Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Resumen
Introducción:
En los estudios empíricos llevados a cabo sobre masculinidades de jóvenes negros de clases
populares en Cali (Urrea y Quintín, 2000; Urrea y Quintín, 2002; Urrea, Reyes, Herrera y
Botero, 2006, etc.), así como otros realizados en Brasil en el caso de favelas de Rio de
Janeiro, Pinho (2005, 2006, 2007), se hizo un acercamiento analítico que ha buscado
articular las dimensiones de ciclo de vida, género, raza, clase social y orientación sexual.
Las masculinidades se abordaron como fenómeno social plural no sólo por las
características de las prácticas de sexualidad y las identidades sexo/género relacionadas con
1
Ponencia presentada en el “Coloquio Internacional sobre Varones y Masculinidades. Masculinidades y
Multiculturalismo: Perspectivas Críticas. ¿La diversidad construye equidad?”, Medellín, 3-5 de diciembre de
2008. Versión publicada en portugués, “Contribuções de estudos pós-coloniais, da sociología comparada da
familia e da sexualidade ao estudo das masculinidades subalternas (negras, indígenas, mestiças) na América
Latina”, in José Euclimar Xavier de Menezes, Mary Garcia Castro (organizadores). 2009. Família,
população, sexo e poder. Entre saberes e polémicas. Paulinas, Coleção Família na Sociedade Contemporânea,
São Paulo, Brasil: 97-126.
2
Sociólogo, profesor titular, Departamento de Ciencias Sociales, Facultad de Ciencias Sociales y
Económicas, Universidad del Valle, Cali, Colombia. Para esta ponencia se contó con la colaboración del
sociólogo José Ignacio Reyes Serna y del estudiante de sociología de la Universidad del Valle, Waldor Arias
Botero.
1
ellas, en términos de géneros y de preferencias sexuales, sino porque están moduladas o
afectadas por el ciclo de vida, la clase social y el factor étnico-racial. Es decir, para
nosotros era insuficiente una lectura basada únicamente en masculinidades heterosexuales
u homosexuales, de géneros masculinos, femeninos, o transgeneristas. Era indispensable la
lectura cruzada desde el racismo por color de piel y la segregación residencial y el efecto de
la percepción de la oposición de clase (ricos versus pobres o excluidos; barrio de pobres
versus barrio de ricos). Los sujetos masculinos o femeninos con sus preferencias sexuales
hetero u homo son también jóvenes, adultos o “viejos”; negros, mulatos, indígenas,
mestizos o blancos; se perciben y son percibidos como ricos o como excluidos
pertenecientes al “ghetto”.
La mirada desde el contexto macro social, además del factor sociodemográfico del ciclo de
vida, entendido como el orden jerárquico dominante socio-racial o de clase-étnico/racial,
es el resultado de una historia de larga duración en la conformación de la sociedad nacional
y regional. Sin embargo, era un presupuesto que en el caso nuestro no fue muy trabajado en
ese momento en el terreno de la sexualidad y sus interacciones con el género, la raza y la
etnicidad, ya que sólo lo habíamos hecho en el campo de los componentes
sociodemográficos, socioeconómicos y socioculturales de la gente negra para Cali y la
región del Pacífico, y de alguna manera para tener una lectura global de los diferenciales
regionales de la sociedad colombiana en términos étnico-raciales y de clase, urbanos y
rurales3.
En este sentido, hemos sido afortunados para la elaboración de esta ponencia la demanda
que se nos ha hecho de introducir la mirada de los estudios poscoloniales sobre las
sociedades de América Latina y el Caribe en lo concerniente a las masculinidades y las
determinaciones históricas que se reproducen o tienen vida en las prácticas y
representaciones de los varones con diferentes preferencias sexuales, ya que nos exige
integrar los factores de clase, raza y etnicidad con el régimen de colonialidad del poder y
cómo juega en la producción de las sexualidades y los géneros. Esto también nos lleva a
considerar otro grupo de hombres del cual en los trabajos empíricos mencionados no
habíamos aún tomado en cuenta o quizás los teníamos invisibilizados: los indígenas (como
a las mujeres indígenas). Igualmente, podemos manejar un nivel de agregación diferente:
las masculinidades de las clases subalternas, incluyendo aquí las referidas a hombres
negros, indígenas, mestizos y blancos de sectores populares, pero también a la de hombres
negros o indígenas de clases medias, que también se encuentran en una situación de
subalternidad por su condición étnica-racial. Incluso daría para pensar en las
masculinidades de la elite blanca/mestiza, construidas también a través del juego de
imágenes masculinas blancas procedentes del centro colonial (eurocentrismo) y en tal
dirección también subalternizadas, pero esto daría pié a otra ponencia.
