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Mariano D´Ambrosio
En este capítulo vamos a hablar de uno de los temas de los que más se han
discutido a lo largo de la historia del Derecho Penal que es la teoría de la pena. Es un
tema complejo de abordar porque tiene connotaciones que van más allá de nuestra
materia, cuestiones históricas, filosóficas, antropológicas y criminológicas. Y al mismo
tiempo tiene gran actualidad e importancia porque parte de una pregunta básica que
todos deberíamos aunque sea intentar responder para poder seguir profundizando en el
estudio del derecho Penal. Esta pregunta es ¿Por qué creemos que esta bien castigar? o
¿Por qué es moralmente justificado el castigo? O ¿en qué consiste la racionalidad del
castigo? o incluso ¿porque preferimos una sociedad donde además de la ofensa exista el
castigo? O sea una sociedad donde además de un mal, la ofensa, le agreguemos otro
mal, el castigo, lo que en definitiva serían dos males en lugar de uno.
Por estas razones, la pregunta acerca del sentido de la pena estatal se plantea
como nueva en todas las épocas. ¿Cómo y bajo que presupuestos puede justificarse que
un grupo de hombres asociados en el Estado prive de libertad a alguno de sus miembros
o intervenga de otro modo, conformando su vida, en su existencia social? En efecto,
este tema no trata sólo de un problema teórico, ni vanas reflexiones sobre el sentido de
1
esta o aquella manifestación de la vida sino de un tema de acuciante actualidad práctica
sobre todo en nuestro contexto latinoamericano.
Teorías Absolutas:
Retribucionismo:
Para comenzar diremos que las doctrinas retribucionistas, que son las más
antiguas, se fundamentan todas en la máxima de que es justo devolver mal por mal.
Partiendo de la idea de justicia de dar a cada uno lo que se merece, la pena es un castigo
que se impone a quien comete un delito, por el hecho de haberlo cometido. También
están impregnadas de una idea de expiación según la cual el castigo constituye un modo
de purgar el delito en el alma del autor del delito.
Es decir que hay una obligación de dar en la medida que se recibe, y los que
participan en este dar y recibir forman parte de la comunidad. Por lo tanto la idea de
retribución es inherente a la vida social. Responde a determinada simetría de las
prestaciones que permite el equilibrio del sistema. Al establecer las normas de
comportamiento entre los individuos corresponde respetar esa simetría.
Por ello, cuando alguien ocasiona un daño a otro es preciso reparar ese daño:
Pero como la comunidad de personas no es un sistema mecánico sino social, tiene una
historia, y como la historia es irreversible, no puede dar marcha atrás, no es posible
volver a poner las cosas en su lugar, imponer la simetría restableciendo simplemente la
situación anterior.
3
constituye una lesión a uno de los miembros de la comunidad de personas sino a la ley
de esa comunidad de personas. Altera el equilibrio en dos planos: el individual y el
social. La reparación pertenece al primero, la retribución al segundo1
Es decir que, independientemente del mal que haya causado, el delito debe
anularse porque es en si mismo un mal. La reparación de sus consecuencias no
constituye la pena: Si bien podría darse una consecuencia de hecho, esta nunca es
conceptual. Por ello a la pregunta de Nietzsche ¿Cómo el “hacer sufrir” puede ser una
reparación?, cabe responder que el “hacer sufrir” de la pena no pretende reparar sino
castigar2
De ahí que se deba distinguir entre los dos conceptos: reparación y retribución.
La principal finalidad de la retribución parece ser reafirmar determinada situación
considerada justa, adecuada o simplemente deseada, que ha sido amenazada o
modificada por un acto no deseado.
1
Messuti Ana, El tiempo como pena, Editorial Ediar, Buenos Aires, Argentina, 2008, pág. 22
2
Messuti Ana, El tiempo como pena, Editorial Ediar, Buenos Aires, Argentina, 2008, pág. 24
4
Para el filósofo alemán la pena va a ser una retribución jurídica justificada en la
necesidad de reparar el derecho con una violencia contraria que restablezca el orden
legal violado.
El otro gran filósofo que defendió estas ideas absolutas fue Inmanuel Kant
(1724-1804), que es considerado uno de los principales representantes del
retribucionismo, debe aclararse que no fue un estudioso del Derecho Penal, de hecho, su
concepción sobre la pena la brinda en una de sus obras finales, La Metafísica de las
costumbres, pero es indiscutible la trascendencia de su análisis.
5
No obstante, hay dos afirmaciones suyas que trascienden el concepto de pena:
Segundo, va a decir, “La pena judicial, distinta a la pena natural por la que el vicio se
castiga a sí mismo y que el legislador no tiene en cuenta en absoluto, no puede nunca
servir simplemente como medio para fomentar otro bien, sea para el delincuente mismo,
sea para la sociedad civil, sino que ha de imponérsele sólo porque ha delinquido; porque
el hombre nunca puede ser manejado como medio para los propósitos de otro ni
confundido entre los objetos del derecho real”4. Esta correcta afirmación es una de las
críticas más importantes que hacen los retribucionistas a los utilitaristas de la
prevención general –particularmente la prevención general positiva-, para las cuales la
persona es poco más que un objeto o instrumento del Derecho penal cuyo castigo se
emplea para reforzar, mantener o lograr la estabilidad social.
