mitimaes transplantados en Huanca continuaron estando
bajo la autoridad de los antiguos caciques de sus pueblos de origen (Pärssinen 1992: 340).

Espinoza (1971: 45) sugiere que las tres parcialidades de Huanca eran independientes la una
de la otra. A esta opinión, en apariencia admisible, el testimonio del escritor indígena Pachacuti
Yamqui plantea un punto de vista contrario. De acuerdo a Pachacuti Yamqui (1968 [1613]: 298), los
tres curacas de Huanca recibieron de Inca Pachacuti el respetado título de apo, pero de ellos tres
sólo uno fue llevado al Cuzco con privilegios especiales de «caballero», lo que incluía, entre otras
cosas, el derecho a usar sandalias doradas. Además, el hecho de que el primer jefe conocido de
Hatun Jauja fuera llamado Auqui Zapari, permite presumir que éste habría recibido de Inca Pachacuti
su honorable nombre de «Auqui». 9 En realidad, podría tratarse del mismo «caballero» mencionado
por Pachacuti Yamqui. En ese caso, Hatun Jauja habría sido el grupo más prestigioso de los huanca,
algo que también el nombre «Hatun» (‘el grande’, en quechua) induce a suponer. Más aún, si uno se
atiene a la antigua denominación, el segundo grupo en esta tríada habría sido Hanan Huanca,
mientras que Hurin Huanca habría sido el tercero y último. Sin embargo, en un análisis anterior
relacionado a la organización interna de Hurin Huayla se ha demostrado (Pärssinen 1992: 327-338),
que no siempre la antigua denominación coincidía con la práctica. Esta afirmación, por lo tanto, sería
muy hipotética y sólo hace referencia a un momento específico de la historia. Además, si bien
pueden ser tratadas como una sola provincia (cf. también D’Altroy 1992, 2002), estas tres parcialida-
des de Huanca constituían en todo sentido una confederación interétnica. Tal como Andrés de Vega
(1965 [1582]: 168) afirma: «...cada repartimiento de los tres [parcialidades] deste valle tiene su len-
guaje diferente uno de otro, aunque todos se entienden y hablan la lengua general del de lo Quíchuas,
ques la una de las tres lenguas generales deste reino».

Además, se tiene información de que uno de los jefes de las tres parcialidades estuvo
ejerciendo, durante algún tiempo, poderes interprovinciales parecidos a los de Apo Cari, del Collao.
De hecho, en el Archivo General de Indias de Sevilla, en la sección Escribanía de Cámara 514C, se
conservan varios documentos de un pleito titulado Pleito entre don Geronimo de Limaylla, natural
de la provincia de Xauxa y don Bernardino Limaylla sobre el cacicazgo Lurin Guanca en la dicha
provincia, Lima año 1663. Este pleito es parte del largo proceso judicial por el curacazgo de Lurin
(Hurin) Huanca, apelado ante el Consejo de Indias y que llevó a Jerónimo Limaylla dos veces a
España (cf. Pease 1999: 163-169). Entre los documentos mencionados se encuentra la copia de un
testimonio de Antonio Cuniguacra, dado originalmente en 1561 en el pueblo de Concepción, capital
de la parcialidad de Lurin Huanca. En este documento, Cuniguacra testificó (Limaylla 1663: fol. 41r.)
lo siguiente: «...dixo soy hijo legitimo, según los leyes y costumbre del ynga, de Acli [¿?] guagra y
nieto de Aponina Graca [Apo Nina Guacra] e que el d[ic]ho su abuelo fue casado con hija del ynga,
señor q[ue] fue destos reynos, y como su hierno havia governado hasta las provincias de Quito, y
havia sido señor de las parcialidades de hananguanca, y luringuanca y Jauja al qual havia havido,
por su hijo legitimo al d[ic]ho Acha[¿?] Guacra, su padre y poseyo lo mismo que su abuelo y que el
d[ic]ho su padre se havia cassado, con cachua la muger legitima dada por el ynga…».

Conviene prestar atención a la manera como Cuniguacra testificó sobre su abuelo. Se nota
que es de un estilo muy similar al empleado por Guaman Poma (en la testificación sobre su tatarabue-
lo) y por algunos ancianos al testificar sobre los poderes interprovinciales de Apo Cari e Inga
CONFEDERACIONES INTERPROVINCIALES Y GRANDES SEÑORES INTERÉTNICOS... 33

Achacata en el Collao y Charcas. Si bien no se deben aceptar estos párrafos en forma literal, tampo-
co es recomendable no prestarles atención, puesto que se trata de evidencias independientes al
respecto. Al parecer, los Incas del Cuzco dieron mercedes especiales, con poderes interprovinciales
(dentro de los respectivos suyus). Además, tomando en cuenta que los hombres de la provincia o
confederación Huanca en el Chinchaysuyu —al igual que los hombres de las confederaciones
aymaras en el Collasuyu— se destacaban, sobre todo, por ser buenos guerreros, se puede postular
que estos privilegios especiales fueron otorgados a los jefes que se distinguieron en las campañas
conquistadoras incaicas. Guaman Poma (1987 [1615]: 166 [168]) apoya esta suposición al narrar lo
siguiente: «Capac apo Guaman Chaua, Chinchay Suyo segunda persona del Ynga, agüelo del autor
deste dicho libro: Fue capitán general de los Chinchay Suyos y de todo el rreyno y señor y principes
y mayor, baleroso capitán. Conquistó toda la prouincia de Quito hasta Nobo Reyno. Con Guayna
Capac Ynga acabó su uida».

5. Suyóyoc apos

Antes de culminar este trabajo, conviene mencionar un tipo de poder interprovincial que no
ha sido muy discutido. Se refiere a los poderes especiales ejercidos por algunos incas en el
Chinchaysuyu y el Collasuyu. Según Sarmiento de Gamboa (1943 [1572]: cap. 52, 232 y Murúa 1987
[1616]: libro I, cap. XXVI, 97, ambos utilizando la misma fuente) Topa Inca tenía dos gobernadores
generales en «toda la tierra», «llamados suyóyoc apo», de los cuales uno residía en el valle de Jauja
y el otro en Tiahuanaco (Collasuyu). Sin embargo, poco es lo que dicen otras fuentes acerca de
estos apos, aunque se puede sospechar que la residencia y actuación prolongada de Huascar en
Jauja (D’Altroy 1992: 103; Pärssinen 1992: 271; cf. también Toledo 1940 [1570-1572]: 159; Guamán
Poma 1986 [1615]: 116 [116]), antes de ser coronado Inca reinante del Tawantinsuyu, pudieron estar
relacionadas con este cargo. Por lo tanto, Jauja bien pudo haber servido como un centro para
suyóyoc apo, aunque no se cuenta con mayores datos relacionados a su función administrativa. No
obstante, si Huascar fue uno de esos apos, su nombre previo a su coronación, «Ynga Ynti Cuxi
Gualpa o Tito Cusi Gualpa Indi Illapa», puede relacionarlo con el culto estatal («Ynti», «Indi», es
equivalente a Sol; «Illapa», a Trueno).

Con todo, lo que interesa aquí es la referencia a Tiahuanaco como otro lugar de residencia
para tal gobernador general. Este argumento coincide con la información de Cieza (1986 [1553]: cap.
CV; 284), quien mencionó que Manco Inca había nacido en Tiahuanaco, o con la información de
Betanzos (1987 [1557]: cap. XLV, 192), quien mencionó que también Paullu Inka nació en Tiahuanaco.
Sin embargo, cuando los primeros viajeros visitaron Tiahuanaco, éste estaba ya casi en ruinas. Cieza
(ibid.), por ejemplo, sólo mencionó la existencia de unos edificios incaicos en el pueblo. Los
arqueólogos, igualmente, encontraron en el sitio sólo unos escasos restos de edificios incaicos.
Tampoco se tienen noticias de acllawasi alguno, ni siquiera de ayllus cuzqueños (cf. Pärssinen
2003b). No obstante, la hipótesis que aquí se presenta plantea que después de la famosa rebelión del
Collao, los incas «redujeron» la Tiahuanaco incaica a Copacabana. Como apoyo para tal plantea-
miento se cuenta con la información proveniente de Copacabana acerca de la representación de
varias panacas reales del Cuzco, entre las cuales destacan las panacas de descendientes y «nietos»
de Capac Yupanqui, Yahuar Huacac y Viracocha (Santos Escobar 1984, 1987, 1990; Pärssinen 2003b).
Se sabe que Paullu y Manco Inca se salvaron de morir a manos de los soldados de Atahualpa
huyendo al santuario de Titicaca, donde Paullu encontraría y desposaría a una de sus hermanas.
Además, según la información que se tiene, el nacimiento de Paullu en Tiahuanaco cuando menos
parece improbable (Santos 1984: 5; Heffernan 1995: 67; Lorandi 1995: nota 9). Asimismo, según
Ramos Gavilán (1976 [1621]: 67) el gobernador inca de Copacabana andaba «...en traje de Inca,
solamente se diferenciaba del verdadero señor y Rey de ellos, en traer la borla a un lado, que sólo al
Inca pertenecía traerla sobre la frente». Este detalle encaja bastante bien en las informaciones de
Sarmiento y Murúa acerca de un suyóyoc apo que «residió en Tiahuanaco». Incluso la información
34 MARTTI PÄRSSINEN

local de Copacabana, publicada por Santos Escobar, confirma que Apu Chalco Yupanqui, hijo del
primer gobernador Apu Inga Sucso, era también un gobernador de mucha importancia. Según un
testimonio (Cáceres Chalco Yupanqui Inga 1987 [1599]: 28), Huayna Capac: «...le proveyó por su
gobernador y capitán general de las provincias de Collasuyo, Omasuyo, y Orcosuyo, Chucuito,
Pacages, Carangas, Paria, Charcas, Chuiz, Yamparaez, Chiscas hasta Copiapó, Chile…».

Todas estas evidencias indican que existió efectivamente un gobernador inca de sangre real
en el Collao —al lado de Apo Cari, señor local de Lupaca y del hatun apocazgo de Collao—, quien
tuvo gran autoridad cívico-religiosa en el Collasuyu. Sin embargo, en lugar de residir en Tiahuanaco
de Pacasa, este gobernador habría vivido en Copacabana, la «Tiahuanaco incaica». Asimismo, es
interesante anotar que Apu Chalco Yupanqui representaba el culto solar, siendo además uno de los
tres capitanes generales que, en la época de Topa Inca, llevaron a cabo la conquista del Antisuyu,
avanzando hasta la confluencia del Madre de Dios y el Beni (Sarmiento 1943 [1572]: cap. 49, 222-225;
Cabello 1951 [1586]: caps. 18, 24, 31; 331-335, 395, 460).

6. Conclusiones

En este trabajo se intentó demostrar que en el Estado Inca existieron varios grandes seño-
res con poderes interprovinciales. Algunas confederaciones interprovinciales tenían incluso deno-
minaciones claramente conocidas en la época colonial, como en el caso de Chile, Charcas, Collao,
Quito, etc. Además, parece que algunas de estas confederaciones tenían raíces preincaicas, mien-
tras que otras pueden haber sido formaciones posteriores.

Con la hipótesis presentada se detalla que el origen de estos tipos de confederaciones y


poderes interétnicos es de naturaleza principalmente militar o religiosa. Además, parece que las
creencias y poderes militares a menudo eran inseparables, porque cada grupo militar tenía también
su propia huaca o ídolo poderoso, el cual en muchas ocasiones era compartido con varias etnias de
la misma área. En general, los jefes de los grupos más hábiles en los frentes bélicos recibieron ciertos
privilegios, siendo posible también que estos mismos grupos hayan sido empleados posteriormente
como unidades de la administración política y económica. Se sabe que, según el sistema inca, los
privilegios eran confirmados regularmente sobre la base de las relaciones matrimoniales y, por ello,
varios descendientes de los jefes étnicos declararon ser descendientes de los Incas.

En suma, para este momento se cuenta ya con numerosas evidencias sobre varios tipos de
confederaciones multiétnicas dentro del Estado Inca, con sus respectivos jefes, los poderosos
apocuna. Sin embargo, todavía son escasos los estudios respecto a este tema. Por ello, una suge-
rencia sería que en lo posible se haga un mayor esfuerzo por investigar sobre estas confederaciones
y los papeles desempeñados por ellas, por ejemplo, dentro del proceso de formación de nuevas
identidades en el Tawantinsuyu y en la posterior época colonial.

Notas
1
Artículo preparado sobre la base de los resultados presentados originalmente en mi tesis doctoral
que llevó como título Tawantinsuyu. El Estado Inca y su organización política (1992, 2003a). No
obstante, varios datos nuevos han sido incorporados en la presente discusión.
2
Durante los últimos cinco años un grupo boliviano-finlandés dirigido por el Dr. Ari Siiriäinen, ha
estudiado una fortaleza incaica situada exactamente en el sitio donde estaba la antigua confluencia
de los ríos Madre de Dios y Beni en la época de Topa Inca. La fortaleza se ubica en la comunidad de
CONFEDERACIONES INTERPROVINCIALES Y GRANDES SEÑORES INTERÉTNICOS... 35

Las Piedras, cerca de Riberalta, y abarca un área de 9,7 hectáreas, delimitadas por estructuras defen-
sivas (cf. Faldín 1999; Siiriäinen et al. 2002; Korpisaari et al. 2003; Siiriäinen y Pärssinen 2003;
Pärssinen et al. 2003).
3
Existen confusiones sobre los límites entre Cuntisuyu y Collasuyu. Según el análisis realizado con
anterioridad por el autor (Pärssinen 1992: 250-252), Colesuyu fue una parte específica de Collasuyu.
Como prueba adicional para esta afirmación se puede notar que el texto de Capac Ayllu (1985 [1569]:
226), derivado de un(os) khipu(s) incaico(s), menciona a Tarapacá como una parte de Collasuyu.
4
Otras denominaciones similares a Colesuyu son, por ejemplo, Manaresuyu, Opatarisuyu, Cuyosuyu,
Omasuyu.
5
Es posible que estas tres capitales (Macha, Sacaca, Paria) estuvieran conectadas con la típica
organización militar triádica observada por María Rostworowski (1986a: 107-113; 1988: 128-136).
6
En torno a la importancia de Tomebamba y Quito, cf. Cieza 1986 [1553]: cap. XLVI, 140-149; cf.
también Betanzos 1987 [1557]: cap. XXVII, 132.
7
Según Cieza (1986 [1553]: cap. LXXVII, 226) Cajamarca «...era la capital de las provincias vecinas y
de muchos otros valles de los llanos». Para más información acerca de Jauja y Vilcas, cf. Sarmiento
1943 [1572]: cap. 52, 232; Las Casas 1948 [c. 1559]: 44; Vizcarra 1967 [1574]: 323; Espinoza 1971; López
de Velasco 1971 [1574]: 241; Castro y Ortega Morejón 1974 [1558]: 101; Gasparini y Margolies 1980:
112-116, 271-280; D’Altroy y Hastorf 1984: 334-349; Spalding 1984: 91; Cieza 1986 [1553]: caps.
LXXXIV, LXXXVI-LXXXIX, 242-244, 247-254; Betanzos 1987 [1557]: cap. XLIII, 187; Hyslop 1990:
74-75; D’Altroy 1992, 2002; Pease 1999.
8
En una carta escrita por Felipe Yarochongos en 1566, se menciona al grupo de Chongos como una
nación separada de los huanca.
9
Según Andrés de Vega (1965 [1582]: 169) los jefes «preincas» de Hatun Jauja se llamaban Auqui
Zapari y Yaloparin. Los nombres de los curacas de Hurin Huanca eran Canchac Huyca, Tacuri y
Añana. Los curacas de Hanan Huanca eran Patan Llocllachin y Chavin y, finalmente, el nombre del
jefe de Chongo era Patan Cochache.
36 MARTTI PÄRSSINEN

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REFLEXIONES
BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA SOBRE
PUCP, N.° LOS CHACHAPOYA
6, 2002, 43-56 EN EL CHINCHAYSUYU 43

REFLEXIONES SOBRE LOS CHACHAPOYA EN


EL CHINCHAYSUYU

Inge Schjellerup*

Resumen

Los grupos y las identidades culturales son algunos de los temas más discutidos en arqueología,
historia y antropología. La cultura material, como los artefactos, las costumbres funerarias y las construcciones,
refleja contactos entre diversas regiones, pero ¿cómo es posible revelar la identidad cultural de una población
específica en tiempo y espacio?

El Tawantinsuyu estuvo compuesto por muchos grupos étnicos y las políticas del Inca variaron en las
diversas provincias, pero ¿cómo fueron percibidas las identidades culturales por los incas? Se entiende
generalmente que la dominación inca de una región se puede determinar sólo sobre la base del conocimiento
de la sociedad que lo precedió y por una comprensión del paisaje geográfico.

Según la investigación arqueológica y etnohistórica llevada a cabo por la autora se discutirá


cómo la identidad cultural común de los chachapoya como un grupo fue creada por los incas para sus
intereses políticos y socioeconómicos en un paisaje que fue colmado con la presencia inca.

La distribución espacial del conjunto de instalaciones inca en el paisaje fue cargada con
significados que llegaron a ser esenciales para su existencia en la tierra de los chachapoya. Los diversos
señoríos en la provincia de Chachapoyas compartieron una identidad común en patrones de asentamiento,
diseño arquitectónico y tradición cerámica. Las identidades inca y chachapoya, y sus relaciones, constituyeron
una potente fuerza de cambio en un escenario donde la agresión y la violencia parecen haber desempeñado un
rol cultural importante e integrado.

Abstract

REFLECTIONS ON THE CHACHAPOYA IN THE CHINCHAYSUYU

Cultural groups and cultural identity are some of the most discussed subjects in archaeology,
history and anthropology. Material culture as artefacts and burial customs as well as building constructions
reflect contacts between different regions, but how is it possible to reveal the cultural identity of a specific
people in time and space?

The Tawantinsuyu consisted of many ethnic groups, and Inca policies varied in different provinces,
but how were cultural identities perceived by the Incas in their politics? It is generally understood that
the Inca domination of a region can only be assessed on the basis of knowledge of the society that
preceded it and by an understanding of the geographical landscape.

Based on archaeological and ethnohistorical research I will discuss how a common cultural
identity of the Chachapoyas as one group was created by the Incas for their political and socio-economic
interests in a landscape that became loaded with Inca presence. The whole spatial setting of Inca
installations in the landscape was charged with meanings that became essential for their existence in the
land of the Chachapoya. The different señorios in the Chachapoyas province shared a common identity in
settlement patterns, architectural design and ceramic tradition. Inca and Chachapoya identities and relations
were a potent force of change where aggression and violence seem to have played an important and integrated
cultural role.

* National Museum of Denmark. E-mail: inge.schjellerup@natmus.dk


44 INGE SCHJELLERUP

1. Introducción

Los soldados del ejército inca enviados desde la capital del imperio del Tawantinsuyu, el
Cusco, necesitaban caminar alrededor de 1200 kilómetros, arriando sus caravanas de llamas cargadas
de bultos para llegar a los curacazgos de los chachapoya, cruzando ríos, atravesando cordilleras y
derrumbes en viajes que demoraban meses, si se calcula la caminata de, aproximadamente, 15 a 20
kilómetros por día.

¿Qué observaban y qué pensaban los capitanes del Inca y sus soldados en los viajes? ¿En
qué consistían y cómo fueron percibidas las diferencias étnicas entre los incas y las demás etnias?
¿Se daban cuenta de los cambios naturales y culturales entre los diversos étnicos de diferentes
señoríos o curacazgos, diferencias en vestidos, idiomas y costumbres durante las reuniones y
estadías con poblaciones de otros lugares? Como menciona Juan José Vega, no existía sentimiento
nacional en ese océano social de casi 600 lenguas y dialectos, con miles de ídolos rivales en todo el
imperio del Tawantinsuyu (Vega 2001).

Los incas tenían en cuenta que los cerros eran habitados por apus desconocidos y que los
cerros y la tierra necesitaban ofrendas de coca y maíz blanco como parte de las percepciones de lo que
se denomina como universo andino. En la vida de los incas, según nuestra interpretación basada en las
descripciones hechas por los cronistas, existían complejas relaciones ideológicas entre sus antepasados
y los paisajes sagrados. Cada día estaba colmado de obligaciones a las deidades e ídolos: era
necesario adivinar por conjeturas, escuchar a los oráculos, cumplir con las demandas de los
sacerdotes y chamanes, tener cuidado y mantener sus costumbres con ofrendas.

2. La identidad

El concepto de identidad no es una noción occidental, sino universal. Siempre existen las
nociones de «nosotros» y «los otros», como en el caso de «los incas» y «los otros»; la pregunta
entonces es: ¿En qué consistían las relaciones entre las partes y cuáles fueron las estrategias y las
conductas culturales entre las diferentes identidades?

En un grupo étnico, sus miembros se autoidentifican como pertenecientes a una categoría


social, organizada en torno a características culturales. La investigación acerca de los grupos étnicos
contemporáneos ha mostrado que la necesidad de hacer explícita la identidad común de un grupo
está reflejada en la conducta, la religión, el vestido, ornamentos, cerámica y las formas rituales. Esta
necesidad de mostrar su identidad está frecuentemente determinada por presiones externas.

Los grupos étnicos pueden adoptar formas muy diferentes. La definición usada para un
grupo étnico sigue la que generalmente se aplica en antropología según Barth (1969: 10):

a) En gran parte biológicamente se perpetúa a sí mismo;

b) Los valores culturales fundamentales, expresados abiertamente, son compartidos por el grupo;

c) Constituye un espacio de comunicaciones e interacciones;

d) Tiene una membresía que se autoidentifica, y es identificada por los demás, constituyéndose en
una categoría distinguible de otras categorías del mismo orden.

Para Barth no hay una correlación directa entre cultura y grupo étnico. Este último es una
unidad portadora de cultura, que la comparte y que puede ser vista como resultado antes que como
fuente de organización (Barth 1969). La cultura del grupo étnico y su organización socioeconómica
REFLEXIONES SOBRE LOS CHACHAPOYA EN EL CHINCHAYSUYU 45

y política cambia a lo largo del proceso histórico. Los límites étnicos pueden emerger y persistir en
ciertos periodos y disolverse o estar ausentes en otros.

De acuerdo a Barth, las razones por las que un grupo étnico continúa existiendo son: a) sus
límites continúan a pesar de haber sido transgredidos; b) ciertos marcadores étnicos no dependen de
la ausencia de movilidad, contacto o información, sino que se relacionan con procesos sociales de
exclusión o incorporación, de tal forma que ciertas categorías se mantienen a pesar de que los individuos
cambian su nivel de participación y membresía; c) las relaciones sociales permanecen a través de los
límites étnicos y están basados en diferentes status étnicos. En otras palabras, los marcadores étnicos
no dependen de la falta de interacción social; por el contrario, implican la continuidad de sistemas
sociales que coexisten.

El mismo autor considera que es imposible definir un grupo étnico de la manera antropológica
tradicional —sólo a partir del propio grupo étnico— porque éste no tiene una forma fija. En cambio, si
puede ser definido desde su interacción e identificación en comparación con otros grupos. Barth da una
visión estática de la etnicidad, la que debiera ser vista como un proceso en marcha.

La etnicidad tiene el potencial y la dinámica interna para desarrollar estructuras que mantienen
y enfatizan la identidad de un grupo, que manifiesta sus derechos y existencia; por ejemplo, el uso de
un lenguaje simbólico común o las ceremonias religiosas. No pueden ser vistos aisladamente, sino
que deben ser analizados junto a los aspectos corrientes de las principales actividades en las
dimensiones de tiempo y espacio, para tener un contexto que sirva en la comparación con los otros
grupos étnicos. Es posible entender la etnicidad como un instrumento de la conducta social que,
debido a las actuales razones políticas, sociales y a circunstancias del pasado y presente de la sociedad,
constituye un potencial latente que puede ser elaborado o rechazado.

Patterson, a partir de un modelo marxista, ofrece un concepto muy apropiado sobre la etnicidad
en el Imperio Incaico que sirve para entender a los chachapoya:

«Las entidades políticas subordinadas e incorporadas al estado imperial ya no pudieron


reproducir las estructuras de relaciones sociales preincaicas. Se convierten, en cambio, en grupos
étnicos que ocupan lugares específicos en la división imperial del trabajo y la organización
estatal. El imperio cristalizó las etnicidades y formó identidades colectivas nuevas, que
materializan y deforman los antiguos patrones culturales para dar la ilusión de la continuidad
de antiguas instituciones y prácticas en nuevos contextos. Los grupos étnicos fueron
territorialmente establecidos y organizados» (Patterson 1992) .

3. Los chachapoya

Dentro de la brumosa y boscosa región montañosa de Chachapoyas, la población percibía


una identidad étnica expresada con símbolos comunes característicos en diseños arquitectónicos,
cerámica y textiles desde el Horizonte Medio, en el siglo IX d.C.

Los símbolos tenían gran valor social y fueron desarrollados sobre la base de recursos locales
ecológicos y agrícolas. Se desarrollaron diferentes estrategias a través del tiempo de acuerdo a
parámetros culturales, que actuaron como respuesta y reto a los aspectos históricos y dinámicos del
ambiente. Los chachapoya tenían fama de guerreros valientes, curanderos, agricultores y
constructores de puentes (Schjellerup 1997).

Cieza de León (1986 [1553]), Garcilaso de la Vega (1967 [1609]), Pizarro (1978 [1572]) y
Vásquez de Espinoza (1969 [1629]) mencionan la región como habitada por los chachapoya, un
grupo étnico específico o nación. Cieza define el grupo étnico de la siguiente manera:
46 INGE SCHJELLERUP

«Son estos indios naturales de las Chachapoyas los más blancos y agraciados de todos quantos y he
visto en las Indias que he andado: y sus mujeres fueron tan hermosas, que por sólo su gentileza
muchas de ellas merecieron serlo de los Ingas, y ser llevadas a los templos del Sol. Y assi vemos hoy
día, que las Indias que han quedado desde linaje son en extremo hermosas porque son blancas y
muchas muy dispuestas. Andan vestidas ellas y sus maridos con ropas de lana y por las cabezas usan
ponerse sus llautos, que son la señal que traen para ser conoscidos en toda parte... y posseyeron
gran número de ganado de ovejas. Hazían rica y preciada ropa para los Ingas, y oy día la hazen muy
prima, y tapicería tan fina y vistosa, que es de tener en mucho por su primor» (Cieza de León 1986
[1553]: cap. LXXVIII).

Garcilaso de la Vega (1967 [1609]: libro VIII, cap. I) señala que la provincia de Chachapoyas
está poblada con: «...mucha gente muy valiente, los hombres muy bien dispuestos y las mujeres hermosas
en extremo. Estos Chachapuyas adoraban culebras y tenían el ave cúntur por su principal Dios [...]
Traen estos indios Chachapuyas por tocado y divisa en la cabeza una honda, por la cual son conocidos
y se diferencian de las otras naciones; y la honda es de diferente hechura que lo que usan los indios,
y es la principal arma que en la guerra usaban, como los antiguos mallorquines».

Los chachapoya dominaron una región en el noreste del Perú (Fig. 1), al este del río Marañón,
por medio de una red de interacción social. Se levantaron en una revuelta que agrupó a todos los
demás pueblos de la zona contra los incas, desde el primer momento que éstos hicieron su ingreso
a este territorio.

La organización política de los chachapoya fue un sistema segmentario dividido en muchos


grupos en forma de curacazgos, que compartían la misma arquitectura de casas circulares con cámaras
subterráneas construidas con piedra, y con escaleras y rampas. Los asentamientos se caracterizan
por estructuras de construcción similares y con símbolos comunes, como elaborados frisos de
piedra en forma de triángulos, rombos, zigzag, meandros y cuadrados (Figs. 2, 3). Algunos de los
ornamentos pertenecen a la región norte —como los rombos en diversas variaciones— y los meandros
parecen pertenecer a la región sur (Schjellerup 1997).

Lo que ha llegado a rescatarse durante los últimos años de investigación es un patrón de


asentamiento jerarquizado, con una diversidad de grupos de parentesco o curacazgos, dentro del llamado
grupo étnico Chachapoya, donde las más conspicuas diferencias se dan en los patrones funerarios
(Schjellerup 1997).

Durante el Periodo Intermedio Tardío las cuevas o cavidades naturales en los lugares más
inaccesibles fueron utilizadas como lugares de entierro protegidos. Se construían cámaras funerarias
más pequeñas, cuadradas o rectangulares, con sillares colocados en mortero en salientes de la montaña.
A menudo presentan una entrada en forma de «T» pintada en blanco o con círculos, triángulos o
pictogramas pintados en rojo. Los individuos eran colocados en posición sedente, envueltos en telas,
pieles de animales y con una red de cabuya en la cámara, junto con ofrendas de comida en platos y
vasijas de cerámica y a veces con artefactos utilizados en vida como armas, como lanzas de chonta. La
cámara quedaba protegida con un techo plano de postes de madera cubiertos con adobe y paja como en
la Laguna de los Cóndores. Otras cámaras funerarias más elaboradas se construían en forma de casas
rectangulares cubiertas con estuco o como chullpas —torres de piedra cuadradas o semicirculares de 3
a 4 metros de alto— adornadas con bandas decorativas, piedras salientes e ídolos de madera como los
denominados «pinchudos». Sin embargo, las cámaras más notables se encuentran en los acantilados
verticales de Petaca, en el distrito de Chuquibamba (Fig. 4). Parecen estar unidas a la montaña y sólo
pueden haber sido accesibles mediante cuerdas y escalas. Los constructores de las cámaras hicieron
uso de todas las proyecciones naturales del acantilado, incluso de las más pequeñas, uniéndolas con
postes de madera y tablones. Los postes se insertaban en salientes y se utilizaban como bases de las
REFLEXIONES SOBRE LOS CHACHAPOYA EN EL CHINCHAYSUYU 47

Fig. 1. Ubicación del territorio de la cultura Chachapoya.

cámaras funerarias o como caminos para llegar a las distintas cámaras. En Luya los cuerpos se
colocaban en grandes vasijas de arcilla pintadas, que tenían estilizadas cabezas de mortero y paja, y
cráneos que se situaban sobre los salientes de la montaña (Kauffmann 1988).

Fue un sistema segmentario de oposición entre los subgrupos, compitiendo todos por la
explotación de los mismos nichos ecológicos debido a la escasez de tierra cultivable. Tal competencia
debió ser muy dura, lo que explicaría la necesidad de los grupos de crear identidades locales, como se
observa en las diversas formas de enterramiento de la provincia de Chachapoyas.

Los curacazgos fueron unidades políticas que generalmente comprendían varios pueblos
dominados por un curaca. Fue una sociedad ordenada por rangos, con el curaca principal gobernando
el pueblo más grande donde residían sus familiares o parientes, que controlaban pueblos menores
regidos a su vez por curacas de rango menor.

Los pueblos más grandes, como Kuélap y Papamarca, tienen alrededor de 400 viviendas
(Fig. 5). Los pueblos o aldeas mayores pueden haber sido los centros de poder político, social y
económico, donde el curaca dominante y su familia estaban a cargo de mantener la interacción
48 INGE SCHJELLERUP

cultural a través de una red de obligaciones a gran escala, como la organización de las fiestas
agrícolas, la redistribución de comida, ropas o mujeres.

Es lógico suponer que la habilidad de permanecer en el poder dependió además de las


cualidades de los chamanes o curanderos, en tanto que los chachapoya eran reconocidos como
curanderos y herbolarios. Las mujeres fueron probablemente dadas en alianzas matrimoniales a los
curacas menores de los asentamientos colindantes y a los curacas de centros mayores de otros
subgrupos étnicos. De esta manera se formaban alianzas políticas y económicas, basadas en lazos
de parentesco y obligaciones recíprocas dentro de un grupo étnico mucho más grande. La
organización social estaba basada en la producción doméstica y en la subsistencia agrícola con
facilidades de almacenamiento.

La población de Chachapoyas pudo haber tenido la función de mediadora en una cadena de


corta y larga distancia en la red entre sierra y selva. Estuvo en contacto a través de los intercambios
de productos de prestigio y artículos de valor simbólico entre ellos mismos y con los xibitos, una
tribu en la parte alta de la ceja de selva hacia al este. El intercambio de alimentos, como la sal, y
servicios dentro de la región de Chachapoyas y hacía al sur estaba basado en relaciones sociales
(Schjellerup 1997). Por largos periodos, los chachapoya vivieron en un medioambiente social uniforme
con escasos contactos con otras culturas de la región andina.

A pesar de que las investigaciones arqueológicas han sido limitadas y la preservación —en
términos generales— es bastante mala por la humedad del clima, gracias al hallazgo de las tumbas en
los sitios de La Petaca y La Laguna de los Cóndores se tiene más información sobre los vestidos y
ornamentos con símbolos chachapoyanos.

4. El encuentro entre los incas y los chachapoya

Durante la parte final del siglo XV, la región noreste fue incorporada al Imperio Incaico, en
la región del Chinchaysuyu, después de librar severas batallas, lo que les obligó llevar a cabo ciertos
cambios radicales. La palabra «Chachapoya» es probablemente una construcción de los incas,
compuesta de la palabra «chacha» —tomada del nombre de uno de los subgrupos llamados chacha
que vivía en Levanto, donde Tupac Inca Yupanqui dejó descendientes— y la palabra quechua
«puyu», que significa ‘nube’ o ‘nublado’.

La cronología de las conquistas de los incas presentada por los diferentes cronistas no está
muy clara (Pease 1978). Los problemas en la determinación de la cronología están basados en las
diversas respuestas a los cronistas dadas por los informantes nativos debido a sus lealtades y a una
opinión propia del tiempo, que quizás no lo hizo correspondiente al concepto europeo de un año
como un ciclo, sino quizá a un mes lunar sinódico sobre un periodo de contabilización de dos años,
según lo menciona Urton recientemente después de su análisis de uno de los quipus encontrados en
Chachapoyas (Urton 2001).

Pärsinnen (1992) menciona que la orden oficial de la conquista de Tupac Inca siguió el
orden característico de un quipu, lo que significa que las conquistas en Chinchaysuyu serían
presentadas siempre primero. No obstante, ¿La región más prestigiosa también sería mencionada
primero dentro de la conquista de las diversas regiones del Chinchaysuyu? En relación a la conquista
inca de los chachapoya en el Chinchaysuyu los cronistas no convienen en la secuencia exacta, es
decir, si sucedió antes o después de la conquista de Chimú.

Julien (2000) menciona que es interesante observar que Sarmiento (1960 [1572]) y Cabello de
Valboa (1951 [1586]) mencionan que Túpac Inca conquistó toda la extensión del Chinchaysuyu
durante una sola expedición. Según Cabello de Valboa: «...y caminaron hasta Raymibamba
REFLEXIONES SOBRE LOS CHACHAPOYA EN EL CHINCHAYSUYU 49

(Leimebamba) y pasaron a Chazmal, y a Xalca (Jalca Grande) y a Apia, y Javanto (Levanto) dieron
vista a todo lo que avia de ver y su bolvieron con muchas realciones y prisioneros a Caxamarca de
donde Topa Inga con su gente junta tomo el camino para los Guambos» (Cabello de Valboa 1951
[1586]).

5. ¿Provincia inca y/o etnia?

En sus estudios sobre Hatunqolla en el lago Titicaca, Julien señala que las antiguas
provincias del Imperio Incaico pueden ser reconstruidas con razonable grado de exactitud en las
divisiones del territorio colonial hispánico (Julien 1983). Sostiene que los corregimientos siguen los
límites de las provincias incaicas, pero no tan cercanamente como la división de capitanías. De esta
manera, los límites de los corregimientos de la primera época equivalen en gran parte a una provincia
o un grupo étnico. Sin embargo, como ella misma indica, hay ciertas dificultades porque algunos de
los grupos étnicos no tuvieron territorios fijos, ocupando, en cambio, una serie de localidades discontinuas
(Julien 1985).

Tempranamente en la colonia, la provincia incaica de Chachapoya estuvo dividida en tres


corregimientos: el corregimiento de Caxamarquilla y Collai, el corregimiento de Luya y Chillaos y el
corregimiento de los Pacllas. En 1534, el rey de España reclamó responsables para los tres
corregimientos de Chachapoyas (Libro de Cabildo 1958 [1544]). Estos tres corregimientos en la
provincia de Chachapoyas no pueden ser definidos como las tres provincias incaicas, ni como tres
grupos étnicos. Leimebamba y Cochabamba son, por ejemplo, mencionados como provincia o
provincias incaicas en un caso legal de 1572 (BNL A 585; Espinoza 1967), y no corresponden a
ninguno de los tres corregimientos ni pueden ser considerados como grupos étnicos. En las listas
de encomiendas de 1548/1549 y 1561, Bagua, Pomacocha y los pacllas están incluidos en la provincia
de Chachapoyas, aunque no parecen haber sido parte de esta provincia durante el gobierno inca.

Ninguno de los tres corregimientos tenía el nombre de Chachapoyas, que para ellos era el
nombre de una provincia inca con su etnia. Sus límites cambiaron varias veces en el periodo colonial,
lo cual podría indicar que no correspondían a provincias fijas o grupos étnicos, a pesar de que
pudieron agrupar segmentos de varios subgrupos dentro de un grupo étnico principal.

Los incas tenían interés en unir varios señoríos o curacazgos mayores o menores bajo un
nombre común. Todo parece indicar que, por razones administrativas, los diferentes curacazgos
fueron incorporados bajo el nombre de Chachapoya, dado que todos ellos aparecían como unificados.
Además, los incas cambiaron nombres locales —como de Timpuy a Papamarca— y pusieron otros
nombres a instalaciones como Cochabamba.

¿Cómo se entiende la reacción de los diversos grupos étnicos al Imperio Incaico y la manera
cómo fueron manejados en el nuevo orden político? Probablemente sólo la elite local estuvo implicada
directamente con sus nuevos señores, pero toda la población sufría consecuencias severas. ¿Cómo
era su vida diaria, afectada por el primer encuentro y luego por una presencia permanente de otra
gente ajena que ordenaba por ellos, o por la presencia de grupos de los mitmaqkuna? Uno podría
también preguntar qué clase de relación tenía el estado con la gente que deseaba incorporar y cómo
el estado inició y sostuvo esta relación.

El Estado Inca se impuso en la vida tradicional, en la construcción de nuevos establecimientos,


el servicio militar, la extracción de trabajo e incluso la obediencia de reglas específicas. Para responder
a la nueva situación las comunidades tuvieron que reorientar sus vidas sociopolíticas y económicas
con el fin de producir los excedentes para el Inca. La iniciativa debió partir del señor local, el curaca
de cada comunidad. Obteniendo la cooperación de su familia y, en última instancia, de su comunidad
50 INGE SCHJELLERUP

entera, un curaca podía movilizar a la comunidad para generar las demandas requeridas. Con acertados
manejos sociales y económicos, un curaca podía mantener y mejorar su propia productividad, mientras
pudiera recompensar a los miembros de la comunidad en el sistema andino de la reciprocidad. Pero
si él fallecía o se rebelaba contra los nuevos señores se creaban nuevas situaciones.

6. Los incas en Chachapoyas

Los incas establecieron su control sobre la administración y política local. La tradicional


rivalidad segmentaria de los subgrupos en Chachapoyas fue reducida y eventualmente eliminada en
la confrontación del enemigo común. El reconocimiento oficial y la consolidación de grupos étnicos
como los chachapoyas fue un logro evidente de los incas, pero fue llevado a cabo con propósitos de
política administrativa y la trataron de destruir posteriormente debido al carácter revoltoso de los
chachapoyas.

El material etnohistórico informa del carácter rebelde del poblado chachapoya e investiga-
ciones arqueológicas han proporcionado evidencias de cráneos encontrados en las cuevas con
cerámica inca provincial que muestran formas de lesiones traumáticas y golpes con armas como las
porras. Entre algunos de los curacazgos hubo una fuerte resistencia contra los incas, especialmente
el grupo Cajamarquilla, el cual se rebeló tres veces, tal como lo hicieron los pomacochas.

Murúa menciona la batalla en Pomacocha como un ejemplo del enfrentamiento entre los
chachapoya y los incas:

«... el señor de Pomacocha envío grandes presentes de plumas y pájaros muy vistos y lindos, los
cuales haviendo recibido Chuquis Huaman, los envío a su señor Huascar Ynga con mensajeros,
dándole aviso como tenía ya conquistado aquella provincia. Y ansi, haviendo despachado al Ynga los
mensajeros, Chuquis Huaman pensó salir de su Real, dejando en él a su hermano Tito Atauchi, con
tres mil orejones y de otras provincias. Pero antes de salir el señor de Pomacocha hizo una fiesta
grande en su fortaleza para que Chuquis Huaman con sus ojos viesse las vasallos y gente nueba de
los quales daría obedencia a su hermano y señor Huascar Ynga [...] Y ansí comencaron a celebrar su
fiesta con bailes y danzas. El medio día brindando los chachapoyas a priessa a los orejones y demás
soldados del Ynga, y ellos menudeando los vasos y la bebida con más priessa que se la ofrecian,
hasta que los humos de la chicha se fueron subiendo por las chimeneas arriba de las casas [...]
entonces los chachapoya, que moderados havían andado, conociendo la ocassion, la cogieron por
los caballos y cerrando las puertas de la fortaleza salió la demás gente que el señor de Pomacocha
tenía apercebida y con ímpetu furioso dieron sobre orejones y demás gente, y de los primeros
mataron al traidor de Chuquis Huaman [...] y no escapo de la gente del Ynga, sino solos mil de tres
mil que havian entrado en la fortaleza. Y los chachapoya hecha esta mortandad, se bañaban en la
sangre de Chuquis Huaman, untándose con ella el rostro y en la demás de los enemigos y luego
alegres».

«El hermano de Chuquis Huaman Tito Atauchi retiro a Levanto, donde los Incas tenían su lugar.
Obviamente la venganza de los Yngas de Huascar era fuerte. El ejercito del Ynga estuvo un mes
dándole recios combate y haviendo presso gran multitud de los chachapoya hizo Tito Atauchi y a
todos los que ayudaron a la traición los hizo hacer pedazos y asoló y destruyó sus tierras y poblaciones
para memoria del castigo, el señor de Pomacocha lo mando hacer quartos y poner por los caminos
de su mismo tierra para más atemorizar a sus vassallos que no yntentasen rebelarse de nuevo»
(Murúa 1987 [1611]).

Todo esto ocurrió antes de que Huascar Ynga diera la orden de mandar a la guerra a 10.000
chachapoya contra su hermano Atahualpa. Este, en sus últimos días de gobierno, trató de quebrar
REFLEXIONES SOBRE LOS CHACHAPOYA EN EL CHINCHAYSUYU 51

la política local de los curacazgos de los chachapoya como grupos de poder y reorganizarlos de tal
manera que les resultara más difícil rebelarse al ordenar mandar a toda la generación joven a Quito.

Los incas crearon la infraestructura necesaria para controlar a los chachapoya, reorganizaron
a la gente, cambiaron los límites y ajustaron las cifras dentro de la administración para hacerlos
encajar en sus planes durante los 60 años que duró la ocupación.

Uno de los objetivos del presente trabajo es demostrar que la invasión incaica reforzó el
sentimiento de la identidad étnica en la región de Chachapoyas. Esta voluntad de filiación fue
enfatizada y fortalecida como parte de la presión incaica. Lo que sucedió fue una coincidencia de
intereses: los incas necesitaban a los curacazgos de Chachapoyas agrupados para el beneficio de
sus intereses y los curacas de la región querían unirse y hacer causa común en la revuelta contra los
incas.

Quizás una potencial actividad intelectual de éste y otros grupos chachapoyas para mantener
su identidad étnica fue continuar utilizando sus símbolos como sustitutos de la dura realidad con la
presencia incaica. Como resultado de la invasión, las creencias comunes, vida religiosa y símbolos
compartidos se vieron fortalecidos en partes de la región de Chachapoyas que resultaron en alianzas
políticas mayores de las conocidas hasta esa época. Esto fue especialmente cierto en las zonas
donde los incas encontraron a los grupos más rebeldes.

7. Los paisajes sagrados y los cambios

El medio ambiente era una categoría jerárquica consagrada en el universo andino. El hombre
tenía que encontrar su lugar en el ambiente físico junto a las fuerzas espirituales, tenía que tomar
decisiones diarias para lidiar con las enormes fuerzas de la naturaleza. Los terremotos sacudían la
tierra y los frecuentes aludes, como resultado de las violentas lluvias torrenciales, cubrían o
arrastraban los senderos, campos de cultivo e incluso pueblos enteros, y los rayos mataban a la
gente y a los animales. La naturaleza es una activa contraparte del género humano.

El espacio estaba colmado de símbolos y sentidos que eran esenciales para la existencia y
reproducción de la sociedad chachapoyana. Para los chachapoya, las obligaciones culturales en su
medio ambiente eran de gran importancia. Su mayor preocupación fue siempre la tierra sagrada, que
significaba el sustento diario y a la cual no dejaron nunca de brindar sus rituales y ofrendas. Los
chachapoya compartieron las mismas creencias y símbolos. Habían mantenido su propio estilo de
vida con conflictos sociales internos y luchas entre ellos sin influencias externas notorias de las
culturas vecinas hasta ahora, a lo largo del Horizonte Medio y del Periodo Intermedio Tardío.
Dominaron un territorio boscoso y vivían sobre los cerros, controlando los valles y los pasajes a las
tierras bajas del este, por medio de una red de interacción social. Quizás debido también a los
cambios que hicieron los incas en sus paisajes, se levantaron en varias revueltas contra los nuevos
amos. La percepción del espacio es eminentemente cultural y específica.

La conquista y ocupación incas trajeron muchos cambios para los chachapoya. El paisaje,
cultural y sagrado, fue alterado con la introducción de una nueva religión, nuevos asentamientos,
caminos y cultivos.

La visibilidad de los monumentos incas se convirtió en un componente importante y activo.


Los monumentos son construidos para ser vistos y para ser entendidos por el mundo circundante,
pero de una manera no reconocida entre los habitantes anteriores. Esta ambición significa que el
paisaje físico se convierte en un instrumento activo de influencia. Anteriormente, el paisaje dirigía la
colocación de los monumentos, pero, luego, su comprensión por parte de la población fue dirigida
por los monumentos y por ello la región entera podía ser controlada simbólicamente.
52 INGE SCHJELLERUP

La influencia inca fue considerablemente fuerte en la provincia de Chachapoyas, donde se


impuso un cerrado control político. El discurso de los incas fue dirigido a legitimar su autoridad y orden.

La introducción de un nuevo estilo arquitectónico, con el elemento dominante de forma


rectangular y el énfasis en la agricultura sobre pisos de mayor altitud, fueron alternando con otras
estrategias en zonas ecológicas más bajas. En los distritos de Cochabamba y Leimebamba fue construida
Cochabamba, la mayor instalación incaica, como un centro de administración y control. Cuenta hasta
la actualidad con arquitectura de tipo imperial del Cuzco (Fig. 6). El lugar pudo haber sido elegido
debido a las observaciones astronómicas de los equinoccios solares y de la Vía Láctea, por lo cual
se puede suponer que las tierras estaban dedicadas a la religión, específicamente al culto al Sol. La
presencia de minas de oro en áreas cercanas que podían ser explotadas por los incas, dio una buena
indicación de su excelente ubicación.

Otra instalación con arquitectura de estilo imperial cuzqueño fue el sitio de Inca Llacta,
ubicada en la ceja de selva, en la actual provincia de Huallaga (Figs. 7, 8), además de una serie de
tampus e instalaciones pequeñas. Algunos sitios tienen acceso restringido y son controlados, mientras
que otras instalaciones fueron edificadas en lugares de agricultura y caza, fuera de los tampus y
asociados al capac ñam.

Las entradas a las zonas altas y bajas de la selva amazónica, desde la provincia de Cochabamba,
estuvieron bajo el estricto control incaico, que colocó establecimientos estatales a lo largo de los
ríos. Las instalaciones no tuvieron el carácter de fortificaciones, excepto en Pukarumi, que está rodeado
por una pared (Schjellerup 1997). Pudo haberse desarrollado una relación simbiótica entre los incas
y los xibitos de la ceja de selva, en base a ceremonias anuales, por el beneficio común que obtenían en
el intercambio de bienes de lujo.

Se puede caracterizar estas instalaciones incaicas menores en tres categorías principales:

a) Sitios con carácter netamente agrícola y áreas grandes de andenería;

b) Sitios con carácter estratégico político-militar y una función como estaciones de paso. Todos
pudieron haber servido como puntos estratégicos y situados favorablemente como para controlar el
área, teniendo probablemente pequeñas guarniciones para protección, así como espacios para cobijar
y acomodar a los viajeros;

c) Instalaciones de carácter mágico-religioso, que están asociadas o relacionadas al paisaje sagrado


de los ancestros o huacas, como antes de un ascenso importante para llegar a un paso por las
montañas más altas del área, en lagunas y sitios donde nacen los ríos y entre dos ríos. Todos los
lugares mencionados son considerados sagrados en la cosmología andina.

La provincia de Chachapoyas tenía abundantes recursos naturales que eran codiciados por
los incas. El oro de las minas, animales silvestres como jaguares, pumas y tigrillos, serpientes, loros
y otras aves, coca silvestre y cultivada, hierbas medicinales y miel fueron probablemente explotados
por los incas. La producción de textiles de los chachapoya, en especial de finas vestiduras de lana
y algodón, fue muy apreciada por incas y españoles, y usada como regalo.

Algunos de los chachapoya continuaron viviendo en sus asentamientos originales, mientras


que otros fueron trasladados y dispersados a lo largo del Tawantinsuyu como mitmaqkuna para
vivir y servir en los tampus incaicos. La política inca de romper grupos étnicos sacando a la gente de
su tierra nativa para colocarla en otros lugares del Tawantinsuyu fue una práctica común que debió
ser difícil de aceptar. Hubo varias razones para el traslado obligatorio de la población y de los
Fig. 2. Congona, cerca de Leimebamba. Los asentamientos chachapoya se caracterizan por estructuras de
construcción similares y con símbolos comunes, como elaborados frisos en forma de rombos (Foto I. Schjellerup).

Fig. 3. Congona, cerca de Leimebamba. El muro muestra meandros, otro diseño común de los asentamientos
chachapoya (Foto: I. Schjellerup).
Fig. 4. Petaca, distrito de Chuquibamba. Cámaras
funerarias que parecen estar casi pegadas a la mon-
taña y solo pueden haber sido accesibles mediante
cuerdas y sogas (Foto: K. Muscutt).

Fig. 5. Papamarca es uno de los sitios más grandes de la cultura Chachapoya, con más de 400 estructuras.
Fig. 6. El centro administrativo incaico de Cochabamba, con mampostería en el estilo Cuzco imperial (Foto:
I. Schjellerup).

Fig. 7. El sitio de Inka Llacta, en plena ceja de selva, con mampostería de estilo Cuzco imperial. Quizás fue
construida como estación de caza para el Inca Huayna Capac (Foto: I. Schjellerup).
REFLEXIONES SOBRE LOS CHACHAPOYA EN EL CHINCHAYSUYU 53

Fig. 8. Cerámica inca provincial de la ceja de selva (Foto: I. Schjellerup).

mitmaqkuna, pero para el caso de los chachapoya, ellos sufrieron principalmente de desplazamiento
obligatorio debido a que eran rebeldes.

La documentación histórica sobre el traslado de 18 grupos de mitmaqkuna chachapoya


indica un sorprendente número de personas para una sola provincia (Schjellerup 1997) (Fig. 9). El
propósito, probablemente, radicó en la intención de destruir la etnia de los chachapoyas.

La transferencia obligatoria de mitmaqkuna afectó a los grupos étnicos conquistados


drásticamente como los chachapoya, que opusieron resistencia al Inca. Los pueblos deben haber
sido expulsados y la tierra debió haber sido abandonada por un cierto tiempo. Seguramente, las
familias habrían tenido dificultades al salir de su territorio de origen. Cabe preguntarse: ¿Qué clase
de ceremonias tuvieron que realizar para conseguir que sus pacarinas aceptasen que sean transferidos
a otro lugar?

Desafortunadamente, hasta el momento ningún estudio arqueológico sistemático ha abordado


la localización de los establecimientos de los mitmaqkuna de Chachapoyas para considerar y analizar
si se mantuvieron los estilos arquitectónicos locales y las tradiciones locales de cerámica.

Al contrario de lo que uno podría imaginar, las fuentes históricas hablan de relativamente pocos
mitmaqkuna de otras partes del Tawantinsuyu ubicados en la región de Chachapoyas. Cieza de
León señala que 200 chupachos de la región de Huánuco fueron transferidos a los guarniciones: «Y
porque del todo no estavan pacificas las provincias de la serranía confinantes a los chachapoya: los
54 INGE SCHJELLERUP

Fig. 9. Mapa de los grupos mitmaqkuna de los chachapoya en el Tawantinsuyu (Dib.: I. Schjellerup).

incas mandaron con ellas y con algunos Orejones del Cuzco hazer frontera y guarnición, para tenerlo
todo seguro y por esta causa tenían gran proveymiento de armas de todas las que ellos usan para
estar apercibides a lo que sucediese» (Cieza de León 1986 [1609]).

Otra medida fue escoger curacas menores para convertirlos en curacas principales y, de esta
manera, dividir las antiguas alianzas y los grupos de poder. Los elegidos eran premiados con mujeres y
ropas lujosas, para que se mantuvieran leales a los incas. Los incas introdujeron, además, tipos especiales
de cerámica que fueron usados con frecuencia en el complejo incaico de Cochabamba.
REFLEXIONES SOBRE LOS CHACHAPOYA EN EL CHINCHAYSUYU 55

En la política incaica, durante las campañas de conquista, las estructuras socioeconómicas


de los pueblos vencidos cambiaban radicalmente, con consecuencias fatales en los años siguientes.
Surge entonces un gran espectro de comportamientos agresivos como factor operante, por lo cual
se puede deducir que la guerra y los conflictos fueron reconocidos como estímulos importantes que
promovieron cambios en la sociedad. Por otro lado, eventualmente, algunos conflictos resolvieron
los problemas políticos internos, encontrando en los chachapoya a verdaderos guardianes de Huayna
Capac.

Los incas cubrieron la región con su cultura material y sus valores culturales, los que
influenciaron a los curacazgos conquistados y sometidos. La interacción con la población local creó
nuevas situaciones, las que propiciaron confrontaciones diarias en áreas donde los incas no eran
bienvenidos.

El ejemplo de Chachapoyas demuestra cómo la conquista de los incas afectó a la gente y al


paisaje con nueva arquitectura, la deforestación, la construcción de los andenes de piedra y la
introducción de nuevas cosechas. No fue una cuestión de un solo ataque y el sometimiento
intempestivo de la población. Los problemas con los incas continuaron hasta la invasión española
e incluso podría decirse que hasta hoy.

Debido a la creciente presión poblacional en esta región muchos campesinos buscan tierras
nuevas en los bosques y desforestan áreas grandes con el fin de destinarlas para las chacras y el
ganado. Los sitios incas son amenazados hoy por el ganado y por la tala de la vegetación. La
interacción entre las diversas culturas y los problemas del cambio cultural en situaciones de contacto
son temas primordiales no sólo en arqueología, sino problemas actuales que implican a la colectividad
de hoy. Cualquier situación de abuso formal del control, a veces elaborado sistemáticamente debido
a circunstancias múltiples del momento, habría dado a la población local potenciales respuestas
culturales a las cuales poder acogerse. Revelar estas respuestas culturales dentro de una perspectiva
diacrónica es el reto de las investigaciones arqueológicas.

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ADVENEDIZOS
BOLETÍN Y TRASPUESTOS:
DE ARQUEOLOGÍA PUCP, N.°LOS
6, MITMAQKUNA
2002, 57-78 O MITIMAES DE VILCASHUAMÁN... 57

ADVENEDIZOS Y TRASPUESTOS:
LOS MITMAQKUNA O MITIMAES DE
VILCASHUAMÁN EN SU TRÁNSITO DE
LOS TIEMPOS DEL INKA AL DE LOS
«SEÑORES DE LOS MARES»

Miriam Salas*

Resumen

En este artículo se presenta la forma cómo se produjo el primer contacto entre los españoles y los
habitantes de Vilcashuamán, su sometimiento por los hispanos y su rebeldía frente al sistema colonial implan-
tado por ellos. Así también, sus raíces andinas, su pasado de mitmaqkuna, la persistencia de sus costumbres
y creencias, y cómo la presencia del Inka de Vilcabamba y el movimiento del Taky Onqoy despertaron en ellos
su antigua conciencia, que los llevó a resistir y finalmente a pervivir pese a las terribles condiciones de vida
a las que fueron sometidos.

Abstract

INTERLOPERS AND TRANSPLANTEES:THE MITMAQKUNA OR MITIMAES OF VILCASHUAMAN


IN THEIR TRANSITION FROM THE TIME OF THE INKA TO THE «LORDS OF THE SEAS»

This article aims to present how the first contact between the spaniards and the people of Vilcashuaman,
their subjugation under the hispanic and their rebellion against the conolial system installed by them, came to
happen. Also, their andean roots, their past as mitmaqkuna, the persistence of their customs and beliefs, and
how the presence of the Inka of Vilcabamba and the Taky Onqoy awoke in them their ancestral conscience,
leading them to resist and finally survive, despite the terrible living conditions they suffered.

1. Introducción

A lo largo del presente trabajo, la autora intenta introducirse en el pasado de los hombres que
trabajaron en los obrajes fundados por los conquistadores españoles en la provincia de Vilcashuamán,
con el fin de presentar las razones históricas por las cuales sus habitantes originarios tuvieron un
comportamiento singular frente al nuevo poder instalado por los peninsulares en la zona.

El comportamiento perenne de los nativos frente a los españoles fue de rechazo. Su actuación,
en ese sentido, se produjo desde el primer momento en que los españoles pisaron el suelo en que
residían y se prolongó a lo largo del periodo colonial. En el contacto inaugural de esos dos mundos,
los nativos se presentaron a los conquistadores europeos con armas de guerra. Posteriormente, una
vez doblegado el territorio por los invasores, sus habitantes no perdieron la esperanza de que el
antiguo poder se reposicionase en la región y es así como urdieron su participación anónima en la
rebeldía de Manco Inka. De igual manera, se inscribieron en el movimiento del Taky Onqoy, de

* Pontificia Universidad Católica del Perú, Departamento de Humanidades. E-mail: masalas@pucp.edu.pe


58 MIRIAM SALAS

fachada y causas en apariencia religiosas (Salas 1979), y posteriormente propiciaron el cierre de


obrajes. Su acción para cumplir con el objetivo fue variada: quemaron obrajes y se negaron a trabajar
en los talleres por la fuerza. Además, se valieron de los mecanismos legales traídos por los españoles
para lograr el cierre de obrajes, el pago de sus salarios o un mejor trato. Se dirigieron a la máxima
autoridad virreinal y le pidieron a las visitas efectuadas a los obrajes en que laboraban y a órdenes
reales que dictaminasen su cierre, dejándolos inoperantes a fines del siglo XVI. La resistencia
indígena en Huamanga, de grandes asonadas y de silenciosas batallas, fue permanente. La fuerza de
sus reclamos, la altivez de sus autoridades y la contundencia de sus palabras lleva a preguntarse
sobre la naturaleza e historia de estos hombres que defendieron con su vida sus patrones ancestrales
de existencia y a sus dioses (Salas 1979: caps. 7, 8).

2. La historia de Huamanga

La historia de Huamanga es muy antigua. Sus raíces se encuentran más allá de los 13.000
años, cuando un grupo de hombres nómades primitivos buscó refugio en las cuevas de Paccaicasa
(Bonavia 1991: 89-90). A partir de entonces, la zona de Huamanga fue habitada por diversos grupos
sociales que, durante miles de años, lograron avanzar desde el primitivismo de la ocupación de
Paccaicasa hasta controlar un extenso territorio bajo la forma de un imperio.

Lumbreras señala que en Huamanga, entre los años 100 y 800 d.C., se perfiló una cultura
regional autónoma con los aportes de los huarpa y de los ayacucho (Lumbreras 1979: 133-137). La
región alcanzó su cima con los wari, gracias a las contribuciones que éstos recibieron de los nazca
y tiwanaku en tecnología hidráulica, textilería y alfarería. Además, los wari tomaron de los hombres
del altiplano sus creencias religiosas, en especial el «Dios de los dos báculos» de la Puerta del Sol,
y «…la leyenda de la “pacarina” (lugar de origen) altiplánica…» (Lumbreras 1979: 133-137), sin que
a lo largo de los años este espacio físico, ubicado en los Andes Centrales y sobre los 3000 metros
sobre el nivel del mar, dejase de acumular sacralidad con cada nuevo grupo humano.

No obstante, este territorio era pobre en recursos. Los valles encajonados por las montañas
eran muy pequeños y el agua no llegaba con facilidad a las pocas tierras que poseían. Los wari,
fortalecidos con los aportes recibidos y sus propios desarrollos, y con el propósito de subsanar las
carencias de su región, llegaron a conquistar un amplio territorio. En sus conquistas, para remediar
esta escasez de recursos, instalaron en cada valle sojuzgado ciudades a modo de «cabezas de
región». Estas eran planificadas, con extensas zonas destinadas a depósitos, plazas, barrios
residenciales y un sistema de protección militar (Lumbreras 1979: 139-140). Asimismo, diseñaron
caminos, formaron ejércitos compactos y extendieron sus dominios desde los actuales departamentos
de Lambayeque, por el norte, hasta Arequipa, por el sur. A los pueblos vencidos llevaron su lengua,
sus dioses y sus conocimientos tecnológicos, pero también les exigieron un tributo en alimentos y
otras especies. Del cumplimiento puntual de la recepción de este tributo se encargaron los
funcionarios que se enviaron desde Wari a cada región conquistada. Estos, una vez instalados en
las serranías huamanguinas, diseñaron toda su estrategia desde la ciudad-frontera que fundaron a
semejanza de la pétrea y bien delineada metrópoli que dejaban en el Cuzco. De los territorios que
conquistaron, no buscaron, como los mochica, extraer hombres que trabajen para ellos como esclavos
en sus fértiles tierras, pues la productividad de sus pobres suelos no aumentaría por la sola presencia
de más brazos. Por ello, diseñaron una estrategia tributaria en productos, que almacenaban en
grandes depósitos y que les permitieron vivir con holgura.

Pachacamac, por ejemplo, fue una de esas «cabezas de región» que llegó a convertirse en
un centro tan importante como su matriz. El culto a las huacas Pachacamac y Titicaca en la región
ayacuchana, anterior al arribo de los inkas, resulta imprescindible para comprender el Taky Onqoy,
movimiento de carácter religioso que se desató en la región durante la época hispánica y al que
estuvieron vinculados los nativos por razones de carácter religioso, pero también político, social y
económico (Salas 1979: cap. VIII).
ADVENEDIZOS Y TRASPUESTOS: LOS MITMAQKUNA O MITIMAES DE VILCASHUAMÁN... 59

Sin embargo, hacia el 800 d.C. los wari, en pleno apogeo, llegan a su ocaso, que se produce
cuando sus colonias crecen y buscan su independencia. En Huamanga, los chankas ocuparon su
lugar y continuaron adorando al «Dios de los dos báculos» (Salas 1998: cap. VIII).

Según Cieza de León, los aguerridos chankas atacaron el Cuzco en tiempos en que Wiraqocha
Inka, ya viejo y cansado, había delegado el trono en su hijo Urco. La inoperancia de éste en el
conflicto llevó a su hermano Cusi Yupanqui al frente (Cieza de León 1968 [1551]: tomo II, 130), el cual
logró vencer a los intrusos mediante la ayuda divina del dios Sol. Según Pease, los cronistas Santa
Cruz Pachacuti y Cobo recogen el relato de cómo Cusi Yupanqui recibe la ayuda divina que lo insta
a continuar la lucha y que a través de un «espejo» le señaló el extenso territorio sobre el cual se
impondría el poder del Cuzco. Cusi Yupanqui retomó la lucha e invocando la ayuda divina logró que
las piedras se transformen en soldados invencibles (Pease 1978: 71). El príncipe, triunfador, se
transformó en Pachacutec Inka Yupanqui (Cieza de León 1968 [1551]: tomo II, 130).

El nuevo Inka, terminado el suceso, primero consolidó su poder en el Cuzco y luego con-
quistó a los vilcas en el valle del río Pampas y a los soras más al sur (Cieza de León 1968 [1551]: tomo
II: 130-131). Posteriormente, para asegurar su triunfo sobre la zona, edificó la ciudadela inkaica de
Vilcashuamán en el territorio chanka (Cieza de León 1968 [1551]: tomo II: 132). Estudios arqueológi-
cos también demuestran este hecho (Gonzalez Carré 1981: 36, cf. este número). La ciudad, como
cabeza de provincia, se constituyó en un importante muro de contención de posibles alzamientos
chankas o wankas. Sobre este suceso, Pedro de Carvajal escribió en 1586: «Es cabeza desta provin-
cia el dicho asiento de Vilcas, y asimismo lo fue en el tiempo de los Inkas, señores que fueron deste
reino, lo gobernaron, porque era ciudad y frontera , donde tenían treinta mil indios de guarnición…»
(Carvajal 1881 [1586]: 146; Salas 1979: cap. I).

Huamanga y Pomacocha fueron centros urbanos levantados por los inkas dentro del circui-
to de Vilcashuamán con el propósito de completar la cadena de vigilancia. Pomacocha está ubicado
muy cerca a Vilcashuamán y hoy luce como un verdadero paraíso perdido entre las montañas. Los
inkas construyeron allí una laguna artificial y numerosas estructuras de piedra de gran envergadura
que se mantienen hasta el presente. Por las evidencias arqueológicas encontradas, el lugar funcionó
como santuario religioso, así como centro de residencia y recreo de la nobleza inkaica. En las riberas
occidentales de la laguna hay un complejo arqueológico importante conformado por el llamado
«torreón», el Intihuatana (reloj solar), los Baños del Inka, la Piedra del sacrificio y el Palacio de las
aqllas (doncellas) (Velapatiño 1999: 62).

3. El centro inka de Vilcashuamán, Huamanga y los mitmaqkuna

Sobre todos los conjuntos mencionados se afirmó la ciudad-fortaleza y santuario de


Vilcashuamán. Según Carvajal, el complejo quedó enclavado mirando al Cuzco, en una elevada
meseta que domina a las más altas cumbres de los Andes. Con piedras del Cuzco y de Quito, que los
inkas «para demostrar su valor y grandeza» hicieron llevar hasta allí, se levantaron ciclópeos tem-
plos, palacios y portadas que inertes y en silencio aún permanecen de pie. En el lugar se aprecian los
vestigios de los templos donde se rendía culto «al sol de oro labrado y a la luna grande de plata», el
gran torreón al que se ascendía por una enorme escalera de 30 peldaños de piedra, la gran mesa para
el sacrificio de criaturas «muy limpias», sin mancha ni lunar, y «muy hermosas y escogidas», los
muros monumentales del convento de las vírgenes dedicadas al Sol y a la residencia de otras donce-
llas destinadas al regalo del Inka, y, «entre piedras y herbazales sobresalir angostas cañerías de
piedra…» (Carbajal 1881 [1586]: 218-219; Vivanco 1947; Salas 1998: tomo I, 32).

Entre las construcciones destacaba la gran pirámide. Unica en su género, se la conocía


como el ushnu, en cuya cumbre se colocó un asiento doble cubierto con planchas de oro desde
donde el Inka y su colla debían presidir suntuosas ceremonias (Vivanco 1947; Salas 1998: tomo I, 32;
60 MIRIAM SALAS

Velapatiño 1999: 63). Además, se les sobrepuso a sus antiguos dioses al Sol y a la Luna. Una vez
más, como en anteriores oportunidades, al lado de estos dioses —que fueron tomados como emble-
mas de la elite recientemente instalada en la zona— se continuó adorando, paralelamente, a los
cerros o wamanis, a las cuevas, lagunas, mallquis, al «Dios de los dos báculos» y a la pacarina
Titicaca. Se reconoció la diversidad de cultos, creencias, prácticas y las particularidades de los
dioses. La religión fue un vehículo importante para legitimar instituciones y nuevas relaciones en el
sistema de poder. Los intercambios de dioses, bienes y mujeres formaban parte de las alianzas de
carácter político que debían ser sancionadas por los dioses. La cristalización de un nuevo grupo de
poder se justificaba en razón del orden cósmico y la voluntad divina, desde el momento en que la
religiosidad englobaba la cotidianidad del individuo, expresiones de sacralidad que hasta el presen-
te el visitante percibe.

Con el objetivo de mantener su conquista y lograr su colonización, las cuencas de los ríos
Pampas y Huarpa —ubicadas debajo de los 3500 metros sobre el nivel del mar— fueron convertidas
por los inkas en el hogar de cientos de mitimaes procedentes de regiones apartadas y diversas como
Quito, Cajamarca, Cuzco y la costa central y sur. De acuerdo a un padrón de tributarios de la provin-
cia de Vilcashuamán se sabe que en la provincia de Vilcashuamán quedaron asentados, entre otros,
los chillques, condes, pabres, yauyos, guandos, xauxas, wankas, guaucas, chocorbos, quichuas,
quillas, aymaraes, guachos, quispillactas, cañaris, quitos y quispillasacmarca, a los que se sumaron
los originarios tanquiguas y los chankas (Salas 1998: tomo I, 33; Fig. 1).

La multiplicidad del origen de estos hombres quedaba evidenciada para el viajero por la
variedad de llautos o pillos que llevaban sobre sus cabezas. Los turbantes, fabricados con cordo-
nes o cintas anchas que les daban varias vueltas a la cabeza, diferenciaban a cada cual por los
colores representativos de su provincia. Pedro Carvajal, al respecto, dijo hace más de 400 años:
«Todos estos indios desta provincia son advenedizos y traspuestos por el Inga del Cuzco; esceto
los indios del curato de guambalpa, guaras, cocha y guamanmarca, questos son tanquiguas, natura-
les desta provincia de Vilcas» (Carvajal 1881 [1586]: 168, 178; Salas 1979: 27; 1998: tomo I, 33).

A los mitimaes se les exigía velar por los intereses militares, económicos y políticos del
Estado Inkaico, a través del desempeño de una variada gama de cargos y funciones, que iban desde
gobernador de la provincia, pasando por el sacerdocio, a la de agricultores y artesanos; además
debían de cuidar en su diario discurrir de inculcar en los nativos las creencias, artes, usos y costum-
bres de los cuzqueños. Damián de la Bandera y Carvajal señalan que en la provincia había un
gobernador «capitán del Inca», al que llamaban tucuyrico, que quiere decir «el que todo lo mira», y
quien gobernaba las 50 leguas que iban de Uramarca hasta Acos (Carvajal 1881 [1586]: 207; De la
Bandera 1968 [1557]: tomo II, 178; Salas 1998: tomo I, 33).

En Vilcashuamán, la difusión de la religión estatal inkaica fue profusa. Los templos levanta-
dos en la ciudad lo evidencian y, en este aspecto, la colonización inkaica tuvo éxito por el respeto a
sus tradicionales principios de reciprocidad, redistribución y control vertical de la tierra. Damián de
la Bandera, en 1557, creía que el modelo de colonización de los inkas, pese a estar orientado hacia los
intereses del inkario, contrastaría enormemente con el asumido por los europeos (De la Bandera 1968
[1557]: tomo II, 501).

Vilcashuamán, como ciudadela inkaica, ejerció su influencia sobre vastas punas habitadas
por los angaraes, chocorbos, lucanas y soras; en esos páramos que nacían en Huancavelica y
llegaban hasta Parinacochas, los nativos criaban auquénidos, y se limitaron al cultivo de especies
vegetales de gran altura, como papas, mashua y ollucos (Toledo 1975: 260-271). En el área nuclear de
Vilcashuamán, las quebradas de la cuenca del río Pampas, desde su nacimiento en la laguna de
Choclococha hasta el Apurímac y el encuentro de éste con el Mantaro, no dibujaban ningún valle
Corregimientos
Zona de orígen del Taki Onqoy
1: Huanta
2: Vilcas
Zona comprometida
3: Angaraes
4: Lucanas
Zona periférica
5: Andahuaylas
6: Parinacochas Límite de obispado
7: Condesuyos (del
Límite de provincia
Cuzco-Chumbivilcas)
8: Condesuyos de Límite de corregimiento
Arequipa
ADVENEDIZOS Y TRASPUESTOS: LOS MITMAQKUNA O MITIMAES DE VILCASHUAMÁN...
61

Fig. 1. Area de extensión del Taky Onqoy en el siglo XVI (de Millones [ed.] 1990: 18).
62 MIRIAM SALAS

amplio (Urrutia 1985: 18). Sin embargo, pese a la escasez de áreas cultivables, que llevó al visitador
Carvajal a calificar a los pueblos de Vilcashuamán como «...ásperos y por las espaldas tienen mu-
chos cerros», la benignidad del clima propiciaba la crianza, aunque limitada, de auquénidos y la
producción de maíz, papas, ocas, ollucos, quinua, porotos, zapallo y ají (Carvajal 1881 [1586]: 146-
168; Salas 1979: cap. I). Además, la hoja de coca se recogía en los valles bajos y calientes del oriente,
que en el periodo colonial se conocieron como los Andes, y ahora en las provincias de Huanta y La
Mar (Rivera 1881 [1586]: tomo I, 130).

Los mitmaqkuna de Vilcashuamán, que ocuparon por su misión una de las jerarquías más
altas de la sociedad inkaica, al producirse la conquista española no se aliaron a los invasores ni se
pusieron a su servicio. A diferencia de las etnias de la costa norte del Perú, los mitmaqkuna de
Vilcashuamán rechazaron desde un inicio la presencia de los españoles. Lejos de aliarse a los intru-
sos o de ponerse a su servicio, se les enfrentaron. Según Pedro Pizarro, les salieron al frente,
enfrentándoseles desde el primer momento en que tocaron la cabeza de la provincia inkaica que ellos
habitaban: «Pues partidos de xauxa para el Cuzco, como tengo dicho, yendo adelante, fuimos cami-
nando, y en Vilcas al Soto le salieron cierta gente de guerra, y en una cuesta arriba que se sube para
entrar a Vilcas, y allí tuvieron un reencuentro, y los españoles desbarataron a los indios…» (Pizarro
1968 [1571]: tomo I, 490; Salas 1968: tomo I, 34).

4. La Conquista y el periodo colonial

Francisco Pizarro fundó en Quinua, el 29 de enero de 1539, la ciudad de San Juan de la


Frontera de Huamanga. Posteriormente, por una orden suya, su asiento definitivo fue trasladado a
Pucaray por Vasco de Guevara, el 25 de abril de 1540 (Rivera 1966 [1539-1547]: 28-29). El nombre de
San Juan de la Frontera de Huamanga obedeció a la dificultad que tuvieron los españoles para ganar
la zona y a la presencia del «Inka rebelde» en Vilcabamba, zona de la ceja de selva de la ciudad.

En efecto, Manco Inka, «el Inka rebelde», a quien Pizarro había nombrado sucesor títere de
Túpac Hualpa, tuvo, desde 1536, una actitud contraria al ejercicio de un gobierno aparente y, al igual
que su antecesor, que había sido asesinado por personas leales al inkario, se refugió en la espesura
de la ceja de selva en la frontera con Huamanga.

La ciudad de Huamanga fue fundada por los conquistadores españoles sobre la base social
y económica dejada por los mitmaqkuna inkaicos. El cabildo, como ya se ha demostrado, concentró
el poder local en sus manos y se encargó de su gobierno en lo político, social, económico, militar y
aún religioso. Sin embargo, como institución rectora tuvo jurisdicción sobre un amplísimo territorio.
No comprendía sólo el casco urbano, como una ciudad moderna, sino que además incluía todo el
ámbito rural que la rodeaba (Salas 1998: tomo I, 34-36, 40-50). La jurisdicción de la ciudad de Huamanga
se extendía sobre los actuales departamentos de Ayacucho, Huancavelica y parte de la actual Apurímac;
es decir, sobre el área que comprendía la jurisdicción de las encomiendas de sus vecinos
encomenderos (Salas 1998: tomo I, 35, 41).

Huamanga ejerció su poder sobre una amplia circunscripción que abarcó los territorios
ubicados en la unión del río Mantaro con el Huarpa por el norte, hasta las punas al sur de Lucanas,
y parte de la zona cálida de Andahuaylas hacia el este (Salas 1998: tomo I, 35). Por razones adminis-
trativas el territorio se dividió luego de la visita de Toledo en cinco provincias, las que estuvieron
bajo la tutela de un corregidor. Esto sirvió para que más tarde se conocieran como corregimientos.
Las provincias o corregimientos de Lucanas, Angaraes, Chocorbos, Azángaro, Huanta y
Vilcashuamán, con sus respectivos repartimientos de indios, quedaron sujetos a la autoridad del
cabildo de la ciudad de Huamanga (Salas 1998: tomo I, 35). Económicamente, el espacio físico de la
región quedó dividido en diferentes áreas de especialización. Vilcashuamán fue una zona eminente-
mente textil: allí se instalaron los obrajes de Canaria y Cacamarca en los años sesenta del siglo XVI,
ADVENEDIZOS Y TRASPUESTOS: LOS MITMAQKUNA O MITIMAES DE VILCASHUAMÁN... 63

a los que más tarde se sumaron los de Chincheros —que reemplazó al de Canaria— y Pomacocha. Al
noroeste de la región, en Huancavelica y Castrovirreyna, se descubrieron importantes minas de
mercurio y plata, respectivamente.

Todas las autoridades del cabildo eran encomenderos. Su participación en la conquista del
territorio, al lado del que tuviera el poder, los hizo merecedores de una encomienda de indios, la
misma que se convirtió en esa época en emblema de prestigio social (Salas 1979: cap. II; 1998: tomo I,
40-44).

Los vecinos encomenderos que gobernaron la joven ciudad-región de Huamanga alcanza-


ron gran prestigio y riqueza gracias al control que ejercieron sobre tierras, minas, hombres y el
movimiento mercantil de la ciudad desde el cabildo. Los componentes del grupo de elite, afirmado en
el cabildo, tendieron a constituir empresas de diferente orden: agrícolas, ganaderas, mineras, manu-
factureras y mercantiles que los encomenderos lograron montar gracias a las mercedes de tierras que
les fueron encomendadas por su institución y el trabajo de los indios encomendados (Salas 1979:
cap. II).

En Vilcashuamán, los encomenderos fundaron obrajes tanto para producir telas destinadas
a las minas y a la ciudad-eje regional, como para hacer rentable la tierra yerma. Inicialmente, la
política de la Corona favoreció la iniciativa (Salas 1998: tomo I, cap. IV). A partir de la década de los
setenta del siglo XVI, Vilcashuamán se convirtió en la región manufacturera por excelencia, no
porque le sobrase lana, sino porque no tenía mayores recursos económicos y sus habitantes eran
excelentes tejedores. Antonio de Oré fundó el obraje de Canaria, el mismo que a fines del siglo
refundaría en Chincheros para burlar una deuda que acumuló en el primero, mientras que Hernán
Guillén de Mendoza, encomendero de los tanquiguas, creó el obraje de Cacamarca.

De las cinco provincias huamanguinas existentes en el virreino del Perú, Vilcashuamán era
la obrajera. Cuando los «señores del otro lado de los mares» llegaron, estaba habitada por diversos
grupos étnicos «transpuestos por el inga» de diferentes y remotos lugares. Los mitmaqkuna inkaicos
—que, en nombre del estado que representaban se enseñoreaban en estas tierras que antes fueron
de los wari y más tarde de los chankas— con la presencia de los españoles cayeron en la repartija
conquistadora y quedaron circunscritos al poder de los encomenderos bajo la forma de reparto
(Salas 1979: cap. I).

5. Los habitantes de Vilcashuamán y los obrajes coloniales

Los hombres de Vilcashuamán fueron vistos por Pedro de Carvajal en el siglo XVI como
gente de mediana estatura, con rostros y facciones muy semejantes a las de los españoles, aunque
de diferente color (Carvajal 1881 [1586]; Salas 1998: tomo I, 362). Su vestimenta, que aún era la
prehispánica, en el caso de los hombres incluía el uncu, que era una camiseta de lana «de la tierra»
o de algodón que les llegaba hasta las rodillas. Sobre esa prenda llevaban la yacolla (manta cuadrada),
que les caía de los hombros hasta las espinillas; sin embargo, lo que más sobresalía en la figura de
los nativos del lugar eran los llautus o pillos, especie de cintas anchas de diferentes colores con
que se envolvían la cabeza para indicar su lugar de origen. Además, sus pies los calzaban con
zapatos hechos de cuero de llama con pasadores de lana negra (Salas 1998: tomo I, 362).

Las mujeres, por su parte, usaban el acsu, tipo de túnica que iba de los hombros al empeine,
asegurada a la altura de la clavícula por topos, (alfileres de plata) y fajada a la cintura con un chumpi.
Sobre ella se colocaban la lliclla (manta), que les cubría desde la espalda de los hombros a la parte
posterior de las rodillas y en la cabeza lucían una huincha, siendo sus zapatos iguales a los de los
hombres (Salas 1998: tomo I, 362).
64 MIRIAM SALAS

Encomienda Encomendero Tributarios Tasa (pesos)

Hanan Chillques Gerónimo de Oré 778 3088

Pabres y wankas Garci Diez de San Miguel 583 2312

Urin chillques Diego de Romaní 605 2400

Quichuas, cañares, Juan de Mañueco 1383


aymaraes y yungas

Tanquiguas Hernán Guillén 745 2958

Condes y yungas Juan Palomino 600

Cavinas Pedro de Rivera 323

Totos, Putica, 200


Pomebamba y Calcabamba

Habitantes de San Cristóbal Lezaña

Chúcaras de Vilcamcho Sancho Cárdenas 132

Tabla 1. Grupos étnicos, encomiendas, encomenderos, número de tributarios y tasa, Huamanga, 1580 (BN
A336 Libro de Cabildo de Huamanga, 1568-1570; Toledo 1975; Torres Saldamando 1967: 53; Salas 1979:
50).

En Vilcashuamán, hacia 1576, en tiempos de Hernán López —su primer corregidor, enviado
por Toledo—, ya se había configurado el número de repartimientos, propietarios, indios tributarios,
tasa global anual y la tasa individual ascendente a cuatro pesos al año por tributario (Tabla 1). De
estos grupos humanos, que en tributarios sumaban 4766, sólo los tanquiguas, hanan chillques, urin
chillques, pabres, yungas y condes estuvieron ligados a la labor de los obrajes de Canaria (que
luego se llamó Chincheros), Pomacocha y Cacamarca que se instalaron en la región. A excepción de
los tanquiguas, que eran oriundos de la zona, todos los demás grupos étnicos fueron traídos a
Vilcashuamán por los inkas de sus lugares de origen cuando esta región, luego de la derrota de los
chankas, se erigió como cabeza de provincia inkaica (Salas 1979: 15-28).

Los chillques y los pabres llegaron del Cuzco; los yungas de la costa; y, los condes del
Condesuyu. De allí que en Vilcashuamán, a la llegada de los españoles, según Pedro de Carvajal,
«...se hablase […] la lengua general que llaman quichua, la cual les mandó hablar el inga Guaynacapac
a todos los indios de este reino; aunque entre ellos hay otras diferencias de lenguas, traídas de
donde tuvieron su principio y origen»; afirmando más adelante: «...hablan los naturales de ellos la
lengua quichua y aymara» (Carvajal 1881 [1586]: tomo I, 159). Los únicos que hablaban quechua,
según Carvajal, eran los condes, quienes curiosamente, fueron los que mejor lograron pervivir en el
mundo colonial.

Los chillques, sujetos al obraje de Canaria primero y al de Chincheros después, eran dueños
de un pasado señorial. Los chillques eran aimarahablantes, lengua que, según Ludovico Bertonio,
en su Vocabulario de la lengua aymara, se hablaba en la región del Collao, al norte entre los canas
y canchis y hacia el occidente entre los collanas y los ubinas (Bertonio 1956 [1612]: 20, citado en
Salas 1979: 20-22). «Chillque» en aimara significa ‘paso con que miden’; su verbo es chillquellatha,
que se traduce como ‘la acción de medir’ (Bertonio 1956 [1612]: 20, citado en Salas 1979: 20-22). En
sus inicios, los chillques, como oriundos del Collao y adoradores de la huaca Titicaca, habrían
pasado al Cuzco, siendo vencidos y desplazados a los alrededores de la ciudad por los fundadores
del Imperio Inkaico. Luego constituyeron una clase aliada al estado que, según la división tripartita
ADVENEDIZOS Y TRASPUESTOS: LOS MITMAQKUNA O MITIMAES DE VILCASHUAMÁN... 65

del parentesco inkaico presentada por Zuidema, habría pertenecido al ceque Cayao. Este ceque era
considerado como una población exterior al ceque Collana, fundador del Cuzco y detentador de la
posición hanan, y a los payan, población campesina, parientes secundarios de los collana y ubica-
dos en el hurinsaya (citado por Salas 1979: 20).

Con la expansión y la consolidación del Imperio Inkaico un grupo de chillques fue enviado
como mitmaqkuna a la provincia de Vilcashuamán, cuando ésta fue asimilada al Cuzco, y otros al
Contisuyo (Salas 1979: 19-21). Su situación se derivaba, según Cristóbal de Molina, «El Chileno», de
su desventajosa participación en la fundación del Cuzco:

«…su principio y origen no se puede saber ni su fundación; porque los naturales de alla carecen de
letras […] lo que entre los naturales de ella se trata comúnmente es que en este asiento del Cuzco,
muy antiguamente habían dos maneras de orejones, por que traen las orejas horadadas y meten
dentro de ellas unas ruedas hechas de juncos anchos con que se acrecientan las orejas tan anchas
como una gran rosca de naranja. Los señores y principales traían roscas de oro fino en las orejas,
los unos de estos orejones eran trasquilados y los otros con cabellos largos que se llaman hoy día
chillques; éstos pelearon unos con otros y los trasquilados sujetaron a los otros, en tal manera que
jamás alzaron cabeza no habitaron por vecinos de la ciudad del Cuzco; y así hay hoy día pueblos de
ellos que por las comarcas de la tierra del Cuzco; más vivir sino solamente la gente común de ellas
para servir en lo que mandasen» (Molina 1968 [1553]: tomo II, 365, citado en Salas 1979: 19; Salas
1998: tomo I, 352).

Los chillques y el resto de mitmaqkuna asentados en Vilcashuamán eran aliados incondi-


cionales de los inkas. Su lealtad hacia ellos los llevó a enfrentarse a los españoles desde el primer
momento en que, de paso para el Cuzco, tocaron su territorio. No obstante, al consolidarse la
conquista de los peninsulares, los mitmaqkuna, lejos de regresar a su lugar de origen, permanecie-
ron en la zona, obligados por la pérdida de vigencia de los vínculos de parentesco con sus etnias de
origen que su prolongado alejamiento y las funciones cumplidas en Vilcashuamán para el Estado
Inkaico les habían impuesto (ibid.).

Con la invasión ibérica, el grupo étnico de los chillques, que era mayoritario de la zona, fue
dividido en dos repartimientos: los hanan y urin chillques, que ya no funcionarían como una misma
etnia. Los conquistadores trastocaron su organización bipartita transformándolos en dos
repartimientos, con núcleos de asentamiento monoétnicos y con colonias periféricas biétnicas,
aunque, según Carvajal: «después de la dicha reducción y verse los inconvenientes que hay en
haber mudado a diferentes temples y sitios mal sanos y lejos de sus sementeras se han vuelto a
poblar a donde antes estaban y a otras partes con licencia de los gobernadores y parecer de los
corregidores» (Carvajal 1881 [1586]: 184-185; Salas 1979: 26; 1998: tomo I, 356). Los hanan y urin
chillques fueron considerados por los españoles como repartimientos separados, con autoridades
independientes, pertenecientes a personas diferentes y que se manejaban de acuerdo a distintos
intereses, teniendo los nativos que moverse de acuerdo a ello, aun cuando la comunicación persis-
tió entre ellos (Salas 1979: 22 y ss.).

Los 776 pueblos existentes de la provincia de Vilcashuamán se redujeron a 252 caseríos que
congregaban etnias no siempre con lazos de parentesco compartidos. A unos se les alejó de sus
tierras y a otros se les exigió compartir las propias con los recién llegados, quebrándose la organiza-
ción interna de las comunidades. Este proceso, entre otros factores, propició la despoblación de la
provincia. Del mismo modo, los obrajes que en un primer momento se fundaron en los núcleos
poblacionales de las encomiendas, se trasladaron a zonas despobladas o pertenecientes a otras
etnias cuando este tipo de fundación se prohibió. Esto dio origen a nuevos asentamientos humanos
hacia donde se movilizó a la población, que estaba obligada a servirlos.
66 MIRIAM SALAS

La ocupación del suelo fue explosiva y fragmentada, debido tanto a la persistencia en el


seguimiento de su tradicional patrón de asentamiento, por las reducciones y la estrechez marcada
por el suelo como por la fundación de obrajes, minas y otras empresas a las que los indios acudían.
Hacia 1600, tanto los hanan y urin chillques, condes y pabres, relacionados con los obrajes de
Huamanga, como los demás grupos étnicos de la zona, vivían repartidos en varios pueblos. Uno
actuaba como cabecera y en él vivían los miembros de una sola etnia, mientras que el resto de
pueblos se comportaba como colonias periféricas biétnicas o multiétnicas. Por ejemplo, los hanan y
urin chillques vivían en los pueblos vilcashuamanguinos de Canaria, Colca, Cayara y Huancapi, y en
Sancos, Ayancas y Huaucas en Lucanas. Entre ellos, los pueblos de Colca y Canaria actuarían como
núcleos de asentamiento de los urin y hanan chillques respectivamente, mientras que en el resto de
esos poblados vivían hanan y urin chillques compartiendo el mismo habitat. Además, ambos grupos
convivían en Cayara con los pabres y los condes, y los urin chillques intentaban tener acceso a
Pacomarca (Salas 1979; 1998: tomo I, 351-362).

Por otro lado, hacia el siglo XVIII, este último grupo ocupó también, según un padrón de
tributarios, el pueblo de Apongo en exclusividad, al mismo tiempo que comenzó a vivir en Putica
—que era de Cañaris— con los hanan chillques y en el pueblo de Huancaraylla con los pabres. Todo
esto implica que si bien durante la Colonia los nativos muchas veces fueron arrojados de sus tierras
por los españoles, por diferentes mecanismos lograron liberarse del férreo control y acceder o
colonizar nuevas zonas (Salas 1998: tomo I, 354).

Esta explosiva y fragmentada ocupación del territorio obedece a que la topografía de los
pueblos de Colca, Huancapi y Cayara, ubicados en la región quechua —con una altitud que oscila
entre los 2972 y 3000 metros sobre el nivel del mar— según el corregidor Carvajal era «…áspera y por
las espaldas tienen muchos cerros» (citado por Salas 1998: tomo I, 354-355). En el siglo XVI, Damián
de la Bandera consideró, al igual que Carvajal que: «Los pueblos no son mayores conformes al agua
y tierra del sitio, y en muchos de ellos no podrían vivir diez indios más de los que viven por falta de
agua y tierra» (De la Bandera 1881 [1557]: tomo I, 96). Por ello, la mayoría de los hombres que acudían
a los obrajes de la región vivían en pueblos situados en quebradas, rodeados por cerros, con poco
espacio para el cultivo y difícil acceso al agua, y con terrenos consecuentemente poco fértiles, lo
que los obligó a buscar más tierras tanto en un mismo piso ecológico como en otros (Salas 1998:
tomo I, 355).

A fines del siglo XV, las autoridades principales del pueblo de Canaria eran hanan chillques,
mientras que las de Colca eran urin chillques. El kuraka gobernador del pueblo de Canaria y del
repartimiento de los hanan chillques era Juan Choquecagua Tuiro; su segunda persona, Alonso
Guamani y Nova; caciques cobradores de la tasa, Anton Guamani y Francisco Aymi; kuraka del ayllu
Tiatiatauña, Tomás Gualpa Zacaco y del ayllu Hanan Curma, Martín Atoc. El kuraka principal del
repartimiento de los urin chillques, residente en el pueblo de Colca, era Tomás Gualpa Tuiro; la
segunda persona Luis Caquia Vilca, y otras autoridades eran los kurakas de ayllus, Vicente Gualpa
Tuiro y Alonso Choque Guamán (Salas 1979: 22; 1998: tomo I, 355).

El pueblo de Cayara está representado indistintamente por los kurakas Francisco Yapataymi
y Alonso Gualpa Usca. Este último era hanan chillque, ¿sería el primero urin chillque? Al pueblo de
Huancapi, hanan y hurin chillque, lo representaban don Andrés Tauña, hanan chillque, y don Alonso
Chira Gualpa, del que se desconoce su procedencia hanan o hurin, aunque es visible que estos
pueblos mixtos estaban gobernados por autoridades hanan (Salas 1979: 25).

Cada comunidad estaba formada por innumerables ayllus y cada uno tenía su kuraka de
ayllu. En el pueblo de Canaria se han encontrado 12 ayllus hanan chillques, a saber: Cangalpata,
Cvhurayca, Tiatiatauña, Hanan Curma, Hurin Curma, Tauña, Auquipaja, Raura, Guaigua, Tauca,
Paiva y Yautara. De éstos están presentes nuevamente en el pueblo de Cayara los ayllus Tauca,

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ADVENEDIZOS Y TRASPUESTOS: LOS MITMAQKUNA O MITIMAES DE VILCASHUAMÁN... 67

Tauña, Raura, Hurin Curma, Yautara, Guaigua y Cangalpata, y en el de Huancapi los ayllus Churayca,
Hurin Curma, Tauña y Guaigua, todo ello en la época que se realizó la visita (AGN RA CC (1602): leg.
6, cuad. 19; cf. también BN B1485, Visita al obraje de Chincheros…, en Salas 1976: tomo II, trans-
cripción del documento; Salas 1979: 25-26).

Sobre los mitmaqkuna pabres o papres se puede decir que éstos eran quechuahablantes. El
término «papre» no aparece en el diccionario aimara, sino en el quechua, y significa ‘derrumbadero’
(Valcárcel 1946: 565; Salas 1979: 26-27). A los papres se les encuentra en los alrededores del Cuzco,
y, al igual que los chillques, habrían pasado a Vilcashuamán en el momento en que los inkas funda-
ron la ciudad (Vásquez de Espinoza 1948 [1629]: 600; Salas 1998: tomo I, 356).

A diferencia de los chillques, a los pabres no se les dividió en la época hispánica, sino que
se les juntó con un pequeño grupo de indios wankas. Los pabres, en mayoría, asumieron la
representatividad del repartimiento frente a los wankas, excedentes del grupo wanka que en 1604
estaba encomendado a Antonio de Barrientos (Salas 1998: tomo I, 357). Los pabres, que en un inicio
habían sido de propiedad de Vasco Sánchez de Ulloa y luego estuvieron bajo el poder de Garci Diez
de San Miguel, hacia 1600 ya habían pasado a manos de Juan de San Miguel (Salas 1979: 26-27; 1998:
tomo I, 357).

En los albores del siglo XVII, los pabres poblaban los pueblos de Hualla, Tiquigua, Mayo-
bamba («…sujetos al gobierno de gualla») y Cayara, donde compartían su hábitat con los condes y
con los hanan y hurin chillques. Pero la fisonomía del pueblo de los pabres, que era la misma que de
los demás pueblos de la provincia, los obligó a acceder a tierras en Chincheros. Estas tierras fueron
ardorosamente defendidas a través de sus kurakas desde un inicio, logrando conservarlas, como se
demuestra claramente a través de la Visita al obraje de Chincheros (Salas 1976: tomo II; 1979: 26-
27; 1998: tomo I, 37), cuando en el siglo XVI los operarios hanan chillques fueron trasladados allí
por su encomendero Antonio de Oré para que laboren en su refundado obraje de Chincheros. En
el siglo XVIII, los pabres estaban distribuidos allí en dos barrios: Chincheros de Arriba y Chincheros
de Abajo, y si bien en el siglo XVIII los hanan chillques ya no conservaban tierras en el sitio,
compartían al lado de los pabres las tierras de Huancaraylla y Putica (Salas 1998: tomo I, 357). Los
pabres, además, dominaban en exclusividad el pueblo de Santiago de Aiquehua, con lo cual
queda establecido que en Vilcashuamán el orden prehispánico de núcleos monoétnicos y colo-
nias periféricas multiétnicas quedaría sólo parcialmente roto bajo la tutela de España (Salas
1998: tomo I, 357). La topografía de la zona impedía la expansión geográfica de los poblados,
permitiéndosele a cada unidad étnica su expansión hacia áreas periféricas para mantener o crear
nuevos asentamientos, en especial cuando los que eran suyos habían sido tomados por los españo-
les (Salas 1998: tomo I, 357).

La importancia de los grupos quechuahablantes es grande. Los pabres no querían compartir


su hábitat en Chincheros porque el lugar era considerado sagrado por excelencia por los habitantes
del lugar. Allí se descubrió una importante huaca en los tiempos del Taky Onqoy, la misma que fue
destruida por los españoles (Salas 1998: cap. VIII).

Si se observa el mapa de la Fig. 2 se verá claramente cómo los grupos quechuahablantes en


la zona ocupaban el perímetro limítrofe y que estaban colocados mirando a la zona hacia donde
quedaron reducidos los chankas luego de la presencia inka en Vilcashuamán, ubicada al otro lado
del río Pampas. Otra característica que se puede señalar es que estos pueblos son monoétnicos,
biétnicos o cuatriétnicos, y en ellos cada grupo ocupaba una parte del pueblo y de las tierras
circundantes.

La diferencia dentro de este conglomerado la marcaban los tanquiguas, debido a que, como
encomendados a Hernán Guillén de Mendoza, hicieron de Cacamarca un obraje. Estos antiguos

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68 MIRIAM SALAS

Grupos étnicos mitimaes originarios


Hanan chillques Tanquiguas
Urin chillques
Pabres Obrajes
Condes
Pueblos

Fig. 2. Relación geográfica de los obrajes de Chincheros, Cacamarca, Pomacocha y de las etnias huamanguinas
que los servían (de Salas 1998: tomo I, 354).
ADVENEDIZOS Y TRASPUESTOS: LOS MITMAQKUNA O MITIMAES DE VILCASHUAMÁN... 69

asistentes a ese obraje, a diferencia de los mitmaqkuna vilcashuamanguinos, eran oriundos del
lugar y en el siglo XVI habían dominado los territorios de Guambalpa, Guamanmarca, Guarcas y
Cochas, al este del río Pampas. Los tanquiguas, encomendados por el marqués de Cañete a Hernán
Guillén de Mendoza, fueron obligados por su señor a trabajar en todas sus empresas y en sus
obrajes de Vilcas y Cacamarca, distantes varias leguas de sus pueblos. Estas exigencias, unidas a su
asistencia a Huancavelica, los extenuaron poblacionalmente. En los años setenta del siglo XVI, los
tanquiguas contabilizaban 745 tributarios, mientras que en las primeras décadas del siglo XVII los
padrones de tributarios los dejan de registrar (Salas 1998: tomo I, 358).

La presencia inka en la zona marcó el aislamiento y control de los tanquiguas por los
mitmaqkuna inkaicos implantados en la región. Frente a los españoles, esta etnia tuvo que soportar
un segundo revés que acentuó su aislamiento étnico y la dejó bajo la entera potestad de sus nuevos
señores, venidos del otro lado de los mares. El desmedido afán de riqueza de su señor y demás
autoridades los llevó a descuidar su supervivencia, más aun si no encontraron en ellos mayor
respuesta existencial de defensa. Los tanquiguas, al hallarse solos, rodeados por sus antiguos y
odiados señores inkaicos y por el nuevo señor blanco que se alzaba sobre todos los demás, se
dejaron morir.

En el siglo XVI, las actividades económicas de las etnias sujetas a los obrajes continuaban
siendo básicamente las mismas del inkanato, pero con algunas variantes impuestas por los españo-
les. Los runas de Vilcashuamán seguían cultivando productos autóctonos, tales como maíz, papas,
ollucos, «quinuas, porotos, altramuces», camotes y yucas, al lado de aquellas especies vegetales
que los españoles habían traído, como garbanzos, hortalizas, frutales y cereales, y en especial el
trigo y la cebada, con los que los naturales fueron obligados a pagar el tributo en especie (Salas
1998: tomo I, 359; Carvajal 1881 [1586]: 147).

Además de la tierra, los indígenas contaban con rebaños de llamas, que les brindaban lana,
carne y les servían como bestias de carga. También tenían guanacos, vicuñas y cuyes, aunque todo
en «poca cantidad», porque a pesar de que Vilcashuamán era «...tierra dispuesta para criarse en ella
cualquiera de los animales ya dichos [...] con lo poco que hay esta llena por tener poco sitio y
termino» (Carvajal 1881 [1586]: 158; Salas 1998: tomo I, 360).

Pese a ello, a algunos repartimientos, entre los que se encontraban desde 1572 los hanan y
urin chillques, se les obligó a pagar parte del tributo en especie con estos animales. Cada una de
estas unidades tributaba 70 y 50 cabezas de «ganado de la tierra» al año, respectivamente (Toledo
1975: 276-277, citado por Salas 1998: tomo I, 360). Sin embargo, como esta carga no la podían sopor-
tar por largo tiempo rebaños tan minúsculos, hacia 1601 sólo los hanan chillques permanecían
sujetos a este tributo con 56 cabezas de ganado «guacaes», provenientes del pueblo de Huaucas,
colonia periférica de este repartimiento, ubicada en Lucanas.

Consecuentemente, la fundación de los obrajes vilcashuamanguinos no respondió a la


presencia de esas exiguas cabezas de auquénidos en los pastizales de estas tierras sino, principal-
mente, al fácil acceso de sus dueños a la mano de obra indígena regional, que por lo demás estaba
adiestrada en la tarea textil, porque en Vilcashuamán, fuera del cultivo de la tierra y del pastoreo,
«...los indios tienen contratación de hacer cosas de su mano como es ropa de la tierra, calzado y
llautos...» (Carvajal 1881 [1586]: 130). Además, estaban adiestrados en el intercambio de productos.

Los españoles, terminada la Conquista, se decidieron por la colonización de las tierras


inkas. Su preocupación central inicial fue ubicar minas para, frente a los riesgos en esa línea, volcar
sus expectativas hacia la puesta en marcha de numerosas empresas agrícolas, ganaderas y textiles
que, además de proveerles de lo necesario para vivir, les permitiese en conjunto hacer fortuna

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70 MIRIAM SALAS

gracias al trabajador indígena sujeto a ellos en encomienda. Estos, bajo diferentes modalidades y
condiciones de trabajo, sustentaron sus empresas.

6. El sustento ideológico de los «señores feudatarios» para lograr el dominio del suelo

Sobre la base de la encomienda, que les otorgaba un gran poder, estos hombres de «pro y
provecho» buscaron relaciones serviles de producción de sus indios encomendados, amasaron
grandes fortunas y se autodenominaron «señores feudatarios». Desoyeron toda cédula que supri-
miese o limitase el servicio personal de los indios y lograron disponer libremente, hasta las últimas
décadas del siglo XVI, de sus bienes e indios, respaldados por el cabildo y un planteamiento teoló-
gico-filosófico muy preciso que buscaba legitimar su accionar (Salas 1998: cap. II).

Ni los encomenderos ni sus descendientes aceptaron la igualdad de la condición humana y


erigieron una sociedad estamental que dividía a la población en dos repúblicas: la de los españoles
y la de los indios y demás castas que guardaban, entre sí, una relación de dominación y subordina-
ción (Salas 1998: tomo I, 534).

La legitimidad y justificación de su poder se depositó en las manos de Dios. En la obra


Símbolo católico indiano, de fray Luis Gerónimo de Oré, hijo de Antonio de Oré, uno de los más
destacados encomenderos de Huamanga, se buscó sustentar teológicamente el nuevo ordenamien-
to social creado por su padre y su grupo, y que incluía los roles asignados a españoles e indígenas
(Oré 1992 [1598]; Salas 1998: tomo I, 534 y ss.).

El teólogo Luis Gerónimo de Oré, como ya ha sido probado, fundamentó la estratificación


social americana en Dios y la tiñó de un fuerte providencialismo. Reemplazó en el primer peldaño a
la nobleza europea por el grupo conquistador de capitanes y soldados, para que realizasen la virtud,
administrasen justicia y para que se constituyan en el modelo de las demás personas con sus actos
y costumbres. Al clero lo colocó en un segundo lugar, para que propagase la fe entre los infieles y
administre los ministerios; finalmente, en la base de la pirámide, depositó a los indios conquistados,
quienes debían trabajar con humildad y laboriosidad para asegurar el sustento permanente de la
sociedad (Oré 1992 [1598]; Salas 1998: tomo I, 534 y ss.).

En la jerarquización de la sociedad americana del siglo XVI, los conquistadores devinieron


en una novísima nobleza guerrera que ocupaba los peldaños más altos de su estratificación, porque
descubrieron y le abrieron al rey español América y su oro, y la posibilidad de ganar mayor número
de feligreses para la grey del señor.

Por el hecho mismo de la conquista, se confinó a los indios al último estrato social, no sólo
por su condición de conquistados y su color de piel, sino por provenir de la «...región de la sombra,
de la muerte en estas Yndias occidentales...», y por no aceptar o todavía no haber reconocido al dios
de los cristianos que los llevaba a desconocer o negarle validez a cualquier creencia religiosa. A la
salvación eterna del indígena se oponía, según Luis Gerónimo de Oré, su condición servil, su inca-
pacidad para sentir, escribir o decir, y la falta de «pastores de almas» (Oré 1992 [1598]: 21; Salas 1998:
tomo I, 536-537).

7. La resistencia indígena al nuevo pensar, al nuevo sentir y vivir: Manco Inka, el Taky Onqoy y
Túpac Amaru

Bajo ese perfil colonial de reorganización de la sociedad andina, se obligó a los indígenas a
someterse a un duro sistema de trabajo, tributación y pérdida de sus mejores tierras, que a la larga
desestructuró comunidades, familias, cuerpos y almas llevándolos a la muerte.
ADVENEDIZOS Y TRASPUESTOS: LOS MITMAQKUNA O MITIMAES DE VILCASHUAMÁN... 71

El menoscabo de sus vidas y de su identidad cultural impulsó a los indígenas a rebelarse


contra los españoles, como lo hicieron desde el primer momento en que éstos pusieron pie en sus
tierras. En esta oportunidad las armas no fueron su medio de protesta; la fuerza de la insubordina-
ción se centró hacia los años sesenta del siglo XVI en el Taky Onqoy, movimiento de carácter mítico-
religioso y anticolonial en el que participaron antiguos vencedores y vencidos del Tawantinsuyo.
Los mitmaqkuna inkas y los grupos nativos de la región se unieron a sus antiguos señores ante un
enemigo común y formaron un bloque monolítico que buscaba la libertad y el retorno a la posición
hanan prehispánica, que la conquista occidental trastocó al actuar para los vencidos como un
verdadero Pachacuti que transformó el tiempo y el cosmos (Pease 1978: 68; Salas 1979: 147-169).

Las raíces del Taky Onqoy, como respuesta al presente de sus protagonistas, están en la
historia de los pueblos mitmaqkuna anteriores a la llegada de los españoles y los sucesivos contac-
tos e influencias que ejerció sobre la región la resistencia inka de Vilcabamba, la misma que retardaba
en la zona el derrumbe total del Estado Inkaico (Salas 1979: 148-169).

Manco Inka, en Vilcabamba desde 1536, había retomado la antigua tradición imperial y el
culto al Inka como hijo del Sol, en claro antagonismo con el cristianismo y todo lo que él implicaba
(Wachtel 1973: 103). Además, inauguró una política de reivindicación que lo llevó a hostilizar a los
españoles y a los indígenas amigos de los españoles (Salas 1998: tomo I, 540).

En respuesta, el cabildo, en su sesión del 20 de marzo de 1541, le ordenó al capitán Francisco


de Cárdenas que saliese ese mismo día con 20 españoles, 10 a caballo y 10 a pie con ballestas
acompañados por 2000 «...indios amigos a resistir la entrada del ynga que quería hacer por los
andes» (Rivera 1966 [1539-1547]: 63; Salas 1979: 149). Además, el 1o de abril, se les prohibió a los
vecinos que llevasen a la villa en las noches a sus indios a trabajar en la construcción de sus casas,
porque los indios de Vilcabamba se hacían pasar por ellos. Sin embargo, las arremetidas del Inka no
cesaron, ya que cuatro años después el Inka fue denunciado por Guazco, kuraka de Andahuaylas, en
un nuevo intento de atacar Huamanga (Salas 1998: tomo I, 540).

La razón de estos ataques y su modalidad estaría, según el extirpador de idolatrías Cristóbal


de Albornoz, en que los inkas —que habían tratado de recuperar sus dominios por todos los me-
dios— no habían encontrado «...otro de más comodidad que su religión y resucitar su predicación».
Con ese fin secuestraban indios ladinos criados por los españoles para concientizarlos y convertir-
los en maestros (Salas 1998: tomo I, 541).

Los partidarios de Almagro «El Mozo» asesinaron a Manco Inka en 1545 y Sayri Túpac fue
nombrado por los españoles para suceder a su padre. Sin embargo, como éste se mostró amigo de los
españoles, fue envenenado por el kuraka del valle de Yucay (Salas 1998: tomo I, 541-542). La lucha
por la reivindicación andina fue retomada por el sucesor de Sayri Tupac, Titu Cusi, hijo natural de
Manco Inka. La fuerzas comandadas por el nuevo Inka salieron de su refugio en abril de 1565,
masacraron a los españoles aislados, asaltaron Huánuco y Huamanga, y luego se dirigieron hacia el
Cuzco. Paralelamente, mensajeros suyos circularon de Quito a Charcas incitando a los indígenas a
sublevarse, mientras proclamaban la veneración a Pachacamac (Wachtel 1973: 111-115). La fecha del
estallido de la revuelta coincide con la ofensiva de los araucanos de Chile y los diaguitas de Tucumán,
como también con el apogeo del Taky Onqoy, que seguía a Pachacamac y tenía las mismas motiva-
ciones que los hombres de Vilcabamba. No obstante, el hambre fue el detonante: precisamente para
el año de 1565 el cronista Montesinos señalaba que «Ubo este año muy grande hambre de la sierra,
especialmente en el distrito de Guamanga» (Montesinos 1906 [1642]: tomo II, 18). Los seguidores de
este movimiento de libertad y salvación de la cultura andina se reafirmaron a partir de 1560 en sus
patrones culturales prehispánicos. Controlados en todo su accionar por los españoles, manifesta-
ron su descontento en esta nueva etapa básicamente a través de cánticos y bailes frenéticos que los
llevaban al trance evasivo, propiciado además por la libación de brebajes alucinógenos. Sacerdotes
72 MIRIAM SALAS

andinos, «...derramados por todas las provincias del Pirú» desde Vilcabamba los adoctrinaron y
fueron enrolando a sus seguidores, principalmente de la cuenca del río Pampas poblada por
mitmaqkuna incaicos» (Wachtel 1973: 73).

Según el padre Jerónimo Martín, que acompañó al extirpador de idolatrías Cristóbal de


Albornoz, el movimiento se presentó «…en los repartimientos de doña Ysabel Egrisostomo de
Hontiveros (quachos), Caramanti, Hanan Lucana, Andamarca, Soras, Chillques, Pabres y en el repar-
timiento de Pedro de Ordoñez (Chillques), Juan de Mañueco (Vilcasbinchas) en los quales dichos
repartimientos este testigo anduvo en compañía de Cristóbal de Albornoz…» (Millones 1971: 2/111;
Salas 1979: 152-153, Fig. 2). Muchos de estos grupos étnicos resultan actores de nuestra historia.

El Taky Onqoy, como evidencia el testimonio anterior, se desarrolló tanto entre las etnias
sometidas años atrás por los inkas, razón de la fundación de Vilcashuamán, como entre aquéllas que
fueron enviadas por esos señores para asegurar el sometimiento de la región. La unión en el desarro-
llo del Taky Onqoy de los antiguos vencedores y vencidos en esa lucha contra el sistema colonial
existente hizo patente la efectividad de la colonización inkaica en la zona (Salas 1979: cap. VIII; 1998:
tomo I, 543).

Antonio de Oré fue el vocero del cabildo en torno al movimiento del Taky Onqoy. En su
papel de encomendero, conquistador, cabildante y «católico, apostólico y romano» estuvo a favor
de la erradicación de este movimiento, al que describió de la siguiente manera:

«…que por otro nombre se dize aira e que muchos de los naturales la predicaban e que dezian a los
demás que con ellos se juntaban que no creyesen en dios ny en sus mandamyentos ny adorasen la cruz
ny imágenes ny entrasen a la yglesia ny se confesasen con los clérigos e que ayunasen e hiziesen otros
sacrificios conforme a sus ritos e ceremonias que tenían en tiempo del Ynga y que procuraba en todo
prevenir con sus cuentos e dichos falsos a los que eran cristianos…» (Albornoz, en Millones 1971: 2R/
83; Salas 1979: 153-154.).

Antonio de Oré señala que los sacerdotes del Taky Onqoy, tal como los Inkas de Vilcabamba,
instaban a los naturales a celebrar los ritos y ceremonias que tenían en tiempos de los inkas y a
rechazar toda absorción de la cultura europea. Los directores espirituales del movimiento, liderados
por Juan Chogne, proclamaban la resurrección de todas las huacas desde Quito al Cuzco y el encumbra-
miento de las huacas Titicaca y Pachacamac, alrededor de las cuales debían girar el resto, para hacerle
frente al Dios de los cristianos, vencerle y así lograr el retorno de los naturales a la situación
hanan que detentaban antes de la llegada de los españoles (Albornoz, citado en Millones 1971: 1/
118).

La elección de esas huacas no fue casual. Como ya se ha probado, esas divinidades fueron
conocidas y adoradas en la región durante el desarrollo de la cultura Wari e igualmente fueron veneradas
por los inkas, de allí que los naturales de la zona y los mitmaqkuna inkaicos hayan unido sus
esperanzas en torno a esas huacas (Salas 1979: 154).

Los hombres que habitaron esta región tenían una rica historia cuando los españoles llega-
ron. Esta incluía el legendario arrojo de los chankas y la divinidad de los wari e inkas. La Huamanga
colonial se erigió sobre los restos de grandes culturas preinkaicas y sobre los restos de una pobla-
ción con una gran tradición estatal cuzqueña.

Descubierto el Taky Onqoy, se castigó a los dirigentes y a sus seguidores, y se quemaron


muchas huacas y mallquis, pero la acción de los curas y de los encomenderos no bastó para extirpar
la llama del movimiento, y el mensaje a los indígenas siguió siendo reiterativo sobre la necesidad de
rechazar la cultura y la religión española, en la medida en que los pobladores andinos no podían
ADVENEDIZOS Y TRASPUESTOS: LOS MITMAQKUNA O MITIMAES DE VILCASHUAMÁN... 73

medirse por las armas con los conquistadores. El inquisidor Arrieta denunciaba en 1570 a los indios
bautizados de la región de Huamanga porque dogmatizaban contra los padres españoles y hacían
azotar a los indios católicos. Antonio de Vega informaba también que, en tiempos en que Diego de
Torres era rector del Colegio de la Compañía de Cuzco, se desarrolló una campaña anticatólica en la
provincia de Vilcas: «Se publicó en esta provincia que todos los indios que adoren lo que los
cristianos adoran y que tuviesen cruces, rosarios, estatuas de santos o vestidos españoles, debían
padecer una peste que la huaca les enviaría para castigarlos por haberse hecho cristianos...» (Duviols
1971: 123), manifestación que una vez más remite a los ideales del Taky Onqoy.

