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Estudios comparados

de la literatura actual
Consejo Asesor
Colección Cátedra
Edith Litwin | Hugo Erbetta | Carlos Sastre | Silvia Wolansky| José Luis Volpogni

Coordinación editorial: Ivana Tosti


Corrección: María Alejandra Sedrán
Diagramación de interiores: Ana Cáneva

© Adriana Crolla, Oscar Vallejos, 2009.

©
Secretaría de Extensión,
Universidad Nacional del Litoral,
Santa Fe, Argentina, 2009.

9 de julio 3563, cp. 3000,


santa Fe, Argentina.
tel: 0342-4571194
editorial@unl.edu.ar
www.unl.edu.ar/editorial

Impreso en Argentina
Printed in Argentina
Estudios comparados
de la literatura actual

Indagaciones desde género,


canon, educación

Adriana Crolla
Oscar Vallejos
(editores)

Prólogo

Una parte de los trabajos que presenta esta publicación fueron en principio elabo-
rados para ser utilizados como lectura base de alumnos cursantes del seminario
“Miradas reflexivas de la literatura de la segunda mitad del siglo XX”. Seminario incluido
en la oferta curricular del Ciclo de Licenciatura a distancia en Lengua y Literatura,
perteneciente a la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad Nacional
del Litoral. Con dichas producciones los autores pretendimos abordar problemáticas
conceptuales y propuestas reflexivas actuales, desde una perspectiva comparada, que
consideramos válidas para pensar los recorridos de la literatura en articulación con
otros discursos y áreas del saber durante las últimas décadas del siglo pasado. Abor-
dajes que consideramos siguen siendo todavía hoy motivantes y por eso, con la inclu-
sión de otras producciones que amplían la mirada y con la necesaria adecuación de los
materiales a un formato apto para un público de más vastos intereses, los ponemos a
consideración en esta nueva publicación.
Por otra parte, los autores integramos el staff permanente del Centro de Estudios
Comparados. Centro que fundamos en 1995 en esta misma unidad académica y desde
donde nos preocupamos por desarrollar y profundizar estos estudios en diversas instan-
cias de investigación, produciones y ofertas académicas. Por ello hemos elegido el
marco de la literatura comparada porque dada su actualidad y operatividad nos permite
validar la inclusión de trabajos de tan variada amplitud en la presente publicación.
Antonio Monegal en el prólogo a un número de la revista Insula1 sostiene que la para-
doja a la que se enfrenta la literatura comparada es que es “una disciplina que defiende
su especificidad haciendo bandera de un acercamiento a su objeto que no le es exclu-
sivo y sobre cuyo objeto tampoco tiene el monopolio”. Recupera entonces la afirmación
de René Wellek de que el método de la comparación no es exclusivo de la literatura
comparada sino que se da en todo estudio literario y en otras formas de conocimiento.


Si el comparatismo se activa en el acercamiento espontáneo de cualquier lector de
literatura, sea cual sea su adscripción u orientación disciplinar, es pertinente la defini-
ción de Guillén de que (superando la anterior disputa entre los nacionalistas y los espe-
cialistas en Literatura General y Comparada) se puede ser especialista en una litera-
tura en particular y al mismo tiempo comparatista ya que la especificidad estaría dada
en el conjunto de preguntas y de problemas que se proponen, más que en el objeto,
método o manera de contestarlas. Guillén se apoyaba en este sentido en Harry Levin
quien había afirmado que la literatura comparada es más que un campo, una actitud,
un punto de vista, un compromiso que se traduce en una forma de entender la literatura
reconociéndole su dimensión irreductible:

Llegados a la época moderna no sólo la unicidad de la literatura nacional –que sirvió primero de
sustituto y refugio– es una engañifa. Hoy es irreductible la literatura a una tradición única, accesible
tranquilamente al talento individual, como suponía T. S. Eliot. Es irreductible la historia literaria –al
igual que las demás historias– a una sola teoría totalizadora… No se rinde la literatura a la angosta
mirada del crítico monometódico y monoteórico. Es irreductible la literatura a lo que producen y
enseñan un puñado de países de oeste de Europa y de América. Ni puede tampoco reducirse a
aquello que cierto momento y cierto gusto tienen por literario y por no literario.2

Monegal concluye postulando que la tarea del comparatista es una tarea que inevita-
blemente involucra el comparar, buscar paralelos y medir distancias pro que cada uno
lo debe hacer respecto a aquel marco de referencia que conoce mejor.
La historia de la enseñanza de la literatura y del estudio de la literatura en las universi-
dades argentinas es variada y ha determinado formas particulares de periodizaciones,
articulaciones y contiendas. Por ello el papel que nos cabe a los que hemos aceptado
el desafío del comparatismo en un país donde no existe una fuerte tradición académica
y no se cuenta con subvenciones espaciales para la instalación de espacios de espe-
cialización, es, como sostuvimos en otras sedes, “medir paralelos y distancias desde el
campo de referencia que a cada uno nos cabe mejor pero en función de una revisitación
de las tradiciones que hasta ahora hemos asumido como inamovibles a fin de instalar el
“tertius comparationis” que guía el motor de nuestras comparaciones”.3
Instalar la indagación para desestructurar supuestos y, como lo plantea Spivak,
hacer del “estudio de la literatura, y de su enseñanza en el entrenamiento de la imagina-
ción, un instrumento de comprensión de la otredad que llevamos incorporados…acer-
carnos al trabajo irreductible de la traducción, no de idioma a idioma, sino del cuerpo a
la semiosis ética en ese transporte incesante que es una vida”.4
Semiosis ética que debe venir de una revisión de nuestros propios recorridos y de
los modos cómo el encuentro con la otredad y lo local, se ha ido configurando en nues-
tras propias prácticas.


Atendiendo a estos postulados, la presente propuesta incluye cuatro ejes proble-
máticos. Dos de ellos, centrados en abordar cómo ciertos intereses conceptuales,
fundamentalmente políticos, generan, no sólo formas de lecturas y escrituras sino que
también proponen un ordenamiento de lo literario. El tercero, analiza el problema de
la literatura en relación con una filosofía moral o filosofía de la educación. Y un cuarto
eje indaga, desde una perspectiva histórica, el modo en que se articulan en Argentina
ciertas teorizaciones, de base metodológica, con propuestas reflexivas sobre el modo
de enseñar Literatura.
Los dos primeros ejes presentan proyectos teóricos bien diferenciados. Uno que se
podría decir personal, ya que no tiene interés en formar una escuela o corriente teórica
que comparta conceptos, métodos o utillaje de análisis. Otro, que reclama la concre-
ción de un proyecto colectivo anclado en un movimiento político: el movimiento femi-
nista. En definitiva, el primero defiende un proyecto de comprensión de la literatura
fundamentalmente estético; el segundo, de comprensión de la literatura asociado a
un proyecto político de género. Al mismo tiempo ambos están enfrentados, y en esa
confrontación surge un espacio que habilita el desarrollo de reflexiones y elecciones
por parte de los lectores.
Bloom, quien lee la literatura como un artefacto estético, ataca el proyecto feminista
e historicista y lo llama Escuela del resentimiento. Por su parte los que adhieren a este
proyecto reaccionan contra Bloom y lo llaman conservador. Esa disputa que se da en
batalla abierta en las universidades norteamericanas, acontece también en Argentina,
pero de un modo menos abierto, ya sea porque existen en el campo literario agentes
que piensan que nuestra literatura está profundamente comprometida con proyectos
políticos y culturales más amplios; o porque la perpetuación de modelos, ya superados
en otros contextos, ha impedido una incursión más abierta y comprometida de los
agentes responsables de la formación y educación de las nuevas generaciones.
Con respecto al segundo eje, más allá de las posturas y decisiones de políticas
educativas que lo determinen, partimos de la convicción de que, una de las opera-
ciones interdisciplinarias más activa, en el pasado siglo, ha sido la conquista del reco-
nocimiento de la subjetividad de género que subyace detrás de cada escritura y de
cada lectura y de la importancia de la mirada que lo configura y problematiza. En este
sentido, Jonathan Culler, un representante del sector de la crítica que estudia la expe-
riencia de la lectura y la posición que el lector ocupa en la determinación del sentido,
señaló la importancia del género en los procesos de lectura a partir de la siguiente
reflexión: Si la experiencia de la literatura depende de las cualidades de una persona
lectora, podría preguntarse qué diferencia habría en la experiencia de la literatura, y por
tanto en el significado de la literatura, si esa persona fuera, por ejemplo, mujer en vez de
varón. Si el significado de una obra es la experiencia de un lector, ¿qué diferencia hay si
ese lector es mujer?5


El recorrido histórico de las líneas teóricas fundacionales de los estudios de género,
los trabajos que pretenden mostrar su invisibilización en las políticas educativas, en las
propuestas didácticas y prácticas áulicas, así como la entrevista a una escritora, docente
y crítica argentina de reconocida trascendencia como es María Rosa Lojo, conforman
un conjunto coherente en la necesidad de instalar la reflexión sobre el género desde un
abordaje interdisciplinario. Al mismo tiempo, los fundamentos de experiencias forma-
tivas en laboratorios de mediación social e intercultural que se llevan a cabo en ámbito
europeo, en especial los que se organizan bajo la dirección de la especialista Liana
Borghi en Prato, Italia, nos informan sobre otras problemáticas de triste actualidad rela-
cionadas con las nuevas experiencias migratorias que no dejan de tener su manifes-
tación e impacto en nuestra localidad. Planteos que pueden iluminarnos otros modos
de estudio y reflexión sobre el discurso literario y la mujer en relación con estas nuevas
realidades. El trabajo sobre género e interdisciplinariedad en el teatro de Manuel Puig se
realizó en el marco de un proyecto de investigación concluido hace más de diez años. El
trabajo ha permanecido inédito desde entonces y creemos que el paso del tiempo no ha
disminuido su valor dada la escasez de estudios sobre la producción teatral del notable
escritor argentino. Si bien nos congratulamos al saber que mientras preparamos este
volumen, el especialista Jorge Dubatti organiza una reedición de las piezas teatrales de
Puig con su correspondiente aparato crítico, la que pronto verá la luz.
En cuanto a la articulación e incluso, la justificación del lugar de la literatura en un
proyecto de educación de la ciudadanía, correspondientes al tercer eje, presentamos un
análisis del trabajo que viene realizando la filósofa Martha Nussbaun. Esta autora apela
al sentido común para pensar que una buena educación debe incorporar a la litera-
tura. Pero, como el propio Charles Dickens expone, a través de la voz de uno los perso-
najes, Gradgrind en Tiempos Difíciles, la educación literaria resulta peligrosa y subver-
siva para un modelo racional utilitarista de la educación. Por ello muchos piensan que
no toda literatura es buena para el carácter, lo que se puede apreciar en el escozor que
suscita la incorporación de la literatura a la educación. Justamente el funcionamiento
de una educación literaria y el valor de la misma en la esfera pública es lo que invita a
pensar Nussbaum. Este posicionamiento ha generado otro enfrentamiento con aque-
llos que coinciden con Bloom quien sostiene: No puedo menos que sentirme escéptico
ante la tradicional esperanza social que da por sentado que el crecimiento de la imagina-
ción individual ha de conllevar inevitablemente una mayor preocupación por los demás,
y pongo en cuarentena toda argumentación que relacione los placeres de la lectura con
el bien común.6
El trabajo de Nussbaun se dirige contra esa manera de entender la relación entre la
“imaginación literaria” y la vida pública. La imaginación literaria es parte de la raciona-
lidad pública,7 dice Nussbaun. Resulta interesante para nosotros presentar el modo en
que esta filósofa lee literatura como parte de su proyecto filosófico en filosofía moral.


Por último, analizamos, con los trabajos de Analía Gerbaudo y desde una perspec-
tiva histórica, la conformación de protocolos de lectura y enseñanza de la literatura en
la Argentina. A partir de ellos, se abre una indagación sobre la formación de tradiciones
de enseñanza de la literatura atravesadas por el proceso constante de -importación- de
teorías producidas en los países centrales.
Esperamos que los distintos ejes problemáticos presentados permitan a nuestros
lectores tener una experiencia de contacto que amplíe, problematice y vuelva más
crítica su visión de la literatura y el modo de pensarla a través de cruces interdisciplina-
rios con los que contiende y redefine permanentemente su lugar en las distintas esferas
del saber y de lo social.

Adriana Crolla y Oscar Vallejos


Notas

1. Monegal, Antonio: “La literatura irreductible” 4. Spyvak, Gayatri Chakravorty (2003) Death of
en Insula N° 733-734, Barcelona, enero-febrero a discipline [traducción de Adriana Crolla], New
2008. York, Columbia University Press, p. 13.
2. Guillén, Claudio (1985) Entre lo uno y lo diverso. 5. Culler, J. (1984) [traducción de Luis Cremades],
Introducción a la literatura comparada, Ayer y hoy, Madrid, Cátedra, p. 42.
Barcelona, Crítica, pp. 34-35. 6. Bloom, Harold (2000) Cómo leer y por qué [tra-
3. Crolla, Adriana (2009) “La Literatura Compara- ducción de Marcelo Cohen], Barcelona, Anagra-
da en Argentina. Archivo, reflexión, proyecciones” ma, 2000, p. 19.
en Transgresiones y tradiciones en la literatura. 7. Nussbam, Martha (1995) Justicia Poética [tra-
Asociación Peruana de Literatura Comparada (AS- ducción de Carlos Gardini], Santiago de Chile,
PLIC), Lima, Universidad del Pacífico/Universidad Andrés Bello, p. 18.
Católica Sedes Sapientiae, pp. 31-69.

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parte I
posiciones

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12
S/Objetos Imaginarios:
cuestiones interdisciplinarias sobre género

Adriana Crolla

1. La flor de mi secreto...
Consultada la escritora Tununa Mercado sobre la “cocina” de su escritura afirma que
“cobré conciencia de la manera en que me relacionaba con las cosas de este mundo
cuando conocí el bosque... es decir “ instancias”, “categorías” sin las cuales no hay una
condición humana completa”.

Cuando la escritora habla de “bosque” metaforiza un espacio que es a un tiempo


mítico (resabio de las figuralidades atávicas que el bosque adquiere en las niñas
durante sus lecturas infantiles) pero también un lugar donde se opera una forma de
conocimiento (o más bien de reconocimiento, tanteo y exploración).
Perdida en el bosque (que es lo mismo que decir en el vacío o en el inconmensu-
rable abismo de lo abierto) la niña extraviada busca encontrar el camino que la lleve
de regreso al protector cobijo del hogar. Pero para poder encontrar la salida y conjurar
el sentimiento de abandono y el terror a lo desconocido, debe elegir una metodología,
un hilo de Ariadna que la libere de ese laberinto y para ello opta por una mirada que se
centra en lo mínimo y en perspectiva descendente desde lo más alto (la copa de los
árboles y los retazos de infinito que en ella se dibujan) hacia el ras del suelo con todo lo
pequeño y sutil que atesora y macera (la vida que se esconde entre la hojarasca y las
grietas, los líquenes y el pedregullo).

Estar en lo pequeño no es una elección modesta, aunque aparezca como un recurso para defen-
derse del terror arcaico del bosque o de lo selva, que por su inasibilidad son abismo, que por su
inabarcabilidad son vacío. Precisamente, para conjurar el pánico del borde en el que toda escritura se
sitúa, acepté batirme con el vacío en una lucha desigual con el arma de lo mínimo. Escribir lo mínimo
es previamente haberlo atesorado, haberlo dejado en latencia que se parece bastante a la macera-

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ción de los alimentos: un buen día, provocados por el acto de escribir, esos refugios se abren o trans-
parentan sus muros y dejan ver una filigrana cuya existencia nunca se sospechó y cuya revelación de
realce, rugosidad, volumen se produce al excitar la superficie que la envolvía (Mercado, 1995).

Mirar desde abajo y el abajo es elegir una perspectiva original (en la doble bisemia de
lo inaugural y lo nuevo). Es construir (como hacen los niños) un observatorio del mundo
debajo de la mesa para amarrar la escritura al entramado perfecto que teje el cabello en
el bordado, es desarrollar una “musculatura fina” como quiere llamarla Mercado. Una
percepción aguda de la realidad que algunas especies tienen más desarrolladas y que
“en gran porcentaje (poseen) las mujeres para su gloria o su condena”.

1.1 Cuerpo/escritura/lectura.
Género y heterogeneidad estilística: reja nueva de mirar1
Elegí empezar estas reflexiones sobre la problemática de “género” y de las cues-
tiones que hacen al desarrollo, a lo largo del siglo XX, de los estudios interdisciplinarios
sobre la mujer (como objeto y sujeto en todos los órdenes del saber y la experiencia)
y en particular la cuestión del género en la literatura, con las opiniones de esta escri-
tora y crítica argentina porque me siento identificada con sus palabras cuando intento
analizar mi propio camino.
Yo también recorrí un largo camino de exploración y tanteos personales por los
bosques de la literatura, la teoría y la lectura desde las copas señeras de los grandes
hitos universales de la literatura (casi exclusivamente masculinos) hacia el abajo y
lo escondido (por silenciado) de otros modos y sensibilidades de apropiación de la
realidad. Un acercamiento a lo mínimo y lo concreto que las teorías feministas reco-
nocen como operaciones particulares de una mirada “femenina”.
Durante mis años de estudiante (fines de los ‘70) no recuerdo que ninguno de mis
profesores (y muchos de ellos eran mujeres) me iniciaran en la toma de conciencia de
las diferencias genéricas (quizás debido a que en ninguno de los corpus de lectura
de las materias del plan de estudio, se incluyera (a pesar de los veintisiete siglos de
producción literaria occidental y dejando de lado la oriental tan lejana a nuestros abor-
dajes) una sola obra literaria producida por una mujer. Y si la hubo fue un fugaz acerca-
miento a Santa Teresa o Sor Juana. Pero el carácter contestatario de sus palabras fue
silenciado tras la mística de sus oscuros ropajes monacales.
No estábamos quizás todavía preparados para Luisa Bemberg y su estupenda
lectura fílmica: Yo, la peor de todas.2
Pasados los años no es mucho lo que ha cambiado en nuestras propuestas curri-
culares si bien hoy nadie puede negar la importancia que los estudios sobre género y
la problemática de la mujer como productora, han adquirido en nuestros horizontes de
lectura y patrones culturales.

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En mi caso particular dos experiencias de lectura señaron la entrada (o debería decir
mejor el encuentro de la salida) en el bosque de la teoría femenista y la experiencia lite-
raria.
Una, de recurrencia disciplinar y al investigar, para poder transmitirlo, la forma cómo
se constituye el tópico de la mujer “domina” en el imaginario colectivo y en el discurso
amoroso europeo desde la lírica trovadoresca nacida en las cortes del Mediodía francés
durante los siglos XI y XII. Y de allí su expansión hacia tierras toscanas donde el mito
beatriciano dantesco llevó a su apoteosis la imagen idealizante de la mujer como supe-
rior y “angélica” (mediadora entre Dios y el amante gentil) como estrategia masculina
para adecuar las nuevas pautas de moralización y ordenamiento social.
Ahora bien, no debe olvidarse que la mujer empieza siendo objeto de idealización
masculina aunque su presencia objetiva en la sociedad permanece absolutamente
regulada y sometida a los firmes designios de los hombres que la custodian. Pero la
experiencia amorosa (tópico negado en el discurso de la épica) se codifica en el nuevo
espacio de la creación poética para configurar en las intrincadas reglas eróticas del fin
amor y del joi, una ética de amor triádico en donde Domina, marido y amante juegan un
peligroso juego de seducción y poder.
Producción literaria hecha por y para el sector masculino que, en su institucionaliza-
ción y difusión, colaboró en la construcción y expansión de mecanismos de regulación
social “afeminando” al hombre al obligarlo a asumir formas “corteses” y a abandonar
los rudos y brutales códigos guerreros (ampliamente ensalzados durante los siglos
anteriores a través de la épica y el discurso belicista de la fe).
De más está decir que de la literatura me sumergí gozosamente en la lectura de los
más importante representantes de la nueva corriente historiográfica francesa (Duby, Le
Goff, Perrot y colaboradores y en particular los hoy ya clásicos tomos de Historia de
las mujeres en Occidente (bajo la dirección del primero y en versión traducida por la
editorial española Taurus). Ellos me permitieron descubrir una Edad Media desconocida,
escondida en los intersticios de los escritos literarios, notariales y privados de miles de
documentos particulares que posibilitaron reconstruir la vida privada de los hombres del
Medioevo pero, lo que es más importante, el de contadas, pero relevantes mujeres, que
lograron escapar de los rígidos condicionamientos y dejaron su huella en la historia.
En sus trabajos descubrí también que a lo largo de los siglos fueron las mujeres las
que colaboraron, anónimamente, en la transmisión del saber heredado. Y que, a partir
del siglo XIV, gracias al florecimiento de los claustros monacales femeninos, la alfabeti-
zación y práctica de la lectura en las hijas de las familias nobles y burguesas, emergen
nombres de copistas y entusiastas adalides de la escritura como la celebrada Cris-
tina de Pizán y su Ciudad de las damas. Pionera en elegir la palabra para contar cómo,
situándose desde lo mínimo (su escritorio y su simple palabra de mujer, madre, viuda e
hija) y poniendo en sospecha la veracidad del discurso de la doxa patriarcal, es posible
construir un espacio nuevo que identifique a las mujeres,

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La segunda lectura que me marcó debería caracterizarla de tipo hedonístico y surgió
del descubrimiento de dos iluminadores ensayos de Virginia Woolf: Un cuarto propio y
Tres guineas.
Analizando la relación entre mujer y novela, la escritora inglesa (a quien considero
la primera teórica de la “diferencia” aunque parte de la crítica feminista se lo niegue)
explica en forma insuperable cómo a lo largo de los siglos las condiciones de vida y
la rígida hegemonía masculina y patriarcal determinaron la exclusión sistemática de
la mujer del mercado productivo cultural y literario. En sus notables ensayos, la Woolf
realiza un interesante recorrido por la historia de la mujer como escritora y su “ausencia”
en la cadena de operaciones textuales desde los orígenes de la literatura inglesa hasta
el siglo XX.
Por su parte, la escritora española Carmen Martín Gaite (1993) da cuenta de un
mismo proceso de deslumbramiento e identificación y explica en el prólogo de su libro,
cómo la lectura del viaje intelectual realizado por Virginia, le sirvió de catalizador y de
disparador (como a mí) para “derroteros inesperados”.
Otra experiencia personal iluminadora fue la visita que realicé en 1990 al 10º Salon du
Livre que se realizaba en el Grand Palais de París. Allí descubrí maravillada la cantidad
de stands de editoriales destinadas a la producción “des femmes”. Fue en ese fruc-
tífero recorrido cuando me topé por primera vez con el nombre de Hélène Cixous y
sus lecturas de Clarice Lispector. Y donde experimenté la emoción de poder hojear el
primer diccionario sobre la mujer (novedad de la muestra): “Le XX Siècle des femmes”
de Florence Montreynaud, donde a diferencia de los diccionarios comunes en que la
mujer ocupa sólo un 5%, le dedica el 100% de su espacio.
El índice daba cuenta de los perfiles asumidos por la mujer en cada una de las
décadas del siglo pasado: la primera caracterizada por un masivo acceso a la educa-
ción, 1910 y el surgimiento de los feminismos; los ’20 y la garçonne de la belle époque;
los ’30, años de crisis y regreso al hogar; los ’40, período condicionado por la guerra
y los inicios del cambio; los ’50 y la fee du foyer; los ’60, década convulsionada por
los debates sobre el aborto y el control de la natalidad; los ’70 con sus notorios movi-
mientos de liberación; los ’80: período de la autoconstatación y los ’90 caracterizados
por el origen de la “super mujer”.
La misma autora explica en el prólogo que la idea de escribir un diccionario sobre la
mujer en el siglo XX le nació por necesidad de aportar modelos femeninos concretos
que permitiera a las jóvenes en formación escapar de los clichés seculares de ama
de casa, prostituta o madre. Y que para ello partió de una pregunta inicial: ¿de dónde
venimos? La búsqueda de modelos históricos le permitió avanzar respuestas hacia el
¿adónde vamos? y acercarse así a la pregunta que pivoteó los discursos feministas del
siglo: ¿qué es ser mujer?
Finalmente reconoce (postura similar a la de de Pizán) que indagando los dife-
rentes dominios y disciplinas donde la mujer hiciera escuela: poder, política, literatura,

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sociedad, filosofía, llegó a conocerse mejor y a adquirir certezas que la ayudaron a tras-
cender su sexo par alcanzar lo universal. “Tengo la impresión –afirma– de haber comen-
zado este libro como mujer y de haberlo terminado como ser humano”

Una instancia más de este proceso personal hacia la concientización tiene que ver
con el orden de lo institucional. Y es mi participación en las iniciativas de dos centros
que nuclean diferentes ámbitos disciplinares y con diversas intencionalidades, en la
Facultad de Humanidades y Ciencias. Inicialmente como integrante del “Centro de
Investigaciones Histórico Sociales sobre las Mujeres” (creado por la Dra. Teresa Suárez
en 1990) y luego la creación, en 1995, del “Centro de Estudios Comparados”. La orga-
nización y dirección del mismo, así como de su revista El hilo de la fábula (creada
en 2000) me permitió articular acciones y objetivos con otros similares en el país y el
extranjero, así como en la producción y divulgación de estudios interdisciplinarios sobre
la problemática del género.3

1.2 Mujeres al “borde” de la historia


Apelar a lo autobiográfico para iniciar estas indagaciones no se pretende como una
operación de reducción o banalización sino responder a una de las demandas de la
crítica feminista que sugiere partir siempre de lo particular y lo mínimo para hacer cons-
ciente al lector de lo complejo y tortuoso que significa decidir incursionar por estos terri-
torios.
Empezaré entonces este recorrido teórico con algunas reflexiones sobre la posi-
ción de la mujer en la realidad y la ficción (ampliamente analizadas desde la crítica de
“Imágenes de mujer” y desde el ámbito de “Historia de la ideas”) para indagar luego en
las corrientes teóricas más relevantes y los problemas surgidos en la interacción de la
teoría feminista y la experiencia literaria.
Las mujeres, víctimas o diosas, heroínas o prostitutas, santas o brujas, y por sobre
todo sacralizadas en sus roles de madre, hija y esposa transitaron los siglos, desco-
nocidas en su concreta realidad y fabuladas a través de los modelos literarios y las
representaciones sociales patriarcales. Figuraciones simbólicas que no sólo les fueron
impuestas en forma coercitiva sino que ellas mismas acataron y reprodujeron pasiva-
mente, lo que impidió hacer sentir orgánica y públicamente su voz.
Si el espacio privado a las que fueron confinadas (el gineceo, la habitación, la
cocina, la casa) les brindaba protección y las salvaba de los “perversos efectos” del
afuera, al mismo tiempo las auto-recluyó y las encadenó a su propia auto-incons-
ciencia.
Las mujeres miraron pasar la historia y fueron habladas por aquellos que sistemá-
ticamente trataron de silenciarlas y las convencieron de la inoperancia de su insopor-
table “parloteo”.

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La construcción de un imaginario de lo femenino se corresponde a lo largo de la historia
con una rica iconografía que lo representa y contiene. El camino hacia los “bordes” reali-
zado por la mujer, parte de la ventana, cronotopo que por su misma peculiaridad de
espacio límite, incluye y encabalga lo interior y exterior, lo clausural y lo abierto, lo privado
y lo público, la luz y la oscuridad, lo diáfano y lo turbio, el ruido, el rumor y el silencio.
Todas las facetas simbólicas y espaciales (ventanuco, ventanal, balcones, terrazas,
visillos, cortinados, celosía) que este ángulo de la visión configura y activa, podrían
resumirse en estas posibilidades sin pretender agotar las variantes. Y las reacciones a
ella asociada; tedio, recogimiento y soledad, van frecuentemente de la mano. Recluida
en el claustro (a un tiempo cobijo, oasis y cárcel) la mujer acoge un amor que nunca
elige y en la soledad hace de la carta o el diario íntimo su real interlocutor.
Y por ende, el correlato de todas las manifestaciones conexas, orgánicas, emocio-
nales e intelectuales, complejas y contradictorias (sofoco, delirio, opresión, tristeza,
autoaniquilación, etc.) que la ciencia masculina (Freud y cia.) definieron como esen-
cialmente femeninas, ligadas a una corporalidad y sexualidad, obligaron a actuarla en
demasía y a inscribirla en una forma: la “histeria”.
Pero, si bien restringido su ángulo de visión al mezquino marco de la ventana, la
mirada de la mujer paradójicamente se aguza y adiestra para captar la trascendencia
de lo mínimo y la potencialidad de los límites. Y empieza por indagar en lo que tiene
más a mano: ella misma. ¿Quién soy? y ¿Qué soy? son las preguntas claves de este
proceso.
La ventana y la acción que la misma potencia: la mirada, sirven para metaforizar de
este modo un lento camino vital que va del adentro al afuera. Un recorrido que la mujer
va configurando para sí a lo largo de la historia cuya secuencia sería: Mirar/ ser mirada
/mirarse mirar / mirarse mirar mirando (Crolla; 1999).
Mirada intelectiva que al ir conquistando el espacio interior, hace de la mirada que
mira hacia/el afuera, una operación de des-velamiento, des/cubrimiento de cómo mirar
concientemente hacia/la propia intimidad.
Mirar que es a un mismo tiempo vislumbre y bis/lumbre: doble luz que intuye e
ilumina la proyección y la misma introyección. Imaginar, recordar, soñar, ensoñar se
transforman entonces en un trayecto interior que asume el compromiso mismo del
mirar.
Y la mujer/ventana elige definitivamente el quicio, el marco, el in between que la
transforma en soñada y soñante; hablada y hablante; escrita y escribiente; reflejo y
reflejante, habitada y habitante (Crolla, 2003).

En el ámbito específico de lo literario, durante la Edad Media y hasta avanzado el S.


XIX muy pocas escaparon a estos condicionamientos. Elaine Showalter (1977) al estu-
diar la novela inglesa escrita por mujeres durante el siglo XIX, propone tres períodos: la
“feminine phase” (1840-1880) con autoras como George Eliot o Elizabeth Gaskell que

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todavía escriben siguiendo una estética literaria masculina. Una segunda fase recono-
cida como “feminist phase” (1880-1920) con las hermanas Brönté y Jane Austen y una
tercera fase Mujer o “female phase” en donde incluye a Rebeca West, Katherine Mans-
field o Dorothy Richardson. Escritoras que defienden una estética renovadora que logre
reflejar la experiencia de las mujeres.
Trasladando estos conceptos a los modos de autorepresentación podríamos decir
que la mujer también ha ido pasando por estas fases y que durante siglos permaneció
en un estadio “femenino” caracterizado por el sometimiento a la tradición masculina y
a la perpetuación del papel que la sociedad le asignó, lo que denominamos el estadio
del “ver mirar”. Un segundo estadio “feminista” caracterizado por las luchas reivin-
dicatorias comenzado como indicamos, luego de la Revolución Francesa y en parti-
cular como efecto de la Revolución Industrial, donde se hace visible la rebeldía y el
tono declaradamente ,polémico, lo que llamamos: “ver mirándose”. Y un tercer estadio
“mujer” en que alcanzado el autoreconocimiento, la mujer proyecta su imagen en la
vida y en la escritura para mostrarse como se ve: “ver/se mirar mirándo/se”.
Esta cartografía tripartita tiene un fuerte anclaje en el precursor texto woolfiano donde
la inglesa, indagando los modos de articulación entre la mujer y la novela, explica los
tres pasos que la misma debe dar para alcanzar su autonomía como lectora y produc-
tora. Por ello sostiene que se debía comenzar por estudiar cómo fue representada
la mujer en la literatura, luego las ficciones producidas por las mismas mujeres y los
modos de su autoproyección ficcional para pasar, finalmente (sin evitar la superposi-
ción) a la reflexión sobre la verdadera condición femenina.
Estas tres dimensiones, que Woolf aplica a la relación mujer-literatura, describen, en
líneas generales el discurrir del pensamiento de la crítica feminista a lo largo del siglo
XX. No en vano, en 1989, Elaine Showalter aseguraba en otro artículo A Criticism of Our
Own que también la crítica feminista se había desarrollado en tres etapas sucesivas.
Reflexiones que desarrollaremos en el apartado siguiente.
Y es que salvo honrosas excepciones (Cristina de Pizán es una de ella) la mujer
escritora reprodujo el papel que la sociedad le asignaba y no se proyectó en perso-
najes femeninos que representaran la función de escritor.
Fenómeno que iba aparejado al problema de que la sociedad no estuvo durante
siglos preparada para aceptar la libertad de la mujer y mucho menos otorgarle dominio
en el saber y en el arte. Si, como imagina Virginia Woolf, Shakespeare hubiera tenido
una hermana que pretendía ser escritora y vivir de su arte, a diferencia de William, es
seguro que hubiera terminado violada y quizás suicida ante un embarazo no deseado
provocado por el mismo Nick Greene, productor teatral que amparó y catapultó a su
afortunado hermano varón.
La historia perdió, concluye, la oportunidad de medir “el calor y la violencia de un
corazón de poeta, arraigado y envuelto en un cuerpo de mujer” (Woolf, 1980:49).

19
Pero lenta y dolorosamente los espacios tradicionales empiezan a variar de sentido,
los sujetos que los disputan también y las formas de categorización apuntan a una revi-
sión radical de los paradigmas.
El siglo XIX ve a las mujeres abandonar progresivamente la ventana para incursionar
en un espacio más problemático porque sexuado y público: la ciudad.
Se sabe que desde la antigua Grecia el lugar de las mujeres en el espacio público
fue siempre condenado y que Pitágoras había afirmado: “Una mujer está siempre fuera
de lugar en público”.
Mujeres de la noche que transitaran el espacio masculino siempre hubo, pero sin
que se desafiara al status quo del poder, porque de hecho el cuerpo de la mujer, de tan
“público” que es, nunca terminó por pertenecerle.
Mientras ser “público” para el hombre es estar investido de una función social impor-
tante y reconocida, la mujer “pública”, por el contrario, es una criatura depravada y
venial que arrastra su vergüenza y silencia su paso solapándose en los circuitos más
abyectos de la ciudad.
Los antropólogos y psicólogos (y por supuesto los artistas) supieron mostrar en
forma magistral los temores que el cuerpo femenino (desde siempre configurado como
un “secreto pozo de misterios”) ha provocado en el “otro”. Pero nunca habían tenido
que contender con las reacciones que suscita cuando irrumpe en el espacio prohibido
de lo público, espacio que se toca con el poder y la política y que no tiene tanto que
ver con la “opinión pública” sino con el conjunto jurídico de derechos y deberes que
conforman la entidad ciudadana.
El espacio sexuado de la ciudad, lugar de encuentro, roce y escamoteo de poderes
enfrentados, hace visible la lucha entre dos escalas de valores que dinámicamente
irán modificando sus fronteras desde en que las mujeres irrumpen tumultuosas en el
complejo mercado de trabajo y de los derechos cívicos que la era democrática soli-
cita. Enfrentada al hombre, compartiendo ahora los mismos espacios públicos de la
producción, la mujer empieza a tomar conciencia de ser/pertenecer a una clase y de
vivir en un mundo dicotómico.
¿Qué es ser mujer? y ¿Cómo serlo en un mundo de hombres? son los interro-
gantes que señalan ese cambio.
El estadio feminista lentamente se define y el grito de protesta llega hasta avan-
zado el siglo XX. Descubierto lo “uno” se repudia lo “otro”, lo “diverso” pero asumiendo
a veces las mismas escandalosas posturas de aquello que se pretende contrarrestar.
Travestirse de hombre, escribir como hombre, fue para muchas escritoras feministas la
única forma de reacción y vindicación. Escrituras y posturas contestatarias y comba-
tivas pero todavía miméticas de los modos de hacer masculinos se adueñan del hacer
y del discurso femenino, impidiendo la emergencia de una expresión más original.
En lo literario Virginia Woolf (siempre ella), ya en 1929, sugería que la mujer debía
superar la etapa de la autobiografía y abandonar los discursos de la rabia y la protesta

20
para comenzar a elaborar una escritura como arte. Marguerite Duras y Julia Kristeva
lo repetirán después: “purgarse de todas las reminiscencias” para poder llegar a la
madurez creadora.
A lo largo del siglo XX a medida que la mujer ocupa nuevos lugares y roles, su palabra
y escritura va abandonando progresivamente los modelos canónicos para incursionar en
inaugurales experimentaciones. El grito deja paso al susurro y el autoanálisis se inscribe
en expresiones más originales y personales adquiriendo carta de ciudadanía dejando
paso al tercer estadio o de la escritura “femme”(mujer). El ver/se mirar mirándo/se
como sujeto/objeto de su propia voz y como lectora/lectura de la alteridad.
En el repliegue, se abandonan las barricadas porque se hace política desde la
propia experiencia, desde lo cada vez más íntimo y concreto. El cuerpo legible, nuevo
espacio de lo prohibido, se escrituriza y las miradas “mujer” resignifican desde esta
nueva privacy, en originales propuestas discursivas.
Habrá que esperar sin embargo hasta la segunda mitad del siglo XX para el surgi-
miento de una crítica y teoría feminista orgánica y superadora. Aunque, rotas todas las
compuertas, su presencia e influencia se hace incontenible.
¿Qué significa ser mujer? ¿Cómo se hace mujer? centralizan los nuevos interro-
gantes.

1.3 Has recorrido un largo camino, muchacha...


Indagando desde lo histórico y el pensamiento sociopolítico se podría decir que el
mundo transformado por la Revolución Francesa y sus ideales de libertad e igualdad, y
posteriormente la Revolución Industrial, causa y consecuencia a un tiempo del apogeo
de la burguesía y del capitalismo y en particular del trabajo femenino asalariado,
provocan un resquebrajamiento de los controles hegemónicos y posibilita la emer-
gencia de voces femeninas que quieren empezar a pensarse como sujetos autónomos
y operantes.
El feminismo como movimiento de lucha y defensa de los derechos de la mujer tiene
una historia un tanto más larga que la que le concede el lugar común. Anthony Giddens
(1995) recupera los nombres de dos de sus pioneras: Mary Wollstonecraft: A Vindica-
tion of the Rights of Women (Reivindicación de los derechos de las mujeres) que vio la
luz en 1792, apenas tres años después de la Revolución Francesa, exclama su frase
más famosa: “las mujeres han adquirido todas las locuras y los vicios de la civilización
y se han perdido los frutos útiles”.
Y Abigail Adams, esposa del futuro presidente de los EE. UU., quien dieciséis años
antes escribe a su esposo una carta solicitándole: “Desearía que recordaras a las damas
y que fueses más beneficioso y generoso con ellas que tus predecesores [...] Recuerda
que todos los hombres serían tiranos si pudiesen” (Rossi y Calderwood, 1973).
Esta primera oleada del feminismo nace como consecuencia de la Ilustración y sus

21
ideales de igualdad y emancipación. Y si durante el siglo XVIII, una figura destaca junto
a la Wollstonecraft, ella es Olympe de Gouges. En el siglo posterior, el movimiento
sufragista primero y el socialista después serán escenario de figuras decisivas como
Claire Demar, Flora Tristan, Harriet Taylor-Mil, Concepción Arenal, Lou Andreas-Salomé,
Rosa Luxemburgo y Alexandra Kollontai
Desde el punto de vista de las acciones concretas, algunas pensadoras señalan
como un segundo momento de emergencia o segunda ola del feminismo, la que se
denominará neofeminismo, y que toma cuerpo a mitad de 1960 con la creación del
NOW (National Organization of Women, Organización Nacional para las mujeres) y
el Women’s Liberation Movement, extendiéndose durante los ’70. Las pensadoras y
textos emblemáticos de esta época son los producidos por las norteamericanas Betty
Friedan, La mística de la feminidad, 1963; Kate Millet, Sexual Politics, 1970 y la británica
Juliet Mitchel con Psicoanálisis y feminismo, 1972.
Un rechazo total al sistema patriarcal lleva a la producción de textos declarada-
mente combativos como el Manifiesto SCUM de 1967 de Valerie Solanas; (EE. UU.) La
dialéctica del sexo de Shulamith Firestone (Canadá; 1970), la italiana Carla Lonzi y su
Escupamos sobre Hegel (1970) y La mujer eunuco publicada en 1971 por la autraliana
Germaine Greer.
Progresivamente, se van configurando dos tendencias opuestas que dan lugar a
una tercera etapa. Un feminismo de la diferencia, que busca profundizar el concepto
de esencia femenina partiendo de la diferencia sexual y que se desarrolla sobre todo
en Europa pero con netas correlaciones con el feminismo cultural angloamericano, con
representación en las italianas Luisa Murazo y Rosi Braidotti, las francesas Luce Irigaray
y Hélène Cixous o las españolas Victoria Sendón de León y Milagros Rivera Garretas.
Por otra parte, un grupo adhiere a un feminismo de la igualdad denunciando que
la esencia femenina es una creación del Patriarcado. Y para no caer en las trampas
del “eterno femenino”, instan a luchar por la consolidación de espacios de reconoci-
miento y paridad con el de los varones. Estos planteamientos se nutren del socialismo
teórico y una de sus concreciones políticas más importantes son las conquistas por
la igualdad y el surgimiento de Comisiones de Igualdad de Oportunidades en el seno
de los gobiernos. Entre las norteamericanas se destacan Iris Young, Zillah Eisenstein,
Nancy Fraser, Seyla Benhabib (nacida en Estambul pero catedrática en Yale, EE. UU.),
la francesa Christine Delphy y las españolas Celia Amorós y Amelia Valcárcel.
Una nueva etapa más cercana a la época actual, será analizada al final del capítulo.

Como se puede observar, si el siglo XIX marcó el resquebrajamiento de las fronteras


entre los sexos y la redefinición de los espacios (sean reales como simbólicos) que los
contenían y definían, el siglo XX es paradigmáticamente femenino
La mujer (al menos en Occidente y con diferencias abismales de oportunidades
aún hoy vigentes) accede definitivamente a la instrucción. Los avances científico-bioló-

22
gicos (y las redefiniciones en lo económico, político y social) le permiten adueñarse de
su sexualidad, capacidad reproductiva y conquista (si bien todavía no totalmente en
paridad de oportunidades) sectores de poder secularmente prohibidos: lo militar, lo reli-
gioso y lo político.
Pero también, como nunca antes, la resistencia activa y combativa lleva a la cons-
trucción de discursos absolutamente nuevos y a través/con ellos, al surgimiento, revo-
lucionario si lo hay, de los estudios interdisciplinarios sobre género.
A medida que la mujer empieza a pensarse como sujeto y a visualizarse como inte-
grante de un conjunto social, obliga a todas las ramas del saber a indagar sobre la
cuestión ya no sólo de lo sexual sino de lo genérico tiñendo con sus posturas nuevas
miradas sobre la realidad. Ninguna rama del saber permanece inmune. La biología, la
antropología, la psicología social, el derecho, la historia, la filosofía y más tardíamente
la teoría literaria toman la palabra.
Desde la sociología y la estética, recupero estas voces que lo corroboran.
Anthony Giddens en la Introducción de su texto, señala como temas básicos de los
estudios sociológicos a: 1) la relación de lo social y lo personal; 2) las transformaciones
de un mundo en cambio; 3) la metodología comparativa e interdisciplinaria; 4) la nece-
sidad de una orientación histórica de los estudios sociológicos; 5) la mundialización de
la vida social.
En relación al tema que vengo desarrollando explica:

A lo largo del texto se dedica una atención especial al tema del género. El estudio del género se
considera normalmente como un campo específico de la sociología considerada como un todo –y
este volumen contiene un capítulo, el número 6, dedicado al pensamiento y la investigación sobre
el tema–. Sin embargo, la cuestión de las relaciones entre los géneros es tan fundamental para el
análisis sociológico que simplemente no puede relegarse a una subdivisión particular del objeto de
estudio. Por consiguiente, muchos de los capítulos que integran el libro contienen secciones rela-
cionada con el tema del género. (Giddens, 1995:35)

También Andreas Huyssen, cuando intenta desarrollar un minucioso análisis de la


relación entre el discurso artístico y la posmodernidad, reconoce:

Fue especialmente el arte, la escritura, el cine y la crítica literaria, obra de mujeres y artistas perte-
necientes a minorías con su recuperación de tradiciones escondidas y mutiladas, con su énfasis
en formas exploratorias de la subjetividad basada en el sexo y la raza en las producciones y expe-
riencias estéticas y su negativa a limitarse a canonizaciones standard, lo que dio [a partir de los
70] una dimensión completamente nueva a la crítica del alto modernismo y a la emergencia de
formas culturales alternativas... La crítica realizada por mujeres ha proporcionado nuevas visiones
del “canon modernista” desde diversas perspectivas feministas. Sin caer en esa especie de esen-
cialismo femenino que constituye uno de los aspectos más problemáticos de la causa feminista.

23
Parece obvio que de no ser por la visión desmistificadora aportada por la crítica feminista, todavía
no habríamos percibido las determinaciones y obsesiones machistas del futurismo italiano, del
vorticismo, del constructivismo ruso, la Neue Sachlirécit o del surrealismo; y los escritos de Marie
Luise Fleisser e Ingeborg Bachmann, así como las pinturas de Frida Khalo sólo serían conocidas
por un puñado de especialistas. Por supuesto, estos nuevos enfoques se pueden interpretar de
múltiples maneras y el debate en torno al género y la sexualidad, la autoría masculina y femenina
y la postura del lector/espectador en la literatura y las artes está muy lejos de haberse superado,
aunque sus propuestas para una nueva imagen del modernismo no hayan sido elaboradas plena-
mente (Huyssen, 1992).

Y luego, al afirmar con Kristeva que el posmodernismo debe ser definido desde la
cuestión de cómo algo puede ser escrito en el siglo XX y cómo se puede hablar de esa
escritura, concluye:

El movimiento feminista ha aportado algunos cambios significativos en la estructura social y acti-


tudes culturales que deben ser corroborados incluso frente a la reciente grotesca revitalización del
machismo americano. Directa o indirectamente, el movimiento feminista ha propiciado la apari-
ción de la mujer como fuerza autosuficiente y creadora en las artes, en la literatura, en el cine y la
crítica. Las formas con las que hoy planteamos cuestiones relativas al género y la opción sexual,
a la lectura y a la escritura, a la subjetividad y enunciación, voz y representación, son impensables
sin el impacto del feminismo, aun cuando muchas de estas actividades puedan tener lugar en el
margen o incluso fuera del propio movimiento.
La crítica feminista también ha contribuido sustancialmente a la revisión de la historia del modernismo
no sólo desenterrando artistas olvidados sino también abordando los modernistas masculinos con
nuevos métodos. Esto también es verdad respecto de las nuevas feministas francesas y su teoriza-
ción de lo femenino en la literatura modernista, incluso aunque a menudo insisten en mantener una
polémica distancia con respecto al feminismo de tipo americano (Giddens, 1995:240).

2. De la teoría feminista al género


Para el desarrollo del presente apartado me circunscribiré a una acotada síntesis de
aspectos nucleares de la problemática histórica de la categoría de género y sus princi-
pales voces teóricas.
En los desarrollos teóricos mencionados, E. Showalter reconoce también tres fases
en la crítica especializada durante el siglo pasado. Una primera que denomina “crítica
femenina” y que durante los años ’70 denuncia los estereotipos misóginos de los textos
escritos por hombres, como ilustra Kate Millett en su pionero Sexual Politics (1970). Una
segunda fase o “gynocrítica” a fines de los ’70 que realiza una arqueología literaria al
exhumar textos y nombres de escritoras silenciados o invisibilizados a lo largo de la
historia, para constituir una tradición literaria propia al género. Esta línea de estudios

24
permite al mismo tiempo realizar una taxonomía de géneros literarios que empiezan a
reconocerse como modos de escritura ligados profundamente a la mujer y a su privacy:
el diario, la autobiografía, la carta, la novela sentimental. Así como motivos e imágenes
que recurrentemente se inscriben en ellos y que están indisolublemente relacionados
con el mundo interior y la psicología femenina. Un texto canónico de esta línea es el
ambicioso The Madwoman in the Attic. The Woman Writer and the Nineteenth-Century
Literary Imagination (1979) de Susan Gubar y Sandra Gilbert.
La tercera fase, que Showalter llama “cultural criticism” y que florece en los ’80, es
sin duda más compleja y valiosa, ya que plantea la elaboración de un discurso teórico
propio con la pretensión de reflejar la problemática relativa a la relación entre lo natural
y lo cultural o a la experiencia de la maternidad, representadas sobre todo en las inda-
gaciones de las pensadoras francesas Julia Kristeva, Hélène Cixous o Luce Irigaray,
influidas por conceptos del posestructuralismo como el de “différance” de Derrida y “la
fase imaginaria” de Jacques Lacan.
A las tres fases propuestas por Showalter se añadiría una cuarta, a partir de las rela-
ciones que a fines de los años ochenta el feminismo ha establecido con la crítica gay
y la lesbiana. De allí surge una nueva disciplina de corte más amplio que incursiona
en todos los enfoques dedicados a explorar la identidad sexual y su desarrollo en el
espacio social. Los denominados “Gender Studies” irrumpen con fuerza en la era del
SIDA y a principios de los noventa, confluyen con una corriente más militante conocida
como “Queer Theory”. Esta nueva disciplina se mueve en un amplio ámbito de estudios
de las ciencias humanas, sociales y culturales, y cuyo tema de discusión ya no es sólo
la mujer, sino el papel de los géneros en la sociedad y la construcción de los binomios
feminidad/masculinidad y heterosexualidad/homosexualidad. La corriente de los Estu-
dios de Género es producto del desarrollo de las teorías post-estructuralistas en los
años ochenta y es una de las más activas hoy en día.

Pero, a los fines de aportar un recorrido de intencionalidad didáctica a estos plan-


teos, recurro a un clásico en el estudio de la teoría literaria feminista como es el texto
homónimo de Toril Moi (1999) que se centra en las dos corrientes responsables de la
instalación crítica de la problemática: la anglo americana y la francesa.

2.1 La corriente angloamericana


En la década del ’60, se popularizan los movimientos activistas de las americanas
contra el racismo y la guerra y en los ’70 se profundizan las tendencias políticas en el
nuevo movimiento de las mujeres.
Pero la suerte de la crítica literaria no corre tan velozmente. Por esa época sólo cinco
textos constituyen la base de la crítica angloamericana feminista: el ya citado de V.
Woolf (1927); El segundo sexo de S. de Beauvoir (1949); The troublesome Helpmate de

25
Catherine M. Rogers (1966), Thinking about Women de Mary Ellmann (1968) y Sexual
Politics de Kate Millet (1969).
Uno de los problemas más serios (todavía en los ’80) es la falta de independencia
espacio/poder ya que la crítica literaria feminista nace y se desarrolla en los mismos ámbitos
académicos. Sector secularmente masculino que se pretende criticar y reformar.
Con referencia a Kate Millet, Moi reconoce que si bien aporta un elemento inno-
vador en su implacable defensa del derecho del lector a adoptar su propia perspec-
tiva destruyendo la imagen de receptor crítico pasivo/femenino del discurso autoritario,
llama la atención su sistemático rechazo en reconocer la influencia de sus predece-
soras escritoras. De hecho, con la única excepción de Charlotte Brontë, su texto trata
exclusivamente de autores masculinos.
Otro rasgo negativo es cómo todavía se soslaya la atención en las estructuras formales
y se atiende sólo al contenido, para contestar iconoclásticamente los textos escritos por
autores que presumen la supremacía sexual de los hombres y la defienden.
La crítica feminista posterior, como ya lo anticipara, empieza por el contrario a afrontar
el problema de cómo se debe leer un texto escrito por una mujer y qué hacer con
la categoría de autor heredada de la crítica tradicional.
Lo interesante de los planteos de esta época es que se empieza a centrar la aten-
ción en las mujeres como palabra y a partir del concepto de “analogía sexual” se intenta
demostrar cómo el hábito intelectual de analizar y comprender los fenómenos determi-
nados por las diferencias sexuales originales, influencia profundamente la percepción
del mundo que cada cual elabora.
Categorías sexuales aparentemente obsoletas: varón: fuerte y activo vs. mujer:
débil y pasiva siguen sin embargo operando y perpetuándose en las tradicionales
metáforas de fertilidad, gestación, embarazo y parto.
Mary Ellman, afirma Moi, aporta un elemento interesante ya que su aversión por la
autoridad le permite detectar 11 estereotipos de la feminidad en los textos escritos por
hombres: indecisión, pasividad, inestabilidad, confinamiento, piedad, materialidad, espi-
ritualidad, irracionalidad, complicación y dos imágenes recurrentes de la mujer desde el
prisma masculino: Bruja y Arpía.
Particularmente innovador es el reconocimiento, en escritoras pioneras como Jane
Austen, del recurso del humor, el ingenio y la ironía (que la crítica posterior revalo-
riza como estrategia escrituraria femenina) para socavar la “autoridad” de la escritura
masculina y deconstruir los estereotipos de mujeres y de literatura de mujeres creados
por los hombres.
De este modo también se perfila como iniciación de lo que se dio en llamar “La
crítica de imágenes de mujer”.
Patricia Spacks (citada por Moi) reconoce el surgimiento de una nueva categoría: no
la indecisión de la pasividad, ni la irresolución de la inestabilidad, sino el recurso feme-

26
nino de la evasión. El adversario que trate de atacar no encontrará a la mujer donde
estaba previamente, encarnándose así un tipo de mujer semejante al mercurio, siempre
brillante y en movimiento irregular.