La raza la hemos asociado en los diferentes trabajos precedentes a “color de piel”, en una
perspectiva goffmaniana de la microsociología: como la construcción social no consciente
de un componente de la apariencia externa del individuo (sus rasgos físicos) en el juego de
3
Por el contrario, Osmundo Pinho ya venía trabajando (2005, 2006 y 2007) esta problemática en el Brasil.
Ver Barbary y Urrea (2004) para las consideraciones teóricas y metodológicas sobre los componentes
“materiales” y los “socioculturales”, y los factores “objetivos” y “subjetivos”.
2
las interacciones cara a cara. Esta parte de la apariencia se expresa a través de categorías
émicas según las variaciones de los rasgos físicos o fenotípicos, con base a un patrón de
comparación históricamente producido. En la medida en que dichas variaciones
corresponden a un modelo jerárquico, pre-establecido y asociado al orden social, ellas
tienen valoraciones arbitrarias de estatus y por lo mismo generan un sistema de
subordinación que afecta las dimensiones subjetivas y objetivas, y las esferas íntimas y
públicas de la vida de los individuos y sus grupos más cercanos (familias, hogares). Por
esta determinación social los géneros y las sexualidades son afectados, a la vez como parte
de procesos sociales que configuran el yo. Así, la producción del ego es comprometida en
este complejo juego, lo que permite reproducir en el tiempo de una biografía o trayectoria
de vida la dominación socio-racial, pero a escala micro de los hogares, familias e
individuos. La racialidad se entiende entonces como el efecto social del orden socio-racial
que se sustenta en el “espejo social” de la apariencia externa o fenotípica de las personas y
sus grupos más cercanos. Pero el orden racial se vive corporalmente por los distintos
sujetos históricos, no es únicamente un esquema externo ideológico. Para una discusión
más específica sobre racialidad como fenómeno construido que conlleva una vivencia
corporal en las personas, ver Wade (2004)4.
La etnicidad es el otro factor que interactúa con la racialidad pero en cambio hace más
alusión a las diferencias culturales construidas históricamente. Los grupos indígenas
corresponderían entonces a un modelo de grupo étnico a diferencia de la población negra,
para la cual el componente racial es más inmediato o explícito, aunque sectores de la
población negra también pueden construirse en un momento histórico como un grupo
étnico, a escala territorial o según una memoria vivida colectivamente a partir de una
invención de tradición colectivamente aceptada5. Por otro lado, es posible que las
diferencias étnicas o culturales con frecuencia se traslapen con las raciales y viceversa,
como ha sido el caso colombiano y de otros países de la región. De esta forma aludimos al
factor étnico-racial, para referirnos a los grupos que históricamente en América Latina y el
Caribe han conformado las poblaciones indígenas y negras de modo subalterno (a la vez
que se concentran entre las clases populares y clases medias bajas, rurales y urbanas)
respecto a los grupos blancos-mestizos, los cuales tienen clara predominancia entre las
clases dominantes. Además, la etnicidad al igual que la racialidad tiene efectos sobre los
cuerpos de mujeres y hombres (o de sujetos transgeneristas) y las relaciones sexo/género
entre los mismos; por ello, inconcientemente el campo del deseo está organizado bajo las
categorías étnico-raciales, en cualquiera de las escalas de estatus (de mayor o menor
prestigio) y clase social (en el sentido de mayor o menor concentración, de cantidad y
calidad de diferentes capitales: patrimonial, social, cultural, escolar, simbólico, etc.). No
4
Para este autor, las identidades raciales que se forman a través de procesos socio históricos también son
incorporadas en las personas vías sus cuerpos. Ellas trabajan sobre sus propios cuerpos. Por eso lo racial está
en nuestra propia naturaleza corporal personificada a lo largo del proceso de configuración del yo. Los
procesos sociales con los que vivimos, incluyendo los de identidades raciales, llegan a formar parte de
nuestros cuerpos cambiantes (Wade, 2004: 168).
5
En el caso colombiano la población Raízal del Archipiélago de San Andrés y Providencia y la población
Palenquera, al igual que las “comunidades negras” del Pacífico colombiano. No obstante, en espacios urbanos
también hay invenciones culturales que pueden generar sentido de pertenencia étnica o cultural entre las
poblaciones negras y que juegan un papel interesante como estrategias de resistencia respecto a la cultura
dominante blanca.
3
existe un campo del deseo autónomo de las determinaciones sociales, ni aún en las
prácticas sexuales supuestamente más “libres” que desafían las moralidades cotidianas.
