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PRESENTACIÓN
Docente-investigador del Programa de Licenciatura en Historia.
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
∗
Luis Alfonso Herrera Robles
Esta antología es producto del esfuerzo de algunos docentes del Programa de Licenciatura en
Sociología —entre otros, Mtro. Juan Hérnan III, Mtro. Jorge Chávez Chávez, y Lic. Luis A.
Herrera— que imparten o impartieron esta asignarura. Los contenidos de aprendizaje están
organizados a partir de las corrientes antropológicas que han sido parte de la
profesionalización de la antropología moderna. En la primera unidad, se le dan al alumno los
antecedentes de la antropología moderna, usando en términos de Paul Mercier, la llamada
prehistoria de la antropología para entender los procesos que ha tenido la antropología para
convertirse en la ciencia actual del estudio de la cultura. También se revisa un texto de
Graciela González, en el cual, se describe la influencia de los primeros viajeros, misioneros
y funcionarios públicos de la Corona Española en la antropología social del presente.
Posteriormente, se revizan las perspectivas evolucionistas surgidas a mediados del siglo
XIX, bajo la influencia del evolucionismo biológico de Charles Darwin y teóricos de la
sociología como Comte, Spencer y Durkheim. La figura principal del evolucionismo unilineal es
representada por Morgan y su modelo evolutivo basado en la idea de progreso.
Docente del Programa de Licenciatura en Sociología y Coordinador de la Academia de Estudios Culturales (2003).
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Enero de 2004.
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
HISTORIA DE LA ANTROPOLOGÍA
Paul Mercier
Historia de la Antropología, Península, España, 1974.
Prehistoria
Si nos contestamos con formular del modo más sencillo las preguntas que se plantean los
antropólogos en el punto de partida de su gestión científica, dichas preguntas se enlazan
directamente con las que, siempre y en todas partes, se han planteado los hombres más rudos:
cuestiones referentes a la naturaleza y al origen de sus costumbres e instituciones, al significado y
diferencias que advierten entre su sociedad y las demás sociedades conocidas, etc. La
interrogación no aparece siempre expresada de un modo claro y correcto, y con frecuencia nos
contestamos con respuestas sumarias, de manera que ni unas ni otras tienen en sí misma valor
suficiente para quienes las formulan. Pero el hecho verdaderamente importante es que toda
sociedad, haya alcanzado o no la fase científica, se ha construido una antropología para su propio
uso: toda organización social, toda cultura, son interpretadas por los propios hombres que las
viven: además, las mismas nociones de organización social y de cultura pueden ser, en sí misma,
objeto de atención. Desde ese punto de vista, la prehistoria de la antropología es muy prolongada,
tanto como la historia de la humanidad. Esta antropología “espontánea”, no puede ser separada
del conjunto de interpretaciones que el hombre se da, con respecto a su condición: por tanto, se
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halla, en general, ligada a una cosmología. Una y otra se encuentran entre los temas de estudio de
la antropología científica, y algunas escuelas científicas de investigación conceden una especial
importancia a éste aspecto de la realidad socio-cultural. Efectivamente, en este nivel es donde se
observan algunas de las formas más significativas de la elaboración mítica —es decir, de la
justificación y de la racionalización de los datos— y especialmente de los mitos etiológicos.
Cuando, en los grandes centros de civilización de la antigüedad, se inicia la reflexión propiamente
dicha acerca de las sociedades humanas, ésta será la gran destructora de los mitos: no obstante,
durante largo tiempo estará impregnada de ello. Los datos de origen mítico —que más tarde serán
simplemente relatos maravillosos— servirán para rellenar las lagunas existentes en el
conocimiento de los pueblos lejanos. Y a la inversa, una vez debilitadas la intención y el interés
que habían hecho surgir o reunir las ideas y conocimientos exactos, y perdido el contacto viviente
con los mismos, éstos se convertirán, por deformación, en relatos maravillosos, o se cristalizarán
en mitos o teologías.
Conviene recordar este segundo plano de la antropología mítica. Pero la “prehistoria” de
la antropología científica comenzó verdaderamente cuando los esfuerzos conscientes e
individualizados fueron dirigidos hacia la recolección de datos acerca de las sociedades humanas,
y hacia una reflexión general a este respecto. No vamos a dedicar a ello más que un corto
capítulo, puesto que es, sobre todo, objeto de erudición. Salvo en algunos casos, no se de manera
directa en la historia de la antropología actual, caracterizada a la vez por lo extenso de su campo
de estudio, y por las exigencias y obligaciones que se imponen en la búsqueda de objetividad. Es
de temer que la glorificación, por parte de algunos antropólogos actuales, de precursores más o
menos alejados, no sea en ocasiones más que una especie de coquetería, o de refinamiento en la
modestia. Debido a diferentes causas, el período durante el cual se formó la antropología moderna
no proporcionó, en definitiva, más que aportaciones limitadas a dicha ciencia, salvo, sin duda, en
el nivel de los datos de observación directa, que son irremplazables, y que con frecuencia un
esfuerzo crítico permite reconstruir o restituir. La principal de estas causas reside en las
discontinuidades históricas, en el carácter independiente de tentativas que sólo nuestra manera de
exponerlas permiten disponer en un cuadro coherente: más adelante volveremos a tratar de ello.
Pero sobre todo, entre la reflexión preantropológica y la antropología propiamente dicha, existe
una diferencia de naturaleza. Verdaderamente, durante el periodo en que se desarrolló la primera,
se plantearon las cuestiones pertinentes, y se esbozaron los ensayos de explicación: pero éstos, o
bien fueron demasiado amplios para llegar a conclusiones o, por el contrario, demasiado cerrados
dentro de las especializaciones. Los esfuerzos dirigidos a proporcionar una interpretación de
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conjunto de los hechos humanos tienen un alcance limitado: les falta el apoyo, por lo menos a
título de hipótesis, de un principio general que permita reagruparlos y darles un sentido. La
historia de la antropología científica comienza cuando se descubrió y utilizó tal principio. A
mediados del siglo XIX, cuando un clima general de pensamiento e investigación preparó la
evolución darwiniana, la reflexión acerca del hombre contenía ya el germen de la antropología
moderna: reflexión que, en la actualidad, puede parecernos rebasada en muchos aspectos, pero
que señala el origen de la disciplina tal como la conocemos.
Por otra parte, esta antropología moderna se afirma, refiriéndose a otras sociedades, a
otras culturas, cuando se trataba de algo más que de alimentar una discusión acerca de la propia
sociedad, de la propia cultura, cuando los datos exteriores no son empleados únicamente como
contraste (la palabra no está en sentido peyorativo, puesto que se encuentra esta tendencia tanto
en J. J. Rousseau como Aristóteles). Por supuesto, es necesario matizar: el estudio por ellas
mismas de las “sociedades primitivas” o de las demás culturas, el estudio limpio de todo
etnocentrismo directo o indirecto, no se impone bruscamente. Las tendencias anteriores persisten
de diferentes maneras, y volveremos a encontrarla entre algunos evolucionistas cuando formulen,
a veces de un modo harto frívolo, su convicción de que la civilización occidental del siglo XIX
representa la cumbre del desarrollo de la humanidad. Cuando los antropólogos modernos digan
cómo han entendido su vocación, se descubrirán las secuelas bajo una u otra forma. Entre el
concepto del “buen salvaje” que J. J. Rousseau utilizaba como arma en la crítica de la sociedad de
su época, y los motivos porque B. Malinowski se hizo antropólogo, nos parece que existe algo en
común. “La antropología, al menos para mí —confesaba B. Malinowski—, fue una evasión
romántica de nuestra cultura demasiado estandarizada. En las islas del Pacífico, a pesar de verme
perseguido en todas las partes por los productos de la Standard Oil Company, los semanarios, las
teclas de algodón, las novelas policíacas baratas y el motor de combustión interna de las barcazas
que se veían por todas partes, era capaz de hacer revivir y de reconstruir, sin demasiado esfuerzo,
un tipo de vida humana modelada por los útiles de la edad de la piedra, llena de toscas creencias,
y rodeada de una amplia naturaleza, virgen y abierta”. Búsqueda de lo exótico e insatisfacción
ante la propia sociedad, son temas que encontramos también en declaraciones más recientes.
Claro está que las motivaciones individuales no pueden ser confundidas con el espíritu y
orientación de la disciplina: pero son interesantes, entre otras cosas, como vestigios de un período
anterior. El contraste que acabamos de mencionar, sigue siendo esencial para distinguir la
prehistoria y la historia de la antropología.