En sus análisis de las “palabras de mujeres”, Ellman llega a demostrar que todo
estereotipo es autodestructivo y no cae en la tentación de pensar que la ideología
machista dominante sea un todo monolítico y unificado.
Trabajando su enunciado a partir de la ausencia de una voz de narrador identificable
(característica de las formas hegemónicas) y yuxtaponiendo afirmaciones contradicto-
rias, logra desarticular el estilo de la escritura tradicional masculina y deja al lector en
libertad de generar sus propias interpretaciones.
Por último, para demostrar las consecuencias negativas del pensamiento por analo-
gías sexuales, enfatiza categóricamente que la sexualidad no es reconocible en las
estrategias retóricas o en la construcción de las frases. La diferencia estaría centrada
en la mirada que se ejerce desde fuera.

2.1.1 “Imágenes de mujer”


Según Moi es la rama más fértil de la crítica literaria feminista de los ’70 que dio lugar
a una infinidad de textos, cursos y debates en los ámbitos académicos angloameri-
canos. Este campo de estudio se orientó al análisis de la vinculación entre la literatura
y la vida y sobre todo de la lectura como un acto experiencial entre el autor y la vida del
lector que deviene en crítico.
En el ensayo que da carta de ciudadanía: Images of Women in fiction (1972), Susan
Koppelman Cormillon expuso claramente la demanda de autobiografía de la crítica
feminista porque responde a uno de los presupuestos básicos del feminismo y es
que todos hablamos desde un determinado lugar conformado por diversos factores
internos y externos. Por ello solicitaba presentar desde el vamos al lector las limita-
ciones del punto de vista en que cada uno se sitúa.
La finalidad de esta tendencia fue la de mostrar las “falsas imágenes” de la mujer en
la literatura por oposición a la “mujer real”. El problema es que en su pretensión exage-
radamente realística, se acababa muchas veces desconociendo la cuota de creatividad
y la complejidad de la creación literaria. Y por otro lado, este deseo de representación
real contendía con la pretensión de representación de modelos femeninos ejemplares.
Si bien se le censura a esta corriente su casi absoluta falta de conciencia teórica y
literaria, su insistencia en los factores históricos y sociológicos son cualidades que las
críticas feministas actuales todavía defienden. Y por sobre todo el que haya dado paso,
hacia 1975, a una propuesta superadora e interesante.

27
2.1.2 Estudio de la literatura de mujeres
Abordar en forma independiente la literatura de mujeres no encontraba justificación
en la igualdad de sexo, como lo defiende Showalter, sino en pensar que se debían
incluir problemas comunes de artistas e integrantes del mercado literario y social.
Moi destaca tres estudios que aparecieron a finales de los ’70 y que señalan la
madurez crítica alcanzada por esta línea, al reconocer la literatura producida por mujeres
como una “subcultura” con perfiles propios. Al tiempo que se inicia una tradición lite-
raria femenina que reconoce filiaciones no desde lo biológico sino desde lo social.
Los textos canónicos en este sentido son: Literary Women (1976) de Ellen Moers;
A literature of Their Own (1977) de Showalter y el ya citado The Madwoman in the Atic
(1979) de Sandra Gilber y Susan Gubar.
Con algunas diferencias entre ellas, todas coinciden en mostrar que la tarea titánica
de la mujer escritora a lo largo de los siglos fue operar desde la soledad al carecer de
conciencia de identidad colectiva. Y sin embargo, las críticas logran hacer visible que
es posible reconocer una tradición que las incluya y que el desarrollo de esas tradi-
ciones no es diferente a cualquier otra subcultura literaria.
El tercer texto mencionado, es relevante porque además de proponer una impre-
sionante propuesta de lectura de la producción literaria femenina durante el siglo XIX,
propone una teoría nueva sobre la creatividad literaria de las mujeres como respuesta
a las consecuencias del mito falocéntrico.
Reconociendo como categoría central la figura de “la loca” presentada como un
doble esquizofrénico de la escritora, Gilber y Gubar logran demostrar cómo las escri-
toras del siglo XIX, oscureciendo niveles de significación, utilizando rodeos enuncia-
tivos y proyectándose en personajes oscuros, lograron sin embargo, oponerse a la
autoridad literaria machista proponiendo un nuevo paradigma de escritura.
Sin negar su valor, la crítica posterior (entre ellas Moi) reconocen sin embargo que las
autoras de esta propuesta, se equivocaron al partir de una idea de esencialidad autoral
femenina proyectada en una indiscutible integridad textual lo que les impidió reconocer
las contradicciones y fisuras de la ideología machista contenidas en los textos. Por otro
lado, en su deseo de criticar el ventriloquismo masculino, Gilber y Gubar se arrogan el
derecho (a su vez autoritario) de imponer una crítica femenina que remeda estereotipos
de lo que precisamente pretendieron contestar.
Otro ejemplo, según Moi, de los insolubles problemas que la crítica angloamericana
se vio imposibilitada de resolver.

2.1.3 Algunas propuestas diferentes se dieron en el sector de la crítica compara-


tiva feminista, en especial Annette Kolodny quien postula la necesidad de reexaminar
la validez de los juicios estéticos. En sus análisis recuperaba dos modelos estilísticos

28
típicos de la novela escrita por mujeres los que reconocía como categorías de análisis
válidas para mostrar la “diferente experiencia” que subyace en el uso que las mujeres
hacen de las imágenes: la percepción reflexiva y la inversión de los estereotipos a
través del humor.
En esta línea se inscribe Showalter, al proponer dos tipos de críticas feminista:
1. la de la mujer como lectora o lectura feminista de la crítica
2. la de la mujer como escritora o ginocrítica que trata tanto la historia, temas,
géneros y estructuras de la literatura escrita por mujeres como la psicodinámica de la
creatividad femenina.
Si bien es importante el carácter interdisciplinario que se reconoce a este modo de
abordar críticamente el texto, Showalter parece dejarlo afuera y destacar sólo elementos
empíricos y extraliterarios. En su esfuerzo por negar la crítica de hombres para no
depender de ella, manifiesta todavía según Moi, cierta imposibilidad para dar respuesta
a las preguntas sobre ¿qué significa interpretar o leer? y ¿qué es en definitiva un texto?
Tratando de negar el “canon” humanista patriarcal, didáctico y modélico, deja afuera
todo aquello que se presenta como perturbador o marginal. Showalter pretende crear
un canon distinto que dé cuenta de la diferencia, pero repitiendo en cierta medida la
opresividad del anterior.

Moi culmina esta sección señalando que a pesar de la profusión de estudios y publi-
caciones, no ve en la crítica feminista angloamericana métodos y procedimientos analí-
ticos nuevos sino más bien que su importancia radica en el fuerte impacto que tendrán
sus planteos en el terreno de la política.

2.2 La teoría feminista francesa


Moi destaca la presencia de Simone de Beauvoir y Lacan y señala el momento de
emergencia de los primeros movimientos feministas franceses en los sucesos relacio-
nados con el Mayo del ’68 parisino.
El psicoanálisis es su rasgo definitorio y Hélène Cixous, Luce Irigaray y Julia Kristeva
sus voceras. El debate feminista sobre la naturaleza de la opresión de la mujer, la dife-
rencia sexual y sobre todo la especificidad de las relaciones de la mujer con el lenguaje
y la literatura, sus más importantes aportes.
Al intentar despegarse de las teorías de la igualdad, del esencialismo y el antipsicoa-
nálisis Beauvoiriano, las feministas francesas desarrollan un discurso crítico basado en
el concepto de la diferencia con fuerte influencia lacaniana.
Moi reconoce la gran deuda que las tres teóricas mencionadas tienen con las inter-
pretaciones lacanianas postestructuralistas del psicoanálisis freudiano. Las tres, dice,
para pensar la problemática de la mujer y el discurso se remitieron a la teoría lacaniana

29
sobre el orden Imaginario y Simbólico en la evolución del sujeto y en los procesos de
adquisición del lenguaje.
También a la teoría lacaniana de las Fases del Espejo, las experiencias del cuerpo,
la dualidad y el descubrimiento de lo Otro, donde el pensador francés indaga sobre la
presencia del subconsciente en el lenguaje y en la representación del deseo.

2.2.1 La propuesta de Hélène Cixous es netamente poética. Si bien reniega de la


teoría y del análisis, elaboró en las década del ’70 una serie de escritos semiteóricos
sobre las relaciones de la mujer con el feminismo, feminidad y producción literaria, en
un estilo marcadamente poético, metafórico y brillantemente original.
Según Cixous, influenciada por el pensamiento derridiano, la filosofía y el pensa-
miento literario occidental han estado desde siempre atrapados en una serie de oposi-
ciones binarias que remiten a la dicotomía de lo masculino vs. lo femenino y a su conse-
cuente evaluación polarizada entre positivo/negativo. Su propuesta es proclamar a la
mujer como fuente de vida, poder y energía y dejar hablar un lenguaje femenino capaz
de destruir los binarismos falogocéntricos (recurre para ello al término inventado por el
mismo Derrida).
De allí la elaboración de una teoría de la escritura tributaria del concepto derrideano
de la différance. La escritura femenina debe tender a lo múltiple y heterogéneo para
dejar jugar la libre combinación de los significantes. En búsqueda de la libertad y el
placer de la apertura, Cixous niega los opositivos femenino/masculino en la escritura
y reconoce la existencia de una “escritura femenina o de feminidad libidinosa que se
puede leer en obras de autor tanto de sexo masculino como femenino”. Pues para
Cixous es el estilo y no el sexo del autor lo que cuenta:

El que una obra esté firmada por un nombre de mujer no significa necesariamente que sea feme-
nina. Podría ser perfectamente una obra masculina, y a la inversa, el que una obra esté firmada por
un hombre no la excluye de la feminidad. (Moi, 1999: 118)

En su estudio La risa de la Medusa (1975) manifiesta su convicción por la existencia


de una naturaleza inherentemente bisexual en todo ser humano lo que permitiría el
reconocimiento de esa otra bisexualidad múltiple, variable (que estaría más cerca de lo
femenino) que no anula las diferencias o fronteras entre los sexos, sino que las fomenta
y provoca la inscripción del deseo en el cuerpo.
Manteniéndose en una línea antiesencialista y antibiologista, reconoce que las
mujeres tienen mucha más tendencia a ser bisexuales que los hombres, pero que
algunos hombres pueden alcanzarlo en la escritura. De hecho, reconoce que en Francia,
sólo Colette, Marguerite Duras y Jean Genet pueden ser calificados como escritores
femeninos o bisexuales.

30
Otro planteo interesante es la relación que postula entre literatura y feminidad
centrada en la figura de la Madre como fuente y origen de la voz. La feminidad en lite-
ratura es la expresión de una voz que materializa el pensamiento y el cuerpo en el acto
de hablar reflejando la propia identidad. La voz de la mujer es la materialización de su
psique más profunda, de la voz originaria, la canción primera que nace antes de la
Ley. Y por ende es una escritura situada fuera del tiempo, cerca o dentro de la sintaxis
materna, en un verdadero y edénico plural femenino.
Su estudio sobre Clarice Lispector es una descripción magnífica de esta teoría. Las
imágenes bíblicas y mitológicas, el agua como elemento emblemático de lo femenino,
la energía procreante y arrebatadora de la escritura, los poderes imaginativos de sus
entrecruzamientos semánticos, son sus marcas estilísticas más notables.
Sus violentas yuxtaposiciones, las construcciones tortuosamente parentácticas,
las repeticiones, elipsis, divisiones y fragmentaciones, constituyen la deslumbradora
belleza de su estilo formal.

2.2.2
El hombre y la mujer pertenecen a dos esferas diferentes, no tanto por la anatomía sino por el tipo
de relación con el mundo que introduce la reproducción. Nacido de una mujer, el hombre nace
separado, la mujer nace de lo mismo. (Luce Irigaray)

En su monumental tesis doctoral: Speculum de l´autre femme (1974), Irigaray analiza


la problemática de la representación de la feminidad/mujer desde el discurso filosó-
fico occidental masculino en que la ha explicado como el polo negativo de su propio
reflejo.
Con un estilo ligado a la técnica de cita textual y a la crítica de la deconstrucción (y
muy cerca de la visión sobre el lenguaje femenino de Cixous), utiliza la metáfora del
espejo para explicar su tesis de que la mujer es la imagen negativa reflejada del Otro.
Un Otro que reflejándose a sí mismo, refleja a la mujer como negación y ausencia.
La mujer puede elegir el silencio, la imitación histérica o, para escapar de la lógica
machista, elaborar un “habla mujer” que se encuentra en íntima conexión con la fluidez
y el tacto y en la línea de un esencialismo que caracteriza a la “mujer” como ser múltiple,
descentrado e indefinible.
La crítica posterior, destaca Moi, ha señalado como falta su planteo eminentemente
filosófico con la ausencia de un análisis histórico y materialista del impacto del discurso
machista sobre las mujeres.
Contradicciones en que cayó la crítica feminista en general y que Kristeva, al enfocar
las cuestiones de la opresión y la emancipación desde una perspectiva diferente, viene
a renovar, aunque no pueda incluirse, y precisamente por ello, como una teórica femi-
nista.

31
2.2.3 Con respecto a Kristeva, Moi recuerda el apelativo de “´étrangère” que le
otorgó Barthes no sólo por ser rumana en Francia, sino por la perturbación que su obra
le provocaba, y que su misma extranjeridad situaba en otro lugar, socabando las fron-
teras del consolidado discurso francés. Esta misma marginalidad es la que sostiene
Kristeva para hablar de la mujer a la que se niega definir, porque considera que mujer
es aquello que no se puede representar, que está afuera de los hombres y de las ideo-
logías.
Se puede decir que Kristeva realiza un peculiar camino desde una primera etapa
de estudios lingüísticos y semióticos y, a comienzos de 1974 con su formación como
psicoanalista, un marcado interés por los problemas de la sexualidad, la feminidad y
el amor, lo que la llevará a escribir sobre temas relacionados con la mujer y el femi-
nismo.
Si bien no elabora ninguna teoría sobre la feminidad, sus conceptos sobre la “margi-
nalidad”, “subversión” y “disidencia” fueron ampliamente útiles y apropiados por las
feministas, lo mismo que sus teorías sobre la diferencia sexual y la constitución del
sujeto.
Su postura frente a una ética que subvierte la marginalidad con la marginalidad, se
basa en la profunda desconfianza de Kristeva de poder defender una idea de identidad
y de identidad sexual en un contexto teórico y científico que amenaza toda presunción
identificatoria.
Por ello también rechaza la noción de escritura femenina o formas de hablar propias
de la mujer. Aun reconociendo que sería posible descubrir algunas peculiaridades esti-
lísticas y temáticas en algunas obras escritas por mujeres, reniega de la posibilidad de
definir el origen de esas peculiaridades y la medida en que el mercado condiciona su
emergencia.
Su idea más valorada por las feministas es que lo que reprime la sociedad machista
no es la mujer sino la maternidad. Experiencia que impide una relación necesaria entre
reproducción y jouissance.
De allí la importancia de sus estudios sobre la representación de la maternidad y de
la Madonna en la cultura occidental, en particular desde su génesis y constitución del
código amoroso medieval, para señalar como base material (desde el punto de vista
ideológico y psiconalítico) en la opresión de las mujeres, el rol primordial que la cultura
otorgó a la maternidad.

Para Kristeva, si la mujer como tal no existe, propone entonces poner el énfasis no en
el sexo del hablante, sino en el análisis de los elementos que componen al individuo:

Es precisamente ahí, en el análisis de su difícil relación con su madre y de su diferencia de todos


los demás, hombres y mujeres, donde la mujer encuentra el enigma de la feminidad. Es necesaria
una concepción de la feminidad que implique tantos “femeninos” como mujeres.

32
Si bien es conocido el compromiso inicial de Kristeva con el marxismo chino, según
Moi, las ideas más importantes de la crítica rumana incurren en formas de subjeti-
vismo político muy discutibles. Su interés por el sujeto individual parece ser la causa
de su imposibilidad por elaborar una teoría más amplia o general de la feminidad o un
compromiso político más declarativo. También se le critica su falta de análisis en su
concepto de marginalidad de las relaciones entre individuo y sociedad y de las causas
materialistas de las relaciones sociales.
Pero Moi destaca que las críticas no deben empañar los aspectos positivos de su
obra en las nuevas perspectivas abiertas por la investigación feminista posterior. Apli-
cando su teoría del lenguaje y de la ruptura del sujeto al campo de la identidad y la dife-
rencia sexual, concluye:

Obtenemos una visión feminista de la sociedad en la que el significante sexual tendría libertad
de acción, en la que el hecho de nacer hombre o mujer no determinaría la posición del individuo
respecto al poder, en la que la misma naturaleza del poder estaría transformada.
Jacques Derrida formuló una vez la pregunta: ¿Qué ocurriría si tuviéramos que enfrentar una rela-
ción con el otro en la que el código de la condición sexual dejara de ser discriminatorio?... su
respuesta utópica pero sugestiva fue: “La relación (con el otro) no sería asexual, muy al contrario,
sería sexual aunque de forma completamente diferente, más allá de la diferencia binaria que rige el
decoro de todos los códigos, más allá de la oposición femenino/masculino, más allá de la homo-
sexualidad y de la heterosexualidad que vienen a ser lo mismo... me gustaría creer en una multipli-
cidad de voces determinadas sexualmente...”. (Moi, 1999:179)

3. Estudios sobre sujeto y género


Desde la rama de la filosofía, es interesante el estudio homónimo que nos propone
María Luisa Femenías.
Cuando en 1949 Simone de Beauvoir publica El segundo sexo la mayoría de los
países occidentales habían otorgado reivindicaciones a la mujer (como el generali-
zado derecho al voto) pero en la realidad seguían numéricamente relegadas entre los
marginales y dependientes de la sociedad. Beauvoir promueve entonces fuertemente
la “cuestión femenina” al indagar/se seriamente cómo influyó en ella el “ser un ser
humano mujer” y por extensión cómo pesa la realidad en un ser humano mujer que
habita un mundo ajeno, esencialmente masculino.
Tomando el concepto existencialista de “situación”, Beauvoir llegó a la conclusión
de que el sujeto no es absoluto ni tiene libertad absoluta porque está en permanente
interacción con los otros. En el caso de la mujer, por su misma experiencia de asime-
tría histórica con el varón, los límites de su situación se convierten en paradigmáticos
y requerirían un urgente proceso de reflexión. Pero al definir a la mujer como unidad
de significación esencial que construye su género bajo la determinación del propio

33
sistema político representacional, las conclusiones de Beauvoir respondieron a una
visión de “feminismo esencialista y de la igualdad”. Cuestión muy criticada posterior-
mente ya que defendiendo la “esencialidad femenina”, involuntariamente, continuó
colaborando con el status quo.
Sin embargo no puede desconocerse el papel movilizador que generó su noción
de sexo como “sexo vivido culturalmente” y de cuerpo-sujeto en situación como locus
donde se manifiestan concretamente las experiencias vividas. Ideas que sirvieron de
estandarte al feminismo más radicalizado de los ’60 y ’70, abriendo la puerta a un
abanico de problemáticas teóricas y a una prolífica dinastía teórica.
Kate Millet (1970-1993), una de sus primeras “hijas intelectuales”, retomó las teorías
de la superioridad natural del varón para construir una teoría sobre el patriarcado en
términos de política sexual o constructo político legitimador del status quo vigente.
Millet es una de la primeras en hacer distinguibles las diferencias entre las categorías
de sexo y de género reconociendo al segundo como una construcción cultural ligada
al lenguaje, mientras que el sexo es una función no inevitablemente ligada a lo
biológico, sino a lo cultural.
El género es entonces lo que “la profecía de autocumplimiento” anuncia cultural-
mente en el sexo del ser cuando nace y que la sociedad se encarga luego de definir,
no sólo por medios legales sino también a través de actividades socializadoras más
amplias y sutiles.
La genealogía beauvoiriana, como vimos, continuará luego en una nueva línea que
profundiza una “idea de la diferencia” y que, apartándose del feminismo más radicali-
zado se inclina por indagar las relaciones entre género y lenguaje.
Para alejarse de la voz y la lógica del logos falocéntrico, las teóricas feministas se
acercan a las teorías posestructuralistas y sus planteos de desontologización del sujeto
para poner en evidencia que en tanto sexo a-lógico, las mujeres deben empezar por
construir un nuevo orden simbólico con nueva voz y una lógica diferente.
Dos afirmaciones de la teórica francesa Judith Butler (1986) pivotean en las reflexiones
de la última hija de Beaouvoir. Ellas son:
- el cuerpo como constructo histórico
- no se nace mujer, se hace.

Pero al permanecer ligada todavía a una fuerte concepción de determinismo bioló-


gico binario y al mantenimiento de un residuo ontológico que homologa la concep-
ción de sujeto al cogito cartesiano y al ser-en-sí sartreano, Butler ve en Beauvoir una
carencia y toda su construcción genérica como una mera expresión de deseo. Otra de
las críticas fuertes que le hace Butler es que a pesar de insistir sobre la construcción
histórica del cuerpo, Beauvoir piensa como coextensivos la subjetividad y la corpora-
lidad, sin poder escapar del binarismo sexual que reconoce sólo dos sexos: ser varón
y ser mujer.

34
Butler no niega la facticidad biológica pero reconoce que el cuerpo sexuado es un
constructo como lo es el género. Ser mujer no depende del hecho de nacer hembra
sino de un proceso de enculturación por el cual la mujer asume y corporiza la idea
histórica y las significaciones culturales de su género. Implica también una construc-
ción de voluntad autoconstructiva de cada mujer que se apropia y proyecta, en perma-
nente e inacabada dialéctica, una de las renovadas posibilidades culturales.
Butler elabora una noción de género-mujer al que reconoce como “un modo contem-
poráneo de organización de las normas culturales pasadas y futuras, un modo de
situarse uno mismo con respecto de estas normas, un estilo de vivir el propio cuerpo
en el mundo” (citada por Moi, 1999:41).
No nacemos con un género pero sí con un sexo (según Beauvoir) y todo ser humano
califica desde un cuerpo sexuado. Por ello Judith Butler propone una Teoría Performa-
tiva del Género que pivotea en las cuestiones discursivas de la narrativística posmo-
derna. Si tanto sexo como género son meras construcciones discursivas, para desar-
ticular el proyecto falocéntrico se debe transgredir y dislocar la materialidad misma del
cuerpo, deconstruir la base biológica de los sujetos humanos. Allí donde Beauvoir se
pregunta cómo es posible en el entretejido del mundo, “ser mujer”, Butler enfatiza que
el gran desafío de la crítica feminista es hoy percibir la multiplicidad de funciones de la
sexualidad que dan lugar a la construcción de formas paródicas de género-sexo.
De ahí también su defensa de una identidad democrática plural donde el reconoci-
miento de las diferencias no niegue la lucha por la igualdad jurídica

(...) En otras palabras, los ideales de la igualdad no pueden simplemente contrastarse con un prin-
cipio inconmensurable de la diferencia. Es necesario saber en qué (no a qué) somos iguales, en
qué (no de qué) somos diferentes, porque cualquier defensa de la diferencia y de la especificidad
descansa necesariamente sobre una máxima que trasciende los particulares. (Moi, 1999:288)

Desde el contexto español, la estudiosa Alicia Puleo señala en su libro Filosofía,


género y pensamiento crítico (2000), el esfuerzo que desde el ámbito de las cien-
cias sociales, en especial desde la filosofía y la sociología, los/las investigadores de
la problemática del género vienen realizando y el modo coercitivo en que los grupos
canónicos de poder intelectual y político, ejercen contra ellos.
En sus preocupaciones por impugnar el saber hegemónico sobre los sexos y corregir
la parcialidad de género en la Filosofía o en la educación, estos recorridos son tachados
de parciales, interesados y menores. Y sus avances son generalmente neutralizados a
través de mecanismos de devaluación o silenciamiento.
Pero la estudiosa reconoce que en los últimos años se ha desarrollado una tarea
inédita y de sustancial importancia: los estudios feministas o de género en los enclaves
universitarios, van posibilitando una sistemática compilación y exhaustivo estudio de
los textos no recogidos por la historia oficial de la Filosofía.4

35
Los objetivos –y resultados– de esta empresa son múltiples. Enumeraré algunos de ellos. En primer
lugar, se trata de establecer la continuidad de una tradición para examinar las condiciones de
posibilidad tanto sociopolíticas como intrateóricas de su aparición. En segundo lugar, como todo
estudio histórico, previene contra posibles retrocesos y repetición de errores... En tercer lugar, en
tanto tradición no sexista, constituye un acerbo cultural en el que apoyarse para no partir –como
ha sido a menudo el caso en este tema– una y otra vez de cero y reinventar el Mediterráneo con el
consiguiente derroche de energía y pérdida de tiempo. En cuarto lugar permite comprender mejor
incluso el pensamiento de los filósofos estudiados en la tradición hegemónica… La desaparición en
la memoria histórica de lo que podríamos calificar de disidentes del orden del género patriarcal difi-
culta la integración de las teorías ortodoxas que en realidad se forjaron al calor del debate de los
pensadores feministas. Finalmente, quiero agregar que un último objetivo debe ser rendir un mere-
cido y justo homenaje a todos aquellos que fueron capaces de superar prejuicios y pensamientos
interesados y, por lo mismo, tuvieron que enfrentarse a la opinión mayoritaria con las consiguientes
desventajas que ello acarrea (Puleo, 2000: 88)

4. Los nuevos abordajes


Una tercera ola del feminismo que surge entre los años 80-90 y con gran vitalismo en
el nuevo milenio, incorpora los planteamientos del feminismo cultural: Mary Daly (ecofe-
minismo), Adrienne Rich (feminismo lesbiano), teniendo como eje las preocupaciones y
los debates en torno a la pornografía y la posterior configuración de un feminismo contra
la censura defendido por la médica antropólogista norteamericana Carole Vance y la
especialistas en estudios de género Ann Snitow. Por otra parte, también a partir de los
’90 en EE. UU., por efecto de los estudios sobre la globalización y las contiendas entre
Oriente y Occidente (Edward Said; Homi Bhabha) y en Europa a la luz de los escozores
provocados por los acomodamientos de la Unión Europea y la problemática de la inmi-
gración subsahariana y de los países de la ex URSS, el discurso feminista se ha ido enri-
queciendo conforme diversos grupos minoritarios que pretenden también reivindicar su
derecho a hacerse oír.
Sin duda, las primeras en denunciar los flagrantes silencios del feminismo domi-
nante fueron críticas afroamericanas como Lillian Robinson, Barbara Smith o Bell
Hooks, mientras que la novelista Alice Walker acuña el término “womanism” para evitar
usar uno tan tradicionalmente racial y excluyente como el de “feminism”.
Similares han sido las posturas adoptadas por Adrienne Rich desde la óptica lesbiana,
Gayatri C. Spivak desde la postcolonial, Paula Jun Allen desde la nativo-americana o
Trinh Min-ha desde la asiático-americana.
A menudo, este feminismo de tercer (o cuarto?) impacto, por sus planteos críticos
contra los anteriores y su apuesta por la deconstrucción de los conceptos de género,
raza, sujeto, identidad, ha sido denominado posfeminismo.
Estas tendencias iniciadas en los noventa, todavía representan los recorridos actuales

36
con fuerte presencia del Feminismo queer: en los estudios de la comparatista Judith
Butler, de Eve Kosofsky Sedgwick y del cyborfeminismo estudiado por la histórica
del pensamiento Donna Haraway, pasando por el Feminismo transexual generado
por la poliédrica artista del ciberespacio, cyborgs y transgender, Sandy Stone, funda-
dora y directora del Laboratorio Tecnológico de Comunicación avanzada de la Univer-
sidad de Texas, y autora de conceptos posmodernos sobre la multiplicidad y los flujos
identitarios.

5. Una propuesta de comparatismo “al femminile”


Además de las corrientes antes mencionadas es interesante hacer una mención a lo
que ocurre en ámbito académico italiano, donde surgen los nombres de Giulia Colaizzi,
Paola Mildonian y una propuesta de enfoque comparatista “al femminile”, en la que se
destaca por su activismo, la profesora Liana Borghi de la Universidad de Florencia.
En una compilación que realizara con Rita Svandrlik de estudios comparados sobre
la mujer como S/Objeto imaginario,5 estas autoras (especialistas en literatura anglo-
americana, una y germanística, la otra) explican que por necesidad disciplinar, al incur-
sionar en literaturas extranjeras, debieron desarrollar una especial tendencia al diálogo
interlingüístico, multi y paracultural. Lo que las llevó a proponer superar los límites y las
fronteras disciplinares y culturales y pensar (apoyándose en planteos derrideanos) que
todo límite es

…doble, móvil, permeable, que toda traducción es una equivalencia y una reescritura, que igualdad
y diferencia no son dos polos sino la indicación de un pasaje franqueado de pluralidades ya que
cada límite se relaciona con otros, incluso con los propios” (Borghi - Svandrlik, 1996:12. La traduc-
ción me pertenece)

Las estudiosas parten de la idea de que las mujeres han practicado desde siempre
la comparación y un trabajo incesante de “traducción textual” en una cultura dominada
por los hombres. Pero que hoy más que nunca, inmersos en un mundo marcado por la
expansión transnacional de la tecnología, la ciencia y las contaminaciones culturales,
en que la tecnología comunicacional opera cambios sustanciales en nuestra mirada
sobre el texto y las relaciones que instauramos con ellos, nos estamos viendo obli-
gados a asumirnos como políglotas y comparatistas, debiendo incorporar cambios
metodológicos y orientaciones cada vez más inter y multidisciplinarias.
Situación que las habilita, en lo que respecta al género, a plantear la necesidad de
preguntarse de qué modo se puede hacer comparatismo “al femminile”
Quizás, reconocen, la zona de frontera más problemática para quien se ocupa de
estudios sobre, por, de las mujeres (no considerados disciplinares todavía en Italia) es la
diferencia sexual y su acepción como genérica. Si la crítica feminista se ocupa de cómo

37
los textos crean, critican, escudriñan los mapas genéricos y habiendo las mujeres (y sus
representaciones y formulaciones genéricas) traspasado fronteras e invadido todos los
ámbitos, perfilar una literatura comparada “al femenino” es pensar en ocuparse no sólo
de aquello que es género, sino también de todo aquello que no lo es.

Es un proyecto político también el S/objetos imaginario de nuestro título. Sujeto dividido y contra-
dicho à la De Lauretis, emergente de la des-identificación con la feminidad, conciente de habitar
la ideología y de ser habitado por ella, y que aspira, sin embargo a ser sujeto histórico, sexuado,
sujeto de lengua y de cultura. En cuanto al S/Objeto de la comparatística al femenino, se define a
través de un proceso de exceso, negociando un feminismo multiforme de conciencia y de práctica.
Con la barra quisimos ex profeso marcar ese límite entre Sujeto y Objeto que hace posible la subje-
tividad, y llamar la atención sobre el proceso específico de subsistencia y de resistencia que marca
nuestros cuerpos de mujer, cruzando y contradiciendo las diferencias entre nosotras. Que luego
nuestro S/Objeto sea definido imaginario, se refiere no sólo al hecho de que “en el horizonte episte-
mológico patriarcal”, como dice Locatelli, la mujer es un S/Objeto imaginario, y no sólo en la cons-
trucción narrativa de un personaje, sino justamente en la dimensión del Imaginario, al que sin entrar
en el debate sobre el imaginario femenino, hemos visto como “una matriz de fantasía y ficción”,
lugar de identidad y de identificación donde la escritora puede recuperar la dimensión fusional con
la Madre. La barra sirve también para indicar el deseo que nace del encuentro-desencuentro de
nuestra subjetividad con el mundo, un deseo de relación que podríamos llamar de comparación y
en cierto sentido, utopía.
Así como para nosotros el comparatismo es producto y producción del deseo, para
Giovanna Covi en este volumen, es una necesidad vital del feminismo, expresión de su “creoliza-
ción interna”, “performance de una tradición que es resistencia y transgresión, pero jamás asimila-
ción”. No es por tanto un caso que este libro nuestro muestre entre líneas, la práctica necesaria e
interesada, típica de la crítica feminista que todas las autoras de estos ensayos han experimentado
con variantes, de comparar los textos de un canon internacional continuamente en expansión y revi-
sión, usando metodologías diferentes pero casi siempre afines. El gran motivo de cohesión, más
allá de los recorridos individuales, parece ser el análisis del género. (Borghi - Svandrlik, 1996:14-15.
La traducción me pertenece)

Partiendo de estos postulados y en la necesidad de llevar a la acción la intención


comparatista, la misma Liana Borghi, desde su Laboratorio Raccontar/si, que organiza
cada verano desde 2001, en la ciudad de Prato, propone la reflexión y formación de
especialistas en mediación intercultural.6 En una Europa, e Italia en particular, sometida
a la experiencia de la inmigración incontenible de hombres y mujeres de países subde-
sarrollados atraídos por los atractivos de la CE, la mediación es un trabajo que realiza
en especial una persona de origen extranjero para facilitar la inserción de los propios
connacionales e inmigrantes en el nuevo territorio.

38
Pero las organizadoras de este laboratorio pretenden extender el concepto a la idea
de que si mediación es un procedimiento que naturalmente acompaña y facilita toda
comunicación, la profesión de mediador/ora intercultural, debe partir de la práctica de
los mecanismos de interacción intercultural. Y que si con la mediación se facilita la
acción del intercambio, aun aceptándose los riesgos de la contaminación y del noma-
dismo (modalidades específicas de entender la singularidad y la riqueza de la expe-
riencia posmoderna), todo ello hace imprescindible la reflexión crítica sobre su funcio-
namiento.
Liana Borghi parte del convencimiento de que la sensibilidad intercultural no es
algo que nace natural y espontáneamente. Ampliamente demostrado en la crueldad
y perversión que han manifestado los contactos entre grupos extraños a lo largo de la
historia.
Pero que la interacción entre culturas diversas en los nuevos contextos de la globa-
lización debe propender a la superación de los etnocentrismos, al intercambio y a la
transformación de los modos de pensar al otro, para poder alcanzarse los beneficios
de una nueva sociedad plural.
Acuerdo en un todo con sus planteos. Mucho más cuando pensamos en que la
mujer, educada para ejercer la función de mediación de la especie a lo largo de la
historia, parece tener mucho que aportar.
En Argentina, país hoy día de características migratoria, los conflictos entre culturas
diversas es un fenómeno no por solapado, inexistente. Pensemos en términos de inmi-
gración regional de personas provenientes de países limítrofes o del interior del país
hacia las ciudades que concentran expectativas de desarrollo. O en las comunidades
autóctonas todavía invisibles para la parte hegemónica de la sociedad, y en la nece-
sidad del reconocimiento de sus matrices culturales, necesidades de integración y
subsistencia.
Si bien en nuestro país no se ha instaurado todavía una acción y reflexión conciente
sobre dichos conflictos, el desafío sigue interpelándonos.

39
Notas

1. Me apropio del concepto de “reja de la mirada” conclusiones se incluyen como apéndice en esta
que utiliza la Dra. Romano Sued en el texto “Los publicación.
avatares en la construcción del género: lo femeni- 3. El hilo de la fábula, Crolla, A (dir.), Vallejos, O.; Ger-
no (y masculino) como semblante en la escritura baudo, A.; Calosso, S. (comité de edición), Santa
literaria” citado en la bibliografía. Fe, Universidad Nacional del Litoral. Desde el primer
2. Liliana Chávez, Brunela Grazioli y Carina Mey- volumen, en 2002, se han publicado 9 números, en
net, mientras cursaban el Profesorado en Letras, los que se ha dedicado amplio espacio a la proble-
realizaron en 2000 una investigación sobre la falta mática y a la voz directa de escritoras como Grisel-
de inserción de escritoras mujeres en los currícu- da Gambaro, Laura Pariani, Maria Rosa Lojo, etc.
los del nivel medio. Trabajo que fue presentado en 4. Si bien en sus rastreos analiza específicamente
el Taller de Problemática Educativa a cargo de la acciones provenientes del ámbito de la Filosofía,
Dra. Griselda Tessio. Partiendo de su experiencia podemos constatar que ello mismo puede ser
personal como alumnas durante el cursado de trasladado a cualquier otra rama del saber pues
mis cátedras “Literatura Francesa e Italiana” y “Li- el paradigma emergente impacta, disímil pero
teraturas Germánicas” (único espacio curricular efectivamente, en todas.
donde, según me manifestaron, se les platearon 5. Libro que compré en una librería especializa-
cuestiones de género y una mayor oferta de tex- da de Milán, la Libreria delle Donne (fundada en
tos producidos por mujeres) partieron de la hipó- 1975) y modelo de otras que nacieron repitiendo
tesis de que la ausencia de un canon de lecturas su espíritu, como es el caso de la también famo-
“femeninas” en la enseñanza formal se debía a la sa Librería della donne de Florencia, de la cual es
reproducción de un imaginario d e discriminación cofundadora Liana Borghi. El título de este trabajo
genérica. Canon instaurado en los niveles acadé- glosa el del libro por parecerme, en su reminis-
micos de formación profesional y por imposición cencia derrideana, pertinente e interesante para
de una doxa de base cristiano-occidental, de tra- la enunciación de la problemática.
dición masculina. 6. Se incluye en el presente libro un artículo envia-
La detección de una ausencia notable de nom- do gentilmente por la autora y autorizado para su
bres femeninos en las propuestas curriculares a traducción, que constituye el prefacio de uno de
nivel medio se hizo visible en sus trabajos a través los volúmenes colectivos que se organizan luego
de minuciosos cuadros comparativos y de los su- de la realización de cada laboratorio. Los desarro-
puestos expresados por los docentes y alumnos llos teóricos que sustentan cada convocatoria y
entrevistados, todo lo cual ayudó a corroborar la los intereses particulares de los temas debatidos,
hipótesis inicial. El trabajo se mantiene inédito, constituyen un aporte interesante para pensarlos
pero dada la riqueza de la bibliografía consulta- en función de nuestras propias realidades y los
da y el interesante recorrido teórico-metodológi- modos de transferencia a la reflexión local y a las
co, decidimos solicitar a la hoy Profesora Chávez prácticas profesionales en que las cuestiones de
que nos acercara una síntesis del mismo. Dichas género no pueden seguir siendo ignoradas.

40
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41
42
Lecturas comparadas “al femminile”1

Adriana Crolla

1. Una mujer sentada en un estudio leyendo. Esa imagen tan común y repetida en
siglos más recientes, tiene en la literatura un momento auroral: 1405; un libro: Le Livre
de la Cité des Dames y el nombre de una escritora: Cristina de Pizán.2

Sentada un día en mi cuarto de estudio, rodeada toda mi persona de los libros más dispares, según
tengo costumbre, ya que el estudio de las artes liberales es un hábito que rige mi vida, me encon-
traba con la mente algo cansada, después de haber reflexionado sobre las ideas de varios autores.
Levanté la mirada del texto y decidí abandonar los libros difíciles para entenderme con la lectura
de algún poeta. Estando en esa disposición de ánimo, cayó en mis manos cierto extraño opúsculo,
que no era mío sino de alguien que me lo había prestado. Lo abrí entonces y vi que tenía como título
‘Libro de las Lamentaciones’ de Mateolo. Me hizo sonreír, porque, pese a no haberlo leído, sabía que
ese libro tenía fama de discutir sobre el respeto a las mujeres. Pensé que hojear sus páginas podría
divertirme un poco, pero no había avanzado mucho en su lectura cuando mi buena madre me llamó
a la mesa, porque había llegado la hora de la cena. Abandoné al instante la lectura con el propósito
de aplazarla hasta el día siguiente. Cuando volví a mi estudio por la mañana, como acostumbro, me
acordé de que tenía que leer el libro de Mateolo. (Pizán, 1995:5)

¿Qué es lo que llama poderosamente la atención en este precioso tratado sobre la


lectura y sus operaciones? No es sólo la pasmosa modernidad de su discurso a pesar
del tiempo que lo separa de nuestra época. Lo notable es que quien lo dice sea una
mujer, celebrada en sedes de todo el mundo durante el 2005, año de la conmemoración
de los 600 años de la publicación de su tratado, como la primera escritora profesional (y
en notoria postura combativa de sesgo, anacrónicamente feminista) de la historia.
Otra razón, y que importa para esta indagación, es la preciosa y pormenorizada
visualización de los procesos de la lectura (en todas sus operaciones) en relación con
el sujeto genérico que la ejecuta y que propongo como tema de reflexión en trabajos
previos (Crolla, 2003; 2005; 2006).

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El paradigma woolfiano sobre la relación entre mujer y escritura tan magníficamente
desarrollado en Un cuarto propio (1928) es un marco de referencia de innegable valor
para analizar la perspectiva de la mujer como sujeto y objeto literario dentro las dislo-
caciones y contradicciones de la crítica feminista y “al femenino” como práctica polí-
tica y crítica de lectura. Como bien subrayó Adrienne Rich sobre el ensayo de Virginia
Woolf: “Call it a book, or not, call it a map of constant travel” [Llámese libro o no, (pero)
desígneselo como un mapa en continua travesía] (Rich, 1986). Libro que, por su misma
ambigüedad genérica, ensayo o novela in progress que sea, participa de la partogé-
nesis intrínseca a la oralidad y al dialogismo. Operaciones que la Woolf había instau-
rado ya con su público en la conferencia que dio origen a este ensayo como inaugural
discurso, no sobre la mujer “en” la novela, sino de la mujer como lectora y los métodos
de lectura que puedan dar cuenta de una diferente productividad textual. Operación
que se postula como un pasaje desde la comprensión (situación de las mujeres en
relación a la ficción, como sujeto u objetivada en la mirada masculina) a la significa-
ción de un problema: la relación de las mujeres con la ficción, reinterpretado como una
textualidad hiperdeterminada.
Clara Locatelli3 recupera la propuesta woolfiana para contestar (ángulo de análisis
que compartimos) no sólo la clausura textual dogmática de la hegemonía crítica falo-
gocéntrica che reprime l´irriducibile implicazione del testo e la lettura, sino y por sobre
todo, para destacar Questa condizione di mobilità, di rinvio, di dialogicità, di supplemen-
tarietà, contro la reificazione del detto, mi pare un presupposto teorico-metodologico irri-
nunciabile nel pensare la letteratura e la comparazione comparata “al femminile”.
En una perspectiva de transferibilidad dialógica y productividad teórica femenina y
comparada, la crítica italiana agrupa tres ámbitos largamente discutidos por Virginia
Woolf en su texto:
1. las mujeres como son.
2. Las mujeres y el tipo de narrativa que escriben. Queriendo significar las mujeres y
las literaturas que ellas escriben y comparan ya que, afirma, no existe literatura “al feme-
nino” que no sea intrínsecamente comparatística, sea en su estructura discursiva como
en su incipit emocional, por las operaciones de desterritorialización de los géneros
textuales y la relación entre literatura y crítica, que caracteriza a la literatura producida
por las mujeres.
3. Las mujeres y el tipo de narrativa que se escribe sobre ellas: tanto sea el problema
de su representación ficcional en las culturas patriarcales como el silencio en relación a
la crítica feminista y el tipo de crítica escrita “comparatísticamente” sobre ellas.4

Siguiendo estos postulados teóricos propongo trasladar la reflexión del método


crítico woolfiano a un cuarto ámbito de interés:
4. La mujer como lectora y las operaciones de lectura/s de las mujeres, en especial
cuando esas mujeres son escritoras que leyéndose, instauran una especie de gineceo

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escritural marcadamente creativo pero desde el enrejado de una mirada sesgada por
el cuerpo sexuado y las imágenes culturales que la definen.
Jonathan Culler, eminente representante del sector de la crítica que estudia la expe-
riencia de lectura y la posición que el lector ocupa en la determinación del sentido,
señaló la importancia del género en los procesos de lectura:

Si la experiencia de la literatura depende de las cualidades de una persona lectora, podría pregun-
tarse qué diferencia habría en la experiencia de la literatura, y por tanto en el significado de la litera-
tura, si esta persona fuera, por ejemplo, mujer en vez de varón. Si el significado de una obra es la
experiencia de un lector, ¿qué diferencia hay si ese lector es una mujer? (Culler, 1984:42)

Nadie duda ya de que cuando se nos enseña a leer no aprendemos a relacionarnos


con textos sino con paradigmas de lectura. Pero el paradigma que da sentido a los
textos producidos por mujeres preocupadas a su vez por decir y decir(se) excentrizán-
dose de los paradigmas de escritura tradicionalmente falocéntricos, exige el desarrollo
de estrategias de lectura que resulten coherentes y pertinentes con las expectativas y el
mundo sémico del universo textual producido y leído por la mujer.
Adiestramiento que exige un alto grado de experiencia, compromiso y entrenamiento
para conformar nuevas comunidades interpretativas que abran nuevos espacios ideo-
lógicos desde otra mirada que permita interpretar y reconocer los cambios operados a
la literatura por la mujer.
Pensado desde un punto metafórico se podría afirmar que las mujeres han venido
practicando la comparación desde los inicios de la humanidad al haberse visto cons-
treñidas a “traducir” por siempre y desde siempre, en y desde una cultura producida y
dominada por hombres.
Y si traducir implica leer, interpretar y trasladar a una forma y un soporte diferente al
del original para mantener vivos los contactos, ¿no es éste justamente el rol ejercido
desde siempre por la mujer al procrear y perpetuar no sólo la especie sino también los
mundos simbólicos que esa misma especie construyó para pensarse?
La lectura que proponemos, pretende ofrecer una mirada reflexiva sobre los procesos
“traductivos” y, por ende, comparatísticos que operan las mujeres escritoras cuando se
leen entre sí.
Una comparatística de género y generativa, profundamente ligada a la subjetividad,
a la experiencia y a la historia personal. Y al mismo tiempo abierta, siempre al acecho
de la palabra ajena, de las huellas que los sutiles mensajes de la “escritura cuerpo” de
otra mujer inscriben en el propio.
Tomando prestada la teoría del “cum” propuesta por Edda Melon en un notable
ensayo sobre “Vivre l´orange”, texto bilingüe de Hélène Cixous, propongo recuperar
estudios previos sobre los procesos de “lectura traductiva” para dar cuenta de las
magníficas potencialidades que posibilita esa zona de intervalo, d´entre-deux que

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surge cuando dos cuerpos (sean físicos, textuales, imaginarios) se encuentran a través
de la lectura (Crolla, 2003).
Victoria Ocampo escribe a Virginia Woolf en marzo de 1934 una carta donde comenta las
impresiones que le provocara su histórico encuentro con la ya famosa escritora inglesa:

Tavistock Square, este mes de noviembre... dos mujeres hablan de las mujeres. Se examinan, se
interrogan. Curiosa, la una; la otra, encantada...Estas dos mujeres se miran. Las dos miradas son
diferentes. La una parece decir: “He aquí un libro de imágenes exóticas que hojear”. La otra: ¿En
qué página de esta mágica historia encontraré la descripción del lugar en que está oculta la llave
del tesoro? (Ocampo, 1943:7)

Leer el relato de este singular encuentro desde la perspectiva de la Ocampo conmo-


ciona por la exquisita y pudorosa comparación que logra desplegar del hacer escriturario
de ambas. Escritora ya consagrada la inglesa, la argentina habla, dice, desde la admira-
ción y la carencia. El encuentro con una mujer escritora que ha “encontrado el tesoro”, la
clave de un estilo y una voz propia, despierta en Victoria la necesidad de plantear y plan-
tearse qué significa escribir, cómo y desde un corazón de mujer sudamericana.
Victoria menciona que la Woolf reconocía que, por egoísmo, aconsejaba a las
mujeres que escribiesen libros ya que, como a la mayoría de las mujeres no educadas
de Inglaterra, a ella le gustaba leer: I like reading- I like reading books in the bulk5, y
encontraba que por más esforzado y sinceros que hubieran sido los intentos, los libros
escritos por hombres no habían logrado describir ese punto que cada sexo tiene en su
cerebro y que sólo cada sexo puede abordar. Se necesitaban más mujeres escritoras
para que el punto femenino encontrara su natural y especial expresión.
Victoria acepta el desafío para declarar públicamente que si a las inglesas les gusta
leer, a la mayoría de las sudamericanas, las moviliza la necesidad de escribir: Virginia:
like most uneducated south american women, I like writing...6 Mi única ambición es
llegar a escribir algún día, más o menos bien, más o menos mal, pero como una mujer
(Ocampo; 1981:9).
Me interesa partir de esta comparación porque en esta confrontación surgen los
dos tópicos que, vistos en esta perspectiva no se constituyen como antinómicos ni en
procesos consecutivos de una práctica, sino indisolublemente osmotizados y parinté-
ticos: leer es tanto más una praxis de escritura, como el escribir es, nadie lo duda,
una forma esencial e insoslayable de lectura.
Y esto me lleva al otro punto que me interesa abordar en el presente trabajo: ¿Qué
pasa entonces cuando las mujeres, en especial quienes escriben, se leen entre sí?
¿Cuando las escritoras instauran una práctica de lectura comparada al femenino?
Lo cierto es que, constreñida desde los orígenes de la historia a escucharse hablada
por otro, a verse descripta por un otro que tangencialmente la llegaba a rozar pero
nunca a revelar el misterio de ese centro neurálgico que atesora en su espacio privado,

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la mujer ha debido operar siempre un esforzado trabajo de lectura plural, marginal y por
tanto comparativa, para traducir a una mirada y palabra femenina lo que era, ya desde
la esencia inalcanzable para el hombre.
Marguerite Yourcenar afirmó que “escribir” equivale a “traducir”:

Nosotras traducimos nuestras emociones íntimas en un lenguaje comprensible al lector. Se trata


entonces de ser fieles (de transmitir con la mayor exactitud): quiero decir, emplear la palabra y los
sonidos que mejor expresen nuestras impresiones, por más indecibles que puedan resultar.7

Por lo tanto, en la mujer que escribe este personal proceso de traducción debe
ser entendido no solamente como traslado de un código a otro, sino también como
operación visibilizadora de las más íntimas emociones, de la más pura y virginal inte-
rioridad a un lenguaje diferente que pueda ser (a)prensible y (com)prensible. Durante
siglos la mujer se vio permanentemente obligada a transportar, a traducir códigos y
miradas ajenas. Por tanto escribir para la mujer es operar una traducción al cuadrado:
del corazón al código (de la tradición) y de ese código ajeno inaugurar otro (nuevos
odres para viejas palabras, afirmó la Woolf) que innove y al mismo tiempo no traicione,
empleando o (re) inventando palabras y sonidos que se ajusten mejor y que logren dar
el tono de las propias impresiones, por más indecibles que éstas sean.
Generar, al decir de Marguerite Duras, un tipo de escritura puente, escritura infrasub-
jetiva, que lleve inscripta en su seno los signos de la pertenencia sexual, la proveniencia
de un cuerpo de escritura-mujer que no rechace la relación entre el vivir femenino y la
vida material. “La historia de vuestra vida, de mi vida, no existe o bien se trata sólo de
lexicología. Las novelas de mi vida, de sus vidas, sí, pero no la historia.”8

La vida para Duras está hecha de “perfecciones inconscientes” que la escritura,


“imperfección consciente”, debe hacer visible. Reconocer(se) para Duras es re-flexionar
sobre otro que se escribe. Tragedia del escribir que produce una subversión del prin-
cipio de identidad ya que en vez de un yo que escribe, se escribe de la imposible difi-
cultad de ver(se) escribir(se) (Crolla, 1999).