En todo ello, resulta sintomático que el virrey Toledo, una vez concluida su visita general al
virreinato y al declararse a favor de la institución de los corregidores de indios, haya destinado
justamente a la provincia de Vilcashuamán al primer hombre en recibir ese cargo de sus manos (Salas
1979: 161), más aun si por una orden suya la esperanza liberadora de Vilcabamba, reforzada por la
fuerza espiritual de las huacas Titicaca y Pachacamac, se había derrumbado con la muerte de Túpac
Amaru I.

En junio de 1572, el Inka fue apresado y decapitado por orden de Toledo en la plaza de armas
del Cuzco (Del Busto 1984: 173-180). La multitud pudo ver cómo Túpac Amaru I, dos o tres días
después de su permanencia en Sacsahuamán, donde se le quiso catequizar y se le bautizó, fue
sacado en procesión de la fortaleza a lomo de una mula enjaezada de luto entre las lanzas que
portaban 5000 indios cañaris, acérrimos enemigos de los inkas (Del Busto 1984: 173-180).

El Inka, antes de morir en el cadalso, invocó a Pachacamac, —como antes lo hicieron


Challcuchima en la hoguera y los seguidores del marqués que, al grito de ¡Santiago, el Rey y
Pachacamac!, enfrentaron a los almagristas en Chupas— para cientos de años después resurgir su
nombre en boca de Vidaurre como alusión a la Patria Nueva (Riva Agüero 1995 [1955]: 130). El
verdugo triunfante levantó la cabeza del regio señor y la mostró a la multitud para que no quedara
duda del escarnio. Su cuerpo inerte se enterró al día siguiente en la capilla mayor de la catedral,
mientras su cabeza quedó en exposición, colgada de la picota durante varios días. Día a día, la faz del
Inka lejos de marchitarse se embellecía. Su rostro recobraba vida, enardeciendo el fervor esperanzador
de los naturales frente a los signos sobrenaturales del episodio. El virrey, temeroso del poder del Inka
que traspasaba la muerte misma, ordenó su entierro, pero los fieles no vieron la unión del cráneo con
el cuerpo, iniciándose aquí, para José Antonio del Busto, el verdadero mito del Inkarri (Del Busto
1984: 184).

En Huamanga, desde 1588 hasta la segunda década del siglo XVII, pese a todas las medidas
de orden religioso y político tomadas, se seguían descubriendo rezagos del Taky Onqoy. El arzobis-
po de Lima se vio obligado a enviar a Hernando de Avendaño como visitador general, para que
exterminase las secuelas de esa secta religiosa. En su visita ubicó 60 «maestros dogmatizadores», a
quienes castigó enviándolos a la capital (Salas 1979: 161). De las regiones visitadas de Lima a
Chuquisaca, Huamanga fue el lugar donde los visitadores encontraron un mayor número de idola-
trías (Arriaga 1968 [1621]: tomo CCIX, 225).

La lucha persistió pese a las persecuciones y derrotas sufridas por los repartimientos de
Vilcashuamán en cada uno de sus intentos por rescatar los elementos componentes de su cultura,
pues tanto en éstas como en futuras confrontaciones sería la «imagen mesiánica» la que los llevaría
a realizar esa guerra silenciosa contra los españoles, encomenderos, arrendatarios y demás funcio-
narios relacionados con la administración del obraje y otras empresas, gracias a lo cual su cultura
pervivió (Salas 1979: 149).

Durante las últimas décadas del siglo XVI se dieron sucesos muy importantes al interior de
los repartimientos que anteriormente habían proclamado su fidelidad al Taky Onqoy y que en ese
74 MIRIAM SALAS

momento asistían al obraje de Chincheros, y que no vendrían a ser más que una secuela de ese
movimiento reivindicatorio que aún pervivía en la provincia de Vilcashuamán. Por ello, hacia los
últimos años de la década de los setenta del siglo XVI, los hanan chillques —que habían focalizado
sus protestas en el obraje de Canaria— lograron su cierre valiéndose de las normas jurídicas del
grupo dominante. Posteriormente, persiguieron el mismo objetivo en los obrajes de Cacamarca y de
Chincheros, razón de la visita a este último de don Alonso de la Zerda y la Coruña en 1601, llegando
finalmente al levantamiento armado, al no obtener ninguna reparación por las trabas que ponía la
burocracia estatal —aliada a los dueños del obraje— al cumplimiento de la justicia. En estos episo-
dios cabe resaltar la unidad que se presentó entre las diferentes etnias frente al grupo opresor,
representado por los promotores de los obrajes.

8. Crisis de la economía encomendera como castigo de todas sus culpas

A fines del siglo XVI los obrajes, como todas las empresas productivas de los encomenderos,
entraron en crisis. Las medidas tomadas por la Corona con el fin de quebrar el omnímodo poder
regional de los encomenderos contribuyó mucho a ello. La Corona, que en la península ibérica había
pasado por la experiencia de la reunificación y la consolidación de su poder monárquico frente a los
señores feudales, quiso desde un inicio afirmar su poder en el Perú. El propósito de cercenar el poder
regional de los encomenderos la llevó a dictar las Leyes Nuevas (1542), que suprimían la perpetuidad
de las encomiendas y creaban el Virreinato del Perú. Posteriormente, con el envío del virrey Toledo
(1570), continuó atacando los privilegios monopólicos de los encomenderos al interior de los cabil-
dos. Toledo declaró concluyentemente que el cabildo de Huamanga ya no tendría jurisdicción para
repartir un solo pedazo más de tierra y sometió al pago de composición toda concesión ilegal
anterior (Salas 1999: tomo I, 49). También se buscó establecer la neutralidad de los cabildos cuando,
en 1588, se dispuso que en la elección de los cargos de regidores participen al lado de los
encomenderos los soldados y los domiciliados (Salas 1999: tomo I, 49), política en la que se ahondó
y que terminó a fines de la centuria con la venta de los cargos del cabildo al mejor postor. Además,
en el ámbito rural, a los encomenderos se les impuso la autoridad de los corregidores de indios
(1576), a los que los primeros nunca quisieron aceptar (Salas 1999: tomo I, 48).

En materia económica se creó la mita (1570), con lo que se abolió el monopolio que ejercían
los encomenderos sobre la mano de obra indígena y se privilegió la actividad minera, de la que la
Corona obtenía el quinto real. Además, se dictaron a partir de 1577 varias cédulas restrictivas al
desarrollo de la manufactura textil, se ordenaron visitas a los obrajes y se determinó la clausura de
algunos de ellos. Finalmente, la despoblación indígena —que había sido provocada por los mismos
encomenderos— les dio a éstos el puntillazo final en su carrera por alcanzar la riqueza sobre la base
del tributo y del trabajo de los indígenas, pese a la persistencia de una coyuntura favorable en los
polos de crecimiento minero (Salas 1986: 143).

Dentro de este marco general, la propia estructura que los encomenderos le dieron a sus
familias y a sus legados, destinados mayoritariamente a la Iglesia y a satisfacer dotes matrimoniales,
también frenó su desarrollo (Salas 1998: tomo I, 55).

La resistencia silenciosa continuó, pese a que desde Toledo se insistió en el adoctrinamiento


y la construcción de capillas y celebración de festividades religiosas. En Huamanga persistía la
idolatría y el culto tradicional, y había una marcada resistencia a aceptar la evangelización y a las
autoridades virreinales. Estas circunstancias llevaron a que en esta zona se acentuase la prédica, la
construcción de iglesias y se remarcase el culto como en ningún otro lugar. Actualmente, las muestras
de este mensaje están en las 33 iglesias coloniales que tiene esta pequeña ciudad, en la tolerancia en
práctica al lado de ritos cristianos de otros de carácter pagano y en el hecho de que en ninguna parte
como en Huamanga se celebra y se rinde mayor culto a Cristo, en quien se mimetizó el «Dios de las
ADVENEDIZOS Y TRASPUESTOS: LOS MITMAQKUNA O MITIMAES DE VILCASHUAMÁN... 75

c d

Fig. 3. Del «Dios de los báculos» a Cristo. a. Chavín; b. Tiawanaku; c. Wari; d. Cristo (de Salas 1998: tomo I, 563).

dos varas», el cual durante su larga existencia fue mutando de ropaje de acuerdo a la coyuntura
política y social dentro de la cual se hacía presente (Salas 1998: cap. VIII) (Fig. 3).

En materia religiosa, la resistencia indígena y la despreocupación de los encomenderos y


demás autoridades hicieron que los extirpadores de idolatrías continuasen declarando, ya entrado el
siglo XVII, que era en Huamanga el lugar donde más idolatrías se encontraban. Los extirpadores de
76 MIRIAM SALAS

idolatrías Francisco de Avila, el jesuita Pablo José de Arriaga en su obra La extirpación de la


idolatría en el Perú, aparecida en 1621, y Pedro de Villagómez 28 años después, consideraban que
la persistencia de las idolatrías en Huamanga se debía «a la falta de enseñanza y doctrina» (Villagómez
1919 [1649]: 64-65; Arriaga 1968 [1621]: 225), así como a que «...los curas entran a servir los benefi-
cios poniendo la mira en su interés temporal, y no en el aprovechamiento espiritual suyo y de los
indios» (Villagómez 1919 [1649]: 64-65). Como también, al «...mal ejemplo que en ellos les dan los
curas tratantes» (Villagómez 1919 [1649]: 67), y a que muchos eran «...pusilánimes, que por serlo
dejan de dar la Doctrina necesaria a los Yndios...» (Villagómez 1919 [1649]: 72). Paralelamente, los
extirpadores se quejaban de que los religiosos permitiesen la inclusión en el culto divino de objetos
y costumbres paganas, al no haber sido capaces de destruir sus huacas móviles e inmóviles o de
imponerse a la resistencia de los ministros de la religión andina para que los naturales acepten la
nueva religión, pese a que para los andinos la aceptación del dios de los cristianos no era excluyente
de su propia religiosidad, caracterizada por su panteísmo politeísta: «...porque sienten dicen que
pueden adorar a sus huacas y tener por Dios al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo y adorar a
Jesucristo; que pueden ofrecer lo que suelen a las huacas y hacelles fiestas y venir a la iglesia y oir
misa y confesar y aun comulgar» (Arriaga 1968 [1621]: 224; Salas 1998: cap. VIII).

Sin embargo, para los sacerdotes andinos la verdadera razón de la persistencia del culto
prehispánico estaba en que «...todo lo que los padres predicaban es verdad, y que el dios de los
españoles es buen dios, pero que todo aquello que dicen y enseñan los padres es para los Viracochas
y españoles, y que para ellos son sus huacas y sus mallquis y sus fiestas y todas las demás cosas
que les han enseñado sus antepasados y enseñan sus viejos y hechiceros» (Arriaga 1968 [1621]:
224; Salas 1998: cap. VIII). Su razonamiento obedecía «...al mal tratamiento que hacen muchos de
los españoles a los indios, que son las causas de las idolatrías» (Villagómez 1919 [1649]: 77). Los
vencedores quisieron imponer un dios que hablaba de amor, que exigía sacrificios, pero del que
desde la aparición de la cruz en esos suelos nada habían recibido en reciprocidad.

Los extirpadores de idolatrías anotaron ese desfase existente entre la prédica de amor y la
práctica cotidiana de explotación, odio y desprecio a los indígenas. Los kurakas también lo percibie-
ron y llegaron a juzgar que los españoles no eran buenos cristianos, sentencia que queda claramente
reflejada en las palabras de agradecimiento de estas autoridades nativas ligadas al obraje de
Chincheros a su visitador en 1601 por «...averlo sacado (el obraje) por vernos en libertad y no estar
en una esclanomya como averno tan dura y mal y tan fuera de xpistianos...» (Salas 1976 [1601]: fol.
367v).

1. FUENTES MANUSCRITAS
Archivo General de la Nación (AGN). Lima

1602 Real Audiencia

Biblioteca Nacional del Perú (BN). Lima

1568- Libro de Cabildo de Huamanga, Sala de Investigaciones, doc. BN A603, Huamanga.


1570

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[1621] gena, Biblioteca de Autores Españoles CCIX, 191-277, Atlas, Madrid.
ADVENEDIZOS Y TRASPUESTOS: LOS MITMAQKUNA O MITIMAES DE VILCASHUAMÁN... 77

Bandera, D. de la
1965 Relación general de la disposición y calidad de la provincia de Guamanga, llamada San Joan de la
[1557] Frontera, y de la vivienda y costumbres de los naturales della, en: M. Jiménez de la Espada (ed.),
Relaciones geográficas de Indias, vol. I, 155-165, Biblioteca de Autores Españoles CLXXXIII,
Atlas, Madrid.

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BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA PUCP, N. ºY6,ETNOHISTORIA
ARQUEOLOGÍA 2002, 79-105 EN VILCASHUAMÁN 79

ARQUEOLOGÍA Y ETNOHISTORIA
EN VILCASHUAMÁN

Enrique González Carré* y Denise Pozzi-Escot**

Resumen

Se presenta información sobre la ocupación de Vilcashuamán, a partir de evidencias documentales


y monumentales que permiten esbozar su proceso histórico, poniendo énfasis en la descripción de las
características sobre la cerámica y la arquitectura de los pueblos de la sierra central durante el Periodo
Intermedio Tardío, para poder explicar luego la ocupación incaica de la zona.

Abstract

ARCHAEOLOGY AND ETHNOHISTORY AT VILCASHUAMAN

This paper presents information on human occupation at Vilcashuaman based on written and material
evidence which allow to trace its historical process. Special attention is dedicated to ceramics and architecture
of the central highland people during the Late Intermediate Period in order to explain the inca occupation of
this area.

El pueblo de Vilcashuamán, donde se encuentra uno de los principales centros administra-


tivos incas, es la capital de la provincia que lleva su nombre, en el departamento de Ayacucho. La
carretera que sale de Ayacucho hacia el Cusco toma un desvío cuyo recorrido permite atravesar las
pampas de Cangallo, sobre los 3900 metros sobre el nivel del mar, para descender luego hacia el
pueblo de Vilcashuamán (Fig. 1).

Vilcashuamán se ubica a 13°37' de latitud sur y 73°57' de longitud oeste, aproximadamente a


100 kilómetros, en línea recta, de la ciudad de Ayacucho. A lo largo del distrito de Vilcashuamán
pueden encontrarse altitudes variables que van de los 3000 a los 3500 metros sobre el nivel del mar.
El antiguo centro poblado se halla a una altitud de 3300 metros.

Durante la época de lluvias, entre diciembre y abril, la precipitación pluvial alcanza los 1000
mm. El clima de esta zona es frío y húmedo, y se producen heladas durante los meses de junio, julio
y agosto. Por otra parte, la presencia de cursos de agua, puquiales, lagunas y del río Totoramba favorece
la existencia de una buena cantidad de terrenos agrícolas, los cuales facilitan la subsistencia de los
lugareños, dedicados a la agricultura, la ganadería y otras actividades comerciales en pequeña escala.

1. Los primeros pobladores y la historia

Los arqueólogos e historiadores han reunido, en los últimos años, evidencias documentales
y monumentales que permiten esbozar el proceso histórico del pueblo de Vilcashuamán desde su
formación original. Hacia el año 1000 de nuestra era, el dominio del Imperio Wari, cuya capital se

* Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú. E-mail: cmfiguer@pucp.edu.pe


** Instituto Nacional de Cultura, Lima. E-mail: adejai@bonus.com.pe
80 ENRIQUE GONZALEZ-CARRÉ Y DENISE POZZI-ESCOT

Fig. 1. Mapa de ubicación del sitio de Vilcashuamán en el departamento de Ayacucho.


ARQUEOLOGÍA Y ETNOHISTORIA EN VILCASHUAMÁN 81

encontraba al noroeste de la actual ciudad de Ayacucho, había declinado luego de haber alcanzado
su máximo desarrollo, ocupando un amplio territorio de los Andes Centrales. Los pueblos que hasta
ese momento habían vivido dominados por este imperio iniciaron un proceso de desarrollo autónomo
y empezaron a expresar sus particularidades culturales y sociales.

En la sierra central del Perú, esta situación se traduce en la coexistencia compleja de diversas
etnias basadas en organizaciones tribales locales (curakazgos). Los documentos —como las crónicas
y las visitas administrativas tempranas— indican que en esta época vivieron huancas, chiriguanos,
chocorbos, soras, lucanas y anqaras, entre muchos otros grupos culturales. Aunque muchos de
estos grupos no fueron posiblemente tales y son meras afirmaciones de documentos coloniales, la
arqueología ha demostrado que, con anterioridad a la ocupación inca de la zona, se encuentran
restos materiales correspondientes a diversos grupos sociales que, seguramente, se vinculan a al-
gunos de los mencionados en los documentos y crónicas.

Entre estos pueblos, destaca uno que estuvo ligado a la historia preinca de Vilcashuamán y
que es conocido documentalmente con el nombre de nación Chanca. Los chancas reconocían su
origen mítico en la laguna de Choclococha, naciente del importante río Pampas, aunque algunos
grupos que formaron parte de esta nacionalidad, se consideraban descendientes del puma, como
relata el cronista Antonio Vásquez de Espinoza, en su Compendio y descripción de las Indias
Occidentales: «Los cuales demás del origen de la laguna dicen que su padre fue un feros leon, y asi
le tienen, y adoran por Dios, y lo tienen por armas, y en las fiestas solenes suelen vestirse de pieles
de leones para mostrar brabosidad» (Vásquez de Espinoza 1948 [1629]: cap. 510, 74).

En realidad, cuando se habla de «los chankas» es posible entender dos realidades


complementarias: «chankas» es la denominación, comprobada en la estructura tributaria colonial
temprana, de los habitantes de la actual provincia de Andahuaylas, divididos para efectos
administrativos en «chancas de las punas» y «chancas de los valles». La otra acepción del término
es la afirmación de la existencia de una «confederación chanka», unión de grupos locales enfrentados
a los incas y, luego de su derrota, adscritos a la administración incaica desde Vilcashuaman.

Los chancas, al parecer, tenían características organizativas que merecen un análisis más
detenido; está pendiente, por ejemplo, el estudio de las redes de poblados en las que se articulaban
los diferentes grupos locales. Los poblados reúnen conjuntos de 100 a 400 habitaciones y son
reconocibles en toda la cuenca del río Pampas, casi desde su naciente en la laguna de Choclococha
hasta su desembocadura en el río Apurímac. En esta extensa cuenca se han identificado
aproximadamente 350 poblados los cuales, según Parker y Torero, hablaban un dialecto quechua
regional correspondiente al grupo lingüístico Quechua A/II.

Los poblados chancas se encuentran siempre en la cima de los cerros o en espolones


rocosos de difícil acceso, desde donde era posible dominar, de manera amplia, los territorios
circundantes, pero también estaban próximos a los terrenos de pastoreo. Esta ubicación con fines
estratégicos es característica de los poblados de esa época en la sierra central, modificada luego de
la ocupación inca de la zona, que prefirió más bien las partes bajas. Las construcciones «chancas»
no responden a un patrón definido de organización espacial, pues las viviendas eran construidas
aprovechando los accidentes del terreno. Sin embargo, se observa de manera predominante,
habitaciones de forma circular de hasta 5 metros de diámetro (Fig. 2), aunque también existen
edificaciones cuadradas y rectangulares (Figs. 3, 4), todas hechas de piedras alargadas sin labrar,
unidas con mortero de barro. Estas estructuras se construyeron aprovechando al máximo la
disponibilidad del terreno.

Las evidencias arqueológicas permiten afirmar que los chancas constituían una
«nacionalidad» dispersa y extendida en un amplio territorio con una incipiente organización político-
82 ENRIQUE GONZALEZ-CARRÉ Y DENISE POZZI-ESCOT

Fig. 2. Croquis del sitio de Kullkuncha-Sarhua, provincia de Víctor Fajardo.

militar y manifestaciones culturales homogéneas, tal como se aprecia en su cerámica llana, sin mayor
decoración, tosca y cuya elaboración refleja un bajo nivel tecnológico. Cabe señalar que este estilo
cerámico chanca no tiene antecedentes en la región de la cuenca del río Pampas, lo que hace suponer
su total alejamiento con respecto a las tradiciones wari.

El análisis de los asentamientos poblacionales y las características de la cerámica permiten


esbozar el proceso cultural en el área arqueológica de Vilcashuamán, cuyos cambios se evidencian en
la cultura material. El término «chanca» reúne varias etnias establecidas en asentamientos que
agrupan construcciones circulares y que no responden a una planificación o a un modelo. Estos
asentamientos no tienen plazas, ni calles, ni construcciones especiales para dignatarios o sacerdotes,
y todas las construcciones responden a las mismas características.
ARQUEOLOGÍA Y ETNOHISTORIA EN VILCASHUAMÁN 83

Fig. 3. Croquis del sitio de Ñaupallaqta, provincia de Cangallo.

Fig. 4. Croquis del sitio de Raqa Raqay, provincia de Luqanas.


84 ENRIQUE GONZALEZ-CARRÉ Y DENISE POZZI-ESCOT

En definitiva, la rudimentaria vajilla (Fig. 5) y, sobre todo, la ubicación estratégica de sus


poblados hacen pensar que los chancas, aunque compartían elementos culturales, no sobrepasaban
la organización tribal, pues la carencia de una estructura estatal se explica tanto en la precaria
estratificación o jerarquización/especialización social de sus poblados, de lo cual es posible deducir
un permanente estado de inseguridad que conducía a la defensa de cada territorio asociado a los
poblados.

El Inca Garcilaso de la Vega, en sus Comentarios reales de los Incas, reproduce la visión
inca de la conquista de los grupos «chankas»: «También lo deseábamos por vernos libres de las tiranías
y crueldades que las naciones Chanca y Huancohuallu y otros sus comarcanos, nos hacen de muchos
años atrás, desde el tiempo de nuestros abuelos y antecesores, que a ellos y a nosotros nos han ganado
muchas tierras y nos hacen grandes sinrazones y nos traen muy oprimidos; por lo cual deseábamos
el Imperio de los Incas por vernos libres de tiranos» (Garcilaso 1953 [1609]: cap. XII, 187).

En el enfrentamiento con los incas el líder legendario de los chancas, según refieren los
cronistas, fue Anku Ayllu quien, junto con otros jefes como Astu Waraka y Tumay Waraka, organizó
varias expediciones para conquistar el Cusco cuando el estado imperial del Tahuantisuyo se encontraba
en proceso de formación y no pasaba de ser sino un reino a nivel regional. El asedio y consiguiente
ataque al Cusco dieron lugar a una serie de batallas, pero finalmente los chancas fueron vencidos por
Pachacutec Inca Yupanqui, quien los hizo retroceder hasta su propio territorio, donde se llevó a cabo
la batalla final en la que tuvo lugar la derrota definitiva de la llamada «confederación chanka»
(Rostworowski 1953).

Este triunfo permitió a los incas, según su propia tradición oral, consolidar su poder, ya que
habían vencido a grupos que impedían su avance conquistador hacia los territorios norteños del antiguo
Perú. Lumbreras opina al respecto que: «Inmediatamente después de producida la conquista de los
Chanka, Pachacútec se dedicó a consolidar su poder en el mismo Cusco, realizando una campaña que
incluyó los valles de Urubamba y Vilcanota, de donde se dirigió a la región Quichua, que era su aliada
y pasó a la conquista de Vilcas (Vilcas Waman) en Pampas y los Soras, un poco más al sur» (Lumbreras
1969: 314).

Dada la antigua rivalidad existente entre incas y chancas, el territorio de Vilcashuamán adquirió
para los primeros una especial importancia porque simbolizaba el triunfo que iniciaba su expansión.
De manera indirecta, la importancia de este territorio conquistado por los incas se refleja en la
edificación del importante centro administrativo de Vilcashuaman. El cronista Cieza de León,
recogiendo la opinión de los conquistadores españoles y de los naturales de la región, explica que:
«...yendo por el real camino, se llega a los edificios de Bilcas, que están once leguas de Guamanga,
adonde dicen los naturales que fue el medio del señorío y reino de los ingas; porque desde Quito a
Bilcas afirman que hay tanto como de Bilcas a Chile, que fueron los fines de su imperio. Algunos
españoles que han andado el camino de lo uno y lo otro dicen lo mismo!» (Cieza 1962 [1533]: cap.
LXXXIX, 236).

Las excavaciones arqueológicas realizadas en Vilcashuaman por Chahud (1966) y los trabajos
de Torres en Pillucho (1969), lugar cercano al poblado, confirman que la zona arqueológica de
Vilcashuamán estuvo ocupada con anterioridad a la llegada de los incas por los chancas, lo que significa
que la historia de esta región no se inicia con la conquista inca ni con la construcción del centro
administrativo, cuyos restos arquitectónicos se pueden observar aún, sino que presenta una primera y
prolongada ocupación. El análisis de estas evidencias arqueológicas permite vislumbrar un material
cultural de características tardías, identificadas con el pueblo chanca. El elemento predominante de
estos vestigios es la cerámica conocida como Arqalla (Figs. 6, 7 a, b, c), que actualmente se considera
un elemento diagnóstico para identificar las ocupaciones de filiación chanca.
ARQUEOLOGÍA Y ETNOHISTORIA EN VILCASHUAMÁN 85

b
a

d
c

f
g

Fig. 5. Vilcashuamán. Cerámica de estilo Qachisco.

Pero los trabajos de Chahud y Torres no sólo ubican la ocupación chanca como anterior a la
inca, sino que también explican la coexistencia de ambas manifestaciones. Estos investigadores
realizaron una detallada exploración de toda la zona arqueológica de Vilcashuamán y sus alrededores,
identificando aproximadamente 30 sitios en donde la cerámica y los restos arquitectónicos correspon-
den a rasgos chancas en un 95%. Asimismo, reconocen una reducida muestra de alfarería inca, que se
encuentra siempre en posición poschanca (Chahud, op. cit.; Torres, op. cit.) (Fig. 8 a, b, c).

Evaluando las evidencias documentales y arqueológicas correspondientes al territorio


prehispánico de Vilcashuamán se llega a la conclusión de que su proceso histórico tuvo una primera
86 ENRIQUE GONZALEZ-CARRÉ Y DENISE POZZI-ESCOT

Fig. 6. Vilcashuamán. Cerámica de estilo Arqalla.

ocupación chanca, con ausencia total de influencias culturales de pueblos vecinos, ya que se nota
la carencia de elementos ajenos o estilísticamente diferentes.

Esta falta de contacto o aislamiento regional se debe posiblemente a que Wari había declinado
culturalmente, motivo por el que no existía en la región otro grupo suficientemente complejo y
expansivo que estuviese en capacidad de influir sobre otras culturas —y específicamente sobre los
chancas— que habitaban la zona de Vilcashuamán. Los estudios arqueológicos han demostrado que
en la región de Ayacucho, luego de la declinación wari, se inicia un proceso de empobrecimiento a
diversos niveles y que la ocupación chanca constituye una repentina irrupción de manifestaciones
ARQUEOLOGÍA Y ETNOHISTORIA EN VILCASHUAMÁN 87

a b

Fig. 7. a, b, c. Vilcashuamán. Cerámica de estilo Arqalla.

culturales, cuyos antecedentes son aún desconocidos a nivel regional, pero que se integran en
patrones culturales homogéneos que permiten discriminar tradiciones comunes para esos pueblos
que vivieron en la hoya del río Pampas y en las zonas aledañas, aproximadamente entre los años 1000
y 1400 de nuestra era.
88 ENRIQUE GONZALEZ-CARRÉ Y DENISE POZZI-ESCOT

a b

c
Fig. 8. a, b, c. Vilcashuamán. Cerámica de estilo Inca.

La segunda ocupación de Vilcashuamán es propiamente inca y se inicia con la conquista


emprendida, según el relato de los cronistas, por Pachacútec Inca Yupanqui, época en la cual diferentes
curacazgos de la región se incorporan progresivamente al Imperio Incaico. Estratigráficamente, la
cerámica y la arquitectura inca se superponen a las manifestaciones chancas, pero en muchos casos
ARQUEOLOGÍA Y ETNOHISTORIA EN VILCASHUAMÁN 89

una y otra coexisten como producto de esta «convivencia», existen algunas piezas de alfarería que
pueden ser consideradas tipológicamente como elementos culturales transicionales. De otra parte,
la imposición inca en la zona supone un cambio en los patrones de poblamiento, en la arquitectura
(Fig. 9) y en la cultura material, además de participar la población en diferentes actividades como la
construcción del eje vial que unía Vilcashuaman y Jauja, así como en el mantenimiento de una nueva
infraestructura.

La conquista inca de la cuenca del Pampas derivó en la edificación de Vilcashuamán como


uno de los principales centros administrativos regionales del Tahuantinsuyo, concentrándose en él
las actividades económicas, políticas, culturales y religiosas administradas por el estado cusqueño.
De otra parte, como consecuencia de la dominación incaica, el territorio de Vilcashuamán y las
regiones vecinas fueron violentamente despobladas, y muchos de sus habitantes fueron trasladados
por el Estado Inca a otros lugares mediante la aplicación de la política de mitmaqkuna (mitimaes),
orientada a un mejor control de los territorios conquistados, con excepción de los «chancas» de
Andahuaylas que no fueron alterados demográficamente. Por ello, la región fue repoblada con
grupos procedentes de diversos lugares, mientras que casi no quedaron miembros del pueblo
originario, a excepción de algunos grupos como los hurin anqara, a los que pertenecían los asto
(Lavallée 1983: 36), y una tribu denominada Tanquihua de Huambalpa (Cavero Infante 1968: 40).
Estudios realizados en el lugar han permitido identificar la presencia, en territorio chanca, de
numerosos grupos de mitimaes que fueron instalados por los incas como parte de su dominio e
incorporación de la zona al control del estado, encontrándose en los sitios relacionados a esta
ocupación objetos característicos de la cultura Inca, aunque la cerámica fina era relativamente escasa.
De esta manera, se tienen grupos étnicos como los acos, anta, papres, aymaraes, huancas, canchis,
conas, collas, angaraes, entre otros. La presencia de grupos recién llegados queda confirmada en las
relaciones de tributarios encomendados en la época.

Recogiendo información posiblemente fantasiosa de la tradición oral, Carbajal, autor de la


Descripción de la provincia de Vilcas Guaman (1881 [1586]), explica la importancia que tuvo esta
ciudad en tiempos incaicos. Según él, existió en el lugar una guarnición militar con 30.000 soldados
y un aqllawasi, o casa de mujeres escogidas, que albergaba a más de 1000 mujeres dedicadas a
actividades religiosas, así como a doncellas que pertenecían tanto al Inca como a la nobleza (De
Carbajal 1881 [1586]: 167).

No cabe duda que Vilcas fue un poblado de gran importancia dentro de la estructura
organizativa del Estado Inca, residencia de una elite integrada por representantes de la nobleza
cuzqueña (orejones de privilegio), quienes vivían en un núcleo central urbano alrededor del cual se
edificaron las viviendas de los sectores populares. Al respecto, Damián de la Bandera (1968 [1557]:
506) dice: «Sobre cada provincia había un gobernador, y este era un capitán del Inga, al cual llamaban
tucuyrico, que quiere decir “todo lo mira”, y el que lo era en esta provincia tenía su asiento en Vilcas,
que es su tambo real, once leguas de esta ciudad, yendo hacia el Cuzco. Este gobernaba cincuenta
leguas de tierra, desde Uramarca, ques de aquel cabo de Vilcas seis leguas, hasta Acos, ques junto
al valle de Jauja; conocía de cualesquier causa, é podía castigar y matar al que lo merecía».

El cronista Cieza de León (1967 [1551]: cap. XV, 48) también se expresa sobre el particular:

«Algunos incas conjuntamente con sus expediciones de conquista hacia el norte del territorio andino,
pasaron y estuvieron algunos días en Vilcashuamán dejando disposiciones acerca de las actividades
que debían desarrollar los pobladores del lugar. Así Tupaq Inka Yupanki dispuso que [...] estuviesen
plateros labrando vasos y otras piezas y joyas para el templo y para su casa real de Vilcas. Wayna
Kapak recomendó que [...] se tuviese grande cuidado del proveimiento de las mamaconas y sacerdotes
del templo. Ambos gobernantes, según refieren los cronistas, fueron honrados durante su permanencia
con importantes ceremonias y sacrificios humanos en la plaza principal».
90 ENRIQUE GONZALEZ-CARRÉ Y DENISE POZZI-ESCOT

DELIMITACIÓN MONUMENTAL
VILCASHUAMAN-AYACUCHO

RECONSTRUCCIÓN
HIPOTÉTICA
PLANTA GENERAL

Fig. 9. Reconstrucción hipotética del plano de Vilcashuamán.


ARQUEOLOGÍA Y ETNOHISTORIA EN VILCASHUAMÁN 91

Por otro lado, Vilcashuamán era paso obligado para viajeros, autoridades, tropas, habiéndose
convertido en enlace y nudo de comunicaciones entre diferentes pueblos y encrucijada de caminos
reales que pasaban por él. Pedro Cieza de León, en El Señorío de los Incas, dice: «Y esto vemos
claro, porque yo he visto junto a Vilcas tres o cuatro caminos; y aún una vez me perdí por el uno,
creyendo que iba por el que agora se usa; y a estos llaman, al que uno camino del Inca Yupanqui y al
otro de Tupac Inca; y el que agora se usa y usará para siempre es el que mandó hacer Huaina Capac,
que llegó acerca del río Angasmayo al norte y sur mucho delante de lo que agora llamamos Chile;
caminos tan largos, que había de una parte a otra más de mil y doscientos leguas» (Cieza 1967 [1551]:
cap. XV, 48).

Evidentemente, la función principal de Vilcashuamán fue la de un gran centro de acopio y


redistribución de los tributos en especies que entregaban los pueblos que se encontraban dentro de su
territorio de influencia el cual, en información de algunos cronistas, abarcaba desde Jauja por el norte
hasta el territorio de Andahuaylas, por el sur. Por ello, en los escritos coloniales se le nombra como
«cabeza de reyno».

En la amplia región de influencia de Vilcashuamán quedaron incluidos asentamientos de


etnias originarias y otros de grupos mitimaes que repoblaron el territorio con la finalidad de mantener
el control político, militar y económico del Tahuantinsuyo en una región poblada por naciones
contrarias al dominio incaico y altamente rebeldes.

Las exploraciones arqueológicas en Vilcashuamán han identificado y descrito algunos


conjuntos arquitectónicos de la zona, mientras que algunos cronistas como Cieza de León, Carbajal,
Vásquez de Espinoza, o documentos administrativos como la Revisita de Vilcashuamán (1979 [1729]),
y otras fuentes documentales narran con cierto detalle las características del poblado. La confrontación
entre estas fuentes documentales y las evidencias arqueológicas permite integrar la información y
construir una versión válida y amplia sobre su historia.

En primer lugar, respondiendo a la función principal asignada al poblado, se debe señalar


que los diferentes grupos étnicos en el área de influencia de Vilcashuamán tributaban de manera
variada en productos y servicios. Existían depósitos (colcas) y tambos, donde se guardaban los
productos que eran distribuidos de acuerdo a la estructura del poder estatal inca regional y central y,
en caso necesario, a otros sectores de la población. La información documental indica la existencia de
este tipo de construcciones no sólo en Vilcashuamán, sino también en Chupas y Pukaray, cerca de la
actual ciudad de Huamanga, y también en Uramarca, Parcos y Acos. Así, Vilcashuamán era un centro
de tributo y redistribución, que ejercía control en la mecánica de acopio y circulación de bienes
tributados por la población vasalla.

Guillén de Mendoza, en su Petición de corrales y tierras de Vilcas (1586), ofrece algunos


comentarios acerca de las «ocho cuadras de corrales» o depósitos que existían en la misma población
de Vilcashuamán e indica que, a espaldas de donde se ubica el ushnu, se guardaban los tributos de
indios que habitaban las provincias que se ubicaban en la región. Por otro lado, don Lázaro Huamán
Pusayco (ibid.) menciona que en Vilcashuamán se depositaba coca, charqui y lana. Por su parte, don
Antonio Huamán Cuchu, don Martín Ayacho y don Hernando Vico Condos (ibid.) reafirman la
importancia de este poblado como centro de tributación de lana, coca, ají, charqui, maíz y otros
productos. También comentan el hecho de que 10.000 hombres vivían en el lugar y que éste poseía
diversos recursos regionales.

Los restos de las numerosas colcas de Vilcashuaman han sido identificados por investiga-
ciones arqueológicas. En efecto, en el área que rodea el núcleo central del poblado inca, donde aún
son identificables el Templo del Sol, el Templo de la Luna, el aqllawasi, el ushnu, el Palacio de Tupac
92 ENRIQUE GONZALEZ-CARRÉ Y DENISE POZZI-ESCOT

Yupanqui y la plaza principal, se ha logrado ubicar cabezas de muros que dan una idea del crecido
número de ambientes de forma rectangular y cuadrangular que se integrarían en cuartos y ambientes
para cumplir la función de depósitos para acumular tributos.

2. Los monumentos arqueológicos

Los centros administrativos edificados por la administración inca condensan en el uso del
espacio y las edificaciones levantadas las concepciones fundamentales del ordenamiento imperial, y
su relación con los grupos adscritos a la administración y gobierno de cada centro. El análisis y la
explicación del centro urbano en su conjunto permite, entonces, definir los múltiples aspectos sociales
y culturales de sus sectores urbanísticos, así como comprender los elementos y funciones de las
edificaciones que han sido motivo de diversas descripciones.

En la actualidad, el poblado de Vilcashuamán presenta una situación crítica por el largo


proceso de destrucción y deterioro iniciado desde la llegada de los españoles, aunque esta
destrucción alcanzó mayor intensidad en la época republicana y se agravó en el siglo XX por el
paradigma de «modernización» que implicó la destrucción arbitraria de «lo antiguo».

Esta larga historia de deterioro tuvo su hito inicial cuando los conquistadores españoles
edificaron sus viviendas utilizando los muros y superponiendo sus construcciones a las incaicas, lo
que causó que la traza urbana sufriera modificaciones y perdiera, incluso, muchos elementos originales.

Así fueron desmontándose, con los siglos, las edificaciones incas originales de tal manera
que todas las casas actuales han sido construidas utilizando como materiales piedras de los muros
incaicos y la presencia de construcciones modernas ha alterado definitivamente el antiguo poblado,
destruyendo importantes ambientes.

Carbajal, en su Descripción de la Provincia de Vilcas Guamán (1881 [1586]), y Cieza de


León, en la Crónica del Perú (1962 [1553]) y en el Señorío de los Incas (1967 [1550]), proporcionan
información documental de enorme importancia acerca de las condiciones en las que se encontraba el
conjunto arquitectónico de Vilcashuamán a mediados del siglo XVI, a pocas décadas después de la
conquista española. Posteriormente, viajeros y estudiosos del siglo XIX como Von Humboldt, Wiener
y Angrand dejaron en sus publicaciones noticias y dibujos que constituyen fuentes indispensables
para la investigación y restauración de este importante poblado inca.

Según Cieza de León, la construcción de Vilcashuamán fue iniciada en tiempos de


Pachacútec, cuando éste emprendió desde la ciudad del Cusco una expedición militar que, cruzando
el río Apurímac, se internó en los territorios actuales de Andahuaylas y Ayacucho, con la finalidad de
dominar a los naturales de la región de Huamanga, especialmente a los chancas, en la primera mitad
del siglo XV, aproximadamente.

En el diseño, organización y construcción de este pueblo intervinieron directamente


especialistas cusqueños, ciñéndose a las características propias de la tradición urbanística del Cusco.
Cieza de León manifiesta que: «E volviendo al propósito, como el Inca tanto desease haber a las
manos questaban en el peñol, andaba con su gente hasta el río de Vilcas. Los de las comarcas, como
supieron su estada alli, muchos vinieron a la vez haciéndole grandes servicios y firmaron con él
amistad y por su mandato comenzaron a hacer aposentos y edificios grandes en los que agora llamamos
Vilcas, quedando maestros del Cusco para dar traza y mostrar con la manera que habían de poner
piedras y losas en el edificio» (Cieza 1967 [1551]: cap. XLIII, 159).

Si la construcción se inició en tiempos de Pachacútec, posteriormente el poblado debió


seguir creciendo en la medida en que otros incas debieron disponer, siguiendo a los cronistas,
ARQUEOLOGÍA Y ETNOHISTORIA EN VILCASHUAMÁN 93

nuevas construcciones y una permanente actividad de los pobladores. Por esta razón, cronológicamente,
los conjuntos del Templo, el ushnu, la Plaza y algunas estructuras aisladas, pero adyacentes a estos
conjuntos, deben ser las estructuras arquitectónicas de mayor antigüedad, por las funciones sociales
de culto y administración que cumplían, base para el núcleo inicial del poblado.

2.1. El Templo del Sol

Las estructuras que integran el conjunto conocido como el Templo del Sol (Fig. 10) se
encuentran hacia el sur en la actual plaza central de Vilcashuamán. Se ubican en la parte superior de
un sistema de terrazas escalonadas y aunque muchos de sus muros originales han sido destruidos, se
conservan algunos vestigios semienterrados de lo que habrían sido sus cimientos. El Templo tenía
originalmente dos grandes puertas trapezoidales para ingresar a su interior, y a ellas se llegaba mediante
escalinatas.

En la segunda de las terrazas escalonadas existe hasta hoy una serie de nichos trapezoidales
ciegos y hornacinas que rompen la homogeneidad del aparejo poligonal del conjunto, configurando
un particular equilibrio espacial. Por otra parte, esta terraza o plataforma que sirve de base se caracteriza
por tener, de manera alternada, una serie de entrantes y salientes como contrafuertes. Las características
especiales de las terrazas se notan claramente en la prolongación que ellas tienen hacia el norte del
Templo, pero, para obtener una mayor precisión, es indispensable practicar excavaciones arqueoló-
gicas con el fin de definir el plano de las estructuras.

Formando parte del conjunto del Templo, pero en ambientes especiales de los que aún quedan
algunos cimentos y restos de estructuras, se puede identificar el aqllawasi o «casa de las escogidas»
(Fig. 11) donde, según los cronistas, vivían varios centenares de doncellas dedicadas al servicio de
la nobleza y a otras actividades propias del culto. También dentro del conjunto arquitectónico que
constituye el Templo del Sol debieron funcionar los aposentos para los sacerdotes y el personal dedicado
a la actividad religiosa, cuya importancia en una región conquistada era de primer orden en la medida
en que constituía el fundamento ideológico del dominio inca.

Además, en las observaciones que Carbajal realizó hacia 1586, habla también de la
construcción —como parte del conjunto del Templo del Sol— de un edificio dedicado al culto a la Luna, que
constituía una divinidad que habitaba en el hanan pacha, o mundo de arriba, según la concepción
religiosa de los incas. Carbajal dice que: «[...] y en otra casa junto al templo, tenía una luna grande de
plata, los cuales tenían por dioses, y los adoraba y mandaba que todos los indios que iba conquistando
adorasen a estos dioses, destruyendo las huacas de piedra que ellos tenían» (Carbajal 1881 [1586]:
218).

De hecho, el conjunto arquitectónico del Templo cumplía la función social de culto religioso
en su aspecto litúrgico y centro de difusión ideológica de la concepción del mundo impuesta por los
incas mediante su jerarquía religiosa, tal como los cusqueños administraban sus dominios a partir de
las ciudades que construían en las regiones que conquistaban..

Hoy en día, sobre los muros y cimientos de lo que fue el Templo del Sol, se encuentra la
iglesia católica de San Juan Bautista (Figs. 12, 13), levantada en la época colonial y ubicada en forma
paralela a las terrazas o plataformas escalonadas, que tenía una de sus fachadas laterales sobre la
plaza principal del poblado. Luego, ya durante el periodo republicano, la iglesia de San Juan Bautista
fue reconstruida y esta puerta lateral sobre la plaza pasó a convertirse en puerta principal (Fig. 14).
Estos cambios son evidentes cuando se observan los dibujos dejados por el francés Léonce Angrand
en 1847. Originalmente, el templo católico no sólo utilizó las estructuras del templo inca, sino también
los ambientes y espacios de planta rectangular del mismo, utilizando y superponiéndose a los muros
incas.
Fig. 10. Vilcashuamán. Reconstrucción del Templo del Sol.
DELIMITACIÓN MONUMENTAL
VILCASHUAMAN-AYACUCHO

RECONSTRUCCIÓN
HIPOTÉTICA
PLANTA GENERAL

Fig. 11. Vilcashuamán. Reconstrucción hipotética de la planta del Templo del Sol.
ENRIQUE GONZALEZ-CARRÉ Y DENISE POZZI-ESCOT
96 Fig. 12. Vilcashuamán. Esquema del estado actual de las elevaciones del Templo del Sol.
ARQUEOLOGÍA Y ETNOHISTORIA EN VILCASHUAMÁN 97

Fig. 13. Vista de la iglesia


de San Juan Bautista,
construida sobre el Tem-
plo del Sol.

En referencia al Templo del Sol, el cronista Pedro Cieza de León expresa lo siguiente:

«El templo del Sol, que era hecho de piedra, asentada una en otra muy primamente, tenía dos
portadas grandes; para ir a ellas había dos escaleras de piedra, que tenía, a mi cuenta, treinta
gradas cada una. Dentro deste Templo había aposentos para los sacerdotes y para los que miraban
a las mujeres mamaconas que guardaban su religión con grande observancia, sin entender en
más de lo dicho en otras partes desta historia. Y afirman los orejones y otros indios que la
figura del sol era de gran riqueza, y que había mucho tesoro en piezas y enterrado, y que servían
a estos aposentos más de cuarenta mil indios, repartidos en cada tiempo su cantidad, entendiendo
cada principal lo que le era mandado por el gobernador, que tenía poder del rey inga, y que
solamente para guardar las puertas del Templo había cuarenta porteros» (Cieza 1962 [1533]: cap.
LXXXIX, 237).

2.2. El ushnu y el «Palacio de Túpac Inca Yupanqui»

Este conjunto arquitectónico se encuentra en el oeste de la plaza principal (Figs. 15, 16), y
si bien está integrado por un variado número de estructuras en mal estado de conservación, que es
necesario liberar de las construcciones contemporáneas superpuestas, destaca el ushnu u adoratorio
cuyas características singulares lo convierten en un monumento único, ya que no existe otra pirámide
ceremonial de este tipo.

El ushnu o adoratorio es una pirámide de planta semicuadrangular que se desarrolla a partir


de su base en un espiral que va formando escalones hasta llegar a la plataforma superior, donde existe
un asiento hecho íntegramente de piedra el cual, según las crónicas, se encontraba recubierto por
placas de oro en tiempos de los incas. Este asiento servía para que las máximas autoridades se sentasen
a presidir ciertas ceremonias. Se recordará que en todos los centros administrativos edificados por la
administración inca el ushnu es un componente principal.

Para subir a la plataforma superior del ushnu existe una escalera que parte de un pórtico
trapezoidal de doble jamba. La escalera asciende a través de las plataformas escalonadas que han sido
montadas sobre una estructura de piedra y barro que forman el interior del ushnu.

El frente en el que se encuentra la escalera es el mejor conservado (Fig. 17), ya que los otros
lados amenazan con derrumbarse por haber sufrido la sustracción de algunos elementos y por la
Fig. 14. Vilcashuamán. Planta del estado actual del Templo del Sol.
Fig. 15. Vilcashuamán. Planta del estado actual del ushnu.
100 ENRIQUE GONZALEZ-CARRÉ Y DENISE POZZI-ESCOT

Fig. 16. Vilcashuamán. Vista del ushnu.

presión que va desde la estructura de base hacia el exterior. Este adoratorio, en opinión de Gasparini,
debió tener originalmente en su frente tres puertas, de las cuales hoy sólo existe una. Lo que los
autores han podido comprobar en sus exploraciones es que hay evidencia de una segunda y que la
existencia de dos puertas más, tal como lo propone Gasparini, puede ser únicamente intuida.

Cieza de León ofrece una descripción de este conjunto:

«...adonde están los edificios, hay un altozano en lo más alto de una sierra, la cual tenían siempre
limpia. A una parte deste llano hacia el nacimiento del sol, estaba un adoratorio de los señores, hecho
de piedra, cercado con una pequeña muralla, de donde salía un terrado no muy grande de anchos de
seis pies, yendo fundadas otras cercas sobre el, hasta que en el remate estaba el asiento para donde
el señor se ponía hacer su oración, hecho de una sola pieza, tan grande, que tenía de largo once pies
y de ancho siete, en la cual están hechos dos asientos para el efeto dicho. Esta piedra dicen que solía
estar llena de joyas de oro y de pedrería que adornaban el lugar que ellos tanto veneraron y
estimaron» (Cieza 1962 [1533]: cap. LXXXIX, 237).

Este conjunto se encontraba dentro de un recinto amurallado que, a manera de baluarte, lo


circunscribía y cuyos muros no existen actualmente, aunque es posible demostrar su existencia por
medio de algunos restos de estructuras enterrados y algunos otros muros que forman parte
actualmente de las construcciones modernas que se superponen e invaden parte de este recinto.

Este sector adyacente del ushnu fue considerado por los cronistas españoles como el
«palacio» que mandó construir el Inca Túpac Yupanqui. Se trata de una construcción de planta
rectangular con tres puertas trapezoidales, ubicada exactamente detrás del adoratorio pero, de acuerdo
a la distribución de los ambientes, relacionada de manera directa con las estructuras y funciones del
complejo.
ARQUEOLOGÍA Y ETNOHISTORIA EN VILCASHUAMÁN
101

Fig. 17. Vilcashuamán. Esquema del estado actual de las elevaciones del ushnu y la kallanka.
102 ENRIQUE GONZALEZ-CARRÉ Y DENISE POZZI-ESCOT

A pesar de su estado ruinoso, se aprecian los muros de piedra levantados con técnica
definida dentro de los criterios estilísticos de la arquitectura cusqueña. En este sector, los muros son
de aparejo poligonal y careado: «A las espaldas dese adoratorio estaban los palacios de Topainga
Yupanque y otros aposentos, grandes y muchos depósitos donde se ponían las armas y ropa fina,
con todas las demás cosas de que daban tributo a los incas, que, como otras veces he dicho, era
como cabeza de reino» (Cieza 1962 [1533]: cap. LXXXIX, 237).

2.3. La plaza

El área que ocupaba la plaza incaica de Vilcashuamán se ha visto reducida en gran parte
debido a que los habitantes del lugar han construido sus casas usurpando su perímetro original.
Según cuentan los españoles que lograron observar el poblado a pocos años de la Conquista, la
plaza era un lugar muy amplio, donde se podían reunir fácilmente miles de personas para participar
en las reuniones de naturaleza religiosa, militar o política. Es decir que, socialmente, la plaza jugaba
un papel muy importante y en ella se realizaban actividades que integraban a la población. «En
medio de la gran plaza había otro escaño a manera de teatro, donde el señor se asentaba para ver los
bailes y fiestas ordinarios» (Cieza 1962 [1533]: cap. LXXXIX, 237).

En la plaza se celebraban igualmente algunos acontecimientos especiales y rituales que


reforzaban la subordinación que los grupos locales debían mantener hacia el Cusco. Cieza de León
indica que en la plaza de Vilcashuamán se realizaba sacrificios de animales y también de niños, con
el fin de ofrendar su sangre a sus dioses: «...y en otra piedra no pequeña, que está en este tiempo en
mitad desta plaza, a manera de pila, donde sacrificaban y mataban los animales y niños tiernos (a lo
que dicen), cuya sangre ofrecían a los dioses» (Cieza 1962 [1533]: cap. LXXXIX, 237).

Es posible que la piedra de sacrificios que se menciona sea aquella de forma rectangular,
pulida en su acabado y de grandes dimensiones, que se encuentra hoy en día reclinada a un costado
de la plaza actual. En resumen, la original plaza inca, además de haber sido invadida por
construcciones modernas, ha sido remodelada y cubierta por veredas de cemento.

El diseño inca de Vilcashuamán incluía una red de distribución de agua mediante un sistema
de canales que ha sido identificado parcialmente en distintos sectores de la ciudad. Se trata de
canales construidos a base de piedras, agrupadas en secciones que se iban uniendo y colocando en
busca de una pendiente adecuada para la circulación de agua. La presencia de varios puquiales
dentro del área misma del poblado garantizaba su continuo abastecimiento y fue, posiblemente, una
razón importante para la edificación del centro administrativo. Hoy en día, si bien la población
contemporánea sigue utilizando los mismos puquiales, el sistema de canales incaicos se encuentra
en desuso y parcialmente destruido: «Por medio desta plaza pasaba una gentil acequia, traida con
mucho primor, y tenian los señores sus baños secretos para ellos y para sus mujeres» (Cieza 1962
[1533]: cap. LXXXIX, 237).

La planificación del uso del agua en el poblado respondía así al mismo criterio previsor que
los funcionarios del Estado Inca tuvieron para sus principales centros administrativos.

Aparte de los conjuntos ya indicados, integran el centro urbano de la población otras


edificaciones que se encuentran fuera del indicado núcleo central en diversas estructuras aisladas.
Así, existen sectores aislados de muros que han sido construidos con la técnica inca y que son
similares a los que forman las construcciones del centro urbano. Posiblemente se trate de restos de
muros que formaron recintos destinados también a las actividades administrativas del lugar o, tal
vez, de muros que pudieron formar parte de estructuras defensivas o de murallas perimétricas que
circundaban el poblado o servían para delimitar sectores dentro del mismo.
ARQUEOLOGÍA Y ETNOHISTORIA EN VILCASHUAMÁN 103

Las cabezas de los muros se pierden bajo múltiples construcciones contemporáneas que
obstaculizan su seguimiento e impiden precisar la dirección que siguen y las plantas que abarcan.
Esta dificultad se presenta también para delimitar el área del centro urbano, por que los materiales
han sido utilizados con otros fines y sólo quedan las partes correspondientes a la cimentación.

Las construcciones cuyos muros fueron levantados mediante la técnica inca a base de
piedra labrada servían para albergar a la elite gobernante: funcionarios de estado, sacerdotes, acllas,
miembros de la nobleza, mientras que los otros sectores sociales vivían fuera del centro urbano, en
viviendas y edificaciones hechas de mampostería ordinaria, a base de piedra y barro, en ambientes
de planta rectangular, circular o cuadrangular. Estos restos son observables aún hoy en sectores
bastante alejados, fuera del perímetro circunscrito por las murallas.

Las construcciones habitacionales comunes debieron ser muchas, pues los cronistas
españoles hablan de la apreciable cantidad de población que tenía el lugar, integrada en su mayoría
por mitimaes dedicados a labores especializadas. Pero el tipo y la calidad del material utilizado en
estas viviendas no garantizó su conservación por ello luego de la conquista española, y muchas de
estas edificaciones simples fueron abandonadas por sus ocupantes al modificarse el orden social.

En una simple exploración del poblado se puede constatar la existencia de gran cantidad de
material de mampostería simple, en su mayoría fuera de las murallas que delimitaban el área nuclear
del centro poblacional de Vilcashuamán. Este material se diferencia claramente de otros que también
existen en el lugar, pues no parece haber formado parte de ningún aparejo de este tipo.

En resumen, por su función social, las estructuras arquitectónicas de Vilcashuamán


responden a los siguientes tipos:

1) Religiosa: el Templo del Sol y el ushnu, destinados a usarse en ceremonias;

2) Habitacional: el Palacio de Túpac Inca Yupanqui, las estructuras aisladas de mampostería simple,
donde vivía la población de servicio y, asimismo, las habitaciones de las aqllas;

3) Servicios: los restos de depósitos en el ushnu y otros lugares del poblado y, también, los canales
de piedra tallada para la circulación del agua;

4) Uso múltiple: fundamentalmente la plaza, utilizada en ceremonias y actividades de diferente


naturaleza;

5) Militar: restos de cimientos y muros hacia la dirección opuesta al centro del asentamiento y por
donde se ingresaría a la ciudad;

6) Delimitación y defensa: las murallas interna y externa que circundaban el poblado.

Por lo descrito, se aprecia que Vilcashuamán tenía una ubicación estratégica, además de ser
el principal centro administrativo incaico de la región de Ayacucho. Todo eso hace indispensable
realizar mayores investigaciones en la zona para poder tener una clara visión de las características
de la ocupación inca de esa parte del territorio andino. Por otro lado, es necesario tomar medidas
para conservar el sitio en buenas condiciones para las generaciones futuras; es necesario proponer
un plan de manejo para la zona que incluya el sitio de Pomacocha, para evitar que se hagan propuestas
de investigación aisladas, además de tratar de incluir a la población en las diferentes actividades que
se realicen para que esta se identifique con el sitio y de esta manera pueda contribuir en la
conservación del mismo.
104 ENRIQUE GONZALEZ-CARRÉ Y DENISE POZZI-ESCOT

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BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA DE CUISMANCU:ORÍGENES
N.° 6, 2002, 107-136 Y TRANSFORMACIÓN... 107

EL REINO DE CUISMANCU: ORÍGENES


Y TRANSFORMACIÓN EN EL TAWANTINSUYU

Shinya Watanabe*

Resumen

En este artículo se presentan los resultados de excavaciones llevadas a cabo en el sitio arqueológico
de Tantarica, ubicado en la sierra norte del Perú, y se revisa interpretaciones sobre el reino de Cuismancu
sobre la base de los documentos. Hasta la fecha se mantiene la imagen de un reino de Cuismancu que existió
antes de la llegada de los incas y que se incorporó bajo su dominio. Sin embargo, esta interpretación no
concuerda con los datos arqueológicos. Los materiales arqueológicos de Tantarica presentan una relación
más estrecha con la costa norte que con el valle de Cajamarca, indicando que existe más bien una heterogeneidad
dentro de dicho reino. Por ello, es razonable pensar que la unidad política del reino de Cuismancu en forma
de siete warangas se formó bajo el dominio incaico y que no se remonta al periodo inmediatamente anterior.

Abstract

THE CUISMANCO KINGDOM: ORIGINS AND TRANSFORMATION IN THE TAWANTINSUYU

This paper presents the data of excavation data from Tantarica site, in the northern highland of Peru,
also examines the extent interpretations about the Cuismancu Kingdom based on the documents. Up to now the
opinion prevents that the Cuismancu Kingdom existed before the arrival of the Incas and was incorporated into
the Inca dominion. This interpretation contradicts the archaeological data. The material culture of Tantarica
is closer to the north coast than with the Cajamarca Basin, which indicates heterogeneity within the domain of
the Cuismancu Kingdom. Thus, it is probable that the political unit as seven warangas of the Cuismancu
Kingdom was formed under the Inca domain and is not of preincaic origin.

1. Introducción

Bajo el dominio del Tawantinsuyu existían varias unidades políticas, una de las cuales se
llamaba, de manera general, el reino de Cuismancu, el que se ubicaba en la sierra norte del Perú. La
información sobre este reino se ha reconstruido sólo en base a documentos, por lo que este artículo
tiene como objetivo reconsiderar la existencia de dicho «reino» en base a los datos arqueológicos.
Primero se resumen las informaciones documentales sobre el reino de Cuismancu, luego se presen-
tan los datos arqueológicos referidos a éste y se finalizará presentando una nueva interpretación
acerca del origen y cambio de este reino.

2. El reino de Cuismancu en los documentos

En la segunda parte de la Historia de los Incas, Pedro Sarmiento de Gamboa describe la


conquista de las provincias de la región de Chinchaysuyo. Según él, Pachacuti Inga Yupanqui
nombró a su hermano Capac Yupanqui como capitán general y fue de esta manera que éste llegó a
Cajamarca:

* Sociedad Japonesa para la Promoción de la Ciencia. E-mail: shinya@bunjin.c.u-tokyo.ac.jp


108 SHINYA WATANABE

«Yendo tras ellos llegó hasta Caxamarca, pasados los términos que traía por instrucción de Inga
Yupanqui que no pasase. Y aunque que se acordó del mandamiento del inga, como se vió ya en
aquella provincia de Caxamarca, que muy poblada de gente y rica de oro y plata era, a causa de gran
cinche1 que en ella había, llamado Guzmango Cápac, gran tirano y que había robado muchas
provincias comarcanas a Caxamarca, acordó de conquistarla, aunque no tenía comisión de su
hermano para ello. Y empezando a entrar en la tierra de Caxamarca, fué sabido por Guzmango
Cápac. El cual apercibió su gente y llamó a otro cinche su tributario, nombrado Chimo Cápac, cinche
de los términos donde agora es la ciudad de Truxillo en los llanos del Pirú. Y juntos los poderes de
ambos, vinieron en busca de Cápac Yupanqui; el cual, con cierta celada que les puso y con otros
ardites, los venció, desbarató y prendió a los dos cinches Guzmango Cápac y Chimo Cápac, y hubo
innumerables riquezas de oro y plata y otras cosas preciosas como piedras preciosas y conchas
coloradas, questos naturales entonces estimaban más que la plata ni el oro» (Sarmiento de Gamboa
1943 [1572]: 108).

La misma información aparece en la Miscelánea Antártica de Miguel Cabello Valboa, por lo


que parece que él citó la crónica de Sarmiento o los dos compartieron la misma fuente:

«... y auiendo de ellos algunas victorias paso á Guamachuco, y alli á Cajamarca, donde hallo viva,
y alentada resistencia en el Señor de aquella Provincia llamado Cusmango Capac, el cual como
tuviesse nueva de la venida de los Yngas de el Cuzco, y de el bien guarnecido egercito que traian
apellidaron toda la tierra y hicieron con Chimocapaz (que tenian el Imperio, y Señorio en los llanos,
y arenales de el Piru desde Guarmei hasta Tumbez) que les proveiesse de socorro contra aquel
poderoso y cruel enemigo, y Chimocapac (que de ordinario tenia gente en Campaña) le proveio de un
mediano numero de soldados dandoles por Capitan un animoso mancebo deudo suyo, que hizo en
defensa de los Cajamarcas, suertes marauillosas, mas al cabo fueron vencidos, y la tierra tomada,
y Cusmango muerto, y puesto en su Alcazar (o fortaleza) presidio de parte de los Yngas como lo
tuvieron de costumbre hacer en las tierras que conquistauan» (Cabello Valboa 1951 [1586]: 317).

De estos documentos surge la pregunta: ¿Quién fue el Guzmango Capac? Guzmango es, en
la actualidad, el nombre de un pueblo, en el distrito del mismo nombre, en la provincia de Contumazá,
departamento de Cajamarca; Capac es un título que con frecuencia se puede traducir como «rey» en
castellano.2 Según las visitas realizadas en el siglo XVI,3 la provincia Cajamarca se componía de siete
warangas:4 Guzmango, Chuquimango, Chondal, Bambamarca, Caxamarca, Pomamarca y Mitimas,5
siendo cacique de la waranga Guzmango6 (Cuismancu) el cacique principal de todas las siete
warangas. A este cacique principal se le identifica como el mismo Guzmango Capac que aparece en
las crónicas de Sarmiento de Gamboa y Cabello Valboa, mientras que el conjunto de siete warangas
se llama el reino de Cuismancu.7 Se pensaba que esta unidad política tendría su origen en el periodo
preincaico y que se incorporó luego bajo el dominio del Tawantinsuyu.8

Hasta la fecha existen varios estudios documentales sobre los caciques de Cajamarca y el
reino de Cuismancu en la época colonial (Villanueva 1955, 1975; Espinoza 1967, 1970, 1973, 1977a,
1977b; Silva Santisteban 1982; Remy 1986; Pärssinen 1992; Rostworowski 1992; Dammert 1997;
Ramírez 1998, 2002; Noack 2001); entre éstos destaca el estudio de Espinoza (1977a), quien sostiene
que a partir de la irrupción cuzqueña se crearon dos warangas más: Pomamarca9 y Mitimaes. En
cambio, mientras que avanzan los estudios históricos, existe poca investigación arqueológica sobre
el reino de Cuismancu.

3. Investigaciones arqueológicas en Cajamarca y el problema inca

Según los topónimos que aparecen en las visitas, la extensión del reino de Cuismancu en la
época prehispánica abarcaría un área inmensa desde Bambamarca y Chota por el norte hasta la
provincia de Contumazá por el sur10 (Fig. 1). Sin embargo, las investigaciones arqueológicas realiza-
EL REINO DE CUISMANCU:ORÍGENES Y TRANSFORMACIÓN... 109

Fig. 1. Ubicación de los sitios arqueológicos en la parte sur del departamento de Cajamarca (redibujado en
computadora en base a los planos de Instituto Nacional de Cultura, filial Cajamarca 1997: planos 1 y 2).

das hasta ahora, se han concentrado únicamente en la provincia de Cajamarca, que correspondería
a las warangas de Caxamarca y Pomamarca.

En el valle de Cajamarca existen evidencias de un largo periodo de prosperidad de la cultura


cajamarquina. En el Periodo Formativo (1500 a.C.-50 a.C.) se construyeron templos como Huacaloma
y Layzón, luego floreció la tradición Cajamarca11 (50 a.C.-1532 d.C.), caracterizada por una tradición
alfarera elaborada en caolín.

Los pioneros en el estudio arqueológico sistemático en el valle de Cajamarca fueron los


esposos franceses Henri y Paule Reichlen (1949), quienes realizaron reconocimientos en un área
amplia y ubicaron 93 sitios arqueológicos. Llevaron a cabo excavaciones a pequeña escala en cinco
de ellos: Cerro Santa Apolonia, Hacienda Torrecitas, Cerro Vaquería, Cerro Wairapongo y Cerro
Chondorko, y propusieron la primera cronología general del valle, la cual consta de seis épocas o
periodos: 12 Torrecitas-Chavín, Cajamarca I, II, III, IV y V. Según esta cronología, el periodo inca
corresponde a Cajamarca V. Sin embargo, al mismo tiempo ellos manifiestan: «Por sorprendente que
pueda parecer, los incas han dejado pocos monumentos en la región Cajamarca y su cerámica tam-
bién es rara» (Reichlen y Reichlen 1949: 170; 1985: 54). Sobre la cerámica de la época Cajamarca V
escribieron: «En realidad, no se observa la influencia del arte incaico sobre esta cerámica» (Reichlen
y Reichlen 1949: 171; 1985: 54). Además, registraron sólo tres sitios incas de un total de 93: Tambo de
110 SHINYA WATANABE

Otuzco, Paso de Shaullú y Pampa de Yamobamba (Reichlen y Reichlen 1949: Carte 6).13 Actualmente
se piensa que dos de ellos, Tambo de Otuzco y Pampa de Yamobamba, son sitios wari (Watanabe
2001), de modo que Paso de Shaullú sería el único sitio inca ubicado sobre la ruta del camino inca
que va desde Baños del Inca hacia el sur.

Veinte años más tarde, los arqueólogos japoneses iniciaron un proyecto en el valle de
Cajamarca (Terada y Onuki [eds.] 1982, 1985, 1988), cuyo objetivo principal se concentró en las
sociedades formativas, aunque al mismo tiempo realizaron investigaciones en Huacariz, Kolguitín,
Wairapongo y Amoshulca para aclarar aspectos de la cultura Cajamarca. Fruto de estos trabajos es
una nueva cronología del valle y la división de la cultura Cajamarca en cinco fases: Cajamarca Inicial,
Temprano, Medio, Tardío y Final (Terada y Matsumoto 1985).

Se modificó la cronología de los Reichlen y se observó que la mayor parte de la cerámica que
ellos clasificaron como Cajamarca V, corresponde al Complejo Huacariz de la fase Cajamarca Tempra-
no, de modo que la fase Cajamarca Final, que equivale al último momento de la época Cajamarca IV
—en la cronología de los Reichlen— representa la última ocupación prehispánica en el valle de
Cajamarca (Terada y Matsumoto 1985: 85). Se trata de la cerámica del tipo Complejo Amoshulca
(Figs. 2A, 2B), representativa de la fase Cajamarca Final, que se distribuye hasta Bambamarca, en el
norte (Terada y Matsumoto 1985: 89).

Por otro lado, entre abril de 1983 y marzo de 1984, Julien llevó a cabo investigaciones
arqueológicas en el valle de Cajamarca (D. Julien 1988, 1993). Su proyecto incluyó sondeos en cuatro
sitios: Cerro Carambayoc, Cerro Shicuana, Quililic y Chucchucán, luego de los cuales confirmó que
la mayor parte de la cerámica de Cajamarca V de los Reichlen14 pertenece a la fase Cajamarca Tempra-
no, pero estableció otro tipo de cerámica para la fase Cajamarca Final, a la cual denominó Amoshulca
negro sobre naranja15 (Figs. 3A, 3B), que incluye muestras de Cajamarca V de los Reichlen (D. Julien
1988: 90, 1993: 251-252). Julien opina que este tipo de cerámica corresponde a la época inca; en otras
palabras, la última parte de la fase Cajamarca Final. Fragmentos del tipo Amoshulca negro sobre
naranja son escasos y siempre aparecen asociados a los del Complejo Amoshulca, de modo que éste
es el indicador de la fase Cajamarca Final que data de 1200 a 1532 d.C.; es decir, la última época
prehispánica.

Actualmente, en el centro de la ciudad de Cajamarca, se ubica el famoso edificio denomina-


do «Cuarto del Rescate», que es de típica arquitectura inca. Además, de esa zona se obtiene cons-
tantemente cerámica inca cuando hay obras de construcción. Sin embargo, no se puede encontrar
evidencia incaica fuera de la ciudad. Al parecer, no hay indicación de cambios notables en la alfarería
ni en la arquitectura de la época incaica en el valle de Cajamarca, pero tampoco se tenían los datos
adecuados para poder decir eso. Por tal motivo, en el año 2001 el autor llevó a cabo excavaciones en
Santa Delia,16 el sitio arqueológico más grande de la fase Cajamarca Final (Fig. 1), para buscar datos
arqueológicos de la fase Cajamarca Final —es decir, el último tiempo prehispánico— y al mismo
tiempo aclarar el cambio que podría haber ocurrido por el contacto con los incas. Ahora, ya que se
dispone de datos sobre la condición de la fase Cajamarca Final, se puede decir que es probable que
no ocurrieran cambios grandes en la época inca.17

Por el momento se impone otra pregunta por resolver: ¿La tendencia mencionada, que vale
para el valle de Cajamarca, también existe en otras zonas que corresponderían a otras warangas?
Como se ha expuesto, las investigaciones arqueológicas realizadas se concentran en el área que
correspondería a la waranga Caxamarca. Sin embargo, la waranga Guzmango, cuyo cacique fue el
principal de las siete warangas, se ubica en la provincia de Contumazá, el área cisandina entre el río
Chicama y el Jequetepeque.18 Fue indispensable realizar investigaciones arqueológicas en la zona de
Contumazá, ya que no era seguro si los datos arqueológicos del valle de Cajamarca también valen
para dicha zona. Se pensaba que Guzmango Viejo y Tantarica (Fig. 1) eran los sitios más importantes
Fig. 2A. Cerámica caolín del tipo Complejo Amoshulca.

Fig. 2B. Cerámica caolín del tipo Complejo Amoshulca.


Fig. 3A. Cerámica caolín del tipo Cajamarca negro sobre naranja.

Fig. 3B. Cerámica caolín del tipo Cajamarca negro sobre naranja.
EL REINO DE CUISMANCU:ORÍGENES Y TRANSFORMACIÓN... 111

del reino de Cuismancu; el primero correspondería a la waranga Guzmango y el segundo a la


waranga Chuquimango, según la toponimia actual. El primero está muy destruido, mientras que el
segundo está bien conservado, por lo que se eligió el sitio de Tantarica para la realización de
excavaciones.

4. Tantarica

El sitio arqueológico de Tantarica se ubica en el cerro del mismo nombre, provincia de


Contumazá, departamento de Cajamarca. Su cumbre alcanza una altura de 3289 metros sobre el nivel
del mar (Fig. 4). El primero que describió este sitio fue Baltazar Jaime Martínez de Compañón, obispo
de Trujillo, quien dejó una descripción muy sencilla y un dibujo.19 En 1765, antes de la llegada del
obispo, se excavó «Huaca Tantalluc», donde se encontró una tumba subterránea, con «...muchas
piezas de diversa figura de oro y alguna de cobre» (Martínez Compañón 1978-1994 [1789]: vol. IX,
lám. 9).

Posteriormente, Hans Horkheimer visitó Tantarica en 1940 y publicó una nota sobre su
expedición en la que manifestó que la arquitectura de Tantarica se remonta a la época preincaica.
Describe el sitio como sigue: «La descripción de objetos de oro (representaciones de lagartijas,
pitos en forma de aves) hallados por huaqueros, hacen pensar en la metalurgia de los Chimú. Pero
hay otros indicios que muestran que el sitio Tantarica finalmente fue utilizado y parcialmente fue
construido por los incas: a) En una de las casas se encuentran tres nichos trapezoidales con palos
rectangulares» (Horkheimer 1985 [1941]: 148). En 1997, con el apoyo del Consejo Transitorio de
Administración Regional (CTAR), el Instituto Nacional de Cultura, filial Cajamarca, realizó el levan-
tamiento topográfico y planimétrico de Tantarica y llevó a cabo la limpieza en algunas áreas (Institu-
to Nacional de Cultura, filial Cajamarca 1997). Por último, el autor visitó Tantarica en 1998 y quedó
impresionado por su magnitud y solemnidad, lo que le sugirió que se trataba de un sitio clave para
el estudio del reino de Cuismancu. También halló algunos fragmentos de cerámica chimú y uno de
cerámica inca. Regresó a Tantarica en 1999 para realizar excavaciones desde el 9 de agosto hasta el
6 de setiembre y, al año siguiente, desde el 7 de agosto hasta el 11 de setiembre del 2000.

En ese tiempo, las excavaciones se llevaron a cabo en tres sectores: el sector A se ubica en
la falda del cerro, el sector B al pie del cerro y el sector C cerca de la cumbre (Fig. 4). Entre otros
resultados, en el Sector B se encontraron arquitectura y tumbas de la época colonial, por lo que en
este artículo se presentan solo los datos referentes a los sectores A y C.

4.1. Sector A

Se denominó así a una unidad arquitectónica en las faldas del cerro, donde existen nichos,
ductos y canales (Fig. 5). Esta unidad consiste de cinco terrazas, las que se denominaron terrazas 1,
2, 3, 4 y 5, de abajo hacia arriba. Para saber si éstas se construyeron y funcionaron al mismo tiempo,
se limpiaron los accesos entre las terrazas, pero no se encontró acceso entre la Terraza 2 y la Terraza
3. Por lo tanto se definieron dos unidades arquitectónicas: una compuesta por las terrazas 1 y 2 (Fig.
6), y la otra por las terrazas 3 a 5 (Fig. 11).

Terraza 1. Es una terraza plana de 20 por 25 metros aproximadamente. No se observan construccio-


nes sobre ella, con la excepción de dos pasadizos al pie de la Terraza 2. Las dos esquinas de los
muros de contención de la Terraza 1 se presentan destruidas, y a través de ellas se puede observar
el interior (Fig. 7). Hay otro muro paralelo al muro de contención formando un espacio grande
—como una larga galería— con vigas que sirven de techo.20 Al limpiar la esquina norte del muro de
contención se confirmó que cuando se levantaron estos muros de contención dobles, se dejó a la
vez un espacio entre ellos como si fuese una «galería», mientras que su acceso al interior estaba
cerrado. Este espacio tiene 2,7 metros de altura, 40 centímetros de ancho y más de 15 metros de
112 SHINYA WATANABE

longitud y, parece que no funcionaba como pasadizo, sino que fue una técnica constructiva. No se
dispone de datos para determinar si se colocaron algunos objetos en el interior cuando se había
cerrado.

Terraza 2. Se encontraron dos recintos sobre la Terraza 2; uno se denominó el Cuarto de los nichos,
por tener nichos en el interior, y el otro Cuarto de la galería, por una galería que conduce al interior.
El Cuarto de los nichos mide 12,8 por 7,5 metros y tiene dos recintos en el interior (Fig. 6). El Recinto
1 —de 7,5 por 5 metros— tiene 11 nichos, dos de los cuales están bien conservados y aún tienen
restos de revoque blanco y dinteles de madera21 (Fig. 8). Por otro lado, el Recinto 2, de 7,2 por 8
metros, no tiene nichos. Al excavar una cuarta parte del Recinto 1 y un tercio del Recinto 2, se definió
la técnica constructiva y el proceso de construcción, como se expone a continuación.

Primero se profundizó hasta la roca madre en forma de zanja para construir la base de los
muros de contención que formarían la plataforma. Las bases tienen 1 metro de ancho por 1,4 metros
de profundidad. Después de construir la plataforma, se levantaron los muros de los recintos 1 y 2. En
el Recinto 1 el piso se encuentra sobre la cabecera de las bases, las cuales funcionan como banqueta
en el Recinto 2. En la parte suroeste del Recinto 2 se encuentran dos ambientes divididos por medio
de un muro. Hay una diferencia de altura entre los pisos, ya que en el Recinto 2 presenta 60 centíme-
tros de profundidad más que el del Recinto 1. El piso de los dos ambientes del Recinto 2 presenta
una altura de 40 centímetros más que la parte noreste del Recinto 2.

Esta técnica constructiva tan elaborada sirvió para reforzar la arquitectura, ya que el suelo
del cerro Tantarica es muy arenoso y blando. Por otro lado, se halló una quena bien acabada dentro
de la zanja del Recinto 1. Se confirmó que el Cuarto de la galería muestra dos etapas constructivas; se
denominó el Recinto viejo a la construcción de la primera etapa y Recinto nuevo a la de la segunda
etapa (Fig. 9). Además, se definió que una galería, cuya entrada se encuentra al lado de la escalera
que sirve para subir a la Terraza 2, corresponde a la primera etapa.

El Recinto viejo del Cuarto de la galería tiene 5 por 2 metros de dimensión, acompañado de
seis nichos en el interior, cuyo tamaño varía 1,3 a 1,5 metros de ancho y 1 metro de fondo; la altura
no se pudo determinar ya que no se conservan los dinteles. Hay un 1 metro de altura de diferencia
entre el piso del Recinto viejo y la base los nichos. La galería antes mencionada mide 60 centímetros
de ancho, 1,5 metros de altura y 2 metros de longitud. Pasando la galería, bajando dos peldaños, se
llega al interior del Recinto viejo del Cuarto de la galería.

En la segunda etapa constructiva, se rellenó el Recinto viejo y se construyó el Recinto


nuevo sobre ese. El proceso de tapado fue muy complejo: primero se cubrió la parte oeste del
Recinto viejo con piedras grandes y se conformó un muro de contención compuesto de tierra,
definiéndose de esta manera dos espacios (Fig. 6). El espacio del lado este tiene una dimensión de 2,5
por 2 metros, conformándose hacia el lado suroeste un nicho pequeño de 70 centímetros de ancho
por 50 centímetros de fondo. El espacio del lado extremo oeste tuvo un tratamiento de tapado muy
especial: primero se le cubrió con una capa de tierra negra de 45 centímetros de espesor, después se
colocaron horizontalmente piedras grandes a manera de vigas, conformándose un espacio de 1 por
1,5 metros.

Posteriormente, se cubrieron los dos espacios con arena. El espacio del lado este contenía
bastante caracol de tierra, carbón22 y cerámica que incluía algunos fragmentos chimú. Esto no se
observó en el espacio extremo oeste. Alrededor del contorno del Cuarto de la galería, a la altura de la

Fig. 4. (Desplegable en la página siguiente) Plano general del sitio de Tantarica.


EL REINO DE CUISMANCU:ORÍGENES Y TRANSFORMACIÓN... 113

Fig. 5. Plano del Sector A.

cabecera del Recinto viejo, se rellenó con piedras con la intención de nivelarlo. Sobre éste se
colocaron los muros delimitantes del Recinto nuevo, donde a la vez se confeccionó el piso del
recinto, tapando, al mismo tiempo, la galería para acceder al Recinto viejo. Se puede ver que hay una
diferencia de altura de 2,8 metros entre el piso del Recinto viejo y el del Recinto nuevo. Este tiene
una dimensión de 9 por 4 metros y un vano de acceso de 4,5 metros de ancho en el suroeste,
cambiando, de esta manera, la orientación de acceso. Se encontró un fogón inmediatamente encima
de un nicho del Recinto viejo (Fig. 6) y allí se recuperó una aguja de cobre.
Fig. 6. Sector A. Terrazas 1 y 2, y proceso de renovación del Cuarto de la galería.
Fig. 7. El espacio detrás del muro de contención de la Terraza 1.

Fig. 8. Terraza 2. El Cuarto de los nichos.


116 SHINYA WATANABE

Fig. 9. El Cuarto de la galería. En el interior se ve el Recinto viejo.

Al mismo tiempo, se ha encontrado arquitectura asociada en el lado norte, al pie de la


plataforma que sostiene al Cuarto de la galería. La excavación permitió definir un pasadizo, cuya
entrada tiene 80 centímetros de ancho con dos peldaños; este pasadizo tiene un ancho que varía
entre 1 y 1,50 metros. En su interior hay una escalinata con seis peldaños para acceder a una rampa
en la parte superior. También se ubicó un canal, que pasa a tajo abierto por un costado de la rampa,
pero al llegar al inicio de la escalinata lo hace por debajo, siguiendo la sinuosidad de los peldaños
con dirección sur, ubicándose su desembocadura debajo de un peldaño (Figs. 6, 10). Por falta de
tiempo, no se pudo definir la toma del canal. La forma de este tipo de canal presenta similitud con el
canal de la Plaza circular del sitio de Chavín de Huántar. Además, se confirmó que el canal fue tapado
intencionalmente con arena y bastante ceniza,23 tal como la entrada al pasadizo, lo cual indica la
posibilidad de un cambio en la orientación del acceso.

El Cuarto A-6 se encuentra al norte del canal y de la escalera; y sólo se pudo encontrar las
bases de los muros. Al parecer, funcionaba al mismo tiempo que el canal y la escalera, y fueron
abandonados simultáneamente. Como se mencionó, no existe acceso entre la Terraza 2 y la Terraza 3;
las terrazas 3, 4 y 5 se construyeron en un solo momento, po lo que conforman una unidad arquitec-
tónica grande (Fig. 11).

Terraza 3. Se trata de una terraza grande y de construcción simple. Sus dimensiones son 40 por 15
metros aproximadamente. En la parte sur no existen edificios sobre la terraza, pero en la parte norte
se observan tres muros de contención superpuestos para sostenerla, cada uno con orientación
diferente; dos de ellos son los muros de contención y el de más arriba es de un cuarto que se ha
denominado como Cuarto A-1. Para comprobar si hubo alguna renovación de la arquitectura, como
EL REINO DE CUISMANCU:ORÍGENES Y TRANSFORMACIÓN... 117

Fig. 10. El canal que pasa al pie norte del muro de contención de la Terraza 2.

en el caso del Cuarto de la galería, se realizaron excavaciones en ese lugar. Estas confirmaron que el
Cuarto A-1 se construyó en un solo proceso y no hubo renovación de esta estructura ni del muro de
contención, lo que sugiere que los tres muros superpuestos se deben a una técnica constructiva
para reforzar la terraza. Después de construir los muros de contención, se rellenó el interior con
arena, donde se perciben cuatro niveles, cada uno de ellos separado por tierra de color marrón
oscuro hasta conformar el Cuarto A-1.

El Cuarto A-1 mide 13 por 7 metros, su entrada se ubica en la parte sur por medio de un
desnivel de 30 centímetros. En la parte norte del cuarto se encuentra otro desnivel de 40 centímetros
de altura, al cual se accede mediante dos escalinatas de dos peldaños cada una; una tiene 80
centímetros de ancho y la otra 60. En la esquina noroeste del Cuarto A-1 hay una entrada de 70
centímetros de ancho, con tres peldaños para bajar hacia afuera. Al centro del Cuarto A-1 se encon-
tró un pozo cilíndrico empedrado de 90 centímetros de diámetro por 1,1 metros de profundidad. En su
interior no se encontró ningún tipo de material, por lo que se desconoce su función, pero existen
más pozos como este en otras áreas de Tantarica.

Entre el Cuarto A-1 y el muro de contención de la Terraza 4 se encuentra un pasadizo donde


pasa un canal abierto, como se mencionará más abajo. La entrada suroeste para dicho pasadizo
presenta un vano de acceso de 80 centímetros de ancho, con un peldaño, mas una vez que se pasa
el vano, el pasadizo mide 1,8 metros y a medida que se avanza hacia el noreste alcanza los 3,2 metros.

En la esquina noroeste exterior del Cuarto A-1 se ubica una escalera para subir a la Terraza
4 (Fig. 12). Esta tiene seis peldaños hasta llegar a un descanso, donde cambia su dirección hacia el
SHINYA WATANABE
118
Fig. 11. Sector A. Terrazas 3 a 5.
EL REINO DE CUISMANCU:ORÍGENES Y TRANSFORMACIÓN... 119

norte, para luego seguir subiendo mediante cuatro peldaños más y, finalmente, llegar a la Terraza 4.
Al costado de la entrada de la escalera se encontró un añadido al muro de contención de la Terraza
4, el cual consiste de una plataforma de 1 por 2,6 metros, dentro de la cual pasa un canal.

El canal tiene su toma en la parte oeste de dicha escalera. Pasa por debajo del piso del
descanso y continúa por dentro del añadido mencionado para luego doblar hacia el suroeste. Salien-
do del añadido, dicho canal pasa a tajo abierto a lo largo de la base del muro de contención de la
Terraza 4, para finalmente salir debajo del vano y, al parecer, se conecta con la salida del canal que se
observa al costado del muro de contención sur que sostiene la Terraza 3 (Fig. 11).

Terraza 4. Es la más amplia de las cinco terrazas y se compone de dos terrazas juntas: una al
suroeste —que mide 25 por 15 metros— y otra al norte —con 27 por 15 metros—; cada una tiene una
dirección diferente. Al centro de éstas se ubica una escalera para subir desde la Terraza 3. Se excavó
la parte norte, en los cuartos A-2 y A-3 (Fig. 11), con la finalidad de definir si hubo renovación en su
construcción y ver la dirección del canal cuya salida se ve al costado del muro de contención que
sostiene la Terraza 4 (Fig. 13).

El Cuarto A-2 tiene una dimensión de 3,3 por 2,3 metros, con dos entradas cerca de la
esquina noroeste: una es para salir al oeste, subiendo un peldaño que tiene 1 metro de ancho; la otra
es para pasar al Cuarto A-3 mediante un peldaño de 15 centímetros de altura y 90 centímetros de
ancho. Se confirmó que no hubo renovación en el Cuarto A-2 y se definió la técnica constructiva del
Cuarto A-2: el interior del Cuarto A-2 se dividió en tres partes por muros de piedra y se rellenó cada
espacio con arena y piedras para luego levantar el piso. Esta técnica tiene similitud con la renova-
ción del Cuarto de la Galería, por lo que se supone que esta técnica de «encajonamiento» sirvió para
reforzar las terrazas.

Se denominó Cuarto A-3 al espacio de 10,4 por 4,4 metros que se ubica al norte del Cuarto A-
2 (Fig. 11). Se excavaron los extremos norte y sur y se descubrió un pasadizo paralelo al muro de
contención de la Terraza 4. Hay una diferencia de 2,5 metros de altura entre el piso oeste que conecta
con el Cuarto A-2 y el piso este del pasadizo. Al avanzar al norte del piso oeste elevado, se puede
salir al espacio amplio de la Terraza 4. El pasadizo bajo al este del Cuarto A-3 tiene 2 metros de ancho
en el extremo sur y se estrecha avanzando al norte hasta llegar a 1,6 metros de ancho; además, en el
pasadizo existen dos vanos de acceso, uno de 70 centímetros de ancho en el medio —conformando
un espacio de 2,5 por 2 metros en el sur— y otro de 50 centímetros de ancho en el norte. En el espacio
del extremo sur se presenta un nicho pequeño en el lado este, el cual mide 43 por 49 centímetros y
tiene 30 centímetros de fondo.

Un canal viene del norte, por debajo del piso, pero no se detectó su toma. Dobla al este
debajo del piso del pasadizo del Cuarto A-3 y se conecta con la salida que se ve al costado del muro
de contención de la Terraza 4.24 Existe un pasadizo junto a la base del muro de contención de la
Terraza 5; a través de ésta sale al este, fuera de las terrazas.

Terraza 5. Ocupa la parte más alta entre las cinco terrazas. Presenta un muro de contención con
dirección Norte-Sur. En el paramento exterior de la Terraza 5 existen cuatro nichos ubicados hacia los
lados del acceso (dos a cada lado) (Fig. 14). Pasando la entrada de 80 centímetros y subiendo por
una escalera de 1 metro de ancho con ocho peldaños, se accede a un descanso hacia la Terraza 5;
finalmente, se llega a ésta subiendo por dos peldaños de 90 centímetros de ancho. Por debajo del
piso del descanso pasa un canal cuya entrada y salida no se han definido.25 En la parte norte de la
hay dos cuartos elevados que no se pudieron excavar.26

Más arriba de la Terraza 5 corre un muro circundante. Es bastante largo y se conecta con el
muro de contención de la Terraza 3 (en el lado sur); de allí continúa hasta el lado oeste de la Terraza 2.
120 SHINYA WATANABE

4.2. Resumen de las características de la arquitectura del Sector A

La arquitectura del Sector A es muy planificada y, al parecer se construyó en corto tiempo.


Las técnicas para reforzar las terrazas son muy minuciosas: se colocaban las bases del muro directa-
mente encima de la roca madre, se dividía el interior de la terraza con el fin de rellenar, y se cambiaba
la dirección de los muros de contención, etc. Estas técnicas difieren totalmente de las de Santa Delia,
en el valle de Cajamarca, sitio arqueológico de la fase Cajamarca Final. Allí la arquitectura consiste
de una aglomeración de los recintos pequeños y se carece de las evidencias de planificación, como
las grandes terrazas o los canales.

En el Sector A se encontraron por lo menos cuatro canales. La mayoría de ellos tienen un


diseño muy planificado, cada uno con una entrada y salida, y presentan la apariencia de un sistema
ritual. Este tipo de canal ritual existe también en Kuntur Wasi, un sitio arqueológico del Periodo
Formativo en la sierra norte del Perú. Otros elementos arquitectónicos del Sector A son nichos,
tanto en el interior de recintos como asociados a muros de contención. La frecuencia de los canales
y nichos presenta una peculiaridad en el Sector A. Lamentablemente, no se pudo confirmar la exis-
tencia de los nichos trapezoidales que mencionó Horkheimer.

La asociación con la cerámica es muy clara. La cerámica reconocida como incaica aparece
sólo en la tierra que cubre el piso y no aparece debajo del mismo. Igualmente, la cerámica chimú se
encuentra sobre el piso, aparte de los fragmentos incluidos en la tierra que cubre el Recinto viejo del
Cuarto de la galería de la Terraza 2. Según la asociación de la cerámica, parece que la arquitectura en
Tantarica ya existía antes de la llegada de los incas; sin embargo, los fechados radiocarbónicos del
dintel del nicho del Cuarto de los Nichos y de los fragmentos de carbón recuperados en la tierra que
cubren el Recinto viejo del Cuarto de la galería de la Terraza 2 no arrojan fechas preincaicas, de modo
que parece que en la época incaica se construyó por lo menos una parte de la arquitectura de las
Terrazas 1 y 2 y queda la posibilidad de que hay una diferencia en el tiempo de construcción entre el
primer grupo de terrazas (1 y 2), y el segundo (terrazas 3, 4 y 5). Hasta la fecha no se tiene suficiente
evidencia para determinar si la construcción de la arquitectura del Sector A se remonta a la etapa
preincaica.

4.3. Sector C

Se ubica en el lado norte, cerca de la cumbre, desde donde se puede ver el río Jequetepeque.
En la superficie se encuentran dispersas gran cantidad de vigas y lajas de piedra, además de huesos
humanos totalmente alterados por hoyos de huaqueros, por lo que parecían ser restos de arquitec-
tura funeraria. Esta aparente tumba se encuentra en el centro de la terraza que se construyó en una
pendiente muy inclinada. Se encontró un espacio de 10 por 8 metros rodeado por muros perimétricos.
En su centro se ubica una estructura de 5,5 por 4 metros, y alrededor de ella se encontraron espacios
tipo corredor (Fig. 15). Existen dos accesos, uno en el sur y otro en el norte, por lo que se deduce que
se trata de varias estructuras funerarias. En la esquina se ubica un fogón de 1,1 metros de diámetro
y 44 centímetros de profundidad; de sus cenizas se obtuvo carbón, material óseo quemado y óseo
trabajado, un tortero de piedra y una aguja de cobre. Con seguridad, este fogón es parte de la
arquitectura funeraria. la estructura fue huaqueada intensamente, pero se pudo confirmar que su
arquitectura se compone de dos niveles, una subterránea y otra que se ubica encima.

Arquitectura superior. Se encontraron dos recintos encima de la plataforma pequeña: uno de 2,5 por
1,3 metros (Recinto 1), y otro de 2,2 por 1,8 metros (Recinto 2). El segundo recinto tiene una ventana
de 50 por 50 centímetros en el lado sur, y en el interior se encontraban algunos individuos. Pese a
que la mayor parte está muy destruida, podrían haber existido por lo menos ocho individuos. Su
posición en cuclillas sugiere la presencia de la técnica de momificación incaica. Se han encontrado
dos tupus de cobre y un individuo tenía una pinza de cobre en la boca. También había dos vasijas de
Fig. 12. La escalera para subir a la Terraza 4 desde la Terraza 3.

Fig. 13. Terrazas 4 y 5, vistas desde el lado norte.


Fig. 14. Entrada para la Terraza 5.
EL REINO DE CUISMANCU:ORÍGENES Y TRANSFORMACIÓN... 121

Cámara subterránea

Arquitectura superior

Fig. 15. Plano del Sector C.

cerámica tipo aríbalo (Figs. 24, 25), aún in situ, asociadas a los individuos. Además, se registraron
muchos fragmentos de cerámica inca en la tierra movida, lo que indica que estos entierros pertene-
cen a la época incaica. Fuera de la ventana pequeña habían dos cántaros enteros y una valva pulida
de Spondylus, y en la esquina sureste, al exterior de la Arquitectura superior, se encontraron 12 tazas
negras 27 debajo del piso, algunas de ella con base anular. Estas fueron colocadas al momento de la
construcción, son de pasta muy tosca y su acabado es muy malo, así que es posible que se hicieran
solamente para enterrarlas debajo del piso.

Al parecer, existió otro piso encima, porque hay un nivel de lajas de piedra que se extiende
a una altura de 75 centímetros desde el piso en el Recinto 2. En estas lajas se apoyaban algunos
individuos, lo que deja entrever la posibilidad de que los entierros se cayeron de otro piso ubica-
do más arriba, ya que el espacio de 75 centímetros de altura es muy estrecho.

Cámara subterránea. Debajo de estos recintos se ubica una cámara subterránea 28 con la misma
orientación. Esta cámara se ubica inmediatamente debajo del Recinto 2 de la Arquitectura superior.
Mide 2,1 por 1,24 metros y 1,8 metros de altura, y posee dos nichos en el interior: uno al oeste, de
70 centímetros de altura, 65 centímetros de ancho y 60 centímetros de fondo; el otro, al norte, está
tan destruido que no se logró definir su tamaño original, pero tiene una profundidad de 36 centíme-
tros.
La entrada a la cámara se ubica al sur del Recinto 1. Primero se pasa por un corredor cuyo
techo está cubierto por vigas y el piso es empedrado —de 80 centímetros a 1 metro de ancho, 1,6
122 SHINYA WATANABE

metros de altura y 1,8 metros de longitud—, dobla a la izquierda (al oeste), sube un desnivel de 1
metro, pasa otro corredor —de 83 centímetros de ancho, 1,1 metros de altura y 1,93 metros de
longitud— y baja un desnivel de 1,17 metros para llegar a la cámara subterránea. A causa de la
destrucción por el pozo hecho por los huaqueros, no se pudo confirmar si el acceso al interior estaba
tapado o si había existido un acceso constante al mismo. Al parecer estaba tapado, si se tiene en
consideración la estructura y dificultad del acceso.

Lamentablemente, no se sabe cómo fue el entierro en la Cámara subterránea, pero se encon-


tró cerámica chimú (Fig. 20) en el corredor cerca de la entrada. De este modo, hay dos posibilidades:
o las estructuras funerarias se construyeron en la época incaica o la Cámara subterránea se constru-
yó en la época preinca, y luego se agregó la Arquitectura superior en la época inca.

Aunque todavía no se dispone de datos acerca de los patrones funerarios en la época


preinca en Tantarica, se piensa que difieren de los del valle de Cajamarca, donde se practicaba el
entierro secundario, colocándose los huesos dentro de una cámara funeraria en el cuarto, como lo
atestiguan los datos de Santa Delia.

5. La cerámica de Tantarica

La cerámica de Tantarica se puede agrupar en dos unidades: el grupo costeño y el grupo


serrano. El grupo costeño no tiene ninguna similitud con la cerámica del valle de Cajamarca; mien-
tras que el grupo serrano comparte características con la del valle de Cajamarca, aunque presenta
diferencias con la cerámica contemporánea del valle (fase Cajamarca Final).29 Se han establecido dos
tipos de cerámica para el grupo costeño y dos para el grupo serrano. Además de estos dos grupos
de cerámica se presentan evidencias de los estilos Chimú, Inca y Cajamarca (caolín).

5.1. El grupo costeño

Tantarica tosco. Presenta características aparentemente de origen costeño. Tanto la técnica de


manufactura como la utilización de arena granulosa como temperante, la técnica de paleteado
—a veces con huellas de forma reticulada— presentan similitud con los usos de la costa norte. La
forma de tinaja grande y cántaro con cuello corto, que no existen en el valle de Cajamarca, son casi
las únicas formas (Fig. 16).

a) Pasta: contiene bastante cantidad de arena granulosa de 1-3 milímetros de diámetro. Se nota el
temperante más que la arcilla. Esta tiene un color de marrón a gris.

b) Acabado: se nivela la superficie con las manos al exterior y cerca del borde en el interior. Se notan
las huellas lineales horizontales en el borde y se aplica el engobe de color de marrón a naranja en el
exterior.

c) Color: se nota los colores marrón y naranja en el exterior, pero el lado interior presenta color negro
o marrón oscuro que podría haber ocurrido por la condición de la cocción.

d) Forma: casi la única forma es la tinaja grande de 40 a 60 centímetros de diámetro.30 La unión del
borde con el cuerpo presenta un ángulo suave y algunos de los ejemplares tienen el borde inclinado
hacia el interior. El espesor de la pared es de 15 a 30 milímetros en el borde y de 7 a 10 milímetros en
el cuerpo.

e) Decoración: tiene diseños reticulados, de las huellas de la tableta, y algunos llevan círculos
incisos.
EL REINO DE CUISMANCU:ORÍGENES Y TRANSFORMACIÓN... 123

Fig. 16. Cerámica del tipo Tantarica tosco.


124 SHINYA WATANABE

Tantarica naranja. Presenta similitud con Tantarica tosco, pero tiene más variedad de formas; el
cántaro con cuello corto es la forma principal y tampoco existe en el valle de Cajamarca. Las paredes
son muy delgadas y siempre llevan huellas de hollín (Fig. 17).

a) Pasta: la arcilla tiene color naranja o marrón y usa como temperante gran cantidad de arena de
menos de 2 milímetros de diámetro. En su mayoría de los casos la superficie es áspera.

b) Acabado: se pasa la mano por la superficie para nivelar el exterior y en el interior del borde,
dejándose las huellas lineales en el mismo. Se aplica el engobe naranja-marrón al borde y a todo el
exterior.

c) Color: la mayoría tiene un color naranja, pero hay algunos de color marrón claro, marrón oscuro y
marrón rojizo.

d) Forma:31 en su mayoría son cántaros de cuellos corto, de un diámetro de 15 a 20 centímetros. Su


cuerpo tiene la pared muy delgada con un espesor de 2 a 5 milímetros. Algunos tienen un asa vertical
en el borde y otros tienen borde de perfil ondulado.32 Existe el cántaro de cuello largo.

e) Decoración: encima del engobe se pinta una línea blanca al borde, en el labio o en donde se
conecta el borde con el cuerpo. Existen ejemplares que llevan dibujos reticulados de las huellas de
tableta, y algunos tiene decoración aplicada como botones alineados. Este tipo de cerámica lleva
siempre huellas de hollín.

5.2. El grupo serrano

Tantarica rojo alisado. Este tipo tiene una similitud evidente con Cajamarca rojo tosco,33 en el valle
de Cajamarca, el cual aparece en la fase Cajamarca Inicial (Terada y Onuki [eds.] 1982) y continua
produciéndose hasta la fase Cajamarca Final, presentando diversidad en cada fase (Fig. 18).

a) Pasta: tiene color naranja o rojo. Es semicompacta y usa temperante de arena de menos de 1
milímetro de diámetro.

b) Acabado: se aplica el engobe marrón rojizo. Se alisa en dirección vertical en el cuerpo exterior y
horizontal en el borde. La superficie es lustrosa, pero se notan las huellas de acabado.

c) Color: el exterior y el interior de borde tiene el color rojo, marrón rojizo y marrón rojizo oscuro.

d) Forma: la mayoría son vasijas de borde evertido hacia fuera, de 10 centímetros de diámetro aproxima-
damente,34 con base redondeada o plana y al mismo tiempo existe la base pedestal; tazas y cántaros.
También se presenta el plato redondeado perforado y con mango, típico del valle de Cajamarca.35

e) Decoración: no es común y en ocasiones lleva una banda como soga aplicada al cuerpo.

Tantarica negro pintado.36 Tantarica negro pintado también presenta características comunes con la
cerámica del valle de Cajamarca, como la forma de taza con base anular, típica de esta zona. Sin
embargo, como se mencionó arriba, la cerámica del grupo serrano es diferente a la de la fase Cajamarca
Final en el valle de Cajamarca (Fig. 19).

a) Pasta: no es tan compacta y el temperante tiene un diámetro de menos de 1 milímetro. Presenta un


color marrón o gris dependiendo de la condición de la cocción. No se nota un temperante como el del
grupo costeño.
EL REINO DE CUISMANCU:ORÍGENES Y TRANSFORMACIÓN... 125

f
d

e g

Fig. 17. Cerámica del tipo Tantarica naranja.


a

f g

Fig. 18. Cerámica del tipo Tantarica rojo alisado.


a

g h

i
j

Fig. 19. Cerámica del tipo Tantarica negro pintado.


128 SHINYA WATANABE

b) Color: negro o marrón.

c)Acabado: a la mayoría se le aplica el engobe negro en toda la vasija. Algunas están pulidas por
toda la superficie, menos en la base; otras sólo en el labio exterior y algunas no.

d) Forma: la mayoría son tazas con base anular,37 pero también existen tazas con base redondeada o
plana.38

e) Decoración: no existe.

5.3. Otros tipos de cerámica

La información de los cuatro tipos descritos arriba comprende la mayor parte de la cerámica
recuperada en Tantarica. Aparte de ellos se encuentran otros tipos de cerámica como chimú e inca,
diferenciándose tanto en la pasta como en la forma. De la cerámica chimú existen varios fragmentos
de botellas con asa estribo (Fig. 20) y todos tienen pastas muy diferentes a las descritas. Estas
pastas son muy compactas, de color gris y temperante muy fino. Existen algunos fragmentos de
pasta tosca con diseño chimú del tipo «piel de ganso».

En Tantarica se han recuperado varios fragmentos inca en los que se nota uniformidad en la
forma, pero, al mismo tiempo, existen por lo menos cuatro grupos de pasta. El Grupo 1, que agrupa
piezas que parecen provenir del Cuzco, tiene pasta muy compacta, de color naranja, buen acabado y
diseños minuciosos. Se han encontrado platos (Fig. 21),39 vasijas con asa vertical (Fig. 22),40 y el
bowl con la pared inclinada hacia el interior y asa grande,41 pero no se han encontrado aríbalos42
hasta ahora. El Grupo 2 es de pasta negra o gris; se le denomina chimú-inca, su forma es de aríbalo
negro de pasta chimú. El Grupo 3 es de arcilla blanca; entre sus formas están el aríbalo (Fig. 23),43 el
bowl con la pared inclinada hacia el interior, etc. Su pasta es totalmente diferente de la del segundo
grupo, pero su forma comparte muchas características con la cerámica inca de la costa norte, presen-
tando la posibilidad de que su manufactura no fuera llevada a cabo por cajamarquinos, sino por
costeños. No se ha determinado la cantera de arcilla blanca, pero no es tan compacta como para
poder decir que es caolín. El Grupo 4 es de pasta naranja, tosca y con arena, semejante a la de
Tantarica naranja. La mayoría son aríbalos (Figs. 24, 25). Las cuatro clases de pasta para la cerámica
inca no son exclusivas y existen más tipos de pasta que no se han incluido en los cuatro grupos
mencionados (Figs. 26, 27).

Aparte de la cerámica de los estilos Inca y Chimú, se encontraron varios fragmentos de


caolín; algunos de los cuales son del Complejo Kolguitín de la fase Cajamarca Temprano (Terada y
Matsumoto 1985), no se ha encontrado ningún fragmento del Complejo Amoshulca, Cajamarca
semicursivo o Cajamarca costeño.44

Según los análisis se puede decir que la cerámica de Tantarica es diferente de la del valle de
Cajamarca y presenta mayor similitud con la de la costa norte (Chimú), aunque existe cerámica
parecida a la del valle de Cajamarca. La cerámica del grupo serrano tendría el mismo origen que la
cerámica contemporánea del valle de Cajamarca, pero no se ha podido determinar si la diferencia
entre ellos se debe al tiempo después de la separación de ambos grupos o simplemente a una
diferencia local.

La variedad de pastas de la cerámica inca, hipotéticamente, representaría la existencia de


varios grupos de ceramistas que producían cerámica en el mismo sitio de Tantarica, sugiriendo el
movimiento de gente bajo el dominio incaico. Por ejemplo, la utilización de arcilla blanca para la
cerámica inca indicaría que en la época incaica empezó la interacción entre la zona de Contumazá y
el valle de Cajamarca.
Fig. 20. Cerámica chimú. Procede del
Sector C, en el corredor subterráneo.

Fig. 21. Plato inca (pasta del Grupo 1).

Fig. 22. Vasija inca (pasta del Grupo 1).


Fig. 23. Sector A. Paccha en forma de
aríbalo, procedente del Recinto nuevo
del Cuarto de la galería.

Fig. 24. Sector C. Aríbalo, procedente


del Recinto 2 de la Arquitectura supe-
rior.

Fig. 25. Sector C. Aríbalo, procedente


del Recinto 2 de la Arquitectura supe-
rior.
EL REINO DE CUISMANCU:ORÍGENES Y TRANSFORMACIÓN... 129

Fig. 26. Sector C. Plato hon-


do inca.

Fig. 27. Sector A. Fragmentos de ce-


rámica inca.
6. Consideraciones finales

Las características culturales encontradas en el sitio de Tantarica son totalmente diferentes


a las del valle de Cajamarca tanto en la cerámica como en la arquitectura. De haber existido en
Tantarica una sociedad con las mismas características que las de la fase Cajamarca Final del valle de
Cajamarca antes de la llegada de los incas, se hubiera dejado alguna evidencia como para confirmar-
lo. Además, en el valle de Cajamarca no es notable, como se sabe, la presencia de los incas. Por lo
menos, lo que las evidencias indican hasta la fecha es que la cerámica de caolín —el tipo Complejo
Amoshulca— continuaba produciéndose después de la llegada de los incas, pero en Tantarica es
muy marcada la presencia de éstos.

Todavía hay margen para reconsiderar si los datos de Tantarica representan a la zona de
Contumazá o si, más bien, significan una excepción, ya que aún se está en el proceso de aclarar la
historia prehispánica de esta zona. Sin embargo, si es que Tantarica comparte las mismas caracterís-
ticas con Gusmango Viejo y presenta diferencias con la cultura Cajamarca, entonces se puede plan-
tear la hipótesis de trabajo de que existe una heterogeneidad dentro del reino de Cuismancu antes de
la llegada de los incas. Si se supone que existía una unidad política en la zona de Contumazá en la
etapa preinca, esa presentaría una relación más estrecha con la costa norte que con el valle de
Cajamarca.
130 SHINYA WATANABE

Además, según Martti Pärssinen, en el área noroeste de la región de Cajamarca, que corres-
pondería a la waranga Chondal, la cerámica se encuentra muy influenciada por estilos costeños
como Chimú y Lambayeque, lo que se debería «...a probables diferencias étnicas dentro del territorio
cajamarquino» (Pärssinen 1997: 45-46). Su observación concuerda con el análisis realizado por
Rostworowski de las denominaciones patronímicas que aparecen en las visitas, en las que se mani-
fiesta que en la waranga Chondal se encuentran muchos ejemplos de origen costeño (Rostworowski
1992).

Hasta la fecha se tenía la imagen de que existía un reino de Cuismancu antes de la llegada de
los incas y que fue incorporado bajo su dominio. Esta imagen se identificó con las siete warangas
que se presentan en las visitas del siglo XVI y se pensaba que Guzmango Capac era el líder de dicho
reino. Sin embargo, con los resultados de la investigación llevada a cabo por el autor se abre la
posibilidad de que en la época preincaica existía una unidad política en la zona de Contumazá,
distinta a la del valle de Cajamarca, tal como lo presentarían los sitios arqueológicos como Gusmango
Viejo y Tantarica. A partir de ello, se propone que la unidad política del valle de Cajamarca y de la
zona de Contumazá se integraron a partir de la dominación incaica.

Al tratar el caso de Huamachuco, John R. Topic describe «...we cannot assume that any
level of the Inca administrative hierarchy corresponds to an indigenous ethnic group»45 (Topic
1998: 121). Su interpretación concordaría con el caso de Cajamarca.

Se puede deducir entonces, que los incas reorganizaron las sociedades conquistadas en
gran escala de acuerdo a su propio principio; es decir, introdujeron grandes cambios en las unidades
políticas que ya existían. Siempre se tiende a proyectar la imagen de la distribución de las provincias
en la época incaica para reconstruirla. Ahora es necesario reconstruir la distribución de los grupos
étnicos en base a los datos arqueológicos y apreciar los cambios que ocurrieron en la época incaica,
de modo que se podría entender las características administrativas incas. La historia prehispánica es
muy dinámica y para seguir las huellas de las poblaciones, se tiene que realizar cuidadosas investi-
gaciones arqueológicas.

Por el momento, las preguntas que se deben responder son: ¿Quiénes y cuándo empezaron
a construir Tantarica?, ¿a esa supuesta unidad política preincaica que existía en la zona de Contumazá
se le podría llamar reino? Como se ha visto, es seguro que existen dos grupos de cerámica; si cada
uno representa un grupo diferente de pobladores, significaría que se juntaron el grupo costeño y el
serrano (cajamarquino). Se tiene que considerar el mecanismo de unión de varios grupos para formar
una unidad política. De este modo, quedan dos posibilidades: la primera es que Tantarica tiene su
origen en la época incaica y que los elementos de la costa norte se deben al movimiento de la gente
bajo el dominio incaico y, la segunda es la posibilidad de que Tantarica se formó y desarrolló en una
relación fuerte con Chimú o directamente bajo el dominio chimú. Se tiene que aclarar pacientemente
y con más datos cuál es la respuesta más adecuada.

Agradecimientos

Las excavaciones en Tantarica se realizaron con el apoyo de la Fundación Takanashi, del


Japón, como parte del proyecto «Estudio antropológico sobre la prehistoria andina» (Grant-in-Aid
for Scientific Research del Ministerio de Educación de Japón). El director del proyecto es el doctor
Yasutake Kato. El análisis de los materiales fue posible gracias al JSPS Postdoctoral Fellowships for
Research Abroad (de abril del 2001 a marzo del 2003); durante este periodo el autor trabajó como
investigador asociado de la Pontificia Universidad Católica del Perú bajo asesoría del doctor Peter
Kaulicke. Al mismo tiempo, quiero agradecer el apoyo del doctor Krzysztof Makowski, jefe del
Departamento de Humanidades.
EL REINO DE CUISMANCU:ORÍGENES Y TRANSFORMACIÓN... 131

Quisiera agradecer al Instituto Nacional de Cultura del Perú por el permiso de investigación
y a todas las autoridades de Contumazá y Catán por las facilidades que brindaron; en especial a la
señora Rosa Florián Alva, alcaldesa de Contumazá, y al señor Cúper Yepez Silva, entonces alcalde de
Catán. De igual manera, a los miembros de la Misión Arqueológica de la Universidad de Tokio por su
apoyo constante y de todo tipo. A Eisei Tsurumi, Koichiro Shibata y Shigeru Takeuchi debo mucho
por la preparación de los dibujos, así como a Kunio Yoshida del Laboratorio de Carbono 14 de la
Universidad de Tokio. Mi profunda gratitud a los miembros del Proyecto Tantarica, señores Elmer
Atalaya, Juan Ugaz y Kazuhiko Koshiba, así como a los trabajadores lugareños con quienes labora-
mos en campo. Finalmente, agradezco al doctor Peter Kaulicke, por animarme a escribir este artículo,
y a Rafael Valdez, por corregir el texto en español.