3
Kant, Immanuel, La metafísica de las costumbres (1797), Ed Altaya, Barcelona 1996, pág 168 y 169
4
Kant, Immanuel, La metafísica de las costumbres (1797), Ed Altaya, Barcelona 1996, pág 166
6
purificación del delito a través del castigo o las no menos irracionales de la negación del
derecho por parte de ilícito y de la simétrica reparación de éste a través del derecho. La
única diferencia reside en que mientras en las concepciones arcaicas de tipo mágico-
religioso la idea de la retribución está ligada a la objetividad del hecho sobre la base de
una interpretación normativista de la naturaleza, en las cristiano modernas, tanto de tipo
ético como jurídico, está conectada a la subjetividad perversa y culpable del reo sobre la
base de una concepción naturalista y ontológica tanto de la moral como del derecho
Tanto para las doctrinas de la retribución moral (Kant) como para las de la
retribución ética (Hegel), las prohibiciones penales, como las penas, tienen fundamento
en sí mismas, en el desvalor ético o en cualquier caso metajurídico asignado por las
primeras al delito en sí y por las segundas a la violación del deber general y meta legal
de obedecer las leyes5. De todo esto se sigue, va a decir Ferrajoli que estas doctrinas
resultan idóneas para justificar modelos autoritarios de derecho penal máximo contrario
al derecho penal mínimo defendido por él.
Teorías Relativas:
5
Ferrajoli Luigi, Derecho y razón, Ed. Trotta, Madrid 1997, pág 254
7
orientada a un fin legítimo, se estimó, podría ser diferenciada de la venganza y
considerada una legítima limitación de la libertad
Así es que las Teorías relativas guardan una notable diferencia con las teorías
absolutas, en la medida que buscan fines preventivos posteriores y fundamentan su
necesidad para la supervivencia del grupo social. Para las teorías relativas, la pena no
pretende retribuir el hecho delictivo cometido, sino prevenir su comisión, por ello son
también llamadas teorías preventivas. Como se afirma habitualmente parecería que las
teorías retributivas (absolutas) miran hacia el pasado y las teorías utilitaristas (relativas)
miran hacia el futuro.
6
Grotius Hugo, De iure Belli Ac Pacis (1925), citado por Bacigalupo Enrique en Derecho y
Humanidades Nº 16 vol1, 2010, pág 20
8
Las teorías de la Prevención especial positiva conciben a la pena como un
instrumento para resocializar, reeducar, reinsertar, etc. al autor del delito, por ello son
llamadas genéricamente por Zaffaroni como teorías “re”. La pena debe evitar futuros
delitos modificando la personalidad del sujeto que los comete transformándolo en un ser
apto para le vida en sociedad.
Es así como la idea antiliberal del delito como patología y de la pena como
tratamiento se convertirán en los pilares de las teorías preventivo especial positivas y
por ello la pena irá asumiendo una ejecución terapéutica diferenciada, que ha de apuntar
a la transformación de la conducta del transgresor para lo cual, la psicología primero y
la pedagogía después, se convertirán en ciencias auxiliares de la misma.
Para adentrarnos un poco en la explicación de estas teorías creo que nos servirá
hacer un pequeño recorrido histórico sobre la prisión, esa institución cerrada y oscura
tan criticable y criticada que es la base de este tipo de respuestas preventivo especiales.
9
Por ello, inherente a la lógica de la prisión desde su mismo nacimiento ha sido la
configuración de una serie de ensambles de discursos y prácticas “normalizadores”,
“disciplinaros” o “correccionales” que buscan moldear la vida secuestrada. Dichos
ensambles no surgieron simultáneamente. En la historia de la prisión es posible
observar sus diferentes momentos de emergencia. Tampoco tuvieron siempre el mismo
peso. Y a su vez se fueron transformando en el tiempo, de la mano de las nuevas
maneras de pensar el delito y la pena que se fueron desenvolviendo a lo largo de la
modernidad y que impactaron más o menos significativamente en la prisión, a su vez
complejamente vinculadas a toda una serie de variables políticas, económicas y
sociales. Una observación semejante también es válida para un análisis de la prisión, ya
que en ciertos contextos espaciales estos ensambles de discursos y prácticas no se
desarrollaron o no lo hicieron de la misma manera que en otros.
La separación del cuerpo social mediante el encierro y el aislamiento fue
visualizada desde el nacimiento de la prisión como un principio de corrección del
criminal. El secuestro del preso se supone que corta las influencias sociales que ya son
consideradas frecuentemente como las causas del delito en el campo de los saberes de
las primeras décadas del siglo XIX. A su vez, esta separación se vincula con el
aislamiento del preso, más o menos marcado, al interior de la prisión que se presume
permite su individualización, impide la formación de una multitud confusa de la que
puedan nacer desórdenes y conflictos y al mismo tiempo, asegura una condición para la
reflexión y el arrepentimiento –allí se cifra su intersección frecuente con la religión- y
posibilita que el personal especializado –en sus diferentes variantes a lo largo del
tiempo- incida en su corrección –de allí su vinculación con la reglamentación, vigilancia
y la sanción, pero también con la observación, la clasificación y le tratamiento. La
relevancia de esta dimensión se observa en la fuerza que tuvo durante todo el siglo XIX
en diferentes contextos culturales el debate en torno a las diferentes formas de
aislamiento propuestas por los dos grandes modelos penitenciarios norteamericanos de
Auburn y de Philadelphia.7
Desde la era del “gran encierro” –hospitales generales, casas de trabajo, casas de
pobres, etc.- el trabajo ha estado asociado a la “corrección” mediante el secuestro de
aquellos que es preciso corregir. La prisión moderna actualiza este legado. El trabajo de
los presos –además de las utilidades económicas que puede traer aparejado- se supone
7
Sozzo Máximo: Populismo punitivo, proyecto normalizador y “prisión-depósito” en Argentina (inédito)
pág 2 a 4
10
en sí mismo un método para su corrección, pues se presume que instaura hábitos
regulares, evita el ocio y la posibilidad que nace de este de la aglomeración que genera
desórdenes y conflictos, entrena en el acatamiento de órdenes y en el respeto de una
jerarquía y prepara desde el punto de vista de las habilidades y capacidades, pero
también -y aún mas esencialmente- desde el punto de vista de los deseos y aspiraciones
para un futuro trabajo asalariado en el cuerpo social, luego de la liberación.