Bien sé que escribo. Lo que no sé muy bien es quien escribe.(...) Me hallaba en una desdicha total
porque en ningún caso podía alcanzar a quien había escrito eso...Me hallaba en un estado de ira,
así, de la vida, que la vida vivida no pudiera alcanzarlo. Estaba celosa de mí.9

Para ello, según Duras, es necesario para la mujer inaugurar una palabra más libre,
una sintaxis más simple y fluida, más cercana al susurro indagante del pensamiento
matricial, una voz oral, primitiva, en estado naciente, sin sujeción a parámetros espa-
ciales o temporales, a cualquier forma de contención.
Escritura de la diferencia que dé cuenta de la imposibilidad de situar, de aferrar,

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como lo femenino primordial, escurridizo, misterioso que todos tenemos y que siempre
se está escapando. Como la experiencia erótica, una lectura al acecho y en escucha
de la materialidad de los sentidos y de las provocaciones externas, del adentro y del
afuera, privada y pública a la vez:

El ruido de la ciudad resulta tan próximo, tan cercano, que se oye su roce contra la madera de la
persiana. Se oye como si atravesaran la habitación. Acaricio su cuerpo en ese ruido, en ese paso…
El mar, la inmensidad que se recoge, se aleja, vuelve.
Le había pedido que lo hiciera otra vez y otra. Que me lo hiciera. Lo había hecho. Lo había hecho en
la untuosidad de la sangre. Y, en efecto, había sido hasta morir. Y ha sido para morirse.10

La mujer desde siempre, ha oscilado, ha mantenido un delicado equilibrio entre dos


abismos, el de los precipicios insondables de la propia interioridad y el de los paisajes
plurales de la realidad, moviéndose, peligrosamente en los confines de un espacio
límite, doble, móvil, mediado entre esos abismos y conjurando permanentemente el
punto riesgoso de la caída. Y desde allí lee y escribe. Escribir desde allí es leer(se)
leyendo mientras escribe.
Marguerite Yourcenar, magnífica lectora antes que escritora, o magnífica escritora
porque lectora, ha sabido extraer también de sus lecturas la sustancia medular que
esas cajas de Sileno esconden en su interior. Así cuando lee a Virginia Woolf nos rescata
y se rescata (pues no otra cosa hará ella misma con sus personajes) como valores tras-
cendentes de la escritura de la Woolf dos magníficas creaciones: la precisa elabora-
ción de biografías del Ser, de entidades infinitamente más sutiles y más secretas
que las circunstancias de una vida o una misma persona moral, y la construcción de
Tiempos Atmósfera, la construcción de tiempos entendidos en cuanto duración vital
que empapa a los personajes como el rocío a las plantas. Los personajes que concibe
la Woolf son para Yourcenar:

Personajes que no son más que gaviotas a orillas de un Tiempo océano donde recuerdos, sueños
y las concreciones perfectas y frágiles de la vida humana nos hacen el efecto de los caracoles que
dejan en la playa las majestuosas marejadas eternas. (Yourcenar, 1992:124)

Si tuviéramos que elegir un tópico para explicar este perceptivo encuentro de sensi-
bilidades femeninas en sutil operación traductiva, tendríamos que recurrir a la mirada.
Una mirada que no sólo mira sino que al mirar lo otro/la otra, se mira, se indaga frente
a su vida y a su escritura. Una mirada que al ver, toca y cuando toca inaugura pues
mira desde la desnudez, desde el despojamiento, desde la piel y las vísceras. Y desde
la intimidad propia, se expande para indagar, subrepticia y respetuosa, la inmarcesible
fuerza de la singularidad ajena.
La mujer escritora no mira para juzgar ni siquiera para elaborar. Observa desde

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su intimidad la interioridad de esa otra. Inquisición laberíntica de lo esencial, de una
dignidad que al mismo tiempo es vislumbrada con la confianza compartida con que se
entregan dos comprensiones.
Cuenta la Yourcenar:

Hace pocos días, en el salón débilmente iluminado por la luz del fuego, donde Mrs. Woolf tuvo la
gentileza de recibirme, yo miraba perfilarse en la sombra, aquel rostro de joven Parca, apenas enve-
jecido, marcado por las señales del pensamiento y del cansancio, y me decía que a menudo repro-
chamos su intelectualismo a las naturalezas más finas, a las más ardientemente vivas, obligadas por
su fragilidad o por su exceso de fuerzas a recurrir sin cesar a las duras disciplinas del espíritu. Para
seres como éstos, la inteligencia no es más que un cristal perfectamente transparente, tras el
cual miran atentamente cómo pasa la vida... y mientras Virginia Woolf me comunicaba sus inquie-
tudes y tormentos,(...) yo pensaba que nada está completamente perdido mientras existan admi-
rables obreros que continúen pacientemente para alegría nuestra, su tapicería llena de flores y de
pájaros, sin jamás mezclar indiscretamente en su obra la muestra de su cansancio, ni el secreto de
sus jugos, a menudo dolorosos, con que tiñeron sus bellas lanas. (Yourcenar, 1992:124)

2. Lispector - Cixous: dos palabras en una epifanía “l’aranja”


Otras dos palabras “mujer” se encontraron en 1978 para atravesarse, entreverarse,
conversarse y co-pensarse. Para, como explica Edda Melon (texto que se entrecruzó en
mis lecturas para empezar a elaborar mi propio camino hacia Hélène Cixous y Clarice
Lispector) instaurar un entre deux donde se entretejen y se anulan los límites de toda
frontera.
Afirma Hélène Cixuos en las primeras páginas de “Vivre l´orange”:

Una voix de femme est venue à moi de très loin, comme une voix de ville natale, elle m´a apporté des
savoirs que j´avais autrefois, des savoirs intimes, naïfs, et savants, anciens et frais comme la couleur
jaune et violette des freshias retrouvés, cette voix m´était inconnue, elle m´est parvenue le douze
octobre 1978, cette voix ne me cherchait pas, elle écrivait a personne, à toutes, à l´écriture, dans une
langue étrangère, je ne la parle pas, mais mon coeur la comprend, et ses paroles silencieuses dans
toutes les veines de ma vie se sont traduites en sang fou, en sang-joie. (Cixous; 1979:11)12

Lispector y Cixous comparten un mismo estigma de desterritorialidad y su literatura


navega entre dos aguas porque llevan en su piel inscripta la marca de la extrañeza,
formas sutiles y vibrantes del desarraigo. Hay en ellas una inadecuación a los límites
que deriva en intensidad, una corriente de energía que se desplaza en un flujo móvil
de espacio y tiempo, que avanza en continuas migraciones y en nuevos comienzos.
Clarice Lispector, brasileña aunque nacida en Ucrania en 1925, es traída bebé a Río
de Janeiro y hablará toda su vida el portugués como habitándolo desde los márgenes.

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Hélène Cixous, nacida en Oran, Argelia, en 1937, lleva en sí el sello de una doble extran-
jeridad, la de la propia cultura francesa por haber nacido en una colonia y la de perte-
necer por parte de ambos progenitores a la raza hebrea, una raza diaspórica, signada
por la carencia y la búsqueda de la pertenencia.
El cauce literario lo inicia Lispector con su primera novela Perto do coraçao selvagem,
publicada casi por casualidad en 1944 y que provocó tal revolución en el espectro lite-
rario brasileño que para muchos fue considerado casi un insulto.
No sólo una voz nueva sino una savia nueva se empezaron a colar por los inters-
ticios académicos y populares. Una sintaxis rota, un léxico virginal, una actitud revul-
siva e iconoclasta y al mismo tiempo candorosa, privada, subjetiva, que daba cuenta
de la trascendencia de la palabra cuando se emite en toda su virginal gestación y en la
sorpresa del símbolo que las cosas adquieren cuando se instaura en el mero instante
de una mirada, explícitamente asumida desde su propia condición femenina.
Bocanadas de lenguaje en estado bullente, surgente y torrencial que busca continuar
y reeditar desde otro lugar, la incesante búsqueda de “la visión” con que Virginia Woolf
otorga y da trascendencia y justificación a los insustanciales protagonistas femeninos de
sus novelas. Recordemos junto con la Yourcenar, aquella hermosa consolación de Miss
Briscoe al final de Al faro cuando, después de años de buscar la conclusión de un cuadro,
exclama en el mismo instante de concluirlo: “después de todo, yo he tenido mi visión”.
Cierto es que si una extraña fluencia enlaza en nuestras lecturas la ola escrituraria de
la Woolf a la Lispector, ésta la continúa en una forma más violenta, libre y primitiva para
abrevar en la de Cixous. Y cierto es también que esta escritura salvaje hubiera encan-
tado al canibalismo lector de la Woolf. Y por ello la fascinada recepción que le otorga
la Cixous, al entender la forma cómo Lispector logra penetrar, fatal y definitivamente,
despedazando todo a su paso, y destruyéndose en el mismo momento del hacerse, en
ese espacio misterioso y recóndito que es el proceso de gestación de la palabra en la
mujer, ontológicamente y fatalmente verbal desde sus orígenes.

Un día vendrá en que todo movimiento será creación, nacimiento, quemaré todas las naves que
existen dentro de mí, me demostraré a mí misma que nada hay que temer, que todo lo que yo
sea será siempre donde haya una mujer con mi principio, alzaré dentro de mí lo que soy un día, a
un gesto mío ondas se levantarán poderosas, agua pura sumergiendo la duda, la conciencia...y
cuando hable serán palabras no pausadas y lentas...lo que yo diga sonará fatal e íntegro... en cual-
quier lucha o descanso me levantaré fuerte y bella como un caballo nuevo.12

J´ai demandé –se pregunta Hélène Cixous ante tal asombro– ¡Qu´ai je de commun avec les
femmes?” Du Brésil une voix est venue me rendre l´orange perdue. Le besoin d´aller aux sources.
La facilité d´oublier la source. La possibilité d´être sauvée par une voix humide qui est allée aux
sources. Le besoin d´entrer plus avant dans la voix natale. (Cixous; 1989:17)13

50
Las voces de todas las mujeres, pero en particular la suya como vocera de l´orange (las
mujeres del Iran) vienen para Cixous al encuentro de este encuentro, de este deseo vital al
que ella, escritora al fin dedica su metáfora particular, la del don de la palabra l’ aranja.

Lire Clarice comme elle nous lit le monde, sa légende, comme elle (nous) écrit. A la lumière du fruit.
Pomme le sien. Orange le mien. Et le tien? Quelle couleur? Quelle douloureuse joie?14

El texto de Hélène Cixous es el relato de una epifanía, de la visita de otra mujer, una
mujer ángel que le restituye el don de la voz, de un instante en que la voz Clarice est
venue à moi. En que la voix-lumière le vino y le sobrevino invadiéndola, envolviéndola,
conmoviéndola y disolviéndola hasta el infinito y al mismo tiempo salvándola. Porque
desde ese momento esencial en que pudo contemplar la férocitè divine de l´écriture,
de su palabra, que creía perdida, y que le es restituida inaugurada. Su escritura retor-
nará a las fuentes para no ser ya la misma, radical y desgarradamente alumbrada (en
la doble acepción de parto y luz que comporta en español) frente al visage de un seul
instant que, al contarse no puede ser reeditado y aún así se escribe, aunque más no
sea para celebrar el relato imposible de la epifanía.
Palabra recobrada para circundar, rodear y también penetrar traducida metafórica-
mente en verdad interior. Como la magdalena proustiana, una misma visión explota
en la dúplice codificación del objeto. La lectura de un solo término ha irrumpido en
la memoria de Cixous para ayudarla a recuperar aquella personal orange que hacía
tiempo fugaba de su sedienta y solitaria agonía de inspiración.

Elle m´a montrè un visage et je l´ai vu, j´ai eu la vue de ce visage. Ensuite elle m´a montré un fruit,
qui m´était devenu étranger, et elle m´a rendu la vue de ce fruit. Elle me l´a lu, avec sa voix humide
et tendre, elle l´a appelé: laranja, elle l´a traduit, jusqu´à ma langue, et j´ai retrouvé le goût de
l´orange perdue, j´ai recompris l´orange.” (Cixous; 1989:53)16

Edda Melon nos aporta los diversos significados que para las dos escritoras, como
para culturas tan disímiles como la occidental y la musulmana, así como para los estu-
dios de género, asume el término naranja:

Un unico significante che assumerà di volta in volta i più diversi significati: da parola piena, che coin-
cide appieno con la cosa, a immagine del frutto, del sole e della terra intera, a simbolo di vita e del
godimento femminile; e ancora saranno chiamate “oranges” le donne islamiche velate e svelate e
la scrittura e Clarice stessa...e le due metà di un´arancia, come due mani che si toccano, per illu-
strare una maniera particolare del tatto, senza oggetto nè soggetto, nè attivo nè passivo, e fra l´una
e l´altra la carezza. (Melon; 1996: 184)17

51
Orange es doble y al mismo tiempo mitad de una indisoluble unidad, como cuando
popularmente denominamos la “media naranja” de una relación amorosa, orange es
también y definitivamente el doble encuentro de Hélène y Clarice y la experiencia global
de esa unión, es decir el texto que lo provoca. Vivre l´orange es para Hélène Cixous
la doble esencia de su individualidad y su origen pues la palabra no sólo contiene
el nombre de su ciudad natal: Oran sino que también, por sola sustitución de vocal,
es Irán y con ello querrá decir todas las mujeres explotadas, veladas (orange) de ese
Oriente del que se siente vocera y que lingüísticamente se obtiene por simple despla-
zamiento de la O a la I de la palabra Irán. Pero Orange, lleva además inscripta en su
tercera sílaba la marca de identidad: es tanto el Je (yo) de la autodefinición, como la
huella morfológica del género, de la feminidad del fruto.
Por poco, y simple traslado asociativo, orange da lugar también a orage (tormenta).
La tormenta interior que provoca el doble sentimiento del deber y de la culpa que toda
escritura posee y mucho más cuando se debe responder al secular mandato de usar el
don de la palabra para dar voces a todas aquellas mujeres que maltratadas, encarce-
ladas, defenestradas, no pueden ni siquiera contar con el recurso del grito. Sí, porque
para Cixous vivir l´orange, decir la “naranja” es asumir un compromiso ético y político,
asumir una escritura femme, para decir desde las que no tienen o a las que no se les
permite tener voz: l´amour de l´orange aussi est politique.
Y entre sus batallas, conocida es la lucha entablada por Cixous contra la lógica bina-
rista del discurso falocéntrico y la necesidad de superar esa rígida confrontación en
propuestas que vayan más allá de los límites o los binarismos, y que como en l´orange,
se multipliquen en una miríada de cáscaras, gajos y semillas.

A l´école de Clarice, nous apprenons à être contemporaines d´une rose vivante, et des camps de
concentration. Aussitôt, la vie de la rose nous comble, nous déborde, et nous avons besoin de la
donner à aimer à d´autres, et que des femmes soient aimées en elle (Cixous, 1989:101)17

Para luchar contra el binarismo, según Edda Melon, la Cixous se mueve dentro del
binarismo. No solamente porque dia-loga intertextualmente con otra mujer sino porque
logra articularlo también en un original y particular efecto de binarismo lecturario. Vivre
l´orange es un texto a fronte, un texto bilingüe en el francés original y en inglés a través
de la traducción de Anna Liddle y Sarah Cornell, y controlada por la misma autora. Este
bilingüismo, explica la crítica italiana, tendría la intención de señalar la diferencia y al
mismo tiempo el momento en que dos lenguas se confrontan, como las dos maternas
de Lispector y Cixous. Lenguas en diálogo que se encuentran, originando una topo-
grafía polifónica donde teoría y ficción, crítica y poética se hermanan y se co-penetran.
Donde nadie deviene objeto de lectura sino que la división sujeto-objeto es permanen-
temente conjurada en la móvil relación del don y del homenaje.

52
Este binarismo pluriédrico y centrífugo se enriquece en la edición manejada, prepa-
rada también por la Cixous, por otro binarismo que es la conjunción de los dos textos
que conforman L´Heure de Clarice Lispector. En él conviven l´orange de Vivre l´orange,
con la pomme (manzana) del segundo capítulo: À la lumière d´une pomme. Conjunción
que se desgaja y desglosa para certificar la disolución de todo límite, para dessiner le
parage, dibujar un paraje, un espacio limítrofe donde comienzo y fin se anudan como
magistral enseñanza de escritura esclarecida por Clarice Lispector.

1979, 1989, deux textes, deux mains, l´heure est la mème: c´est la dernière, l´heure de l´ètoile,
pomme d´en haut. Ceci est méditation sur la dernière heure. L´heure merveilleuse et impensable,
l´heure vers laquelle nous allons comme vers la vérité. Ma vérité, notre vérité, cette étrangère, cette
ètrangeté dont le visage nous est promis à voir, à la fin.
Et entretemps, toujours cette urgence: faire résonner dans notre siècle l`écho de cette Voix venue
des origines” H.C.18

Una escritura que, al decir y al hacer de Cixous, superó los movimientos paradojales
de las pasiones, de las dolorosas uniones de los contrarios, del miedo y el coraje, de la
locura y la sabiduría, de la falta y la plenitud, de la sed y el agua. Que llegó a lo esen-
cial en la pluralidad. La verdad en lo infinitesimal. Una mujer, elle-je-personne (ella-yo-
nadie) y las muchas formas de encarnación de la escritura a través de la cual se puede
hacer explotar el jugo de la vida, el perfume, la música, el sabor de las cosas, el gozo
del cuerpo y la fascinación de/por la palabra.
El texto, este texto de Cixous, va más allá, hasta tocar el corazón vivo de las rosas
que es según ella, la manera-mujer de trabajar:

toucher le coeur des roses: c´est la manière-femme de travailler: toucher le coeur vivant des choses,
être touchée,... apprendre à se laisser donner par les choses ce qu´elles sont au plus vivant d´elles
mêmes (Cixous, 1989:107)19

Hasta lograr esa palabra-mirada que tenga la fuerza de una ventana para mirar
afuera con los ojos inmóviles, quietos, pacientes y muy abiertos, enmarcados en el
marco de madera, ojos de ventana. Ojos ni de afuera ni de adentro, sino exactamente
en el trayecto.

Clarice nous dévoile;20 nous ouvre les fenêtres.


J´ai levé les yeux vers les regards de Clarice, penchés aux bords si nettement découpés de
ses fenêtres, et dans l´ébrasement oblique de ses yeux j´ai vu l´essence de la fenêtre. Il suffit
qu´une Clarice s´ouvre: Nous rappelle tout ce qu´il ne faut pas oublier, tout ce qu´il faut appro-
cher, traverser avec lenteur, respecter, pour savoir ce qu´une fleur veut dire au regard d´une femme
(Cixous, 1989:99).21

53
Una mirada que mira sin saber que en el mirar, en el misterio de esa palabra inau-
gural e inocente, está contenido el secreto que nunca se podrá poseer, sólo habitar
e imperfectamente traducir, como el huevo habita la gallina que no sabe que lo lleva,
y que no debe jamás saber pues allí donde la gallina lengua descubra que cobija
el huevo, dejaría de ser en la inefabilidad de su misterio. Mirada desde el sesgo, en/
desde/a través de un nuevo marco fundante de ojos-ventana en donde se lee-traduce
cortando sesgadamente como se corta un pliegue o un lienzo. Desvelando y develando
a un tiempo.
Así lo lee (traduce) Cixous, y así se disemina, expande y multiplica en un libro bitá-
cora de lectura que es como un vientre que cobija y procrea, y al mismo tiempo un
espacio límite, limítrofe y umbral.

Des femmes22 ont la force de laisser les fenêtres ouvertes sans guetter. Alors il arrive qu´un jardin
entre. N´arrive que l´inattendu. A voir tout ce qui entre par la fenêtre clarice, la merveilleuse quan-
tité de choses de tous les genres, de toutes les espèces humaines, végétales, animales, de tous
les sexes, de toutes les cultures, on sent avec quelle force aimante elle se tient ouverte, avec quelle
joie effrayée, pour se laisser approcher par le subit. Alors seulement peut arriver la beauté. Par cette
fenêtre d´audace. Les choses belles ne viennent que par surprise. Pour nous faire plaisir. Deux fois
plus belles de nous surprendre, d´être surprises. Quand personne pour les prendre. Il nous semble
quand elles s´élancent vers nous qu´elles sont de coups de dieu: mais quand elles entrent nous
voyons à leur sourire qu´elles sont des coups de clarice (Cixous, 1989:109-111).23

Y en ese umbral –ventana de la mirada-mujer traducido en una textualidad– ventana


que funda, enfunda y desenfunda el origen, descubrimos un pequeño texto entre los
dos libros que se anidan en el entredós de L´heure de Clarice Lispector de Hélène
Cixous: un pequeño texto en cursiva que se puede pensar conclusivo del primero, pero
que no aparece traducido al inglés como Vivre l´orange. Por lo tanto, queremos inter-
pretarlo como intencional bisagra o mejor, como inaugural celosía-ventana que ya no
representa el espacio secular de la mujer obligada a esconder su mirada al mundo,
sino un afuera-adentro que la palabra-mujer ha elegido para proteger y des-proteger
su intimidad, velar su secreto en el momento mismo en que lo des-vela en la escri-
tura. Para es-clarecer(se) mirándose con extrema claridad en un juego verbal que
no comporta límites ni claudicaciones. Des-gajando el discurso heredado para decir,
desde el lugar que la tradición le ha adjudicado, con nuevos odres, otros juegos. Como
nos lo propone Cixous activando las múltiples potencialidades del nombre, tocando la
rosa plural del libro.
Cixous nos hace entrar la luz por la audaz ventana de una palabra en ebullición a
través de un secular femenino y doméstico gesto: el de pelar, quitar la cáscara a la
l´orange-pomme.

54
Poético homenaje, pensamos, a ese especial proceso de lectura com-partida que
entablan las mujeres. Mientras dasgaja con musical ternura los potenciales sentidos
que se esconden tras el nombre de la Lispector, va enhebrando la cáscara-máscara
que opaca la esencialidad de la palabra para dejar que la fuente venga a la luz, para
que ad-venga la escritura-mujer (fruta, gajo y semilla-semen) que atesora en su interior
la naranja nutricia de la realidad.

Lire femme? Ecoutez: Clarice Lispector. Clarice arrive premièrement comme ceci; en nous sautant
dessus, au devant de nous, flêche, vit vole, panthère et se pose. La couleur de son nom en mouve-
ment est évidemment lispectorange: une orange légèrement pourprée peau de clémentine. Mais
si l´on prend son nom dans les mains délicates et si on le déplie et le dépluche en suivant attenti-
vement les indications des gousses, selon sa nature intime, il y a là des dizaines de petits cristaux
efflorescents, qui se réfléchissent esemble dans toutes les langues où passent les femmes. Clarice-
lispector. Clar. Ricelis. Celis, Lisp. Clasp. Clarisp. Clarilisp. - Clar - Spec - Tor - Lis - Icelis - Isp - Larice
- Ricepector - clarispector - claror - listor - rire - clarire - respect - rispect - clarispect - Ice - Clarici -
O Clarice tu es toi même les voix de la lumière, l´iris, le regard, l´éclair, l´éclaris orange autour de
notre fenêtre (Cixous, 1989:113).24

55
Notas

1. El presente trabajo es reelaboración y síntesis di scrittrici degli anni novanta, Padova, Il Poligra-
de aspectos desarrollados en tres producciones fo, p. 12.
previas presentadas en otras sedes: “Lecturas 8. Armel, A. “Le jeu autobiographique” en Maga-
‘entre’ mujeres o de la traducción incesante”, zine Littérarie N° 278, París, junio de 1990.
“Estados de memoria en los velos del sa(v)er” y 9. Lanny, S. y A. Roy (ed.) (1981) Marguerite Du-
“Cristina de Pizán: Paradigma de lectura (s) com- ras à Montreal, Québec, Spirales, p. 50.
parada (s) ‘al femenino’”. 10. Duras, M. (1987) El amante, Barcelona, Tus-
2. Cristina de Pizán (1364-1430) era de origen ve- quets, p. 57.
neciano, aunque pasó gran parte de su vida en 11. “Una voz de mujer vino a mí desde muy lejos,
Francia, puesto que su padre era el astrólogo de como la voz de un pueblo natal, trayéndome sa-
Carlos V de Francia. Se casó a los quince años, beres que poseía previamente, saberes íntimos,
fue madre de tres hijos y enviudó a los veinticin- triviales y sabios, antiguos y frescos como el co-
co. Para sobrevivir decidió dedicarse a la escritu- lor amarillo y violeta de las fresias encontradas,
ra pese a la oposición masculina y por ello se la esta voz me era desconocida, llegó a mí el 12 de
ha calificado como la primera escritora profesio- octubre de 1978, una voz que no me buscaba,
nal de la literatura francesa. La Ciudad de las Da- que escribía para nadie y para todas, la escritura,
mas permite considerarla como una precursora en una lengua extranjera, yo no la hablo, pero mi
de la crítica y la escritura feminista moderna. corazón la comprende, y sus palabras silencio-
3. “(…) que reprime la irreductible implicación del sas en todas las venas de mi vida se tradujeron
texto y la lectura… Esta condición de movilidad, en sangre abrasada, sangre gozosa”.
de reenvío, de dialogicidad, de suplementariedad, 12. Lispector, C. (1977) Cerca del corazón salva-
de oposición a la objetivación de lo dicho, me pa- je, Madrid, Alfaguara, p. 210.
rece un presupuesto teórico metodológico irre- 13. “Pregunté ¿Qué tengo de común con las mu-
nunciable cuando se piensa la literatura y la com- jeres? Desde el Brasil me llegó una voz para de-
paración comparada ‘al femenino’”. En Locatelli, volverme la naranja perdida. La necesidad de ir a
C.: “S/Oggetti immaginari: letterature comparate los orígenes. La facilidad de olvidar el origen. La
al femminile” en el texto homónimo compilado por posibilidad de ser salvada por una voz húmeda
Liliana Borghi y Rita Svandrlik, Urbino, QuattroVen- que lleva a las fuentes. La necesidad de penetrar
ti, 1996, pp. 41-62. La traducción me pertenece. más allá de la voz natal”.
4. Op. cit., p. 49. 14. “Leer Clarice como ella nos lee el mundo, su
5. “Me gusta leer, me gusta leer libros a granel” leyenda, como ella (nos) escribe. A la luz del fru-
(todas las traducciones del inglés, italiano y fran- to. Manzana, la suya. Naranja, la mía. Y ¿el tuyo?
cés nos pertenecen). ¿Qué color? ¿Qué doloroso gozo?” en Op. cit.,
6. “Virginia: como a muchas maleducadas muje- contratapa.
res sudamericanas, me gusta escribir”. 15. “Ella me mostró un rostro y yo lo vi y poseí la
7. Citado en Chemello, A.: Parole scolpite. Profili mirada de ese rostro. Luego ella me mostró un

56
fruto, que se había convertido en extraño, y me dar por las cosas, lo que de ellas es más viviente
devolvió la mirada de ese fruto. Me lo leyó, con que ellas mismas”.
su voz húmeda y tierna, lo llamó: naranja, lo tradu- 20. Con el término dévoile Cixous juega con la
jo, hasta mi lengua, y yo reencontré el gusto de la plurisemia del término “voile” en francés: 1. s.m.
naranja perdida, pude recomprender la naranja”. (lat. Velum: 1170, “cortina”) 1. Pieza de tul o de
16. “Un único significante que asumirá cada vez tela que se usa para cubrir o proteger; 2. (1265)
los más diversos significados: desde palabra ple- Trozo de tela más o menos transparente usado
na, coincidente plena de la cosa, a imagen de la para cubrir el rostro o la cabeza en diversas cir-
fruta, del sol y de la tierra entera, a símbolo de cunstancias; 3. Tela amplia usada como traje por
la vida y del goce femenino. Pero incluso serán las bailarinas, vestimenta femenina; 4. (Bellas Ar-
llamadas orange (naranjas) las mujeres islámicas tes) Tela negra, transparente que se extiende so-
veladas y desveladas, la escritura y la misma Cla- bre una mesa para calcar el dibujo; 5. (1723) Te-
rice… y las dos mitades de una naranja, como jido ligero y fino; 6. Lo que oculta, impide ver una
dos manos que se tocan, para hacer visible una cosa; 7. Tener un velo delante de los ojos: estar
forma particular de tacto, sin objeto ni sujeto, acti- confundido, ser juguete de vanas ilusiones; Pren-
vo y pasivo y entre una y la otra la caricia”. dre le voile: tomar los hábitos las religiosas; vo-
17. “En la escuela de Clarice aprendemos a ser llage, s.m. (1933) 1. Gran cortinado de tela fina;
contemporáneas de una rosa viviente y de los 2. Adorno de tela transparente colocado sobre un
campos de concentración. De inmediato la vida vestido; voilette: s.f. (1842) Pequeña pieza de tis-
de la rosa nos colma, nos desborda, y tenemos su muy fina y ligera que las mujeres llevan sobre
necesidad de darla a amar a las otras, y que las los ojos, sujeta del sombrero; voiler: v.tr. (1155)
mujeres sean amadas en ella”. 1. como término religioso: cubrir los espejos en
18. “1979, 1989, dos textos, dos manos, la hora una circunstancia mortuoria; 2. (1606) ocultar, di-
es la misma: es la postrera, la hora de la estre- simular algo; se voiler v. pr. 1. Llevar un velo (hoy
lla, manzana de lo alto. Esto es, meditación sobre asociado a las mujeres musulmanas); 2: ocultar-
la hora final. La hora maravillosa e impensable, la se, perder claridad; 3. Perder agudeza, turbar-
hora hacia donde vamos como hacia la verdad. se; voilé, e adj. (1789) 1. Llevar un velo, estar
Mi verdad, nuestra verdad, esta extranjera, esta recubierto por un velo; 2. oscuro, disimulado; 3.
extranjeridad cuyo rostro se nos ha prometido (1789) (con referencia a la voz): Quien carece de
ver, finalmente. claridad en la expresión; dévoiler (v. tr. (1440) de-
Y entre tanto, siempre esta urgencia: hacer reso- velar, retirar el velo que cubre una cosa. Extraído
nar en nuestro siglo el eco de esta voz que viene del Diccionario Larousse de la langue française
de los orígenes: H.C.” en Op. cit., contratapa. (1979), París, Librairie Larousse, pp. 2020-2021
19. “Tocar el corazón de las rosas: ésa es la ma- (la traducción me pertenece).
nera-mujer de trabajar: tocar el corazón viviente 21. “Clarice nos desvela: nos abre las ventanas.
de las cosas. Ser tocadas... Aprender a dejarse Alcé los ojos hacia las miradas de Clarice, sesga-

57
das en los bordes netamente recortados de sus se arrojan hacia nosotros, que son golpes de
ventanas, y en el abrazo oblicuo de sus ojos vi la dios: pero cuando ellas entran vemos en su sonri-
esencia de la ventana. Quiere decir que una Cla- sa que son golpes de clarice”.
rice se abre: nos recuerda todo aquello que no 24. Escuchen: Clarice Lispector. Clarice llega pri-
hay que olvidar, todo lo que es necesario acercar, mordialmente así; saltando por encima nuestro,
atravesar con cuidado, respetar, para saber lo que debajo, o delantede nosotros, flecha, vive vue-
una flor quiere decir a la mirada de una mujer”. la, pantera y se posa. El color de su nombre en
22. Destacado por la autora. movimiento es evidentemente lispectorange, una
23. Las mujeres tienen la fuerza para dejar las naranja de piel ligeramente purpurada de man-
ventanas abiertas sin acechar. Entonces ocurre darina. Pero si se toma su nombre con manos
que un jardín entra. Sólo llega lo inesperado. Para delicadas y se lo despliega y desmonda siguien-
ver todo eso que entra por la ventana es-clareci- do atentamente las indicaciones de los gajos, se-
da, la maravillosa cantidad de cosas de todos los gún su íntima naturaleza, encontraremos decenas
géneros, de todas las especies humanas, vege- de pequeños cristales florescentes, que juntos se
tales, animales, de todos los sexos, de todas las reflejan en todas las lenguas donde transitan las
culturas, y se siente con qué fuerza ella se man- mujeres. Claricelispector. Clar. Ricelis. Celis, Lisp.
tiene abierta, con esa alegría espantada, para de- Clasp. Clarisp. Clarilisp. - Clar - Spec - Tor - Lis -
jarse invadir por lo instantáneo. Es sólo entonces Icelis - Isp - Larice - Ricepector - clarispector - cla-
que puede llegar la belleza. Por esa ventana de ror - listor - rire - clarire - respect - rispect - claris-
audacia. Las cosas bellas no aparecen más que pect - Ice - Clarici - O Clarice sos vos misma las
por sorpresa. Para darnos placer. Dos veces más voces de la luz, el iris, la mirada, el relámpago, la
bellas por sorprendernos, por ser sorprendidas. claridad naranja alrededor de nuestras ventanas.
Cuando nadie las espera. Nos parece que ellas

58
Bibliografía

Borghi, L. - Svandrlik, R. (comp.) (1996) S/Og- guraciones en la Literatura Comparada, Córdoba,


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sidad Nacional de La Plata, pp. 463-474. drid, Santillana.
—— (2005) “Estados de memoria en los velos del
sa(v)er” en Espacio, memoria e identidad. Confi-

59
60
Introducción a Raccontar/si1

Liana Borghi2

Este volumen recoge ensayos presentados en dos ediciones del Laboratorio


Raccontar(si) (Narrar/se), el del 2004 dedicado a la Diversidad y el de 2005, dedicado
a la Precariedad.3
El primer laboratorio respondió a la invitación del Segundo Manifiesto de Porto
Franco, de “desarrollar procesos activos de valorización de las diferencias, porque
también la diversidad es un derecho de ciudadanía”. Pero en el Manifiesto de nuestro
Laboratorio, Clotilde Barbarulli y yo habíamos agregado a esta afirmación, la poesía de
una escritora hebrea norteamericana de origen polaco que reflexiona sobre la salvaje
e insoportable naturalidad de lo anómalo, de lo desviado, del mutante. El programa de
trabajo sobre la diversidad de los trabajos siguientes, reflejan, cada uno a su modo,
esta propuesta.
En el diccionario la acepción que predomina para diversidad, refiere al ser no igual
ni similar, a aquello contrario de lo idéntico. La problemática de lo diverso viene de
la antigüedad y en la distinción entre lo civil (griego o romano) y el bárbaro. En las
acepciones más recientes, se señala la condición de quien es –o se considera a sí
mismo, o es considerado por otros– diverso, con referencia a los minusválidos, homo-
sexuales, marginados, etc. El otro, ha sido en nuestra cultura eurocéntrica, primero
el primitivo, luego la mujer, el loco, el homosexual, y ahora, el extracomunitario. La
lógica del enemigo y del chivo expiatorio se traduce en la exclusión –cuando no en la
violencia– del diferente y el extranjero. La diversidad parece existir siempre en relación
a otro término con el cual puede ser medida y definida. El “diferente” se convierte en
objeto de quien define al otro.
En la tradición y la cultura patriarcal, lo masculino se atribuye para sí lo bueno y lo
activo, y le otorga a lo femenino una posición de alteridad asimilada al caos, a la tiniebla
y al mal, quitándole a las mujeres el espacio político. Esta relación entre masculino y

61
femenino es sólo una de las posibles representaciones yo/otro. No sólo el otro está
presente como una sombra, un mal en la interioridad del yo, sino que además asume
las formas de lo extraño y de lo colonizable. La filosofía moderna teoriza sobre un Sujeto
hegemónico determinado/limitado por un “Otro” irreductible al yo, y por una múltiple
diversidad.
La diversidad parece ser inseparable del concepto de diferencia que tuvo una impor-
tancia fundamental en el pensamiento posmoderno. Algunas corrientes feministas han
defendido la idea de que la diferencia ha sido usada para significar idealísticamente el
posicionamiento del sujeto capaz de transformar el mundo, y también como una nueva
estrategia de la subjetividad, aplicada tanto a las relaciones entre mujeres como a la
política. Superadas las dicotomías, emerge el valor del “entre”, espacio definido por una
multiplicidad de diferencias que podemos releer como lugar de las diversidades, de las
diferenciaciones. En el pensamiento postcolonial, la inasible différance se manifiesta en
recorridos diaspóricos, diseminaciones de identidades y nuevos nacionalismos.
Ante tal escenario, el reconocimiento de las diversidades culturales se diferencia de
la nueva derecha (Alain de Benoist, Marcello Veneziani). Esta exalta la diferencia entre
culturas nacionales a las que considera sistemas cerrados, ontológicamente sepa-
rados, que no mellan la “pureza” de una tradición, y no defienden la utopía de una
humanidad libre de límites y fronteras. La diferenciación de la nueva derecha, exalta
la diversidad del mundo pero acepta la realidad y adhiere al status quo, sin buscar la
igualdad porque allana, ni una sociedad “multitradicional”, porque cosmopolita.
Nuestra acepción de diversidad, en cambio, busca teorizar sobre sujetos políticos
complejos, pero no por esto menos responsables de su espacio, historia y derechos
humanos. En la diversidad y la complejidad radica el proyecto de un mundo diferente
donde las diversidades se encuentran, oponen, acuerdan y producen una im/previsible
poética de la relación entre multiversos culturales (Edouard Glissant). Aceptando la invi-
tación a la abstracción, podemos afirmar que somos todas iguales y todas diferentes.
Por otra parte, debemos considerarnos todas “diversas” y extrañas a nosotras mismas,
porque como dice Irena Klepfisz no puede haber una norma que establezca la norma-
lidad Por otra parte, debe ser salvaguardada la diversidad como derecho a la singula-
ridad en una dimensión relacional, en especial en la fase moderna de la globalización.
Si razonamos en términos de apertura para el concepto de diversidad, podemos
hablar de indiferenciación, de monocultura de la mente, de des/identificación del sujeto.
Según Serge Latouche, la indiferanciación de los seres humanos a escala planetaria es
casi la realización del viejo sueño del imperialismo colonial. Y según Vandana Shiva –en
sus planteos sobre el uso de la tierra– las monoculturas de la mente cancelan tanto la
percepción tanto de la (bio)diversidad como de la diversidad misma. De aquí la impor-
tancia de tener en vista formas alternativas de producción, ligadas a saberes glocales
diversos. La diversidad es una alternativa contra la monocultura, la uniformidad, la
homologización.

62
El sujeto se construye a partir de relatos que hacen explícita la dinámica entre la
identidad y la diversidad (Paul Ricoeur) según procesos de des/identificación, tal
como quisimos mostrar discutiendo sobre las escrituras migrantes en el Laboratorio
Raccontar(si) 2003 y en nuestra compilación Visioni in/sostenibili. En este sentido,
el “género” se convierte entonces en una figura para leer las historias de mujeres y
hombres, configurándose por sus conflictos existenciales personales entre la tradición,
lo cotidiano y el deseo de futuro, y en la narración de la diferencia de los cuerpos y las
prácticas sexuales en la diversidad de las culturas.
En el mundo anglosajón florecen los cursos sobre la diversidad, influenciados por
importantes innovaciones en el campo de la pedagogía, el énfasis otorgado a formas
de saber “ligadas” o “relacionales” y al aprendizaje no sólo analítico sino también expe-
riencial. Dichos seminarios extraen elementos de décadas de práctica feminista ligada
a la autonarración, el concepto de pedagogía como encuentro cultural, el aprendizaje a
través de la acción voluntaria y el compromiso en el ámbito de la comunidad. Los fines
principales de estos estudios conducen al reconocimiento del rol de la diversidad en
la práctica civil y política, a la práctica de la comunicación intercultural y a la resolución
de problemas y conflictos, así como al desarrollo de una ética de la responsabilidad en
la convivencia.
Además de estas ideas, nos interesan los cruces entre la política de la identidad
y la protesta contra la discriminación, en busca de la igualdad, la paridad, el “valor
comparado” (políticas del comparable worth). Quisiéramos explorar un espacio real y
simbólico de ser “al lado de” (inter-ser, dice Hannah Arendt) para alcanzar una política
de la alteridad. En la polis que imaginamos se convive entre iguales, reconociéndose
la propia diversidad, y es posible la emergencia de nuevas ciudadanías que acepten el
des-orden, sustituyendo el concepto simplificado y cristalizado de orden, por uno más
complejo de ser “junto a” en el hacer cultural y político.
El concepto de diversidad se extiende a todas las variantes de la cultura, conci-
biendo una mantra de las diferencias de raza, clase, género, edad, preferencia sexual,
minusvalías, religión, etc. Esto se logra en nuestro laboratorio reflejándonos en histo-
rias de minoridades étnicas y raciales, entramadas con prospectivas políticas, cultu-
rales y socio económicas: leer un texto sin conocer el contexto, advierte Gayatri Spivak,
no suscita política.
Nuestro manifiesto sobre la diversidad concluía proponiendo preguntas, quizás
superfluas pero sin embargo necesarias, provocadas por las mismas intervenciones, y
las preocupaciones vigentes en nosotras –preguntas que deseaban encontrar respue-
stas individuales o compartidas durante el laboratorio–.
Debemos preguntarnos qué cosa oprime a las mujeres en condiciones, lugares
y países diversos: ¿Cómo viven? ¿Qué cosa desean? ¿Cuáles entrecruzamientos se
producen entre raza, clase, prácticas sexuales? ¿Qué clase de relación moral, yo,
mujer occidental, establezco con la “subalterna”, la “diversa”, aquélla del velo? ¿Qué

63
cosa busco en el cuerpo de esta figura? ¿Escucho en verdad o percibo sólo el eco
de mis fantasías? ¿Cuando los que viven en las naciones más ricas quieren entablar
un diálogo con los menos privilegiados, debemos preguntarnos cómo puede hacer el
Norte para acercarse al Sur (Nirmal Nuwar)? ¿Existe en verdad una “sororidad global”,
como sostuvo cierto feminismo occidental? ¿Es una cuestión de paridad hombre-
mujer? ¿O es más bien una cuestión de paridad local-global entre nosotras? ¿Cómo
hemos ganado nuestras 500 guineas (Gayatri Spivak)? ¿Multicultura, policultura, o inter-
cultura? ¿Qué diversidades, cuáles retóricas? ¿Intercultura como comparación? ¿Qué
diferencias entre la comparación literaria & teórica y el comparativismo comprometido,
probado en el campo de juego? ¿Cómo entender y acoger la diversidad de las mujeres
en sus culturas de origen, diversidad que no puede ser negociable pero que no elude
el pensar junto a los inalienables derechos humanos? ¿Devenir femme…? ¿Convertirse
en nativa de un país “otro”? Para Gayatri Spivak significa tanto penetrar responsable-
mente en una comunidad ajena como aceptar el deber imaginario de movernos fuera
de nosotras mismas con maniobras sorprendentes e inesperadas, en dirección a lo
colectivo. ¿De qué modo nosotras Fiorelle sentimos que pertenecemos a una “genea-
logía de la globalización”?
Los ensayos siguientes recogen estos planteos y al analizarlos nos transportan más
allá, resituando la contemporaneidad en otros contextos. En los meses que trascurren
entre un laboratorio y el siguiente, suceden siempre muchas cosas en la red de las
Fiorelle. El fenómeno más urgente entre nosotras se convirtió en la precariedad econó-
mica y existencial. De aquí el entrecruzamiento de discursos, requeridos en el mani-
fiesto del laboratorio 2005, denominado Precaria/mente.
La palabra clave de ese laboratorio fue elegida entre una variedad de motivos. Antes
que nada, Precaria/mente alude tanto a la pérdida de fe en el futuro, como al tipo de
trabajo que el neoliberalismo exige para su fábrica global. A su vez, la precariedad del
trabajo anunciada como forma de libertad pero revelada como imposición, produce un
estado de intermitencia y de fragmentación que aumenta el sentido de la precariedad
de la vida misma. ¿Pero cómo se comunica la obvia precariedad de la vida? ¿Es éste el
objetivo de las imágenes que sin tregua nos asaltan, a través de los medios de comuni-
cación con la violencia sádica de las fictions, las entrevistas, los desastres, los bombar-
deos, las fotos de los torturadores (y la soldadesca sonriente)? En nuestra época de lo
incierto, la igualdad por nuestra vulnerabilidad frente a la vida y la muerte debería ser
el fundamento de nuestros valores y nuestros derechos (escribe Jeffrey Weeks). Pero
entonces, ¿por qué la exclusión entre los bien orquestados funerales variopintos orga-
nizados para los héroes del Estado, los funerales desorganizados y vociferantes de los
mártires de la Intimada, llevados en brazos de la multitud, y la anónima desaparición del
Otro que continúa siendo representado como un ser inferior, desnudo y con la correa,
con el rostro cubierto y sin nombre, porque su cara no cuenta como cara, ni su vida
como vida ni su muerte como muerte?

64
Cada uno/a de nosotros posee su propia precariedad. Precaria es siempre la
palabra, precaria la escucha, cambiantes las condiciones del vivir, latente la alteridad.
Gayatri Spivak sugiere que dominados y subordinados deben repensarse juntos. Para
comenzar, las feministas deberíamos desembarazarnos de nuestros privilegios de
blancas occidentales para establecer una relación ética con la Otra/o. Para que “la rela-
ción de la responsabilidad preceda cualquier intercambio inter-subjetivo entre el yo y
el Otro”, si hacemos “de la responsabilidad un derecho más que una obligación”, y si
(nos) educamos en el “imperativo planetario”, podremos crear una diversidad social,
una práctica social basada en el alteridad “Ustedes” y “Ellos” –dice Spivak– deben
imaginarse en un “diálogo entramado de responsabilidad” para que todos/as podamos
ser “seres humanos planetarios” (Aut Aut, 2002).
Sin embargo, hoy prevalece la precariedad del trabajo, de la existencia y la preca-
riedad de las culturas, un sentido de precariedad tanto social como cultural. Las culturas
son referentes móviles, en procesos de cambio, atravesadas por conflictos y suscep-
tibles de continuas transformaciones. En la submodernidad (Marc Augé) –una acele-
ración de la historia donde el tiempo se impone sobre el espacio– nos encontramos
sometidos a flujos de personas, ideas y objetos, Ya que los territorios no pueden ser
más considerados los únicos recipientes de las culturas, perdió sentido el conectarlos
a una especificidad geográfica. Y aún así es la cultura la que me permite encontrar al
Otro a través del libro y del encuentro, del diálogo y la contienda (Roland Barthes). La
cultura es un espacio móvil y poroso, contaminado al mismo tiempo de lo global y lo
local (Edouard Glissant). Y se manifiesta cada vez más precariamente.
Pero estableciendo la precariedad del trabajo, el pensamiento hegemónico impone
en cambio la duración y la permanencia de su cultura. Una cultura del eterno presente
que pivotea en la “certeza” de la tradición y del canon, una cultura que tiene la arro-
gancia de la Doxa y que se basa en un sistema de información estudiado para ocultar
las dudas sobre la guerra infinita, alimentando en cambio miedos e inseguridades, con
el fin de legitimar procesos que anulan los espacios de encuentro y militarizan nuestras
vidas. Reduciendo el disenso y la crítica, llegando casi a demonizarlos, anulando el
sentido de la memoria (olvido de la memoria de las tragedias, de los ideales, de las
reivindicaciones, de los movimientos… en la mundialización del tiempo), se cancela
toda relación pasado-presente-futuro. Como medio para superar el “eterno presente”
del neoliberalismo, Ernest Bloch y Hans Jonas recomiendan articular nuevamente el
futuro en términos de esperanza y responsabilidad.
Según esta perspectiva, no podemos olvidar la precariedad del ambiente causada
por el crecimiento productivo sin límites y las guerras para sostener la economía. Entre
las voces que desmantelan el concepto mismo de “desarrollo sostenible” a favor de
una disminución controlada, encontramos la de la “Carta abierta a los economistas”
(firmada por Carla Ravaioli y otros, 2001). Aquí se funden los tradicionales paradigmas
de la ciencia económica, se subraya la idea de una “conciencia ecologista social; es

65
decir, de algo que puede asechar las bases de la economía capitalista de mercado”
y que propone la expansión de la producción de “bienes sociales” como alternativa
contra la producción de mercancías. Otras voces hablan en cambio de “personas más
que de cosas” ya que esto resquebraja la validez de las leyes del mercado y del interés,
de las que se aprovechan en modo sistemático y exasperado tanto el trabajo como la
naturaleza. En otras partes se diseñan líneas de fuga en el interior mismo del universo
capitalista, puntos de ruptura del tiempo lineal de los que comandan, proyectándose
formas abiertas, espirales y fractales, luchas colectivas y convulsiones para reconstruir
las narrativas imperiales (Precog).
Vidas precarias de Judith Butler confirma el sentido de nuestro título. La precariedad
impera en el clima del extremismo patriótico de los EE. UU. mientras se atenta contra la
libertad civil en nombre de la seguridad. Con el progresivo desmantelamiento del Estado
de derecho se hace cada vez más visible que a algunos no se les reconoce ni siquiera
la dignidad de ser humano: si en el mundo actual estamos todos particularmente expue-
stos a la precariedad, para algunos la vida se ha convertido en un vacío a pérdida.
Ante esta situación también Butler propone una ética de la no violencia, basada en
la percepción de la precariedad de la vida a partir de la vida precaria del Otro. También
Ida Dominijanni habló recientemente, de la exigencia actual de una política del amor
basada en la interrelación. Como dijimos muchas veces durante nuestros Laboratorios,
citando otros textos, el problema es tomar conciencia de las diferencias (entre hombres
y mujeres, entre mujeres, entre nativos y inmigrantes) y darles espacio, escucharlos sin
apropiarnos.
Butler –y esto nos interesa particularmente– destaca la dimensión narrativa, que desde
el poder y los medios en EE. UU., es utilizada después del 11 septiembre, para impedir
los cuestionamientos y cualquier posibilidad de disenso como por ejemplo, el silencia-
miento de las historias particulares con impronta psicológica, la exclusión de cualquier
explicación político-cultural amplia de los acontecimientos. A nosotros en cambio nos
interesan más bien los relatos (textos solubles y/o insolubles, escrituras en la/de la diso-
lución) con la pretensión de interrogar, de provocar escozor a los códigos, la doxa, con
una mirada diferente sobre el mundo y el poder. Aquéllas que se podrían definir como
las palabras de la precariedad se encuentran en distintos textos de transición, en las
guerras, en las migraciones, en las preocupaciones de las autoras (de ayer y de hoy)
que en diversos contextos se preguntan y nos interrogan y desde la precariedad pueden
prender también la mecha de la creación, la conflictualidad, las bifurcaciones concep-
tuales (como cuando Walter Benjamin dice metafóricamente que saberse orientar en
una ciudad no es una gran cosa: el arte verdadero consiste en saberse extraviar).
Entonces, si el concepto de la alteridad, sobre el cual se organiza nuestro sentido de
identidad histórica, cultural e individual, se ha fragmentado, también nosotros estamos
inmersos en una dispersión que nos arrastra más allá de la casa tradicional, compuesta
de lenguaje y de identidades nacionales, de localidades fijas y surge entonces la impor-

66
tancia de la literatura, de los contra-relatos para escribir el sentido de localidad, de la
identidad y de la modernidad (Ian Chambers), el de una casa de papel in progress
(Clotilde Barbarulli). Los relatos permiten afirmar la vida contra su misma precariedad,
escribe Azar Nafisi.
En un discurso sobre el reconocimiento de las minorías, Homi Bhabha cita la poesía
“Movimiento” de Adrienne Rich para destacar el concepto de política como movimiento
que se transforma, según su opinión, en un “(des)acuerdo negociado” entre el yo en
lucha con su propio doble –el tú, la politizada “persona que será”– para abrirse a un
mundo más amplio de diferencias que supere cualquier polarización binaria. El ser
humano, para Bhabha, es impulsado a los contactos, en un espacio dialógico, de
modo que cada momento de reconocimiento se transforma en una doble exposición
al tiempo y a la historia. En ese contexto conformado por espacios para la diversidad,
afirma que el gran don de la literatura consiste en aportar el lenguaje de la igualdad y
de los derechos resumido en el derecho a la narración. “Narrar las historias que puedan
crear el entramado de la historia para cambiarle el curso” historias que nos permitan
representar las vidas que conocemos, de interrogarnos las convenciones heredadas,
de valorizar ideales y utopías, etc.
Por tanto, no historias de victimaciones –para las cuales hay demasiado espacio
en las retóricas del multiculturalismo, específicamente en los “compartimentos étnicos”
(Nirmal Puwar)– sino narraciones que contemplen la precariedad de la mujer en todas
las latitudes, sin interpretar/absorber a la Otra.
Los categóricos imperativos de Gayatri Spivak –contra-narrar, deconstruir, desa-
prender– nos ayudan a expandir los límites de los paradigmas de la representación
contemporánea, a encontrar representaciones “que hagan visible lo imposible de la
condición de la visibilidad” (Crítica de la razón postcolonial). La flexibilidad que corrige
la precariedad no es sólo una teoría literaria sino una práctica apta para ciertas situa-
ciones. Resistir, mantenerse, soportar van acompañadas de estrategias inteligentes e
invenciones de exploración crítica y de escritura creativa. Liberándonos de las exce-
sivas etiquetas que buscan clasificar/encapsular (por ejemplo, la creación del extranjero
como categoría y no como personas de carne y hueso) y revindicando el “derecho
a la opacidad” (“no nos comprendemos completamente, pero podemos convivir. La
opacidad es un muro que deja filtrar siempre algo”, escribe Glissant), podemos leer
(epistemológicamente) historias de vida, estrategias, visiones del mundo muy diferentes
entre sí, donde las personas pueden escapar de la masa indiferenciada y convertirse en
historias, clausurando en la página en blanco la precariedad de la existencia.
En modo autorreflexivo, nos gustaría cerrar nuestro discurso hablando de nosotras,
las que enseñamos a Narrar/nos, citando otra vez a Homi Bhabha cuando observa que

En tanto autor/autora y enseñantes vivimos precariamente, como precipitados en nuestras mismas


soluciones, interrogando nuestros poderes de resolución. Cualquiera sea la autoridad moral a

67
la que nos oponemos, en tanto humanistas sabemos que la soberanía de nuestro ingenio y de
nuestra voluntad está siempre sometida al precario balance del mismo acto de la supervivencia….
y sólo cultivando con compromiso un sentido compartido de fe moral que lleve al cumplimiento de
libres y justas elecciones, podemos remediar esa condición del ser. De esta forma pueden surgir
nuevos amaneceres y otras historias inquietar la jornada.