Notas
1
En los diccionarios de quechua aparece «cinche: Fuerte valiente rezio, o el» (González Holguín 1989
[1608]: 82), «cinchi-fuerte, o valiente cosa» (Santo Tomas 1951 [1560]: 123).
2
«Kapac, o çapaykapac: El rey» (González Holguín 1989 [1608]), «Capac, o capac çapa: rey, o
emperador» (Santo Tomás 1951 [1560]: 248). Julien indica que Sarmiento emplea «cinche» y «capac»
como sinónimos (cf. Julien 2000: 23-48, 251-253).
3
Las visitas se realizaron en 1535, 1540, 1549, 1567, 1571-1572, 1572-1574, 1578, 1593; de las cuáles se
han publicado las de 1540 (Espinoza [1967]) y las de 1571-1572 y 1578 (M. Rostworowski y P. Remy
[eds.] 1992). Las visitas de 1571-1572 y 1578 se realizaron para deslindar un pleito.
4
En la visita de 1540, waranga se define como parcialidad (Espinoza 1967).
5
Se trata de mitmas serranos. Los mitmas costeños pertenecían a la unidad política de origen, es
decir, de la costa.
6
La ortografía varía entre los términos «Cuismancu», «Cuzmango», «Gusmancu» (Remy 1986: 59,
nota 16).
7
El Inca Garcilaso describe que Cuismanco fue un hatun apu que tenía su señorío en los valles de
Pachacamac, Rímac, Chancay y Huamán (1944 [1609]: libro 6, cap. 31), de modo que antes se pensaba
que el reino de Cuismancu se ubicaba en la costa central, mas no en la sierra norte.
8
También se llama reino de Caxamarca. Espinoza describe que Cuismancu «...equivocadamente fue
designado por los españoles con la denominación de Caxamarca» (Espinoza 1986 [1973]: 151).
9
Daniel Julien duda si Pomamarca fue establecido por Huayna Capac, tal como manifiesta Espinoza
(Julien 1993: 253).
10
Para la identificación y ubicación actual de las toponimias que aparecen en las visitas, cf. Pärssinen
1992.
11
«Tradición Cajamarca» es el término usado por Terada y Matsumoto, y, generalmente, se le
denomina «cultura Cajamarca» . En este artículo se emplea esta última denominación.
12
Los Reichlen utilizan los términos «época» o «periodo», mientras que la Misión Japonesa utiliza el
término «fase» para indicar una unidad temporal.
132 SHINYA WATANABE

13
No se sabe si ellos clasificaron a Cajamarca y Baños del Inca (números 1 y 11, respectivamente, en
su plano) como sitios inca, pues no se encuentra indicación de ello.
14
Reichlen y Reichlen 1949: Fig. 13 D, E, F, G, I y J (Julien 1988: 90).
15
Según comunicación personal de Matsumoto a Julien, Matsumoto lo incluye dentro del Complejo
Amoshulca (Julien 1988: 90). Sin embargo, se nota la diferencia entre Amoshulca negro sobre naranja
y otros dos tipos del Complejo Amoshulca: Amoshulca simbólico y Amoshulca negro geométrico
(Julien 1988: 85-90; Matsumoto 1993: Fig. 13-2), de modo que el autor lo denomina Cajamarca negro
sobre naranja sin llevar el nombre de «Amoshulca». La observación del autor del presente trabajo se
basa en el análisis de los materiales del sitio de Santa Delia.
16
La descripción de los datos de Tantarica se basa en la comparación con los de Santa Delia. Los
datos de Santa Delia se publicarán de manera adecuada en otra oportunidad.
17
Actualmente se está realizando el procesamiento de los datos de excavación y los resultados se
presentarán en una próxima oportunidad.
18
Más adelante se le llama «zona de Contumazá» para simplificar.
19
Ravines describe el sitio de Agua Tapada/Conchorco: «El sitio aparece mencionado e ilustrado en
el siglo XVIII por Martínez de Compañón, quien lo denominara “Huaca Tantalluc”, descubierta en
1765» (Ravines 1985: 54), pero está aparentemente equivocado. Julien también indica este error, pero
no relaciona a este sitio con Tantarica (Julien 1988: 21). El autor logró esta identificación sobre la
base de la forma y orientación del cerro, así como la semejanza del nombre del sitio.
20
Parece que esta «galería» es la misma que Horkheimer describió como sigue: «Un paso bien tapado
que corta un saliente del cerro en una longitud de cerca de 15 metros. Tiene una altura de 2 metros,
pero un ancho tan reducido que los indígenas delgados de la región pueden entrar únicamente de
costado. La tradición dudosa marca ese paso estrecho y oscuro como “la prisión de los gentiles”»
(Horkheimer 1986 [1940]: 147).
21
El fechado radiocarbónico de uno de estos dinteles es 340 ± 60 a.p. (sin calibración, TKa-12015),
de modo que no se remonta a la época preincaica.
22
Los fechados radiocarbónicos recuperados en la arena son 420 ± 70 a.p. (TKa-12105), 330 ± 60 a.p.
(TKa-12102), 290 ± 80 a.p. (TKa-12104) (todas sin calibración), de modo que no se remonta a la época
preincaica.
23
Los fechados radiocarbónicos son 440 ± 70 a.p. (TKa-12103, encima de la escalera), 340 ± 70 a.p.
(TKa-12106, dentro del canal), ambas sin calibración.
24
Cf. Instituto Nacional de Cultura, filial Cajamarca 1997: lám. 14.
25
Parece que el canal se conecta con el ducto que fue limpiado por el Instituto Nacional de Cultura,
filial Cajamarca (cf. Limpieza 1 y 4, Instituto Nacional de Cultura, filial Cajamarca 1997).
26
El Instituto Nacional de Cultura, filial Cajamarca, realizó una limpieza y ubicó un vano con dintel,
así como un ducto (cf. Limpieza 5, Instituto Nacional de Cultura, filial Cajamarca 1997).
27
Las tazas son del tipo Tantarica negro pintado.
EL REINO DE CUISMANCU:ORÍGENES Y TRANSFORMACIÓN... 133

28
Esta cámara subterránea sugiere una similitud con la tumba subterránea que describió Martínez de
Compañón.
29
El análisis de la cerámica de Tantarica se realizó en comparación con la de Santa Delia, el sitio más
grande de la fase Cajamarca Final, excavado por el autor en el 2001.
30
Esta forma es diferente a la tinaja de la costa norte que tiene el borde sin cuello inclinado hacia el
interior (cf. Hayashida 1999: Fig. 8 c)
31
La forma de este tipo de cerámica tiene mucha similitud con la de la costa norte, como por ejemplo,
las muestras de la zona de Cañoncillo (Donnan 1997: Figs. 5. a-d, h; 10, 11. a-g), pero al mismo tiempo
hay algunas formas que no se encuentran en Tantarica (ibid.: Fig. 12) y, según Donnan, se podrían
haber derivado de la cerámica inca.
32
En inglés existen varias maneras de llamarlo: cambered, carinated, recurved o angled rim (cf.
Hayashida 1999: 345-6). Es típico de la costa norte.
33
Su denominación en inglés es «Cajamarca coarse red».
34
Igual que «Form 4» de «Cajamarca Coarse Red» (Terada y Onuki [eds.] 1982: 107)
35
Los Reichlen lo denominan «plato-grill» (1949: 158) y se tradujo como «plato parrilla» (1985: 46).
36
Existe cerámica similar en Huacaloma, en el valle de Cajamarca, en los tipos denominados Cajamarca
Black Painted y Cajamarca Polished, pero presenta diferencias con la de Tantarica. Sin embargo,
no se sabe si existen muestras parecidas en la costa, de modo que eso queda como futura materia de
investigación.
37
Cf. Form 4 del Cajamarca Black Painted (Terada y Onuki [eds.] 1982: 208). La taza con base anular
aparece en Santa Delia en los tipos Cajamarca negro pulido y Cajamarca marrón pulido.
38
En el valle de Cajamarca existen tazas con base redondeada o plana, pero se encuentran también en
la costa norte (cf. Donnan 1997: Figs. 7, 13).
39
Cf. Valcárcel 1934a: láms. I, II.
40
Cf. Valcárcel 1934a: lám. VII, 1-590, 1-591, lám. VIII, 12-659.
41
Cf. Valcárcel 1934a: lám. I, 1-402; lám. II, 1-404, 1-282; lám. III, 1-128.
42
Este tipo de tinaja normalmente se llama aríbalo, pero existen algunos nombres quechuas para
este. Uno es «urpu» (Cummins 2002: 34-35). «Vrppu: Cantaro muy grande mayor que ttic» (González
Holguín 1989 [1608]: 357) y «Vrpo: cantaro muy grande, o tinaja» (Santo Tomás 1951 [1560]: 372).
Flores Ochoa, et al. lo llaman «p’uyñu» (Flores Ochoa et al. 1998: 1); «Ppuyñu: Cantaro mediano»
(González Holguín 1989 [1608]: 299), «Cantaro: puyño» (Santo Tomás: 1951 [1560]: 70) y «Puiño:
cantero» (ibid.: 372).
43
Existe variedad de pasta blanca. Algunos tienen la pasta blanca como el caolín del valle de
Cajamarca y otros tienen arcilla de color gris. La muestra de la Fig. 23 tiene una pasta no tan fina y
que contiene bastante arena, como si fuese de la costa norte.
44
De modo que esto no concuerda con la interpretación de Julien (1993: Fig. 3).
134 SHINYA WATANABE

45
«...no podemos deducir que todo nivel de la jerarquía administrativa inca corresponde a un grupo
étnico indígena».

REFERENCIAS
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1951 Miscelánea antártica: un historia del Perú antiguo (prólogo, notas e índices del Instituto de Etnología),
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N.° 6, EN EL HORIZONTE TARDÍO...
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ARQUITECTURA, ESTILO E IDENTIDAD EN EL


HORIZONTE TARDÍO: EL SITIO DE
PUEBLO VIEJO-PUCARÁ, VALLE DE LURÍN

Krzysztof Makowski*

Resumen

La definición de la identidad étnica de los habitantes de un asentamiento en el Periodo Horizonte


Tardío tropieza con una serie de dificultades que se desprenden tanto de la movilización forzada de mano de
obra especializada fuera del lugar de su orígen, como de la intensificación de intercambios a larga distancia,
organizados por la administración imperial. En el contexto de la coexistencia de variados estilos y tradiciones
tecnológicas, la arquitectura doméstica y los comportamientos funerarios cuentan entre las únicas evidencias
materiales confiables para confrontar la cultura material con las informaciones etnohistóricas. Con sus 10
hectáreas de área construida, sin contar el sistema de andenería ni los sitios satélites, Pueblo Viejo-Pucará,
asentamiento urbano del Periodo Horizonte Tardío ubicado en la zona de lomas arbóreas (400-600 metros
sobre el nivel del mar) en la margen izquierda del río Lurín, parece haber sido el segundo asentamiento en
importancia después de Pachacamac, luego de la ocupación de este valle por los incas. Es probable que se
trate del asentamiento principal de los caringa de Huarochiri, una de las dos parcialidades de la mitad
Caringa en el unu de Luren. La característica distribución de núcleos de arquitectura en las cimas intermedias
y la localización del sitio en la zona de pasturas utilizada hasta hoy por los pastores serranos de Santo
Domingo de los Olleros, la mampostería de piedra en las modalidades desconocidas en la costa central, pero
difundidas en las alturas de Huarochirí, la organización modular de espacios domésticos, los comportamien-
tos funerarios y la presencia del componente serrano en el repertorio de estilos de cerámica indican que el
asentamiento fue construido y habitado por los pobladores serranos desplazados como mitimaquna. Las
evidencias sugieren también que el cuidado de rebaños de camélidos y el control militar del valle contaban
entre los deberes de los habitantes de Pueblo Viejo-Pucará. Hallazgos de conchas de Spondylus princeps,
cobre y sus aleaciones, plata, oro, plomo (estos últimos en cantidades reducidas), de cerámica fina de estilo
Inca polícromo, Chimú-Inca entre otros (Puerto Viejo, Ychsma), todos ellos en contextos domésticos o funera-
rios directamente asociados a los recintos de vivienda, demuestran que los pobladores tuvieron una posición
particularmente privilegiada en la estructura política del Tahuantinsuyu.

Abstract

ARCHITECTURE, STYLE AND IDENTITY IN THE LATE HORIZON: PUEBLO VIEJO-PUCARA SITE,
LURIN VALLEY

The ethnic identification of the inhabitants of a Late Horizon Settlement in the Lurin Valley meets a
series of challenges generated by two factors: a) the feasibility of a forced relocation of specialized workforce,
and b) the intensification of long-distance exchange. Facing the coexistence of diverse ceramic styles and
technological traditions, domestic architecture and funerary treatment become the only evidence that can help
us build a bridge between material culture and ethnohistoric information. Pueblo Viejo-Pucara, with its 10
hectares of build architecture, seems to have been one of the most important urban centers in the Lurin Valley,
second only to Pachacamac. The site, located between 400 and 600 meters above sea level in a loma ecozone
on the left bank of the river, could have been the main habitation center of the Caringa of Huarochiri, one of the
Caringa moieties of the unu of Luren. Several lines of evidence suggest that the site was built and inhabited by
highland dwellers relocated as mitmaquna: a) the characteristic distribution of architecture-groups atop
intermediate-size hills, b) the location of the site within a zone of winter pastures still used by herders from
Santo Domingo de los Olleros, c) the masonry style, alien to coastal patterns while close to the Huarochiri

* Pontificia Universidad Católica del Perú, Departamento de Humanidades. E-mail: kmakows@pucp.edu.pe


138 KRZYSZTOF MAKOWSKI

architectural tradition, d) the modular organization of domestic spaces, e) funearary treatment, and f) the
presence of a strong highland component in the ceramic repertoire. Archaeological evidence indicates that
tending of camelid herds and the military control of the valley were two of the main concerns of the inhabitants
of Pueblo Viejo-Pucara. The discovery of prestige items —among them Spondylus princeps shells, copper,
gold, silver and lead ornaments, and fine Inca polychrome and Chimu-Inca pottery (among other regional elite
styles)— within domestic spaces and associated burials, indicates that the site residents enjoyed a privileged
position within the political structure of the Tahuantinsuyu.

El sitio de Pueblo Viejo-Pucará se ubica en el laberíntico sistema de quebradas laterales que


atraviesan las lomas de la margen izquierda del río Lurín (Fig. 1). Dos componentes del complejo
arquitectónico y un sitio satélite ocupan las cimas y la ladera del cerro Lomas de Pucará y dan
nombre a la quebrada vecina, la quebrada Pucará. Otros tres componentes y un segundo sitio
satélite ocupan el fondo de tres quebradas que bajan hacia la quebrada del Río Seco (Pueblo Viejo).
Estos dieron nombre a la quebrada entera en la primera mitad del siglo pasado: la quebrada de Pueblo
Viejo. Las investigaciones en el sitio tuvieron lugar durante las temporadas 1999-2000, 2000-2001,
2001-2002 y se desarrollaron en el marco Proyecto Arqueológico-Taller de Campo Lomas de Lurín
(antes Tablada de Lurín [PATL]), Convenio Pontificia Universidad Católica-Cementos Lima S.A.,
bajo la dirección del autor.

1. Estilo e identidad en el Horizonte Tardío

La definición de la identidad de los habitantes de un asentamiento del Horizonte Tardío


tropieza con una serie de dificultades que son propias a la época inca. Buena parte de ellas se
desprende de la movilización forzada de artesanos y otros especialistas con múltiples implicancias,
algunas inevitables y otras potenciales, como: a) el desplazamiento de tecnologías y estilos lejos de
su área de origen; b) la convivencia y la interacción de múltiples tradiciones tecnológicas y estilos
tanto de origen autóctono como foráneo; c) la aculturación en un medio pluricultural, además de la
impronta que deja el discurso con el estilo oficial, imperial o, por el contrario, d) la afirmación de la
identidad de grupos numerosos confrontados con otros, autóctonos o advenedizos.

Estos fenómenos pueden causar variados efectos en la cultura material: préstamos eclécticos,
arcaísmos e hibridaciones estilísticas inesperadas. Otras consecuencias vienen de la eficiente orga-
nización estatal del intercambio de productos «suntuarios» —símbolos de poder y parafernalia
ritual (Morris 1995)— así como la compleja organización de trabajo (Rowe 1982, inter alia). Las
poblaciones privilegiadas tienen acceso a un abanico de materias primas exóticas (Owen 2001),
mano de obra especializada y foránea (en particular la producción metalúrgica y textil), e incluso a
artefactos producidos a varios cientos de kilómetros de distancia (D’Altroy ms.; Costin y Earle
1989). El imperio crea las condiciones de un minisistema-mundo (Wallerstein 1974; Wolf 1987; Pere-
grine 1991; Wilkinson 1991; La Lone 1994; Chase-Dunn, Hall y Tilley 1997; cf. también Salomon 1980,
1986, 1988 y su comparación entre las áreas nor y centro andinas). Los productos y los ejes de
distribución interconectan a poblaciones de muy variado origen (Lorandi 1988, 1991; D’Altroy 1992).

Por ende, las identidades de productores, distribuidores, constructores de espacios domés-


ticos y públicos raramente coinciden. Las ideologías imperiales suelen materializarse en arquitectura
ceremonial y en la parafernalia de culto oficial, pero no necesariamente impregnan de su particular
sello la arquitectura residencial, ni la producción de cerámica, textiles o incluso artefactos de metal
en estilos regionales (Morris 1995, 1998). En todas estas esferas de producción y creatividad aflora
la identidad del productor o constructor y, eventualmente, la procedencia del usuario. Todos los
investigadores que trabajan en la costa central (cf. Guerrero, siguiente número) conocen la situación
de coexistencia de un número importante de estilos de cerámica y de textiles dentro de la misma área
e incluso dentro del mismo contexto primario, sea éste entierro humano o piso de ocupación
ARQUITECTURA, ESTILO E IDENTIDAD EN EL HORIZONTE TARDÍO... 139

Fig. 1. Ubicación del sitio de Pueblo Viejo-Pucará en el valle de Lurín.


140 KRZYSZTOF MAKOWSKI

(cf. también Malpass 1993). Sólo un porcentaje de estos estilos tiene antecedentes locales en el
Periodo Intermedio Tardío. Problemas de coexistencia de varias técnicas y tradiciones se observan
incluso en la arquitectura monumental (cf. Villacorta, siguiente número).

En este contexto, la arquitectura doméstica se convierte en el único indicador potencial de


la identidad étnica de las poblaciones. Parece razonable pensar que, o ellas mismas se encargan de
construir y diseñar los espacios arquitectónicos, o por lo menos su cuerpo de costumbres, el habitus,
deja una impronta palpable en las características de organización del espacio doméstico (Kent 1987,
1990; Isbell 1997a, 2001). Se ha podido comprobar la validez de este supuesto para el caso de Pueblo
Viejo-Pucará en el valle de Lurín, donde adicionalmente se han encontrado evidencias funerarias
directamente asociadas a la arquitectura doméstica.

2. El asentamiento

El asentamiento se compone de cinco agrupaciones de estructuras, dos sitios satélites que


distan aproximadamente de 1,5 a 2 kilómetros del complejo principal y un sistema de terrazas de
cultivo, las que están acompañadas de otras construcciones, similares a los captadores de neblina y
reservorios descritos por Mujica en Malanche (1987, 1991, 1997). Las cinco agrupaciones menciona-
das se extienden sobre aproximadamente 12 hectáreas y ocupan un lugar fácil de defender, en la
parte elevada de dos quebradas secundarias que confluyen en el Río Seco, así como sobre tres
cimas intermedias entre los cerros que dominan toda el área. Los cinco agrupaciones de arquitectura
distan en promedio 200 metros uno del otro (Fig. 2). Sobre el espolón que divide a las dos quebradas
se encuentra una plataforma cuya función de puesto de vigilancia es indudable. Desde la quebrada
de Río Seco (Pueblo Viejo) se accede al sitio por medio de una estrecha garganta que corta una
alargada terraza fósil. El complejo de Pueblo Viejo fue construido con indudables criterios defensi-
vos. La terraza fósil de la quebrada de Río Seco —que se ha erosionado creando formas similares a
las de morrenas laterales en el paisaje posglacial— conforma una especie de alta muralla natural. La
configuración del relieve facilita la tarea de cerrar el paso a eventuales agresores que se acercaran
del lado de la quebrada de Río Seco. La atalaya sobre el espolón que separa las aglomeraciones
arquitectónicas en el fondo de la quebrada lateral (sectores I y II) ofrecía un control visual desde
este lado. Alrededor de la mitad de la población residía en las cumbres, en un lugar muy estratégico
(Figs. 2, 3), dado el difícil acceso y la amplia vista. Desde las cimas de la lomas de Pucará se puede
controlar visualmente todo movimiento a lo largo del litoral hacia Pachacamac, así como la entrada al
valle. Los asentamientos-satélite aseguraban el control directo de las rutas de bajada desde Huarochirí.

La parte alta de la quebrada donde se ubica el asentamiento, las dos quebradas colindantes
con ella y las dos quebradas enfrente están cubiertas por los vestigios de construcciones de uso
agrícola, las que conforman todo un sistema de captación de humedad ambiental de loma en la época
de estiaje. En las partes altas de los cerros, en las laderas y en el fondo de quebradas, donde hasta
el presente se acumula la neblina, existe todo un sistema de andenes. El fondo de las partes altas de
la quebrada contiene a menudo anchos muros continuos o fragmentados y muros de contención
transversales, además de huellas de posibles reservorios circulares. Estas estructuras se parecen a
los captadores de neblina descritos por Engel (1988) y Mujica (op. cit.). Sin embargo, las excavaciones
realizadas recientemente en una de las quebradas dieron como resultado evidencias negativas en
cuanto al uso de las estructuras circulares como reservorios puesto que carecen de fondo impermea-
ble. ¿Podría tratarse de una construcción abortada? En todo caso, los reportes de los puquios en las
cercanías del asentamiento y los resultados de la investigación botánica sugieren que el asenta-

Fig. 2. (Desplegable en la página siguiente). Pueblo Viejo-Pucará, plano general (Dib.: L. Cáceres).
LEVANTADO POR: LUIS CÁCERES R.
PATRICIA HABETLER

DIBUJADO POR: LUIS CÁCERES REY


Septiembre 1999
ARQUITECTURA, ESTILO E IDENTIDAD EN EL HORIZONTE TARDÍO... 141

Fig. 3. Conjuntos de arquitectura doméstica en la cima (Sector IV) (Foto: K. Makowski).

miento fue construido en una de las lomas más ricas y de vegetación densa, la que incluyó especies
arbóreas. Uno de los puquios reportados por Engel (op. cit.) y Rostworowski (1981) está aún activo.
Adicionalmente, hay que mencionar la presencia de probables corrales para el ganado de camélidos
en el Sector II (Fig. 4), a los que se sobreponen los corrales modernos. Hasta el año 2002 se ha
registrado en un plano en escala 1: 50 el 75% del área del sitio. Los sectores II y III, así como parte
del IV (Fig. 2), fueron documentados en este plano, con énfasis en los detalles arquitectónicos. En
total se ha excavado un área de 1533 m².

3. Cronología

La cronología del asentamiento fue establecida en base a la excavación por estratos natura-
les en tres sectores. El primero se ubicó en la parte alta (Sector IV) y los otros dos (sectores II y III,
Fig. 2) en la parte baja del asentamiento. Tres grupos de evidencias permiten esbozar un cuadro
firme de cronología relativa:

a) La estratigrafía vertical en los contextos domésticos, entierros y en el basural asociado;

b) La estratigrafía horizontal cruzada con el análisis de tipos de mampostería, y

c) Las asociaciones cerámicas.

Estas últimas confirman las apreciaciones vertidas a partir del material encontrado en la
superficie. Toda la fragmentería cerámica pertenece a estilos del Periodo Intermedio Tardío y del
Horizonte Tardío. Hasta el presente no se ha encontrado, ni en la superficie ni en las excavaciones,
un sólo fragmento de cerámica colonial vidriada, o algún otro elemento de la cultura material poste-
rior a la conquista española. A pesar de los intentos de caracterizar a los dos periodos arriba
mencionados (Bazán 1990, 1992; Eeckhout 1998a, 1999a), no se dispone aún de elementos sólidos
142 KRZYSZTOF MAKOWSKI

Fig. 4. Vista desde el sureste del Sector II y de los corrales prehispánicos (Foto: D. Giannoni).

para definir a partir de la cerámica el inicio de la dominación inca en el valle en los contextos que
carecen de fragmentería diagnóstica de los estilos Inca provincial, Chimú-Inca, etc. Varios estilos y
formas locales calificados de manera poco precisa como «ichma» sobreviven probablemente hasta
la época transicional. Por otro lado, la presencia de fragmentería diagnóstica en contextos domésti-
cos es coyuntural. Este hecho ha sido comprobado en el caso del montículo de basura que, sin duda,
estuvo en uso durante toda la historia del Sector III. La cerámica inca polícroma provincial abunda
en los contextos domésticos del Sector III. En cambio, en el basural no se ha encontrado ni un sólo
fragmento. No obstante, entre abundantes hallazgos de cerámica en estilos que se originaron duran-
te el Periodo Intermedio Tardío, y suelen recibir la denominación «ichma» o «yschsma», hay varias
formas con las características exclusivas del Horizonte Tardío, como por ejemplo algunos tipos de
ollas con el motivo diagnóstico de la serpiente aplicada. Se han encontrado, también, escudillas
inca. Felizmente, los hallazgos de la cerámica inca provincial en varios contextos primarios sellados,
que se ha excavado en los sectores III y IV, tanto en los niveles inferiores, sobre estéril, como
superiores de estratigrafía, proporcionan elementos firmes para establecer la cronología del sitio.
Desde esta perspectiva, se sostiene que el asentamiento en su totalidad, o por lo menos los conjun-
tos de arquitectura estudiados por los miembros del proyecto, fueron construidos durante el Hori-
zonte Tardío. Los argumentos son los siguientes.

La estratigrafía vertical observada en el sitio es relativamente sencilla, a pesar de que puede


sorprender la presencia de varios niveles de ocupación (v.g., el basural, Sector III-4, Fig. 5) en un
sitio que, de acuerdo con la duración del Horizonte Tardío generalmente aceptada, debió haber sido
ocupado durante aproximadamente tres generaciones (1475-1533). En términos generales, en todos
los sectores se puede observar la superposición de los siguientes estratos y capas (cf. Figs. 6A):

a) Capa A 1: suelo con vegetación;

b) Capa A 2: subsuelo;
ARQUITECTURA, ESTILO E IDENTIDAD EN EL HORIZONTE TARDÍO... 143

1. Capa de tierra marrón claro 10YR 5/3 (brown)


2. Lente de tierra marrón amarillenta 10YR 5/4 (yellowish brown)
3. Estrato de tierra marrón 10YR 4/3 (brown)
4. Lente de tierra marrón claro 2.5Y 5/3 (light olive brown)
5. Lente de grava laminar marrón rojizo 5YR 4/4 (reddish brown)
6. Capa de ceniza gris 10YR 4/1 (dark gray)
7. Grava laminar marrón rojizo 5YR 5/8 (yellowish brown)
8. Lente de ceniza gris 10YR 4/3 (brown)
9. Lente de material malacológico (bivalvos pequeños)
10. Capa de tierra marrón claro 10YR 5/3 (brown)
11. Capa de tierra marrón muy claro (mezclada con arcilla blanca) 10YR 5/3 (brown)
12. Estrato de tierra marrón olivo claro 10YR 4/3 compac (brown)
13. Estrato de tierra marrón amarillento 10YR 5/4 (yellowish brown)
14. Estrato de tierra marrón rojizo 5YR 4/4 (reddish brown)
15. Acumulación de piedras con tierra marrón suelta 10YR 5/3 (brown)
16. Testigo del muro tipo pirca
17. Piedras grandes sueltas

PATLL
Sitio Pueblo Viejo
Sector III
U. Excavación N 62 - 64 W 45 - 46
Dibujo perfil estratigráfico
perfil C - C’

Fig. 5. Montículo de basura. Corte estratigráfico (Sector III, UE 4) (Dib.: M. Vega-Centeno).


144 KRZYSZTOF MAKOWSKI

Escala 1/10

0 20 Cms

Capa A Nivel 1
Capa A Nivel 2
Capa B Nivel 1
Capa B Nivel 2
Capa C Nivel 1

Fig. 6A. Corte estratigráfíco en una estructura habitacional (Sector III, UE 3, Estructura EA 11, Cateo 1, perfil
sur) (Dib.: C. Rospigliosi).

c) Capa B: capa de destrucción, con estratos de derrumbe, lentes de argamasa y arcilla. Esta última
procede de revestimientos diluidos y redepositados. En algunos sectores, la capa B se divide en dos
estratos ( B1 y B2), con eventos de ocupación menores, posteriores a la destrucción de techos y de
coronas de muros;

d) P1 (apisonado 1): piso o apisonado parcialmente destruido, con evidencias de ocupación y ele-
mentos estructurales de mobiliario (banquetas, terrazas, fogones etc.);

e) Capa C: capa de nivelación y destrucción de muros. En algunos sectores se nivela directamente el


material procedente de la destrucción de muros; en varias se encuentran capas de ceniza y basura
que sirven para rellenar las cavidades y crear aterrazamientos apropiados para una posterior cons-
trucción de muros;

f) Apisonado 2 (P2): piso o apisonado, mejor conservado que el anterior, también relacionado con
las evidencias de ocupación y elementos estructurales de mobiliario, así como con algunos depósi-
tos subterráneos que posteriormente quedaron abandonados;

g) Capa D: capa discontinua de nivelación con el uso de tierra, ceniza y desechos. En algunos
sectores no aparece, puesto que se opta por aplanar la roca o la superficie de grava deleznable,
compuesta de fragmentos de pizarra calcárea;

h) Apisonado 3 (P3): encontrado sólo en el Sector III-2; corresponde a algunos eventos anteriores
a la construcción de muros en este lugar.

i) Capa E: nivel estéril. Roca sólida o grava.

En todos los casos excavados los muros guardan una relación estratigráfica directa con los
niveles C y D, y con los pisos P1 y P2. El relleno C se relaciona con los trabajos de reconstrucción de
unidades domésticas emprendidas localmente en algunas áreas, luego de que un cataclismo afectara
ARQUITECTURA, ESTILO E IDENTIDAD EN EL HORIZONTE TARDÍO... 145

Fig. 6B. Tres niveles de apisonado en la EA 27, Sector III, UE2. El inferior precede a la construcción del
recinto EA 27. Vista desde el sur (Foto: L. Antonio).

sus estructuras. Las características de la destrucción observadas en la capa C hacen pensar en un


movimiento telúrico fuerte seguido por eventuales precipitaciones. Varios muros colapsaron al mis-
mo tiempo y, asimismo, riachuelos de lodo cubrieron algunos depósitos subterráneos. La recons-
trucción emprendida después de este evento, o serie de eventos, no implica cambios mayores en la
organización del espacio, ni en la continuidad cultural. En ambas unidades estratigráficas se encon-
tró cerámica inca provincial. Debe considerarse que, en lo porcentual, los fragmentos de este tipo
son más recurrentes en los contextos relacionados con el Piso 1 que en los rasgos correspondientes
al Piso 2, pero ello se debe quizás al área relativamente restringida que ha sido expuesta del nivel más
antiguo.

A conclusiones cronológicas similares conduce el análisis de la variabilidad de la mampos-


tería. El aparejo de la mayoría de las estructuras es relativamente uniforme. Se usan piedras
semicanteadas, cuya cara trabajada está orientada hacia fuera del muro, y un mortero de arcilla
recolectada en los depósitos aluviónicos cercanos, mezclada con hematita y limonita. Las esquinas
están frecuentemente consolidadas con bloques de forma paralelepípeda. Bloques canteados se
usan también para jambas de pasadizos. En el entramado de muros, las capas constituidas por
delgadas y pequeñas lajas horizontales alternan con capas constituidas por lajas más grandes. Un
segundo sistema consiste en el uso exclusivo de piedras medianas, cuya cara plana, aproximada-
mente poligonal, se orienta hacia afuera. Hay también casos de muros construidos en una técnica
diferente en cuanto a la selección de piedras en el entramado de muros, pues se usan piedras
grandes en la base y menores en las partes altas. Finalmente, existen numerosos casos de pircado,
en particular en los recintos externos (Fig. 7).

Se ha comprobado que estos diferentes tipos de aparejo se usan en la misma estructura sin
alterar su diseño inicial y dentro de la misma fase estratigráfica. Por ende la variabilidad de mampos-
tería carece de valor cronológico absoluto aplicable a todo el sitio. El seguimiento de esta variabili-
dad ayuda por supuesto a reconstruir la historia de cada unidad arquitectónica por separado. Los
146 KRZYSZTOF MAKOWSKI

PATL Engel

Pueblo Viejo, Sector I Pucará VI, código 12b I-515

Pueblo Viejo, Sector II Pucará I, código 12 a III-520, 600, 605

Pueblo Viejo, Sector III Pucará II, código 12 a VI-525, 610, 615

Pueblo Viejo, Sector IV Pucará IV, código 12 a VI-535, 625

Pueblo Viejo, Sector V Pucará III, código 12 a VI-530, 620

Pueblo Viejo, sitio satélite Río Seco Cerro Botijas, código 12 a III-340

Tabla 1. Correlación entre la terminología usada por el PATL y la de Engel (1988).

techos de los depósitos se sostienen, en la mayoría de casos, sobre ménsulas de lajas cortas,
empotradas en el muro. Las ménsulas con contrapesos soportan vigas de piedra. En algunos casos,
las lajas descansan directamente sobre el muro. El aparejo de las plataformas y de los muros anchos
asociados a cámaras funerarias, ubicados al fondo de la quebrada lateral (Sector I), difieren de las
demás construcciones. Su base está constituida de grandes bloques a manera de ortostatos, sobre
los cuales se levanta un muro de piedras menudas.

El material cerámico encontrado guarda notables similitudes con las muestras de la tercera
muralla de Pachacamac y de la Rinconada Alta de la Molina (Guerrero, comunicación personal), y
con algunos conjuntos excavados por Eeckhout en Pachacámac (1999a, 1998a). Predomina una
amplia gama de alfares y estilos que Eeckhout (ibid.) llama Lurín anaranjado (formas ichma e inca),
Lurín engobe rojo (incluyendo cántaros de cuello convexo, asas laterales horizontales y serpientes
aplicadas sobre el cuerpo), con decoración de bandas cremas, negro y crema (Fig. 8), así como Lurín
negro pulido (incluyendo botellas en estilo Chimú-Inca, Fig. 9). Existe una serie representativa de
aríbalos polícromos de estilo Inca local, escudillas grises pulidas con decoración figurativa acopla-
da de tipo Inca provincial (Fig. 10).

Desafortunadamente, a pesar de haber excavado varios fogones y zonas de combustión, las


únicas muestras de plantas anuales que podrían ser fechadas tienen pesos aceptables sólo para el
uso del acelerador. No se dispone aún, por lo tanto, de fechados radiocarbónicos con rangos de
desviación estándar adecuados para discutir la cronología absoluta del sitio.

4. Antecedentes de investigación en el área

El área fue visitada y mencionada con anterioridad por varios arqueólogos: Patterson (1966),
Agurto y Watanabe (1974), Feltham (1983, 1984), Engel (1983, 1987), entre otros; sin embargo, el
complejo de Pueblo Viejo pasó casi desapercibido. Ninguno de los investigadores mencionados
levantó un plano o proporcionó una descripción analítica del conjunto. Engel, quien es el único en
proporcionar la ubicación de los componentes de Pueblo Viejo, aparentemente no se percató de su
extensión y de la indudable relación cronológica y funcional entre las cinco agrupaciones. En su
plano (Engel 1988: Mapa «D») de las Lomas del Manzano y de Pucará, los componentes son trata-
dos como sitios autónomos. A juzgar por el mapa (loc. cit.) y las ilustraciones (Engel 1988: Figs. 36-
39), Engel ha localizado todos los componentes menos el asentamiento satélite de la quebrada de
Pucará. Tentativamente, se han establecido las siguientes equivalencias entre su terminología y la
del proyecto (Tabla 1).

Engel tuvo dificultades en determinar las características y la función de la arquitectura. Sus


descripciones son muy escuetas e imprecisas. Algunas de sus dudas persistieron en la fase inicial
Fig. 7A. Ejemplo de mampostería (Sector III, UE 2). Muro entre las estructuras EA 60 y EA 58B (Foto: M.
Palma).

Fig. 7B. Ejemplo de mampostería (Sector III, UE 1, estructura ET 29). Estado después de los trabajos de
consolidación (Foto: K. Makowski).
Fig. 8A. Cerámica de tipo Lurín (Ychs-
ma) del Horizonte Tardío. Olla con cue-
llo y decoración con serpientes en re-
lieve. Altura: 17,5 centímetros (Sector
III, UE 1, estructura EA 6, rasgo 1
(Foto: D. Giannoni).

Fig. 8B. Cerámica de tipo Lurín (Ychs-


ma) del Horizonte Tardío. Olla con re-
borde, pintura negra y blanca sobre
fondo crema. Altura: 14 centímetros
(Sector IV, UE 1, estructura ET 4, nivel
B2) (Foto: D. Giannoni).

Fig. 8C. Cerámica de tipo Lurín (Ychs-


ma) del Horizonte Tardío. Botella con
asas verticales, engobe crema, pintura
negra. Altura: 11,5 centímetros (Sector
III, estructura EA 13) (Foto: D.
Giannoni).
Fig. 9. Botella-cantimplora del tipo Lurín negro. Altura: 10,9 centímetros (Sector IV, UE 1, estructura ET 20B,
CF 08) (Foto: D. Giannoni).

Fig. 10A. Cerámica inca. Botella asociada al nivel de ocupación (Sector II, UE 3, estructura EA 33) (Foto: M. F.
Córdova).
Fig. 10B. Cerámica inca. Olla sin cuello, engobe cre-
ma con la decoración de maíces en relieve. Altura:
11,1 centímetros (Sector III, UE 3, estructura EA 49)
(Foto: D. Giannoni).

Fig. 10C. Cerámica inca. Calero naranja con pintura


negra y figuras de monos en bulto. Altura: 6,7 centí-
metros (Sector III, UE 3, estructura EA 62) (Foto: D.
Giannoni).

Fig. 10D. Cerámica inca. Kero negro, inciso. Altura: 18 centímetros (Sector III, UE 3, estructuras ET 30, EA
56) (Foto: D. Giannoni).
ARQUITECTURA, ESTILO E IDENTIDAD EN EL HORIZONTE TARDÍO... 147

de este proyecto, como, por ejemplo, si las alargadas estructuras de varios pisos, con accesos a
través de pequeñas ventanas, tuvieron funciones funerarias o fueron depósitos. En otros casos,
Engel atribuía a estas mismas estructuras funciones de espacios habitacionales.

Por la ubicación tan próxima al valle de Lurín, el sitio Pueblo Viejo tampoco fue incluido en
las investigaciones de los sitios de lomas por Elías Mujica Barreda (1997), que incluyeron las lomas
de Lúcumo, Malanche y Cruz de Hueso o Chamaure. Mujica ha demostrado que los asentamientos
conocidos de las fuentes etnohistóricas fueron efectivamente ocupados prósperamente durante
todo el año. Esto fue posible gracias al ingenioso sistema de captación de neblina. El sistema
descrito por Mujica es el mismo que el existente en Pueblo Viejo; sin embargo, la arquitectura
doméstica es diferente tanto en el plano como en el aparejo.

Las investigaciones sobre el Periodo Intermedio Tardío y el Horizonte Tardío en el valle de


Lurín se han centrado en la problemática relacionada con el complejo de Pachacamac. En primera
instancia, las relaciones entre el famoso templo-oráculo y el valle fueron examinadas e interpretadas
a partir del estudio de las Pirámides con rampa (Eeckhout 1998a, b; 1999b). Por otro lado, el bien
conservado camino inca desde Pachacamac a la sierra (Feltham 1983, 1984; Hyslop 1984) ha atraído
la atención de los investigadores hacia el problema de los asentamientos inca relacionados con este
eje de comunicación: Aviyay, Sisicaya (Cornejo 1995, 2000) y Nieve-Nieve (Negro y Fuentes 1988;
Eeckhout 1999a). Las ocupaciones del Horizonte Tardío fueron definidas, aparte de Aviyay, en las
excavaciones de Pampa de las Flores por Dulanto (comunicación personal) e Eeckhout (1999 b), y en
los alrededores de la denominada Tercera muralla (D. Guerrero, comunicación personal)

Las investigaciones citadas ponen en relieve el carácter excepcional de Pueblo Viejo y de


algunos otros sitios con arquitectura similar en las lomas de Lurín. El aparejo y las formas arquitec-
tónicas no encuentran paralelos en los sitios del valle bajo. Llama la atención que a pesar de la total
o parcial contemporaneidad con el extenso y cercano asentamiento con arquitectura pública, Pampa
de las Flores (Eeckhout 1998 b; 1999a: 196-210, Figs. 7.1-7.3, 1999b; Dulanto, comunicación perso-
nal), los dos sitios no tienen nada en común, ni formas arquitectónicas, ni técnicas de construcción.
La arquitectura de Pampa de las Flores es, en cambio, comparable con la de otros centros administra-
tivos, como Tijerales, Panquilma y Molle. Comparten también el sistema constructivo, incluyendo el
aparejo, tanto con los sitios mencionados como con otros asentamientos menores, v.g., Quebrada de
Golondrinas (Eeckhout 1999a). Este sistema comprende el uso de muros de adobe y de piedra
recubierta de gruesos enlucidos. Tampoco existen paralelos que relacionen al complejo Pueblo
Viejo-Pucará con los asentamientos de arquitectura aglutinada como Chontay, Chacralta y Anchucaya
(Feltham 1983), con los sitios planificados dispuestos en terrazas como Santa Rosa, o con los
conjuntos planificados, que comprenden amplios recintos internos y filas de ambientes, como
Antapucro. No obstante, el aparejo de piedra utilizado en Santa Rosa guarda cierto parecido con el
de Pueblo Viejo. Parecidos son también ciertos muros de piedra (según Eeckhout 1999a: 249, Fig.
7.53, hay cinco tipos de aparejo además de adobe de molde) en Nieve-Nieve y en las construcciones
inca de Avillay. No obstante, este ultimo asentamiento planificado inca se caracteriza por una orga-
nización espacial (manzanas con red ortogonal de calles) y el diseño de espacios domésticos que no
tiene nada en común con Pueblo Viejo.

Notables diferencias presenta también la arquitectura de Pueblo Viejo en comparación con


los asentamientos de lomas del Horizonte Tardío, tanto en el plano, diseño de estructuras, como en
el aparejo. Ni los conjuntos aglutinados, compuestos de estructuras rectangulares interrelacionadas
por corredores, patios y pasadizos, ni las cámaras funerarias con vestíbulo (Mujica 1997) se encuen-
tran en el sitio estudiado. Cabe enfatizar que un pequeño asentamiento, de 1 hectárea de extensión,
similar a Malanche y otros sitios de lomas, se encuentra a menos de 1 kilómetro de Pueblo Viejo,
hacia arriba de la quebrada de Río Seco.
148 KRZYSZTOF MAKOWSKI

Fig. 11A. Sitio de Ampugasa. Arquitectura de periodos tardíos en la sierra de Huarochirí (Foto: K. Makowski).

Fig. 11B. Sitio de Ampugasa. Depósito conservado dentro de una unidad doméstica.
ARQUITECTURA, ESTILO E IDENTIDAD EN EL HORIZONTE TARDÍO... 149

En cambio, tal como ha sido mencionado anteriormente, la arquitectura de Pueblo Viejo está
estrechamente emparentada con la de la sierra de Yauyos (Figs. 11A, 11B). Desafortunadamente,
muy poco avanzados son los estudios sobre el valle alto y tampoco se ha estudiado la secuencia
cerámica de Huarochirí.

5. Estudios etnohistóricos

Los escritos del padre Calancha (1976-1978 [1638]), las informaciones procedentes de un
pequeño censo local realizado en el siglo XVI y el testamento del cacique Alonso Saba, sirvieron a
Espinoza (1964) para proponer una reconstrucción de la organización política del valle de Lurín,
como parte del señorío Ychsma (llamado también Ichma, Ischma o Ychima). El valle bajo hasta las
alturas de Cieneguilla y las áreas de lomas adyacentes al sur estarían repartidas entre cuatro
curacazgos: Pachacámac, Manchay, Caringas y Quilcaycuna. Manchay fue mencionado de manera
independiente en el juicio de residencia al corregidor saliente de Cañete, Hernán Vázquez de Puga
(Rostworowski 1992: 91) al lado de otro curacazgo, Pacat (correspondiente posiblemente a un ayllu
en Pacta, mencionado también como Patca en 1580; citado en Rostworowski 1992: 98) y de la parcia-
lidad Lurin Ychsma. El curaca de Caringa, don Cristóbal Compaya, fue convocado junto con otros
curacas a la reunión de caciques en 1952 organizada por el arzobispo Jerónimo de Loayza en el
pueblo de Mama (ibid.: 97).

El posterior avance notable en los estudios etnohistóricos sobre el valle, se debe al empeño
de Rostworowski (1981), quien ha sido la primera en demostrar la importancia del ecosistema de
lomas en la subsistencia prehispánica. En uno de sus documentos, concerniente a las lomas de
Atiquipa de la costa sur, menciona cultivos de yucas (Manihot utilissima), achira (Canna edulis),
maíz (Zea mays) y camotes (Ipomoea batata). En consecutivos reconocimientos, Rostworowski
localiza en el área de lomas desde Atocongo a San Bartolo varios topónimos correspondientes a
ayllus mencionados en diversas fuentes coloniales. Le llama la atención una recurrente asociación
entre capillas, terrazas de cultivo abandonadas y extensas ruinas de asentamientos prehispánicos;
estas últimas se extienden sobre las laderas de los cerros. Rostworowski (1981, 1989) sugiere que las
capillas fueron construidas por los comuneros descendientes de habitantes de los antiguos
asentamientos, abandonados a raíz de las reducciones toledanas. Según Rostworowski (ibid.: 45):
«...los naturales continuaron reuniéndose para ciertas fechas del calendario religioso para la cele-
bración de ritos católicos, encubriendo quizá otras ceremonias gentilicias». Los indios de la zona de
lomas fueron reducidos en Lurín. Rostworowski localiza tres capillas que indicarían tentativamente
la ubicación de pequeños curacazgos: Caringa, en las lomas del mismo nombre frente a San Bartolo,
Patca (también Pacta, Pacat), en la quebrada de Malanche, y Pueblo Viejo. Este último está descrito
de la manera siguiente: «Otra antigua aldea en las misma lomas es Pueblo Viejo y está compuesta por
casas y dos pozos de agua revestidos de piedras…». Hipólito Ruiz señala que en la quebrada de
lomas de Lurín había «...un manantial entre dos peñascos, de agua muy delgada y cristalina y
siempre fresca» (loc. cit y nota 4).

La descripción parece referirse a la capilla en las lomas de Manzano y Pucará. La cuarta


capilla señalada por Rostworowski es la de la quebrada de Atocongo. Posteriormente (Rostworowski
1992: 100), a esta lista se agregan las capillas de Lúcumo, Lacigazgo (Icascos o Casicaya), Chamaure
y San Juan.

Nuevos documentos analizados por Rostworowski hicieron reconsiderar la importancia de


Caringa y aportaron datos que completan la información sobre la organización indígena antes de las
reducciones toledanas. Particular importancia tiene el informe de Rodrigo Cantos de Andrade de
1573 (Rostworowski 1999). En esta visita se confirma la subdivisión del valle bajo en dos parcialida-
des (cf. también Paredes 2000: 311): Hanan Ychsma y Hurin Ychsma. El documento recoge también
testimonios de los principales de los Caringa, Alonso Choque Guamani, el curaca de Hanan Ychsma
150 KRZYSZTOF MAKOWSKI

Caringa, y de Alonso Maca Yauri, el curaca de los caringa. Este último es hermano (por padre) de
Luis Loyan e hijo de Hernando Llaxa Guayca, ambos curacas principales de Hanan Ychsma. Es
interesante anotar diferencias entre los nombres quechuas de los Caringa (v.g., Choque Guamani,
Maca Yauri) y de los demás principales del valle (v.g., Luyan, Cuchigualle, Mallma, Caucalla, Sabat,
Calanco). Por otro lado, el documento proporciona los nombres de los curacas principales,
Taurichumbi y Chamot Saba. En la época de Huayna Capac el principal curaca Caxapaxa era yana del
Inca y residía en Cuzco. La provincia de Pachacamac era administrada por Taulichusco, su hermano
o primo, curaca de Lima y yana de Mama Vilo, esposa de Huayna Capac (Rostworowski 1978: 78-70,
1988:183, Pärssinen 2003:300). Las relaciones de poder entre los dos cogobernantes no son claros.

En la época colonial, según los documentos analizados por Espinoza (1964: 136), el valle de
Lurín fue gobernado por los Saba y el cargo de hatun curaca correspondía a representante de este
linaje (cf. también Pizarro 1978 [1571]: 246-247). Los probables descendientes de Chamot Saba han
tenido tierras y ostentaban cargos públicos hasta la década de los sesenta del siglo XX (Paredes
2000). En 1572 un Alonso Sabat fue cacique principal de los Hurin Ychsma (Rodrigo Cantos de
Andrade 1573, en Rostworowski 1999: 66). Taurichumbi es conocido, en cambio, como el curaca que
alojó a Hernando Pizarro en Pachacamac (Estete, en: Fernandez de Oviedo 1945: 54). Rostworowski
sugiere que se trata de la segunda persona en el señorío, dado que el hatun curaca estaba en el
tiempo de la visita en Cajamarca (Rostworowski 1999: 15). ¿Habría que pensar que Taurichumbi fue
el señor de los Urin (Luren) Ychsma?

La respuesta no es del todo sencilla, puesto que el poder del señor principal de Lurín se
extendía, al parecer, hasta la cuenca del río Rímac (Rostworowski 1972, 1977: 197-199; 1992: 77-78;
apoyada por Albornoz 1967; Calancha 1976-1977 [1638] y documentos de archivo; cf. también Albor-
noz 1967 y la síntesis de la discusión en Eeckhout 1999a: 399-405; Cornejo 2000: 150). El curacazgo
de Lurín habría sido uno de ocho señoríos; esta organización hipotética no necesariamente fue
mantenida después de que Pachacutec Inca sometió pacíficamente al señorío. Pärssinen (1992: 341-
342; 2003: 299-300), respaldado por las informaciones de Cobo (1964 [1639]: libro I, cap. VII, 301),
sugiere una organización tripartita, de tres hunos. Uno de estos hunos estaría formado por el valle
de Lurín y el señorío de Surco, en el Rímac; el segundo abarcaría el resto de la margen izquierda del
Rímac con la capital en Maranga; y el tercero comprendería la margen derecha del Rímac, así como el
Chillón con la capital en Caraguayllo. Finalmente, tampoco es clara la relación entre los curacas
principales, Taurichumbi y Chamot Saba, y el lugar del templo-oráculo dentro de la estructura admi-
nistrativa inca.

En cualquier caso, antes de 1573 el cargo del señor principal y gobernador del repartimiento
fue ejercido por el curaca de los Anan Ychsma, Luis Loyan, hijo de Hernando Llaxa Guayca
(Llaxaguayla), también curaca de los Anan Ychsma. En el juicio de 1559, el mismo Hernando Llaxa
Guayca (Llaxaguayla) afirma tener derechos de señor principal de Lurín y Lima como sus antepasa-
dos. Ello no necesariamente es cierto. La población de Urin Ychsma disminuyó rápidamente
por varios motivos, tanto por explotación como por el hecho de que fue probablemente constituida
por mitimaes. Esto aparentemente no ha ocurrido con los Anan Ychsma, particularmente los asenta-
dos en las lomas.

Los testimonios recogidos por Rodrigo Cantos de Andrade concuerdan en que los Caringa
formaban parte de los Anan Ychsma; otro hijo de Hernando Llaxa Guayca, Alonso Maca Yauri,
detentaba el cargo del curaca principal de los caringa. Rostworowski sugiere que el curaca de los
Anan Ychsma Caringa, Alonso Choque Guamani, se desempeñaba como su segunda persona.

No existen evidencias en los documentos para precisar las áreas controladas por los curacas.
Se ha sugerido (Espinoza 1964: 136; Feltham 1983: 375; Eeckhout 1999a: 402; Paredes 2000: 311) la
subdivisión siguiente:
ARQUITECTURA, ESTILO E IDENTIDAD EN EL HORIZONTE TARDÍO... 151

a) Ayllu Pachacamac: área entre el sitio arqueológico y la reducción, actualmente la zona de Las
Palmas, Villena, así como las lomas de Atocongo;

b) Ayllu Manchay: de Pachacamac a Cieneguilla o, como lo sugieren recientemente Eeckhout y


Paredes (loc. cit.), Pampa de Flores, Quebrada Golondrina, Tambo Inga;

c) Ayllu Quilcaycuna: el litoral, con el actual pueblo de Lurín, la reducción de San Pedro de Quilcay,

d) Ayllu Caringa: las lomas de Manzano, Pucará, Lúcumo, Pacta y Malanche, Caringa, entre el valle
de Lurín y el valle de Chilca.

Desafortunadamente, las evidencias disponibles no dan pistas inequívocas para atribuir


los ayllus de Manchay y de Quilcaycuna a sus respectivas parcialidades. Sin embargo, el significa-
do de las palabras «hanan» y «lurin» (luren) sugiere que la frontera entre ambas parcialidades
separaba la parte baja de la parte alta del valle bajo. Lo mismo sugiere el testimonio (Rostworowski
1999: 19) de que los «Caringa de Huarochirí [sic]» fueron bautizados junto con los manchay por fray
Antonio de Cuéllar, y que han estado en la doctrina con los indígenas de Cacaguasi en el pueblo de
Pacata (Pacta, Malanche). Los nombres «Caringa de Huarochirí» y los «Ychsma Caringa» llaman la
atención. Es muy probable que se refleje en ellos una subdivisión política relacionada con el origen
heterogéneo de la población de lomas. Debe recordarse que los ychsma caringa tuvieron antes de
1573 a su propio curaca. En todo caso, la presencia simultánea en las lomas de las poblaciones que
se decían proceder de las tierras altas de Huarichirí y de la arquitectura del mismo origen, difícilmen-
te puede ser considerada una simple coincidencia.

6. Formas arquitectónicas y organización espacial del complejo arquitectónico Pueblo Viejo

La arquitectura de Pueblo Viejo impacta por la gran recurrencia de formas altamente


estandarizadas que se repiten en un número de combinaciones. Para fines de registro (Makowski
[dir.] 2000) se han diferenciado cinco formas básicas de arquitectura, tres techadas y dos abiertas:

a) 1a: estructura con techo de piedra, de planta rectangular y dos pisos;

b) 1b: una variante de la forma anterior, con la planta aproximadamente cuadrada y un pasadizo en el
primer piso;

c) 2: recinto rectangular con el techo de material perecible o sin techar;

d) 3: plaza regular;

e) 4: canchón de forma irregular.

A esta lista hay que agregar estructuras componentes del sistema de riego como represas,
reservorios, un posible canal-acueducto, así como tres tipos de andenes. Hay que mencionar
también curiosos muros de planta sinuosa, eventualmente figurativa, en el Sector I, de los cuales
por lo menos uno contenía cámaras funerarias. Mención aparte merece un montículo escalonado,
con terrazas revestidas de pequeños cantos, que resultó estar compuesto de capas de basura y
desmonte.

Las estructuras con techos de piedra (tipo 1a, registrado con las siglas ET) se parecen a
formas muy frecuentes en la arquitectura de la sierra, a las que se suele asignar funciones funerarias,
algunas veces de manera fundamentada, como en el caso de las chullpas (v.g., Isbell 1997b). Por las
152 KRZYSZTOF MAKOWSKI

dimensiones y las características de acceso, su uso habitacional puede quedar descartado. El ancho
de aproximadamente 80 centímetros está limitado por el largo máximo de vigas de piedra; el largo
varía sustancialmente. La altura de la cámara no sobrepasa, en general, el metro. El único orificio de
entrada es casi cuadrado y se ubica en la fachada, constituida siempre por una de las paredes largas
de la estructura; estos orificios se parecen más a ventanas que a puertas por sus reducidas dimen-
siones (40 por 50 centímetros en promedio), así como por la ubicación a la mitad de la altura de la
pared. En un caso se ha conservado in situ la placa de pizarra que servía de puerta. En algunas
estructuras, la pared interna, opuesta a la ventana, puede albergar pequeños nichos. En la mayoría
de casos, las estructuras descritas forman conjuntos de dos edificaciones alineadas o en «L» (Fig.
12). Existen numerosas evidencias que las estructuras techadas con lajas de piedra poseían original-
mente dos pisos (Fig. 13), salvo casos excepcionales. La altura total oscilaba alrededor de 2 metros.
Las cámaras del segundo piso, que poseen sus propias ventanillas de acceso, tienen a menudo
pisos cuidadosamente enlucidos. Se ha usado para este fin capas de arcilla limpia, de color blanco y
con alto contenido de caolinita o de arcilla fina amarilla. Los yacimientos de caolinitas abundan en
las proximidades del asentamiento, pero la arcilla amarilla limpia tuvo que ser traída desde la quebra-
da de Río Seco. Los pisos de la primera planta poseen apisonados, revestimientos de piedras planas
o pisos menos cuidadosos, salvo casos excepcionales. A menudo un bajo murete divide por la mitad
el ambiente del primer piso.

Cabe mencionar que las curiosas estructuras techadas de dos pisos no sólo conforman una
categoría arquitectónica muy recurrente en el sitio, sino que se asocian con otros elementos: recin-
tos potencialmente techados, patios abiertos, pasadizos o plataformas conformando conjuntos ar-
quitectónicos organizados con un grado variable de planificación previa. La presencia de enlucidos
elaborados en las cámaras del segundo piso sugiere que su función no era funeraria, sino que se
trataría de depósitos. Esta función quedó completamente comprobada durante la ultima temporada
de excavaciones (Makowski et al. 2002). Se ha registrado también un complejo procedimiento de
adaptación de depósitos para fines de entierro de uno o varios individuos. Se ha logrado demostrar
que estas cámaras alargadas formaban parte de un diseño típico y modular del espacio doméstico.
En el Sector III se han excavado seis conjuntos domésticos completos, además de patios y pasadi-
zos con escalera que permitían la comunicación con los conjuntos ubicados cuesta arriba. En todos
ellos se repite el mismo patrón de organización (Fig. 11).

Salvo casos excepcionales de unidades domésticas en construcción o de conjuntos de


mayor envergadura (Sector IV), cada estructura habitacional se compone de dos ambientes rectan-
gulares (Tipo 2), adosados por ambos lados a un número igual de cámaras de dos pisos (Tipo 2)
alineadas en fila, de tal manera que se forma un pasadizo interno entre ellas. El pasadizo es necesario
puesto que sólo uno de los ambientes rectangulares posee una entrada desde afuera. Ninguno de
los muros de ambientes rectangulares se ha conservado hasta la altura suficiente como para recons-
truir la forma del techo por intermedio de hastiales. Sin embargo, tomando en cuenta las dimensiones
promedio y las descripciones de arquitectura similar por Engel y Rostworowski, se piensa en techos
inclinados de materiales perecibles: esteras enlucidas de arcillas y soportadas por vigas de madera.
Los depósitos de dos pisos alineados en el centro de la casa, de altura aproximada de 2 metros (Fig.
14), servían de apoyo para el sistema de techado a dos aguas. El otro extremo de cada segmento del
techo se apoyaba sobre los muros externos. La existencia de pisos, banquetas, depósitos subterrá-
neos, fogones y áreas de actividad al interior de los recintos rectangulares no permite dudar que
éstos estuvieron originalmente bajo abrigo de un techo. Desafortunadamente, no quedaron huellas

Fig. 12. (Desplegable en la página siguiente). Plano general del Sector III. Las áreas funerarias están resal-
tadas en gris oscuro.
ARQUITECTURA, ESTILO E IDENTIDAD EN EL HORIZONTE TARDÍO... 153

Fig. 13A. Depósito conservado parcialmente hasta el segundo piso. Nótese el sistema de techado del primer
piso con vigas de andesita sobre ménsulas (Sector III, área no excavada) (Foto: K. Makowski).

Fig. 13B. Vista de depósitos (Sector III, UE 1).


154 KRZYSZTOF MAKOWSKI

Fig. 14. Vista desde el este de la fachada del conjunto habitacional compuesto por las estructuras EA 10, 11 y
ET 18, 19, 20, 37, 92 (Sector III, UE 1) (Foto: C. Rospigliosi).

de estos techos sobre los pisos. Las vigas fueron probablemente reutilizadas por los lomeros y los
elementos restantes se destruyen con las abundantes lluvias estacionales.

La unidad modular que acaba de ser descrita se adapta a la morfología de terreno y a veces
tiene que ser modificada según las posibilidades de crecimiento. En el Sector III se ha observado
una nítida relación de estratigrafía horizontal entre las unidades excavadas. Las casas están adosadas
unas a las otras, y se puede seguir el orden de su construcción y de las subsiguientes unidades
domésticas utilizando para este fin los espacios libres y adaptándose a su forma. Por esta razón, en
algunos casos, las cámaras alargadas están construidas también a lo largo de la pared corta del
recinto habitacional.

Tomando en cuenta los principios de organización espacial presentados y las evidencias


del uso de espacios arquitectónicos, el asentamiento puede ser caracterizado como un conjunto de
cuatro aglomeraciones (barrios) de arquitectura doméstica separadas por espacios vacíos, un con-
junto de recintos de forma irregular (corrales), y dos extensos edificios de diseño ortogonal que
tienen la particularidad de contar con amplias plazas rectangulares internas.

Dos de las aglomeraciones mencionadas se distribuyen en el fondo de dos quebradas


adyacentes y separadas por un bajo espolón (sectores I y III). Sobre el espolón está construido el
puesto de vigilancia, una especie de plataforma-atalaya. En la parte baja del Sector III se encuentra
un montículo artificial, aterrazado con revestimiento parcial de cantos rodados. Las excavaciones
demostraron que se ha formado gracias al uso del sitio como zona de descarte de desperdicios y
desmonte durante varios años, incluso generaciones. Las pircas de contención y las capas de tierra
que alternan con las de basura, servían para impedir que los desperdicios se dispersen en dirección
hacia el complejo residencial y administrativo del Sector II. Entre las dos aglomeraciones, en la
ARQUITECTURA, ESTILO E IDENTIDAD EN EL HORIZONTE TARDÍO... 155

Fig. 15. Plano general del Sector II.


156 KRZYSZTOF MAKOWSKI

misma quebrada en que se encuentra el Sector III, hay un conjunto de arquitectura ortogonal plani-
ficada y otro conjunto de grandes recintos-canchones de trazo irregular (corrales), cuyos muros
fueron levantados de simple pirca: el Sector II (Fig. 15). En uno de los recintos se ha conservado una
piedra parada ex profeso a manera de huanca (Duviols 1979), a la que se asocia una pequeña plata-
forma-altar. Es probable que se trate de corrales para camélidos, los que tuvieron, asimismo, uso
ceremonial. El conjunto de arquitectura planificada del Sector II tiene el aspecto de un centro admi-
nistrativo, eventual residencia de uno de los curacas. Consiste de tres plazas rodeadas de módulos
del tipo anteriormente descrito, a los que se adosa todo un sistema de depósitos alineados en filas
y ascendentes por la pendiente del cerro. La probable coexistencia de la arquitectura doméstica, con
espacios públicos y con un amplio sistema de depósitos, el trazo ortogonal y la descomunal exten-
sión sugieren la función antes mencionada para la estructura.

Las dos aglomeraciones restantes, de las cuales una tiene mayor extensión y cuenta con un
número mayor de estructuras que las demás (Sector IV), mientras que la otra, que es la más reducida
(Sector V), se localiza en las cimas menores del cerro Lomas de Pucará. Los habitantes de estos
«barrios» tuvieron pleno control visual de los accesos a los «barrios» de abajo, y de todos los
movimientos por la costa hacia Pachacamac, así como por el valle bajo de Lurín. Ambas aglomeracio-
nes tienen características similares a los sectores I y III y se componen de unidades domésticas
modulares. Las sucesivas ampliaciones y el relieve accidentado contribuyeron en crear la apariencia
de un laberinto. Hay, sin embargo, en el Sector IV, algunas estructuras con una ubicación privilegia-
da (Fig. 16). Una de ellas está separada de las demás y se encuentra relativamente aislada sobre la
cima que da hacia el valle de Lurín y la entrada a Pachacamac. La estructura destaca por el plano
ortogonal y por la presencia de dos patios rectangulares rodeados de los tres lados por estructuras
modulares; el cuarto lado da a la pendiente. Por la presencia del patio, de trazo ortogonal, y de varias
filas de depósitos rectangulares, el conjunto se parece en algún grado al conjunto del Sector II (Fig.
17). También en este caso es posible sospechar que el espacio público (el patio) está rodeado de
ambientes domésticos y de zonas de depósito. Las excavaciones de la temporada 2000-2001 confir-
man esta hipótesis y sugieren que podría tratarse de un pequeño centro administrativo (residencia
de curaca) de la mitad alta del asentamiento.

7. Areas de actividad y funciones

Las evidencias reunidas durante las primeras dos temporadas de campo han brindado abun-
dantes argumentos a favor de la hipótesis de que el asentamiento fue ocupado de manera permanen-
te como Malanche y que la mayoría de estructuras poseía funciones habitacionales. El espacio
arquitectónico modular, compuesto generalmente de dos ambientes rectangulares y de dos depósi-
tos de dos pisos cada uno, presentan un repertorio de componentes que se repiten en la mayoría de
casos. Estos componentes se relacionan de manera directa con las principales funciones asignadas
a un espacio doméstico: almacenamiento y preparación de alimentos líquidos y sólidos, descanso,
eventual producción de algunos artefactos y en los espacios externos eventuales, áreas de recep-
ción (Kent 1990):

a) Cámaras subterráneas: cámaras rectangulares techadas con vigas de piedra, similares a las cáma-
ras de depósitos aéreos de dos pisos. En algunos casos las cámaras subterráneas se encuentran
debajo del piso, en otros en el interior de una banqueta ancha. El tamaño y el acceso sugieren que se
trata también de depósitos, salvo casos excepcionales, por ejemplo, la posible «cuyera» (lugar para
la cría de Cavia porcellus).

Fig. 16. (Desplegable en la página siguiente). Plano general del Sector IV.
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LEVANTADO POR : ARQL. PATRICIA HABETTER

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ARQUITECTURA, ESTILO E IDENTIDAD EN EL HORIZONTE TARDÍO... 157

0 5m

Fig. 17A. Plano de una estructura ortogonal del Sector IV, UE 1.


158 KRZYSZTOF MAKOWSKI

Fig. 17B. Vista oblicua de la estructura ortogonal (Sector IV). Vista desde el oeste.

b) Pozos subterráneos: cámaras de una profundidad promedio de 1 metro y planta rectangular,


revestidas con piedras y sin techar; el piso fue enlucido con arcilla. Son posibles depósitos (por
ejemplo, para almacenar tubérculos); todos los pozos de este tipo fueron encontrados vacíos.

c) Banquetas: cuidadosamente construidas con revestimiento de piedra y un grueso enlucido de


arcilla en la parte superior. Suelen ubicarse en uno de los extremos del cuarto y eventualmente, en las
cercanías de fogón. Por las dimensiones y la ubicación que las banquetas, se sospecha que estaban
destinadas como lugares para dormir. Sin embargo, en un caso la banqueta escondía en su interior
un depósito subterráneo y tenía un batán acomodado sobre su superficie (Fig. 18).

d) Plataformas: amplias superficies niveladas y bordeadas por un escalón revestido de piedras o


enlucido. En varios casos, el espacio interno del cuarto fue nivelado con plataformas escalonadas
(sectores III-2 y IV-2 B). Las plataformas fueron construidas también a lo largo de la fachada de la
estructura cuando esta da al patio y probablemente estuvieron techadas con un pórtico. Varias de
ellas funcionan como espacios destinados para cierto tipo de actividad productiva. Este último tipo de
plataforma siempre cuenta con una banqueta angosta para sentarse adosada al muro de la fachada.

e) Cocinas con canaleta revestida: estructuras destinadas a la combustión de troncos de madera,


que cuentan con una canaleta revestida con tres lajas alargadas (una en el fondo y dos en las
paredes), que desemboca en un hoyo lleno de ceniza. Las cocinas de este tipo están en uso aún en
actualidad. En la canaleta debajo del recipiente se introduce el extremo del tronco que servirá de
combustible, a medida que el leño se consume es posible mover la parte intacta desde afuera hacia
la canaleta; el hoyo ayuda a limpiar la canaleta de ceniza acumulada.

f) Fogones: áreas revestidas de arcilla, por lo general hoyos en el piso, rellenos de ceniza.
ARQUITECTURA, ESTILO E IDENTIDAD EN EL HORIZONTE TARDÍO... 159

Fig. 18A. Organización


del espacio doméstico.
Habitación EA 11, con la
plataforma y la entrada
al depósito ET 37 (Sec-
tor III, UE 1) (Foto: K.
Makowski).

Fig. 18B. Organización


del espacio doméstico.
Ambiente techado debajo
de la plataforma (¿desti-
nado a la crianza de cuyes
[Cavia porcellus]?) deba-
jo de la plataforma al inte-
rior de EA 19 (Sector IV,
UE 1) (Foto: P. Habetler).

g) Filas de cántaros: en algunos casos los cántaros se conservaron parcialmente, en otros sus
fondos dejaron improntas en el piso. En algunas casas las filas de cántaros tienen un lugar especial-
mente preparado dentro de una ancha canaleta revestida de piedras.

h) Hoyos para empotrar cántaros: es un versión más elaborada del equipamiento de cocina descrito
anteriormente. Son profundas cavidades redondas o rectangulares, revestidas de lajas de piedra.

i) Batanes: grandes piedras con una cara plana, con o sin una ligera cavidad y huellas de abrasión
por causa del prolongado trabajo con una mano de moler. Las manos de moler tienen forma alargada
y se hace uso de ellas haciéndolas mecer.

j) Canaleta de uso indeterminado: existe un solo caso de canaleta ancha, de trazo irregular y profun-
da, a lo largo de la pared lateral del cuarto, sin desagüe ni fondo revestido (Sector IV-2B); a pesar de
estas características, hay evidencias de acumulación de agua. En el relleno se encontraron desechos
líticos de producción de porras (Fig. 19).

La mayoría de recintos habitacionales excavados cuenta con batanes y fogones, uno de


cada uno por el cuarto. A cada cuarto corresponden también, en promedio, dos espacios de almace-
160 KRZYSZTOF MAKOWSKI

Fig. 19A. Porras en pro-


ceso de fabricación (Sec-
tor IV, UE 2) (Foto: D.
Giannoni).

namiento, uno en el primer piso del depósito y el otro revestido de manera fina, en el segundo piso.
El cernido de fogones arrojó abundantes cantidades de desechos de comida, entre semillas, tusas de
maíz, restos óseos de peces, aves y mamíferos. Las acumulaciones de cerámica utilitaria y las filas de
recipientes de almacenamiento de líquidos, demuestran también que en el interior, y en algunos
casos en el exterior, sobre las plataformas, se preparaba alimentos. En casi todos los ambientes
domésticos se han encontrado también huellas de producción de cabezas de porra. Las evidencias
corresponden a los estadíos terminales de acabado, incluyendo la perforación del orificio. Cabe
resaltar la frecuencia de hallazgos de porras acabadas y de proyectiles de honda.

Las estructuras habitacionales complejas, con o sin planificación ortogonal, como las
excavadas en el Sector IV, difieren de las unidades domésticas estándar por la existencia de patios
con plataformas y por la cantidad de ambientes destinados al almacenamiento y a la producción. En
particular destacan por la existencia de áreas con varios fogones y varios batanes. En el Sector IV-
1 hay tres grandes fogones en el extremo del patio rectangular. En el Sector IV-2 un cuarto especial,
con dos entradas y al lado del patio, contenía dos grandes áreas de combustión dentro de profundas
cavidades. Ello sugiere que la preparación de alimentos estaba a cargo de más de una persona y fue
destinada también para un número mayor de comensales. De hecho, a juzgar por el número de
cuartos con entradas independientes en la estructura ortogonal compleja del Sector IV-1 y por la
recurrencia de cocinas, fogones y batanes en cada uno de los cuartos excavados, es posible imagi-
nar varias familias nucleares conviviendo bajo el mismo techo.

Hay que enfatizar que los patios con plataformas no se asocian necesariamente de manera
exclusiva con residencias grandes, de trazo arquitectónico complejo. En el Sector III-3 se ha excavado
un patio rectangular con plataformas que servía para realizar varias actividades, pero, además crea-
ba un espacio de comunicación entre cuatro unidades domésticas. Una escalera permitía incluso
acceder a terrazas superiores del asentamiento. Un papel similar cumplía el área irregular dejada sin
construcciones en el Sector III-1.

8. Contextos funerarios y su relación con arquitectura

Como la arquitectura, también los comportamientos funerarios no corresponden a los que


se suele registrar en los valles costeños. La mayor cantidad de entierros humanos han sido registra-
dos en el interior de los depósitos adaptados para este fin. En el Sector III-3 se han excavado cuatro
estructuras de este tipo que contenían entierros humanos (Figs. 20A, 20B). Una de estas estructuras
estaba perfectamente conservada con su segundo piso. Sólo el primer piso fue adaptado para fines
ARQUITECTURA, ESTILO E IDENTIDAD EN EL HORIZONTE TARDÍO... 161

Fig. 19B. Proyectiles de honda (Sec-


tor IV, UE 2), (Foto: D. Giannoni).

Fig. 19C. Canaleta (¿con arena abrasiva?) y porras en diferentes etapas de producción (Sector IV, UE 2)
(Foto: M. F. Córdova).

funerarios y para este fin se ha desmontado el bajo murete que dividía la cámara en dos. En la parte
del fondo así delimitada fue depositado en posición sentada un sólo fardo funerario de un individuo
masculino adulto. Es posible que algunos elementos del potencial ajuar hubieran sido sustraídos,
porque se podía acceder fácilmente al contexto a través de una ventana; por otro lado, a juzgar por
los demás contextos, podían también carecer de ofrendas. Los otros tres casos son diferentes. Los
pisos superiores de las galerías fueron completamente desmantelados y el piso de las cámaras bajas
recibió un revestimiento adicional de piedras planas. Las cámaras de depósito se convirtieron de
este modo en cámaras funerarias. Los cuerpos fueron depositados secuencialmente arrimando a los
162 KRZYSZTOF MAKOWSKI

Fig. 20A. Depósito transformado en cámara funeraria con entierros múltiples (Sector IV, UE 1, estructura ET
20 (Foto: P. Habetler).

ocupantes anteriores. Resulta claro que los cuartos adyacentes a las cámaras transformadas en
funerarias dejaron de ser habitados, pues se cuenta con numerosas evidencias de la ocupación de
estos cuartos anterior a las modificaciones. En algunos cuartos existe, empero, un nivel de uso
posterior al derrumbe parcial de paredes y techos que quizás corresponde a la etapa de transforma-
ción de los depósitos en tumbas. Las cámaras clausuradas fueron rellenadas parcialmente con tierra.
El enterramiento se relacionaría, por lo tanto, con el abandono de la unidad doméstica.

Una relación similar con la arquitectura tiene el entierro solitario de un niño en el Sector III-
2. En la entrada misma del vestíbulo a uno de dos cuartos, se ha encontrado una pequeña estructura
semicircular de piedras apoyada contra la pared. La estructura, que contenía el entierro de un niño
en posición sentada, guarda una relación estratigráfica indudable con los últimos episodios del uso
de este espacio, cuando el cuarto del fondo empezó a rellenarse con el material de construcción de
paredes semiderruidas. Dada la cantidad de las galerías vacías y los resultados expuestos arriba,
resulta poco probable que algunas de ellas fueran construidas expresamente para fines funerarios.
ARQUITECTURA, ESTILO E IDENTIDAD EN EL HORIZONTE TARDÍO... 163

Fig. 20B. Depósitos transformados en cámaras funerarias con entierros múltiples (Sector III, UE 1, estructu-
ra ET 3) (Dib.: V. Curay).

Si bien los textiles no se conservan, resulta claro por las características tafonómicas que la
mayoría de los individuos fueron depositados como entierros primarios en posición sentada con los
miembros fuertemente encogidos, pero sin envoltorio. Los cuerpos estuvieron vestidos, a juzgar
por la presencia de tupus y la dispersión de cuentas de collar. Los comportamientos descritos
difieren de manera obvia de las que se registran en la costa (Eeckhout 1998b) durante el Periodo
Horizonte Tardío y se asemejan a los de la vecina sierra (Farfán, comunicación personal 1995).

9. El asentamiento y el valle de Pachacamac

Aunque el estudio del entorno paleoambiental y de las zonas de producción agrícola y


ganadera no estaba dentro de las prioridades de la primeras temporadas, se ha reunido información
que ayuda a entender las razones de la localización del asentamiento en este paraje actualmente
inhóspito y distanciado del valle de Lurín. El sistema de terrazas en las partes altas de los cerros
garantizaba el aprovechamiento óptimo y directo de la humedad ambiental. Las terrazas construidas
en las quebradas laterales complementaban el sistema. Se ha comprobado que las semillas de varian-
tes modernas de maíz y de tubérculos prenden bien en las terrazas y se desarrollan hasta la llegada
de rebaños de cabras. El asentamiento se localiza en la parte más activa de una loma de tipo arbóreo
(Mújica 1997; Chevalier 2002: 75). Hay evidencias de que las laderas estuvieron arborizadas con
especies como boliche (Sapindus saponaria), molle (Schinus molle), tara (Caesalpina spinosa),
guarango (Acacia macracantha), y mito (Carica candicans), una papaya silvestre, y no se debe
descartar el cultivo de algunas especies frutales como lúcumo (Pouteria lucuma). Es muy probable
que la densa vegetación en las laderas contrarrestaba bien los efectos de años secos y contribuía en
mantener los puquios. La pluviosidad anual es comparable en la actualidad con la registrada en la
164 KRZYSZTOF MAKOWSKI

orilla derecha del río, en la lomas de Lúcumo y Atocongo: 264 mm3 (Ferreyra 1953; Rostworowski
1981). A pesar de la desertificación y varios años secos, las lomas de Manzano y de Pucará siguen
ofreciendo entre julio y octubre abundantes pastos a los campesinos ganaderos de la serranía de
Huarochirí. La mayoría de ellos trae sus rebaños en camiones desde la comunidad de Santo Do-
mingo de los Olleros. Es altamente probable que un movimiento análogo se realizaba con los
rebaños de camélidos aprovechando de manera alterna los pastos de altura y los pastos de loma. Se
ha mencionado con anterioridad la existencia de sofisticados sistemas de captación y retención de
agua en las quebradas adyacentes al asentamiento.

Los recursos locales pudieron haber sido con facilidad complementados con el trueque o el
tributo, en el marco del hipotético sistema imperial de prestaciones de servicios por parte de pobla-
ciones vecinas e interdependientes. Esto es sugerido por el amplio repertorio de estilos de cerámica
ceremonial y el registro preliminar de bienes considerados suntuarios, encontrados en la mayoría de
unidades domésticas: conchas de Spondylus sp. enteras y en artefactos, artefactos de cobre dorado
y bronce. El litoral marino con las playas arenosas está dentro de la distancia visual, del mismo modo
que el valle de Lurín con sus recursos agrícolas. Los primeros informes sobre la dieta arrojan un
cuadro muy variado, con fauna marina del litoral y del mar abierto, peces de río, abundantes restos
óseos de camélidos y un porcentaje importante de venados.

La ubicación estratégica de Pueblo Viejo-Pucará respecto al litoral, al valle y a la extensa


área de lomas merece un énfasis especial. Desde las dos aglomeraciones de arquitectura doméstica
en las cimas de lomas de Pucará se controla visualmente la entrada a Pachacamac desde el sur y el
final del camino inca que bordea el valle por la margen derecha. La distancia es corta para guerreros
entrenados en el caso de eventual amenaza. No obstante el asentamiento ni es visible ni es fácil de
acceder desde el valle o desde el litoral. Las laderas de las lomas de Pucará son empinadas. Los tres
conjuntos de la parte baja (sectores I a III) están bien ocultos en el interior de la quebrada y la
alargada terraza fósil conforma una especie de muralla natural restringiendo el acceso desde la
quebrada de Río Seco. Las dos agrupaciones periféricas cuidan el acceso desde Yauyos por las
quebradas de Río Seco y Pucará. Estas características defensivas y los frecuentes hallazgos de
porras acabadas y en proceso de producción sugieren que una de las principales razones de asentar
en este lugar entre 500 y 600 familias (a juzgar por el conteo preliminar de unidades habitacionales
modulares) pudo haber sido de orden militar.

Dada su localización, tamaño y la cantidad de habitantes permanentes, Pueblo Viejo-Pucará


parece haber cumplido el papel del centro principal respecto al área de lomas entre Lurín y Chilca. De
hecho, Pueblo Viejo supera en extensión a otros asentamientos contemporáneos en el área que las
fuentes etnohistóricas atribuyen a los caringa y también a la mayoría de sitios en la serranía de
Yauyos. Por cierto, la densidad poblacional calculable para el área de Malanche (Pacta) según los
datos de Engel (1988) y Mujica (1987, 1991, 1997) es mayor que en las lomas de Manzano y Pucará.
La presencia de un sitio con planificación ortogonal en Pacta es también sugerente. Sin embargo, el
tamaño promedio de los asentamientos es menor que el de Pueblo Viejo-Pucará a pesar de que la
mayoría de ellos fue poblada también en el periodo colonial. Tampoco el sitio epónimo Caringa es
comparable en extensión y complejidad de estructuras con Pueblo Viejo-Pucará de Lurín, a pesar de
que buena parte de sus estructuras pudo haber sido construida y en todo caso usada en el siglo XVI
y XVII. Parece muy probable que Caringa adquirió un nuevo peso en tiempos coloniales por ubicar-
se lejos de áreas de interés económico para los conquistadores. Los documentos citados por
Rostworowski (op. cit.) no dejan lugar a duda que la población indígena de las lomas ha resistido
mejor el contacto que la del valle; está última fue diezmada en muy corto tiempo. La población
disminuyó también por el retorno de mitimaes a sus zonas de origen. En todo caso, hasta el presente
no se encuentran en Pueblo Viejo-Pucará ninguna evidencia de actividades posteriores a la época
del contacto. Hay en cambio premisas para pensar en un abandono relativamente brusco y organiza-
do en la primera mitad del siglo XVI.
ARQUITECTURA, ESTILO E IDENTIDAD EN EL HORIZONTE TARDÍO... 165

Las evidencias materiales presentadas coinciden bastante bien con las informaciones
etnohistóricas y justifican, a juicio de autor, la identificación de Pueblo Viejo-Pucará con un asenta-
miento principal de los «Caringa de Huarochirí» y con la residencia de sus curacas. El cuidado de
rebaños, acaso los mismos que abastecían al templo-oráculo de Pachacamac, y el control militar de
esta parte de la costa, parecen haber sido las razones para desplazar un número de familias que
superó a 500, desde las alturas de Huarochirí a la costa. Las tradiciones de los checa (Salomon y
Urioste 1991; Taylor 1999) de manera coincidente enfatizan su papel como aliados fieles e incondi-
cionales de los incas.

Agradecimientos

El éxito de nuestras investigaciones durante las temporadas 1999-2000, 2000-2001, 2001-


2002 y 2002-2003 fue posible gracias a la colaboración de varios de mis alumnos, miembros del
proyecto y practicantes: Luz Antonio, Sergio Barraza (arqueólogo residente), Luis Cáceres (levanta-
mientos), Hernán Carrillo (logística), María Fe Córdova, Víctor Curay, Patricia Habetler (arqueóloga
residente), Carola Madueño, María del Carmen Pérez, Cristina Rospigliosi, Milena Vega-Centeno,
María del Carmen Vega y Elsa Tomasto (bioantropología). A todos ellos y a los estudiantes perua-
nos, colombianos, belgas, españoles, franceses y polacos quienes participaron en las excavaciones
quisiera expresar mi profundo agradecimiento por su dedicación y excelente desempeño profesional.

Es también el momento propicio para expresar nuestro reconocimiento a los directivos y


accionistas de Cementos Lima S.A., por apoyar de manera tan efectiva durante 10 años consecuti-
vos la formación de jóvenes arqueólogos en el marco del Proyecto Arqueológico-Taller de Campo
Lomas de Lurín (antes Tablada de Lurín [PATL]) y hacer posible el desarrollo de investigaciones
sistemáticas a largo plazo sobre el pasado prehispánico de la costa central. Asimismo quiero agrade-
cer al doctor Salomón Lerner Febres, rector de nuestra casa de estudios, por el constante respaldo
a la escuela de campo en Lurín.
166 KRZYSZTOF MAKOWSKI

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SACERDOTES Y TEJEDORES
EN LA PROVINCIA INKA DE PACHACAMAC

Miguel Cornejo*

Resumen

Investigaciones arqueológicas han comprobado que, durante el Periodo Intermedio Tardío y el


Horizonte Tardío, algunos contextos funerarios son diagnósticos en la identificación de especialidades u
oficios laborales. Esto puede demostrarse en la provincia inka de Pachacamac y en este artículo se intenta
caracterizar algunos aspectos de dos grupos de especialistas identificados por el análisis arqueológico,
apoyado por importantes y reveladoras informaciones etnohistóricas. Es interés del autor mostrar los resultados
de sus investigaciones respecto a los sacerdotes y tejedores andinos.

Abstract

PRIESTS AND WEAVERS IN THE INKA PROVINCE OF PACHACAMAC

By following the principle that offerings, accompanying the dead, can be used effectively to determine
the former occupation the deceased, we can extend our knowledge of the social organisation of the Province of
Pachacamac. The meaning of offerings in terms of level of social status and occupation is interpreted by
artifacts which probably belonged the deceased, including those which would include personal items and the
tools of the trade, both of which would confirm what kind of social status the deceased enjoyed and what trade
he or she pursued. This suits particularly well if the tools and other instruments for specific tasks show signs
of wear and if there are half-finished products, such as textiles or nets. In this article I want to identify aspects
concerning two specialists groups: the priests and weavers.

1. Introducción

De la gran variedad de oficios reconocidos para la costa de la época prehispánica se expone


en el presente trabajo algunas evidencias e ideas respecto a los sacerdotes y a los tejedores de la
provincia inka de Pachacamac. Aunque este tema ha sido tratado ya con mayor amplitud, se propor-
cionarán algunos alcances acerca de jerarquías sociales, origen étnico y división laboral.

Siguiendo el principio de que las ofrendas que acompañan al individuo fallecido pueden ser
usadas para determinar su oficio en vida, se propone que, por extensión, se puede conocer la
organización social. Este principio será aplicado al caso de la provincia de Pachacamac.

El significado de las ofrendas, en términos del nivel de status social y ocupación, es interpre-
tado a través de los artefactos que forman parte del ajuar funerario. Estos incluyen artefactos
personales y herramientas de su oficio que confirman el status social que el individuo gozaba en
vida. Los segundos deben presentar dos características básicas: huellas de uso y productos a
medio manufacturar. Estas características generales han sido comprobadas arqueológica y etnohis-
tóricamente para la costa en el Periodo Intermedio Tardío y el Horizonte Tardío (Cornejo 1999a).

* Pontificia Universidad Católica del Perú, Instituto Riva-Agüero, Lima. E-mail: miguel_cornejo_phd@yahoo.com
172 MIGUEL CORNEJO

2. Identificación de especialidades y ocupaciones

Cuatro grupos sociales pudieron ser identificados (Cornejo 1999a) sobre la base de un análisis
preliminar de contextos funerarios. Un total de 16 categorías ocupacionales ha podido ser identificado
arqueológicamente para la provincia. Tales categorías pueden ser distribuidas dentro de la estratificación
social obtenida (Tabla 1):

a) Grupo social I: aqllas, locales y foráneas, al servicio del Inka. El más alto status de ofrendas en la
provincia está representado por los sacrificios humanos de mujeres, presumiblemente aqllas, quie-
nes fueron enterradas o depositadas en las terrazas bajas del Punchao Kancha y en otros lugares
importantes del complejo, como en los «cementerios» asociados al Templo Pintado y La Centinela.

Evidencias de aqllas (locales y foráneas) son muy escasas en la provincia. Sus tumbas sólo
son encontradas en tres sitios arqueológicos importantes de la provincia inka de Pachacamac. Estos
son: Punchao Kancha, en Pachacamac, Isla San Lorenzo y Ancón. Las aqllas son generalmente
mujeres jóvenes (entre los 18 y 20 años de edad), algunas veces acompañadas por niños y perros. Su
ajuar incluye ofrendas como artefactos para tejer —algunas veces hechos de plata—, cerámica
decorada y de formas de estilo Inka-Cusco, y varios tipos de productos serranos, como lana y
comida. Su ubicación precisa en lugares sagrados es también muy significativa.

b) Grupo social II: orejones cusqueños y kurakas locales y foráneos. Este grupo social comprende a
orejones cusqueños y a sacerdotes, así como a kurakas (locales y foráneos) y a sacerdotes de
Pachacamac. Estos pueden ser reconocidos mediante la presencia de artículos suntuarios, que in-
cluyen orejeras, cerámica de estilo Inka-Cusco y otros productos serranos. La ubicación de sus
tumbas dentro de recintos sagrados en sitios como el Cementerio I de Pachacamac y La Centinela,
confirma, también, su alto status.

c) Grupo social III: mitimaes y artesanos locales. Ambos fueron traídos a la provincia para propósi-
tos similares. Los grupos de artesanos principales —o más importantes— fueron los de los plateros,
carpinteros, tejedores y ceramistas. Los artesanos de la costa no eran obligados a participar en la
mita (Rostworowski 1989: 273); fueron especialistas que producían artefactos manufacturados para
el estado y cuya posición social se mantenía inmutable. Este grupo fue incrementado por los
mitimaes, quienes habían sido traídos por el Inka para la manufactura de productos particulares
(como el grupo de ceramistas chimú ubicado en Maranga [Rostworowski 1989: 275]). Sus tumbas
pueden ser reconocidas por las herramientas usadas en la manufactura de sus productos, la ropa
(husos y peines para cardado) cerámica (platos de alfarero y moldes), implementos de pesca (anzue-
los y redes) y, si eran mitimaes, podían ser reconocidos por su cerámica foránea o estilos regionales
inkas.

d) Grupo social IV: agricultores y pescadores locales. Este grupo representa la categoría social más
amplia en la provincia. Sus tumbas contienen herramientas agrícolas (como lampas de madera),
semillas dentro de textiles o, incluso, recipientes que representan a una planta cultivada en particu-
lar (como papa y lúcuma), o que contienen anzuelos, redes y flotadores. En general, las demás
ofrendas de esta categoría son comunes y rústicas; comprenden algunos mates con comida y,
raramente, una vasija doméstica.

Dos cronistas, Murúa (1987 [1605]) y Falcón (1946 [1567]: 137-140), citados por Rostworowski
(1989: 283) y D’Altroy (1994: Table 1), presentan varios aspectos relacionados con los oficios y
servicios demandados por el Inka. Muchos de ellos estaban jerarquizados. Así, existen oficios
especializados que producen artefactos de fina calidad y otros que producen sólo artefactos ordina-
rios. En el caso de la producción de textiles, existieron artesanos especializados que producían
SACERDOTES Y TEJEDORES EN LA PROVINCIA INKA DE PACHACAMAC 173

Ocupación Grupo social Origen


Aqlla I ?
Orejones del Cusco II Cusco
Sacerdotes II Cusco y local
Plateros III Local y foráneos
Lapidiarios III Local y foráneos
Tejedores III Local y foráneos
Tejedores con plumas III Local y foráneos
Ceramistas III Local y foráneos
Comerciantes III Local y foráneos
Hacedores de chicha III Local y foráneos
Guerreros III Local y foráneos
Músicos III Local y foráneos
Quipucamayoc III Local y foráneos
Mitimaes colonizadores III Local y foráneos
Pescadores IV Local
Agricultores III y IV Local y foráneos

Tabla 1. Distribución de ocupaciones dentro de los grupos sociales.

textiles decorados con plumas y otros que producían telas llanas simples. Existían también
subespecializaciones, como agricultores dedicados al cultivo de coca o ají, y cazadores de diferen-
tes tipos de animales. Julien (1982: 136-141) interpretó las asignaciones laborales en Huánuco —a
partir de la Visita de 1562— proporcionadas por un testigo llamado Martín Carcay, el kuraka de
Uchec. Muchos servicios y especializaciones son enumerados, incluyéndose a mineros, agriculto-
res, guardias, los que trabajan plumas, tejedores, cazadores, carpinteros, ceramistas y porteros. En
la costa se conoce, etnohistóricamente, la presencia de 31 ocupaciones u oficios, de los cuales 16
pueden ser identificados arqueológicamente (Tabla 2).

En este artículo se presentarán algunas evidencias de dos oficios u ocupaciones que son
considerados representativos de esta investigación: sacerdotes y tejedores. Ellos han sido selec-
cionados sólo porque sus evidencias son más claras y abundantes que en otros oficios. Se espera
publicar pronto el resto de la información.

3. Sacerdotes

Este trabajo no se detendrá en la amplia discusión sobre la existencia o inexistencia de


sacerdotes. En los términos religiosos más amplios, los sacerdotes andinos existieron desde mucho
antes de la época inka y cumplían las mismas funciones religiosas, estatales y sociales como en
cualquier otra religión del mundo antiguo. Algunos sacerdotes en el mundo andino practicaron
rituales de sangre vinculados con sacrificios humanos y de animales, o utilizaban el color rojo de
algunos minerales a modo de sangre ritual.

Se entiende que estas ceremonias son la clave para su identificación en la iconografía de


Cusco y Pachacamac. Los sacerdotes fueron representados en la cerámica escultórica con adornos
174 MIGUEL CORNEJO

Ocupación Murúa Falcón Evidencia


arqueológica
Aqllas - - X
Orejones del Cusco - - X
Administradores de sacrificios humanos - X -
Mineros X X -
Joyeros y trabajadores de piedras preciosas - X X
Productores de pigmentos minerales X X -
Productores de pigmentos vegetales X X -
Tejedores de plumas finas y comunes X X X
Tejedores de ropa fina y común X X X
Hacedores de sandalias finas y ordinarias X X -
Guardias de aqllas X X -
Guardias de otras cosas X X -
Trabajadores de la sal X X -
Pescadores X X X
Ceramistas finos y ordinarios X X X
Carpinteros finos y ordinarios X X -
Constructores X X -
Mitimaes colonizadores X X X
Agricultores y jardineros X X X
Plateros y orfebres del oro X - X
Hacedores de chicha X - X
Quipucamayoc X - X
Cazadores X - -
Espías X - -
Especialistas en anti-insurgencia X - -
Soldados - - X
Mensajeros - - -
Comerciantes - - X
Sacerdotes - - X
Kurakas - - -
Músicos - - X

Tabla 2. Oficios u ocupaciones prehispánicos en la costa según las fuentes etnohistóricas.

y pinturas muy diagnósticas de acuerdo a su rango y función. Aparecen en posiciones particulares,


con adornos y gestos específicos y significativos, en importantes escenas religiosas conocidas en
Cusco. La pintura facial de los sacerdotes representados en la cerámica consiste en líneas pintadas,
hechas desde la nariz en dirección a ambas orejas, con algunas variantes.
SACERDOTES Y TEJEDORES EN LA PROVINCIA INKA DE PACHACAMAC 175

La presencia de estas vasijas en tumbas demuestra no sólo la individualidad del ritual, sino
que sugiere que los individuos inhumados estuvieron relacionados con el ritual de sangre; algunos
de ellos pudieron haber sido sacerdotes.

Según Eliade (1978: 44) algunos gestos son potenciales para evocar la aparición de poderes
sagrados o misterios cósmicos. Es probable que las caras de figuras antropomorfas en el arte primi-
tivo —como el inka— estén cargadas de significado y poder para aquellos que lo entendían o
interpretaban.

A pesar de las diferencias entre sacerdotes y chamanes (Cock 1983), es necesario advertir
que la religión inka en el Cusco representó a un estado complejo, a una forma andina de gobierno
imperial. Por ello, especialistas religiosos de la talla de los sacerdotes cusqueños, jerarquizados y
conocedores de rituales estatales complejos (como la capacocha), actuaron sobre toda una estruc-
tura religiosa heterogénea provincial, mayormente compuesta por chamanes, pero con ciertas impor-
tantes excepciones, como los sacerdotes adoradores de Pachacamac en la costa central.

A continuación se revisarán algunas citas etnohistóricas que sirven de marco al posterior


análisis arqueológico.

Con respecto a la fundación del Qorikancha, Betanzos (1987 [1551]: 50-52) describe la fun-
dación del Templo del Sol en el Cusco por Tupac Yupanqui. En la noche anterior a la batalla contra
Uscovilca, el Inka tuvo una revelación: se le apareció un niño resplandeciente que le habló cuando
él estaba en oración. A partir de ello instauró el culto solar, mandó construir un templo para el Sol en
el Cusco, juntó 500 mujeres para ofrecer su servicio al Sol, dio el cargo de sacerdote del templo a un
anciano honesto de la ciudad (este debió ser Vilaoma, Cieza de León 1967 [1553]: 94), 200 mozos
casados fueron puestos al servicio del Sol como yanaconas, señalando las tierras del dios en que
sembrasen y, por último, dio 10 días para que juntasen maíz, auquénidos, ropa fina y cierta cantidad
de niños y niñas para sacrificarlos al Sol.

Al haber cumplido todo esto, mandó hacer un fuego, al cual se echaron camélidos degollados
previamente, maíz y ropa fina. A los niños y niñas que estaban bien vestidos y adornados los mandó a
enterrar vivos en el Templo del Sol. Con la sangre que había sacado de los camélidos ordenó que fuesen
hechas ciertas rayas en las paredes del templo. Con la misma sangre, el Inka hizo ciertas rayas en la cara
del sacerdote del templo, a los tres amigos que lo acompañaban y a las mamaconas.

Luego, mandó que toda la gente común de la ciudad hiciera sus sacrificios en la casa del Sol.
Quemaron maíz y coca en aquel fuego y, por orden del Inka, cada una de estas personas recibió, de
manos del sacerdote del Templo del Sol, una raya de sangre de auquénido en el rostro. Después de
esto, todos se mantendrían en ayuno hasta que el bulto del Sol —es decir, un niño de oro macizo del
tamaño de un niño de un año de edad—, estuviera listo.

Cuando el propio Inka pintó rayas de sangre en los rostros del sacerdote, sus tres amigos y
las mamaconas, estaba instituyendo el ritual solar. Luego de este acto inicial, la ceremonia quedaría
bajo el cuidado del sacerdote. Esto se confirma dentro del mismo ritual, en el cual el mismo sacerdote
(ya no el Inka) pinta de sangre los rostros de la gente común de la ciudad que se acercó a realizar sus
sacrificios en el Templo del Sol.

La gente común participó en la ceremonia del pintado del rostro por ser la primera vez que
esta ceremonia se realizaba. Luego harían sus sacrificios en una piedra en forma de pan de azúcar
que el Inka hizo poner en medio de la plaza del Cusco, pues el Templo del Sol estaría reservado sólo
para los señores importantes (Betanzos 1987 [1551]: 52).
176 MIGUEL CORNEJO

Cronista Cita

Polo de Ondegardo En la fiesta principal del Capac Raymi dedicada a los muchachos inkas de 12 a 15
(1916 [1571]: 18- años, les ponían las guaras o pañetes (huarachicuy en quechua y vicarassiña en
19) aimara), les horadaban las orejas, los viejos los azotaban con hondas y les untaban
con sangre todo el rostro en señal de que serían leales al Inka. Los extranjeros entra-
ban al Cusco al final de la fiesta del Capac Raymi y les daban unos bollos de maíz
(sanku) untados con sangre de sacrificio en señal de confederación con el Inka. Al
retornar los extranjeros a sus respectivas provincias probablemente continuaban con
el ritual y, de esta manera, el Tawantinsuyu entero participaba de él, una forma
religiosa mediante la cual el Inka instauró su presencia en sus provincias.

Polo de Ondegardo En funerales importantes se hacían muchos sacrificios, particularmente de niños,


(1916 [1571]: 8) cuya sangre fue usada para pintar una línea de oreja a oreja sobre la cara del muerto.

Cieza de León En la fiesta de Hatun Raimi, después de ayunar 10 ó 12 días, llegaba al Cusco gran
(1967 [1553]: 104) cantidad de animales para sacrificar. Una vez degollado el ganado, untaban con su
sangre las estatuas y figuras de sus dioses y las puertas de los templos y oráculos
donde colgaban sus asaduras.

Tabla 3. Forma particular de pintarse la cara con sangre según fuentes etnohistóricas.

La importancia de pintarse la cara con sangre y de la forma tan particular que se asocia con
específicos rituales inkas y la intervención de sacerdotes en ellos puede corroborarse en las tres
citas de la Tabla 3.

En todos los casos citados, las rayas de sangre en la cara son símbolo de prestigio y lealtad.
Representa un gran honor el recibirlas, tanto para el caso de los que por primera vez ofrendaron al
Templo del Sol, como en el ritual de iniciación del Capac Raymi, en el Hatun Raymi e, incluso,
después de la muerte.

Se ha podido recuperar una muestra de vasijas cerámicas en la que se encuentran represen-


tados personajes con líneas pintadas en el rostro que deben pertenecer a sacerdotes cusqueños,
ischmas y/o personajes locales importantes vinculados con la ceremonia inka. Estas vasijas repre-
sentan a personajes variados, pero algunos de ellos pueden ser más fácilmente identificados, tanto
en jarras de color naranja como negras. Su cabeza está representada en el gollete normalmente
troncocónico, lleva orejeras, tiene la mandíbula exageradamente salida y sus brazos están represen-
tados en el cuerpo de la vasija con incisiones, pintura o ambos. En la mayoría de los especímenes,
este personaje presenta los rasgos de pintura facial ya descritos; en pocos casos, el personaje
aparece sin pintura facial. En el corpus de datos utilizado se incluye a dichos personajes por motivos
obvios, aunque aún no pueda asignárseles una atribución clara.

La muestra consiste de 27 especímenes procedentes de contextos funerarios en la provincia


inka de Pachacamac. Las vasijas provienen de los sitios de Pachacamac, Armatambo, Huaca Santa
Cruz, Huaca Corpus I, Huaca Palomino (en el área del fundo Pando), Huaca Santa Catalina, Ancón y
Puruchuco. La vasija tipo consiste en una jarra antropomorfa que representa a un personaje sentado
cuyas extremidades pueden ser aplicadas o pintadas. Del total de la muestra, 21 son jarras, dos
aríbalos, hay una botella y además un cántaro. Un total de 12 piezas son de color naranja, seis
negras, dos rojas y dos de color naranja-marrón (Tabla 4).

Los atributos que definen al sacerdote figurativo pueden organizarse en dos grupos: los
vinculados con la pintura facial y los adornos personales. La pintura facial comprende cinco atribu-
tos (Tabla 5), mientras que los adornos personales comprenden cuatro (Tabla 6). La distribución de
los nueve atributos en 25 vasijas documentadas se aprecia en la Tabla 7.
SACERDOTES Y TEJEDORES EN LA PROVINCIA INKA DE PACHACAMAC 177

Vasija Sitio Tipo Color Brazos y manos Piernas


CF-29: 3 Santa Cruz Jarra Naranja Inciso y pintado -
CF-37: 1 Santa Cruz Jarra Naranja Aplicado e inciso -
Esp-00569 Pando Jarra Rojo Aplicado y pintado X
Esp-00571 Pando Jarra Naranja-marrón Inciso y pintado X
Esp-00568 Corpus I Jarra Negro Aplicado -
Esp-00108 Palomino Jarra Negro Inciso -
Esp-193 Santa Catalina Jarra Rojo Aplicado -
o
s. n. Santa Catalina Jarra Naranja-marrón Inciso y pintado
Esp-319 Santa Catalina Jarra Naranja Inciso y pintado -
Esp-316 Santa Catalina Aríbalo Naranja - -
Esp-541 Santa Catalina Aríbalo Negro - -
B/1143 Armatambo Botella Negro Aplicado X
B/9050 Armatambo Jarra Naranja Aplicado -
B/972 Armatambo Cántaro Naranja Pintado -
B/1133 Armatambo Jarra Negro - -
B/1125 Armatambo Jarra Naranja Aplicado X
B/5671 Ancón Jarra Naranja Aplicado -
B/8404 Pachacamac Jarra Naranja Pintado X
B/8394 Pachacamac Jarra Naranja Aplicado X
B/9016 Pachacamac Jarra - Pintado -
B/8405 Pachacamac Jarra Naranja Aplicado y pintado -
Uhle 13, F4 Pachacamac Jarra - Pintado -
Uhle 18, F2 Pachacamac Jarra Negro - -
B/8962 Costa central Jarra Naranja Pintado -
B/8454 Costa central Jarra - Aplicado X
MAJB Puruchuco Jarra Naranja Aplicado y pintado -
Puruchuco
Cock 2000 Puruchuco Jarra Naranja-marrón Aplicado y pintado X

Tabla 4. Forma y decoración general de vasijas que representan sacerdotes.

Sólo en cinco sitios de la provincia inka de Pachacamac los sacerdotes figurativos provienen
de contextos arqueológicos conocidos (Huaca Santa Cruz, Huaca Corpus I, Huaca Santa Catalina,
Puruchuco y Pachacamac); los restantes proceden de tumbas no localizadas y de colecciones.

Los dos sacerdotes figurativos procedentes de la Huaca Santa Cruz se asocian a las tumbas
CF-29 y CF-37 (Figs. 3 c, 5 a, respectivamente). Estas corresponden a los entierros de dos adultos
masculinos, de alrededor de 50 años, en posición sentada, orientados hacia el Este y envueltos en
textiles llanos. El fardo CF-29 estaba rellenado de hojas, ramas y semillas, y aparecia amarrado con
una soguilla de fibra vegetal. El relleno del CF-37 consiste en algas marinas y tiene una estructura de
cuatro varas de madera.
178 MIGUEL CORNEJO

Atributo Descripción
A-1a Dos líneas negras, paralelas y horizontales que cruzan la nariz de oreja a oreja

A-1b Similar a la primera, pero la línea superior está rota


A-1c Una sola línea negra, paralela y horizontal, que cruza la nariz de oreja a
oreja
A-1d Una línea gruesa de color negro que cruza la boca
A-1e Ojos y cejas pintados de negro

Tabla 5. Atributos de pintura facial en sacerdotes figurativos de Pachacamac.


Atributo Descripción
A-2a Tocado
A-2b Orejeras
A-2c Pectoral o collar
A-2d Pulseras representadas como dos bandas negras

Tabla 6. Adornos personales en sacerdotes figurativos de Pachacamac.

El sacerdote figurativo (CF-29: 3) (Fig. 3 c) formó parte de un ajuar de nueve ofrendas: dos
vasijas domésticas (CF-29: 1 y 2), una cesta de tejido (CF-29: 4), cuatro lagenarias (CF-29: 5-8), y
una porción de frijoles (CF-29: 9) contenidas en CF-29: 5. Las ofrendas se encontraban distribui-
das en doble línea y orientadas al este del paquete funerario. El sacerdote figurativo (CF-37: 1) (Fig.
5 a) formó parte del ajuar, junto con dos lagenarias (CF-37: 2, 3), orientadas al este del paquete
funerario.

Un sacerdote figurativo, procedente de la Huaca Corpus en Pando (Fig. 5 d), se asocia a la


Tumba 13, y corresponde a un fardo grande y cúbico, sin datos adicionales. La pieza es de color
negro y formaba parte de un ajuar consistente en dos vasijas domésticas, dos lagenarias —una con
maíz y la otra con frijoles—, un tupu de cobre, una piedra pulida y un mate pirograbado (Corbacho
1970).

Cinco sacerdotes figurativos fueron encontrados en la Huaca Santa Catalina (Figs. 1 a, b; 2b,
2 d; 4 c; 5 b), de los cuales cuatro carecen de contexto conocido. Sólo uno se asocia con la denominada
Tumba 3 (Ghersi y Zegarra 1971-1972: Inf. 2, 3, 5), correspondiente a tres niños enfardelados separada-
mente y alineados de Sur a Norte. Los niños fueron enterrados con un sacerdote figurativo de estilo
Ischma y un platito de madera con diseño zoomorfo típico de la provincia. Uno de los aríbalos sin
contexto presenta, además, en su pintura facial tres lágrimas en cada mejilla (Fig. 4 c).

De los dos sacerdotes figurativos encontrados en Puruchuco-Huaquerones, el primero se


encuentra en una sala de exhibición del Museo Arturo Jiménez Borja-Puruchuco (Fig. 4 d) y fue
encontrado en la zona. Se trata de un personaje muy similar —en forma, técnica y decoración— al
CF-29: 3 hallado en Santa Cruz. No se cuenta con información respecto a su contexto cultural. El
segundo sacerdote figurativo (Fig. 3 d) fue encontrado por Cock (2000) en un contexto funerario en
Puruchuco-Huaquerones. Esta vasija tiene características singulares, a pesar de presentar los atri-
butos diagnósticos comunes a todos los sacerdotes figurativos. El personaje muestra una deforma-
ción abultada en su mejilla derecha y una excisión horizontal en la parte central (¿un golpe en la
mejilla que le generó una hinchazón y un corte?). Una de las dos líneas negras que deberían pasar
SACERDOTES Y TEJEDORES EN LA PROVINCIA INKA DE PACHACAMAC 179

Vasija A-1a A-1b A-1c A-1d A-1e A-2a A-2b A-2c A-2d
CF-29: 3 - X - X X - - X X
CF-37: 1 ? ? ? ? ? - X X X
Esp-00569 - X - X X X X X
Esp-00571 - X - X X - - X X
Esp-00568 - - - - - - - - -
Esp-00108 - - - - - - - - -
Esp-193 X - - - X - -
o
s. n. X - - X X
Esp-319 X - - X X - - X -
Esp-316 - - X - - - - - -
Esp-541 - - X - - - - - -
B/972 - - X X X - - - X
B/1143 - - - - - - - - -
B/9050 - - - - - - X - -
B/1133 - - - - - - - - -
B/1125 X - - - - - - - -
B/5671 - - - - - - - - -
B/8404 - - X X X - - X -
B/8394 X X - - -
B/9016 - X - X X - X X X
B/8405 X - - X X - - - -
Uhle 13, F4 X - - X X - - X X
Uhle 18, F2 X - - - - - X -
B/8962 X - - X X - - -
B/8454 - - - X X - - - X
MAJB X - - X X - - X -
Puruchuco
Cock 2000 X - - X X X - -

Tabla 7. Distribución de atributos en la muestra de sacerdotes figurativos de Pachacamac.

por dicha mejilla hacia la oreja derecha, sigue la línea del corte, o escisión, creada por el supuesto
golpe; la segunda no aparece; sin embargo, las dos líneas corren por la mejilla izquierda. Presenta,
además, un pez pintado en el pecho que se asemeja a los que tienen los ejemplares de sacerdotes
figurativos encontrados en la Huaca Santa Catalina.

Uhle (1903: Plate 18, Fig. 2) encontró otra pieza pertinente, en forma de una vasija negra, en
el Cementerio Suroeste (Fig. 12) y otro ejemplo pintado (Fig. 4 a) procedente del Cementerio VI, el
cementerio de mitimaes en el lado norte de la ciudad. Ambos especímenes carecen de información
completa.
180 MIGUEL CORNEJO

Los dos contextos de Huaca Santa Cruz corresponden a jóvenes masculinos locales, quie-
nes fueron inhumados con ofrendas simples, pero con la ubicación prominente de una vasija con la
representación de un sacerdote. Esto sugiere que en los dos casos el individuo pudo estar relacio-
nado con rituales de sangre, posiblemente cumpliendo el rol de sacerdote local. Una interpretación
similar puede aplicarse en el caso del hallazgo en Huaca Corpus I, aunque se desconocen los deta-
lles de su colocación en la tumba. Es posible que esta persona tuviera un doble rol laboral, como
tejedor y como sacerdote. El tipo de información para los casos de Pachacamac requiere de un
análisis formal. No obstante, puede adelantarse que el individuo en la tumba del sector de mitimaes
probablemente se trate de un sacerdote local, y en el caso del cementerio de las mujeres sacrificadas
pudo tratarse de un sacerdote cusqueño, a juzgar por las «lágrimas» aplicadas en puro estilo
cusqueño. La presencia de una vasija similar en Santa Catalina debió significar también la presencia
de un sacerdote del Cusco en ese sitio.

En contraste con todos los otros ejemplos, el de Santa Catalina parece haber sido colocado
con los niños, como resultado de una «ceremonia de sangre», presumiblemente su propio sacrificio.

El significado de los sacerdotes figurativos dentro de algunas tumbas ischma durante el


Horizonte Tardío se relaciona con la gran influencia que lograron estos personajes en la provincia
con la intervención de rituales cusqueños. La presencia física ó simbólica de uno de estos persona-
jes en una ceremonia fúnebre otorgaba prestigio al acto y, por supuesto, al difunto. Estos sacerdo-
tes simbólicos en las tumbas ischma demuestran que el difunto participó en estas ceremonias de
sangre en el Cusco y/o contextos locales. Con una muestra más amplia se podría precisar el rol que
le tocó desempeñar en los rituales, que va desde un sacerdote cusqueño, pasando por un sacerdote
local que realiza la ceremonia en la provincia, hasta un invitado al ritual que recibe pintura facial por
su jerarquía o por haber estado presente en rituales en Cusco.

El ritual demanda sacrificios humanos y/o de animales, y con la sangre obtenida de estos
sacrificios los sacerdotes se pintan la cara ceremonialmente. En el Cusco estos ritos de sangre se
reflejan en la cerámica. El sacerdote cusqueño coge la sangre y se pinta ritualmente una línea que
cruza la cara de oreja a oreja y, al parecer, tres gotas de sangre caen por cada mejilla. Esta escena
aparece —como se mencionó— solo en aríbalos muy finos, como en el encontrado en Chinchero
(Alcina et al. 1976: vol. 2, 90, fig. 122) (Fig. 2), en tres ejemplares: uno en el Museo Regional del
Cusco (Fig. 1c), otro en el Museo Arqueológico de la Universidad Nacional de Cusco (Fig. 1 d), y el
otro en el Museo Arqueológico de Cusco (Fig. 6).

La muestra de especimenes provenientes de Cusco aún no es significativa, pero es claro


que se abren otras variantes, todavía no muy bien entendidas. Por el momento se presentarán sólo
cuatro especímenes provenientes de Cusco (Tabla 8).

En la representación del sacerdote ischma aparecen, generalmente, dos líneas pintadas que
cruzan la cara y no aparecen las lágrimas. Los brazos son pintados o aplicados sobre el pecho y,
habitualmente, es representado en jarras.

En la provincia de Ischma ya existía la costumbre de pintarse la cara en distintas ceremonias,


incluso en las funerarias (Cornejo 1991: 88). Es probable que la influencia de los sacerdotes cusqueños
sobre los ischma provocara una redefinición de los rituales dirigidos a los muertos, o a la huaca, con
acciones de sangre similares a las descritas en el Cusco. Sin embargo, los sacerdotes ischma debie-
ron mantener gran parte de sus costumbres ceremoniales como la de usar ischma de color en vez de
sangre.