Un fenómeno similar sucede con las feminidades. Deben ser abordadas en plural y con las
mismas determinaciones sociales que se registran en las masculinidades, pero claro está,
bajo los sistemas históricos de dominación masculina o patriarcal en un sentido amplio y
por lo mismo de género (Therborn, 2006). Tales sistemas por supuesto tienen sus
correspondientes variaciones regionales (según conglomerados de países) y nacionales
respecto a la jerarquía socio-racial, étnica, y de clase; ya sean feminidades hetero, homo o
bisexuales, pero también las construidas como transgeneristas. Es decir, hay que considerar
las feminidades de las clases subalternas, pero esto sería la tarea de otra ponencia. Si bien
no es el objetivo de esta intervención, de todos modos al hablar de masculinidades es
inevitable que aparezca en el transfondo el juego bipolar dislocado o no del sexo/género,
que al mismo tiempo subvierte el carácter del mundo masculino o femenino: algunas
masculinidades son bastante feminizadas y las más “radicales” (las más hipermasculinas) se
construyen en la alteridad de lo femenino; y en sentido contrario, opera lo mismo con las
feminidades6.
¿Cómo entra a jugar una perspectiva poscolonial que permita una mirada explicativa más
global y comparativa, pero al mismo tiempo más compleja y que arroje nuevas pistas
provocativas para desentrañar las lógicas de la racialidad y la etnicidad en interacción con
la sexualidad y el género como campos de poder y dominación, manifiestos a través de las
imágenes y prácticas masculinas de las clases subalternas, que guardan o enmascaran a su
vez formas más visibles de dominación en una sociedad de la periferia, en un orden
histórico eurocéntrico?
6
En la dirección que formulamos en el proyecto de investigación en proceso “Feminidades y sexualidades
contemporáneas de mujeres negras e indígenas: un análisis de cohorte generacional y étnico-racial”;
Universidad del Valle, CIDSE-COLCIENCIAS, Cali, 2007.
4
patriarcado y los controles que se ejercen sobre las mujeres y los hijos en las distintas
esferas de la vida familiar, y en general sobre los bienes domésticos. En todo modelo
patriarcal existe un patrón de masculinidad y feminidad que marca el comportamiento de
los miembros de la familia.
En esta ponencia se intentarán dar algunas puntadas apoyadas en los resultados de los
estudios empíricos que hemos hecho sobre masculinidades y recientemente feminidades en
la ciudad de Cali y áreas geográficas cercanas, en diálogo con los de historiadores,
antropólogos, sociólogos y demógrafos que han abordado temáticas relacionadas con las
figuras masculinas y femeninas, la organización familiar como forma de control/regulación
de la sexualidad y las prácticas y preferencias sexuales en otras sociedades, según clases y
grupos étnico-raciales.
La obra de Gilberto Freyre (1989 y 20027) describe una faceta en el Brasil colonial sobre la
organización familiar y económica del sistema de plantación que, con matices y variaciones
importantes, ha tenido importancia en las sociedades de América Latina y el Caribe con
alto peso demográfico de población negra esclavizada (ver Marquese, 2004 y 2006, para los
diferentes sistemas esclavistas en América Latina y el Caribe; sobre la familia en Freyre:
Mendes de Almeida, 1986; Vainfas, 1997; Rago, 2006, entre otros). En su gran mayoría se
trataba de mano de obra en las haciendas de plantación de caña de azúcar y otros cultivos
del trópico (cacao, algodón, café, etc.) que requerían una abundante demanda de fuerza de
trabajo bajo esa condición esclava (Marquese, 2006).
Como anota Moutinho (2004), en este sistema patriarcal que presenta Freyre opera un
sistema asimétrico de intercambios completamente favorables al padre, un hombre blanco
esclavócrata, quien en última instancia tiene un poder de vida o muerte sobre la familia. La
mujer blanca8, desempeña el papel de esposa y madre, de suerte que mientras ella en este
rol es un ser asexuado que requiere mantener la honra familiar, evitando cualquier exceso
en su vida sexual frente al esposo y el resto del grupo familiar, el hombre blanco tiene toda
permisividad para gozar su sexualidad con mujeres diferentes a la esposa, pero todas en
condición de subalternidad: mujeres negras, mulatas e indígenas (estas últimas para Brasil
sobre todo en los primeros estadios de la fase colonial como describe Vainfas, op. cit.).