Así, también de la precariedad que impone el neoliberalismo en una sociedad inicua,


se puede intentar pasar a una precariedad conquistada (precaria-mente) en el sentido
cabal de las múltiples pertenencias, de culturas y de lenguas en movimiento, sin perder
la dimensión de materialidad en la complejidad de procesos que impulsan la consti-
tución de subjetividades siempre más cambiantes. Y por esto concluimos citando a
Spivak cuando dice, “Quiero restaurar lo utópico. Quiero que la gente empiece a soñar
otra vez porque con los sueños se inician las tomas de posición”.
Con estas intenciones sobre la condición contemporánea de lo incierto, el labora-
torio se abrió para dar especial atención al punto de vista de las jóvenes Fiorelle “Acro-
batas” y al grupo Sconvegno, directamente implicadas en las nuevas formas de trabajo
precario y del impacto que ello provoca en sus vidas. Discutiendo las nuevas condi-
ciones laborales, el colapso de la diferencia entre trabajo productivo y reproductivo, la
comercialización de la afectividad en el trabajo de dama de compañía de los ancianos
y las migraciones transnacionales, se preguntaban qué estrategias usar para encontrar
espacios y asideros, cómo reinventarse.
Pero el tema de la vulnerabilidad, la pérdida y el luto que Butler indaga en Vidas
Precarias, había puesto la atención directamente sobre la cuestión de la afectividad...
Los afectos han sido siempre importantes en nuestro laboratorio, como es inevitable en
una “zona de contacto” (Brian Massumi) donde las prácticas interculturales se basan
en la escucha, la narración de los testimonios y el reconocimiento de la alteridad. Sin
embargo, a aquella afectividad reconocible en tantas declaraciones de “bien-estar”
enviadas por las participantes –quienes en la devolución circular de las Fiorelle, en su
insistencia por pensar al otro a través del sentimiento, se transforma en origen, inver-
sión, herencia de una comunidad solidaria, imaginada, virtual pero real, y por tanto
fundamentales para la relación entre sujeto y comunidad– que no encontraba corres-
pondencia, de parte nuestra, de un adecuado marco teórico.
Y ahora nos parece extraño, considerado el estrecho lazo que existe entre la peda-
gogía crítica que queríamos practicar y la pedagogía de orientación socio-afectiva.
Existe, por ejemplo, una escuela de los sentimientos que ya practica la relación entre
alteridad y altruismo, que está presente en nuestros encuentros y una cantidad de
textos que se ocupan tanto de la inteligencia como de la ciudadanía afectiva, en rela-
ción con la política, las instituciones, la industria, el comercio y los negocios.4 Pensán-
dolo bien, el afecto traducido en mercancía global de los cuerpos, la prostitución, la
trata de blanca y el trabajo asistencial a los ancianos, ha sido siempre tema nuestro.

68
Pero, aunque nuestra atención estuviese dirigida a otras problemáticas, poco a poco,
y con la ayuda de Luciana Brandi que nos mostraba el funcionamiento del cerebro y
la relación entre conciencia y emociones, comenzó a tomar forma entre nosotros la
reflexión sobre la primacía (occidental) de la razón sobre los sentimientos y los afectos
Según Gayatri Spivak, el capitalismo controla sus crisis a través de la producción de
un valor afectivo operante en un sistema complejo y discontinuo de equivalencias afec-
tivas. Extendiendo estas ideas no se hace difícil considerar el cuerpo de las mujeres
en general, y de una “subalterna” en particular, como un instrumento fácil de acumula-
ción de riquezas –cuerpos y personas mantenidos en sus puestos por una economía
de los afectos que nos es muy familiar–. Sabemos que la distribución social del “trabajo
emocional” es diferente según los géneros. Judith Butler observa que la no-violencia de
las Mujeres en Negro se apoya en la experiencia cultural del luto: son ellas mismas las
que lloran a padres y hermanos, y el dolor y la rabia que incuban puede llevarlas a gestos
extremos –a la rebelión de Antígona como a los atentados de los kamikaze5–. Actitud
extrema y también anestesia de los sentimientos frente a la guerra y al genocidio que nos
relata Marina Callón. Pero pensamos oportuno no desvalorizar la anestesia de nuestros
sentimientos frente a la cotidiana violencia programada por los medios de comunicación
y prestar atención a la construcción de estructuras afectivas social y políticamente mani-
pulables, como aquella diagnosticada por Butler al mostrar la reja causal que desde la
herida narcisista provocada por la caída de las torres de New York, conduce a Guanta-
namo y al discutible protagonismo femenino de la esbirra de Abu Graib.6
Afecto entonces, como proceso productivo de los cuerpos, como sentimiento, afec-
tividad, pasión y atracción, como efecto que se/nos crea, que permea y condiciona,
que hace deseable los objetos y las mercancías, que produce sujetos y relaciones, que
inviste las formas de poder, los movimientos positivos y negativos hacia el otro/a –toma
de posiciones, identificaciones, apropiaciones–. Pero consideramos también al poder
y la cualidad del amor, del odio, del deseo, de la piedad, del dolor, del luto –figuras,
formaciones, objetos “que circulan en las relaciones de la diferencia y de la disloca-
ción” como los define Sarah Ahmed, destacando que las emociones circulan entre los
cuerpos y los signos “hacen cosas” y reditúan a los individuos y la comunidad– o a los
espacios corpóreos en espacios sociales –a través de la intensidad de las “junturas”.7
También los errores perceptivos pueden ser espías de los mecanismos sociales
ligados a los estados psicológicos y los sentimientos. Describiendo ciertos “encuen-
tros afectivos” Ahmed recuerda un episodio contado por la poeta afro-americana Audre
Lorde cuando, en el subte, vio a una mujer que la miró y se apartó con disgusto. Lorde
pensó que la señora había visto una cucaracha en el asiento, pero no, descubrió que
ella misma era la cucaracha, la niña negra. Fue entonces cuando se reconoció abyec-
tamente diversa porque así la vio la otra y no podrá olvidar nunca aquélla mirada de
odio. Ahmed considera que en este episodio, la piel constituye el confín de la inte-
gridad social: la negritud de una reconfigura el espacio social ocupado por la blan-

69
cura de la otra.8 También aquí afecto y política se relacionan en la constatación de
cómo el código de la clase dominante sirve para regular y discriminar la diversidad.
Recordamos el revés irónico de este posicionamiento cuando en el Wide Sargasso
Sea/ El gran mar de los Sargasos, de Jean Rhys, le toca a Antoinette ser definida por
los negros, con desprecio como la “cucaracha blanca”. Ambos episodios comparten
vecindades y lejanías con el encuentro de Clarice Lispector con la cucaracha, analizado
por Monica Farnetti en términos de la irreducible diversidad del Otro/a, que tanto nos
permite desenterrar de nosotros mismos.
Por todos estos motivos me parece que el afecto se podría considerar como la prin-
cipal modalidad organizativa de los ensayos que siguen, donde la emoción (de hecho)
circula, tanto sea como pasión política e intelectual, o como emociones negativas y
positivas traducidas en estrategias retóricas. La diversidad de temas y tonos requiere
de un enlace metafórico que encontré, como verán, en el concepto de “vecindad” teori-
zado por Eve Sedgwick junto al de periperformatividad. En nuestras frecuentaciones al
léxico intercultural, nos vemos constantemente comprometidas en la traducción trans-
cultural de la modernidad. Términos como “espacio intermedio”, mestizaje, mixité, creo-
lización, hibridez, connotan espacios intersticiales, fusiones, heterogeneidad, disconti-
nuidad, describen una “permanente revolución de las formas”,9 y por tanto una nece-
saria inestabilidad en la enunciación y el léxico. Por tanto, en el mapa conceptual de la
critica contemporánea encontramos, junto a la recuperación de ciertos topos, nuevos
usos interesantes de términos conocidos: indicadores de la disyunción entre espacio
interior y externo, como momentos del ser y de las epifanías; espacios como el entre-
temps y el bardo relativos al aproximarse de la muerte, o al presente y su cese, o al hiato
del no/ser, o también al tiempo previo a la conciencia de una identidad. Gayatri Spivak
usa la sinecdoque para indicar la contigüidad mientras Kosofsky Sedgwick usa el de
vecindad. Para indicar la percepción contemporánea táctil y afectiva del espacio Eve
Kosofsky Sedgwick usa sentir aptico, y por extensión locuciones periperformativas que
indican proximidad, afinidad, recorridos amativos, adhesivos, no violentos.
Me gusta pensar que los ensayos aquí incluidos, en la riqueza de sus diversas
posturas, representen una a/efectiva conjunción de los espacios de afinidad, postu-
lados desde el Laboratorio.

70
Notas

1. La traducción pertenece a Adriana Crolla quien Universdad de Firenze, el ATAS de Trento, el As-
agradece la gentileza de Liana Borghi por el envío sessorato alla Cultura de la Comuna de Trento, la
de los prólogos que, bajo su firma, introducen los Comisión Provincial Pari Opportunità de Trento, la
resultados de los Laboratorios realizados en Villa Universidad de Trento, el CIRSDe de la Univers-
Fiorelli, Prato, Italia. Borghi es también responsa- dad de Torino, el Assessorato Pubblica Istruzione e
ble de tres volúmenes de ensayos sobre Género Diritto allo Studio de la Comuna de Ferrara, el Cen-
e Intercultura. tro de Documentación Mujer de Ferrara, la oficina
De los textos recibidos la traductora eligió uno del Consejo Provincial de Paridad de la Provincia
para incluir en la presente publicación como ejem- de Mantova. Un especial agradecimiento a Marzia
plo de los recorridos interdisciplinarios y líneas Monciatti, entonces asesora comunal por la jorna-
teóricas novedosas que sustentan estas experien- da del 4 septiembre 2004 que llevó Raccontar(si) a
cias de mediación intercultural y de reconocimien- Firenze, y a Alessandra Maggi, Presidente del Ins-
to de la diversidad desde un enfoque genérico. tituto de los Inocentes de Firenze, que nos acogió
Para profundizar se aconseja visitar los sitios en su sede. Agradecemos de corazón Paola Ra-
<http://www.unifi.it/gender> y <http://digilander. vetta por las becas de estudio ofrecidas a nues-
iol.it/raccontarsi/>. tras Fiorelle. Un agradecimiento particularmente
2. Fundadora de la Sociedad Italiana de Litera- afectuoso al grupo florentino de la Società Italiana
tas e investigadora de Literatura Angloamericana delle Letterate y al Giardino dei Ciliegi. Al Labora-
en la Universidad de Florencia donde enseña li- torio Tiempos y espacios, a Lori Chiti, Pina Nuz-
teratura inglesa. Su práctica intercultural nace no zo e Pat Carra por su arte, a las colega,s amigas
sólo de la contaminación académica sino de un y estudiantes que participaron como organiza-
feminismo activo que la impulsó al desarrolló de doras, hóspite, docentes y participantes, y a una
acercamientos multiculturales, neohistoricistas y larga genealogía de escritoras, ensayistas y per-
comparativos de los textos y el establecimiento sonajes de nuestra vida cotidiana con quienes se-
de relaciones con la problemática de las identida- guimos dialogando virtualmente o personalmente,
des, los procesos de descolonización, contesta- gracias. Y todavía gracias al personal de Villa Fio-
tarios y de resistencia. relli que nos recibió, sostuvo y sirvió.
Se interesa por los escritos producidos por muje- Para una mayor documentación y el resumen
res desde el siglo XVII hasta la actualidad. anual de los encuentros del Laboratorio, consúl-
3. Para la realización de los dos Laboratorios se tese nuestros sitios web <www.unifi.it/gender>
agradece al Assessorato alla multiculturalità, la in- y <http://xoomer.virgilio.it/raccontarsi/>. Señalo
corporación y participación de la intendencia de además el sitio web <http://www.travellingcon-
Prato, el Assessorato alle Politiche e Interventi per cepts.net/> donde se encuentran a mi nombre
l’Accoglienza de la Comuna de Florencia, la Com- una intervención sobre Raccontar(si) como apo-
missione Pari Opportunità y el Proyecto Porto- yo al grupo Travelling Concepts de la red temáti-
franco de la Región Toscana, el Comité Pari Op- ca Socrates ATHENA II, y otras referencias en la
portunità y el Departimento de Italianística de la producción del subgrupo Re/sisters. Algunas de

71
las participantes de Travelling Concepts han sido 1995) discutidas por Eve K. Sedgwick en Touch-
docentes en el laboratorio: Joan Anim-Addo (Lon- ing Feeling. Affect, Pedagogy, Performativity (Duke
dra), Marina Calloni (Milano), Giovanna Covi (Tren- University Press, Durham&London 2003).
to), Daša Duhaček (Belgrado) Clare Hemmings Ver también Clare Hemmings, “Invoking Affect.
(Londra), Elena Pulcini (Firenze). Las participacio- Cultural Theory and the Ontological Turn” (Cultural
nes se pueden encontrar también en la publica- Studies 19, 5, Sept. 2005, pp. 548-67) y Luciana
ción: Travelling Concepts in Feminist Pedagogy: Parisi, “La percezione della differenza nel digitale:
European Perspectives (Raw Nerve, York 2006). movimento e affetto” en La nuova Shahrazad. Do-
4. Ver los numerosos textos sobre educación so- nne e multiculturalismo, ( Lidia Curti et al)., Liguo-
cio-afectiva en las escuelas que promueven técni- ri, Napoli 2004, pp. 321-32.
cas de empowerment, autoconciencia y autoesti- 5. Judith Butler “Feminism should not resign in
ma aplicando la RET (rational-emotive therapy), la the face of such instrumentalization”. Entrevista
escuela de los sentimientos de Giuseppe Ferrara. de Renata Solbach <http://www.iablis.de/iablis_
Pero a nosotras, a quienes nos interesan los estu- t/2006/butler06.html>.
dios interculturales nos interesa especialmente el 6. Además de Vidas precarias de Butler reenvío
trabajo de Antonio Damasio (Emozione e coscien- al número de DEA de julio 2004 <http://www.do-
za, Adelphi, Milano 2000; Alla ricerca di Spinoza. nnealtri.it/articoli/reale_virtuale/2004/luglio/tortu-
Emozioni, sentimenti e cervello, Adelphi, Milano relegend.html>, en particular el artículo de Anna
2003), la economía afectiva de Teresa Brennan, Maria Crispino: “La questione/torture. Alla pro-
en The Transmission of Affect (Cornell University va della realtà” y su texto en esta compilación.
Press, Ithaca, NY, 2004); de Brian Massumi, Pa- El tema aquí tratado también por Marina Callo-
rables for the Virtual: Movement, Affect, Sensation ni e Paola Zaccaria, ha sido desarrollado en las
(Duke University Press, Durham 2002), la sociali- recientes conferencias sobre “La tortura e l’etica
dad de las emociones en Sarah Ahmed, “Affective della fotografia”.
Economies” (Social Text 79, 22, 2, Summer 2004, 7. “Communities that Feel: Intensity, Difference
pp. 117-39) y en The Cultural Politics of Emotion and Attachment” en Affective encounters: rethink-
(Edinburgh University Press, Edinburgh 2004); el ing embodiment in feminist media studies, act-
discurso de Sneja Gunew sobre las diversas es- as del Congreso compiladas por Koivunen A. &
tructuras de los sentimientos y su traducción, y Paasonen S.,University of Turku, School of Art, Lit-
el concepto de transmisión (afecto) discutido por erature and Music, Media Studies, Series A, 49.
Luciana Parisi en Abstract Sex. Philosophy, Bio- E-book at [http://www.utu./hum/mediatutkimus/
Technology and the Mutation of Desire (Continu- affective/proceedings.pdf], Media Studies, Turku
um, London 2004) y en mi trabajo sobre Adrienne 2001, pp.1-2.
Rich ver las teorías de Sylvan Tompkins, Exploring 8. Ahmed, pp. 17-18.
Affect: The Selected Writings of Silvan S. Tompkins 9. Robert Young, Colonial Desire: Hybridity in The-
(compilada por Virginia E. Demos, Press Syndi- ory, Culture, and Race, Routledge, London 1995,
cate of the University of Cambridge, New York p. 25.

72
Interdiscursividad y género
en El misterio del ramo de rosas de Manuel Puig

Adriana Crolla

1. Marc Angenot (1988) llama Discurso Social a todo lo que se dice y escribe en un
estado de sociedad. No un todo entendido como manifestación cacofónica y redun-
dante sino todo lo que se narra y argumenta. Si acordamos, afirma Angenot, en que
narrar y argumentar son los modos fundamentales de la puesta en discurso, debemos
entender por discurso social no sólo lo que se produce y circula sino junto a lo decible,
narrable y opinable, también las reglas discursivas y tópicas que organizan y aseguran
la difusión del entramado discursivo.
El investigador debe poder identificar las dominantes interdiscursivas, aquellas
maneras de conocer y significar que trascienden la división de los discursos estable-
cidos Por tanto debe ejercer una mirada ecléctica que pueda dar cuenta de las migra-
ciones, de las coexistencias, de las transformaciones, desplazamientos e inscripciones
para buscar en la profundidad las constantes interdiscursivas que organizan esa topo-
logía global.
Pero, siguiendo a Angenot, debemos entender que el Discurso Social es también
el espacio de lo individual, el topos donde interactúan las formas de la disidencia, las
producciones de la individualidad, la creatividad y lo subjetivo. Discurso social sería
por tanto, y por sobre todo, el entramado de la producción social de la individua-
lidad. El lugar donde conviven los lugares comunes, los clichés y las presiones de la
doxa, con las marcas de la originalidad, las paradojas de los enunciadores privados,
los emergentes de la marginalidad, las luchas por la “diferencia” en la determinación
de las “influencias”.
Si trasladamos la investigación de estos juegos conectivos, estos collages heterogé-
neos de fragmentos erráticos del discurso social a la puesta en situación de un texto o
un estilo discursivo dado, aquél que particulariza la forma en que un escritor da cuenta
de estas interacciones, es posible examinar en la tipología global de un telos particular,

153
las marcas escriturarias de un enunciador singular, las formas cómo penetran y se
construyen los espacios del imaginario social, cómo se organizan las reglas de trans-
formación que ponen en conexión esos lugares y al mismo tiempo examinar las fron-
teras que limitan y expanden esos puntos de interconexión.
El trabajo literario entendido no como mero reflejo de lo social sino como produc-
ción operante del y sobre el imaginario social, ratifica el lugar de privilegio de la escri-
tura como acto socialmente simbólico de constitución y al mismo tiempo metaforiza-
ción de la experiencia social. Desde esta posición las actuales reflexiones acerca del
género se constituyen en una herramienta analítica para indagar el juego de voces en
los roles, diseñados e impuestos socialmente, la categorización de sus producciones,
la asignación de lugares en la construcción de la relación entre unas entidades y otras
y las representaciones tanto de pertenencia como de asimetrías que intersecan estas
cuestiones con las del poder.
Nicolás Rosa afirma que cuerpo, sexualidad y escritura constituyen los distintos
planos en que el sujeto experiencial y los sectores de la sociedad entran en tensión con
el Estado y la ley en sus diferentes manifestaciones. Es por tanto, la materialidad del
discurso literario un espacio privilegiado de construcción e indagación de las conver-
gencias y tensiones que articulan los universos significantes y discursivos con el poder.
En esta línea, la categoría de género tiene mucho que decir.
Ya desarrollamos en el primer capítulo nuestro posicionamiento y un recorrido de
los principales momentos y las principales líneas teóricas del área anglófona y fran-
cesa. Según lo analizado se puede concluir en que el género es lo que “la profecía
de autocumplimiento” anuncia culturalmente en el sexo del ser cuando nace y que la
sociedad se encarga luego de definir no sólo por medio legales sino también con acti-
vidades socializadoras más amplias y sutiles. Teresa de Lauretis lo definió como una
categoría analítica para indagar las construcciones culturales de las relaciones sociales
basadas en las asimetrías pero enfatizando en su trascendencia como manera primaria
de significar y representar las relaciones de poder. Judith Butler por su parte, elaboró
una noción de género-mujer como un modo de situarse uno mismo en relación con
la organización de las normas culturales pasadas y futuras y como un estilo de vivir el
propio cuerpo en el mundo.
Recuperamos estos planteos enunciados en trabajos previos (Crolla, 1998; 2007) en
tanto nos son operativos para clarificar la postura asumida por Puig ante la sexualidad,
el género y su escritura. Si tanto sexo como género son meras construcciones discur-
sivas, para desarticular el proyecto falocéntrico es necesario transgredir y dislocar la
materialidad misma del cuerpo, deconstruir la base biológica de los sujetos humanos
y por ende su palabra. Allí donde Simone de Beauvoir se pregunta cómo es posible el
“ser mujer” en el entretejido del mundo, Judith Butler enfatiza en que el gran desafío de
la crítica feminista es hoy percibir la multiplicidad de funciones de la sexualidad que dan
lugar a la construcción de formas paródicas de género-sexo.

154
La propuesta de Hélène Cixous en su ensayo La risa de la medusa de 1975, es más
poética pues apunta a cambiar la historia del poder para poder contar la Historia desde
otro lugar donde la feminidad y la masculinidad inscriban de modo distinto sus efectos
de diferencia, de economía libidinal de la mujer y de goce. Reconoce también que hay
seres inciertos (poéticos los llama) flexibles y abiertos a lo otro. Seres con una cierta
homosexualidad simbólica, sustitutiva, que se manifiesta en la construcción de una
escritura diferente basada en la bisexualidad. Bisexualidad latente en el niño y la niña
que las mujeres rebeldes aceptan gustosa. Y por ello la escritura es de las mujeres en
tanto no tienen miedo de aceptar lo del otro, de ser trabajadas, habitadas, poseídas y al
mismo tiempo atreverse arriesgo del perderse en un recorrido multiplicador de miles de
transformaciones. En esta facilidad para aceptar la diferencia y conmover los cimientos
de la Ley, es donde Cixous encuentra la diferencia, y en particular la escritura de la dife-
rencia:

¿Dónde tiene lugar la diferencia en la escritura? Si existe diferencia radica en los modos del gasto,
de la valoración de lo propio, en la manera de pensar lo no-mismo. En general en la manera de
pensar toda “relación”, si entendemos este término en el sentido de renta, de capitalización… una
economía de la feminidad... [y] un privilegio de la voz, [donde] escritura y yo se trenzan, se traman
y se intercambian, continuidad de la escritura / ritmo de la voz, se cortan el aliento, hacen jadear
el texto o lo componen mediante suspenso, silencios, lo afonizan o lo destrozan a gritos. En cierta
medida la escritura femenina no deja de hacer repercutir el desgarramiento que para la mujer, es
la convicción de la palabra oral, “conquista” que se realiza más bien como un desgarramiento, un
vuelo vertiginoso y un lanzamiento de sí, una inmersión. (Cixous, 2001: 54-55)

Con estos planteos se acerca notablemente al pensamiento del escritor argentino


que nos ocupa en este trabajo pues Cixous, influenciada por el pensamiento derridiano,
explica que la filosofía y el pensamiento literario occidental han estado desde siempre
atrapados en una serie de oposiciones binarias que remiten a la pareja fundamental
de lo masculino vs. lo femenino y su consecuente evaluación de positivo/negativo. Su
propuesta es proclamar a la mujer como fuente de vida, poder y energía y dejar hablar
un lenguaje femenino capaz de destruir los binarismos falogocéntricos (término inven-
tado por el mismo Derrida). De allí la elaboración de una teoría de la escritura tributaria
del concepto derrideano de la différance donde, según Cixous, la escritura femenina
(que no depende exclusivamente del sexo de quien escribe sino de un “estilo” y una
permeabilidad para “convertirse en mujer”) tienda a lo múltiple, abierto y heterogéneo
para dejar jugar la libre combinación de los significantes. En búsqueda de la libertad y
el placer de la apertura, Cixous niega los opositivos femenino/masculino en la escritura
y reconoce la existencia de una “escritura que llaman femenina o feminidad libidinosa
que se puede leer en obras de autor de sexo masculino o femenino”:

155
El que una obra esté firmada por un nombre de mujer no significa necesariamente que sea feme-
nina. Podría ser perfectamente una obra masculina, y a la inversa, el que una obra esté firmada por
un hombre no la excluye de la feminidad. (Moi, 1999: 118)

Su estudio fue fundacional en este sentido. Manteniéndose en una línea antiesen-


cialista y antibiologista, reconoce que las mujeres tienen mucha más facilidad para
aceptar ser “bisexuales” que los hombres pero que en la escritura algunos hombres
también lo logran alcanzar. En Francia reconoce que sólo Colette, Marguerite Duras y
Jean Genet pueden calificar como escritores “femeninos o bisexuales”.
De los escritores pertenecientes al universo hispanófono, no dudamos nosotros en
incluir a Manuel Puig en esta serie.
Las inscripciones del imaginario social en la esencial interdiscursividad de un
producto literario, y en particular desde la perspectiva de género postulada por Cixous
es entonces uno de los objetivos del presente trabajo. La escritura de Manuel Puig nos
permite este abordaje pues la consideramos paradigmática en este sentido.

2. Los fantasmas del imaginario en Manuel Puig


Uno de los problemas más marcados, dijimos, se manifiesta en la dificultad de
controlar una entidad que escape a las leyes binarias de Occidente. Con referencia
a los binarismos sexuales, el conjunto social ha producido, paradojalmente, la expan-
sión de un entramado interdiscursivo que genera al decir de Foucault, una especie de
discurso científico hegemónico sobre la sexualidad y que caracteriza nuestra época: la
Scientia sexualis.

(...) el discurso sobre el sexo, desde hace ya tres siglos hoy, ha sido multiplicado más bien que rari-
ficado....Al hablar tanto del sexo, al descubrirlo desmultiplicarlo, compartimentarlo y especificarlo
justamente allí donde se ha insertado, no se buscaría en el fondo sino enmascararlo: discurso encu-
bridor que equivale a evitación... Nuestra civilización, a primera vista al menos, no posee ninguna
ars erotica. Como desquite, es sin duda la única en practicar una Scientia sexualis. (Foucault,
1978:72-73)

Puig acepta también que existe una verdad sobre el sexo y que la multiplicación de
los discursos científicos y sociales: el psicoanálisis, la antropología, la sociología, etc.,
más que tratar de encontrar la verdad, han terminado compartamentalizándola y obtu-
rándola.
Por ello, según Elias Muñoz (1986), Puig intentó a través de su escritura generar un
discurso superador sobre la sexualidad, elaborar una Scientia Sexualis yuxtapuesta,
dialógicamente, a la relación erótica, para dar voz a lo silenciado o inaccesible. Generar

156
una utopía sexual que sería sólo posible cuando se hubiera alcanzado a liberar la mujer
interior que todo hombre lleva dentro de sí, anulada por la fuerza de los discursos
castradores de la sociedad patriarcal y cuando se hubiera instaurado un juego discur-
sivo mediante la multiplicación y expansión de lo real en la creación compartida. Un
saber nuevo que, en vez de obturar la verdad, se configurara en los fantasmas ficcio-
nales de la palabra.

(...) la mujer más necesitada y desesperadamente, de liberación, es la mujer que cada hombre lleva
encerrada en los calabozos de su propia psiquis...todo ello significaría la más cataclísmica interpre-
tación de la vida sexual en la historia de la humanidad, ya que replantaría todo lo concerniente a los
roles sexuales y al concepto de normalidad sexual vigente en la actualidad. (Muñoz, 1986: 371)

Puig reniega de toda categorización sexual, de cualquier tipo de binarismo pues el
problema, según explica, es que en el imaginario social la identidad pasa a ser definida
por el sexo y es ésta “Una banalidad [que] define lo esencial”.

...es necesario entender que el sexo no tiene trascendencia, no tiene peso moral. El sexo es como
comer, beber, dormir, forma parte de la vida vegetativa y por esto es que no me parece que la iden-
tidad deba pasar a través de la sexualidad. La idea de dar un peso moral al sexo es un crimen
cometido hace muchos siglos, se dice que fue un patriarca el que concibió esta monstruosidad
para controlar a las mujeres... creo que hay que hacer una propuesta más radical: negar el sexo
como signo de identidad. (Pajetta, 1986)

Según el escritor toda categorización sexual (o del tipo que sea) es arbitraria y condi-
ciona las relaciones sociales. Por ello propone juegos alternativos como los nombres
femeninos que otorga a sus “hijos” putativos mejicanos o a sus circunstanciales
parejas. A dos en especial los consideraba sus “hijos espirituales” y ante los demás los
llamaba “las hijas de Greta Garbo”, reservando para sí el nombre de la fabulosa prota-
gonista de Gilda. A Javier Larbada y Agustín García Gil había apodado respectivamente
Rebecca y Jasmine, nombre de las hijas de su amada efigie. Este travestismo nominal
puede explicar el título que según sus notas había inicialmente pensado para el texto
que nos ocupa El misterio del ramo de rosas. Título con dos nombres masculinos: Víctor
y Andrés, que nos parece relevante cuando nos enteramos de que en realidad la obra
no tiene protagonistas masculinos ya que las únicas dos protagonistas de este breve
drama son una octogenaria convaleciente en un hospital y su enfermera.
Pero sí aparece el nombre Víctor en los recuerdos de la anciana paciente. Víctor,
el nieto muerto trágicamente, es presentado como “modelo” de masculinidad, encar-
nando el ideal social de varón. Y desde estos condicionamientos la anciana juzga las
acciones adúlteras y poco “maternales” de su única y propia hija:

157
Yo tuve una única hija, y ella tuvo a este muchacho que era... todo lo que se puede pedir. Mi hija
lo sintió mucho, pero ella la verdad es que nunca sintió mucho nada. Cuando se cansó del primer
marido, se fue con otro, el chico quedó en mi casa y yo lo cuidé más que la madre misma. Y ahora
ella está con otro candidato, con éste de ahora ni se casó.

En el discurso de la madre luchan el “deber ser” (“mi hija lo sintió mucho”) y el “ser”
(“la verdad es que nunca sintió mucho nada”). Esa hija asume formas que no condicen
con el “deber ser” de la mujer según el discurso social hegemónico y que la anciana
considera “único”. La hija “no siente nada” porque:

• no es buena madre ya que en ella primaron sus deseos y necesidades de mujer.


• abandonó al hijo y el niño fue criado por la abuela. Ergo la “buena madre” ha sido
ella y desde este parámetro de la doxa mide las acciones de la hija.
• última condena: no se ha casado y lleva en sí el estigma del concubinato.

Pero aquello que es condenable en la hija porque no responde a los mandatos


sociales de lo femenino, cambia de perspectiva para el nieto y su novia en quienes
acepta que puedan vivir en pareja sin casarse porque pertenecen a otra generación y
la sociedad actual ya lo ha aceptado:

Enfermera: Tenía novia?


Paciente: Sí... y está bien decir “tenía”. Porque ya no la tiene más. Ella se casó, el mes pasado.
Cuando lo de Víctor... creíamos que ella no lo iba a sobrevivir, porque lo adoraba. Eran novios
modernos, claro, vivían juntos...

La novia de Víctor, otra mujer, también recibe un tipo de sanción por haber aban-
donado el rol de “viuda eterna” y no haberse inmolado al recuerdo del muerto y a la
soledad. Para la anciana hubiera sido preferible, y enfatiza esa posibilidad sin tener en
cuenta, por egoísmo, las necesidades de la joven, que al morir Víctor su novia hubiera
estado embarazada para que su nieto continuara viviendo en un nuevo ser. Por otra
parte, dice, jamás podrá aceptar que la joven, después de haber demostrado la inten-
sidad del dolor por la pérdida en una especie de paralización vital de “pobre viuda
inmolada al recuerdo eterno de Víctor”, “así, de un día para otro” (notemos el desprecio
y desconcierto en la voz de la anciana) se casará con otro.
Con respecto al otro nombre pensado por Puig: Andrea, no aparece en el texto, ni
siquiera en las ensoñaciones de las dos protagonistas. Una posible interpretación es el
juego ambiguo que genera el nombre ya que en italiano es un nombre de varón, pero
con una desinencia marcadamente femenina.
Pero además de Víctor y Andrea, el escritor había mencionado en sus manuscritos
otros dos títulos probables: Paisaje a oscuras y el que finalmente eligió: El misterio del

158
ramo de rosas. Enunciado feliz porque si bien es más literal, denota un cruce genérico
con el melodrama y el realismo escénico, una de las constantes discursivas con las que
Puig intentó “leer” escriturariamente la realidad.

Inesperadamente, después de Estrella del firmamento y de Triste golondrina macho, me surgió la


idea de El misterio del ramo de rosas que es quizás un retorno al realismo escénico de El beso
de la mujer araña. En el origen de este trabajo estaba mi deseo de contar una historia en la cual
cada componente sexual fuese extraño. Estoy convencido de que la represión sexual ha provocado
grandes malentendidos. Algunas veces, determinadas necesidades de la vida vegetativa – como el
comer y el dormir- no son debidamente satisfechos. Entonces, por ello, vemos aflorar difusamente
el fantasma sexual. En vez, si estas necesidades fuesen satisfechas, se verían las cosas con más
claridad. No creo, como algunos seguidores de Freud, que toda la energía sea sexual. Creo que la
vida de los afectos tiene una dinámica propia. Y me interesaba encontrar una historia que ilustrase el
caso. La anécdota de El misterio del ramo de rosas excluye cualquier factor sexual determinante.1

Varios son los elementos que relacionan El beso de la mujer araña con este breve
drama:
1. dos protagonistas se confrontan e inventan ensoñaciones, fantasmas de su
pasado, con los que van rescatando y rescatándose de la máscara que los define.
2. el agon es posible porque se cumplen las condiciones de soledad y clausura en
espacios que reproducen la castración y soledad vital y social experimentada por los
protagonistas. Una cárcel en El beso… y una sala de hospital en El misterio…
3. en ambos textos hay, al decir de Angelo Morino (1996:18) “el deseo de representar
el conflicto determinado por una femineidad difícil, en tanto por femineidad se entiende
un derecho a la debilidad que se contrapone a la fuerza sobre la cual se modelan los
rigores del universo masculino”.

Molina, el homosexual de El beso…, habla y piensa en femenino cuando, intertex-


tualizando opiniones expresadas por Virginia Wolf en Tres guineas dice: “Si todos los
hombres fueran como las mujeres, no habría torturadores”. Porque ser mujer es aceptar
la parte de la debilidad, de falibilidad y sentimentalismo que la cultura falogocéntrica ha
reconocido y adosado a la piel de la mujer para poder ejercitar e imponer el dominio
del poder masculino.
En El misterio… dos mujeres, anciana una, enfermera la otra, sienten que su mundo
trastabilla al tomar conciencia de la falibilidad que el poder patriarcal ha operado en su
interior al haberlas obligado por una lado a construirse una máscara de fuerza y auto-
control y por otro lado a jugar el rol femenino de la debilidad de sentimientos. Lo que en
su contradicción las impulsa a la pérdida y la disociación.
Su única tabla de salvación, como para los dos condenados a muerte del otro libro,
es dejarse llevar por la palabra para que la verdad emerja a través del método mayéu-

159
tico. Y así, escribe Puig en sus anotaciones marginales: “cuentan una a otra versiones
modificadas y en alucinaciones sale la verdad” (Morino, 1996: 18).
Nos interesa esta afirmación porque nos permite indagar en una marca estilística
que Puig comenzó a experimentar a partir del exilio y que significó el comienzo de una
nueva línea de escritura que ha quedado registrada sobre todo en sus textos margi-
nales, en los guiones cinematográficos y en las obras de teatro.
Es lo que él llamó “estilización” de lo real y que tuvo su momento de emergencia a partir
de una lectura intergenérica que marcó el éxito de El beso de la mujer araña. La visión
en la televisión de Nueva York de la película Cat People le dio la idea no sólo del título de
su famosa novela sino también una nueva manera de contar caracterizada por el contra-
punto entre lo “real” (el discurso de la doxa”) y el “fantástico”, la disidencia de “versiones”
a través de ensoñaciones y proyecciones donde los personajes se ficcionalizan y ficcio-
nalizan sus más profundas verdades. Contándo/se en el caso de la narrativa, o a partir de
la “puesta en abismo” en el discurso escénico. Puig llegó a decir que si la palabra puede
llegar a traicionar la memoria, entonces no hay más remedio que inventarla.

En El misterio del ramo de rosas, decíamos, en una habitación de lujo de un sana-


torio privado en el centro de Buenos Aires, una rica y despótica anciana enferma de
los nervios y su, aparentemente, sumisa enfermera, confrontan soledades y frustra-
ciones. El espacio clausural, condensado y encorsetante, se manifiesta favorable para
la explosión de los fantasmas del imaginario que las habitan y al mismo tiempo permite
un juego agónico de seducciones mutuas a través de las cuales, a veces hasta salva-
jemente, las dos mujeres van midiendo sus fuerzas.
Si el individuo se define y se conoce a sí mismo a través del discurso, la operación
mayéutica propuesta por el autor, va haciendo emerger los significados de “hombre” y
“mujer” como parte de un sistema significador impuesto y legalizado por la doxa y en el
que la mujer, afirma Millet (citado por Moi, 1999:62) “no acuñó los símbolos con los que
se describe en el patriarcado... la idea cultural de la mujer es obra exclusiva del varón”.
A medida que las dos mujeres se definen y visibilizan sus roles, tanto en la realidad
del diálogo, como en las proyecciones fantasmática de los propios recuerdos, se va
construyendo un imaginario particular y absolutamente femenino de la femineidad. En
la ensoñación, la anciana retorna a un momento doloroso de su pasado que es cuando
descubrió la infidelidad de su marido y quiso liberarse de la atadura del matrimonio
para realizarse como abogada, lo que no pudo hacer por condiciones sociales y auto-
represiones, muy comunes en la mujer de la época. La enfermera, travestida en la
hermana ya muerta, elabora una visceral discusión sobre les responsabilidades de la
mujer y los roles a las que se ha visto sometida.
Sin embargo, los niveles de realidad son dosificados escénicamente con suficiente
y sugerente ambigüedad (sea en los tonos vocálicos, en las particularidades léxicas
como en la proxenia):

160
Enfermera: (saliendo lentamente del armario, envuelta en una luz espectral, se quita lentamente las
horquillas que le sujetan la cofia, habla con su tono habitual) Y a lo mejor las (cosas) que están olvi-
dadas sí que servirían de algo...
Paciente: ..Yo te lo voy a poner, el sombrero, me acuerdo perfectamente cómo te lo encasque-
tabas, qué risa.
Enfermera: Usted se está acordando ahora porque está dormida, cuando se despierte no se va a
acordar de nada, y es una pena.
Paciente (Se pone de pie, ágil como una mujer de treinta años...) Vos mi hermana, me trata de
usted?
Enfermera: (Cambiando de pronto de actitud y tono de voz, suena ahora desenvuelta y jovial) Es
cierto… Me lo ponía así?

Paciente: ...Yo me quiero separar y trabajar, tengo mi título de abogada...


Enfermera: Luis es bueno, otro como él no vas a encontrar.
Paciente: Es que a Luis... yo siempre lo quise mucho, pero ahora (por fin realista, sin gazmoñería)
no sé si lo sigo queriendo. Está siempre nervioso, él hace y deshace en todo, yo soy un cero a la
izquierda en esta casa…

Las didascalias van aportando la necesaria información para comprender cómo se


produce el cambio de actitud gracias a la palabra que en su emergencia va permitiendo
a la mujer tomar conciencia de su lucha por la propia dignidad. La hermana, alter ego de
la ley materna y social, la insta a “soportar”, a cumplir el rol que corresponde a la mujer:

Enfermera: Vos está loca. ¡sos la reina de esta casa! Si él te da todo. Acaso te falta algo? … Yo creo
que el papel de la mujer es ese. Darle paz al marido cuando llega a la casa, y vos nunca fuiste muy
tranquila que digamos, siempre hacés lío...Pero si el hombre es el jefe de la familia, y esa es una
responsabilidad muy grande para el pobre Luis, hay que tenerle paciencia… Sí, hay momentos en
que la mujer, de veras, se siente así, basureada, pero no hay que tener falso orgullo, hay que ser
más grande alma y saber comprender... El deber de una es saber comprender.

La hermana desaparece y la paciente vuelve a ser una joven sumisa que se disculpa
ante la madre para aceptar que si el hombre engaña y las otras mujeres la hicieron
vivir en la mentira, es sólo para “protegerla”. En su ensayo Cixous reconoce que a las
mujeres se las educó para auto-colonizarse y para ser carcelera de todas:

Ellos han cometido el pero crimen contra las mujeres: las han arrastrado, insidiosa, violentamente
a odiar a las mujeres, a ser sus propias enemigas, a movilizar su inmenso poder contra sí mismas,
a ser las ejecutoras del viril trabajo. ¡Les han creado un anti-narcisimo! ¡un narcisismo por el que
sólo se ama haciéndose amar por lo que no se tiene! Han fabricado la infame lógica del anti-amor.
(Cixous, 1975:21)

161
En la obra se manifiesta así:

PACIENTE: ...La mujer tiene que ser dulce verdad? Si no nadie la quiere... no se casa, como mi
enfermera… o los hijos después no se le encariñan...La mujer tiene que ser dulce pero no tonta.
Yo estudié y di todos aquellos exámenes...pero nunca me di cuenta de que él andaba con otra.
Ustedes sí lo sabían, y no me dijeron nada...Nunca fue con mala intención, pero ustedes sabían
siempre todo. Y qué se le va a hacer, la engañada es siempre la última en enterarse...

La vuelta a la realidad y la confrontación con la mirada de la enfermera, permite que


alcance una mirada diversa y superadora de antiguas frustraciones. La enfermera le
explica la opinión científicamente autorizada de un médico con el que había trabajado
y con quien había aprendido a comprender que enfrentar el maltrato de los demás no
es signo de debilidad sino de verdadera fuerza y dignidad. Porque, si el otro grita (no
importa que sea un paciente con enfermedad nerviosa o un marido no es porque “el
que aguanta es un idiota” como había afirmado la paciente, sino que “el que grita es
porque tiene miedo”.
En el discurso del psicoanálisis, traducido por la enfermera, se filtra una palabra
que pertenece al registro de la coloquialidad, y que ya había utilizado el fantasma de la
hermana: “basurear”

Enfermera: El nos decía que no teníamos que volver a casa sintiéndonos unos pobres diablos,
porque alguien nos había basureado..
Paciente (Interrumpiéndola, tocada en lo más íntimo sin saber la razón) Basureado...cuánto hace
que no escuchaba esa palabra, es de mi época, ahora la gente no la usa. Se dice más…agredir,
degradar...ahora, verdad?

Cuando se juegue la escena del mundo imaginario de la enfermera, los espacios


escénicos se complicarán aún más pues, si bien la anciana asumirá hasta el final de
la escena el rol de la madre de la enfermera, ésta se desdoblará en un complicado
doble registro temporal: el de la joven atribulada el día en que murió su padre y decidió
abandonar a su novio Miguel para satisfacer los deseos maternos, y su situación en el
tiempo actual, con una actitud llena de culpa y miedo por la verdad que inevitablemente
saldrá a la luz:

Enfermera: (levanta la cabeza y mira a la paciente finalmente) Mamá...le dije a Miguel que no viniera
más. No lo voy a ver más.
Paciente: (Profundamente aliviada, le toca la cabeza como dándole la bendición) Yo sabía que ibas
a hacer lo que tenías que hacer.

162
Enfermera: Mamá... tengo que preguntarte. Papá no quiso que Miguel fuera a verlo al hospital..
Paciente: No te preocupes, ya está descansando, pobrecito.
Enfermera (Saliendo del espacio escénico en que dialoga con la madre, casi explotando) Señora, no
le haga caso a mamá, no es cierto que papá se empeoró porque se enteró de todo. Miguel nunca
le cayó bien a papá, porque le parecía muy viejo para mí, casi de la edad de él.
Paciente: Y a mí también me cayó mal.... es un muerto de hambre.
Enfermera (Muy sumisa) Mamá.. cómo fue que papá se enteró -...(pausa) Mamá, cómo fue? (De
pronto se desespera y se pone de pie, vehemente, hablando a la mujer en la cama) Señora! Mamá
no tiene razón! ... (Pausa, la paciente tiene los ojos cerrados, como antes de empezar la alucinación)
Señora, por qué no me contesta? O será que usted sí se dio cuenta?... de que yo lo sabía todo! Pero
nunca me animé a decírselo a mamá.... (profundamente culpabilizada) yo sabía todo lo de Miguel!
Me había ido dando cuenta desde el principio, por muchas cosas, pero él nunca me lo confesó.
Yo esperaba que la mujer se le muriese...total para qué quería vivir...Señora, no me contesta... (Se
vuelve a dejar caer en la silla, paulatinamente, vuelve la luz realista anterior al momento de la aluci-
nación).

Mientras los personajes re-inventan su realidad a través de la palabra, se va gene-


rando un mayéutico contrapunto entre lo real y lo ficcional, entre la vigilia y la enso-
ñación. Socráticamente la verdad se va construyendo a medida que se enuncia y el
“paisaje a oscuras” emerge mientras se vomitan deseos, sueños, represiones y proyec-
ciones. Ambigüedad sutil que hace perder los límites entre el “ser real” y el “deseante”
y que complejiza la trama multiplicando los niveles de realidad de ese imaginario feme-
nino conformado por el misterio del deseo.
Los tiempos se funden y se con-funden y las viejas frustraciones, los viejos silencios
instaurados entre la paciente y su hija/la enfermera y su madre, se vomitan en gritos y
susurros que explotan, escapan por las fisuras-heridas para ir lentamente alcanzando
su restauración. Y así, dolorosamente, se alcanza el perdón al aceptarse las debi-
lidades propias y las ajenas. Se adquiere la fuerza verdadera que permite juzgar y
entender no sólo la culpa sino también la gratitud porque el diálogo, favorece las ficcio-
nalidades proyectivas y permite alcanzar una salida, construida en el entre-deux de la
palabra:

Paciente: (Con humor) Hágase su voluntad. (Llevada por un golpe de imaginación) Ya sé... Una
tarde de verano, va a hacer mucho calor, y la mesa va a estar tendida en el patio ése...
Enfermera: El de los jazmines. Y llega alguien que no esperábamos.
Paciente: Se va haciendo de noche y seguimos escuchando lo que él nos cuenta.
Enfermera: El no se quiere ir, está encantado con nosotras dos. El tiempo se le pasa como en un
sueño.
Paciente: Y entonces se desencadena una tormenta. El se tiene que quedar a pasar la noche.... yo
descorro las cortinas de encaje para ver la tormenta en toda su magnitud, pero ya está por llegar

163
la hora de retirarme a descansar. Quiero estar sola y recordar las muchas veces que recibí un ramo
de rosas.
Enfermera: ¿Fueron muchas?
Paciente: (Con satisfacción y luz interior) Sí, me había olvidado.
Enfermera: De pronto él se acuerda de que tiene que volver al lugar de donde vino. El deber lo
obliga. Una promesa sagrada. Se tiene que ir. Ya se fue.
Paciente: Y usted se desespera. Pero esa es la gran noche de su vida. La noche en que decide su
destino. (Con humor) O la ciencia. O el amor. O la actividad frenética d e los hospitales, o la espera
en el jardín (languideciendo) atardecer tras atardecer, mareada de perfume de jazmín.

Finalmente, la debilidad femenina (culturalmente impuesta) se fortalece en el contra-


punto restaurador y Puig, al dejar hablar la matriz femenina que lo habita, logra destruir
los binarismos falogocéntricos.
La parodia cumple su cometido superador y el misterio del ramo de rosas (secular
simbología de la femineidad), en la palabra asexuada de la escritura, alcanza su máxima
resolución.

Nota

1. Citado por Angelo Morino en el prólogo de


Puig, M. (1996) Mistero del mazzo di rose, Paler-
mo, Sellerio, p. 16. La traducción del italiano nos
pertenece.

164
Bibliografía

Angenot, M. y Robin, R. “La inscripción del dis- Moi, T. (1999) Teoría literaria feminista, España,
curso social en el texto literario” en Sociocritiscm, Cátedra.
1, julio 1988. Muñoz, E. “El discurso utópico de la sexualidad
Cixous, H. (2001) La risa de la medusa, Barcelo- en El beso de la mujer araña de Manuel Puig” en
na, Anthropos. Revista Iberoamericana Nº 135-136. EE. UU., Uni-
Crolla, A. “Género e imaginario social: Italia en la versity of Pittsburgh, abril-septiembre de 1986.
obra de Manuel Puig” en Revista ETC, N° 9, 1998. Pajetta, G. “Manuel Puig: Cine y Sexualidad” (en-
—— (2007) “S/Objetos imaginarios: cuestiones trevista) en Crisis, Nº 41, abril de 1986, disponible
interdisciplinarias sobre género” en Reflexiones en <www.literatura.org/Puig/repo_puig.html>
interdisciplinarias sobre la literatura del siglo XX, Puig, M. (1996) Mistero del mazzo di rose [trad. y
Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral. editor: Angelo Morino], Palermo, Sellerio.
Foucault, M. (1978) Historia de la sexualidad, —— (2000) El misterio del ramo de rosas, Rosa-
México, Siglo XXI. rio, Beatriz Viterbo.
Millet, K. (1969) Sexual Politics [trad. española:
Políticas sexuales, por Ana María Bravo García,
México, Aguilar, 1975], London, Virago.