El señorío de Ischma derivaba su nombre del color rojo, color obtenido del azogue, achiote
o hematita. Esta tierra de color fue un sustituto ritual de la sangre. Efectivamente, Eliade (1978: 25-26)
a b

c d

Fig. 1. Sacerdotes figurativos. Jarras con gollete antropomorfo y marcas faciales. a, b. Valle del Rímac. Museo
de sitio de Santa Catalina, espécimen s. n.o y 319; c. Museo Regional del Cusco, espécimen s. n.o; d. Museo
Arqueológico de la Universidad Nacional de Cusco, espécimen s. n. o.
a b

c d

Fig. 2. Sacerdotes figurativos. Jarras con gollete antropomorfo y pintura facial. a. Colección Bandelier,
National Museum of Natural History of New York, espécimen B/8405; b, d. Museo de Sitio de Huaca Santa
Catalina, especímenes 193 y 541; c. Pando. Colección IRA-PUCP, espécimen 00571.
a b

c d
Fig. 3. Sacerdotes figurativos. Jarras con gollete antropomorfo y pintura facial. a, b. Colección Bandelier,
National Museum of Natural History of New York, especímenes B/8962 y B/8404); c. Colección IRA-PUCP,
espécimen CF-29: 3; d. Excavaciones inéditas en Puruchuco-Huaquerones (Cortesía: G. Cock).
a b

c d

Fig. 4. Sacerdotes figurativos. Jarras con golletes antropomorfos y pintura facial. a. Uhle 1903: 13 Fig. 4; b.
Colección Bandelier. National Museum of Natural History of New York, espécimen B/8394; c. Museo de Sitio
Huaca Santa Catalina, espécimen 361; d. Museo de Sitio A. Jiménez Borja-Puruchuco.
a b

c d
Fig. 5. Personajes similares de gollete antropomorfo sin pintura facial: a. Colección IRA-PUCP, espécimen
CF-37: 1; b. Museo de Sitio Huaca Santa Catalina, espécimen 190; c. Colección Bandelier, National Museum
of Natural History of New York, espécimen B/8454; d. Colección IRA-PUCP.
Fig. 6. Sacerdote figurativo. Jarra aribaloide con marcas faciales, con un posible pectoral redondo y una
singular figura en el frontis. Museo Arqueológico del Cusco, espécimen 1911.
SACERDOTES Y TEJEDORES EN LA PROVINCIA INKA DE PACHACAMAC 181

Esp. Ubicación o procedencia Forma Descripción

s. n.o Museo Regional del Cusco Jarra Jarra aribaloide con decoración pictórica marrón, crema y
negra. Dos líneas cruzan por la nariz de oreja a oreja y dos
lagrimones bajan por cada mejilla.

s. n.o Museo Arqueológico de la Uni- Jarra Jarra aribaloide con decoración pictórica crema y marrón.
versidad Nacional del Cusco Dos líneas cruzan por la nariz de oreja a oreja y dos
lagrimones bajan por cada mejilla.

s. n.o Museo Arqueológico del Cusco Jarra Jarra aribaloide con decoración pictórica crema, ocre, na-
ranja y negro. Dos líneas cruzan por la nariz de oreja a
oreja. Presenta un pectoral circular y una representación
humana singular en el pecho.

s. n.o Chinchero (Cusco) Jarra Fragmento de cuello de aríbalo pintado y con aplicaciones.

Tabla 8. Cuatro ejemplares de sacerdotes figurativos procedentes de Cusco.

considera el uso del ocre rojo como el sustituto ritual de la sangre y, por ello mismo, símbolo de la
vida. La costumbre de espolvorear con ocre rojo a los cadáveres está universalmente difundida, en el
tiempo y en el espacio, desde Chu-ku-tien (China) hasta las costas occidentales de Europa, en Africa
hasta el cabo de Buena Esperanza, en Australia y América.

Los sacerdotes ischma se pintaban la cara con algunas variantes. Es probable que estas
diferencias reflejen rituales distintos o, tal vez, cambios en las tradiciones sacerdotales.

Existen tres variantes en la forma de pintarse la cara con sangre o ischma de color; ninguna
de ellas produce gotas que resbalen por las mejillas como en las representaciones cusqueñas. La
forma más sencilla es impregnarse un dedo (quizás el índice) con sangre, o ischma de color, y pasarlo
por la cara de oreja a oreja, pasando sobre la nariz. La segunda forma consiste en impregnarse dos
dedos (quizás el índice y el medio) con sangre, o ischma de color, y pasarlos por la cara, de oreja a
oreja, pasando sobre la nariz. La forma más compleja implica impregnarse de ischma de color los
dedos índices y medios de las dos manos y, partiendo de la parte superior de la nariz, dirigir cada par
de dedos a una oreja. El resultado son dos líneas paralelas horizontales que van de oreja a oreja. La
línea superior es interrumpida pues los dedos índices no se juntan e inician su recorrido a cada lado
del tabique nasal. La segunda línea es continua, pues los dos dedos medios están unidos e inician
su recorrido en la punta de la nariz.

A través de los cambios en sus atributos, la muestra sugiere que algunas veces el personaje
puede no tener la pintura facial (Bandelier 1892: B/9050). En otros casos se encuentra en actitud de
pintarse el rostro (Bandelier 1892: B/1143, B/8454).

Algunas representaciones de sacerdotes se encuentran asociadas a oficios como el tejido.


Ejemplos respectivos se encuentran en las vasijas provenientes de Pachacamac (B/8405) (Fig. 2a) y
Pando (00571) (Fig. 2c), las que llevan entre sus manos artefactos textiles. También se les encuentra
asociados a la pesca, como aparece en los ejemplares de la huaca Santa Catalina. En éstos, un
personaje está comiendo un pescado y, además, presenta decoración relacionada con la pesca (Fig.
2b); otro es similar, con un pez representado en el pecho (Fig. 2d). Un tercer ejemplo procede de
Puruchuco-Huaquerones (Fig. 3d), donde también aparece la misma especie de pez representada en
el pecho del personaje.
182 MIGUEL CORNEJO

El sacerdote figurativo cusqueño es representado en varios tipos de cerámica. Algunos son


representados en finos aríbalos antropomorfos de gollete alto que presentan una línea aplicada en la
cara que, cruzando la nariz, va de oreja a oreja y desde la cual bajan tres «lágrimas» sobre cada
mejilla. También aparece en otros tipos cerámicos cusqueños, como jarras o vasijas de cuerpo
aribaloide. En la costa central aparecen algunos especímenes de este tipo, todos ellos manufactura-
dos localmente.

Sólo en dos casos la muestra sugiere la representación de sacerdotes cusqueños en Ischma.


Se trata de aríbalos provinciales con una línea negra horizontal en la cara, que cruza la nariz en
dirección de ambas orejas. Presentan, además, tres líneas negras a modo de lágrimas que bajan
desde la línea principal por ambas mejillas. Un ejemplar procede de la huaca Santa Catalina (Ghersi
1971-1977: especímenes 316, 541), y el otro, una jarra negra de estilo Inka, procede de Pachacamac
(Uhle 1903: Plate 18-2).

4. Tejedores

Existen evidencias arqueológicas de la presencia del oficio de tejedor en la provincia inka de


Pachacamac (Cornejo 1999a). Las más importantes son aquellas encontradas en tumbas de mujeres
con ajuares consistentes en equipos para hilado, las cuales han podido ser identificadas como
aqllas en Pachacamac y en la isla San Lorenzo. En otros sitios menos importantes, como Huaca Santa
Cruz, Maranga, Armatambo, Huaca Santa Catalina, Huaca Inquisidor, Huaca Corpus I y Huaca La
Luz, aparecen los mismos equipos, relacionados como oficio común, en contextos funerarios de
hombres y mujeres.

La materia prima utilizada en la confección de productos textiles fue la fibra tanto de origen
animal como vegetal. Las fibras textiles animales utilizadas fueron las de la alpaca (Lama pacos),
vicuña (Lama vicugna) y guanaco (Lama guanicoe) y la fibra textil vegetal fue el algodón (Gossypium L.).

Para el Horizonte Tardío se han podido documentar otras materias primas usadas sólo en
prendas para personajes de alta jerarquía. Entre ellas se cuenta, por ejemplo, con pelos de animales
como la vizcacha (Lagidium peruanum) y el murciélago (Tadarida braziliensis, Promops nasutus)
(Pizarro 1978 [1571]: 67-68). También hay que mencionar las plumas de aves, usadas como elementos
decorativos (Pizarro 1978 [1571]: 99-100) en tramas normalmente de algodón. Asimismo, se han
hecho reportes arqueológicos de cabello humano usado en productos textiles combinados mayor-
mente con lana.

4.1. El proceso del tejido a través de las evidencias arqueológicas

A partir del estudio de los implementos del hilado y del tejido encontrados, en su mayoría,
en asociación a contextos funerarios, se puede inferir una serie de informaciones relacionadas con
la producción textil, organización laboral y jerarquías al interior de los grupos de especialistas
textiles. El método arqueológico contempla la posibilidad de organizar la información procedente de
tumbas de hiladores y tejedores con el fin de entender las características sociales y económicas de
esta especialidad durante el Horizonte Tardío.

Los implementos relacionados con el trabajo textil pueden ser divididos en aquellos usados
para el hilado y para el tejido. Un tercer grupo de artefactos puede ser relacionado con algunos
acabados funcionales o decorativos (como el cardado), el uso de adornos de metal y plumería.

El hilado. Los implementos para hilado aparecen en contextos funerarios, con cierta frecuencia, en
canastas, bolsas de tela o, simplemente, agrupados (Fig. 7). Los inventarios más completos provie-
nen de las canastas, las cuales miden en promedio 40 por 20 por 10 centímetros. Estas contienen
agujas para hilar, hechas en madera de aproximadamente 30 centímetros de largo, pintadas con
bandas multicolores, piruros de piedra o cerámica, decorados con pintura o incrustaciones de nácar
Fig. 7. Huaca Santa Cruz, valle de Lima. Artefactos de hilado y tejido procedentes de un contexto disturbado
correspondiente al Horizonte Tardío. Colección IRA-PUCP.
SACERDOTES Y TEJEDORES EN LA PROVINCIA INKA DE PACHACAMAC 183

Sitio T AT PC CH Hu P Ti Lana Algodón


Cem VI Pachacamac - - X X X X X X X
Cem I Pachacamac ? ? X X X X ? X -
Punchao Kancha ? ? X X X X ? X -
Armatambo - X - X X X X X X
Huaca Santa Cruz - X - X X X - X X
Huaca Santa Catalina X X - X X X X X X
Maranga - X - X X X X X X
Huaca Granados X X - - X X - X X
Huaca Inquisidor - - - X X X - - -
Isla San Lorenzo X X X X X X X X X
Ancón - X X X X X X X X

Tabla 9. Distribución de artefactos textiles en la provinca inka de Pachacamac (T=telar; AT=artefactos de


telar; PC=peines de cardado; CH=cestas de hilado; Hu=husos; P=piruros; Ti=tintes).

o metal, algodón crudo, hilado o en proceso de hilado lana cruda, hilada o en proceso de hilado,
pequeños recipientes de madera, mate o cerámica, que contienen materia prima para tintes de origen
vegetal y mineral, peines para cardado; pequeñas figurinas cerámicas y loros para abastecerse de
sus plumas (Tabla 9).

El hilo utilizado en la costa central es relativamente homogéneo. Se compone de fibras


unidas por torsión, con lo que se logró un grosor y una resistencia adecuada para el proceso de
fabricación textil. El proceso del hilado ha sido ampliamente descrito por cronistas (Garcilaso 1995
[1609]: libro 4, cap. XIII, 203; Cobo 1964 [1653]: cap. XI, 258) y por investigadores contemporáneos
(Ravines 1994: 433-434; Espinoza 1997: 259).

Algunas veces, dentro de las cestas para hiladores se encuentran pequeños cuencos de
cerámica negros o mates con un silbato en su interior envuelto con algodón. Ejemplos respectivos
aparecen en la tumba CF-50: 8 de Huaca Santa Cruz (Cornejo 1986,1988); Ancón (Ravines y Stothert
1976) y en la isla San Lorenzo (Ríos y Retamozo 1978). Es probable que este objeto, el cual no está
asociado funcionalmente con el proceso de manufactura de telas, tuvo un significado religioso,
quizás un amuleto. En la mitología ischma, la princesa-huaca Cauillaca estaba relacionada con el
tejido (Rostworowski 1992: 36).

El tejido en telar. El único reporte que puede interpretarse como un taller de tejedores en la provincia
inka de Pachacamac, es el investigado por Carrillo y Guerrero en los sectores II y III, entre la segunda
y la tercera muralla (1996: 140). Se encontraron evidencias de hilado y cardado, consistentes en
agujas de hilador, piruros y peines para cardado. Las evidencias fueron halladas en contextos de
uso y en proceso de fabricación. Fueron encontradas también bolas de algodón crudo y lana
coloreada. No había pieza alguna de telar, a pesar de que al menos debió existir uno asociado con
estas estructuras. También se ubicó un probable taller de hilado (Carrillo y Guerrero 1996: 141).

Por los informes arqueológicos sólo se conocen dos tipos de telar en la provincia inka de
Pachacamac: el telar vertical y el telar de cintura. No se ha encontrado referencias de telares horizon-
tales en excavaciones arqueológicas. El telar horizontal es ampliamente conocido en el mundo andino
por las menciones en las fuentes escritas y por los reportes etnográficos. El telar vertical está
representado en una vasija de cerámica de estilo Chimú-Inka encontrada en Pachacamac (Ravines
184 MIGUEL CORNEJO

Sitio Código Referencias


Pachacamac Varios Uhle 1903
Huaca Santa Catalina Esp-129 Ghersi 1971-1972:
Inf-3: 9
Huaca Granados N.o 125 Mendoza 1983: 8,
E-125
Isla San Lorenzo 3001 Uhle 1906-1907,
Colección MNAAHP
Ancón Varios Colección MNAAHP

Tabla 10. Telares reportados en la provincia inka de Pachacamac.

1978: 263). En ella se aprecia una escena en la que actúan tres personajes: dos mujeres se encuentran
sentadas en el piso, frente a frente, con el telar vertical entre las dos y sus manos puestas en él; un
hombre de alta jerarquía, a juzgar por sus atuendos, se encuentra parado al lado de una de las
mujeres con una mano en su cabeza. La escena puede ser interpretada como un hombre tejedor,
dueño del diseño técnico y decorativo de la tela en proceso de fabricación, con dos tejedoras que
ejecutan sus instrucciones. Se han encontrado tres telares de cintura en tres sitios distintos en la
provincia, asociados a contextos funerarios. Otros instrumentos asociados con el tejido en tela
también son reportados ampliamente, como espadas y separadores, que sirven para organizar la
trama en la urdimbre. Partes de, por lo menos, cinco telares de madera se conocen de contextos
funerarios en la provincia inka de Pachacamac (Tabla 10).

El telar que proviene de la huaca Santa Catalina fue encontrado en un área disturbada.
Consiste en una pieza cilíndrica de madera, de 1,05 metros de longitud y 15 centímetros de diámetro,
con una tela montada en proceso de fabricación (Ghersi y Zegarra 1971-1972: Inf-3: 9, Esp-129). En la
huaca Granados fue reportado un telar en la Tumba 125, ubicado dentro del fardo funerario y colo-
cado sobre las rodillas de un individuo masculino, quien, contradictoriamente, presentaba típicas
ofrendas relacionadas con individuos femeninos. La tela montada en el telar, en proceso de fabrica-
ción, fue hecha con lana de color rojo, amarillo y marrón (Mendoza 1983: 8, E-125). En la isla San
Lorenzo (Uhle 1906-1907, colección MNAAHP [Ríos y Retamozo 1978]), se halló un telar de cintura
completo y partes de otros, encontrados en varias tumbas.

Faltan mayores detalles, pero hay datos de sogas de tres brazos y fajas de pita, o baticolas,
que claramente representan partes de telares de cintura. Fueron encontrados con retazos de tela
montados en ellos, además de instrumentos como espadas, lanzaderas, peines, lisos y separadores,
la mayoría decorados con caras labradas en los extremos.

En Huaca Santa Cruz no han sido encontrados telares, pero existen instrumentos asociados
con telar (Fig. 8). El análisis hecho por Olivera (1987, 1988) revela la presencia de la tradición prehispánica
de tejer en telar de cintura, pues se comprueba que los paños unidos para crear los mantos tienen 45
centímetros de ancho en promedio, que es la medida del telar prehispánico tradicional. Además, es
importante destacar que la abundancia de algodón en los rellenos de los fardos, así como las pushkas
y los ovillos indican el trabajo de hilado asociado al tejido en telar (Olivera 1987: 4).

Decoración textil. La decoración textil es muy variada y los tejedores prehispánicos demostraron
gran preparación e imaginación para adornar y decorar sus tejidos. Entre las técnicas decorativas
más conocidas deben considerarse al brocado, al bordado y al teñido.

a) El brocado: según Mason (1962), esta técnica decorativa consiste en sacar a la superficie tramas
suplementarias en el proceso del tejido para realizar algún diseño y ocultarlas bajo la trama cuando
no son necesarias.
SACERDOTES Y TEJEDORES EN LA PROVINCIA INKA DE PACHACAMAC 185

Planta Color Referencia y ubicación local

Bixa Orellana (Achiote) Rojo Wittmack (1880-1887) reportó tanto pulpa seca como semi-
llas de achiote en un cotenedor cuadrado encontrado en una
tumba de Ancón

Caesalpina Paipai (pai-pai) Negro Harms (1922: 171) reportó un grupo de vainas encontrado
en Ancón, otro en Pachacamac dentro de un contenedor he-
cho de mate y otro en Chuquitanta, en un mate dentro de una
pequeña bolsa

Caesalpina spinosa (Tara) Rojo o rojizo Rochebrune (1879: 346, 355) reportó Tara en Ancón y Harms
y negro (1922: 171) la halló dentro de un mate en Chuquitanta

Indigofera suffruticosa (Añil) Azul Yacovleff y Herrera (1934: 268) reportaron un fardo funera-
rio en un sitio del valle del Chillón que tenía una cabellera
hecha de fibra de maguey y que había sido teñida con añil,
una tradición propia de La Convención, Cusco

Lafoensia punicaefolia Amarillo Reportado por Wittmack (1880-1887: Plate 106, Figs. 18-
19) en Ancón y por Harms (1922: 182) en Chuquitanta

Relbunium nitidum Rojo Planta de lomas encontrada por Rochebrune (1879: 347, 355)
en Ancón

Roupala ferruginea Castaño Planta del valle medio encontrada por Rochebrune (1879:
347, 355) en Ancón

Tabla 11. Plantas industriales. Tintes y teñido.

b) El bordado: el que es hecho con aguja se denomina ccoriquehuan quellcaymayoc. Consiste en la


aplicación, sobre una tela, de diseños hechos a partir de hilos que se cosen atravesando su super-
ficie y dejando diseños en ambas caras de la tela.

c) El teñido: esta técnica decorativa deviene del uso de tintes y de la explotación de pigmentos,
sobre todo minerales y vegetales, usados en otros soportes como la cerámica y la arquitectura, por
citar dos ejemplos.

En el registro etnohistórico existen dos tipos de especialistas relacionados con la produc-


ción de pigmentos minerales y vegetales. Los productores de pigmentos minerales fueron llamados
ychma camayoc (Rostworowski 1989: 283). El nombre ischma proviene de la tierra de color rojo, pero
no hay evidencia arqueológica que sugiera la presencia de estos trabajadores. Por otro lado, es
probable que alfareros y tejedores explotaran sus propios recursos de pigmentos. A partir de los
estudios realizados en murales de los diferentes templos en Pachacamac, Muelle (1939) reportó
muchos colores derivados de fuentes minerales, mencionando que el rojo y el rosado provienen del
cinabrio, el gris del zinc y del hierro, el blanco del zinc, el amarillo del oropimente, el verde de la
atacamita y el azul de la azurita. Por otro lado, Ravines y Stothert (1976: An19/76ñ10) reportaron 30
gramos de tiza cubierta con algodón, procedente de una tumba en Ancón.

Los productores de pigmentos vegetales, tanti camayoc, tampoco se reconocen en el regis-


tro funerario. Existen algunas evidencias de plantas industriales (productoras de tintes) dentro de
contextos funerarios provenientes de la costa central que corresponden al Periodo Intermedio Tar-
dío y al Horizonte Tardío (Tablas 4, 11). Por ejemplo, Wittmack reporta haber encontrado Bixa
186 MIGUEL CORNEJO

orellana dentro de una vasija cuadrada encontrada en un contexto funerario en Ancón. La vasija
tenía cuatro divisiones internas, cada una cubierta con tela. Tres de ellas fueron llenadas con pulpa
seca y semillas de achiote; la cuarta fue llenada con semillas enteras (Towle 1961 [1880-1887]). Un
contenedor similar fue encontrado por Uhle (1903: 18, Fig. 16) en el cementerio de las mujeres
sacrificadas del Punchao Kancha en Pachacamac. Squier (1973) también reportó huesos de aves
marinas, sellados con algodón y usados como contenedores de pigmentos dentro de un contexto
funerario múltiple en Pachacamac. Ravines (1994: 444-448) presenta una mayor cantidad de plantas
tintóreas utilizadas desde la época prehispánica al presente, de las que se tienen evidencias docu-
mentales.

El uso de plumas en el tejido puede tomarse como una especialización del oficio, en la que
se usan ciertas técnicas para fijar plumas, importadas de la selva, de pájaros de colores vistosos,
como el loro y el papagayo, sobre la base de la tela. Con ello se obtuvieron mantas y tocados
destinados a personajes de alta jerarquía (Fig. 9). La evidencia arqueológica es escasa, pero existen
algunos indicadores de que se trata de especialistas.

En Huaca Santa Cruz, 11 lotes de plumas fueron registrados, con un total de 100 plumas
entre marrones y cremas, localizadas en las tumbas CF-40: 20 y CF-41: 10, probablemente de lapida-
rios. Dos pequeñas bolsas de algodón que contenían plumas y hojas fueron, también, encontradas
asociadas a un niño y a algunos instrumentos de hilado (CF-60: 7, 8, 9 y 13).

Artefactos de plumas y ropa han sido encontrados en importantes sitios. En las pirámides 1
y 2 de Maranga, Jijón y Caamaño (1949: LXXXIX-XCIIg-L-1, CXL-L-1 y CXL-L-2) encontró finas
telas con plumas. En Armatambo se encontraron finos tocados con plumas marrón claro y verde
(Bandelier 1892: B/4520 [Hyslop y Mujica 1992: 76, Fig. 12]); asimismo, se reportaron dos plumeros
(Bandelier 1892: B/1232 y B/1319). En la isla San Lorenzo se hallaron seis ponchos hechos con
plumas de colores que forman diseños marinos.

Hay que mencionar también al cardado. Aunque cumplía un objetivo funcional (imper-
meabilizar a la tela contra el viento y el frío peinando a la misma tela), puede considerársele como un
tipo decorativo. El cardado está muy relacionado con unos instrumentos mayormente de madera y
espinas, llamados comúnmente «peines». Efectivamente, se trata de peines para cardado y se han
encontrado, incluso, en ajuares de tejedores. En la sierra, algunos frutos no comestibles espinosos
son usados como instrumentos de cardado y cumplían su función perfectamente.

4.2. La jerarquía social de los tejedores

El registro arqueológico de tumbas de tejedores ha mostrado siempre que, esencialmente,


pertenecen a una misma jerarquía. Sin embargo, el autor ha recopilado evidencias para proponer que
existen diferencias de jerarquía, así como la existencia de una estructura laboral. Estas evidencias
han sido acumuladas sobre la base de reportes de 11 sitios de la costa central del Perú (Tabla 12).

Huaca Santa Cruz. Huaca Santa Cruz es el caso más cercano que el autor ha tenido a disposición y
los datos permiten detallar las descripciones de las evidencias encontradas. De los 81 individuos de
diferentes edades y ambos sexos registrados, distribuidos en 66 tumbas, 24 tienen evidencias rela-
cionadas con el trabajo textil. Once de ellos son mujeres adultas, tres son hombres adultos, tres son
de sexo indefinido y cinco son niños. A esta lista hay que agregar un individuo disturbado y otro
simbólico. Además, este grupo tiene un origen mixto: siete individuos son locales, 10 son mitimaes
chimú, tres son mitimaes chincha y cuatro tienen un origen desconocido. En términos de calidad de
ajuares funerarios, la población funeraria se distribuye de la siguiente manera: cuatro corresponden
al tipo III, 12 al tipo II y siete al tipo I (Tabla 13).
Fig. 8. Huaca Santa Cruz, valle de Lima. Artefactos de madera asociados a actividades textiles. Proceden de
un contexto disturbado. Colección IRA-PUCP.
Fig. 9. Huaca Santa Cruz, valle de Lima. Plumas correspondientes a diferentes especies de aves, registrados
en contextos funerarios pertenecientes a individuos asociados con la actividad textil, correspondientes al
Horizonte Tardío. Colección IRA-PUCP.
SACERDOTES Y TEJEDORES EN LA PROVINCIA INKA DE PACHACAMAC 187

Sitio Evidencias

Pachacamac En el Cementerio I y en el Punchao Kancha, Uhle (1903) reporta varias mujeres con
ajuares suntuosos y asociados con artefactos de hilado, lo cual sugiere que se trata de
aqllas. En el Cementerio VI de Uhle (1903), Squier (1975) describe una tumba
múltiple con cuatro individuos; dos de ellos, una mujer adulta y una adolescente
fueron enterradas con instrumentos textiles y algunas ofrendas suntuosas, lo que
demuestra, por las características del ajuar, que estaban relacionadas probablemente
con mitimaes chimú. Por último, un probable taller de hilado es reportado por Carri-
llo y Guerrero (1996: 141) al norte del complejo, entre la segunda y tercera muralla,
cerca al Templo de Urpayhuachac, en un área conocida como el Templo de las
Mamaconas.

Huaca Santa Cruz De los 81 individuos de diferentes edades y ambos sexos, distribuidos en 66
tumbas en la Huaca Santa Cruz, 24 tienen evidencias relacionadas con el trabajo
textil. Once de ellos son mujeres adultas, tres son hombres adultos, tres son de
sexo indefinido y cinco son niños. A esta lista hay que agregar un individuo
disturbado y otro simbólico. Además, este grupo tiene un origen mixto, siete indi-
viduos son locales, 10 son mitimaes chimú, tres son mitimaes chincha y cuatro
tienen un origen desconocido. En términos de calidad de ajuares funerarios, la
población funeraria se distribuye de la siguiente manera, cuatro corresponden al
tipo III, 12 al tipo II y siete al tipo I.

Pando, Montículo 62 Existen dos tumbas de adultos de sexo indefinido con ofrendas del tipo I con
instrumentos textiles, incluyendo husos, y bolas de hilo (Del Aguila 1987, A1-C47,
A1-C19-20).

Pando, Montículo 63 Existen cuatro tumbas de adultos de sexo indefinido, una con ofrendas del tipo III
y las demás con ofrendas del tipo I (Del Aguila 1987, A11-C3, A13-C12, A9-C23,
A13-C2).

Huaca Santa Catalina En la Huaca Santa Catalina se han registrado un telar, gran cantidad de artefactos
asociados al tejido y al hilado consistentes en husos de madera decorados con
piruros decorados de cerámica y piedra (Tabla 10). Las telas presentes en la Huaca
Santa Catalina son hechas tanto en algodón como en lana, en pocos casos con
cabello humano. Existe gran cantidad de algodón crudo, al igual que seis madejas de
lana de colores envueltas en huesos de llama.

Armatambo Bandelier (1892) no registró asociaciones de tumbas en Armatambo, por lo que


nada puede decirse del origen o status de los tejedores en este sitio, a pesar de que
se reportan telas de algodón y lana, así como cestas para hilado con husos, piruros,
bolas de lana y algodón, hilos de algodón y espadas de telar.

Huaca Inquisidor De los 34 contextos funerarios revisados, se han identificado 37 individuos, 29


adultos y ocho niños. Sólo tres tumbas tuvieron evidencia de tejedores locales,
adultos de sexo indefinido con ofrendas de tipo I, consistentes en artefactos texti-
les: una cesta de tejido con 12 agujas decoradas de chonta en la primera y tres
agujas en la segunda (García 1982: CF-20 y CF-35).

Huaca Granados Una tumba correspondiente a un individuo masculino de 50 años, asociado con
instrumental textil (Mendoza 1983: 8, E-125). Su ajuar corresponde al tipo III. Las
ofrendas consisten en 32 textiles, tupus de plata, un telar completo con una tela
trabajada hasta la mitad, con un urdido realizado en hilos de lana de color rojo,
amarillo y marrón. También aparecen husos con hilo de algodón, piruros y bolas
compactas de algodón y lana.

Tabla 12. (En esta página y la siguiente). Evidencias de tejedores provenientes de 11 sitios en la costa central
del Perú.
188 MIGUEL CORNEJO

Maranga En Maranga se cuenta con instrumental textil en los ajuares de varias tumbas; sin
embargo, no se puede relacionar su distribución en las tumbas con la diferenciación
sexual de la poblacion inhumada (Jijón y Caamaño 1949: fig. 57, P-III, L-2, CXXa)
a la vaguedad de la información.

Isla San Lorenzo Varios instrumentos textiles han sido reportados de la isla San Lorenzo (Uhle
1906-1907 [Ríos y Retamozo 1978]); éstos están asociados con tumbas de aqllas.
Se trata de canastas para hilado, algunas con instrumentos hechos en plata; la
mayor parte son de madera labrada, lana, algodón, plumas, tejidos finos e infinidad
de otras evidencias.

Ancón La tumba excavada por Ravines y Stothert (1976) era de una tejedora chimú, con
ofrendas del tipo III. Sus artefactos incluyen estuches de caña con 88 husos de
madera y piruros de cerámica —algunos enrollados con hilos, espadas y
separadores— 25 madejas de hilos de colores, cuatro bolas de hilo enrollado, 25
gramos de tiza, 29 textiles y seis redes (Tabla 17).

Tumba Sexo Edad Origen Tipo de ofrenda


CF-14 ? Adulto Ischma II
CF-17 F Adulto Chincha II
CF-19 ? Adulto Ischma II
CF-20 F 40-50 Chincha III
CF-22 F 50-55 Chimú II
CF-23 S - - -
CF-24 M 15-20 Ischma I
CF-25 F 40-45 Ischma I
CF-26 Indefinido 1 Ischma II
CF-29 M Adulto Ischma II
CF-30 M Adulto Chincha II
CF-41 F 40-45 Chimú III
CF-42 - Adulto Chimú III
CF-43 F 35-40 Chimú II
CF-45 M 6-7 Chimú I
CF-50 F 45-50 Chimú II
CF-51 F 30-35 Chimú III
CF-52 F 40-45 ? I
CF-53 Indefinido <1 Chimú I
CF-55 Indefinido ? ? I
CF-56 F 6-8 Chimú II
Tabla 13. Tejedores en la
CF-57 F 20-25 ? II Huaca Santa Cruz.
SACERDOTES Y TEJEDORES EN LA PROVINCIA INKA DE PACHACAMAC 189

Sitio Tipo de sitio Tipo de ofrenda Foráneos Ischmas


Punchao Kancha Templo del Sol de la capital Suntuoso IV Cusco o -
de provincia representantes
Cementerio I Huaca en la capital provincial Suntuoso IV Cusco o -
Pachacamac- representantes
Isla San Lorenzo Centro administrativo y reli- Suntuoso IV Cusco, Chimú, X
gioso Chancay, Puerto Viejo
Ancón Centro administrativo y reli- Suntuoso IV Cusco, Chimú -
gioso
Cementerio VI Suburbio de capital III Chimú -
Pachacamac
Huaca Santa Cruz Suburbio de capital subdistrital III, II y I Chimú, Chincha X
Huaca Granados Suburbio de capital subdistrital III - X
Huaca Santa Catalina Suburbio de capital distrital II y I Chancay X
Maranga Suburbio de capital distrital III, II y I Chimú, Chancay X
Armatambo Suburbio de capital distrital III, II y I Chimú, Chancay, Puer- X
to Viejo
Huaca Inquisidor Suburbio popular I - X

Tabla 14. Organización laboral del oficio textil en la provincia.

Por lo tanto, las tejedoras femeninas superan tres veces en número a los tejedores masculi-
nos y el 50% del total de tejedores que componen la muestra son foráneos; sólo el 35% son tejedores
locales. En Huaca Santa Cruz no han sido encontrados telares y tampoco piezas de telar, sino
instrumentos de telar como espadas o separadores. Estos fueron hallados en cinco tumbas. Eviden-
cias de hilado hubo en 23 tumbas; canastas con instrumentos para hilar han sido encontradas en 12
tumbas, 16 tumbas tienen husos o agujas para hilar, 15 tienen presencia de piruros, y 22 presentaron
algodón crudo, lana o bolas de hilos de diferentes colores. Bolas de lana marrón aparecen sólo en
dos tumbas. Otra tumba presenta plumas y cuentas de Spondylus y piedras semipreciosas, las
cuales eran cosidas decorativamente a las telas.

Las evidencias de instrumentos o artefactos de telar en Huaca Santa Cruz son reducidas,
pero éstas siempre presentan más cantidad de ofrendas que las otras. Las cestas de hilado se
asocian tanto a tumbas pobres (tipo I) como a ricas (tipo III), a pesar de que la cantidad de ofrendas
varía notoriamente entre unas y otras. Bolas de hilos de algodón de diferentes colores son muy
comunes en tumbas de niños y adolescentes; éstas aparecen sin ninguna otra evidencia de trabajo
textil. La lana sólo aparece en tumbas con ofrendas del tipo III (Cornejo 1999a).

Una «maleta de tejedor» (Jijón y Caamaño 1949: P2-V) destaca en la muestra, pues reempla-
zaba el cadáver en un contexto funerario simbólico. La canasta para hilado estaba hecha de cañas
amarradas y envuelta con tela gruesa de algodón, relleno de paja y hojas de pacay. Como ofrendas
exteriores y algunos materiales del relleno se registraron tres cráneos de adultos, un aríbalo chimú-
inka antropomorfo, una olla doméstica, dos mates, artefactos de madera y otra canasta de hilador
(Jijón y Caamaño 1949: 150, V h).

4.3. Discusión de las evidencias arqueológicas

La evidencia presentada con el fin de entender al oficio del tejido en la provincia inka de
Pachacamac sugiere que los tejedores estuvieron organizados en cuatro jerarquías o clases, inclu-
190 MIGUEL CORNEJO

yendo a los de origen local y foráneo. Estas, en orden descendente son las siguientes: a) Jerarquía
IV, que corresponde a las hiladoras del más alto grado, con ofrendas suntuosas del tipo IV, fueron
todas aqllas, mujeres jóvenes, que fueron encontradas sólo en la capital de provincia y en sólo dos
centros administrativos religiosos (isla San Lorenzo y Ancón); b) Jerarquía III, corresponde a traba-
jadores, generalmente adultos, con ofrendas del tipo III. Por su edad y experiencia parecen haber
tenido la mayor importancia en el proceso productivo de textiles, estos tejedores se asocian sobre-
todo con telares; c) Jerarquía II, corresponde a trabajadores, mayormente mujeres adultas y adoles-
centes, con ofrendas del tipo II, principalmente se asocia a cestas de hilado e instrumentos sueltos
de telar; d) Jerarquía I, corresponde a adolescentes y niños, con ofrendas pobres del tipo I, que se
asocian, exclusivamente, con algunos artefactos sueltos de hilado (Tabla 14).

Si las ofrendas asociadas con el oficio textil son examinadas en términos de cantidad de
trabajo desempeñado para completar productos terminados, se verá que la mayor parte del tiempo
invertido se relaciona con el hilado. Esto es representativo en el inventario arqueológico, donde los
hallazgos de telares son escasos.

En términos productivos, o de proceso de producción, el tejido es más complejo que el


hilado; necesita de artesanos experimentados, no de jóvenes, adolescentes o niños. El tejido nece-
sita de gran cantidad de hilos para la fabricación de telas, lo que implica un mayor trabajo de hilado.
Probablemente, el tejedor mayor y experimentado en la provincia de Pachacamac tuvo varios hiladores
jóvenes a su disposición. El hilado es un trabajo que puede ser realizado hasta por un niño, pero el
tejido implica conocimientos mayores y más complejos. Se cuenta sólo con un ejemplo de tejedor
masculino de 50 años con ofrendas serranas en Huaca Granados (Mendoza 1983: 8, E-125). La
evidencia sugiere que algunos tejedores han sido hombres y que algunos procedían de la sierra.

Ravines (1978: 263, lám. 6) publicó una botella doble silbadora, de doble gollete y asa
puente, en estilo Chimú-Inka, procedente de Pachacamac. Esta presenta una escena tridimensional
vinculada con el oficio textil sobre el borde de uno de los golletes y muestra un telar vertical con dos
mujeres a cada lado, sentadas en el suelo y con sus manos en la tela; aparece, también, un hombre
parado con una mano en el telar y la otra sobre la cabeza de una de las mujeres. Este individuo debe
corresponder a un personaje de alta jerarquía, por el tocado que lleva en la cabeza, y parece super-
visar la producción textil.

La asociación de hombres vinculados con el oficio textil no ha sido bien tratada por falta de
evidencias documentales fidedignas. Los españoles no entendieron la organización interna del
proceso de fabricación textil. Asociaron, gratuitamente, al sexo femenino todo lo vinculado a dicho
oficio. Si se entiende en su real dimensión a la producción de telas finas y domésticas por parte del
Estado Inka en todo el Tawantinsuyu se debe, entonces, considerar que se siguieron patrones
decorativos estatales en la confección de telas finas. Además, la complejidad de su producción
implicó la presencia de administradores estatales y toda una gama de trabajadores locales y foráneos,
para desempeñar distintas funciones vinculadas al proceso de producción de tejidos. Tales perso-
najes fueron organizados en especialidades que devienen de cada fase necesaria en el proceso
productivo. Las técnicas utilizadas fueron variadas, dada la heterogeneidad en la composición étnica
de los trabajadores textiles.

A partir de las evidencias disponibles, se puede considerar que las mujeres estuvieron
dedicadas a las labores de hilado. Ellas mismas pudieron organizar su entorno familiar, delegando, o
enseñando, labores menores del hilado a niños y niñas. También han podido realizar algunas activi-
dades relacionadas con otras técnicas decorativas en el tejido. Sin embargo, el tejido no fue una
actividad exclusiva del sexo femenino. Dentro de la administración y ejecución de telas finas por
parte del Estado Inka, la presencia masculina fue determinante. Fueron hombres vinculados con el
Fig. 10. Huaca Santa Cruz, valle de Lima. Contexto ritual mostrando las fases de su apertura y contenido.
Colección IRA-PUCP.

Fig. 11. Huaca Santa Cruz, valle de Lima. Diferentes diseños textiles correspondientes al Horizonte Tardío.
Colección IRA-PUCP.
SACERDOTES Y TEJEDORES EN LA PROVINCIA INKA DE PACHACAMAC 191

Sitio Ischma Chimú Chancay Chincha Puerto Viejo Total


Huaca Santa Cruz 7 10 ? 3 - 20
Ancón ? 1 ? ? - 1
Huaca Granados 1 - - - - 1
C-VI Pachacamac ? 2 ? ? - 2
Huaca Inquisidor 3 - - - - 3
Maranga 21 3 4 ? - 28
Isla San Lorenzo X X X - X desconocido
Armatambo X X X - X desconocido
Huaca Santa Catalina X X - desconocido

Total 32 16 4 36 desconocido 55

Tabla 15. Presencia de trabajadores textiles ischma y foráneos.

Estado Inka y a algunos locales los que dominaban, o podían manejar, a un foco productivo. Estos
hombres, en diferentes niveles jerárquicos, manejaban los códigos simbólicos expresados en las
telas finamente decoradas; conocían los patrones decorativos a ejecutarse y organizaban cada fase
de la producción textil.

Schmidt (1929: 492) reporta dos telares: uno de ellos mide 80 por 21 centímetros y procede
de Márquez, en el Chillón bajo (1929: 520); el otro, completo y con el textil en proceso de fabricación,
proviene de Pachacamac. No obstante, no proceden de excavaciones científicas y son tomados
como datos referenciales. En las Huacas Corpus I y La Luz, las tumbas presentan, preferentemente,
ofrendas de hiladores y tejedores (Ramos de Cox 1970: 80-81). Una vasija encontrada en la huaca
Corpus I representa a un sacerdote hilando.

A través de la provincia puede observarse que el algodón es el material más popular en la


costa y la lana es más popular en los valles medios. Por lo tanto, la lana está generalmente asociada
con actividades y tumbas de alta jerarquía. Sobre la base del análisis de 184 textiles de Huaca Santa
Cruz, Olivera (1987, 1988) observó que el 80% era de algodón y el resto consistía en lana o mezcla de
algodón con lana. La diversidad de los diseños y colores utilizados en la decoración de las prendas
producidas en Huaca Santa Cruz es amplia (Fig. 11).

La lana es, generalmente, encontrada en grandes cantidades dentro de tumbas asociadas


con ofrendas del tipo IV, como en Punchao Kancha y en el Cementerio I de Pachacamac (Uhle 1903).
Algunas veces se le encuentra dentro de tumbas ricas con ofrendas del tipo III, como en el Cemen-
terio VI de Pachacamac (Squier 1978) y Huaca Granados (Mendoza 1983: 123). Es raro encontrarla en
tumbas con ofrendas del tipo II y nunca aparece asociada con el tipo I.

Algunas veces aparece, dentro de las cestas de tejedor, una lagenaria pequeña de color
negro y, en su interior, un objeto de cerámica (silbato) envuelto en algodón (Cornejo 1986, 1988: CF-
50: 8). Esto ha sido observado también en otras cestas en la costa central, como en Ancón (Ravines
y Stothert 1976) y en la isla San Lorenzo (Ríos y Retamozo 1978). Es probable que esta conducta se
asocie con algún dios protector de los tejedores. Por ejemplo, en la mitología de la provincia de
Ischma, la princesa-huaca Cauillaca estaba relacionada con el oficio del tejido: «Un día estaba
sentaba ante su telar a la sombra de un lúcumo, pasó por ahí Cuniraya quien al verla la deseó»
(Rostworowski 1992: 36).
192 MIGUEL CORNEJO

Ocupación Hombre Mujer Infante


Orejones del Cusco X - -
Cazadores X - -
Espías X - -
Especialistas en antiinsurgencias X - -
Soldados X - -
Mensajeros X - -
Mercaderes X - -
Sacerdotes X - -
Mineros X - -
Guardias de aqllas X - -
Guardias con otras funciones X - -
Hacedores de chicha X - -
Músicos X - -
Pescadores X - -
Joyeros y trabajadores de piedras preciosas X X X
Productores de pigmentos minerales X X X
Productores de pigmentos vegetales X X X
Tejedores de plumas finas y comunes X X X
Tejedores de ropa fina y común X X X
Mitimaes colonizadores X X X
Agricultores y jardineros X X X
Kurakas X X -
Varias categorias de constructores X X -
Aqllas - X X
Administradores de sacrificios humanos ? ? -
Quipu camayoc ? ? -
Hacedores de sandalias finas y comunes ? ? -
Hacedores de sal ? ? ?
Ceramistas finos y ordinarios ? ? ?
Carpinteros finos y ordinarios ? ? ?
Orfebres de oro y plata ? ? ?

Tabla 16. Ocupaciones y oficios en la provincia de Pachacamac.

La función religiosa del tejido ha sido en realidad poco tratada, pero dentro de la amplia
discusión al respecto destaca el tema de las miniaturas. Efectivamente, es conocida la presencia de
pequeños ídolos vestidos con prendas en miniatura, todos aquellos documentados en contextos de
capacocha en el Horizonte Tardío. Se entiende que aqllas especializadas que laboraban para el
Estado Inka tuvieron la responsabilidad de confeccionar estas prendas en miniatura. Se estaría,
SACERDOTES Y TEJEDORES EN LA PROVINCIA INKA DE PACHACAMAC 193

Fig. 12. Punchao Kancha, Pachacamac. Cementerio de las mujeres sacrificadas (Uhle 1903: 18, Fig. 2).

Fig. 13. Chinchero, Cusco. Gollete de aríbalo (Alcina et al. 1976).


194 MIGUEL CORNEJO

Fig. 14. Gollete de aríbalo encontrado en los alrede-


dores del Cusco. Recolectado por Uhle (Kroeber y
Strong 1924-1927: Fig. 2g 7996).

entonces, frente a una producción textil de prendas en miniatura con fines religiosos. En Huaca
Santa Cruz fue hallado un contexto excepcional en la zona destinada a cementerio de artesanos
locales y foráneos. El contexto consistió en un pequeño paquete en forma de red que envolvía dos
prendas en miniatura (uncu y manto), dobladas varias veces y pequeños ovillos de colores (Fig. 10).
Este hallazgo revela la asociación de la producción textil realizada en Huaca Santa Cruz con fines
religiosos, específicamente en rituales locales donde intervendrían ciertos ídolos, los cuales serían
vestidos con dichas prendas en celebraciones vinculadas con la administración religiosa inka.

4.4. Origen étnico de los trabajadores textiles

Del total de 55 tumbas de trabajadores textiles analizadas, 32 corresponden a artesanos


locales ischmas, 16 chimú, cuatro chancay y tres chinchas (Tabla 16). Las aqllas hiladoras de la isla
San Lorenzo y los artesanos de Huaca Santa Catalina tienen, ofrendas locales y foráneas, pero debe
tenerse en cuenta que esto no es suficiente prueba para saber de dónde proceden. Sin embargo, se
considera su procedencia, por el momento, a partir de elementos estilísticos claros en su ajuar (Tabla
16).

Los mitimaes tejedores en la provincia de Ischma estaban asociados con ajuares de tipo III
y II. Los mitimaes con ofrendas de tipo III fueron tejedores e hiladores, como los encontrados en el
Cementerio VI de Pachacamac (Squier 1978), y mitimaes chimú y chincha en Huaca Santa Cruz
(Cornejo 1986, 1988), donde la mayoría de tumbas de mitimaes se relaciona con ofrendas de tipo II y
con mujeres adultas y adolescentes. No se han registrado mitimaes con ofrendas de tipo IV o I.

Existen pocas, aunque importantes, evidencias de la presencia de mitimaes chimú en la


costa central, una de ellas es la tumba excavada por Ravines y Stothert (1976) de una tejedora chimú,
a juzgar por su ajuar con vasijas chimú-inka. Otra evidencia se encontró en el Cementerio VI (Uhle
1903) de Pachacamac, en donde Squier (1978) describe una tumba múltiple con cuatro individuos;
SACERDOTES Y TEJEDORES EN LA PROVINCIA INKA DE PACHACAMAC 195

dos de ellos, una mujer adulta y una adolescente, fueron enterrados con instrumentos textiles y
algunas ofrendas suntuosas, lo que demuestra, por las características del ajuar, su relación con
mitimaes chimú.

Incluso en el valle de Chancay se encuentra una excelente evidencia que proviene de los
análisis de textiles realizados por Gulli Kula (1991: 266-269) en la Young Textile Collection. Con dicho
análisis se logró identificar técnicas chimú e inka en textiles provenientes de Chancay (Cornejo
2000a).

La llegada de los españoles y los acontecimientos violentos que sucedieron a sus conquis-
tas no dejó oportunidad a los vencedores de entender la complejidad laboral que existía a lo largo de
la costa, aunque es claro que estaban predispuestos a ignorar cualquier alcance tecnológico local,
si atentaba contra sus propios intereses.

El español, entonces, desconoció esta milenaria y amplia gama de experiencias, al superpo-


ner una simple estructura productiva y desarticular la organización local.

Fueron los obrajes, las unidades productivas básicas españolas, los que provocaron la
destrucción de la organización productiva textil andina. Los tejedores andinos fueron obligados a
abandonar su maravilloso arte y a conformarse con una producción que respondía a necesidades
ajenas y extrañas: la de producir sayales, cordellates, bayetas, pañetes y frazadas.

Fueron Antonio de Rivera y su esposa quienes en 1545 fundaron el primer obraje en su


encomienda de Sapallanga, en Jauja. Los obrajes se multiplicaron a partir de 1570 como una conce-
sión de la corona a América (Salas 1995: 15).

5. Ideas finales

El descubrimiento de herramientas en proceso de manufactura como ofrendas funerarias es


evidencia de que el muerto fue inhumado con sus pertenencias o herramientas de oficio. En Huaca
Santa Cruz, el contexto funerario 71 contenía varias herramientas y utensilios que representaban a
un artesano lapidario con herramientas de metal, madera, caña y hueso, con las que había trabajado
una serie de artefactos en madera y caña, incluyendo un riel de balanza sin terminar. Otro ejemplo fue
encontrado en la tumba de un músico en Lauri, valle de Chancay (Misión Arqueológica Chancay
1961; Cornejo 1985: La-3), en donde el muerto había sido enterrado con muchas flautas, cinco de
ellas sin terminar.

La estructura demográfica de la provincia de Pachacamac puede ser estimada sobre las


bases del número y tamaño de los asentamientos, su composición poblacional y laboral. Pärssinen
(1992: 341-342) consideró, citando a Cobo, que la provincia estuvo compuesta por tres hunus: Lurín,
Rímac y Chillón.

De las 31 ocupaciones conocidas para la provincia, 14 fueron exclusivamente para adultos


masculinos, siete para adultos masculinos, femeninos e incluso niños; sólo una parece haber sido
exclusivamente para adultos femeninos y adolescentes, y aún existen siete que no se han podido
categorizar (Tabla 16).

Sobre la base de las fuentes etnohistóricas, se sabe que ciertos oficios fueron divididos
dentro de dos grupos, considerando la calidad del producto. De esta manera, existían dos grupos de
tejedores: uno de productores de tejidos finos, hechos especialmente o por encargo del estado o
sus oficiales y kurakas, y otro grupo que confeccionaba tejidos rústicos para el uso ordinario. Sobre
196 MIGUEL CORNEJO

Categoría Sexo Edad Descripción


auca camayoc Hombre 25-50 Soldados, agricultores (mitimaes y yanas)
auca camayoc uarmi Mujer 25-50 Esposas de soldados, trabajadoras textiles
puric macho Hombre 60-78 Recolectores de madera y leña, guardianes, quipuca-
mayoc
payacona Mujer 50 Hacedoras de ropa, sirvientes, cocineras
rocto macho Hombre > 80 Hacedores de ropa, cuidadores de cuyes y patos
puñoc paya Mujer >80 Hacedoras de bolsas grandes y sogas, cuidadoras de
animales
Inhabilitados físicos y mentales Hombre - ?
Inhabilitados físicos y mentales Mujer - Tejedoras, cocineras
sayac payac Hombre 18-20 Mensajeros, pastores
zumac cipa Mujer 18-20 Aqllas que trabajan para el Inka, el Sol, otros dioses
y templos
mactacona Hombre 12-18 Cazadores de pequeños pájaros para charqui
corotasque Mujer 12-18 Aprendices de tejedora; pastoreo; cosecha
Ayudantes Hombre 9-12 Cazadores de pájaros, elegibles para capacocha
Ayudantes Mujer 9-12 Recolectores de flores para teñido, elegibles para
capacocha
puellacoc Hombre 3-9 Pastores, recolectores de leña, cuidadores de niños
pequeños
puellacoc Mujer 3-9 Aprendices de hiladoras
Los que gateaban Ambos 1-3 -
Los que lactaban Ambos 1 -

Tabla 17. Edades y ocupaciones en la sociedad Inka (según Guaman Poma).

la base de la información disponible, se pueden plantear cuatro niveles de jerarquía en este oficio de
tejedores que tienen implicancias en el status social: aqllas, tejedores, hiladores y aprendices. Estos
pueden ser diferenciados arqueológicamente por la cantidad y calidad de ofrendas en sus tumbas.

Según los escritos de Guaman Poma (1980 [1615]) y Castro y Ortega Morejón (1974 [1558]),
ambos, Rowe (1958) y Rostworowski (1988: 215-219) entienden que la sociedad inka estuvo organizada
en un sistema de 10 grados de edad, de acuerdo con su aptitud para el trabajo. El orden de importancia
de este sistema es muy revelador: aquellos adultos con la mayor capacidad para trabajar fueron los
auca camayoc; aquellos con la menor capacidad fueron «los que gateaban o lactaban» (Guaman
Poma 1980 [1615]); la lista incluye otros niveles (Tabla 17). Había un grupo entre los nueve y 12 años
de edad, del cual algunos eran elegibles para la capacocha. Los aqllakuna eran servidores del Inka,
del estado y de la religión en roles diversos; también estaban disponibles para el sacrificio. Eran
dados a los kurakas importantes y a los oficiales del Inka en matrimonios políticos, y también
cumplían los roles de sirvientes y artesanos en palacios y templos.

A pesar de que Guaman Poma describió las ocupaciones y grupos de edades en los Andes,
esta información puede ser usada para un análisis en la costa. Artesanos y pescadores necesitan ser
incluidos en la categoría auca camayoc, entre los 25 a 50 años de edad.
SACERDOTES Y TEJEDORES EN LA PROVINCIA INKA DE PACHACAMAC 197

Cementerios 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Huaca Santa Cruz 22 18 1 1 - 7 4 11 4 68
Huaca Inquisidor 30 - - - - - 8 - - 38
Maranga 206 - - 1 - - 33 68 3 311
Puruchuco 1 1 - - - - 2 - - 4
Pachacamac 3 47 - 1 - - 1 1 1 54
Huaca Santa Catalina 2 - - - 1 - 1 2 - 6
Chocas 1 - - - 1 - - - - 2
Pando, Montículo 62 12 - - - - - 3 2 - 17
Pando, Montículo 63 38 - - - - - 13 4 2 57

Total 315 66 1 3 22 72 65 88 10 557

Tabla 18. Distribución de las categorías inka en la provincia (1=auca camayoc; 2=auca camayoc uarmi; 3=
sayac payac y zumac cipa; 4=mactacona y corotasque; 5 = ayudantes; 6 = puellacoc, 7 = niños amarrados en
la espalda; 8 = infantes de pecho; 9 =Desconocido).

A partir de los análisis de 557 individuos procedentes de 14 cementerios en la provincia de


Pachacamac, se obtiene que 315 fueron auca camayoc y 66 auca camayoc uarmi, en otras palabras,
el 68,4 por ciento fueron mujeres y hombres adultos en sus mejores condiciones para el trabajo
(entre los 25 y 50 años de edad); sólo el 2,3 por ciento fueron niños y adolescentes, incluyendo a un
sayac payac o zumac cipa, tres mactacona y corotasque, dos ayudantes y seis puellacoc; 65, es
decir el 11,6%, fueron niños pequeños, entre uno y tres años de edad; 88, es decir el 15,7%, fueron
infantes en edad de lactar, menores de un año de edad, y 10 no pudieron ser clasificados. No se
cuenta en la muestra con el grupo puric macho (60 a 78 años de edad), rocto macho o puñoc paya
(80 años de edad); tampoco ningún inhabilitado físico o mental ha podido ser reconocido (Tabla 18).

Tumbas sin ofrendas fueron muy escasas en el registro arqueológico. Ellas comprenden,
mayormente, a las de niños que acompañaban, como parte de las ofrendas, a individuos adultos. Por
lo menos el 50% de todas las tumbas contenía ofrendas básicas, como recipientes domésticos y
mates, los cuales no contribuyeron al análisis de identificación de oficios. Se puede decir al respecto
que dichos individuos correspondían a niños, aprendices y, escasamente, ancianos, quienes fueron
de relativamente bajo status social. Este perfil demográfico indica, quizás, que no había ancianos por
varias razones: el trabajo desarrollado por los adultos era arduo, la mortalidad de la madre gestante
debió ser alto y algunas de las comunidades estaban conformadas por mitimaes y ellos no viajaban
con sus ancianos.
198 MIGUEL CORNEJO

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IDENTIDAD
BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA PUCP, N.°ÉTNICA BAJO
6, 2002, EL DOMINIO INKA...
205-264 205

IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA:


UNA EVALUACIÓN ARQUEOLÓGICA Y
ETNOHISTÓRICA DE LAS
REPERCUSIONES DEL ESTADO INKA EN EL
GRUPO ÉTNICO CANAS*

Bill Sillar** y Emily Dean***

Resumen

Cieza de León describe como luego de acordar una amnistía con el Inka Viracocha, el grupo étnico
Canas se convirtió en aliado principal de los inkas y reubicó sus asentamientos lejos de la cumbre de los
cerros y, más bien, se asentaron en el fondo de los valles. En el presente trabajo se consideran estas afirma-
ciones a la luz de las evidencias arqueológicas de cambios y continuidades dentro del territorio canas durante
el Periodo Intermedio Tardío y el Periodo Inca. Por ello se basa primeramente en los resultados de análisis de
datos de prospección, análisis arquitectónicos, excavaciones y estudios de los artefactos en un área prospectada
de 520 km2 alrededor del sitio de Cacha/Raqchi. Se describe el efecto muy limitado que la incorporación dentro
del imperio parece haber tenido en el patrón de asentamiento local, así como se examina el aparato adminis-
trativo que el estado estableció dentro del territorio canas. Se evalúa lo que estas evidencias arqueológicas
aportan acerca de cómo los inkas trataron a sus aliados y en que grado se puede reconocer la identidad étnica
local antes, durante y después de su incorporación dentro del Imperio Inka. Finalmente, se contrasta la
situación de los canas con los factores que condujeron al desarrollo de la identidad «inka» en la región del
Cuzco antes del surgimiento del Estado Inka.

Abstract

ETHNIC IDENTITY UNDER INKA RULE: AN ARCHAEOLOGICAL AND ETHNOHISTORIC ASSESS-


MENT OF THE EFFECTS OF THE INKA STATE ON THE CANAS ETHNIC GROUP

Cieza de Leon describes how after agreeing to an amnesty with Inka Viracocha the Canas ethnic
group became major allies of the Inka and relocated their settlements away from the hill tops and down onto
the valley floor. In this paper we will consider these claims in the light of archaeological evidence for changes
and continuities within the Canas territory during the Late Intermediate and Inka periods. This will be primarily
based upon the results of survey, architectural analysis, excavations and artifact studies within a 520 km2
survey area around the site of Cacha/Raqchi. We will describe the very limited effect which inclusion within the
Inka Empire seems to have had on local settlement organization as well as examing the administrative apparatus
that the Inka state located within the Canas territory. We will evaluate what this archaeological evidence tells
us about how the Inka treated their allies and to what degree local ethnic identity can be recognized before,
during, and following incorporation into the Inka Empire. Finally, we will contrast the Canas situation with the
factors that led to the development of an «Inka» identity in the Cuzco region prior to the emergence of the Inka
state.

* Traducción del inglés al español: Rafael E. Valdez


** Institute of Archaeology, University College, London. E-mail: b.sillar@ucl.ac.uk
*** University of California, Berkeley. E-mail. dean@sscl.berkeley.edu
206 BILL SILLAR Y EMILY DEAN

1. Introducción

En los Andes del siglo XXI, luego de dos periodos aciagos de conquistas —la inka y luego
la española— así como de siglos de colonialismo, hay pocos rezagos del previo carácter multiétnico
de la población indígena andina. En el Raqchi contemporáneo,1 antaño uno de los sitios más impor-
tantes de los indios canas, los habitantes actuales reclaman descender de los inkas y no de los
canas, incluso como para tomar los roles del Sapa Inca y del gran sacerdote inka en la gran celebra-
ción inaugural de su mercado artesanal semanal (Inka Llacta). En su tesis, que llevó por título
Ethnicity in Highland Peru, el sociólogo G. R. Primov comentó que los rasgos más notables de la
antigua existencia de estos grupos étnicos se encuentran en «...present names of the provinces
located in their former territories […] (t)hus, in the department of Cuzco, the provinces of Canchis,
Canas, Anta, Chumbivilcas, and others are named after the major groups that inhabited those
areas» (1975: 64).2

Sin embargo, las escasas referencias en los registros coloniales tempranos indican una
historia diferente. En los escritos de Betanzos, Cieza de León, Garcilaso de la Vega, Guamán Poma de
Ayala, Molina y Santacruz Pachakuti Yamqui se observa a los canas como un grupo distinto, con su
propio estilo de vestimenta, territorio, santuarios importantes y una lengua diferente de la de sus
vecinos inkas del norte. Pero esta información documental es fragmentaria, a veces contradictoria y
no tan abundante o detallada como se desearía, por lo que deja más preguntas que respuestas. Pero
lo más importante de ello es: ¿Qué pueden decir los arqueólogos que trabajan en el antiguo territorio
de los indios canas acerca de su identidad étnica cuando se usa de manera complementaria la
información etnohistórica y lo que ofrece la cultura material, es decir, los fragmentos de cerámica y
los patrones de asentamiento? Recurriendo a la información etnohistórica previamente mencionada,
las teorías antropológicas que analizan la naturaleza y formación de la identidad étnica, y los resul-
tados de las investigaciones arqueológicas de los autores del presente trabajo en la margen sur del
valle del río Vilcanota durante las temporadas 1998 a 2001, se intentará abordar esto y, más
específicamente, las siguientes preguntas:

a) ¿Cómo se pueden balancear los roles de las evidencias documental y arqueológica en el estudio
de la estructura social y política de la etnicidad en los Andes?;

b) ¿Qué tipo de entidad fue el grupo étnico Canas? ¿Cómo fue definido en términos de su organiza-
ción sociopolítica, fronteras geográficas, prácticas rituales y cultura material?;

c) ¿Qué se puede decir acerca de la etnicidad canas antes de la incorporación a los imperios inka y
español?;

d) ¿Cómo se alteró esta entidad por su relación con el Imperio Inka?;

e) ¿Cómo se vio el proceso de expansión inka cerca al epicentro del Cuzco?;

f) ¿Fue acaso la disposición y la cosmovisión del conjunto de pequeños grupos étnicos alrededor
del valle del Cuzco que causó que se uniesen y luego se expandieran fuera del valle a los territorios
vecinos como un «imperio» conquistador?

Se empieza este trabajo no en la sierra sur del Perú, sino en el «caliente ambiente tropical»
de la teoría antropológica, en tanto se vincula este trabajo con temas más amplios dentro de la
«arqueología de la etnicidad». Posteriormente, se llama la atención acerca de cómo la etnicidad ha
sido tratada por los colegas andinistas en general. Siguiendo estos planeamientos como base, se
tratará el caso específico del presente artículo: una mirada cercana al grupo étnico Canas desde el
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 207

Periodo Intermedio Tardío hasta los periodos coloniales tempranos. La primera parte de este estudio
de caso se basa en documentos etnohistóricos con el fin de hacer un esbozo de los canas al momen-
to de su incorporación al Imperio Inka y su rol dentro del imperio en las décadas siguientes. En esta
discusión el interés se enfoca en el estudio del rol único de los canas, como aliados tempranos de los
inkas y que nunca trataron de obtener el status de «inkas de privilegio». Siguiendo esta premisa, se
presentan los resultados de una prospección regional y de series de excavaciones de prueba con el
fin de definir la identidad canas durante el Periodo Intermedio Tardío y analizar cómo pudieron haber
cambiado sus vidas luego de la conquista inkaica. Se concluye este trabajo con una discusión
acerca de cómo el éxito de los inkas, al forjar una sociedad multiétnica, pudo haber conducido, en
cierto grado, a su alienación a partir de su propia identidad étnica localizada y contribuyó a una
cultura estatal cada vez más abstracta.

2. Construyendo la etnicidad: aproximaciones arqueológicas y etnohistóricas a los procesos diná-


micos

2.1. Problemas con la arqueología de la etnicidad

Tal como Ucko (1994: xv) hace recordar: «It would […] be incorrect to simply assume that
where the archaeologist can recognize stylistic differences in the material culture of the past, it is
legitimate to infer the existence of social groups who considered themselves to be distinct from
others».3 Muchos factores determinan el rango geográfico dentro del cual se han encontrado tipos
de artefactos similares (v.g., disponibilidad de materias primas, conocimiento tecnológico, sistemas
de comercio e intercambio, la variedad de roles funcionales dados a los artefactos); sin embargo, las
distribuciones de artefactos no son diagnósticos para diferenciar las etnias. Binford (v.g., 1973,
1983) enfatiza la naturaleza «sistémica» de la cultura humana, explicando que se trata de una varie-
dad de influencias —e.g., el medioambiente, tecnología e ideología— las que afectan diferentes
aspectos de las vidas de los seres humanos —como la agricultura, vivienda y prácticas funerarias—
y últimamente conducen a un complejo mosaico de deposición de los restos materiales que no sólo
es determinado por la pertenencia a un grupo étnico.

Empero, la distribución de cultura material es socialmente significativa. Si los arqueólogos


encuentran un rango consistente de artefactos, formas arquitectónicas y patrones de uso de la tierra
al interior de una región, estos justifican la atribución de un significado social a su presencia simul-
tánea. Si las poblaciones confeccionan y usan un rango de artefactos de modos similares, y compar-
ten formas de agricultura, vivienda y entierro, es muy probable que compartan otros aspectos de su
organización socioeconómica y cosmológica. Esto es lo que Childe (1956: 16-19) describe en su
concepto de «cultura arqueológica» —reconocida por conjuntos recurrentes de tipos de artefactos
y estructuras— como representativo de una sociedad particular con tradiciones compartidas. Sin
embargo, los grupos sociales que se pueden identificar de acuerdo a las bases de la distribución de
restos arqueológicos no necesariamente se conciben a sí mismos como totalmente unificados u
armoniosos. Ni las culturas arqueológicas son necesariamente contemporáneas con grupos de len-
guaje antiguos o con grupos étnicos autoidentificados (Shennan 1994). En la arqueología andina se
debe tener cautela cuando alguien afirma que se puede identificar marcadores étnicos en el registro
material. Se debe tener en consideración, y con cuidado, muchos otros factores que pueden propor-
cionar indicios de patrones regionales de distribución de artefactos, algunos de los cuales con
similitudes mucho más amplias que rebasan las fronteras de grupos étnicos específicos.

Más aún, no se puede asumir que la etnicidad es una característica fundamental de la


sociedad humana. El significado de la etnicidad, como un principio organizador, varía de acuerdo a
diferentes momentos y lugares, y las identidades étnicas pueden surgir, formar alianzas y fragmen-
tarse dentro de procesos históricos de cambio cultural y sociopolítico (cf. Jones 1997). Algunos
208 BILL SILLAR Y EMILY DEAN

teóricos contemporáneos (e.g. Smith 1986) advierten que la etnicidad puede constituir una clase
especial de identidad grupal asociada con la aparición de los estados, que surgen cuando «...pre-
existing forms of identity creation y maintenance —kinship, for example— are being destroyed»
(Shennan 1994: 16).4 Siguiendo esta línea de pensamiento, Barth (1969) resalta cómo los grupos
étnicos hoy en día no se definen por sus similitudes culturales —frecuentemente ellos comparten
muchos aspectos de su modo de vida y relación con sus vecinos—, sino mas bien, en primer lugar,
por la autoidentificación de individuos que eligen pertenecer a un grupo específico. Con esta defi-
nición, la etnicidad es vista como una afirmación sociopolítica de lealtad a un grupo. En un sentido
antropológico, una definición de etnicidad normalmente incluye algunos de los siguientes elemen-
tos: un nombre y territorio compartidos, una descendencia y/o mito de origen común declarados,
una religión y lenguaje compartidos y un sentido de autoidentidad y solidaridad en relación con
grupos externos (cf. Smith 1994). Ninguno de estos atributos se relaciona fácilmente con los patro-
nes de cultura material o identificado en el registro arqueológico.

Smith (1986) también ha afirmado que los grupos étnicos se han formado a menudo en
respuesta a la expansión, invasión o administración colonial. Bajo el contacto con el nuevo «otro»
representado por un estado expansivo, la gente que vive en un área invadida puede construirse una
coherencia y distintividad autoconsciente que no existía antes del encuentro (cf. De Vos 1975;
Eriksen 1993; Jones 1996: 69; Renfrew 1996: 130; Lightfoot et al. 1998). Ya que las estructuras de
parentesco prevalecientes ya no son capaces de cohesionar al grupo frente a la dominación colo-
nial, surgen nuevos grupos sociopolíticos y desarrollan un sentido distintivo de identidad de gru-
po, posiblemente sirviéndose de aspectos específicos de su estilo de vida y de estructuras de
parentesco que persisten en el área (Smith 1986). Las identidades étnicas pueden surgir o se vuelven
más rígidas en tanto estos grupos reaccionan a la guerra y a la dominación estatal, usando delibera-
damente elementos de su vestimenta local, práctica religiosa y lenguaje como emblemas de lealtad y
pertenencia tanto de los unos a los otros como en respuesta a los estados expansivos (Marwick
1974; Smith 1981). En otros contextos coloniales, las categorías étnicas son impuestas por regíme-
nes coloniales usando sus propios sistemas de categorización, a menudo basados en estereotipos
raciales que son producto de un pobre conocimiento de la sociedad invadida y que se fundamentan
de manera limitada en relaciones preexistentes (Jones 1996: 70; Renfrew 1996: 130). Estos se presen-
ta en naciones-estado contemporáneas, en las cuales muchas minorías construyen sus propias
identidades dentro del contexto de la atribución étnica y racial impuesta por el estado dominante
(Williams 1992; Ignatiev 1995; Mullings 1997; Brodkin 1998). En resumen, los grupos étnicos pueden
enfatizar deliberadamente ciertas diferencias con sus vecinos con el fin de definir y vigilar las
fronteras, y/o el estado puede promover deliberadamente dicha diferenciación como parte de una
estrategia administrativa.

Se reconoce el carácter circular al interior de este razonamiento. Es verdad que los registros
históricos de muchos estados tempranos, incluyendo aquellos referentes a los inkas, demuestran
como la etnicidad fue utilizada como un método de clasificación y administración. Por ejemplo, el
Imperio Romano se expandió hasta incluir muchas tribus de la Edad de Hierro que carecían del tipo
de administración urbana que los romanos habían encontrado en Grecia; sin embargo, las tribus
fueron tratadas como civitates, o ciudades-estado, dentro de la administración romana y sus líderes
pronto aprendieron a usar ese sistema administrativo con el fin de obtener mejores ventajas y
beneficios (Millet 1990: 7). Empero, los registros históricos también se han creado dentro de las
sociedades estatales. Lo que no es claro es que si la etnicidad, como un aspecto principal de la
organización sociopolítica, puede surgir o no antes de la aparición de las sociedades estatales.
Dadas las dificultades para identificar la etnicidad a través del registro arqueológico, el surgimiento
de los grupos étnicos (etnogénesis) no es un proceso fácil de estudiar de parte de los arqueólogos;
el hecho coloca a los arqueólogos autocríticos en una posición difícil. Se debe tener mucho cuidado
al momento de usar la distribución de los rasgos estilísticos con el fin de definir grupos étnicos.
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 209

Es preciso reconocer que los registros o documentos aparecen muy tardíamente en el desarrollo
andino y, por lo general, se autojustifican desde el punto de vista de los estados expansionistas, sea
inka o español. Sin embargo, en alguna etapa la etnicidad surge como un rasgo importante de la
sociedad andina y el arqueólog tiene la obligación de considerar en forma crítica la causa y efecto de
este desarrollo, incluyendo las variaciones en la organización y estructura de la etnicidad a través de
los Andes.

Un estado primario que se expande sobre un área puede generar un proceso de etnogénesis
en las poblaciones afectadas que, antes con una pobre integración, desarrollan un cada vez más
claro sentido de la autoidentidad y se coordinan como una unidad en oposición al estado expansivo.
Lo mismo ocurre en las poblaciones que previamente no tenían mayor relación y que luego serán
identificadas como unidades administrativas por el estado. Es posible que un proceso parecido
tuviera lugar en las sierras andinas antes o durante el Horizonte Medio. Puede ser apropiado pre-
guntar aquí: ¿cuáles fueron las categorías administrativas usadas con el fin de definir a las poblacio-
nes y territorios abarcados en la expansión wari? Pero los inkas no fueron un estado primario. Los
inkas surgieron como consecuencia del colapso de los wari y fueron contemporáneos de otras entida-
des importantes como los colla, lupaqa y chimú, y parece que los grupos étnicos autoidentificados se
mantuvieron unidos por fuertes vínculos de lealtad basados en el parentesco, reciprocidad y protec-
ción mutua que ya se habían desarrollado antes del periodo de expansión inka. En la época en que
llegan los españoles, el Imperio Inka era indudablemente multiétnico y poseía una cultura distintiva
que se basaba en las tradiciones y la cosmovisión vigentes en la zona nuclear del Cuzco, la cual, al
mismo tiempo, intentaba integrar las organizaciones sociales preexistentes de los grupos étnicos
que había incorporado. En este artículo se trata a los canas como un «grupo étnico» debido a que
corresponde a la interpretación adecuada de los términos usados para describirlos en muchos de
los documentos coloniales (véase abajo). Antes de continuar, sin embargo, se reconocerán los
problemas inherentes al momento de analizar este concepto por medio de las evidencias arqueoló-
gicas; con lo cual también se admite la naturaleza tentativa de las interpretaciones que se puedan
obtener.

2.2. Etnicidad en los Andes

Desafortunadamente, la mayor parte de los estudios que analizan la historia de los grupos
étnicos al interior de los Andes fallan al momento de discutir, o siquiera definir, la etnicidad. La
mayoría de los investigadores aceptan la noción de los administradores coloniales españoles en el
sentido de que los grupos étnicos estudiados existieron como grupos sociopolíticos coherentes
que ocuparon territorios claramente definidos desde al menos el Periodo Intermedio Tardío hasta el
periodo colonial (notables excepciones se encuentran en Berghe 1975; Julien 1983; Cahill 1994). Esta
actitud produce un interesante, si bien estático, «cuadro» de organización social, pero falla al con-
siderar cambios que, sin duda, ocurrieron en la estructura y organización de estas entidades antes,
durante y después de los periodos de la dominaciones inka y española.

Cuando los españoles llegan a los Andes, los inkas identificaron y describieron a los habi-
tantes residentes de su imperio a los españoles en términos de su filiación étnica. Con frecuencia, las
fuentes españolas emplean la palabra «naciones» para describir a estos grupos de gentes y sus
territorios, pero también los describen como «señoríos» y algunos cronistas también usaban la
palabra quechua «ayllu». Cada uno de estos términos puede ayudar a identificar algunos aspectos
de las estructuras sociales que los españoles encontraron. Estas «naciones» estuvieron ubicadas
dentro de territorios específicos, aunque algunas también ocupaban áreas periféricas más allá del
núcleo de sus respectivas tierras de origen. Los «señoríos» fueron sistemas políticos semiautónomos
dentro de los cuales miembros individuales prometían obediencia a uno o más señores que actuaban
como voceros o líderes militares del grupo. Esta interacción sugiere la presencia de estructuras
210 BILL SILLAR Y EMILY DEAN

sociales jerárquicas en las cuales la cohesión y el poder del grupo dependía de la lealtad y compro-
miso que los miembros individuales prometían a sus líderes. A los miembros del ayllu, González
Holguín (1989 [1608]) los describe como pertenecientes a la misma nación étnica o al mismo grupo de
parentesco («Aylluruna, o ayllumaciy: De mi nación, o linaje, o pariente»), lo cual sugiere que la
identificación del líder y la lealtad del grupo era, al menos en parte, justificada por medio de relacio-
nes de parentesco y ascendencia de un ancestro común. Esta definición está en contraposición de
las sugerencias de Smith (1986) y Shennan (1994), quienen sostienen que la etnicidad surge cuando
las estructuras de parentesco ya no son capaces de mantener unido al grupo. A pesar de la tendencia
de muchas fuentes coloniales de mezclar y confundir las categorías de lenguaje, grupo étnico y
modo de vida —de modo que términos como «aymara» o «uru» pueden ser usados para definir la
totalidad o cualquiera de estos rasgos— debe haber existido una gran variación en la forma y
organización específicas de cada grupo étnico dentro del Imperio Inka.

De acuerdo a las historias orales inkas recuperadas por varios cronistas (Cobo 1988 [1653];
Guamán Poma 1988 [1584-1612]; Garcilaso 1987 [1612]; Molina 1989 [1572]; Betanzos 1996 [1557]), su
cambio de un grupo étnico local a controladores de un gran imperio empezó con su victoria en
batalla sobre el grupo étnico Chanca. Estas mismas crónicas parecen inspirarse en un género que
existía como parte de las historias orales inkas que consistía en registrar las vidas de gobernantes
individuales (Julien 2000). Estas historias describieron la expansión del Imperio Inka a través de una
lista de batallas y negociaciones entre grupos étnicos, y alegaron que muchos de estos grupos
étnicos estuvieron peleando los unos contra los otros en los años previos a la conquista inka. Cada
grupo étnico fue descrito de manera individual debido, en primer lugar, a que el tratamiento de parte
de los inkas dependía de qué manera particular respondió el grupo étnico a la negociación, el grado
de la fuerza que los inkas utilizaron para subyugarlos, así como aspectos administrativos, como el
tamaño y recursos del grupo conquistado (Morris 1998). Estas historias orales fueron ampliamente
narradas por miembros de la elite inka, la cual describió su imperio como una entidad emergente
dentro de un mundo en el cual la etnicidad era ya un rasgo fundamental de la organización social
andina. Se debe recordar que estas textos narrativos presentan la cosmovisión de los conquistado-
res, los cuales experimentaron variantes en los tipos de poblaciones y el grado de resistencia que
encontraron durante su expansión militar y continuaron usando sus percepciones y categorizaciones
de esta variabilidad social como un principio organizador al interior del naciente imperio.

Más aún, las divisiones administrativas inkas no correspondían necesariamente con la


divisiones étnicas previas. Como Cahill afirma (1994: 329): «There was substantial ethnic
differentiation, even within each major ethnic grouping, long before the Inca conquest»5 (cf.
también Pease 1982: 175). Las aproximaciones históricas y arqueológicas a la prehistoria andina
deben cuestionar la existencia de grupos bien cohesionados y definidos con el fin de abordar los
temas de cambio, variación y fluctuación en las fronteras de estos grupos, así como en sus estruc-
turas sociales a través del tiempo.

Con el crecimiento del Estado Inka, muchos grupos que habían sido previamente indepen-
dientes en lo político devinieron a ser incorporados dentro de las estructuras sociales y económicas
del estado naciente. La dependencia de los inkas a la etnicidad como categoría administrativa impli-
ca que ellos no podían permitir a las poblaciones subyugadas la libertad de transferir la lealtad étnica
de un grupo étnico a otro. Como Primov (1975: 52), basándose en Cieza de León, afirma: «the policy
of retaining the ethnic identity of each group was complemented by policies that regulated contacts
between them... [...] Members of different groups were seldom allowed to interact informally and
were segregated whenever possible».6 Los inkas restringieron en gran medida la movilidad de la
mayoría de las poblaciones sujetas a su dominio y requirieron de miembros de cada grupo étnico
para obtener el permiso de dejar sus respectivos territorios. Durante las labores colectivas públicas
que recaían en la participación de más de un grupo étnico, ellos fueron más lejos en el sentido de
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 211

segregar los grupos de modo tal que cada uno vivía y trabajaba aparte. Los inkas también ejercieron
un estricto control sobre la vestimenta local: «Los hombres y mujeres de cada nación tenían sus
insignias y emblemas con los cuales podían ser identificados, y ellos no podían ir por cualquier lugar
sin esta identificación o sin intercambiar sus insignias por aquellas de otra nación, o podían ser
severamente castigados» (Cobo 1988 [1653]: libro 12, cap. 24, 196).

El Imperio Inka tendió a estabilizar los límites y poblaciones de los grupos étnicos, así como
la posición de los kurakas dentro de estas comunidades tanto como señores y como administradores
estatales (Rowe 1946; Primov 1975). Con frecuencia, los inkas continuaron reconociendo a los seño-
res residentes (kurakas) como los líderes locales al mismo tiempo que estaban bajo el control estatal
y obligados a un trabajo forzado (mita) que exigía la participación de los individuos de sus grupos
étnicos. Todo esto debió haber causado tensiones dentro de las supuestamente recíprocas relaciones
al interior del grupo étnico, pero la mayoría de los kurakas parecen haber mantenido sus derechos
locales al trabajo y la mita permaneció bajo su autoridad directa (Murra 1975: 29). La descripción de
John Murra: «el ‘control vertical’ de un máximo de pisos ecológicos en la economía de las socieda-
des andinas» (1972; 1975: 59-115) ilustra la organización de algunos de los más grandes grupos
étnicos que fueron incorporados al Imperio Inka, y más tarde, al sistema colonial español. La econo-
mía de estos grupos dependía de cuanto se mantenía la lealtad de la población dentro del grupo
étnico tal como se daba bajo el control de la tierra por parte de los kurakas. Arqueológicamente, la
evidente falta de estructuras de almacenamiento a gran escala centralizadas en muchas áreas —lejos
de la costa— antes del periodo inka es un argumento en contra del control completo de la
redistribución de recursos por parte de los kurakas (cf. Parsons y Hastings 1988: 210). La investiga-
ción arqueológica también ha fracasado en hallar evidencia de arquitectura doméstica y cerámica del
estilo Lupaqa del Periodo Intermedio Tardío en la región de Moquegua, lo cual sugiere que el control
del «reino» Lupaqa sobre los recursos de esta área fue un desarrollo más bien inka y colonial
temprano (Stanish et al. 1993). En tanto la evidencia arqueológica como el registro histórico sugie-
ran que el Imperio Inka cambió de manera dinámica la organización social y económica de algunos
grupos étnicos, se necesita tener cuidado al momento de asumir el planteamiento de una continui-
dad de larga duración al interior de estos grupos.

La necesidad de construir sobre las estructuras administrativas preexistentes con el fin de


maximizar la extracción del tributo y la mano de obra de las comunidades indígenas animó a las
autoridades coloniales tempranas a continuar usando a los grupos étnicos como unidades adminis-
trativas (Rowe 1946; Spalding 1984; Salomon 1986; Stavig 1999). Sin embargo, la imposición gradual
de la economía de mercado, las formas españolas de organización social y política, y el estableci-
miento de nuevas ciudades (reducciones) eventualmente condujeron a la desintegración de los
grupos étnicos y la erosión del rol redistributivo de los kurakas. En algunas áreas de los Andes las
estructuras comunitarias de pequeñas escala surgieron para asumir un rol administrativo destinado
a organizar grupos de trabajo y festividades religiosas; sin embargo, en la mayoría de las áreas de
hoy en día los grupos étnicos ya no son las principales estructuras de organización social y econó-
mica (Primov 1975).

Un área en la cual las identidades étnicas se mantuvieron fuertes fue en la zona norte de
Potosí, Bolivia, donde las autoridades coloniales y de la parte temprana de la República continuaron
manteniendo a las autoridades del ayllu como responsables para recabar los impuestos y adminis-
trar las obligaciones mineras coloniales y los grupos de trabajo. Esta situación ayudó a mantener
algo de la integridad del grupo étnico hasta la actualidad (Platt 1982). Por ejemplo, Harris (1982)
describe una obligación entre los laymi para adquirir ciertos bienes desde el interior del ayllu,
emulando algunos de los conceptos expresados en el modelo de Murra para los ayllus prehispánicos.
Sin embargo, este tabú acerca de la adquisición de bienes desde fuera del grupo étnico está amplia-
mente centrado en la producción agrícola, pero la producción artesanal, como la cerámica, parece
212 BILL SILLAR Y EMILY DEAN

haber tenido un tipo de intercambio más libre (Sillar 2000: 98, 131). Si dicha situación prevaleció en
el pasado, esto tiene implicancias importantes en cuanto a la manera de interpretar la distribución de
la cultural material con referencia a las relaciones sociales, políticas y económicas. Con ello se apoya
la sugerencia de Stanish (1989: 992) en el sentido de que el uso de cerámica para definir grupos
étnicos puede ser problemático a menos que sea combinado con otros marcadores étnicos como las
estructuras domésticas y las tradiciones funerarias.

2.3. La etnicidad de los canas: de la etnohistoria a la arqueología

Los documentos históricos del periodo colonial temprano identifican a los habitantes de la
margen sur del valle del río Vilcanota como canas o canchis sobre la base de sus vestimentas, rasgos
lingüísticos, prácticas funerarias, estrategias económicas y autoidentificación. Una de las descrip-
ciones más tempranas de los canas como un grupo étnico distintivo proviene de Cieza de León,
quien los describe de la siguiente manera:

«Luego que salen de los Canches, se entree en la prouincia de los Canas, que es otra nasción de
gente: y los pueblos dellos se llaman en esta manera: Hatuncana, Chiquana, Horuro, Cacha, y otros
que no quento. Andan todos vestidos, y lo mismo sus mugeres y en la cabeça vsan ponerse vnos /
bonetes de lana grandes y muy redondos y altos.

Antes que los Ingas los señoreassen tuuieron en los collados fuertes sus pueblos: de donde salían a
darse guerra. Después los baxaron a lo llano, haziéndolos concertadamente. Y también hazen como
los Canches sus sepulturas en las heredades, y guardan y tienen vnas mismas costumbres» (Cieza de
León 1986a [1553]: XCVIII, 269-270).

Lingüísticamente, Bertonio 1879 (1603) indica al aymara como la lengua dominante a sólo 30
millas del Cuzco e icnluye en forma específica a las naciones canas y a la canchis como aymara
hablantes, lo cual se corrobora en muchos de los topónimos del área. Sociopolíticamente, se asume
que los canas interactuaron de manera contínua con sus vecinos mas próximos, los canchis, con
quienes se les menciona frecuentemente en tándem (e.g., Cobo 1988 [1653]: libro 12, cap. II, 131). En
términos de la organización de los asentamientos y la vida ritual, los documentos etnohistóricos
sugieren que, como muchas de las poblaciones del Periodo Intermedio Tardío de los Andes
surcentrales, los canas situaban sus asentamientos en los «collados fuertes» (Cieza de León 1986a
[1553]: XCVIII, 269-270), y que tenían un número de sitios sagrados o centros rituales en el centro
de rasgos paisajísticos prominentes y notables, incluyendo el sitio de Cacha, ubicado al pie del
extinto volcán de Kinsich’ata. En tanto se puede afirmar que dichos documentos describen un
surgimiento «posinka» de la identidad étnica canas como consecuencia de la definición inka de la
región como una unidad administrativa separada, los autores no creen que este sea el caso. Sin
embargo, se debe reconocer que estas descripciones históricas fueron el punto de partida para la
exploración de la etnicidad canas llevada a cabo por los autores de este trabajo y que su interpre-
tación de los datos arqueológicos está influenciada por su conocimiento de estos registros históri-
cos.

Estos documentos (e.g., Cieza de León 1986a [1553]) también sugieren que durante el perio-
do inka el territorio de los canas se extendía a lo largo del valle del Vilcanota desde algún lugar al sur
de la comunidad moderna de Combapata, hacia el norte por la fuente de origen del río Vilcanota en La
Raya y bien adentro de la zona moderna de Espinar al oeste, siendo delimitados por el grupo étnico
Colla hacia el sur y por los canchis al norte (Fig. 1). Un referente útil para conocer el territorio de los
canas es un mapa colonial realizado por Pablo José Oricaín en 1786 y reproducido por Aparicio Vega
(1970) (Fig. 2). Este mapa ilustra la provincia o «partido» de los «Canas y Canches». Pese a tratarse
de una unidad administrativa colonial que combina a los grupos étnicos Canas y Canchi, parece ser
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 213

Fig. 1. Mapa con la ubicación de algunos de los grupos étnicos mencionados en documentos coloniales. Se
muestra la extensión del área de estudio del Proyecto Arqueológico Raqchi en relación al supuesto territorio
de los canas (elaborado sobre la base de Rowe 1946; Julien 1983, 2000; Bauer 1992; Kendall 1996).
214 BILL SILLAR Y EMILY DEAN

que la delimitación de las unidades administrativas coloniales se define sustancialmente a partir de


los límites de los grupos étnicos del periodo inka.

Estas descripciones etnohistóricas son acequibles pasados dos procesos de conquista,


periodos de rápido cambio social y político en el cual la identidad étnica canas puede haber sido
redefinida y afirmada, ya que los patrones sociales y culturales previos fueron interrumpidos o
cuestionados tanto por el Estado Inka como el Español, dentro de los cuales fueron integrados. El
estilo distintivo de la vestidura de los canas mencionado por Cieza, por ejemplo, puede haber sido
impuesta como emblema de etnicidad luego de la conquista inka. Entonces, ¿qué nos puede decir la
evidencia arqueológica acerca de la etnicidad canas?, ¿se puede reconocer a los canas por medio del
registro arqueológico?, ¿son ellos notablemente distintos de sus vecinos?, ¿se pueden identificar
los límites entre las etnias? ¿De qué manera cambió la conquista inka a los canas? Para poder abordar
estas preguntas, se retornará a una breve discusión (para descripciones más detalladas de la ar-
queología, cf. Dean et al. 1999, 2000, 2003) de la evidencias registradas por el Proyecto Arqueológico
de Prospección Regional Raqchi en cuanto a la prospección regional, excavaciones y análisis de
datos entre 1998 y 2001.

2.4. El área de prospección

El río Vilcanota se origina en el gran paso de La Raya (4313 metros sobre el nivel del mar), en
el límite departamental entre Puno y Cuzco y desciende en un valle estrecho a una elevación de 3400
metros, decrece progresivamente en elevación y consecuentemente se vuelve más temperado en
tanto el valle se ensancha. La región en estudio (Fig. 1) se ubica al extremo sur de este valle y limita
en su extensión norte con el más pequeño valle del río Sallca (un tributario del Vilcanota). Esta área
comprende las provincias modernas de Canas y Canchis, una región en la franja del cultivo de maíz
y originalmente dependiente del pastoreo de camélidos, aunque hoy en día se ha visto ampliamente
reemplazado por el de ovejas. El sitio arqueológico mejor conocido de la región se ubica dentro del
territorio de la comunidad de Raqchi. Los inkas conocieron este sitio como Cacha y los autores usan
el nombre de Cacha para referirse a los restos arqueológicos. Estos restos incluyen un santuario
importante dedicado a Viracocha, así como estructuras administrativas asociadas que fueron el foco
de atención principal para el levantamiento arquitectónico y las excavaciones (Fig. 3). Se definió una
zona de prospección en relación en gran medida a este sitio inka. La intención fue incluir un número
de zonas ambientales de ambos lados del valle del Vilcanota y abarcar la mayor parte de los apus
reconocidos por la población que vive actualmente en Raqchi (particularmente los denominados
Aukisa, Kanchinisu y Kinsich‘ata), de modo que se pueda evaluar el significado económico y ritual
del sitio dentro de su contexto local, así como su función al interior del Estado Inka.

Antes de discutir los datos y evaluar lo que tienen que decir acerca de la identidad étnica
canas antes y después de la incorporación al imperio, se tiene que hacer una advertencia: los
autores no han diseñado originalmente el área de prospección con el fin de evaluar la estructura y
función cambiantes de los canas como un grupo étnico. Si se hubiera hecho así, se hubiera definido
el área de prospección que se extiende más allá de los límites inka/coloniales de este grupo con el fin
de investigar la coherencia del patrón cultural material tanto dentro como más allá de estos límites.
En ese sentido, el área de prospección sólo hubiera cubierto una fracción del territorio canas y sólo
se habría tomado además una extensión más allá de su territorio que penetra en el de los canchis en
Combapata. Sin embargo, también se pensó que se podían usar los datos en relación al material
previamente publicado y a las discusiones con colegas que trabajan en zonas adyacentes con el fin
de considerar críticamente la información arqueológica e histórica relacionada con los canas como
un grupo étnico.

La prospección identificó y describió sitios a través de la recolección y análisis de una


muestra representativa de cerámica de superficie y conjuntos de materiales líticos. Se llevaron a
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 215

Fig. 2. El Partido de Canas y Canchis, por Pablo José Oricaín (dibujado en 1786, Archivo General de Indias,
Sevilla; planos: Perú/Chile N. o 99], y reproducido por Aparicio (1970: 191-192), quien ofrece una transcrip-
ción del texto dentro del mapa que se reproduce abajo:

«Canas y Canches»
«Comprende 11 Curatos
1. Sicuani con Marangani
2. San Pedro y San Pablo de Cacha
3. Tinta, Capital con Combapata
4. cacupe con Pitumarca
5. Pampamarca con Tungasuca y Surimana
6. Yanaoca
7. Langui con Layo
8. Checa con Quehue
9. Pichigua con Condoroma
10. Yauri
11. Coporaque con Candelaria y Guancani».

«Descripción de Canas y Canchis o Tinta

Tiene de Norte Sur 30 leguas y 15 de ancho su temperamento es generalmente frío por estar a la vista de la
cordillera, pero abunda en pastos con el que se mantiene un crecido número de ganado vacuno y ovejuno,
algunos carneros de la tierra, pacocha, vizcacha, venados, perdices, cuyes, palomas. Produce mucha cebada
y quinua, algún maíz, trigo, habas, papas y demás frutos de puna. Su comercio consiste en el chuño que sacan
para el Collao y en las telas, bayetas de jerga, cordellates, costales, sebos, quesos y pescado; sus cerros tienen
no sólo uno y otro metal sino también de cobre y azogue, ninguna se trabaja hoy, pero en los años pasados se
trabajaron en Condoroma. Hay piedra imán. Sus rios son el de Combapapta, Vilcamayo-Canas y algunos
arroyos».

Desafortunadamente, Aparicio Vega no transcribe el comentario breve en el mapa que se refiere al


sitio inka en Cacha. Es difícil discernir, pero aparentemente describe el templo como si fuera dedicado a San
Bartolomé.
216 BILL SILLAR Y EMILY DEAN

Camino inka
Muros y terrazas
Escombros del
Volcán Kinsach’ata

Fig. 3. Mapa esquemático del sitio inka de Raqchi, donde se muestra el muro perimetral externo. El cráter
principal del volcán Kinsach’ata está justo al norte del área presentada.

1. Probable tambo (Chaski Wasi)


2. El gran edificio (templo)
3. El lago poco profundo
4. Fuentes (baños inkaicos, norte)
5. Fuentes (baños inkaicos, sur)
6. Plataforma elevada
7. Grupos de edificios rectangulares en torno a un patio (Yanacancha)
8. Collcas
9. Cancha inka (Carcel Raqay)

cabo levantamientos de sitios con teodolitos y compases, así como mediciones con huinchas. Se
realizaron dibujos y fotografías de varios estilos constructivos y se registró toda evidencia de
prácticas funerarias. Así, los datos obtenidos se relacionan en primer lugar con la estructura del
asentamiento, forma de las viviendas, estilos de cerámica y tradiciones funerarias.

La mayoría de la estructuras encontradas fueron viviendas. Estas fueron registradas en


todos los planos, así como en los dibujos y fotos individuales. La vivienda provee de una de las
estructuras más importantes, ya que en ellas la población vivía de manera cotidiana. Por ello, es
clave en la expresión y reproducción del modo de vida y cosmología de la población (cf. Bourdieu
1978; Moore 1986; Blier 1987; Hodder 1990; Arnold 1991; Joyce 1991; Kus y Raharijoana 1990; Parker
Pearson y Richards 1994; Bloch 1995; Carsten y Hugh-Jones 1995; Dean y Kojan 2001). Es parcial-
mente por esa razón que Stanish (1989, 1992) presta particular atención a las formas arquitectónicas
de las áreas domésticas como un indicador potencial de etnicidad. Variaciones en el tamaño, estilo y
planta de las estructuras dentro de un asentamiento deben ser una base adecuada desde la cual se
puede llegar a la organización social de escalas mayores, incluyendo el grado de diferenciación
social dentro de la comunidad. La ubicación de estos asentamientos en la topografía local y cual-
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 217

quier inversión en la infraestructura de las actividades agrícolas o pastorales, así como la relación
entre comunidades, puede también usarse para obtener conclusiones acerca de la economía regional
y de toda jerarquía de asentamientos en el área.

El análisis de la cerámica recuperada de las excavaciones y prospección se basa en primer


lugar en el tipo de manufactura, particularmente el color de la arcilla y el tamaño, forma y color de las
inclusiones dentro de la arcilla (cf. Tabla 1). Esto implicó que todo fragmento de cerámica recuperado
pudiera ser analizado cualquiera fuese su tamaño y sin necesidad de que sea o no decorado. En la
mayoría de los casos estos tipos de manufactura se relacionan con estilos específicos de decoración
y forma, lo que permite su atribución a periodos y descripciones histórico-culturales específicos.
Algunos tipos de pastas, como el C11, fueron producidos o circularon muy ampliamente, mientras
que otros resultaron de una selección y procesamiento de materiales locales por parte de los alfare-
ros de acuerdo al tipo particular de «recipiente» utilizado en su comunidad y, de este modo, relacio-
nándose con un periodo y lugar particular donde se produjo la cerámica. El método de combinar los
«estilos tecnológicos» (Lechtman 1977) o «la elección tecnológica» (Lemonnier 1986; Sillar y Tite
2000) de materias primas y métodos de construcción específicos con un análisis de forma y decora-
ción puede proveer de un modo de más amplio rango para definir el rol de la cerámica en tanto
expresión de una identidad cultural, algo con más alcance que los análisis estilísticos comúnmente
usados en el estudio de la cerámica andina (Tabla 1).

Tal como la forma de la vivienda, el tratamiento de los muertos es, con frecuencia, un
aspecto importante de la cosmovisión de la población que está fuertemente relacionada con la
lealtad e identidad del grupo (cf. Chapman, Kinnes y Randsborg 1981; Munn 1986; Metcalf y
Huntington 1991; Isbell 1997; Parker Pearson 1999). Es significativo que tanto Guaman Poma como
Cieza de León describan tradiciones funerarias desde un punto de vista regional, señalando que las
diferentes áreas del Imperio Inka tenían diferentes modos de tratar a los cuerpos y de honrar a los
muertos. El análisis llevado a cabo por los autores de los patrones funerarios se basa en la evidencia
de restos humanos identificados en cuevas naturales, así como cistas, tumbas y torres funerarias
(chullpas).

Por las razones discutidas al comienzo de este artículo, los autores no creen que las diferen-
cias en la forma de la vivienda, organización del asentamiento, estilos de cerámica o tradiciones
funerarias puedan ser usados para definir los límites de un grupo étnico. Sin embargo, las similitudes
y diferencias dentro de cada una de estas actividades puede ser usada para evaluar el grado de
similitud cultural al interior y entre cada área específica. Aunque las identidades étnicas pueden
servirse de varios artefactos como emblemas, los grupos étnicos son principalmente entidades
sociopolíticas. Más que tratar de utilizar de manera inapropiada las evidencias arqueológicas para
reevaluar el tamaño y límites del territorio canas, se optó por aceptar que, en este nivel del análisis,
la evidencia documental provee la mejor guía para definir la tierra natal de los canas y se usó el
registro histórico del territorio del grupo étnico Canas como punto de partida. Lo que se desea es
determinar la coherencia de la cultura material dentro de este territorio antes de la expansión inka,
ver como se relaciona con la cultura material al interior del territorio de los grupos étnicos vecinos y
definir qué cambios tienen lugar durante el periodo del imperialismo inka. También se utilizó la
evidencia arqueológica para discutir la estructura económica y política del grupo antes y durante el
periodo inka.

3. Los canas antes de los inkas: la evidencia arqueológica

3.1. Patrones de asentamiento

Durante el Periodo Intermedio Tardío (c. 1000-1450 d.C.) los sitios de Wanq’siki y Yanamancha
(Fig. 4), que fueron ocupados durante el Horizonte Medio, devinieron a ser complejos de mucho
N. o Fractura Matriz de la Inclusiones Decoración Formas Fechado
arcilla probable

Textura/ Color del cuerpo Material, canti- Acabado de su- Formas princi- Fechado pro-
apariencia de la arcilla que dad, forma, tama- perficie, color y pales conocidas puesto basa-
de rotura rodea las inclu- ño y color de forma de la deco- que se hacen con do en con-
fresca siones inclusiones no ración pintada o esta pasta texto arqueo-
plásticas dentro plástica lógico y esti-
de la arcilla lo

C1 Aspéra, Marrón a rojo Inclusiones de Engobe rojo Mayormente usa- Predominan-


dentada/ (Munsell: 10R 5/ pizarra de 1-3 mm, (Munsell: 2.5YR da para hacer ja- temente Pe-
laminar 8) ocasionalmente 5/6) con decora- rras, vasijas de riodo lnter-
de 5 mm. Pobre- ción pintada en cocina y platos / medio Tar-
mente escogidas rojo y negro cuencos abier- dío (similar a
y con una estruc- tos. Las paredes C11)
tura laminar y de las vasijas
bordes un poco son, por lo gene-
erosionados (el ral, muy delga-
color varía de ro- das (casi 5 mm)
sado a marrón)

Cuarzo de color
gris con manchas
negras, muy oca-
sionalmente re-
dondeado (0,5
mm)

C2 Aspéra, Rojo-naranja Inclusiones abun- Autoengobe rojo. Vasijas de cocina Periodo In-
dentada/ (Munsell: 2.5YR dantes (30-45%) Aunque es rara- con bordes muy termedio
angulosa 5/8) de pizarra y mente decorado, evertidos (extre- Tardío (¿po-
mudstone (piedra ocasionalmente mos superiores siblemente
sedimentaria que muestra diseños de forma acam- con continui-
tiene una estruc- de líneas ondula- paluda y plana), dad hasta la
tura angulosa, das (o helecho) grandes jarras época inka?)
pero no laminar) pintadas en ne- con asas tiradas
(0,5-1,5 mm), gro, rojo o gris (la arcilla puesta
más compacta sobre la vasija es
que laminar. El jalada por el al-
color varía de ro- farero y el cabo
jo a rosado, ama- puesto abajo para

Tabla 1. (En esta página y las subsiguientes). Panorama de los principales tipos cerámicos identificados. El
análisis de la cerámica está basado en descripciones de la pasta o composición del material utilizado para
formar las vasijas. En la mayoría de los casos, las pastas referidas en la Tabla 1 se relacionan con estilos
específicos de decoración y forma, permitiéndoles ser vinculados a descripciones histórico-culturales de
cerámica mejor conocida. Se han utilizado estos «estilos» para indicar periodos probables de tiempo (e.g.,
Inka, Periodo Intermedio Tardío, Formativo, etc.), aunque los fechados radiocarbónicos obtenidos resaltan la
necesidad continua de reconsiderar su significado cultural y cronológico. El Dr. Rob Ixer (University of
Birmingham, Inglaterra) ha comenzado a compilar una descripción petrográfica detallada de estos tipos de
manufactura basada en el análisis de secciones delgadas, las cuales, se espera, brindarán en el futuro una
descripción más completa de su composición mineral.
rillo o verde. Al- formar la asa),
gunas inclusio- escudillas y muy
nes redondeadas ocasionalmente
(0,5 mm) son de keros de lados
cuarzo y posi- rectos con bordes
blemente algunas redondeados
de arenisca fina

C3 Arenosa Marrón oscuro- Inclusiones abun- El color de super- En el Periodo Esta pasta es
rojo dantes (40 %), ficie es marrón Formativo es característica
(Munsell: redondeadas a oscuro. Ocasio- usado para escu- del Periodo
2.5YR 4/6) casi redondeadas nalmente se pre- dillas abiertas, Formativo,
(0,5-1,5 mm) co- senta un engobe etc. Desde el Ho- pero también
lor blanco/amari- rojo (Munsell: rizonte Medio al es común en
llo, algunos con 5YR 4/4). En el Periodo Interme- el Horizonte
manchas negras). Horizonte Tem- dio Tardío no tie- Medio y el
Ocasionalmente prano/Periodo ne, por lo gene- Periodo In-
hay mica y muy Intermedio Tem- ral, decoración y termedio
ocasionalmente prano esta pasta es usada más Tardío. En
inclusiones re- es muy bruñida para grandes ja- los periodos
dondeadas de tanto dentro rras con bases re- posteriores
color negro o rojo como fuera y con dondeadas y con las inclusio-
oscuro mica visible en la asas de 4 cm de nes se vuel-
superficie, así ancho. En el Pe- ven gruesas
como decoración riodo Inka es usa- y esta pasta
aplicada, como do casi exclusiva- es usada para
ojos en forma de mente para vasi- grandes ja-
«grano de café» y jas de cocina rras y vasijas
líneas paralelas de cocina
incisas

Muy ocasional-
mente se usan los
colores gruesos
(casi incrusta-
dos) rojo y cre-
ma

C4 Fina/suave Rojo rosáceo a Inclusiones de Poco bruñido; la ¿Jarras? Los frag- Periodo In-
marrón cuarzo redondea- superficie está mentos tienden a termedio Tar-
(Munsell: 10R5/ das claras, blan- frecuentemente ser tan pequeños dío (¿conti-
8) cas y amarillas erosionada. Algu- que es difícil de- nua hasta en-
de variado tama- nas veces hay en- finir las formas trada la épo-
ño (0,2-0,05 mm). gobe rojo (Mun- ca Inka?); es-
Aparecen tam- sell: 7.5YR 6/4). casos ejem-
bién algunas de También apare- plos con dise-
mica y pizarra cen, inclusive, lí- ños tipo Killke
algo erosionado. neas negras y
blanco-crema,
pintadas y para-
lelas, pero son
aún más raras
C11 Aspera, Rojo rosado Inclusiones de Los interiores Ollas de paredes Este es una
laminar/ (Munsell: 5YR pizarra que va- son con frecuen- delgadas (2-5 pasta que se
dentada 6/6). General- rían del rojo os- cia alisados, los mm). Aún las ja- da mayor-
mente tiene un curo/púrpura a exteriores están rras grandes pue- mente en el
núcleo de coc- naranja-rosado raramente bruñi- den tener pare- Periodo In-
ción gris (oxida- claro (0,5-2 mm). dos, pero la cara des delgadas con termedio
ción incompleta) Ocasionalmente plana de las par- bordes amplios Tardío
hay cuarzo re- tículas de pizarra y evertidos (al-
dondeado de color rosado a gunos planos) y
gris pueden ver- asas que se pro-
se de un tamaño yectan desde el
grande en la su- borde al cuerpo
perficie. La su- mediante un es-
perficie puede tirado de la arci-
ser gris (cuando lla. Algunas escu-
no está oxidada), dillas y también
tienen un autoen- algunas jarras
gobe rosado a na- miniatura
ranja o rojo agua-
do, con líneas ne-
gras ondulantes

C12 Fina Naranja (Mun- Cuarzo abundan- Rojo aguado o Escudillas con Periodo Inter-
arenosa sell: 5YR6/8). te de color gris, pintura que cubre bordes planos o medio Tardío
Normalmente blanco y ocasio- la mayor parte con terminación y continua en
tiene un núcleo nalmente ámbar del cuerpo, con en ojiva son las la época inka
muy bien oxida- (0,5-1 mm), sub- pintura negra y, formas más co-
do angular y con ocasionalmente, munes. También
manchas negras; pintura de pobre hay keros con
algunas veces hay calidad de color bordes con termi-
cuarzo más gran- blanco. La pintu- nación en ojiva;
de y redondeado ra algunas veces jarras pequeñas
de color blanco/ se aplica sobre el de base plana con
gris (1-2 mm) autoengobe. asas tiradas y al-
Presenta líneas gunos platos con
entrecruzadas on- asas en forma de
duladas burdas; «cabeza de pato»
también apare-
cen líneas parale-
las o puntos.
Puede tener un
buen pulido en
pastas más finas

C16 Porosa Amarillo rojizo Cuarzo redon- Pintura roja, ne- Jarras y escudillas Periodo Inter-
(Munsell: 7.5YR deado abundante, gra, amarilla/blan- abiertas. Ejempla- medio Tardío
7/6). Normal- de color claro, ca (ejemplares res más tardíos in- a Inka
mente tiene un blanco y ámbar más tardíos inclu- cluyen platos de
núcleo de oxida- fino (2-0,5 mm). yen el púrpura) pobre calidad con
ción completa, Ocasionalmente sobre autoengobe asas en forma de
pero algunas ve- hay inclusiones naranja o engobe «cabeza de pato»
ces también es in- férricas redon- de color rojo muy
completa (con deadas (2 mm). claro y aguado
núcleo gris) También hay in-
clusiones planas
y negras, de apa- Los ejemplares
riencia de mica en tempranos tienen
la superficie diseños entre-
cruzados dentro
de círculos pinta-
dos en negro

C19 Aspera, Rojo ladrillo a Pizarra abundan- Engobe rojo Bordes planos en Periodo
dentada/ marrón claro te (1-3,5 mm) y (Munsell: 2.5YR forma de «L»; es- Intermedio
laminar (Munsell: 2.5YR ocasionalmente 5/8). Inclusiones cudillas abiertas Tardío
6/6). Los grandes cuarzo pequeño de pizarra blan-
fragmentos tie- (0,5 mm) y re- cas y rojas; por
nen núcleo ligera- dondeado de co- lo general visibles
mente gris lor claro y blan- en la superficie
co

C21 Fina, Marrón Inclusiones de Autoengobe con Jarras ¿Inka?


maciza (Munsell: pizarra finas (0,5- buen bruñido en
7.5YR 6/4) 2 mm), subredon- el exterior e inte-
deadas, de color rior alisado; oca-
blanco a naranja- sionalmente hay
rosado. Inclusio- líneas paralelas
nes pequeñas negras
planas

C24 Fina Rojo-marrón a Inclusiones de La superficie tie- Keros y escudi- ¿Periodo


naranja-beige cuarzo finas (0,1- ne generalmente llas Intermedio
(Munsell: 7.5YR 1 mm) y redon- un engobe de co- Tardío?
7/4) deadas. Manchas lor rojo oscuro
negras. Inclusio- (Munsell: 5YR3/
nes de calcita 3), con decora-
muy ocasionales ción en pintura
grandes y de co- negra, marrón y
lor blanco blanca. Algunas
veces está deco-
rada con líneas
ondulantes; otras
tienen un buen
pulido, particu-
larmente en el in-
terior de los es-
cudillas

C26 Laminar Rojo a marrón Inclusiones de pi- La superficie bru- Grandes jarras y Periodo
(Munsell: 2.5YR zarra gruesas (2- ñida con auto- escudillas Intermedio
6/6) 3 mm) e irregula- engobe resalta las Tardío
res, de color gris caras planas de
oscuro a rojo; las inclusiones de
contextura lami- pizarra en el ex-
nar terior. Algunas
jarras se colocan
222 BILL SILLAR Y EMILY DEAN

en el horno boca
abajo de modo
que presentan
reducción en el
interior

C32 Aspera, Naranja-amarillo Inclusiones vol- La calidad del Platos/escudillas, Inka. Posi-
dentada/ a rojo claro cánicas de color bruñido varía de rakis/aríbalos, blemente in-
tosca (Munsell: 5YR6/ negro, de gran bueno a un muy keros, wichis cluye el Pe-
(no laminar) 8). Por lo general frecuencia (20- buen pulido; el riodo Inka
presenta una 40%), bien esco- interior es alisa- Temprano,
buena cocción gida, pequeñas do. así como
irregulares (0,5- El rojo (Munsell: también hay
1 mm). Muy 7.5YR6/4 escasos
ocasionalmente red dish brown) ejemplos con
hay cuarzo re- y crema se usan decoraciones
dondeado (0,5-1 como colores de en estilo
mm) o también fondo junto con Killke de po-
inclusiones de una decoración bre calidad
calcita (0,5-2,5 pintada con los
mm) colores púrpura
y negro

C34 Fina, Naranja a rojo Cuarzo de color Las escudillas Jarras grandes y Periodo In-
porosa claro. (Munsell: blanco (0,5-1,5 pueden ser bruñi- abiertas peque- termedio
5YR6/6). Por lo mm); ocasional- das, pero mayor- ñas y escudillas Tardío/Inka
general tiene una mente hay gra- mente son ali- con bordes delga-
buena oxidación nos de cuarcita sadas. Por lo ge- dos y planos
más grandes (2 neral hay pintura
mm) de color negra sobre un
claro. Muy po- engobe rojo agua-
cas veces tam- do o, también,
bién hay mica y grueso, pero tam-
manchas de co- bién hay crema/
lor negro blanco, marrón y,
ocasionalmente,
pintura amarilla
sobre un autoen-
gobe naranja.
Ocasionalmente
aparece un diseño
grande de color
negro en forma de
llama (?)

C43 Fina, Naranja a rojo Hay inclusiones Hay autoengo- Jarras de base Inka (¿y Pe-
porosa claro. Por lo ge- variadas y po- be naranja y plana; platos de riodo Inter-
neral tiene una bremente esco- engobes de color poca profundi- medio Tar-
buena oxidación gidas, con casi rojo, con decora- dad (algunos con dío?)
un 25% de cuar- ción pintada en asas en forma de
zo angular blan- negro y algunas «cabeza de pato»)
co, un 10% de veces en púrpu- y escudillas
cuarzo redon- ra. Presentan un
deado y man- buen bruñido/pu-
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 223

chas negras. lido con mica fina


También apare- en la superficie.
cen algunos va- Tienen una línea
cíos gruesa de color
negro en el borde

C44 Fina, Naranja a rojo. Inclusiones irre- Pintura roja, púr- Plato de poca pro- Inka
áspera Presenta buena gulares (subre- pura, negra y fundidad (inclu-
cocción (cuando dondeadeadas) blanca, con buen yendo ejemplares
hay una sobre- 0,2-0,75 mm, de pulido. Los cue- con asas de «cabe-
cocción la pasta color negro a gris llos de los aríbalos za de pato»),
se vuelve negra/ claro (pueden son de color ne- aríbalos (con deco-
gris y algo poro- verse en un tono gro con líneas ración de líneas
sa) verde claro), tam- blancas. Los inte- paralelas negras y
bién hay inclusio- riores son alisados blancas en los cue-
nes cristalinas llos y aplicado en
algo yesosas, de forma de cabeza
color blanco/gris de puma)
(¿calcita?), rara
vez con un cuar-
zo más redondea-
do; la arcilla no
está siempre uni-
formente mezcla-
da

menor importancia. También es significativo que cuando Cieza de León (1986a [1553]: cap. XCVIII,
269) menciona las aldeas dentro del territorio canas («Hatuncana, Chicuana, Horuro, Cacha, y otros»),
él afirma que todos estaban ubicados en los cerros antes de que los inkas tomaran el control del área.
Este patrón se repite en gran parte de los Andes surcentrales, donde la ocupación de las cimas de los
cerros caracteriza los asentamientos del Periodo Intermedio Tardío (Kendall 1985, 1996; Parsons y
Hastings 1988; Hastorf 1993).

La prospección arqueológica regional de los valles del Vilcanota y Sallca realizada en el


curso de seis meses entre 1998 y 1999 confirma de manera general la afirmación de Cieza (Dean et al.
1998, 2000, 2003). Hacia el final de la prospección se documentaron 287 sitios en el área, con un
extensión total de 520 km2 (Fig. 1). Uno de los muchos patrones que surge de los datos de la
prospección es la aparición de más de 100 «nuevos» asentamientos a lo largo de las cumbres del
valle durante el Periodo Intermedio Tardío (Fig. 8). Aunque no existe evidencia de actividades más
tempranas en esta parte de la sierra, parecen serlo a modo de entierros y santuarios, si bien no de
sitios de ocupación permanentes. Las razones para este movimiento masivo en la ubicación de los
asentamientos y el aparente incremento en la población asentada pueden tener explicaciones com-
plejas y multivariantes como, por ejemplo, una época belicosa, poblaciones disgregadas debido al
aumento demográfico, un énfasis más grande en el pastoralismo y las zonas altas de pastoreo,
cambios climáticos que provocaron que los asentamientos de la parte baja del valle sean menos
atractivos para la ocupación y motivaciones posiblemente rituales (como el traslado a las zonas de
dominio de los apus, las deidades vivientes de los cerros) (cf. Dean et al. 2003).

La afirmación del aparente «incremento» en los asentamientos durante este periodo de


tiempo no se hace necesariamente sin caer en controversias. En un primer análisis, 69% de los sitios
Fig. 4. Fotografía aérea del volcán Kinsich’ata y el centro administrativo inka en Cacha (Servicio Aerofotográfico Nacional 1962).
Número de Nombre del sitio Contexto y material Fechado Fechado Calibración de 2 sigmas Periodo (s)
laboratorio radiocarbónico radiocarbónico aproximado(s)
convencional

Beta-156736 Pukara Uhu Sitio R18, Area D, 1330 ± 40 a.p. 1340 ± 40 a.p. 640 a 770 d.C. (calib.) Horizonte Medio
Estructura 1, contexto 1310 a 1180 A.P. (calib.)
2052/2
Chenopodium sp. carboni-
zado
Beta-156737 Pukara Uhu Sitio R18, Area A, 830 ± 40 a.p. 1090 ± 40 a.p. 880 a 1020 d.C. (calib.) Horizonte Medio; Pe-
Estructura 1, contexto 1070 a 930 A.P. (calib.) riodo Intermedio Tardío
2008 (parte temprana)
Zea Mays sp. carboniza-
do
Beta-156738 Pukara Uhu Sitio R18, Area B, 2510 ± 50 a.p. 2580 ± 50 a.p. 820 a 760 a.C. (calib.) Horizonte Temprano
Entierro 3, contexto 2129 2770 a 2710 A.P. (calib.)
Madera y 680 a 550 a.C. (calib.)
carbonizada 2630 a 2500 A.P. (calib.)