Para Moutinho (op. cit.) al introducir el eje analítico de color de piel en el sistema de la
familia patriarcal, la tríada hombre blanco- mujer blanca-mujer negra/mulata esconde un
cuarto elemento, el hombre negro/mulato (y por extensión coloco el hombre indígena, de
acuerdo con Vainfas, op. cit.) como figura masculina excluida, desvalorizada en su capital
sexual. La satisfacción sexual de la mujer negra/mulata e indígena la provee en el sistema
de dominación colonial el hombre blanco (portugués y español, como lo veremos según
7
Para citar los dos más representativos sobre esta temática en la obra de este autor: Casa-Grande & Senzala;
y Sobrados e Mucambos.
8
Que puede ser a la vez hija o familiar cercana de otro hacendado blanco, o perteneciente a la burocracia
imperial o a viejas familias blancas de la elite, venidas a menos.
5
otros autores para las sociedades coloniales bajo el imperio hispánico). La virilidad
masculina en el cuadro freyriano es un atributo del hombre blanco colonizador, mientras los
hombres negros-mulatos e indígenas terminan siendo “emasculados” simbólicamente.
Sin embargo, en este contexto colonial la mujer negra y mulata en oposición al hombre
aparentemente no sólo conserva su sexualidad sino que la exhibe a través de su capacidad
de seducción del hombre blanco. Por lo menos esto se destaca en la obra freyriana. Es
decir, su condición de subordinación, por ser esclavizada, no le haría perder un capital
sexual, además porque en la conquista amorosa del hombre blanco apuesta la posibilidad de
un proceso de movilidad social a través de la mezcla racial, mediante el blanqueamiento de
su descendencia. De esta forma se construye y perpetúa el mito de la mujer negra/mulata
“seductora”, que encarna entonces una culpabilidad de hacer que los poderosos (los
hombres blancos) se vuelvan débiles y caigan en sus brazos (Collins, 2008: 390). Este
asunto es una pista interesante para entender en la larga duración de las relaciones
interraciales que generan las sociedades esclavistas coloniales en América Latina y el
Caribe los estereotipos sexuales alrededor de las mujeres negras.
Por el contrario, las masculinidades son devaluadas en ambas situaciones a favor del
hombre blanco dominador, aunque los regímenes económicos de explotación de la fuerza
de trabajo negra e indígena hayan tenido significativas variaciones a escala continental y en
el interior de las mismas sociedades coloniales y luego republicanas (o imperial para
Brasil), teniendo en cuenta grosso modo dos sistemas de explotación colonial que se
prolongan después de las guerras de independencia contra España o del paso a una nación
independiente con emperador (Brasil): uno esclavista y otro servil, a la vez que en el
interior de cada sociedad se presentaron variaciones considerables entre los siglos XVIII y
XIX9.
9
Que en términos de las clases dominantes en la sociedad colonial presentaban considerables diferencias: el
patrón esclavócrata de hacienda de plantación tropical y el patrón cercano a un modelo feudal de hacienda con
un régimen de servidumbre de poblaciones indígenas en las sociedades andinas.
6
Pero no solamente la pérdida de valor de la masculinidad indígena se refiere a una
representación asexual de los hombres, como seres infantiles. En otras situaciones
coloniales opera a través de la condena a las representaciones de género que algunos
hombres indígenas llevaban a cabo en ceremonias rituales y que chocaban para el mundo
colonizador blanco. Así, en el caso de sociedades indígenas durante la dominación española
los rituales religiosos de los grupos sacerdotales amerindios fueron estigmatizados bajo
categorías de clasificación sexual etnocéntricas que estigmatizaban completamente la
masculinidad indígena. Por ejemplo, Bacigalupo (2002) analiza a través de las fuentes
historiográficas que los hombres machis (chamanes) en la sociedad reche10 eran
catalogados como “sodomitas, afeminados o pervertidos, entre otros calificativos, y los
estereotipos que se construyeron a partir de esos relatos han llegado hasta nuestros días,
condicionando una parte importante de nuestra percepción actual de la sexualidad y de las
descripciones sobre los mapuche contemporáneos”, en Chile y Argentina. La autora señala
que “los soldados españoles afirmaban su virilidad y creencias religiosas y etnicidad
"superiores" estando simbólicamente "por encima", dominando y rotulando a los machis,
que eran concebidos como indígenas afeminados, paganos y que estaban "por debajo". A lo
largo del siglo XIX, la desviación de género era vista como homosexualidad en la mayoría
de los discursos chilenos. El término reche weye o weyetufe se definía como hombre
homosexual, homosexual pasivo y maricón (….); este último término posee una gran carga
peyorativa y también sirve de sinónimo de cobarde y traidor”.
7
países emancipados de los centros imperiales, o porque son condenadas sus conductas
sexuales calificándolas cercanas al mundo animal, se da en el marco de un intenso proceso
de mestizaje racial. Este proceso que en la práctica histórica ha conllevado una experiencia
vivida, no necesariamente deseada en los siglos XIX y XX durante la invención de las
nacionalidades en América Latina. La realidad es que la ideología del mestizaje termina por
desempeñar un papel central en los discursos fundadores de muchos países de la región.