Otro punto interesante es la religión, ya desde el mismo nacimiento de la prisión
moderna -y también como una herencia de la era del “gran encierro”- la práctica de la
religión por parte de los presos ha estado constantemente asociada a la finalidad
declarada de la corrección, tanto en los contextos protestantes como en los contextos
católicos. Esto a su vez ha estado conectado al rol de los religiosos como parte del
personal especializado en la corrección del criminal que tuvo, sin dudas, su “edad de
oro” en el primer siglo de historia de la prisión moderna, llegando en muchos contextos
y situaciones a transformarse en los encargados de la administración o el gobierno de
este tipo de institución, pero que subsistió transformándose posteriormente. La
reconciliación del pecador con la divinidad es visualizada como un camino para la
reconciliación del preso con la sociedad. La finalidad declarada de la corrección del
criminal mantiene vigente así durante toda la modernidad sus raíces religiosas
vinculadas a la enmienda y penitencia del pecador de la tradición cristiana.
También la educación se integró a la finalidad declarada de la corrección del
criminal en la prisión, inicialmente en su faceta de instrucción básica –aprender a leer,
escribir y calcular- previa a la generalización de la institucionalización escolar en la
vida social, pero luego a través de la progresiva instalación de instancias escolares
especiales de diverso tipo al interior de la prisión. La educación se supone que transmite
“sentido moral”, “valores” al preso –de allí su intersección inicial con la religión. Pero
también se presume que el preso instruido o educado tiene más posibilidades de, una
vez liberado, reintegrarse a la vida social “honesta” a través de la obtención de un
trabajo asalariado.
10
Silvestroni Mariano, Teoría constitucional del delito, Ed. Del Puerto, Buenos Aires, 2007, pág. 38
11
Ferrajoli Luigi, Derecho y razón, Ed. Trotta, Madrid 1997, pág. 272
13
Para Righi, el desplazamiento del hecho cometido como presupuesto básico de la
pena y su reemplazo por la asociabilidad del autor, conduce a delicadas consecuencias:
a) legitimar la intervención punitiva estatal cuando existe un pronostico desfavorable,
aunque el sujeto no haya cometido delito alguno, b) A prever reacciones predelictuales,
que no son admisibles pues concretan privaciones de derechos a sujetos que no han
hecho nada censurable, so pretexto de que es necesario prevenir hipotéticas conductas
futuras, c) A adoptar la fórmula del “estado peligroso”, que además de imprecisa, no
puede considerarse presupuesto legitimo para fundamentar la intervención del estado12
Finalmente, otros críticos van a decir que no se puede agotar el sentido de la pena
en la readaptación social y el propósito de evitar la reincidencia y van a poner como
ejemplo los llamados delitos de “cuello blanco” que por lo general no pueden
explicarse como desadaptados que necesiten tratamiento, por lo que al menos en estos
casos, la pena necesita otro fundamento y lo mismo sucede con los graves delitos
consumados en situaciones irrepetibles, cometidos por sujetos que se han adaptado al
contexto social, los que no deben quedar impunes pese a que no exista riesgo de
reincidencia.
En materia de ejecución penal que es donde la prevención especial logro mayor
aceptación, la confirmación de sus consecuencias positivas exige evidencias que sean
fruto de investigaciones empíricas, cuyo resultado nunca pudo comprobarse ni siquiera
en los países que desarrollaron razonablemente programas penitenciarios, pero además,
es evidente la dificultad para compatibilizar una curación que requiere la conformidad
del asistido con la coerción que es la esencia de la pena.
También resulta contradictorio pretender entrenar a un sujeto para la vida en
libertad, precisamente cuando carece de ella, podríamos usar la vieja metáfora utilizada
por Elías Neuman, es tan difícil reeducar a alguien en una cárcel como intentar
enseñarle a jugar al futbol adentro de un ascensor.
Paralelamente al estímulo readaptador, el condenado recibe la influencia
desadaptadora de la comunidad de reclusos que normalmente es más intensa que el
programa oficial, por ello y casi desde el comienzo como ya vimos, la mayoría de la
literatura penitenciaria considera a la prisión como un decisivo factor criminógeno.
12
Righi Esteban: Derecho Penal Parte General, Ed. Lexis Nexis, Buenos Aires 2008, pág. 34
14
Esta teoría afirma que la pena tiene como fin neutralizar al autor de un delito, lo
que se puede conseguir mediante su eliminación definitiva, con la pena de muerte (por
fortuna no permitida en nuestro país); o con su exclusión social encarcelándolo por el
mayor tiempo posible. Su lógica es sencilla, si sacamos al autor del delito de
circulación, durante ese período no podrá cometer nuevos delitos.
En este sentido podemos recordar lo que decía Garófalo ya en 1912, “la reacción
social (la pena) consiste en la exclusión del miembro cuya adaptación a las condiciones
del medio ambiente se manifiesta incompleta o imposible, esta separación debería
consistir en la exclusión absoluta del criminal de toda clase de relaciones sociales” y
concluía afirmando que “el único medio absoluto y completo de eliminación es la
muerte”
13
Ferrajoli Luigi, Derecho y razón, Ed. Trotta, Madrid 1997, pág. 267
15
normalizador/disciplinario/correccional sino que sería posible construir otro tipo ideal
de prisión atravesada por un “proyecto securitario”.
Siguiendo a Sozzo en el artículo citado podemos decir que esta es una prisión
que abandona completamente como finalidad declarada la “corrección del criminal”,
abrazando otros objetivos como legitimación de su propia existencia. Por un lado, la
retribución del daño generado por el delito a través de la producción intencionada de
dolor en el preso. Por el otro, y en forma mucho más central, la incapacitación o
neutralización del preso, durante un lapso de tiempo más o menos prolongado –en el
límite, perpetuamente-, de forma tal que no pueda volver a producir delitos,
“protegiendo al público”, generando “seguridad”. Objetivos relativamente fáciles de
realizar, en todo caso menos ambiciosos que aquél de la Prevención Especial positiva.