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espacios, que fueron delimitados, bien por la extensión de una red de establecimientos o colonias
(por ejemplo fenicios o griegos), bien por la reunión de varios pueblos diversos realizada por un
estado de tipo imperial, extendiendo sus fronteras, y buscando eventualmente el contacto con
otros Estado lejanos, de la misma naturaleza (como Roma, Bizancio, China, el Califato árabe),
bien, en fin, por la difusión de una región (como por ejemplo el Islam). Si la recolección de datos
etnográficos fue, en general, el subproducto de viajes y expediciones que tenían por motivo otros
fines, sin embargo en algunos casos intervino el deseo de organizarlos con la única intención de
aumentar los conocimientos, o de aprovecharse, de manera sistemática, de las ocasiones
favorables. Herodoto enriqueció su obra de compilación con las observaciones hechas durante sus
propios viajes, que la llevaron por todo el mundo conocido de los griegos. En la gran expedición
de Alejandro al Asia fueron con él un gran número de sabios encargados de recoger nuevos
conocimientos (y no solamente en el aspecto etnográfico). Un grupo de monjes budistas chinos
recorrió al Asia Central y la India para estudiar los textos antiguos de su fe.
Los documentos legados por este periodo son de varias clases. Existen primeramente los
relatos de viajes propiamente dichos, que no siempre son fácilmente interpretables, aunque por lo
menos es posible distinguir los que son ficticios. Muchos presentan gran número de detalladas
observaciones: así, por ejemplo, Jenofonte nos describe, en su relato de la retirada de los Diez
Mil, de la que él era guía, a una serie de pueblos del Asia Menor, desconocido hasta entonces; así
en el realizado por Menandro, protector de la embajada bizantina ante el gran Khan de los turcos;
así en el Ibn Batuta, precioso sobre todo por su descripción del imperio sudanés de Malí. La lista
de estos textos podría ser muy larga. Debemos citar a continuación las grandes compilaciones
geográficas que tratan de estos conocimientos de la época respectiva, se esfuerzan por establecer
comparaciones y plantean ya algunos problemas esenciales. Uno de los mejores ejemplos es el
proporcionado por Herodoto. Buen observador, y capaz de trabajar con un espíritu crítico
exigente con los materiales recogidos por otros. Problemas tan diversos como los del
determinismo geográfico, del papel de la difusión en el desarrollo cultural, de la diversidad de los
sistemas de descendencia, son abordados por este sabio, en quien algunos quieren ver al primero
de los antropólogos. También deben ser citados las compilaciones, en parte etnográficas,
destinadas al uso de los gobernantes. Por ejemplo, en el mundo bizantino, los datos recogidos por
los viajeros embajadores serían para la redacción de síntesis prácticas; un buen ejemplo de ello lo
constituye la de Constantino Porciogeneta. Finalmente, tiene así mismo resonancias
antropológicas un amplio sector de la reflexión filosófica, alimentada, directa o indirectamente,
por la documentación precedente. Aristóteles, al comparar una impresionante colección de
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recorrido en el siglo XV, abundando en este periodo los relatos de viajes, pero los mejores fueron
realizados a partir del siglo XVII por misioneros, como A. de Cavazzi en cuanto al África
central, tratantes de esclavos como V. Bosman y A Brüe, en cuanto al África occidental,
apareciendo también algunas compilaciones, como la célebre descripción de África de O. Dapper.
En lo que se refiere a Asia, disponemos en primer lugar de los relatos de comerciantes
portugueses; en el siglo XVII los viajes de J. B. Tabernier son expuestos en los Voyages en
Turquie, en perse et aux Indes, aportando informes muy preciosos. A partir de este momento, es
la documentación recogida por los jesuitas, en particular con respecto a China, la que presenta un
mayor interés. Los materiales referentes a Oceanía son escasos hasta mediados del siglo XVII; el
viaje de A. Tasman marca el punto de partida de un conocimiento relativamente preciso acerca de
esta parte del mundo. No hemos citado aquí más que algunas etapas, y aún de un modo breve, sin
hacer justicia a todos los viajeros y descubridores.
Así, pues el siglo XVIII disponía ya de una primera visión de conjunto del mundo. En
adelante se procuraría rellenar las lagunas y obtener conocimientos más precisos acerca de las
religiones ya exploradas. Es la época de las expediciones organizadas de manera más sistemática,
que lentamente conducirían a la verdadera investigación científica. Las exploraciones de este
siglo, y las del siglo XIX, en los especialistas; pero la importancia de éstos fue reconocida
progresivamente. No vamos a hacer aquí la historia de la exploración, vamos a contentarnos tan
sólo con presentar algunos jalones. La primera expedición científica interdisciplinaria fue sin
duda la dirigida por V. Béring al Nordeste de Asia, en la que la etnografía sistemática, que cedió
su lugar a la observación de los hechos humanos, fue organizada primero con respecto a Oceanía,
la región del mundo peor conocida. Los viajes del capitán Cook inauguran este esfuerzo. Todavía
fue más sistemática la exploración del interior de África, especialmente a partir de la fundación
en Gran Bretaña, en 1788, de la African Association, Así, pues, con las expediciones de Mungo
Park, comenzó la enorme empresa que, impulsaba con fuerza por el imperialismo moderno,
llevaría a borrar los últimos “vacíos” existentes en el mapa de África, y, al mismo tiempo, a
colonizar a este continente; empresa que sería finalizada hacia fines del siglo XIX. Aparece
también en esta época la preocupación por verificar las hipótesis geográficas, por ejemplo el
famoso “paso del Noroeste” en la exploración del hinterland norteamericano; e igualmente el
estudio sobre el terreno con una orientación de espíritu predispuesta a la recolección de datos en
profundidad como: A. de Humboldt. La primera mitad del siglo XIX prolongó y amplió estos
esfuerzos. La preocupación por lograr que todo viaje fuera útil a la gran empresa de recolección
de datos etnográficos condujo, por ejemplo, a la publicación de L’instruction genérale aux
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voyageurs realizada por la Societé Ethnologique de París fundada en 1839. Nos hallamos, pues,
en el linde del periodo siguiente, entrando en la antropología en su sentido más amplio ya
mencionado es empleada desde finales del siglo XVIII; en Francia fue instituida una cátedra de
esta enseñanza en 1855. La palabra etnografía fue utilizada a principios del siglo XIX, y la
palabra etnología a partir de 1830, pero, como ya hemos visto, no cesó de existir una cierta
confusión entre ambos términos. No obstante, lo importante es que a mediados del siglo XIX
fueron creadas varias cátedras, y se desarrollaron numerosas asociaciones de estudiosos que
confirman la existencia de la disciplina.
Así, se afirmó un movimiento del pensamiento que, deslizándose progresivamente de lo
filosófico a lo científico, acompañó a los progresos en el conocimiento del mundo. No
pretendemos hacer aquí la historia de esta reflexión acerca del hombre, deducida de un mejor
conocimiento de sus diversidades, del mismo modo que no hemos intentado hacer la historia de
los descubrimientos y de las exploraciones. Nos presenta aquéllas a los precursores propiamente
dichos, reconocidos como tales por los pioneros de la nueva disciplina y ensalzados a veces por
los actuales antropólogos. Pero no todos pertenecen a una misma filiación: en esta época aparecen
ya diversas orientaciones del pensamiento, que prefiguran los ulteriores debates antropólogos.
Pueden ser distinguidas dos grandes corrientes: la que insiste en el relativismo social y cultural y
la que, deseosa de establecer las normas de la sociedad ideal, se refiere al “salvaje” en una
interpretación de la evolución humana. Son dos temas que con frecuencia tienden a mezclarse,
según vemos ya en J. Bodin, en el siglo XVI, el cual por una parte esboza lo que debería ser un
gobierno “lógico”, basado en la naturaleza de las cosas, y, por otra, abre una discusión acerca de
la influencia del medio físico y las posibilidades que el hombre tiene de remontarla, rechazando
de esta manera, como se hará mas tarde apoyándose en los hechos, toda explicación unilateral de
las diversidades culturales. No existe utopía, ni teoría política, que no tenga en cuenta, a partir de
esta época, al “hombre de la naturaleza”, que según unos precede a las corrupciones de la
civilización, o que por el contrario permite comprender los fundamentos de la misma. Basta con
citar aquí los nombres de T. Hobbes, J. Locke, y J. J. Rousseau. En todos los casos, y bajo formas
diversas, tras las interpretaciones racionalistas de la vida en sociedad, aparecen interesantes
sugestiones, algunas de las cuales fueron desarrolladas de nuevo en el siglo XIX. Todas aquellas
implican, por lo menos de un modo sumario, la idea de un desarrollo de la humanidad; incluso en
el caso en que, contrariamente a las ideas de M. de Condorcet, permanecen dentro del mito de la
“edad de oro”. C. de Montesquieu merece, sin duda, un lugar destacado dentro de esta categoría
de teóricos políticos; en su obra todo queda bosquejando: el evolucionismo bajo una forma que
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más tarde parecerá simplista, el “funcionalismo” en sus puntos más discutibles y también en los
más aceptables, el reconocimiento del especifismo de los hechos sociales, la insistencia en el
relativismo cultural. Esta último tema despertó un gran interés a partir del siglo XVI, sobre todo
por parte de Mostaigne, conservando en el siglo XVIII toda su importancia, como vemos en
Voltaire; éste comprendió el pluralismo de los grandes centros de desarrollo cultural, y,
rechazando toda especulación sobre el “estado de naturaleza”, consideró que lo humano y los
social están siempre ligados de un modo indisoluble. Se comprende que G. Klemm le considere el
primero de los antropólogos —claro está que la palabra es aquí anacrónica— atribuyendo la
primera meditación significativa acerca de la noción de cultura.