Uno de los motores del mestizaje racial ha sido precisamente el modelo de racialización de
la sexualidad y de sexualización de lo étnico-racial, a través de lo que Moutinho advierte,
“en el plano de las representaciones, la estructura escogida para la decantada misceginación
brasilera está compuesta por el hombre “blanco” con su esposa “blanca” y la amante
“negra/mulata”” (Moutinho, op. cit.). Para esta autora la subordinación de las poblaciones
étnico-raciales (negras e indígenas) en el sistema colonial y poscolonial se ha dado
mediante un proceso de “blanqueamiento” sucesivo con exclusión social, perpetuando una
estructura jerárquico-racial. En este sentido, para la autora el “blanqueamiento” canibaliza
al subalterno sin incluirlo.
Con variaciones históricas entre los distintos países esta hipótesis del papel del orden
sexualizado de las razas en los sistemas de dominación colonial portugués y español, con
papeles diferenciados para hombres y mujeres blancos-as y hombres y mujeres negros-as e
indígenas, que reproduce en la esfera sexual el orden racializado (etnizado) pero sacando
del juego a los hombres subalternos, y con ello descalificando sus masculinidades, el
mestizaje es un proceso que termina recreando la desigualdad racial, sexual y de género en
el conjunto de las nuevas sociedades en los siglos XIX y XX.
Por el contrario, el sujeto masculino negro pareciera estar ausente en estos juegos de
resistencia explícita que llevan a cabo las mujeres negras y mulatas. En tal sentido la
hipótesis que Laura Moutinho establece a partir de su análisis de la obra freyriana, del
hombre negro invisibilizado en su masculinidad como capital sexual, también es válida en
el caso colombiano durante el período colonial.
De nuevo, retomando el caso brasileño pero con los grupos indígenas, Vainfas (1995: 141)
anota que para el siglo XVI en Brasil “los documentos del Santo Oficio, que contienen
varias centenas de declaraciones iniciadas con la identificación de los testigos, acusados o
confesos, permiten constatar con alguna precisión la tendencia predominante en las
relaciones que generaban los mestizos: uniones entre hombres portugueses o mestizos con
mujeres indias o mestizas, siendo rarísima la unión entre mestizos con mujeres blancas, y
totalmente ausente la unión entre indios y mujeres blancas o incluso mestizas”. Es decir, no
se trata de un patrón específico de mestizaje racial impuesto por el hombre blanco
portugués respecto a la mujer negra/mulata sino que este modelo colonial de dominación ya
estaba generalizado con las poblaciones amerindias desde el siglo XVI, con un efecto de
“borramiento” del hombre indígena, como sujeto subalterno. Pero de forma similar a las
mujeres negras, las indígenas enfrentan la violencia sexual que impone el hacendado
blanco.
De la Torre, traza un fresco sociológico de las relaciones raciales mestizas para el Ecuador
contemporáneo, que devela la ideología del mestizaje en el caso de una sociedad de
predominio amerindio en diferentes períodos de su historia y que permiten comparar los
dos fenómenos de la mixtura racial en América Latina y el Caribe – con poblaciones negras
e indígenas - y la formación de clases subalternas negras, indígenas, y mestizas: “las
relaciones raciales y sexuales jerarquizan al blanco europeo al tope, al indio al fondo y a los
blancos y mestizos de acuerdo a la tonalidad de su piel, color de ojos, "delicadeza" de
facciones más cerca de cualquiera de estos polos. Estas jerarquías también determinan las
nociones de beldad y fealdad (…) las relaciones entre blanco-mestizos e indígenas están
llenas de tensión pues el blanco-mestizo desvalora todo lo que le recuerde a lo indígena”
(De la Torre, op. cit.).
9
La familia en América Latina y el Caribe, el mestizaje racial y las lógicas de la
colonialidad del poder:
Un excelente trabajo sobre los sistemas familiares en las culturas subalternas de América
Latina, a través de una exhaustiva revisión del estado del arte, lo hace Robichaux (2007).
Para este autor no es posible, con toda razón, de hablar de un sistema familiar único para
las clases subalternas. Por ello no pueden desconocerse las particularidades de los patrones
de familia en las sociedades amerindias como formas de organización social que tiene a la
vez su larga duración prehispánica. Si bien esto es sobre todo válido para los grupos
indígenas, respecto a los cuales se refiere su artículo, aunque hay alusiones marginales a las
poblaciones negras, no puede dejarse de lado el impacto del sistema de dominación colonial
étnico-racial que afectó a las dos poblaciones subalternizadas, negras e indígenas, aunque
de manera diferenciada. En esta ponencia quiero enfatizar la persistencia de lógicas de
conyugalidad que muestra el sociólogo Gören Therborn (2006) y que permiten explicar
ciertos patrones comunes asociados al proceso del mestizaje.
