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La valoración crítica debe ser cuidadosa pues no siempre los cotos temporales para el
estudio de la arquitectura cubana se han dejado “moldear” por las estrictas normas
establecidas para medir el paso de la historia, léase: años, lustros, quinquenios, decenios,
siglos, milenios. Pero como lo más inmediato apremia y esta fiebre nuestra nos compulsa a
tener el conocimiento actualizado e indagar en lo nuevo, las últimas realizaciones están
siendo observadas con detenimiento. Puestos en auto del asunto sabremos que vistas desde
la perspectiva del 2000, en las décadas de los ochenta y los noventa observaremos y
valoraremos fenómenos que pueden no estar concluidos aún o ni siquiera maduros, porque
el que se acaba es el siglo. No es sólo asunto de nuestra joven cultura, ni de las particulares
circunstancias actuales; es un asunto de la arquitectura: “La más comprometida de las
empresas culturales”1, dice Mario Coyula; “la madre de todas las artes...¡ pero también
(es) un arte de madre¡”2, sentenció el “Arquitecto de América”, el maestro Fernando
Salinas.
Así, a pesar de los detractores y las objeciones, en este difícil, controvertido pero no menos
importante asunto de la arquitectura cubana contemporánea, debemos reconocer que, aún
inmersa en las disyuntivas contemporáneas, la misma es bastante saludable, sea por la savia
que enriquece sus proyectos, por la versatilidad que le imponen la vida y las muchas
carencias a las que a veces a duras penas ha sobrevivido, quizás por esa aventura de sortear
imposiciones o sencillamente por la “medicina” suministrada por la inteligencia profesional
que, sin evadir los nuevos compromisos no olvida otros heredados de la historia pasada.
Este análisis no lleva implícito una valoración numérica, como de “persona mayor” diría el
Pequeño Príncipe, sino una perspectiva que porte en la punta de la lanza el catador de
calidad y de competencia de las realizaciones arquitectónicas contemporáneas y sus
respectivos proyectos. Cantidad no es necesariamente sinónimo inmediato de calidad.
por lógicas están ya comprometida con la historia, por ejemplo: “antes del cincuenta y
nueve” – “después del cincuenta y nueve”. Esta operación matemática lejos de constituir
hoy un logro novedoso debe asumirse como una responsabilidad saldada ya por la
Revolución cubana para con su ejemplo al mundo. Además, las cifras no me agradan,
mucho menos cuando la historia ha demostrado que hay escaños de sobra para volver a
“contabilizar”, pero de otra manera.
La producción arquitectónica de las dos últimas décadas lleva en esencia las experiencias
de sus memorias más recientes. Pasados los años sesenta, los “años de fuego” 3 como los
calificara Roberto Segre, pasaba con ellos la angustia inicial de dar respuesta a las
necesidades materiales y espirituales del hombre por tiempo postergadas, hecho que
posibilitó la inauguración de nuevos proyectos que darían espacio más tarde al “mito de lo
nuevo”, toda vez que se pretendía establecer a toda costa la nueva imagen que simbolizara
el recién inaugurado proyecto social, económico y cultural. La posibilidad vio caminos
abiertos. “Con la primacía de las aspiraciones a los sueños sobre las posibilidades reales
-escribió Roberto Segre- florecieron infinidad de iniciativas y tendencias en el ambiente
cultural”4
Evadidos hoy algunos esquematismos que hiperbolizaban la visión tecnicista del proceso
arquitectónico y el “culto a la prefabricación” de los años setenta, que desdeñaban la
importancia del diseño y el trabajo interdisciplinario y sobrevalora el tipo sobre la
particularidad del modelo, se vuelve al valor del concepto “diseño ambiental” y a una
arquitectura integrativa, tan necesaria entonces y hoy congeniada con los designios del
pensamiento arquitectónico contemporáneo. Superada la estandarización a que fue
sometida la arquitectura en esos años, que terminó engendrando la llamada “sopa de
bloques” que hoy todavía sufrimos como consecuencia de la deformación tecnológica, la
ausencia de debate teórico, la aceptación irreflexiva de modelos importados del ex -campo
socialista y la voluntad hiperdimensionada del trabajo interdisciplinario, que casi anuló la
autoria en los proyectos, hoy se experimenta un diapasón más amplio y flexible en la
voluntad de la actividad constructiva y el respeto al significativo trinomio integridad -
creatividad - sensibilidad social5.