LA ANTROPOLOGÍA EN MÉXICO
Panorama histórico
En el presente artículo se pretende mostrar un panorama general de los estudios hechos por
misioneros, cronistas y funcionarios del Imperio Español sobre los hombres y las sociedades
americanas que fueron conquistadas y colonizadas.
En ese vasto legado histórico sobre nuestros antepasados, que son las crónicas, historias,
gramáticas y descripciones coloniales, encontramos entreveradas las raíces de las distintas
disciplinas antropológicas. Este panorama esta dividido en tres periodos: cada uno inicia con una
descripción del contexto histórico general; enseguida, se ayude a la influencia teórica recibida en
América por Occidente, y se describen las actividades y estudios precursores para finalizar con un
comentario sobre algunas obras medulares en cada periodo.
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evangelización, con la que comenzó la lucha sistemática contra la religión y las tradiciones
prehispánicas.
Los misioneros, que andaban descalzos, comían y convivían con los “indios”, y criticaban
los abusos, los intereses materiales y la ambición de poder de los soldados, paradójicamente
fueron el instrumento más radical de la destrucción del mundo que quisieron defender.
Para llevar a cabo la evangelización, los misioneros tuvieron que aprender las lenguas
indígenas y traducir a ellas los textos cristianos; se percataron de las raíces religiosas de la cultura
indígena y las estudiaron a fondo, así como la historia y la cultura anteriores a su llegada.
Mientras por un lado destruyeron templos, esculturas y códices, por otro, se interesaron en el
pasado y realizaron importantes estudios etnográficos.
Para imponer su mundo lingüístico y cultural, los españoles fundaron varias instituciones.
Se crearon colegios, conventos y hospitales. La primera escuela de enseñanza formal para los
naturales fue la escuela de Texcoco, fundada en 1523. El Hospital de Jesús se crea entre 1521 y
1524. Después se funda el famoso Colegio de Tlatelolco, en 1536. En el mismo año se introduce
la imprenta. La Real y Pontificia Universidad de México se inaugura en 1533. En 1566 surge el
Hospital San Hipólito para enfermos mentales. En 1576 los jesuitas abren el Colegio de San
Pedro y San Pablo, destinado a españoles. Poco después se establecen los colegios de San
Gregorio en la Ciudad de México y San Martín de Tepotzotlán, ambos para nativos americanos.
Los pensadores europeos se encuentran con un mundo novedoso, que estudian a partir de
sus esquemas etnocéntricos, no creen en la necesidad de acuñar nuevos conceptos ante nuevas
realidades, sino en adecuar lo descubierto a sus conocimientos y a su religión. Aparecen varios
tratados naturalistas y técnicos. Predominan la medicina y la náutica, aunque también hay
estudios de carácter etnográfico e histórico.
El contacto violento de los españoles con otros hombres que no entraban en las
concepciones medioevales provocó grandes polémicas sobre la condición de la humanidad. Por
ello, los primeros estudios fueron de carácter médico y antropológico.
Para varios autores, la antropología surge a raíz del contacto de diversas culturas y, en
nuestro caso, a partir de los descubrimientos geográficos de España y la creación de su imperio
colonial. Muchos de los primeros viajeros, conquistadores, colonizadores o evangelizadores
manifestaron un criterio antropológico al observar América. Así suele decirse que América y la
antropología nacen al mismo tiempo (Palerm: 98).
Los antecedentes de los estudios antropológicos en esta época se derivan de las
disposiciones políticas de la Corona contenidas en las Leyes de Indias y de las actividades
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de los padres), cabellos negros grasosos, flexibles y largos, y poco vellosos. Algunos nacían
albinos, pero estos eran monstruosos, como frecuentemente nacían entre los españoles (Dávalos:
247).
Un aspecto del conocimiento aplicando en el siglo XVI se refiere al aprendizaje de las
distintas lenguas americanas y la castellanización.
El conocimiento de las lenguas indígenas era condición para la evangelización. Si los
misioneros desconocían estas, sólo hubieran podido administrar el bautismo y el matrimonio, por
lo que aprendían las lenguas de los nativos que iban a evangelizar y rara vez otras. La preferencia
se la ganó el náhuatl. Fueron nahuatlatos franciscanos los frailes Luis de Fuensalida, Francisco de
Jiménez, Juan Focher, Alonso de Molina y Bernardino de Sahagún. Los que sabían el purépecha
eran: Pedro de Garovillas, Juan de San Miguel y sobre todo, Maturino Gilberti. El que sabía
matlazinca era Andrés de Castro. Los políglotas eran Miguel de Bolonia y Andrés de Olmos.
Para facilitar la predicación, los religiosos tuvieron que hacer dos tipos de obras: las artes
(como se llamaban las gramáticas) y los vocabularios, por un lado, y, por otro, las doctrinas o
catecismos, los sermonarios y los confesionarios.
Las obras de los franciscanos fueron dedicadas al náhuatl, purépecha, otomí, pirinda,
huasteco y totonaco. La de los dominicos, el náhuatl, mixteco, zapoteco y zoque. Y las de los
agustinos, el náhuatl, el huasteco y el otomí, entre otras.
Los misioneros encontraron en el náhuatl la lengua auxiliar que buscaban para
homogeneizar la enorme cantidad de idiomas. El náhuatl era la lengua del Imperio Mexica y
buena parte de la población mesoamericana lo hablaba, además de su lengua materna. Los
misioneros se empeñaron en que los nativos debían hablar la lengua más común (el náhuatl) y
sólo para confesarse utilizar su propia lengua. Felipe II dio el título de “lengua general de los
indios” al náhuatl, en su Real Cédula de 1580.
Fray Alonso de Molina fue el primero en elaborar un diccionario español-náhuatl, hacia
1555. Posteriormente, en 1572 apareció un diccionario más completo y con la traducción del
náhuatl al español. Estas obras fueron fuentes valiosas para estudiar el náhuatl del siglo XVI.
Algunas gramáticas se debieron a Andrés de Olmos, la del nahua (1547); y a Maturino Gilberti, y
Juan Baptista Lagunas, la del purépecha (1558-1574).
En este siglo, los misioneros no veían con buenos ojos el que se enseñara a la población
nativa el español. Temían que, al hablarlo, se relacionaran con los españoles y estos les dieran
“malos consejos” y “ejemplos groseros e inmorales”. Además, si la población dominaba el
español, empezaría a independizarse de los frailes y ya no tendría la necesidad de contra con estos
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para comunicarse con cualquier peninsular. El problema era cómo transmitir la enseñanza
dogmática, pues se tenían que introducir nociones que no existían en la concepción indígena del
mundo. Los misioneros escogieron dos soluciones: que introdujeron en la lengua mexica las
palabras castellanas que creyeron necesarias y otros tradujeron en la lengua mexica las palabras
castellanas que creyeron necesarias; y otros tradujeron las palabras españolas al náhuatl o
expresaron los conceptos en sentido figurado. La primera medida tenía la ventaja de evitar la
heterodoxia y las confusiones en los neófitos. En cambio, la segunda, creaba un sincretismo de
ideas que provocaba una asimilación del mundo cristiano en la forma, y la persistencia de las
ideas prehispánicas en el contenido, o sea, una mezcla de ideas cristianas y prehispánicas.
Los dos métodos se utilizaron, pero los predicadores prefirieron introducir las
concepciones europeas en las expresiones mexicanas. Se llegó incluso al grado de pronunciar
términos latinos disfrazados con sonoridades de las lenguas nativas. En este sentido, la gramática
de Molina fue una imposición de una cultura a otra, pues interpretó la lengua, e inventó nuevas
nociones para fenómenos reales e irreales.
Pronto se multiplicaron los sermonarios traducidos, lo cual requirió su control,
atendiendo a la política de la Corona y a la lucha entre las órdenes religiosas. Sólo podían
repartirse aquellos sermonarios que aprobaban los obispos. Sahagún fue castigado por el Santo
Oficio al recordar que no había que obrar como si estuvieran en Europa. Asimismo, fray
Maturino Gilberti fue procesado debido a la publicación de sus diálogos de doctrina en lengua
tarasca.
Las tareas de los misioneros para comprender las lenguas vernáculas para fines de
castellanización constituyen elementos de lo que hoy se denomina lingüística descriptiva y
aplicada. Tuvieron que conocer a fondo la fonología, la morfología y la sintaxis de las lenguas,
siguiendo el modelo del filólogo español Elio Antonio de Nebrija.
El antecedente del arqueólogo mexicano es el anticuario, o sea aquel coleccionista de
objetos antiguos y curiosos, cuyos fines pueden ser religiosos, políticos, artísticos o simplemente
comerciales, sin método científico alguno.