Y que hacen innecesarios a la mayor parte de los ensambles discursivos y prácticos
ligados al proyecto normalizador/disciplinario/correccional que atravesaron la prisión
moderna. Una prisión sin trabajo, sin educación, sin religión, sin familia, sin
observación, clasificación y tratamiento, sin flexibilización del encierro. Ni una
“prisión-fábrica”, ni una “prisión-escuela”, ni una “prisión-monasterio”, ni una “prisión-
familia”, ni una “prisión-asilo” o “prisión-hospital”. Una prisión sólo encierro y
aislamiento, reglamentación, vigilancia y sanción. Una prisión “segura”. Una “prisión-
jaula” o “prisión-depósito”. En el presente, la materialización paroxística de este tipo
ideal son las prisiones de “súper-máxima seguridad” en los Estados Unidos14
Prevención General:
14
Sozzo Máximo, ¿Metamorfosis de la prisión? Populismo punitivo, proyecto normalizador y “prisión-
depósito” en Argentina (inédito) pág. 23
16
Como veremos estas teorías tienen como destinatario de la pena al conjunto
social y pueden presentarse también de dos formas distintas: una, la llamada Prevención
General Negativa que podemos denominar como “disuasiva” que se dirige a crear
contra motivaciones en los potenciales transgresores; y otra, la Prevención General
Positiva que se podría calificar de “expresiva” que estaría orientada a declarar y
reafirmar los valores y reglas sociales, contribuyendo así a la integración del grupo
social en torno a dichos valores. Estas teorías como las demás teorías preventivas,
pretenden legitimarse desde la “utilidad”, cumpliendo consecuencias beneficiosas para
la sociedad.
En segundo lugar cuando esa amenaza no sirve como motivación, la aplicación concreta
de una pena servirá como ejemplo para compeler y motivar a la sociedad a que se
abstenga de cometer ilícitos.
17
aflictivo. Posteriormente, a partir de Feuerbach y su teoría de la coacción psicológica,
aquella función intimidatoria se trasladó al momento de la conminación legal.
Actualmente podemos decir que estas dos ideas conviven, se trata de inhibir
posibles impulsos delictivos de autores potencialmente indeterminados, es decir la pena
actuaría como coacción psicológica en abstracto al momento de la conminación legal y
la ejecución penal vendría a confirmar la seriedad de la amenaza legal.
Por otra parte esta teoría no toma en cuenta un aspecto importante de la psicología
de la persona que comete algún delito: su confianza en que no será descubierto. Por ello
casi no se discute que sólo una parte de las personas con tendencia a la criminalidad
cometen el hecho con tanto cálculo que les puede afectar una “intimidación” y que en
estas personas tampoco funciona intimidatoriamente la magnitud de la pena con que se
18
amenaza, sino la dimensión del riesgo de ser atrapados. Político socialmente hay que
sacar de ahí la conclusión de que no una agravación de las amenazas penales, como se
exige una y otra vez en el carácter público, sino más bien una intensificación de la
persecución penal (por ej. refuerzo y mayor entrenamiento de la policía) puede tener
éxito en cuanto a la prevención general.15
Por su parte Ferrajoli va a decir que esta teoría es la única que tiene el mérito de no
confundir programáticamente el derecho con la moral o la naturaleza, o por lo menos de
ser en sus propósitos ideológicamente neutral. Ello depende del hecho de que no fijan su
vista en los delincuentes, ni como individuos ni como categorías tipológicas, sino en la
generalidad de los asociados, no atribuyendo sin embargo valor de un modo apriorístico
–como lo hacen las doctrinas de la prevención positiva- a la obediencia política de estos
a las leyes.16
Sin embargo, va a decir que hay que tener mucho cuidado con ella,
fundamentalmente la que habla de la imposición de la pena como ejemplo ya que “más
que cualquier otra doctrina utilitarista esta idea de la función ejemplar de la pena queda
expuesta de hecho a la objeción kantiana según la cual ninguna persona puede ser
utilizada como medio para fines que le son ajenos, por sociales y loables que sean y es
por consiguiente, si se comparte este principio moral, una justificación del derecho
penal expresamente inmoral. Además una concepción semejante del fin de la pena
legitima intervenciones punitivas guiadas por la máxima severidad y sobre todo
desprovistas de cualquier certeza y garantía: no solo el castigo “ejemplar” sino incluso
el “castigo del inocente”, desvinculado de la culpabilidad y de la averiguación misma
del delito” además una “práctica penal informada por la función disuasoria de la
imposición más que de la amenaza de la pena puede desembocar en castigos
discrecionales y desiguales dependiendo de la alarma social o de las conveniencias
políticas, en relación con las cuales el condenado está destinado a servir como chivo
expiatorio”.17
Como vemos, la prevención general positiva no afirma entonces que se castiga para
retribuir un mal con otro equivalente ni para disuadir a los potenciales delincuentes. Se
castiga porque a través de la pena se lleva adelante una función primaria que es la de
ejercitar el reconocimiento de las normas y la fidelidad en relación al derecho por parte
de la mayoría de los observadores.
21
ordenamiento jurídico por parte de terceros y sólo eventualmente también por parte del
autor de la violación18
Aunque sea un poco reiterativo, podríamos decir entonces, que de esta forma
asistimos en el plano de la teoría de la pena, a la sustitución simultanea del principio de
prevención especial positiva y del principio de prevención general negativa. La pena
que no reeduca, la pena que no intimida ni sirve de ejemplo para atemorizar a otros, su
finalidad es la de producir reconocimiento y fidelidad con respecto a la norma, la pena
es por lo tanto prevención-integración.