3
Roberto Segre. Tres décadas de arquitectura cubana. La herencia histórica y el mito de lo nuevo. En:
Revista Revolución y Cultura No3 mayo – junio de 1994. P.36
4
Roberto Segre. Savia nueva en odres viejos: la continuidad del talento. En Rev. Arquitectura y
Urbanismo No 375. 1992 p. 17
5
Idem cita No 1
3
curricular, imprescindible en los años de fuego por el éxodo de profesionales del ramo, se
ejerce hoy integrada al entrenamiento teórico adecuado y gradual.
Llegadas a su mayoría de edad las llamadas obras mayores, éstas son testigos del
nacimiento de otras no menos importantes sobre la trama de la ciudad antigua o de la
moderna, para tejer una historia también válida y paralela, conformada por obras puntuales,
insignias de un proceso creativo relevante y de altos valores estéticos.
Ahora bien, puestos sobre el tapete y explicadas a grandes rasgos estas comparaciones,
después de congeniar preceptos y conceptos, interpretaciones, previsiones y convivencias,
detracciones y defensas incondicionales, he podido concluir que la producción
arquitectónica cubana de las dos últimas décadas oscila entre tres tendencias
fundamentales que he definido con toda intención de modo muy general. Estas no
presuponen, como es lógico, el establecimiento de escaños para el análisis, toda vez que
responden a un mismo proceso y a condiciones epocales idénticas o similares. Estas
tendencias llevan en sí las problemáticas más importantes de la arquitectura cubana actual,
las que al haber sido tratadas suficientemente por la crítica, prefiero esbozarlas solamente,
léase: el tratamiento de la identidad nacional, la formación profesional y los destinos de las
nuevas promociones, las variantes estilísticas , la cobertura a las necesidades sociales.
Estas son, a mi juicio, las tres fuerzas fundamentales, los tres brazos armados que
compulsan las acciones de la arquitectura cubana de las dos últimas décadas.
En Cuba, aunque algunos conceptos están aun muy apegados a la restauración propiamente
dicha, la dinámica del desarrollo de la actividad profesional ha ido derivando a la
rehabilitación más adecuada a la inclusión de nuevas tecnologías, siguiendo la premisa de
que “Restaurar monumentos históricos no es regresar a la arquitectura de otras épocas,
sino traer al tiempo actual la vivencia del gozo de un satisfactor de las necesidades
espirituales y materiales de los antepasados, y saber estimar el concepto ambiental que lo
originó 8
Un alto porciento de la fuerza intelectual, técnica y de mano de obra está vinculada a esta
vertiente actual del desarrollo arquitectónico en Cuba, no sólo en el Centro Histórico de la
Ciudad de La Habana, sino también en Trinidad, Camagüey, Santiago de Cuba, Matanzas,
por sólo mencionar los más relevantes. El usufructo y la necesidad de redimensionar los
núcleos urbanos históricos han impuesto la meta de realizar estudios profundos a cerca de
la definición urbana y temporal de estos espacios para lo cual ha sido menester convocar al
conocimiento multidisciplinario.
Poner en valor un Centro histórico presupone reanimar sus vías y su trama urbana, pero
también, -y esto es indispensable-, realzar la importancia y la utilidad de los edificios, sea
recuperando sus funciones tradicionales como el caso del Hotel Florida en la calle Obispo y
el Hotel Santa Isabel en la Plaza de Armas, ambos en La Habana Vieja, o
refuncionalizándolas, -intervención más común-, como sucede en el antiguo Cuartel de
Caballería, actual Museo Ignacio Agramonte en el Centro Histórico de Camagüey; el
espléndido Palacio Brunet en Trinidad, hoy convertido en Museo romántico de esa ciudad o
la famosa casa de Maceo Osorio No 111, una de las sobreviviente del Incendio de Bayamo
y hoy convertida en la Casa de la Trova de esa ciudad. Todas son intervenciones que datan
de las últimas dos décadas.
