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IV Jornada de la Juventud.

Sábado 19 de Agosto.

Santa Misa.

Guión.

Entrada.

Con este gran Jubileo del año dos mil queremos festejar el bimilenario de la Encarnación del
Hijo de Dios, y mostrar al mundo que este acontecimiento es más grande que la creación del mundo
y que no puede ser superado por ningún otro.

Por la Encarnación del Verbo de Dios, la creación ha sido renovada, y al hombre le ha sido
dada una vida nueva, la vida de hijo de Dios. Vida que es fruto de la muerte redentora de Cristo en
la Cruz, sacrificio que se actualizará sobre este altar en esta Santa Misa.

Primera lectura. (Eclesiástico 2,1-8)

Seguir al Señor es pelear un combate cuya victoria es segura si confiamos en su poder y no


en nuestras pocas fuerzas.

Segunda lectura. ( 1 Jn 2,14b-17)

No nos dejemos engañar por las apariencias pasajeras de este mundo, que envejecen el alma.

Evangelio. (Mt 28, 16-19)

Para aquellos que han reconocido en Jesucristo al Hijo de Dios hecho hombre el mundo no
tiene límites hasta que todos lo conozcan y lo amen.

Preces.

La oración de un corazón humilde nunca es desoída por Dios. Si Él yo nos lo dio todo en su
Hijo, ¿qué nos negará, si es para bien de nuestras almas?

A cada intención respondemos cantando...

 Pidamos al Padre por aquel que ha sido “confirmado en su fe” para “apacentar el rebaño” de
Jesucristo, Juan Pablo II, para que la asistencia del Divino Espíritu lo guíe y sostenga en su
misión de conducir a la Iglesia hacia la Vida Eterna.

 Recemos también por quienes gobiernan las naciones para que comprendan que Cristo es
Rey, y que solamente bajo su reinado encuentran los pueblos paz y prosperidad verdaderas.
 Oremos por todos aquellos jóvenes que viven engañados por la cultura de la muerte, para
que vuelvan a Jesucristo, que es la Vida y que vino al mundo para que los hombres
tengamos vida en abundancia.

 Pidamos finalmente, por los frutos de la Jornada Mundial de la Juventud que se está
celebrando en Roma, y por esta que estamos celebrando aquí en San Rafael, para que todos
los jóvenes sepamos abrir de par en par las puertas de nuestro corazón a Jesucristo.

Ofrendas.

 María es la flor que brotó en el desierto dándonos en el fruto bendito de su vientre al autor de
nuestra salvación. Estas flores que le ofrecemos quieren representar nuestros cuerpos y nuestras
almas a ella entregados para que los conserve siempre puros.

 Cristo quiere que lo amemos no sólo de palabra sino también con nuestras obras, porque así nos
ha amado Él. Por eso queremos ofrecer una canasta con alimentos, comprometiéndonos a vivir
la caridad concreta con los más pobres entre los pobres, en los cuales Jesús gusta esconderse.

 Dios suele elegir lo que los hombres tienen por poca cosa para que en sus obras resplandezca su
poder y su misericordia. Y así, estos sencillos dones de pan y vino que llevamos al altar serán
transformados en el mayor de los tesoros, que ni los Cielos ni la Tierra pueden contener:
Jesucristo.

Comunión.

Cuando el joven rico, ansioso de vida eterna, se arrodilló a los pies de Cristo, “Jesús, fijando
en él su mirada, le amó.” (Mc 10,21)

Es la misma mirada con la que Cristo, presente en la Eucaristía, llama a la entrega generosa
a todo joven que se acerca en a Él presente en este divino manantial de gracia.

Salida.

Cristo nos llamó para estar junto a Él y para enviarnos por todo el mundo a dar valiente
testimonio de que “Jesucristo es el Señor”, y que no hay “otro nombre por el cual seamos salvados”.

Por eso, recordemos las palabras del poeta: “Mientras exista un confín de la tierra si alabar
al que la vino a salvar, la tierra no tiene fin...”

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