En sus primeros contactos con las culturas americanas los soldados, burócratas y viajeros
describieron las ruinas de las pirámides y otras edificaciones, y hallaron variados objetos
antiguos, y si bien no lo hicieron con ojos de arqueólogos, sus opiniones resultaron interesantes
ya que muestran la visión de los españoles en esa época y su actitud ante los hombres
conquistados. Más tarde, los historiadores y cronistas, más preparados que los primeros
conquistadores, aunque sin llevar a cabo investigaciones ni excavaciones arqueológicas,
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
aportaron valiosos datos a través de sus descripciones (incluyendo las de la escritura grabada en
piedra).
Es necesario señalar que aunque los frailes describieran edificios, esculturas u otros
objetos, no lo hacían por un interés especial en estos temas. Mas aun, declaraban que todos los
vestigios y no da cabida a futuras resistencias y permanencia de la cultura autóctona.
Una de las primeras medidas en contra de las obras materiales mesoamericanas fue la que
tomaron Hernán Cortés y sus hombres, al iniciar la demolición de Tenochtitlan. De ahí se
siguieron varias destrucciones de templos y de tumbas. En 1530 se legalizaron las demoliciones y
saqueos por disposición del rey español, exigiendo este la mitad del producto.
Teotihuacan fue el lugar más visitado por los españoles puesto que era el más notable de
los que conocían y además, el más cercano a la capital. Así, fray Jerónimo de Mendieta, en su
Historia eclesiástica indiana, hizo una interesante descripción de su centro ceremonial.
Por otro lado, Sahagún utilizó argumentos arqueológicos para tratar de demostrar que los
toltecas fueron los primeros pobladores de México:
En el área maya, los edificios eran tan grandiosos que los españoles no creían que los
mayas del siglo XVI los hubieran construido. Pensaban que otra raza antepasada muy superior los
había fabricado. Fray Lorenzo de Bienvenida fue uno de los primeros en describir y ensalzar los
edificios mayas, allá por el 1548. Incluso, llegó a decir que fueron hechos antes de Cristo pues
eran tan altos como profundos. Posteriormente, fray Diego de Landa, en su Relación de las cosas
de Yucatán (1566), afirma que los mayas sí hicieron tales construcciones, esta obra fue de las
primeras en incluir dibujos de edificios mayas:
Estos edificios no son hechos por otras naciones sino por indios, lo cual se ve por hombres de
piedra desnudos y honestados de unos largos listones que llaman en su lengua ex y de otras
divisas que los indios traen (Bernal: 33).
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Landa describió el hallazgo de un entierro con una vasija, y unas cuentas de piedra usadas
como monedas. El interés por la arquitectura prehispánica de la región central del país fue mucho
menor que por la de la región maya. Es posible que esto se deba a que las pirámides del centro
(por ejemplo Monte Albán o Teotihuacan) estaban cubiertas por tierra y maleza, y los centros
mayas permanecían limpios y desalojados de tierra y hiervas, además de ser más elaborados y
adornados. Debido a este mínimo interés por la zona central, había pocas opiniones precisas sobre
sus edificadores originales. Los hallazgos de grandes huesos —de animales prehistóricos— y las
mismas leyendas indígenas, hacían pensar que Teotihuacan era obra de gigantes.
Los estudios de Sahagún, Acosta, Landa, De las Casas, Mendieta, etcétera, presentan
interesantes informes etnohistóricos y etnológicos. Sahagún y Motolinia llevaron a cabo sus
investigaciones realizando cuestionarios o minutas para ser contestados por informantes que
vivieron en la época prehispánica y que conocían, a través de sus antecesores, la antigua cultura.
Aparte de estos escritos etnográficos, realizados sobre todo por los frailes con fines
fundamentalmente religiosos, lingüísticos y político-sociales, la Corona española mandó hacer
unas relaciones geográficas para conocer, en todos sus aspectos, los pueblos y los territorios
dominados por los españoles. La orden real era precisa y venía acompañada de una instrucción y
memoria de las relaciones que se han de hacer para la descripción de las Indias, que su Majestad
manda hacer para el buen gobierno y ennoblecimiento de ellas. Esta instrucción exigía
procedimientos de encuestas parecidos a los utilizados actualmente.
Los antecedentes son las Informaciones y visitas del virrey Toledo entre 1530 y 1550 que
tenían el propósito de facilitar el “buen gobierno”.
En 1577 empezaron a circular las instrucciones de las citadas relaciones en la Nueva
España. Y para 1585, se trabajaba ya con los primeros resultados. Por 1585, se aplicó de nuevo el
cuestionario en aquellos lugares donde no había sido contestado. Antes de terminar el siglo,
Antonio de Herrera, cronista mayor de las Indias, utilizó esas relaciones para escribir su Historia
general.
Las relaciones geográficas son una de las fuentes más importantes para conocer la
realidad social, económica y política de la época prehispánica y del siglo XVI. El cuestionario
tocaba la historia prehispánica, el sistema de gobierno, las guerras, las lenguas, la demografía, el
mundo vegetal y el mundo animal, los minerales, la medicina, las construcciones. Las respuestas
tenían que ser dadas por ancianos y conocedores. Debían acompañarse con mapas y dibujos. El
motivo primordial de las relaciones fue conocer la cartografía de las distintas regiones
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colonizadas; es decir, era necesario saber cómo eran las tierras y dónde estaban ubicadas.
También era importante conocer cuál era la población, americana y española, y si la
primera disminuía o no. En el caso de que la primera descendiera, se pedía explicar las causas: si
se debía a enfermedades y a cuáles. Un objetivo central consistió en conocer la realidad
económica de los pueblos conquistados, su desarrollo, los cambios sufridos por el encuentro con
el Viejo Mundo, para, entonces, realizar el “buen gobierno y ennoblecimiento”.
En cuanto a la estructura del cuestionario, se observa que el primer grupo de preguntas
debe se contestado por españoles y se les pide que dibujen planos. Al parecer, el punto de
referencia para describir la situación geográfica de los poblados debía partir de los pueblos
españoles. El segundo bloque de preguntas se dirige a las poblaciones indígenas. Se les pregunta
acerca de su historia antigua; acerca de las relaciones entre los pueblos antes de la llegada de los
españoles; acerca de sus guerras, sus ritos, sus costumbres, sus vestidos. También se solicita que
describan su situación presente. Se exigen descripciones de los lugares en cuanto a topografía,
clima e hidrografía, y qué provechos se pueden sacar de los distintos sitios. Las preguntas a veces
son abiertas y otras cerradas, pero predominan las segundas. Se encuentran dos tipos de
respuestas: la de los informantes y las que resultaron de la observación de los funcionarios.
Uno de los méritos de las relaciones geográficas es que los cuestionarios presuponen un
conocimiento general anticipado de los problemas del Nuevo Mundo. De las obras
representativas del siglo XVI destacan, entre otras: la Apologética historia sumaria, obra de fray
Bartolomé de las Casas, que tuvo como propósito combatir la opinión en boga de que el “indio”
era irracional, e incapaz de gobernarse a sí mismo con “humana policía y ordenadas repúblicas”.
Lo que discutían los adversarios de De las Casas estribaba en saber si los naturales eran
plenamente humanos. De las Casas señaló dos demostraciones fundamentales. Primera: Los
hombres americanos son racionales pues en ellos concurren las causas naturales que para ese
efecto son necesarias. Se trata de una racionalidad en potencia, biológica. Segunda: los “indios”
no sólo son racionales por naturaleza sino porque su forma de vida lo refleja. Se trata de una
racionalidad en los actos, histórica. Los americanos son entes morales y poseen el libre arbitrio
para decidir sus vidas.
La congruencia de De las Casas no se limita a afirmar la igualdad en la historia. De la
filosofía de De las Casas se desprende que la única intervención permitida es la de los pueblos
más afortunados sobre los menos avanzados para llevar la predicación pacífica del Evangelio y la
fundación de la Iglesia como el canal establecido por Dios para la gloria de los hombres. En este
sentido, tocaba a España el deber de auxiliar, mediante la predicación pacífica del Evangelio.
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
tercera, de los misioneros franciscanos, así como de la tierra, los productos y las ciudades de
México.
Al comparar la Relación con otra obra de Motolinía. Los Memoriales lleva a cabo
estudios, por ejemplo, sobre el matrimonio entre los nativosamericanos. Para conocer las leyes y
los ritos del antiguo reino de Netzahuacóyotl y Netzahualpilli, aprende a descifrar los códices.
Fray Toribio de Benavente, llamado “Motolinía” (“pobrecito” en náhuatl) había nacido
en Benavente (de donde tomó el apellido), en el viejo reino de León, España, en 1490. Fue uno de
los doce franciscanos que llegaron a México en 1524, comandado por fray Martín de Valencia.
Estos doce franciscanos, más cinco que les habían precedido, se distribuyeron en México,
Texcoco, Tlaxcala y Huexotzinco. Fray Toribio de Benavente quedó entonces adscrito al
convento de San Francisco, en México, y pronto empezó a progresar en el aprendizaje del
náhuatl.
En ese tiempo comenzaron los conflictos entre dominicos y franciscanos, pues se
disputaban las fundaciones de nuevas tierras. Allí tuvo Motolinía su primer choque con De las
Casas.