La rehabilitación del Hotel Florida ha sido una experiencia importante a tener en cuenta
como ejemplo paradigmático del cuidado y la adecuación de las labores de recuperación del
patrimonio edificado en inmuebles de alto valor histórico, artístico, arquitectónico y social,
máxime si el mismo se encuentra ubicado en -o cerca de- una zona neurálgica de la
protección patrimonial como es la Habana Vieja.
Quiere esto decir que el afamado “mito de lo nuevo” que orientó los proyectos y
realizaciones de las décadas del sesenta y el setenta, vistió nuevo traje y ha ido perdiendo
el hálito mítico para convertirse en realidad, tras una labor encomiable de recuperación,
conservación y rehabilitación del patrimonio que dota a las ciudades de una imagen de
nuevo lustre sin ser absolutamente nueva. La vuelta al pasado no fue un refugio ante la
imposibilidad de una marca adecuada de lo nuevo, ni un mecanismo de compensación , es
un impulso constante y buscado, subvencionado y animado por el interés cultural que
despierta nuestro acervo patrimonial.
Dado que la rehabilitación de monumentos es una disciplina muy cara, selectiva y que se
debe afrontar casi siempre como un proyecto a largo plazo, -mucho más en el caso de
Cuba- se ha instrumentado recientemente esta otra vertiente de la rehabilitación y la
conservación del patrimonio llamado cotidiano, con la participación más directa de la
población que reunida en pequeños espacios urbanos colabora no solamente en el
mantenimiento de edificios o zonas del patrimonio cotidiano, sino también de las formas
tradicionales de construir, en las normativas constructivas oficiales o espontáneas del barrio
o en el uso tradicional de algunas de sus locaciones urbanas: la esquina, el parque, la acera.
Entonces, la convivencia en el barrio –que a veces se amplía al Consejo Popular- es el paso
preliminar, otra de las acepciones del "taller". “La vuelta al barrio- escribió Eliana
Cárdenas- se ha visto como una necesidad social, constituye además una opción positiva
para el rescate de tradiciones locales y el trabajo directo del arquitecto a esta escala
rompe con el aislamiento entre éste y sus usuarios” 9. Quiere decir que con este proyecto
también se está cuidando la solución de los problemas en la célula del barrio, desde donde
se ven los problemas a menor escala y por lo tanto se hacen más solubles.
pueden ser: los barrios de Cayo Hueso, Pueblo Nuevo, el Barrio Chino en Centro Habana;
Atarés en El Cerro, Los Sitios o San Isidro en La Habana Vieja.
Sin embargo, no es tampoco algo absolutamente nuevo este trabajo directo con la población
en el barrio cerrando un círculo más estrecho sobre los problemas habitacionales y de
calidad de vida, y por lo tanto pudiendo penetrar más profunda y adecuadamente sobre
ellos. El recorrido en esta preciada empresa lo puede dar la experiencia de trabajo en el
Barrio de Cayo Hueso.
En los años setenta se iniciaron estas labores con un estudio de detección de hábitos y
costumbres, creencias, inclinaciones culturales, situación habitacional e higiénica del lugar.
Fue en Cayo Hueso el ensayo del experimento social más generalizado en el proceso
constructivo de estos últimos treinta años: la microbrigada social. Luego del estudio
preliminar se conciliaron esfuerzos y recursos materiales para sustituir las viviendas y los
recintos insalubres o en mal estado del barrio a través de -y aquí estuvo el principal error-
nuevas construcciones de 12 plantas de prefabricado que sustituía la imagen tradicional por
aquella que se consideraba erróneamente la adecuada. Lejos de conservar se impuso “lo
nuevo” para señalar la intervención y la nueva obra de la Revolución. Era importante
conocer y solucionar los problemas, pero más importante era señalizar el cambio. Fue una
práctica inadecuada.