En este sentido, Durkheim pensaba que el delito cumplía la función social positiva
de provocar un rechazo y con eso reforzar la cohesión de la sociedad. Pero cuidado que
para este autor no era positivo que se produzcan delitos sino que lo que era positivo era
la reacción social que esos delitos provocan. De esta forma despatologizaba el delito, lo
consideraba normal en la sociedad. Pero a diferencia de Durkheim que nunca ha
pretendido ofrecer una fundamentación de la pena sino sólo una explicación de la
misma, la doctrina de Jakobs y los funcionalistas por el contrario es una ideología de
legitimación apriorística tanto del derecho penal como de de la pena.
Es así que ni la voluntad de los ciudadanos ni lo que es más conveniente a sus intereses
son circunstancias relevantes frente a la necesidad funcional del Estado. En la teoría de
Jakobs no es lógicamente admisible que la solución de un problema jurídico haga
prevalecer al individuo ante la vigencia de la norma y ello es incompatible con un
18
Jakobs Gunther, Derecho Penal. Parte general. Ed. Marcial Pons, Madrid 1995, pág. 13-15
22
verdadero estado liberal, porque su característica esencial es la prelación moral del
individuo frente al sistema social lo que es expresamente rechazado por Jakobs.
En este sentido me parece muy interesante la crítica que hace Silvestroni, “el
intento de mantener la configuración social mediante el derecho es claramente
conservador y contrario a la dinámica natural de las sociedades. El mundo progresa a
partir de la disidencia y el error, e incluso a partir de la confrontación. La ley penal no
debe uniformar la configuración social porque ello atenta contra la propia dinámica del
progreso histórico. Para bien o para mal las sociedades cambian, incluso en sus valores
esenciales: si lo es para bien, bienvenido sea el cambio; si lo es para mal, es una
consecuencia de la libertad. Después de todo la libertad no garantiza el éxito, porque
para ello sería necesario que el individuo este condicionado a ser exitoso, lo que
requiere un determinismo contrario a la propia libertad. La libertad garantiza, tan sólo,
que los individuos pueden decidir sobre su destino y, en ese camino, triunfar o fracasar.
El riesgo al fracaso es preferible al riesgo de la uniformidad estatal en nombre del
éxito”19
Lo que parece más crítico de esta teoría es el uso que se hace de ella para
relegitimar el sistema penal vigente, evadiendo el problema de los contenidos –qué se
protege y cómo se protege penalmente- y, más aún todavía, el problema de sus posibles
alternativas (qué y cómo se podría tutelar de otro modo). La teoría de la prevención
general positiva, al oscurecer el nudo político de la cuestión criminal, de alguna manera
dice la verdad cuando denuncia que el actual sistema penal resulta ya inadecuado para
perseguir algunas funciones utilitarias, pero al mismo tiempo es ideológica cuando
termina por acreditar esta realidad como la única normalidad posible.
19
Silvestroni Mariano, Teoría constitucional del delito, Ed. Del Puerto, Buenos Aires, 2007, pág. 46
23
La justificación del derecho de punir retorna, de esta forma, a su origen
primitivo, a aquella fase que precedió a la ruptura impuesta por la modernidad, es decir
a una penalidad liberada en sus contenidos y en sus formas de todo vínculo racional.
Una especie de regreso a lo que Pavarini llama una “penología fundamentalista”.20
Teorías de la unión:
Los cuestionamientos que se les han hecho a las Teorías Absolutas y a las
diversas Teorías Relativas, han llevado de alguna manera, a la formulación de teorías
de corte ecléctico que buscan corregir los excesos a los que se llegaría con la asunción
de la perspectiva de solo una de ellas. Es así que se han desarrollado teorías de la pena
que combinan la perspectiva retributiva con los fines de la prevención: Dentro de las
teorías de corte ecléctico se destaca especialmente la teoría de la unión o unificadora,
según la cual la pena cumpliría una función retributiva, preventivo general y
resocializadora, la idea central de esta formulación es que todas las teorías de la pena
contienen puntos de vista aprovechables, por lo que conviene utilizarlos en una fórmula
conjunta.
Así para Roxin la pena tendría una triple función: cuando la ley amenaza con
penas cumple una función de prevención general, informada con los principios de
exclusiva protección de bienes jurídicos y subsidiariedad, cuando aplica penas tiene una
función retributiva (nunca mas allá de la culpabilidad) y cuando ejecuta penas se trata
de una cuestión de prevención especial o sea adquiere preponderancia la resocialización.
Si bien podría creerse que una teoría de la unión debería alcanzar fácil consenso,
lo cierto es que se la ha sometido también a críticas severas. El reproche más duro que
se le hace es crear niveles excesivos de discrecionalidad, en la medida que tanto el
legislador como el juez podrían recurrir a cualquier teoría de la pena en función de la
decisión que quisieran tomar. Por ejemplo si se desea establecer una pena severa se
podría recurrir a la prevención general negativa, mientras que para sustentar la falta de
necesidad de imponer una pena privativa de libertad a un delincuente podría tenerse en
consideración el fin de resocialización del reo. De esta manera, cualquier pena podría
20
Pavarini Massimo, Un arte abyecto. Ensayo sobre el gobierno de la penalidad. Ed: Ad-Hoc, buenos
Aires 2006, pág. 132
24
ser utilizada en el sistema penal, recurriendo para su legitimación a la teoría que mejor
se ajuste a la pena deseada.