Con el fin de evitar en la Nueva España la destrucción ocurrida en las Antillas, surgió la
utopía franciscana una utopía político-religiosa, que pretendía una verdadera teocracia. Una vez
que fracasó ésta, a causa de los conquistadores, los frailes adoptaron dos posiciones: los
franciscanos aceptaban el colonialismo pero trataban de humanizarlo, cristianizarlo y hacerlo
menos brutal; los dominicos, en cambio, trataron de romper con el coloniaje. Cerca de 1530 funda
Motolinía una ciudad de españoles llamada Puebla de los Ángeles. Poco tiempo después, realiza
un viaje a Tehuantepec y conoce los templo de Mitla, los cuales califica de únicos y “más de ver
que en parte ninguna de la Nueva España”. Compone, aquí una doctrina cristiana en lengua
zapoteca.
Después de 1555, poco se sabe de Motolinía. Fue guardián de Atlixco y se supone que
también de Tecamachalco. Muere en 1569, siendo el último del grupo de los doce franciscanos
originales en abandonar la misión de la Nueva España.
El propósito general de Bernardino de Sahagún, al elaborar la Historia general de las
cosas de la Nueva España, fue crear un instrumento adecuado para predicar y conservar el
cristianismo en la Nueva España entre los autóctonos. Los objetivos más particulares fueron: el
conocimiento de la religión antigua para combatir las idolatrés y evitar el retorno a ellas; el
registro de un amplio vocabulario del náhuatl que sirviera para la evangelización y, por último, la
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
descripción de las costumbres anteriores para evitar la falsa opinión de que los indígenas tenían
un bajo nivel cultural antes de la llegada de los españoles.
Para Sahagún, era necesario registrar los testimonios de la vida antigua separar a los
nativos jóvenes tanto de los viejos como de los españoles, para evitarles el contacto con las
“idolatrías” de los primeros y con la corrupción de los segundos. Era indispensable iniciar a los
jóvenes en una vida cristiana y rescatar las prácticas prehispánicas (suprimiéndoles toda idolatría)
que se pudieran acoplar a la nueva fe.
Las cuatros etapas de la Historia se han dividido en cuatro clases de documentos. El
primero es un escrito breve y esquemático que se cree es el organizado en Tepepulco y se conoce
con el nombre de Primeros memoriales. El Segundo esta conformado por un manuscrito dividido
en dos partes que reciben los nombre de Códice Matritense del Real Palacio. El tercero es un
extenso manuscrito bilingüe, que tiene en la columna náhuatl el texto definitivo para Sahagún y
en la columna castellana, la redacción de la Historia. Por último, existen los Memoriales con
escolios, en los que Sahagún tradujo el texto náhuatl, con explicaciones.
Dos son las etapas fundamentales en la investigación: la de Tepeculco, de donde salen los
Primeros memoriales y la de Tlatelolco, de la que surgen los Códices matritenses y el Códice
florentino.
Posiblemente el franciscano se basó en la Arqueología de Flavio Josefo, en la Historia de
los animales y las partes de los animales de Aristóteles, en las obras de Alberto de Colonia y, de
manera especial, en la Historia Natural de Plinio. Todo este acervo lo virtió como marco teórico
para su investigación.
De acuerdo con la jerarquía escolástica y medieval, en los Primeros memoriales parte
Sahagún de los dioses, para seguir con el Cielo y el infierno, después con el señorío, para finalizar
con las cosas humanas.
En el Códice florentino, se abordan temas sobre animales, plantas, minerales y naturaleza
en general, y existe un trabajo que Sahagún agregó como libro de texto: es la conquista relatada
por los vencidos.
Bernardino de Rivera nació en Villa de Sahagún, España, en 1499. Pronto adoptó para su
apellido como era costumbre el nombre de su lugar natal. Entró a estudiar en Salamanca, en 1512,
y en 1516 llegó a la Nueva España, ya ordenado sacerdote, junto con fray Antonio de ciudad
Rodrigo y otros diecinueve religiosos. En 1532 pasó a vivir a Tlalmanalco, de cuyo convento fue
guardián. En 1536 se fundó el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, para educar a indígenas
nobles, en el que Sahagún fue uno de sus primeros profesores.
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Por 1540 inicia sus estudios sobre el México antiguo. En 1547 empieza reunir materiales
en lengua náhuatl, que le servirán de base para su Historia general de las cosas de la Nueva
España. Hacia 1550 se encuentra en Xochimilco. Comienza su indagación en Tepeculco (algunos
piensan que hasta 1558).
Francisco del Toral, provincial de Xochimilco apoya a Sahagún en su idea de utilizar
textos recogidos de labios indígenas de los ancianos nahuas. En 1561 regresa a Tlatelolco,
donciese útil para la doctrina. Esta orden permitió a Sahagún elaborar sus primeros cuestionarios
y registrar las contestaciones de los ancianos nahuas. En 1561 regresa a Tlatelolco, donde
continua elaborando cuestionarios y recogiendo respuestas, ya con más experiencia. En 1565 se
traslada a San Francisco el Grande. Empieza la tercera recopilación y comienza su obra en
castellano.
Fray Bernardino seguía teniendo adversarios que veían en sus escritos la posible vuelta a
las idolatrias. Con el objeto de prever una fuerte oposición, en el Capítulo provincial que debía
realizarse en 1570, Sahagún solicitó que tres o cuatro censores revisaran sus escritos. Entre ellos
se encontraba fray Jerónimo de Mendieta. El Nuevo provincial, Alonso de Escalona, era enemigo
de fray Bernardino y mientras estuvo en el poder, la labor de Sahagún se vio entorpecida. El
franciscano decidió pedir apoyo de Europa, para lo cual envió un sumario de sus obras a España y
un compendio a Roma. Esto fue visto como un acto de rebeldía y para castigarlo se esparcieron
los libros por toda la provincia y sólo fueron recuperados en parte cuando fray Miguel de Navarro
custodio provincial y amigo de Sahagún regresó de Europa en 1573 con el cargo de comisario
general.
Recibe Sahagún sus manuscritos y empieza a verter en castellano los contenidos. Sin
embargo, Felipe II ordena al virrey Martín Enríquez la confiscación de todos los documentos que
contengan las idolatrías y maneras antiguas de vivir de los antiguos pobladores, y allí van a parar
los escritos de Sahagún. Dedicó sus últimos años a tratar de reconstruir su obra, con algunas notas
que le quedaban, y siguió administrando el Colegio de Santa Cruz. A los noventa años muere en
el Convento de San Francisco el Grande en el año de 1590.
En la Relación de las cosas de Yucatán, escrita por fray Diego de Landa, hay dos
propósitos fundamentales y contradictorios: por un lado se ataca y se destruyen instrumentos
materiales y espirituales del mismo, y por otro lado se sistematizan los datos acerca de la cultura
maya. En otras palabras, se demolen edificios, “ídolos”, figuras rituales; se deshacen y queman
códices y paralelamente se estudia la antigua cultura, se hace un inventario y se le ordena a tal
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
grado que arqueólogos de siglos posteriores tienen que acudir a la obra en busca de un eje
orientador.
En cuanto a la forma, el escrito de fray Diego es un alegato ante el rey y el Consejo de
Indias. Enlista una serie de argumentos a favor de su procedimiento, tratando de justificarse. En
este sentido es un escrito tendencioso. Pero aparte de esto, en el libro se refleja su deseo ferviente
de dar a conocer lo que el estudio con profundidad: la vida de los mayas.
Empieza la obra describiendo el territorio. Hace referencia a los primeros españoles que
llegaron a Yucatán. Sintetiza la historia de la vida antigua y de la conquista. Habla de la llegada
de los franciscanos. Describe las casas, las comidas, los medios de producción, el calendario, la
aritmética, la moral y la religión en Yucatán. Alude a la guerra y sus pérdidas y habla de la
muerte y sus rituales. Landa dedica una buena parte a la explicación del sistema de medición del
tiempo, y de la escritura maya. La última parte de la obra es un resumen sobre la flora y la fauna.
Utiliza datos de manuscritos mayas, que después mandó quemar. Algunos ancianos le tradujeron
los códices y le transmitieron la historia de la cultura antigua. Landa recogió en su libro todo lo
que para él es valioso de la civilización maya.
El obispo Landa es un ejemplo de cómo se puede pasar de la intolerancia más
recalcitrante al estudio profundo de la cultura nativa. Y como Sahagún y Zorita, cayó en la
ambigüedad de destruir totalmente lo pagano, y de conocerlo a fondo para dominar mejor a los
infieles.
Fray Diego de Landa nació en España en 1524. Se ordenó misionero franciscano y pasó a
Yucatán en 1549. Se desempeñó como misionero en varias partes antes de ser nombrado
provincial de su orden en 1561. Durante treinta años trabajó en la evangelización y aprendió la
lengua maya.
En 1562 se descubrió un adoratorio maya clandestino y se llevó a cabo un proceso en
Maní, en el cual Landa y otros religiosos organizaron una persecución y las ejecuciones
respectivas. También, por si fuera poco, quemaron códices. El propio padre Toral, franciscano y
entonces obispo de Yucatán, se indignó ante los actos cometidos por Landa y lo denunció a la
Corona. Fray Diego fue enviado a España donde después de un largo proceso fue absuelto.