Beta-156739 Pukara Uhu Sitio R18, Area B, 1880 ± 50 a.p. 1950 ± 50 a.p. 50 a.C. (calib.) a 140 d.C. Periodo Intermedio
Estructura 3, contexto (calib.) Temprano
2025/1 2000 a 1810 A.P. (calib.)
Madera carbonizada
Beta-156740 Kinsich’ata Cocha Sitio R22, 800 ± 40 a.p. 1040 ± 40 a.p. 910 a 920 d.C. (calib.) Horizonte Medio; Pe-
Estructura 1, contexto 1040a 1030 A.P. (calib.) riodo Intermedio Tardío
2200/1, Zea Mays sp. car- y 960 a 1030 d.C. (calib.) (parte temprana)
bonizado 1000 a 920 A.P. (calib.)

Beta-156741 Kinsich’ata Cocha Sitio R22, 510 ± 40 a.p. 580 ± 40 a.p. 1300 a 1420 d.C. (calib.) Periodo Intermedio Tar-
Estructura 2, contexto 650 a 530 A.P. (calib.) dío; Inka Temprano
2207/1
Madera
carbonizada
Beta-156742 Kinsich’ata Cocha Sitio R22, 290 ± 40 a.p. 530 ± 40 a.p. 1320 a 1350 d.C. (calib.) Periodo Intermedio Tar-
Estructura 2, contexto 630 a 600 A.P. (calib.) dío; Inka Temprano
2208/1 y 1390 a 1440 d.C. (calib.)
Zea Mays sp. carboniza- 560 a 510 A.P. (calib.)
do

Tabla 2. (En esta página y la siguiente). Fechados radiocarbónicos obtenidos por el Proyecto Arqueológico Raqchi y comparaciones con fechados
radiocarbónicos de la zona previamente publicados (Nota: las denominaciones de los periodos se basan en las de Rowe [1948], modificadas luego por Bauer
[1992]; cf. Fig. 24).
Número de Nombre del sitio Contexto y material Fechado Fechado Calibración de 2 sigmas Periodo(s)
laboratorio radiocarbónico radiocarbónico aproximado(s)
convencional
Beta-156743 Pukara Sicuani Sitio R48, 570 ± 40 a.p. 580 ± 40 a.p. 1300 a 1420 d.C. (calib.) Periodo Intermedio Tar-
Estructura 1, contexto 650 a 530 A.P. (calib.) dío; Inka Temprano
2308/3
Chenopodium sp. carboni-
zado
OxA-12146 Raqchi Templo (R1), 462 ± 21 a.p. 1410 a 1475 d.C. (calib.) Inka Temprano a Inka
ichu adentro del adobe Clásico
OxA-12145 Raqchi Yanacancha (R1), 472 ± 21 a.p. 1412 a 1449 d.C. (calib.) Inka Temprano a Inka
ichu adentro del mortero Clásico
OxA-12401 Raqchi Carcel Rakay (R5), 503 ± 37 a.p. 1320 a 1350 d.C. (7,9% Periodo Intermedio Tar-
BILL SILLAR Y EMILY DEAN

ichu adentro de estuco so- de probabilidad, calib.) dío, Inka Temprano a


bre muro de edificio circu- 1390 a 1460 d.C. (calib.) Inka Clásico
lar
OxA-12400 Raqchi Chaski Wasi (R6), 612 ± 39 a.p. 1290 a 1410 d.C. (calib.) Periodo Intermedio Tar-
ichu dentro del mortero dío a Inka Temprano
Tx3996 Pikillacta Dentro del muro de estruc- 1100 ± 60 a.p. 770 a 1030 d.C. (calib.) Horizonte Medio
tura wari (McEwan 1987:
89)
OXA-3958 Huillca Raccay Semilla excavada de ocupa- 850 ± 55 a.p. 1030 a 1280 d.C. (calib.) Periodo Intermedio Tar-
ción del Periodo Interme- dío
dio Tardío (Kendall 1996:
153)
SI-6988A Pumamarca Dintel de madera de es- 660 ± 60 a.p. 1260 a 1410 d.C. (calib.) Periodo Intermedio Tar-
tructura inka (Kendall dío, Inka Temprano
1996: 153)
UCLA 1676K Yucay Dintel de madera de es- 365 ± 60 a.p. 1430 a 1650 d.C. (calib) Inka Clásico
tructura inka
(Kendall 1985: 347)
UCLA 1676D Canamarca Dintel de madera (Kendall 475 ± 60 a.p. 1300 a 1360 d.C. Inka Temprano a Inka
1985: 347) 1380 a 1530 d.C. Clásico
1570 a 1630 d.C. 7,3% pro-
babilidad) (calib.)
226
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 227

prospectados tienen suficientes artefactos y arquitectura diagnósticos7 como para permitir alguna
atribución a una época, al parecer correspondiente al Periodo Intermedio Tardío. Más aún, los
fechados radiocarbónicos (cf. Tabla 2, Fig. 24) obtenidos de las excavaciones en uno de los sitios
que comparten estas características los ubican de manera segura en el Periodo Intermedio Tardío
(R48, Beta-156743: 1300-1420 d.C. [calib.]). Sin embargo, las muestras de carbón excavadas en una de
las estructuras del gran sitio de Pukara Uhu (R18, Beta-156736-156739, Figs. 4, 8, 18) fechan a fines
del Horizonte Medio y a inicios del Periodo Intermedio Tardío (900-910 d.C. [calib.]), mientras que
otra estructura en Kinsich‘ata Cocha (R22, Figs. 4) pertenece al Periodo Intermedio Tardío/Inka
Temprano (Beta-156742: 1320-1350 y 1390-1440 d.C. [calib.]; Beta-156741: 1300 a 1420 d.C.) (Tabla 2).
Así, es más probable que un número de sitios que al principio se señalaron como del Periodo
Intermedio Tardío realmente representan continuaciones de los periodos previos y, finalmente,
continuan ocupándose en el periodo inka.

3.2. Viviendas y estructuras de asentamiento

Las formas de las viviendas y estructuras de asentamientos preinkas de los «canas» son
familiares para todo aquel que conoce los principios de la arquitectura de los Andes surcentrales
durante el Periodo Intermedio Tardío. Como se observa en el plano de un sitio «típico», Hankomarka
(sitio R228, Fig. 9), la organización de las estructuras a través del sitio parece ser orgánica y no hay
evidencias de una gran planificación. Las estructuras se distribuyen a menudo, aunque no siempre,
en grupos-patio. Murallas perimétricas rectilíneas, construidas a base de piedra, que los autores
interpretan como corrales, se asocian con algunas estructuras, tal como se ve en Hankomarka. Las
estructuras mismas son hechas con piedras de campo unidas con mortero de barro, construidas con
piedras de canteras locales, aunque unas pocas estructuras muy mal conservadas en los sitios R56
y R62 también sugieren el uso del adobe. Casi sin excepción son circulares u ovoides en forma y de
3 a 5 metros de diámetro interno (Fig. 5). Ocasionalmente tienen ventanas, pero ni las ventanas ni las
entradas se orientan consistentemente en una dirección. Las estructuras no brindan evidencia de
divisiones internas y raramente exceden un diámetro interno mayor a los 5 metros. Estructuras más
pequeñas de 1 a 1,5 metros en el diámetro interno se usaron posiblemente para almacenamiento o
para entierro y se asocian a menudo con agrupaciones de estructuras más grandes. En resumen,
aunque existe alguna variación en el tamaño de las estructuras y el número alrededor de un patio, no
hay mayor diferenciación en el estilo, escala o calidad de la arquitectura que facilite la identificación
de mayor diferenciación social o jerarquía de status al interior de estos sitios. Lo que se obtiene de
este análisis es evidencia de aldeas pastoriles densamente ocupadas, con un promedio de 50 a 250
estructuras circulares, pero sin señal de mucha diferenciación social al interior de ellas. Sin embargo,
en el 2001 se visitó un sitio fuera del área prospectada, denominado Canamarca, el cual requiere de
una reconsideración de esta, de alguna manera, visión «igualitaria» de la sociedad Canas (véase
abajo).

Stanish (1989, 1992) usa las estructuras de tipo doméstico como un indicador potencial de
etnicidad. Mientras que esto puede ser un modo apropiado para reconocer a colonos que llevan una
cosmovisión ajena al momento de ocupar un área más allá de su tierra natal, las formas de las
estructuras domésticas no difieren muy grandemente entre grupos vecinos que han compartido una
cantidad significativa de desarrollo cultural. De hecho, la forma circular de vivienda documentada
arriba es un rasgo común de los asentamientos del Periodo Intermedio Tardío a través de los Andes
(cf. Earle et al. 1980; Parsons y Hastings 1988) y está muy bien registrada dentro del área de la
cerámica killke alrededor del Cuzco (Dwyer 1971; Kendall 1976), así como en la región del lago
Titicaca (Hyslop 1977; Stanish 1989, 1992). De esta manera, la elección de los edificios circulares en
las cimas dentro del territorio canas no puede ser usado como un marcador distintivo de la etnicidad
canas. Se debe notar, sin embargo, que dentro de la «zona nuclear» killke, incluyendo el actual
Cuzco (e.g., González Corrales 1984; Kendall y Sillar 1995; Kendall 1996), las estructuras rectangula-
BILL SILLAR Y EMILY DEAN
228
Fig. 5. Plano del centro administrativo inka en Cacha.
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 229

res de pequeña escala que parecen ser viviendas domésticas para los «escogidos» o para funciones
especiales, empezaron a construirse en el Periodo Intermedio Tardío. Esta forma debe haber sido el
antecedente para el énfasis inka en las estructuras rectangulares en su arquitectura.

3.3. Cerámica

El estudio de los sitios del Periodo Intermedio Tardío en las cercanías de Cacha (Dean et al.
1999, 2000, 2003), muestra como ellos tienden a caracterizarse por cerámica con una pasta, decora-
ción y rango de formas muy similares (cf. Tabla 1). Estas pastas incluyen un tipo de temperante
deliberadamente añadido a la arcilla, típicamente o bien pizarra8 (e.g., C2 y C11) o cuarcita (e.g., C12
y C34). La decoración es, por lo general, con los colores naranja, rojo y crema, usando motivos
geométricos simples como líneas onduladas y reticulados en jarras grandes y pequeñas, ollas y
keros, y vasijas de cocina sin decoración (Figs. 10, 11, 12). Mientras que estas decoraciones y
formas son muy similares a las usadas por otras culturas del Periodo Intermedio Tardío al sur y al
norte, pero con muy raros ejemplos de estilos de tipo Killke (Bauer 1999; Bauer, Chatfield, McEwan,
Pérez Trujillo, Kendall y Zapata, comunicaciones personales), la utilización de pizarra como tempe-
rante es más común al sur, en el territorio colla (Steadman 1995) y puede sugerir influencias cultura-
les compartidas. Aunque ninguna de las pastas son mutuamente exclusivos, hay dos variantes
microregionales en las densidades de varias pastas. Por ejemplo, los pastas con temperante de
pizarra C11 y C2 (Fig. 10) son mayormente predominantes en la parte sur de la zona de prospección.
Sin embargo, en el área norte de la misma, alrededor de Combapata, la pasta dominante es el C34, un
tipo de pasta más fino, con inclusiones de cuarzo. Esto puede reflejar un traslape dentro del territorio
del grupo étnico Canchis.

3.4. Prácticas funerarias y vida ritual

Hay una amplia variedad de tipos de entierro dentro de la zona canas, desde entierros en
cuevas naturales (el patrón dominante en el área sur del área de prospección), entierros en cuevas
modificadas, «casitas» de adobe para los muertos, tumbas subterráneas, chullpas, o nichos dentro
de las estructuras domésticas (Figs. 13 a-f ). Alrededor de Combapata, en el norte, se encontraron
tumbas en farallones modificados con casitas de adobe, mientras que al sur se tienen muchas tum-
bas en cuevas sin modificar (Fig. 14). Aunque algunos de estos métodos de entierro pueden ser
relacionados con la naturaleza específica de la geología local, esto no debería hacer que se relacio-
nen las formas de las tumbas en términos puramente funcionales, ya que tanto la tierra y los aflora-
mientos rocosos están imbuidos de un significado considerable dentro de la cosmología andina (cf.
Sallnow 1987; MacCormack 1991). La mayor presencia de tumbas en farallones y «casitas» de adobe
alrededor de Combapata, puede, como los estilos cerámicos, reflejar la influencia de diferentes
tradiciones funerarias dentro del área del grupo étnico Canchis. Ciertamente, el uso de tumbas en
farallones es una tradición que continua desde esta área al norte y luego en dirección al valle del
Vilcanota.

También parece ser que existe una dimensión temporal en relación con los diferentes tipos
de tumbas. Basados en la cerámica de superficie asociada, las chullpas en la mayoría de los sitios
fechan en el Periodo Intermedio Tardío o en el periodo inka. De acuerdo con Isbell (1997), en su
discusión acerca de los monumentos funerarios, esto es lo que se puede esperar ver en los Andes
del sur. Sin embargo, la tradición de los entierros en cueva parece ser una más antigua. Las
excavaciones llevadas a cabo de los contextos funerarios del sitio de Pukara Uhu y, más reciente-
mente, las de Wilber Paliza (comunicación personal) de muchas tumbas en cuevas en la roca volcá-
nica adyacente a la comunidad de Cocha, arrojaron cerámica del Periodo Intermedio Temprano,
Horizonte Medio, Periodo Intermedio Tardío, del Horizonte Inka y de la época colonial. Esta conti-
nuidad en las ubicaciones de los entierros a lo largo de muchas generaciones puede sugerir tanto
230 BILL SILLAR Y EMILY DEAN

una fuerte identificación con los ancestros con rasgos particulares y específicos del paisaje y un
sentido estable de identidad de grupo a través del tiempo.

Sin embargo, se debe recordar que en los Andes el entierro no siempre fue un único evento.
Por el contrario, el proceso de muerte, momificación, culto a los ancestros y entierro podría tomar
varios años y los restos mortales de un individuo pueden ser removidos hacia un número no espe-
cífico de ubicaciones durante este proceso. Por ejemplo, un cuerpo puede haber sido tomado de una
chullpa de alto nivel para desecarse, antes de ser envuelto en sogas hechas de ichu y de que
finalmente se le coloque en las cuevas bajo los asentamientos o nichos al interior de viviendas
individuales. Diversas estructuras funerarias pueden reflejar parcialmente este proceso y, de este
modo, no representar necesariamente creencias religiosas, status social o grupos étnicos distinti-
vos.

Es posible, sin embargo, que estas diferencias en la forma de la tumba se relacionen con
diferencias grupales y posiblemente con una «local ethnic/ayllu/polity identification»9 (Parsons
et al. 1997: 330; Salomon 1995). Un modo de analizar más profundamente se puede hacer comparan-
do las modificaciones craneanas encontradas en cada tipo de tumbas. Un número de cronistas han
reportado como las diferentes formas de deformación craneana, en asociación con diferentes formas
de tocados y estilo de peinado fueron usados como marcadores étnicos (Cieza de León 1986b [1553]:
cap. XXIII, 68), aunque esto se vuelve más complicado por el uso de vestimenta, cabello y modifica-
ciones del cuerpo también como marcadores de género y status.

Durante el trabajo de prospección se identificaron cuatro estructuras en las cimas de los


cerros asociadas con sitios del Periodo Intermedio Tardío y que deben haber funcionado como
santuarios o adoratorios (Dean et al., 1999, 2000) (Fig. 14). Tienen de tres a cuatro veces el tamaño
de las estructuras del Periodo Intermedio Tardío en el área de estudio, poseen muros de muy baja
altura y no parecen haber sido usados como viviendas. Estos «santuarios» incluyen estructuras de
piedra de planta «circular doble» en Kanchinisu (sitio R16), los restos de una construcción similar
en Apu Joruro (R64), una gran estructura circular debajo de una cueva que es aún referida como un
santuario por los habitantes contemporáneos de Suyu (sitio R110), y otra estructura de planta
«circular doble» con un pozo profundo revestido con piedras en Quillahuara (sitio R56) (Dean et al.
1999, 2000, 2003) (Fig. 15). El propósito de estas estructuras es aún enigmático, pero parecen haber
funcionado como para orientar a sus usuarios en relación a importantes rasgos topográficos del
paisaje. Los tres alineamientos de piedra que salen del centro de la pozo revestido de piedra de
Quillahuara, por ejemplo, apuntan a los prominentes picos de montaña que son reverenciados como
apus inclusive hasta hoy en día (Dean et al. 2003). Esta impresión de una vida ritualizada centrada en
un paisaje natural no modificado y en los ancestros podría ser consistente con el modo de como se
piensa que funcionó la religión del Periodo Intermedio Tardío (cf. MacCormack 1991; Salomon y
Urioste 1991).

3.5. Resumen de las evidencias arqueológicas del Periodo Intermedio Tardío

Las similitudes en los pastas cerámicas, estilos arquitectónicos, prácticas rituales y funera-
rias sugieren una coherencia general entre estas poblaciones aun cuando ellos vivían en asentamientos
dispersos. Sin embargo —y tal como el trabajo de Steadman (1995) que ha arrojado dudas acerca de
la existencia de «... a clear cultural boundary between north and south»10 (1995: 3), y sugiere que
hubo un grado de intercambio e influencia estilística mutua entre los colla y lupaqa durante el
Periodo Intermedio Tardío— se encontró un traslape significativo en los bienes materiales de los
«canas» y aquellos de los sistemas políticos que limitaban con su territorio al norte y al sur. Hasta
ahora, este análisis no puede detectar límites claros a partir del patrón de cultura material en los
territorios históricos de los canas, los quispicanchis, los canchis y los colla. Por el contrario, se
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 231

observan grandes similitudes en la organización del asentamiento, forma de las viviendas, estilos de
cerámica y prácticas funerarias, lo cual puede demostrar un grado considerable de similitud cultural
a través de la región. No es claro si esto indica que un sentido fuerte y cohesivo de la identidad
canas no surgió hasta su incorporación Imperio Inka, o si sólo implica que la evidencia examinada es
insuficiente para esta tarea (posiblemente debido a que las categorías de cultura material de cerámi-
ca, arquitectura y restos funerarios que se eligieron para analizar no son el medio a través del cual se
puede diferenciar a los canas de sus vecinos). Si la etnicidad canas se definió en primer lugar en base
a la lealtad social y política al kuraka canas, esto no debió verse reflejado en la cultura material de la
vida cotidiana. Mientras que la semejanza entre la cerámica de los canas y collas (y muy poco entre
la cerámica de los canas y de los estilos tipo Killke) y su uso compartido del idioma aymara puede
indicar una similitud cultural, estos rasgos comunes no permiten confirmar la diferenciación
sociopolítica claramente expresada en las muy diferentes historias de sus compromisos con los
inkas. La evidencia etnohistórica sugiere que antes de la expansión inka fuera del Cuzco, los canas
vivían bajo la más grande amenaza de las conquistas militares de los colla y su líder Zapana (también
llamado Qhapaq Colla, cf. Julien 1983: 38; Cieza de León 1986b [1553]: cap. VIII, 22). El hecho de que
puede haber indicios de algunas diferencias microregionales en la cultura material alrededor de
Combapata puede sugerir que sólo por medio de un análisis más fino y detallado de una prospección
se pueda detectar propiamente el patrón material de la etnicidad.

4. Los inkas y los canas: el rol del estado en la reforma de la etnicidad

4.1. La expansión inka y la reacción canas: una visión desde la evidencia documental

Durante el Periodo Intermedio Tardío la mayoría de la población andina debió haber conoci-
do muy bien a sus vecinos. Las prospecciones y excavaciones realizadas arrojaron evidencia limita-
da de comercio e intercambio de cerámica killke o lucre al interior del territorio de los canas, pero es
más probable que la ruta del valle del Vilcanota proporcionara un paso significativo de comunica-
ción antes de la construcción del camino «inka». Debió haber sido un periodo de contacto, posible-
mente de conflicto, entre la población que vivía en el territorio canas y los grupos al norte y al sur
antes de la expansión inka. Sin embargo, la evidencia documental registra ampliamente la historia
desde el punto de vista de los inkas en tanto ellos se expandieron fuera del área nuclear del Cuzco
para conquistar o aliarse con los diversos grupos étnicos en la región andina.

Luego de la guerra semimítica contra los chancas (cf. Rostworowski 1988) los inkas comen-
zaron a expandirse hacia el sur en dirección al lago Titicaca, donde los inkas encontraron a los
canchis antes de sus interacciones con los canas. Cieza de León (1986b [1553]: cap. XLII, 124)
describe como los líderes de los canchis rehusaron la invitación del Inka Viracocha para acompañar-
lo en la bebida ritual para confirmar la paz y ofrecer su fidelidad al Inka. Luego de este rechazo, el
Inka combatió y derrotó a los canchis en una gran batalla en Combapata. Mientras, como se mencio-
nó anteriormente, las fuentes documentales no son claras en los límites exactos de los territorios
canas y canchis, este episodio sugiere que Combapata estaba dentro del territorio canchis y de que
se puede esperar que el límite entre los canas y los canchis puede estar en algún lugar al sur de
Combapata. Luego de esta derrota decisiva de sus vecinos, los canas acordaron encontrarse con el
Inka en Lurucachi —un sitio que no se ha podido identificar, pero que presumiblemente se encontra-
ba en la frontera canas o dentro de su territorio— y se prepararon para una amnistía. En reconoci-
miento de este arrepentimiento por parte de los canas, el Inka Viracocha envió grandes ofrendas a
los ídolos y sacerdotes canas en el templo de Ancocagua. Los embajadores canas se encontraron
luego con el Inka Viracocha en el templo de Vilcanota, donde ellos permanecieron por muchos días.
El Inka Viracocha les dio joyas y vestimenta fina a los embajadores y les dijo a los suyos que no
entraran en las casas canas y que no les hicieran daño a los canas (Cieza de León 1986b [1553]: XLII,
125). Habiendo escuchado las palabras del Inka Viracocha, los canas ofrecieron trabajar para el Inka
en el mantenimiento de los caminos y bajar de sus aldeas en las cumbres para servirlo. Luego, el Inka
232 BILL SILLAR Y EMILY DEAN

Viracocha les dio a los canas más ganado y participó con ellos en las libaciones y en los sacrificios
en el templo de Vilcanota antes de partir para Ayaviri. Uno de los rasgos más interesantes del relato
de Cieza es su discusión del rol que los sitios sagrados de los canas jugaron en la negociación de su
alianza con el Inka.

Aunque Cieza de León claramente tenía un buen conocimiento de los canas, no se debe
tomar sus palabras como una representación exacta o sin sesgos. Por ejemplo, Cobo (1988 [1653]:
131-132) afirma que el Inka Viracocha Inka derrotó a los canchis y a los canas; también sostiene
(ibid.: 125) que los canas proveyeron de tropas para ayudar a Inka Roca. De manera similar, se debe
notar que hay un número de variantes dentro de las fuentes documentales al momento de atribuir los
proyectos constructivos en Cacha a diferentes inkas. Cieza de León (1986a [1556]: cap. XCVIII, 270)
afirma que fue Inka Thupa Yupanqui quien construyó los «aposentos». Betanzos (1996 [1557]: cap.
XLV, 175) dice que fue el Inka Huayna Capac quien ordenó la construcción de un gran edificio
(templo) en honor a Viracocha cuando él pasó por Cacha durante una inspección del Collasuyo. Sin
embargo, Cobo (1988 [1653]: 131-2) afirma que fue el Inka Viracocha, mucho tiempo antes, el respon-
sable por la construcción de este templo, una afirmación repetida por Garcilaso de la Vega (1987
[1612]: cap. XXII). Estas divergentes historias pueden reflejar parcialmente diferencias en la posi-
ción social y comprensión de las fuentes que usó cada cronista. Ellas pudieron sugerir también un
proceso gradual de interacción cambiante, posiblemente incluyendo alianzas tempranas, en tanto
cambiaba la sociedad inka y se desarrollaba en una etapa antes del periodo de expansión imperial.
Alternativamente, algunas de estas diferencias pueden ser relacionadas a sucesivas etapas a través
de las cuales se construyó el sitio inka de Cacha, algo que ofrece la posibilidad de correlacionar esta
información con la investigación arqueológica.

La mayor parte de la literatura etnohistórica indica que los canas se aliaron con los inkas y
mantuvo un alto nivel de autonomía y prestigio en relación con otros grupos étnicos en el imperio
(Cobo 1988 [1653]: 131-132). Cieza de León (1986b [1553]: cap. XLII, 126) afirma inclusive que los
canas no estuvieron obligados a pagar tributo al Inka o presentarse para inspección en el Cuzco. En
una etapa significativa de la historia inka, cuando el poder de Pachakuti decae y el Inka sucesor,
Thupa Inka Yupanqui, necesitó afirmar su habilidad para mantener la cohesión del Imperio Inka, los
canas ofrecieron un apoyo crucial a Thupa Inka Yupanqui para sofocar la rebelión de los colla y
lupaqa. Cieza de León (1986a [1553]: cap. XCVIII, 270) sostiene que Thupa Inka Yupanqui construyó
los albergues en Cacha, posiblemente como un pago a los canas por su apoyo, así como una realizó
mejoras en la infraestructura de comunicación y control imperial. También fue durante esta rebelión
que los inkas aniquilaron a los habitantes originales colla de Ayaviri (un importante sitio que ocupa-
ba una posición clave en una bifurcación donde el camino del Collasuyu se dividía para seguir a
ambos lados del lago Titicaca) (Cieza de León 1986b [1553]: libro II, 150-151). Ayaviri estaba sobre el
paso de La Raya y más allá de cualquier definición etnohistórica del territorio canas, pero al parecer,
los canas fueron instalados más tarde aquí como mitmaqkuna. Cieza de León (1986b [1556] LII, 151)
sostiene que, luego de la masacre de los collas, el asentamiento de Ayaviri fue reconstruido por Inka
Yupanqui con un templo del Sol, albergues y depósitos, y repoblado con mitimaes (Santa Cruz
Pachakuti Yamqui 1993: fol. 27, v. 236 también se refiere a estos mitimaes). Esos mitimaes fueron
tomados del grupo étnico canas debido a su lealtad al Inka. 11 Esto pudo haber reforzado,
presumiblemente, la identificación de los canas con el camino del collasuyu y su control y manteni-
miento, extendiendo el territorio canas dentro de la cuenca del lago Titicaca.

4.2. Separando los canas de los canchis

Cieza de León es claro, por lo general, en su diferenciación entre los canas de los canchis,
pero muchos autores coloniales (e.g., Cobo 1988 [1653]: Libro 12, cap. II, 131) los mencionan a ambos
siempre simultáneamente. Basado en la descripción de Cieza acerca de las ubicaciones de los
asentamientos de los canas y canchis, Glave (1992: 26; reiterado más tarde por Stavig 1999: 3)
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 233

sugiere que eran grupos étnicos con una estructura social dualista, con los canas en la ribera oeste
del río Vilcanota y los canchis concentrados en el lado este. Esto podría ser una estructura dualista,
similar a aquella de sus vecinos aymara del norte, donde las dos partes de los collas (Umasuyu y
Urqosuyu) eran interdependientes y capaces de unir sus fuerzas para la guerra, así tuvieran que
haberse aliado a los lupaqa para ciertas actividades (Julien 1983: 14, 41). Esto lleva a la posibilidad
relacionada de que los canas eran un grupo predominantemente pastoralista de gran altura, mientras
que los canchis eran mayormente un grupo agrícola de maíz que ocupaba el valle bajo. Sin embargo,
Cacha es consistentemente descrito como el sitio de origen del grupo Canas. Aunque los inkas
reclamaron lugares de origen fuera de su territorio «natal», la identificación de los canas con Cacha
anima a creer que los canas ejercieron su dominio sobre algunas partes bajas de diversos valles en
la margen oeste del Vilcanota. Más aún, la descripción de Cieza describe claramente a los canchis y
los canas actuando como dos grupos independientes y que eligieron estrategias muy diferentes en
sus tratativas con el Inka. Aunque los canas y canchis compartieron una lengua y, al parecer,
culturas materiales y rituales muy similares (al menos en términos de prácticas funerarias), la combi-
nación de estos dos grupos probablemente se debe más al hecho de que en la etapa temprana del
periodo colonial el territorio de ambos grupos estaba unido y fue tratado como una sola unidad
administrativa (Stavig 1999).

4.3. El sitio inka de Cacha: una reconsideración del registro arqueológico

De lejos, el registro más notable y significativo de la presencia inka entre los canas es el
nuevo y principal complejo arquitectónico que construyeron en Cacha (Figs. 3, 4, 5). La construc-
ción mejor conocida y más prominente en este sitio principal es un muro largo que alcanza una altura
de 12 metros en el que se empleó mampostería de piedra de gran calidad en su base (normalmente
reservado para edificios inkas de gran status) y que se remató con grandes adobes rectangulares
(Figs. 16, 17). Este muro conformó la división central y soporte de techo de un gran edificio rectan-
gular que medía 92 por 25,25 metros. Las bases de piedra de 11 columnas están colocadas a ambos
lados del muro central. Una de esas columnas aún posee su remate original de adobes y mantiene su
altura de aproximadamente 8 metros. La descripción de Betanzos (1988 [1557]: cap. XLV, 175) y el
análisis arquitectónico de Gasparini y Margolies (1977: 248, Fig. 234) sugiere que estas columnas
sirvieron de apoyo a las vigas de un techo inclinado. Probablemente este es el templo o «gran
edificio» que Betanzos describió como el construido por Huayna Capac (Sillar 2002). Así como este
edificio, el complejo inka incluye un lago artificial, una plataforma elevada y una fila de edificios de
una planta muy regular dispuestos en torno a tres lados de su respectivo patio (Fig. 5). El sitio
también contiene a un gran conjunto de 152 estructuras circulares; éstas deben haber sido colcas
utilizadas para almacenar cosechas, así como otros materiales como cerámica, textiles, ofrendas
rituales y equipo militar para el uso del Estado Inka. Un gran muro, de 4 kilómetros de largo, encierra
la mayor parte de las estructuras inkas. Sin embargo, por fuera de este muro perimétrico, en el camino
inka que viene desde el Cuzco, se encuentra un recinto compuesto de ocho edificios rectangulares
dispuestos alrededor de un gran patio. Esta estructura, conocida hoy en día como Chaski Wasi, un
nombre que puede haber sido dado por Chávez Ballón (1963), fue probablemente un tambo o alber-
gue (Figs. 6, 7).

Tanto la estructura del «templo» y la plataforma elevada dominan un lago artificial, y el


templo también mira hacia el volcán; esto sugiere que la arquitectura fue construida para articularse
con estos rasgos del paisaje. Es posible que el manantial y el volcán fueran concebidos como el
lugar de origen (pacarina) de los indios canas mencionados en la leyenda de Viracocha. Muchos
cronistas mencionan que el «cerro ardiente» o volcán el que da la prueba de la interacción de
Viracocha con el mundo (Cieza de León 1986b [1553]: cap. V, 9; Santacruz Pachakuti 1993 [c.1615]: fol.
4v, 190), y parece ser que era a este tipo de «regalos divinos» a lo que los arquitectos del Inka
respondían (Sillar 2002).
234 BILL SILLAR Y EMILY DEAN

Fig. 6. Plano del tambo (Chaski Wasi).

El templo y las colcas fueron construidos sobre un terreno que fue sustancialmente alterado
por medio de nivelaciones, drenaje y la construcción de terrazas de alta calidad. Es posible que las
estructuras que aún quedan representan el aspecto más prestigioso de la ocupación inka, pero hasta
el momento no se tienen evidencias de ocupaciones domésticas inkas más modestas. En el 2001, con
el fin de investigar las fases constructivas y la función de esta arquitectura inka, se recolectó una
serie de muestras de carbón para fechados radiocarbónicos de pasto ichu usado en el mortero y
adobes de las estructuras inkas (Tabla 2). Sin embargo, el estilo de construcción de las partes
centrales del sitio —incluyendo el «templo»— sugiere que fue construido muy tardíamente en el
desarrollo de los estilos arquitectónicos inkas, probablemente algún tiempo después de la primera
fase de la expansión. Susan Niles (1999) atribuye las principales estructuras inkas de Cacha, inclu-
yendo el templo, al reinado de Huayna Capac y señala un uso similar del adobe para crear arquitec-
tura de escala monumental en Quispiguanca. Los autores están de acuerdo con esta comparación
con el estilo de arquitectura en Quispiguanca, pero el reinado de Huayna Capac sugiere que el sitio
fue construido sólo 30 años antes de la conquista española, cuando los dos fechados de muestras
de ichu usado en los adobes del templo (OxA-12146) y el mortero del sector Yanacancha (OxA-
12145) (ambos del mismo estilo y momento de planificacion dentro del sitio) sugieren que fue construi-
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 235

Fig. 7. Fotografía del tambo (Chaski Wasi).

do entre 1410 y 1450 d.C., como máximo en 1475 d.C. Basado en un análisis de su estilo arquitec-
tónico, se puede afirmar que algunos rasgos del sitio pueden ser más tempranos, en especial el
tambo (Chaski Wasi), lo que fue confirmado por un fechado radiocarbónico (OxA-12400) que
arrojo un rango entre 1290 y 1410 d.C. Este último fechado indica una fecha anterior al supuesto
fechado de 1438 para la guerra del Inka Pachakuti contra los chancas (Rowe 1946), sugiriendo que
esta estructura fue una manifestación de la primera etapa de la expansión inka fuera del Cuzco
(Tabla 2, Fig. 24).

La calidad y escala de la arquitectura inka probablemente refleja la importancia de las fun-


ciones religiosas y administrativas del sitio, así como su posición estratégica en el valle del Vilcanota.
Los sitios más cercanos de grandeza y planificación comparables, como Tipón y Pisac, se ubican
mucho más lejos río abajo del Vilcanota, en dirección al Cuzco. Aunque algunos elementos de la
arquitectura y plano de Cacha pueden ser comparados con Ollantaytambo (Protzen 1993) y
Quispiguanca (Niles 1999), sus características son únicas. Algunos de los rasgos del sitio —como el
acceso restringido a las colcas, el muro perimétrico y la forma cercada del tambo— pueden apoyar el
planteamiento de que Cacha fue tanto un centro ritual como un núcleo defensivo que los inkas
podían utilizar en su control del área. Posiblemente uno de los roles principales del nuevo sitio inka
de Cacha fue asegurar una base fuerte dentro del territorio de un aliado confiable y probado donde
los almacenes militares podían estar siempre preparados en prevención de cualquier rebelión futura
proveniente de la región del lago Titicaca. Pero, ya que el camino principal inka pasaba a través del
sitio y de que hay una gran área abierta al sureste del templo, parece más que el sitio era accesible a
grandes cantidades de personas. En cualquier caso, Cacha incluye muchas de las características
clave que se puede esperar de un centro administrativo inka: se ubica a un lado de una vía pública
principal del imperio, el camino del Collasuyu, incluye una gran plaza, una plataforma elevada (ushnu)
y un impresionante conjunto de depósitos. Como otros grandes sitios administrativos inkas, como
Hatunqolla (Julien 1983) y Huánuco Pampa (Morris y Thompson 1985) parece que Cacha fue ocupa-
da en un terreno casi sin ocupación anterior. Dentro del área de las colcas excavadas, algunos
236 BILL SILLAR Y EMILY DEAN

Fig. 8. Mapa de distribución de los sitios del Horizonte Medio, Periodo Intermedio Tardío y del Periodo Inca
registrados durante el programa de prospecciones de los autores.

depósitos contenían cerámica del Periodo Intermedio Tardío y huesos de llama. Aquí también se
encontró un muro divisorio interno que incorporaba fragmentos de un muro más temprano que hizo
gran uso de mortero y una selección más consistente de piedras planas que los muros inkas en el
área; esto tiene más en común con muros del Horizonte Medio en Yanamancha. Sin embargo, esta
nunca fue un área de actividad tan significativa del Horizonte Medio o del Periodo Intermedio Tardío
como si lo fueron Yanamancha o Pukara Uhu (Fig. 18), los cuales están más allá del muro perimétrico
inka (Fig. 4). Más aún, algunas partes del sitio central deben haber sido permanentemente inundado
antes del proyecto de drenaje inka.

4.4. Los caminos inkas: unificando la diversidad

Varios autores (v.g., Rowe 1982; Hyslop 1984; D’Altroy 1992) han resaltado la importancia
del sistema de caminos inkas y la infraestructura de tambos, depósitos y centros administrativos
asociados con él, como una herramienta esencial para integrar al Imperio Inka. El sistema de caminos
unía a los diversos grupos étnicos que los inkas incorporaban y esto facilitó la recolección de los
tributos, el movimiento de la mano de obra y del personal militar y las procesiones de los nobles
inkas que inspeccionaban a sus súbditos y realizaban rituales. Aunque estos caminos deben haber-
se usado por generaciones, las instalaciones estatales se convirtieron en los medios de comunica-
ción dentro de un modo de control estatal. No es coincidencia que Cieza de León (1986b [1553]: cap.
XLII) menciona explícitamente que los canas acordaron ayudar a los inkas con el mantenimiento de
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 237

Fig. 9. Plano del sitio de Hankomarka (R130), un sitio ubicado en las alturas y típico del Periodo Intermedio
Tardío en la región de estudio (plano levantado en 1999).

este camino. La lista de Guaman Poma (1980 [1615-1616], 1006 [1102]) de los tambos ubicados en el
camino del Collasuyo que sale del Cuzco incluye los siguientes puntos:

«Quispi Cancha tanbo rreal


Urcos, pueblo, tanbo rreal
Quiqui Xana, pueblo, tanbo rreal, puente de crisnejas de Cinche Roca Ynga.
Cancale, tanbo rreal
Conpa Pata, pueblo, tanbo rreal
Ccacha, pueblo, tanbo rreal
Ciquyaniyani, pueblo, tanbo rreal
Cachachi, pueblo, tanbo rreal
Cochachi, tanbo rreal
Uilca Nota, zerro, tanbillo
Chuncara, tanbo rreal
Aya Uire, pueblo, tanbo rreal
Pucara, pueblo, tanbo rreal
Cara Collo, pueblo, tanbo rreal
continua…»

Muchos de estos nombres serán familiares a cualquiera que haya recorrido el camino mo-
derno desde Puno a Cuzco (Fig. 1). Esto es debido a que muchos de estos tambos continuaron
ocupándose en el periodo colonial. Verdaderamente, muchos de ellos se convirtieron en la sede de
«reducciones» dispuestas durante las reformas del virrey Toledo (Stavig 1999). Debido a sus ubica-
ciones a lo largo de la mayor ruta de transporte de los Andes Centrales, estas comunidades, a
238 BILL SILLAR Y EMILY DEAN

Fig. 10. Cerámica del Periodo In-


termedio Tardío procedente del área
de prospección. a , b. Fragmentos
de una escudilla y una jarra descu-
biertos durante las prospecciones
a de los sitios R97 y R13. Ambos con-
juntos se conforman de una mezcla
b de arcilla y piedra pizarra (C11),
muy común durante el Periodo In-
termedio Tardío en la parte sur de
la región prospectada; c. Fragmen-
to de una olla descubierto durante
la prospección del sitio R22 (tam-
bién ubicado en la parte sur de la
zona de estudio). Se conforma de
c una mezcla de arcilla (C2) muy si-
milar al tipo C11, pero más grueso.

Fig. 11. Cerámica del Periodo In-


termedio Tardío procedente del área
de prospección. b, c. Fragmentos de
un vaso y un cuenco descubiertos
durante la prospección del sitio R10.
Los dos fragmentos están formados
con una mezcla de arcilla y granos
muy finos de cuarzo (C12). El tipo
C34 (no representado aquí) tiene
arcilla rojo-naranja, pero en otros
aspectos es muy similar al tipo C12.
a b La cerámica de tipo C12 y C34 es
muy típica de los sitios ubicados en
la parte norte de la zona de estudio.

diferencia de muchas reducciones ubicadas a mayor altura, continuaron floreciendo incluso hasta la
actualidad. Por esta razón la evidencia arqueológica para uno de los mayores impactos del Estado
Inka en el área canas, en otras palabras la construcción de estos tambos, yace ahora sepultado bajo
asentamientos modernos. El tamaño de estos sitios durante el periodo inka y la composición y
permanencia de la población que vivió aún son aspectos desconocidos. Las respuestas a estas
preguntas pueden tener un impacto sustancial en la comprensión del patrón de asentamiento de la
región. Estas son las únicas ubicaciones dentro del área prospectada en que la población del Perio-
do Intermedio Tardío pudo haber sido reasentada como se sostenía en la descripción de Cieza de
León (1986a [1553]: cap. XCVIII, 269-270), en la que los canas descendían al valle como consecuen-
cia de su incorporación al Imperio Inka. Este es un tema que requiere más investigación.

4.5. La organización del asentamiento y las viviendas inkas fuera del sitio de Cacha

Un comentario frecuente en relación a las provincias inkas es que lejos de las instalaciones
estatales hay una limitada visibilidad de la cultura material inka (Morris y Thompson 1985; Hyslop
1990). Sin embargo, los autores están sorprendidos de que aún tan cerca del Cuzco la única eviden-
cia significativa de la presencia inka está en el mismo sitio de Cacha. Además del sitio de Canamarca,
que se ubica más allá del área de prospección, y de una chullpa ocasional del periodo inka (R61, R62,
y R69) (las cuales se discuten abajo), sólo habían cinco pequeños sitios (R26, R52, R86, R210 y R224)
(cf. Fig. 8) dentro del área de prospección que arrojaban suficientes cantidades de cerámica clásica
y arquitectura inka como para permitir identificarlas predominantemente como de ocupación inka
(Dean et al. 1999, 2000, 2003). Como advertencia, se reconoce que es difícil fechar sitios basados
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 239

c d

Fig. 12. Cerámica del Periodo Intermedio Tardío procedente de Raqchi (Cacha) y actualmente ubicado en el
museo en Raqchi (Dib.: I. Ferrandiz). a. Jarra antropomorfica (C11), altura: 14 centímetros; b. Jarra deco-
rada con motivos tipicos del Periodo Intermedio Tardío (C2), altura: 42 centímetros; c, d: Ollas sin decora-
ción formadas con una mezcla de arcilla, arena y mica (C3). Altura: c=15 centímetros, d=17 centímetros. C3
es muy común en el sitio de Pukara Uhu (R18).

sólo en recolecciones de superficie cuando los estilos cerámicos son de larga vida y de que sólo
raramente se encuentran depósitos de gran estratificación durante nuestras excavaciones. Como
una complicación adicional, los fechados radiocarbónicos (cf. Tabla 2) obtenidos de contextos se-
guros de tres supuestos sitios del Periodo Intermedio Tardío (R18, R22 y R48, cf. Fig. 8), sugieren
que algunos de estos sitios comenzaron a ser ocupados en el Horizonte Medio y de que en pocos
casos estas ocupaciones continuaron hasta el periodo inka. Tal como Bauer (1992) sustentó para la
región de Paruro, allí parece haber un fuerte patrón de continuidad en los patrones de asentamiento
y subsistencia desde tiempos preinkas al periodo inka. Como ya se mencionó, además del sitio de
Cacha y la construcción de unos pocos tambos a lo largo del camino inka, la cultura material en el
área de los canas parece haber sido poco afectado por el Imperio Inka. Contrariamente a los comen-
tarios de Cieza (1986a [1553]: cap. XCVIII, 269-270), se sospecha que mucha de la población en el
Fig. 13A. Entierro en una cueva natural, registrado durante el programa de prospecciones (fotografía tomada
en 1999).

Fig. 13B. Dibujo de entierro en una


cueva modificada en el interior con un
muro de piedras. Registrado en 1999
(Dib.: I. Ferrándiz).
Fig. 13C. Viviendas de adobe que contienen entierros cerca al sitio de Sallacmarca, R17, en la parte noroeste
de la zona de estudio (fotografía tomada en 1999).

Fig. 13D. Dibujo de una tumba en cista registrada en el sitio de Pukara Uhu (R18) (Dib.: I. Ferrándiz).
242 BILL SILLAR Y EMILY DEAN

Fig. 13E. Chullpa típica del tipo registrado durante las prospecciones (fotografía tomada en 1999).

Fig. 13F. Nicho funerario ubicado en el muro de una estructura del sitio de Pukara Uhu (R18) (Dib.: I.
Ferrándiz).
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 243

Fig. 14. Mapa de distribución de los entierros y los sitios «santuarios» registrados durante el programa de
prospecciones.

territorio canas continuaron viviendo en sus casas circulares en asentamientos ubicados en las
cimas (pero véase abajo).

Un poco más allá del área de prospección, pero de gran significado para entender la organi-
zación del asentamiento en la región es el sitio de Canamarca (Figs. 19, 20). Desafortunadamente,
sólo se ha tenido hasta ahora una oportunidad para una visita breve a este sitio, el que requiere un
plano completo y un análisis arquitectónico en un futuro cercano. De esta manera, los siguientes
comentarios permanecerán tentativos en la presente etapa de las investigaciones. La ubicación de
este sitio —en la provincia moderna de Espinar— parece estar dentro del territorio canas (Fig. 1),
asimismo, incluye pastas como la C11 y C12, las que se han asociado con los canas. El sitio se ubica
en una superficie razonablemente llana a 3950 metros de altura, dentro de una ecología de puna
situada cerca a una extensa pampa. La arquitectura consiste de grandes estructuras rectangulares
(10-25 metros de largo), cada una de las cuales se localiza cerca a dos o más grandes estructuras
circulares (5-7,5 metros de diámetro interno), con nichos internos dispuestos alrededor de patios
comunes (cf. Kendall 1985: 382). Aunque las estructuras rectangulares en este sitio pueden haber
hecho pensar en mostrar una influencia inka, el estilo de construcción y el plano del sitio no indican
un tipo de planificación inka clásico (Figs. 19, 20).

Ann Kendall visitó este sitio en 1970 y tomó una muestra de un dintel de madera ubicado
sobre un nicho dentro de uno de los edificios rectangulares; el dintel fue fechado radiocarbónicamente
244 BILL SILLAR Y EMILY DEAN

Fig. 15. Una estructura enigmá-


tica, posiblemente un «santuario»
en forma de dos círculos
concéntricos con rayas de piedra
que se extienden desde el centro,
ubicado en el sitio de Quillahuara
(R56) (fotografía tomada en
1999). a. Demuestra la posición
de la estructura dentro del sitio;
b. Detalle del pozo central; c.
Detalle de la relación entre las
rayas de piedra y los «círculos».
Fig. 16. Vista de las ruinas inkaicas de Raqchi (Cacha) en 1999. Fotografía tomada desde los escombros
volcánicos del Kinsach’ata sobre el lago de poca profundidad, mirando por encima del gran muro central del
templo y de Yanacancha en dirección hacia las colcas circulares al fondo.

Fig. 17. El Templo de Viracocha. Nótese el diseño escalonado aplicado con un grueso pigmento rojo.
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 245

en la UCLA con el resultado de 475 + 60 a.p. (cf. Tabla 2, Kendall 1985: 347). Aunque Kendall es
cuidadosa como para reconocer las dificultades de plantear fechados precisos para este periodo
(parcialmente debido a mayores fluctuaciones en los niveles radiocarbónicos), es instructivo que
sólo fechados de muestras más tempranas que ella obtuvo fueron de Juchuy Cosco, Choquepuquio,
Pumamarca y Ancasmarca, mientras que Canamarca tenía fechados anteriores a los sitios del estilo
Inka clásico construido en la época Inka imperial como Patallacta, Yucay y Ollantaytambo (cf. Tabla
2). Dado este fechado temprano, los autores postulan que la prestigiosa arquitectura de este sitio
pudo tener un desarrollo autóctono, influenciado por la interacción canas con la región del Cuzco.
Si esto es correcto, entonces eso altera la imagen de comunidades relativamente igualitarias que se
ha obtenido de todos los otros sitios de ocupación del Periodo Intermedio Tardío en el territorio
mencionados hasta ahora. Posiblemente Canamarca es el sitio de «Hatun Canas», la capital canas
referida por Cieza de León (1986a [1553]: cap. XCVIII, 269). Si fuera así, no sería sorprendente
encontrar arquitectura de alto status correspondiente a la familia inmediata del kuraka en la capital
del grupo étnico Canas. Esto también puede sugerir algún nivel de interacción e ideas compartidas
para la arquitectura de elite entre los varios grupos étnicos de la región del Cuzco antes del surgi-
miento del Imperio Inka. A diferencia de otros sitios de la prospección, también se encuentra una
gran cantidad de cerámica inka de alta calidad —y también de la etapa colonial temprana— esparcida
en la superficie del sitio. Algunos bloques tallados de piedra verdosa, posiblemente pórfido diorítico,
los cuales son de calidad similar a aquellos encontrados en el Cuzco Inka, se pueden hallar en el sitio
y pueden indicar que un edificio de prestigio se estaba construyendo usando el mismo estilo de
trabajo en piedra que la capital inka o que, quizá, pudo haber sido destruido. Esto apoya la idea de
que los residentes de Canamarca participaron dentro de los rituales del Estado Inka, ganando acce-
so a algunos bienes simbólicos o de prestigio, mientras que al mismo tiempo mantuvieron muchos
aspectos de su propio modo de vida. Esta es una interpretación que encaja bien con el planteamiento
de que esta sea la capital del grupo étnico Canas y la residencia de sus kuraka.

Canamarca también tiene una cantidad significativa de cerámica del periodo colonial tem-
prano, así como rasgos arquitectónicos coloniales tempranos, tales como secciones proyectadas de
muros o contrafuertes. Sin embargo, el sitio parece haber sido abandonado en una época temprana
en el periodo colonial y no aparece en los mapas de dicho tiempo (Fig. 2). Probablemente fue
abandonado durante las reformas de Toledo y la imposición de las reducciones. En el mapa de 1786
de Canas y Canchis, a Tinta se le denomina como la capital junto con Combapata. Esto podría indicar
que Tinta se convirtió en la capital integrada tanto para los canas como para los canchis. Este
abandono de Canamarca puede representar la pérdida de poder del kuraka de los canas y el poder
emergente del encomendero colonial. La prospección, levantamiento y excavación de este sitio y el
área alrededor añadirán nuevos datos y materiales de manera sustancial para la comprensión de la
organización social de la región. Los autores piensan que una comparación del plano y cultura
material de este sitio con otros de status comparable en el Cuzco y la región del lago Titicaca
ayudarán de gran manera en el estudio de la estructura económica y sociopolítica de las sociedades
serranas durante el Periodo Intermedio Tardío.

4.6. Cerámica

En Cacha no se ha encontrado cerámica de los estilos Lucre o Killke asociada con el nacien-
te Estado Inka (Kendall 1996). Todos los análisis preliminares de la cerámica excavada adentro del
complejo central de Cacha (Fig. 5) sugieren que la cerámica inka es de un fechado tardío en el
desarrollo de los estilos imperiales de cerámica, algunos inclusive pueden ser cerámica de estilo Inka
hecha luego de la conquista española. Esto se basa tanto en el análisis de los hallazgos de la
prospección y excavaciones realizadas por los autores, así como en los materiales de excavaciones
realizadas anteriormente, principalmente aquellos de la Misión Española, dirigida por Ballesteros, y
las excavaciones hechas por el Instituto Nacional de Cultura, los cuales se guardan en el valioso
246 BILL SILLAR Y EMILY DEAN

Fig. 18. Plano del sitio de Pukara Uhu (R18), levantado en 1998.

Museo de Sitio (Figs. 21, 22). Parte de esta cerámica de estilo Inka tiene casi exactamente los mismos
materiales como la que preparan los ceramistas modernos que viven en Raqchi hoy en día, los cuales
usan la piedra volcánica de Kinsich’ata como material temperante y la arcilla de color naranja encen-
dido del llano inundable del Vilcanota (cf. C32 en Tabla 1, Fig. 21). Como los autores no han encon-
trado hasta ahora este tipo de materiales en relación a ninguno de los periodos cerámicos más
tempranos y como sólo se le ha hallado en las formas y estilos decorativos inka clásicos, esto puede
sugerir que los inkas establecieron un nuevo centro de producción casi al mismo tiempo que cons-
truían el nuevo complejo arquitectónico de Cacha, posiblemente de una manera similar a los ceramistas
que Huayna Capac dispuso en el centro de producción artesanal de Milliraya (cf. Spurling 1992).

4.7. Santuarios, templos y monumentos funerarios

Las descripciones etnohistóricas de la expansión militar inka y la formación de la alianza con


los canas llaman la atención al particular rol de los santuarios en las negociaciones intergrupales. La
inversión de trabajo subsecuente en el santuario de Cacha, así como las descripciones de otros
rituales estatales sugiere que los lugares sagrados de los canas continuaron jugando un rol impor-
tante en la relación que se desarrollaba entre los canas y sus aliados inkas. La descripción de Cieza
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 247

Fig. 19. Plano esquemático del sitio de Canamarca, dibujado por Ann Kendall en 1970 (Kendall 1985: 404,
plan 9).

del Inka Viracocha enviando grandes ofrendas a los ídolos y sacerdote del templo de Ancocagua
sugiere que este fue un santuario religioso muy importante durante el Periodo Intermedio Tardío y
que contaba con sus propios especialistas rituales. Reinhard (1998) brinda un fuerte argumento para
el por qué el sitio conocido hoy como María Fortaleza fue el sitio del periodo inka de Ancocagua y
sugiere que parte de su significado —al menos para los inkas— puede haber sido de que fue
concebido como el lugar de inicio u origen del río Apurímac. Cieza de León (1986b [1553]: cap.
XXVIII, 84-85) describe a Ancocagua como parte del territorio de Hatun Cana y afirma que tres años
después que los españoles llegaran al Cuzco, Diego Rodríguez Elemosín ayudó en saquear el templo
y reunió la suma equivalente a 30.000 pesos de oro. Betanzos (1996 [1557]: cap. XXX, 282-283)
describe como Juan Pizarro asaltó el sitio de Hancocagua (donde, afirma, algunos indios se fortifica-
ron luego de matar a su amo español). Betanzos también refiere una conquista de este sitio por los
inkas, una versión muy diferente a la entrada respetuosa y pacífica que Cieza de León describe que
los inkas hicieron.

En muchas maneras debería ser más sencillo identificar la ubicación del templo canas de
Vilcanota, debido a que su localización está bastante bien descrita por muchos cronistas: en las
nacientes del río Vilcanota, el paso que se conoce hoy como La Raya. Squier (1877) fracasó en su
intento de localizar el templo inka de Vilcanota, aunque describe algunas chullpas, y una estructura
que grafica y refiere como el «tambo». Reinhard (1995) tampoco pudo ubicar ni el «templo» ni el
«tambo» —la estructura descrita por Squier fue probablemente destruida por la construcción de la
vía férrea y puede estar bajo la moderna estación del tren— pero él, también, identificó la línea de
chullpas. Aunque La Raya está mas allá del área de prospección de los autores, se tuvo la oportuni-
dad de caminar por esta área. Como Reinhard, los autores no pudieron localizar ninguna estructura
mayor fuera de las chullpas. Se podría sugerir, sin embargo, que esta línea de chullpas (Fig. 23) bien
podría ser el «templo» descrito por Cieza de León (1986a [1553]). Así, cuando los canas fueron con
el Inka al templo de Vilcanota para beber juntos y acordar su alianza, lo hicieron en presencia de los
ancestros canas colocados en lo alto del paso montañoso. Parecía que estas chullpas y la mirada
siempre vigilante de los ancestros dentro de ellas hubieran marcado el límite entre los canas y los
colla en el Periodo Intermedio Tardío. Las comunidades contemporáneas en la región emplean chullpas
248 BILL SILLAR Y EMILY DEAN

como marcadores de límites entre comunidades hoy en día. Por ejemplo, el grupo de tres chullpas en
la cima del Kinsich’ata (Fig. 4) —los cuales se denominan hoy como kinsiwasi, «tres casas»— forma
el marcador de los límites entre las tres comunidades de Raqchi, Quea y Cocha, y cada comunidad es
la «dueña» de una de las chullpas. En sus acuerdos con los canas en el templo de Vilcanota, el Inka
reforzó el significado de este punto limítrofe y presumiblemente ayudó en el reconocimiento de la
autoridad de los ancestros canas colocados dentro de las chullpas.

Cieza de León (1986b [1553]: cap. XXVIII, 83) menciona a Vilcanota y Aconcagua, ambos
dentro del territorio canas, como los dos santuarios inkas después del Coricancha y el Guanacauri.
¿Es posible que los canas, aymarahablantes, con sus sacerdotes en el Aconcagua, fueran conside-
rados como para tener un reconocimiento religioso privilegiado por parte del Inka? En el análisis de
Szemiñski (1997), de las plegarias hechas por el Inka, él sugiere que parte de éstas, que aluden a un
creador o a una deidad organizadora u ordenadora, utiliza fórmulas rituales aymara y puede reflejar
una continuidad desde el periodo Tiwanaku/Wari. Aunque los inkas no confiaban del todo en los
colla y lupaqa, ellos honraron la «tierra sagrada» del lago Titicaca debido a su asociación con
Viracocha (Salles-Rees 1997; Bauer y Stanish 2001). Posiblemente, los canas aymarahablantes, con
sus importantes centros rituales, proporcionaron otro eslabón a este conocimiento sagrado.

Sin mapas para representar su mundo, los inkas usaron rituales para marcar la extensión de
su conquista e integrar a la población y a la tierra a su imperio. Estos rituales y mito-historias
debieron haberse adaptado constantemente y expandido en tanto se extendía el imperio. Como parte
de este proceso, los inkas incorporaron muchos santuarios antiguos a su «nuevo mundo». La
expansión y conquista inkas debieron haber incluido un elemento de fervor como el de las cruzadas
en tanto ellos buscaban incorporar templos relacionados con Viracocha y otros sitios religiosos a su
dominio. Una ocasión en la cual el peregrinaje a Cacha era de un particular significado fue durante
los rituales en torno al solsticio de junio. Molina (1947 [1572]: cap. V1, 51-62) describe un peregrinaje
anual que recorría las montañas hacia La Raya, donde se ubicaba el templo de Vilcanota y luego
retornaba al Cuzco a lo largo del río Vilcanota y el camino inka a través de Suntu (cerca a Sicuani),
Cacha (Raqchi), Quiquijana y Urcos (Fig. 1). Esta ruta honraba dos santuarios principales (Cacha y
Vilcanota) dentro del territorio canas, posiblemente aumentando el poder político y prestigio de los
canas por medio del refuerzo del vínculo personal y ancestral a las huacas reconocidas y honradas
por el Estado Inka. Esta ruta de peregrinación replicó de manera efectiva el viaje mítico de Viracocha
e incorporó muchas huacas dedicadas a él.

De acuerdo a los orígenes míticos de Cacha reportados por Betanzos (1996 [1557]: cap. II, 9-
11). luego de que Contiti Viracocha creó a los hombres en Tiwanaku, los envió bajo tierra a las
cuevas, ríos y manantiales de los lugares de origen de cada grupo étnico (pacarina). Contiti Viracocha
llamó a los indios canas a emerger de su lugar de origen en Cacha. Desafortunadamente, estos
primeros indios canas no reconocieron a su creador y trataron de atacarlo. En represalia, la deidad
hizo bajar fuego del cielo. Los indios canas esculpieron una gran estatua de piedra de Viracocha y
construyeron una suntuosa huaca en el lugar en que se detuvo cuando invocó al fuego del volcán
y luego lo extinguió, poniéndolos a salvo. Ciertamente, el término «canas» se relaciona tanto en
aymara como en quechua a palabras que significan luz, incendio e incendiario, posiblemente en
referencia a su asociación con este volcán.12 Sillar (2002) provee de una discusión del significado
ritual de Inka Cacha y algunas sugerencias para el propósito y significado de la arquitectura religio-
sa ubicada allí. Pero, en el contexto de este artículo es importante prestar atención al reiterado patrón
escalonado de la cantería del «templo», aplicado con un grueso pigmento rojo (Fig. 17). El uso de
motivos escalonados similares como rasgos arquitectónicos en otros pocos «sitios de origen»
como Maucallacta/ Paucariqtambo e Isla de la Luna han sido señalados por Bauer y Stanish (2001:
129-131), y pueden haber tenido un significado particular en relación a las pacarinas. Ya que cada uno
estos sitios también se asocia con ocupaciones del Horizonte Medio —y que este motivo escalona-
Fig. 20. Sitio de Canamarca (fotografía tomada en el 2001).

Fig. 21. Cerámica inka (fragmentos de aríbalos) procedente de Raqchi (Cacha). Los fragmentos arriba de la
línea están conformados por una mezcla de arcilla y andesita (C44), probablemente originaria de una zona
cerca de Lucre y Cuzco; los fragmentos debajo de la línea se conforman de una mezcla de arcilla (C32) que
utiliza el mismo tipo de piedra volcánica negra —similar a la pómez— que los alfereros de Raqchi extraen del
volcán Kinsach’ata en la actualidad y que probablemente era fabricada en Cacha.
a b
Fig. 22. a, b. Dos jarras utilizadas para una ofrenda, enterradas cerca de los collcas y recuperadas durante
los excavaciones de Washington Camacho. La jarra de arriba es la base de un aríbalo inka de la misma
mezcla de arcilla con piedra volcánica negra (C32) fabricada en Cacha; la de abajo utiliza una mezcla de
arcilla con pizarra o talco (C11) y tiene una forma y decoración de un tipo muy común durante el Periodo
Intermedio Tardío que, en opinión de los autores, se sigue produciendo durante la época inka.

Fig. 23. Vista de la línea de chullpas de planta cuadrangular del sitio de La Raya (Vilcanota) (fotografía
tomada en 1999).
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 249

do fue un elemento de diseño utilizado en arquitectura y cerámica tiwanaku— parece que el signifi-
cado religioso previo de estos sitios también está expresado. Posiblemente los inkas se valieron de
diseños tiwanaku con el fin de evocar el vínculo con la deidad Viracocha. Es importante notar que la
forma del «tambo» que Squier (1877: 401) identificó y cuyo plano levantó durante su visita a Vilcanota
tiene una planta escalonada y mira hacia el pequeño lago que, se dice, es el lugar de origen del río
Vilcanota.

Lo que puede ser significativo en el contexto de este artículo es que aunque Cieza define a
Cacha como una aldea canas y la plantea también como un importante santuario inka, igualmente
menciona a Ancocagua y Vilcanota como más significativos. Ni siquiera menciona a Cacha en su
descripción de la alianza canas hecha con el Inka Viracocha, aun cuando su expedición debe haber
pasado por Cacha en su camino a Vilcanota. Aunque toda la evidencia etnohistórica señala a Cacha
como un importante santuario para los inkas, así como la pacarina de los canas, no fue sino hasta
muy tarde (probablemente bajo Huayna Capac) que los inkas decidieron mejorar y desarrollar el
santuario como un sitio para el culto a Viracocha. Puede ser apropiado ver al nuevo templo inka
construido en Cacha como un obsequio dado por el agradecido líder inka al santuario de sus fieles
aliados, pero también puede reflejar el centro de este santuario en la deidad Viracocha (a quien los
inkas adoraban). Ninguno de estos aspectos contradice la función administrativa de Cacha en tanto
los centros administrativos inkas sirvieron también como espacios ceremoniales, así como de sedes
burocráticas (Morris y Thompson 1985). Uno de sus propósitos primarios fue anunciar y perpetuar
la presencia del Estado Inka (Hyslop 1990).

Las chullpas del periodo inka fueron construidas en el centro de unos cuantos sitios ubica-
dos en la cima de cerros dentro del área de prospección (Fig. 8 e). Estas estructuras están fechadas
por la cerámica inka imperial asociada. Un ejemplo particularmente fino es la chullpa construida en el medio
del sitio de Quillahuara que se asemeja en su calidad al estilo de trabajo en piedra usado en el Cuzco
imperial. No hay, sin embargo, ninguna evidencia del uso del mejor trabajo en piedra inka en la
construcción de chullpa en el área del Cuzco. Aunque la mampostería de las chullpas canas no es de
la gran calidad que tienen las de Sillustani, éstas si parecen ser el paralelo más apropiado para estas
estructuras, las cuales Julien (1983: 254) sugiere que sirvieron como necrópolis de la dinastía colla
residente en Hatunqolla. Como aquellas de Sillustani, las que Julien (1983: 255) describe como
«...evidence for a vigorous local tradition incorporating ideas from Cuzco»,13 parece que los canas
locales se prestaron del estilo de mampostería de gran status de los inkas con el fin de mejorar la
presentación de sus chullpas. Pero, a diferencia de Sillustani, este no es un cementerio de elite, si no,
más aún, simples estructuras construidas en el centro de lo que fueron sitios de ocupación relativa-
mente no jerarquizados. Se podría ver a estas impresionantes chullpas como objeto de un reuso
posterior al abandono de estos sitios, ciudades muertas que sirvieron luego como lugares ancestrales
apropiados para el emplazamiento de ciertos muertos de prestigio (cf. Doyle 1988). Alternativamente,
si estas comunidades continuaron siendo ocupadas, la colocación prominente de algunos de los
muertos en el centro de las comunidades vivientes en conjunción con la mejora sustancial de sus
estructuras funerarias podría sugerir el surgimiento de una mayor diferenciación social dentro de
estas comunidades y de una jerarquía social de la que los descendientes de estas elites seguramente
se beneficiarían.

4.8. Etnicidad en el centro: la identidad de los inkas de privilegio en el Cuzco

Habiendo discutido el impacto de los inkas en el grupo étnico canas, puede ser relevante
usar esto como un punto de referencia a partir del cual se puede considerar brevemente el rol que
jugó la etnicidad en la génesis de lo inka. ¿Fue acaso la organización social o la visión del mundo de
un grupo de relativamente pequeños grupos étnicos alrededor del valle del Cuzco los que ocasiona-
ron que éstos se unificaran y, a continuación, conquistaran y colonizaran un gran imperio?
BILL SILLAR Y EMILY DEAN

Fig. 24. Una representación gráfica de la calibración de los fechados radiocarbónicos mencionados en el texto utilizando el programa OxCal (provisto por
la Oxford Radiocarbon Accelerator Unit). Con ello se permite una comparación de los fechados obtenidos por el Proyecto Arqueológico Raqchi y otros
250
publicados previamente (datos atmosféricos de Stuiver et al. (1998); OxCal Bronx Ramsey (2003); cub r:4 sd:12 prob. usp(chron).
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 251

De acuerdo con sus propias historias orales, los inkas se las arreglaron para unificar nume-
rosos grupos indígenas del área alrededor del Cuzco en su lucha común contra los chancas (Betanzos
1996 [1557]; Cobo 1988 [1653]; Garcilaso 1987 [1612]; Guamán Poma 1988 [1584-1615]; Molina 1989
[1572]). Esta etnohistoria es bastante explícita acerca del hecho de que los inkas dependían de la
cooperación de un número de grupos étnicos para que peleasen con los chancas (v.g., mascas,
chilques, acos, mayu, tambo, anta, quilis cachi, quiguares y lares), aunque los cronistas estuvieran
en desacuerdo acerca de qué grupos se les otorgaba el privilegiado status de aliado de los inkas
(Bauer 1992: 21-22; Julien 2000: 242). Es claro que hasta que los inkas surgieron como el poder
dominante, estas alianzas se transformaron y cambiaron al modo en que estos pequeños grupos
étnicos competían por tierras y recursos. Es difícil afirmar hasta que punto los inkas fueron tan
hábiles en el sentido de que no sólo estaban preparados para pelear con sus vecinos, sino también
para tomar posesión y adquirir tierras. ¿Era esta la aspiración de todos los grupos étnicos o era un
rasgo único de la mentalidad inka, posiblemente debido a su estado inicial de gente «desposeída»?
Los mitos inkas de los orígenes afirman que los inkas provienen de fuera del Cuzco y que ellos
arrebatan la tierra del Cuzco al grupo indígena original (e.g., los huallas), y que luego continuaron
combatiendo, aliándose, estableciendo relaciones matrimoniales y reubicando otros grandes gru-
pos étnicos en el área (v.g., los ayamarca, cf. Julien 2000: 235-247). De manera similar, luego de su
guerra con los chancas, los inkas victoriosos ocuparon algunas tierras chancas y las dividieron
entre ellos y los kurakas de otros grupos étnicos que se unieron a ellos para combatirlos
(Rostworowski 1976; 1988). Luego de la derrota de éstos, Inka Pachakuti Yupanqui invitó a su propio
grupo de parentesco y a sus aliados a una gran fiesta. Luego de ésta, pidió su ayuda para reubicar
a la población que vivía en los alrededores del Cuzco y para reconstruir el Cuzco con el fin de
expresar en él el carácter céntrico de los grupos de parentesco inkas y de aquellos señores y grupos
étnicos que se aliaron con los inkas (Betanzos 1996 [1557]: XVI, 71; cf. también Julien 2000: 249).

El análisis de Zuidema (e.g., 1990) demuestra como la organización del paisaje y de los
deberes rituales expresaron y estructuraron la interrelación entre varios grupos de parentesco y
ayllus, cada uno de los cuales reclamaba sus derechos a tierras y agua dentro del área del Cuzco. Por
ejemplo, Molina (1989 [1572]: 74-75, tratado en Bauer 1998: 35-48) describe 10 panacas reales y 10
ayllus no reales (Chavin Cuzco, Arayraca, Uro, Tarpuntay, Sañoc, Sutic, Maras, Cuycusa, Masca y
Quesco), cada uno de los cuales jugó un rol importante dentro del calendario de actividades rituales
en el Cuzco. Estos ayllus no reales y los otros grupos étnicos de la región del Cuzco que se aliaron
con los inkas fueron llamados a veces los «inkas de privilegio», siguiendo a Garcilaso (1987 [1612]:
libro 1, cap. 23), quien describe como a estos grupos se les permitió adoptar algunos aspectos de la
vestimenta, estilos de peinado y horadaciones de los inkas. Aunque aquellos que estuvieran aten-
tos a los detalles de las jerarquías sociales inkas podrían fácilmente distinguir su vestimenta de la de
la «elite» inka o sangre real, superficialmente los «inkas de privilegio» se habrían visto como si
fueran parte del grupo étnico inka (cf. Wobst 1977). Estos súbditos quechuahablantes, que pagaban
tributos, tuvieron un status más bajo que el de grupo de parentesco inka «puro», pero aún así eran
considerados ciudadanos inkas dentro del naciente estado y jugaron un rol central a la hora de
emprender con los inkas la conquista y administración del imperio.

Como Brian Bauer ha sostenido, «understanding how various Cuzco ethnic groups were
incorporated into the Inca state is a necessary first step in the formation of a larger explanatory
model for the Inca state development»14(Bauer 1992: 14). Antes de la expansión inka, la región del
Cuzco se caracterizó por un extraordinario mosaico de estilos de cerámica y arquitectura (Bauer
1992; Kendall 1996), mucho más diversificada que la relativa unidad de los materiales cerámicos y
formas arquitectónicas descritas para el área canas, de tamaño comparable. Bauer (1992: 90) afirma
que la amplia distribución de la cerámica de estilo Killke (la cual incluye la adopción de motivos del
estilo Killke en pastas hechas localmente) puede reflejar una cercana interacción entre un número de
grupos étnicos antes de la formación del Estado Inka, lo que sugiere, posiblemente, el surgimiento
252 BILL SILLAR Y EMILY DEAN

de alianzas entre estos grupos. Bauer sugiere que la interacción entre aquellos que iban a ser inkas
de privilegio podían ser reconocidos por la dispersión de la cerámica killke, la cual era imitada en
muchos centros de producción e intercambiada o distribuida a lo largo de una amplia región durante
el Periodo Intermedio Tardío. Bauer se refiere que a esta fase preimperial como el periodo Killke (c.
1000 a c. 1400 d.C.). Kendall (1996) llega a una conclusión similar, aunque ella sugiere que el grupo
étnico Ayamarca produjo el estilo y pasta dominante Killke, mientras que el grupo étnico Pinagua
produjo los estilos y pastas Lucre/Killke y que hubo una confederación de estos grupos étnicos que
continuó desde la parte temprana del Periodo Intermedio Tardío hasta la parte temprana del siglo XV.
Pueden haber argumentos sobre como estas distribuciones de artefactos se relacionan con la
etnicidad, pero lo que es claro es que esta es una región altamente dinámica, con una gran variedad
de cultura material, lo que demuestra un alto grado de interacción mucho antes del periodo inka.

El primer logro inka fue la integración de estos diversos grupos étnicos como inkas de
privilegio, un grupo variado que estaba preparado para minimizar sus diferencias étnicas con el fin
de trabajar de manera conjunta. Esto no sólo se expresa en el uso de adornos del cuerpo relaciona-
dos, sino también en el desarrollo de nuevos estilos de cultura material, la cual deliberadamente se
inspiraba en variados estilos de cerámica y arquitectura de zonas distintivas de la región del Cuzco
(posiblemente representando diferentes grupos étnicos). Este conjunto resultante de textiles, cerá-
mica y arquitectura «inka» unificó «lo mejor» de los estilos locales y se convirtió en la forma
emblemática del Estado Inka. Puede ser significativo que el énfasis en los patrones geométricos
dentro de este estilo (más que los elementos más figurativos usados en otros estilos andinos)
tuvieron la ventaja de facilitar interpretaciones variadas para los que lo viesen y evitó imponer una
sola ortodoxia religiosa mientras se tenía éxito en desarrollar una cultura estatal. Posiblemente la
voluntad de expandirse de los inkas fue parcialmente inspirado por las continuidades en la práctica
ritual, incluyendo memorias compartidas y mitos de lugares sagrados distantes del periodo Tiwanaku/
Wari. Estas memorias y mitos pueden haber ayudado a sostener el de alguna manera artificial proce-
so de integración de grupos étnicos en el Cuzco y a la inspiración inka a incorporar los espacios
sagrados antiguos de otros grupos étnicos dentro de sus propias y adaptables cosmologías. La
integración de los inkas de privilegio proporcionó los ímpetus para implementar las estructuras
organizacionales y gubernamentales que se necesitaban para cohesionar al naciente estado (e.g.,
los caminos y depósitos, así como las relaciones jerárquicas expresadas en el paisaje ritual del
Cuzco.) Pero los inkas sólo se convirtieron en imperio luego de que se habían expandido para
incorporar a otras entidades tan grandes y complejas como la confederación del Cuzco conocida
como inkas de privilegio. Mas parece que la conquista de grandes y poderosas entidades como los
colla y los chimú pudiera haber transformardo la psiquis inka una vez más. Mientras que los inkas de
privilegio pudieron haber considerado al Imperio Inka como «suyo», los colla y los chimú nunca lo
hicieron: no sólo mantuvieron sus identidades, si no que también albergaron un fuerte elemento de
resistencia y de desafío a la autoridad inka. Los inkas tuvieron que usar la diplomacia y poder militar
para mantener a grupos étnicos tan poderosos como los colla dentro del imperio, pero a su vez el
acceso de los inkas a la mano de obra y recursos de estos grupos más distantes puede haber
alterado la relación del Sapa Inka y su grupo de parentesco con los inkas de privilegio dentro del
área nuclear del Cuzco. La entidad conocida como inka fue transformada radicalmente en tanto
cambiaron de un grupo étnico marginal a convertirse primero en líderes de una confederación cono-
cida como los inkas de privilegio (estado emergente) y luego en una familia imperial con el control de
uno de los más grandes imperios del mundo. En las etapas más tempranas de la expansión inka se
puede esperar ver métodos muy diferentes de incorporación de grupos étnicos vecinos como alia-
dos dentro de la confederación antes de que surgieran las grandes estrategias de conquista, coloni-
zación y control que caracterizó al imperio ya desarrollado. La incorporación de los canas se logró en
la cúspide de esta transformación final. Los canas estaban muy bien incluidos dentro de la órbita del
conocimiento social y geográfico de los inkas y, aunque estaban fuera de la esfera de interacción de
aquellos que se convirtieron en inkas de privilegio, ellos fueron un grupo étnico de tamaño modera-
do que estaba deseoso de unir sus fuerzas y convertirse en aliados leales de los inkas.
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 253

Si este análisis es correcto, todavía que otro problema más para tratar de resolver. ¿Por qué
habían muchos pequeños grupos étnicos en los alrededores del Cuzco durante el Periodo Interme-
dio Tardío? ¿Qué fue del impacto de las entidades políticas wari/tiwanaku en la región del Cuzco y la
subsecuente reorganización de la distribución de los asentamientos y las lealtades sociales que
siguieron a la desaparición del Horizonte Medio y que condujo a este complejo mosaico de grupos
étnicos?

5. Conclusiones

Llegando al final de este artículo, se han planteado muchas preguntas pero se han brindado
pocas respuestas. Mientras que, en general, se puede citar la máxima de James Thurber, en el sentido
que «...it is more important to know some of the questions than all of the answers»,15 es tiempo de
evaluar donde se ha estado y proponer algunas conclusiones de lo que se pueda hacer en el futuro.

La primera parte de la discusión se centró en las dificultades inherentes en la definición de


la etnicidad a través de la cultura material. Sin embargo, se tiene que advertir que las diferencias en
la cultura material no necesariamente equivalen a los diferentes grupos étnicos. Mientras que en
ciertos casos la cultura material puede ser muy útil para tratar de resolver las preguntas acerca de la
etnicidad étnica, no se ha formulado un diseño de investigación original con estas preguntas en
mente. El área de prospección no trató de comparar sitios dentro y fuera del supuesto territorio
canas, mientras que el análisis de artefactos se centró en la cerámica y la arquitectura, dos formas de
cultura material que — al menos en los Andes surcentrales— son notablemente difíciles de
correlacionar con diferencias étnicas.

De una manera similar y crítica, se exploró la relación entre etnicidad y el surgimiento de


estados expansivos, recordando las sugerencias de otros antropólogos de que la identidad étnica a
menudo surge o se forma en respuesta a interacciones con grupos foráneos. Estas discusiones
teóricas dejan al lector en un estado moderado de ansiedad posmoderna: ¿Cómo se puede afirmar
que el grupo Canas ha existido antes de su incorporación al Estado Inka? La respuesta de los
autores es: debido a que un número de documentos etnohistóricos del periodo colonial temprano
han sugerido que lo han sido. Esto, por supuesto, conduce a un dilema diferente: la mucha confianza
existente, a pesar de ser arqueólogos, en los datos etnohistóricos. Los autores de este trabajo le han
dado un gran énfasis a sitios como Vilcanota, Canamarca y Ayaviri, los cuales son conocidos prin-
cipalmente por la etnohistoria, pero se ubican algo más allá de los límites del área inicial de prospec-
ción. Sin embargo, también se cree que estas investigaciones arqueológicas han arrojado luces
sobre varios aspectos de la identidad canas, particularmente su organización social, la profundidad
temporal de sus tradiciones y la naturaleza de la identidad canas antes de su incorporación al
Imperio Inka, lo cual es inalcanzable a través sólo de la investigación documental. La mayor parte del
presente artículo ha explorado como la arqueología puede ayudar en una lectura más real de los
documentos etnohistóricos, con el fin último de discutir acerca de la identidad canas antes y des-
pués de su incorporación al Estado Inka.

Este último punto hace regresar al tema de estos tres volúmenes: etnicidad dentro de la
esfera inka. ¿Cómo un estudio del grupo étnico canas puede ayudar a entender este tema tan gran-
de? Los autores sostienen que fue por medio de este rol de los canas como aliados tempranos de los
inkas, como vecinos cercanos de los inkas que no fueron conquistados, pero que tampoco nunca
alcanzaron el status de «inkas de privilegio» que ellos tuvieron una perspectiva única en su identi-
dad étnica en el Imperio Inka. La mayor parte de otros estudios analizan este tema observando el
impacto inka sobre provincias distantes, con frecuencia rebeldes. El caso de los canas proporciona
una visión de la identidad étnica cerca al área nuclear inka. Los datos etnohistóricos sugieren que
mientras los canas se beneficiaron de su rol como aliados, ganando prestigio y poder dentro del
254 BILL SILLAR Y EMILY DEAN

creciente imperio, ellos nunca se «convirtieron en inka» o, en otras palabras, nunca dejaron de ser
canas.

Los inkas aparentemente tuvieron un impacto poco visible sobre la identidad de los canas
y, de hecho, su presencia en la región pudo haber servido, inclusive, para solidificarla. Los canas
dieron mantenimiento a los caminos inkas y ayudaron a pelear las guerras de los inkas, pero, al
menos hasta el periodo colonial, ellos mantuvieron su autonomía en un grado significativo. La
identidad local aparentemente dependía de la lealtad al kuraka local, deidades del paisaje y ancestros
y no a un gobierno centralizado y distante. No fue sino hasta la devastación provocada por las
reducciones coloniales y el desmantelamiento de las estructuras de poder local que la identidad de
los canas se convirtió en una identidad india quechua generalizada. La evidencia documental indica
que los canas hablaban aymara más que aceptar la adopción del idioma imperial quechua, que ellos
retuvieron el control sobre sus más importantes santuarios y de que continuaron el culto a sus
ancestros y apus como siempre lo hicieron. Los inkas construyeron Cacha dentro de un importante
centro ritual y administrativo, pero esto debe haber sido para honrar a la pacarina canas y para crear
una base administrativa segura más allá del alcance de los colla, más que un mecanismo para contro-
lar a los canas. Los inkas honraron al Ancocagua y Vilcanota, los dos santuarios canas más impor-
tantes, pero ambos sitios permanecieron firmemente bajo control canas. Mientras que los inkas
proporcionaron el santuario en Cacha, éste no fue de ninguna manera el más importante de los
centros rituales canas. Más aún, si la evaluación provisional del fechado y función de Canamarca es
correcto, los inkas no vieron la necesidad de construir una «nueva» capital para los canas tal como
si lo hicieron para los grupos más rebeldes, como los colla. Julien (1983) afirma que Hatunqolla fue
un «nuevo» asentamiento construido usando ideales inkas de planificación de asentamiento con el
fin de reasentar a la población rebelde de los colla. Basados solamente en el plano del asentamiento
y en la evidencia cerámica, puede ser posible afirmar que los colla se aliaron con los inkas y adopta-
ron su cultura material, si no fuera por las fuentes históricas, las cuales describen sus ambiciones de
expansión territorial y su instigación de mayores rebeliones en su intento de recuperar su indepen-
dencia (Julien 1983: 258). Posiblemente se debe ver que la fundación de nuevas «capitales» para
estos grupos étnicos —algunas veces incorporando aspectos de los centros administrativos inkas—
como una señal de que los grupos étnicos perdieron autonomía y de que hubo una mayor esfuerzo
de parte de los inkas para interferir y controlar estas poblaciones.

Mientras no se pueda fácilmente detectar la «etnicidad canas» en el registro arqueológico,


sólo se podrá afirmar que los inkas tuvieron un pequeño impacto sobre la cultura material de los
residentes «cotidianos» del sur del valle del Vilcanota. La población de la región continuó viviendo
bajo los inkas del mismo modo que lo hicieron durante el Horizonte Medio y el Periodo Intermedio
Tardío. Ellos producían cerámica muy similar a la que hacían antes de sus interacciones con los
inkas; su economía agropastoril no experimentó cambios significativos; inclusive, continuaron ocu-
pando sus sitios en las cimas ya entrado el siglo XV. De hecho, las tradiciones arquitectónicas y
cerámicas son de tan larga duración que a menudo es difícil distinguir límites temporales en la región
por medio de un análisis sólo de la cultura material. La evidencia arqueológica también dice algo
acerca de las relaciones a nivel inter e intragrupo dentro del territorio de los canas antes del periodo
inka. Contrariamente a las descripciones populares del Periodo Intermedio Tardío, en la cual peque-
ños y solitarios grupos delimitaron territorios defendibles en los inhóspitas «macizos» montañosos,
en el registro arqueológico de los canas se encuentra una comunión de pequeños grupos, cada uno
compartiendo similar cultura material y, con la excepción de Canamarca, exhibiendo notablemente
poco acerca del aspecto de la estratificación social. Tanto la investigación arqueológica como
etnohistórica de los autores han reafirmado el significado de los centros y entierros rituales en la
formación de identidad étnica y la interacción estatal con el grupo étnico.

Se concluye este artículo tal como se inició: con una serie de preguntas. No son preguntas
que se proponga responder en un tiempo corto, pero son temas que sería bueno poner sobre la mesa
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 255

con el fin de que lo consideren los colegas. Se ha escuchado mucho acerca del concepto de «pax
inka», pero ¿qué hay de una pax preinka? ¿Fueron los valles del Cuzco, Lucre, Urubamba y Vilcanota
lugares realmente tan violentos y caóticos como se les ha creído a menudo durante el Periodo
Intermedio Tardío? ¿O sería más apropiado aceptar la visión de Bauer (1992: 143) acerca de que se
trata de grupos vecinos que estaban en comunicación e intercambio regular y que se las arreglaron
para negociar una serie de alianzas mutuamente beneficiosas, forzando una nueva unión más fuerte,
ajena a su multiplicidad de etnicidades? Las etnicidad fue reforzada por los inkas y fue utilizada para
delimitar unidades sociales y territoriales dentro del sistema administrativo estatal; de aquí se dedu-
ce que cada grupo étnico debió haber tenido su propio centro administrativo. Sin embargo, los
aspectos específicos de lo que encerraba cada centro administrativo y su relación con cualquier
«capital» preinka del grupo étnico, puede diferir dependiendo de la relación del grupo local con los
inkas, su ideología y su acceso a los recursos (Morris 1998). Una excepción particularmente impor-
tante a esto fueron los grupos que se convirtieron en inkas de privilegio; estos aliados tempranos
fueron ellos mismos parte del aparato estatal y no se espera que ellos hayan necesitado o aceptado
centros administrativos que eran herramientas primarias de control imperial. Si esta hipótesis es
correcta, ¿se la puede reconocer en el registro arqueológico? ¿Cuánto de este aparato administrativo
y mejora de la infraestructura local resultó de un proceso «de arriba hacia abajo» impuesto por los
inkas y cuanto resultó de la influencia e ideología «de abajo hacia arriba», proveniente del grupo
étnico local? ¿Eligió un grupo la pacarina que los inkas honraron o los inkas escogieron las pacarinas
que ellos pensaron eran las más adecuadas? Finalmente, ¿en qué medida los miembros de cada
grupo étnico perdieron su facilidad de dar o mantener su lealtad a sus propios señores étnicos una
vez que esta jerarquía se vio reforzada por la estructura estatal y sus propios kurakas se volvieron
cada vez más herramientas del estado más que autoridades que podían justificar sus posiciones a
través de vínculos recíprocos con la población local?

Los autores de este artículo piensan que el área andina es una región del mundo especial-
mente productiva en la cual se puede tratar el tema de la arqueología de la etnicidad; sin embargo,
mucha de esta riqueza se relaciona directamente con cuan rico es el detalle etnohistórico asequible.
Con esta riqueza viene también una responsabilidad para discernir críticamente acerca de la relación
entre la cultura material y la documentación escrita. El área del Cuzco, en particular, es un área
fascinante en la cual se puede tratar estos temas, debido a un gran número de grupos étnicos que
ocupan tan pequeña área. Mientras que sólo se ha empezado a arañar la superficie de este tan
interesante terreno, los autores están agradecidos a los organizadores del IV Simposio Internacional
de Arqueología PUCP (2002) por haberlos animado a dirigir los datos hacía nuevas e interesantes
direcciones.
256 BILL SILLAR Y EMILY DEAN

Agradecimientos

Bill Sillar fue apoyado por una Leverhulme Special Research Fellowship y Emily Dean por
una beca Fulbright. Queremos agradecer el aporte financiero adicional de las siguientes institucio-
nes: University College London, University of Wales at Lampeter, University of California at Berkeley,
Tinker Foundation y la Anglo-Peruvian Society. El trabajo arqueológico fue llevado a cabo con un
permiso del Instituto Nacional de Cultura (INC). Queremos expresar nuestra gratitud a las autorida-
des de la filial del Instituto Nacional de Cultura del Cuzco y, en particular, a los arqueólogos residen-
tes del INC que facilitaron nuestro trabajo en Raqchi y gentilmente nos informaron acerca de sus
propias investigaciones en el sitio: Pedro Taca Chunga, Alicia Quirita, Washington Camacho y el
guardían del sitio, Sr. Sixto Camino. Amelia Pérez Trujillo trabajó como nuestra supervisora y admi-
nistradora del proyecto; las discusiones con ella nos han proporcionado mucha información y
aumentado nuestro conocimiento de la arqueología del departamento del Cuzco. Otros arqueólogos
cuya asistencia en la excavación, caminatas y registro hemos apreciado son: Bernardo Aparicio,
Víctor Ccahuana, Jaquelín de la Cuba, Werner Delgado Villanueva, Irwin Ferrándiz, Silvia Florez
Delgado, Helen García Luna, María Luisa González, Josefa Hidalgo, Alfredo Mormontoy, Wilber
Paliza Valencia, Alicia Quirita Huarocha y Herberth Reynaga. Elva Torres analizó los huesos huma-
nos recuperados de Pukara Uhu. Por último, pero no por ello menos, estamos agradecidos con las
comunidades de la margen sur del valle del río Vilcanota por compartir su conocimiento de la región
y por permitirnos vivir y trabajar en medio de ellos. En particular queremos agradecer a la comunidad
de Raqchi y, especialmente, a las familias de Maxi Amaru y Sebastián Amaru.

Notas
1
El pueblo contemporáneo de Raqchi se localiza en el sitio inka de Cacha.
2
«...nombres actuales de las provincias ubicadas en sus antiguos territorios […] así, en el departa-
mento del Cuzco, las provincias de Canchis, Canas, Anta, Chumbivilcas, y otras se nombran según
los grupos principales que habitan esas áreas».
3
«Podría ser […] incorrecto asumir simplemente que allí donde los arqueólogos pueden reconocer
diferencias estilísticas en la cultura material del pasado, es legítimo inferir la existencia de grupos
sociales que se consideran a sí mismos como distintos de otros».
4
«...se están destruyendo formas preexistentes de creación y mantenimiento de identidad, como, por
ejemplo el parentesco».
5
«Hubo una diferenciación étnica sustancial, aún dentro de las mayores agrupaciones étnicas
mucho tiempo antes de la conquista inka».
6
«...la política de retener la identidad étnica de cada grupo fue complementada por políticas que
regularon los contactos entre ellos [...] A los miembros de los diferentes grupos raramente se les
permitió interactuar informalmente y se les segregó cuando era posible».
7
Por artefactos diagnósticos nos referimos en primer lugar a la cerámica decorada con diseños
geométricos en negro sobre base rojo/naranja que corresponde a estilos o materiales bien definidos
del Periodo Intermedio Tardío regional. Estructuras circulares, hechas de piedras también se pensaron
que correspondían al Periodo Intermedio Tardío. Ambos supuestos, como se discutirá más tarde,
son cuestionables.
IDENTIDAD ÉTNICA BAJO EL DOMINIO INKA... 257

8
Por «pizarra» se entiende una roca sedimentaria de grano fino, la cual es relativamente friable y
tiene una estructura laminar. Los ceramistas quechuas modernos la llaman ch´alla. Esta categoría
incluye un material tipo talco bastante suave, pero es distinguible por las inclusiones más grandes
y por que no exhibe estructura laminar y tiende a formar inclusiones más grandes, las que se descri-
ben como mudstone.

9
«...identificación local étnica, a un ayllu o sistema político».

10
«...un claro límite entre el norte y el sur».

11
«Del pueblo de Chicuana, que es desta prouinica de los Canas hasta el de Ayauire aurá quinze
leguas: en el cual término hay algunas pueblos destos Canas...» (Cieza de León 1986a [1553]: cap.
XCVIII, 270).

12
Puede ser significativo que durante la guerra civil entre Atahuallpa y Huascar fue un indio canas
el que fue considerado particularmente relevante o hábil para iniciar o controlar los fuegos usados
en batalla (Pachakuti Yamqui 1993 [c. 1615]: fol. 41, 263).

13
«...evidencia de una vigorosa tradición local que incorpora ideas a partir del Cuzco».

14
«...el comprender cómo varios grupos étnicos del Cuzco fueron incorporados dentro del Estado
Inca es un paso necesario en la formación de un modelo explicativo mayor para el desarrollo del
mismo».

15
«...es más importante saber algunas de las preguntas que todas las respuestas».

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265-275 DE INTEGRACIÓN POLÍTICA... 265

LOS CENTROS DE PEREGRINAJE COMO


MECANISMOS DE INTEGRACIÓN POLÍTICA
EN SOCIEDADES COMPLEJAS DEL
ALTIPLANO DEL TITICACA

Edmundo de la Vega* y Charles Stanish**

Resumen

Las peregrinaciones a lugares sagrados fueron una práctica común en diversas sociedades andinas
prehispánicas. Las islas del Sol y de la Luna, en el lado sur del lago Titicaca, se interpolan en una de las más
importantes rutas de peregrinación que impusieron los incas como parte de su política de dominio estatal. De
igual modo, los centros funerarios de Cutimbo y Sillustani, pertenecientes a los señoríos Lupaqa y Colla
respectivamente, convocaron peregrinaciones anuales en el marco de ceremonias de culto a los antepasados.

Utilizando documentación etnohistórica e información arqueológica, referentes a tales centros de


peregrinaje, se discute la hipótesis sobre el uso de las peregrinaciones como mecanismos ideológicos de
control social y político por parte de sociedades complejas.

Abstract

CENTERS OF PILIGRIMAGE AS MECHANISMS OF POLITICAL INTEGRATION IN COMPLEX


SOCIETIES IN TITICACA’S ALTIPLANO

Pilgrimages to sacred places were a common practice in many prehispanic Andean societies. For
example, the islands of the Sun and the Moon, located in southern Lake Titicaca, formed one of the most
important pilgrimage routes imposed by the Inca state as part of its politics of state domain. Similarly, the
mortuary centers of Cutimbo and Sillustani, belonging respectively to the Lupaqa and Colla chiefdoms, re-
ceived annual pilgrimages as part of cult ceremonies dedicated to the ancestors.

Using ethnohistorical documentation and archaeological information with regard to such pilgrimage
centers, we discuss the hypothesis that the pilgrimages served as ideological mechanisms of social and politi-
cal control on the part of complex societies.

En la cosmovisión andina prehispánica, la noción de lo sagrado giraba en torno al concepto


de huaca, el cual tenía diversos significados y podía representar tanto a un personaje, animal, sitio
u objeto (Rostworowski 1983). En su dimensión geográfica una huaca podía ser una roca, cueva,
lago, cerro o montaña, que junto a cementerios y centros ceremoniales constituían el paisaje ritual
de la religión andina. Estos lugares se identificaban con pacarinas o centros de origen de pueblos,
dinastías, hombres, plantas y animales; eran también la morada de los apus o deidades, y de los
mallqui o ancestros deificados. Tales lugares sagrados fueron objeto de grandes reverencias, ritos
y sacrificios, siendo la peregrinación uno de los actos de mayor devoción y respeto.

* Universidad Nacional del Altiplano, Puno. E-mail: Collasuyo@punonet.com


** University of California at Los Angeles, Department of Anthropology. E-mail: stanish@anthro.ucla.edu
266 EDMUNDO DE LA VEGA Y CHARLES STANISH

La peregrinación es traslado, desplazamiento físico y emocional, desde el mundo local,


cotidiano y profano hasta un espacio sagrado. La sacralidad del destino final se constituye como
hierofanía, es decir una revelación de lo sagrado (Eliade 1967).1 Por lo general, el ámbito de influencia
de los lugares sagrados está restringido a espacios locales y regionales, pero existen otros cuyo
prestigio alcanza magnitudes supranacionales, y hasta «universales».

Los lugares de peregrinación son centros de poder sacralizado que poseen una gran
capacidad de convocatoria no sólo por la hierofanía que albergan, sino también por el contenido
simbólico asociado y todo el conjunto de actividades vinculadas a ellos. Durante el tiempo que dura
la peregrinación, tanto los individuos como los grupos familiares y étnicos se involucran en una
serie de interrelaciones que crean y fortalecen los compromisos y las alianzas, refuerzan las
identidades colectivas e individuales, se legitima la autoridad y el orden social y político, a la vez
que se participa de una intensa actividad económica ya sea a través del intercambio, de la
redistribución o del comercio. De otro lado, la peregrinación es un acto que se inicia en una motivación
personal, pero que trasciende al individuo al estar integrado dentro de una tradición colectiva: allí
radica su poder como mecanismo ideológico de control social. Es evidente, por tanto, que la
peregrinación, en cuanto fenómeno complejo, involucra tanto aspectos religiosos como políticos,
sociales, económicos, ideológicos y artísticos.

En la sociedad andina prehispánica, la peregrinación hacia lugares sagrados, ya sean


naturales (montañas, cuevas, rocas, lagos) o culturales (centros ceremoniales), fue una práctica
bastante común y ampliamente difundida, que contó además con el apoyo de las elites políticas
gobernantes, que además de impulsar tales prácticas también las controlaban directamente. El origen
de éstas se remontaría a periodos muy tempranos; puede haberse iniciado entre el Periodo Arcaico
Tardío y el Terminal (aproximadamente 3000-1500 a.C.), en el cual la construcción de centros político-
ceremoniales –del tipo de Caral, Kotosh, Las Aldas, El Paraíso y otros— alcanzó gran apogeo. Estos
sitios presentan amplios espacios públicos —plazas, templos, pirámides y plataformas— que habrían
servido para congregar a los peregrinos que acudían en determinadas fechas para la celebración de
ritos y ceremonias. Su ámbito de influencia habría alcanzado niveles locales y, eventualmente,
regionales. En periodos posteriores y hasta la llegada de los españoles, las peregrinaciones no sólo
continuaron, sino que además algunos de los centros de peregrinación alcanzaron un prestigio
panandino, como Pachacamac, Coricancha y la Isla del Sol.

En el presente artículo se quiere resaltar el aspecto político de las peregrinaciones


prehispánicas en el área del Collasuyo. Particularmente, los autores se concentran en dos tipos de
hierofanías —los santuarios de las Islas del Sol y de la Luna y los centros funerarios de Sillustani y
Cutimbo— que funcionaron en contextos políticos diferentes: el Estado Inca y los señoríos aimaras
de Collas y Lupaqas (Fig. 1).

Sillustani fue uno de los centros funerarios más grandes del altiplano y el de mayor impor-
tancia para el señorío de los collas. Se ubica sobre una pequeña península en el lago Umayo, a 34
kilómetros al noreste de la ciudad de Puno y a menos de 4 kilómetros de Hatuncolla, lugar de
residencia del mando político del señorío (Fig. 1). Aunque se ha documentado la existencia de
ocupaciones durante el Periodo Arcaico Medio (6000 a.C.), el Periodo Formativo (2000 a.C.-400 d.C.)
y Tiwanaku (400-1100 d.C.), la evidencia cerámica y las características arquitectónicas de las chullpas
señalan que la ocupación principal está asociada a los periodos Altiplano (1100-1450 d.C.) e Inca
(1450-1533 d.C.), tiempo en el cual Sillustani alcanzó su mayor expresión como centro funerario.

El sitio ocupa un área aproximada de 60 hectáreas y está compuesto por diversos sectores
(Ayca 1995: 30). El sector funerario, sobre la explanada, es el mayor de todos. Allí se encuentran una
gran cantidad de chullpas y tumbas. En las laderas de la explanada se hallan conjuntos de terrazas
LOS CENTROS DE PEREGRINAJE COMO MECANISMOS DE INTEGRACIÓN POLÍTICA... 267

Fig. 1. Ubicación de los sitios de Sillustani, Cutimbo e Isla del Sol.

con material superficial disperso perteneciente a ocupaciones pukara y tiwanaku (Ayca 1995; Stanish
2003). El carácter de espacio ritual del sitio no sólo estuvo vinculado a la función funeraria, sino que
también se hallan restos de estructuras de evidente función ceremonial, tal es el caso de los «círcu-
los solares» (Squier 1974 [1877]) o intiwatanas (Ayca op. cit.), los monolitos tipo huancas, el «Baño
del Inca» y la escalinata de acceso.

Las chullpas de Sillustani se encuentran entre las más grandes y mejor elaboradas de todo
el altiplano y los Andes en general. La mayor de ellas alcanza los 12,2 metros de alto y tiene un
diámetro de base de 7,17 metros. En términos generales, se distinguen tres tipos de chullpas según
el paramento exterior: a) chullpas con aparejo de bloques labrados, con superficies uniformes y
pulidas o almohadilladas, no usan argamasa ni ripio, la planta puede ser circular o cuadrangular; b)
chullpas de mampostería irregular, con bloques de piedra sin labrar o ligeramente careadas, dispues-
tas en hiladas discontinuas y unidas con argamasa de barro, y c) chullpas con revoque de barro
(caolinita). El tipo b es considerado como típicamente colla (periodo Altiplano), en tanto que los
tipos a y c, al incorporar el estilo incaico en el labrado de la piedra, son asociados al periodo inca.

Respecto a las tumbas, éstas son semisubterráneas. En superficie presentan una estructura
circular formada por bloques de piedra enterrados verticalmente. Tschopik (1946) las denomina slab
cist tombs y los resultados de sus excavaciones señalan que fueron de uso colectivo.
268 EDMUNDO DE LA VEGA Y CHARLES STANISH

Sillustani, en cuanto espacio funerario y ceremonial, incluye, además del sitio mismo, a
otros cementerios cercanos, como los de Cacse y Patas, ubicados en la orilla norte del lago Umayo.
Estos yacimientos también presentan extensas agrupaciones de chullpas y tumbas que, en conjun-
to, superan el centenar de estructuras funerarias.

En síntesis, Sillustani fue un gran centro funerario formado por un conjunto de cementerios
en los que se concentraban diversos tipos de entierros, diferenciados tanto por el tipo de estructura
misma como por variables de material, tamaño, acabado y ornamentación. Tal diversidad en los tipos
de enterramiento refleja, además de una larga continuidad de uso, la importancia y el elevado pres-
tigio simbólico y ritual de Sillustani, lugar donde se habrían enterrado difuntos procedentes de
diversos lugares del ámbito territorial del señorío Colla.

Por su parte, Cutimbo se encuentra a 22 kilómetros al sur de la ciudad de Puno y a 18


kilómetros al suroeste de Chucuito, el principal centro político del señorío Lupaqa. Al igual que
Sillustani, es un extenso complejo funerario y está integrado por un conjunto de cementerios deno-
minados Cutimbo Chico, Cutimbo Grande, Arku Punku, Mallku Amaya, Poque, Chaata, Nuñamarca y
otros (De la Vega 1998, 2000; Condori y Parra 2001). La presencia de chullpas, tumbas semisubterráneas
y cuevas funerarias es masiva. Un reconocimiento de los sitios de Cutimbo, Arku Punku, Mallku
Amaya y Poque señala la existencia de 98 chullpas y cientos de estructuras tipo slab cist tomb,
además de, por lo menos, una docena de pequeños aleros y cuevas funerarias (De la Vega 1998). Tal
magnitud de estructuras funerarias convierte a Cutimbo en otro de los grandes centros funerarios
del altiplano.

Considerando las características del aparejo, las chullpas con mampostería rústica y/o ca-
reada son asociadas al periodo Altiplano (Fig. 2) mientras que aquellas con aparejo concertado de
bloques tallados, se les asocia con la ocupación inca de la región (Fig. 3). Por tanto, igual que en
Sillustani, se considera que Cutimbo tuvo una continuidad en su función como centro funerario a lo
largo de cientos de años.

De otro lado, el prestigio de Cutimbo como espacio funerario habría estado vinculado con
los orígenes simbólicos del señorío Lupaqa, es decir, habría sido su pacarina de origen. Sobre la
procedencia de Cari, el señor o mallku principal de los lupaqas, Cieza de León señala: «…y que
saliendo del valle de Coquimbo un capitán que había por nombre Cari allego a donde agora es
Chucuito...» (Cieza 1967 1553]: cap. IV, 7). Al respecto, Hyslop (1976: 122-124) plantea dos hipótesis:
la primera implica que Cutimbo sea una corrupción de Coquimbo,2 ciñéndose así a lo dicho por Cieza,
en tanto que la segunda hipótesis considera que el cronista español malentendió a su informante,
quien dijo que Cari venía de Cutimbo, mientras que Cieza escribió Coquimbo. Esta segunda hipóte-
sis se sustentaría, según Hyslop, en que el sitio de Cutimbo habría sido una importante área funera-
ria y de residencia de la elite lupaqa y que Cutimbo también fue el apellido de un importante mallku
lupaqa, Pedro Cutimbo, quien habría gobernado por espacio de 16 años antes de que fuera entrevis-
tado por el visitador Garcí Diez de San Miguel en febrero de 1566.

Tanto Sillustani como Cutimbo dan cuenta de uno de los aspectos más característicos que
fuera desarrollado por las poblaciones altiplánicas postiwanaku, como es la construcción de chullpas.
Estas grandes e impresionantes torres funerarias fueron, además de tumbas colectivas, centros
ceremoniales e hitos marcadores de territorio, pero sobre todo eran lugares sagrados y temidos.

Este sentido hierofánico de los espacios funerarios debe ser entendido en el contexto de su
cosmovisión, la cual consideraba a la muerte como el tránsito hacia otra vida, la que transcurría en
un mundo que era imaginado como paralelo y similar al de los vivos, donde los individuos, incluso,
mantenían el mismo status socioeconómico que tenían en vida. El otro mundo era un plano diferente
LOS CENTROS DE PEREGRINAJE COMO MECANISMOS DE INTEGRACIÓN POLÍTICA... 269

Fig. 2. Cutimbo. Chullpa preinca.

Fig. 3. Cutimbo. Chullpas incas.


270 EDMUNDO DE LA VEGA Y CHARLES STANISH

de la realidad y la conexión entre ambos niveles ocurría a través de los difuntos, por lo cual eran
considerados huacas o elementos sagrados.

Subyacente a esta imagen de la muerte estaba el concepto de camaquen, o fuerza vital, que
anima a todos los seres de la naturaleza y que, en el caso de los humanos, es la que sustenta la vida,
tanto de los vivos como de los difuntos. Se creía que mientras existiera el cuerpo físico, aun cuando
fuera sólo una pequeña parte del mismo, el camaquen, seguiría existiendo y el ánimo del individuo
continuaría «vivo». Por ello era tan importante la conservación del cuerpo físico de los difuntos y la
extendida práctica de la momificación a través de métodos naturales o artificiales. Esta particular
concepción de la muerte explica el profundo respeto y reverencia con que atendían a sus difuntos,
que a su vez era la expresión de uno de los cultos más importantes que se desarrollaban en aquella
época: el «culto a los antepasados». Tanta era la importancia de este culto que puede ser comparado
con aquél dedicado a las divinidades.

Las peregrinaciones anuales eran parte fundamental de este culto, 3 las cuales se realizaban
hacia los centros funerarios donde se celebraban diversos ritos y ceremonias que fortalecían los
vínculos de parentesco consanguíneo y simbólico. Diversos cronistas españoles han descrito estas
ceremonias en las cuales a los difuntos se les ofrendaba abundante comida y bebida que era depo-
sitada en sus sepulturas; los cadáveres eran engalanados con adornos y vestidos; se les ofrecía
también el sacrificio de animales y la incineración de hierbas y sebo, todo ello en medio de danzas y
cánticos que eran acompañados del consumo de grandes cantidades de comida y bebida (v.g., Cieza
de León 1945 [1553]: 259; Guaman Poma 1993 [1615]). De otro lado, Guaman Poma (op. cit.: 221)
señala que la costumbre de sacar al difunto de su tumba para pasearlo por casas, calles y plazas no
formaba parte del ritual practicado en el Collasuyo, donde mas bien dejaban al difunto dentro de su
sepultura. Esta referencia es importante resaltarla, ya que refuerza la idea de un necesario desplaza-
miento hacia los cementerios para participar de las ceremonias fúnebres. Por tanto, la peregrinación
era casi obligatoria.

Pero, más allá del sentido simbólico, todas estas ceremonias, incluida la peregrinación,
tenían como principal objetivo fortalecer la integración e identidad colectiva a través del reconoci-
miento de los vínculos entre la comunidad y sus antepasados. Con estas acciones se pretendía,
también, reafirmar los derechos de propiedad étnica sobre un determinado territorio, ya que la pre-
sencia de un entierro (en muchos casos chullpas) servía como hito y símbolo de la propiedad de un
determinado espacio. Esta manera de detentar la propiedad y establecer límites en el territorio, a
partir de un «derecho» ancestral y consuetudinario, debe ser entendido como un mecanismo alter-
nativo desarrollado por diversas entidades políticas menores (los señoríos aimaras) en respuesta al
colapso del Estado Tiwanaku (aproximadamente 1000 a 1200 d.C.). Al decaer el poder unificador del
Estado Tiwanaku se produjo la fragmentación política en medio de un ambiente de gran belicosidad.
Por esta razón, los diversos grupos étnicos buscaban afianzar el control de su territorio; en este
contexto, todos aquellos mecanismos que refuercen la identidad étnica eran estrategias fundamen-
tales de consolidación política.

Las islas del Sol y de la Luna, conocidas como Titicaca y Coati respectivamente, fueron el
destino final de una de las peregrinaciones más importantes de la época incaica. Ocupaban el tercer
lugar «en reputación y autoridad» después del Coricancha y Pachacamac (Cobo 1956 [1653]: 189).
Dichas islas se hallan al sur del lago Titicaca (lago Chucuito, según Cobo). Por su cercanía, están
estrechamente vinculadas a la península de Copacabana, lugar donde en la actualidad se encuentra
el santuario de la Virgen de Copacabana, cuya devoción convoca a una de las romerías católicas más
grandes de América.

Al norte de la Isla del Sol se halla la Roca Sagrada (o Titikala), la cual estaba considerada
entre las huacas más veneradas durante el incario. Según una versión recogida por Cobo a principios
LOS CENTROS DE PEREGRINAJE COMO MECANISMOS DE INTEGRACIÓN POLÍTICA... 271

del siglo XVII, esta roca fue el lugar de origen del Sol,4 motivo por el cual allí se levantó un templo
que fuera ampliado y enriquecido por el Estado Inca.

Tanto la información etnohistórica de cronistas (Cieza 1967 [1550]; 1945 [1553]; Cobo 1956
[1653]; Ramos Gavilán 1976 [1621]) y viajeros (Pentland 1827; D’Orbigny 1954 [1835]; Squier 1974
[1877]; Wiener 1877), así como las investigaciones arqueológicas (Bandelier 1910; Bennett 1933;
Wallace 1957; Seddon 1999; Bauer y Stanish 2001), coinciden en señalar que las islas del Sol y de la
Luna tuvieron no sólo una ocupación permanente, sino que fueron importantes centros religiosos
desde tiempos preincaicos.

Las investigaciones de Bauer y Stanish (2001) han documentado que las mencionadas islas
tuvieron una ocupación muy temprana que se remonta hasta el Periodo Arcaico Tardío (aproxi-
madamente de 2000 a.C.), continuando durante todo el Formativo (2000 a.C.-400 d.C.) con el estable-
cimiento de pequeñas comunidades aldeanas y el inicio de actividades rituales en el sector de la
Roca Sagrada. Durante Tiwanaku (400-1100 d.C.) la ocupación fue más intensiva y se dio inicio a la
construcción de un centro ceremonial en el sitio de Chucaripupata, en los alrededores de la Roca
Sagrada (Seddon 1999). En el periodo siguiente, Altiplano (1100-1400 d.C.), continuó la ocupación
de la isla, la cual se hallaba dentro del territorio del señorío Lupaqa; no existe evidencia sobre la
continuidad del sentido sagrado de la Roca; más aún, Cieza de León refiere que Cari, el señor de los
lupaqas invadió la isla y dio muerte a sus habitantes (Cieza (1967 [1553]: cap. IV, 7).

Definitivamente es durante la época incaica que las islas del Sol y de la Luna adquieren su
mayor importancia ritual y religiosa. Según Bernabé Cobo (1956 [1653]: libro 13, cap. XVIII, 191-194),
fue el Inca Tupac Yupanqui quien convirtió a las islas en uno de los más reconocidos e importantes
centros de culto del Estado Inca, además de haber realizado una peregrinación durante la cual
instituyó, con su ejemplo, diversos aspectos del ritual como el ayuno (de sal, carne y ají), y el
caminar descalzo el último tramo (200 pasos) antes de llegar a la Roca sagrada.

Cobo (ibid.) también refiere que fue el Inca Tupac Yupanqui quien ordenó se agrandara el
templo antiguo y que se construyera el acllahuasi para las mamaconas (Fig. 4) y residencias para los
sacerdotes, además de un tambo para hospedaje de los peregrinos; asímismo, impuso a un grupo de
mitimaes de la realeza inca como pobladores privilegiados de las islas, a la vez que se exilió a los
lugareños hacia Yunguyo. Entre Copacabana y Yunguyo se construyó una gran muralla que limitaba
el acceso y permitía el control de los peregrinos. En Copacabana, por su parte, se construyó una
serie de colcas o depósitos para aprovisionamiento de ropa y alimento.

Aunque todas estas acciones aparecen como personalizadas en el Inca Tupac Yupanqui,
permiten, sin embargo, dar cuenta de la gran importancia que tuvieron las islas para el estado como
entidad política, más allá del interés personal del gobernante.5 La razón de este interés radica en el
poder legitimador que tiene la religión. Si un estado como el de los incas puede convencer a los
pueblos sujetos a él que su poder y legitimidad como gobernantes radican y provienen de la volun-
tad divina, entonces habrá conseguido que estos pueblos no sólo le teman y respeten por su poder
militar o económico, sino que hasta lleguen a justificar dicho orden de cosas por ser la voluntad de
los dioses y parte del orden universal.

En síntesis, la hipótesis que se propone aquí es que las peregrinaciones fueron utilizadas
como mecanismos ideológicos de control social, aún cuando en cada contexto particular tuvieran
orientaciones específicas. En sociedades complejas menores como el caso de los señoríos (Colla y
Lupaqa), las principales peregrinaciones tenían como destino final los centros funerarios, donde las
ceremonias giraban en torno a los difuntos y los antepasados; con ello se buscaba fortalecer la
integración e identidad colectiva de los grupos étnicos, reafirmar los derechos territoriales, así como
crear y/o fortalecer las alianzas y compromisos comunales. Para el caso de sociedades complejas
272 EDMUNDO DE LA VEGA Y CHARLES STANISH

Fig. 4. Isla de la Luna. Templo de Iñak Uyu.

mayores como los estados Tiwanaku e Inca, los centros de peregrinación más importantes eran
templos y santuarios dedicados a las divinidades. Los ritos y ceremonias que allí se practicaban se
orientaban hacia objetivos similares a los que buscaban los señoríos, pero su interés mayor radicaba
en justificar el orden social y político existente como resultado de la «voluntad divina», al vincular
directamente a los dioses con las elites gobernantes.