Sin embargo, los golpes enseñan y se intentó remediar el asunto a través del cambio de
dirección del proyecto una década después con el Taller de transformación integral de Cayo
Hueso, ya con el concepto de Consejo Popular y una proposición de intervención en sus 39
manzanas. La estrategia es igualmente el logro de amplia proyección social pero su
propósito operativo es la conservación. Constituye una labor muy interesante de disección
de lo construido y las necesidades de reacomodamiento de las funciones más perentorias de
esa población. Determinado el espacio vital urbano, se recorren sectores, cuadras,
inmuebles uno por uno y se involucran -algo que toman prestado de la intervención en
centros históricos urbanos- a toda Empresa, Ministerio, Organización No gubernamental,
sociedad o Institución que esté en el territorio para solicitar su colaboración económica o
material; así se resuelven algunos factores de la infraestructura como el alumbrado público,
las comunicaciones telefónicas y el más fácil acceso a algunos recursos materiales y
económicas. Debe señalarse que en no pocos casos han existido donaciones e inversiones
extranjeras en estas labores.
Pero desde el barrio también se pueden observar algunas muy nocivas transformaciones que
están agrediendo la imagen tradicional de algunas zonas de nuestras ciudades y que han
escapado, no con mucho esfuerzo, a la supervisión profesional y se extienden como uno de
los males contemporáneos, menores por su apariencia, pero mayores por su incidencia
urbana. Me refiero a los portales cerrados, a los crecimientos violentos, a la transformación
de la tipicidad de la “bodega de la esquina” como tradicional punto de reunión, a la
usurpación irreverente del espacio público con garajes, portones ciegos, balcones, a la total
autofagia del espacio de relación exterior de la vivienda con el paso peatonal, a la
infracción, en definitivas, de las normas establecidas para la “convivencia” de muros,
espacios, calles y vida cotidiana. Su observación y sanción será factible desde la propia
célula urbana que es el barrio. Las Direcciones Municipales de Arquitectura y Urbanismo y
la figura del “arquitecto de la comunidad” deben atender estos asuntos.
Veo entonces el taller del barrio como una interpretación cezaneana de las potencialidades
de la arquitectura y el arquitecto: toda arista puede ser visible, todo plano es importante.
Al calor de este impulso surgió un número considerable de empresas: Lares, Siboney, Real
Inmobiliaria, Monte Barreto, Parque Oeste SA, C + Q (Cimascu), Costa Habana, Edén del
Caribe, Sereníssima, algunas de las cuales tienen sucursales en otras provincias de la
república como Matanzas y Santiago de Cuba, pero su centro de atracción fundamental es,
lógicamente, La Habana. Sus oficinas centrales estrenaron el muy anunciado Centro de
Negocios de Miramar y “ponen en valor” esta zona, sobre todo la del conocido Monte
Barreto, -“Una de las zonas más elegantes de La Habana”, como diana de grandes
intereses inversionistas en los últimos años. Muchas agencias publicitarias se unieron a
esta labor de promoción del producto cubano en diversos sentidos.
8
Pero sucede que como “el cliente siempre tiene la razón” y “el que paga manda”, el
inversionista es quien selecciona y aprueba el proyecto a realizarse, el cual puede elegir
entre unos cuantos encargos o en el peor de los casos traerlo importado junto a sus
documentos de acreditación de entrada al país. Tal es el caso de los Jardines de Quinta
Avenida, monumental edificio de 175 aptos, sito en 5ta y 114, conocido por los
profesionales -y ya por la población aledaña- como La Colmenita. Estas inadaptaciones
las observo aún hasta en los que más respeto, los realizados por la Real Inmobiliaria, cuyo
divisa es ser “Una inspiración arquitectónica al nivel del lugar”. Los edificios
subvencionados por ella, sea el ya terminado y en explotación Monte Carlo Palace, o las de
próxima entrega como Villa Roma Palace o Habana Palace, constituyen versiones más
apegadas a la tradición no comprometida de gran palacete multicelular.
Vinculado a la temática del Hotel en esta zona, el Meliá Habana se aviene a estas mismas
prerrogativas. Criticado por su aparatoso interior, el diseño de líneas horizontales y
verticales de sus volúmenes exteriores no es suficiente para lograr una adecuada adaptación
al lugar. El arquitecto fue cubano, pero el diseño general fue español.