165
Estudios comparados
de la literatura actual
Consejo Asesor
Colección Cátedra
Edith Litwin | Hugo Erbetta | Carlos Sastre | Silvia Wolansky| José Luis Volpogni

Coordinación editorial: Ivana Tosti


Corrección: María Alejandra Sedrán
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Impreso en Argentina
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Estudios comparados
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Indagaciones desde género,


canon, educación

Adriana Crolla
Oscar Vallejos
(editores)

Prólogo

Una parte de los trabajos que presenta esta publicación fueron en principio elabo-
rados para ser utilizados como lectura base de alumnos cursantes del seminario
“Miradas reflexivas de la literatura de la segunda mitad del siglo XX”. Seminario incluido
en la oferta curricular del Ciclo de Licenciatura a distancia en Lengua y Literatura,
perteneciente a la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad Nacional
del Litoral. Con dichas producciones los autores pretendimos abordar problemáticas
conceptuales y propuestas reflexivas actuales, desde una perspectiva comparada, que
consideramos válidas para pensar los recorridos de la literatura en articulación con
otros discursos y áreas del saber durante las últimas décadas del siglo pasado. Abor-
dajes que consideramos siguen siendo todavía hoy motivantes y por eso, con la inclu-
sión de otras producciones que amplían la mirada y con la necesaria adecuación de los
materiales a un formato apto para un público de más vastos intereses, los ponemos a
consideración en esta nueva publicación.
Por otra parte, los autores integramos el staff permanente del Centro de Estudios
Comparados. Centro que fundamos en 1995 en esta misma unidad académica y desde
donde nos preocupamos por desarrollar y profundizar estos estudios en diversas instan-
cias de investigación, produciones y ofertas académicas. Por ello hemos elegido el
marco de la literatura comparada porque dada su actualidad y operatividad nos permite
validar la inclusión de trabajos de tan variada amplitud en la presente publicación.
Antonio Monegal en el prólogo a un número de la revista Insula1 sostiene que la para-
doja a la que se enfrenta la literatura comparada es que es “una disciplina que defiende
su especificidad haciendo bandera de un acercamiento a su objeto que no le es exclu-
sivo y sobre cuyo objeto tampoco tiene el monopolio”. Recupera entonces la afirmación
de René Wellek de que el método de la comparación no es exclusivo de la literatura
comparada sino que se da en todo estudio literario y en otras formas de conocimiento.


Si el comparatismo se activa en el acercamiento espontáneo de cualquier lector de
literatura, sea cual sea su adscripción u orientación disciplinar, es pertinente la defini-
ción de Guillén de que (superando la anterior disputa entre los nacionalistas y los espe-
cialistas en Literatura General y Comparada) se puede ser especialista en una litera-
tura en particular y al mismo tiempo comparatista ya que la especificidad estaría dada
en el conjunto de preguntas y de problemas que se proponen, más que en el objeto,
método o manera de contestarlas. Guillén se apoyaba en este sentido en Harry Levin
quien había afirmado que la literatura comparada es más que un campo, una actitud,
un punto de vista, un compromiso que se traduce en una forma de entender la literatura
reconociéndole su dimensión irreductible:

Llegados a la época moderna no sólo la unicidad de la literatura nacional –que sirvió primero de
sustituto y refugio– es una engañifa. Hoy es irreductible la literatura a una tradición única, accesible
tranquilamente al talento individual, como suponía T. S. Eliot. Es irreductible la historia literaria –al
igual que las demás historias– a una sola teoría totalizadora… No se rinde la literatura a la angosta
mirada del crítico monometódico y monoteórico. Es irreductible la literatura a lo que producen y
enseñan un puñado de países de oeste de Europa y de América. Ni puede tampoco reducirse a
aquello que cierto momento y cierto gusto tienen por literario y por no literario.2

Monegal concluye postulando que la tarea del comparatista es una tarea que inevita-
blemente involucra el comparar, buscar paralelos y medir distancias pro que cada uno
lo debe hacer respecto a aquel marco de referencia que conoce mejor.
La historia de la enseñanza de la literatura y del estudio de la literatura en las universi-
dades argentinas es variada y ha determinado formas particulares de periodizaciones,
articulaciones y contiendas. Por ello el papel que nos cabe a los que hemos aceptado
el desafío del comparatismo en un país donde no existe una fuerte tradición académica
y no se cuenta con subvenciones espaciales para la instalación de espacios de espe-
cialización, es, como sostuvimos en otras sedes, “medir paralelos y distancias desde el
campo de referencia que a cada uno nos cabe mejor pero en función de una revisitación
de las tradiciones que hasta ahora hemos asumido como inamovibles a fin de instalar el
“tertius comparationis” que guía el motor de nuestras comparaciones”.3
Instalar la indagación para desestructurar supuestos y, como lo plantea Spivak,
hacer del “estudio de la literatura, y de su enseñanza en el entrenamiento de la imagina-
ción, un instrumento de comprensión de la otredad que llevamos incorporados…acer-
carnos al trabajo irreductible de la traducción, no de idioma a idioma, sino del cuerpo a
la semiosis ética en ese transporte incesante que es una vida”.4
Semiosis ética que debe venir de una revisión de nuestros propios recorridos y de
los modos cómo el encuentro con la otredad y lo local, se ha ido configurando en nues-
tras propias prácticas.


Atendiendo a estos postulados, la presente propuesta incluye cuatro ejes proble-
máticos. Dos de ellos, centrados en abordar cómo ciertos intereses conceptuales,
fundamentalmente políticos, generan, no sólo formas de lecturas y escrituras sino que
también proponen un ordenamiento de lo literario. El tercero, analiza el problema de
la literatura en relación con una filosofía moral o filosofía de la educación. Y un cuarto
eje indaga, desde una perspectiva histórica, el modo en que se articulan en Argentina
ciertas teorizaciones, de base metodológica, con propuestas reflexivas sobre el modo
de enseñar Literatura.
Los dos primeros ejes presentan proyectos teóricos bien diferenciados. Uno que se
podría decir personal, ya que no tiene interés en formar una escuela o corriente teórica
que comparta conceptos, métodos o utillaje de análisis. Otro, que reclama la concre-
ción de un proyecto colectivo anclado en un movimiento político: el movimiento femi-
nista. En definitiva, el primero defiende un proyecto de comprensión de la literatura
fundamentalmente estético; el segundo, de comprensión de la literatura asociado a
un proyecto político de género. Al mismo tiempo ambos están enfrentados, y en esa
confrontación surge un espacio que habilita el desarrollo de reflexiones y elecciones
por parte de los lectores.
Bloom, quien lee la literatura como un artefacto estético, ataca el proyecto feminista
e historicista y lo llama Escuela del resentimiento. Por su parte los que adhieren a este
proyecto reaccionan contra Bloom y lo llaman conservador. Esa disputa que se da en
batalla abierta en las universidades norteamericanas, acontece también en Argentina,
pero de un modo menos abierto, ya sea porque existen en el campo literario agentes
que piensan que nuestra literatura está profundamente comprometida con proyectos
políticos y culturales más amplios; o porque la perpetuación de modelos, ya superados
en otros contextos, ha impedido una incursión más abierta y comprometida de los
agentes responsables de la formación y educación de las nuevas generaciones.
Con respecto al segundo eje, más allá de las posturas y decisiones de políticas
educativas que lo determinen, partimos de la convicción de que, una de las opera-
ciones interdisciplinarias más activa, en el pasado siglo, ha sido la conquista del reco-
nocimiento de la subjetividad de género que subyace detrás de cada escritura y de
cada lectura y de la importancia de la mirada que lo configura y problematiza. En este
sentido, Jonathan Culler, un representante del sector de la crítica que estudia la expe-
riencia de la lectura y la posición que el lector ocupa en la determinación del sentido,
señaló la importancia del género en los procesos de lectura a partir de la siguiente
reflexión: Si la experiencia de la literatura depende de las cualidades de una persona
lectora, podría preguntarse qué diferencia habría en la experiencia de la literatura, y por
tanto en el significado de la literatura, si esa persona fuera, por ejemplo, mujer en vez de
varón. Si el significado de una obra es la experiencia de un lector, ¿qué diferencia hay si
ese lector es mujer?5


El recorrido histórico de las líneas teóricas fundacionales de los estudios de género,
los trabajos que pretenden mostrar su invisibilización en las políticas educativas, en las
propuestas didácticas y prácticas áulicas, así como la entrevista a una escritora, docente
y crítica argentina de reconocida trascendencia como es María Rosa Lojo, conforman
un conjunto coherente en la necesidad de instalar la reflexión sobre el género desde un
abordaje interdisciplinario. Al mismo tiempo, los fundamentos de experiencias forma-
tivas en laboratorios de mediación social e intercultural que se llevan a cabo en ámbito
europeo, en especial los que se organizan bajo la dirección de la especialista Liana
Borghi en Prato, Italia, nos informan sobre otras problemáticas de triste actualidad rela-
cionadas con las nuevas experiencias migratorias que no dejan de tener su manifes-
tación e impacto en nuestra localidad. Planteos que pueden iluminarnos otros modos
de estudio y reflexión sobre el discurso literario y la mujer en relación con estas nuevas
realidades. El trabajo sobre género e interdisciplinariedad en el teatro de Manuel Puig se
realizó en el marco de un proyecto de investigación concluido hace más de diez años. El
trabajo ha permanecido inédito desde entonces y creemos que el paso del tiempo no ha
disminuido su valor dada la escasez de estudios sobre la producción teatral del notable
escritor argentino. Si bien nos congratulamos al saber que mientras preparamos este
volumen, el especialista Jorge Dubatti organiza una reedición de las piezas teatrales de
Puig con su correspondiente aparato crítico, la que pronto verá la luz.
En cuanto a la articulación e incluso, la justificación del lugar de la literatura en un
proyecto de educación de la ciudadanía, correspondientes al tercer eje, presentamos un
análisis del trabajo que viene realizando la filósofa Martha Nussbaun. Esta autora apela
al sentido común para pensar que una buena educación debe incorporar a la litera-
tura. Pero, como el propio Charles Dickens expone, a través de la voz de uno los perso-
najes, Gradgrind en Tiempos Difíciles, la educación literaria resulta peligrosa y subver-
siva para un modelo racional utilitarista de la educación. Por ello muchos piensan que
no toda literatura es buena para el carácter, lo que se puede apreciar en el escozor que
suscita la incorporación de la literatura a la educación. Justamente el funcionamiento
de una educación literaria y el valor de la misma en la esfera pública es lo que invita a
pensar Nussbaum. Este posicionamiento ha generado otro enfrentamiento con aque-
llos que coinciden con Bloom quien sostiene: No puedo menos que sentirme escéptico
ante la tradicional esperanza social que da por sentado que el crecimiento de la imagina-
ción individual ha de conllevar inevitablemente una mayor preocupación por los demás,
y pongo en cuarentena toda argumentación que relacione los placeres de la lectura con
el bien común.6
El trabajo de Nussbaun se dirige contra esa manera de entender la relación entre la
“imaginación literaria” y la vida pública. La imaginación literaria es parte de la raciona-
lidad pública,7 dice Nussbaun. Resulta interesante para nosotros presentar el modo en
que esta filósofa lee literatura como parte de su proyecto filosófico en filosofía moral.


Por último, analizamos, con los trabajos de Analía Gerbaudo y desde una perspec-
tiva histórica, la conformación de protocolos de lectura y enseñanza de la literatura en
la Argentina. A partir de ellos, se abre una indagación sobre la formación de tradiciones
de enseñanza de la literatura atravesadas por el proceso constante de -importación- de
teorías producidas en los países centrales.
Esperamos que los distintos ejes problemáticos presentados permitan a nuestros
lectores tener una experiencia de contacto que amplíe, problematice y vuelva más
crítica su visión de la literatura y el modo de pensarla a través de cruces interdisciplina-
rios con los que contiende y redefine permanentemente su lugar en las distintas esferas
del saber y de lo social.

Adriana Crolla y Oscar Vallejos


Notas

1. Monegal, Antonio: “La literatura irreductible” 4. Spyvak, Gayatri Chakravorty (2003) Death of
en Insula N° 733-734, Barcelona, enero-febrero a discipline [traducción de Adriana Crolla], New
2008. York, Columbia University Press, p. 13.
2. Guillén, Claudio (1985) Entre lo uno y lo diverso. 5. Culler, J. (1984) [traducción de Luis Cremades],
Introducción a la literatura comparada, Ayer y hoy, Madrid, Cátedra, p. 42.
Barcelona, Crítica, pp. 34-35. 6. Bloom, Harold (2000) Cómo leer y por qué [tra-
3. Crolla, Adriana (2009) “La Literatura Compara- ducción de Marcelo Cohen], Barcelona, Anagra-
da en Argentina. Archivo, reflexión, proyecciones” ma, 2000, p. 19.
en Transgresiones y tradiciones en la literatura. 7. Nussbam, Martha (1995) Justicia Poética [tra-
Asociación Peruana de Literatura Comparada (AS- ducción de Carlos Gardini], Santiago de Chile,
PLIC), Lima, Universidad del Pacífico/Universidad Andrés Bello, p. 18.
Católica Sedes Sapientiae, pp. 31-69.

10
parte I
posiciones

11
12
S/Objetos Imaginarios:
cuestiones interdisciplinarias sobre género

Adriana Crolla

1. La flor de mi secreto...
Consultada la escritora Tununa Mercado sobre la “cocina” de su escritura afirma que
“cobré conciencia de la manera en que me relacionaba con las cosas de este mundo
cuando conocí el bosque... es decir “ instancias”, “categorías” sin las cuales no hay una
condición humana completa”.

Cuando la escritora habla de “bosque” metaforiza un espacio que es a un tiempo


mítico (resabio de las figuralidades atávicas que el bosque adquiere en las niñas
durante sus lecturas infantiles) pero también un lugar donde se opera una forma de
conocimiento (o más bien de reconocimiento, tanteo y exploración).
Perdida en el bosque (que es lo mismo que decir en el vacío o en el inconmensu-
rable abismo de lo abierto) la niña extraviada busca encontrar el camino que la lleve
de regreso al protector cobijo del hogar. Pero para poder encontrar la salida y conjurar
el sentimiento de abandono y el terror a lo desconocido, debe elegir una metodología,
un hilo de Ariadna que la libere de ese laberinto y para ello opta por una mirada que se
centra en lo mínimo y en perspectiva descendente desde lo más alto (la copa de los
árboles y los retazos de infinito que en ella se dibujan) hacia el ras del suelo con todo lo
pequeño y sutil que atesora y macera (la vida que se esconde entre la hojarasca y las
grietas, los líquenes y el pedregullo).

Estar en lo pequeño no es una elección modesta, aunque aparezca como un recurso para defen-
derse del terror arcaico del bosque o de lo selva, que por su inasibilidad son abismo, que por su
inabarcabilidad son vacío. Precisamente, para conjurar el pánico del borde en el que toda escritura se
sitúa, acepté batirme con el vacío en una lucha desigual con el arma de lo mínimo. Escribir lo mínimo
es previamente haberlo atesorado, haberlo dejado en latencia que se parece bastante a la macera-

13
ción de los alimentos: un buen día, provocados por el acto de escribir, esos refugios se abren o trans-
parentan sus muros y dejan ver una filigrana cuya existencia nunca se sospechó y cuya revelación de
realce, rugosidad, volumen se produce al excitar la superficie que la envolvía (Mercado, 1995).

Mirar desde abajo y el abajo es elegir una perspectiva original (en la doble bisemia de
lo inaugural y lo nuevo). Es construir (como hacen los niños) un observatorio del mundo
debajo de la mesa para amarrar la escritura al entramado perfecto que teje el cabello en
el bordado, es desarrollar una “musculatura fina” como quiere llamarla Mercado. Una
percepción aguda de la realidad que algunas especies tienen más desarrolladas y que
“en gran porcentaje (poseen) las mujeres para su gloria o su condena”.

1.1 Cuerpo/escritura/lectura.
Género y heterogeneidad estilística: reja nueva de mirar1
Elegí empezar estas reflexiones sobre la problemática de “género” y de las cues-
tiones que hacen al desarrollo, a lo largo del siglo XX, de los estudios interdisciplinarios
sobre la mujer (como objeto y sujeto en todos los órdenes del saber y la experiencia)
y en particular la cuestión del género en la literatura, con las opiniones de esta escri-
tora y crítica argentina porque me siento identificada con sus palabras cuando intento
analizar mi propio camino.
Yo también recorrí un largo camino de exploración y tanteos personales por los
bosques de la literatura, la teoría y la lectura desde las copas señeras de los grandes
hitos universales de la literatura (casi exclusivamente masculinos) hacia el abajo y
lo escondido (por silenciado) de otros modos y sensibilidades de apropiación de la
realidad. Un acercamiento a lo mínimo y lo concreto que las teorías feministas reco-
nocen como operaciones particulares de una mirada “femenina”.
Durante mis años de estudiante (fines de los ‘70) no recuerdo que ninguno de mis
profesores (y muchos de ellos eran mujeres) me iniciaran en la toma de conciencia de
las diferencias genéricas (quizás debido a que en ninguno de los corpus de lectura
de las materias del plan de estudio, se incluyera (a pesar de los veintisiete siglos de
producción literaria occidental y dejando de lado la oriental tan lejana a nuestros abor-
dajes) una sola obra literaria producida por una mujer. Y si la hubo fue un fugaz acerca-
miento a Santa Teresa o Sor Juana. Pero el carácter contestatario de sus palabras fue
silenciado tras la mística de sus oscuros ropajes monacales.
No estábamos quizás todavía preparados para Luisa Bemberg y su estupenda
lectura fílmica: Yo, la peor de todas.2
Pasados los años no es mucho lo que ha cambiado en nuestras propuestas curri-
culares si bien hoy nadie puede negar la importancia que los estudios sobre género y
la problemática de la mujer como productora, han adquirido en nuestros horizontes de
lectura y patrones culturales.

14
En mi caso particular dos experiencias de lectura señaron la entrada (o debería decir
mejor el encuentro de la salida) en el bosque de la teoría femenista y la experiencia lite-
raria.
Una, de recurrencia disciplinar y al investigar, para poder transmitirlo, la forma cómo
se constituye el tópico de la mujer “domina” en el imaginario colectivo y en el discurso
amoroso europeo desde la lírica trovadoresca nacida en las cortes del Mediodía francés
durante los siglos XI y XII. Y de allí su expansión hacia tierras toscanas donde el mito
beatriciano dantesco llevó a su apoteosis la imagen idealizante de la mujer como supe-
rior y “angélica” (mediadora entre Dios y el amante gentil) como estrategia masculina
para adecuar las nuevas pautas de moralización y ordenamiento social.
Ahora bien, no debe olvidarse que la mujer empieza siendo objeto de idealización
masculina aunque su presencia objetiva en la sociedad permanece absolutamente
regulada y sometida a los firmes designios de los hombres que la custodian. Pero la
experiencia amorosa (tópico negado en el discurso de la épica) se codifica en el nuevo
espacio de la creación poética para configurar en las intrincadas reglas eróticas del fin
amor y del joi, una ética de amor triádico en donde Domina, marido y amante juegan un
peligroso juego de seducción y poder.
Producción literaria hecha por y para el sector masculino que, en su institucionaliza-
ción y difusión, colaboró en la construcción y expansión de mecanismos de regulación
social “afeminando” al hombre al obligarlo a asumir formas “corteses” y a abandonar
los rudos y brutales códigos guerreros (ampliamente ensalzados durante los siglos
anteriores a través de la épica y el discurso belicista de la fe).
De más está decir que de la literatura me sumergí gozosamente en la lectura de los
más importante representantes de la nueva corriente historiográfica francesa (Duby, Le
Goff, Perrot y colaboradores y en particular los hoy ya clásicos tomos de Historia de
las mujeres en Occidente (bajo la dirección del primero y en versión traducida por la
editorial española Taurus). Ellos me permitieron descubrir una Edad Media desconocida,
escondida en los intersticios de los escritos literarios, notariales y privados de miles de
documentos particulares que posibilitaron reconstruir la vida privada de los hombres del
Medioevo pero, lo que es más importante, el de contadas, pero relevantes mujeres, que
lograron escapar de los rígidos condicionamientos y dejaron su huella en la historia.
En sus trabajos descubrí también que a lo largo de los siglos fueron las mujeres las
que colaboraron, anónimamente, en la transmisión del saber heredado. Y que, a partir
del siglo XIV, gracias al florecimiento de los claustros monacales femeninos, la alfabeti-
zación y práctica de la lectura en las hijas de las familias nobles y burguesas, emergen
nombres de copistas y entusiastas adalides de la escritura como la celebrada Cris-
tina de Pizán y su Ciudad de las damas. Pionera en elegir la palabra para contar cómo,
situándose desde lo mínimo (su escritorio y su simple palabra de mujer, madre, viuda e
hija) y poniendo en sospecha la veracidad del discurso de la doxa patriarcal, es posible
construir un espacio nuevo que identifique a las mujeres,

15
La segunda lectura que me marcó debería caracterizarla de tipo hedonístico y surgió
del descubrimiento de dos iluminadores ensayos de Virginia Woolf: Un cuarto propio y
Tres guineas.
Analizando la relación entre mujer y novela, la escritora inglesa (a quien considero
la primera teórica de la “diferencia” aunque parte de la crítica feminista se lo niegue)
explica en forma insuperable cómo a lo largo de los siglos las condiciones de vida y
la rígida hegemonía masculina y patriarcal determinaron la exclusión sistemática de
la mujer del mercado productivo cultural y literario. En sus notables ensayos, la Woolf
realiza un interesante recorrido por la historia de la mujer como escritora y su “ausencia”
en la cadena de operaciones textuales desde los orígenes de la literatura inglesa hasta
el siglo XX.
Por su parte, la escritora española Carmen Martín Gaite (1993) da cuenta de un
mismo proceso de deslumbramiento e identificación y explica en el prólogo de su libro,
cómo la lectura del viaje intelectual realizado por Virginia, le sirvió de catalizador y de
disparador (como a mí) para “derroteros inesperados”.
Otra experiencia personal iluminadora fue la visita que realicé en 1990 al 10º Salon du
Livre que se realizaba en el Grand Palais de París. Allí descubrí maravillada la cantidad
de stands de editoriales destinadas a la producción “des femmes”. Fue en ese fruc-
tífero recorrido cuando me topé por primera vez con el nombre de Hélène Cixous y
sus lecturas de Clarice Lispector. Y donde experimenté la emoción de poder hojear el
primer diccionario sobre la mujer (novedad de la muestra): “Le XX Siècle des femmes”
de Florence Montreynaud, donde a diferencia de los diccionarios comunes en que la
mujer ocupa sólo un 5%, le dedica el 100% de su espacio.
El índice daba cuenta de los perfiles asumidos por la mujer en cada una de las
décadas del siglo pasado: la primera caracterizada por un masivo acceso a la educa-
ción, 1910 y el surgimiento de los feminismos; los ’20 y la garçonne de la belle époque;
los ’30, años de crisis y regreso al hogar; los ’40, período condicionado por la guerra
y los inicios del cambio; los ’50 y la fee du foyer; los ’60, década convulsionada por
los debates sobre el aborto y el control de la natalidad; los ’70 con sus notorios movi-
mientos de liberación; los ’80: período de la autoconstatación y los ’90 caracterizados
por el origen de la “super mujer”.
La misma autora explica en el prólogo que la idea de escribir un diccionario sobre la
mujer en el siglo XX le nació por necesidad de aportar modelos femeninos concretos
que permitiera a las jóvenes en formación escapar de los clichés seculares de ama
de casa, prostituta o madre. Y que para ello partió de una pregunta inicial: ¿de dónde
venimos? La búsqueda de modelos históricos le permitió avanzar respuestas hacia el
¿adónde vamos? y acercarse así a la pregunta que pivoteó los discursos feministas del
siglo: ¿qué es ser mujer?
Finalmente reconoce (postura similar a la de de Pizán) que indagando los dife-
rentes dominios y disciplinas donde la mujer hiciera escuela: poder, política, literatura,

16
sociedad, filosofía, llegó a conocerse mejor y a adquirir certezas que la ayudaron a tras-
cender su sexo par alcanzar lo universal. “Tengo la impresión –afirma– de haber comen-
zado este libro como mujer y de haberlo terminado como ser humano”

Una instancia más de este proceso personal hacia la concientización tiene que ver
con el orden de lo institucional. Y es mi participación en las iniciativas de dos centros
que nuclean diferentes ámbitos disciplinares y con diversas intencionalidades, en la
Facultad de Humanidades y Ciencias. Inicialmente como integrante del “Centro de
Investigaciones Histórico Sociales sobre las Mujeres” (creado por la Dra. Teresa Suárez
en 1990) y luego la creación, en 1995, del “Centro de Estudios Comparados”. La orga-
nización y dirección del mismo, así como de su revista El hilo de la fábula (creada
en 2000) me permitió articular acciones y objetivos con otros similares en el país y el
extranjero, así como en la producción y divulgación de estudios interdisciplinarios sobre
la problemática del género.3

1.2 Mujeres al “borde” de la historia


Apelar a lo autobiográfico para iniciar estas indagaciones no se pretende como una
operación de reducción o banalización sino responder a una de las demandas de la
crítica feminista que sugiere partir siempre de lo particular y lo mínimo para hacer cons-
ciente al lector de lo complejo y tortuoso que significa decidir incursionar por estos terri-
torios.
Empezaré entonces este recorrido teórico con algunas reflexiones sobre la posi-
ción de la mujer en la realidad y la ficción (ampliamente analizadas desde la crítica de
“Imágenes de mujer” y desde el ámbito de “Historia de la ideas”) para indagar luego en
las corrientes teóricas más relevantes y los problemas surgidos en la interacción de la
teoría feminista y la experiencia literaria.
Las mujeres, víctimas o diosas, heroínas o prostitutas, santas o brujas, y por sobre
todo sacralizadas en sus roles de madre, hija y esposa transitaron los siglos, desco-
nocidas en su concreta realidad y fabuladas a través de los modelos literarios y las
representaciones sociales patriarcales. Figuraciones simbólicas que no sólo les fueron
impuestas en forma coercitiva sino que ellas mismas acataron y reprodujeron pasiva-
mente, lo que impidió hacer sentir orgánica y públicamente su voz.
Si el espacio privado a las que fueron confinadas (el gineceo, la habitación, la
cocina, la casa) les brindaba protección y las salvaba de los “perversos efectos” del
afuera, al mismo tiempo las auto-recluyó y las encadenó a su propia auto-incons-
ciencia.
Las mujeres miraron pasar la historia y fueron habladas por aquellos que sistemá-
ticamente trataron de silenciarlas y las convencieron de la inoperancia de su insopor-
table “parloteo”.

17
La construcción de un imaginario de lo femenino se corresponde a lo largo de la historia
con una rica iconografía que lo representa y contiene. El camino hacia los “bordes” reali-
zado por la mujer, parte de la ventana, cronotopo que por su misma peculiaridad de
espacio límite, incluye y encabalga lo interior y exterior, lo clausural y lo abierto, lo privado
y lo público, la luz y la oscuridad, lo diáfano y lo turbio, el ruido, el rumor y el silencio.
Todas las facetas simbólicas y espaciales (ventanuco, ventanal, balcones, terrazas,
visillos, cortinados, celosía) que este ángulo de la visión configura y activa, podrían
resumirse en estas posibilidades sin pretender agotar las variantes. Y las reacciones a
ella asociada; tedio, recogimiento y soledad, van frecuentemente de la mano. Recluida
en el claustro (a un tiempo cobijo, oasis y cárcel) la mujer acoge un amor que nunca
elige y en la soledad hace de la carta o el diario íntimo su real interlocutor.
Y por ende, el correlato de todas las manifestaciones conexas, orgánicas, emocio-
nales e intelectuales, complejas y contradictorias (sofoco, delirio, opresión, tristeza,
autoaniquilación, etc.) que la ciencia masculina (Freud y cia.) definieron como esen-
cialmente femeninas, ligadas a una corporalidad y sexualidad, obligaron a actuarla en
demasía y a inscribirla en una forma: la “histeria”.
Pero, si bien restringido su ángulo de visión al mezquino marco de la ventana, la
mirada de la mujer paradójicamente se aguza y adiestra para captar la trascendencia
de lo mínimo y la potencialidad de los límites. Y empieza por indagar en lo que tiene
más a mano: ella misma. ¿Quién soy? y ¿Qué soy? son las preguntas claves de este
proceso.
La ventana y la acción que la misma potencia: la mirada, sirven para metaforizar de
este modo un lento camino vital que va del adentro al afuera. Un recorrido que la mujer
va configurando para sí a lo largo de la historia cuya secuencia sería: Mirar/ ser mirada
/mirarse mirar / mirarse mirar mirando (Crolla; 1999).
Mirada intelectiva que al ir conquistando el espacio interior, hace de la mirada que
mira hacia/el afuera, una operación de des-velamiento, des/cubrimiento de cómo mirar
concientemente hacia/la propia intimidad.
Mirar que es a un mismo tiempo vislumbre y bis/lumbre: doble luz que intuye e
ilumina la proyección y la misma introyección. Imaginar, recordar, soñar, ensoñar se
transforman entonces en un trayecto interior que asume el compromiso mismo del
mirar.
Y la mujer/ventana elige definitivamente el quicio, el marco, el in between que la
transforma en soñada y soñante; hablada y hablante; escrita y escribiente; reflejo y
reflejante, habitada y habitante (Crolla, 2003).

En el ámbito específico de lo literario, durante la Edad Media y hasta avanzado el S.


XIX muy pocas escaparon a estos condicionamientos. Elaine Showalter (1977) al estu-
diar la novela inglesa escrita por mujeres durante el siglo XIX, propone tres períodos: la
“feminine phase” (1840-1880) con autoras como George Eliot o Elizabeth Gaskell que

18
todavía escriben siguiendo una estética literaria masculina. Una segunda fase recono-
cida como “feminist phase” (1880-1920) con las hermanas Brönté y Jane Austen y una
tercera fase Mujer o “female phase” en donde incluye a Rebeca West, Katherine Mans-
field o Dorothy Richardson. Escritoras que defienden una estética renovadora que logre
reflejar la experiencia de las mujeres.
Trasladando estos conceptos a los modos de autorepresentación podríamos decir
que la mujer también ha ido pasando por estas fases y que durante siglos permaneció
en un estadio “femenino” caracterizado por el sometimiento a la tradición masculina y
a la perpetuación del papel que la sociedad le asignó, lo que denominamos el estadio
del “ver mirar”. Un segundo estadio “feminista” caracterizado por las luchas reivin-
dicatorias comenzado como indicamos, luego de la Revolución Francesa y en parti-
cular como efecto de la Revolución Industrial, donde se hace visible la rebeldía y el
tono declaradamente ,polémico, lo que llamamos: “ver mirándose”. Y un tercer estadio
“mujer” en que alcanzado el autoreconocimiento, la mujer proyecta su imagen en la
vida y en la escritura para mostrarse como se ve: “ver/se mirar mirándo/se”.
Esta cartografía tripartita tiene un fuerte anclaje en el precursor texto woolfiano donde
la inglesa, indagando los modos de articulación entre la mujer y la novela, explica los
tres pasos que la misma debe dar para alcanzar su autonomía como lectora y produc-
tora. Por ello sostiene que se debía comenzar por estudiar cómo fue representada
la mujer en la literatura, luego las ficciones producidas por las mismas mujeres y los
modos de su autoproyección ficcional para pasar, finalmente (sin evitar la superposi-
ción) a la reflexión sobre la verdadera condición femenina.
Estas tres dimensiones, que Woolf aplica a la relación mujer-literatura, describen, en
líneas generales el discurrir del pensamiento de la crítica feminista a lo largo del siglo
XX. No en vano, en 1989, Elaine Showalter aseguraba en otro artículo A Criticism of Our
Own que también la crítica feminista se había desarrollado en tres etapas sucesivas.
Reflexiones que desarrollaremos en el apartado siguiente.
Y es que salvo honrosas excepciones (Cristina de Pizán es una de ella) la mujer
escritora reprodujo el papel que la sociedad le asignaba y no se proyectó en perso-
najes femeninos que representaran la función de escritor.
Fenómeno que iba aparejado al problema de que la sociedad no estuvo durante
siglos preparada para aceptar la libertad de la mujer y mucho menos otorgarle dominio
en el saber y en el arte. Si, como imagina Virginia Woolf, Shakespeare hubiera tenido
una hermana que pretendía ser escritora y vivir de su arte, a diferencia de William, es
seguro que hubiera terminado violada y quizás suicida ante un embarazo no deseado
provocado por el mismo Nick Greene, productor teatral que amparó y catapultó a su
afortunado hermano varón.
La historia perdió, concluye, la oportunidad de medir “el calor y la violencia de un
corazón de poeta, arraigado y envuelto en un cuerpo de mujer” (Woolf, 1980:49).

19
Pero lenta y dolorosamente los espacios tradicionales empiezan a variar de sentido,
los sujetos que los disputan también y las formas de categorización apuntan a una revi-
sión radical de los paradigmas.
El siglo XIX ve a las mujeres abandonar progresivamente la ventana para incursionar
en un espacio más problemático porque sexuado y público: la ciudad.
Se sabe que desde la antigua Grecia el lugar de las mujeres en el espacio público
fue siempre condenado y que Pitágoras había afirmado: “Una mujer está siempre fuera
de lugar en público”.
Mujeres de la noche que transitaran el espacio masculino siempre hubo, pero sin
que se desafiara al status quo del poder, porque de hecho el cuerpo de la mujer, de tan
“público” que es, nunca terminó por pertenecerle.
Mientras ser “público” para el hombre es estar investido de una función social impor-
tante y reconocida, la mujer “pública”, por el contrario, es una criatura depravada y
venial que arrastra su vergüenza y silencia su paso solapándose en los circuitos más
abyectos de la ciudad.
Los antropólogos y psicólogos (y por supuesto los artistas) supieron mostrar en
forma magistral los temores que el cuerpo femenino (desde siempre configurado como
un “secreto pozo de misterios”) ha provocado en el “otro”. Pero nunca habían tenido
que contender con las reacciones que suscita cuando irrumpe en el espacio prohibido
de lo público, espacio que se toca con el poder y la política y que no tiene tanto que
ver con la “opinión pública” sino con el conjunto jurídico de derechos y deberes que
conforman la entidad ciudadana.
El espacio sexuado de la ciudad, lugar de encuentro, roce y escamoteo de poderes
enfrentados, hace visible la lucha entre dos escalas de valores que dinámicamente
irán modificando sus fronteras desde en que las mujeres irrumpen tumultuosas en el
complejo mercado de trabajo y de los derechos cívicos que la era democrática soli-
cita. Enfrentada al hombre, compartiendo ahora los mismos espacios públicos de la
producción, la mujer empieza a tomar conciencia de ser/pertenecer a una clase y de
vivir en un mundo dicotómico.
¿Qué es ser mujer? y ¿Cómo serlo en un mundo de hombres? son los interro-
gantes que señalan ese cambio.
El estadio feminista lentamente se define y el grito de protesta llega hasta avan-
zado el siglo XX. Descubierto lo “uno” se repudia lo “otro”, lo “diverso” pero asumiendo
a veces las mismas escandalosas posturas de aquello que se pretende contrarrestar.
Travestirse de hombre, escribir como hombre, fue para muchas escritoras feministas la
única forma de reacción y vindicación. Escrituras y posturas contestatarias y comba-
tivas pero todavía miméticas de los modos de hacer masculinos se adueñan del hacer
y del discurso femenino, impidiendo la emergencia de una expresión más original.
En lo literario Virginia Woolf (siempre ella), ya en 1929, sugería que la mujer debía
superar la etapa de la autobiografía y abandonar los discursos de la rabia y la protesta

20
para comenzar a elaborar una escritura como arte. Marguerite Duras y Julia Kristeva
lo repetirán después: “purgarse de todas las reminiscencias” para poder llegar a la
madurez creadora.
A lo largo del siglo XX a medida que la mujer ocupa nuevos lugares y roles, su palabra
y escritura va abandonando progresivamente los modelos canónicos para incursionar en
inaugurales experimentaciones. El grito deja paso al susurro y el autoanálisis se inscribe
en expresiones más originales y personales adquiriendo carta de ciudadanía dejando
paso al tercer estadio o de la escritura “femme”(mujer). El ver/se mirar mirándo/se
como sujeto/objeto de su propia voz y como lectora/lectura de la alteridad.
En el repliegue, se abandonan las barricadas porque se hace política desde la
propia experiencia, desde lo cada vez más íntimo y concreto. El cuerpo legible, nuevo
espacio de lo prohibido, se escrituriza y las miradas “mujer” resignifican desde esta
nueva privacy, en originales propuestas discursivas.
Habrá que esperar sin embargo hasta la segunda mitad del siglo XX para el surgi-
miento de una crítica y teoría feminista orgánica y superadora. Aunque, rotas todas las
compuertas, su presencia e influencia se hace incontenible.
¿Qué significa ser mujer? ¿Cómo se hace mujer? centralizan los nuevos interro-
gantes.

1.3 Has recorrido un largo camino, muchacha...


Indagando desde lo histórico y el pensamiento sociopolítico se podría decir que el
mundo transformado por la Revolución Francesa y sus ideales de libertad e igualdad, y
posteriormente la Revolución Industrial, causa y consecuencia a un tiempo del apogeo
de la burguesía y del capitalismo y en particular del trabajo femenino asalariado,
provocan un resquebrajamiento de los controles hegemónicos y posibilita la emer-
gencia de voces femeninas que quieren empezar a pensarse como sujetos autónomos
y operantes.
El feminismo como movimiento de lucha y defensa de los derechos de la mujer tiene
una historia un tanto más larga que la que le concede el lugar común. Anthony Giddens
(1995) recupera los nombres de dos de sus pioneras: Mary Wollstonecraft: A Vindica-
tion of the Rights of Women (Reivindicación de los derechos de las mujeres) que vio la
luz en 1792, apenas tres años después de la Revolución Francesa, exclama su frase
más famosa: “las mujeres han adquirido todas las locuras y los vicios de la civilización
y se han perdido los frutos útiles”.
Y Abigail Adams, esposa del futuro presidente de los EE. UU., quien dieciséis años
antes escribe a su esposo una carta solicitándole: “Desearía que recordaras a las damas
y que fueses más beneficioso y generoso con ellas que tus predecesores [...] Recuerda
que todos los hombres serían tiranos si pudiesen” (Rossi y Calderwood, 1973).
Esta primera oleada del feminismo nace como consecuencia de la Ilustración y sus

21
ideales de igualdad y emancipación. Y si durante el siglo XVIII, una figura destaca junto
a la Wollstonecraft, ella es Olympe de Gouges. En el siglo posterior, el movimiento
sufragista primero y el socialista después serán escenario de figuras decisivas como
Claire Demar, Flora Tristan, Harriet Taylor-Mil, Concepción Arenal, Lou Andreas-Salomé,
Rosa Luxemburgo y Alexandra Kollontai
Desde el punto de vista de las acciones concretas, algunas pensadoras señalan
como un segundo momento de emergencia o segunda ola del feminismo, la que se
denominará neofeminismo, y que toma cuerpo a mitad de 1960 con la creación del
NOW (National Organization of Women, Organización Nacional para las mujeres) y
el Women’s Liberation Movement, extendiéndose durante los ’70. Las pensadoras y
textos emblemáticos de esta época son los producidos por las norteamericanas Betty
Friedan, La mística de la feminidad, 1963; Kate Millet, Sexual Politics, 1970 y la británica
Juliet Mitchel con Psicoanálisis y feminismo, 1972.
Un rechazo total al sistema patriarcal lleva a la producción de textos declarada-
mente combativos como el Manifiesto SCUM de 1967 de Valerie Solanas; (EE. UU.) La
dialéctica del sexo de Shulamith Firestone (Canadá; 1970), la italiana Carla Lonzi y su
Escupamos sobre Hegel (1970) y La mujer eunuco publicada en 1971 por la autraliana
Germaine Greer.
Progresivamente, se van configurando dos tendencias opuestas que dan lugar a
una tercera etapa. Un feminismo de la diferencia, que busca profundizar el concepto
de esencia femenina partiendo de la diferencia sexual y que se desarrolla sobre todo
en Europa pero con netas correlaciones con el feminismo cultural angloamericano, con
representación en las italianas Luisa Murazo y Rosi Braidotti, las francesas Luce Irigaray
y Hélène Cixous o las españolas Victoria Sendón de León y Milagros Rivera Garretas.
Por otra parte, un grupo adhiere a un feminismo de la igualdad denunciando que
la esencia femenina es una creación del Patriarcado. Y para no caer en las trampas
del “eterno femenino”, instan a luchar por la consolidación de espacios de reconoci-
miento y paridad con el de los varones. Estos planteamientos se nutren del socialismo
teórico y una de sus concreciones políticas más importantes son las conquistas por
la igualdad y el surgimiento de Comisiones de Igualdad de Oportunidades en el seno
de los gobiernos. Entre las norteamericanas se destacan Iris Young, Zillah Eisenstein,
Nancy Fraser, Seyla Benhabib (nacida en Estambul pero catedrática en Yale, EE. UU.),
la francesa Christine Delphy y las españolas Celia Amorós y Amelia Valcárcel.
Una nueva etapa más cercana a la época actual, será analizada al final del capítulo.

Como se puede observar, si el siglo XIX marcó el resquebrajamiento de las fronteras


entre los sexos y la redefinición de los espacios (sean reales como simbólicos) que los
contenían y definían, el siglo XX es paradigmáticamente femenino
La mujer (al menos en Occidente y con diferencias abismales de oportunidades
aún hoy vigentes) accede definitivamente a la instrucción. Los avances científico-bioló-

22
gicos (y las redefiniciones en lo económico, político y social) le permiten adueñarse de
su sexualidad, capacidad reproductiva y conquista (si bien todavía no totalmente en
paridad de oportunidades) sectores de poder secularmente prohibidos: lo militar, lo reli-
gioso y lo político.
Pero también, como nunca antes, la resistencia activa y combativa lleva a la cons-
trucción de discursos absolutamente nuevos y a través/con ellos, al surgimiento, revo-
lucionario si lo hay, de los estudios interdisciplinarios sobre género.
A medida que la mujer empieza a pensarse como sujeto y a visualizarse como inte-
grante de un conjunto social, obliga a todas las ramas del saber a indagar sobre la
cuestión ya no sólo de lo sexual sino de lo genérico tiñendo con sus posturas nuevas
miradas sobre la realidad. Ninguna rama del saber permanece inmune. La biología, la
antropología, la psicología social, el derecho, la historia, la filosofía y más tardíamente
la teoría literaria toman la palabra.
Desde la sociología y la estética, recupero estas voces que lo corroboran.
Anthony Giddens en la Introducción de su texto, señala como temas básicos de los
estudios sociológicos a: 1) la relación de lo social y lo personal; 2) las transformaciones
de un mundo en cambio; 3) la metodología comparativa e interdisciplinaria; 4) la nece-
sidad de una orientación histórica de los estudios sociológicos; 5) la mundialización de
la vida social.
En relación al tema que vengo desarrollando explica:

A lo largo del texto se dedica una atención especial al tema del género. El estudio del género se
considera normalmente como un campo específico de la sociología considerada como un todo –y
este volumen contiene un capítulo, el número 6, dedicado al pensamiento y la investigación sobre
el tema–. Sin embargo, la cuestión de las relaciones entre los géneros es tan fundamental para el
análisis sociológico que simplemente no puede relegarse a una subdivisión particular del objeto de
estudio. Por consiguiente, muchos de los capítulos que integran el libro contienen secciones rela-
cionada con el tema del género. (Giddens, 1995:35)

También Andreas Huyssen, cuando intenta desarrollar un minucioso análisis de la


relación entre el discurso artístico y la posmodernidad, reconoce:

Fue especialmente el arte, la escritura, el cine y la crítica literaria, obra de mujeres y artistas perte-
necientes a minorías con su recuperación de tradiciones escondidas y mutiladas, con su énfasis
en formas exploratorias de la subjetividad basada en el sexo y la raza en las producciones y expe-
riencias estéticas y su negativa a limitarse a canonizaciones standard, lo que dio [a partir de los
70] una dimensión completamente nueva a la crítica del alto modernismo y a la emergencia de
formas culturales alternativas... La crítica realizada por mujeres ha proporcionado nuevas visiones
del “canon modernista” desde diversas perspectivas feministas. Sin caer en esa especie de esen-
cialismo femenino que constituye uno de los aspectos más problemáticos de la causa feminista.

23
Parece obvio que de no ser por la visión desmistificadora aportada por la crítica feminista, todavía
no habríamos percibido las determinaciones y obsesiones machistas del futurismo italiano, del
vorticismo, del constructivismo ruso, la Neue Sachlirécit o del surrealismo; y los escritos de Marie
Luise Fleisser e Ingeborg Bachmann, así como las pinturas de Frida Khalo sólo serían conocidas
por un puñado de especialistas. Por supuesto, estos nuevos enfoques se pueden interpretar de
múltiples maneras y el debate en torno al género y la sexualidad, la autoría masculina y femenina
y la postura del lector/espectador en la literatura y las artes está muy lejos de haberse superado,
aunque sus propuestas para una nueva imagen del modernismo no hayan sido elaboradas plena-
mente (Huyssen, 1992).

Y luego, al afirmar con Kristeva que el posmodernismo debe ser definido desde la
cuestión de cómo algo puede ser escrito en el siglo XX y cómo se puede hablar de esa
escritura, concluye:

El movimiento feminista ha aportado algunos cambios significativos en la estructura social y acti-


tudes culturales que deben ser corroborados incluso frente a la reciente grotesca revitalización del
machismo americano. Directa o indirectamente, el movimiento feminista ha propiciado la apari-
ción de la mujer como fuerza autosuficiente y creadora en las artes, en la literatura, en el cine y la
crítica. Las formas con las que hoy planteamos cuestiones relativas al género y la opción sexual,
a la lectura y a la escritura, a la subjetividad y enunciación, voz y representación, son impensables
sin el impacto del feminismo, aun cuando muchas de estas actividades puedan tener lugar en el
margen o incluso fuera del propio movimiento.
La crítica feminista también ha contribuido sustancialmente a la revisión de la historia del modernismo
no sólo desenterrando artistas olvidados sino también abordando los modernistas masculinos con
nuevos métodos. Esto también es verdad respecto de las nuevas feministas francesas y su teoriza-
ción de lo femenino en la literatura modernista, incluso aunque a menudo insisten en mantener una
polémica distancia con respecto al feminismo de tipo americano (Giddens, 1995:240).

2. De la teoría feminista al género


Para el desarrollo del presente apartado me circunscribiré a una acotada síntesis de
aspectos nucleares de la problemática histórica de la categoría de género y sus princi-
pales voces teóricas.
En los desarrollos teóricos mencionados, E. Showalter reconoce también tres fases
en la crítica especializada durante el siglo pasado. Una primera que denomina “crítica
femenina” y que durante los años ’70 denuncia los estereotipos misóginos de los textos
escritos por hombres, como ilustra Kate Millett en su pionero Sexual Politics (1970). Una
segunda fase o “gynocrítica” a fines de los ’70 que realiza una arqueología literaria al
exhumar textos y nombres de escritoras silenciados o invisibilizados a lo largo de la
historia, para constituir una tradición literaria propia al género. Esta línea de estudios

24
permite al mismo tiempo realizar una taxonomía de géneros literarios que empiezan a
reconocerse como modos de escritura ligados profundamente a la mujer y a su privacy:
el diario, la autobiografía, la carta, la novela sentimental. Así como motivos e imágenes
que recurrentemente se inscriben en ellos y que están indisolublemente relacionados
con el mundo interior y la psicología femenina. Un texto canónico de esta línea es el
ambicioso The Madwoman in the Attic. The Woman Writer and the Nineteenth-Century
Literary Imagination (1979) de Susan Gubar y Sandra Gilbert.
La tercera fase, que Showalter llama “cultural criticism” y que florece en los ’80, es
sin duda más compleja y valiosa, ya que plantea la elaboración de un discurso teórico
propio con la pretensión de reflejar la problemática relativa a la relación entre lo natural
y lo cultural o a la experiencia de la maternidad, representadas sobre todo en las inda-
gaciones de las pensadoras francesas Julia Kristeva, Hélène Cixous o Luce Irigaray,
influidas por conceptos del posestructuralismo como el de “différance” de Derrida y “la
fase imaginaria” de Jacques Lacan.
A las tres fases propuestas por Showalter se añadiría una cuarta, a partir de las rela-
ciones que a fines de los años ochenta el feminismo ha establecido con la crítica gay
y la lesbiana. De allí surge una nueva disciplina de corte más amplio que incursiona
en todos los enfoques dedicados a explorar la identidad sexual y su desarrollo en el
espacio social. Los denominados “Gender Studies” irrumpen con fuerza en la era del
SIDA y a principios de los noventa, confluyen con una corriente más militante conocida
como “Queer Theory”. Esta nueva disciplina se mueve en un amplio ámbito de estudios
de las ciencias humanas, sociales y culturales, y cuyo tema de discusión ya no es sólo
la mujer, sino el papel de los géneros en la sociedad y la construcción de los binomios
feminidad/masculinidad y heterosexualidad/homosexualidad. La corriente de los Estu-
dios de Género es producto del desarrollo de las teorías post-estructuralistas en los
años ochenta y es una de las más activas hoy en día.

Pero, a los fines de aportar un recorrido de intencionalidad didáctica a estos plan-


teos, recurro a un clásico en el estudio de la teoría literaria feminista como es el texto
homónimo de Toril Moi (1999) que se centra en las dos corrientes responsables de la
instalación crítica de la problemática: la anglo americana y la francesa.

2.1 La corriente angloamericana


En la década del ’60, se popularizan los movimientos activistas de las americanas
contra el racismo y la guerra y en los ’70 se profundizan las tendencias políticas en el
nuevo movimiento de las mujeres.
Pero la suerte de la crítica literaria no corre tan velozmente. Por esa época sólo cinco
textos constituyen la base de la crítica angloamericana feminista: el ya citado de V.
Woolf (1927); El segundo sexo de S. de Beauvoir (1949); The troublesome Helpmate de

25
Catherine M. Rogers (1966), Thinking about Women de Mary Ellmann (1968) y Sexual
Politics de Kate Millet (1969).
Uno de los problemas más serios (todavía en los ’80) es la falta de independencia
espacio/poder ya que la crítica literaria feminista nace y se desarrolla en los mismos ámbitos
académicos. Sector secularmente masculino que se pretende criticar y reformar.
Con referencia a Kate Millet, Moi reconoce que si bien aporta un elemento inno-
vador en su implacable defensa del derecho del lector a adoptar su propia perspec-
tiva destruyendo la imagen de receptor crítico pasivo/femenino del discurso autoritario,
llama la atención su sistemático rechazo en reconocer la influencia de sus predece-
soras escritoras. De hecho, con la única excepción de Charlotte Brontë, su texto trata
exclusivamente de autores masculinos.
Otro rasgo negativo es cómo todavía se soslaya la atención en las estructuras formales
y se atiende sólo al contenido, para contestar iconoclásticamente los textos escritos por
autores que presumen la supremacía sexual de los hombres y la defienden.
La crítica feminista posterior, como ya lo anticipara, empieza por el contrario a afrontar
el problema de cómo se debe leer un texto escrito por una mujer y qué hacer con
la categoría de autor heredada de la crítica tradicional.
Lo interesante de los planteos de esta época es que se empieza a centrar la aten-
ción en las mujeres como palabra y a partir del concepto de “analogía sexual” se intenta
demostrar cómo el hábito intelectual de analizar y comprender los fenómenos determi-
nados por las diferencias sexuales originales, influencia profundamente la percepción
del mundo que cada cual elabora.
Categorías sexuales aparentemente obsoletas: varón: fuerte y activo vs. mujer:
débil y pasiva siguen sin embargo operando y perpetuándose en las tradicionales
metáforas de fertilidad, gestación, embarazo y parto.
Mary Ellman, afirma Moi, aporta un elemento interesante ya que su aversión por la
autoridad le permite detectar 11 estereotipos de la feminidad en los textos escritos por
hombres: indecisión, pasividad, inestabilidad, confinamiento, piedad, materialidad, espi-
ritualidad, irracionalidad, complicación y dos imágenes recurrentes de la mujer desde el
prisma masculino: Bruja y Arpía.
Particularmente innovador es el reconocimiento, en escritoras pioneras como Jane
Austen, del recurso del humor, el ingenio y la ironía (que la crítica posterior revalo-
riza como estrategia escrituraria femenina) para socavar la “autoridad” de la escritura
masculina y deconstruir los estereotipos de mujeres y de literatura de mujeres creados
por los hombres.
De este modo también se perfila como iniciación de lo que se dio en llamar “La
crítica de imágenes de mujer”.
Patricia Spacks (citada por Moi) reconoce el surgimiento de una nueva categoría: no
la indecisión de la pasividad, ni la irresolución de la inestabilidad, sino el recurso feme-

26
nino de la evasión. El adversario que trate de atacar no encontrará a la mujer donde
estaba previamente, encarnándose así un tipo de mujer semejante al mercurio, siempre
brillante y en movimiento irregular.