El sentido instrumental que tuvieron las peregrinaciones, ya sea a cargo de señoríos o de


estados, se vinculaba con la búsqueda de identidad aunque en cada contexto tenían referentes
distintos: los antepasados, reales o míticos, para los señoríos y las comunidades; los dioses para las
elites gobernantes de los estados.

Notas
1
Un elemento del paisaje natural o cultural es transformado en una hierofanía cuando se lo reconoce
como una manifestación de lo sagrado. A partir de ese momento es separado del mundo profano para
ser rodeado de mitos, ritos y símbolos que lo convierten en un espacio sacralizado. Pero las hierofanías
también son productos históricos, ya que a través del tiempo son transformadas con el retiro, la
incorporación y reemplazo de los contenidos simbólicos y las practicas rituales.
2
Coquimbo es una provincia chilena, ubicada a unos 180 kilómetros al norte de Santiago.
3
Guaman Poma (1993 [1615]: 189) señala al mes de noviembre o Aya marcay quilla como el tiempo
dedicado a celebrar a los antepasados.
LOS CENTROS DE PEREGRINAJE COMO MECANISMOS DE INTEGRACIÓN POLÍTICA... 273

4
Otra versión, también referida por Cobo, señala que la referida roca sirvió de refugio al Sol durante
el diluvio y que desde allí resurgió una vez terminado aquél.
5
Realmente existen diferencias entre los cronistas respecto a cual de los gobernantes incas fue el
responsable de la incorporación de las islas al ámbito de la religión estatal. Cieza (1967 [1550]: 175)
señala que fue Inca Yupanqui o Pachacutec quien visitó las islas y «…mando hacer en la mayor de
ellas templo del sol y palacios para él y sus descendientes». Por su parte, Ramos Gavilán (1976
[1621]: libro 1, cap. III, 16) indica a Topa Inca Yupanqui como «...el primero de los Incas que visito la
famosa isla y la autorizó con su presencia».

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ESTUDIOS SOBRE LA DOMINACIÓN INKA... 277

PERSPECTIVAS DE LOS ESTUDIOS SOBRE LA


DOMINACIÓN INKA EN EL EXTREMO
AUSTRAL-ORIENTAL DEL KOLLASUYU

J. Roberto Bárcena*

Resumen

El registro arqueológico inka en el centro-oeste argentino, así como la existencia de documentación


de los primeros tiempos coloniales hispánicos —con datos acerca de la dominación y de las nuevas relaciones
resultantes— brindan grandes posibilidades de investigación. Así, es factible adentrarse en consideraciones
sobre el espacio abarcado y el efectivamente controlado por la organización estatal. Del mismo modo, pueden
conocerse las formas y funciones del control, las reacciones y ajustes zonales, la continuidad y el cambio en las
diversas expresiones disponibles, entre otros.

En el presente trabajo se presentará una parte de la infraestructura y de los materiales inkas


regionales conocidos. Estos son tratados sobre la base de sus características y funciones, en contraste con los
propios de las poblaciones locales. Tales bases se articularán con la documentación de archivos y referencias
de los cronistas. De ello se derivará la interpretación de un modelo ad hoc válido para la periferia, en el
extremo austral, para la época final de la expansión. Esta será seguida de un modelo, quizás similar, válido
para los primeros tiempos de la incidencia hispánica.

Abstract

PERSPECTIVES ABOUT THE STUDIES ON THE INKA DOMINANCE IN THE SOUTHERN ORIEN-
TAL EDGE OF THE KOLLASUYU

The Inka archaeological record of the Argentine mid-west affords the possibility to consider the space
involved effectively controlled by the state organization. The existing documents yield data and offer case
studies of the Inka domination over the regional ethnic. The documents also offer an insight of the new
relations established with the later domination from the first times of the Spanish conquest, all of which allows
to improve understanding of the ways and functions of the Inka control, of the reactions and adjustments, over
continuity and change, by evidence recognized in the records.

We are presenting part of the known regional Inka infrastructure and materials, their characteristics
and functions contrasting them with those of the native population. Thus, based on the former and joining it
with archive documents and chroniclers’ references we offer an ad hoc model from the periphery in the austral
end and in the final expansion epoch. This model is followed by a, perhaps, similar one for the first times of
Spanish influence.

1. Avances generales

Los estudios sobre arqueología y etnohistoria inka del sector oeste-central de Argentina
han permitido plantear modelos sobre la estrategia de implantación y dominación del extremo austral-
oriental del Tawantinsuyu (Kollasuyu). En dicha área, el énfasis de estudio puesto por el autor y su

* Universidad Nacional de Cuyo, Facultad de Filosofía y Letras, Argentina. E-mail: rbarcena@lab.cricyt.edu.ar


278 J. ROBERTO BÁRCENA

equipo fue el noroeste de la provincia de Mendoza —valle de Uspallata y zonas relacionadas— y en


su continuación, por el norte, en la porción suroeste de la provincia limítrofe de San Juan (valle de
Barreal-Calingasta).

Los resultados de estos trabajos permitieron postular que la estructuración vial y arquitectónica
(en particular el camino longitudinal y los tambos asociados), las cuales revisten funciones diversas,
corresponden a un diseño de instalaciones relacionadas con el flujo energético y consolidación estatal
de la dominación de las poblaciones locales. Esto respondería a una estrategia para asegurar un territorio
andino, incluyendo el control de las cabeceras de los valles. Este sistema acusa vinculaciones más
fuertes con el lado occidental, específicamente con el área central y con el Norte Chico chilenos. La
evidencia de esto último la constituye la conexión vial a través de los Andes, con instalaciones que
facilitan el pasaje cordillerano, claramente integrado con un subsistema ceremonial de altura, no sólo
expresión de la religión andina e inka estatal, sino primordialmente significativo en el contexto de la
sujeción de las poblaciones locales de ambas vertientes cordilleranas (pacífica y atlántica).

Los asentamientos de las poblaciones locales en Uspallata y en varios otros sectores


cordilleranos no fueron incluidos por el camino y las instalaciones inkas, sitos éstos en el piedemonte
oriental de la Cordillera Frontal, donde conforman una especie de «limes». La infraestructura inka
soslaya, en buena medida, a las comunidades locales ubicadas en los valles al occidente de la formación
geológica denominada precordillera de Mendoza, San Juan y La Rioja. Se deduce, asimismo, que el
área comprendida entre el piedemonte de la vertiente oriental de la Precordillera y la llanura hasta la
depresión del sector de lagunas del sur-sureste de San Juan y del nor-noreste de Mendoza (áreas
principales del asentamiento de la etnia Huarpe), se condujo desde avanzadas o «enclaves» inkas.
Tales avanzadas no han sido bien reconocidas hasta ahora, con excepción de las que pueden inferirse
a partir de las referencias documentales y de algunos vestigios arqueológicos en curso de estudio
(Fig. 1). Este último es el caso del tambo de Las Tolderías de los Indios o La Deheza, que es destacado
como un asiento inka en la precordillera de San Juan. Su ubicación es estratégica: 31°23´ de latitud
sur; 68°50´ de longitud oeste y a 1600 metros sobre el nivel del mar. La infraestructura del sitio, al
igual que sus rasgos relevantes asociados —lapidaria y la cerámica del periodo—, sigue el patrón
inkaico regional. Dada su ubicación en las estribaciones montañosas (al occidente del valle de
Ullum-Zonda), zona del acceso del río San Juan a la posición de la ciudad homónima actual (antiguo
valle de Caria o Tucuma), podría tener la función propia de un tambo a la vera del camino. Asimismo,
podría utilizarse para controlar esta área, lugar de las instalaciones de los citados indígenas
regionales huarpe (variante lingüística allentiac). Esto también es consistente con el modelo de
dominación propuesto para la periferia sur oriental del Kollasuyu: la posición estratégica de enclave
en una cota por encima de las poblaciones locales de los valles de Ullum-Zonda y de San Juan
(Bárcena 1994; Parisii 2000).

En el sector se reconoció, además, una senda con orientación Norte-Sur, con toda certeza
existente desde época indígena. Tal resto parece ser parte del camino inka que debió instalarse para
asegurar la movilidad longitudinal en la extensa precordillera. Se encuentra jalonado por estructuras
arquitectónicas con diversas funciones, de las que faltan reconocer varias y que podrían ubicarse, al
menos, en el segmento que desde el norte va de Los Blanquitos, en la zona minera de Gualilán,1 hasta
el citado sitio de La Deheza (Fig. 2).

Gualilán es un área en la que se constató la presencia de yacimientos propios de la intensa


ocupación de las poblaciones del tardío local prehispánico. Estas están caracterizadas,
arqueológicamente, por tipos cerámicos afines con Angualasto o Sanagasta. Con toda seguridad, no
representan la versión arqueológica de la etnia Huarpe, sino de otra, genéricamente considerada del
grupo Diaguita, que pudo corresponder a los indígenas capayanes de la época del contacto con los
españoles, cuya lengua sería una variante particular del Cacano-Diaguita (Fig. 3).
PERSPECTIVAS DE LOS ESTUDIOS SOBRE LA DOMINACIÓN INKA... 279

Fig. 1. Croquis con las principales referencias geográficas de Mendoza, San Juan y La Rioja, y sectores
próximos de Chile, aludidas en este trabajo.
280 J. ROBERTO BÁRCENA

Fig. 2. Un sector del


tambo de La Deheza en
el área precordillera-
na, próxima al río San
Juan y su embalse por
el dique de Ullum.

a
Fig. 3. Area precordillerana de Gualilán-Los Blanquitos, con minerales nobles cuya explotación es de
larga data, a juzgar por las evidencias de la misma, incluidas construcciones que abarcan distintos
periodos. a. (arriba). Vista hacia el este (al fondo, zona de la actual explotación minera de Gualilán),
tomada desde la Aguada de Los Blanquitos, sector con elementos que podrían remontarse a épocas
inkaicas; b.(página siguiente). Zona de médanos en Gualilán, con evidencias de ocupación correspondiente
al periodo tardío de la etapa agroalfarera prehispánica, referida a la cultura arqueológica de Angualasto/
Sanagasta; c. (página siguiente). Otros sitios con evidencias semejantes a b, se hallan en la misma
ciénaga de Gualilán, comprendiendo sectores amplios, que suelen caracterizarse por su geomorfología
como «barreales».

Al sur del sitio de La Deheza, y también en el área precordillerana, las evidencias


arqueológicas y etnohistóricas permiten postular que otra de las avanzadas pudo estar relacionada
—según un traslado del acta de la toma de posesión de una merced de tierras en 1617— con el
«...cerrillo que parece haber sido fuerte del Inca». Dicho sitio se ubica en el área de la actual estancia
Acequión (extremo austral de la precordillera en San Juan).2 Otra posición de enclave pudo ser,
probablemente, la de los «paredones del Inca», según refieren varios documentos coloniales. Esta
vez, su ubicación correspondería a la propia área del asiento huarpe (variante lingüística millcayac),
en el valle de Güentota o Cuyo, actual sitio de la ciudad de Mendoza,3 en el piedemonte y llanura
oriental de la precordillera (Fig. 4).
PERSPECTIVAS DE LOS ESTUDIOS SOBRE LA DOMINACIÓN INKA... 281

c
Más al sur, y a partir del extremo austral de la precordillera, se hallan los valles de Uco y de
Jaurúa. Ubicados al este de la Cordillera Frontal y al sur del río Mendoza, alcanzan al río Diamante
—límite austral inka, según datos etnohistóricos— y comprenden una franja entre los 33º y los
34º40’ de latitud sur, aproximadamente. Corresponden al área huarpe y pudieron manejarse desde
otro «enclave» sito en el área, como el sector de Agua Amarga, en el límite de los actuales
departamentos de Tupungato y Tunuyán. Al sur de estas poblaciones se hallaban, al momento de la
conquista hispánica, grupos de cazadores-recolectores de la etnia Puelche, cuya lengua tenía
apreciables similitudes con la Huarpe-Millcayac (Fig. 5).
282 J. ROBERTO BÁRCENA

b
Fig. 4. El sector precordillerano del límite entre las actuales provincias de San Juan y de Mendoza pudo
ser el asiento de instalaciones inkaicas en El Acequión (a) —en la primera provincia citada— relacionadas
con un camino de esa época, cuya evidencia en la actualidad quizás sea la senda (b) —ubicada en la segunda
de las provincias mencionadas— y que une ambos sectores con sentido Norte-Sur.

Las proposiciones precedentes implican una sostenida labor para contrastarlas, a la que el
autor y su equipo están dedicados desde hace tiempo (Bárcena 1979, 1988, 1994, 1998b, 1999a,
2002; Bárcena y Román 1990; Parisii 1994, 1998; Cahiza 2002, inter alia).

El registro de la evidencia inkaica y la interpretación del alcance de la dominación han sido,


asimismo, los objetivos de otros autores. Ellos abordaron tanto el extremo norte de San Juan, como
—en forma indicativa— el sector precordillerano del centro sur de esta provincia, refiriéndose en
general a la dominación en Mendoza y en San Juan (Schobinger 1964, 1986; Gambier y Michieli
1986, 1992; Michieli 1999, entre otros).

Más amplia fue, quizás, la propuesta que planteó la posibilidad de que la dominación de
estos territorios del centro-oeste correspondía con la de una «provincia austral» inka (huamani)
cuyo centro administrativo principal sería la «Tambería del Inca» de Chilecito;4 vertiente oriental del
PERSPECTIVAS DE LOS ESTUDIOS SOBRE LA DOMINACIÓN INKA... 283

Fig. 5. a. La actual finca Agua Amarga, con la cordi-


llera de los Andes al fondo, sector del asiento de
poblaciones del periodo tardío de la etapa agro-
alfarera prehispánica local, cultura arqueológica de
Viluco, con evidencias de la presencia incaica. El
valle de Uco linda por el sur con el de Jaurúa, hasta
donde habría llegado el avance incaico (b. Río
b Diamante, en la localidad de La Jaula).

extremo austral de la Sierra de Famatina, provincia de La Rioja (González 1982) (Fig. 6). Dicha postura
era difícil de sostener, tanto con las evidencias arqueológicas, como con las etnohistóricas de que
se disponía. Por ello, el autor y su equipo se pronunciaron en el sentido de que era necesario
corroborarlo (Bárcena 1994). Ello incluía la verificación del propio planteamiento sobre la dominación
inka del centro-oeste. Se vio necesario incentivar los estudios, arqueológicos en particular, para
sumar validaciones y rechazar o mejorar propuestas.

Así, se amplió el área de trabajo al norte, noreste y sur-sureste de San Juan, al oeste y
centro-oeste de La Rioja (departamentos de Famatina, Vinchina, General La Madrid, Felipe Varela e
284 J. ROBERTO BÁRCENA

Fig. 6. El avance de las


construcciones de casas
y de un cementerio ac-
tual sobre el sitio Tam-
bería del Inca, en Chile-
cito.

Independencia), y a los valles de Uco y Jaurúa en Mendoza, hasta alcanzar al río Diamante (Bárcena
1999b, 2001, 2002; Cahiza 1999, 2001; Martín 2002; Ots 2002). Con ello, el registro arqueológico inka
se amplió mucho con referencia a sectores poco estudiados con esta perspectiva y que son los que
facilitarán poner a prueba las distintas propuestas.

Nuevas evidencias de la vialidad, arquitectura y de los materiales relacionados permitieron


ampliar el conocimiento de la dominación regional, considerándola en el marco de los distintos
ambientes y refiriéndola a las poblaciones locales.

Los resultados de las prospecciones en el área de Famatina —en ambas vertientes y en la


propia sierra homónima— así como en sectores próximos a Guandacol, Villa Unión y Los Tambillos
en el departamento Felipe Varela de La Rioja, resultaron alentadoras. Se logró ampliar el conocimiento
de la red vial y de las instalaciones relacionadas, tanto en Famatina (Martín 2002), como en Felipe
Varela (Villa Unión, Pagancillo, río Bermejo) (Bárcena 1999c). Se alcanzó en este último, gracias al
reconocimiento del camino inkaico, las riberas del río Bermejo, y por éstas, ya en el noreste de la
limítrofe provincia de San Juan, al sitio denominado Tambería del Paso del Lámar.

El estudio en proceso sobre esta última instalación permite ampliar las bases sobre las
características de la implantación, las estrategias de la dominación y la propia organización estatal
inkaica regional. Esto es posible dada la jerarquía arquitectónica del sitio del Paso del Lámar (dentro
del contexto del centro-oeste), y su localización, que le confieren un papel relevante, prácticamente
único hasta el presente, entre las instalaciones inkaicas del extremo austral-oriental del Kollasuyu
(Bárcena 1999d, 2000).

En el presente trabajo se ha considerado oportuno plantear la perspectiva general,


mencionando sus propios avances en sectores ambientalmente diferentes. A esto se le agregan las
nuevas perspectivas particulares que se van abriendo con estos estudios. Además, se tiene en
cuenta que se trata de un área periférica que la dominación alcanza tardíamente, muy próxima a la
nueva dominación hispánica. Tal dominación pudo efectuarse siguiendo dos frentes: el que se
desarrolló —según se propuso— para los valles andinos y sus cabeceras, casi un «limes» oriental
en los Andes cuyanos; y el que se abrió paso por las zonas precordilleranas, hacia las tierras más
bajas, con los «enclaves» y, en cierta medida y en un sector, estableció un área de frontera con
poblaciones difíciles de controlar. Dentro de estas últimas pudieron encontrarse las del actual territorio
de La Rioja —quizás de etnia Yacampi (variante lingüística del Cacano, Diaguita del Sur)— o, con
PERSPECTIVAS DE LOS ESTUDIOS SOBRE LA DOMINACIÓN INKA... 285

mayor probabilidad, Olongastas —lengua particular, distinta del Cacano, del Capayán y del Huarpe—
en el centro-oeste de esta provincia y en la parte noreste-este de la de San Juan.

2. Avances de los estudios en la Precordillera de La Rioja y San Juan

Recientemente, en el simposio «Tawantinsuyu 2001» del XIV Congreso Nacional de Arqueo-


logía Argentina (Rosario, 2001), el autor expuso una parte de las investigaciones arqueológicas y
etnohistóricas desarrolladas sobre la dominación inka en el actual territorio riojano y sanjuanino al sur
de una línea que corre, aproximadamente, desde el Paso de la Peña Negra y Laguna Brava hasta la
ciudad de La Rioja. Tales datos son ampliados en la presente obra con nuevos avances (Bárcena
1999c, 2001).

2.1. Prospecciones y excavaciones en el sector occidental y austral de la Sierra de Famatina

Al oeste de la Sierra de Famatina, el autor y su equipo efectuaron un nuevo levantamiento


y excavaciones en el sitio de Río El Pantano, próximo a Villa Unión (29º15´ de latitud sur, 68º13´ de
longitud oeste y ubicado a 1150 metros sobre el nivel del mar). Dicho sitio fue propuesto como
tambo y se le adjudicó una correspondencia a la época de dominación inkaica.

Paralelamente, se estimó que el lugar de Los Tambillos5 pudo ser el asiento de un tambo
(Fig. 7). El sitio se ubica un poco más allá del extremo sur de la Sierra de Famatina y camino a la
Cuesta de Miranda. Los Tambillos tiene un sector con antiguos recintos de paredes de pirca, los
cuales están en relación con las construcciones de los últimos pobladores del lugar, en tiempos
recientes. Se halla en la progresión de lo que podría ser una variante del camino inkaico, lo que
permitiría la vinculación con la Tambería del Inka, en Chilecito, siguiendo el pasaje al sur de la sierra
de Famatina, por el extremo norte de la de Sañogasta (Bárcena 1999c). Esta posibilidad se sostiene,
además, por la presencia de una antigua senda, camino de cornisa, sostenida en parte por muros de
piedra. La senda se aprecia en la ladera de la serranía del lado norte, opuesto al de la traza del camino
carretero actual por la Cuesta de Miranda.

Por otra parte, al suroeste de la zona anterior se reconoció un tramo del camino inkaico. A su
vez, al suroeste del área de Pagancillo,6 avanzando por él y por lugares próximos hasta alcanzar al
notable Tambo del Paso del Lámar,7 se ubicó un pequeño sitio con construcciones de pirca que fue
asociado con una instalación del sistema. El sitio en mención (Fig. 8) se encontraba ya en el extremo
noreste de San Juan, descubriendo y relevando en el camino, a la vera del río Bermejo en La Rioja
(Tambillo del río Bermejo)8 (Bárcena 1999 c).

2.2. El tambo del Paso del Lámar. Se halla muy cerca del límite con la provincia de La Rioja y es una
instalación inka, compleja para la región. Sus características están siendo develadas en los últimos
tiempos, particularmente por las excavaciones y levantamientos de planta; uno de estos croquis
realizados, en el que se diferencian dos niveles generales del asiento de las estructuras, está
reproducido en la Fig. 9.

En el área, unos cientos de metros al norte del sitio y en un sector de encrucijada de


quebradas, se hallan grabados rupestres, cuyo registro permitió reconocer típicos motivos regionales,
como las denominadas «cabezas mascariformes». Sus atributos pueden relacionarse, posiblemente,
con el Formativo Superior o bien el Periodo de Integración Regional (750 a 1000 d.C.), mientras que
otros motivos refieren los propios de la decoración cerámica del tipo Sanagasta o Angualasto, del
Periodo Tardío o al de Desarrollos Regionales (1000 al 1480 d.C.). Finalmente, algunas representacio-
nes geométricas podrían adjudicarse al periodo inka (1480 al 1536 d.C.), como ya vislumbró otro autor
(Schobinger 1964) y motivo, en otras áreas, de inferencias concordantes (Troncoso 2002) (Fig. 10).
286 J. ROBERTO BÁRCENA

b
Fig. 7. a. Un sector de rectángulos perimetrales compuestos (RPC) del sitio incaico de río El Pantano, próximo
a Villa Unión, departamento de Felipe Varela, en la provincia de La Rioja, con la sierra de Famatina al oeste;
b. La localidad de los Tambillos, del mismo departamento, se halla al inicio de la cuesta de Miranda, en un
sector con varias posibilidades de comunicación vial por el oeste y el suroeste, y con Chilecito al noreste.

El sitio del Paso del Lámar es una instalación con paredes de piedra, arquitectura característica
inka en la región, que se edificó en la terraza de la margen izquierda del río Bermejo. Sobre ella
descuellan otras estructuras, sitas en una meseta, por encima del nivel general de la terraza, y en una
tercera zona, parte de un complejo arquitectónico, en las hondonadas y en las partes altas de un
cerro que domina el lugar (Fig. 11). Con toda seguridad, fue un centro inkaico que estaba en
construcción cuando lo abandonaron (quizás hacia el 1536 d.C.), y que ocupó un enclave estratégico
en un área de conjunción de ríos (del Vinchina-Bermejo con el de La Troya-Guandacol, aguas abajo
de un paso del primero de los nombrados, llamado del Lámar [nombre de un tipo de algarrobo, lamar
o lamaro, de la zona, del género Prosopis]).

Desde el punto de vista fitogeográfico, se trata de un sector de la provincia del Monte


—dominio chaqueño de la región neotropical— que se extiende por el oeste de Argentina y cuya
aridez es significativa, desarrollándose en ella formas dominantes como las zigofiláceas arbustivas
del género Larrea (jarillas) y los Prosopis arbustivos (algarrobos).
PERSPECTIVAS DE LOS ESTUDIOS SOBRE LA DOMINACIÓN INKA... 287

Fig. 8. La instalación
inkaica Río Bermejo I, sita
en la margen derecha del
río homónimo, en el citado
departamento de Felipe
Varela y a unos 8 kilóme-
tros río arriba del sitio
inkaico de Paso del Lámar.

Los bosques de algarrobo conforman comunidades características en la zona del Lámar,


integradas por chañares (género Geoffroea) y otros vegetales de porte arbóreo, que aprovechan la
poca profundidad de la freática y las condiciones propias de la cercanía al curso de los ríos (Cabrera
1976). Estos antiguos bosques están en franca regresión por la tala no controlada y el aumento de
las condiciones de aridez, sea ésta por la intermitencia de los cursos fluviales, por el descenso del
nivel freático o por otras causas.

El sector de la instalación inka se halla a la salida de la quebrada por la que fluye el Bermejo,
traspasando la Sierra Morada, para alcanzar la amplia planicie por la que discurre luego de confluir
con el Guandacol. Este «valle» del río Bermejo avanza al sur, entre «bolsones» y «travesías», hasta
alcanzar la zona deprimida —unos 500 metros sobre el nivel del mar— de antiguas lagunas habitadas
por los huarpes (límite de San Juan con Mendoza y con San Luis); área de confluencia de tres ríos
principales: del Mendoza con el San Juan, y de éste con el Desaguadero del Bermejo, conformándose,
por último, el río Desaguadero, límite actual entre Mendoza y San Luis.

Asimismo, el amplio corredor señalado vincula, por el norte, con la cercana localidad de
Guandacol, 9 asiento de un sitio de envergadura del Periodo de Desarrollos Regionales y con
evidencias inkas. Más hacia el norte, comunica —según se comprueba—, por el río de La Troya, con
Laguna Brava,10 también en La Rioja, y con la cuenca alta del río Blanco, de la misma provincia y del
extremo noroeste de San Juan, áreas con profusa infraestructura inka.

Según estudios en curso, por el oeste de Guandacol, siguiendo el río homónimo, se accede
a instalaciones en el camino que, por la Sierra de la Punilla, permiten avanzar hacia el curso medio-
inferior del propio río Blanco, en San Juan, área de la actual Reserva de la biosfera de San Guillermo,
abundante, asimismo, en instalaciones de la época inka.

Por otra parte, al suroeste del Paso del Lámar se halla el sector de San José de Jáchal y el de
Angualasto,11 asiento de poblaciones de la etapa tardía local y de los Desarrollos Regionales, a los
que alcanza la dominación, hecho evidente en la realidad arqueológica.

La instalación del Paso del Lámar se encuentra, por lo tanto, en una situación espacial
relevante. Tiene la posición en la que confluyen por lo menos tres claros ejes del avance inka por el
centro-oeste argentino. Uno de ellos, el relacionado con la expansión más oriental conocida, avanza
en el norte de La Rioja, desde el límite con Catamarca, por Campanas, Angulos12 y Famatina, hasta
alcanzar Chilecito (localidad de la relevante Tambería del Inka). Sigue en dirección oeste-suroeste
a
Fig. 9. a. Croquis del relieve del área de la tambería de Paso del Lámar y de la arquitectura (estructuras de paredes de pirca: recintos, escalinata y muros
[b, página siguiente]) del sitio. Los números 1, 2 y 3 de ambos croquis indican lo mismo: el cerrito con escalinata en el sector de la terraza de la margen
izquierda del río Bermejo, la zona de otro nivel en terraza por encima del anterior y el área del pucará.
b
290 J. ROBERTO BÁRCENA

por Guanchín, hasta Tres Cerros13 y Anchumbil, en la vertiente occidental del extremo sur de la sierra
de Famatina. Alcanza al sitio Río del Pantano, y converge en el segundo eje descrito aquí. Desde
Chilecito debió avanzarse por la Cuesta de Miranda, entre las sierras de Famatina y de Sañogasta,
para alcanzar, por Los Tambillos y Pagancillo,14 Paso del Lámar.

Otro eje es el que proviene de Catamarca. Avanza por el río Grande de Valle Hermoso 15 y por
Vinchina,16 siguiendo por Villa Castelli y Villa Unión; acompaña al río Vinchina o Bermejo, y luego
pasa por el Tambillo de río Bermejo hasta alcanzar Paso del Lámar. Un tercer eje es el ya descrito que,
por Guandacol, alcanza Paso del Lámar. Esta especie de abanico de ejes que confluyen en el Lámar,
refleja bien lo que el profuso registro arqueológico está mostrando sobre la trama vial y las
instalaciones inkas en el territorio de La Rioja (Bárcena y Martín, en preparación).

Asimismo, la confluencia parece mejor afianzada en la línea Tambillo del Río Bermejo, sitio
del Río del Pantano en Villa Unión. Esto, según las similitudes en las técnicas constructivas de los
recintos, que se alejan de otros, usualmente más característicos, en las instalaciones ubicadas al
oeste del eje mencionado.

Por otra parte, la instalación de Paso del Lámar es, a la vez, la de mayor envergadura y
complejidad en cuanto a tipos arquitectónicos. Esto en relación con la planificación del espacio y la
jerarquía de su estructuración general, conocidas en el centro-oeste. La excepción es el sitio de la
Tambería del Inka, en Chilecito, pudiendo, quizás, ser de las más tardías en su construcción: la edificación
se encontraba en desarrollo cuando se abandonó el lugar, siempre que la causa de esta declinación
fuera el arribo hispánico y el colapso de la organización estatal, y no otra.

El sitio de Paso del Lámar claramente es un área inka excluyente, con evidencias de
poblaciones locales sedentarias en las cercanías. Tales poblaciones pudieron ser las dominadas,
establecidas frente a otras, caracterizadas por su movilidad espacial, de las que probablemente hubo
que defenderse (¿capayanes, yacampis, frente a olongastas u otros?).

La arquitectura, en la terraza por encima del río, consiste en:

a) La plaza intramuros característica;

b) Lo que pudo ser una kallanka o galpón de tropas;

b) Estructuras alineadas, que pudieron ser depósitos de bastimentos, y

c) Lugares con típicas estructuras compuestas, como son los rectángulos perimetrales compuestos
(RPC), de recintos habitacionales y patios con pasillos internos, enmarcados por un muro que
abarca el perímetro.

Un cerro bajo, con escalinata de piedras integra el conjunto, denota una significación
especial, probablemente relacionada con el gobierno y la religión. El azimut referido a la orientación
del segmento conformado por los escalones de acceso, a juicio de los especialistas en astronomía
del CRICYT para el año 1500 d.C., corresponde a una posición intermedia con respecto al propio de
los solsticios en el lugar. Por ello, la escalinata y la estructura de la parte superior del cerro que las
alberga, bien pudieron orientarse con una finalidad específica.

La arquitectura de la especie de meseta, a la que se asciende por una senda y vano marcados
con piedras, responde a un patrón también de plaza intramuros, con RPC asociados. Debió tener una
particularidad saliente, dados su arquitectura, que pudo incluir un ushnu, y el tipo de cerámica
escogida del tipo Inka provincial que se aprecia en su superficie. Por encima, un cerro más alto está
a

b
Fig. 10. a. Zona con grabados rupestres, sita al suroeste de la tambería de Paso del Lámar. Los grabados se
han relacionado con diferentes periodos prehispánicos, incluso el inkaico; b. Algunos de los motivos podrían
corresponderse con otros que se aprecian en la decoración pintada de la cerámica propia de la etapa tardía
local de la etapa agroalfarera prehispánica (cultura arqueológica de Sanagasta/Angualasto).
PERSPECTIVAS DE LOS ESTUDIOS SOBRE LA DOMINACIÓN INKA... 291

b
Fig. 11. a. Vista de la terraza de la margen izquierda del río Bermejo, hacia el este, en la que se aprecia el lugar
de asiento de la tambería de Paso del Lámar, por encima del campamento de trabajo. En la terraza destaca el
cerro con escalinata, de probables funciones ceremoniales; b. Vista general, hacia el noroeste, de la tambería
de Paso del Lámar. De los dos cerros del centro de la imagen, el más alto es el que presenta una escalinata de
piedra para alcanzar su cima.

defendido en sus partes accesibles por muros de piedra, algunos de ellos de muy buena factura.
Esto denota una posición estratégica, basada en la defensa, del tipo de los cerros fortificados o
pucará (Fig. 12).

El sistema de construcciones se afianza con otras ubicadas en pequeñas quebradas de este


conjunto de cerros. Estas últimas están limitadas, y probablemente defendidas, por muros de pirca
con recintos asociados de la misma índole constructiva. Un área de vertientes activas se halla al
sureste de las construcciones principales. Aquella pudo ser una fuente de provisión de agua, a la vez
que área de cultivos. Pequeños morteros de piedra reflejan costumbres ancestrales del culto al agua.

La excavación arqueológica de algunos recintos mostró pisos y fogones, con elementos


asociados, en algunos casos, mientras que en otros ofreció materiales y condiciones que refieren
jerarquías arquitectónicas y actividades específicas. Concretamente, se determinaron pisos de lajas
292 J. ROBERTO BÁRCENA

b
Fig. 12. a. Cerro del pucará de Paso del Lámar. Se aprecian dos niveles con sendos muros defensivos;
b. Detalle de un paño de muro del nivel superior del pucará.

en algunas habitaciones de uno de los RPC más complejos de la terraza sobre el río. Asimismo, se
hallaron evidencias del trabajo de lapidarios en una construcción próxima característica, conformada
por un gran recinto rectangular con seis espaciosas divisiones internas. Tales divisiones se
encontraban comunicadas por aberturas en la mitad de los muros transversales, marcando éstas la
comunicación según el eje longitudinal de la construcción. En este caso se postuló que se trabajó la
piedra canteada, necesaria para conformar las paredes de la instalación inka y se confeccionaron
instrumentos de piedra de reducido tamaño.

Las dataciones radiocarbónicas de las muestras de carbón de niveles de época inka en dos
estructuras del sitio, de plantas diferentes entre sí, dieron resultados que en años radiocarbónicos
convencionales otorgan a las muestras una antigüedad de 840 ± 40 a.p. (Beta-132820) y 600 ± 50 a.p.
(Beta-178391). Estos fechados no distan mucho del obtenido para el Tambillo de Río Bermejo (710 ± 50
a.p. [Beta-130821]). En principio, no se detallará esta aparente divergencia con la cronología del
periodo de dominación inka regional, ya que puede deberse más a las características de la muestra
que a la real antigüedad (Bárcena 1998a).
PERSPECTIVAS DE LOS ESTUDIOS SOBRE LA DOMINACIÓN INKA... 293

Fig. 13. Sector de uno de


los sitios del probable
asiento de las pobla-
ciones prehispánicas del
tardío local (Sanagasta/
Angualasto), reconoci-
dos unos kilómetros al
sur de la tambería de
Paso del Lámar y tam-
bién en la terraza de la
margen izquierda del río
Bermejo.

La prospección del área —más de 40 hectáreas con estructuras de la instalación inka—


alcanzó hasta la posición de la antigua población de Las Juntas, a una decena de kilómetros de
distancia. Los resultados fueron promisorios: se detectaron varios yacimientos de indígenas locales
correspondientes a los Desarrollos Regionales, aparentemente activos bajo dominación inka. Estos
sitios, con cerámica típica, clasificada genéricamente como del tipo Angualasto o Sanagasta,
correspondieron a etnias del área que, a juzgar por los hallazgos de las excavaciones en el tambo
inka, intervinieron a su vez en su funcionamiento (Fig. 13).

En cuanto a periodos mucho más recientes se localizó el lugar de explotaciones agrícolas,


cercanas al sitio del Paso del Lámar, éstas, quizás, implantadas sobre tierras utilizadas en época
indígena e irrigadas por tomas y canales derivados del Bermejo, en las que modernamente se plantaba
trigo y maíz, entre otros. Ello denotaba instalaciones construidas de barro y madera, incluyendo un
cementerio que fungía de último descanso de estos pobladores.

Tampu y Pukara son, al parecer, la articulación novedosa del Lámar, inédita en el sistema
inka del centro-oeste y, hasta donde se sabe, en el sistema de instalaciones defensivas indígenas
locales al sur de la latitud próxima a la ciudad de La Rioja. Unos kilómetros al oeste de esta ciudad se
halla el pucará de Los Sauces, sobre el que el autor opinó hace años en cuanto a su posible relación
con el Formativo Superior (Integración Regional), cultura arqueológica de La Aguada del área y con
el periodo tardío de la etapa agroalfarera regional (Desarrollos Regionales), cultura arqueológica de
Sanagasta o Angualasto (Bárcena 1969).

El sitio, y otros semejantes cercanos, podrían también haber sido utilizados en época Inka,
dado que, al menos en el pucará de Los Sauces, se ha reconocido que algunas de sus estructuras
pudieron ser collcas (S. Martín, comunicación personal 2002). Así, se abriría la posibilidad de que la
expansión inka habría proseguido al este, desde la Tambería homónima en Chilecito, para alcanzar,
trasponiendo la sierra de Velasco, al área citada de La Rioja. La Tambería del Inka, por su parte, es
una instalación de tipos arquitectónicos conspicuos, rodeada en su perímetro por un muro (¿con
fines defensivos?).

Otros sitios, como los ya indicados Guandacol o Las Tamberías (Raviña y Callegari 1988:
39), presentan muros externos, que circunscriben una parte de las instalaciones y que quizás fueran
defensivos. Incluso, se han mencionado sitios en posiciones dominantes sobre su espacio
circundante, como Los Lisos, en el norte de San Juan (Bárcena 1969; Schobinger 1969), que pudo ser
del Periodo de Integración, o incluso de los Desarrollos Regionales.
294 J. ROBERTO BÁRCENA

No obstante, el sistema del Paso del Lámar sigue siendo distintivo y significativo por
hallarse en el borde oriental andino, en el límite (conocido hasta ahora) y en el área de influencia de
la expansión inka hacia el este.

Dejando de lado, por ahora, la posibilidad de un área de expansión inka en la vertiente


oriental de la sierra de Velasco (en relación con el sistema defensivo del Pucará de Los Sauces y
sitios conexos), así como la de considerar con atributos defensivos a la Tambería del Inka en Chilecito
(no son los característicos de un pucará), se debería sumar Paso del Lámar a los sitios defensivos
pucará de «fronteras calientes», en la línea oriental de la expansión en el actual territorio de Argentina.
De esta manera, se le agrega a la lista de los pucará inka del noroeste del país hecha por Raffino y
Stehberg (1997); estos son, de norte a sur, Puerta de Zenta, Cerro Amarillo y Pucará de Aconquija.

Paso del Lámar, sitio primigenio inka, y en el caso del pucará, con poca probabilidad de
haber sido adaptado de una instalación preexistente, ofrece una perspectiva sobre conflictos, que
por ahora, al nivel de hipótesis, puede orientarse hacia una situación geopolítica de la expansión.
Esta halla una contradicción de poblaciones locales, con cierta movilidad y capacidad ofensiva,
propias de grupos étnicos provenientes de los espacios llanos circundantes.

Con esta visión de la implantación estatal en el área precordillerana de La Rioja, al sur de


Chilecito y del extremo noreste de San Juan, es preciso hacer un estudio intensivo de las poblaciones
locales del área durante el tiempo de la presencia inka. Asimismo, se deben confirmar los posibles
nexos viales y la existencia de otros tambos en un sistema que se expandió, por lo visto, bastante al
oriente de la Cordillera Frontal, avanzando particularmente hacia el sur. Con esta expansión se trató,
quizás, de alcanzar desde las tierras bajas del Lámar (unos 1000 metros sobre el nivel del mar), las
otras aún más bajas (unos 500 metros sobre el nivel del mar) de la depresión del sureste de San Juan
(noreste de Mendoza, área de lagunas de la conjunción de los ríos San Juan, Mendoza y Bermejo-
Desaguadero). Por ello, se han integrado trabajos concordantes, como los del becario del CONICET,
Pablo A. Cahiza, desarrollados en el marco del PIP CONICET, que sostiene los trabajos del autor y su
equipo, dedicados a la dominación inka de las tierras bajas (sector extremo de San Juan y de Mendoza,
Cahiza 1999, 2002). Recientemente se le sumaron los estudios en el sector de valle Fértil, al este de
San Juan. Del mismo modo, a la búsqueda de evidencias por la Precordillera de La Rioja, San Juan y
Mendoza, su piedemonte oriental, las zonas bajas de la confluencia interprovincial y la propia del
valle de Guentota, se le sumó la de los valles de Uco-Jaurúa (oriente de la Cordillera Frontal). Una
parte de estos trabajos correspondió a María José Ots, becaria del CONICET que, orientada por los
autores, investiga sobre la presencia inka en el valle de Uco, en el marco del ya mencionado PIP
CONICET.

3. Avances y perspectivas particulares

Aunque en el simposio que motivó el presente escrito, interesaban los cuestionamientos y


resultados más amplios, reputamos de valor sumarles aquellos restringidos a cuestiones sobre la
estrategia de avance y comunicaciones en el proceso de expansión. Así, se dará atención a las
características de las instalaciones inka y las relaciones con las etnias locales, especialmente en un
ámbito espacial de contradicciones que parecen haber obligado a sostener una frontera. Esto,
seguramente, ante fuertes identidades étnicas, en principio difíciles de asimilar a la organización
estatal. Esta situación es de especial interés, habida cuenta de la posición periférica del sector, en el
límite geográfico de la expansión por el sureste extremo del Tawantinsuyu, que representó nuevos
límites al modelo de la organización estatal inka.

En cuanto a los avances sobre las comunicaciones, es probable que existiera una conexión
de la vialidad inka, entre el área de Villa Unión y de Chilecito en La Rioja, por Anchumbil y Tres
Cerros, trasponiendo las estribaciones del extremo sur de la sierra de Famatina, camino de Guanchín.
PERSPECTIVAS DE LOS ESTUDIOS SOBRE LA DOMINACIÓN INKA... 295

El sitio Planchada de los Leones parece corresponder a un tambo en un segmento del


camino inka, que debió tener un ramal transversal, hacia el este, a partir del sitio Río El Pantano. De
igual modo, el sitio Los Tambillos y los segmentos de camino en el área de la Cuesta de Miranda
marcan otra variante de comunicación con Chilecito. Esta estuvo relacionada con el sector de Villa
Unión, pero también con el de Pagancillo, y, por éste, con Paso del Lámar.

De ser así, se habría determinado el segmento de vialidad para relacionar la Tambería del
Inka de Chilecito (por el oeste-suroeste) con los sitios del extremo sur de la sierra de Famatina y de
allí con los correspondientes a la cuenca de los ríos Guandacol y Vinchina-Bermejo, al sur de Villa
Unión.

El camino longitudinal hacia el sur alcanza al Tambo de Paso del Lámar. Este sitio suma a la
complejidad arquitectónica de lo que se ha asimilado a kallanka, ushnu y cerrito ceremonial con
escalinata de acceso, entre otros, un pucará defensivo, inka desde sus orígenes. Esto respondería a
una situación geopolítica de la expansión, relacionada con la contradicción de poblaciones locales,
propias de los llanos y tierras bajas relativamente cercanas.

Por su emplazamiento, su patrón arquitectónico general, su característico modelo


constructivo —fundación común a varias localidades inka del eje Villa Unión-Paso del Lámar—, por
las condiciones ambientales y por las evidencias de poblaciones de la etapa tardía local que se
hallan próximas, el sitio de Paso del Lámar abre un espectro de perspectivas por considerar. Algunas
de éstas orientan a proponer una corriente de expansión en ciernes, relativamente tardía en la
progresión inka regional que pretendía no sólo consolidar el límite en esta área sur-oriental, sino
preparar el avance más al sur de la misma. Esto habría ocurrido por el sector de influencia del
Bermejo, hacia la depresión ocupada por las lagunas, producto del desagüe de los ríos Mendoza,
San Juan y la conjunción con el propio Bermejo-Desaguadero. Por este motivo, tratando de establecer
si la expansión inka pudo incidir en el área, el autor y su equipo han sumado a sus estudios el sector
de los valles del Bermejo y Fértil en San Juan.

Con respecto al sector «interprecordillerano», al oeste del mencionado en el párrafo


precedente y al suroeste del Paso del Lámar, es posible que existieran diversas instalaciones inka en
el área de Gualilán. Los vestigios están siendo reconocidos en sitios como Los Blanquitos, el cual se
relaciona con la explotación de minerales nobles, según sus características y conexión con veneros.

Los Blanquitos se encuentra en un área propicia para las actividades mineras (mina de oro
con vestigios de explotación muy antigua) que albergó, según se ha comprobado, poblaciones de la
etapa tardía regional que, finalmente, fueron dominadas por los inkas.

La circulación precordillerana inkaica en San Juan y Mendoza, queda aceptada. No obstante,


deben revisarse las bases sobre las que está planteada y debe consolidarse la evidencia para asegurar
un manejo sostenible de la misma.

Con respecto a la Precordillera, en el sur de San Juan existe un tambo característico en La


Deheza, cuya posición es la propia de un enclave sobre los valles de Ullum-Zonda-San Juan. Faltan
comprobar sus vinculaciones por el norte y el sur. Sin embargo, se aprecia una antigua senda
longitudinal de comunicación que denota su carácter de avanzada desde el oeste. Probablemente,
este también es el caso de El Acequión, sito más al sur, cuyas funciones hacia el oriente debieron ser
con respecto a las poblaciones locales de las tierras bajas, actual confluencia interprovincial de San
Juan y Mendoza.

Al sur del extremo austral de la Precordillera, los valles de Uco y de Jaurúa (en Mendoza), al
este de la Cordillera Frontal, están siendo estudiados de manera sistemática. El objetivo es determinar
296 J. ROBERTO BÁRCENA

las características de la presencia inka y el efectivo alcance de su dominación con respecto al área.
El límite del avance inkaico, según dato de un cronista de la segunda mitad del siglo XVI (Bibar 1966
[1558]), estuvo en el río Diamante, al sur del valle de Jaurúa. Dicha franja es considerada, a su vez,
como el límite austral de la etnia Huarpe —grupo sedentario con producción de alimentos— seguida
al sur por otra distinta, Puelche (economía cazadora-recolectora, con toda probabilidad trashumante
estacional).

Hasta donde se sabe, y en forma muy general, la dominación inka regional del centro-oeste
argentino se ejerce sobre las etnias Capayana y Huarpe. Ni las fuentes documentales, ni los vestigios
arqueológicos indican la existencia de una contradicción fuerte a aquella, aunque los puelche y
otros por el sur y los olongasta u otros en ciertas áreas del este, debieron plantear determinados
problemas. Esto último parece quedar indicado en las instalaciones defensivas —caso del Lámar—
que, por otra parte, no se les conoce al interior del área dominada.

El aludido cronista temprano dejó constancia de que los indígenas de Caria, en San Juan, y
de Güentota, en Mendoza, ambos asientos huarpe, fueron dominados por los inkas. En el caso de los
primeros, al paso de los españoles (mediados del siglo XVI), aún estaban «...depositados de aquel
tiempo, y de allí tomaron algunas costumbres suyas» (Bibar 1966 [1558]: 165).

Asimismo, los hechos de esa expedición son aludidos en las aseveraciones de un testigo en
el Proceso de Villagra. En Santiago de Chile el 19 de septiembre de 1558, el testigo mencionado
responde a una pregunta diciendo «...que sabe é vido este testigo que en toda la dicha jornada, que
duró los dichos dos años, poco más o menos [...] y en la dicha jornada descubrió (Francisco de
Villagra) muchas leguas y pacificó muchos indios en los Juríes y en esta tierra detrás de la cordillera,
que es la provincia de Cuyo y Cabay y Uco, y los indios de estas provincias han venido á dar la
obediencia y á servir á los vecinos en quien se encomendaron, y conquistó muchas é diversas
naciones de lenguas» (Medina 1900: 622). Este testimonio reúne, con Cuyo y Uco —probablemente
denominaciones propias del dominio inka frente a las preexistentes— a Cabay que, según Canals
Frau (1944: 145-146), pudo ser de lengua local y estar referida al área de los capayanes.

Con ello, una relación temprana para estas tierras (extremo sur-oriental del Tawantinsuyu),
introduciría, desde la indagación etnohistórica, una conjunción regional de etnias. Esta consideración
confluye con el marco arqueológico tratado aquí y funda perspectivas muy aptas para comprender
mejor las características de la dominación inka en el centro-oeste de Argentina. Máxime que la
expresión del testigo, a la vez que reúne, separa al área de otra importante, más nórdica. Ello denota
una situación de «obediencia y servicio», prácticamente sin presencia hispánica, en el espacio
indicado y en el lado oriental de los Andes. Esto pudo corresponder a la preexistencia de obligaciones
de un tipo, quizás asimilable, bajo el dominio inka (Bárcena 1994: 42).

Agradecimientos

Merecen reconocimiento por su colaboración los miembros de nuestro equipo de trabajo en


las labores de campo y de gabinete, entre ellos los Lics. Jorge García Llorca, Pablo A. Cahiza, María
José Ots, Sergio E. Martín, la Prof. Nancy B. Gorriz, el técnico Luis A. Müller y el Ing. agrimensor
Orlando Di Giuseppe. Asimismo, un subsidio (PIP, del CONICET) nos permitió el sostén económico
parcial de nuestras tareas, lo que agradecemos. Igualmente, reconocemos el apoyo de los pobladores
de las áreas que exploramos. Algunos de el los, inclusive, intervinieron en nuestras campañas. El
CRICYT, a su vez, estuvo siempre a disposición brindando el apoyo de sus servicios. Las secretarías
o direcciones —encargadas de velar por el patrimonio cultural en las provincias, cuya investigación
arqueológica inka abordamos— han autorizado nuestra labor, lo que también compromete nuestro
agradecimiento.
PERSPECTIVAS DE LOS ESTUDIOS SOBRE LA DOMINACIÓN INKA... 297

Agradecemos, asimismo, la cordial acogida y apoyo de nuestros colegas y amigos de La


Rioja y San Juan, en particular al ingeniero Ricardo Prieto y D. Antonio Beorchia. También reconocemos
especialmente la gentileza de los organizadores del IV Simposio Internacional de Arqueología PUCP,
que facilitaron nuestra participación.

Notas
1
Coordenadas 30°44´ de latitud sur y 68°56´ de longitud oeste, a 1700 metros sobre el nivel del mar.
2
Coordenadas 32°06´ de latitud sur y 68°53´ de longitud oeste, a 1500 metros sobre el nivel del mar.
3
Coordenadas 32º53´ de latitud sur y 68º48´ de longitud oeste, a 790 metros sobre el nivel del mar.
4
Coordenadas 29°09´ de latitud sur y 67°30´ de longitud oeste, a 1150 metros sobre el nivel del mar.
5
Coordenadas 29º25´ de latitud sur y 67º48´ de longitud oeste, a 1600 metros sobre el nivel del mar.
6
Coordenadas 29º35´ de latitud sur y 68º09´ de longitud oeste, 1100 metros sobre el nivel del mar.
7
Coordenadas 29º43´ de latitud sur y 68º19´ de longitud oeste, a 950 metros sobre el nivel del mar.
8
Coordenadas 29º42´ de latitud sur y 68º18´ longitud oeste, a 1000 metros sobre el nivel del mar.
9
Coordenadas 29°32´ de latitud sur y 68°34´ de longitud oeste, a 1150 metros sobre el nivel del mar.
10
Coordenadas 28°23´ de latitud sur y 68°51´ de longitud oeste, a 4400 metros sobre el nivel del mar.
11
Coordenadas 30°03´ de latitud sur y 69°11´ de longitud oeste, a 2000 metros sobre el nivel del mar.
12
Coordenadas 28°39´ de latitud sur y 67°40´ de longitud oeste, a 1900 metros sobre el nivel del mar.
13
Coordenadas 29°15´ de latitud sur y 67°57´ de longitud oeste, a 1950 metros sobre el nivel del mar;
sitio Planchada de Los Leones.
14
Coordenadas 29°35´ de latitud sur y 68°09´ de longitud oeste, a 1150 metros sobre el nivel del mar;
sector del camino inkaico.
15
Coordenadas 28°35´ de latitud sur y 68°05´ de longitud oeste, a 1800 metros sobre el nivel del mar.
16
Vinculada por el oeste con Jagüé y Laguna Brava, y por el este con el sitio de Las Pircas, en la falda
occidental de la sierra de Famatina, camino hacia la vertiente oriental de la misma.
298 J. ROBERTO BÁRCENA

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N.° 6, 2002, Y COMPLEJIDAD SOCIAL EN ATACAMA...
301-336 301

EL DOMINIO DEL INKA, IDENTIDAD LOCAL Y


COMPLEJIDAD SOCIAL EN LAS TIERRAS
ALTAS DEL DESIERTO DE ATACAMA,
NORTE GRANDE DE CHILE (1450-1541 D.C.) 1

Mauricio Uribe,* Leonor Adán** y Carolina Agüero***

Resumen

En este artículo se presenta una aproximación a la expansión del Tawantinsuyo en las tierras altas
del desierto de Atacama (norte de Chile), proponiendo un enfoque alternativo a la tradicional concepción de
una presencia débil o indirecta del Inka en este territorio. Por ello, se exponen aquellas evidencias y argumentos
que parecen representar mejor la complejidad social, económica, política y étnica que se encontraba en pleno
desarrollo cuando el imperio tomó contacto con las poblaciones de este desierto. En particular, los autores se
centran en el caso de San Pedro de Atacama, porque aún cuando se tratán de una de las localidades que ha
servido como punto de referencia para la comprensión de los grupos que habitaron sus tierras altas, todavía
se conoce muy poco de aquellos momentos. Pero, sobre todo, porque el estudio de la convergencia de las
poblaciones atacameñas e «incaicas» dentro de San Pedro, de acuerdo a experiencias en otras localidades de
este territorio, permite vislumbrar en ese encuentro los elementos que particularizan la complejidad social del
desarrollo local.

Abstract

THE INKA’S DOMINION, LOCAL IDENTITY AND SOCIAL COMPLEXITY IN THE HIGHLAND OF
ATACAMA’S DESERT, CHILE’S NORTE GRANDE (1450-1541 AD)

This paper presents our approach to the Tawantinsuyo expansionism in the highlands of Atacama
Desert (Northern Chile), in which we suggest an alternative view to the traditional idea of a weak or indirect
Inka presence in the Atacamenian territory. Therefore, we show the evidence and arguments that represent the
politics, economic and ethnic complexity development when the empire had contact with the populations from
the chilean desert. We concentrate in the case of San Pedro de Atacama, because it had been a point of reference
to the archaeological understanding of groups that lived in its highlands, but the history is poorly known. In
particular the convergence of the study of Atacamenian and Inca people in San Pedro, like in others parts of
this space, allows to appreciate best the elements that characterize the social complexity of this local develop-
ment.

«La existencia de pucaras [...] hace suponer el deseo de defender un patrimonio territorial e
indica también el establecimiento en esa zona del núcleo fuerte y posiblemente solitario de los
atacameños, tomados como unidad étnica, política, religiosa y social» (Montandón 1950: 15).

1. Introducción

Este trabajo sintetiza la aproximación de los autores acerca de la expansión del Tawantinsuyo
en las tierras altas del desierto de Atacama, norte de Chile (Fig. 1). Sobre la base de las investigaciones

* Universidad de Chile, Departamento de Antropología. E-mail: mur_cl@yahoo.com


** Universidad Austral de Valdivia, Museo Histórico Mauricio van de Maele. E-mail: ladan@uach.cl
*** Universidad Católica del Norte, Instituto de Investigaciones Arqueológicas. E-mail: maguero@ucn.cl
302 MAURICIO URIBE, LEONOR ADÁN Y CAROLINA AGÜERO

realizadas por los autores en la zona desde 1994, se propone un enfoque alternativo a la tradicional
concepción de una presencia débil o indirecta del Inka en este territorio (Llagostera 1976). Por el
contrario, se perfila un conjunto de estrategias económicas, políticas y simbólicas implicadas en el
proceso de anexión de su población al estado, sugeridas por el comportamiento y naturaleza de la
cultura material de este periodo, distribuida entre el río Loa y San Pedro de Atacama (Uribe 1999-
2000).

Esto no concuerda con las interpretaciones que enfatizan el carácter marginal de estos
territorios para los intereses del Tawantinsuyo, lo cual se ha discutido con datos arqueológicos,
etnohistóricos y etnográficos, teniendo en cuenta las particularidades de la historia de la investigación
sobre la temática y las actuales perspectivas de la arqueología regional (Uribe et al. 1999; Adán y
Uribe e.p.). En este sentido, los antecedentes sugieren desde ya un dominio o intervención más
directa del Estado Incaico en Atacama, el que habría privilegiado la interacción con grupos dirigentes
locales, potenciando las contradicciones al interior de su sociedad, entre aquellos y sus bases
(Uribe y Adán e.p.).

Tales contradicciones, consecuentemente, comprometerían la identidad local como la del


Inka. Elementos incaicos y locales fusionados, observados en segmentos específicos de la población
atacameña (Ayala et al. 1999), representan a esos grupos dirigentes que asumieron el funcionamiento
estatal en la región, explotando su propia fuerza de trabajo, sus excedentes agrícolas y riquezas
minerales.

La tutela del Inka, entonces, se expresaría materialmente pura en otros sectores, como los
periféricos respecto al núcleo local, manifestándose con mayor claridad en la vialidad y los
asentamientos asociados al capac ñam (Cornejo 1995).

Estas ideas toman como referente trabajos previos (Castro y Cornejo 1990; Cornejo 1995;
Gallardo et al. 1995) y se fundamentan en análisis tipológicos, tecnológicos y funcionales en cuanto
a la arquitectura, alfarería, industria lítica, textilería y otros materiales de estos periodos, llevados a
cabo por los autores. Los resultados obtenidos permiten, en esta oportunidad, acceder a la complejidad
sociopolítica del desierto de Atacama y, en particular ,de San Pedro (Fig. 1), a través de una evaluación
del substrato local frente al «cinturón» creado por más de una decena de instalaciones del
Tawantinsuyo que se conocen a lo largo de la vertiente occidental circunpuneña de este segmento
de los Andes centro-sur (v.g., Raffino 1981; Castro 1992; Lynch y Núñez 1994).

2. Poblaciones de Atacama en los siglos XVI y XVII

Las poblaciones indígenas que habitaron el área de estudio durante los siglos XVI y XVII
representan identidades locales distinguibles a través de fuentes etnohistóricas, ya sea por discur-
sos externos recogidos por los hispanos, o por la propia documentación colonial local generada a
través del contacto directo con las poblaciones originales de este territorio (v.g., Hidalgo 1983;
Martínez 1985; Castro 1997; Manríquez 2002).

Las informaciones para los siglos en cuestión mencionan, de manera general, a «indios»,
«gentes» o «naturales» de determinados lugares de Atacama «la Grande» o «la Chica» (San Pedro y
el Loa Superior respectivamente), de sus ayllus o pueblos, diferenciando claramente entre éstos y
los indios asentados en la costa.

En el siglo XVI, Oviedo grafica a estos «naturales» como de «tierra alzada é de guerra, y la
gente por los montes, fuera de sus casas é simientes, y puestos en montañas y sierras muy asperas»
(Núñez 1992: 85), relacionando la actitud de los «naturales» con las determinadas características del
entorno que habitaban, es decir, del desierto.
EL DOMINIO DEL INKA, IDENTIDAD LOCAL Y COMPLEJIDAD SOCIAL EN ATACAMA... 303

Fig. 1. Mapa de la región con las principales localidades y sitios mencionados en el texto (Cortesía: V. Castro).
304 MAURICIO URIBE, LEONOR ADÁN Y CAROLINA AGÜERO

Paralelamente, en la provincia de Atacama crónicas y documentos hispanos locales señalan


la existencia de indígenas cuya designación coincide con la de la «provincia». Esta manera de
nombrar subsiste durante el periodo colonial, en el cual la denominación otorgada a un espacio
geográfico (valle), un hito (río), o una división jurídica territorial (provincia, partido, pueblo, etc.),
comienzan a ser apelativos de ciertas poblaciones específicas (Manríquez 2002).

En estos primeros siglos de ocupación hispana tales poblaciones son caracterizadas de


manera genérica como «yndios», «gente que sirvió al inga» y «jente dispuesta y bien bestidos como
los del Piru» (Vivar 1979 [1558]: 20), los cuales, desde ya, son adscritos al espacio territorial nombra-
dos como indios de la provincia de Atacama. Y, en 1557, cuando se inicia el proceso de «pacifica-
ción» de la provincia, se los menciona como «yndios de Atacama que estaban de guerra».2

La segunda mitad del siglo XVI marca el inicio de la consolidación hispana en la zona. El
virrey del Perú y el aparato administrativo colonial deciden tomar el control directo de la provincia de
Atacama, por tratarse de uno de los lugares claves en la comunicación entre La Plata y Potosí,
Tucumán y el reino de Chile (Hidalgo 1982). El control se concretó aún más con el traspaso de una
parte de esta extensa encomienda a Juan Velázquez Altamirano, en porción de las distintas
«provincias» que constituían la audiencia de Charcas en Bolivia (Manríquez 2002). Este hecho
indica que los indígenas de Atacama y su territorio son integrados por los españoles dentro de dicha
audiencia, idea que la arqueología y la etnohistoria también comparten al integrar a esta unidad
como parte de la subárea circunpuneña (Lumbreras 1981). De acuerdo a ello, es muy probable que la
administración europea estuviera utilizando, aunque con ciertos reacomodos, un ordenamiento
territorial prehispánico, basado en dinámicas históricas particulares y en un profundo conocimiento
del medioambiente local.

Es entonces cuando estas poblaciones comienzan a ser denominadas en propiedad como


«atacamas». Al respecto, la investigación etnohistórica no reconoce antecedente alguno que oriente
hacia la mención de una autodenominación, puesto que, salvo por los hispanos, ningún indígena se
define como «atacama» o «indio atacama». Por ello se reafirma la idea de una exodenominación que
bien podría tener su origen en las categorizaciones realizadas por otras poblaciones originarias o
por el Tawantinsuyo mismo (Manríquez 2002). El término «Atacamas», por lo tanto, denominaría
genéricamente a indígenas adscritos a un determinado territorio, pero también distingue a los
indígenas que siendo señalados como «originarios» o «naturales» de Atacama se desplazaban de
manera permanente o por periodos variables de tiempo, de preferencia hacia lugares situados en el
Noroeste argentino, Chichas, Tarapacá y el extremo norte del reino de Chile (v.g., Copiapó),
considerados lugares al exterior de los límites de la provincia (Martínez 1998).

Frente a esta representación externa, también se desarrollan otras identidades desde una
escala local o «microscópica» (Manríquez 2002). Así, poblaciones de Atacama la Alta o San Pedro
compartirían códigos de identidad cultural con aquellos que reconocen su origen en espacios y
ayllus situados en Atacama la Baja o el río Loa, en tanto las mismas u otras reconocerían membresía
en el Noroeste argentino, Chichas o Tarapacá (v.g., Odone 1995).

Dentro de esta lógica, los indígenas parecieran relacionar su pertenencia con el origen y
éste con el lugar donde se encuentran sus parientes. En toda la región y en cada uno de los ayllus
serían las relaciones de parentesco y de un origen reconocido como común, piezas importantes en
la articulación de sus relaciones sociales, económicas, políticas y religiosas. Se establece así un
nexo significativo entre parentesco, territorio de origen e identidad que se define por el lugar
donde se ubican los familiares muertos y sus expresiones sagradas (Manríquez 2002). Estas rela-
ciones estarían documentadas ya en el siglo XVI por descripciones como las que realiza indirecta-
mente Vivar (1979 [1558]), sobre el «pueblo o valle de Atacama» cuando se refiere a las «costumbres
EL DOMINIO DEL INKA, IDENTIDAD LOCAL Y COMPLEJIDAD SOCIAL EN ATACAMA... 305

de yndios» y describe que en un apartado de las casas, cerca de donde duermen: «...qu’ es el más
prinçipal, está hecho de bobeda alta fasta el entresuelo y cuadrada. Aqueste es su enterramiento
y sepulcro. Y allí dentro tienen a sus bisaguelos y aguelos y padres y toda su generaçion» (op.
cit.: 20).

Esta situación se advierte igualmente en prácticas religiosas del siglo XVII en las que cada
especialista ofrendaba a un «ídolo», correspondiente a un determinado pueblo, por ejemplo, Quma-
quma o Qumaquina de Chiuchiu, Socomba de Aiquina, Sintalacna de Caspana y otros (Castro 1997).
Preliminarmente, por lo tanto, se desprende de estas descripciones y las inferencias hechas que, al
momento del contacto, el territorio atacameño se encontraba constituido por distintas comunidades
adscritas a un extenso espacio desértico, pero, al mismo tiempo, a los espacios de otros a los cuales
podían acceder, de acuerdo a los nexos establecidos por el parentesco, los ancestros y las deidades
propias como compartidas por cada una de esas unidades.

3. San Pedro de Atacama antes y durante el Inka

De manera coherente con lo anterior, las investigaciones arqueológicas llevadas a cabo han
permitido comenzar a definir en Atacama la existencia de un sistema social articulado por poblacio-
nes segmentadas en el espacio, pero fuertemente vinculadas en el plano territorial por aspectos
sagrados y, seguramente, parentales, alcanzando un importante grado de integración macroregional,
al menos entre las poblaciones del río Loa y San Pedro.

A continuación se presentan las evidencias y argumentos arqueológicos que soportan este


planteamiento, particularmente aquellos de San Pedro de Atacama donde se centran actualmente los
estudios de los autores.

3.1. Los asentamientos

El estudio de la arquitectura de los periodos tardíos de San Pedro de Atacama señala un


patrón temprano de construcción en barro representado por la ocupación de los Campos de Sólor
(Fig. 2). La vigencia de esta técnica constructiva tradicional apunta a una cierta continuidad con los
tiempos previos, particularmente con los periodos Formativo y Medio (Le Paige 1958), que se expre-
sa a través de asentamientos-núcleos construidos de barro, articulando a los oasis con los principa-
les cursos de agua del Salar como los ríos San Pedro y el Vilama (Núñez 1992; Llagostera 1996; Uribe
et al. e.p.).

La ocurrencia de estos asentamientos, fuertemente asociados al aprovechamiento económi-


co de los recursos cruciales de la cuenca, los ríos San Pedro y Vilama, plantea la existencia de un
sistema social y económico complejo, aunque, probablemente, poco competitivo en momentos
tempranos del periodo (v.g., dispersión de los asentamientos, ausencia de fortalezas, etc.), pero con
una creciente presión hacia el bien básico y crítico para la vida de las poblaciones atacameñas: el
agua. Este sistema debió generar una dinámica social a lo largo del recurso hídrico, por la cual las
poblaciones fueron acercándose al norte del salar y hacia las quebradas del oriente, resultando
favorecidas aquellas comunidades que podían controlar las cabeceras de dichos cursos (cf. Núñez
1992). Esta situación podría haber generado una importante tensión social durante la evolución del
sistema, lo que en algún momento se expresa en la construcción de pequeños sitios en lugares
estratégicos como los pukara de Quítor y Vilama, en los sectores más septentrionales de la localidad
(Fig. 3 a). Del mismo modo, se aprecia en la experimentación con técnicas agrícolas y de irrigación en
sistemas estancieros de altura como los de Guatin (Fig. 3 b), inicialmente destinados al pastoreo
(Serracino y Stehberg 1974). Por último, esta tensión también se identifica por la introducción de
elementos de apariencia foránea, en especial altiplánica, correspondiente a las estructuras conoci-
a

b
Fig. 2. Campos de Sólor. a. Planta de estructura habitacional de barro; b. Cántaro o tinaja usada para
almacenamiento de líquidos y/o como urna funeraria.
a

b
Fig. 3. a. Pucaras de Vilama. Reductos de cumbre asociados al río Vilama; b. Estancia de Guatin. Se observan
campos o canchas de cultivo.
308 MAURICIO URIBE, LEONOR ADÁN Y CAROLINA AGÜERO

b
Fig. 4. a. Aldea de Zápar. Estructura tipo chullpa; b. Aldea de Peine. Estructura tipo chullpa.

das como chullpa (Figs. 4 a, b), entre otras, que aparecen en poblados que se instalan a partir de
aquellos pukara, como Quítor, o en otros completamente nuevos, por ejemplo, Zápar y Peine.

Es casi un consenso, en consecuencia, que durante los primeros momentos de los Desarro-
llos Regionales se ocuparon pueblos «sin defensa», como Sólor y Guatin, para luego comenzar a
gestarse los pukara típicos del periodo (Le Paige 1958; Bittman et al. 1978; Schiappacasse et al.
1989; Núñez 1992). Al comienzo del Periodo Intermedio Tardío se nota, por lo tanto, la existencia de
un sistema de asentamiento centrado en la explotación de los recursos de los oasis regados por los
principales ríos que drenan el Salar, articulándose los asentamientos-núcleos con otros de pisos
más altos, con gran probabilidad, ocupados para la ganadería de camélidos. Esta arquitectura fue la
que caracterizó a la región después del 950 d.C. hasta cerca del 1350 d.C. (Berenguer et al. 1986;
Tarragó 1989; Uribe e.p.), surgiendo luego otro patrón constructivo más competitivo y directamente
relacionado con el control de los recursos hídricos que se manifestó en la aparición de los pukara,
sean o no amurallados, a partir de los cuales se constituyeron las comunidades donde justamente el
Inka dejó rastros materiales notables.
EL DOMINIO DEL INKA, IDENTIDAD LOCAL Y COMPLEJIDAD SOCIAL EN ATACAMA... 309

Catarpe, Quítor, Zápar y Peine. El trabajo realizado se concentró en ocho sitios habitacionales de
San Pedro, los que han sido registrados en su totalidad a través de la aplicación sistemática de una
ficha arquitectónica (Castro et al. 1991). De éstos, fueron seleccionados los asentamientos Catarpe
Oeste (W), Quítor, Zápar y Peine (Fig. 1), los cuales proveen de información significativa para
entender la época del contacto entre el nuevo desarrollo atacameño y el Inka.

En estos yacimientos (Tabla 1), los rasgos arquitectónicos más distintivos son el gran núme-
ro de recintos (entre 141 y 210 estructuras), el trazado ortogonal de los poblados, su orientación
cardinal O-E, con sus muros transversales 60º al Norte, así como la conformación de conjuntos
aglutinados y densos constituyendo conglomerados que en algunos casos presentan una evidente
distribución espacial en mitades o bipartita. Los sitios exhiben espacios domésticos con diferentes
tipos de estructuras, algunos con notables concentraciones de molienda, los cuales comprometen
cocinas-dormitorios, patios interiores, recintos sin techar a modo de ramadas y otros grandes a
manera de plazas, corrales u otros espacios de uso comunal.3 Afuera, junto y dentro de ellos se
disponen sepulturas y depósitos —silos o trojas—, formalmente correspondientes a «cistas» y
estructuras tipo chullpa; del mismo modo que tumbas «...adosadas a bloque rocoso», «adosadas y
bajo bloque rocoso» y «bajo bloque rocoso»4 (Fig. 5), acercándose a la composición constructiva
de los asentamientos del Loa superior (Aldunate y Castro 1981; Castro et al. 1991; Adán 1996; Ayala
2000).

Por más que el emplazamiento sea más o menos plano, los sitios se ubican siempre en
quebradas o asociadas a éstas, lo que exigió la aplicación de técnicas constructivas de terrazas y
muros de contención, hasta el día de hoy comunes en las quebradas (Fig. 6 a), lo que equivale a la
arquitectura habitacional con los sistemas de cultivo (Adán 1999). Los muros son principalmente
simples, rústicos y a plomo, pero también aparecen los dobles, sedimentarios y desaplomados. Las
piedras con las que se edificaron las viviendas fueron unidas con argamasa de barro y, en su
mayoría, se encuentran en estado natural, aunque con un alto porcentaje de piezas desbastadas y
toscamente canteadas.

Además de estar asociados a extensos campos de cultivo y elaborados sistemas de regadío


en las quebradas o valles del río, otra característica relevante de estos poblados es su conexión con
rutas de tránsito, seguramente de origen preincaico, que conectan los oasis con la región del Loa
superior y, más lejos aún, con las regiones de Bolivia y Argentina, hacia el norte y oriente. Estas
rutas son reforzadas luego por la política expansiva del Tawantinsuyo, como lo evidencian los
tambos y camino incaicos que se ubican en ambos extremos del Salar, como Catarpe Este y Peine, los
dos anexados a los poblados locales (Lynch 1977; Niemeyer y Rivera 1983; Lynch y Núñez 1994).

En definitiva, la localización, el emplazamiento, la visibilidad y relación de los poblados con


los recursos hídricos, agrícolas y viales sugieren una idea de control y defensa, razón por la que
tradicionalmente estas construcciones han sido llamadas pukara. Algunos de ellos como Catarpe y
Quítor, por su ubicación que aprovecha y controla las mejores aguas y tierras del Salar en el sector
más septentrional de San Pedro, debieron generar notables relaciones de dependencia respecto a las
comunidades o ayllus más meridionales. Sugerentemente, Latcham (1938: 96-98) propone que, adosado
a uno de los riscos del Pukara de Quítor, se levantó el edificio «más grande y más perfecto» que, en
opinión del autor, habría correspondido a un «cacique» o autoridad, lo cual sugiere la existencia de
una población internamente diferenciada, muy poco igualitaria, que pudo estar jerarquizada de acuerdo
a esta dependencia de los ayllus según su acceso al agua.

A lo anterior se suma que la disposición de estos asentamientos en zonas de quebradas y la


significativa ocurrencia de estructuras tipo chullpa en ellos, señalan la configuración de una tradición
de «tierras altas» equivalente a la del curso superior del río Loa (Uribe y Adán 1995). Por lo mismo,
310 MAURICIO URIBE, LEONOR ADÁN Y CAROLINA AGÜERO

Catarpe E Catarpe W Quítor Zápar Peine


Número de recintos 163 177 201 141 210
Superficie (m ) 2 12.000 10.080 17.400 8.400 16.000
Densidad (n.º rec./hec.) 135,83 163,89 115,52 167 131,25

1a. Sitios estudiados, número de recintos, superficie total y densidad ocupacional


Catarpe E Catarpe W Quítor Zápar Peine
Forma de recintos n % n % n % n % n %
Circular 0 0 1 0,56 7 3,48 2 1,42 1 0,48
Cuadrangular 16 9,82 13 7,34 18 8,96 10 7,09 8 3,81
Elipsoidal 0 0 0 0 3 1,49 0 0,00 1 0,48
Irregular 13 7,98 39 22,03 45 22,39 46 32,62 57 27,14
Oval 0 0 1 0,56 6 2,99 3 2,13 13 6,19
Rectangular 56 34,36 31 17,51 17 8,46 18 12,77 30 14,29
Subcircular 3 1,84 8 4,52 24 11,94 13 9,22 28 13,33
Subcuadrangular 10 6,13 9 5,08 1 0,50 3 2,13 8 3,81
Subrectangular 52 31,90 54 30,51 53 26,37 32 22,70 48 22,86
Subtriangular 0 0 0 0,00 5 2,49 1 0,71 8 3,81
Trapezoidal 2 1,23 1 0,56 0 0,00 1 0,71 0 0,00
No observable 11 6,75 20 11,30 22 10,95 12 8,51 210 3,81

Total 163 100 177 100 201 100 141 100 100 100

1b. Forma de planta de los recintos y su frecuencia en los sitios.


Catarpe E Catarpe W Quítor Zápar Peine

Rango de tamaño de los


recintos (m 2) n % n % n % n % n %
hasta 5 49 30,06 51 28,81 38 18,91 58 41,13 102 48,6
entre 5-10 40 24,54 33 18,64 25 12,44 23 16,31 33 15,7
entre 10-20 38 23,31 37 20,90 47 23,38 13 9,22 26 12,4
entre 20-40 21 12,88 34 19,21 54 26,87 14 9,93 22 10,5
entre 40-60 1 0,61 3 1,69 17 8,46 6 4,26 10 4,76
más de 60 8 4,91 7 3,95 7 3,48 19 13,48 7 3,33
Sin registro 6 3,68 12 6,78 13 6,47 8 5,67 10 4,76

Total 163 100 177 100 201 100 141 100 210 100

1c. Frecuencia del tamaño de los recintos y su frecuencia en los sitios.

Tabla 1. Principales características arquitectónicas de sitios habitacionales del Periodo Tardío de San Pedro
de Atacama
EL DOMINIO DEL INKA, IDENTIDAD LOCAL Y COMPLEJIDAD SOCIAL EN ATACAMA... 311

b
Fig. 5. a. Aldea de Zápar. Cistas funerarias asociadas a estructuras habitacionales; b. Pucara de Catarpe
Oeste. Sepulturas adosadas y bajo bloque rocoso.

la ocupación de estos espacios ecológicos, las quebradas, no sólo resalta por la mera incorporación
de nuevos rasgos arquitectónicos, sino porque redunda en la adopción de un sistema de tecnologías,
conocimientos y poder asociados que hacen habitables y productivos los territorios altos previamente
desestimados o subutilizados por las poblaciones de los oasis (Adán y Uribe 1995). En este sentido,
una singularidad en la ocupación «quebradeña» de San Pedro es la coexistencia de estructuras tipo
chullpa con entierros en cistas al interior de las viviendas, lo que indica una combinación de
elementos culturales propios del Salar, en tanto una ancestral tradición del desierto y otros rasgos
de la llamada tradición Altiplánica (Schiappacasse et al. 1989). Tal situación expresaría una
convivencia de tradiciones culturales que caracterizaría a las poblaciones del Salar a partir de esos
momentos que, de acuerdo a los fechados absolutos con que se cuenta hoy día para San Pedro, se
iniciaría hacia el 1340 d.C. y perdura hasta el contacto con el Inka (Uribe e.p.).

Al mismo tiempo, estas clases de tumbas y estructuras, cistas y tipo chullpa, al ser aéreas,
exhiben dos cualidades que las antiguas fosas y cementerios atacameños no poseían (cf. Costa y
Llagostera 1992). En primer lugar son visibles, por lo tanto, opera una presencia física determinada
312 MAURICIO URIBE, LEONOR ADÁN Y CAROLINA AGÜERO

en parte por la percepción o contacto visual constante que puede establecerse entre vivos y muer-
tos. Por otra parte, este tipo de sepulturas permiten una eventual manipulación de los restos morta-
les (Montt 2002). La inclusión de estas prácticas innovadoras es de suma relevancia social, porque
los rituales relativos a la muerte ofrecen a los vivos la eficacia simbólica de percibir visualmente y
movilizar a sus difuntos (Isbell 1997). Por consiguiente, los muertos debieron constituir un significante
explícito, sobre todo porque se ha visto que en esos tiempos la posesión y usufructo de la tierra y el
agua parece haber sido crucial, lo que se encontraría legitimado ante las fuerzas productivas que
componen la población local y ante otros, a través de la noción de ancestro, cuyo valor pudo radicar
en su origen altiplánico. Se integra así un segundo elemento de distinción entre las poblaciones de
San Pedro, las cuales no sólo se diferencian por su ubicación respecto a los recursos críticos locales
—y, de acuerdo a ello, a un territorio específico— sino también por su vínculo con lo externo, en
especial, lo altiplánico (Uribe 1996; Ayala 2000).

Frente a todo esto, Catarpe Este y los tambos de Licancábur, Peine y otros manifiestan la
imposición de la arquitectura del Tawantinsuyo en la región de San Pedro de Atacama (Niemeyer y
Schiappacasse 1988). Sin embargo, Catarpe Este es paradigmático en términos de las manifestaciones
de un dominio e incorporación efectiva de las poblaciones del Salar al funcionamiento estatal. El
asentamiento, si bien comparte varias características con el resto de los sitios habitacionales de la
región (v.g., el trazado ortogonal), evidencia la presencia de una importante plaza doble en una
ubicación central (Fig. 6 b), una frecuencia similar de unidades domésticas y de silos o collcas, así
como una abundancia relativa de muros dobles. La arquitectura de Catarpe Este indica, por lo tanto,
la presencia de abundantes actividades de almacenaje, la disposición de espacios habitacionales sin
sepulturas y, sobre todo, la existencia de grandes espacios de utilidad para funciones administrativas
como ceremoniales. Su construcción se remontaría según los fechados radiocarbónicos a 1510 d.C.5
(Uribe e.p.), indicando una lógica de ocupación que obviamente se aleja de la que se ha señalado
para los poblados locales y que parece incidir en el funcionamiento de la estructura económica y
social de sus habitantes.

Cerámica. Cerca de 53.000 fragmentos de cerámica, recolectados sistemáticamente a partir de un


muestreo dirigido del 20% de cada sitio considerado en la investigación (Tabla 2), permiten detectar
variaciones tipológicas y funcionales en los recintos analizados. Estas diferencias tienen dos lecturas,
una temporal y otra funcional, las que se articulan conformando un panorama complejo y dinámico
de los periodos Intermedio Tardío y Tardío.

A partir de un análisis tipológico y funcional de la cerámica, para lo cual se usó con fines
comparativos y cuantitativos, la cantidad y el peso de los fragmentos provenientes de cada recinto
y asentamiento, se pudo establecer una secuencia ocupacional de los yacimientos estudiados. De
acuerdo a esto, Catarpe Oeste y Quítor aparecen relacionados por una tradición alfarera local (Figs.
7, 8), la cual se remonta a tiempos previos y a los antiguos espacios de los oasis del Salar como los
campos de Sólor (v.g., a través de la presencia predominante de tipos cerámicos conocidos como
Dupont y Aiquina, o de otros más esporádicos como el San Pedro rojo violáceo [Uribe 1997]). Sin
embargo, estos mismos sitios presentarían un momento posterior, más «clásico» del desarrollo
regional y, justamente, serían los que reciben el impacto incaico, elocuente —como se ha visto— en
Catarpe Este. Lo anterior significa que no se reconocen los ejemplares más tempranos o éstos
pierden relevancia frente a una diversidad tipológica mayor (Uribe 1996), en la cual es posible
reconocer exponentes «exóticos» como la cerámica altiplánica Hedionda (Fig. 9). De este modo, los
tipos foráneos se incrementan desde estos momentos y remiten a vínculos con el Altiplano meridio-
nal, la vertiente oriental circunpuneña e incluso los Valles Occidentales, expresándose especialmen-
te con el Inka, el cual exhibe un carácter marcadamente trasandino (Fig. 10 d, e).

Debido a que presentan esta misma situación y porque, en la práctica, no existen evidencias
cerámicas más tempranas en ellos, se incluyen Zápar y Peine como asentamientos ocupados en
forma contemporánea a Quítor y Catarpe Oeste. No obstante, éstos exhiben la introducción de una
alfarería cuyas características se relacionarían con el mayor impacto del Tawantinsuyo en la zona, lo
EL DOMINIO DEL INKA, IDENTIDAD LOCAL Y COMPLEJIDAD SOCIAL EN ATACAMA... 313

b
Fig. 6. a. Pucara de Quítor. Aterrazamientos para construcción de estructuras habitacionales en ladera; b.
Tambo de Catarpe E. Plaza rectangular doble en el centro del asentamiento (Cortesía: F. Maldonado).
314 MAURICIO URIBE, LEONOR ADÁN Y CAROLINA AGÜERO

Tipos cerámicos (%)


Sitios Pre Intermedio Intermedio Tardío Foráneos Hispano-indígena
Tardío Tardío
Guatin 10,96 86,73 1,82 0,20 0,00
Sólor 10,45 88,78 0,31 0,22 0,00
Vilama Norte 13,69 82,89 2,69 0,00 0,00
Vilama Sur 2,33 95,35 1,55 0,00 0,00
Catarpe Este 0,93 93,39 4,23 1,32 0,00
Catarpe Oeste 0,64 96,62 1,27 0,80 0,56
Quítor 0,06 98,50 0,36 0,90 0,02
Zápar 1,19 86,71 11,12 0,49 0,22
Peine 1,97 62,47 34,29 0,52 0,30
n=26.692 fragmentos

Tabla 2. Resumen de la frecuencia de tipos cerámicos de sitios habitacionales tardíos de San Pedro de Atacama
de acuerdo a su adscripción cultural y cronológica.

cual redundaría en la transformación de la cerámica local (Fig. 10 a). Además, aquí la ocupación de
estos asentamientos se extendería hasta épocas coloniales tempranas, marcando un tercer momento
de la secuencia regional coincidente con el Periodo Tardío.

Ahora bien, la cerámica local que se vuelve significativa inmediatamente antes del Inka,
indica, por una parte, el incremento de grandes contenedores para almacenamiento (Uribe y Carrasco
1999). En este sentido, destacan aquellos para líquidos que no sólo pudieron ser utilizados para el
agua, sino también para chicha, lo cual es especialmente relevante en situaciones ceremoniales o
festivas (Fig. 8).

Por otro lado, aumentan los contenedores asociados a la manipulación y preparación de


alimentos, incluida su cocción, lo que otra vez se vincula con actividades festivas que habrían
involucrado la producción de alimentos, generalmente para muchas personas (Fig. 8 c). Un tercer
aspecto interesante es la aparición de cerámica local revestida y roja de uso ceremonial en recin-
tos habitacionales y basurales junto con el resto del material doméstico (Fig. 8 b). Lo anterior
indica que esas prácticas ceremoniales y festivas tendrían lugar en áreas tanto públicas como en
los espacios particulares de las unidades domésticas, generando correlatos materiales sumamente
similares.

En suma, el tipo de asentamiento inferido a partir de la anterior asignación funcional de sus


construcciones indica que todos los sitios inmediatamente preincaicos como Catarpe, Quítor, Zápar
y Peine tendrían un carácter eminentemente doméstico, con recintos habitacionales donde se preparan
y sirven alimentos, siendo sumamente importante el almacenaje. No obstante, también ocurren
actividades ceremoniales, las cuales difieren tanto en escala como en intensidad, pues en dichos
momentos esta práctica pareciera incentivarse en cada uno de los yacimientos mencionados y
realizarse de manera independiente de los otros. Tal situación es coherente con la inclusión en todos
ellos de prácticas funerarias manifestadas en la arquitectura que se incorpora dentro, junto o cerca
de los asentamientos, sugiriendo una dinámica de comunidad o ayllu para las sociedades que
habitaron estos poblados.

Así, dentro de la escala temporal se observa un primer momento del Periodo Intermedio
Tardío caracterizado por sitios habitacionales en los que se encuentran representadas una amplia
EL DOMINIO DEL INKA, IDENTIDAD LOCAL Y COMPLEJIDAD SOCIAL EN ATACAMA... 315

Fig. 7. Tipos cerámicos locales de inicios del periodo Intermedio Tardío. a. Tipo Dupont (escudilla); b. tipo
San Pedro rojo violáceo (cántaro doble cuerpo); c. Tipo Turi rojo burdo (cántaro o tinaja); d. Tipo Turi gris
alisado (olla con protúberos).

gama de actividades, aunque no todos los aspectos del ciclo de vida de las personas. Lo anterior se
restringió a muy pocos lugares, los que actuarían como asentamiento-núcleo, tal cual se ha descrito
más arriba para los Campos de Sólor. En cambio, un segundo momento, representado en los sitios
Catarpe, Quítor, Zápar y Peine, corresponde a asentamientos mayores y aglutinados que integran
todo un espectro de actividades: habitacionales, de almacenamiento, ceremoniales y mortuorias en
particular, que los convierte en unidades independientes y autónomas, sin distinguirse uno o unos
pocos núcleos como antes.

Seguramente, este cambio se habría gestado en función de los trastornos económicos,


sociales, políticos y demográficos experimentados por las poblaciones locales después del colapso
tiwanaku, mostrando un énfasis en la segmentación social, extensión territorial, en las conductas de
316 MAURICIO URIBE, LEONOR ADÁN Y CAROLINA AGÜERO

Fig. 8. Tipos cerámicos locales clásicos del Periodo Intermedio Tardío. a. Tipo Aiquina (escudilla); b.
Tipo Turi rojo revestido alisado (cántaro); c. Tipo Turi gris alisado (olla con asa); d. Turi rojo alisado
(cántaro).

almacenamiento, las relaciones con sus fronteras y un cambio en la naturaleza y escala de lo ceremo-
nial y/o público (cf. Albarracín-Jordán 1996). En este ámbito, el desarrollo de una organización
jerarquizada, la generación de excedentes y el rol de los líderes o autoridades en festividades
redistributivas debieron jugar un papel protagónico al interior de los grupos de San Pedro de Atacama,
muy ligado a la competencia sobre el acceso a los recursos de agua y tierra como a los contactos a
larga distancia para la complementariedad de recursos.

Material lítico. Siguiendo el mismo procedimiento de recuperación y la perspectiva analítica con


que se abordó la cerámica, se estudiaron 4080 piezas líticas y 1216 artefactos de molienda, producto
EL DOMINIO DEL INKA, IDENTIDAD LOCAL Y COMPLEJIDAD SOCIAL EN ATACAMA... 317

Fig. 9. Tipos cerámicos altiplánicos del Periodo Intermedio Tardío. a, b. Tipo Hedionda negro sobre ante
(escudilla y cántaro miniatura); c, d. Tipo Yavi-Chichas (cántaro y balde).

de la recolección superficial en los yacimientos como del registro in situ de los mismos (Carrasco
2002). Considerando esta división en talla y molienda del material lítico, se llegó a establecer un
comportamiento común o patrón dominado por desechos secundarios e implementos para moler
(Tabla 3). En este contexto, la talla siempre se presenta más abundante en momentos tempranos y de
manera muy escasa en los sitios tardíos, a pesar incluso de evidencias de loza y vidrio empleados en
la elaboración de chaquiras en épocas indígena-coloniales.

Se observa que los sitios con menor material tallado exhiben una alta proporción de instru-
mentos de molienda (Fig. 11 a), con la excepción de Sólor que habría sido un importante centro
aglutinante de actividades en momentos tempranos como anteriores al desarrollo regional, tal cual lo
318 MAURICIO URIBE, LEONOR ADÁN Y CAROLINA AGÜERO

Fig. 10. Tipos cerámicos inkas locales y foráneos del Periodo Tardío. a. Tipo Lasana café-rojizo revestido
pulido (aríbalo pasta con mica), b. Tipo Turi rojo revestido, exterior negro, alisado interior (jarro «aribaloide»),
c. Tipo Turi rojo revestido pulido ambas caras (escudilla ornitomorfa); d, e. Tipo Yavi-La Paya (aríbalos).

afirma la arquitectura y la cerámica. En la misma época, otros sitios, como Vilama, muestran una talla
más expeditiva y relacionada con situaciones defensivas, quizás también aplicables a Quítor, vincu-
ladas a la competencia por las cabeceras de los principales cursos que desaguan en el salar y que se
manifiesta en concentraciones de piedras «huevillo» para usar como proyectiles (Fig. 11 b).
EL DOMINIO DEL INKA, IDENTIDAD LOCAL Y COMPLEJIDAD SOCIAL EN ATACAMA... 319

Categorías Guatin Sólor Vilama Vilama Catarpe Catarpe Quítor Zápar Peine Total
Norte Sur Este Oeste
Adornos 0 18 0 0 2 0 2 3 14 39
Contenedores 0 1 0 0 0 0 0 0 0 0
Herramientas 30 30 2 0 2 6 4 2 9 5
Molienda 35 251 0 3 66 105 0 423 157 1.040
Talla 1.381 1.041 197 9 254 277 92 74 567 3.892
Polifuncionales 0 81 0 1 1 6 0 57 7 153
Indeterminados 3 13 0 0 0 4 0 9 0 29
Material temprano 6 44 0 0 1 0 1 0 5 57

Total 1.455 1.479 199 13 326 398 99 568 759 5215

Tabla 3: Resumen de las principales categorías líticas morfofuncionales de sitios habitacionales tardíos de
San Pedro de Atacama.

Junto con este carácter expeditivo adquirido por la tecnología lítica, es importante destacar
que durante la parte tardía del periodo los productos líticos enfatizan la molienda, tanto agrícola
como con otros fines (v.g., ceremoniales, especialmente ritos funerarios o minería), desplegando una
gran diversidad morfológica y polifuncionalidad de los artefactos referidos a dicha actividad. De
este modo, es posible apreciar que junto con lo funcional, el uso de los artefactos líticos o de la
piedra en general comienzan a adquirir un carácter versátil y simbólico que se expresa en la challa de
materiales molidos en tumbas y chullpas, así como también en la reutilización y polifuncionalidad de
muchas herramientas asociadas a esos materiales, en especial la molienda. Así, se configura, una
conducta común para el resto del área, es decir, en conjunto con el río Loa, donde es bastante equi-
valente la manera en que se producen los artefactos líticos, con un énfasis en la molienda y el proce-
samiento de minerales con connotaciones simbólicas, como la malaquita (Uribe y Carrasco 1999).

De acuerdo con lo mencionado, esto es coherente con la concentración de estructuras tipo


chullpa y sepulturas al interior de los poblados en Catarpe, Quítor y sobre todo en Zápar y Peine, lo
cual es a su vez coincidente con las apreciaciones sobre el material cerámico y su énfasis en el
almacenamiento y la actividad ceremonial. Al respecto, el material lítico confirma la necesidad de
procesar y acopiar ciertos alimentos, los que seguramente se emplearon en las festividades comu-
nales, pero, asimismo, en el mantenimiento de otras labores como una minería asociada a la extrac-
ción de recursos de valor simbólico (Núñez 1999). Dentro de esta lógica, resulta considerable la
producción de cuentas de malaquita y calcedonia, aparte de las de concha, que se suman al ámbito
de la lítica y que se registran de manera generalizada en todos los asentamientos estudiados,
aunque en proporciones modestas.

Esto, sin duda, potenciaría el intercambio y caravaneo característico de la región con el


propósito de ampliar la complementariedad de recursos a través de contactos a larga distancia. Para
ello, en esos momentos las autoridades de cada comunidad debieron liderar su promoción y organi-
zación, ya que debido a la segmentación territorial predominante cada unidad lo llevaría a cabo
independientemente y no de forma tan centralizada en San Pedro, como parece haber ocurrido con
actividades semejantes durante el Periodo Medio (Llagostera 1996).

Restos de fauna y vegetales. Bajo la misma óptica con que se trabajaron los materiales cerámicos y
líticos se recolectaron y analizaron restos óseos y vegetales de los asentamientos descritos (Tabla
4), los cuales fueron identificados por especies e inicialmente asignados a labores vinculadas con la
preparación, manipulación y almacenamiento de alimentos, además de actividades funerarias
320 MAURICIO URIBE, LEONOR ADÁN Y CAROLINA AGÜERO

b
Fig. 11. a. Aldea de Zápar. Concentración de instrumentos de molienda asociados a estructuras habitacionales;
b. Pucara de Vilama Norte. Concentraciones de piedras asociadas a muro perimetral, posiblemente usadas
como proyectiles.

(González 2002). No obstante, muchos también pudieron ser el resultado de otras actividades, como
las pastoriles, y de esa manera haber ingresado al contexto arqueológico perdurando, más o menos,
gracias a las condiciones de conservación específicas de cada uno de los yacimientos.

De este modo, se recuperaron restos vegetales, entre los cuales predominan el chañar, maíz
y algarrobo, aparte de ramas y maderas no consideradas dentro de las labores domésticas señala-
das. Por su parte, el material óseo se encuentra constituido principalmente por astillas de hueso,
siendo preponderantes los restos de camélidos (Lama sp.), además de fauna local, silvestre e intro-
ducida. Comparando cada uno de los sitios estudiados, desde Sólor a Peine, en todos se observa
que la presencia de fauna se mantiene uniforme, mientras que el material vegetal adquiere un notorio
aumento en Catarpe, Quítor, Zápar y Peine.

Al respecto, comparando con la cerámica y el lítico, se sostiene que la segregación observa-


da entre las proporciones de las evidencias óseas y vegetales refleja la existencia de dos modos de
EL DOMINIO DEL INKA, IDENTIDAD LOCAL Y COMPLEJIDAD SOCIAL EN ATACAMA... 321

Materiales orgánicos (%)

Sitios Oseo Vegetal


Sólor 34,9 0,40
Guatin 2,4 0,1
Vilama Norte 8,4 0,2
Vilama Sur 1,2 0,6
Catarpe Este 2,8 3,4
Catarpe Oeste 1,3 8,9
Quítor 4,9 13,8
Zápar 26,0 31,4
Peine 17,6 40,8
n=2275,5g n=2571g

Tabla 4: Resumen de la frecuencia de materiales orgánicos de sitios habitacionales tardíos de San Pedro de
Atacama.

producción distintos en el tiempo. En los momentos más tempranos se trataría de una economía con
énfasis en la ganadería, que sustentaba principalmente actividades de tráfico o caravaneo, como lo
sugiere la clara configuración de un transecto pastoril entre Sólor, Vilama y Guatin, del mismo modo
que la existencia de una industria para fabricación de cuentas en el primero, especialmente a partir de
moluscos, e incluso de metales (cf. Llagostera 1996). Este sistema económico estaría apoyado en un
sistema agrícola comparativamente poco relevante, quizás de autosubsistencia, con mayor énfasis
en la recolección de productos de fácil manejo, si es que no silvestres, como son los frutos de chañar
y algarrobo abundantes en todos los oasis de San Pedro, coherente con el patrón de asentamiento
señalado entre 950 y 1350 d.C.

En cambio, los sitios del segundo grupo, más tardíos, representarían una transformación de
ese sistema ganadero y caravanero, el cual estaría apoyado en una producción agrícola con otra
importancia, más estable y de mayor escala, capaz de sustentar una cantidad de población más
grande y segmentada. Lo anterior confirma y es del todo coherente con las particularidades que
adquieren los asentamientos y las actividades desarrolladas en ellos en términos de sus desechos
cerámicos y líticos, coincidentes con una nueva realidad demográfica y cultural, evidentes en prác-
ticas de almacenamiento y ceremoniales incluidas en los ámbitos habitacionales que constituyen
unidades independientes, aunque relacionadas.

Ajuares y ofrendas. Para acercarse a la población que habría protagonizado estos cambios, se
estudiaron 90 cráneos de los contextos funerarios de Yaye, Sólor y Catarpe con el propósito de
caracterizar biológicamente a los habitantes tardíos del Salar de Atacama, evaluándolos según su
condición de salud (edad, sexo, patologías, etc.), a partir de atributos cráneo-faciales, mandibulares,
dentales y deformación cefálica (Reyes 2002; Uribe et al. e.p.). De acuerdo a este estudio preliminar
—y a pesar del grave problema de la muestra, debido al trabajo exclusivo con el esqueleto craneal,
incluso incompleto a veces— el conjunto correspondería a una misma población, bastante relacionada
con las tierras altas del río Loa (cf. Ayala et al. 1999), afectada toda ella por las mismas eventualidades
durante su existencia (v.g., alta esperanza de vida, pero trabajo duro, muchas enfermedades dentales
y a veces etapas de carencia de alimentos o de baja calidad nutricional que afectan bastante la salud,
entre otros). Sobre esta misma base poblacional, sin embargo, se desarrollarían diferencias internas
importantes, cronológicas o sociales que se manifiestan en ajuares y ofrendas. Pero, además, ciertos
322 MAURICIO URIBE, LEONOR ADÁN Y CAROLINA AGÜERO

rasgos óseos —como la deformación craneana que se registra en la mitad de la muestra de manera
indistinta entre hombres y mujeres, bastante diversa, aunque casi siempre bajo el predominio de la
deformación tabular erecta, seguida de la oblicua y las circulares— también podrían vincularse a la
complejidad sociopolítica de este grupo (cf. Torres-Rouff 2002), aunque todavía se necesita más
estudios para afirmarlo. Por lo mismo, se enfocará el comportamiento de los textiles y los objetos
misceláneos de otras materias primas que componen sus ajuares y ofrendas.

Material textil. Estudios textiles desarrollados con anterioridad distinguen, a partir del Periodo
Intermedio Tardío, un comportamiento estilístico particular del territorio comprendido por el desierto
de Atacama, el cual se desenvuelve en la configuración de una identidad que transforma los parámetros
del periodo anterior e incorpora aquellos de sus zonas de frontera, fortaleciendo su propio carácter
y, quizá con ello, su acceso a otros espacios y recursos (Agüero et al. 1997, 1999; Agüero 1998).

Tomando en cuenta esos avances, el trabajo realizado consideró el análisis de tejidos fune-
rarios de San Pedro de Atacama como de cementerios del río Loa y del Noroeste argentino
(específicamente del río Doncellas), a través de un registro sistemático de sus atributos tecnológi-
cos, formales y decorativos (Agüero 2000). De todo este territorio se estudió un total de 946 prendas
de vestir, tocados y bolsas, distinguiéndose dos versiones textiles propias del Salar. Por un lado,
aquella representada en los cementerios que continúan ocupados después del Periodo Medio (Fig.
13), los cuales comparten otros elementos mucho más populares en el río Loa e incluso de origen
foráneo (v.g., Tarapacá). Y, paralela a la anterior, otra versión que consiste en tejidos estructuralmente
idénticos, pero propios de cementerios sin ocupaciones previas y con una mayor continuidad hacia
los momentos tardíos (Fig. 12). Esto significa que este segundo conjunto —formado por túnicas
cuadradas o rectangulares tejidas en tramas múltiples, con bordados laterales en puntada satín,
además de gorros tipo «corona», «saquitos-amuletos» y bolsas hechas en sprang o torzal oblicuo
doble— coexiste con la textilería de mayor tradición en el oasis de San Pedro y que comienza a
desarrollarse en el Loa y sus bordes, junto con aquella que se describe a continuación.

Hacia el 1350 d.C. se aprecia en el Loa (Agüero 1998) y las tierras altas del Noroeste argen-
tino (Boman 1908; Rolandi de Perrot 1973, 1979; Pelissero et al. 1997), la popularización de un grupo
de prendas rectangulares correspondientes a túnicas y bolsas, que utilizan técnicas decorativas de
urdimbres transpuestas con uso de tramas múltiples y tapicería dentada (dovetailed), los cuales
reproducen motivos con forma de «V» o rombos en sucesión vertical (en el caso de la transposición
de urdimbres), así como cuadrados y una característica figura zoomorfa de tres dedos (en el caso de
la tapicería), todos ellos confeccionados con hilados de colores blanco, azul y rojo, al igual que en
las numerosas bolsas elaboradas en faz de urdimbre (Fig. 14). Su distribución geográfica y la utiliza-
ción de tramas múltiples permiten insertar estas prendas dentro del componente «atacameño» o,
mejor dicho, circunpuneño. Al mismo tiempo, la amplitud geográfica que abarca este conjunto,
sumada a la abundancia de bolsas, sugiere su asociación con la actividad caravanera, lo que abre la
posibilidad de que puedan ser situadas hacia finales del Periodo Intermedio Tardío y que hayan
tenido contacto con el Inka, extendiéndose su circulación hasta Calingasta por el sur (Michieli 1994)
y por el norte hasta Camarones y Arica (Ulloa, comunicación personal 1998).

Coincide con esta situación que ciertos sitios propiamente tardíos de San Pedro de Atacama
exhiben algunas túnicas, bolsas y gorros tipo «corona» como los de dicho conjunto textil, en mo-
mentos que parecieran ingresar los atuendos incaicos pertenecientes a figurillas de santuarios de
altura (CIADAM 1978; Agüero 2000). Por lo tanto, aunque el tamaño de la muestra es bastante
exiguo, se ha logrado distinguir un nuevo conjunto textil —el incaico—, que presenta novedosas
combinaciones de técnicas y colores (Fig. 15 a), aún cuando está reservado a un contexto sumamen-
te específico, diferente al del resto de los textiles considerados. De acuerdo a ello, es evidente que
el estudio de los tejidos tardíos se ha enfocado en prendas elitistas, lo cual impide tener información
EL DOMINIO DEL INKA, IDENTIDAD LOCAL Y COMPLEJIDAD SOCIAL EN ATACAMA... 323

Fig. 12. Textiles de Atacama del Periodo Intermedio Tardío, presentes en cementerios sin ocupaciones del
periodo Medio. a. Gorros de piel tipo «corona»; b. «Saquitos-amuletos»; c. Bolsa en torzal oblicuo doble;
d. Túnicas decoradas por bordados laterales en puntada satín.
324 MAURICIO URIBE, LEONOR ADÁN Y CAROLINA AGÜERO

Fig. 13. Túnicas de Atacama del Periodo Intermedio Tardío, presentes en cementerios con ocupaciones pre-
vias, así como en zonas de frontera, mostrando bordados en puntada satín y listas laterales que incluyen
decoración por urdimbres flotantes y/o complementarias.
EL DOMINIO DEL INKA, IDENTIDAD LOCAL Y COMPLEJIDAD SOCIAL EN ATACAMA... 325

acerca de su comportamiento en otros contextos con los que eventualmente podrían ser comparadas
las prendas locales de San Pedro (Rowe 1978, 1995-1996; Michieli 1990; Dransart 1995). Sin embargo,
la situación anterior se ve compensada en parte por hallazgos en Peine (gorro tipo corona y bolsa),
los cuales se vinculan con la textilería previa y local. En particular, una bolsa presenta urdimbres
transpuestas, decoración y colores que la insertan dentro del estilo tardío propuesto para la cuenca
del Loa y el Noroeste argentino (Agüero et al. 1997, 1999; Agüero 2000). Pero, al mismo tiempo,
muestran una gran estandarización en el uso de los colores y en los patrones decorativos, en cierto
sentido la misma de los tejidos de estatuillas y santuarios de altura, por lo que casi con certeza
pueden ser atribuidos a la presencia del Inka en la zona.

Esto, por otra parte, no sugiere una simple adscripción a los patrones estilísticos incaicos,
porque de hecho estéticamente no parece haber sido así (no es el mismo estilo de los santuarios de
altura), sino más bien se trataría de una consecuencia de la intervención de la industria local por
parte del Tawantinsuyo. Esta intervención significaría una reorganización de la producción textil,
cuyo propósito finalmente se vincularía con los cambios ocurridos por la integración a un aparato
estatal. Al mismo tiempo, en el ámbito del intercambio caravanero implicaría un tráfico distinto,
totalmente controlado por el Inka, perfilando una manufactura de bolsas bien evidenciada en el
Noroeste argentino (Fig. 14 c), casi en serie para un movimiento de recuas a una escala mucho mayor,
observándose a través de este estilo un indudable vínculo entre ambos territorios. Sin duda, el
manejo de los líderes locales debió ser clave para la implementación de esta clase de producción en
cada una de las comunidades comprometidas o reuniendo a sus propios grupos de especialistas.

Tabletas, calabazas y otro objetos misceláneos. Siguiendo un estudio y comportamiento muy similar
al de los tejidos, la observación de 3432 objetos misceláneos de contextos funerarios consistentes
en piezas enteras permite distinguir como primera característica importante: la existencia de una
sólida tradición o continuidad cultural desde los inicios del Periodo Intermedio Tardío en los oasis
de San Pedro de Atacama. Lo anterior se observa principalmente en los tipos de tabletas, tubos,
morteros y espátulas de madera y hueso que componen el característico complejo sicotrópico de la
región. Junto a ellos, además, se encuentran calabazas con y sin decoración pirograbada, cucharas
e instrumentos relacionados con el trabajo agrícola, textil, caravaneo y caza, entre otros. Dicha
tradición habría perpetuado un estilo o, más bien, una «estética» respecto a las clases de objetos
ofrendados, los modos de fabricación de los mismos y, con certeza, los criterios para la selección
como adquisición de productos de intercambio (Catalán 2002).

A inicios del periodo, en los contextos funerarios de San Pedro los ajuares y ofrendas
tienden a mantener ciertas características de la época previa (Costa y Llagostera 1992), pero ya no
tienen el despliegue iconográfico y estético de antes, apreciándose más bien una especie de «simpli-
ficación» iconográfica y formal de los objetos, que ha sido mal interpretada como un «empobreci-
miento» de la sociedad atacameña (Le Paige 1964; Tarragó 1989). Al contrario, esto significa un
mayor acercamiento a lo cotidiano y una potenciación de la producción de excedentes basado en
una agricultura y ganadería intensivas (Adán y Uribe 1995). Esta característica se ve reforzada con
la incorporación de implementos para labores cotidianas asociadas al trabajo agrícola, textil y la
subsistencia en general, los cuales empiezan a ocupar un importante lugar en el rito mortuorio (cf.
Ayala et al. 1999). Tal simplificación, entonces, radicaría posiblemente en la concepción más cercana
de la convivencia entre los vivos y los muertos dentro de un espacio simbólico que se ha hecho
explícito en la arquitectura ceremonial y para el almacenamiento de los asentamientos más clásicos
del desarrollo regional.

De este modo, los elementos del complejo sicotrópico que se habrían incrementado
profusamente en esta región con la influencia tiwanaku persisten durante los periodos tardíos, pero
no de forma masiva. Las tabletas, especialmente como las de Catarpe, se caracterizan por tener un
recipiente rectangular y mango con extensión plana que puede o no llevar decoración, correspon-
326 MAURICIO URIBE, LEONOR ADÁN Y CAROLINA AGÜERO

diente a figuras antropomorfas y zoomorfas, en cuyo caso tienden a representar sólo la cabeza y el
cuello del animal (Fig. 16 g, h). Por su parte, las cucharas son objetos que muestran una alta sensi-
bilidad al cambio morfológico más que al decorativo, ya que en el Periodo Tardío no suelen llevar
manifestaciones de esta clase, la que se restringe a motivos zoomorfos, al combinar trazos naturalis-
tas con otros más esquemáticos o, bien, aserrados o «recortes» a lo largo de los mangos (Fig. 16 f).
Pero el rasgo formal más diagnóstico es que la pala se ubica sobre el nivel del mango, el cual puede
ser recto o levemente divergente hacia el extremo terminal y de pala oval (Figs. 16 e, f). Por último, las
calabazas presentan una evolución clara con relación a sus temáticas iconográficas, distinguiéndo-
se un primer momento en los cementerios de Yaye, donde se observa una decoración simple repre-
sentada por triángulos dispuestos por fuera alrededor del borde que, al parecer, se trataría de un
diseño local (Fig. 16 a). No obstante, luego se produciría una situación diferente vista en Catarpe,
donde se distinguen motivos directamente importados desde el Noroeste argentino, representados
por triángulos con espirales o volutas que se asemejan a los de la cerámica puneña de Humahuaca
(Fig. 16 b, d).

Todas estas evidencias materiales señalan contactos culturales con los cursos medio e
inferior del río Loa, sobre todo a través de los objetos de madera (Ayala et al. 1999), al mismo tiempo
que, como los textiles, aluden a una relación más profunda con el Noroeste argentino. Además, entre
todas estas regiones se desarrollaron temáticas iconográficas similares, existiendo una tendencia
hacia la humanización de las figuras en los objetos relacionados con el complejo del rapé (Fig. 15 b),
donde los personajes muestran un aspecto humano pero sin los rasgos del felino que se observan
en momentos de la influencia tiwanaku (cf. Torres 1984a, b). Tal situación sugiere que la organización
social y el poder político no estarían basados en un conocimiento y manejo de lo sobrenatural, sino
en el dominio estratégico de prácticas asociadas a las actividades cotidianas mencionadas. Conse-
cuentemente se integraría al río Loa dentro de esta dinámica debido a lazos más estrechos que se
establecen con su curso medio, en particular con las localidades de Lasana y Chiuchiu, ricas en
tierras agrícolas y ganaderas, distinguiéndose motivos decorativos compartidos entre las tabletas y
tubos, a los que se unen los de las calabazas. No obstante, también se perciben ciertas distancias
estilísticas con el Loa superior (cf. Alliende 1981), mientras que en el Loa inferior se aprecian elemen-
tos que representan un espacio de contactos con las tradiciones de los Valles Occidentales de Arica
y Tarapacá (cf. Cervellino y Téllez 1980). Por su parte, en estos mismos momentos del Periodo
Intermedio Tardío se integraría una iconografía foránea y más abstracta que la observada en las
calabazas y que incluso llegarían a ser más populares que el complejo sicotrópico. Estos, quizás,
constituirían objetos de importación desde el Noroeste argentino donde son mucho más comunes
(Durán 1976), siendo prácticamente idénticos los diseños y motivos que aparecen en ese territorio,
particularmente los del río Doncellas (Gentile 1990).

En suma, se confirma una situación cultural diferenciada en el tiempo, la cual se vincularía


con la existencia de poblaciones que en una etapa inicial se mantienen dentro de las antiguas
tradiciones materiales, frente a otras más tardías que remiten a elementos nuevos, especialmente
compartidos con el Noroeste argentino y el Altiplano meridional de Bolivia, volviéndose pre-
dominantes. Esto implica la presencia de una importante interacción circunpuneña que podría
extenderse, al menos, hasta Tarapacá. Sin duda, una importante complejidad social y política debió
verse representada por esta situación, involucrando diversas negociaciones entre las autoridades
que dirigían estas «empresas», dentro de una ardua competencia por el mejor posicionamiento de
las distintas comunidades. Por lo mismo, las concepciones acerca del poder habrían cambiado como

Fig. 14. (Desplegable en la página siguiente). Textiles de finales del Periodo Intermedio Tardío y del Periodo
Tardío circunpuneño. a. Túnica con decoración por urdimbres transpuestas; b. Túnica con decoración por
tapicería enlazada o dovetailed; c. Bolsas.
EL DOMINIO DEL INKA, IDENTIDAD LOCAL Y COMPLEJIDAD SOCIAL EN ATACAMA... 327

b
Fig. 15. a. Textil de estilo foráneo del Periodo Tardío; b. Tableta del complejo sicotrópico con mango de tallado
volumétrico con figura antropomorfa de los periodos Intermedio Tardío y Tardío (Museo Caspana).

parece expresarse en las nuevas manifestaciones iconográficas, en las cuales destacan las figuras
humanas por sobre las imágenes de seres sobrenaturales. Esta complejidad «atacameña» debió
implicar, por otro lado, un impulso de gran escala para el desarrollo experimentado en toda la región
por la producción agrícola y caravanera (cf. Núñez 1992), igualmente explícito en los materiales
funerarios, lo que el Inka supo anexar para su propio provecho, en particular empleando el vínculo
con el Noroeste argentino.

4. Conclusiones: Atacama en tiempos del Inka

A lo largo de este trabajo se han expuesto, en la medida de lo posible, aquellas evidencias y


argumentos que parecen representar mejor la complejidad social, económica, política y étnica que se
MAURICIO URIBE, LEONOR ADÁN Y CAROLINA AGÜERO

Fig. 16. Objetos funerarios misceláneos. a. Calabaza pirograba de inicios del periodo Intermedio Tardío; b, c, d. Calabazas pirograbadas de los periodo
Intermedio Tardío y Tardío; e, f. Cucharas con pala sobre el mango de los periodos Intermedio Tardío y Tardío; g, h. Tabletas del complejo sicotrópico con
328
mango plano y tallado volumétrico de los periodos Intermedio Tardío y Tardío.
EL DOMINIO DEL INKA, IDENTIDAD LOCAL Y COMPLEJIDAD SOCIAL EN ATACAMA... 329

encontraba en pleno desarrollo cuando el Inka tomó contacto con las poblaciones del desierto de
Atacama. En particular, los autores se concentraron en el caso de San Pedro de Atacama, porque
tratándose de una de las localidades que ha servido como punto de referencia para la comprensión
arqueológica de los grupos que habitaron este desierto y sus tierras altas (v.g., Berenguer et al.
1986; Tarragó 1989; Núñez 1992), todavía se conoce muy poco de aquellos momentos. Es un hecho
que la investigación se ha centrado en otros periodos de la prehistoria regional, en la que la
esplendorosa época de relaciones con Tiwanaku ha cegado la mirada hacia los momentos posteriores
y se ha asumido, sin mayor cuestionamiento, una continuidad cultural entre las poblaciones
prehispánicas, coloniales y actuales, la cual casi no ha sido sometida a evaluación arqueológica (cf.
Orellana 1963; Castro et al. 1979; Adán et al. 1995). Por último, se hace hincapié en el estudio de este
momento de convergencia de las poblaciones atacameñas e «incaicas» dentro de San Pedro, porque
la experiencia obtenida en otras localidades de este territorio —específicamente Caspana— ha
permitido vislumbrar en ese encuentro los elementos que particularizaron a la complejidad social
local durante el Periodo Intermedio Tardío.