Por otra parte estos criterios unificadores no dicen nada (ni podrían hacerlo dada
la contradicción intrínseca existente entre ellos) sobre la legitimación axiológica de la
pena. Estas no explican porque se justifica moralmente el castigo y ni siquiera exponen
un criterio utilitarista sobre su necesidad. Es así que las teorías de la unión tienden a
confundir el análisis axiológico de legitimación del castigo con las funciones
secundarias que este pueda tener. Es claro que la justificación retributiva no es
compatible con las preventivas (en especial con la prevención especial positiva) y
dentro de estas existen contradicciones insalvables entre la prevención especial negativa
y positiva. No es posible la unión de criterios contradictorios en un plano de igualdad y
por ello no puede encontrarse en ese ensamble una pauta de justificación.21
Abolicionismo:
Podemos decir, con carácter general, que la base filosófica del abolicionismo se
halla en lo que podríamos denominar una “disposición fenomenológica para la
comprensión de las cosas”, así la comprensión que hace el abolicionismo de la realidad
que tiene que ver con el delito proviene de la experiencia de los implicados
directamente, experiencia que pasan a denominar “situación problemática” y en
consecuencia, se oponen a la extracción del conflicto por parte del Estado para el logro
de una solución. Partiendo de una sensibilización por acercamiento y compromiso con
los fenómenos, el abolicionismo afirma que una “situación problemática” sólo puede ser
calificada y resuelta de acuerdo con la visión de la misma en la conciencia de los sujetos
involucrados.
22
Zaffaroni, Eugenio, Alagia, Alejandro, Slokar Alejandro, Manual de Derecho Penal. Parte General, Ed.
Ediar, Buenos Aires 2005, Pág. 8
26
Dentro de los muchos e importantes autores abolicionistas vamos a repasar sólo
a tres de los más destacados Tomas Mathiesen, Nils Christie y Louk Hulsman.
23
Es muy interesante el ejemplo que pone en su libro, Christie Nils, Una Sensata cantidad de delito, Ed.
Del Puerto, Buenos Aires 2004, pág. 10-11. “El Hombre del Parque. El ámbito donde se desarrolla el
relato es un pequeño parque rodeado de edificios de departamentos…en algunos balcones que dan al
parque la gente disfruta de desayunos tardíos, o está leyendo o descansando.
27
Finalmente, para Louk Hulsman, que era holandés y quizás el más conocido en
nuestro ámbito ya que muchas veces visito nuestro país, el reclamo abolicionista debe
ser la abolición del sistema penal en su totalidad, lo que va a plantear no ya como una
utopía, sino como una necesidad lógica, una gestión realista y una demanda de justicia.
Igualmente hay que aclarar que su propuesta no implica un rechazo de toda medida
coercitiva, como tampoco de la noción de responsabilidad personal.
Dentro de las críticas más importantes que va a hacer al sistema penal dirá que
este impone imágenes maniqueas que se instalan casi por inercia en el dominio de la
justicia penal a través de la idea simplista de que hay buenos de un lado y malos del otro
(a este equivoco también ayudan los medios de comunicación), además el sistema
funciona de manera mecánica y burocrática y por ello es injusto ya que una vez que se
pone en marcha, en ningún momento se pregunta como lo perciben las personas que
tienen que ver con él y como toda gran burocracia, el sistema no apunta hacia objetivos
externos, sino hacia su interior, tratando de atenuar las dificultades y asegurar su
Un hombre llega al parque. Arrastra bolsas de plástico y se sienta entre ellas. Las bolsas contienen
botellas de cerveza. El hombre abre una, dos, varias, habla un rato sólo, luego con algunos niños que
juegan a su alrededor. Habla y canta para disfrute de su audiencia. Después de un tiempo, el hombre se
levanta, camina hacia algunos arbustos y se desabrocha la bragueta del pantalón. Varios niños lo siguen.
Aquí necesitamos dos edificios de departamentos para desarrollar este punto. Los edificios que dan al
parque son exactamente iguales, construidos en base al mismo plan. Pero sus historias no son las mismas.
Uno de los edificios fue construido de manera moderna, por una empresa constructora profesional. Todo
estaba listo cuando sus ocupantes se mudaron, totalmente terminado, con llave en mano. Llamemos a este
edificio la casa de la perfección. El otro edificio tiene una historia más turbulenta. El constructor había
quebrado, no quedaba más dinero. Sin ascensor, cocina, pisos, etc. En conjunto una situación
desesperante.
Los futuros propietarios se vieron forzados a remediar los peores defectos, se realizaron acciones
conjuntas para reparar puertas, techos, piso, etc. Se creó un comité de crisis para demandar al constructor.
Fue un trabajo pesado y requirió de sociabilidad. Llamemos a este edificio la casa de la turbulencia.
Volvamos ahora al hombre del parque. El hombre, medio oculto entre los arbustos, rodeado de niños,
desabrochando los botones de su pantalón, en una situación abierta a situaciones sumamente divergentes.
En la casa de la turbulencia la situación es clara. El hombre en los arbustos es Pedro, el hijo de Ana.
Tuvo un accidente cuando niño, su comportamiento es algo extraño, pero es tan amable como los días de
verano son largos en el norte. Cuando bebe demasiado, simplemente, hay que llamar a su familia y
alguien viene para llevarlo a su casa. En la casa de la perfección la situación es diferente. Nadie lo
conoce. Un hombre extraño rodeado de niños expone su pene. Los decentes espectadores en los balcones
corren al teléfono para llamar a la policía. Un caso de exhibiciones obscenas fue denunciado, un serio
hecho de abuso sexual probablemente prevenido.