Lo que nos interesa es recolocar la hipótesis de Therborn: el orden familiar fue afectado por
el proceso de dominación colonial y poscolonial de larga duración en la región a través de
la jerarquía socio-racial vía la mezcla racial. La bastardía (ser “hijo-a natural”) en el
12
Ver entre otros-as, O’Phelan Godoy (2006), Rodríguez (2006), Casalino (2006), Lewin (2006), O’Phelan
Godoy y Zegarra (2006); al igual que Cosamalón (2006), Hepke (2006); todos los anteriores en el excelente
libro Mujeres, Familia y Sociedad en la Historia de América Latina, Siglos XVIII-XXI. O`Phelan Godoy y
Zegarra editoras. Ediciones CENDOC-Mujer, Pontificia Universidad Católica del Perú, Instituto Riva-
Agüero, Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA), Lima, 2006.
10
lenguaje colonial y republicano decimonónico y en el lenguaje religioso, de la población
negra, mulata, indígena y mestiza, pero también la blanca pobre, aunque se pudiese percibir
como un flagelo para las clases dominantes13, en realidad era un mecanismo muy
importante de clasificación social moral impuesto a los grupos raciales y étnicos que los
excluía aún más del poder. Esto afecta por supuesto, tanto a mujeres como hombres de las
clases subalternas, pero además introdujo en la larga duración una desigualdad de género en
cuanto la mujer soporta el peso mayor de la unidad doméstica respecto a la prole, debido al
efecto de una masculinidad ausente en la inversión de tiempo y afecto de su cuidado. Para
Therborn esto aplica a muchas sociedades distintas a las de América Latina, incluso en
Europa entre los siglos XVII y XIX, pero la fuerte persistencia del fenómeno en las
sociedades latinoamericanas llama la atención. Las formas históricas en los diferentes
países de la región de la matrifocalidad, entre las poblaciones negras, indígenas y mestizas
de las clases populares, no son entonces el resultado de patrones culturales universales (una
supuesta “familia negra” o “indígena” esencializadas), sino el entramado de la jerarquía de
dominación étnico-racial y de clase, pero a través del juego de masculinidades y
feminidades en los roles de género con respecto a la prole14.
Según esta hipótesis de Therborn aquí revisitada para América Latina, la organización
familiar como institución que regula la sexualidad habría quedado impregnada del modelo
de mixtura étnica-racial excluyente (o en palabras de Moutinho, una mezcla que canibaliza
al otro) y quizás la invisibilidad del hombre negro, mulato, indígena, mestizo, como el
cuarto elemento del orden jerárquico freyriano, tenga como efecto un predominio
persistente de uniones consensuales (uniones libres) entre las clases populares15.
13
En su prédica moral hacia las clases populares o subalternas.
14
En una dirección no necesariamente similar a la de Therborn, Gil Montero (2007), señala a la vez ciertos
aspectos sobre la organización familiar en América Latina para el estudio de las clases subalternas:
“considerar la etnicidad, las situaciones de frontera, las migraciones, la heterogeneidad española –así como la
portuguesa– que se asienta sobre una heterogeneidad americana, el papel que le cupo a la iglesia en la
imposición de nuevos valores morales sobre los que se debía asentar la familia: concepto del honor femenino,
papel del hombre dentro de la familia, prohibiciones matrimoniales, importancia de la familia nuclear frente a
otras formas familiares, uniones monogámicas y estables, centralidad de la sexualidad en las relaciones de la
pareja, etcétera”.
15
Un rico análisis empírico que problematiza relativamente la hipótesis aquí esbozada a partir de Therborn es
el de Bastos Amigo (2007), sobre los hogares populares urbanos en Ciudad de Guatemala de tipo indígena.
Para este autor el papel de la masculinidad de los hombres indígenas guatemaltecos respecto a las
responsabilidades con la prole y en general el hogar es mayor que entre los hogares no indígenas, lo cual
conlleva a una mayor estabilidad de la vida de pareja, incluso aceptando la mujer indígena las infidelidades
transitorias del hombre. Esto se refleja en una mayor propensión de hogares nucleares completos que
monoparentales entre la población indígena urbana. Por supuesto, esto se observa en general en todos los
hogares de los sectores populares de la región, pero esta mirada estadística no puede desconocer que hay
continuamente flujos de movilidad entre las parejas de esos hogares nucleares, que los datos transversales no
permiten captar. De hecho son hogares nucleares en unión consensual con una estabilidad muy relativa, sobre
todo si son urbanos, pero incluso en áreas rurales puede observarse este fenómeno. Sin embargo, para
observar este último fenómeno se requerirían datos longitudinales, aunque también bastarían pequeños
estudios de trayectorias conyugales en hogares populares. Para Colombia faltan trabajos más detallados entre
poblaciones indígenas como el realizado por Bastos.