Retomando ese conocimiento (Uribe et al. 1999; Adán y Uribe e.p.; Uribe y Adán e.p.), se
sabe que después de 1450 d.C., en el Loa superior las poblaciones locales y el Inka dialogan a través
de la arquitectura, probablemente porque se trata de un dominio significativo para ambos actores
sociales, demostrando cierta «tensión social» (Uribe y Adán e.p.). Esto, dado que, por un lado el
Inka —o lo foráneo— construyen para dominar a través de su monumentalidad, estandarización y
visibilidad, donde se exhibe y sobrerepresenta (Adán 1999), conectado por una notable red vial
vinculada a recursos mineros y agrícolas, con importantes manifestaciones de arte rupestre. Sin
duda, se trata de una jerarquía administrativa, funcional y productiva que, en este caso, relaciona
sitios de distinta envergadura que se denominaron instalaciones, instaurando la soberanía de agentes
externos.

En este contexto, lo local, por su parte, está libre de la monumentalidad y notoriedad del
dominio inkaico (ibid.); no obstante, las labores productivas muestran una importante intervención
a través de una expresión inka local (cerámica) en todas las clases de contextos funcionales que
abarcan ampliamente cada uno de los asentamientos como los estudiados —consumo de alimentos
y líquidos, molienda, almacenamiento y elaboración de artesanías— al mismo tiempo que en ellos se
incrementan los elementos foráneos y exóticos, en especial del Noroeste argentino (Uribe 1999;
Uribe y Carrasco 1999). El Inka, con relación a la producción lítica, concentra en sus instalaciones las
evidencias de la explotación de mineral y su procesamiento a través de martillos y cobre triturado
como la malaquita, pero dentro de una práctica ya conocida localmente, implementada de manera
ceremonial y, tal cual se vio, realizada en los mismos poblados.

En su expansión, por lo tanto, el Tawantinsuyo habría impulsado el desarrollo de las fuerzas


productivas a través de una fuerza de trabajo numerosa previa, apoyada en el crecimiento demográfico
local y de sus medios de producción, sobre todo agrícolas, cuya mayor fuerza de trabajo requirió de
una organización social más compleja. Eso mismo obligaría al control de esas fuerzas, a modo de una
burocracia administrativa o un grupo encargado de dirigirla desde la actividad doméstica a la estatal,
modificando las relaciones de propiedad objetiva y, consecuentemente, la división social del trabajo.
Las poblaciones locales de Atacama, entonces, desarrollaron aún más sus fuerzas productivas y
potenciaron la generación de excedentes impulsando una jerarquía social que conllevaba a un sistema
políticamente cada vez menos igualitario (Uribe y Adán e.p.).

De este modo, tal cual se aprecia en Catarpe Este, con el Inka son más claros los espacios
públicos como expresión del aparato administrativo, que demuestran el control a través del cual se
dirige la fuerza de trabajo hacia la producción estatal, distinguiéndose un grupo productor de bienes
y alimentos, de otro especializado en las actividades político-ideológicas y administrativas expuestos
en ciertos cementerios (Ayala et al. 1999), y las cuales tampoco faltan en el Salar (v.g., Hostería de
330 MAURICIO URIBE, LEONOR ADÁN Y CAROLINA AGÜERO

San Pedro). En definitiva, el Tawantinsuyo se apropia de la fuerza de trabajo y la producción de las


unidades domésticas como un excedente que es manejado por los encargados de los segmentos ya
diferenciados de la misma población local, que ahora se convierten en administradores, incluso
políticos e ideológicos. Así, paralelamente, se genera un amplio control de la conciencia social a
través de la participación ideológica en la formación económica-social del imperio (Uribe y Adán
e.p.). De esta manera, lo inka local mantendría la cohesión y el dominio sin violencia real. Ello por
medio de referentes sociales significativos como las fiestas de redistribución dirigidas por jefes
locales, las que jugaron un papel crucial como lo evidencia el incremento de contenedores de líquidos
y contextos de preparación de alimentos y almacenamiento que se venía dando de antes,
convirtiéndose en la trama religiosa, social y estética que sustenta y reproduce al sistema inkaico.

En suma, antes de la aparición del Inka, en el desierto de Atacama existían sociedades


complejas, segmentadas e internamente jerarquizadas; con el Tawantinsuyo se agudiza la división
social y la propiedad particular, dando como resultado sistemas sociales andinos originales, pero
desiguales, que emplean prácticas sociales arraigadas como la reciprocidad y la redistribución,
generando estructuras verticales al interior de las sociedades locales, entre éstas como las del Loa
y San Pedro, y con las poblaciones del núcleo estatal más cercano como el Noroeste argentino. En
este contexto, el carácter «sagrado» del aparato imperial acompañaría y encubriría las contradicciones
anteriores, dejando que cada entidad actuara dentro de una aparente autonomía (segmentación),
bajo la necesidad de complementariedad económica y en una armonía social, tal cual lo sugiere la
presencia del Inka que articula el sistema en los bordes o periferias más que en los centros. En este
marco, el Inka pareciera imponer un nuevo orden en la geografía y paisaje de las poblaciones locales,
lo cual pareciera ser explícito en otras materialidades no abordadas en esta oportunidad, como la
vialidad y el arte rupestre. Se sabe que instauran lugares especiales, quizás a modo de huacas, que
al estar cerca de las áreas productivas como campos de cultivo, pastoreo y minas las incluyen
dentro de su propiedad (Vilches y Uribe 1999; Sepúlveda 2002). Una clara evidencia material de este
comportamiento lo constituye un ushnu entre el Loa y San Pedro —Cerro Verde—, que pareciera
articular la unidad «atacameña» preexistente y consolidada por el Inka, la misma que en tiempos
coloniales se arrogaría a una misma deidad y, en este sentido, a un solo orden: «...el idolo Llamado
sotar condi a quien todos los yndios de estas Prouincias teníamos Por dios el qual idolo estaua
bestido de cumbe con supillo y plumas en el de oro y Pajaro flamenco...» (Castro 1997: A-30, fol. 40r).
A estas deidades los «...indios cassados y cassas de familias por uia de mita [daban] carneros de la
tierra cuyes chicha plumas de pajaros flamencos cossas yerbas de olor Para saumerios del demonio
y los que no eran cassados ni cabeças de cassas yban a asistir a los dichos sacrificios» (ibid.: A-30,
fol. 39r).

Agradecimientos

Agradecemos en primer lugar a los doctores Peter Kaulicke, Ian Farrington y Gary Urton por
permitirnos participar en el IV Simposio de Arqueología PUCP; al Fondo Nacional de Ciencia y
Tecnología (FONDECYT) que financió esta investigación; al Instituto de Investigaciones Arqueoló-
gicas y al Museo R. P. Gustavo Le Paige S. J. de San Pedro de Atacama, por su apoyo constante y,
asimismo, a las comunidades indígenas «atacameñas» de San Pedro, por su comprensión con este
trabajo. Este trabajo no habría sido posible sin la colaboración del equipo conformado por amigos y
colegas: Patricia Ayala, Carlos Carrasco, Bárbara Cases, Claudia del Fierro, Josefina González, Indira
Montt, Viviana Manríquez, Sergio Morales, Omar Reyes y Lorena Sanhueza. Además, les damos
gracias a todos aquellos que participaron responsable y desinteresadamente en las distintas campañas
de campo. Asimismo, nuestro reconocimiento a Paulina Chávez, por sus excelentes ilustraciones.
EL DOMINIO DEL INKA, IDENTIDAD LOCAL Y COMPLEJIDAD SOCIAL EN ATACAMA... 331

Notas
1
Este artículo es resultado del Proyecto FONDECYT 1000148, denominado Historia cultural y
materialidad en la arqueología de los periodos Intermedio Tardío y Tardío de San Pedro de Atacama
y su relación con la cuenca del río Loa.
2
Archivo General de Indias (1557), Patronato, legajo 188, n.° 4.
3
Categorías funcionales para arquitectura tardía han sido propuestas por Adán (1995, 1996).
4
Tipología propuesta por Ayala (1998 y 2000).
5
UCTL-1432 (1590 ± 40 d.C.), UCTL-1433 (1540 ± 30 d.C.) y UCTL-1434 (1570 ± 40 d.C.).

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PURUM AUCCA, «PROMAUCAES»:


DE SIGNIFICADOS, IDENTIDADES Y
ETNOCATEGORÍAS.
CHILE CENTRAL, SIGLOS XVI-XVIII

Viviana Manríquez*

Resumen

El propósito de este trabajo es analizar, desde una perspectiva etnohistórica, el significado del
término «promaucaes». Se quiere reflexionar sobre el sentido que estas viejas palabras tuvieron para los
españoles avecindados en el «reino de Chile» durante el periodo colonial. Interesa establecer si el término
«promaucaes» definió a una población indígena específica o a un territorio, si constituyó un adjetivo que
calificó una forma de vivir las circunstancias del periodo o bien identificó a cierto grupo, distinto de aquellos
que estaban ubicados al norte del río Maipo o al sur del Maule, límites habitualmente citados para referirse al
área geográfica de «promaucaes».

Se piensa que el denotativo «promaucaes», dado por los españoles a estas poblaciones, es, primero
que nada, una definición elaborada por los incas y reelaborada por los hispanos para representar el rechazo
a la dominación y asentamiento que ellos intentaron imponer, por las formas de vida que estas poblaciones
indígenas articularon para oponerse a ellos.

El término «promaucaes» no reflejaría la construcción de un apelativo étnico dado a los indígenas,


sino una etnocategoría clasificatoria o un apelativo cultural que elaboró una exoidentidad sobre estos indígenas,
con el objetivo de homogeneizar un panorama de identidades diversas y heterogéneas que operaban a nivel
local o «microscópico» en la zona de estudio.

Abstract

PURUM AUCCA, «PROMAUCAES»: ABOUT SIGNIFICANCES, IDENTITIES AND ETHNOCATEGORIES.


CENTRAL CHILE, XVI-XVIII CENTURIES

The purpose of this project is to analyze, from an ethnohistoric perspective, the meaning of the term
«promaucaes». The intention is to ponder over the significance these old words had for the Spaniards settled
in the «Reino de Chile» during the colonial period. The authors are interested in determining if the term
«promaucaes» defined a specific indigenous population or a territory; if it was an adjective that depicted a
form of living during of the period, or if it identified a certain group of people that inhabited the territory
between the Maipo and the Maule rivers, limits that are usually cited when referring to the «promaucaes»
geographic area.

The author believe the term «promaucaes» was a representative definition, first elaborated by
the Incas and re-elaborated by the Spaniards, to portray the rejection of cultural system these indigenous
peoples articulated to oppose the domination and settlement that the Incas and Spaniards tried to im-
pose on them.

The term «promaucaes» does not reflect the construction of an ethnic denomination given to
these indigenous people, but a classificatory ethno-category that created a exo-identity, with the objec-
tive to homogenize a group of heterogeneous identities that operated at a local level in the study area.

* Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Escuela de Antropología, Santiago.


E-mail: vmanriquez@academia.cl
338 VIVIANA MANRÍQUEZ

1. Acerca de los elementos que constituyen la acepción «promaucaes»1

Una primera reflexión sobre el tema propone que el significado del vocablo «promaucaes»,2
que tanto los cronistas de Perú y Chile como los primeros conquistadores utilizan desde el siglo XVI,
designa y define tanto a la población indígena como al territorio que ellos habitaban, el cual se extendía
entre la ribera sur del Maipo y la ribera norte del río Maule (Fig. 1). Los límites del territorio habitado
por los «promaucaes» se desplazaban hacia el sur o norte de los ríos señalados, dependiendo de las
presiones y enfrentamientos existentes entre españoles y estas poblaciones indígenas durante el
periodo colonial.

Los cronistas emplearon e incorporaron en el discurso hispano la denominación «promaucaes»,


como una adaptación al castellano de la acepción quechua «purunauca» o «purumauca» que los
incas utilizaron para denotar, en términos generales, al «enemigo salvaje, rebelde» (Lenz 1992 [1909-
1910]: 638).

Los autores analizan el significado de esta acepción para determinar los principales contenidos
y significados que se pueden entrever a través del discurso oficial elaborado desde el dominio inca y
español. Esta expresión se compone de dos palabras: purun y auca, las que son desglosadas para
establecer las acepciones y significados que cada uno de estos vocablos tuvo durante los siglos XVI y
XVII.

Por una parte, en quechua «purun», «purum» o sus variantes «porun» y «poron» indican lo
«bárbaro, salvaje, sin cultivar, natural» (Guaman Poma 1993 [1616]: vol. 3, 108). Cabe señalar que
«purun» es utilizado como una cualidad, un atributo y una condición, aplicable tanto a hombres como
a territorios o lugares, e incluso a elementos existentes en la naturaleza, dependiendo del vocablo que
lo acompaña. Jan Szeminski, en su Vocabulario y textos andinos de don Felipe Guaman Poma de
Ayala (ibid.), recopila de distintos diccionarios de lengua quechua elaborados desde el siglo XVI el
significado de las acepciones utilizadas por el cronista, consignando, por ejemplo, que «purun
qullqui» significa ‘plata bárbara’ o ‘natural’; «purun quri», ‘oro salvaje o en pepitas’, y «purun
warmi» ‘mujer bárbara’ (ibid.).

En las designaciones donde «purun» se utiliza para definir a hombres, se encuentra en los
escritos de Guaman Poma el vocablo «Purun runa» con todas sus variantes.3 Este vocablo es utilizado
para representar, en la ordenación mítica del mundo y del pasado que el autor realiza, una categoría de
hombres que además de significar ‘gente bárbara’ (ibid.) designa la ‘tercera edad’ o época de los
indios anterior a los incas; son los descendientes de Uari Uiracocha runa o antepasados y de Uari
runa o la segunda edad (Guaman Poma 1993 [1616]: vol. I, 49) (Fig. 2).

Es interesante destacar que esta generación mítica de los Purun runa, si bien es catalogada
por el autor como «gente bárbara» e incapaz aún de acceder al status de «hombre inca», posee una
serie de atributos que la diferencian de las poblaciones clasificadas como «salvajes» (ibid.: 52).

Guaman Poma establece las características y atributos de los «Purun runa», señalando que:
«Durante esta edad había gente que como hormigas se multiplicaron [...] muy mucho, como la arena
del mar, que no cabia en el reino de indios». Estos indios comienzan «...a hacer ropa, tejido e hilado,
auasca y de cumbe,4 y otras policías y galanterías y plumajes, y edificaron casas y paredes de piedra,
cubiertas de paja» (Guaman Poma 1993 [1616]: vol. 3, 63 y 138). En lo relativo a la organización
política tenían por reyes, señores y capitanes a los hombres de Uari Uiracocha o primera edad, es
decir a los antepasados. Provenían de «...buena sangre y tuvieron mandamiento y ley». Los purun
runa demarcaron sus pertenencias, tierras, pastos y chacras, practicando la agricultura y el pastoreo.
Tenían un señor o rey para cada pueblo, respetaban leyes, ordenanzas, delimitaciones y términos.
PURUM AUCCA, «PROMAUCAES»... 339

Fig. 1. Provincia de los «promaucaes», siglo XVI (de Colección de documentos inéditos para la historia de
Chile, Vol. XI; Archivo Convento de Santo Domingo, vols. 11, 12).

Había justicia, conversaban y dotaban, «...se dieron buenos ejemplos y doctrinas y castigos» (Guaman
Poma 1993 [1616]: vol. 1, 49).

En el ámbito de lo social, se relacionaban entre sí y compartían «...muy mucha caridad y por


eso comían en pública plaza y bailaban y cantaban» y «...había borracheras y taquies [...] todo era
holgarse y hacer fiesta y no entremetían en idolatrías ni ceremonias ni hechicerías ni males del mundo».
No se mataban ni reñían (ibid.).

En un segundo momento, los hombres de esta edad comienzan a asentarse «...en tierra baja,
de buen temple y caliente» (ibid.: 50), espacio en el cual se complejizan las actividades de subsistencia,
340 VIVIANA MANRÍQUEZ

Fig. 2. La tercera edad (de Guaman Poma de Ayala 1993 [1616]: tomo I, 47).

así como también las relaciones sociales, políticas y económicas entre estos indígenas. El cronista
señala que allí edificaron casas de pucullo5 y «...comenzaron alzar paredes y cubrieron casas y cercos,
y reduciéronse [a pueblos], y tuvieron plaza, aunque no supieron hacer adobe, sino era todo de piedra»
(Guaman Poma 1993 [1616], vol. 1: 50). Labraron chacras y «sacaron acequias de agua», tejieron
ropas con vetas de colores, tiñeron lanas y criaron mucho ganado «uacay, paco».6 Practicaban la
metalurgia de oro, plata «...y la plata de estos dichos fueron llamadas puron cullque, puron cori», el
cobre plomo, estaño y oro pimiente «...comenzaron a hacer vestidos de plata y de oro macizo [...] y
otras vajillas y galanterías y riquezas de esta gente» (Guaman Poma 1993 [1616]: vol. I, 50).

Una de las características que destaca Guaman Poma de esta edad de los purum runa es la
gran cantidad de «soldados de guerra» presentes en cada pueblo, señalando que en el más pequeño
«...había diez mil o veinte mil sin los viejos ni muchachos y mujeres, y así edificaron muchas sementeras,
a las peñas [andenería] llevaban tierra cernida, y la agua llevaban en cántaros para regar la tierra». De
allí «...salieron de muchas de castas y lenguajes de indios, es por la causa de la tierra porque está tan
doblada y quebrada torcieron las palabras y así hay muchos trajes y ayllos» (ibid.: 52). Lo anterior
PURUM AUCCA, «PROMAUCAES»... 341

trajo como consecuencia el inicio de enfrentamientos entre pueblos por el control y acceso a recursos
(leña, paja, tierras, chacras, sementeras, pastos, corrales, aguas), lo que produjo saqueos de ropa, oro,
plata (ibid.: 52).

A partir de la categorización de esta edad y época hecha por Guaman Poma, se desprende que
los purum runa poseían una organización social, política, económica, ritual y espacial que los aleja
de una clasificación terminante de hombres salvajes e incivilizados, dando cuenta de la existencia
bajo esta clasificación de una diversidad de «castas y lenguajes de indios» de «trajes y ayllos», lo que
generó enfrentamientos entre señores y pueblos originados por el acceso y control de recursos y de
riqueza en términos andinos. Lo anterior refleja la existencia de una construcción cultural de una
edad y un tipo de hombres anterior al Inca que remite a un pasado mítico, ahistórico y estático, donde
aún no se ha llegado a la categoría de «civilizado» o edad de los incas.7

Por su parte, el jesuita González Holguín recopila en su obra (González Holguín 1952 [1608]:
297) una serie de vocablos que están constituidos por el término «purum», donde se le aplica tanto
a hombres como a territorios o espacios el contenido, entre otros, de salvaje, no conquistado,
desierto o despoblado, definiendo la imposibilidad de implantar la civilidad o donde ésta ha sido
rechazada por la condición y oposición de los habitantes de ciertos territorios, que no poseen «ni
leyes, ni reyes» (Tabla 1).

En el caso específico del término «purum runa poques» (ibid.), Gonzalez Holguín, si bien
establece que el término define al «barbaro saluaje», concordando con el significado dado por Guaman
Poma de Ayala, agrega que esta gente no tiene «ley ni Rey», elemento que los sitúa definitivamente
fuera de la civilidad. En relación a la denominación de lugar con la palabra «purum», además de los
atributos señalados de bárbaro, salvaje, sin cultivar o natural, se indica a los sitios «desiertos (y)
despoblados» (ibid.) como una condición que se da, la mayor parte de las veces, como consecuencia
de la intervención humana.

Un ejemplo bastante peculiar de lo anterior fue señalado por la historiadora Sandra Sánchez
y lo representa el uso del término «purum» para nombrar un lugar y a sus habitantes en la colonial
«provincia de Jujuy». En este caso, el vocablo «purumamarca»8 es utilizado por los españoles en el
siglo XVI para referirse a los indios que habitaban el pueblo, valle y quebrada del mismo nombre en
la zona de Omaguaca, y cuyo principal atributo era «ser tierra de indios de guerra belicosos» (Levillier
1920 [1583-1600]: tomo II, 225. Referencia facilitada por Sandra Sánchez). Además «purumamarca»
significaría «la puerta, el camino o acceso a los despoblados de la Puna y de Susques, a la manera de
un límite suroeste» (Sánchez op. cit.). Este espacio tendría la cualidad de ser un lugar despoblado,
desierto, natural y salvaje, situado justamente en una zona en la que tanto incas como españoles
consideraban a sus habitantes rebeldes, bárbaros y renuentes a su dominio (ibid.).

Lo anterior es de gran importancia para este tema, ya que la denominación «purum» se


utilizaría en distintos espacios geográficos y para designar a diversos grupos indígenas cuya única
especificidad, que los definiría desde lo andino y luego desde lo hispano, sería su condición de
«gentes» renuentes a su dominio y, por extensión, condición también atribuida a los espacios que
funcionan como marcas o límites de la «civilidad», constituyéndose a ojos de los dominadores en
espacios desiertos despoblados, vacíos, marginales o fronterizos. El segundo término que compone
el vocablo «purunauca» o «purumauca» es «auca» que en quechua indica al enemigo, traidor,
contrario, adversario, así como también al soldado o guerrero (González Holguín 1952 [1608]: 38;
Lenz 1992 [1909-1910]: 55; Guaman Poma 1993 [1616]: vol. 3, 28).

Quizás nos ayude a comprender el significado y complejidad de esta expresión lo señalado


por Guaman Poma, quién al relatar el mito de ordenación y construcción del mundo existente antes
342 VIVIANA MANRÍQUEZ

Término Atributos dados a los hombres Atributos dados a territorios o espacios

Purum runa poques «Barbaro saluaje sin ley ni Rey»

Purum soncco «Indomito no sujeto ni enseñado o


doctrinado»

Purum aucca «Los no conquistados enemigos»

Purum llacta «Despoblar pueblos arruynarlos, «Pueblo arruynado despoblado»


desampararlos»

Purumyachini «No cultiuar, desamparar tierras»

Purum allpa o chacra «Tierras yermas o dexadas de cultiuar»

Purumyachini allpata

Purumyachisca llacta «Pueblo arruynado desierto despoblado sin


gente»
Purum sonccoyoc «El que no trata ni dessea saber cosa
purum yayayniyoc buena de su saluacion ni hazer nada por
ella ni se dexa cultiuar ni ayudar a dar
fruto»

Purumyansonccoy «Ya me voy haziendo siluestre sin


allicascaymanta, o doctrina ni fructo del alma para la
yachascaymanta saluacion»

Purum purum «Desiertos despoblados»

Tabla 1. Significados de Purum (de Diego Gonzalez Holguin 1952 [1608]).

de los incas, plantea que «auca runa»9 representaría a los hombres de la cuarta edad o época de
indios que se inicia después de los «purum runa» (Fig. 3).

El cronista los define como:

«...cuarta edad de indios llamada Aucapacharuna, descendientes de Noé y de su multiplico de Uari


Uiracocha runa de Uari runa y de Purunruna [...] estos dichos indios se salieron y despoblaron de
los dichos buenos sitios de temor de la guerra y alzamiento y contradicción que tenían entre ellos, de
sus pueblos de tierra baja se fueron a poblarse en altos cerros y peñas, y por defenderse, y comenzaron
a hacer fortalezas que ellos llaman pucara, edificaron las paredes y cerco, y dentro dellas casas y
fortalezas y escondrijos y pozos para sacar agua de donde bebían; y comenzaron a reñir y batallar
mucha guerra y mortandad con su señor y rey, y con otro señor y rey, bravos capitanes y valientes y
animosos hombres. Y peleaban con armas..., y con estas armas se vencían y había mucha muerte y
derramamiento de sangre, hasta cautivarse. Y se quitaban sus mujeres e hijos y se quitaban sus
sementeras y chacras y acequias de agua y pastos, y fueron muy crueles, que se robaron sus haciendas,
ropa, plata, oro, cobre, hasta llevarle las piedras de moler,... belicosos indios traidores. Y tenían
mucho oro y plata [...] tenían muy mucha riqueza. Entre ellos adoraron a Dios creador como los
antiguos indios, y había mucha caridad y mandamiento desde antiguo: buenos hombres y buenas
mujeres y mucha comida, y mucho multiplico de indios y de ganados; y se hicieron grandes capitanes
y valerosos príncipes. De puro valientes dicen que ellos se tornaban en la batalla en leones y tigres,
y zorros y buitres, gavilanes y gatos del monte, y así sus descendientes hasta hoy se llaman poma
otorongo, atoc, cóndor, anca, usco, y viento, acapana, pájaro uaynanay... y así se llamaron de otros
animales sus nombres. Y las armas que traían sus antepasados las ganaron en la batalla que ellos
tuvieron» (ibid.: vol. 1, 53).
PURUM AUCCA, «PROMAUCAES»... 343

Fig. 3. La cuarta edad (de Guaman Poma de Ayala 1993 [1616]: tomo I, 51).

A partir de esta descripción, Guaman Poma plantea que esta edad y los hombres que en ella
vivieron reciben el nombre de «Auca Pacha runa» por el hecho de que sus indios abandonan sus
pueblos por temor a los enfrentamientos y guerras y «fueron a poblarse en los altos, cerros y penas»
(ibid.: 62), y luego edificaron fortalezas o pucara «por la gran guerra que ellos tuvieron... como se
mataban y acababanse y se quitaban a sus mujeres e hijos e se cautivaban unos y con otros por la
mucha batalla un rey y con otro rey». Saqueaban las sementeras, chacras, acequias y pastos, y
robaban haciendas, ropa, oro, plata, cobre y hasta las piedras de moler. Los define como «belicosos
indios traidores», pero valientes. Esta edad mítica simboliza el último ciclo en el que se sitúan los
«indios antiguos», antes de la paulatina llegada de los «ingas».

Es posible entender que en el mito señalado por Guaman Poma estos hombres conocen y
practican la vida no «salvaje», pero transitan de la condición «civilizada» a lo «bárbaro» por
circunstancias específicas que provocan temor o agresión, situación que los induce a abandonar
sus pueblos, la agricultura y sus ganados para irse a vivir en los cerros, ser valientes guerreros y ser
«gente del tiempo de guerra» o awqa pacha runa, expresión con el mismo sentido de «Auca runa».
344 VIVIANA MANRÍQUEZ

El mito sugerido por el cronista, acerca de la metamorfosis que sufrían en el combate, transformándose
en animales arquetípicos de los que obtenían atributos sobrehumanos, parece extenderse en la idea
de traspasar a sus descendientes dichos dones a través de los nombres que conservaron para
denominarlos.

También «auca» es un denotativo usado por los incas para definir a aquellos indígenas que
estaban en condición de rebeldía y de alzamiento y que no se «sujetaban» a su autoridad. Este
vocablo fue retomado por los conquistadores españoles y difundido por los cronistas, quienes le
otorgan igual sentido.10

Por lo tanto, «purun auca» designa una actitud cultural y política, una reacción y una
postura frente a una situación de tensión, un propósito defensivo ante la irrupción de quién intenta
someterlos a su dominio social, político, económico o ritual, y desde la perspectiva de los autores no
respondería a un «membrete» étnico ni a la identidad de un grupo indígena específico. Definiría
desde la autoridad y a nivel de un discurso oficial a aquellos indígenas que insisten en permanecer
al margen, en las fronteras, no sujetos al dominio inca primero e hispano luego, pero que tuvieron
una experiencia en el pasado —mítico o histórico— de organización social, política, económica e
incluso ritual que los diferenciaba de aquellas poblaciones indígenas catalogadas, desde el discurso
oficial de los dominadores, como «salvajes». Lo anterior explica quizás el hecho de que este vocablo
no sea extensivo a todas las poblaciones que resistieron a la acción de dichos conquistadores.

Así, la palabra «purumauca» se encuentra en el discurso elaborado por los cronistas del Perú
como una definición incaica genérica, que denota y cataloga a ciertas poblaciones indígenas renuentes
a su dominio, independientemente de su localización geográfica, y que se origina e intenta imponerse
desde fuera de su ámbito social y político. También esta acepción fue propuesta para definir a las
poblaciones indígenas cuyos «principales» o «caciques» ejercían una influencia fraccionada en la
organización social y política, lo cual impedía someterlos mediante arreglos diplomáticos o, en otros
casos, mediante la dominación de un principal o jefe soberano de una organización corporada.

Los españoles hacen propia esta construcción compleja y polisémica a partir de la


recopilación de los significados de la expresión, traspasando su sentido desde el lenguaje oral al de
la palabra escrita en diccionarios y crónicas del siglo XVI, con el objetivo de darle un sentido al
discurso y la acción de dominio que despliegan. Esto queda demostrado en los siguientes casos.

El padre Diego González Holguín señala que «purum aucca» significa específicamente ‘los
no conquistados enemigos’ (González Holguín 1952 [1608]: 297). Ludovico Bertonio (Bertonio 1984
[1612]: tomo II), por su parte, expresa que el término en aimara es «puruma haque», el cual indica a
‘los hombres por sujetar, sin dios, ni ley’ (ibid.: 178). Es así como en ambas lenguas se encuentra una
variante de este término definiendo la situación jurídica, política y religiosa de una categoría de
sociedades que aún no ha ingresado al orden establecido o a la «civilidad» definida en términos
andinos o europeos.

En los escritos de Bernabé Cobo (Cobo 1964 [1653]: vol. 161) hay otra designación que
parece sugerente, ya que abarca los ámbitos anteriormente expuestos, pero incorporando la esfera
de lo divino en la construcción del significado. Para él —o sus informantes— «pururáucas» fue una
invención y fábula del Inca Viracocha, empleada para nombrar a la «gente de socorro» (ibid.: 75) que
envió a los incas el dios Viracocha con el objetivo de contribuir a la derrota de sus enemigos los
chancas; éstos se apropian del término otorgándole la connotación de «ladrones escondidos»
(ibid.) o «traidores escondidos» (ibid.: 161). Después de la derrota de los chancas, el Inca Viracocha
convierte a los «pururáucas» en piedras para ser adoradas «y se les ofreciesen sacrificios»,
devolviéndolas al mundo natural, pero deificadas, hasta que nuevamente se les necesita para la
guerra, y llamados por el Inca adoptan su «figura humana» para «desbaratar a sus enemigos»
(ibid.).
PURUM AUCCA, «PROMAUCAES»... 345

Para Cobo, los pururáucas pertenecen a la categoría de «...los elementos que llamamos
mixtos perfectos, así animados como inanimados» (ibid.), hombres considerados y respetados como
dioses que irrumpen en el ámbito de lo sagrado. Ellos son venerados a través de la forma de guacas
o piedras, y al ser trasladadas al Cuzco por el Inca Viracocha son objeto de «grande suma de
sacrificios, especialmente cuando iban a la guerra y volvían della, en las coronaciones de los reyes
y en las demás fiestas universales que hacían» (ibid.: 162). El autor, por último, señala que «...aunque
daban nombre de Pururáucas a todos estos ídolos juntos, cada uno tenía su nombre particular»
(ibid.).

De lo expuesto por Cobo destaca el hecho de que a partir del vocablo «pururáucas» se
construyen dos discursos paralelos: uno desde los vencidos —los chancas— que los nombra como
«ladrones y traidores escondidos», y otro desde el Inca, que los considera «gente de socorro» y
guacas, ya que permite derrotar a los enemigos; con la misma denominación se define «positiva» o
«negativamente» a una categoría de seres dependiendo de la posición de vencido o vencedor desde
la cual se le nombra.11

También la expresión sugiere la posibilidad que daba el Inca de que bajo el nombre de
pururáucas, legitimado por ellos, existiera cierta diversidad cultural para aquellos indígenas que,
aunque pertenecían a otros grupos y territorios, se sometían a su dominio y los ayudaban a derrotar
a los rebeldes. Esta lealtad era retribuida simbólicamente a través de la existencia en el Cuzco de
guacas o ídolos llamadas pururáucas, las que podían conservar «su nombre particular», su identidad.

Refuerza la idea anterior la descripción que Cobo realiza de los ceques o líneas rituales, las
cuales partían del Cuzco y abarcaban las cuatro partes del Tawantinsuyu, donde se mencionan
piedras que son guaca de los pururaucas, o bien son un pururauca o cuyo nombre es pururauca,
específicamente en el camino del Collasuyu y del Cuntisuyu. En este último camino hay una guaca
llamada Pururauca, que se define como una «piedra de aquellas en que decian haberse convertido
los pururaucas la cual estaba en un poyo junto al templo del sol» (Cobo, op. cit.: 183).

De esta manera, el vocablo «purumauca» se convierte en una categoría compleja que clasifica
y da un lugar en el mundo construido desde un discurso oficial homogeneizante, de incas primero e
hispanos luego, a cierto tipo de indígenas no sometidos a su poder económico, político, social o
religioso, alcanzando en algunas acepciones el ámbito simbólico y ritual.

Purumauca revela también la diferencia entre la identidad del conquistador, definida por su
orden sociopolítico, y la de aquellas poblaciones indígenas cuyas reglas y preceptos permanecen
ajenos a su influencia, a quienes además califica. Los autores creen que la aplicación de este apelativo
ocultó las identidades propias de los distintos grupos indígenas, de las cuales se desconoce en la
mayoría de los casos sus nombres o autodenominaciones.

2. El término en Chile central: discursos paralelos

Al analizar el significado y las connotaciones que la expresión purumauca o «promaucaes»


adquiere para los españoles que penetran Chile central a partir del siglo XVI, se advierte que es en
gran medida congruente con el discurso creado por la tradición del Tawantinsuyu, el cual intentaba
representar, a través de la definición de promaucaes, el rechazo y la oposición de estas poblaciones
de «naturales» al establecimiento de los conquistadores sobre ellos y sus territorios.

En la documentación revisada, se observan dos discursos oficiales que se entremezclan


para conformar imágenes paralelas acerca de los indígenas que habitaban esa región. Uno representa
la mirada de cronistas, eclesiásticos y grandes encomenderos con una fuerte carga homogeneizante,
346 VIVIANA MANRÍQUEZ

que al denominar, ordena y clasifica bajo grandes ámbitos a una categoría de indígenas; de esta
manera, además de rechazar el dominio hispano y su ordenación del mundo, son catalogados como
«bárbaros, rebeldes, enemigos, traidores», circunscribiéndolos a un territorio determinado, que
llaman «provincia de los promaucaes» (Fig. 1).

El otro discurso circula en el ámbito «microscópico» y cotidiano, y se encuentra presente


en la documentación colonial que trata fundamentalmente de litigios por tierras, encomiendas de
indios o derechos políticos indígenas (cacicazgos),12 donde no hay una intención explícita en generar
descripciones fundacionales, como en las crónicas, sino que simplemente se nombra para señalar
con las categorizaciones correspondientes a los diferentes grupos de indígenas. Allí la palabra
«promaucaes» prácticamente no se utiliza, pero surge en un espacio acotado una serie de elementos
relativos a gentilicios, formas de organización social, política y económica, y prácticas rituales de la
población, que permiten construir una mirada más compleja, sutil y heterogénea de las poblaciones
indígenas llamadas «promaucaes».

2.1. El discurso oficial

Los hombres: los «promaucaes». El primer discurso oficial se percibe en la crónica del Inca Garcilaso
de la Vega (Garcilaso de la Vega 1976 [1617]: vol. 2), quien emplea el vocablo purumaucas al relatar
las conquistas de los incas en el «reino de Chili», indicando que cuando éstos traspasan el río
«Maulli»:

«...con veinte mil hombres de guerra, y, guardando su antigua costumbre, enviaron a requerir a los
de la provincia Purumauca, que los españoles llaman Promaucaes, recibiesen al Inca por señor o se
apercibiesen a las armas. Los Purumaucas, que ya tenian noticia de los Incas y estaban apercibidos
y aliados con otros sus comarcanos,13 como son los Antalli, Pincu, Cauqui, y entre todos determinados
a morir antes de perder su libertad antigua, respondieron que los vencedores serian señores de los
vencidos y que muy presto verían los Incas de qué manera los obedecían los Purumaucas.

Tres o cuatro días después de la respuesta, asomaron los purumaucas con otros vecinos suyos
aliados, en número de diez y ocho o veinte mil hombres de guerra, y aquel día no entendieron sino en
hacer su alojamiento a vista de los Incas, los cuales volvieron a enviar nuevos requerimientos de paz
y amistad, con grandes protestaciones que hicieron, llamando al Sol y a la Luna» (Garcilaso de la
Vega, op. cit.: 127, 128).

Para el cronista el objetivo de los incas no era «quitarles sus tierras y haciendas, sino a
darles manera de vivir de hombres» (ibid.: 128, el subrayado es de la autora).

Finalmente, ante la férrea oposición que despliegan los purumaucas, quienes «venían
resueltos a no gastar el tiempo en palabras y razonamientos vanos, sino en pelear hasta vencer o
morir» (ibid., el subrayado es de la autora), se detiene la conquista inca en «Chili» y se fija la
frontera del imperio al inicio de la «provincia Purumauca», ya que a «los Incas les pareció que era
más conforme a la orden de sus Reyes, los pasados y del presente, dar lugar al bestial furor de los
enemigos que destruirlos para sujetarlos» (ibid.: el subrayado es de la autora).

Independientemente de la discusión académica acerca de la posición geográfica del límite


sur del incario en el río «Maulli», parece sugerente destacar, en términos del interés de los autores,
el hecho de que se adopta nuevamente el discurso inca para definir la oposición armada de ciertas
«naciones»,14 que son percibidas como distintas desde sus categorizaciones, y al denominarlos
purumaucas los define como enemigos que se niegan a reconocer «al Sol por su Dios y a su hijo el
Inca por su Rey y señor» (Garcilaso de la Vega, loc. cit.).
PURUM AUCCA, «PROMAUCAES»... 347

Resulta significativo el hecho de que para el Inca Garcilaso los incas intentan suscitar
primero obediencia a través de la palabra y el razonamiento, calificando de purumaucas a quienes
rechazan su dominio, y articulan una resistencia armada porque aún no viven como «hombres». Sólo
ante esta reacción los incas actúan con las armas, marcando a través de este acto la diferencia entre
ellos y los «otros».

Donde con mayor claridad se ve expuesto este discurso oficial —generado por los incas y
adoptado, en lo formal, por los españoles— es en la Crónica y relación copiosa y verdadera de los
Reinos de Chile de Gerónimo de Vivar (1979 [1558]), quien al describir la «provincia de los pormocaes»
señala que los incas llamaron a la población indígena que la habitaba «pormocaes» o «pomaucaes»,
«que quiere dezir lobos monteses por su manera de vivir; es gente holgazana que rehuye estar sujeta
a su dominio, y se sustenta principalmente de la recolección de raíces y aunque tienen sementeras
no son grandes labradores» (ibid.: 165, el subrayado es de la autora).

Sin embargo, Vivar agrega que estos indios son de la lengua y traje de los de Mapocho, y
que antes se llamaban «picones» (ibid.). Reafirma lo anterior advertir el hecho de que una de las
diferencias entre «picones» y «promaucaes», remarcada desde este discurso, es que los primeros
—«naturales de la provinçia de Mapocho»— fueron conquistados por los «yngas», adquiriendo de
ellos la vestimenta y la adoración del sol y la luna (ibid.: 160) y, por el contrario, lo que definiría a los
segundos es el rechazo de sus poblaciones y caciques a la conquista y el negarse a «servir» a los
españoles, lo que los hace huir de sus tierras abandonado poblados y siembras (ibid.: 113).

El Obispo de la Imperial, Ovando, al parecer retoma esta tradición, señalando que «purum
auca» sería un nombre «que los guerreros del Inca daban a las tribus fronterizas que no habían
conquistado, i que los españoles aplicaban a su vez a los indios del sur de Santiago, ántes de
someterlos» (Lenz, op. cit.: 637; el subrayado es de la autora). Por lo tanto, esta designación definiría
a la población rebelde, dentro de un territorio que tendría también ese atributo, que tanto a ojos de
los incas como de los hispanos, representa lo salvaje, lo bárbaro, lo heterogéneo y lo diverso; en
definitiva, lo que aún no ha transitado totalmente de la esfera de lo natural a lo civilizado, definiendo
a esas poblaciones por su resistencia y rebeldía frente a un dominio externo.

En Chile central, los indígenas que reciben esta denominación son descritos en el siglo XVI,
para explicar su reacción frente a la penetración hispana, como «lobos monteses», que rehuyen
estar sujetos, holgazanes, siembran poco y son fundamentalmente recolectores (Vivar, loc. cit.), y
también como «tribus fronterizas» (Lenz, loc. cit.) o «enemigos de bestial furor no sometidos»
(Garcilaso de la Vega, loc. cit.), atributos que coinciden con la imagen construida desde el quechua
de «promaucae», entendido como ‘bárbaro, salvaje, sin cultivar, natural’, ‘enemigo, traidor, contrario,
adversario, soldado o guerrero’. Resulta sugerente el hecho de que este discurso articula una
correspondencia entre gentes y territorio de la «provincia de los promaucaes» definiendo el espacio,
en los momentos en que su población se opone al dominio y sujeción hispana, como un lugar
«desierto» en tanto deshabitado y abandonado.

El sentido que se le da al vocablo en este contexto es circunstancial, ya que define a los


indígenas a partir de un comportamiento frente a la penetración y asentamiento hispano en sus
territorios y que son llamados como su «provincia», involucrando sólo a las poblaciones indígenas
cuyo ámbito es el territorio que se identifica como «provincia de los promaucaes»; en este espacio
la principal actividad es la de resistir a la penetración y asentamiento hispano en el área, abandonando
sus lugares de asentamiento, dejando de sembrar, quemando sus comidas y huyendo a los montes
o congregándose en fuertes, además de concitar la participación de los indígenas procedentes de la
provincia de Maipo y Mapocho. A ojos hispanos, el hecho de que estos indígenas sean refractarios
a su dominio los convierte en «bárbaros» y los sitúa, en relación a las poblaciones indígenas
348 VIVIANA MANRÍQUEZ

establecidas hacia el norte —que también en determinado momento se rebelaron— en una categoría
inferior en tanto menos adscritos a sus normas de «civilidad».

Refuerza lo expuesto lo sucedido hacia 1544, tres años después de la fundación de Santiago
del Nuevo Extremo por los españoles y de su destrucción por parte de los indígenas. Aquí se percibe
claramente que la estrategia de «pacificación», desplegada por los españoles hacia los indígenas de
la «provincia de los promaucaes», quiebra y fractura la capacidad de mantener una resistencia
sostenida por parte de estas poblaciones, ya que el establecer una frontera en el río Maule impide
que los indígenas traspasen este límite y los constriñe cada vez más a un territorio específico,
coartando su capacidad de movilidad y por ende de resistencia. Así lo expresa el gobernador Pedro
de Valdivia, en su carta dirigida al rey Carlos V en 1545, al señalar que estos indios: «...viéndose tan
seguidos, y que perseveramos en la tierra, y que han venido navíos y gente, tienen quebradas las
alas, y ya de cansados de andar por las nieves y montes, como animales, determinan de servir; y el
verano pasado comenzaron á hacer sus pueblos, y cada señor de cacique ha dado á sus indios
simiente, así de maíz como de trigo, y han sembrado para simentera y sustentarse»15 (el subrayado es
de la autora).

Hacia 1550 aún hay población indígena rebelde que, a ojos hispanos, sigue «conteniendo»
los atributos de lo nominado por ellos como «promaucaes», situación que se percibe en la probanza
de méritos y servicios presentada por Juan Jufré en 1556, y que se expresa en el nombramiento de
éste por parte del gobernador Pedro de Valdivia como:

«...capitán é justicia de toda la provincia de los promocaes [...] para asentar é pacificar los indios
que andaban alzados... revueltos los de unas encomiendas y otras... [quién] justo [sic] en orden y dio
a cada encomendero los indios que eran de su encomienda, muchos de los cuales sacó de los montes
donde estaban huidos y los hizo juntar en pueblos y que sembrasen y guardasen sus comidas para su
años y que viniesen de paz, encaminándoles al ser de hombres [...] en lo cual se ocupó mucho tiempo
[...] porque los dichos indios era gente muy bárbara y que todos andaban desnudos y les faltaba
orden de justicia y vida política» (el subrayado es de la autora).16

Sin embargo, aunque se indica lo sostenido de la resistencia debido a la condición de los


indígenas de ser «gente muy bárbara», ésta ya no tiene la fuerza desestabilizadora de los primeros
años de la conquista y poco a poco los indígenas ingresan al «orden» hispano.

La idea propuesta, acerca de que promaucaes correspondió a una denominación


circunstancial, se refuerza en el hecho de que una vez que esos mismos indígenas son «pacificados»
los españoles dejan de nombrarlos como promaucaes, pasando a ser «indios» cristianizados,
«civilizados» y reducidos al «pueblo de» o «de la encomienda de», indicando su pertenencia en
relación al territorio que ocupan y del cual son originarios. Por ejemplo: «indios de Rapel» o «del
pueblo de indios de Malloa», o «de la encomienda del capitán Jufré de Peteroa», proceso en el cual
el uso del vocablo queda poco a poco circunscrito a un ámbito geográfico denominado «provincia
de los promaucaes».

Durante el siglo XVII, para el mundo colonial, la denominación «promaucaes» y «provincia


de los promaucaes» paulatinamente va perdiendo fuerza cualitativa y cuantitativa en su connotación
inicial, y las escasas referencias que se encuentran en la documentación están asociadas a la
delimitación de un territorio o a vías de comunicación identificadas con ese apelativo. Se observa
esto en la mensura de tierras ordenada por el gobernador Alonso de Ribera y realizada por Ginés de
Lillo a partir de 1603, donde se indica como «cabezada y lindero» de las tierras de Francisco Gómez
«el camino real que va a los promacaes, hasta llegar a la acequia de Liparongo», cercana al río Maipú
(Ginés de Lillo 1941 [1602-1603]: tomo XLVIII, 230, el subrayado es de la autora).
PURUM AUCCA, «PROMAUCAES»... 349

Si bien la expresión permanece en la memoria colectiva, su contenido —que denotaba rebeldía,


no sujeción o el vivir fuera de las normas hispanas— pierde sentido ante la nueva realidad que en
ese periodo histórico se consolida cada vez más. La denominación de «promaucaes», que antes
designaba a una categoría de indígenas y a un territorio, durante este siglo designa
fundamentalmente a un espacio territorial que se iniciaba por el norte en la zona comprendida entre
el estero de Yali Yali y el río Rapel, y se extendía por el sur hasta el río Maule (Szmulewicz 1984 ms.)
(Fig. 1).

Durante el siglo XVIII este proceso se consolida y las referencias a este vocablo son casi
inexistentes, persistiendo la connotación territorial y de identificación de vías de comunicación
utilizadas en el siglo anterior; desaparece completamente del discurso colonial el sentido del término
asociado a la identificación dada a cierta categoría de indios. A inicios de este siglo, el jesuita Miguel
de Olivares utiliza el término «partido de los pormocaes» para identificar el territorio situado entre el
río Rapel y el río Maule y de mar a cordillera donde los jesuitas realizaban sus misiones, al menos
hasta 1721, y relaciona este uso dado al término con el hecho de que en esta época todos los indios
que habitan este partido eran «ladinos» y «tienen vergüenza de hablar en su lengua o no la saben»
(Olivares 1864: 250). La segunda referencia donde se encuentra el término menciona un «camino real
que va para Santa Rosa, que llaman de los promacaes, que dividen las tierras de Longobilo», camino
también nombrado como el «camino real que va por la costa»17 (Fig. 1).

Se pueden conjeturar diversas explicaciones para la abrupta disminución durante el siglo


XVII del término «promaucaes» y la ausencia casi total de su uso en los escritos del siglo XVIII;
quizá la más importante es el hecho de que la población indígena de este territorio, en general,
ingresó al «orden» hispano y, a juicio del español, ya no pertenece al ámbito de lo «bárbaro», dado
que asumieron un nuevo status jurídico-político-económico: el de «indio» de encomienda o «indio»
libre asalariado, situación en la que el contenido inicial de la denominación pierde sentido para el
mundo colonial.

Se puede señalar que, aun cuando en un primer momento incas y españoles emplean
profusamente las expresiones «promaucaes» y «provincia de los promaucaes» de manera coincidente,
no queda claro si se refieren a un grupo específico de indígenas o más bien a una condición
circunstancial de ciertos grupos indígenas estimulada por sus propósitos conquistadores. Múltiples
referencias y discursos entremezclados, que son posibles de encontrar en documentos de los siglos
XVI al XVIII, definen con escasa nitidez los contenidos de la acepción, sin especificar con claridad
a qué poblaciones o grupos específicos aluden. Desde estos discursos no se señala claramente si
«promaucaes» es el adjetivo que califica una actitud frente a la invasión o el sustantivo que define
a un grupo específico de indígenas.

Las evidencias de los autores y su análisis sugieren que durante el periodo abordado tanto
los indígenas que declaraban ser originarios y naturales de algún lugar dentro de la «provincia de
los promaucaes», así como aquellos que declaraban ser población exógena, hablaban una misma
lengua, 18 establecían relaciones de parentesco y de herencia basadas en el patrilinaje y la
patrilocalidad, y realizaban prácticas rituales similares, expresadas por ejemplo en los juegos de
chueca y las «juntas» o «borracheras» (Manríquez 1997 ms.).

Por lo anterior, «promaucaes» no constituiría una denominación étnica ni estaría definiendo


una identidad construida por los indígenas que son denominados con este apelativo. Refuerza este
argumento el hecho de que, desde lo indígena, este espacio cultural y territorial nunca recibió la
denominación de promaucaes, y en la información documental consultada ningún testigo indígena
utiliza el apelativo «promaucae» para autodenominarse ni para denominar el territorio que habita
como «su» provincia.
350 VIVIANA MANRÍQUEZ

La autora piensa que este apelativo indica más bien una condición política y social, una
categoría transitoria con la cual incas y españoles califican a la población indígena que habitaba el
área de estudio, que a sus «ojos» poseía ciertas características que la diferenciaban de otras
poblaciones indígenas, y cuya rebeldía y oposición a este dominio se expresó en un abandono de la
«civilidad» y en un tránsito hacia lo «bárbaro» frente a los intentos de sujeción a las normas y
pautas culturales, económicas y sociales hispanas o andinas.

Lo que se advierte desde esta mirada son diversas identidades que transitan en el plano local
o microscópico que, en momentos de extrema presión, se hacen visibles frente al «otro» remitiendo
a un origen territorial (mítico o histórico) determinado, mantenido a través del parentesco en las
generaciones sucesivas sin que el lugar donde son asentados por los españoles tenga una importancia
gravitante. Lo trascendente para la identidad de estas poblaciones indígenas es el espacio territorial
de origen de padres, abuelos y ancestros, así como los nombres heredados de ellos; una sutil y
compleja trama de relaciones sociales y rituales que indican pertenencia.

Es posible que estas identidades «microscópicas» sigan transitando entre los indígenas de
los «pueblos de indios» coloniales de Rapel, Topocalma o Malloa, más allá de la nueva imagen del
mundo que impone y construye el español, y que produce transformaciones violentas en el paisaje,
la utilización del espacio, las actividades que allí se realizan y las relaciones que dentro de él se
articulaban. Entreverados, como en una red casi invisible, persisten usos y costumbres a través de
los cuales los indígenas despliegan una manera propia de vivir, incorporan constantes cambios y
adecuaciones en esta nueva construcción física y simbólica de mundo (ibid.).

La expresión cotidiana de esas identidades se percibe en la conservación de su lengua «por


sí», en la identificación, utilización y construcción del espacio de origen, que habitan según pautas
transmitidas desde los «antiguos», en la permanencia de medidas y cuentas del tiempo propias, y en la
existencia de un andamiaje de relaciones sociales, políticas, económicas y rituales que se articulan y
fundan en una «solidez dúctil» de los lazos de parentesco, que la autora ha denominado «memoria de
la sangre» (ibid.).

Se percibe, bajo la mirada homogeneizante de los españoles al iniciar la conquista de estos


territorios, la existencia de un panorama matizado y diverso que exige un análisis más complejo, ya
que las poblaciones indígenas que lo habitaban, así como sus identidades, generan dinámicos y
constantes reacomodos, redefiniéndose constantemente en la interacción con otros grupos o identidades
y constituyéndose este proceso en el soporte fundamental de autodenominaciones logradas a través
de distintos grados de diferenciación y permeabilidad, que trascienden el calificativo andino o hispano
de purumauca o «promaucae».

Agradecimientos

Mi deuda con quienes apoyaron, inspiraron e hicieron posible esta investigación: a Hugo
Moraga por la paciencia, los mapas y todos estos años, a Sara Moraga por la traducción del resumen
y su infinito cariño. A José Luis Martínez y Jorge Hidalgo por la amistad y sus vitales enseñanzas; a
María Teresa Planella, quién me demostró que el estudio de los indígenas de Chile central valía la
pena y lo hizo con generosidad, sapiencia y humanidad, y también a Fernanda Falabella y Blanca
Tagle, con quienes compartí gran parte de esta reflexión dentro del Proyecto FONDECYT 1994-
0457. A todos los amigos y colegas que con su amistad y comentarios contribuyeron en esta
investigación, especialmente a Sandra Sánchez, quien además me facilitó importantes referencias y
aportes al tema de esta investigación.

Agradezco de igual manera al padre Victoriano Vicente, encargado del Archivo de Santo
Domingo, por permitir la revisión de la documentación existente sobre el área estudiada, y en particular
PURUM AUCCA, «PROMAUCAES»... 351

a la paciencia infinita de Carlos Olivares, funcionario de ese convento. Mi deuda también con los
funcionarios del Archivo Histórico Nacional, por haber facilitado y hecho más llevadera la búsqueda
y revisión de documentación. Sin embargo, lo dicho en el presente trabajo es de mi absoluta
responsabilidad.

Notas
1
Este artículo forma parte de los resultados obtenidos en la investigación realizada en el Proyecto
FONDECYT 1994-0457 Fundamentos prehispanos de la población «promaucae» histórica y de la
tesis de licenciatura en historia de la autora «Purum auca Promaucaes, “de no conquistados enemigos”
a indios en tierras de Puro, Rapel y Topocalma» (1997).
2
La expresión posee distintas grafías como «paramaucaes», «pomamaucaes», «pormocaes»,
«poromaucaes», «promacaes», «promaocaes», «promaucaes», «promocaes», etc. Se utiliza a modo
de convención la grafía «promaucaes», por ser la más recurrente en el área de estudio de la autora
(Chile central). Se ha escogido entre la gran cantidad de formas de escribir el término, presente tanto
en la documentación colonial como en los estudios contemporáneos relativos al tema.
3
«puron runa», «purum runa», «porun runa», «pvrvn rvna» o «poron runa», entre otros (Guaman
Poma de Ayala, loc. cit.).
4
«cumbi»: ‘ropa fina tejida’ y wasca: ‘soga o cordel gordo’.
5
«pucullo» ‘habitación primitiva de piedra, o gallinero o conejera’ (Guaman Poma 1993 [1616]: vol.
III, 107).
6
«paco» ‘carnerillos de la tierra, lanudos y chicos para carne, alpaca’ y «wacay» ‘llamas de carga o
carneros de carga mayores lanudos o rasos’ (Guaman Poma 1993 [1616]: vol. III, 97, 132). A partir de
estos significados es posible plantear que la crianza de estos dos tipos de ganado permitía a los
hombres de esta edad contar con lana de excelente calidad y animales de carga para el transporte,
sugiriendo también la existencia de intercambio de especies diversas y cierto grado de movilidad, y
posibilitando también contar con carne destinada al consumo de grandes cantidades de población.
El contar con animales que provean de carne permite, además, movilizarse cargando dicho alimento
en forma de charqui y, eventualmente, parte de este bien se podía destinar al intercambio.
7
Para un análisis sobre la noción de las edades anteriores al inca presentadas por Guaman Poma de
Ayala, como míticas, ahistóricas y estáticas, cf. Ossio 1973: 153-213.
8
También se utilizan otras grafías para este término como «purmamarca», «poromamarca»,
«prumamarca», «purumamarca», «pumamarca» o «plumamarca» (Sánchez 1996 ms.).
9
También se utilizan otras grafías de esta palabra como «awqa runa» o «avca rvna» (Guaman Poma,
ibid).
10
Cf. Lenz, quién además señala que «auca» lo empleaban los indios mapuches con igual sentido
que incas y españoles (Lenz, loc. cit.).
11
Como se verá más adelante, finalmente se impone entre incas y españoles, en sus respectivos
procesos expansivos hacia el sur del Collasuyo y Chile central, la connotación negativa del término.
352 VIVIANA MANRÍQUEZ

12
En el Archivo Nacional de Chile, Fondo Real Audiencia, vol. 1096, pieza 3 y Fondo Capitanía
General, vols.: 435, 508, 511, 517, 522, 525. En el Archivo Convento de Santo Domingo Censos y
capellanías, causa Rapel, 1630, vols. 5, 6, 7, 11, 12.
13
Al parecer, el sentido que otorga Garcilaso de la Vega a la expresión «comarcano» es el de poblaciones
vecinas.
14
Nación entendida como el «conjunto de los habitadores en una provincia, país o reino» y utilizado
también como sinónimo de pueblo (Montaner y Simon 1912: tomo XVII, 551).
15
Carta de Pedro de Valdivia á S.M., Cárlos V, dándole noticia de la conquista de Chile, de sus
trabajos y del estado en que se hallaba la colonia, 4 de septiembre de 1545 (Medina 1888-1902,
CDIHCH, tomo VIII, 108).
16
«Probanza de los méritos y servicios del general Juan Jufré en el descubrimiento y población de las
provincias de Chile», 1576 (Medina 1888-1902, CDIHCh, tomo XV, 25-26).
17
AN, RA, vol. 1096 p.3, fol. 4v. Longobilo está situado al sur del río de Maipo y antes del estero de
Yaliyali (33°56’ latitud sur 71°24’ longitud oeste).
18
En relación a la lengua que hablaban los indígenas asentados en el área de estudio (naturales o
forasteros), se puede señalar que era mapudungun con variaciones locales, ya que documentalmente
se pudo comprobar que los intérpretes de los testigos indígenas se desplazan por distintos puntos
desde el valle del Mapocho al sur del «reino de Chile» realizando esta actividad. Esto concuerda con
lo planteado por el padre Luis de Valdivia, quién señala que «...la lengua de Chile corre desde
Coquimbo y sus términos hasta las yslas de Chilue, y desde el pie de la cordillera grande neuada,
hasta la mar [...] aunque en diuersas prouincias destos Indios ay algunos vocablos diferentes [...]
assi los preceptos desta Arte son generales para todas las Prouincias» (Valdivia 1887 [1606]).
PURUM AUCCA, «PROMAUCAES»... 353

1. FUENTES MANUSCRITAS
Archivo Nacional de Chile (AN). Santiago de Chile

– Fondo Real Audiencia (RA), vol. 1096, pieza 3.

– Fondo Capitanía General (CG), vols. 435, 508, 511, 517, 522, 525.

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1630 Censos y capellanías, causa Rapel, vols. 5, 6, 7, 11, 12.

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ARMATAMBO
BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA Y EL
PUCP, N.°DOMINIO
6, 2002,INCAICO
355-374 EN EL VALLE DE LIMA 355

NOTAS

ARMATAMBO Y EL DOMINIO INCAICO EN EL VALLE DE LIMA

Luisa Díaz* y Francisco Vallejo**

Resumen

Armatambo es uno de los pocos sitios de gran extensión del área de Lima que en las dos últimas
décadas ha sufrido mayores modificaciones debido al crecimiento de la ciudad y del que arqueológicamente es
poco lo que se sabe. El conocimiento sobre este centro urbano ha estado mayoritariamente restringido a las
notas de viajeros del siglo XIX y a las fuentes históricas. Estas últimas mencionan que Armatambo constituyó
un centro urbano muy importante en el esquema organizativo de la costa central durante la época inca y que
llegó a alcanzar la categoría de hunu. De hecho, recientes investigaciones de los autores en la Huaca San
Pedro —uno de los edificios de Armatambo— han podido complementar la información obtenida en tempora-
das anteriores y han evidenciado la intensa ocupación incaica en el sitio. Esta se manifiesta en los grandes
cambios que se dan en la arquitectura ichma, en las nuevas formas de organización y uso del espacio, así
como en la aparición de cambios en el patrón funerario y la incorporación de nuevas formas cerámicas.

Abstract

Armatambo is one of the far major sites in the sorroundings of Lima wich suffered from severe
destruction due to urban expansion. Therefore it is archaeologically poorly known, mostly through notes
published by travellers from the nineteenth century and from early historical sources. The latter documents
mention that Armatambo was an important urban center in the central coast during Inca times and reached the
category of hunu. In fact, due to recent record made by the authors in the San Pedro Huaca, one of the
monumental buildings at Armatambo, complemented early interpretations and showed intense Inca ocupation.
Great changes ocurred in the Ichma architecture showing new architectural forms and use of space, as well as
changes in funerary pattern and new ceramic forms.

1. Armatambo en el esquema organizativo incaico

El conjunto arqueológico de Armatambo, ubicado en la margen izquierda del valle bajo del
Rímac, se asienta sobre la falda este del Morro Solar, en el distrito de Chorrillos, departamento de
Lima. Es este macizo rocoso, que se erige como una gran elevación costera aislada, el que otorga las
condiciones especiales al sitio. Desde allí, se encontraba protegida de los vientos del litoral cercano
y se lograba una buena visibilidad del santuario de Pachacamac y sus islas, ubicados hacia el
suroeste (Fig. 1).

En la actualidad, Armatambo constituye uno de los sitios arqueológicos del valle de Lima de
mayor extensión y complejidad, manifestación de su gran dinámica asociada al funcionamiento del
canal de Surco, que se dirigía hacia él y regaba sus alrededores.

Armatambo constituía uno de los sitios de mayor importancia en el valle de Lima al momento
de la ocupación incaica hacia mediados del siglo XV. Allí los incas ampliaron sus estructuras, in-

* Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Facultad de Ciencias Sociales. E-mail: isa@terra.com.pe
** Jr. Camaná 233, Dpto. A. Chorrillos. E-mail: f_vallejob@yahoo.com
8654000
NC
O CEÁ N O

HUACA LOS LAURELES


PLAYA LA HERRADURA

HUACA MARCAVILCA
PA C Í F I C O

HUACA CRUZ
. BO DE ARMATAMBO
LIMA

OC

ON
PA
LUISA DÍAZ Y FRANCISCO VALLEJO

CÍF
8653000

IC
O
HUACA SAN PEDRO
ZONA ARQUEOLÓGICA ARMATAMBO
HUACA VIRGEN NC
CERRO MORRO SOLAR DEL MORRO PASCO
CERRO MANCHADO JUNÍN

N

O

IL
CH
8652000
LIMA

C
E
AC

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N
ARMATAMBO

O
PACHACAMAC

P
AC
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IC
O

O
C
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Á
N
O

ICA
P
A
C
ÍF

279000

280000

281000
IC
O
8651000
ESCALA GRAFICA
0 500 1000m.
356
Fig. 1. Plano de ubicación del sitio de Armatambo.
ARMATAMBO Y EL DOMINIO INCAICO EN EL VALLE DE LIMA 357

troduciendo nuevos modelos arquitectónicos o adecuando los existentes a las nuevas funciones.
Se sabe, por las informaciones etnohistóricas, que Armatambo fue también un punto importante en
el esquema organizativo del gobierno incaico que se implementó en la región Ichma, otorgándole la
categoría de hunu.

El territorio bajo control de los incas fue dividido respectivamente en provincias o huamani,
la mayor parte de ellas correspondiente a los territorios pertenecientes a las etnias locales existentes
antes de la conquista inca. Para la región Ichma correspondería la «huamani de Pachacamac» o
provincia de Pachacamac (Cornejo 2000). El licenciado Hernando de Santillán (1968 [1563]), señalaba
que el Inca realizó una división de su tierra para tener mejor cuenta y así de cada 40.000 familias hizo
un huamani, que significa provincia.

Cobo (1956 [1653]) indicaba que en cada división territorial mayor o provincia se señalaba
un pueblo como su cabeza, siendo éste enriquecido con fortalezas, templos, palacios y casa de
escogidas, así como depósitos de almacenamiento para abastecerse. Igualmente había en él un
tambo o posada real con mucha gente de servicio. En esta misma categoría se señala a Pachacamac
entre otros sitios de igual rango. En estas cabeceras de provincia tenía su sede el tocrico o tucuyricuc,
el cual contaba con el máximo de atribuciones, como la capacidad de condenar a muerte. La función
de estas cabeceras de provincia fue muy importante porque, además de ser sede de la alta burocracia
estatal y de las instancias mayores de gobierno local, era desde aquí que se difundía el modelo
cultural y religioso de los incas.

La organización demográfica de la población bajo el sistema decimal que implantaron los


incas correspondía a varias instancias de gobierno, entre las cuales se estableció como uno de los
ejes a los hunu o administraciones a cargo de 10.000 tributarios.1 Según el cronista Hernando de
Santillán: «...para el gobierno de un valle donde había muchas guarangas, ponía un señor sobre
todos que llamaban Huno, el cual era gobernador sobre los curacas de pachaca y de guaranga y
ellos le obedecían como a señor. Y para las cosas tocantes al tributo del Inca y para ver si sus
mandatos y régimen que el ponía se guardaban, era sobre todos el Tocricoc; por manera que cada
indio obedecía al curaca de pachaca y el de pachaca al de guaranga y el de guaranga al Huno y todos
al Tocricoc» (Santillán 1968 [1563]).

Al hunu también se le conoció como la chunga guaranga 2 y su importancia fue decisiva en


el esquema de gobierno inca, al grado que los cargos de hunucamayoc estaban reservados a miem-
bros de la nobleza inca. El licenciado Falcón (1918 [1567]) indica al respecto que los cargos de
apucuna y hunu no eran hereditarios, sino que el Inca los designaba. Los demás funcionarios eran
jefes que los incas hallaron y dejaron a cargo en sus señoríos. El rango social e importancia adminis-
trativa de los hunucamayoc debió ser considerable dentro del imperio y, en especial, dentro de la
jurisdicción a su cargo;3 Guamán Poma (1993 [1615]) menciona que a los hunucuraca, llamados hunu
apu por él, les era otorgado para su servicio personal alrededor de 30 mujeres y que también era su
privilegio usar una «...tiana de palo de medio codo, llanos y la boca de la tiana la tenía pintado».

El padre Cobo (1882 [1639]), al hacer la descripción del valle de Lima antes de la llegada de
los españoles, señalaba que: «... dividíase este valle, conforme al gobierno de los Reyes Incas, en
tres Unos, o gobernaciones de á diez mil familias cada una; el pueblo de Caraguayllo era la cabeza de
la primera, el de Maranga, que cae en medio del valle, de la segunda, y la tercera el de Surco...». Se
sabe por informaciones de los cronistas, que una provincia incaica se basaba en una cuatripartición
de 40.000 tributarios, por lo que la llamada «provincia de Pachacamac» debió contar necesariamente
con cuatro hunu.

El otro hunu perteneciente a la provincia de Pachacamac debió ser el de Ichma, ubicado en


el valle de Lurín, del cual Rostworowski (1999) ha encontrado referencias etnohistóricas. Así, el
358 LUISA DÍAZ Y FRANCISCO VALLEJO

cuadro organizativo incaico para esta provincia quedaría establecido en base a los tres principales
valles bajos que comprendían la región: el Chillón, el Rímac y el Lurín, además del canal de Surco
que, dado el volumen de agua que transportaba (alrededor del 50% del caudal del Rímac (Tabla 1) y
el número de tierras que servía (el 43% de las tierras cultivables del valle bajo del Rímac, Tabla 2), fue
a menudo considerado como un valle aparte.

Directamente debajo de la jerarquía de los hunu, y manteniendo la organización decimal, se


encontraban 10 guaranga, cada una de las cuales comprendía agrupaciones de 1000 familias o
tributarios, lo que es equivalente a 10 pachaca, estas últimas con agrupaciones de 100 familias cada
una. Falta aún encontrar información etnohistórica que aclare cuáles eran las guaranga y las pachaca
sujetas a cada uno de los hunu de Maranga, Surco e Ichma en Lima y Lurín, para completar el cuadro
organizativo del Imperio Inca en esta región de la costa central. Para el caso del hunu de Carahuaillo
se conoce ya información relacionada con la guaranga de Colli y sus 10 pachaca (Rostworowski
1989: 36).

Además de la división demográfica decimal y por subagrupaciones quinarias, se estableció


una subdivisión territorial por saya o parcialidades anexas conocidas como hanan (arriba) y hurin
(abajo). Santillán (1968 [1563]) refiere que fue Topa Inca Yupangui quien realizó esta división adicio-
nal de los valles o provincias. Cada parcialidad debía estar compuesta por sus ayllus, cada uno con
sus respectivos jefes o principales. Igualmente el padre Acosta (1940 [1590]) dice que en cada
pueblo había dos parcialidades llamadas Hanan Saya y Hurin Saya.

María Rostworowski (1999), en documentos coloniales tempranos, encuentra esta misma


subdivisión de parcialidades indígenas todavía vigente para la zona de Ichma o Pachacamac en el
valle bajo de Lurín,4 consignadas como Anan Ichma y Urin Ichma.

2. Armatambo y la administración incaica

Queda claro que gran parte de la actividad imperial incaica estaba basada en la administra-
ción y control de los caminos existentes, estableciéndose sitios claves en los puntos de interco-
nexión entre ellos. Castro y Ortega Morejón (1974 [1558]), entre las informaciones que recogieron de
los indígenas, reseñan que fue recién Tupac Inca Yupanqui quien mandó construir el Capac ñam o
camino real, con sus posadas o tampus.

De importancia fundamental en esta red de caminos fueron las ciudades por las cuales
discurría y que formaban parte, a su vez ,del engranaje de gobierno y administración del imperio. Es
evidente que una serie de funcionarios estatales residían en estas localidades, variando su función
y su número, según la relevancia y posición de la localidad dentro del esquema territorial incaico. En
las informaciones de Vaca de Castro (1920) se menciona al tambo camayoc como el oficial encargado
de las hosterías estatales y al captra camayoc, como el encargado de los almacenes estatales.

Tarea básica de la red de caminos incaica fue la de interconectar a las principales poblacio-
nes del imperio, especialmente a aquellas que se encontraban dentro del esquema organizativo del
gobierno incaico, como las llamadas cabeceras de provincia o huamani y los hunu sujetos a ellas. De
hecho, sitios como Carahuaillo, Maranga y Armatambo fueron parte de la red vial del Capac ñam en
la costa. La importancia social de estos sitios durante el periodo previo a la dominación incaica y su
ubicación geográfica debieron influir decisivamente para que el camino incaico pasara por ellos, al
igual que Pachacamac, que funcionó como la huamani de la zona. Además del camino principal o
Capac ñan existieron otros caminos que enlazaban con él y que funcionaban como vías secunda-
rias o de rango menor. Tenían la función de conectar todos los otros sitios aledaños con el camino
principal o también funcionaron por su ubicación estratégica al servir de pasos geográficos obli-
gados.
ARMATAMBO Y EL DOMINIO INCAICO EN EL VALLE DE LIMA 359

Canal Dotación o proporción de agua

Ate 50 riegos u 800 lt/seg.

Surco La mitad del agua del Rímac en la toma

Lurigancho 28 riegos o 448 lt/seg.

Huatita Las 2/5 partes del agua en la toma

Piedra Liza La 1/4 parte del agua en la toma

Bocanegra 36 riegos o 576 lt/seg.

Magdalena, Maranga y La Legua El sobrante del agua del Rímac

Tabla 1. Distribución de la dotación de agua en el valle bajo del Rímac (Fuente: Memoria de la Comisiones
Técnicas de Agua [1918]).

Valles (canales) Hectáreas Fanegadas Porcentajes

Ate 2387 826 11,74%

Surco 8750 3027 43,24%

Lurigancho 1096,8 379,5 5,41%

Huatita 1914 662,4 9,40%

Piedra Liza 960.9 332,5 4,70%

Bocanegra 1559,1 539,5 7,70%

Magdalena, Maranga y La Legua 3572 1236 17,6%

Totales 20.239,80 7002,90 100%

Tabla 2. Distribución de la tierra cultivable en el valle bajo del Rímac (Fuente: Memoria de las Comisio-
nes Técnicas de Agua [1918]).

Dos de estos sitios han sido estudiados por los autores: La Rinconada, ubicado en el
camino secundario de comunicación con la sierra por las quebradas, y Armatambo, situado cerca del
camino costero de los llanos o Capac ñam. La Rinconada corresponde a un sitio de ocupación
ichma, reocupado intensamente durante el periodo incaico y asociado directamente con otros sitios
aledaños, como La Puruchuca, Puruchuco y Huaquerones, todos ellos con amplia y notoria ocupa-
ción incaica y, al parecer, con rasgos de elitización social favorecida con los patrones culturales
cuzqueños. En La Rinconada son de gran recurrencia los contextos funerarios del periodo incaico;
como tal se ha convertido en una fuente importante de conocimiento de patrones funerarios y
estilísticos.

El centro urbano de Armatambo o Sulco, como antiguamente también era conocido, fue sin
duda de gran importancia dentro de la sociedad Ichma a la cual pertenecía, pues era uno de los sitios
de mayor envergadura relacionados con ella. Durante el periodo incaico, Armatambo fue modificado
considerablemente para adaptarse a las nuevas funciones que la administración imperial cuzqueña
requería para el lugar, alcanzando su máximo apogeo y esplendor. Las excavaciones en un sector del
sitio arrojaron, durante los trabajos, grandes acumulaciones de excremento de camélidos en múlti-
ples estratos sucesivos de 60 a 80 centímetros de espesor y cubriendo una amplia zona, lo que
360 LUISA DÍAZ Y FRANCISCO VALLEJO

indicaría la existencia de enormes corrales, destinados al manejo de las continuas caravanas de


camélidos que circulaban por el camino incaico (Díaz 1998).

Cronistas españoles que conocieron Armatambo, como el padre Bernabé Cobo, indicaban
la existencia de grandes huacas o templos, así como de la casa del curaca local, pintada con varias
figuras de animales: «...era este postrero pueblo el mayor de todos, y estaba asentado en la falda
oriental del Morro Solar, donde al presente permanecen sus ruinas y se echa de ver haber habido muy
grande población; vense las casas del Cacique con las paredes pintadas de varias figuras, una muy
suntuosa guaca o templo y otros muchos edificios que todavía están en pie sin faltarles mas que la
cubierta [...] a estos pueblos como cabeza de gobierno obedecían innumerables lugarejos de corta
vecindad que habían en sus límites de los cuales apenas queda memoria, ni aún de los nombres que
tenían más que una infinidad de paredones y adoratorios que hay por todo el valle...» (Cobo 1882
[1639]).

3. Los contextos arqueológicos asociados con el periodo incaico

3.1. La arquitectura

En Armatambo, un sitio evidentemente complejo desde el punto de vista urbano por su


extensión y diversidad de estructuras (Fig. 2), los registros estratigráficos obtenidos a través de la
excavación en área de varias de estas estructuras no dejan duda de la superposición de las técnicas
arquitectónicas en base al adobe rectangular sobre la tapia. Tomando este elemento básico como
premisa y considerando la asociación de estas técnicas con otros materiales culturales respectiva-
mente, ha sido posible definir claramente la relación de cada una con los periodos inca o ichma,
según sea el caso.

En la época Ichma Tardío las técnicas constructivas cambiaron radicalmente, pues se em-
plearon con más frecuencia los adobes paralelepípedos o adobes rectangulares del tipo incaico.
Estos adobes son de varios tamaños, entre medianos y grandes, aunque su altura promedio fluctúa
mayormente entre los 12 y 14 centímetros. Las improntas en estos adobes evidencian el uso de la
gavera, mientras que siempre quedan en el lado superior del adobe huellas de manos producidas al
emparejar el barro dentro de ella. A diferencia del adobe ichma, los adobes incas contienen algunas
inclusiones en la mezcla arcillosa, como pequeñas piedras, fragmentos de moluscos o pedazos de
cerámica, aunque todos estos elementos aparecen en pequeña proporción.

Edificios notables con este tipo de adobes son los de Pachacamac, como el Templo del Sol,
el palacio de Tauri Chumpi y otros, entre los que destacan muchas de las pirámides con rampa que
existen en el sitio. En el valle de Lima, además de Armatambo, donde este tipo de adobes fue usado
extensamente en muchas estructuras, están los sitios (o sectores de éstos) de Macattampu y
Limatambo, reportados por Tello (1999). Es importante señalar que Tello había ya definido las carac-
terísticas del adobe rectangular de tipo incaico en sus trabajos sobre el valle de Lima, los cuales
recientemente se han podido llegar a conocer gracias a que la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos ha publicado estos estudios que permanecían inéditos.5

Entre los edificios donde recurrentemente se ha empleado este tipo de adobe están varias
de las pirámides con rampa de Pachacamac, y una que recientemente ha sido excavada en Armatambo
(Díaz y Vallejo 2003a) (Fig. 3). De acuerdo con las evidencias, varios de estos edificios pertenecerían
cronológicamente al periodo incaico, lo que, por cierto, es una afirmación polémica, si se tiene en
cuenta que hasta el momento diversos investigadores los han asignado al Periodo Intermedio Tar-
dío. Los autores sostienen, en todo caso, que algunas interpretaciones en torno a la presencia
incaica en las pirámides con rampa deben ser revisadas y no considerarla sólo secundaria o intrusiva
en este tipo de edificios.
ARMATAMBO Y EL DOMINIO INCAICO EN EL VALLE DE LIMA
361

Fig. 2. Armatambo. Vista aérea del complejo urbano (SAN 1943). En el círculo, el área de la huaca San Pedro.
362 LUISA DÍAZ Y FRANCISCO VALLEJO

Fig. 3. Armatambo SP1 (sector San Pedro). Pirámide con rampa.

Las pirámides con rampa constituyen un tipo de edificio prehispánico que evidencia un
modelo arquitectónico recurrente en la costa central peruana especialmente difundido en los valles
de Lurín y Rímac. El sitio donde se ha encontrado la mayor concentración de pirámides con rampa es
Pachacamac en el valle de Lurín y es precisamente en este importante sitio arqueológico donde se ha
podido definir el modelo arquitectónico a partir de la excavación de tres de ellas: las pirámides con
rampa 1, 2 y 3 (Jiménez Borja 1985; Paredes y Franco 1987; Paredes 1988; Eeckhout 1995, 1999;
Franco 1998), aunque la mayor parte de ellas permanecen inexploradas al presente, pues se contabi-
lizan alrededor de 15 pirámides con rampa en el área nuclear urbana de Pachacamac.

Mucho se ha discutido sobre el carácter de estos edificios: cada investigador considera


diversas funciones, entre ceremoniales y receptoras de tributos; sin embargo, la ausencia de ele-
mentos diagnósticos que certifiquen una función determinada y recurrente a todas las pirámides
con rampa hace que la función de éstas sea por ahora un misterio. En el valle de Lima este modelo
arquitectónico también habría gozado de amplia distribución aunque, debido al avance urbano re-
ciente, la mayoría de estos edificios ha desaparecido. Se sabe, sin embargo, que se encontraban
presentes en sitios como Huaquerones, en Ate, Maranga y Armatambo.

Arquitectónicamente, las pirámides con rampa tienen un esquema distributivo que com-
prende un patio delantero rectangular, en el que se ubica, en uno de sus extremos, una rampa de
acceso al volumen piramidal. Esta rampa, por su volumen, debió ser el componente principal del
conjunto. El volumen piramidal en sí se encuentra definido por un segundo patio de menor tamaño,
pero de planta en «U», orientado hacia el patio delantero y al cual se accede por una segunda rampa
(Fig. 4). La segunda rampa es de menor tamaño que la primera, lo mismo que el patio en «U»; sin
embargo, su posición y altura en el edificio hacen de estos elementos los de mayor importancia.
ARMATAMBO Y EL DOMINIO INCAICO EN EL VALLE DE LIMA 363

Fig. 4. Armatambo SP1 (sector San Pedro). Rampa de acceso al patio en «U».

El eje dispuesto para ambas rampas constituye la orientación general de estas pirámides, la que es
variable si se establecen comparaciones entre ellas, aunque predominan las que se orientan al Este y,
en menor proporción, hacia el Norte.

En Armatambo, las pirámides con rampa identificadas a partir de la foto aérea de 1945
(Servicio Aerofotográfico Nacional [SAN]) (Fig. 5) demuestran este mismo patrón arquitectónico,
manteniendo una orientación básica en todas hacia el Este, pero varían en las dimensiones, lo que
podría indicar algún tipo de jerarquía entre ellas.

En el caso de la Pirámide con rampa de Armatambo SP-1, ésta se encuentra orientada hacia
el Este, con una mampostería de adobes rectangulares, típicos del periodo incaico en la costa cen-
tral. Varios de los ambientes presentan un fino enlucido de barro arcilloso, así como una serie de
banquetas que se ubican principalmente en el patio en «U». Los pisos se encontraron igualmente
enlucidos y con una base elaborada mayormente a partir de adobes de forma cuadrangular. En el
planeamiento estructural de este edificio se aprecia la disposición de algunos ambientes en diferen-
tes niveles, a los cuales se descendía por escaleras elaboradas igualmente en adobes. En el patio en
«U», definitivamente el área central y de mayor jerarquía del edificio, se hallaron roturas del piso, las
cuales mantenían un patrón lineal y paralelo con los muros norte y sur, lo que indicaría la colocación
de postes o columnas con el objeto de sostener un techo de gran dimensión que cubriera todo el
patio. Hacia el lado oeste, en el eje de las roturas del piso, se ubicaba un acceso hacia un ambiente
posterior; el vano de acceso estaba finamente enlucido con una grada elaborada en adobes y con un
peldaño trabajado en madera. El muro que contenía este vano tenía un grosor de 90 centímetros.
364 LUISA DÍAZ Y FRANCISCO VALLEJO

Fig. 5. Armatambo. Foto aérea de la Pirámide con rampa (sector Marcavilca).

Los pisos se encontraron por lo general limpios y con muy pocas evidencias de la función
desarrollada sobre ellos, salvo en uno de los ambientes que presentaba seis capas superpuestas y
que contenía gruesas adherencias de restos orgánicos y deshechos de actividad textil, como varias
agujas rotas y diversos tipos de hilos. En varios de los muros de este edificio han sido hallados
graffiti, siempre ejecutados sobre muros previamente enlucidos. Algunos muros no mostraban
huellas de abandono o desgaste, en cambio se encontraban en muy buen estado de conservación,
lo que descarta que estos graffiti hayan sido hechos en momentos de abandono o deterioro. Es
difícil precisar si los graffiti fueron ejecutados como parte de alguna práctica ritual, o al momento
de clausura y relleno del edificio. Los mismos motivos dejan poco espacio para hipótesis, dado
que se componen de diseños de orden geométrico como círculos u hoyos y triángulos. Otros
pueden interpretarse como una representación zoomorfa o fitomorfa, destacando el diseño de un
animal, al parecer una hormiga, así como el de dos cuadrúpedos muy estilizados y el de una planta de
maíz (Fig. 6).

3.2. Los murales

Recientemente, dentro de las excavaciones que se desarrollan en Armatambo, se ha descu-


bierto un recinto de 2,5 metros de largo por 1,5 metros de ancho, decorado con pinturas murales (Fig.
7), muy similares en estilo y técnica a las halladas en Pachacamac. Este recinto se compone de cuatro
muros perimétricos y de una escalinata de ingreso elaborada en adobes rectangulares o paralepípedos
de 34 por 24 y 14 centímetros en promedio. La orientación básica de los muros del recinto es Norte-
Sur y Este-Oeste. La escalinata hace su ingreso al recinto desde el lado este del mismo y se divide a
su vez en dos secciones: la primera sección, orientada de Este a Oeste, está compuesta por cuatro
peldaños; la segunda sección, donde dobla la escalinata, se orienta de Sur a Norte y se compone de
un peldaño que se conecta con una pequeña rampa, la misma que se prolonga hasta el piso del
recinto.
ARMATAMBO Y EL DOMINIO INCAICO EN EL VALLE DE LIMA 365

Este recinto presenta características intrusivas en el terreno, ubicándose al interior de otro


recinto más antiguo (Recinto 1-O7), conformado por muros de tapial del tipo Ichma, el cual fue
previamente rellenado. Estructuralmente, el recinto de los murales (Recinto 2-O7) es de poca elabo-
ración, pues los muros Este, Sur y Oeste, que han sido elaborados en adobes rectangulares, presen-
tan una sola hilera de adobes dispuestos en soga, y aunque éstos se encuentran unidos por una
argamasa de barro arcilloso, el hecho de apoyarse directamente en el relleno adyacente hizo que el
recinto tuviera poca estabilidad. El lado norte del recinto utilizó directamente el muro anterior de
tapial preexistente, lo que resulta bastante incongruente con la decoración pictórica de sus paredes,
pues otros muros de mejor factura estructural hallados en otros sectores apenas presentan un
enlucido de barro sin mayor decoración adicional.

Las pinturas murales de este recinto muestran motivos de peces y de plantas de maíz, éstas
últimas representadas enteras y dentro de paneles rectangulares que les sirven de marco. Algunos
de estos paneles fueron remarcados, no con líneas negras, sino con un tono más oscuro del color
existente en el mismo panel. Los colores empleados en los diseños principales fueron el amarillo,
rojo, negro y verde. El Muro Este, donde se ubicaban los diseños de plantas de maíz, presentaba
adicionalmente una hornacina rectangular. Es preciso destacar que existieron varias capas de enlu-
cido y pintado de los muros del recinto, percibiéndose al menos tres momentos superpuestos de
desarrollo de las pinturas murales. La última capa de pintura, al parecer, fue de un solo color, utilizan-
do para este fin el celeste claro. Cabe destacar que aunque el estilo de estas ornamentaciones de
peces corresponda al estilo Ichma, el recinto en sí es de la época inca, lo que habla de una mixtura de
ambos estilos en Armatambo.

Dado que este recinto se concibió para que fuera de disposición semisubterránea, se acon-
dicionó una escalinata en su ingreso por donde se podía descender a su interior. Por las evidencias
halladas al momento de la excavación, los muros laterales a la escalinata fueron a su vez decorados
con pinturas murales, los que estaban, lamentablemente, en mal estado de conservación. Todo
parece indicar que el recinto fue dejado a la intemperie por un tiempo prolongado, pues se han
hallado evidencias de desgaste y erosión por efecto de la humedad y de las lluvias que ocasional-
mente se producen en esta zona.

La función original del recinto pintado en Armatambo permanece sin aclarar, aunque es
probable que se relacione con elementos rituales o de culto. Se incorporan aquí motivos de típico
estilo Ichma, como los peces representados, y motivos del estilo Inca, como los maíces (Fig. 8). Este
mismo motivo de maíces, ubicados dentro de paneles, también se le encuentra en vasos de cerámica
incaica del tipo kero, hallados tanto en Pachacamac como Armatambo (Fig. 9, cf. Eeckhout 1995: 95).
La importancia de este recinto reside además en el hallazgo de pequeños textiles finamente decora-
dos del estilo Inca en su relleno, así como un fragmento pequeño de oro, ambos como remanentes de
lo que en algún momento hubo en su interior. Ofrendas adicionales de valvas de Spondylus fueron
también depositadas en los lados externos del recinto, lo cual aumenta el valor ritual o simbólico del
mismo.

Aunque pocos murales prehispánicos se han conservado, parece que en la época de fun-
cionamiento de las principales estructuras indígenas fueron a menudo empleados como técnica
ornamental o de representación simbólica en muchos de sus edificios y todo indica que estos se
utilizaron como técnica decorativa en muchos de sus principales edificios durante el periodo incaico.
Algunos cronistas españoles de los siglos XVI y XVII han dejado testimonio de varios de ellos,
especialmente de los que se encontraban en las ciudades costeras. Cieza de León (1947 [1553]), uno
de los cronistas con mayor rigor documental, apuntaba sobre el gran Templo del Sol en Pachacamac:6
«...el cual estaba edificado sobre un pequeño cerro hecho a mano, todo de adobes y de tierra, y en
lo alto puesto el edificio, comenzando desde lo bajo, y tenía muchas puertas, pintadas ellas y las
paredes con figuras de animales fieros».
366 LUISA DÍAZ Y FRANCISCO VALLEJO

También el padre Bernabé Cobo (1882 [1639]), importante cronista de la ciudad de Lima y de
muchas de las costumbres indígenas, reseñaba lo que el pudo ver en Armatambo: «... se echa de ver
haber habido muy grande población; vense las casas del Cacique con las paredes pintadas de varias
figuras, una muy suntuosa guaca o templo y otros muchos edificios que todavía están en pie sin
faltarles mas que la cubierta...».

Es claro que muchos de estos murales desaparecieron con el paso del tiempo, sea por el
clima húmedo de Lima como por la funesta acción de los buscadores de tesoros que constantemente
excavaban las numerosas huacas de Lima y Pachacamac. En Armatambo, Bandelier (Hyslop y Mujica
1992) halló un gran friso polícromo con la representación de elementos zoomorfos muy estilizados,
que en líneas generales presentaban un tratamiento geométrico, muy similar al que se plasmaba en
los textiles. Los detalles de este hallazgo aún permanecen inéditos en los diarios de campo de
Bandelier, pero definitivamente redunda en la importancia y categoría de la ornamentaciones exis-
tentes en Armatambo.

Hasta donde se conoce, la técnica empleada en los murales fue al temple, sobre una base
arcillosa preparada y previamente enlucida. Los colores mas usados fueron el rojo, presente en
varias tonalidades, el crema, blanco, amarillo, verde y azul pálido o celeste, todos en acabado mate
y con muchos de los motivos remarcados por líneas de color negro. El cronista Cobo (1956 [1653]),
relata que usaban tierras de colores como la colpa para el color ocre, la ojra o quellu para el amarillo,
el pitu, de color anaranjado, y la puca allpa para el rojo o almagre. Señala también que era muy usada
por los pintores la piedra corahuari por su color verde.

En la relación elaborada por el licenciado Francisco Falcón hacia 1571 (cf. Rostworowski
1975), referente a los oficios asignados a los indios yungas por los incas, constan los «Ychma
camayoc, yndios que labran tierra de colores», por lo que quizás estos oficios sean referidos a
aquellos que debían procesar los pigmentos necesarios para los murales. También Guamán Poma
(1993 [1615]) hace referencia a los cucoc llimpec,7 cuyo oficio era en la época inca el de ser «pintores
en paredes, queros y mates».

3.3. La cerámica

Luego de la época Ichma Medio, los cambios en la sociedad Ichma parecen ser de gran
envergadura, percibiéndose modificaciones importantes en casi todos los órdenes culturales y tec-
nológicos. Muchos de estos cambios percibidos en la cerámica son inmediatamente anteriores a la
llegada del Estado Inca a la costa central, e incluso varios de estos cambios aparentemente coinci-
den con un primer momento de influencia de la cultura Inca. Por ello se ha segregado a esta época en
dos momentos: Ichma Tardío A e Ichma Tardío B.

En la fase Ichma Tardío A aparecen nuevas formas cerámicas, pero se mantiene en gran
parte los cánones decorativos de la fase anterior. Las vasijas decoradas muestran gran variedad,
aunque siempre son escasas en comparación con el material no decorado. Estas vasijas decoradas
incorporan nuevos elementos plásticos, como el de figurines escultóricos, tanto en la unión del
cuello con el cuerpo como en el cuerpo mismo, especialmente en forma de monos, perros y felinos.
Varios de estos animales se tapan el rostro con una de sus patas.

Las formas domésticas, como ollas y cántaros, también experimentan muchos cambios, lo
cual es novedoso en la producción cerámica ichma, pues en las fases anteriores este tipo de vasijas
presenta menor variabilidad. Las ollas emplean las asas medianamente cintadas en unión del labio
con el tercio superior del cuerpo. Los cántaros y ollas, en su mayoría, exhiben una decoración de
bandas verticales cremas sobre el fondo rojo natural.
ARMATAMBO Y EL DOMINIO INCAICO EN EL VALLE DE LIMA 367

Muchos de los cambios que se producen en esta fase están distribuidos entre varias
características tecnológicas o morfológicas que afectan a casi todas las vasijas. Las arcillas, hasta la
fase anterior casi siempre locales, comienzan a mostrarse más variadas, percibiéndose mayor
movimiento de vasijas que están manufacturadas en otros talleres en base a arcillas y temperantes
no locales. Los temperantes principalmente, más el tipo de arcilla empleada, son buenos indicadores
de la proveniencia de la vasija y de la zona geográfica donde se produjo. Así, los temperantes en
base a piedra molida, son más frecuentes en esta fase. En general, las vasijas exhiben mejor cocción
a mayor temperatura, siendo abundantes los tipos con sobrecocción.

En la fase Ichma Tardío B, se consolidan muchos de los cambios de la fase anterior, pero es
evidente que los cambios son de mayor trascendencia y que exceden a los elementos cerámicos. La
presencia del material cerámico de estilo Inca es manifiesta y muy variada, presentándose en los
contextos asociados todas las formas típicas del estilo cuzqueño (Fig. 11). Los aríbalos, platos y
tazones son los mas frecuentes en los contextos del periodo Ichma Tardío B, pero es común hallar
estas vasijas con otras formas cerámicas del mismo estilo incaico; muchas de estas formas cuzqueñas
son de manufactura local, empleándose para el caso las arcillas y los pigmentos locales (Figs. 12, 13).
Es claro que la ocupación incaica fue intensa en esta región y la llegada de elementos cerámicos del
estilo cuzqueño fue bastante usual. Los contextos arqueológicos asociados con este periodo pre-
sentan una significativa cantidad y variedad de elementos cerámicos del estilo Inca en tal grado que
indudablemente la producción de la alfarería incaica fue generalizada.

Además de las formas típicas del estilo Inca surgen nuevas formas y elementos decorativos
que bien pueden considerarse como mezclas con el estilo local o como evoluciones propias de los
tipos cuzqueños. La denominación de este tipo de vasijas es dificultosa debido a que ya se ha usado
repetidamente el término «Inca provincial» con varios significados, por ello es preferible denominarlo
«Inca regional», dado que este conjunto es exclusivo de una región determinada, en este caso la
costa central peruana.

Los acabados en el estilo Inca regional son bastante finos, como las vasijas de superficie
pulida terminadas en cocción reductora, algunas de las cuales presentan un acabado en color negro
brillante muy particular, denominado plombatinado. Muchas de la formas incas aribaloides reprodu-
cidas en pequeñas jarras de color negro pulido con la reproducción de un rostro en el gollete son
frecuentemente acabadas con la técnica del plombatinado, aunque existen variantes con decoración
polícroma elaboradas en ambiente oxidante. Un tipo frecuente de forma aribaloide es elaborado en
ambiente reductor y presenta en el cuello la reproducción de un rostro de facciones algo similares a
las que se encuentran generalmente en estos tipos, pero añade además decoración incisa en el
cuerpo de la vasija con detalles de los brazos y manos del personaje. También se emplean repetida-
mente engobes de color naranja y pulido, además de engobes de color rojo violáceo con acabado
mate. Con este último tipo de engobe suele asociarse casi siempre un tipo de pasta que incorpora
gran cantidad de elementos líticos molidos como el granito.

En lo que respecta a las formas propiamente ichma, hay varias que son únicas de esta fase
y aunque no necesariamente adoptan modelos iconográficos cuzqueños, se asocian contextualmente
con los tipos cerámicos incaicos; sin embargo, por técnica, morfología y decoración pertenecen a la
tradición cerámica local, razón por la que se les ha segregado como pertenecientes a la fase Ichma
Tardío B. Muchas formas cerámicas de las fases anteriores entran en un nuevo desarrollo durante
esta fase, en especial presentando un acabado en ambiente reductor bien controlado, lo que les
proporciona un color negro muy intenso, además del efecto del pulido superficial.

Los cambios morfológicos en esta fase son muy variados, aunque se encuentran enmarcados
dentro de un comportamiento similar que afecta a la mayoría de tipos cerámicos. Los patrones de
368 LUISA DÍAZ Y FRANCISCO VALLEJO

cambio están generalmente establecidos por el uso frecuente de bases planas, asas cintadas,
decoradas con líneas paralelas de color blanco o crema, y un círculo alrededor de la base del asa,
también del mismo color, sobre una base engobada de color rojo violáceo; labios con bordes o
rebordes fuertemente biselados y labios con un grueso reborde pendiente. También es recurrente la
utilización de cuellos expandidos de forma acampanulada.

Los componentes y tipos de arcillas empleados en la producción de la cerámica son clara-


mente seleccionados y es frecuente el uso de temperantes líticos, como el granito molido. La presen-
cia de este tipo de elementos líticos es más evidente en las vasijas engobadas de rojo violáceo, lo
que sugiere la presencia de talleres especializados en las zonas donde este material existe. También
el uso de estos temperantes líticos es constante en las tinajas y otras grandes vasijas. Es claro que
el objeto de añadir este tipo de temperantes e inclusiones en la pasta se relaciona con la dureza y
mayor solidez que estas vasijas adquirían luego de la cocción. Entre los cambios importantes en esta
fase está el uso de moldes, especialmente en la elaboración de figurinas femeninas, las cuales se
vuelven muy populares y variadas, aunque mantienen los mismos cánones de concepto. A menudo
se aplica una capa de pintura crema sobre toda la superficie o en algunos de los detalles escultóricos.

Además de las formas pertenecientes a los estilos Ichma Tardío B e Inca regional, no es algo
inusual hallar formas pertenecientes al estilo Chimú o Chimú-Inca, lo que ha llevado a algunos
investigadores a diversas interpretaciones, asociándolas la mayoría de ellos a la presencia de mitimaes
provenientes de la costa norte peruana. Sin embargo, es notorio que estas vasijas son completamen-
te diferentes a nivel estilístico con el Ichma Tardío y el Inca regional, haciéndose notorio que su
producción es totalmente foránea a la región Ichma, en especial las pertenecientes al estilo Chimú.
La presencia de muchas de estas vasijas puede deberse a intercambio o de tributación, elementos
muy comunes durante el periodo incaico, en especial este último que parece determinante en gran
parte de las correspondencias sociales que se dieron en ese periodo. Es imprescindible por ello, un
análisis definitivo de arcillas y pastas que identifique claramente los centros de producción alfarera
en la región Ichma, para, a partir de ello, esclarecer la situación de los mitimaes y su implicancia en el
desarrollo de la cerámica en la región para el periodo incaico.

Durante la fase Ichma Tardío B el corpus cerámico principal parece estar basado en tres
grandes grupos que confluyen e interactúan entre ellos: el estilo Ichma local, el estilo Inca cuzqueño
y el estilo Inca regional. Tanto el Ichma como el Inca son dos estilos que se inscriben cada uno en
una tradición anterior y propia; el estilo Inca regional surge como una mezcla o «hibridación» de los
dos anteriores y que a su vez recibe aportes importantes de estilos de origen norteño como el Chimú
o el Chimú-Inca. Causa, sin embargo, extrañeza la poca o nula presencia de material o influencias de
los estilos Chincha e Ica, a pesar de su gran calidad estética y plástica, lo cual los podría convertir
en elementos de prestigio y demanda. Tal parece que la relación con esta región sureña fue muy
escasa o limitada a sólo algunos pocos elementos culturales, hecho ya notorio durante todo el
desarrollo del estilo Ichma y que se repite también durante el periodo incaico.

3.4. El patrón funerario

En la época Ichma Tardío conviene hacer una distinción entre sus dos fases, A y B, que
tienen comportamientos muy diferenciados. Así, durante la fase A, las tumbas ichma mantienen
bastantes elementos precedentes, como la posición del individuo y la ubicación de las tumbas,
evitando por lo general las áreas de arquitectura. Sin embargo, las características del fardo cambian
sustancialmente, pues se prefiere el relleno de algodón en lugar de fibra vegetal, como la fibra de
enea o totora. La aparición de un mayor número de textiles asociados, aunque en tela llana y con
sólo decoraciones listadas, es otra de las modificaciones que presentan los fardos. Algunos de ellos
comienzan a destacar en cuanto a su acabado y en tamaño, utilizándose muchas veces un
ARMATAMBO Y EL DOMINIO INCAICO EN EL VALLE DE LIMA 369

sobreenvoltorio de soguillas dispuestas de manera reticular alrededor del fardo e incluso dejando
un espacio circular o cuadrangular a la altura del rostro del individuo. El individuo no parece recibir
ningún tratamiento diferencial con la época anterior, manteniéndose la disposición flexionada del
cuerpo y las manos dispuestas sobre el tórax. Los pies, por lo general, se presentan colocando el pie
derecho sobre el pie izquierdo en los individuos adultos.

En el caso de las ofrendas de cerámica asociadas suele ser menor el número de vasijas que
acompañan al individuo, prefiriéndose sólo dos o tres de ellas por lo común y es frecuente el
acompañarse de ollas con superficie tiznada. Entre las vasijas decoradas comienzan a ser frecuentes
las del tipo cara-gollete y otras relacionadas con la decoración del tipo Puerto Viejo, al menos entre
los asentamientos del litoral como Pachacamac y Armatambo. En los sitios más apartados hacia el
interior de los valles este tipo de vasijas son muy escasas e incluso desconocidas.

En la fase B los cambios en el patrón funerario son mucho más notables y variados. Conviene
precisar que durante esta fase la presencia de material incaico es relevante, por lo que muchos de
estos cambios están enmarcados dentro del proceso general del Tahuantinsuyo, pero con ciertas
particularidades locales. Así, muchos de estos contextos funerarios suelen ser múltiples y con
acondicionamiento estructural de la tumba, a diferencia de las épocas precedentes. En general, las
tumbas se ubican en áreas de arquitectura, reacondicionando espacios y reutilizando los materiales
componentes de la arquitectura misma, como los adobes que provienen por lo general de estructuras
previamente desmanteladas. En muchos casos las estructuras de tapia o adobe han sido previamente
rellenadas o sus espacios redelimitados para contener las tumbas. En las tumbas múltiples sus
espacios son más elaborados, convirtiendo cada una de ellas en una estructura individual a manera
de cámara funeraria. También algunos recintos de diversa función anterior son reutilizados como
cámaras funerarias; este caso se ve muy a menudo en los depósitos u otros recintos que adolecen de
ingreso lateral.

En las pirámides con rampa excavadas en Pachacamac y recientemente en Armatambo es


común el hallar un área de recintos sin ingreso lateral utilizada como cámara funeraria de entierros
múltiples, pero es difícil precisar la función original de estos recintos, si eran depósitos en un primer
momento o si siempre fueron planificados como cámaras funerarias dentro del concepto básico del
edificio. El elemento común constituye hasta ahora que estas tumbas pertenecen siempre a esta
fase.

En Armatambo, en 1982 (Ruales, Tosso y Vallejo 1983), fueron excavadas una serie de
tumbas de la fase B, las que reutilizaron un área destinada anteriormente a la función de depósitos,
dentro de una arquitectura planificada y elaborada partir de adobes del tipo Inca. En varios de los
recintos que no fueron reutilizados como tumbas aún se conservaban diversas semillas que
originalmente contuvieron, tanto en las esquinas como sobre los pisos. Los pisos mismos
evidenciaban desgastes y erosiones producto del contacto con material orgánico y múltiples hoyos
dejados por los insectos o coleópteros que se alimentan de las semillas. Las tumbas pertenecientes
a esta fase fueron en su mayor parte intrusivas, rompiendo los pisos de los recintos. Una tumba
hallada en este sector evidenciaba una gran elaboración, incluyendo numerosos objetos dentro del
ajuar funerario, en especial textiles diversos con representaciones iconográficas complejas, así como
varios elementos incas como cerámica y textiles igualmente asociados al conjunto. Tanto los textiles
y la cerámica hallada denotan un tratamiento estilístico como tecnológico ligado a las características
locales ichma; incluso un plato de cerámica de estilo cuzqueño es elaborado con arcillas y pigmentos
locales, lo que indica claramente una gran interacción entre ambos estilos, pero también señala una
continua penetración de los patrones culturales cuzqueños en la sociedad local. La importancia del
personaje inhumado se reafirma, además de las ofrendas asociadas, en el hecho de que a su lado se
halló una joven mujer sacrificada (Vallejo 1988).
370 LUISA DÍAZ Y FRANCISCO VALLEJO

En la tumbas individuales el tratamiento es, por lo general, menor, salvo que ésta sea de un
personaje de elite. Las cistas suelen estar parcialmente recubiertas o reforzadas en su interior con
adobes o fragmentos grandes de ellos, especialmente en la base, que provienen de otras estructuras.
En sitios ubicados al interior del valle, el recubrimiento de la cista es elaborado con piedras angulosas
(Tabío 1969). Los grandes fardos o los de rango social elevado, muchos de ellos dispuestos en
tumbas individuales, son asentados en la base de la tumba con un círculo de adobes o piedras.

Los fardos, a diferencia de la época Ichma Medio, en varios casos están muy elaborados,
con rellenos voluminosos, empleándose motas de algodón con sus semillas, pero especialmente
textiles diversos. Muchos de estos textiles, por su acabado rústico, parecen haber sido
manufacturados exclusivamente para el relleno de los fardos, a manera de sucesivos envoltorios del
individuo. Es frecuente también el acondicionamiento de otras piezas textiles más elaboradas al
interior de los fardos, como prendas de vestir e incluso mantos decorados con diversas técnicas y
motivos iconográficos (Figs. 14, 15). Para estos casos, la presencia del Spondylus es casi constante,
convirtiéndose a la par de los tejidos en un elemento de distinción y rango. También son recurrentes
diversas bolsas o chuspas (Fig. 16) y caleros. Muchos de los fardos y algunas ofrendas asociadas
se depositan sobre una delgada esterilla de junquillos finamente tejida; este tipo de esterilla también
cubre directamente al fardo como un aditamento superestructural al mismo.

Los individuos en esta fase demuestran un tratamiento mejor y más complejo, algunos
llevan pintura facial de color rojo; en general parece que se les ha sometido a un proceso previo de
conservación o desecación del cuerpo. El buen estado de conservación de los individuos en esta
fase ha hecho que en varios de ellos se preserven evidencias de tatuajes o pintura mortuoria en sus
brazos y piernas. Los diseños son estilizados, parecidos a los motivos de peces que aparecen en la
cerámica y siempre están delineados en color azul. Los rostros de los individuos, como se ha indicado,
son en algunos casos pintados de rojo, con un pigmento bermellón intenso, al parecer proveniente
del cinabrio.

Las ofrendas que acompañan a los individuos en las tumbas, al exterior del fardo o al interior
del mismo, son bastante variadas y de mejor acabado, principalmente instrumentos diversos, sean
estos para uso productivo, artesanal o personal. Los abalorios y demás adornos personales son otro
rasgo notable en su variedad y acabado, muchos de los cuales definitivamente son de proveniencia
extraregional (Fig. 17).

Otro elemento importante es la presencia de quipus en algunos contextos funerarios de esta


fase. Es ampliamente conocido que los quipus se asocian directamente con funciones estatales del
Imperio Inca; sin embargo, su presencia en los contextos funerarios y especialmente su asociación
directa con determinados individuos al interior de las tumbas, indican un tipo de relación mucho más
personal entre las personas encargadas de su manejo, es decir los quipucamayoc y el quipu en sí, o
aquellos funcionarios encargados de su resguardo.

El porqué estos quipus, que registran la actividad administrativa del Estado Inca, derivan
en el ajuar funerario de estos personajes, es una incógnita; además del hecho de que en algunos
casos su número al interior de la tumba es considerable. Un contexto funerario, muy particular por
estas mismas características (C.F. 24, Sector I, U. O2), ha sido hallado en las recientes excavaciones
llevadas a cabo por los autores. Contenía ocho quipus de tamaño mediano, hechos en fibra de
algodón, con diversos tonos de colores similares con los colores y tintes de la costa central que
aparecen indistintamente en los textiles recurrentemente elaborados en esta región (Fig. 18). Es
interesante también que, salvo los quipus, los otros elementos asociados en la tumba, si bien denotan
su pertenencia cronológica con el periodo inca, muestran también una pertenencia cultural a los
elementos étnicos locales, señalando quizás que el manejo de los quipus o, mejor dicho, que los
Fig. 6. Armatambo SP1. Graffiti con la re-
presentación de una hormiga.

Fig. 7. Armatambo. Recinto de los murales.


Fig. 8. Detalle de unos de los diseños murales con la Fig. 9. Armatambo. Vaso de estilo Inca, de manufac-
representación de una planta de maíz. tura local, con representación estilizada de plantas de
maíz.

Fig. 10. Armatambo. Fragmentos de aríbalo inca polícromo.


Fig. 11. Armatambo. Plato de estilo Inca y manufactu- Fig. 12. Armatambo. Tazón incaico de factura local in
ra local (Ruales, Tosso y Vallejo 1983). situ.

Fig. 13. Armatambo. Textil elaborado en tapiz con escenas de pesca ritual (Museo de Arqueología y Etnología
UNMSM).
Fig. 14. Armatambo. Textil con representación de tocapus incaicos.

Fig. 15. Textil incaico elaborado en lana de vicuña, de uso


reservado a la alta nobleza.

Fig. 16. Armatambo. Chuspa asociada a los contextos funerarios del


Periodo Inca.
Fig. 17. Armatambo. Artefactos de uso personal del periodo inca (depilador de plata y mondaoídos de nácar).

Fig. 18. Armatambo. Quipu hallado en un contexto funerario múltiple.


ARMATAMBO Y EL DOMINIO INCAICO EN EL VALLE DE LIMA 371

quipucamayoc no necesariamente eran de origen cuzqueño, sino que se adiestró y empleó a personas
locales para estos fines.

Notas
1
Cobo (1882 [1639]) apunta que la estructura administrativa incaica se basaba en una división
demográfica de indios tributarios en grupos de 10, 50, 100, 500, 1000 y 10.000. Señala también que era
un nombre genérico el de curaca a todos los que gobernaban de 100 para arriba. Polo de Ondegardo
(1916 [1571]) reseña sobre la administración estatal incaica que se «...dividió los gobiernos por
Guarangas y Hunos, y tenían sus gobernadores y dende el tiempo del Inga Yupangui se hicieron los
ayllos y se puso la orden que a todos es notoria de poner 5 a cargo de 1 y a otro dar cargo de 10, y
a otro de 100 y a otro de 1,000 y a otro de 10,000, y poner sobre todos gobernador como el Inga lo
hizo...».
2
En Aviso (Rostworowski 1989) se consigna «...y a cada uno de estos mayores en su jurisdicción
hizo diez Caciques de a diez mil Indios, a que llamaron Mayor de Chunga Guaranga,…».
3
Castro y Ortega Morejón (1974 [1558]), en su Relación, señalaban que el Hunu camayoc podía
incluso castigar y matar a cualquier hatunruna a él sujeto, salvo que se trate de los yanacuna del
Inca o de las mamaconas y acllas, atributo reservado sólo al Tucuyricuc o representante del Inca.
4
Precisamente el topónimo de Lurín utilizado para el pueblo y río del mismo nombre en la zona de
Pachacamac, es una derivación española o criolla del topónimo quechua de Hurin Ichma.
5
Tello, al observar algunos elementos de la arquitectura de Armatambo, como los adobes empleados
en las construcciones, señalaba sobre estos que: «El adobe que existe en Irma-tambo (Armatambo)
y en Limak-tambo es en todo semejante al adobe de Pachakamac; es adobe que puede llamarse del
tipo último inca, y es el que más se aproxima al adobe moderno. Este adobe se encuentra en Tambo
de Mora, en la Centinela, en los Paredones de Nazca, en Paramonga, y siempre se halla sobre las
construcciones más antiguas y en asociación con basura que contiene alfarería inca del tipo
cuzqueño» (Tello 1999: 37).
6
Mariano Eduardo de Rivero (1841) llegó a observar algunos restos de estas pinturas murales en los
recintos de la parte alta del Templo del Sol. En su importante publicación Antigüedades peruanas
decía, a la letra: «En la cima se nota un terraplén en lugar del Templo, cuyos vestijios consisten en
algunos nichos y en salones con paredes enlucidas del mismo barro, y restos de pinturas ejecutadas
con colores amarillos y encarnados, sin poderse determinar con exactitud la naturaleza de las figuras,
como tuve ocasión de observarlo personalmente».
7
La palabra quechua «llimpec» es una derivación de «llimpi», que significa ‘color’ o ‘pintura’.
372 LUISA DÍAZ Y FRANCISCO VALLEJO

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2001 Arqueología e historia de Chorrillos, manuscrito en poder del autor.


ms.
PANQUILMA YPUCP,
BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA CIENEGUILLA EN LA
N.° 6, 2002, DISCUSIÓN ARQUEOLÓGICA...
375-394 375

PANQUILMA Y CIENEGUILLA EN LA DISCUSIÓN ARQUEOLÓGICA DEL


HORIZONTE TARDÍO DE LA COSTA CENTRAL

Giancarlo Marcone* y Enrique López-Hurtado**

Resumen

Aprovechando los trabajos arqueológicos iniciales realizados en el sitio de Panquilma, los au-
tores aportan algunos datos nuevos sobre el sitio y analizan los datos ya existentes para el área de
Cieneguilla, lugar donde se encuentra este sitio. Esta rápida revisión intenta abarcar la geografía, el
patrón de asentamiento y las fuentes etnohistóricas conocidas, así como ensayar algunas conclusiones
preliminares.

Abstract

In the context of the initial works at the archaeological site of Panquilma, the authors offer new
data for the site together with a brief review of previous work in the Cieneguilla area, where the site is located.
This review discusses the geography, the settlement pattern and the ethnohistory of this area with some
preliminary concluding remarks.

En el año 2002 se iniciaron trabajos en el sitio de Panquilma, ubicado en el distrito de Ciene-


guilla, cuenca del río Lurín, dentro de un proyecto de puesta en valor de los principales sitios del
distrito (López-Hurtado y Marcone 2002). El trabajo en Panquilma se centraba en el saneamiento
físico y legal del sitio, aspecto muchas veces olvidado por los arqueólogos, y abordó la discusión
científico-académica sobre el sitio, el área y el periodo temporal con que se relaciona.

Los trabajos arqueológicos realizados demostraron que se trata de un sitio complejo, formado
por sectores altamente diferenciados que parecían responder a distintas actividades. Además, se
obtuvo una primera idea de la cronología del sitio. Esta excavación, así como los trabajos prelimina-
res de reconocimiento realizados en el distrito, permitieron evaluar también los datos e informacio-
nes existentes para esta zona del valle de Lurín. Se intentó revisar, de manera resumida, tanto la
geografía, el patrón de asentamiento y las fuentes etnohistóricas, tratando de hallar respuesta a las
interrogantes que iban surgiendo durante los trabajos. Se cree que Cieneguilla es un sector del valle
que presenta diferencias culturales y geográficas con los otros sectores y que éstas han sido, por lo
general, pasadas por alto en la discusión arqueológica de la problemática del Periodo Tardío en la
costa central del Perú.