¿Qué más podían hacer los buenos vecinos de la casa de la perfección, disminuidos como estaban por la
modernidad? Su constructor no había quebrado. Ellos no se habían visto obligados a cooperar entre
vecinos. No se vieron en la necesidad de prestarse herramientas, de cuidar los niños de los vecinos, a
encontrarse en interminables sesiones para ver como no perder todavía más con la quiebra. No se vieron
obligados a conocerse, a crear un sistema de información compartida. De esta forma Pedro y Ana no eran
conocidos en este edificio como si lo eran en el otro. Sus habitantes como ciudadanos precavidos, tenían
una sola alternativa, llamar a la policía. Pedro se volvió un delincuente potencial debido a la ausencia de
bancarrota en la casa de la perfección mientras en la casa de la turbulencia hubiera sido devuelto a la casa
de su madre. O dicho de modo más general: en casos como este, una cantidad limitada de conocimiento
dentro de un sistema social nos lleva a la posibilidad de darle a un acto el significado de delito. Esto tiene
consecuencias para la percepción sobre qué es delito y quiénes delincuentes”
28
supervivencia. Por eso el sistema penal brinda una construcción no realista del evento
criminalizado y, como consecuencia de ello, también una respuesta no realista que
impide un abordaje adecuado. También va a decir que los distintos agentes del sistema
actúan de manera fraccionada y dividida como compartimentos estancos, lo cual
redunda en la irracionalidad, mecanización y frialdad del sistema, que resulta
degradante para la persona afectada. Para él el sistema penal está basado en un sistema
conceptual no operacional, en concreto, el concepto de “crimen” no indica sino una
decisión humana modificable, sin que haya nada en la naturaleza intrínseca del hecho
que permita reconocerlo como tal. Finalmente va a señalar que el sistema fabrica
culpables, los estigmatiza y los excluye definitivamente de la vida de la sociedad. Lo
primero se debe a que todo su funcionamiento está basado en la afirmación de la
culpabilidad de uno de los protagonistas, cualquiera sea la manera como los interesados
comprendan y vivan su situación, lo segundo tiene su consecuencia más grave en la
interiorización por la persona de la etiqueta legal y social que se le ha puesto.
La estrategia abolicionista de Hulsman pasa por dos momentos: en primer lugar
por un cambio del lenguaje sobre el fenómeno criminal y su reacción social (por
ejemplo, el cambiar “delito” por “situación problemática”, etc.), cambiar la manera en
que el derecho penal define a los hechos y en segundo lugar cambiar la lógica del
sistema, depositando mayor confianza en los procesos de regulación social no
formalizados ni centralizados.
Criticas:
Por más que muchas o algunas de las descripciones abolicionistas son correctas
e incuestionables, la gran crítica que se le hace es que revelan su fragilidad al carecer de
una hipótesis teórico política concreta, unívoca y satisfactoria, acerca de cómo eliminar
el sistema penal. Al carecer de un modelo factible de sociedad y de Estado sin sistema
penal, no están en condiciones de expresarse más que superficial y contradictoriamente
sobre como deberían darse las cosas.
Y así como creemos, en general en coincidencia con algunas posturas
abolicionistas, que por agregar penas o tipos penales al código penal eso no modifica en
nada la mayor o menor cantidad de delitos que se producen, también creemos que con la
abolición de la forma jurídica de la pena no desaparece la pena en sí misma, sino sólo su
29
expresión estatal. Por ello es necesario que se plantee una alternativa a la pena más allá
de las genéricas propuestas de reemplazar la pena por mecanismos de composición entre
las partes o por sanciones civiles.
No parece difícil imaginar cómo sería un mecanismo de composición o de
regulación civil para conflictos menores o que involucren a la propiedad, el honor, etc.
Lo que es mucho más difícil es pensar cómo serían estas soluciones para
conflictos más graves como el genocidio, el crimen organizado, el homicidio o las
violaciones.
Podemos decir que la falta de propuestas alternativas, no altera la validez de las
críticas, la demostración de la disfuncionalidad de una institución no se ve invalidada
por la carencia de una institución alternativa que proponer.
Creemos, como advierte muy bien Silvestroni que ello no es tan así en la materia
que nos ocupa ya que la aplicación de las penas no depende del voluntarismo político,
ya que su ausencia no elimina las venganzas privadas, que son penas aunque no
estatales, y coloca al Estado ante el dilema sobre qué hacer con éstas. Y siguiendo con
este autor nos parece esclarecedor el ejemplo que utiliza, “si esta por desbordarse un
dique y tenemos que decidir por donde haremos que se canalice el agua, es válido
criticar las distintas propuestas, pero no podemos omitir una alternativa porque el dique
se desbordará de todos modos y la ley de gravedad hará que el agua descienda por algún
lugar. La ausencia de propuestas invalida la crítica sobre las ideas de los demás sobre
como canalizar el agua, ya que estas pueden ser inconvenientes o políticamente
incorrectas en relación a otra opción pero nunca en abstracto, porque existe un hecho
concreto que es inevitable: por algún cauce descenderá el agua. Lo mismo ocurre con la
pena: alguien castigara (o al menos es posible que alguien lo haga) y lo que hay que
resolver es quién y cómo lo hará, o lo hace el Estado en forma organizada o se deja la
libertad para que los ciudadanos lo hagan por su propia mano”24
Otra reproche interesante es que en la interpretación critica que hacen los
abolicionistas del proceso de burocratización de los sistemas penales modernos que
expropia el conflicto a las partes, es importante no perder de vista que en la formación
del Estado moderno, este proceso fue fatigosa y dificultosamente buscado como
condición necesaria para la tutela de las libertades individuales ante los riesgos de la
opresión por parte de los actores sociales más fuertes, es decir como necesario remedio
24
Silvestroni Mariano, Teoría constitucional del delito, Ed. Del Puerto, Buenos Aires, 2007, pág. 56
30
a las represalias y venganzas incontroladas de sujetos económica, política y socialmente
más aventajados.
En este mismo sentido para Pavarini, la crítica al proceso de formalización del
derecho penal moderno termina por deslegitimar el rol jugado en la tutela de las
libertades individuales, por los principios liberales clásicos de la imparcialidad del juez,
de la reserva de la ley, de la taxatividad de los delitos y de las penas y aunque estos
principios han corrido riesgo de traducirse en palabras vacías, privadas de contenido
real; basta mirar críticamente nuestras prácticas judiciales. Pero, sin embargo, hay que
resaltar como dijimos más arriba, que estos principios fueron elaborados y
progresivamente impuestos como límites al poder punitivo del Estado y no ciertamente
como legitimación suya.
Por ello, si queremos simplificar el problema podemos decir que la confusión del
abolicionismo surge de no distinguir cuando el discurso crítico se refiere al ser y cuando
se refiere al deber ser del sistema penal.