En sus análisis de las “palabras de mujeres”, Ellman llega a demostrar que todo
estereotipo es autodestructivo y no cae en la tentación de pensar que la ideología
machista dominante sea un todo monolítico y unificado.
Trabajando su enunciado a partir de la ausencia de una voz de narrador identificable
(característica de las formas hegemónicas) y yuxtaponiendo afirmaciones contradicto-
rias, logra desarticular el estilo de la escritura tradicional masculina y deja al lector en
libertad de generar sus propias interpretaciones.
Por último, para demostrar las consecuencias negativas del pensamiento por analo-
gías sexuales, enfatiza categóricamente que la sexualidad no es reconocible en las
estrategias retóricas o en la construcción de las frases. La diferencia estaría centrada
en la mirada que se ejerce desde fuera.

2.1.1 “Imágenes de mujer”


Según Moi es la rama más fértil de la crítica literaria feminista de los ’70 que dio lugar
a una infinidad de textos, cursos y debates en los ámbitos académicos angloameri-
canos. Este campo de estudio se orientó al análisis de la vinculación entre la literatura
y la vida y sobre todo de la lectura como un acto experiencial entre el autor y la vida del
lector que deviene en crítico.
En el ensayo que da carta de ciudadanía: Images of Women in fiction (1972), Susan
Koppelman Cormillon expuso claramente la demanda de autobiografía de la crítica
feminista porque responde a uno de los presupuestos básicos del feminismo y es
que todos hablamos desde un determinado lugar conformado por diversos factores
internos y externos. Por ello solicitaba presentar desde el vamos al lector las limita-
ciones del punto de vista en que cada uno se sitúa.
La finalidad de esta tendencia fue la de mostrar las “falsas imágenes” de la mujer en
la literatura por oposición a la “mujer real”. El problema es que en su pretensión exage-
radamente realística, se acababa muchas veces desconociendo la cuota de creatividad
y la complejidad de la creación literaria. Y por otro lado, este deseo de representación
real contendía con la pretensión de representación de modelos femeninos ejemplares.
Si bien se le censura a esta corriente su casi absoluta falta de conciencia teórica y
literaria, su insistencia en los factores históricos y sociológicos son cualidades que las
críticas feministas actuales todavía defienden. Y por sobre todo el que haya dado paso,
hacia 1975, a una propuesta superadora e interesante.

27
2.1.2 Estudio de la literatura de mujeres
Abordar en forma independiente la literatura de mujeres no encontraba justificación
en la igualdad de sexo, como lo defiende Showalter, sino en pensar que se debían
incluir problemas comunes de artistas e integrantes del mercado literario y social.
Moi destaca tres estudios que aparecieron a finales de los ’70 y que señalan la
madurez crítica alcanzada por esta línea, al reconocer la literatura producida por mujeres
como una “subcultura” con perfiles propios. Al tiempo que se inicia una tradición lite-
raria femenina que reconoce filiaciones no desde lo biológico sino desde lo social.
Los textos canónicos en este sentido son: Literary Women (1976) de Ellen Moers;
A literature of Their Own (1977) de Showalter y el ya citado The Madwoman in the Atic
(1979) de Sandra Gilber y Susan Gubar.
Con algunas diferencias entre ellas, todas coinciden en mostrar que la tarea titánica
de la mujer escritora a lo largo de los siglos fue operar desde la soledad al carecer de
conciencia de identidad colectiva. Y sin embargo, las críticas logran hacer visible que
es posible reconocer una tradición que las incluya y que el desarrollo de esas tradi-
ciones no es diferente a cualquier otra subcultura literaria.
El tercer texto mencionado, es relevante porque además de proponer una impre-
sionante propuesta de lectura de la producción literaria femenina durante el siglo XIX,
propone una teoría nueva sobre la creatividad literaria de las mujeres como respuesta
a las consecuencias del mito falocéntrico.
Reconociendo como categoría central la figura de “la loca” presentada como un
doble esquizofrénico de la escritora, Gilber y Gubar logran demostrar cómo las escri-
toras del siglo XIX, oscureciendo niveles de significación, utilizando rodeos enuncia-
tivos y proyectándose en personajes oscuros, lograron sin embargo, oponerse a la
autoridad literaria machista proponiendo un nuevo paradigma de escritura.
Sin negar su valor, la crítica posterior (entre ellas Moi) reconocen sin embargo que las
autoras de esta propuesta, se equivocaron al partir de una idea de esencialidad autoral
femenina proyectada en una indiscutible integridad textual lo que les impidió reconocer
las contradicciones y fisuras de la ideología machista contenidas en los textos. Por otro
lado, en su deseo de criticar el ventriloquismo masculino, Gilber y Gubar se arrogan el
derecho (a su vez autoritario) de imponer una crítica femenina que remeda estereotipos
de lo que precisamente pretendieron contestar.
Otro ejemplo, según Moi, de los insolubles problemas que la crítica angloamericana
se vio imposibilitada de resolver.

2.1.3 Algunas propuestas diferentes se dieron en el sector de la crítica compara-


tiva feminista, en especial Annette Kolodny quien postula la necesidad de reexaminar
la validez de los juicios estéticos. En sus análisis recuperaba dos modelos estilísticos

28
típicos de la novela escrita por mujeres los que reconocía como categorías de análisis
válidas para mostrar la “diferente experiencia” que subyace en el uso que las mujeres
hacen de las imágenes: la percepción reflexiva y la inversión de los estereotipos a
través del humor.
En esta línea se inscribe Showalter, al proponer dos tipos de críticas feminista:
1. la de la mujer como lectora o lectura feminista de la crítica
2. la de la mujer como escritora o ginocrítica que trata tanto la historia, temas,
géneros y estructuras de la literatura escrita por mujeres como la psicodinámica de la
creatividad femenina.
Si bien es importante el carácter interdisciplinario que se reconoce a este modo de
abordar críticamente el texto, Showalter parece dejarlo afuera y destacar sólo elementos
empíricos y extraliterarios. En su esfuerzo por negar la crítica de hombres para no
depender de ella, manifiesta todavía según Moi, cierta imposibilidad para dar respuesta
a las preguntas sobre ¿qué significa interpretar o leer? y ¿qué es en definitiva un texto?
Tratando de negar el “canon” humanista patriarcal, didáctico y modélico, deja afuera
todo aquello que se presenta como perturbador o marginal. Showalter pretende crear
un canon distinto que dé cuenta de la diferencia, pero repitiendo en cierta medida la
opresividad del anterior.

Moi culmina esta sección señalando que a pesar de la profusión de estudios y publi-
caciones, no ve en la crítica feminista angloamericana métodos y procedimientos analí-
ticos nuevos sino más bien que su importancia radica en el fuerte impacto que tendrán
sus planteos en el terreno de la política.

2.2 La teoría feminista francesa


Moi destaca la presencia de Simone de Beauvoir y Lacan y señala el momento de
emergencia de los primeros movimientos feministas franceses en los sucesos relacio-
nados con el Mayo del ’68 parisino.
El psicoanálisis es su rasgo definitorio y Hélène Cixous, Luce Irigaray y Julia Kristeva
sus voceras. El debate feminista sobre la naturaleza de la opresión de la mujer, la dife-
rencia sexual y sobre todo la especificidad de las relaciones de la mujer con el lenguaje
y la literatura, sus más importantes aportes.
Al intentar despegarse de las teorías de la igualdad, del esencialismo y el antipsicoa-
nálisis Beauvoiriano, las feministas francesas desarrollan un discurso crítico basado en
el concepto de la diferencia con fuerte influencia lacaniana.
Moi reconoce la gran deuda que las tres teóricas mencionadas tienen con las inter-
pretaciones lacanianas postestructuralistas del psicoanálisis freudiano. Las tres, dice,
para pensar la problemática de la mujer y el discurso se remitieron a la teoría lacaniana

29
sobre el orden Imaginario y Simbólico en la evolución del sujeto y en los procesos de
adquisición del lenguaje.
También a la teoría lacaniana de las Fases del Espejo, las experiencias del cuerpo,
la dualidad y el descubrimiento de lo Otro, donde el pensador francés indaga sobre la
presencia del subconsciente en el lenguaje y en la representación del deseo.

2.2.1 La propuesta de Hélène Cixous es netamente poética. Si bien reniega de la


teoría y del análisis, elaboró en las década del ’70 una serie de escritos semiteóricos
sobre las relaciones de la mujer con el feminismo, feminidad y producción literaria, en
un estilo marcadamente poético, metafórico y brillantemente original.
Según Cixous, influenciada por el pensamiento derridiano, la filosofía y el pensa-
miento literario occidental han estado desde siempre atrapados en una serie de oposi-
ciones binarias que remiten a la dicotomía de lo masculino vs. lo femenino y a su conse-
cuente evaluación polarizada entre positivo/negativo. Su propuesta es proclamar a la
mujer como fuente de vida, poder y energía y dejar hablar un lenguaje femenino capaz
de destruir los binarismos falogocéntricos (recurre para ello al término inventado por el
mismo Derrida).
De allí la elaboración de una teoría de la escritura tributaria del concepto derrideano
de la différance. La escritura femenina debe tender a lo múltiple y heterogéneo para
dejar jugar la libre combinación de los significantes. En búsqueda de la libertad y el
placer de la apertura, Cixous niega los opositivos femenino/masculino en la escritura
y reconoce la existencia de una “escritura femenina o de feminidad libidinosa que se
puede leer en obras de autor tanto de sexo masculino como femenino”. Pues para
Cixous es el estilo y no el sexo del autor lo que cuenta:

El que una obra esté firmada por un nombre de mujer no significa necesariamente que sea feme-
nina. Podría ser perfectamente una obra masculina, y a la inversa, el que una obra esté firmada por
un hombre no la excluye de la feminidad. (Moi, 1999: 118)

En su estudio La risa de la Medusa (1975) manifiesta su convicción por la existencia


de una naturaleza inherentemente bisexual en todo ser humano lo que permitiría el
reconocimiento de esa otra bisexualidad múltiple, variable (que estaría más cerca de lo
femenino) que no anula las diferencias o fronteras entre los sexos, sino que las fomenta
y provoca la inscripción del deseo en el cuerpo.
Manteniéndose en una línea antiesencialista y antibiologista, reconoce que las
mujeres tienen mucha más tendencia a ser bisexuales que los hombres, pero que
algunos hombres pueden alcanzarlo en la escritura. De hecho, reconoce que en Francia,
sólo Colette, Marguerite Duras y Jean Genet pueden ser calificados como escritores
femeninos o bisexuales.

30
Otro planteo interesante es la relación que postula entre literatura y feminidad
centrada en la figura de la Madre como fuente y origen de la voz. La feminidad en lite-
ratura es la expresión de una voz que materializa el pensamiento y el cuerpo en el acto
de hablar reflejando la propia identidad. La voz de la mujer es la materialización de su
psique más profunda, de la voz originaria, la canción primera que nace antes de la
Ley. Y por ende es una escritura situada fuera del tiempo, cerca o dentro de la sintaxis
materna, en un verdadero y edénico plural femenino.
Su estudio sobre Clarice Lispector es una descripción magnífica de esta teoría. Las
imágenes bíblicas y mitológicas, el agua como elemento emblemático de lo femenino,
la energía procreante y arrebatadora de la escritura, los poderes imaginativos de sus
entrecruzamientos semánticos, son sus marcas estilísticas más notables.
Sus violentas yuxtaposiciones, las construcciones tortuosamente parentácticas,
las repeticiones, elipsis, divisiones y fragmentaciones, constituyen la deslumbradora
belleza de su estilo formal.

2.2.2
El hombre y la mujer pertenecen a dos esferas diferentes, no tanto por la anatomía sino por el tipo
de relación con el mundo que introduce la reproducción. Nacido de una mujer, el hombre nace
separado, la mujer nace de lo mismo. (Luce Irigaray)

En su monumental tesis doctoral: Speculum de l´autre femme (1974), Irigaray analiza


la problemática de la representación de la feminidad/mujer desde el discurso filosó-
fico occidental masculino en que la ha explicado como el polo negativo de su propio
reflejo.
Con un estilo ligado a la técnica de cita textual y a la crítica de la deconstrucción (y
muy cerca de la visión sobre el lenguaje femenino de Cixous), utiliza la metáfora del
espejo para explicar su tesis de que la mujer es la imagen negativa reflejada del Otro.
Un Otro que reflejándose a sí mismo, refleja a la mujer como negación y ausencia.
La mujer puede elegir el silencio, la imitación histérica o, para escapar de la lógica
machista, elaborar un “habla mujer” que se encuentra en íntima conexión con la fluidez
y el tacto y en la línea de un esencialismo que caracteriza a la “mujer” como ser múltiple,
descentrado e indefinible.
La crítica posterior, destaca Moi, ha señalado como falta su planteo eminentemente
filosófico con la ausencia de un análisis histórico y materialista del impacto del discurso
machista sobre las mujeres.
Contradicciones en que cayó la crítica feminista en general y que Kristeva, al enfocar
las cuestiones de la opresión y la emancipación desde una perspectiva diferente, viene
a renovar, aunque no pueda incluirse, y precisamente por ello, como una teórica femi-
nista.

31
2.2.3 Con respecto a Kristeva, Moi recuerda el apelativo de “´étrangère” que le
otorgó Barthes no sólo por ser rumana en Francia, sino por la perturbación que su obra
le provocaba, y que su misma extranjeridad situaba en otro lugar, socabando las fron-
teras del consolidado discurso francés. Esta misma marginalidad es la que sostiene
Kristeva para hablar de la mujer a la que se niega definir, porque considera que mujer
es aquello que no se puede representar, que está afuera de los hombres y de las ideo-
logías.
Se puede decir que Kristeva realiza un peculiar camino desde una primera etapa
de estudios lingüísticos y semióticos y, a comienzos de 1974 con su formación como
psicoanalista, un marcado interés por los problemas de la sexualidad, la feminidad y
el amor, lo que la llevará a escribir sobre temas relacionados con la mujer y el femi-
nismo.
Si bien no elabora ninguna teoría sobre la feminidad, sus conceptos sobre la “margi-
nalidad”, “subversión” y “disidencia” fueron ampliamente útiles y apropiados por las
feministas, lo mismo que sus teorías sobre la diferencia sexual y la constitución del
sujeto.
Su postura frente a una ética que subvierte la marginalidad con la marginalidad, se
basa en la profunda desconfianza de Kristeva de poder defender una idea de identidad
y de identidad sexual en un contexto teórico y científico que amenaza toda presunción
identificatoria.
Por ello también rechaza la noción de escritura femenina o formas de hablar propias
de la mujer. Aun reconociendo que sería posible descubrir algunas peculiaridades esti-
lísticas y temáticas en algunas obras escritas por mujeres, reniega de la posibilidad de
definir el origen de esas peculiaridades y la medida en que el mercado condiciona su
emergencia.
Su idea más valorada por las feministas es que lo que reprime la sociedad machista
no es la mujer sino la maternidad. Experiencia que impide una relación necesaria entre
reproducción y jouissance.
De allí la importancia de sus estudios sobre la representación de la maternidad y de
la Madonna en la cultura occidental, en particular desde su génesis y constitución del
código amoroso medieval, para señalar como base material (desde el punto de vista
ideológico y psiconalítico) en la opresión de las mujeres, el rol primordial que la cultura
otorgó a la maternidad.

Para Kristeva, si la mujer como tal no existe, propone entonces poner el énfasis no en
el sexo del hablante, sino en el análisis de los elementos que componen al individuo:

Es precisamente ahí, en el análisis de su difícil relación con su madre y de su diferencia de todos


los demás, hombres y mujeres, donde la mujer encuentra el enigma de la feminidad. Es necesaria
una concepción de la feminidad que implique tantos “femeninos” como mujeres.

32
Si bien es conocido el compromiso inicial de Kristeva con el marxismo chino, según
Moi, las ideas más importantes de la crítica rumana incurren en formas de subjeti-
vismo político muy discutibles. Su interés por el sujeto individual parece ser la causa
de su imposibilidad por elaborar una teoría más amplia o general de la feminidad o un
compromiso político más declarativo. También se le critica su falta de análisis en su
concepto de marginalidad de las relaciones entre individuo y sociedad y de las causas
materialistas de las relaciones sociales.
Pero Moi destaca que las críticas no deben empañar los aspectos positivos de su
obra en las nuevas perspectivas abiertas por la investigación feminista posterior. Apli-
cando su teoría del lenguaje y de la ruptura del sujeto al campo de la identidad y la dife-
rencia sexual, concluye:

Obtenemos una visión feminista de la sociedad en la que el significante sexual tendría libertad
de acción, en la que el hecho de nacer hombre o mujer no determinaría la posición del individuo
respecto al poder, en la que la misma naturaleza del poder estaría transformada.
Jacques Derrida formuló una vez la pregunta: ¿Qué ocurriría si tuviéramos que enfrentar una rela-
ción con el otro en la que el código de la condición sexual dejara de ser discriminatorio?... su
respuesta utópica pero sugestiva fue: “La relación (con el otro) no sería asexual, muy al contrario,
sería sexual aunque de forma completamente diferente, más allá de la diferencia binaria que rige el
decoro de todos los códigos, más allá de la oposición femenino/masculino, más allá de la homo-
sexualidad y de la heterosexualidad que vienen a ser lo mismo... me gustaría creer en una multipli-
cidad de voces determinadas sexualmente...”. (Moi, 1999:179)

3. Estudios sobre sujeto y género


Desde la rama de la filosofía, es interesante el estudio homónimo que nos propone
María Luisa Femenías.
Cuando en 1949 Simone de Beauvoir publica El segundo sexo la mayoría de los
países occidentales habían otorgado reivindicaciones a la mujer (como el generali-
zado derecho al voto) pero en la realidad seguían numéricamente relegadas entre los
marginales y dependientes de la sociedad. Beauvoir promueve entonces fuertemente
la “cuestión femenina” al indagar/se seriamente cómo influyó en ella el “ser un ser
humano mujer” y por extensión cómo pesa la realidad en un ser humano mujer que
habita un mundo ajeno, esencialmente masculino.
Tomando el concepto existencialista de “situación”, Beauvoir llegó a la conclusión
de que el sujeto no es absoluto ni tiene libertad absoluta porque está en permanente
interacción con los otros. En el caso de la mujer, por su misma experiencia de asime-
tría histórica con el varón, los límites de su situación se convierten en paradigmáticos
y requerirían un urgente proceso de reflexión. Pero al definir a la mujer como unidad
de significación esencial que construye su género bajo la determinación del propio

33
sistema político representacional, las conclusiones de Beauvoir respondieron a una
visión de “feminismo esencialista y de la igualdad”. Cuestión muy criticada posterior-
mente ya que defendiendo la “esencialidad femenina”, involuntariamente, continuó
colaborando con el status quo.
Sin embargo no puede desconocerse el papel movilizador que generó su noción
de sexo como “sexo vivido culturalmente” y de cuerpo-sujeto en situación como locus
donde se manifiestan concretamente las experiencias vividas. Ideas que sirvieron de
estandarte al feminismo más radicalizado de los ’60 y ’70, abriendo la puerta a un
abanico de problemáticas teóricas y a una prolífica dinastía teórica.
Kate Millet (1970-1993), una de sus primeras “hijas intelectuales”, retomó las teorías
de la superioridad natural del varón para construir una teoría sobre el patriarcado en
términos de política sexual o constructo político legitimador del status quo vigente.
Millet es una de la primeras en hacer distinguibles las diferencias entre las categorías
de sexo y de género reconociendo al segundo como una construcción cultural ligada
al lenguaje, mientras que el sexo es una función no inevitablemente ligada a lo
biológico, sino a lo cultural.
El género es entonces lo que “la profecía de autocumplimiento” anuncia cultural-
mente en el sexo del ser cuando nace y que la sociedad se encarga luego de definir,
no sólo por medios legales sino también a través de actividades socializadoras más
amplias y sutiles.
La genealogía beauvoiriana, como vimos, continuará luego en una nueva línea que
profundiza una “idea de la diferencia” y que, apartándose del feminismo más radicali-
zado se inclina por indagar las relaciones entre género y lenguaje.
Para alejarse de la voz y la lógica del logos falocéntrico, las teóricas feministas se
acercan a las teorías posestructuralistas y sus planteos de desontologización del sujeto
para poner en evidencia que en tanto sexo a-lógico, las mujeres deben empezar por
construir un nuevo orden simbólico con nueva voz y una lógica diferente.
Dos afirmaciones de la teórica francesa Judith Butler (1986) pivotean en las reflexiones
de la última hija de Beaouvoir. Ellas son:
- el cuerpo como constructo histórico
- no se nace mujer, se hace.

Pero al permanecer ligada todavía a una fuerte concepción de determinismo bioló-


gico binario y al mantenimiento de un residuo ontológico que homologa la concep-
ción de sujeto al cogito cartesiano y al ser-en-sí sartreano, Butler ve en Beauvoir una
carencia y toda su construcción genérica como una mera expresión de deseo. Otra de
las críticas fuertes que le hace Butler es que a pesar de insistir sobre la construcción
histórica del cuerpo, Beauvoir piensa como coextensivos la subjetividad y la corpora-
lidad, sin poder escapar del binarismo sexual que reconoce sólo dos sexos: ser varón
y ser mujer.

34
Butler no niega la facticidad biológica pero reconoce que el cuerpo sexuado es un
constructo como lo es el género. Ser mujer no depende del hecho de nacer hembra
sino de un proceso de enculturación por el cual la mujer asume y corporiza la idea
histórica y las significaciones culturales de su género. Implica también una construc-
ción de voluntad autoconstructiva de cada mujer que se apropia y proyecta, en perma-
nente e inacabada dialéctica, una de las renovadas posibilidades culturales.
Butler elabora una noción de género-mujer al que reconoce como “un modo contem-
poráneo de organización de las normas culturales pasadas y futuras, un modo de
situarse uno mismo con respecto de estas normas, un estilo de vivir el propio cuerpo
en el mundo” (citada por Moi, 1999:41).
No nacemos con un género pero sí con un sexo (según Beauvoir) y todo ser humano
califica desde un cuerpo sexuado. Por ello Judith Butler propone una Teoría Performa-
tiva del Género que pivotea en las cuestiones discursivas de la narrativística posmo-
derna. Si tanto sexo como género son meras construcciones discursivas, para desar-
ticular el proyecto falocéntrico se debe transgredir y dislocar la materialidad misma del
cuerpo, deconstruir la base biológica de los sujetos humanos. Allí donde Beauvoir se
pregunta cómo es posible en el entretejido del mundo, “ser mujer”, Butler enfatiza que
el gran desafío de la crítica feminista es hoy percibir la multiplicidad de funciones de la
sexualidad que dan lugar a la construcción de formas paródicas de género-sexo.
De ahí también su defensa de una identidad democrática plural donde el reconoci-
miento de las diferencias no niegue la lucha por la igualdad jurídica

(...) En otras palabras, los ideales de la igualdad no pueden simplemente contrastarse con un prin-
cipio inconmensurable de la diferencia. Es necesario saber en qué (no a qué) somos iguales, en
qué (no de qué) somos diferentes, porque cualquier defensa de la diferencia y de la especificidad
descansa necesariamente sobre una máxima que trasciende los particulares. (Moi, 1999:288)

Desde el contexto español, la estudiosa Alicia Puleo señala en su libro Filosofía,


género y pensamiento crítico (2000), el esfuerzo que desde el ámbito de las cien-
cias sociales, en especial desde la filosofía y la sociología, los/las investigadores de
la problemática del género vienen realizando y el modo coercitivo en que los grupos
canónicos de poder intelectual y político, ejercen contra ellos.
En sus preocupaciones por impugnar el saber hegemónico sobre los sexos y corregir
la parcialidad de género en la Filosofía o en la educación, estos recorridos son tachados
de parciales, interesados y menores. Y sus avances son generalmente neutralizados a
través de mecanismos de devaluación o silenciamiento.
Pero la estudiosa reconoce que en los últimos años se ha desarrollado una tarea
inédita y de sustancial importancia: los estudios feministas o de género en los enclaves
universitarios, van posibilitando una sistemática compilación y exhaustivo estudio de
los textos no recogidos por la historia oficial de la Filosofía.4

35
Los objetivos –y resultados– de esta empresa son múltiples. Enumeraré algunos de ellos. En primer
lugar, se trata de establecer la continuidad de una tradición para examinar las condiciones de
posibilidad tanto sociopolíticas como intrateóricas de su aparición. En segundo lugar, como todo
estudio histórico, previene contra posibles retrocesos y repetición de errores... En tercer lugar, en
tanto tradición no sexista, constituye un acerbo cultural en el que apoyarse para no partir –como
ha sido a menudo el caso en este tema– una y otra vez de cero y reinventar el Mediterráneo con el
consiguiente derroche de energía y pérdida de tiempo. En cuarto lugar permite comprender mejor
incluso el pensamiento de los filósofos estudiados en la tradición hegemónica… La desaparición en
la memoria histórica de lo que podríamos calificar de disidentes del orden del género patriarcal difi-
culta la integración de las teorías ortodoxas que en realidad se forjaron al calor del debate de los
pensadores feministas. Finalmente, quiero agregar que un último objetivo debe ser rendir un mere-
cido y justo homenaje a todos aquellos que fueron capaces de superar prejuicios y pensamientos
interesados y, por lo mismo, tuvieron que enfrentarse a la opinión mayoritaria con las consiguientes
desventajas que ello acarrea (Puleo, 2000: 88)

4. Los nuevos abordajes


Una tercera ola del feminismo que surge entre los años 80-90 y con gran vitalismo en
el nuevo milenio, incorpora los planteamientos del feminismo cultural: Mary Daly (ecofe-
minismo), Adrienne Rich (feminismo lesbiano), teniendo como eje las preocupaciones y
los debates en torno a la pornografía y la posterior configuración de un feminismo contra
la censura defendido por la médica antropólogista norteamericana Carole Vance y la
especialistas en estudios de género Ann Snitow. Por otra parte, también a partir de los
’90 en EE. UU., por efecto de los estudios sobre la globalización y las contiendas entre
Oriente y Occidente (Edward Said; Homi Bhabha) y en Europa a la luz de los escozores
provocados por los acomodamientos de la Unión Europea y la problemática de la inmi-
gración subsahariana y de los países de la ex URSS, el discurso feminista se ha ido enri-
queciendo conforme diversos grupos minoritarios que pretenden también reivindicar su
derecho a hacerse oír.
Sin duda, las primeras en denunciar los flagrantes silencios del feminismo domi-
nante fueron críticas afroamericanas como Lillian Robinson, Barbara Smith o Bell
Hooks, mientras que la novelista Alice Walker acuña el término “womanism” para evitar
usar uno tan tradicionalmente racial y excluyente como el de “feminism”.
Similares han sido las posturas adoptadas por Adrienne Rich desde la óptica lesbiana,
Gayatri C. Spivak desde la postcolonial, Paula Jun Allen desde la nativo-americana o
Trinh Min-ha desde la asiático-americana.
A menudo, este feminismo de tercer (o cuarto?) impacto, por sus planteos críticos
contra los anteriores y su apuesta por la deconstrucción de los conceptos de género,
raza, sujeto, identidad, ha sido denominado posfeminismo.
Estas tendencias iniciadas en los noventa, todavía representan los recorridos actuales

36
con fuerte presencia del Feminismo queer: en los estudios de la comparatista Judith
Butler, de Eve Kosofsky Sedgwick y del cyborfeminismo estudiado por la histórica
del pensamiento Donna Haraway, pasando por el Feminismo transexual generado
por la poliédrica artista del ciberespacio, cyborgs y transgender, Sandy Stone, funda-
dora y directora del Laboratorio Tecnológico de Comunicación avanzada de la Univer-
sidad de Texas, y autora de conceptos posmodernos sobre la multiplicidad y los flujos
identitarios.

5. Una propuesta de comparatismo “al femminile”


Además de las corrientes antes mencionadas es interesante hacer una mención a lo
que ocurre en ámbito académico italiano, donde surgen los nombres de Giulia Colaizzi,
Paola Mildonian y una propuesta de enfoque comparatista “al femminile”, en la que se
destaca por su activismo, la profesora Liana Borghi de la Universidad de Florencia.
En una compilación que realizara con Rita Svandrlik de estudios comparados sobre
la mujer como S/Objeto imaginario,5 estas autoras (especialistas en literatura anglo-
americana, una y germanística, la otra) explican que por necesidad disciplinar, al incur-
sionar en literaturas extranjeras, debieron desarrollar una especial tendencia al diálogo
interlingüístico, multi y paracultural. Lo que las llevó a proponer superar los límites y las
fronteras disciplinares y culturales y pensar (apoyándose en planteos derrideanos) que
todo límite es

…doble, móvil, permeable, que toda traducción es una equivalencia y una reescritura, que igualdad
y diferencia no son dos polos sino la indicación de un pasaje franqueado de pluralidades ya que
cada límite se relaciona con otros, incluso con los propios” (Borghi - Svandrlik, 1996:12. La traduc-
ción me pertenece)

Las estudiosas parten de la idea de que las mujeres han practicado desde siempre
la comparación y un trabajo incesante de “traducción textual” en una cultura dominada
por los hombres. Pero que hoy más que nunca, inmersos en un mundo marcado por la
expansión transnacional de la tecnología, la ciencia y las contaminaciones culturales,
en que la tecnología comunicacional opera cambios sustanciales en nuestra mirada
sobre el texto y las relaciones que instauramos con ellos, nos estamos viendo obli-
gados a asumirnos como políglotas y comparatistas, debiendo incorporar cambios
metodológicos y orientaciones cada vez más inter y multidisciplinarias.
Situación que las habilita, en lo que respecta al género, a plantear la necesidad de
preguntarse de qué modo se puede hacer comparatismo “al femminile”
Quizás, reconocen, la zona de frontera más problemática para quien se ocupa de
estudios sobre, por, de las mujeres (no considerados disciplinares todavía en Italia) es la
diferencia sexual y su acepción como genérica. Si la crítica feminista se ocupa de cómo

37
los textos crean, critican, escudriñan los mapas genéricos y habiendo las mujeres (y sus
representaciones y formulaciones genéricas) traspasado fronteras e invadido todos los
ámbitos, perfilar una literatura comparada “al femenino” es pensar en ocuparse no sólo
de aquello que es género, sino también de todo aquello que no lo es.

Es un proyecto político también el S/objetos imaginario de nuestro título. Sujeto dividido y contra-
dicho à la De Lauretis, emergente de la des-identificación con la feminidad, conciente de habitar
la ideología y de ser habitado por ella, y que aspira, sin embargo a ser sujeto histórico, sexuado,
sujeto de lengua y de cultura. En cuanto al S/Objeto de la comparatística al femenino, se define a
través de un proceso de exceso, negociando un feminismo multiforme de conciencia y de práctica.
Con la barra quisimos ex profeso marcar ese límite entre Sujeto y Objeto que hace posible la subje-
tividad, y llamar la atención sobre el proceso específico de subsistencia y de resistencia que marca
nuestros cuerpos de mujer, cruzando y contradiciendo las diferencias entre nosotras. Que luego
nuestro S/Objeto sea definido imaginario, se refiere no sólo al hecho de que “en el horizonte episte-
mológico patriarcal”, como dice Locatelli, la mujer es un S/Objeto imaginario, y no sólo en la cons-
trucción narrativa de un personaje, sino justamente en la dimensión del Imaginario, al que sin entrar
en el debate sobre el imaginario femenino, hemos visto como “una matriz de fantasía y ficción”,
lugar de identidad y de identificación donde la escritora puede recuperar la dimensión fusional con
la Madre. La barra sirve también para indicar el deseo que nace del encuentro-desencuentro de
nuestra subjetividad con el mundo, un deseo de relación que podríamos llamar de comparación y
en cierto sentido, utopía.
Así como para nosotros el comparatismo es producto y producción del deseo, para
Giovanna Covi en este volumen, es una necesidad vital del feminismo, expresión de su “creoliza-
ción interna”, “performance de una tradición que es resistencia y transgresión, pero jamás asimila-
ción”. No es por tanto un caso que este libro nuestro muestre entre líneas, la práctica necesaria e
interesada, típica de la crítica feminista que todas las autoras de estos ensayos han experimentado
con variantes, de comparar los textos de un canon internacional continuamente en expansión y revi-
sión, usando metodologías diferentes pero casi siempre afines. El gran motivo de cohesión, más
allá de los recorridos individuales, parece ser el análisis del género. (Borghi - Svandrlik, 1996:14-15.
La traducción me pertenece)

Partiendo de estos postulados y en la necesidad de llevar a la acción la intención


comparatista, la misma Liana Borghi, desde su Laboratorio Raccontar/si, que organiza
cada verano desde 2001, en la ciudad de Prato, propone la reflexión y formación de
especialistas en mediación intercultural.6 En una Europa, e Italia en particular, sometida
a la experiencia de la inmigración incontenible de hombres y mujeres de países subde-
sarrollados atraídos por los atractivos de la CE, la mediación es un trabajo que realiza
en especial una persona de origen extranjero para facilitar la inserción de los propios
connacionales e inmigrantes en el nuevo territorio.

38
Pero las organizadoras de este laboratorio pretenden extender el concepto a la idea
de que si mediación es un procedimiento que naturalmente acompaña y facilita toda
comunicación, la profesión de mediador/ora intercultural, debe partir de la práctica de
los mecanismos de interacción intercultural. Y que si con la mediación se facilita la
acción del intercambio, aun aceptándose los riesgos de la contaminación y del noma-
dismo (modalidades específicas de entender la singularidad y la riqueza de la expe-
riencia posmoderna), todo ello hace imprescindible la reflexión crítica sobre su funcio-
namiento.
Liana Borghi parte del convencimiento de que la sensibilidad intercultural no es
algo que nace natural y espontáneamente. Ampliamente demostrado en la crueldad
y perversión que han manifestado los contactos entre grupos extraños a lo largo de la
historia.
Pero que la interacción entre culturas diversas en los nuevos contextos de la globa-
lización debe propender a la superación de los etnocentrismos, al intercambio y a la
transformación de los modos de pensar al otro, para poder alcanzarse los beneficios
de una nueva sociedad plural.
Acuerdo en un todo con sus planteos. Mucho más cuando pensamos en que la
mujer, educada para ejercer la función de mediación de la especie a lo largo de la
historia, parece tener mucho que aportar.
En Argentina, país hoy día de características migratoria, los conflictos entre culturas
diversas es un fenómeno no por solapado, inexistente. Pensemos en términos de inmi-
gración regional de personas provenientes de países limítrofes o del interior del país
hacia las ciudades que concentran expectativas de desarrollo. O en las comunidades
autóctonas todavía invisibles para la parte hegemónica de la sociedad, y en la nece-
sidad del reconocimiento de sus matrices culturales, necesidades de integración y
subsistencia.
Si bien en nuestro país no se ha instaurado todavía una acción y reflexión conciente
sobre dichos conflictos, el desafío sigue interpelándonos.

39
Notas

1. Me apropio del concepto de “reja de la mirada” conclusiones se incluyen como apéndice en esta
que utiliza la Dra. Romano Sued en el texto “Los publicación.
avatares en la construcción del género: lo femeni- 3. El hilo de la fábula, Crolla, A (dir.), Vallejos, O.; Ger-
no (y masculino) como semblante en la escritura baudo, A.; Calosso, S. (comité de edición), Santa
literaria” citado en la bibliografía. Fe, Universidad Nacional del Litoral. Desde el primer
2. Liliana Chávez, Brunela Grazioli y Carina Mey- volumen, en 2002, se han publicado 9 números, en
net, mientras cursaban el Profesorado en Letras, los que se ha dedicado amplio espacio a la proble-
realizaron en 2000 una investigación sobre la falta mática y a la voz directa de escritoras como Grisel-
de inserción de escritoras mujeres en los currícu- da Gambaro, Laura Pariani, Maria Rosa Lojo, etc.
los del nivel medio. Trabajo que fue presentado en 4. Si bien en sus rastreos analiza específicamente
el Taller de Problemática Educativa a cargo de la acciones provenientes del ámbito de la Filosofía,
Dra. Griselda Tessio. Partiendo de su experiencia podemos constatar que ello mismo puede ser
personal como alumnas durante el cursado de trasladado a cualquier otra rama del saber pues
mis cátedras “Literatura Francesa e Italiana” y “Li- el paradigma emergente impacta, disímil pero
teraturas Germánicas” (único espacio curricular efectivamente, en todas.
donde, según me manifestaron, se les platearon 5. Libro que compré en una librería especializa-
cuestiones de género y una mayor oferta de tex- da de Milán, la Libreria delle Donne (fundada en
tos producidos por mujeres) partieron de la hipó- 1975) y modelo de otras que nacieron repitiendo
tesis de que la ausencia de un canon de lecturas su espíritu, como es el caso de la también famo-
“femeninas” en la enseñanza formal se debía a la sa Librería della donne de Florencia, de la cual es
reproducción de un imaginario d e discriminación cofundadora Liana Borghi. El título de este trabajo
genérica. Canon instaurado en los niveles acadé- glosa el del libro por parecerme, en su reminis-
micos de formación profesional y por imposición cencia derrideana, pertinente e interesante para
de una doxa de base cristiano-occidental, de tra- la enunciación de la problemática.
dición masculina. 6. Se incluye en el presente libro un artículo envia-
La detección de una ausencia notable de nom- do gentilmente por la autora y autorizado para su
bres femeninos en las propuestas curriculares a traducción, que constituye el prefacio de uno de
nivel medio se hizo visible en sus trabajos a través los volúmenes colectivos que se organizan luego
de minuciosos cuadros comparativos y de los su- de la realización de cada laboratorio. Los desarro-
puestos expresados por los docentes y alumnos llos teóricos que sustentan cada convocatoria y
entrevistados, todo lo cual ayudó a corroborar la los intereses particulares de los temas debatidos,
hipótesis inicial. El trabajo se mantiene inédito, constituyen un aporte interesante para pensarlos
pero dada la riqueza de la bibliografía consulta- en función de nuestras propias realidades y los
da y el interesante recorrido teórico-metodológi- modos de transferencia a la reflexión local y a las
co, decidimos solicitar a la hoy Profesora Chávez prácticas profesionales en que las cuestiones de
que nos acercara una síntesis del mismo. Dichas género no pueden seguir siendo ignoradas.

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Bibliografía

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41
42
Lecturas comparadas “al femminile”1

Adriana Crolla

1. Una mujer sentada en un estudio leyendo. Esa imagen tan común y repetida en
siglos más recientes, tiene en la literatura un momento auroral: 1405; un libro: Le Livre
de la Cité des Dames y el nombre de una escritora: Cristina de Pizán.2

Sentada un día en mi cuarto de estudio, rodeada toda mi persona de los libros más dispares, según
tengo costumbre, ya que el estudio de las artes liberales es un hábito que rige mi vida, me encon-
traba con la mente algo cansada, después de haber reflexionado sobre las ideas de varios autores.
Levanté la mirada del texto y decidí abandonar los libros difíciles para entenderme con la lectura
de algún poeta. Estando en esa disposición de ánimo, cayó en mis manos cierto extraño opúsculo,
que no era mío sino de alguien que me lo había prestado. Lo abrí entonces y vi que tenía como título
‘Libro de las Lamentaciones’ de Mateolo. Me hizo sonreír, porque, pese a no haberlo leído, sabía que
ese libro tenía fama de discutir sobre el respeto a las mujeres. Pensé que hojear sus páginas podría
divertirme un poco, pero no había avanzado mucho en su lectura cuando mi buena madre me llamó
a la mesa, porque había llegado la hora de la cena. Abandoné al instante la lectura con el propósito
de aplazarla hasta el día siguiente. Cuando volví a mi estudio por la mañana, como acostumbro, me
acordé de que tenía que leer el libro de Mateolo. (Pizán, 1995:5)

¿Qué es lo que llama poderosamente la atención en este precioso tratado sobre la


lectura y sus operaciones? No es sólo la pasmosa modernidad de su discurso a pesar
del tiempo que lo separa de nuestra época. Lo notable es que quien lo dice sea una
mujer, celebrada en sedes de todo el mundo durante el 2005, año de la conmemoración
de los 600 años de la publicación de su tratado, como la primera escritora profesional (y
en notoria postura combativa de sesgo, anacrónicamente feminista) de la historia.
Otra razón, y que importa para esta indagación, es la preciosa y pormenorizada
visualización de los procesos de la lectura (en todas sus operaciones) en relación con
el sujeto genérico que la ejecuta y que propongo como tema de reflexión en trabajos
previos (Crolla, 2003; 2005; 2006).

43
El paradigma woolfiano sobre la relación entre mujer y escritura tan magníficamente
desarrollado en Un cuarto propio (1928) es un marco de referencia de innegable valor
para analizar la perspectiva de la mujer como sujeto y objeto literario dentro las dislo-
caciones y contradicciones de la crítica feminista y “al femenino” como práctica polí-
tica y crítica de lectura. Como bien subrayó Adrienne Rich sobre el ensayo de Virginia
Woolf: “Call it a book, or not, call it a map of constant travel” [Llámese libro o no, (pero)
desígneselo como un mapa en continua travesía] (Rich, 1986). Libro que, por su misma
ambigüedad genérica, ensayo o novela in progress que sea, participa de la partogé-
nesis intrínseca a la oralidad y al dialogismo. Operaciones que la Woolf había instau-
rado ya con su público en la conferencia que dio origen a este ensayo como inaugural
discurso, no sobre la mujer “en” la novela, sino de la mujer como lectora y los métodos
de lectura que puedan dar cuenta de una diferente productividad textual. Operación
que se postula como un pasaje desde la comprensión (situación de las mujeres en
relación a la ficción, como sujeto u objetivada en la mirada masculina) a la significa-
ción de un problema: la relación de las mujeres con la ficción, reinterpretado como una
textualidad hiperdeterminada.
Clara Locatelli3 recupera la propuesta woolfiana para contestar (ángulo de análisis
que compartimos) no sólo la clausura textual dogmática de la hegemonía crítica falo-
gocéntrica che reprime l´irriducibile implicazione del testo e la lettura, sino y por sobre
todo, para destacar Questa condizione di mobilità, di rinvio, di dialogicità, di supplemen-
tarietà, contro la reificazione del detto, mi pare un presupposto teorico-metodologico irri-
nunciabile nel pensare la letteratura e la comparazione comparata “al femminile”.
En una perspectiva de transferibilidad dialógica y productividad teórica femenina y
comparada, la crítica italiana agrupa tres ámbitos largamente discutidos por Virginia
Woolf en su texto:
1. las mujeres como son.
2. Las mujeres y el tipo de narrativa que escriben. Queriendo significar las mujeres y
las literaturas que ellas escriben y comparan ya que, afirma, no existe literatura “al feme-
nino” que no sea intrínsecamente comparatística, sea en su estructura discursiva como
en su incipit emocional, por las operaciones de desterritorialización de los géneros
textuales y la relación entre literatura y crítica, que caracteriza a la literatura producida
por las mujeres.
3. Las mujeres y el tipo de narrativa que se escribe sobre ellas: tanto sea el problema
de su representación ficcional en las culturas patriarcales como el silencio en relación a
la crítica feminista y el tipo de crítica escrita “comparatísticamente” sobre ellas.4

Siguiendo estos postulados teóricos propongo trasladar la reflexión del método


crítico woolfiano a un cuarto ámbito de interés:
4. La mujer como lectora y las operaciones de lectura/s de las mujeres, en especial
cuando esas mujeres son escritoras que leyéndose, instauran una especie de gineceo

44
escritural marcadamente creativo pero desde el enrejado de una mirada sesgada por
el cuerpo sexuado y las imágenes culturales que la definen.
Jonathan Culler, eminente representante del sector de la crítica que estudia la expe-
riencia de lectura y la posición que el lector ocupa en la determinación del sentido,
señaló la importancia del género en los procesos de lectura:

Si la experiencia de la literatura depende de las cualidades de una persona lectora, podría pregun-
tarse qué diferencia habría en la experiencia de la literatura, y por tanto en el significado de la litera-
tura, si esta persona fuera, por ejemplo, mujer en vez de varón. Si el significado de una obra es la
experiencia de un lector, ¿qué diferencia hay si ese lector es una mujer? (Culler, 1984:42)

Nadie duda ya de que cuando se nos enseña a leer no aprendemos a relacionarnos


con textos sino con paradigmas de lectura. Pero el paradigma que da sentido a los
textos producidos por mujeres preocupadas a su vez por decir y decir(se) excentrizán-
dose de los paradigmas de escritura tradicionalmente falocéntricos, exige el desarrollo
de estrategias de lectura que resulten coherentes y pertinentes con las expectativas y el
mundo sémico del universo textual producido y leído por la mujer.
Adiestramiento que exige un alto grado de experiencia, compromiso y entrenamiento
para conformar nuevas comunidades interpretativas que abran nuevos espacios ideo-
lógicos desde otra mirada que permita interpretar y reconocer los cambios operados a
la literatura por la mujer.
Pensado desde un punto metafórico se podría afirmar que las mujeres han venido
practicando la comparación desde los inicios de la humanidad al haberse visto cons-
treñidas a “traducir” por siempre y desde siempre, en y desde una cultura producida y
dominada por hombres.
Y si traducir implica leer, interpretar y trasladar a una forma y un soporte diferente al
del original para mantener vivos los contactos, ¿no es éste justamente el rol ejercido
desde siempre por la mujer al procrear y perpetuar no sólo la especie sino también los
mundos simbólicos que esa misma especie construyó para pensarse?
La lectura que proponemos, pretende ofrecer una mirada reflexiva sobre los procesos
“traductivos” y, por ende, comparatísticos que operan las mujeres escritoras cuando se
leen entre sí.
Una comparatística de género y generativa, profundamente ligada a la subjetividad,
a la experiencia y a la historia personal. Y al mismo tiempo abierta, siempre al acecho
de la palabra ajena, de las huellas que los sutiles mensajes de la “escritura cuerpo” de
otra mujer inscriben en el propio.
Tomando prestada la teoría del “cum” propuesta por Edda Melon en un notable
ensayo sobre “Vivre l´orange”, texto bilingüe de Hélène Cixous, propongo recuperar
estudios previos sobre los procesos de “lectura traductiva” para dar cuenta de las
magníficas potencialidades que posibilita esa zona de intervalo, d´entre-deux que

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surge cuando dos cuerpos (sean físicos, textuales, imaginarios) se encuentran a través
de la lectura (Crolla, 2003).
Victoria Ocampo escribe a Virginia Woolf en marzo de 1934 una carta donde comenta las
impresiones que le provocara su histórico encuentro con la ya famosa escritora inglesa:

Tavistock Square, este mes de noviembre... dos mujeres hablan de las mujeres. Se examinan, se
interrogan. Curiosa, la una; la otra, encantada...Estas dos mujeres se miran. Las dos miradas son
diferentes. La una parece decir: “He aquí un libro de imágenes exóticas que hojear”. La otra: ¿En
qué página de esta mágica historia encontraré la descripción del lugar en que está oculta la llave
del tesoro? (Ocampo, 1943:7)

Leer el relato de este singular encuentro desde la perspectiva de la Ocampo conmo-


ciona por la exquisita y pudorosa comparación que logra desplegar del hacer escriturario
de ambas. Escritora ya consagrada la inglesa, la argentina habla, dice, desde la admira-
ción y la carencia. El encuentro con una mujer escritora que ha “encontrado el tesoro”, la
clave de un estilo y una voz propia, despierta en Victoria la necesidad de plantear y plan-
tearse qué significa escribir, cómo y desde un corazón de mujer sudamericana.
Victoria menciona que la Woolf reconocía que, por egoísmo, aconsejaba a las
mujeres que escribiesen libros ya que, como a la mayoría de las mujeres no educadas
de Inglaterra, a ella le gustaba leer: I like reading- I like reading books in the bulk5, y
encontraba que por más esforzado y sinceros que hubieran sido los intentos, los libros
escritos por hombres no habían logrado describir ese punto que cada sexo tiene en su
cerebro y que sólo cada sexo puede abordar. Se necesitaban más mujeres escritoras
para que el punto femenino encontrara su natural y especial expresión.
Victoria acepta el desafío para declarar públicamente que si a las inglesas les gusta
leer, a la mayoría de las sudamericanas, las moviliza la necesidad de escribir: Virginia:
like most uneducated south american women, I like writing...6 Mi única ambición es
llegar a escribir algún día, más o menos bien, más o menos mal, pero como una mujer
(Ocampo; 1981:9).
Me interesa partir de esta comparación porque en esta confrontación surgen los
dos tópicos que, vistos en esta perspectiva no se constituyen como antinómicos ni en
procesos consecutivos de una práctica, sino indisolublemente osmotizados y parinté-
ticos: leer es tanto más una praxis de escritura, como el escribir es, nadie lo duda,
una forma esencial e insoslayable de lectura.
Y esto me lleva al otro punto que me interesa abordar en el presente trabajo: ¿Qué
pasa entonces cuando las mujeres, en especial quienes escriben, se leen entre sí?
¿Cuando las escritoras instauran una práctica de lectura comparada al femenino?
Lo cierto es que, constreñida desde los orígenes de la historia a escucharse hablada
por otro, a verse descripta por un otro que tangencialmente la llegaba a rozar pero
nunca a revelar el misterio de ese centro neurálgico que atesora en su espacio privado,

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la mujer ha debido operar siempre un esforzado trabajo de lectura plural, marginal y por
tanto comparativa, para traducir a una mirada y palabra femenina lo que era, ya desde
la esencia inalcanzable para el hombre.
Marguerite Yourcenar afirmó que “escribir” equivale a “traducir”:

Nosotras traducimos nuestras emociones íntimas en un lenguaje comprensible al lector. Se trata


entonces de ser fieles (de transmitir con la mayor exactitud): quiero decir, emplear la palabra y los
sonidos que mejor expresen nuestras impresiones, por más indecibles que puedan resultar.7

Por lo tanto, en la mujer que escribe este personal proceso de traducción debe
ser entendido no solamente como traslado de un código a otro, sino también como
operación visibilizadora de las más íntimas emociones, de la más pura y virginal inte-
rioridad a un lenguaje diferente que pueda ser (a)prensible y (com)prensible. Durante
siglos la mujer se vio permanentemente obligada a transportar, a traducir códigos y
miradas ajenas. Por tanto escribir para la mujer es operar una traducción al cuadrado:
del corazón al código (de la tradición) y de ese código ajeno inaugurar otro (nuevos
odres para viejas palabras, afirmó la Woolf) que innove y al mismo tiempo no traicione,
empleando o (re) inventando palabras y sonidos que se ajusten mejor y que logren dar
el tono de las propias impresiones, por más indecibles que éstas sean.
Generar, al decir de Marguerite Duras, un tipo de escritura puente, escritura infrasub-
jetiva, que lleve inscripta en su seno los signos de la pertenencia sexual, la proveniencia
de un cuerpo de escritura-mujer que no rechace la relación entre el vivir femenino y la
vida material. “La historia de vuestra vida, de mi vida, no existe o bien se trata sólo de
lexicología. Las novelas de mi vida, de sus vidas, sí, pero no la historia.”8

La vida para Duras está hecha de “perfecciones inconscientes” que la escritura,


“imperfección consciente”, debe hacer visible. Reconocer(se) para Duras es re-flexionar
sobre otro que se escribe. Tragedia del escribir que produce una subversión del prin-
cipio de identidad ya que en vez de un yo que escribe, se escribe de la imposible difi-
cultad de ver(se) escribir(se) (Crolla, 1999).

