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Chiyo-ni: La poeta ante el ser el mundo

Para definir el haikú, poema breve japonés, José Vicente Anaya nos regala un término ya
en sí poético: es “la expresión de un asombro, la instantánea de conmoción tenida ante el
ser del mundo”. La belleza de esta forma lírica se sostiene, además de la fuerza espiritual,
en su enigmático corto aliento. Apenas tres versos para cantarle al universo y sus
maravillas; esa gota del mundo, como diría Pasternak, que es la poesía. Matsuo Basho fue
el poeta más celebre que llevó al haikú a su esplendor. Pero lejos de ser un personaje
ostentoso, el escritor era un viajero humilde que le cantó a la vida en destellos líricos,
ráfagas de belleza y profundidad. Muchos siguieron su paso. Jesús Aguado afirma que
escribió dos mil poemas y llegó a tener dos mil discípulos (uno por haikú). Entre ellos
numerosas poetas mujeres que destacaron en esta escuela literaria. Una de ellas, quizá la
más famosa, se llamó Chiyo-ni, autora del libro hermosamente titulado La voz de pino.
Al investigar la vida de la poeta japonesa sucede lo de siempre: confusión. La historia de
las mujeres no aparece en la historia de los hombres y siempre es difusa, incierta.
Afortunadamente muchas expertas ya trabajan en organizar las biografías, los hechos, del
ignorado mundo femenino. Sobre Chiyo-ni encontramos datos dispersos, pero al menos por
su leyenda sabemos que empezó a escribir a los siete años. A los doce, su fama comenzaba
a crecer. Estudió con dos de los dos mil discípulos de Basho para perfeccionar su técnica
que aún tenía peso en los años de la dinastía Edo. De entre todo lo que se cuenta sobre ella,
los relatos coinciden en que se casó joven, enviudó, luego murió su hijo. Más tarde se hizo
monja budista y continuó su camino poético. Vuelvo a la frase de León Felipe: los poetas
no tienen biografía, tienen destino. Y el destino de Chiyo-ni está en su poesía.
Hace unos días vi una noticia insólita que me alegró: los poemas de la autora japonesa
fueron traducidos al español por Cristina Rascón y al náhuatl por Mardonio Carballo en una
antología trilingüe titulada Flor del alba (El Dragón Rojo, 2017). Pienso en los haikús de
Basho, poeta caminante, que viajaron por el tiempo y por diversas lenguas. Así nos llega de
nuevo la voz de Chiyo-ni, pues si desconocemos su vida al menos nos deja la verdad de sus
versos. Cerrar los ojos / y olvidar el camino / montaña en flor, apunta desde algún lugar
perdido en el tiempo.
En el haikú se reflexionaba, con las imágenes de la naturaleza como el cielo, el sol o los
campos (también lo pequeño, como la mariposa o la libélula) sobre la impresión que deja la
experiencia de la vida en el sentir del poeta. De las formas líricas japonesas es la que más
tradición formó en lengua española y a pesar de los años se siguen escribiendo estos breves
relámpagos poéticos.
En otra antología leo un haikú escrito por Chiyo-ni supuestamente antes de morir. Tiene un
bello aire budista y es la poeta enfrentándose, precisamente, ante el fin del ser en el mundo:

El agua se cristaliza
Las luciérnagas se apagan
Nada existe

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