Así cuando se afirma que el proceso de burocratización y formalización del
derecho penal moderno debe entenderse como valor positivo, como preciosa herencia
que proviene directamente de la reflexión jurídico-penal, se afirma algo que sobre el
plano del deber ser no teme ser desmentido.
Por el contrario, cuando los abolicionistas afirman que estos presuntos valores
no se realizan nunca en las prácticas judiciales penales y que el proceso de
formalización y burocratización no ha servido más que para despojar a la sociedad civil
de su originaria función sin garantizar a cambio los derechos individuales, ellos afirman
algo cierto, pero sobre el plano del ser.
La cuestión se complica cuando el nivel de la observación sociológica del real
funcionamiento de la justicia penal, se pretende deslegitimar el plano del deber ser. La
cuestión que permanece entonces siempre abierta es si, no obstante que el sistema penal
es malo, conviene operar políticamente para hacerlo mejor adecuándolo a aquellos
principios abstractamente reconocidos y acogidos por el sistema mismo, más que
eliminar todo el sistema de justicia penal, con el riesgo de quedarse sin nada incluso sin
lo bueno.
Finalmente no quería dejar de mencionar a Ferrajoli que a pesar de ser un
acérrimo crítico del abolicionismo, sin embargo va rescatar dos virtudes, por un lado
que este ha tenido el mérito de favorecer la autonomía de la criminología critica de
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suscitar sus investigaciones acerca de los orígenes culturales y sociales de la desviación
y de la relatividad histórica y política de los intereses penalmente protegidos, y de
contrarrestar por todo ello, quizás en mayor medida que cualquier otra orientación
teórica, el latente legitimismo moral de las doctrinas penales dominantes. El segundo
mérito que le va a reconocer es que deslegitimando el derecho penal desde un punto de
vista radicalmente externo y denunciando su arbitrariedad, así como los costes y
sufrimientos que este conlleva, los abolicionistas arrojan sobre los justificacionistas la
carga de la justificación. Por lo tanto una justificación adecuada de ese producto
humano y artificial que es el derecho penal debe ofrecer réplicas convincentes al desafío
abolicionista mostrando no sólo que la suma total de los costes que requiere es inferior a
la de las ventajas que proporciona sino que también lo mismo puede decirse de cada una
de las penas, de sus concretas prohibiciones y de sus técnicas efectivas de indagación.25
25
Ferrajoli Luigi, Derecho y razón, Ed. Trotta, Madrid 1997, pág. 252
32
discurso jurídico racional que se construye frente a un hecho de poder que está
claramente deslegitimado como la guerra. Esta rama del derecho no pretende re-
legitimar la guerra sino que admite su existencia como un hecho de poder que no
desaparece con el mero discurso de los juristas. Se puede ser enemigo de la guerra pero
no se puede ignorar que hay guerras, que ellas se enmarcan en una red de poder
mundial. Ante esta realidad, el Derecho Humanitario implica una reacción jurídica
racional frente a un hecho de poder irracional. Reconoce la naturaleza de hecho de
poder del fenómeno que enfrenta, reconoce la limitación del poder de que dispone, trata
de extender sus límites, de ampliarlo, para reducir cada vez más la violencia del hecho
que de momento no puede eliminar o suprimir. O sea procura hacer un uso racional de
su limitado poder para reducir la violencia irracional de un mero hecho de poder
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La teoría de la pena con todos sus abstracciones ha sido uno de los mecanismos
que ha ocultado el carácter violento de las acciones del Estado, y de ese modo ha
facilitado justificaciones simplistas y no siempre inocentes.
Una tarea de justificación del poder penal del Estado debe comenzar con una
descripción clara y precisa de las acciones que debe justificar.. Se trata de justificar tal o
cual “cárcel” con sus condiciones concretas y reales, y no según lo que debería ser sino
según lo que es.
A partir de una exhaustiva descripción de la “realidad” del poder penal debemos
comenzar a construir su legitimación, sin ficciones ni falsas generalizaciones.
Binder va a continuar diciendo que construir esa legitimación no es, tarea propia
del derecho penal y sus métodos, sino del análisis político criminal que se debe
constituir como la disciplina que organiza, racionaliza, tecnifica y justifica el ejercicio
del poder penal del Estado. Al derecho penal le corresponde detectar todos los casos de
falta de legitimación de ese poder penal por que, si su tarea es poner límites al poder
punitivo, con mayor razón deberá exponer los casos donde ni siquiera es legítimo su
ejercicio.
Por tal razón, el derecho penal desarrolla como un principio fundante aquel que
señala que el uso de la violencia debe ser el último recurso del Estado. Este principio
surge de las características propias del Estado de derecho, que constituye un programa
no violento de organización de la sociedad.27
28
Pavarini Massimo, Un arte abyecto. Ensayo sobre el gobierno de la penalidad. Ed: Ad-Hoc, buenos
Aires 2006, pág. 132
37
Bibliografía:
Christie Nils, Una Sensata cantidad de delito, Ed. Del Puerto, Buenos Aires 2004
Garland, David, Castigo y sociedad moderna, Ed. Siglo XXI, Buenos Aires 1999
Garland, David, La Cultura del control, Ed. Gedisa, Buenos Aires 2005
38
Jakobs Gunther, Derecho Penal. Parte general. Ed. Marcial Pons, Madrid 1995
Mari, Enrique Eduardo, La problemática del castigo, Ed.Hachette, Buenos Aires 1983
Messuti Ana, El tiempo como pena, Editorial Ediar, Buenos Aires, Argentina
Righi Esteban: Derecho Penal Parte General, Ed. Lexis Nexis, Buenos Aires 2008
Silvestroni Mariano, Teoría constitucional del delito, Ed. Del Puerto, Buenos Aires,
2007
Pavarini Massimo, Un arte abyecto. Ensayo sobre el gobierno de la penalidad. Ed: Ad-
Hoc, Buenos Aires 2006
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