Bien sé que escribo. Lo que no sé muy bien es quien escribe.(...) Me hallaba en una desdicha total
porque en ningún caso podía alcanzar a quien había escrito eso...Me hallaba en un estado de ira,
así, de la vida, que la vida vivida no pudiera alcanzarlo. Estaba celosa de mí.9

Para ello, según Duras, es necesario para la mujer inaugurar una palabra más libre,
una sintaxis más simple y fluida, más cercana al susurro indagante del pensamiento
matricial, una voz oral, primitiva, en estado naciente, sin sujeción a parámetros espa-
ciales o temporales, a cualquier forma de contención.
Escritura de la diferencia que dé cuenta de la imposibilidad de situar, de aferrar,

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como lo femenino primordial, escurridizo, misterioso que todos tenemos y que siempre
se está escapando. Como la experiencia erótica, una lectura al acecho y en escucha
de la materialidad de los sentidos y de las provocaciones externas, del adentro y del
afuera, privada y pública a la vez:

El ruido de la ciudad resulta tan próximo, tan cercano, que se oye su roce contra la madera de la
persiana. Se oye como si atravesaran la habitación. Acaricio su cuerpo en ese ruido, en ese paso…
El mar, la inmensidad que se recoge, se aleja, vuelve.
Le había pedido que lo hiciera otra vez y otra. Que me lo hiciera. Lo había hecho. Lo había hecho en
la untuosidad de la sangre. Y, en efecto, había sido hasta morir. Y ha sido para morirse.10

La mujer desde siempre, ha oscilado, ha mantenido un delicado equilibrio entre dos


abismos, el de los precipicios insondables de la propia interioridad y el de los paisajes
plurales de la realidad, moviéndose, peligrosamente en los confines de un espacio
límite, doble, móvil, mediado entre esos abismos y conjurando permanentemente el
punto riesgoso de la caída. Y desde allí lee y escribe. Escribir desde allí es leer(se)
leyendo mientras escribe.
Marguerite Yourcenar, magnífica lectora antes que escritora, o magnífica escritora
porque lectora, ha sabido extraer también de sus lecturas la sustancia medular que
esas cajas de Sileno esconden en su interior. Así cuando lee a Virginia Woolf nos rescata
y se rescata (pues no otra cosa hará ella misma con sus personajes) como valores tras-
cendentes de la escritura de la Woolf dos magníficas creaciones: la precisa elabora-
ción de biografías del Ser, de entidades infinitamente más sutiles y más secretas
que las circunstancias de una vida o una misma persona moral, y la construcción de
Tiempos Atmósfera, la construcción de tiempos entendidos en cuanto duración vital
que empapa a los personajes como el rocío a las plantas. Los personajes que concibe
la Woolf son para Yourcenar:

Personajes que no son más que gaviotas a orillas de un Tiempo océano donde recuerdos, sueños
y las concreciones perfectas y frágiles de la vida humana nos hacen el efecto de los caracoles que
dejan en la playa las majestuosas marejadas eternas. (Yourcenar, 1992:124)

Si tuviéramos que elegir un tópico para explicar este perceptivo encuentro de sensi-
bilidades femeninas en sutil operación traductiva, tendríamos que recurrir a la mirada.
Una mirada que no sólo mira sino que al mirar lo otro/la otra, se mira, se indaga frente
a su vida y a su escritura. Una mirada que al ver, toca y cuando toca inaugura pues
mira desde la desnudez, desde el despojamiento, desde la piel y las vísceras. Y desde
la intimidad propia, se expande para indagar, subrepticia y respetuosa, la inmarcesible
fuerza de la singularidad ajena.
La mujer escritora no mira para juzgar ni siquiera para elaborar. Observa desde

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su intimidad la interioridad de esa otra. Inquisición laberíntica de lo esencial, de una
dignidad que al mismo tiempo es vislumbrada con la confianza compartida con que se
entregan dos comprensiones.
Cuenta la Yourcenar:

Hace pocos días, en el salón débilmente iluminado por la luz del fuego, donde Mrs. Woolf tuvo la
gentileza de recibirme, yo miraba perfilarse en la sombra, aquel rostro de joven Parca, apenas enve-
jecido, marcado por las señales del pensamiento y del cansancio, y me decía que a menudo repro-
chamos su intelectualismo a las naturalezas más finas, a las más ardientemente vivas, obligadas por
su fragilidad o por su exceso de fuerzas a recurrir sin cesar a las duras disciplinas del espíritu. Para
seres como éstos, la inteligencia no es más que un cristal perfectamente transparente, tras el
cual miran atentamente cómo pasa la vida... y mientras Virginia Woolf me comunicaba sus inquie-
tudes y tormentos,(...) yo pensaba que nada está completamente perdido mientras existan admi-
rables obreros que continúen pacientemente para alegría nuestra, su tapicería llena de flores y de
pájaros, sin jamás mezclar indiscretamente en su obra la muestra de su cansancio, ni el secreto de
sus jugos, a menudo dolorosos, con que tiñeron sus bellas lanas. (Yourcenar, 1992:124)

2. Lispector - Cixous: dos palabras en una epifanía “l’aranja”


Otras dos palabras “mujer” se encontraron en 1978 para atravesarse, entreverarse,
conversarse y co-pensarse. Para, como explica Edda Melon (texto que se entrecruzó en
mis lecturas para empezar a elaborar mi propio camino hacia Hélène Cixous y Clarice
Lispector) instaurar un entre deux donde se entretejen y se anulan los límites de toda
frontera.
Afirma Hélène Cixuos en las primeras páginas de “Vivre l´orange”:

Una voix de femme est venue à moi de très loin, comme une voix de ville natale, elle m´a apporté des
savoirs que j´avais autrefois, des savoirs intimes, naïfs, et savants, anciens et frais comme la couleur
jaune et violette des freshias retrouvés, cette voix m´était inconnue, elle m´est parvenue le douze
octobre 1978, cette voix ne me cherchait pas, elle écrivait a personne, à toutes, à l´écriture, dans une
langue étrangère, je ne la parle pas, mais mon coeur la comprend, et ses paroles silencieuses dans
toutes les veines de ma vie se sont traduites en sang fou, en sang-joie. (Cixous; 1979:11)12

Lispector y Cixous comparten un mismo estigma de desterritorialidad y su literatura


navega entre dos aguas porque llevan en su piel inscripta la marca de la extrañeza,
formas sutiles y vibrantes del desarraigo. Hay en ellas una inadecuación a los límites
que deriva en intensidad, una corriente de energía que se desplaza en un flujo móvil
de espacio y tiempo, que avanza en continuas migraciones y en nuevos comienzos.
Clarice Lispector, brasileña aunque nacida en Ucrania en 1925, es traída bebé a Río
de Janeiro y hablará toda su vida el portugués como habitándolo desde los márgenes.

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Hélène Cixous, nacida en Oran, Argelia, en 1937, lleva en sí el sello de una doble extran-
jeridad, la de la propia cultura francesa por haber nacido en una colonia y la de perte-
necer por parte de ambos progenitores a la raza hebrea, una raza diaspórica, signada
por la carencia y la búsqueda de la pertenencia.
El cauce literario lo inicia Lispector con su primera novela Perto do coraçao selvagem,
publicada casi por casualidad en 1944 y que provocó tal revolución en el espectro lite-
rario brasileño que para muchos fue considerado casi un insulto.
No sólo una voz nueva sino una savia nueva se empezaron a colar por los inters-
ticios académicos y populares. Una sintaxis rota, un léxico virginal, una actitud revul-
siva e iconoclasta y al mismo tiempo candorosa, privada, subjetiva, que daba cuenta
de la trascendencia de la palabra cuando se emite en toda su virginal gestación y en la
sorpresa del símbolo que las cosas adquieren cuando se instaura en el mero instante
de una mirada, explícitamente asumida desde su propia condición femenina.
Bocanadas de lenguaje en estado bullente, surgente y torrencial que busca continuar
y reeditar desde otro lugar, la incesante búsqueda de “la visión” con que Virginia Woolf
otorga y da trascendencia y justificación a los insustanciales protagonistas femeninos de
sus novelas. Recordemos junto con la Yourcenar, aquella hermosa consolación de Miss
Briscoe al final de Al faro cuando, después de años de buscar la conclusión de un cuadro,
exclama en el mismo instante de concluirlo: “después de todo, yo he tenido mi visión”.
Cierto es que si una extraña fluencia enlaza en nuestras lecturas la ola escrituraria de
la Woolf a la Lispector, ésta la continúa en una forma más violenta, libre y primitiva para
abrevar en la de Cixous. Y cierto es también que esta escritura salvaje hubiera encan-
tado al canibalismo lector de la Woolf. Y por ello la fascinada recepción que le otorga
la Cixous, al entender la forma cómo Lispector logra penetrar, fatal y definitivamente,
despedazando todo a su paso, y destruyéndose en el mismo momento del hacerse, en
ese espacio misterioso y recóndito que es el proceso de gestación de la palabra en la
mujer, ontológicamente y fatalmente verbal desde sus orígenes.

Un día vendrá en que todo movimiento será creación, nacimiento, quemaré todas las naves que
existen dentro de mí, me demostraré a mí misma que nada hay que temer, que todo lo que yo
sea será siempre donde haya una mujer con mi principio, alzaré dentro de mí lo que soy un día, a
un gesto mío ondas se levantarán poderosas, agua pura sumergiendo la duda, la conciencia...y
cuando hable serán palabras no pausadas y lentas...lo que yo diga sonará fatal e íntegro... en cual-
quier lucha o descanso me levantaré fuerte y bella como un caballo nuevo.12

J´ai demandé –se pregunta Hélène Cixous ante tal asombro– ¡Qu´ai je de commun avec les
femmes?” Du Brésil une voix est venue me rendre l´orange perdue. Le besoin d´aller aux sources.
La facilité d´oublier la source. La possibilité d´être sauvée par une voix humide qui est allée aux
sources. Le besoin d´entrer plus avant dans la voix natale. (Cixous; 1989:17)13

50
Las voces de todas las mujeres, pero en particular la suya como vocera de l´orange (las
mujeres del Iran) vienen para Cixous al encuentro de este encuentro, de este deseo vital al
que ella, escritora al fin dedica su metáfora particular, la del don de la palabra l’ aranja.

Lire Clarice comme elle nous lit le monde, sa légende, comme elle (nous) écrit. A la lumière du fruit.
Pomme le sien. Orange le mien. Et le tien? Quelle couleur? Quelle douloureuse joie?14

El texto de Hélène Cixous es el relato de una epifanía, de la visita de otra mujer, una
mujer ángel que le restituye el don de la voz, de un instante en que la voz Clarice est
venue à moi. En que la voix-lumière le vino y le sobrevino invadiéndola, envolviéndola,
conmoviéndola y disolviéndola hasta el infinito y al mismo tiempo salvándola. Porque
desde ese momento esencial en que pudo contemplar la férocitè divine de l´écriture,
de su palabra, que creía perdida, y que le es restituida inaugurada. Su escritura retor-
nará a las fuentes para no ser ya la misma, radical y desgarradamente alumbrada (en
la doble acepción de parto y luz que comporta en español) frente al visage de un seul
instant que, al contarse no puede ser reeditado y aún así se escribe, aunque más no
sea para celebrar el relato imposible de la epifanía.
Palabra recobrada para circundar, rodear y también penetrar traducida metafórica-
mente en verdad interior. Como la magdalena proustiana, una misma visión explota
en la dúplice codificación del objeto. La lectura de un solo término ha irrumpido en
la memoria de Cixous para ayudarla a recuperar aquella personal orange que hacía
tiempo fugaba de su sedienta y solitaria agonía de inspiración.

Elle m´a montrè un visage et je l´ai vu, j´ai eu la vue de ce visage. Ensuite elle m´a montré un fruit,
qui m´était devenu étranger, et elle m´a rendu la vue de ce fruit. Elle me l´a lu, avec sa voix humide
et tendre, elle l´a appelé: laranja, elle l´a traduit, jusqu´à ma langue, et j´ai retrouvé le goût de
l´orange perdue, j´ai recompris l´orange.” (Cixous; 1989:53)16

Edda Melon nos aporta los diversos significados que para las dos escritoras, como
para culturas tan disímiles como la occidental y la musulmana, así como para los estu-
dios de género, asume el término naranja:

Un unico significante che assumerà di volta in volta i più diversi significati: da parola piena, che coin-
cide appieno con la cosa, a immagine del frutto, del sole e della terra intera, a simbolo di vita e del
godimento femminile; e ancora saranno chiamate “oranges” le donne islamiche velate e svelate e
la scrittura e Clarice stessa...e le due metà di un´arancia, come due mani che si toccano, per illu-
strare una maniera particolare del tatto, senza oggetto nè soggetto, nè attivo nè passivo, e fra l´una
e l´altra la carezza. (Melon; 1996: 184)17

51
Orange es doble y al mismo tiempo mitad de una indisoluble unidad, como cuando
popularmente denominamos la “media naranja” de una relación amorosa, orange es
también y definitivamente el doble encuentro de Hélène y Clarice y la experiencia global
de esa unión, es decir el texto que lo provoca. Vivre l´orange es para Hélène Cixous
la doble esencia de su individualidad y su origen pues la palabra no sólo contiene
el nombre de su ciudad natal: Oran sino que también, por sola sustitución de vocal,
es Irán y con ello querrá decir todas las mujeres explotadas, veladas (orange) de ese
Oriente del que se siente vocera y que lingüísticamente se obtiene por simple despla-
zamiento de la O a la I de la palabra Irán. Pero Orange, lleva además inscripta en su
tercera sílaba la marca de identidad: es tanto el Je (yo) de la autodefinición, como la
huella morfológica del género, de la feminidad del fruto.
Por poco, y simple traslado asociativo, orange da lugar también a orage (tormenta).
La tormenta interior que provoca el doble sentimiento del deber y de la culpa que toda
escritura posee y mucho más cuando se debe responder al secular mandato de usar el
don de la palabra para dar voces a todas aquellas mujeres que maltratadas, encarce-
ladas, defenestradas, no pueden ni siquiera contar con el recurso del grito. Sí, porque
para Cixous vivir l´orange, decir la “naranja” es asumir un compromiso ético y político,
asumir una escritura femme, para decir desde las que no tienen o a las que no se les
permite tener voz: l´amour de l´orange aussi est politique.
Y entre sus batallas, conocida es la lucha entablada por Cixous contra la lógica bina-
rista del discurso falocéntrico y la necesidad de superar esa rígida confrontación en
propuestas que vayan más allá de los límites o los binarismos, y que como en l´orange,
se multipliquen en una miríada de cáscaras, gajos y semillas.

A l´école de Clarice, nous apprenons à être contemporaines d´une rose vivante, et des camps de
concentration. Aussitôt, la vie de la rose nous comble, nous déborde, et nous avons besoin de la
donner à aimer à d´autres, et que des femmes soient aimées en elle (Cixous, 1989:101)17

Para luchar contra el binarismo, según Edda Melon, la Cixous se mueve dentro del
binarismo. No solamente porque dia-loga intertextualmente con otra mujer sino porque
logra articularlo también en un original y particular efecto de binarismo lecturario. Vivre
l´orange es un texto a fronte, un texto bilingüe en el francés original y en inglés a través
de la traducción de Anna Liddle y Sarah Cornell, y controlada por la misma autora. Este
bilingüismo, explica la crítica italiana, tendría la intención de señalar la diferencia y al
mismo tiempo el momento en que dos lenguas se confrontan, como las dos maternas
de Lispector y Cixous. Lenguas en diálogo que se encuentran, originando una topo-
grafía polifónica donde teoría y ficción, crítica y poética se hermanan y se co-penetran.
Donde nadie deviene objeto de lectura sino que la división sujeto-objeto es permanen-
temente conjurada en la móvil relación del don y del homenaje.

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Este binarismo pluriédrico y centrífugo se enriquece en la edición manejada, prepa-
rada también por la Cixous, por otro binarismo que es la conjunción de los dos textos
que conforman L´Heure de Clarice Lispector. En él conviven l´orange de Vivre l´orange,
con la pomme (manzana) del segundo capítulo: À la lumière d´une pomme. Conjunción
que se desgaja y desglosa para certificar la disolución de todo límite, para dessiner le
parage, dibujar un paraje, un espacio limítrofe donde comienzo y fin se anudan como
magistral enseñanza de escritura esclarecida por Clarice Lispector.

1979, 1989, deux textes, deux mains, l´heure est la mème: c´est la dernière, l´heure de l´ètoile,
pomme d´en haut. Ceci est méditation sur la dernière heure. L´heure merveilleuse et impensable,
l´heure vers laquelle nous allons comme vers la vérité. Ma vérité, notre vérité, cette étrangère, cette
ètrangeté dont le visage nous est promis à voir, à la fin.
Et entretemps, toujours cette urgence: faire résonner dans notre siècle l`écho de cette Voix venue
des origines” H.C.18

Una escritura que, al decir y al hacer de Cixous, superó los movimientos paradojales
de las pasiones, de las dolorosas uniones de los contrarios, del miedo y el coraje, de la
locura y la sabiduría, de la falta y la plenitud, de la sed y el agua. Que llegó a lo esen-
cial en la pluralidad. La verdad en lo infinitesimal. Una mujer, elle-je-personne (ella-yo-
nadie) y las muchas formas de encarnación de la escritura a través de la cual se puede
hacer explotar el jugo de la vida, el perfume, la música, el sabor de las cosas, el gozo
del cuerpo y la fascinación de/por la palabra.
El texto, este texto de Cixous, va más allá, hasta tocar el corazón vivo de las rosas
que es según ella, la manera-mujer de trabajar:

toucher le coeur des roses: c´est la manière-femme de travailler: toucher le coeur vivant des choses,
être touchée,... apprendre à se laisser donner par les choses ce qu´elles sont au plus vivant d´elles
mêmes (Cixous, 1989:107)19

Hasta lograr esa palabra-mirada que tenga la fuerza de una ventana para mirar
afuera con los ojos inmóviles, quietos, pacientes y muy abiertos, enmarcados en el
marco de madera, ojos de ventana. Ojos ni de afuera ni de adentro, sino exactamente
en el trayecto.

Clarice nous dévoile;20 nous ouvre les fenêtres.


J´ai levé les yeux vers les regards de Clarice, penchés aux bords si nettement découpés de
ses fenêtres, et dans l´ébrasement oblique de ses yeux j´ai vu l´essence de la fenêtre. Il suffit
qu´une Clarice s´ouvre: Nous rappelle tout ce qu´il ne faut pas oublier, tout ce qu´il faut appro-
cher, traverser avec lenteur, respecter, pour savoir ce qu´une fleur veut dire au regard d´une femme
(Cixous, 1989:99).21

53
Una mirada que mira sin saber que en el mirar, en el misterio de esa palabra inau-
gural e inocente, está contenido el secreto que nunca se podrá poseer, sólo habitar
e imperfectamente traducir, como el huevo habita la gallina que no sabe que lo lleva,
y que no debe jamás saber pues allí donde la gallina lengua descubra que cobija
el huevo, dejaría de ser en la inefabilidad de su misterio. Mirada desde el sesgo, en/
desde/a través de un nuevo marco fundante de ojos-ventana en donde se lee-traduce
cortando sesgadamente como se corta un pliegue o un lienzo. Desvelando y develando
a un tiempo.
Así lo lee (traduce) Cixous, y así se disemina, expande y multiplica en un libro bitá-
cora de lectura que es como un vientre que cobija y procrea, y al mismo tiempo un
espacio límite, limítrofe y umbral.

Des femmes22 ont la force de laisser les fenêtres ouvertes sans guetter. Alors il arrive qu´un jardin
entre. N´arrive que l´inattendu. A voir tout ce qui entre par la fenêtre clarice, la merveilleuse quan-
tité de choses de tous les genres, de toutes les espèces humaines, végétales, animales, de tous
les sexes, de toutes les cultures, on sent avec quelle force aimante elle se tient ouverte, avec quelle
joie effrayée, pour se laisser approcher par le subit. Alors seulement peut arriver la beauté. Par cette
fenêtre d´audace. Les choses belles ne viennent que par surprise. Pour nous faire plaisir. Deux fois
plus belles de nous surprendre, d´être surprises. Quand personne pour les prendre. Il nous semble
quand elles s´élancent vers nous qu´elles sont de coups de dieu: mais quand elles entrent nous
voyons à leur sourire qu´elles sont des coups de clarice (Cixous, 1989:109-111).23

Y en ese umbral –ventana de la mirada-mujer traducido en una textualidad– ventana


que funda, enfunda y desenfunda el origen, descubrimos un pequeño texto entre los
dos libros que se anidan en el entredós de L´heure de Clarice Lispector de Hélène
Cixous: un pequeño texto en cursiva que se puede pensar conclusivo del primero, pero
que no aparece traducido al inglés como Vivre l´orange. Por lo tanto, queremos inter-
pretarlo como intencional bisagra o mejor, como inaugural celosía-ventana que ya no
representa el espacio secular de la mujer obligada a esconder su mirada al mundo,
sino un afuera-adentro que la palabra-mujer ha elegido para proteger y des-proteger
su intimidad, velar su secreto en el momento mismo en que lo des-vela en la escri-
tura. Para es-clarecer(se) mirándose con extrema claridad en un juego verbal que
no comporta límites ni claudicaciones. Des-gajando el discurso heredado para decir,
desde el lugar que la tradición le ha adjudicado, con nuevos odres, otros juegos. Como
nos lo propone Cixous activando las múltiples potencialidades del nombre, tocando la
rosa plural del libro.
Cixous nos hace entrar la luz por la audaz ventana de una palabra en ebullición a
través de un secular femenino y doméstico gesto: el de pelar, quitar la cáscara a la
l´orange-pomme.

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Poético homenaje, pensamos, a ese especial proceso de lectura com-partida que
entablan las mujeres. Mientras dasgaja con musical ternura los potenciales sentidos
que se esconden tras el nombre de la Lispector, va enhebrando la cáscara-máscara
que opaca la esencialidad de la palabra para dejar que la fuente venga a la luz, para
que ad-venga la escritura-mujer (fruta, gajo y semilla-semen) que atesora en su interior
la naranja nutricia de la realidad.

Lire femme? Ecoutez: Clarice Lispector. Clarice arrive premièrement comme ceci; en nous sautant
dessus, au devant de nous, flêche, vit vole, panthère et se pose. La couleur de son nom en mouve-
ment est évidemment lispectorange: une orange légèrement pourprée peau de clémentine. Mais
si l´on prend son nom dans les mains délicates et si on le déplie et le dépluche en suivant attenti-
vement les indications des gousses, selon sa nature intime, il y a là des dizaines de petits cristaux
efflorescents, qui se réfléchissent esemble dans toutes les langues où passent les femmes. Clarice-
lispector. Clar. Ricelis. Celis, Lisp. Clasp. Clarisp. Clarilisp. - Clar - Spec - Tor - Lis - Icelis - Isp - Larice
- Ricepector - clarispector - claror - listor - rire - clarire - respect - rispect - clarispect - Ice - Clarici -
O Clarice tu es toi même les voix de la lumière, l´iris, le regard, l´éclair, l´éclaris orange autour de
notre fenêtre (Cixous, 1989:113).24

55
Notas

1. El presente trabajo es reelaboración y síntesis di scrittrici degli anni novanta, Padova, Il Poligra-
de aspectos desarrollados en tres producciones fo, p. 12.
previas presentadas en otras sedes: “Lecturas 8. Armel, A. “Le jeu autobiographique” en Maga-
‘entre’ mujeres o de la traducción incesante”, zine Littérarie N° 278, París, junio de 1990.
“Estados de memoria en los velos del sa(v)er” y 9. Lanny, S. y A. Roy (ed.) (1981) Marguerite Du-
“Cristina de Pizán: Paradigma de lectura (s) com- ras à Montreal, Québec, Spirales, p. 50.
parada (s) ‘al femenino’”. 10. Duras, M. (1987) El amante, Barcelona, Tus-
2. Cristina de Pizán (1364-1430) era de origen ve- quets, p. 57.
neciano, aunque pasó gran parte de su vida en 11. “Una voz de mujer vino a mí desde muy lejos,
Francia, puesto que su padre era el astrólogo de como la voz de un pueblo natal, trayéndome sa-
Carlos V de Francia. Se casó a los quince años, beres que poseía previamente, saberes íntimos,
fue madre de tres hijos y enviudó a los veinticin- triviales y sabios, antiguos y frescos como el co-
co. Para sobrevivir decidió dedicarse a la escritu- lor amarillo y violeta de las fresias encontradas,
ra pese a la oposición masculina y por ello se la esta voz me era desconocida, llegó a mí el 12 de
ha calificado como la primera escritora profesio- octubre de 1978, una voz que no me buscaba,
nal de la literatura francesa. La Ciudad de las Da- que escribía para nadie y para todas, la escritura,
mas permite considerarla como una precursora en una lengua extranjera, yo no la hablo, pero mi
de la crítica y la escritura feminista moderna. corazón la comprende, y sus palabras silencio-
3. “(…) que reprime la irreductible implicación del sas en todas las venas de mi vida se tradujeron
texto y la lectura… Esta condición de movilidad, en sangre abrasada, sangre gozosa”.
de reenvío, de dialogicidad, de suplementariedad, 12. Lispector, C. (1977) Cerca del corazón salva-
de oposición a la objetivación de lo dicho, me pa- je, Madrid, Alfaguara, p. 210.
rece un presupuesto teórico metodológico irre- 13. “Pregunté ¿Qué tengo de común con las mu-
nunciable cuando se piensa la literatura y la com- jeres? Desde el Brasil me llegó una voz para de-
paración comparada ‘al femenino’”. En Locatelli, volverme la naranja perdida. La necesidad de ir a
C.: “S/Oggetti immaginari: letterature comparate los orígenes. La facilidad de olvidar el origen. La
al femminile” en el texto homónimo compilado por posibilidad de ser salvada por una voz húmeda
Liliana Borghi y Rita Svandrlik, Urbino, QuattroVen- que lleva a las fuentes. La necesidad de penetrar
ti, 1996, pp. 41-62. La traducción me pertenece. más allá de la voz natal”.
4. Op. cit., p. 49. 14. “Leer Clarice como ella nos lee el mundo, su
5. “Me gusta leer, me gusta leer libros a granel” leyenda, como ella (nos) escribe. A la luz del fru-
(todas las traducciones del inglés, italiano y fran- to. Manzana, la suya. Naranja, la mía. Y ¿el tuyo?
cés nos pertenecen). ¿Qué color? ¿Qué doloroso gozo?” en Op. cit.,
6. “Virginia: como a muchas maleducadas muje- contratapa.
res sudamericanas, me gusta escribir”. 15. “Ella me mostró un rostro y yo lo vi y poseí la
7. Citado en Chemello, A.: Parole scolpite. Profili mirada de ese rostro. Luego ella me mostró un

56
fruto, que se había convertido en extraño, y me dar por las cosas, lo que de ellas es más viviente
devolvió la mirada de ese fruto. Me lo leyó, con que ellas mismas”.
su voz húmeda y tierna, lo llamó: naranja, lo tradu- 20. Con el término dévoile Cixous juega con la
jo, hasta mi lengua, y yo reencontré el gusto de la plurisemia del término “voile” en francés: 1. s.m.
naranja perdida, pude recomprender la naranja”. (lat. Velum: 1170, “cortina”) 1. Pieza de tul o de
16. “Un único significante que asumirá cada vez tela que se usa para cubrir o proteger; 2. (1265)
los más diversos significados: desde palabra ple- Trozo de tela más o menos transparente usado
na, coincidente plena de la cosa, a imagen de la para cubrir el rostro o la cabeza en diversas cir-
fruta, del sol y de la tierra entera, a símbolo de cunstancias; 3. Tela amplia usada como traje por
la vida y del goce femenino. Pero incluso serán las bailarinas, vestimenta femenina; 4. (Bellas Ar-
llamadas orange (naranjas) las mujeres islámicas tes) Tela negra, transparente que se extiende so-
veladas y desveladas, la escritura y la misma Cla- bre una mesa para calcar el dibujo; 5. (1723) Te-
rice… y las dos mitades de una naranja, como jido ligero y fino; 6. Lo que oculta, impide ver una
dos manos que se tocan, para hacer visible una cosa; 7. Tener un velo delante de los ojos: estar
forma particular de tacto, sin objeto ni sujeto, acti- confundido, ser juguete de vanas ilusiones; Pren-
vo y pasivo y entre una y la otra la caricia”. dre le voile: tomar los hábitos las religiosas; vo-
17. “En la escuela de Clarice aprendemos a ser llage, s.m. (1933) 1. Gran cortinado de tela fina;
contemporáneas de una rosa viviente y de los 2. Adorno de tela transparente colocado sobre un
campos de concentración. De inmediato la vida vestido; voilette: s.f. (1842) Pequeña pieza de tis-
de la rosa nos colma, nos desborda, y tenemos su muy fina y ligera que las mujeres llevan sobre
necesidad de darla a amar a las otras, y que las los ojos, sujeta del sombrero; voiler: v.tr. (1155)
mujeres sean amadas en ella”. 1. como término religioso: cubrir los espejos en
18. “1979, 1989, dos textos, dos manos, la hora una circunstancia mortuoria; 2. (1606) ocultar, di-
es la misma: es la postrera, la hora de la estre- simular algo; se voiler v. pr. 1. Llevar un velo (hoy
lla, manzana de lo alto. Esto es, meditación sobre asociado a las mujeres musulmanas); 2: ocultar-
la hora final. La hora maravillosa e impensable, la se, perder claridad; 3. Perder agudeza, turbar-
hora hacia donde vamos como hacia la verdad. se; voilé, e adj. (1789) 1. Llevar un velo, estar
Mi verdad, nuestra verdad, esta extranjera, esta recubierto por un velo; 2. oscuro, disimulado; 3.
extranjeridad cuyo rostro se nos ha prometido (1789) (con referencia a la voz): Quien carece de
ver, finalmente. claridad en la expresión; dévoiler (v. tr. (1440) de-
Y entre tanto, siempre esta urgencia: hacer reso- velar, retirar el velo que cubre una cosa. Extraído
nar en nuestro siglo el eco de esta voz que viene del Diccionario Larousse de la langue française
de los orígenes: H.C.” en Op. cit., contratapa. (1979), París, Librairie Larousse, pp. 2020-2021
19. “Tocar el corazón de las rosas: ésa es la ma- (la traducción me pertenece).
nera-mujer de trabajar: tocar el corazón viviente 21. “Clarice nos desvela: nos abre las ventanas.
de las cosas. Ser tocadas... Aprender a dejarse Alcé los ojos hacia las miradas de Clarice, sesga-

57
das en los bordes netamente recortados de sus se arrojan hacia nosotros, que son golpes de
ventanas, y en el abrazo oblicuo de sus ojos vi la dios: pero cuando ellas entran vemos en su sonri-
esencia de la ventana. Quiere decir que una Cla- sa que son golpes de clarice”.
rice se abre: nos recuerda todo aquello que no 24. Escuchen: Clarice Lispector. Clarice llega pri-
hay que olvidar, todo lo que es necesario acercar, mordialmente así; saltando por encima nuestro,
atravesar con cuidado, respetar, para saber lo que debajo, o delantede nosotros, flecha, vive vue-
una flor quiere decir a la mirada de una mujer”. la, pantera y se posa. El color de su nombre en
22. Destacado por la autora. movimiento es evidentemente lispectorange, una
23. Las mujeres tienen la fuerza para dejar las naranja de piel ligeramente purpurada de man-
ventanas abiertas sin acechar. Entonces ocurre darina. Pero si se toma su nombre con manos
que un jardín entra. Sólo llega lo inesperado. Para delicadas y se lo despliega y desmonda siguien-
ver todo eso que entra por la ventana es-clareci- do atentamente las indicaciones de los gajos, se-
da, la maravillosa cantidad de cosas de todos los gún su íntima naturaleza, encontraremos decenas
géneros, de todas las especies humanas, vege- de pequeños cristales florescentes, que juntos se
tales, animales, de todos los sexos, de todas las reflejan en todas las lenguas donde transitan las
culturas, y se siente con qué fuerza ella se man- mujeres. Claricelispector. Clar. Ricelis. Celis, Lisp.
tiene abierta, con esa alegría espantada, para de- Clasp. Clarisp. Clarilisp. - Clar - Spec - Tor - Lis -
jarse invadir por lo instantáneo. Es sólo entonces Icelis - Isp - Larice - Ricepector - clarispector - cla-
que puede llegar la belleza. Por esa ventana de ror - listor - rire - clarire - respect - rispect - claris-
audacia. Las cosas bellas no aparecen más que pect - Ice - Clarici - O Clarice sos vos misma las
por sorpresa. Para darnos placer. Dos veces más voces de la luz, el iris, la mirada, el relámpago, la
bellas por sorprendernos, por ser sorprendidas. claridad naranja alrededor de nuestras ventanas.
Cuando nadie las espera. Nos parece que ellas

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Bibliografía

Borghi, L. - Svandrlik, R. (comp.) (1996) S/Og- guraciones en la Literatura Comparada, Córdoba,


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—— (2005) “Estados de memoria en los velos del
sa(v)er” en Espacio, memoria e identidad. Confi-

59
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Introducción a Raccontar/si1

Liana Borghi2

Este volumen recoge ensayos presentados en dos ediciones del Laboratorio


Raccontar(si) (Narrar/se), el del 2004 dedicado a la Diversidad y el de 2005, dedicado
a la Precariedad.3
El primer laboratorio respondió a la invitación del Segundo Manifiesto de Porto
Franco, de “desarrollar procesos activos de valorización de las diferencias, porque
también la diversidad es un derecho de ciudadanía”. Pero en el Manifiesto de nuestro
Laboratorio, Clotilde Barbarulli y yo habíamos agregado a esta afirmación, la poesía de
una escritora hebrea norteamericana de origen polaco que reflexiona sobre la salvaje
e insoportable naturalidad de lo anómalo, de lo desviado, del mutante. El programa de
trabajo sobre la diversidad de los trabajos siguientes, reflejan, cada uno a su modo,
esta propuesta.
En el diccionario la acepción que predomina para diversidad, refiere al ser no igual
ni similar, a aquello contrario de lo idéntico. La problemática de lo diverso viene de
la antigüedad y en la distinción entre lo civil (griego o romano) y el bárbaro. En las
acepciones más recientes, se señala la condición de quien es –o se considera a sí
mismo, o es considerado por otros– diverso, con referencia a los minusválidos, homo-
sexuales, marginados, etc. El otro, ha sido en nuestra cultura eurocéntrica, primero
el primitivo, luego la mujer, el loco, el homosexual, y ahora, el extracomunitario. La
lógica del enemigo y del chivo expiatorio se traduce en la exclusión –cuando no en la
violencia– del diferente y el extranjero. La diversidad parece existir siempre en relación
a otro término con el cual puede ser medida y definida. El “diferente” se convierte en
objeto de quien define al otro.
En la tradición y la cultura patriarcal, lo masculino se atribuye para sí lo bueno y lo
activo, y le otorga a lo femenino una posición de alteridad asimilada al caos, a la tiniebla
y al mal, quitándole a las mujeres el espacio político. Esta relación entre masculino y

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Introducción a Raccontar/si1

Liana Borghi2

Este volumen recoge ensayos presentados en dos ediciones del Laboratorio


Raccontar(si) (Narrar/se), el del 2004 dedicado a la Diversidad y el de 2005, dedicado
a la Precariedad.3
El primer laboratorio respondió a la invitación del Segundo Manifiesto de Porto
Franco, de “desarrollar procesos activos de valorización de las diferencias, porque
también la diversidad es un derecho de ciudadanía”. Pero en el Manifiesto de nuestro
Laboratorio, Clotilde Barbarulli y yo habíamos agregado a esta afirmación, la poesía de
una escritora hebrea norteamericana de origen polaco que reflexiona sobre la salvaje
e insoportable naturalidad de lo anómalo, de lo desviado, del mutante. El programa de
trabajo sobre la diversidad de los trabajos siguientes, reflejan, cada uno a su modo,
esta propuesta.
En el diccionario la acepción que predomina para diversidad, refiere al ser no igual
ni similar, a aquello contrario de lo idéntico. La problemática de lo diverso viene de
la antigüedad y en la distinción entre lo civil (griego o romano) y el bárbaro. En las
acepciones más recientes, se señala la condición de quien es –o se considera a sí
mismo, o es considerado por otros– diverso, con referencia a los minusválidos, homo-
sexuales, marginados, etc. El otro, ha sido en nuestra cultura eurocéntrica, primero
el primitivo, luego la mujer, el loco, el homosexual, y ahora, el extracomunitario. La
lógica del enemigo y del chivo expiatorio se traduce en la exclusión –cuando no en la
violencia– del diferente y el extranjero. La diversidad parece existir siempre en relación
a otro término con el cual puede ser medida y definida. El “diferente” se convierte en
objeto de quien define al otro.
En la tradición y la cultura patriarcal, lo masculino se atribuye para sí lo bueno y lo
activo, y le otorga a lo femenino una posición de alteridad asimilada al caos, a la tiniebla
y al mal, quitándole a las mujeres el espacio político. Esta relación entre masculino y

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femenino es sólo una de las posibles representaciones yo/otro. No sólo el otro está
presente como una sombra, un mal en la interioridad del yo, sino que además asume
las formas de lo extraño y de lo colonizable. La filosofía moderna teoriza sobre un Sujeto
hegemónico determinado/limitado por un “Otro” irreductible al yo, y por una múltiple
diversidad.
La diversidad parece ser inseparable del concepto de diferencia que tuvo una impor-
tancia fundamental en el pensamiento posmoderno. Algunas corrientes feministas han
defendido la idea de que la diferencia ha sido usada para significar idealísticamente el
posicionamiento del sujeto capaz de transformar el mundo, y también como una nueva
estrategia de la subjetividad, aplicada tanto a las relaciones entre mujeres como a la
política. Superadas las dicotomías, emerge el valor del “entre”, espacio definido por una
multiplicidad de diferencias que podemos releer como lugar de las diversidades, de las
diferenciaciones. En el pensamiento postcolonial, la inasible différance se manifiesta en
recorridos diaspóricos, diseminaciones de identidades y nuevos nacionalismos.
Ante tal escenario, el reconocimiento de las diversidades culturales se diferencia de
la nueva derecha (Alain de Benoist, Marcello Veneziani). Esta exalta la diferencia entre
culturas nacionales a las que considera sistemas cerrados, ontológicamente sepa-
rados, que no mellan la “pureza” de una tradición, y no defienden la utopía de una
humanidad libre de límites y fronteras. La diferenciación de la nueva derecha, exalta
la diversidad del mundo pero acepta la realidad y adhiere al status quo, sin buscar la
igualdad porque allana, ni una sociedad “multitradicional”, porque cosmopolita.
Nuestra acepción de diversidad, en cambio, busca teorizar sobre sujetos políticos
complejos, pero no por esto menos responsables de su espacio, historia y derechos
humanos. En la diversidad y la complejidad radica el proyecto de un mundo diferente
donde las diversidades se encuentran, oponen, acuerdan y producen una im/previsible
poética de la relación entre multiversos culturales (Edouard Glissant). Aceptando la invi-
tación a la abstracción, podemos afirmar que somos todas iguales y todas diferentes.
Por otra parte, debemos considerarnos todas “diversas” y extrañas a nosotras mismas,
porque como dice Irena Klepfisz no puede haber una norma que establezca la norma-
lidad Por otra parte, debe ser salvaguardada la diversidad como derecho a la singula-
ridad en una dimensión relacional, en especial en la fase moderna de la globalización.
Si razonamos en términos de apertura para el concepto de diversidad, podemos
hablar de indiferenciación, de monocultura de la mente, de des/identificación del sujeto.
Según Serge Latouche, la indiferanciación de los seres humanos a escala planetaria es
casi la realización del viejo sueño del imperialismo colonial. Y según Vandana Shiva –en
sus planteos sobre el uso de la tierra– las monoculturas de la mente cancelan tanto la
percepción tanto de la (bio)diversidad como de la diversidad misma. De aquí la impor-
tancia de tener en vista formas alternativas de producción, ligadas a saberes glocales
diversos. La diversidad es una alternativa contra la monocultura, la uniformidad, la
homologización.

62
El sujeto se construye a partir de relatos que hacen explícita la dinámica entre la
identidad y la diversidad (Paul Ricoeur) según procesos de des/identificación, tal
como quisimos mostrar discutiendo sobre las escrituras migrantes en el Laboratorio
Raccontar(si) 2003 y en nuestra compilación Visioni in/sostenibili. En este sentido,
el “género” se convierte entonces en una figura para leer las historias de mujeres y
hombres, configurándose por sus conflictos existenciales personales entre la tradición,
lo cotidiano y el deseo de futuro, y en la narración de la diferencia de los cuerpos y las
prácticas sexuales en la diversidad de las culturas.
En el mundo anglosajón florecen los cursos sobre la diversidad, influenciados por
importantes innovaciones en el campo de la pedagogía, el énfasis otorgado a formas
de saber “ligadas” o “relacionales” y al aprendizaje no sólo analítico sino también expe-
riencial. Dichos seminarios extraen elementos de décadas de práctica feminista ligada
a la autonarración, el concepto de pedagogía como encuentro cultural, el aprendizaje a
través de la acción voluntaria y el compromiso en el ámbito de la comunidad. Los fines
principales de estos estudios conducen al reconocimiento del rol de la diversidad en
la práctica civil y política, a la práctica de la comunicación intercultural y a la resolución
de problemas y conflictos, así como al desarrollo de una ética de la responsabilidad en
la convivencia.
Además de estas ideas, nos interesan los cruces entre la política de la identidad
y la protesta contra la discriminación, en busca de la igualdad, la paridad, el “valor
comparado” (políticas del comparable worth). Quisiéramos explorar un espacio real y
simbólico de ser “al lado de” (inter-ser, dice Hannah Arendt) para alcanzar una política
de la alteridad. En la polis que imaginamos se convive entre iguales, reconociéndose
la propia diversidad, y es posible la emergencia de nuevas ciudadanías que acepten el
des-orden, sustituyendo el concepto simplificado y cristalizado de orden, por uno más
complejo de ser “junto a” en el hacer cultural y político.
El concepto de diversidad se extiende a todas las variantes de la cultura, conci-
biendo una mantra de las diferencias de raza, clase, género, edad, preferencia sexual,
minusvalías, religión, etc. Esto se logra en nuestro laboratorio reflejándonos en histo-
rias de minoridades étnicas y raciales, entramadas con prospectivas políticas, cultu-
rales y socio económicas: leer un texto sin conocer el contexto, advierte Gayatri Spivak,
no suscita política.
Nuestro manifiesto sobre la diversidad concluía proponiendo preguntas, quizás
superfluas pero sin embargo necesarias, provocadas por las mismas intervenciones, y
las preocupaciones vigentes en nosotras –preguntas que deseaban encontrar respue-
stas individuales o compartidas durante el laboratorio–.
Debemos preguntarnos qué cosa oprime a las mujeres en condiciones, lugares
y países diversos: ¿Cómo viven? ¿Qué cosa desean? ¿Cuáles entrecruzamientos se
producen entre raza, clase, prácticas sexuales? ¿Qué clase de relación moral, yo,
mujer occidental, establezco con la “subalterna”, la “diversa”, aquélla del velo? ¿Qué

63
cosa busco en el cuerpo de esta figura? ¿Escucho en verdad o percibo sólo el eco
de mis fantasías? ¿Cuando los que viven en las naciones más ricas quieren entablar
un diálogo con los menos privilegiados, debemos preguntarnos cómo puede hacer el
Norte para acercarse al Sur (Nirmal Nuwar)? ¿Existe en verdad una “sororidad global”,
como sostuvo cierto feminismo occidental? ¿Es una cuestión de paridad hombre-
mujer? ¿O es más bien una cuestión de paridad local-global entre nosotras? ¿Cómo
hemos ganado nuestras 500 guineas (Gayatri Spivak)? ¿Multicultura, policultura, o inter-
cultura? ¿Qué diversidades, cuáles retóricas? ¿Intercultura como comparación? ¿Qué
diferencias entre la comparación literaria & teórica y el comparativismo comprometido,
probado en el campo de juego? ¿Cómo entender y acoger la diversidad de las mujeres
en sus culturas de origen, diversidad que no puede ser negociable pero que no elude
el pensar junto a los inalienables derechos humanos? ¿Devenir femme…? ¿Convertirse
en nativa de un país “otro”? Para Gayatri Spivak significa tanto penetrar responsable-
mente en una comunidad ajena como aceptar el deber imaginario de movernos fuera
de nosotras mismas con maniobras sorprendentes e inesperadas, en dirección a lo
colectivo. ¿De qué modo nosotras Fiorelle sentimos que pertenecemos a una “genea-
logía de la globalización”?
Los ensayos siguientes recogen estos planteos y al analizarlos nos transportan más
allá, resituando la contemporaneidad en otros contextos. En los meses que trascurren
entre un laboratorio y el siguiente, suceden siempre muchas cosas en la red de las
Fiorelle. El fenómeno más urgente entre nosotras se convirtió en la precariedad econó-
mica y existencial. De aquí el entrecruzamiento de discursos, requeridos en el mani-
fiesto del laboratorio 2005, denominado Precaria/mente.
La palabra clave de ese laboratorio fue elegida entre una variedad de motivos. Antes
que nada, Precaria/mente alude tanto a la pérdida de fe en el futuro, como al tipo de
trabajo que el neoliberalismo exige para su fábrica global. A su vez, la precariedad del
trabajo anunciada como forma de libertad pero revelada como imposición, produce un
estado de intermitencia y de fragmentación que aumenta el sentido de la precariedad
de la vida misma. ¿Pero cómo se comunica la obvia precariedad de la vida? ¿Es éste el
objetivo de las imágenes que sin tregua nos asaltan, a través de los medios de comuni-
cación con la violencia sádica de las fictions, las entrevistas, los desastres, los bombar-
deos, las fotos de los torturadores (y la soldadesca sonriente)? En nuestra época de lo
incierto, la igualdad por nuestra vulnerabilidad frente a la vida y la muerte debería ser
el fundamento de nuestros valores y nuestros derechos (escribe Jeffrey Weeks). Pero
entonces, ¿por qué la exclusión entre los bien orquestados funerales variopintos orga-
nizados para los héroes del Estado, los funerales desorganizados y vociferantes de los
mártires de la Intimada, llevados en brazos de la multitud, y la anónima desaparición del
Otro que continúa siendo representado como un ser inferior, desnudo y con la correa,
con el rostro cubierto y sin nombre, porque su cara no cuenta como cara, ni su vida
como vida ni su muerte como muerte?

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Cada uno/a de nosotros posee su propia precariedad. Precaria es siempre la
palabra, precaria la escucha, cambiantes las condiciones del vivir, latente la alteridad.
Gayatri Spivak sugiere que dominados y subordinados deben repensarse juntos. Para
comenzar, las feministas deberíamos desembarazarnos de nuestros privilegios de
blancas occidentales para establecer una relación ética con la Otra/o. Para que “la rela-
ción de la responsabilidad preceda cualquier intercambio inter-subjetivo entre el yo y
el Otro”, si hacemos “de la responsabilidad un derecho más que una obligación”, y si
(nos) educamos en el “imperativo planetario”, podremos crear una diversidad social,
una práctica social basada en el alteridad “Ustedes” y “Ellos” –dice Spivak– deben
imaginarse en un “diálogo entramado de responsabilidad” para que todos/as podamos
ser “seres humanos planetarios” (Aut Aut, 2002).
Sin embargo, hoy prevalece la precariedad del trabajo, de la existencia y la preca-
riedad de las culturas, un sentido de precariedad tanto social como cultural. Las culturas
son referentes móviles, en procesos de cambio, atravesadas por conflictos y suscep-
tibles de continuas transformaciones. En la submodernidad (Marc Augé) –una acele-
ración de la historia donde el tiempo se impone sobre el espacio– nos encontramos
sometidos a flujos de personas, ideas y objetos, Ya que los territorios no pueden ser
más considerados los únicos recipientes de las culturas, perdió sentido el conectarlos
a una especificidad geográfica. Y aún así es la cultura la que me permite encontrar al
Otro a través del libro y del encuentro, del diálogo y la contienda (Roland Barthes). La
cultura es un espacio móvil y poroso, contaminado al mismo tiempo de lo global y lo
local (Edouard Glissant). Y se manifiesta cada vez más precariamente.
Pero estableciendo la precariedad del trabajo, el pensamiento hegemónico impone
en cambio la duración y la permanencia de su cultura. Una cultura del eterno presente
que pivotea en la “certeza” de la tradición y del canon, una cultura que tiene la arro-
gancia de la Doxa y que se basa en un sistema de información estudiado para ocultar
las dudas sobre la guerra infinita, alimentando en cambio miedos e inseguridades, con
el fin de legitimar procesos que anulan los espacios de encuentro y militarizan nuestras
vidas. Reduciendo el disenso y la crítica, llegando casi a demonizarlos, anulando el
sentido de la memoria (olvido de la memoria de las tragedias, de los ideales, de las
reivindicaciones, de los movimientos… en la mundialización del tiempo), se cancela
toda relación pasado-presente-futuro. Como medio para superar el “eterno presente”
del neoliberalismo, Ernest Bloch y Hans Jonas recomiendan articular nuevamente el
futuro en términos de esperanza y responsabilidad.
Según esta perspectiva, no podemos olvidar la precariedad del ambiente causada
por el crecimiento productivo sin límites y las guerras para sostener la economía. Entre
las voces que desmantelan el concepto mismo de “desarrollo sostenible” a favor de
una disminución controlada, encontramos la de la “Carta abierta a los economistas”
(firmada por Carla Ravaioli y otros, 2001). Aquí se funden los tradicionales paradigmas
de la ciencia económica, se subraya la idea de una “conciencia ecologista social; es

65
decir, de algo que puede asechar las bases de la economía capitalista de mercado”
y que propone la expansión de la producción de “bienes sociales” como alternativa
contra la producción de mercancías. Otras voces hablan en cambio de “personas más
que de cosas” ya que esto resquebraja la validez de las leyes del mercado y del interés,
de las que se aprovechan en modo sistemático y exasperado tanto el trabajo como la
naturaleza. En otras partes se diseñan líneas de fuga en el interior mismo del universo
capitalista, puntos de ruptura del tiempo lineal de los que comandan, proyectándose
formas abiertas, espirales y fractales, luchas colectivas y convulsiones para reconstruir
las narrativas imperiales (Precog).
Vidas precarias de Judith Butler confirma el sentido de nuestro título. La precariedad
impera en el clima del extremismo patriótico de los EE. UU. mientras se atenta contra la
libertad civil en nombre de la seguridad. Con el progresivo desmantelamiento del Estado
de derecho se hace cada vez más visible que a algunos no se les reconoce ni siquiera
la dignidad de ser humano: si en el mundo actual estamos todos particularmente expue-
stos a la precariedad, para algunos la vida se ha convertido en un vacío a pérdida.
Ante esta situación también Butler propone una ética de la no violencia, basada en
la percepción de la precariedad de la vida a partir de la vida precaria del Otro. También
Ida Dominijanni habló recientemente, de la exigencia actual de una política del amor
basada en la interrelación. Como dijimos muchas veces durante nuestros Laboratorios,
citando otros textos, el problema es tomar conciencia de las diferencias (entre hombres
y mujeres, entre mujeres, entre nativos y inmigrantes) y darles espacio, escucharlos sin
apropiarnos.
Butler –y esto nos interesa particularmente– destaca la dimensión narrativa, que desde
el poder y los medios en EE. UU., es utilizada después del 11 septiembre, para impedir
los cuestionamientos y cualquier posibilidad de disenso como por ejemplo, el silencia-
miento de las historias particulares con impronta psicológica, la exclusión de cualquier
explicación político-cultural amplia de los acontecimientos. A nosotros en cambio nos
interesan más bien los relatos (textos solubles y/o insolubles, escrituras en la/de la diso-
lución) con la pretensión de interrogar, de provocar escozor a los códigos, la doxa, con
una mirada diferente sobre el mundo y el poder. Aquéllas que se podrían definir como
las palabras de la precariedad se encuentran en distintos textos de transición, en las
guerras, en las migraciones, en las preocupaciones de las autoras (de ayer y de hoy)
que en diversos contextos se preguntan y nos interrogan y desde la precariedad pueden
prender también la mecha de la creación, la conflictualidad, las bifurcaciones concep-
tuales (como cuando Walter Benjamin dice metafóricamente que saberse orientar en
una ciudad no es una gran cosa: el arte verdadero consiste en saberse extraviar).
Entonces, si el concepto de la alteridad, sobre el cual se organiza nuestro sentido de
identidad histórica, cultural e individual, se ha fragmentado, también nosotros estamos
inmersos en una dispersión que nos arrastra más allá de la casa tradicional, compuesta
de lenguaje y de identidades nacionales, de localidades fijas y surge entonces la impor-

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tancia de la literatura, de los contra-relatos para escribir el sentido de localidad, de la
identidad y de la modernidad (Ian Chambers), el de una casa de papel in progress
(Clotilde Barbarulli). Los relatos permiten afirmar la vida contra su misma precariedad,
escribe Azar Nafisi.
En un discurso sobre el reconocimiento de las minorías, Homi Bhabha cita la poesía
“Movimiento” de Adrienne Rich para destacar el concepto de política como movimiento
que se transforma, según su opinión, en un “(des)acuerdo negociado” entre el yo en
lucha con su propio doble –el tú, la politizada “persona que será”– para abrirse a un
mundo más amplio de diferencias que supere cualquier polarización binaria. El ser
humano, para Bhabha, es impulsado a los contactos, en un espacio dialógico, de
modo que cada momento de reconocimiento se transforma en una doble exposición
al tiempo y a la historia. En ese contexto conformado por espacios para la diversidad,
afirma que el gran don de la literatura consiste en aportar el lenguaje de la igualdad y
de los derechos resumido en el derecho a la narración. “Narrar las historias que puedan
crear el entramado de la historia para cambiarle el curso” historias que nos permitan
representar las vidas que conocemos, de interrogarnos las convenciones heredadas,
de valorizar ideales y utopías, etc.
Por tanto, no historias de victimaciones –para las cuales hay demasiado espacio
en las retóricas del multiculturalismo, específicamente en los “compartimentos étnicos”
(Nirmal Puwar)– sino narraciones que contemplen la precariedad de la mujer en todas
las latitudes, sin interpretar/absorber a la Otra.
Los categóricos imperativos de Gayatri Spivak –contra-narrar, deconstruir, desa-
prender– nos ayudan a expandir los límites de los paradigmas de la representación
contemporánea, a encontrar representaciones “que hagan visible lo imposible de la
condición de la visibilidad” (Crítica de la razón postcolonial). La flexibilidad que corrige
la precariedad no es sólo una teoría literaria sino una práctica apta para ciertas situa-
ciones. Resistir, mantenerse, soportar van acompañadas de estrategias inteligentes e
invenciones de exploración crítica y de escritura creativa. Liberándonos de las exce-
sivas etiquetas que buscan clasificar/encapsular (por ejemplo, la creación del extranjero
como categoría y no como personas de carne y hueso) y revindicando el “derecho
a la opacidad” (“no nos comprendemos completamente, pero podemos convivir. La
opacidad es un muro que deja filtrar siempre algo”, escribe Glissant), podemos leer
(epistemológicamente) historias de vida, estrategias, visiones del mundo muy diferentes
entre sí, donde las personas pueden escapar de la masa indiferenciada y convertirse en
historias, clausurando en la página en blanco la precariedad de la existencia.
En modo autorreflexivo, nos gustaría cerrar nuestro discurso hablando de nosotras,
las que enseñamos a Narrar/nos, citando otra vez a Homi Bhabha cuando observa que

En tanto autor/autora y enseñantes vivimos precariamente, como precipitados en nuestras mismas


soluciones, interrogando nuestros poderes de resolución. Cualquiera sea la autoridad moral a

67
la que nos oponemos, en tanto humanistas sabemos que la soberanía de nuestro ingenio y de
nuestra voluntad está siempre sometida al precario balance del mismo acto de la supervivencia….
y sólo cultivando con compromiso un sentido compartido de fe moral que lleve al cumplimiento de
libres y justas elecciones, podemos remediar esa condición del ser. De esta forma pueden surgir
nuevos amaneceres y otras historias inquietar la jornada.