1. La excavación del sitio

1.1. El sitio de Panquilma

El sitio está ubicado en la quebrada Panquilma, sobre la margen izquierda del río Lurín, a 28
kilómetros del santuario de Pachacamac, ubicado en la costa (Fig. 1). Su altitud con respecto al nivel
del mar es de 400 metros y se encuentra muy cerca a otros sitios arqueológicos del mismo periodo
(Fig. 2).

* Gustavo Escudero 224, Miraflores, Lima 18. E-mail: Mala_tardio@hotmail.com


** University of Pittsburgh, Department of Anthropology. E-mail: enlopezhurtado@yahoo.com
HUARAL

ay
nc
ha
C
io
R
Chancayllo HUARAL
Ruinas
Panchala huaca

AUCALLAMA
CHANCAY

Baños Boza

n Macas

ANCON
illó
Ch
Rio

CARABAYLLO

LIMA
CHOSICA

ac
Rím
Nievería Rio

VITARTE
Ruinas Huaycan
Chontay
Ruinas Catalina Huanca
Ruinas Puruchuco

Huaycán

CIENEGUILLA
Isla Frontón
VILLA MARÍA DEL Panquilma
TRIUNFO Manchay

Pampa de Flores
ín

La Tablada
ur
oL
Ri

PACHACAMAC

Santuario de Pachacamac LURÍN

Isla de Pachacamac

SAN BARTOLO

Las Palmas
PUCUSANA

CHILCA

Fig. 1. Ubicación del sitio de Panquilma en el valle de Lurín, departamento de Lima.


21 22
QUEBRADA 20 23
MOLLE
24

SISICAYA
18 19
15
17
16 ANTIOQUIA
13
QUEBRADA
11 14 GUATCAM
12 Puente Cieneguilla
CIENEGUILLA
Puente 10
QUEBRADA Manchay 8
MANCHAY 9 QUEBRADA
TINAJAS
5
7
6
1. Pachacamac 13. Villa Toledo
4 2. Centinela 14. Panquilma
3 3. Pica Piedra 15. Molle Alto
4. Pampa de Las Flores 16. Huaycan de Cieneguilla
5. Rumihuasi 17. Río Seco
6. Golondrinas 18. San Francisco

urín
L
PACHACAMAC 7. Tambo Inga 19. Chontay

Río
8. Hacienda 20. Lindero
1 N 9. Pingollo 21. Nieve-Nieve
Puente Lurín 10. Tijerales 22. Avillay
2 11. Huaca Grande 23. Sisicaya
LURIN 12. Cervasi 24. Chamallanca
OCÉANO
PACÍFICO

0 4 8 12 16 Km

Fig. 2. Mapa de los principales sitios ubicados en el valle de Lurín.


378 GIANCARLO MARCONE Y ENRIQUE LÓPEZ-HURTADO

Debido a su ubicación en una quebrada, el sitio ha sido constantemente afectado por


deslizamientos de tierra en las épocas de lluvias fuertes. Estos factores han influido en su
conservación, de manera que los sectores más cercanos a las laderas y el fondo de la quebrada han
sido muy afectados, mientras que los sectores ubicados en el piso de la quebrada están en mejores
condiciones.

Otro factor determinante para su estado de conservación es la ubicación de casas de más de


15 años de antigüedad en el límite norte del sitio. Estas casas forman parte de la tercera etapa de la
urbanización Cieneguilla y colindan con el sitio en aproximadamente cinco cuadras, lo que ha causa-
do la pérdida del área de retiro que lo protegía y el consiguiente deterioro de sus estructuras debido
al tránsito de peatones y al arrojo de basura y desmonte entre las estructuras. Ha sido afectada
también la posible separación de componentes del sitio, que ahora se encuentran separados por las
casas de la tercera etapa de la urbanización. Uno de estos sitios se ha identificado con el nombre de
Calle 15 en diversos catastros y es posible que haya sido parte del complejo arqueológico de
Panquilma.

Si bien el sitio de Panquilma es muy conocido, existe poco material publicado. Los trabajos
más relevantes fueron pozos de cateo y levantamientos de la zona monumental del sitio, que forma-
ban parte de trabajos de un ámbito mayor, como del valle en su conjunto (Patterson 1966; Feltham
1982; Eeckhout 1999).

1.2. Los sectores

El primer trabajo en el sitio consistió en el recorrido sistemático de la quebrada con el fin de


estudiarlo, establecer sus límites para la evaluación y para determinar la ubicación preliminar de las
unidades de excavación. Al entender mejor la distribución de calles, plazas y edificios al interior del
sito, se llevó a cabo una recolección sistemática de material de superficie. Esta recolección se realizó
de acuerdo a los sectores preliminares establecidos en el sitio, determinando la procedencia del
material según edificios, recintos y calles en la zona monumental. Para el resto de la quebrada, la
recolección se hizo por transectos de aproximadamente 7 metros de separación.

A continuación, se presentan los sectores planteados para el sitio luego de la excavación,


a raíz de los cuales se cambió la propuesta inicial.

Sector Pirámides. Este sector se encuentra en la zona monumental, sobre el piso de la quebrada
colindante con la ladera oeste de la quebrada. Su característica principal es la presencia de tres
pirámides con rampa unidas entre sí por una calle y separadas del resto del sitio por un sistema de
calles y muros parcialmente enterrados.

Pirámide 1: se trata de la pirámide más grande de todo el conjunto y se ubica en el extremo sureste
del sector. Con excepción de las estructuras adosadas, presenta un buen estado de conservación
(Fig. 3).

Su volumen central está compuesto por una plaza en la base del edificio, una rampa de
acceso y el atrio superior de la pirámide. La orientación del edificio es de Sur a Norte, Adosados a
este volumen central se encuentran cuartos laterales y depósitos, algunos reutilizados como estruc-
turas funerarias.

La plaza en la base del edificio presenta un acceso en la parte central del muro opuesto a la
pared de la pirámide a la cual se llega siguiendo una posible calle que une las tres pirámides del
conjunto. La superficie de esta plaza está muy deteriorada y presenta un craquelado producto de la
PANQUILMA Y CIENEGUILLA EN LA DISCUSIÓN ARQUEOLÓGICA... 379

Fig. 3. Panquilma. Pirámide con rampa 1.

acumulación de agua en los meses de verano y su secado y la evaporación en los siguientes meses
del año.

La rampa que une la plaza con el atrio superior en dirección N-S se encuentra pegada al muro
oeste de la pirámide y no en el centro, como suele verse en las Pirámides con Rampa en Pachacamac.
El atrio superior está ubicado encima del volumen central, en el punto más alto de la pirámide. Su
estado de conservación es bueno a pesar de la excavación de un pozo de huaqueo en el centro del
recinto, y se encuentran aún bases de postes de madera para el techo y al menos un acceso hacia los
recintos laterales en el lado este.

Adosados al cuerpo central, hacia el oeste y sur de la pirámide, se encuentra un conjunto de


recintos, aparentemente almacenes, y estructuras funerarias totalmente disturbadas. Colindante
con el muro este corre la calle que comunica las tres pirámides del sector.

Pirámide 2: esta es la pirámide más pequeña del conjunto y también la que presenta el peor estado
de conservación. Está ubicada en medio de las dos pirámides más grandes, pegada al muro este de
la Pirámide 3. Su estado de conservación es muy malo, la mayoría de sus muros están derrumbados
y los escombros cubren las estructuras casi totalmente. La rampa también está parcialmente destrui-
da, pero aún se puede apreciar que está ubicada en uno de los muros laterales y que su orientación
es S-N.

Pirámide 3: este edificio está ubicado al norte de las pirámides 1 y 2 e inmediatamente al este del
camino moderno que corta el sitio que afecta la esquina suroeste del edificio (Fig. 4). Aparte de este
daño, su estado de conservación es bueno, los muros están bien conservados, excepto por un gran
forado en uno de los muros de la base.
380 GIANCARLO MARCONE Y ENRIQUE LÓPEZ-HURTADO

Fig. 4. Panquilma. Pirámide con rampa 3.

Su volumen central está compuesto por una plaza en la base del edificio, los atrios segundo
y superior, una rampa con orientación N-S que une la plaza con estos dos atrios y restos de una
escalera sobre la plaza pegada al muro oeste. Adosados al volumen central se ubican una serie de
depósitos y recintos, algunos reutilizados como estructuras funerarias. La rampa está ubicada en
forma lateral a la pirámide, adosada al muro este del edificio. Está parcialmente cubierta por escom-
bros en su parte superior aunque su estructura está bien conservada.

Las tres pirámides ubicadas en este sector y únicas en el sitio, comparten características
formales entre sí, como la orientación de sus estructuras, siempre en dirección S-N y la ubicación de
la rampa —pegada al muro este del edificio— con orientación N-S. En todos los casos, las estructu-
ras adosadas al cuerpo central de las pirámides como recintos y depósitos presentan evidencias de
haber sido reutilizadas para fines funerarios.

Sector Recintos. Este sector se ubica en el piso de la quebrada colindante hacia el este del Sector
Pirámides. Si bien no se ha podido determinar con claridad el límite entre estos dos sectores, es
posible afirmar que parece encontrarse en una calle que recorre el sitio de Sur a Norte aproximadamente.

El estado de conservación en este sector no es bueno, ya que muchas de las estructuras


han colapsado por el paso del tiempo y muchas otras están siendo afectadas por el tránsito de la
gente. Este factor, unido a la complejidad de las estructuras y calles en sí misma, hacen muy difícil
entender esta parte del sitio sin levantar un plano formal de sus estructuras.

El Sector Recintos se caracteriza por la presencia de una gran cantidad de estructuras


cuadrangulares semidestruidas, algunas reutilizadas como estructuras funerarias. Otro rasgo
característico en este sector es la presencia de basurales con gran cantidad de material cultural en su
PANQUILMA Y CIENEGUILLA EN LA DISCUSIÓN ARQUEOLÓGICA... 381

Fig. 5. Panquilma. Cuarto de las cenefas.

superficie. Aunque se ha excavado en uno de estos basurales, la mayoría han sido producto del alto
grado de disturbación producido por la actividad moderna de huaqueo.

En la parte central de este sector se encuentra el Cuarto de las Cenefas (Fig. 5), un recinto
cuadrangular en el que en uno de sus muros internos se pueden apreciar restos de un diseño
semigeométrico, similares a otros registrados en los sitios de Molle y Huaycán, ambos en el mismo
sector del valle.

Para entender mejor este complejo sector es necesario, en primer lugar, realizar una caracte-
rización de sus estructuras en cuanto a forma, tamaño y orientación, luego un mapeo de sus calles y
pasadizos, así como establecer la distribución de los basurales ubicados en el sector dentro y fuera
de los recintos.

No obstante, el panorama general que se puede apreciar en esta parte del sitio es de desor-
den y tugurización. Los recintos se ubican a una distancia muy estrecha entre sí y sin orden aparen-
te; asimismo, el trazado de las calles es laberíntico y algunas son clausuradas a la mitad del camino
sin un motivo aparente.

Sector Ladera Oeste. Este sector está ubicado en la ladera oeste de la quebrada Panquilma, colin-
dante con el Sector Pirámides (Fig. 6); debido a su ubicación en la ladera, una zona de pendiente
pronunciada y derrumbes, su estado de conservación no es muy bueno. Las estructuras han sido
muy afectadas por el deslizamiento de piedras y tierra desde la parte superior de la quebrada. Las
principales estructuras en este sector son en su mayor parte terrazas —posiblemente habitacionales—
con muros de contención y un par de grandes tendales. No se han conservado restos de muros ni
recintos.
382 GIANCARLO MARCONE Y ENRIQUE LÓPEZ-HURTADO

Sector Ladera Este. Este sector está ubicado en la ladera este de la quebrada Panquilma, colindante
con el Sector Recintos. Las evidencias de ocupación en este sector llegan hasta la mitad de la ladera,
cuyos restos forman dos conjuntos bien diferenciados entre sí. El primero colinda con el Sector
Recintos y consiste mayormente en terrazas y muros de contención. Hacia el norte destacan los
restos de un paredón de adobe, que bajan con la quebrada hacia el piso. Ahí se aprecia también
densidad desorganizada de sus estructuras.

El segundo conjunto de estructuras comprendidas en este sector se encuentra sobre la


ladera y las faldas de la quebrada, fuera del área monumental, hacia el sur. En esta parte del sector se
registraron un total de 48 estructuras funerarias de piedra tipo cistas, todas destruidas por el huaqueo
con restos óseos y fragmentos de cerámica en la superficie.

La forma predominante de estas estructuras funerarias es circular, pero también se registraron


dos casos de forma rectangular que son más pequeñas. Las cistas se organizan formando pequeños
núcleos, en los que se comparten muros que luego se cierran para formar otros núcleos a pocos
metros de distancia. Existen en este sector una serie de estructuras que podrían encajar en la
definición de lo que coloquialmente se llama tendederos, aunque no se ha podido encontrar ningún
resto de actividad para asignarle esta categoría.

Sector Sur o Afuera. Este sector corresponde a los restos ubicados en el extremo sur del piso de la
quebrada, desde el muro que delimita la zona monumental del sitio hacia el sur, donde la quebrada se
estrecha. Esta es la parte de la quebrada más afectada por la caída de huaycos.

Se observan pocos vestigios de estructuras: mayormente se trata de alineamientos de piedras,


restos de corralones modernos y algunas bases de muros. Las diferencias en el relieve de la superficie
responderían a la acumulación de capas aluviales y a los restos de montículos y estructuras enterradas
por los huaycos.

Cerca de la terminación de la quebrada, la pendiente aumenta, desaparecen las evidencias


de ocupación y se puede observar mayor cantidad de piedras grandes incrustadas en la superficie.

Estructuras aisladas. Con este nombre se registró un conjunto de cinco estructuras grandes de
trazo cuadrangular, todas ellas ubicadas fuera de la zona monumental del sitio. Su estado de
conservación es bastante bueno debido a su ubicación, parcialmente fuera del área comprometida
por los deslizamientos.

La Estructura aislada 1 es la más compleja de todas y una de las mejor conservadas. Está
ubicada en el piso de la quebrada muy cerca de la ladera este. Los edificios que forman el conjunto
de estructuras aisladas son bastante similares entre sí en cuanto a trazado, tamaño y técnicas
constructivas. El único rasgo que los diferencia se ubica en la Estructura Aislada 5, la más pequeña
de todas, ubicada casi sobre la ladera oeste de la quebrada y que ha sido casi en su totalidad
reutilizada con fines funerarios.

1.3. Las excavaciones

La excavación en el Sector Pirámides. La excavación en este sector se llevó a cabo en los atrios
medio y superior de las pirámides 3 y 1 respectivamente. También se excavó una deposición de
basura, que estaba arrimada contra la cara exterior del muro oeste de la Pirámide 3.

En la excavación de este basural se identificaron dos momentos bien definidos. El primero


está asociado a la acumulación estratificada de basura contra el muro oeste al exterior de la pirámide.
Este momento coincide con la presencia de abundantes fragmentos de cerámica inca y termina en un
PANQUILMA Y CIENEGUILLA EN LA DISCUSIÓN ARQUEOLÓGICA... 383

piso que se encuentra por encima de la base del muro. El segundo momento registrado en esta
unidad está representado por una capa de relleno limpio de material hasta la capa estéril.

Las excavaciones en el atrio medio de la Pirámide 3 revelaron tres pequeñas sucesiones de


pisos con muy poco material de relleno entre ellas. El más tardío de estos pisos, que se encontró
inmediatamente por debajo de la capa de derrumbe, presentó señales de haber sido quemado. Por
debajo de esta sucesión de pisos se registró el relleno constructivo, correspondiente al volumen
principal de la pirámide. Este relleno estaba compuesto por piedras grandes y medianas mezcla-
das con tierra y con ausencia de material cultural. Durante la excavación también se comprobó
que la banqueta ubicada contra el muro sur del atrio recibió mantenimiento durante los breves
momentos representados en la sucesión de pisos registrada (relación directa de sucesión de pisos y
banquetas).

La unidad de excavación en la Pirámide 1 fue ubicada a un costado del atrio principal,


dejando el muro oeste del recinto dentro de la unidad, de manera que la excavación comprendiera
también uno de los recintos adosados al volumen central de la pirámide. La pequeña parte de la
excavación coincidente con el atrio principal tuvo resultados muy parecidos a la realizada en la
Pirámide 3. Sólo se registró un piso en el atrio principal sobre el que fue quemado el techo que lo
cubría. Este evento de quema no se registró en la estructura adosada al oeste, por lo que se presume
que no estaba techada o no fue quemada y que el deterioro del techo fue paulatino (Fig. 7). La quema
del techo del atrio principal de la pirámide dejó marcas rojizas en los muros y negras en el piso, así
como abundante material quemado de lo que parece ser un techo de material perecible, tipo cañas o
carrizo. Debajo de este piso sólo se registró el relleno constructivo de la pirámide.

Las conclusiones resultantes de las excavaciones realizadas en este sector con respecto a las
pirámides son:

a) Se trata de edificios con una vida corta y un final abrupto, tal vez violento. La diferencia entre el
número de pisos registrados en ambas pirámides puede ser interpretada de manera cronológica. Así,
la Pirámide 3, en donde se registró una sucesión de tres pisos, es más antigua que la Pirámide 1, en
donde sólo se registró un piso. Esta hipótesis no descarta la idea de que ambas pirámides siguieron
funcionando juntas hasta el abandono del sitio; por lo menos la quema del atrio principal podría
corresponder a un solo evento en ambas pirámides. Esta idea se ve fortalecida por la presencia del
basural con material cultural inca sobre el muro exterior de la Pirámide 3. Quizás el colapso de estas
pirámides estuvo vinculado a la llegada de los incas al sitio. Este proceso de desacralización del
espacio a la llegada de los incas parece estar presente en el sitio de Pachacamac (Eeckhout, comuni-
cación personal).

b) En cuanto al mantenimiento que recibieron las estructuras en el atrio medio de la Pirámide 3, no se


trataba de una remodelación del espacio, sino que se mantenía una misma idea de organización del
espacio en un mismo momento en el tiempo.

La excavación en el Sector Recintos. Se excavó una unidad ubicada en la parte central del Sector
Recintos, tomando la esquina de un recinto cuadrangular, en que se encontró una gran acumulación
de fragmentos de cerámica. Los muros que conforman la esquina del recinto se encuentran en mal
estado de conservación, ya que se había caído el enlucido de barro que cubría las paredes, dejando
entrever la técnica utilizada en la construcción: piedras angulosas unidas con argamasa de barro.

Este recinto se encuentra comunicado con una serie de pequeñas construcciones de forma
rectangular o a veces cuadrangular. Estos se presentan como pequeños recintos sin acceso en su
mayoría; en algunos se aprecian accesos que comunicaban a las estructuras entre ellas y que en
algún momento fueron sellados. Al parecer, los espacios que habrían tenido funciones específicas
384 GIANCARLO MARCONE Y ENRIQUE LÓPEZ-HURTADO

Fig. 6. Panquilma. Vista de las laderas del lado oeste.

Fig. 7. Panquilma. Atrio excavado en la Pirámide 1.


PANQUILMA Y CIENEGUILLA EN LA DISCUSIÓN ARQUEOLÓGICA... 385

Fig. 8. Panquilma. Piso quemado en la Pirámide 1.

fueron con el tiempo dividiéndose, y se formaron recintos más pequeños, posiblemente por el aumento
de la población, que demandaba nuevos espacios para nuevas funciones.

Se estableció una unidad de 4 por 4 metros con el fin de excavar la mayor parte del montículo
con acumulación de cerámica y basura. Se tomó la esquina noreste del recinto para ver la asociación
de los muros con el piso, así como definir cuáles son los momentos constructivos, uno de ellos
coincidiendo con el acceso sellado en el muro norte.

La excavación mostró la siguiente superposición: una ocupación moderna que usó el recin-
to como corral y la acumulación de material disturbado en superficie; por debajo, un piso que
demostró tener hasta tres acumulaciones de material cultural asociado sobre él, probablemente este
piso es estructural en el recinto (Fig. 8); por debajo de este piso aparecen una serie de pequeños
cuartos de menos de 2 por 2 metros, algunos de los cuales pudieron haber funcionado como depó-
sitos y otros como cuartos de relleno contra la pendiente natural del sitio. Lamentablemente, por
acción del huaqueo, no se pudo correlacionar este piso con las estructuras inferiores.

La excavación en el Sector Afuera. Durante la excavación de este sector se colocaron alrededor de


40 pozos de cateo de 2 por 2 metros en toda el área de la quebrada, fuera de la zona monumental del
sitio. La mayoría de estos pozos sólo revelaron la deposición natural de diferentes eventos
aluviónicos. En los pozos más profundos se pudieron identificar hasta cuatro grandes aluviones
que acarrearon gran cantidad de material depositado entre capas más delgadas de piedras pequeñas
y tierra suelta.

Los resultados en las unidades en que se registró material cultural revelaron tres distintos
momentos en la historia del sitio. El primero corresponde a una ocupación temprana del sitio,
presumiblemente anterior a los edificios de la zona monumental.
386 GIANCARLO MARCONE Y ENRIQUE LÓPEZ-HURTADO

Fig. 9. Principales sitios tardíos en la zona de Cieneguilla.

En la Unidad 16, luego de excavar más de 1 metro de deposición aluvial con ausencia total
de material cultural, se registró una superficie de ocupación muy mal conservada. Asociada a esta
superficie se encontró gran cantidad de material cerámico. Una situación similar se registró en la
Unidad 20, en la cual por debajo a un piso contemporáneo a las pirámides se registró casi 1 metro de
deposición aluvial sin material cultural para luego encontrar una superficie de ocupación muy similar
a la registrada en la Unidad 16. Esta superficie estaba asociada a una estructura semicircular de
carácter doméstico en mal estado de conservación.

El material recuperado en ambas unidades fue analizado por Mónica de La Vega. Este análi-
sis reveló que la cerámica correspondiente a las capas más tempranas se trataba de material de carác-
ter utilitario y procedencia serrana correspondiente, según de La Vega, a las fases tempranas del Perio-
do Intermedio Tardío (Marcone, López-Hurtado y De La Vega 2003).

El segundo momento registrado durante la excavación de este sector fue identificado tam-
bién en la Unidad 20. En las capas superiores de esta unidad se registró un piso asociado a algunos
fragmentos de cerámica. Una situación muy similar fue registrada en otra unidad, en donde en las
capas superiores, por encima de casi 2 metros de deposición aluvial, se ubicó un piso bien conserva-
PANQUILMA Y CIENEGUILLA EN LA DISCUSIÓN ARQUEOLÓGICA... 387

do con algunos fragmentos de cerámica en posición horizontal. La hipótesis previa al trabajo de


análisis de la cerámica es que esta ocupación en ambas unidades sería contemporánea al uso de las
pirámides y/o a la deposición de basura contra el muro de la Pirámide 3, hecha durante el Horizonte
Tardío.

La tercera ocupación identificada durante la excavación de este sector corresponde a los


restos de corrales y lentes de ceniza en la superficie o muy cerca de ella. Asociados a estos restos se
encontraron algunos fragmentos de cerámica vidriada.

En resumen, se puede decir que en este sector se encuentran ocupaciones desde el Periodo
Intermedio Tardío final hasta la época colonial y hay evidencias de un momento de abandono,
caracterizado por la caída de grandes huaycos seguida por una ocupación de las fases tempranas
del Periodo Intermedio Tardío.

2. Cieneguilla y el valle de Lurín

El sitio de Panquilma se encuentra en un sector del valle angosto y muy cercano a otros
sitios del mismo periodo, como es el caso de Huaycán de Cieneguilla. Este sector del valle tiene una
serie de características únicas que deben ser definidas en la discusión de la problemática de los
periodos tardíos para este valle.

2.1. Sectorización del valle y características geográficas

Se suele sectorizar un valle en bajo, medio y alto. Tomando en cuenta el planteamiento de


Earle (Earle 1974), se puede llegar a una subdivisión que esté más de acuerdo con las características
geográficas y culturales que se presentan.

El valle bajo de Lurín presenta dos divisiones mayores: una parte compuesta por el cono de
deyección y una segunda parte que va desde el nacimiento de este cono; es decir, a la altura de la
actual localidad de Tambo Inga, donde coincide con la salida de dos quebradas de importancia,
usadas hasta el día de hoy como vías de comunicación entre las partes altas del valle y la costa. Una
de éstas es la quebrada de Tinajas, que continua siendo la vía de acceso principal a la zona de Santo
Domingo de los Olleros, y la quebrada de Tambo Viejo, que es utilizada por la actual carretera a la
Molina (Fig. 2). Cabe señalar que existe otra quebrada, la quebrada de Molle, que en tiempos antiguos
pudo haber servido de comunicación con la quebrada de Huaycán, en el valle del Rímac, hacia el
norte.

Este segundo sector del valle llega hasta la altura de Sisicaya. Este sector (chaupi yunga)
es a su vez factible de ser dividido, como lo hiciera Earle, a la altura del sitio arqueológico Río Seco.
Esta división se plantea en función a una suerte de «bolsones» formados por los estrechamientos
del valle a la altura de este sitio. Es así como Panquilma se encuentra en un bolsón ubicado entre el
cono de deyección y un estrechamiento del valle que divide la chaupi yunga en dos (Fig. 9).

Si bien en el planteamiento de Earle se reconocen estas divisiones, éstas son diferentes a


las planteadas por los autores. Earle define un sector de manera similar a la planteada, pero lo define
ligeramente más arriba, a la altura de la quebrada de Molle, aunque hay coincidencia en el límite
superior. Earle, a su vez, divide este sector en cuatro partes (Earle 1974), pero no define cuáles son
sus límites. Estas divisiones también se relacionan con la discusión sobre la confrontación e
intercambio que se daba entre los habitantes del valle bajo o costeños y los habitantes del valle
medio y alto, que corresponderían a poblaciones que presentan mayor similitud con las del ande y
del valle interandino, que estarían presentes desde el Periodo Intermedio Temprano.
388 GIANCARLO MARCONE Y ENRIQUE LÓPEZ-HURTADO

2.2. Patrón de asentamiento

Se piensa que el valle bajo (cono de deyección y chaupi yunga) no presentó una unidad
total, sino probablemente varias divisiones políticas. Se conocen estas divisiones por fuentes
entohistóricas para otros valles como el de Cañete (Hyslop 1990) y para Lurín (Cornejo 2000). En el
valle de Lurín, estas divisiones políticas pudieron relacionarse con las divisiones geográficas
mencionadas. Empezando por la diferencia entre serranos y costeños (yungas y yauyos) hasta las
divisiones existen tes entre los mismos costeños que, si bien parecen representar una unidad cultural,
que queda por demostrarse, podría corresponder a divisiones políticas. Estas deben ser susceptibles
de reconocerse en el patrón de asentamiento de los sitios.

Si bien en el cono de deyección existe una serie de sitios pertenecientes al Periodo Intermedio
Tardío, estos se encuentran relativamente alejados entre sí. Algunos son de gran tamaño y
multicomponentes, como el sitio Pampa de las Flores, otros aparecen separados entre sí y parecen
tener un solo componente, ya sea cementerio, sitio habitacional o monumental. Es posible que
existan algunos sitios que no corresponden a un patrón establecido. Estos fueron construidos en
momentos determinados y específicos, como el sitio de Las Golondrinas o el sitio de Tambo Inga,
que tanto por ubicación, así como por su planta, difieren de los otros sitios.

El sector que se discute en este artículo se encuentra subiendo por el valle, donde se ubica
Panquilma. Este sector se ha definido como la parte baja de la chaupi yunga, entre el cono de
deyección y un recodo del río, donde el valle se angosta a la altura de Río Seco. Presenta una serie
de sitios multicomponentes relativamente seguidos, lo que imposibilita establecer una jerarquía
entre ellos sin tener mayor conocimiento de su función. Estos sitios se encuentran casi uno en cada
quebrada y guardan similitudes entre ellos, aunque también muestran algunas diferencias.

Los sitios que se ubican en este sector del valle, son básicamente el sitio de Tijerales o
Achotillo, Huaca Grande, Hacienda, Cervasi, Panquilma, Molle Alto, Villa Toledo, Huaycán de
Cieneguilla, San Francisco y Río Seco, entre los más grandes. Esta densidad de los sitios no se
explica, considerando que el valle es sumamente angosto y con poco potencial agrícola (Fig. 2).

Panquilma, Tijerales, Río Seco y Huaycán son los de mayor tamaño y comparten caracte-
rísticas, lo cual llevó a proponer a Panquilma como un sitio multicomponente, donde se puede
intentar identificar áreas domesticas, cementerios y áreas monumentales. Esta realidad llevó a plantear
la pregunta sobre cómo sobrevivían tantos sitios de gran tamaño y con evidencias de una gran
ocupación, en un sector del valle con poco potencial agrícola.

La arquitectura monumental muestra algunas diferencias sustanciales entre estos sitios y


los sitios con arquitectura monumental ubicados en el cono de deyección, como Pampa de las
Flores. La arquitectura monumental existente consiste principalmente en un tipo de edificio que se
conoce como pirámides con rampa, que parece ser típico de la costa central y está presente tanto en
el valle de Rímac como en el del Lurín.

En el cono de deyección, estos edificios monumentales guardan el patrón típico de atrio,


plaza y rampa central que conecta al atrio con el patio, como ocurre en el santuario de Pachacamac.
Este tipo de edificio se encuentra hasta en el sitio de Tijerales. Hacia arriba, el resto de sitios
presenta un tipo de pirámide ligeramente distinto, ya que las rampas no existen o son laterales y de
tamaño reducido, como en el caso de Panquilma. Es fácil caer en la tentación de explicar este cambio
de patrón como un cambio político o cultural, pero la información existente es insuficiente mantener
tal hipótesis. Es importante señalar que a partir del sitio de Río Seco ya no aparecen pirámides o, por
lo menos, no han sido reportadas. Actualmente, Río Seco se encuentra casi destruido por la población
moderna asentada sobre el sitio, lo que impide su adecuado conocimiento.
PANQUILMA Y CIENEGUILLA EN LA DISCUSIÓN ARQUEOLÓGICA... 389

Existe otro rasgo arquitectónico importante en esta sección del valle: la presencia de paredes
con decoración en bajorrelieve, conocidas como cenefas. Las más famosas de estas cenefas se
encuentran en Huaycán de Cieneguilla, donde aparece una serie de otros dibujos; existen cenefas
también en Panquilma y en Molle Alto. Sánchez señala que este rasgo no aparece en los sitios valle
arriba (Sánchez 2000) y no ha sido ubicado en el cono de deyección. Podría representar un cambio o
diferenciación cultural de este sector del valle.

El sitio Río Seco dista del siguiente sitio tardío de regular tamaño, valle arriba (Fig. 9),
mientras que los sitios de Huaycán de Cieneguilla y San Francisco quedan cercanos. Sánchez propone
que el sitio de Río Seco pertenece a una tradición arquitectónica costeña, aunque su definición no
queda bien aclarada (Sánchez 2000). Según esta evidencia, Tijerales y Río Seco, podrían pertenecer
a diferentes formaciones sociales, encontrándose en el limite del sector de Cieneguilla.

Tijerales, que presenta pirámides con rampa, es el sitio ubicado a menor altura. Podría haber
funcionado según este patrón monumental con los sitios del cono de deyección, mientras que Río
Seco marcaría un cambio con respecto a los sitios ubicados más arriba, como Chontay, Chamallanca,
etc. Estos sitios se ubican en el sector final de la chaupi yunga (desde Río Seco hasta Sisicaya), lo
que corresponde a la zona que fue escenario de la constante lucha entre los costeños y los serranos,
es decir, sería un área geográfica que a inicios del Horizonte Tardío fue tomada por los serranos,
probablemente apoyados o sustentados por el sistema inca.

En el sector de Cieneguilla, el único que parece presentar un componente inca monumental


es el sitio de Huaycán de Cieneguilla, aunque corresponde a edificios aislados. Esto entraría dentro
de la estrategia de dominación propuesta para los incas en la costa (Hyslop 1990). Esta estrategia
presupone un control indirecto que, lejos de necesitar un sitio inca administrativo, presenta edificios
que marcan su presencia y control en los sitios locales existentes, estableciéndolo mediante las
jerarquías locales y relaciones con los vecinos.

San Francisco es un sitio de andenes que está a la vera del camino real inca y amplía de
manera sustancial la base agrícola de Cieneguilla, aunque ésta sigue siendo limitada para sostener
tantos sitios con evidencias de una gran ocupación. Esta concentración muy densa de sitios pudo
ser ocasionada por la llegada de los incas; es decir, existe la posibilidad que esta concentración de
población fuese producto de los cambios sociales y económicos que trajeron los incas, y la
importancia que tomó este valle como ruta de unión entre las huacas Pachacamac y Pariacaca,
dentro del marco ideológico impuesto o promovido por los incas (Rostworowski 1992). Sin embargo,
queda la pregunta: ¿Hasta qué punto sería cierto si, como en el caso de Panquilma, ya existía
previamente parte de esta supuesta densidad mayor desde el Periodo Intermedio Tardío, y quizás en
sus fases más tempranas?

La respuesta puede encontrarse en la ubicación estratégica de este sector. La importancia


de la zona para rutas locales y otras de comunicación con valles vecinos, como los ocupados por la
gente de la serranía, habría permitido que la sobrepoblación empezase desde épocas anteriores a los
incas.

Estas posibles rutas son: en primer lugar, la quebrada de Tinajas, que aún hoy en día
comunica la zona de Huarochirí y Santo Domingo de los Olleros con el valle de Lurín. Existe un sitio
casi en la unión de la quebrada con el valle conocido como Hacienda y se encuentra debajo del
actual cementerio municipal, detrás de la antigua casa hacienda. Una segunda ruta pudo haber sido
la quebrada de Molle, que habría unido la quebrada de Huaycán del Rímac con el valle de Cieneguilla.
Sin embargo, falta verificar el uso que tuvo esta quebrada durante el tiempo prehispánico. Finalmente,
está la ruta entre el valle bajo y el valle medio de la misma cuenca.
390 GIANCARLO MARCONE Y ENRIQUE LÓPEZ-HURTADO

Así, es posible que esta zona estuviera sobrepoblada desde antes del Horizonte Tardío, en
que claramente lo estuvo. La razón de esto no reside necesariamente en la supervivencia de los
cultivos, pues hasta los andenes de San Francisco pudieron haber estado dedicados a productos de
climas cálidos, como la coca y el maíz, cultivos muy valiosos, pero sin importancia para una agricultura
de subsistencia. Por lo tanto, se implicaría una organización política y administrativa con relaciones
complejas con otros segmentos del valle y zonas intervalle.

El presente análisis sólo es parcial, debido a que ya no se cuenta con la posibilidad de ver todos
los sitios, pues han sido destruidos. Tal es el caso de Huaca Grande y Cervasi, que están casi totalmente
destruidos, así como Río Seco, que ha sido fuertemente impactado.

2.3. Información etnohistórica

Aunque los autores están convencidos de que los arqueologos de la costa central han abusado
de la etnohistoria, es imposible no realizar una revisión de las informaciones históricas existentes y ver
cuáles proporcionan algunas luces sobre la investigación o contradicen las afirmaciones
arqueológicas.

El primer grupo de informaciones etnohistóricas apunta a la caracterización del reino Ischma,


que sería la formación política anterior a los incas; una formación que a su vez estaría subdividida o
compuesta por una red de relaciones entre distintos grupos con una relativa semejanza cultural. Apunta
también a la posterior transformación de este reino en la provincia inca de Pachacamac. En ambos
casos, estos fenómenos políticos estarían vinculados a la existencia del santuario de Pachacamac.

María Rostworowski propone la existencia de estas dos formaciones políticas basándose


en la evidencia etnohistórica, en particular las informaciones de Albornoz y Calancha. Estos cronistas
sostienen que los valles del río Rimac y Lurín formaban una unidad política (Rostworowski 1992),
relacionada con el valle del Chillón que, sin embargo, sería independiente hasta la llegada de los
incas a la costa central, siendo finalmente anexado a los dos valles antes mencionados y conformando
una provincia inca. La llegada de los incas a la costa central y la importancia que tenia el santuario
trajo consigo la reorganización espacial y política de la región, que puede ser vista en la cerámica y
otros objetos de la cultura material existente en el Horizonte Tardío.

Cornejo (2000) permite ahondar en el tema y brinda una mirada general de las fuentes
existentes. Señala que la reorganización inca del reino Ischma también incluyo la reducción de las
tierras cocaleras del valle medio, que se presume los incas le dieron a los vecinos serranos. Muchos
han querido ver así la justificación para encontrar los límites entre costeños y serranos, y las influencias
de los de arriba en las zonas de menor altitud. Sin embargo, esta tensión entre costeños y serranos se
ha reportado por lo menos desde el Periodo Intermedio Temprano (Earle 1974; Patterson et al. 1982).

Cornejo señala que las informaciones históricas mencionan cuatro curacazgos en esta región
bajo una sola hegemonía, posiblemente bajo la ideología y contenido político relacionado con el santuario
(Cornejo 2000: 154). Estos curacazgos son los de Pachacamac, Manchay, Caringas y Quilcayuna, pero
se ubicaban en el cono de deyección, valle bajo, y no se sabe qué región ocupaban o cuál fue su área de
influencia.

Otro punto importante de la discusión etnohistórica se refiere a la frontera este del reino o
provincia. Rostworowski (Rostworowski 1978), propone una rivalidad entre los yungas y los yauyos,
siendo los yauyos los habitantes de los valles altos y los yungas los habitantes costeños. El valle
medio habría sido la zona de confrontación entre las dos poblaciones. Rostworowski afirma que los
incas favorecieron a los serranos con parte de los cultivos y tierras que habían sido de los costeños,
PANQUILMA Y CIENEGUILLA EN LA DISCUSIÓN ARQUEOLÓGICA... 391

fenómeno que se supone parecido a la llegada de la influencia huari al valle de Lurín, donde también
se ve que alfares, supuestamente hechos por los habitantes de la sierra, llegan a tener un área de
influencia que anteriormente presentaban los alfares pertenecientes a los desarrollos locales costeños
(Patterson et al. 1982).

Se ha propuesto que esta frontera entre yauyos y yungas se estableció tras la llegada inca
a la altura del sitio de Huaycán de Cieneguilla (Rostworowski 1978; Cornejo 2000). El área de rivalidad,
sin embargo, se encontraba a una mayor altura, en el sector superior de lo que se ha llamado chaupi
yunga, entre los sitios de Río Seco y Sisicaya. Además, se considera que Sisicaya se convirtió en el
sitio central de la administración inca para Lurín, basándose en el fácil control del agua desde el
recodo donde se encuentran este sitio y Nieve-Nieve, que ha sido propuesto como un sitio de
control inca (Negro 1970).

2.4. Dioses y hombres de Huarochirí

Finalmente, se considera de importancia revisar y enfatizar a las posibilidades que se


presentan a partir de los datos contenidos en Dioses y hombres de Huarochirí, la recopilación de
mitos y leyendas de la población serrana de Huarochirí, es decir a los yauyos. Estos relatos,
relacionados con la religión y las creencias existentes en esta zona, han sido recogidos por Francisco
de Ávila y los autores sostienen que hay mucha información que puede ser obtenida de este relato,
especialmente para determinar las relaciones yauyos-yungas.

Existen numerosas citas que ejemplifican la dicotomía arriba-abajo o yungas-yauyos. Hay


una en especial que, al parecer, remite directamente a la zona de estudio referida, brindando algunas
luces sobre la línea de la relación de esta zona con las gentes de arriba: «Entonces ese huaytacuri,
caminando de Uracocha hacia Sieneguilla, en el cerro por donde solemos bajar en esta ruta se quedo
a dormir. Ese cerro se llamo latauzaco. Mientras ahí dormía vino un zorro de la parte alta y vino
también otro zorro de la parte baja: ambos se encontraron. El que vino de abajo pregunto al otro
Como están los de arriba?» (Arguedas 1966: 37).

Es posible que este párrafo haga una referencia directa a un punto del camino, donde estaría
el límite de arriba y abajo, o el punto donde se encuentran los caminos que vienen desde arriba o
desde la parte baja del valle. También puede ser una referencia a la ruta propuesta en la quebrada de
Tinajas: «... todos los pueblos de que hemos hablado, los que forman el conjunto de pueblos de que
hemos hablado, los que forman el conjunto de pueblos de la provincia de Huarochirí y también de la
provincia de Chaclla Mama, tenían yuncas (Pariacaca) los empujo hacia abajo “aquí van habitar mis
hijos”...» (Arguedas 1966: 63).

Este pasaje claramente habla del movimiento que hubo entre valle bajo y alto y posibles
rivalidades, justificadas con respuestas ideológicas como los mitos y leyendas recogidas por Avila.
Pasajes como el anterior están presentes en todo el relato y parecen ser una referencia al hecho de la
invasión de los yauyos a zonas anteriormente yungas. Este relato también da una visión desde los
yauyos de sus vecinos yungas; considerando que el área de interés de la presente investigación es
básicamente yunga, se considera que hay algunas afirmaciones que podrían sustentar un estilo de vida
como el que arqueológicamente se ha documentando, donde los sitios costeños aparecen en algunos
casos densamente poblados.

«Y estos pueblos, los pueblos de toda región, tenían muchos yuncas. Por eso aumentaron tanto al
principio y, como se multiplicaron de ese modo, vivieron miserablemente, hasta en los precipicios
y en las pequeñas explanadas de los precipicios hicieron chacras, escarbando y rompiendo el suelo.
Ahora mismo aun se ven, en todas partes, las tierras que sembraron, ya pequeñas, ya grandes. Y en
392 GIANCARLO MARCONE Y ENRIQUE LÓPEZ-HURTADO

ese tiempo las aves eran muy hermosas, el hiritu y el caqui, todo amarillo, o cada cual rojo, todos
ellos”. Tiempo después, apareció otra huaca que llevaba el nombre de Pariacaca. Entonces, el, a los
hombres de todas partes los arrojo. De esos hechos posteriores y del mismo Pariacaca vamos
hablar ahora» (Arguedas 1966: 21).

3. Conclusiones

Si bien es cierto que la recopilación de datos se encuentra todavía en un nivel inicial, éstos han
servido para ir delineando una serie de conclusiones sobre el sitio y el valle, así como para proveer
herramientas y derroteros para seguir las investigaciones. Las principales conclusiones son:

a) Panquilma es un sitio multicomponente, donde los sectores parecen corresponder a diferentes


actividades. Además de mostrar una densidad muy fuerte en la ocupación, estos sectores y la
organización dentro de ellos denotan una planificación fruto de una sociedad organizada, por lo menos
en su momento final.

b) Es posible, de manera preliminar, proponer una secuencia de cuatro momentos para el sitio, donde
la ocupación temprana del sitio está caracterizada por apisonados mal conservados y una estructura
doméstica que se encuentran en los pozos hechos en el Sector Afuera. Se trata aparentemente de una
ocupación del Periodo Intermedio Tardío, posiblemente correspondiente a sus fases tempranas.

c) Entre la ocupación más temprana y las más visibles del sitio existe casi 1 metro de deposición
aluvial sin material cultural. Es posible proponer que entre la ocupación temprana del sitio y las
pirámides con rampa hubo un periodo de abandono de la quebrada debido a cambios climáticos que
provocaron grandes deslizamientos de tierra.

d) La segunda ocupación, durante el uso de las pirámides con rampa y los recintos en la zona
monumental del sitio, se caracterizó por las sucesiones de pisos con muy poco material asociado.
Esto lleva a proponer un corto tiempo de uso de cada piso, sin que estos cambios impliquen
remodelaciones estructurales ni secuencias culturales. En el caso de las pirámides, ambas presentan
además eventos intensos de quema en los pisos superiores, lo que puede ser un indicador de su abandono
abrupto de manera simultánea.

e) Después de la construcción de las pirámides y posiblemente cuando éstas aún eran utilizadas,
aparece el material inca e inca mezclado con lo local. Este material perteneciente al Horizonte Tardío
llama la atención tanto por su cantidad como por su ubicación en sectores públicos y monumentales.
Este fenómeno parece ser fruto de las transformaciones culturales y sociales que llegaron con los
incas, que dejan clara evidencia en la arquitectura.

f) La cuarta ocupación en el sitio Panquilma corresponde a los restos de corrales en el fondo de la


quebrada asociada a cerámica vidriada correspondiente a la época Colonial, cuando esta quebrada era
utilizada por pastores estacionales. También algunos de los recintos de otros sectores fueron utilizados
como corrales.

g) Los sitios de Cieneguilla presentan algunas características particulares que los diferencian de los
sitios valle arriba y valle abajo. Algunas de estas características parecen indicar una situación parti-
cular en este sector del valle, donde el marco geográfico podría estar relacionado a las diferencias
políticas y culturales dentro del mismo.

h) Al intentar definir o proponer espacios políticos y culturales, la relación entre geografía, arqueo-
logía y etnohistoria no necesariamente calza a la perfección, pero sirve para definir nuevos proble-
mas y destaca la necesidad de una mayor búsqueda de evidencias.
PANQUILMA Y CIENEGUILLA EN LA DISCUSIÓN ARQUEOLÓGICA... 393

i) El trabajo arqueológico no permite sustentar un reino Ischma, ni siquiera una provincia inca, pero
sí plantear la existencia de subdivisiones dentro de un área, la costa central del Perú, dentro de un
contexto cultural parecido, donde el santuario de Pachacamac debió cumplir una función aglutinan-
te, entre otras muchas.

j) La llegada de los incas lleva a cambios en patrones culturales, los cuales aún no se han definido
claramente.

k) El sector del valle, que se ha definido como la parte superior del valle bajo, por encima del cono de
deyección, corresponde más o menos al actual distrito de Cieneguilla. Presenta una densidad
poblacional, características culturales propias y una falta de recursos agrícolas, que sólo son
explicables en función a relaciones complejas con sus vecinos. Una posible respuesta es considerar
la estratégica situación que tuvo esta área en las rutas de contacto y comunicación con sus vecinos
y/o rivales, incluyendo la supuesta ruta inca que conectaba los santuarios de Pachacamac con el de
Pariacaca.

l) Existe claramente una presión de la gente de las partes altas sobre los costeños, probablemente
ligadas a alianzas y prerrogativas dadas por los incas, aunque esta presión parece ser una carac-
terística permanente entre la costa y la sierra. La evidencia arqueológica de periodos más antiguos
—antes aun que la llegada de lo huari— parece apoyar esta conjetura.

Agradecimientos

Este trabajo fue posible gracias a la ayuda de José Antonio Iturrizaga. Los autores quere-
mos agradecer especialmente a Mónica de la Vega y Martha Guzmán, maravillosas personas y aún
mejores arqueólogas, sin las que este trabajo hubiese sido imposible. Del mismo modo, queremos
agradecer a Luis Caycho, solitario guardián de Cieneguilla por más de 30 años.

REFERENCIAS
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2000 Relaciones sociales serrano-costeñas durante el Intermedio Tardío en el valle de Lurín, Arqueológicas
24, 127-146, Lima.
Y LA TRADICIÓN
BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA CONTINÚA:
PUCP, LA 395-410
N.° 6, 2002, ALFARERÍA DE LA ÉPOCA INKA... 395

Y LA TRADICIÓN CONTINÚA:
LA ALFARERÍA DE LA ÉPOCA INKA EN EL VALLE DE AYACUCHO, PERÚ

Lidio M. Valdez*

Resumen

En el presente ensayo se evalúa la clasificación estilística de lo que se conoce como cerámica «chanka».
Sobre la base de recientes descubrimientos, se postula que la cerámica chanka, en particular sus variedades
alfareras Arqalla y Aya Orqo, no es una manifestación exclusivamente preinka. Las evidencias provenientes
de Qaqas, discutidas en este ensayo, sugieren que la tradición alfarera local preinka continuó manufacturándose
durante el tiempo de auge del Imperio Inka. El Estado Inka, por lo tanto, parece no haber alterado mucho a la
tradición local y las poblaciones locales parecen haber seguido habitando en el valle de Ayacucho, por lo
menos en su sector norte.

Abstract

In this paper, I evaluate the stylistic classification of the so called «Chanka» pottery. On the basis of
the most recent findings I argue that the Chanka pottery, in particular Arqalla and Aya Orqo types, is not an
exclusive pre-Inka manifestation. The new evidence from Qaqas strongly suggests that the local pottery
tradition continued being manufactured during Inka times. The Inka state, therefore, seems not to have altered
much the local tradition and that local populations seem to have continued inhabiting the Ayacucho Valley, at
least in its northern end.

«Nada sabemos de lo que ocurrió entre la caída del imperio Wari y la época en que los
Inkas sometieron a Ayacucho a una situación colonial» (Lumbreras 1975: 195).

1. Introducción

El origen del Tawantinsuyo está íntimamente ligado a la región de Ayacucho y a sus habi-
tantes, conocidos en las fuentes etnohistóricas como los chankas. Dichas fuentes dan cuenta de
una guerra sostenida entre los chankas y los inkas (Sarmiento de Gamboa 1965 [1572]: 230-233), de
la que nació el poderoso Estado Inka, el mismo que, en relativamente corto tiempo, estableció
control sobre gran parte del territorio andino (Rowe 1946; Menzel 1959; Hyslop 1984; Patterson
1991).

Como algunos autores han sostenido, un resultado contrario a los inkas en dicha confron-
tación fácilmente hubiera dado lugar a la formación de un posible estado o «Imperio Chanka».
Desdichadamente para los chankas, su derrota no sólo significó su total desarticulación como
grupo étnico y su sometimiento al Estado Inka, sino también su parcial olvido.

En efecto, de no existir fuentes como las de Sarmiento de Gamboa (1965 [1572]), para citar un
ejemplo, el mismo nombre de los chankas hubiera pasado al olvido. Actualmente, de los tantos
señoríos que existieron en los Andes Centrales, antes de la emergencia del Estado Inka, los chankas
siguen siendo los menos conocidos; no existe un sólo asentamiento chanka sistemáticamente estu-
diado por los especialistas (Valdez, Vivanco y Chávez 1990; Valdez y Vivanco 1994). La historia
chanka, por lo tanto, está aún por escribirse.

* University of Alberta, Department of Anthropology, Edmonton, Alberta. E-mail: lidio@ualberta.ca


396 LIDIO M. VALDEZ

Sin lugar a dudas, la región de Ayacucho, en general, fue un paso necesario para la expan-
sión inka. El territorio chanka no fue sólo el primero en ser incorporado al entonces naciente estado,
sino, también, fue allí donde se estableció el primer asentamiento inka fuera del Cusco, tal como
reportó Cieza de León (1967 [1553]: 163). El asentamiento al que se hace referencia es el complejo de
Vilkaswamán, sitio inka ubicado al sur del valle de Ayacucho (Stern 1982: 20; González Carré 1992:
108).

El valle de Ayacucho, antiguamente conocido como Guamanga, fue incorporado al control


inka poco tiempo después de la conquista de Vilkaswamán, la misma que, de acuerdo a Cobo (1956
[1653]: 80), no fue pacífica. Según dicha versión, sus habitantes habrían tomado posesión de los
lugares más estratégicos y defendibles, con el propósito de ofrecer resistencia al ejército inka (Valdez
y Valdez 2002).

En este ensayo no se pretende evaluar la conquista inka del valle de Ayacucho; más bien, el
objetivo central es discutir, sobre la base de las más recientes evidencias, las interrogantes : 1) ¿Qué
pasó con la población local durante el dominio inka?; y 2) ¿Cuál fue la situación de este valle durante
el auge del Tawantinsuyo? Para este fin, como punto de partida, se considera el material cerámico y
algunos objetos de metal provenientes de los abrigos rocosos de Qaqas, ubicados en las alturas de
la ciudad de Huanta, en la sección norte del valle de Ayacucho (Fig. 1).

Brevemente, la cerámica proveniente de Qaqas indica que la tradición local continuó duran-
te la época inka. Esto refuerza, así, las sugerencias iniciales (cf. Valdez 1999; Valdez y Valdez 2000,
2002). Durante dicho proceso, la alfarería local incorporó elementos inka, aunque sus formas más
tradicionales continuaron sin mayor modificación. Esta continuación estilística sugiere una conti-
nuidad poblacional en el referido valle.

2. Los abrigos rocosos de Qaqas

Al este de la ciudad de Huanta se aprecia una formación rocosa que es bastante visible
desde sus alrededores, especialmente desde la parte baja. Dicha formación rocosa esconde un
número, aún no determinado, de abrigos aparentemente utilizados como lugares de enterramiento en
la antigüedad.

En 1999, Ernesto Valdez fue informado por los vecinos acerca de la existencia de varias
«cuevas» donde había cuerpos momificados. Una posterior inspección del lugar —con la participa-
ción del autor— dio como resultado el hallazgo de numerosos huesos humanos y abundante canti-
dad de cerámica monocroma fragmentada. No obstante que la cerámica no era diagnóstica, quedó
evidente que Qaqas pertenecía a la época inka (Valdez y Valdez 2000: 23).

Recientemente, mientras el autor llevaba a cabo excavaciones arqueológicas en el sitio wari


de Marayniyoq (cf. Valdez et al. 2000; Valdez 2002), estudiantes de un colegio local habían extraído
varias piezas arqueológicas de los referidos abrigos, las que fueron entregadas al autor. Para confir-
mar lo mencionado, se decidió inspeccionar el referido lugar en compañía de uno de los estudiantes,
quien aceptó participar como guía.

Llegados al referido sitio, no se tardó en observar lugares previamente visitados. Ensegui-


da, el guía ubicó uno de los abrigos, en cuyo interior hubo cerámica fragmentada, generalmente
monocroma, de acabado simple, en su mayoría sin decoración. También se observó la presencia de
huesos humanos, además de restos óseos de camélidos jóvenes y, probablemente, de perros. Mu-
chos de ellos aún estaban articulados, de modo que probablemente fueron ofrendas depositadas
junto a los muertos.
Y LA TRADICIÓN CONTINÚA: LA ALFARERÍA DE LA ÉPOCA INKA... 397

Fig. 1. Mapa de ubicación de Qaqas y otros sitios inka del valle de Ayacucho.
398 LIDIO M. VALDEZ

Por cuanto el material cerámico corría el peligro de ser destruido y/o desaparecer definitiva-
mente, se hizo el esfuerzo de recuperar todos los fragmentos acumulados. El guía aseguró que, a
mayor profundidad, había mayor cantidad de cerámica. Otros dos abrigos, ubicados en las inmedia-
ciones del primero, contenían varios cráneos deformados y huesos posteriores, tiestos y un mate
fragmentado. Del primer abrigo se recuperaron utensilios fragmentados hechos de mate. De ninguno
de los otros abrigos se logró extraer huesos humanos. Según la impresión del guía, también se
extrajeron varios tupus de estos abrigos.

En resumen, varios abrigos de Qaqas fueron utilizados como lugares de enterramiento. Una
investigación minuciosa de estos sitios ayudaría mucho a interpretar mejor su significado. Hasta
que el estudio se realice, este trabajo sirve de punto de partida; se espera que las ideas estimulen
nuevos debates y estudios acerca de este tema, que ha sido ignorado por los especialistas.

2. El material cultural

Los materiales culturales de Qaqas consisten generalmente de cerámica, tupus y agujas de


metal, además de algunos mates fragmentados. Para los propósitos de esta discusión, primero se
dará referencia al material cerámico, por ser la evidencia fundamental para evaluar la situación del
valle de Ayacucho durante el Tawantinsuyo.

Los materiales de metal, especialmente los tupus, serán utilizados como elementos diagnós-
ticos adicionales que permitan ubicar en el tiempo al conjunto de artefactos provenientes de Qaqas.
En la sección final se discute la situación del valle de Ayacucho en tiempos del Tawantinsuyo.

2.1. La cerámica

Después de restaurar las piezas fragmentadas se definió su morfología con el fin de determi-
nar la asociación temporal y cultural del conjunto de materiales provenientes de Qaqas. Pese a no
lograr completarlas todas, se pudo determinar sus formas.

En total, 54 piezas de cerámica presentan formas definidas. Sólo se analizaron las piezas más
diagnósticas, las cuales brindaron información fundamental que permite plantear algunas ideas
acerca de la situación sociopolítica del valle de Ayacucho durante el Imperio Inka.

Se les subdividió en cinco grupos formales. El primero de ellos reúne vasijas cerradas,
cuello angosto, cuerpo globular y base cónica (estilos Aya Orqo y Arqalla, Figs. 2, 3). Por lo general,
disponen de dos asas horizontales, pero hay especímenes con tres asas. Sólo pocas vasijas llevan
decoración simple a la altura del cuello y el labio de la vasija. Su acabado es simple, con superficie
bastante áspera y sin presencia de engobe.

El siguiente grupo está conformado por vasos ligeramente abiertos (Fig. 4). Su superficie,
de acabado tosco, está pintada de blanco; sobre ella aparece una banda horizontal y varias líneas
verticales que se dirigen hacia el labio del vaso. Estos son, también, de acabado simple.

El tercer grupo se caracteriza por platos poco profundos y tecnológicamente mejor acaba-
dos que las piezas antes mencionadas (Figs. 5, 6, 7). La superficie es menos áspera debido a un mejor
tratamiento. Algunos especímenes presentan decoraciones internas, con motivos simples. El tama-
ño es variado: hay platos grandes y otros más pequeños. Las piezas presentan paredes bastante
compactas y parecen haber sido sometidas a altas temperaturas durante su procesamiento.

El cuarto grupo consiste de piezas identificadas como «utensilios pequeños» (estilo Aya
Orqo, Figs. 8, 9, 10, 11, 12, 13). Todas tienen la forma de ollas, un cuello relativamente corto, borde
Y LA TRADICIÓN CONTINÚA: LA ALFARERÍA DE LA ÉPOCA INKA... 399

Fig. 2. Qaqas. Cerámica en el estilo Aya Orqo. Fig. 3. Qaqas. Cerámica en el estilo Arqalla.

ligeramente divergente, cuerpo globular y una base redondeada. En la actualidad, piezas similares y
de tamaños idénticos son utilizadas en el valle de Ayacucho como utensilios para beber chicha,
especialmente la de molle y la de caña; a ésta última se le conoce como warapo. Muchas de estas
piezas están provistas de asas verticales, aunque en un caso se notó la presencia de un asa horizon-
tal (Fig. 8); algunas tienen hasta cuatro. Cabe también resaltar que en varios ejemplares las asas
están directamente conectadas al labio de las vajillas. Este último es un aspecto novedoso, puesto
que la presencia de asas en dicha posición, no es común en este valle hasta la época inka (cf.
González Carré 1992: figs. 21, 22).

Finalmente, la última forma definida es una vasija zoomorfa (Fig. 14) con lo que parece
representar un caracol terrestre con la cabeza erguida. Al lado opuesto de la cabeza aparece un asa
en posición vertical y entre la cabeza y el asa se observa el cuello ligeramente alargado, precisamen-
te en la parte media de la vasija. Esta es recta y termina en un pico con labio divergente, idéntico a las
exhibidas en las piezas inkas. El cuerpo es globular alargado y de base ligeramente plana. Está
decorada con puntos oscuros que, generalmente, se limitan al cuerpo de la pieza. Tiene buen acaba-
do comparada con las previamente referidas.

En resumen, las piezas de cerámica de Qaqas, pese a su reducido número, permiten com-
prender mejor la situación del valle de Ayacucho en tiempos del Tawantinsuyo. Muchas de ellas
corresponden a la llamada cerámica «chanka»; queda la posibilidad de que algunas sean anteriores,
pero un gran número de las mismas corresponde a la época inka sin tratarse de cerámica de ese
estilo.

2.2. Los metales

Asociadas a las piezas de cerámica descritas se han recuperado algunos objetos de metal;
entre los cuales destacan los tupus. El material del que estos artefactos fueron manufacturados
todavía no ha sido determinado, pero no se descarta que sean de cobre y/o plata.
400 LIDIO M. VALDEZ

Fig. 4. Qaqas. Vaso ligeramente abierto. Fig. 5. Qaqas. Plato hondo.

Fig. 6. Qaqas. Plato hondo fragmentado. Fig. 7. Qaqas. Plato.

Estos tupus tienen formas llamativas, con cabeza redondeada (Fig. 15); una segunda es de
media luna (Fig. 16) y una tercera es triangular (Fig. 17). Con la excepción de uno (Fig. 15), se
encontraron doblados en dos o tres secciones. Finalmente, el tamaño de los tupus varía, siendo el
más grande de más de 30 centímetros. Aún se desconoce el significado de estas variaciones, pero
pueden estar reflejando status, género y/o etnicidad.

Junto a los tupus se hallaron algunas agujas de metal (Fig. 18) con un orificio en el extremo.
Cerca a éste aparecen algunas hendiduras verticales a modo de decoración. El material utilizado para
la elaboración de las agujas fue quizá el mismo que se empleó para la fabricación de los tupus. Por
último, junto a estos materiales, se halló una barra bastante delgada incompleta de madera (Fig. 19).
Parece tratarse de chonta, una planta proveniente de la selva tropical, la que se forró con una lámina
de metal bastante delgada dando, finalmente, la impresión que la barra era de este material. La barra,
además de su cubierta, parece haber estado decorada, pero el mal estado de conservación de la pieza
no permite adelantar más observaciones.

La barra es similar a la vara, instrumento que simboliza autoridad entre las comunidades
indígenas de las punas de Ayacucho y regiones vecinas. La persona que posee la vara es reconoci-
da como el varayoq y es la principal autoridad de una comunidad. La presencia de esta particular
pieza estaría indicando que personajes de importancia habrían sido enterrados en los abrigos del
sitio de Qaqas (Fig. 20).
Y LA TRADICIÓN CONTINÚA: LA ALFARERÍA DE LA ÉPOCA INKA... 401

Fig. 8. Qaqas. Vasija pequeña en el estilo Aya Orqo. Fig. 9. Qaqas. Vasija pequeña en el estilo Aya Orqo.

Fig. 10. Qaqas. Vasija pequeña en el estilo Aya Fig. 11. Qaqas. Vasijas pequeñas en el estilo Aya
Orqo. Orqo.

Fig. 12. Qaqas. Vasija pequeña en el estilo Aya Fig. 13. Qaqas. Vasija pequeña en el estilo Aya
Orqo. Orqo. Nótese sus cuatro asas.
402 LIDIO M. VALDEZ

Fig. 14. Qaqas. Vajilla zoomorfa


representando un caracol terres-
tre.

Fig. 15. Qaqas. Tupus de forma redondeada.

3. Discusión

El material arqueológico proveniente de Qaqas es nuevo para el valle de Ayacucho. Provee


valiosa información para la discusión de aspectos hasta hace poco no considerados como parte del
análisis arqueológico. Los arqueólogos de Ayacucho se han acostumbrado a identificar toda cerámi-
ca de pobre acabado tecnológico como chanka y cada sitio arqueológico que exhibe una ubicación
estratégica y defensiva, con estructuras circulares y a menudo en las cimas más altas de las monta-
ñas ha sido continuamente identificado como asentamiento chanka, ya que cuentan con presencia
de cerámica identificada también como chanka. Sobre la base de fuentes históricas se ha logrado
Y LA TRADICIÓN CONTINÚA: LA ALFARERÍA DE LA ÉPOCA INKA... 403

Fig. 16. Qaqas. Tupus de forma me-


dia luna.

Fig. 17. Qaqas. Tupus de forma


triangular.

Fig. 18. Qaqas. Agujas de metal.

determinar que los chankas fueron pueblos que existieron en la región de Ayacucho y en toda la
cuenca del río Pampas hasta antes de la emergencia del Estado Inka. Por lo tanto, los chankas,
dentro de la literatura especializada, son un grupo preinka y poswari. Por ello, la cerámica chanka
está ubicada temporalmente dentro de este espacio cronológico.
404 LIDIO M. VALDEZ

Fig. 19. Qaqas. Vara con cobertura de metal.


Tal como se ha discutido en otro trabajo (Valdez y Valdez 2002), la así llamada cerámica
chanka ha sido motivo de estudios arqueológicos que condujeron a la definición de cuatro tipos:
Tanta Orqo, Qachisqo, Arqalla y Aya Orqo. Dentro de este ordenamiento, Tanta Orqo representaría
la manifestación más temprana de la alfarería chanka, mientras que Aya Orqo sería la más reciente.

Puesto que este ordenamiento estilístico nunca ha sido demostrado estratigráficamente, y


la ausencia de fechados radiocarbónicos, su validez sigue siendo cuestionable. La posibilidad de
que las diferencias estilísticas de la alfarería chanka sean manifestaciones de etnicidad nunca ha
sido refutada con pruebas.

Al mismo tiempo, se acostumbra identificar a la alfarería chanka como una manifestación


exclusivamente preinka; la cerámica de los estilos arqalla y aya orqo, variedades con mayor distribu-
ción geográfica, son reconocidas como puramente chanka. Esta lógica ha guiado todo análisis del
estudio de los chankas.

Producto de este razonamiento hay una cantidad sorprendente de asentamientos chanka,


mientras que sitios pertenecientes a la época Inka son muy escasos (cf. Benavides 1976). Tanto es
así, que MacNeish, Patterson y Browman (1975: 74) concluyeron que el valle de Ayacucho no jugó
rol alguno dentro del esquema imperial inka. Lumbreras (1975: 224) también se refiere a la «poca
importancia» del valle de Ayacucho en tiempos inka. Estas observaciones, nuevamente, están sus-
tentadas en la aparente ausencia de asentamientos inka en este valle. Se impone la interrogante de
si esta reconstrucción refleja una realidad histórica o se trata, solamente, de una errada interpreta-
ción del pasado.

Durante los últimos años ha logrado obtener nuevas evidencias para reevaluar el problema
relacionado a la época inka en el valle de Ayacucho, las que sugiere el panorama relacionado a la
ocupación del valle de Ayacucho durante la época inka, es mucho más complicado que lo inicialmen-
te sugerido y, al parecer, incluso totalmente diferente. Tambien hay, de acuerdo a estudios recientes,
una mayor cantidad de sitios identificables como inka (Valdez y Valdez 2000, 2001, 2002).

Asimismo, instalaciones estatales —como los depósitos— recién han sido identificadas para
dicho valle (Valdez y Valdez 2000). En la medida en que los estudios progresen, no es de dudar que
datos adicionales serán puestos a la luz. Por lo tanto, un análisis más exhaustivo de la cerámica
«chanka» permitirá identificar nuevos elementos de juicio con los que se deberá examinar el caso en
estudio desde varios ángulos. Este tipo de datos modificará, considerablemente, la perspectiva que
se tiene acerca de la situación del valle de Ayacucho durante la época inka. Actualmente, la perspec-
tiva con respecto a los chankas y dicha etapa ya ha variado, y de seguro seguirá modificándose en
la medida en que los trabajos de campo continúen.
Y LA TRADICIÓN CONTINÚA: LA ALFARERÍA DE LA ÉPOCA INKA... 405

Fig. 20. Ilustración tomada de Guaman Poma de Ayala que muestra la vara portada por una autoridad
local.

La cerámica, sin lugar a dudas, es el material que ha recibido más atención dentro de los
estudios relacionados a muchas culturas indígenas de los Andes Centrales. El caso chanka no es
una excepción (González Carré 1992: 53). La cerámica chanka, sin embargo, aún requiere de un
refinado análisis (Valdez y Valdez 2002). En el presente ensayo, que es una continuación del trabajo
arriba citado, el autor se restringe al material de Qaqas.

Varias, o quizá la totalidad, de las piezas de cerámica recuperadas de los abrigos rocosos de
Qaqas son identificables como cerámica chanka. Así la pieza en la Fig. 2 es muy parecida a una vasija
identificada como del estilo Tanta Orqo por González Carré (1992: Fig. 21, inferior izquierda) y otra
vasija cerrada, ilustrada también por el mismo autor (1992: Fig. 27b) identificada como cerámica
qachisqo. Por su decoración, sin embargo, la vasija de la Fig. 2 pertenece a la época inka.

La vasija de la Fig. 3 corresponde a la cerámica arqalla (cf. González Carré 1992: Fig. 29a),
variedad alfarera que bien podría ser considerada «clásica» de los chankas. Como se verá más
adelante, es importante recordar que esta vasija está asociada a posibles vasijas qachisqo o inka. La
cerámica arqalla, sin embargo, no parece ser un elemento diagnóstico seguro para identificar
arqueológicamente a los chankas (veáse abajo).
406 LIDIO M. VALDEZ

Los ceramios pertenecientes al cuarto grupo presentan un problema mayor. Varios de ellos,
siguiendo el criterio de González Carré (1992: Fig. 21), podrían ser clasificados como cerámica tanta
orqo, arqalla o aya orqo. Aunque no existe una sola forma definida en la figura de referencia que sea
comparable al material de Qaqas, la de la Fig. 8 tiene cierto parecido a una vasija ilustrada por
González Carré (1992: Fig. 21) que es identificada como cerámica aya orqo (segundo del lado superior
derecho). Del mismo modo, la pieza ilustrada en la Fig. 9 se asemeja a una identificada como cerámica
tanta orqo (González Carré 1992: Fig. 21, segunda del lado derecho). A su vez, aquéllas ilustradas en
las Figs. 10 y 12, también se asemejan a una identificada como cerámica arqalla (González Carré 1992:
Fig. 28c). De este modo, dentro de la colección de la cerámica proveniente de Qaqas, estarían
representadas todas las variedades alfareras chanka. Junto a éstas aparece otra que, siguiendo la
clasificación tradicional, se podría identificar como cerámica aya orqo (Fig. 14).

Junto a los materiales arriba referidos aparecen también varios tupus. En primer lugar, al
referirse al material cultural y, de manera particular, a las estructuras funerarias chanka, González
Carré (1992: 48) no hace mención a posibles tupus chanka como parte del ajuar funerario de entie-
rros. Y, como se conoce, los tupus de metal son —aunque no exclusivamente— materiales diagnós-
ticos de la cultura Inka.

No obstante que el material aún requiere de un estudio más detallado, existe la posibilidad
de que se trata de una colección perteneciente a la época inka, incluyendo cerámica arqalla y aya
orqo. Sin embargo, dichas variedades alfareras no son una manifestación exclusiva de la cultura
Chanka (Valdez y Valdez 2002). Aunque existe la posibilidad de que los abrigos rocosos de Qaqas
fueron utilizados como lugares de enterramiento desde tiempos chanka y que pudieron haber conti-
nuado siendo utilizados, como tales, durante la época inka, Qaqas debe haber sido un lugar de
enterramiento sólo durante la época inka.

Tal como se ha planteado en otro trabajo (Valdez y Valdez 2002), la cerámica arqalla tiene una
larga tradición en el valle de Ayacucho y está presente en asentamientos fortificados donde es
notable la ausencia de elementos inka. Al mismo tiempo, la cerámica arqalla aparece en sitios con
alfarería de la época inka. En Qaqas se tiene la presencia de cerámica arqalla (Fig. 3).

Esta información sugiere que la alfarería chanka, manifestada por la cerámica arqalla, no
llegó a estancarse con la conquista inka. Por el contrario, la producción de la cerámica arqalla parece
haber continuado durante la época inka, adoptando, a su vez, elementos inka.

Por su parte, la cerámica aya orqo no parece ser chanka en absoluto. Muchas piezas de la
colección de cerámica proveniente de Qaqas pertenecen a la variedad aya orqo, pero no son chanka
o preinka. Aya Orqo, si bien incorpora elementos identificables como chanka, parece haber sido
manufacturado después de la desintegración de la denominada «confederación Chanka» (Lumbre-
ras 1974: 198) y durante el auge del Imperio Inka. La interrogante, desde luego, se refiere a quiénes
manufacturaron dicha variedad alfarera. Un posible escenario, siguiendo la lógica que guía este
ensayo, es que poblaciones locales continuaron residiendo en el valle de Ayacucho y debieron
haber sido quienes produjeron aquella cerámica. Su diferencia de la cerámica arqalla puede obedecer
a varios factores; entre éstos, la presencia de grupos étnicos foráneos. Efectivamente, es preciso
recordar que, de acuerdo a los estudios de Huertas (1998), la población del valle de Ayacucho
durante los primeros años de la Colonia fue densa y multiétnica, posiblemente como producto del
sistema de los mitimaes impuesto por los inkas. Por consiguiente, identificar arqueológicamente a
cada uno de dichos grupos étnicos se hace no sólo necesario, sino indispensable. Sólo así se podrá
definir mejor el panorama poblacional del valle de Ayacucho en tiempos inkas. Este es un reto que
los arqueólogos interesados en el estudio de los chankas e inkas deben aceptar y asumir cuanto
antes.
Y LA TRADICIÓN CONTINÚA: LA ALFARERÍA DE LA ÉPOCA INKA... 407

En su clásico estudio de la cultura Inka, Rowe (1946: 200) hizo notar que la cerámica inka
nunca logró sustituir por completo a los estilos locales preinkas. Del mismo modo, Menzel (1959:
127) demostró que en la costa sur muchos asentamientos de la época inka muestran poco o nada de
la influencia inka. Hyslop (1990: 244) también ha presentado varios ejemplos que demuestran que la
administración inka adoptó formas de construcción locales. Está bien reconocido, además, que el
Tawantinsuyo estuvo conformado por pueblos y culturas diversas que no sólo habitaron diversas
regiones geográficas, sino que también se comunicaron en varios dialectos (Morris y Thompson
1985: 10). Si bien dichas tradiciones locales fueron dominadas por los inkas, éstas no fueron del todo
alteradas y/o sustituidas por la administración; más bien, existen varios ejemplos donde las tradicio-
nes locales, incluidos sus dialectos sobrevivieron (Huertas 1998: 10; cf. Morris y Thompson 1985:
150; D’Altroy 1992: 197-199; Topic y Topic 1993: 33). Un hecho similar parece que ocurrió en el valle
de Ayacucho, donde la conquista inka no resultó en profundos cambios de la tradición local. La
alfarería ayacuchana, si bien adoptó elementos inkas, continuó su trayectoria sin sufrir cambios
significativos. Este es el caso de la cerámica arqalla, que a menudo está presente en asociación a
elementos inkas.

4. Consideraciones finales

Los modelos arqueológicos diseñados para explicar procesos culturales antiguos, una vez
establecidos, son difíciles de modificar. A menudo siguen su curso cuando no se hacen evaluacio-
nes críticas y cuando no se presentan modelos alternativos. Para que adquiera una validez científi-
ca, sin embargo, toda información arqueológica debe ser evaluada desde varias perspectivas y
ángulos de interpretación. Sólo entonces se puede aceptar la validez de una explicación. Cada vez
que los nuevos datos no estén en concordancia con las interpretaciones existentes se deben reevaluar
los modelos. El desarrollo de la arqueología depende en gran medida de esta dinámica. Durante este
proceso se deben incorporar nuevos elementos que permitan expandir el conocimiento. El análisis
de interrogantes de por qué, por ejemplo, las variedades alfareras cambiaron o continuaron, no sólo
debe ser considerado indispensable.

El estudio de la cultura Chanka y la ocupación inka del valle de Ayacucho se beneficiaría


mucho si se estudiara de manera detallada a la cerámica chanka. Sobre la base de datos hasta hoy
acumulados en el curso de varios estudios de campo de los últimos años, se sugiere que la cerámica
arqalla no es un elemento diagnóstico para identificar arqueológicamente a los chankas, tampoco es
exclusivamente preinka. En otras palabras, basándose en dicha cerámica es difícil reconocer a un
asentamiento arqueológico como chanka y preinka. La continua presencia de dicha variedad alfarera,
en asociación a elementos inka, sugiere que la cerámica arqalla continuó siendo manufacturada
durante la época inka. Esta inició su producción antes de la invasión y su manufactura se prolongó
hasta el horizonte siguiente. Esta observación tiene muchas implicancias para la arqueología del
valle de Ayacucho. La más notable es que una porción considerable de la población indígena perma-
neció en el valle de Ayacucho, por lo menos en su sección norte. Si bien existieron grupos de
mitimaes en la región, parece que éstos no superaron numéricamente a la población local.

Entretanto, la cerámica aya orqo, que nuevamente aparece en asociación a cerámica inka (cf.
Lumbreras 1975: 202), parece ser una alfarería producida en el valle de Ayacucho durante la época
inka (Valdez y Valdez 2000: 22). Sus formas, además de sus técnicas de manufactura, son nuevas y
son más parecidas a la alfarería inka que a la alfarería chanka. La aparente ausencia de asentamientos
inka en el valle de Ayacucho, por lo tanto, obedece a la equivocada identificación de esta variedad
alfarera como preinka o chanka.

Estudios sistemáticos en sitios selectos conducirán a explicar este dilema, que por ahora se
continúa discutiendo sobre la base de piezas aisladas. Para tal propósito, el sitio de Condormarka
408 LIDIO M. VALDEZ

(Valdez y Valdez 2000, 2002) sería un buen punto de partida. Condormarka constituye, para todo el
valle de Ayacucho, el único asentamiento inka donde existe tanto arquitectura como cerámica inka.
El cercano sitio de Tinyaq, donde están los depósitos (Valdez y Valdez 2000), puede proveer informa-
ción adicional. Finalmente, se tiene que investigar, de manera sistemática, en los sitios chanka, o en
aquellos considerados chanka.

El valle de Ayacucho durante la época inka, no parece haber sido del todo abandonado
como muchos han sostenido hasta hace poco. La continuidad de la alfarería local durante la época
Inka fue una de las razones que no han permitido identificar sitios de la época Inka en este valle. La
evidencia proveniente de Qaqas sugiere que la cerámica aya orqo pertenece a la época inka, como
una alfarería inka provincial, producida por la población local durante el tiempo de auge del imperio
del Tawantinsuyo. Se espera que las ideas presentadas en este ensayo estimulen nuevas discusio-
nes y, a su vez, encaminen hacia nuevos trabajos de campo que incluyan excavaciones sistemáticas
en sitios chanka y en aquellos pertenecientes a la época inka. Sólo así se podrá esclarecer este
capítulo poco conocido de la antigua historia del valle de Ayacucho.

Agradecimientos

El guía que me acompañó a los abrigos rocosos de Qaqas fue César Quispe, a quien extien-
do mi sincero reconocimiento y gratitud. Las piezas completas que ilustran este ensayo fueron
también recuperadas de los abrigos por César. Los estudios iniciales relacionados a la ocupación
inka en el valle de Ayacucho fueron llevados a efecto gracias a una beca posdoctoral otorgada por
la Social Sciences and Humanities Research Council de Canadá.
Y LA TRADICIÓN CONTINÚA: LA ALFARERÍA DE LA ÉPOCA INKA... 409

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RELACIONES
BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA ÉTNICAS
PUCP, N.° Y ECONÓMICAS
6, 2002, 411-432 DE PODER... 411

RELACIONES ÉTNICAS Y ECONÓMICAS DE PODER:


LA CONQUISTA INCAICA EN EL VALLE DEL COLCA, AREQUIPA

Miriam Doutriaux*

Resumen

El valle del Colca ofrece una oportunidad única para examinar las estrategias del Imperio Incaico de
conquistar y organizar una provincia bicultural. Estudios previos han postulado que las variaciones en la
ocupación inca de los territorios Collagua y Cabana se deben principalmente a diferencias ecológicas y
económicas. Este articulo presenta los resultados, aún preliminares, de una prospección arqueológica en los
distritos de Lari y Cabanaconde, y muestra la necesidad de una vista diacrónica y una consideración de los
datos históricos para comprender las estrategias del Imperio Incaico. Llega a la conclusión que la división de
poder en el valle bajo dominio incaico tuvo su origen en la combinación de factores económicos, sociales y
políticos.

Abstract

The Colca Valley offers a unique opportunity to examine Inca strategies of conquest and consolidation
in a bi-cultural province. Previous studies assumed that the variation observed in the Inca occupation of
Collagua and Cabana territories were due principally to ecological and economic differences. Here, I present
preliminary results from an archaeological survey conducted in the surroundings of Lari and Cabanaconde
towns, and suggest the need for a historically-informed diachronic approach to understand Inca strategies. I
conclude that it is the interplay of social, political and economic factors that leads to a particular division of
power in the valley under Inca rule.

1. Introducción

El Imperio Incaico es conocido por la variabilidad de sus estrategias de la conquista y la


ocupación de los Andes. En todo el imperio se trató de balancear las ambiciones económicas y
políticas del estado con las prácticas y tradiciones de la población local. En esa trayectoria, las
diferencias étnicas y económicas entre varias regiones resultaron ser importantes para la creación
de relaciones, diversas y fructíferas, entre el estado y sus sujetos. Por esta razón, estudios recientes
de las provincias incaicas han demostrado la necesidad de examinar las estructuras organizacionales
y las prioridades de los grupos locales de poder implicados en la creación de una nueva sociedad
andina bajo control incaico (cf. Julien 1983; D’Altroy 1992; Stanish 1992; Hastorf 1993; Covey 2000;
D’Altroy y Hastorf 2000).

Siguiendo la caracterización de Mann (1986: 1), quien describe al poder como una multitud
de redes de interacción que facilita la realización de metas políticas, económicas, militares e
ideológicas, se puede buscar la realización del poder en evidencias históricas y arqueológicas locales.
En particular se vuelve interesante examinar la realización del poder en una provincia multicultural
de los Andes surcentrales, donde los incas llegaron con fuerza en el siglo XV.

2. El valle: antecedentes históricos y arqueológicos

El valle del Colca se encuentra en la vertiente occidental de los Andes, en el departamento


de Arequipa. Es conocido tanto por la belleza de sus paisajes como por la rica agricultura del

* Universidad de California, Berkeley, Department of Anthropology. E-mail: madoutriaux@yahoo.com


412 MIRIAM DOUTRIAUX

angosto valle central y sus laderas pendientes, que ofrecen un acceso fácil hacia la puna. En el tramo
central y más poblado del río Colca se encuentran varios pueblos que fueron fundados por la
administración colonial en el siglo XVI.

Los datos históricos sobre el valle del Colca mencionan la existencia de dos grupos étnicos
distintos: los collaguas y los cabanas (Pease 1977; Benavides 1995, 1996). Los collaguas, grupo de
lengua aymara especializado en ganadería, ocupaban la parte media y alta del valle, con cabeceras en
los pueblos de Yanque y Lari. Los cabanas, establecidos en la parte baja del valle, con su cabecera
en Cabanaconde, eran de habla quechua y conocidos por su agricultura maicera. Fuentes históricas
describen la importancia económica del valle, con sus recursos agrícolas y ganaderos. Asimismo,
tales fuentes cuentan que hubo una alianza matrimonial entre los incas y los caciques de Yanque,
que estableció o aseguró el poder político de los collaguas en el valle (Cock 1977: 101; Tord 1983: 97).
Estos dos grupos, Collagua y Cabana, fueron identificados y formalizados por los incas y los
españoles, quienes parecen haber respetado sus fronteras preincaicas.

Estudios más recientes han enfatizado —y a veces exagerado— las diferencias entre estos
grupos con el fin de explicar aparentes variaciones en el registro arqueológico y la etnología del
valle. El problema que se presenta es la fragmentación de la información que existe sobre cada grupo
y cada parte del valle. Las investigaciones arqueológicas no demuestran unidad en sus métodos y
se caracterizan por un enfoque distintamente económico. En Cabanaconde se ha postulado la
importancia económica del valle bajo para los imperios que llegaron a conquistar el valle. Esa zona
fértil y productiva, fue usada para el cultivo intensivo de maíz, y es conocida, hasta hoy en día, por
su rico maíz cabanita.

Por otro lado, varios estudios del sistema agrícola en la parte collagua del valle demuestran
la gran extensión y antigüedad de los andenes en esa zona. La mayoría fue construida antes de la
llegada de los incas, pero, al ocupar el valle, éstos reconstruyeron un sistema de agricultura y riego
más amplio y más formalizado que el anterior en los distritos de Yanque y Coporaque (v.g. Denevan
et al. 1987; Malpass 1987: 16; Treacy 1994). Treacy (1994: 25) nota que las construcciones incas en
esta parte del valle no servían tanto para producir un exceso de maíz, sino que formaban parte de un
sistema económico regional que incluía la ganadería de camélidos y el intercambio. El reciente
descubrimiento de unas estancias tardías en la puna de Yanque (Wernke 2003) sugiere, más aún, una
posible participación del Estado Incaico en la producción ganadera de la zona. Por lo pronto, esto
pone en duda la necesaria superioridad económica de la zona de Cabanaconde en el desarrollo
incaico en el valle. En efecto, desde un punto de vista económico, ambas partes del valle parecen
haber contribuido, aunque de manera distinta, para los ingresos del Imperio Incaico.

La presencia incaica en los asentamientos del valle es otro tema debatido. Reconocimientos
preliminares, hechos por Neira (1961) y De la Vera Cruz (1988, 1989), en los alrededores del pueblo
moderno de Cabanaconde identificaron una clara influencia incaica en algunos restos arquitectónicos
y cerámicos del Horizonte Tardío. Esto les condujo a sugerir una presencia incaica más marcada en
Cabanaconde que en el territorio más alto de los collaguas (Neira 1961; Vera Cruz 1988, 1989). En
efecto, Brooks (1998: 89) encontró poca arquitectura de estilo imperial cuzqueño en los alrededores
de Chivay. No obstante, la prospección detallada hecha por Wernke (2003) en los distritos de Yanque
y Coporaque ha denotado la existencia de estructuras rústicas con características incas en todos los
sitios del Periodo Intermedio Tardío y Horizonte Tardío. Esa evidencia sugiere que, a pesar de las
ventajas ambientales de Cabanaconde, la influencia incaica fue notable —aunque distinta en su
estilo y posible efecto— en el territorio collagua.

Recientes investigaciones apuntan a la presencia de intereses e intervenciones incaicas en


ambas partes del valle del Colca. Las fuentes históricas hablan de influencia política en Yanque, y
los investigadores han enfatizado la importancia económica de Cabanaconde. No obstante, la
RELACIONES ÉTNICAS Y ECONÓMICAS DE PODER... 413

conquista de cada lugar se efectuó en muchas dimensiones e involucró interacciones tanto en el


ámbito económico como a escala política, militar y social. El objetivo fue crear una nueva y variada
sociedad provincial.

El estudio de la conquista incaica del valle del Colca requiere una visión amplia, tanto en el
tiempo (preinca a inca), como en el espacio (regiones cabana y collagua).

3. El Proyecto de Prospección Regional Valle del Colca, 2002-2003

El Proyecto de Prospección Regional Valle del Colca, 2002-2003 ha tenido como meta estudiar
las interconexiones entre las características locales de recursos y organización social, las estrategias
de la conquista incaica y los efectos subsiguientes de las relaciones de poder. El objetivo de la
investigación ha sido aclarar las diferencias políticas y sociales entre ambas zonas desde el Periodo
Intermedio Tardío. Con ello se buscó comprender los motivos de la variable presencia incaica en el
valle y el origen de una distinción étnica que dura hasta la actualidad.

La posición de Yanque, como capital regional de la antigua provincia de Collagua, ha


asegurado que la mayor parte de los estudios del valle hasta hoy en día se hagan en este distrito. No
obstante, para llegar a un buen entendimiento del manejo imperial de la provincia entera, y no sólo
de su capital, el proyecto cambió el enfoque hacia otras áreas. Estas posiblemente tuvieron un
menor peso político, pero igualmente de interés para un estado dedicado a dominar los recursos
locales y a una población variada. Se hizo una prospección de las áreas alrededor de los dos centros
secundarios del valle, Lari y Cabanaconde (Fig. 1). Estos dos pueblos, de tamaños similares,
encabezaban «repartimientos» parecidos durante la época colonial temprana. Ambos se encuentran
valle abajo de Yanque, en zonas fértiles y agrícolamente productivas, con acceso fácil hacia la puna.
Es en el lado cultural que estos pueblos encuentran sus diferencias más marcadas. Según fuentes
coloniales, Lari era la capital de la segunda mitad de los collaguas (conocidos como lari-collaguas),
mientras que Cabanaconde era la capital regional de la parte cabana del valle.

4. Sitios periféricos

En el distrito de Lari se prospectaron unos 34 km2 que incluyen zonas desde el borde del río
Colca (3100 metros sobre el nivel del mar), hasta los 4200 metros de altitud, en la puna, al norte del
pueblo. Esta área continua incluye varios pisos ecológicos y permite una buena apreciación de la
distribución de los sitios arqueológicos en esta parte del valle. Igualmente, en Cabanaconde, el área
de prospección mide unos 38 km2 y se extiende desde el río (2200 metros sobre el nivel del mar), hasta
los 4200 metros de altitud, en la puna, al sureste del pueblo. En ambos casos, la zona de prospección
fue delimitada según la topografía local, siguiendo algunos de los límites naturales o políticos de los
distritos estudiados.

Los resultados obtenidos son ilustrativos. En el distrito de Lari se encontraron 100 sitios
arqueológicos, algunos con sus respectivos sectores. Juntos, sitios y sectores forman un total de
142 componentes arqueológicos. 1 Estos tienen un patrón de asentamiento relativamente denso y
casi continuo en la planicie donde se encuentra el pueblo moderno, así como en la subida hacia la
puna, al noreste del pueblo. Estas áreas, con una pendiente moderada, ofrecían lugares de preferencia
para la realización de actividades agrícolas, ganaderas y sociales en tiempos prehispánicos.

La distribución de los sitios y sectores en Cabanaconde es parecida, aunque mucho menos


densa. A pesar del área mayor de prospección en este distrito, sólo se encontraron unos 48 sitios
arqueológicos, algunos con subsectores, lo que hacía un total de 69 componentes arqueológicos.
Estos se encuentran, mayormente, en la planicie y la parte baja de los cerros, alrededor del pueblo
moderno.
414 MIRIAM DOUTRIAUX

mapa

Fig. 1. Mapa de ubicación de las áreas de estudio en el valle del Colca, provincia de Caylloma, Arequipa.

A primera vista, la menor cantidad de restos arqueológicos dispersos en Cabanaconde


parece sugerir que esta área estuvo menos poblada en tiempos prehispánicos. Posiblemente tuvo
una menor importancia sociopolítica que Lari. Otra visión se presenta si se considera la naturaleza
de los sitios encontrados.

Varios de los sitios en ambos distritos corresponden a arte rupestre (12 en Cabanaconde, 33
en Lari), y consisten en pinturas rupestres hechas a base de pigmento rojo o maquetas de piedra que
representan las terrazas y canales del área agrícola (Figs. 2, 3). En general, las maquetas se encuentran
en la zona cultivada del distrito, mientras que las pinturas se encuentran en las márgenes de esta
zona y en las partes más altas de las áreas de estudio. Del mismo modo, en Lari se encontraron
ofrendas de placas pintadas con pigmento rojo y, en algunos casos, amarillo. Varios sitios eran
mayormente altos y con vista panorámica de los alrededores.

Se puede notar también que una gran cantidad de los sitios y sectores registrados
corresponde a contextos funerarios (24 en Cabanaconde, 25 en Lari; cf. Figs. 2, 3). Algunos de estos
contextos forman parte de sitios habitacionales más grandes, pero muchos están relativamente
aislados, localizados en chullpas o cuevas en las pendientes de los cerros. Todos los contextos
funerarios encontrados estaban huaqueados, por lo que ha sido difícil atribuirles un periodo
prehispánico y estimar la cantidad de individuos presentes en cada lugar. No obstante, es interesante
notar la presencia de tradiciones artísticas y funerarias parecidas en la zona collagua de Lari, como
en la zona cabana de Cabanaconde.

En ambos distritos, no se registraron más de siete contextos funerarios por sitio, muchos de
los cuales presentaban más de un individuo. La mayoría de las estructuras funerarias son rústicas,
Entierro en chullpa
Entierro en tumba bajo roca
Entierro en cueva
Entierro en cista
Maqueta de piedra
Pintura rupestre
Placas pintadas
Asentamiento moderno
Límite del área de prospección
Río o quebrada
Carretera o camino
RELACIONES ÉTNICAS Y ECONÓMICAS DE PODER...
415

Fig. 2. Distrito de Lari. Distribución de los sitios y sectores con contextos funerarios, pinturas rupestres, maquetas y ofrendas de placas pintadas.
416 MIRIAM DOUTRIAUX

Entierro en chullpa
Entierro en tumba bajo roca
Entierro en cueva
Entierro en cista
Maqueta de piedra
Pintura rupestre
Placas pintadas
Asentamiento moderno
Límite del área de prospección
Río o quebrada
Carretera o camino

Fig. 3. Distrito de Cabanaconde. Distribución de los sitios y sectores con contextos funerarios, pinturas
rupestres, maquetas y ofrendas de placas pintadas.

construidas contra la pared rocosa de una cueva o abrigo natural, muchas veces en sitios donde la
pendiente es relativamente fuerte. Se encuentran también, en mucho menor cantidad, unas estructuras
funerarias tipo cista. Estas se ubican en murallas enormes que pueden tener su origen en el Horizonte
Medio (Wernke y Santander 2001). Asimismo, hay algunas estructuras funerarias tipo chullpa que
son de construcción tardía, posiblemente incaica. En ambos distritos se encontraron algunos cráneos
deformados según los estilos descritos en las fuentes históricas. Tales fuentes relacionan la forma
alargada de la cabeza de los collaguas con la conocida para los collas del lago Titicaca y hablan de
una cabeza chata y ancha para los cabanas.
RELACIONES ÉTNICAS Y ECONÓMICAS DE PODER... 417

5. Evidencias de actividad doméstica y no doméstica de la prospección

El patrón de asentamiento de los sitios de actividad doméstica y no doméstica empieza a


marcar una diferencia entre los dos distritos. Se define como sitio de actividad doméstica y no
doméstica a todo aquel marcado por una suficiente concentración de cerámica (dos fragmentos por
metro cuadrado) y por la posible presencia de restos de arquitectura doméstica.

Lari presenta unos 112 componentes arqueológicos que tienen estas características,
incluyendo 24 con arquitectura doméstica y, en algunos casos, pública, y 88 que corresponden,
exclusivamente, a una deposición densa de fragmentos de cerámica (Fig. 4).

El distrito se destaca por la distribución, casi continua, de restos de actividad en la planicie,


donde se encuentra el pueblo moderno. Este patrón disperso de los restos de actividad sugiere la
presencia, en tiempos prehispánicos, de muchas pequeñas aldeas y/o viviendas aisladas. Se trataría
de una ocupación relativamente desorganizada y dispersa, asociada con unas cuantas aldeas
pobladas. Dentro de este patrón se destacan tres sitios de mayor importancia que se tratarán más
adelante: Charasuta, Lari y Allamoq’o.

Se puede notar, además, que pocos de los sitios encontrados en altura (más de 3700 metros
sobre el nivel del mar) son de este tipo. Mayormente, corresponden a las categorías mencionadas de
arte rupestre, ofrendas de placas pintadas y entierros. Esta separación en el espacio de los sitios de
diferentes tipos reproduce, de manera general, la división entre la zona agrícola y las zonas más altas
del valle.

Cabanaconde muestra otro tipo de distribución. La zona prospectada contiene 40 sitios y


sectores arqueológicos de actividad doméstica y no doméstica, incluyendo 18 con arquitectura
doméstica y/o pública y 22 que corresponden a una simple concentración de cerámica, muchas
veces asociada con un sector arquitectónico cercano (Fig. 5). Al igual que en Lari, la gran mayoría de
los sitios de actividad doméstica y no doméstica está concentrada en la misma planicie que el pueblo
moderno (entre los 3200 y los 3800 metros sobre el nivel del mar), con otros tipos de sitios ubicados
en las laderas más altas. Sin embargo, a diferencia de Lari, los restos de actividad doméstica y no
doméstica tienden a concentrarse en unas cuantas aldeas grandes con restos arquitectónicos densos.
Fuera de estas aldeas, los restos arqueológicos son extremadamente escasos o inexistentes. Se
destacan los sitios principales de Achachiwa, Antisana, Umawasi, Kallimarka y Liway Kocho. Este
patrón de asentamiento nuclear sugiere una ocupación relativamente ordenada del espacio y,
probablemente, un grado de centralización sociopolítica local.

Para completar la visión del panorama arqueológico del valle del Colca es necesario introducir
la dimensión temporal, dejada de lado hasta ahora, por ser relativamente simple en los distritos
estudiados. Los periodos de ocupación de cada componente arqueológico están basados en el
análisis preliminar de la cerámica recuperada, según la secuencia de cerámica establecida por Wernke
(2001) en el valle alto. Algunos de los sitios y sectores en los cuales no se encontraron restos de
cerámica han quedado sin ser fechados.

6. Secuencia arqueológica de los sitios encontrados

La secuencia ocupacional de ambos distritos empieza en el Horizonte Medio. Todos los


sitios con un componente del Horizonte Medio se encuentran en las partes bajas de las áreas de
estudio (a menos de 3400 metros sobre el nivel del mar). En Lari, el Horizonte Medio se encuentra
representado por unas cuantas concentraciones de cerámica, sin otra asociación de material (Fig. 6).
Estos sitios tienden a ser relativamente pequeños, con mala preservación, y varios son exclusivamente
del Horizonte Medio (dejaron de ser ocupados en los periodos posteriores). Al contrario, en
Arquitectura de vivienda y pública
Concentración de cerámica
Asentamiento moderno
Laguna o lagunilla
Límite del área de prospección
Río o quebrada
Carretera o camino
MIRIAM DOUTRIAUX
418 Fig. 4. Distrito de Lari. Distribución de los sitios y sectores de actividad doméstica y no doméstica.
RELACIONES ÉTNICAS Y ECONÓMICAS DE PODER... 419

Arquitectura de vivienda y pública


Concentración de cerámica
Asentamiento moderno
Laguna o lagunilla
Límite del área de prospección
Río o quebrada
Carretera o camino

Fig. 5. Distrito de Cabanaconde. Distribución de los sitios y sectores de actividad doméstica y no domés-
tica.

Cabanaconde todos los restos del Horizonte Medio se encuentran en sitios con restos
arquitectónicos, muchos de fecha aparentemente posterior. Es decir, todos los sitios ocupados en el
Horizonte Medio siguieron bajo ocupación en épocas posteriores (Fig. 7). En muchos casos, los
restos del Horizonte Medio se encuentran disturbados, u obviados, por las ocupaciones posteriores.
Se distingue el sitio de Achachiwa, en la margen del cañón, inmediatamente al noroeste del pueblo
moderno, por presentar restos de viviendas y de murallas enormes. De la Vera Cruz (1989) lo calificó
de centro administrativo o fortaleza wari. Al igual que los demás sitios, éste fue ocupado en las
siguientes épocas, aunque con mucho menor intensidad.
RELACIONES ÉTNICAS Y ECONÓMICAS DE PODER... 421

Sitios y sectores con material del


Horizonte Medio
Asentamiento moderno
Laguna o lagunilla
Límite del área de prospección
Río o quebrada
Carretera o camino

Fig. 7. Distrito de Cabanaconde. Distribución de los sitios y sectores con restos del Horizonte Medio.

El Periodo Intermedio Tardío está representado por una densidad mucho mayor de sitios y
sectores identificados por cerámica de los estilos Collagua 1, Collagua 2 y Collagua 3 (Wernke 2003).
En Lari el aumento de los sitios en esta época es radical (Fig. 8). Después de los ocho componentes
del Horizonte Medio aparecen 84 sitios y sectores ocupados durante el Periodo Intermedio Tardío.
Si se restringe la muestra para examinar sólo los sitios y sectores de actividad doméstica y no
doméstica, se nota que la gran mayoría fue ocupada en este periodo tanto en Lari como en Cabanaconde.

En la zona cabana, el desarrollo de la ocupación local es parecido, pero menos radical que el
de la zona collagua descrita. Aquí también se nota un aumento de los sitios y sectores, desde 12 en
Sitios y sectores con material del Periodo
Intermedio Tardío
Asentamiento moderno
Laguna o lagunilla
Límite del área de prospección
Río o quebrada
Carretera o camino
MIRIAM DOUTRIAUX
422 Fig. 8. Distrito de Lari. Distribución de los sitios y sectores con restos del Periodo Intermedio Tardío,
RELACIONES ÉTNICAS Y ECONÓMICAS DE PODER... 423

Sitios y sectores con material del


Periodo Intermedio Tardío
Asentamiento moderno
Laguna o lagunilla
Límite del área de prospección
Río o quebrada
Carretera o camino

Fig. 9. Distrito de Cabanaconde. Distribución de los sitios y sectores con restos del Periodo Intermedio
Tardío.

el Horizonte Medio hasta 32 sitios y sectores ocupados en el transcurso del Periodo Intermedio
Tardío (Fig. 9). Al igual que en Lari, si se restringe la muestra para ver sólo los sitios y sectores de
actividad doméstica y no doméstica, se nota que, en su mayoría, están ocupados durante el Periodo
Intermedio Tardío. Sin embargo, en el caso de Cabanaconde, la ocupación está concentrada en sitios
grandes y discretos, según un patrón aparentemente mucho más organizado que en Lari.

El Horizonte Tardío esta marcado por la presencia de rasgos incaicos, tanto en la cerámica,
como en la arquitectura. Casi siempre se encuentran en asociación con material del Periodo Intermedio
424 MIRIAM DOUTRIAUX

Tardío (Figs. 10, 11). Esto confirma los resultados de estudios anteriores del valle, los cuales sugieren
que la presencia incaica resultó en pocos cambios en el patrón de asentamiento preexistente. Al
conquistar la nueva provincia del Colca, los incas parecen haber aprovechado una organización
política y social que ya existía, para establecer su dominio.

7. La ocupación incaica

Aquí se vuelve interesante mirar con detenimiento algunos de los sitios más importantes de
cada distrito (Figs. 12, 13). El sitio de Charasuta, en Lari, es conocido por la gente local como el
«Antiguo Lari», o el sitio donde vivían los ancestros del pueblo. El sitio consiste en una alta
concentración de pequeñas estructuras probablemente domésticas, muchas de forma redonda, con
espacios abiertos y algunos ejemplares de arquitectura pública. En el contexto de los asentamientos
pequeños y dispersos en el resto del distrito, este sitio es excepcional y constituye un posible
centro político regional. El sitio parece pertenecer al Periodo Intermedio Tardío, aunque la casi
ausencia de material cerámico en la superficie complica su caracterización temporal. Lo que destaca
es la total ausencia de material incaico, tanto cerámico como arquitectónico. La cerámica y las
estructuras estudiadas son de estilo estrictamente local. Al parecer, este gran sitio estuvo abandonado
durante el Horizonte Tardío, y posiblemente antes, pero aún se ignoran las razones del abandono.

La influencia incaica en el distrito de Lari se caracteriza por la cantidad de cerámica con


influencia incaica distribuida en gran parte del distrito, y por la edificación de algunas estructuras
incaicas formales y rústicas en sitios propicios. El mismo pueblo de Lari presenta unos edificios y
paredes de construcción formal incaica, con piedras trabajadas y nichos y puertas trapezoidales,
conocidos localmente como las «casas incas». Estos edificios están en mal estado de conservación,
algunos alterados por construcciones recientes en el pueblo, pero sugieren una clara intervención
incaica en el pueblo de Lari. Además, están asociados con una muy alta densidad de cerámica del
Horizonte Tardío y con la pared grande de una posible kallanka que se abre sobre una plaza abierta,
inmediatamente al sur del pueblo. La presencia de un edificio de uso publico sugiere que el pueblo
era un centro incaico de cierta importancia. El sitio de Allamoq’o, en la cima de un cerro, al noreste
del pueblo, representa un centro incaico de importancia secundaria. Se caracteriza por la presencia en
superficie de material, tanto incaico, como del Periodo Intermedio Tardío. No obstante, la excavación
de un pozo de prueba en el sector habitacional del sitio localizó una pequeña vasija rota de estilo
incaico en el piso de una de las 11 estructuras domésticas. Esta estructura parece haber sido construida
y usada durante el Horizonte Tardío. Ella correspondería al estilo rústico de construcción incaica,
identificado por Wernke en la parte más alta del valle (2003).

El pueblo de Lari se encuentra en medio de la zona con más alta densidad de sitios del
Periodo Intermedio Tardío, y el cerro de Allamoq’o está ubicado en un lugar prominente con importancia
local desde el Periodo Intermedio Tardío. Ambos sitios se encuentran relacionados con chacras agrícolas
cercanas, lo que sugiere que tuvieron un carácter central en el contexto sociopolítico y socioeconómico
local. Sin embargo, las construcciones incaicas que constituyen estos sitios son de tamaño restringido
y parecen incorporarse en el paisaje local más que tratar de dominarlo o alterarlo.

La presencia de mucha cerámica con influencia incaica demuestra la fuerte influencia de la


cultura incaica en muchas actividades desarrolladas en muchas partes del distrito de Lari. No obstante,
la evidencia arquitectónica sugiere una presencia incaica con efectos relativamente limitados. Juntas,
la arquitectura y la cerámica inca apoyan la hipótesis de que el vínculo entre los incas y los collaguas
fue de naturaleza principalmente política y diplomática.

En Cabanaconde, la situación es distinta. Los asentamientos más grandes del Periodo


Intermedio Tardío (Antisana, Umawasi y Kallimarka) siguieron ocupados durante la época incaica
(Fig. 13).
Sitios y sectores con material del
Horizonte Tardío
Asentamiento moderno
Laguna o lagunilla
Límite del área de prospección
Río o quebrada
Carretera o camino
RELACIONES ÉTNICAS Y ECONÓMICAS DE PODER...
425

Fig. 10. Distrito de Lari. Distribución de los sitios y sectores con restos del Horizonte Tardío.
426 MIRIAM DOUTRIAUX

Sitios y sectores con material del


Horizonte Tardío
Asentamiento moderno
Laguna o lagunilla
Límite del área de prospección
Río o quebrada
Carretera o camino

Fig. 11. Distrito de Cabanaconde. Distribución de los sitios y sectores con restos del Horizonte Tardío.

Antisana y Umawasi se encuentran en un mal estado de conservación y la ocupación está


marcada principalmente por la presencia de una alta densidad de cerámica de estilo Inca. Esta está
mezclada en la superficie con cerámica local del Periodo Intermedio Tardío, lo que sugiere una
ocupación continua, con fuerte influencia incaica en el Horizonte Tardío. En ambos sitios se observan
unos restos muy deteriorados de terrazas y estructuras que han quedado sin fechar. Se puede notar
la existencia de piedras cortadas en el estilo Inca imperial en los muros de dos casas en la parte
suroeste del pueblo de Cabanaconde, muy cerca al sitio de Antisana. No se encontró más material
arqueológico en el pueblo y es posible que la abundante cerámica incaica en Antisana estuviera
asociada con unos edificios de estilo Inca. 2
Sitio o sector arqueológico
Asentamiento moderno
Laguna o lagunilla
Límite del área de prospección
Río o quebrada
Carretera o camino
RELACIONES ÉTNICAS Y ECONÓMICAS DE PODER...
427

Fig. 12. Distrito de Lari. Sitios principales mencionados en el texto.


428 MIRIAM DOUTRIAUX

Sitios o sector arqueológico


Asentamiento moderno
Laguna o lagunilla
Límite del área de prospección
Río o quebrada
Carretera o camino

Fig. 13. Distrito de Cabanaconde. Sitios principales mencionados en el texto.

Kallimarka es el sitio más grande (más de 10 hectáreas) y más formal de todos los sitios
registrados a lo largo del estudio. Se encuentra a 1 kilómetro al sureste del pueblo moderno de
Cabanaconde y su ubicación en la cima de un cerro le proporciona una excelente vista de casi todo
el área de la prospección, incluyendo los demás sitios principales y toda el área agrícola alrededor
del pueblo. Al igual que los sitios de Lari y Allamoq’o en el distrito de Lari, Kallimarka presenta una
alta densidad de cerámica del Periodo Intermedio Tardio y del Horizonte Tardio, pero se diferencia de
ellos por su tamaño mucho mayor, la complejidad de su organización interna y la naturaleza de sus
restos arquitectónicos. La organización del sitio parece haber sido planificada e incluye una variedad
de plazas y edificios públicos, además de estructuras domésticas y no domésticas, algunas con
RELACIONES ÉTNICAS Y ECONÓMICAS DE PODER... 429

evidencia de uso especializado. Varias de las estructuras del sitio tienen clara influencia incaica,
desde el ushnu y las kallankas de las plazas centrales, hasta los muros de estructuras más comunes.
Esto sugiere que los incas introdujeron cambios sustanciales es el sitio. Aparentemente, la importancia
regional de Kallimarka ya establecida en el Periodo Intermedio Tardío y fue aprovechada por los
incas durante el Horizonte Tardío.

La presencia incaica en el distrito de Cabanaconde fue marcada por una fuerte concentración
de cerámica con influencia incaica en muchos de los lugares de actividad ocupados anteriormente.
También se impuso con la construcción y, posiblemente, la reorganización de rasgos visibles y
centrales en uno de los sitios más importantes de la región. Esto sugiere una presencia incaica
mucho más fuerte y autocrática que en la parte superior del valle.

8. Discusión

Los datos recuperados durante el proyecto sugieren que el Imperio Incaico introdujo pocos
cambios en el patrón de asentamiento regional del valle del Colca. Al conquistar la nueva provincia,
los incas aprovecharon la organización preexistente del espacio para establecerse en el valle. No
crearon nuevos sitios, sino aprovecharon la existencia de sitios locales que fueron ocupando o
transformando de maneras variadas, según sus necesidades. Las diferencias que se observan en la
ocupación incaica de los distritos de Lari y Cabanaconde están al nivel de los sitios habitacionales
de cada zona. Los incas se establecieron construyendo o cambiando el patrón interno de algunos
sitios claves, a la vez que difundían su material cultural más allá de éstos.

Una parte de las variaciones en la ocupación de cada región se debe a la situación distinta
que prevalecía en cada distrito a fines del Periodo Intermedio Tardío. Otra parte se debe a las metas
distintas de los incas en cada sitio. El manejo explícito, aparentemente a la fuerza, de los asentamientos
en Cabanaconde, puede tener que ver con el interés económico de la región para la producción de
maíz a gran escala, como lo han sugerido varios de los investigadores. Igualmente, el manejo, un
poco más sutil, de los asentamientos collaguas en Lari puede tener que ver con el interés político de
tener aliados en el valle. No obstante, el valle del Colca está en posición de ofrecer nuevos datos y
una nueva perspectiva, no solamente sobre la naturaleza del Imperio Incaico, sino, también, sobre
las relaciones entre grupos de poder en el imperio. La vista temporal que proporciona la prospección
arqueológica de Lari y Cabanaconde permite ir más allá de los datos históricos y geográficos iniciales.
La diferenciación étnica que se nota hasta hoy en el valle permite examinar procesos de formación de
la identidad de dos grupos vecinos. De particular interés es la diferenciación que existió entre un
grupo aymara y un grupo quechua, que formaron una misma provincia incaica, vecina de la importante
y poderosa zona aymará en el área altiplánica del lago Titicaca.

Las fuentes históricas de la época colonial cuentan una historia que parece ser diferente de
la que se observa arqueológicamente en el Periodo Intermedio Tardío. En efecto, las visitas
documentan la posición dominante de los collaguas en el valle y la sumisión de los cabanas bajo el
régimen incaico, mientras que los restos arquitectónicos y el patrón de asentamiento de la región
demuestra una aparente superioridad organizativa en la zona cabana desde épocas antiguas, en
comparación con un patrón de asentamiento muy desorganizado en el área de Lari. Hasta ahora, las
investigaciones en el valle han juntado todos estos datos para comprender una sola época, la
incaica. Pero con una vista diacrónica, la historia adquiere otra dimensión y termina cambiando: un
grupo aparentemente poderoso en el pasado llega a ser sumiso bajo los incas, mientras que el grupo
vecino llega a dominar el valle.

Aun sin cambiar el patrón de asentamiento regional, los incas parecen haber manipulado las
relaciones de poder en el valle: llevaron a un grupo a una posición de superioridad para dominar
mejor a un pueblo anteriormente poderoso. En otras palabras, en periodos preincas, los cabanas
430 MIRIAM DOUTRIAUX

pueden haber sido un grupo importante, con su capital en la punta del cerro Kallimarka y sus aldeas
pobladas en Antisana y Umawasi. Una alianza de los incas con los collaguas puede haber permitido
derrotar a este grupo. Asimismo, los collaguas habrían aprovechado la llegada de los incas para
establecer cierto tipo de dominación sobre sus vecinos poderosos, los cabanas. Esta problemática
queda por investigar, pero no sería la única vez que los incas usaron las relaciones locales de poder
para servir a sus propios intereses políticos y económicos. En la cuenca del lago Titicaca, algunos
investigadores documentan que el grupo Lupaqa se benefició mediante una alianza con los incas
que permitió que, juntos, derroten al poderoso Imperio Colla (Julien 1985; Stanish 1989: 317; Conrad
1993).

En el valle del Colca, los distritos de Lari y Cabanaconde están a alturas comparables, con
posibilidades similares, aunque no idénticas, de producción económica y con culturas materiales
parecidas (cerámica, arte rupestre, placas pintadas y entierros). La división económica, política y
cultural del valle en tiempos incaicos parece haber sido dictada tanto por consideraciones político-
sociales como por las razones económicas que han prevalecido en estudios anteriores. El estudio
diacrónico de las relaciones tripartitas de poder entre collaguas, cabanas e incas demuestra que
ocurrió un cambio importante en el Horizonte Tardío que facilitó la ocupación incaica del valle
entero. Sin duda, un cambio calculado por el imperio conquistador y afectado por los intereses de
grupos locales de poder, cada uno con una buena vista hacia su propia hegemonía a través de los
Andes surcentrales.

Agradecimientos

Este artículo está basado en una presentación hecha en julio 2003 en el simposio «Tawantinsuyu
2003» en el 51o Congreso de Americanistas en Santiago, Chile. Agradezco a los organizadores, Rubén
Stehberg y Roberto Bárcena, y a varios de los oyentes por sus valiosos comentarios. También agradezco
a Enrique López-Hurtado por sus comentarios y observaciones. El Proyecto de Prospección Regional
Valle del Colca, 2002-2003 fue financiado en parte por la beca N.º BCS-0234584 del National Science
Foundation de los Estados Unidos.

Notas
1
Se define como sitio toda presencia en la superficie de artefactos (i.e., cerámicos, líticos, textiles)
superior a dos por metro cuadrado y/o la presencia de un rasgo arqueológico (v.g., restos
arquitectónicos, óseos humanos). Los sitios de mayor tamaño y/o con mucha diversidad interna
fueron divididos en sectores. En el contexto de este articulo se usa el término «componente
arqueológico» para referir un sitio sin sectores o un sector unicomponente de un sitio. Esto facilita
el análisis espacial de los datos y su comparación entre distritos. Algunos sitios tienen varios
sectores, uno sin arquitectura, otro con estructuras domésticas y un tercero con estructuras
funerarias. En este artículo se tratan a estos como tres «componentes arqueológicos» distintos.
2
De la Vera Cruz (1988: 127-128) dice haber encontrado un sitio inca en el pueblo moderno de
Cabanaconde. Su trabajo, realizado dos décadas antes del de la autora, puede haberse beneficiado
de la anterioridad en el tiempo y del tamaño reducido del pueblo en esta época. En la prospección
llevada a cabo por la autora no se ha encontrado absolutamente ninguna evidencia arqueológica
que permita identificar o ubicar tal sitio.
RELACIONES ÉTNICAS Y ECONÓMICAS DE PODER... 431

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