Lo peor es que todas estas edificaciones responden a una necesidad quizás pasajera y
contextualizada, –hagamos votos para ello- pero recordar que lo que se construya,
construido queda. Puédase refuncionalizar y “nacionalizar” o no, la fábrica queda y con
ellas este nuevo paisaje, que no es un paisaje adaptado y congeniado sino un paisaje
arquitectónico impuesto. Este, es un fenómeno que hay que observar. Que los SOS vayan
dando el tono de nuestro tiempo y nuestras preocupaciones:
Y esto es sólo Miramar, usada como pieza de muestra, ¿qué decir de Varadero y el sistema
turístico de Los Cayos? Arquitectura de molde, imagen de sociedad desarrollada o de isla
para el turismo internacional, ¿se vuelve al cincuenta? Siguiendo la metáfora con la
naturaleza, Varadero es una selva de grandes ejemplares vivos que atraen al capital
extranjero y arrastran para sí y consigo el signo de las corrientes internacionales, entre las
que está también la ya tradicional cita postmoderna al pasado que en no pocos casos es sólo
formal y superficial: los techos de teja “criolla” del Hotel Meliá Las Américas, el
trasnochado Neoclásico del Hotel Superclubs Varadero, la pretendida fluidez en la
conquista del espacio exterior del Hotel Meliá Varadero o el Sol Palmeras. Sería
10
Rebeca Alfonso. Evolución histórica y valoración de la Arquitectura hotelera en la Capital de Cuba.
Tesis de Diploma. Facultad de Artes letras. Universidad de La Habana. 2000. P.
9
interminable. Aunque sean proyectos nacionales o importados deben –para estar a tono,
¿qué remedio?- llevar al menos algún elemento de relación con el pasado a modo de signo
heredado pero que muchos coinciden en calificar de Kitsch, un kitsch “bondadosamente
enriquecido con la utilización de las cubanas tejas criollas, los cubanos faroles, y los
cubanísimos ranchones indígenas todos ellos empleados con la cubana intención de una
identidad nacional, olvidando que también es dialéctica.”11 En contraposición, el Hotel
Santiago (1991) fuera de estos focos aislados y aislantes, puede ser un ejemplo de feliz
encuentro del lenguaje contemporáneo y esa identidad cultural criolla reclamada,
constituye, según Segre: “un nuevo paradigma del sincretismo ambiental caribeño, que es
al mismo tiempo ilusión y realidad en la búsqueda de un camino hacia la identidad
cultural del entorno cubano del siglo XXI”12, aunque todavía en el 2000 pese su intregridad
al entorno y el delirio chocante del postmoderno no deje aún hacer “buena digestión” a los
habitantes del lugar.
11
Fermín Galán y Liber Arce. ¡Ole Kitsch!. En: Revista Arquitectura y Urbanismo No 3 1992. P. 83
12
Roberto Segre. Tres décadas de arquitectura cubana. La herencia histórica y el mito de lo nuevo. En:
Revista Revolución y Cultura No 3 mayo-junio de 1994. P.36
10
Habría, claro está, otra historia de saltos ilustrativos de calidad que podríamos haber hecho
y haber tenido una velada feliz escogiendo entre col y col y observando las bondades de
nuestra arquitectura, pero la problematización enriquece el análisis, “ la duda es uno de los
nombres de la inteligencia”, dice Borges, y la experiencia termina siendo más particular.
Dice el Maestro Coyula que necesitamos “una arquitectura tranquila que recupere el
equilibrio perdido y lo devuelva al hombre de la calle (...) Así parece más adecuado
proponerse el rescate del valor cultural y social de la arquitectura, en vez de concentrarse
en su valor estético dentro de una visión convencional del arte culto” 13. Significación
cultural, praxis social, experiencia de recuperación son factores que la arquitectura actual
cumple de manera sectorizada según sus prioridades. Aún la fórmula “Más con menos”
resulta indicador en determinados sectores y la función sin forma o sin la forma adecuada
signa realizaciones importantes. Aún el tiempo apremia y la mala calidad de muchas
empresas se paga y se paga caro.
13
Mario Coyula ¿Arte o arquitectura?. En: Revista Arquitectura y Urbanismo No 3. 1992. P. 73
14
Ramón Gutiérrez. Historia de una ruptura. La arquitectura latinoamericana vista desde América. En:
Revista Arquitectura y Urbanismo No 2. 199. P.9