Así, también de la precariedad que impone el neoliberalismo en una sociedad inicua,


se puede intentar pasar a una precariedad conquistada (precaria-mente) en el sentido
cabal de las múltiples pertenencias, de culturas y de lenguas en movimiento, sin perder
la dimensión de materialidad en la complejidad de procesos que impulsan la consti-
tución de subjetividades siempre más cambiantes. Y por esto concluimos citando a
Spivak cuando dice, “Quiero restaurar lo utópico. Quiero que la gente empiece a soñar
otra vez porque con los sueños se inician las tomas de posición”.
Con estas intenciones sobre la condición contemporánea de lo incierto, el labora-
torio se abrió para dar especial atención al punto de vista de las jóvenes Fiorelle “Acro-
batas” y al grupo Sconvegno, directamente implicadas en las nuevas formas de trabajo
precario y del impacto que ello provoca en sus vidas. Discutiendo las nuevas condi-
ciones laborales, el colapso de la diferencia entre trabajo productivo y reproductivo, la
comercialización de la afectividad en el trabajo de dama de compañía de los ancianos
y las migraciones transnacionales, se preguntaban qué estrategias usar para encontrar
espacios y asideros, cómo reinventarse.
Pero el tema de la vulnerabilidad, la pérdida y el luto que Butler indaga en Vidas
Precarias, había puesto la atención directamente sobre la cuestión de la afectividad...
Los afectos han sido siempre importantes en nuestro laboratorio, como es inevitable en
una “zona de contacto” (Brian Massumi) donde las prácticas interculturales se basan
en la escucha, la narración de los testimonios y el reconocimiento de la alteridad. Sin
embargo, a aquella afectividad reconocible en tantas declaraciones de “bien-estar”
enviadas por las participantes –quienes en la devolución circular de las Fiorelle, en su
insistencia por pensar al otro a través del sentimiento, se transforma en origen, inver-
sión, herencia de una comunidad solidaria, imaginada, virtual pero real, y por tanto
fundamentales para la relación entre sujeto y comunidad– que no encontraba corres-
pondencia, de parte nuestra, de un adecuado marco teórico.
Y ahora nos parece extraño, considerado el estrecho lazo que existe entre la peda-
gogía crítica que queríamos practicar y la pedagogía de orientación socio-afectiva.
Existe, por ejemplo, una escuela de los sentimientos que ya practica la relación entre
alteridad y altruismo, que está presente en nuestros encuentros y una cantidad de
textos que se ocupan tanto de la inteligencia como de la ciudadanía afectiva, en rela-
ción con la política, las instituciones, la industria, el comercio y los negocios.4 Pensán-
dolo bien, el afecto traducido en mercancía global de los cuerpos, la prostitución, la
trata de blanca y el trabajo asistencial a los ancianos, ha sido siempre tema nuestro.

68
Pero, aunque nuestra atención estuviese dirigida a otras problemáticas, poco a poco,
y con la ayuda de Luciana Brandi que nos mostraba el funcionamiento del cerebro y
la relación entre conciencia y emociones, comenzó a tomar forma entre nosotros la
reflexión sobre la primacía (occidental) de la razón sobre los sentimientos y los afectos
Según Gayatri Spivak, el capitalismo controla sus crisis a través de la producción de
un valor afectivo operante en un sistema complejo y discontinuo de equivalencias afec-
tivas. Extendiendo estas ideas no se hace difícil considerar el cuerpo de las mujeres
en general, y de una “subalterna” en particular, como un instrumento fácil de acumula-
ción de riquezas –cuerpos y personas mantenidos en sus puestos por una economía
de los afectos que nos es muy familiar–. Sabemos que la distribución social del “trabajo
emocional” es diferente según los géneros. Judith Butler observa que la no-violencia de
las Mujeres en Negro se apoya en la experiencia cultural del luto: son ellas mismas las
que lloran a padres y hermanos, y el dolor y la rabia que incuban puede llevarlas a gestos
extremos –a la rebelión de Antígona como a los atentados de los kamikaze5–. Actitud
extrema y también anestesia de los sentimientos frente a la guerra y al genocidio que nos
relata Marina Callón. Pero pensamos oportuno no desvalorizar la anestesia de nuestros
sentimientos frente a la cotidiana violencia programada por los medios de comunicación
y prestar atención a la construcción de estructuras afectivas social y políticamente mani-
pulables, como aquella diagnosticada por Butler al mostrar la reja causal que desde la
herida narcisista provocada por la caída de las torres de New York, conduce a Guanta-
namo y al discutible protagonismo femenino de la esbirra de Abu Graib.6
Afecto entonces, como proceso productivo de los cuerpos, como sentimiento, afec-
tividad, pasión y atracción, como efecto que se/nos crea, que permea y condiciona,
que hace deseable los objetos y las mercancías, que produce sujetos y relaciones, que
inviste las formas de poder, los movimientos positivos y negativos hacia el otro/a –toma
de posiciones, identificaciones, apropiaciones–. Pero consideramos también al poder
y la cualidad del amor, del odio, del deseo, de la piedad, del dolor, del luto –figuras,
formaciones, objetos “que circulan en las relaciones de la diferencia y de la disloca-
ción” como los define Sarah Ahmed, destacando que las emociones circulan entre los
cuerpos y los signos “hacen cosas” y reditúan a los individuos y la comunidad– o a los
espacios corpóreos en espacios sociales –a través de la intensidad de las “junturas”.7
También los errores perceptivos pueden ser espías de los mecanismos sociales
ligados a los estados psicológicos y los sentimientos. Describiendo ciertos “encuen-
tros afectivos” Ahmed recuerda un episodio contado por la poeta afro-americana Audre
Lorde cuando, en el subte, vio a una mujer que la miró y se apartó con disgusto. Lorde
pensó que la señora había visto una cucaracha en el asiento, pero no, descubrió que
ella misma era la cucaracha, la niña negra. Fue entonces cuando se reconoció abyec-
tamente diversa porque así la vio la otra y no podrá olvidar nunca aquélla mirada de
odio. Ahmed considera que en este episodio, la piel constituye el confín de la inte-
gridad social: la negritud de una reconfigura el espacio social ocupado por la blan-

69
cura de la otra.8 También aquí afecto y política se relacionan en la constatación de
cómo el código de la clase dominante sirve para regular y discriminar la diversidad.
Recordamos el revés irónico de este posicionamiento cuando en el Wide Sargasso
Sea/ El gran mar de los Sargasos, de Jean Rhys, le toca a Antoinette ser definida por
los negros, con desprecio como la “cucaracha blanca”. Ambos episodios comparten
vecindades y lejanías con el encuentro de Clarice Lispector con la cucaracha, analizado
por Monica Farnetti en términos de la irreducible diversidad del Otro/a, que tanto nos
permite desenterrar de nosotros mismos.
Por todos estos motivos me parece que el afecto se podría considerar como la prin-
cipal modalidad organizativa de los ensayos que siguen, donde la emoción (de hecho)
circula, tanto sea como pasión política e intelectual, o como emociones negativas y
positivas traducidas en estrategias retóricas. La diversidad de temas y tonos requiere
de un enlace metafórico que encontré, como verán, en el concepto de “vecindad” teori-
zado por Eve Sedgwick junto al de periperformatividad. En nuestras frecuentaciones al
léxico intercultural, nos vemos constantemente comprometidas en la traducción trans-
cultural de la modernidad. Términos como “espacio intermedio”, mestizaje, mixité, creo-
lización, hibridez, connotan espacios intersticiales, fusiones, heterogeneidad, disconti-
nuidad, describen una “permanente revolución de las formas”,9 y por tanto una nece-
saria inestabilidad en la enunciación y el léxico. Por tanto, en el mapa conceptual de la
critica contemporánea encontramos, junto a la recuperación de ciertos topos, nuevos
usos interesantes de términos conocidos: indicadores de la disyunción entre espacio
interior y externo, como momentos del ser y de las epifanías; espacios como el entre-
temps y el bardo relativos al aproximarse de la muerte, o al presente y su cese, o al hiato
del no/ser, o también al tiempo previo a la conciencia de una identidad. Gayatri Spivak
usa la sinecdoque para indicar la contigüidad mientras Kosofsky Sedgwick usa el de
vecindad. Para indicar la percepción contemporánea táctil y afectiva del espacio Eve
Kosofsky Sedgwick usa sentir aptico, y por extensión locuciones periperformativas que
indican proximidad, afinidad, recorridos amativos, adhesivos, no violentos.
Me gusta pensar que los ensayos aquí incluidos, en la riqueza de sus diversas
posturas, representen una a/efectiva conjunción de los espacios de afinidad, postu-
lados desde el Laboratorio.

70
Notas

1. La traducción pertenece a Adriana Crolla quien Universdad de Firenze, el ATAS de Trento, el As-
agradece la gentileza de Liana Borghi por el envío sessorato alla Cultura de la Comuna de Trento, la
de los prólogos que, bajo su firma, introducen los Comisión Provincial Pari Opportunità de Trento, la
resultados de los Laboratorios realizados en Villa Universidad de Trento, el CIRSDe de la Univers-
Fiorelli, Prato, Italia. Borghi es también responsa- dad de Torino, el Assessorato Pubblica Istruzione e
ble de tres volúmenes de ensayos sobre Género Diritto allo Studio de la Comuna de Ferrara, el Cen-
e Intercultura. tro de Documentación Mujer de Ferrara, la oficina
De los textos recibidos la traductora eligió uno del Consejo Provincial de Paridad de la Provincia
para incluir en la presente publicación como ejem- de Mantova. Un especial agradecimiento a Marzia
plo de los recorridos interdisciplinarios y líneas Monciatti, entonces asesora comunal por la jorna-
teóricas novedosas que sustentan estas experien- da del 4 septiembre 2004 que llevó Raccontar(si) a
cias de mediación intercultural y de reconocimien- Firenze, y a Alessandra Maggi, Presidente del Ins-
to de la diversidad desde un enfoque genérico. tituto de los Inocentes de Firenze, que nos acogió
Para profundizar se aconseja visitar los sitios en su sede. Agradecemos de corazón Paola Ra-
<http://www.unifi.it/gender> y <http://digilander. vetta por las becas de estudio ofrecidas a nues-
iol.it/raccontarsi/>. tras Fiorelle. Un agradecimiento particularmente
2. Fundadora de la Sociedad Italiana de Litera- afectuoso al grupo florentino de la Società Italiana
tas e investigadora de Literatura Angloamericana delle Letterate y al Giardino dei Ciliegi. Al Labora-
en la Universidad de Florencia donde enseña li- torio Tiempos y espacios, a Lori Chiti, Pina Nuz-
teratura inglesa. Su práctica intercultural nace no zo e Pat Carra por su arte, a las colega,s amigas
sólo de la contaminación académica sino de un y estudiantes que participaron como organiza-
feminismo activo que la impulsó al desarrolló de doras, hóspite, docentes y participantes, y a una
acercamientos multiculturales, neohistoricistas y larga genealogía de escritoras, ensayistas y per-
comparativos de los textos y el establecimiento sonajes de nuestra vida cotidiana con quienes se-
de relaciones con la problemática de las identida- guimos dialogando virtualmente o personalmente,
des, los procesos de descolonización, contesta- gracias. Y todavía gracias al personal de Villa Fio-
tarios y de resistencia. relli que nos recibió, sostuvo y sirvió.
Se interesa por los escritos producidos por muje- Para una mayor documentación y el resumen
res desde el siglo XVII hasta la actualidad. anual de los encuentros del Laboratorio, consúl-
3. Para la realización de los dos Laboratorios se tese nuestros sitios web <www.unifi.it/gender>
agradece al Assessorato alla multiculturalità, la in- y <http://xoomer.virgilio.it/raccontarsi/>. Señalo
corporación y participación de la intendencia de además el sitio web <http://www.travellingcon-
Prato, el Assessorato alle Politiche e Interventi per cepts.net/> donde se encuentran a mi nombre
l’Accoglienza de la Comuna de Florencia, la Com- una intervención sobre Raccontar(si) como apo-
missione Pari Opportunità y el Proyecto Porto- yo al grupo Travelling Concepts de la red temáti-
franco de la Región Toscana, el Comité Pari Op- ca Socrates ATHENA II, y otras referencias en la
portunità y el Departimento de Italianística de la producción del subgrupo Re/sisters. Algunas de

71
las participantes de Travelling Concepts han sido 1995) discutidas por Eve K. Sedgwick en Touch-
docentes en el laboratorio: Joan Anim-Addo (Lon- ing Feeling. Affect, Pedagogy, Performativity (Duke
dra), Marina Calloni (Milano), Giovanna Covi (Tren- University Press, Durham&London 2003).
to), Daša Duhaček (Belgrado) Clare Hemmings Ver también Clare Hemmings, “Invoking Affect.
(Londra), Elena Pulcini (Firenze). Las participacio- Cultural Theory and the Ontological Turn” (Cultural
nes se pueden encontrar también en la publica- Studies 19, 5, Sept. 2005, pp. 548-67) y Luciana
ción: Travelling Concepts in Feminist Pedagogy: Parisi, “La percezione della differenza nel digitale:
European Perspectives (Raw Nerve, York 2006). movimento e affetto” en La nuova Shahrazad. Do-
4. Ver los numerosos textos sobre educación so- nne e multiculturalismo, ( Lidia Curti et al)., Liguo-
cio-afectiva en las escuelas que promueven técni- ri, Napoli 2004, pp. 321-32.
cas de empowerment, autoconciencia y autoesti- 5. Judith Butler “Feminism should not resign in
ma aplicando la RET (rational-emotive therapy), la the face of such instrumentalization”. Entrevista
escuela de los sentimientos de Giuseppe Ferrara. de Renata Solbach <http://www.iablis.de/iablis_
Pero a nosotras, a quienes nos interesan los estu- t/2006/butler06.html>.
dios interculturales nos interesa especialmente el 6. Además de Vidas precarias de Butler reenvío
trabajo de Antonio Damasio (Emozione e coscien- al número de DEA de julio 2004 <http://www.do-
za, Adelphi, Milano 2000; Alla ricerca di Spinoza. nnealtri.it/articoli/reale_virtuale/2004/luglio/tortu-
Emozioni, sentimenti e cervello, Adelphi, Milano relegend.html>, en particular el artículo de Anna
2003), la economía afectiva de Teresa Brennan, Maria Crispino: “La questione/torture. Alla pro-
en The Transmission of Affect (Cornell University va della realtà” y su texto en esta compilación.
Press, Ithaca, NY, 2004); de Brian Massumi, Pa- El tema aquí tratado también por Marina Callo-
rables for the Virtual: Movement, Affect, Sensation ni e Paola Zaccaria, ha sido desarrollado en las
(Duke University Press, Durham 2002), la sociali- recientes conferencias sobre “La tortura e l’etica
dad de las emociones en Sarah Ahmed, “Affective della fotografia”.
Economies” (Social Text 79, 22, 2, Summer 2004, 7. “Communities that Feel: Intensity, Difference
pp. 117-39) y en The Cultural Politics of Emotion and Attachment” en Affective encounters: rethink-
(Edinburgh University Press, Edinburgh 2004); el ing embodiment in feminist media studies, act-
discurso de Sneja Gunew sobre las diversas es- as del Congreso compiladas por Koivunen A. &
tructuras de los sentimientos y su traducción, y Paasonen S.,University of Turku, School of Art, Lit-
el concepto de transmisión (afecto) discutido por erature and Music, Media Studies, Series A, 49.
Luciana Parisi en Abstract Sex. Philosophy, Bio- E-book at [http://www.utu./hum/mediatutkimus/
Technology and the Mutation of Desire (Continu- affective/proceedings.pdf], Media Studies, Turku
um, London 2004) y en mi trabajo sobre Adrienne 2001, pp.1-2.
Rich ver las teorías de Sylvan Tompkins, Exploring 8. Ahmed, pp. 17-18.
Affect: The Selected Writings of Silvan S. Tompkins 9. Robert Young, Colonial Desire: Hybridity in The-
(compilada por Virginia E. Demos, Press Syndi- ory, Culture, and Race, Routledge, London 1995,
cate of the University of Cambridge, New York p. 25.

72
Interdiscursividad y género
en El misterio del ramo de rosas de Manuel Puig

Adriana Crolla

1. Marc Angenot (1988) llama Discurso Social a todo lo que se dice y escribe en un
estado de sociedad. No un todo entendido como manifestación cacofónica y redun-
dante sino todo lo que se narra y argumenta. Si acordamos, afirma Angenot, en que
narrar y argumentar son los modos fundamentales de la puesta en discurso, debemos
entender por discurso social no sólo lo que se produce y circula sino junto a lo decible,
narrable y opinable, también las reglas discursivas y tópicas que organizan y aseguran
la difusión del entramado discursivo.
El investigador debe poder identificar las dominantes interdiscursivas, aquellas
maneras de conocer y significar que trascienden la división de los discursos estable-
cidos Por tanto debe ejercer una mirada ecléctica que pueda dar cuenta de las migra-
ciones, de las coexistencias, de las transformaciones, desplazamientos e inscripciones
para buscar en la profundidad las constantes interdiscursivas que organizan esa topo-
logía global.
Pero, siguiendo a Angenot, debemos entender que el Discurso Social es también
el espacio de lo individual, el topos donde interactúan las formas de la disidencia, las
producciones de la individualidad, la creatividad y lo subjetivo. Discurso social sería
por tanto, y por sobre todo, el entramado de la producción social de la individua-
lidad. El lugar donde conviven los lugares comunes, los clichés y las presiones de la
doxa, con las marcas de la originalidad, las paradojas de los enunciadores privados,
los emergentes de la marginalidad, las luchas por la “diferencia” en la determinación
de las “influencias”.
Si trasladamos la investigación de estos juegos conectivos, estos collages heterogé-
neos de fragmentos erráticos del discurso social a la puesta en situación de un texto o
un estilo discursivo dado, aquél que particulariza la forma en que un escritor da cuenta
de estas interacciones, es posible examinar en la tipología global de un telos particular,

153
las marcas escriturarias de un enunciador singular, las formas cómo penetran y se
construyen los espacios del imaginario social, cómo se organizan las reglas de trans-
formación que ponen en conexión esos lugares y al mismo tiempo examinar las fron-
teras que limitan y expanden esos puntos de interconexión.
El trabajo literario entendido no como mero reflejo de lo social sino como produc-
ción operante del y sobre el imaginario social, ratifica el lugar de privilegio de la escri-
tura como acto socialmente simbólico de constitución y al mismo tiempo metaforiza-
ción de la experiencia social. Desde esta posición las actuales reflexiones acerca del
género se constituyen en una herramienta analítica para indagar el juego de voces en
los roles, diseñados e impuestos socialmente, la categorización de sus producciones,
la asignación de lugares en la construcción de la relación entre unas entidades y otras
y las representaciones tanto de pertenencia como de asimetrías que intersecan estas
cuestiones con las del poder.
Nicolás Rosa afirma que cuerpo, sexualidad y escritura constituyen los distintos
planos en que el sujeto experiencial y los sectores de la sociedad entran en tensión con
el Estado y la ley en sus diferentes manifestaciones. Es por tanto, la materialidad del
discurso literario un espacio privilegiado de construcción e indagación de las conver-
gencias y tensiones que articulan los universos significantes y discursivos con el poder.
En esta línea, la categoría de género tiene mucho que decir.
Ya desarrollamos en el primer capítulo nuestro posicionamiento y un recorrido de
los principales momentos y las principales líneas teóricas del área anglófona y fran-
cesa. Según lo analizado se puede concluir en que el género es lo que “la profecía
de autocumplimiento” anuncia culturalmente en el sexo del ser cuando nace y que la
sociedad se encarga luego de definir no sólo por medio legales sino también con acti-
vidades socializadoras más amplias y sutiles. Teresa de Lauretis lo definió como una
categoría analítica para indagar las construcciones culturales de las relaciones sociales
basadas en las asimetrías pero enfatizando en su trascendencia como manera primaria
de significar y representar las relaciones de poder. Judith Butler por su parte, elaboró
una noción de género-mujer como un modo de situarse uno mismo en relación con
la organización de las normas culturales pasadas y futuras y como un estilo de vivir el
propio cuerpo en el mundo.
Recuperamos estos planteos enunciados en trabajos previos (Crolla, 1998; 2007) en
tanto nos son operativos para clarificar la postura asumida por Puig ante la sexualidad,
el género y su escritura. Si tanto sexo como género son meras construcciones discur-
sivas, para desarticular el proyecto falocéntrico es necesario transgredir y dislocar la
materialidad misma del cuerpo, deconstruir la base biológica de los sujetos humanos
y por ende su palabra. Allí donde Simone de Beauvoir se pregunta cómo es posible el
“ser mujer” en el entretejido del mundo, Judith Butler enfatiza en que el gran desafío de
la crítica feminista es hoy percibir la multiplicidad de funciones de la sexualidad que dan
lugar a la construcción de formas paródicas de género-sexo.

154
La propuesta de Hélène Cixous en su ensayo La risa de la medusa de 1975, es más
poética pues apunta a cambiar la historia del poder para poder contar la Historia desde
otro lugar donde la feminidad y la masculinidad inscriban de modo distinto sus efectos
de diferencia, de economía libidinal de la mujer y de goce. Reconoce también que hay
seres inciertos (poéticos los llama) flexibles y abiertos a lo otro. Seres con una cierta
homosexualidad simbólica, sustitutiva, que se manifiesta en la construcción de una
escritura diferente basada en la bisexualidad. Bisexualidad latente en el niño y la niña
que las mujeres rebeldes aceptan gustosa. Y por ello la escritura es de las mujeres en
tanto no tienen miedo de aceptar lo del otro, de ser trabajadas, habitadas, poseídas y al
mismo tiempo atreverse arriesgo del perderse en un recorrido multiplicador de miles de
transformaciones. En esta facilidad para aceptar la diferencia y conmover los cimientos
de la Ley, es donde Cixous encuentra la diferencia, y en particular la escritura de la dife-
rencia:

¿Dónde tiene lugar la diferencia en la escritura? Si existe diferencia radica en los modos del gasto,
de la valoración de lo propio, en la manera de pensar lo no-mismo. En general en la manera de
pensar toda “relación”, si entendemos este término en el sentido de renta, de capitalización… una
economía de la feminidad... [y] un privilegio de la voz, [donde] escritura y yo se trenzan, se traman
y se intercambian, continuidad de la escritura / ritmo de la voz, se cortan el aliento, hacen jadear
el texto o lo componen mediante suspenso, silencios, lo afonizan o lo destrozan a gritos. En cierta
medida la escritura femenina no deja de hacer repercutir el desgarramiento que para la mujer, es
la convicción de la palabra oral, “conquista” que se realiza más bien como un desgarramiento, un
vuelo vertiginoso y un lanzamiento de sí, una inmersión. (Cixous, 2001: 54-55)

Con estos planteos se acerca notablemente al pensamiento del escritor argentino


que nos ocupa en este trabajo pues Cixous, influenciada por el pensamiento derridiano,
explica que la filosofía y el pensamiento literario occidental han estado desde siempre
atrapados en una serie de oposiciones binarias que remiten a la pareja fundamental
de lo masculino vs. lo femenino y su consecuente evaluación de positivo/negativo. Su
propuesta es proclamar a la mujer como fuente de vida, poder y energía y dejar hablar
un lenguaje femenino capaz de destruir los binarismos falogocéntricos (término inven-
tado por el mismo Derrida). De allí la elaboración de una teoría de la escritura tributaria
del concepto derrideano de la différance donde, según Cixous, la escritura femenina
(que no depende exclusivamente del sexo de quien escribe sino de un “estilo” y una
permeabilidad para “convertirse en mujer”) tienda a lo múltiple, abierto y heterogéneo
para dejar jugar la libre combinación de los significantes. En búsqueda de la libertad y
el placer de la apertura, Cixous niega los opositivos femenino/masculino en la escritura
y reconoce la existencia de una “escritura que llaman femenina o feminidad libidinosa
que se puede leer en obras de autor de sexo masculino o femenino”:

155
El que una obra esté firmada por un nombre de mujer no significa necesariamente que sea feme-
nina. Podría ser perfectamente una obra masculina, y a la inversa, el que una obra esté firmada por
un hombre no la excluye de la feminidad. (Moi, 1999: 118)

Su estudio fue fundacional en este sentido. Manteniéndose en una línea antiesen-


cialista y antibiologista, reconoce que las mujeres tienen mucha más facilidad para
aceptar ser “bisexuales” que los hombres pero que en la escritura algunos hombres
también lo logran alcanzar. En Francia reconoce que sólo Colette, Marguerite Duras y
Jean Genet pueden calificar como escritores “femeninos o bisexuales”.
De los escritores pertenecientes al universo hispanófono, no dudamos nosotros en
incluir a Manuel Puig en esta serie.
Las inscripciones del imaginario social en la esencial interdiscursividad de un
producto literario, y en particular desde la perspectiva de género postulada por Cixous
es entonces uno de los objetivos del presente trabajo. La escritura de Manuel Puig nos
permite este abordaje pues la consideramos paradigmática en este sentido.

2. Los fantasmas del imaginario en Manuel Puig


Uno de los problemas más marcados, dijimos, se manifiesta en la dificultad de
controlar una entidad que escape a las leyes binarias de Occidente. Con referencia
a los binarismos sexuales, el conjunto social ha producido, paradojalmente, la expan-
sión de un entramado interdiscursivo que genera al decir de Foucault, una especie de
discurso científico hegemónico sobre la sexualidad y que caracteriza nuestra época: la
Scientia sexualis.

(...) el discurso sobre el sexo, desde hace ya tres siglos hoy, ha sido multiplicado más bien que rari-
ficado....Al hablar tanto del sexo, al descubrirlo desmultiplicarlo, compartimentarlo y especificarlo
justamente allí donde se ha insertado, no se buscaría en el fondo sino enmascararlo: discurso encu-
bridor que equivale a evitación... Nuestra civilización, a primera vista al menos, no posee ninguna
ars erotica. Como desquite, es sin duda la única en practicar una Scientia sexualis. (Foucault,
1978:72-73)

Puig acepta también que existe una verdad sobre el sexo y que la multiplicación de
los discursos científicos y sociales: el psicoanálisis, la antropología, la sociología, etc.,
más que tratar de encontrar la verdad, han terminado compartamentalizándola y obtu-
rándola.
Por ello, según Elias Muñoz (1986), Puig intentó a través de su escritura generar un
discurso superador sobre la sexualidad, elaborar una Scientia Sexualis yuxtapuesta,
dialógicamente, a la relación erótica, para dar voz a lo silenciado o inaccesible. Generar

156
una utopía sexual que sería sólo posible cuando se hubiera alcanzado a liberar la mujer
interior que todo hombre lleva dentro de sí, anulada por la fuerza de los discursos
castradores de la sociedad patriarcal y cuando se hubiera instaurado un juego discur-
sivo mediante la multiplicación y expansión de lo real en la creación compartida. Un
saber nuevo que, en vez de obturar la verdad, se configurara en los fantasmas ficcio-
nales de la palabra.

(...) la mujer más necesitada y desesperadamente, de liberación, es la mujer que cada hombre lleva
encerrada en los calabozos de su propia psiquis...todo ello significaría la más cataclísmica interpre-
tación de la vida sexual en la historia de la humanidad, ya que replantaría todo lo concerniente a los
roles sexuales y al concepto de normalidad sexual vigente en la actualidad. (Muñoz, 1986: 371)

Puig reniega de toda categorización sexual, de cualquier tipo de binarismo pues el
problema, según explica, es que en el imaginario social la identidad pasa a ser definida
por el sexo y es ésta “Una banalidad [que] define lo esencial”.

...es necesario entender que el sexo no tiene trascendencia, no tiene peso moral. El sexo es como
comer, beber, dormir, forma parte de la vida vegetativa y por esto es que no me parece que la iden-
tidad deba pasar a través de la sexualidad. La idea de dar un peso moral al sexo es un crimen
cometido hace muchos siglos, se dice que fue un patriarca el que concibió esta monstruosidad
para controlar a las mujeres... creo que hay que hacer una propuesta más radical: negar el sexo
como signo de identidad. (Pajetta, 1986)

Según el escritor toda categorización sexual (o del tipo que sea) es arbitraria y condi-
ciona las relaciones sociales. Por ello propone juegos alternativos como los nombres
femeninos que otorga a sus “hijos” putativos mejicanos o a sus circunstanciales
parejas. A dos en especial los consideraba sus “hijos espirituales” y ante los demás los
llamaba “las hijas de Greta Garbo”, reservando para sí el nombre de la fabulosa prota-
gonista de Gilda. A Javier Larbada y Agustín García Gil había apodado respectivamente
Rebecca y Jasmine, nombre de las hijas de su amada efigie. Este travestismo nominal
puede explicar el título que según sus notas había inicialmente pensado para el texto
que nos ocupa El misterio del ramo de rosas. Título con dos nombres masculinos: Víctor
y Andrés, que nos parece relevante cuando nos enteramos de que en realidad la obra
no tiene protagonistas masculinos ya que las únicas dos protagonistas de este breve
drama son una octogenaria convaleciente en un hospital y su enfermera.
Pero sí aparece el nombre Víctor en los recuerdos de la anciana paciente. Víctor,
el nieto muerto trágicamente, es presentado como “modelo” de masculinidad, encar-
nando el ideal social de varón. Y desde estos condicionamientos la anciana juzga las
acciones adúlteras y poco “maternales” de su única y propia hija:

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Yo tuve una única hija, y ella tuvo a este muchacho que era... todo lo que se puede pedir. Mi hija
lo sintió mucho, pero ella la verdad es que nunca sintió mucho nada. Cuando se cansó del primer
marido, se fue con otro, el chico quedó en mi casa y yo lo cuidé más que la madre misma. Y ahora
ella está con otro candidato, con éste de ahora ni se casó.

En el discurso de la madre luchan el “deber ser” (“mi hija lo sintió mucho”) y el “ser”
(“la verdad es que nunca sintió mucho nada”). Esa hija asume formas que no condicen
con el “deber ser” de la mujer según el discurso social hegemónico y que la anciana
considera “único”. La hija “no siente nada” porque:

• no es buena madre ya que en ella primaron sus deseos y necesidades de mujer.


• abandonó al hijo y el niño fue criado por la abuela. Ergo la “buena madre” ha sido
ella y desde este parámetro de la doxa mide las acciones de la hija.
• última condena: no se ha casado y lleva en sí el estigma del concubinato.

Pero aquello que es condenable en la hija porque no responde a los mandatos


sociales de lo femenino, cambia de perspectiva para el nieto y su novia en quienes
acepta que puedan vivir en pareja sin casarse porque pertenecen a otra generación y
la sociedad actual ya lo ha aceptado:

Enfermera: Tenía novia?


Paciente: Sí... y está bien decir “tenía”. Porque ya no la tiene más. Ella se casó, el mes pasado.
Cuando lo de Víctor... creíamos que ella no lo iba a sobrevivir, porque lo adoraba. Eran novios
modernos, claro, vivían juntos...

La novia de Víctor, otra mujer, también recibe un tipo de sanción por haber aban-
donado el rol de “viuda eterna” y no haberse inmolado al recuerdo del muerto y a la
soledad. Para la anciana hubiera sido preferible, y enfatiza esa posibilidad sin tener en
cuenta, por egoísmo, las necesidades de la joven, que al morir Víctor su novia hubiera
estado embarazada para que su nieto continuara viviendo en un nuevo ser. Por otra
parte, dice, jamás podrá aceptar que la joven, después de haber demostrado la inten-
sidad del dolor por la pérdida en una especie de paralización vital de “pobre viuda
inmolada al recuerdo eterno de Víctor”, “así, de un día para otro” (notemos el desprecio
y desconcierto en la voz de la anciana) se casará con otro.
Con respecto al otro nombre pensado por Puig: Andrea, no aparece en el texto, ni
siquiera en las ensoñaciones de las dos protagonistas. Una posible interpretación es el
juego ambiguo que genera el nombre ya que en italiano es un nombre de varón, pero
con una desinencia marcadamente femenina.
Pero además de Víctor y Andrea, el escritor había mencionado en sus manuscritos
otros dos títulos probables: Paisaje a oscuras y el que finalmente eligió: El misterio del

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ramo de rosas. Enunciado feliz porque si bien es más literal, denota un cruce genérico
con el melodrama y el realismo escénico, una de las constantes discursivas con las que
Puig intentó “leer” escriturariamente la realidad.

Inesperadamente, después de Estrella del firmamento y de Triste golondrina macho, me surgió la


idea de El misterio del ramo de rosas que es quizás un retorno al realismo escénico de El beso
de la mujer araña. En el origen de este trabajo estaba mi deseo de contar una historia en la cual
cada componente sexual fuese extraño. Estoy convencido de que la represión sexual ha provocado
grandes malentendidos. Algunas veces, determinadas necesidades de la vida vegetativa – como el
comer y el dormir- no son debidamente satisfechos. Entonces, por ello, vemos aflorar difusamente
el fantasma sexual. En vez, si estas necesidades fuesen satisfechas, se verían las cosas con más
claridad. No creo, como algunos seguidores de Freud, que toda la energía sea sexual. Creo que la
vida de los afectos tiene una dinámica propia. Y me interesaba encontrar una historia que ilustrase el
caso. La anécdota de El misterio del ramo de rosas excluye cualquier factor sexual determinante.1

Varios son los elementos que relacionan El beso de la mujer araña con este breve
drama:
1. dos protagonistas se confrontan e inventan ensoñaciones, fantasmas de su
pasado, con los que van rescatando y rescatándose de la máscara que los define.
2. el agon es posible porque se cumplen las condiciones de soledad y clausura en
espacios que reproducen la castración y soledad vital y social experimentada por los
protagonistas. Una cárcel en El beso… y una sala de hospital en El misterio…
3. en ambos textos hay, al decir de Angelo Morino (1996:18) “el deseo de representar
el conflicto determinado por una femineidad difícil, en tanto por femineidad se entiende
un derecho a la debilidad que se contrapone a la fuerza sobre la cual se modelan los
rigores del universo masculino”.

Molina, el homosexual de El beso…, habla y piensa en femenino cuando, intertex-


tualizando opiniones expresadas por Virginia Wolf en Tres guineas dice: “Si todos los
hombres fueran como las mujeres, no habría torturadores”. Porque ser mujer es aceptar
la parte de la debilidad, de falibilidad y sentimentalismo que la cultura falogocéntrica ha
reconocido y adosado a la piel de la mujer para poder ejercitar e imponer el dominio
del poder masculino.
En El misterio… dos mujeres, anciana una, enfermera la otra, sienten que su mundo
trastabilla al tomar conciencia de la falibilidad que el poder patriarcal ha operado en su
interior al haberlas obligado por una lado a construirse una máscara de fuerza y auto-
control y por otro lado a jugar el rol femenino de la debilidad de sentimientos. Lo que en
su contradicción las impulsa a la pérdida y la disociación.
Su única tabla de salvación, como para los dos condenados a muerte del otro libro,
es dejarse llevar por la palabra para que la verdad emerja a través del método mayéu-

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tico. Y así, escribe Puig en sus anotaciones marginales: “cuentan una a otra versiones
modificadas y en alucinaciones sale la verdad” (Morino, 1996: 18).
Nos interesa esta afirmación porque nos permite indagar en una marca estilística
que Puig comenzó a experimentar a partir del exilio y que significó el comienzo de una
nueva línea de escritura que ha quedado registrada sobre todo en sus textos margi-
nales, en los guiones cinematográficos y en las obras de teatro.
Es lo que él llamó “estilización” de lo real y que tuvo su momento de emergencia a partir
de una lectura intergenérica que marcó el éxito de El beso de la mujer araña. La visión
en la televisión de Nueva York de la película Cat People le dio la idea no sólo del título de
su famosa novela sino también una nueva manera de contar caracterizada por el contra-
punto entre lo “real” (el discurso de la doxa”) y el “fantástico”, la disidencia de “versiones”
a través de ensoñaciones y proyecciones donde los personajes se ficcionalizan y ficcio-
nalizan sus más profundas verdades. Contándo/se en el caso de la narrativa, o a partir de
la “puesta en abismo” en el discurso escénico. Puig llegó a decir que si la palabra puede
llegar a traicionar la memoria, entonces no hay más remedio que inventarla.

En El misterio del ramo de rosas, decíamos, en una habitación de lujo de un sana-


torio privado en el centro de Buenos Aires, una rica y despótica anciana enferma de
los nervios y su, aparentemente, sumisa enfermera, confrontan soledades y frustra-
ciones. El espacio clausural, condensado y encorsetante, se manifiesta favorable para
la explosión de los fantasmas del imaginario que las habitan y al mismo tiempo permite
un juego agónico de seducciones mutuas a través de las cuales, a veces hasta salva-
jemente, las dos mujeres van midiendo sus fuerzas.
Si el individuo se define y se conoce a sí mismo a través del discurso, la operación
mayéutica propuesta por el autor, va haciendo emerger los significados de “hombre” y
“mujer” como parte de un sistema significador impuesto y legalizado por la doxa y en el
que la mujer, afirma Millet (citado por Moi, 1999:62) “no acuñó los símbolos con los que
se describe en el patriarcado... la idea cultural de la mujer es obra exclusiva del varón”.
A medida que las dos mujeres se definen y visibilizan sus roles, tanto en la realidad
del diálogo, como en las proyecciones fantasmática de los propios recuerdos, se va
construyendo un imaginario particular y absolutamente femenino de la femineidad. En
la ensoñación, la anciana retorna a un momento doloroso de su pasado que es cuando
descubrió la infidelidad de su marido y quiso liberarse de la atadura del matrimonio
para realizarse como abogada, lo que no pudo hacer por condiciones sociales y auto-
represiones, muy comunes en la mujer de la época. La enfermera, travestida en la
hermana ya muerta, elabora una visceral discusión sobre les responsabilidades de la
mujer y los roles a las que se ha visto sometida.
Sin embargo, los niveles de realidad son dosificados escénicamente con suficiente
y sugerente ambigüedad (sea en los tonos vocálicos, en las particularidades léxicas
como en la proxenia):

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Enfermera: (saliendo lentamente del armario, envuelta en una luz espectral, se quita lentamente las
horquillas que le sujetan la cofia, habla con su tono habitual) Y a lo mejor las (cosas) que están olvi-
dadas sí que servirían de algo...
Paciente: ..Yo te lo voy a poner, el sombrero, me acuerdo perfectamente cómo te lo encasque-
tabas, qué risa.
Enfermera: Usted se está acordando ahora porque está dormida, cuando se despierte no se va a
acordar de nada, y es una pena.
Paciente (Se pone de pie, ágil como una mujer de treinta años...) Vos mi hermana, me trata de
usted?
Enfermera: (Cambiando de pronto de actitud y tono de voz, suena ahora desenvuelta y jovial) Es
cierto… Me lo ponía así?

Paciente: ...Yo me quiero separar y trabajar, tengo mi título de abogada...


Enfermera: Luis es bueno, otro como él no vas a encontrar.
Paciente: Es que a Luis... yo siempre lo quise mucho, pero ahora (por fin realista, sin gazmoñería)
no sé si lo sigo queriendo. Está siempre nervioso, él hace y deshace en todo, yo soy un cero a la
izquierda en esta casa…

Las didascalias van aportando la necesaria información para comprender cómo se


produce el cambio de actitud gracias a la palabra que en su emergencia va permitiendo
a la mujer tomar conciencia de su lucha por la propia dignidad. La hermana, alter ego de
la ley materna y social, la insta a “soportar”, a cumplir el rol que corresponde a la mujer:

Enfermera: Vos está loca. ¡sos la reina de esta casa! Si él te da todo. Acaso te falta algo? … Yo creo
que el papel de la mujer es ese. Darle paz al marido cuando llega a la casa, y vos nunca fuiste muy
tranquila que digamos, siempre hacés lío...Pero si el hombre es el jefe de la familia, y esa es una
responsabilidad muy grande para el pobre Luis, hay que tenerle paciencia… Sí, hay momentos en
que la mujer, de veras, se siente así, basureada, pero no hay que tener falso orgullo, hay que ser
más grande alma y saber comprender... El deber de una es saber comprender.

La hermana desaparece y la paciente vuelve a ser una joven sumisa que se disculpa
ante la madre para aceptar que si el hombre engaña y las otras mujeres la hicieron
vivir en la mentira, es sólo para “protegerla”. En su ensayo Cixous reconoce que a las
mujeres se las educó para auto-colonizarse y para ser carcelera de todas:

Ellos han cometido el pero crimen contra las mujeres: las han arrastrado, insidiosa, violentamente
a odiar a las mujeres, a ser sus propias enemigas, a movilizar su inmenso poder contra sí mismas,
a ser las ejecutoras del viril trabajo. ¡Les han creado un anti-narcisimo! ¡un narcisismo por el que
sólo se ama haciéndose amar por lo que no se tiene! Han fabricado la infame lógica del anti-amor.
(Cixous, 1975:21)

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En la obra se manifiesta así:

PACIENTE: ...La mujer tiene que ser dulce verdad? Si no nadie la quiere... no se casa, como mi
enfermera… o los hijos después no se le encariñan...La mujer tiene que ser dulce pero no tonta.
Yo estudié y di todos aquellos exámenes...pero nunca me di cuenta de que él andaba con otra.
Ustedes sí lo sabían, y no me dijeron nada...Nunca fue con mala intención, pero ustedes sabían
siempre todo. Y qué se le va a hacer, la engañada es siempre la última en enterarse...

La vuelta a la realidad y la confrontación con la mirada de la enfermera, permite que


alcance una mirada diversa y superadora de antiguas frustraciones. La enfermera le
explica la opinión científicamente autorizada de un médico con el que había trabajado
y con quien había aprendido a comprender que enfrentar el maltrato de los demás no
es signo de debilidad sino de verdadera fuerza y dignidad. Porque, si el otro grita (no
importa que sea un paciente con enfermedad nerviosa o un marido no es porque “el
que aguanta es un idiota” como había afirmado la paciente, sino que “el que grita es
porque tiene miedo”.
En el discurso del psicoanálisis, traducido por la enfermera, se filtra una palabra
que pertenece al registro de la coloquialidad, y que ya había utilizado el fantasma de la
hermana: “basurear”

Enfermera: El nos decía que no teníamos que volver a casa sintiéndonos unos pobres diablos,
porque alguien nos había basureado..
Paciente (Interrumpiéndola, tocada en lo más íntimo sin saber la razón) Basureado...cuánto hace
que no escuchaba esa palabra, es de mi época, ahora la gente no la usa. Se dice más…agredir,
degradar...ahora, verdad?

Cuando se juegue la escena del mundo imaginario de la enfermera, los espacios


escénicos se complicarán aún más pues, si bien la anciana asumirá hasta el final de
la escena el rol de la madre de la enfermera, ésta se desdoblará en un complicado
doble registro temporal: el de la joven atribulada el día en que murió su padre y decidió
abandonar a su novio Miguel para satisfacer los deseos maternos, y su situación en el
tiempo actual, con una actitud llena de culpa y miedo por la verdad que inevitablemente
saldrá a la luz:

Enfermera: (levanta la cabeza y mira a la paciente finalmente) Mamá...le dije a Miguel que no viniera
más. No lo voy a ver más.
Paciente: (Profundamente aliviada, le toca la cabeza como dándole la bendición) Yo sabía que ibas
a hacer lo que tenías que hacer.

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Enfermera: Mamá... tengo que preguntarte. Papá no quiso que Miguel fuera a verlo al hospital..
Paciente: No te preocupes, ya está descansando, pobrecito.
Enfermera (Saliendo del espacio escénico en que dialoga con la madre, casi explotando) Señora, no
le haga caso a mamá, no es cierto que papá se empeoró porque se enteró de todo. Miguel nunca
le cayó bien a papá, porque le parecía muy viejo para mí, casi de la edad de él.
Paciente: Y a mí también me cayó mal.... es un muerto de hambre.
Enfermera (Muy sumisa) Mamá.. cómo fue que papá se enteró -...(pausa) Mamá, cómo fue? (De
pronto se desespera y se pone de pie, vehemente, hablando a la mujer en la cama) Señora! Mamá
no tiene razón! ... (Pausa, la paciente tiene los ojos cerrados, como antes de empezar la alucinación)
Señora, por qué no me contesta? O será que usted sí se dio cuenta?... de que yo lo sabía todo! Pero
nunca me animé a decírselo a mamá.... (profundamente culpabilizada) yo sabía todo lo de Miguel!
Me había ido dando cuenta desde el principio, por muchas cosas, pero él nunca me lo confesó.
Yo esperaba que la mujer se le muriese...total para qué quería vivir...Señora, no me contesta... (Se
vuelve a dejar caer en la silla, paulatinamente, vuelve la luz realista anterior al momento de la aluci-
nación).

Mientras los personajes re-inventan su realidad a través de la palabra, se va gene-


rando un mayéutico contrapunto entre lo real y lo ficcional, entre la vigilia y la enso-
ñación. Socráticamente la verdad se va construyendo a medida que se enuncia y el
“paisaje a oscuras” emerge mientras se vomitan deseos, sueños, represiones y proyec-
ciones. Ambigüedad sutil que hace perder los límites entre el “ser real” y el “deseante”
y que complejiza la trama multiplicando los niveles de realidad de ese imaginario feme-
nino conformado por el misterio del deseo.
Los tiempos se funden y se con-funden y las viejas frustraciones, los viejos silencios
instaurados entre la paciente y su hija/la enfermera y su madre, se vomitan en gritos y
susurros que explotan, escapan por las fisuras-heridas para ir lentamente alcanzando
su restauración. Y así, dolorosamente, se alcanza el perdón al aceptarse las debi-
lidades propias y las ajenas. Se adquiere la fuerza verdadera que permite juzgar y
entender no sólo la culpa sino también la gratitud porque el diálogo, favorece las ficcio-
nalidades proyectivas y permite alcanzar una salida, construida en el entre-deux de la
palabra:

Paciente: (Con humor) Hágase su voluntad. (Llevada por un golpe de imaginación) Ya sé... Una
tarde de verano, va a hacer mucho calor, y la mesa va a estar tendida en el patio ése...
Enfermera: El de los jazmines. Y llega alguien que no esperábamos.
Paciente: Se va haciendo de noche y seguimos escuchando lo que él nos cuenta.
Enfermera: El no se quiere ir, está encantado con nosotras dos. El tiempo se le pasa como en un
sueño.
Paciente: Y entonces se desencadena una tormenta. El se tiene que quedar a pasar la noche.... yo
descorro las cortinas de encaje para ver la tormenta en toda su magnitud, pero ya está por llegar

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la hora de retirarme a descansar. Quiero estar sola y recordar las muchas veces que recibí un ramo
de rosas.
Enfermera: ¿Fueron muchas?
Paciente: (Con satisfacción y luz interior) Sí, me había olvidado.
Enfermera: De pronto él se acuerda de que tiene que volver al lugar de donde vino. El deber lo
obliga. Una promesa sagrada. Se tiene que ir. Ya se fue.
Paciente: Y usted se desespera. Pero esa es la gran noche de su vida. La noche en que decide su
destino. (Con humor) O la ciencia. O el amor. O la actividad frenética d e los hospitales, o la espera
en el jardín (languideciendo) atardecer tras atardecer, mareada de perfume de jazmín.

Finalmente, la debilidad femenina (culturalmente impuesta) se fortalece en el contra-


punto restaurador y Puig, al dejar hablar la matriz femenina que lo habita, logra destruir
los binarismos falogocéntricos.
La parodia cumple su cometido superador y el misterio del ramo de rosas (secular
simbología de la femineidad), en la palabra asexuada de la escritura, alcanza su máxima
resolución.

Nota

1. Citado por Angelo Morino en el prólogo de


Puig, M. (1996) Mistero del mazzo di rose, Paler-
mo, Sellerio, p. 16. La traducción del italiano nos
pertenece.

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