Regresó diez años después a Yucatán con el nombramiento de obispo.
Mientras estuvo procesado en España, escribió su Relación de las cosas de Yucatán, obra
que representa una de las principales fuentes para el conocimiento de la antigua cultura maya y ha
sido base para la interpretación de los códices de Yucatán. La obra fue escrita en gran medida
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
para justificar y defender las actitudes colonizadoras y sanguinarias del propio Landa, quien
murió en 1579, en Mérida, Yucatán.
Para estudiar la obra de José de Acosta, la Historia natural y moral de las Indias, hay que
partir de la idea de que este era un ecléctico en el pensamiento de aquella época. Si bien se atenía
a los parámetros que le fijaba la Compañía de Jesús, se esmeraba en llenar las lagunas y especular
en asuntos que según él no caían dentro de lo prohibido.
La Historia natural y moral de las Indias, como su nombre lo dice, abarca los temas de la
naturaleza y la historia; el mundo físico y biológico, y el mundo humano y moral. Para abordar
estos temas, el autor dividió la obra en siete libros.
En lo concerniente a la historia natural, es necesario advertir que Acosta no se propuso
escribir un tratado exhaustivo. Escribió lo que le contaron y lo que él observó, así como lo que
representaba novedad en Europa. En cuanto a la historia moral, Acosta explícitamente limitó su
análisis al mundo americano, sin tocar la intervención española. Sin embargo, esto no fue del todo
cierto, pues en el libro VII, capítulo 24, abordó el tema de la conquista de México por Hernán
Cortés y sus huestes.
En el libro primero aparece un tema geoantropológico que trata del origen del hombre
americano y de sus animales (O’Gorman). Y este es, para muchos autores, el aporte fundamental
de la obra de Acosta: su teoría sobre el poblamiento de América. Esquemáticamente hablando,
para Acosta, los hombres de América vinieron de Europa o de Asia, y no de la Atlántida como
muchos suponen, o de los judíos. Tuvieron que formar un puente para pasar junto con los
animales.
Acosta concibe a América como una unidad real, orgánica y estructurada de acuerdo a
otra unidad que es el universo que igualmente posee una estructura orgánica y coherente.
América era parte del mundo, y formaba el cuarto continente. Esta era la característica
física común al Viejo Mundo. Pero en cambio, se diferenciaban espiritualmente, era un mundo
imprevisto, era el Nuevo Mundo, y aquí radicaba la diferencia. Pero esta nueva espiritualidad
debía ser, para los europeístas, parte integrante de la cristianidad y, por tanto, debía vincularse a
la historia universal, proveniente de Europa, para realizarse en ella. El padre Acosta representa la
transición hacia una nueva ciencia, pues con su obra explicitó la particularidad de este Nuevo
Mundo.
El padre Acosta nació en Medina del Campo, España entre 1539 y 1540. Ingresó al
Colegio de la Compañía de Jesús en su lugar natal. En 1552 entró en el noviciado de la Compañía
de Jesús en Salamanca. Hasta 1562 sigue estudiando y se va a residir a Roma. En 1567 es
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
dominico. Se basó en varios códices en lengua náhuatl para escribir su Historia; el libro de los
dioses y ritos, en 1570; y el Calendario, en 1579. Muere en Texcoco, en 1588.
Existen otras obras del siglo XVI que no pueden pasar desapercibidas. Tenemos, por
ejemplo, las Ordenanzas para los hospitales de Vasco de Quiroga, donde se hace una interesante
descripción de los pueblos hospitales. Estos eran unas comunas organizadas a manera de
cooperativas de producción y consumo, basadas en una educación cristiana y utopista, acorde con
la influencia que Quiroga poseía de Tomás Moro.
Otra obra valiosa es la Relación de Michoacán presumiblemente escrita por Jerónimo de
Alcalá en 1541. En este libro se encuentran interesantes datos arqueológicos michoacanos.
También se describe la religión, la cultura y la organización social de los purépechas antes de la
llegada de los españoles.
El Arte para aprender la lengua mexicana es la primera gramática náhuatl, escrita en
1547 por fray Andrés de Olmos. Otro trabajo significativo para el estudio del náhuatl, es el
Vocabulario Español náhuatl y náhuatl español hecho por fray Alonso de Molina en 1571.
Un escrito útil en el estudio de los mayas, es la Relación histórica sobre las costumbres
de los indios, elaborada por Gaspar Antonio Chi, quien también hizo un Vocabulario maya.
La Historia de Tlaxcala o “pedazo de historia verdadera” como la llamó su autor, fue
escrita por Diego Muñoz Camargo. Esta obra representa una fuente importante para el
conocimiento de Tlaxcala.
La Historia eclesiástica indiana realizada por fray Jerónimo de Mendieta es otra obra
considerable. En ella se describe la etapa de evangelización y recopila bastantes datos acerca de la
historia antigua, tomados de otros escritos o de boca de Andrés de Olmos.
Una obra comúnmente citada es la Historia antigua escrita por Juan de Tovar. Sin
embargo, no se ha encontrado la historia completa. Tovar aprovecha la obra de Diego Durán y, a
su vez, Acosta se basó en el trabajo de Tovar.
Las Relaciones de Texcoco y de la Nueva España producida por Juan Bautista Pomar,
aporta valiosos datos para el estudio de la historia de Texcoco.
La Breve y sumaria relación de los señores y maneras y diferencias que había de ellos en
la Nueva España, y de sus conquistas y pacificación, y de la conversión, de los naturales della,
son dos obras de Alonso de Zurita. Estos estudios aportan datos abundantes sobre la organización
social y económica de los antiguos pueblos de México, antes de la llegada de los españoles.
Zurita tiene la particularidad de fijarse en el orden legal de la sociedad mexicana y comprende los
mecanismos de poder y autoridad prehispánicos.
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Estos escritores, anticipan, el debate ilustrado del siglo XVI. No sólo pusieron a discusión
a los hombres americanos, sino a las plantas, los animales y la geología. Son el antecedente de
estudiosos como Bufón, quien sostenía la teoría de que las especies animales de América eran
inferiores o más débiles que las del Viejo Mundo.
En el siglo XVI, algunos autores como fray Diego de Landa, habían llegado a suponer la
antigua existencia de “gente de más ser que los de ahora y muy de mayores cuerpos y fuerzas”, en
la Nueva España. Se hablaba de la existencia de gigantes en la época prehispánica. Idea que se
reforzaba con los hallazgos de enormes huesos (en realidad, pertenecientes a macrofauna).
En el siglo XVI, Juan de Torquemada opina que en el pasado mexicano existió gente
“muy grande”, cuyos restos habían aparecido cavando en muchas partes, con “huesos tan grandes
y desemejados, que pone espanto considerar su grandeza” (Bernal: 30-31).
Con renovado interés, la polémica sobre el origen del hombre americano continúa en el
siglo XVII. Empiezan a darse razonamientos menos influidos por La Biblia para explicar ese
origen. Se hacen comparaciones entre distintos fenómenos culturales. Por ejemplo, Edward
Brerewood, intenta demostrar que los americanos descienden de los tártaros, pues no mostraban
una formación y cultura europeas, ni su piel era como da de los africanos, y no conocían artes y
habilidades de los chinos e hindúes. Además la cercanía entre América y Asia del Norte,
demostraba la certeza de esta hipótesis.
El dominicano Gregorio García, llegó a esta misma conclusión, después de rechazar las
teorías existentes hasta esa fecha. En su Origen de los indios del Nuevo Mundo, publicando en
Valencia en 1607, afirmó que fueron tártaros y chinos los que poblaron América. Se siguió
pensando que había indicios de la presencia cristiana en América, desde antes de Colón y se
opinaba que Santo Tomás había llegado en tiempos de los apóstoles, para evangelizar el
continente.
En la Nueva España se confunde a Santo Tomás con Quetzalcóatl, pues se decía que
ambos eran hombres blancos y barbados, vestidos con túnica bordada con cruces. Este es un
ejemplo de sincretismo entre religión pagana y cristiana que tanto se repitió y que Carlos de
Sigüenza y Góngora estudiaría a fines del siglo XVII. En 1642, Grotiu publicó Hugonis, Grotii
de Origine Gentium Americanorum, en el cual establece distintos orígenes para los pobladores de
América: desde el norte de América hasta Panamá, provinieron de Europa; los de Yucatán, de
Etiopía; los de Perú, de China; y todos los demás, del Pacífico Occidental. Para ello, tomó en
cuenta el equipo material, el orden social, la religión y, sobre todo, las lenguas. Las opiniones de
Grotius provocaron controversia y Lohan de Laet le escribió en 1643, una amplia respuesta. Se
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
incorporó a la discusión Matthew Hale en 1677, con la idea de un origen único del genero
humano (o monogenista), ocurrido en Asia, desde donde hubo una migración a América. Esta
migración se dio a través de varias infiltraciones provenientes de distintos pueblos, y por ello, no
se podía precisar la fecha.