11
fuertes desigualdades de género en el cuidado de la prole, asociadas a fenómenos de
interacción entre las formas de dominación colonial/republicana de tipo esclavista y servil y
las estructuras familiares de los grupos amerindios después del impacto de la Conquista,
puede entrar en diálogo con una perspectiva conceptual poscolonial sobre la conformación
patriarcal en la región y la negación y posterior afirmación de masculinidades y
feminidades en los grupos subalternos. O sea, que el análisis de las intersecciones de
producción de la nacionalidad, los géneros masculinos y femeninos, la racialidad y la
etnicidad no están separados de la sexualidad en los espacios microsociales del mundo
familiar.
Uno de los trabajos pioneros ha sido el de Aníbal Quijano. En un interesante texto que a mi
manera resume una parte de su formulación, que permite por cierto mostrar una importante
articulación con lo que he intentado hasta ahora hacer en esta ponencia: “En breve, con
América (Latina) el capitalismo se hace mundial, eurocentrado y la colonialidad y la
modernidad se instalan asociadas como los ejes constitutivos de su específico patrón de
poder, hasta hoy. En el curso del despliegue de esas características del poder actual, se
fueron configurando las nuevas identidades societales de la colonialidad, indios, negros,
aceitunados, amarillos, blancos, mestizos y las geoculturales del colonialismo, como
América, Africa, Lejano Oriente, Cercano Oriente (ambas últimas Asia, más tarde),
Occidente o Europa (Europa Occidental después). Y las relaciones intersubjetivas
correspondientes, en las cuales se fueron fundiendo las experiencias del colonialismo y de
la colonialidad con las necesidades del capitalismo, se fueron configurando como un nuevo
universo de relaciones intersubjetivas de dominación bajo hegemonía eurocentrada. Ese
específico universo es el que será después denominado como la modernidad” (2000: 342-
386)16.
16
Otro autor en una línea cercana a la de Quijano, pero desde otro campo disciplinario, podría ser Saurabh
Dube (2002). Por ejemplo, en los encantamientos de la modernidad, cuando alude a los nuevos
encantamientos que ésta significa. Una interesante reseña sobre el debate poscolonial se encuentra en Rufer
(2004:759-779).
17
No necesariamente comparto otros puntos de vista de Quijano, sobre todo su análisis del sexo y el género,
ya que continúa reduciendo el primero a las diferencias biológicas (Quijano, 2005), mientras el género a la
construcción social de las diferencias biológicas como base para una relación de desigualdad entre hombres y
mujeres. Me identifico más con la perspectiva de Butler (1990, 2004) que complejiza la relación sexo/género
y con ello deconstruye la mirada biológica del sexo y la sexualidad. En relación con las categorías de “color
de piel” y “raza” su análisis aporta nuevos elementos para entender porqué históricamente son dos constructos
para expresar un fenómeno similar.
12
como la concreción en la “corporeidad”. Esto último nos permite pensar la esfera del deseo
como componente del poder.
¿Por qué se revierte la figura del varón negro o indígena devaluado en la lógica del
mestizaje como herencia colonial y republicana? ¿Qué sucede con la masculinidad negra o
indígena recuperada y radicalizada como en ciertos contextos de hipermasculinidad, sobre
todo entre los hombres negros, especialmente de clases populares? ¿Qué hace redescubrir
el capital sexual de los hombres de las clases subalternas?
Aquí entran algunos de nuestros estudios empíricos en el caso colombiano sobre las
masculinidades de los hombres negros, heterosexuales y homosexuales en su condición de
subalternidad (ver Urrea y Quintín, 2000; 2002; Urrea et al. 2006 A y 2006 B; Urrea y
Congolino, 2007; Urrea et. al. 2008), al igual que el trabajo clásico de Viveros (2002) sobre
la figura dionisíaca como pista para entender la lógica de las masculinidades negras en
Colombia.
Respecto a las mujeres y los hombres indígenas que estudian en la Universidad del Valle
nos llama la atención las autopercepciones de ellas-os de ser menos deseadas-os en el
mercado erótico, si los comparamos con los hombres y mujeres negros-as y mulatos-as.