Un autor anónimo (L.P) se pronunció contra estas teorías monogenéticas. En 1695,
intentó probar la teoría poligenética con base en las diferencias culturales entre el Nuevo Mundo
y el Viejo Mundo, las dificultades ambientales en caso de una supuesta migración, la diversidad
de la flora y la fauna del Viejo y Nuevo Mundo.
A fines del siglo XVII, el científico inglés Robert Hooke puso en duda la procedencia
asiática del hombre americano. Argumentó la ausencia de la rueda, desconocida en el Nuevo
Mundo y ampliamente conocida por los tártaros. La idea de la anterior existencia de hombres más
civilizados o más grandes en el continente americano, provocó que Tyson hiciera estudios sobre
anatomía comparada en 1699, y Lineo a comienzos del siglo XVIII.
Hacia 1724, Lafitau publicó: Moeurs des sauvages ameriquans, comparées aux des
premiers temps, donde relacionó culturas americanas con las de los pobladores de la Europa
antigua. Según este autor, el poblamiento de América ocurrió después del diluvio y se originó en
el este de Asia.
El estudio de las lenguas en los siglos XVI y XVII, tuvo mucho que ver con la educación.
Se enseñaba el castellano primordialmente para evangelizar, y los misioneros aprendían lenguas
nativas con el objeto de conocer la cultura y las costumbres americanas.
Los egresados nativos del Colegio de Tlatelolco colaboraron en las tareas lingüísticas de
investigación y publicación que realizaron los misioneros. El Colegio y Noviciado de jesuitas,
una de las más difíciles de la Nueva España.
Hacia 1671, se fundó un colegio en la ciudad de Valladolid y en 1684, se abrió un
Colegio Seminario en la Ciudad de México. Junto con la gramática, se estudiarían el otomí y el
náhuatl.
En el siglo XVII existió una corriente asimilacionista basada en la Política indiana de
Juan de Solórzano y Pereyra. Este opinaba que así como se debía obligar a hablar el castellano,
había que obligar a la población a vestirse y comportarse de acuerdo a las costumbres españolas.
En 1612, Felipe III fundó casas de recogimiento para doncellas, donde eran instruidas en
castellano y se les prohibia hablar su lengua materna. En 1634 Felipe IV reafirma las órdenes de
su predecesor y expresa su idea de que a partir de la castellanización, la población será más
fácilmente dominada.
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
El último Habsburgo, Carlos II, resultó ser el más decisivo en implantar el castellano.
Este rey deploraba que, a casi dos siglos de distancia del descubrimiento de América, se siguieran
hablando las lenguas vernáculas, como si los conquistadores no hubieran pasado. Su voluntad fue,
una vez mas, establecer el castellano como idioma general del imperio. Los representantes
eclesiásticos escucharon la orden real con mucho respeto, pero no la cumplieron. Dieron a
conocer al rey las dificultades al respecto: los sacristanes no sabían castellano, las comunidades
no podían pagar maestros españoles, y los naturales carecían de motivación para aprender el
español, pues no les era útil en la economía diaria. Entonces, se mandó que los pueblos destinaran
una milpa para el sostén de una escuela. La responsabilidad quedó a cargo de funcionarios, difícil
empresa. Además, los peninsulares acomodados no veían la necesidad de que los naturales
hablaran el español mientras hubiera intérpretes para manejar los asuntos comerciales. Los
españoles sabían que si los habitantes americanos aprendían el castellano, se volverían más
independientes.
El no utilizar el castellano para la enseñanza y el uso subrepticio del náhuatl, como
lengua general para todo el país, hizo posible la publicación del Arte de la lengua mexicana,
escrita por el jesuita Horacio Carochi, en 1645; gramática que supera los anteriores.
En este periodo, es escribieron gramáticas del mixteco, nahua, maya, matlazinca, zoque,
chiapaneca, ópata, mixe, otomí, y tepehuano.
Hasta 1670 en Nueva España, no se llevan a cabo estudios sobre los restos materiales, ni
abundan las exploraciones de los anticuarios, como las que ya se hacían en Europa. Los trabajos
que predominan son de carácter etnohistórico, etnográfico y lingüístico, empero, esos datos sirven
considerablemente al arqueólogo contemporáneo.
Torquemada señaló cómo los naturales ya no advertían la presencia de edificios
prehispánicos en ruinas, ni se interesaban por ellas. Así, muchos edificios prehispánicos quedaron
sepultados, o se aprovecharon sus materiales para incorporarlos en la construcción de edificios
coloniales.
Entre los anticuarios, existió uno que en especial interesa por sus estudios acerca de los
restos materiales: Carlos de Sigüenza y Góngora, nacido en México en 1645. Este autor llevó a
cabo un trabajo con el que intentó utilizar un monumento para explicar algún problema histórico.
No se sabe si Sigüenza escribió sobre ello, pero después de su muerte, el italiano Lorenzo
Boturine, refiriéndose a la pirámide del Sol en Teotihuacan, señaló en 1746, lo siguiente:
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Más tarde, Alejandro de Humboldt se basó en las opiniones de Boturini pero sacó
distintas conclusiones. Opinó que Sigüenza quería averiguar si la pirámide había sido construida
por los hombres, o si estos sólo habían recubierto un cerro, lo cual disminuiría la importancia de
la construcción. Según Humboldt, Sigüenza consideraba que la pirámide había sido construida
poco después del diluvio.
Sigüenza tuvo siempre un interés por coleccionar manuscritos y objetos antiguos. Formó
una colección de libros y documentos sobre el México prehispánico. Esta colección se vio
enriquecida cuando heredó de su amigo Juan de Alva Ixtlixochitl los documentos que sobrevivían
del archivo de Texcoco; éste era hijo de Fernando de Alva Ixtlixochitl, célebre historiador y
descendiente de Nezahualcóyotl. Esta ilustre familia había gobernado en Teotihuacan por un buen
tiempo, y es posible que por esto se haya interesado tanto Sigüenza en estudiarlo.
Sigüenza contribuye a crear una concepción mexicanista, pues quiso demostrar que
México era el producto de la fusión española y americana. Por eso, concibe a la historia de
México como una línea continua que abarca desde la época prehispánica hasta su época.
Sigüenza, expulsado de la orden de los jesuitas, había guardado consigo documentos
porque por esto se haya interesado tanto Sigüenza en estudiarlo.
Ixtlixochitl había comentado a Sigüenza la existencia de un antiguo calendario mexicano
que había desaparecido a raíz de la invasión española. Con este calendario, los mexicas llevaban
una cronología exacta de largos periodos de tiempo en ciclos de 52 y 104 años, apuntando los
solsticios y equinoccios, el paso del planeta Venus y otros movimientos de los cuerpos celestes.
Mediante estudios cuidadosos Sigüenza determinó la fecha de fundación de Tenochtitlan
en 1325. Llegó a la conclusión de que los olmecas habían llegado antes que los toltecas, quienes
procedían del oriente, tal vez de la Atlántida.
A la muerte de Sigüenza, sus valiosos documentos fueron perdidos, robados o destruidos.
Los jesuitas habían salvado una parte de los manuscritos, pero al ser expulsados en 1767, los
documentos fueron arrumbados en algún archivo o se perdieron definitivamente.
Otro estudioso interesado en la historia antigua de México fue Agustín de Betancourt,
nahuatlato que nació en 1620. En su obra utilizó varios mapas y libros originales del pasado
mexicano. También uso fuentes entonces inéditas como las obras de Chimalpahin, Ixtlixochitl,
Pomar y Zurita.
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
cerca de cerro de Xochitecatl. Con entusiasmo, describió aquel lugar y mando tomar medidas del
mismo.
Fray Juan participó en la construcción de varias iglesias como la de Santiago Tlatelolco y
en estudios especiales de arquitectura. También construyó las calzadas de los Misterios y de
Chapultepec. Estudió varias lenguas indígenas y compiló códices y manuscritos. Fue historiador
de las principales culturas de México antiguas y del siglo XVI.
Se interesó bastante en la historia antigua de México. Con el material reunido, realizó la
Monarquía indiana, impresa en Sevilla en 1615. Parece haberla terminado en 1613, la cual le
llevó veintiún años de trabajo.
Torquemada forma parte de los autores que comenzarían a tener un enorme interés por
rescatar las historia de México sintiendo que era su propia historia.
La Historia de la nación chichimeca es la obra más importante de Fernando de Alva
Ixtlixochitl. En ella, el autor nos muestra los orígenes remotos, la sucesión y crecimiento de los
señoríos indígenas, como si se tratara de un desarrollo predestinado por la providencia y que, a
partir de las tinieblas de las idolatrías, lleva a los pueblos hacia la verdad evangeliza. No es pues,
para este autor, una historia de las idolatrías, sino una historia de pueblos precristianos que
ineludiblemente serán cristianizados y aculturados por los españoles.