Pareciera reproducirse lo que De la Torre (op.cit.) ha encontrado en el Ecuador y Cannessa
en Bolivia (2008), sobre una imagen de escaso capital sexual. Pero el mismo De la Torre
(op. cit.) problematiza esto en su hallazgo empírico con indígenas urbanos cercanos a la
clase media que son cortejados por mujeres extranjeras. También en Colombia algunas
figuras indígenas “seducen” a mujeres de clase media. Incluso ya existe un mercado sexual
de indígenas gays en algunos países de la región (peruanista.blogspot.com “Ser peruano,
homosexual y nativo o indígena”, 2007). Esto para decir que el fenómeno es mucho más
rico y complejo. De cualquier manera, los mitos viejos o modernos sexuales se renuevan y
vuelven a jugar como fantasmas en la estructura jerarquizada de las relaciones racializadas
y etnizadas de nuestras sociedades.
Bibliografía:
BACIGALUPO, Ana Mariella (2002) “La lucha por la masculinidad del machi: políticas
coloniales del género, sexualidad y poder en el sur de Chile”. Revista de Historia Indígena.
Vol. 6, pp. 29-64.
BASTOS, Amigo Santiago (2007) “Familia, género y cultura. Algunas propuestas para la
comprensión de la dinámica de poder en los hogares populares”. En Robichaux, David
(comp.), Familia y Diversidad en América Latina. Estudios de casos. Buenos Aires:
CLACSO, pp. 103-132
BUTLER, Judith (1990) Gender trouble: Feminism and the subvertion of identity. New
York: Routledge.
CANESSA, Andrew (2008) “El sexo y el ciudadano: Barbies y reinas de belleza en la era
de Evo Morales”, en Wade, Peter, Urrea, Fernando y Viveros Maya (eds.), Raza, etnicidad
y sexualidades: ciudadanía y multiculturalismo en América Latina. Bogotá: Universidad
14
Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas. Centro de Estudios Sociales (CES),
Escuela de Estudios de Género, pp. 69-104.
CASALINO, Sen Carlota. 2006. “De los éxpositos protegidos a los éxpositos
desprotegidos. La transición de la administración colonial al Estado Republicano del Perú y
sus efectos en grupos vulnerables”, en O’Phelan Godoy, Scarlett y Zegarra Flórez,
Margarita (eds.), Mujeres, Familia y Sociedad en la Historia de América Latina, Siglos
XVIII-XXI. Lima: CENDOC-Mujer, pp. 77-105.
COLLINS, P. H. (2005) Black Sexual Politics: African Americans, gender and the new
racism. New York: Routledge.
COSAMALÓN, Aguilar Jesús. 2006. “Plebeyas limeñas: una mirada al trabajo femenino
(Lima, siglo XIX)”, en O’Phelan Godoy, Scarlett y Zegarra Flórez, Margarita (eds.),
Mujeres, Familia y Sociedad en la Historia de América Latina, Siglos XVIII-XXI. Lima:
CENDOC-Mujer, pp. 263-285.
MAYA, Luz Adriana (2003) “Paula de Eguiluz y el arte del bien querer. Apuntes para una
historia del cimarronaje femenino en el Caribe, siglo XVII”. Historia Crítica, Vol. 24,
pp.101-124.
MARTIN, Alcoff l. (2006) Visible identities. Race, gender and the self. New York: Oxford.
MOUTINHO, Laura (2004) Razâo, Cor e Desejo: uma análise dos relacionamentos
afetivo-sexuais inter-raciais no Brasil e na África do Sul. Sao Paulo: Unesp.
O’PHELAN, Godoy Scarlett y ZEGARRA, Flórez Margarita (eds.) 2006. Mujeres, Familia
y Sociedad en la Historia de América Latina, Siglos XVIII-XXI. Lima: CENDOC-Mujer,
Pontificia Universidad Católica del Perú, Instituto Riva-Agüero, Instituto Francés de
Estudios Andinos.
_________________(2005) “¡Qué tal, raza!”, Boletín Río Abierto, No. 11, pp. 01-09.
17
Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas. Centro de Estudios
Sociales (CES), Escuela de Estudios de Género, pp. 279-316.
VAINFAS, Ronaldo (1995) A heresia dos índios. São Paulo, Companhia das Letras.
__________(2004) “Human Nature and Race”, en Anthropological Theory, Vol. 4 (2), 157-
172.
WHITE, Heather Rachelle (2005) “Between the Devil and the Inquisition: African Slaves
and the Witchcraft Trials in Cartagena de Indies”. The North Star a Journal of African
American Religious History, vol. 8, No. 2, pp. 1-15.
18