Al parecer, Ixtlixochitl nació en Teotihuacan en 1578 murió en 1650. Fue estudiante del
Colegio de Santa Cruz Tlatelolco. Aunque castizo, formó parte del grupo de historiadores
mestizos de Texcoco, el cual gobernó en 1612. Reunió con gran cuidado códices, manuscritos y
noticias prehispánicas.
En 1648 terminó la última de sus obras, la Historia de la nación chichimeca, que
consistió en una recopilación de relaciones y una interpretación de códices y manuscritos.
Después elaboró otro tomo con conclusiones propias.
Las Relaciones Históricas de Calco Hamaquee can fue la obra principal de Domingo
Francisco de San Antonio Muñón Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin. Como pertenencia a la
nobleza indígena, Chimalpahin estaba al tanto de las tradiciones orales y pictográficas de la
historia de México. Además, había recibido una educación que le permitía ser historiador y tener
gusto por escribir la historia de Calco Hamaquee can, provincia de donde era originario.
Emprendió esta obra en 1620 por orden de Cristóbal de Castañeda, gobernador de
Hamaquee can, lugar en donde durante setenta y tres años, se había reunido material pictográfico
para escribir la historia. Chimalpahin analizó y cotejó el material coleccionado por sus
antecesores, y escribió “pintándolo con letras”, como el mismo dijo.
35
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Viajeros
Hablemos ahora de algunos viajeros que llegaron a México, entre los siglos XVI y XVIII. En el
siglo de la conquista, los pocos viajeros ingleses que venían eran comerciantes o piratas. Entre
esos que vinieron empujados por un interés lucrativo, hubo algunos que indirectamente se
36
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
interesaron por las ruinas arqueológicas y de vez en cuando las mencionaron. Esta el ejemplo de
Robert Tompson, que llegó a México en 1555 o el famoso Thomas Gage, inglés que logró entrar
como fraile dominico y se hizo pasar por español y quien a partir de 1625 recorrió partes de
Mesoamérica, destruyó una escultura en una cueva en México y posteriormente, hizo referencias
sobre esculturas de la Ciudad de México.
Un contemporáneo y amigo de Sigüenza fue el napolitano Juan Francisco Gemelli
Carreri, viajero que permaneció en México en 1697. Su obra Giro del mundo es un interesante
libro de viajes. De los nueve volúmenes que comprende, el sexto se refiere a la Nueva España.
Gemelli describió fiestas religiosas, cacerías y teatros, y para ello, se apoyó en algunos antiguos
documentos que le obsequió Sigüenza. Gemelli Carreri contaba con el apoyo de Carlos II, así que
pudo viajar libremente por todo México y logró hacer un informe de viajero sobre el país y su
historia antigua.
Los estudios que realizó Sigüenza sobre Teotihuacan, motivaron a Gemelli para visitar el
lugar. En San Juan Teotihuacan, conoció a Pedro de Alva Ixttlixochitl, nieto de don Juan de Alva.
Pedro le ofreció acompañarlo a visitar las pirámides. Carreri sacó algunas medidas y atribuyó la
construcción a los olmecas refugiados en la Atlántida, o a europeos que hubieran cruzado el
Atlántico.
Ya en siglo XVIII, llegó a México el italiano Lorenzo Boturini, quien se interesó tanto
por la Virgen de Guadalupe como por el pasado precolombino. Así, se dedicó a investigar en los
archivos de la ciudad, en la Universidad y en los papeles de Sigüenza. Formó un buen lote de
documentos antiguos. Sin embargo, el gobierno virreinal confiscó sus papeles y hoy sólo queda
una parte del archivo.
Destacan dos obras de Boturini: la Idea de una nueva historia general de la América
Septentrional y el Catálogo del museo histórico indiano. La primera aplica a la evolución del
México antiguo una periodificación inspirada en Vico. Para Boturini las etapas de la historia
universal fueron: el mundo divino, el herico y el humano. Divide, entonces, el pasado
mexicano en tres edades. En la primera, los descendientes de Noé inventan a los dioses. Es una
edad teocrática, en donde los hombres cumplían las órdenes de los dioses. La segunda edad es la
de los héroes. Los héroes forman la casta superior y corresponden a los planetas. Aquí se coloca,
de manera distorsionada, la leyenda de la creación de los soles de Teotihuacan. La tercera edad es
la humana. Los siervos empiezan a comprender que su naturaleza no es inferior a la de los héroes
y que es falso el origen divino del que presumen sus superiores. El pueblo quiere conocer las
37
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
leyes y hablar una lengua no esotérica. Estas ideas acarrean la caída de la aristocracia y surge la
monarquía.
El valor de Boturini consiste en su intento de incluir la historia antigua de México dentro
del esquema de la historia universal, además de su acopio de papeles y antigüedades con lo que se
conformó un rico archivo histórico y etnográfico.
La indolencia y la pereza forman el carácter de los pueblos de América. Son simples, carecen de
ambición, no prevén; comen, danzan y duermen; tienen poca memoria, tal vez causa del tabaco;
no les crecen barbas; segregan una especie de sustancia láctea en al tetillas; son poco ardientes
en el amor, las mujeres paren sin dolor [...] (Bernal: 65).
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
del Norte. Desecharon las fuentes españolas por considerarlas producto de las mentiras, los
fraudes y los descaros de religiosos y soldados. La reiteración del determinismo climático de
Buffon, le servía a Robertson para fortalecer sus presupuestos y confirmar su estricta selección de
las fuentes. Robertson y Raynal no sólo criticaban al hombre americano, sino también al criollo,
para demostrar que todo humano degeneraba en el Nuevo Mundo.
La Historia de América de William Robertson, aparecida en Londres en 1777, trata sobre
la historia de la América hispánica en la última década del siglo XV y todo el siglo XVI. Está
dividida en ocho tomos. El primero se refiere al arte de la navegación y por ende al comercio. El
segundo se refiere al descubrimiento de América por Cristóbal Colón, y aquí cabe resaltar dos
aspectos importantes: el enaltecimiento que se hace de la personalidad del almirante; y la
justificación del descubrimiento. El tercer tomo trata el descubrimiento y conquistas españolas
del siglo XVI, remarcando la crítica contra los españoles; las tesis de De las Casas como
argumento antihispano; y el descubrimiento de Campeche y Yucatán. El cuarto tomo trata del
estado social y político de los pueblos americanos menos civilizados. En el se habla de las
características geográficas (inhóspitas, inmaduras) del continente americano, el origen del hombre
americano, la inferioridad del Nuevo Mundo con relación al Viejo Mundo, etcétera. El quinto
tomo trata de la conquista de la Nueva España. El sexto, de la conquista del Perú. En el tomo
siete, el grado de civilización de los mexicanos y los peruanos. Concluye que los cronistas
españoles exageraron los avances de las culturas prehispánicas. El tomo ocho se refiere al sistema
colonial español, analizando y criticando su desarrollo y reformas internas.
Para Robertson, el presente del nativo americano era como el pasado de los europeos y de
la humanidad en general. Pensaba que la historia es unilineal y que los pueblos responden a los
mismos deseos y a idénticas necesidades.
Robertson criticó la teoría roussoniana y sostuvo el profundo atraso de los americanos del
siglo XVI. Al hablar de las enfermedades, hizo alusión al debatido origen de la sífilis y opinó que
se trataba de una mal americano, un justo castigo de la Providencia contra los pueblos
conquistadores, una justa venganza de los sometidos contra los españoles.
La repercusión que tuvo en España el libro de Robertson provocó que se impidiera su
traducción al castellano. Además, el rey encargó al historiador Juan Bautista Muñoz que
escribiera una Historia del Nuevo Mundo, para contrarrestar las tesis antiespañolas de Robertson.
En Nueva España, una contribución importante a la controversia fue la Historia antigua
de México del jesuita Francisco Javier Clavijero. Es esta obra se rebatieron las teorías de los
naturalistas franceses y se sostuvo la superioridad de las culturas americanas.
39
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Yo espero que ustedes que son de ese reino de los custodios de las ciencias, tratarán de conservar
los restos de la antigüedad de nuestra patria, formando en el mismo magnifico edificio de la
Universidad uno menos vital que curioso museo en donde se recojan las estatuas antiguas que se
conservan o las que se descubran en las excavaciones, las armas, las obras de mosaico y otras
antiguallas de esta naturaleza, las pinturas mexicanas de toda clase que andan esparcidas por
varias partes y sobre todo, los manuscritos, ahí lo de los misioneros y otros antiguos españoles
como los de los mismo indios, que se hallan en las librerías de algunos monasterios, de donde se
podrán sacar copias antes que los consuma la polilla, o se pierdan por otra desgracia. Lo que hace
pocos años hizo un curioso y erudito extranjero Boturini, da a conocer lo que pudieran hacer
nuestros compatriotas (Bernal: 71).
Clavijero es el primer autor que habla a fondo y a favor de la cultura antigua de los
mexicanos. Otro autor novo hispano, José Antonio de Alzate, se preocupó por los antiguos
monumentos arquitectónicos:
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Alzate publicó un artículo en la Gaceta de México (1785) sobre El Tajín, y visitó las
ruinas de Xochicalco, donde levantó un mapa e hizo dibujos. Escribió una descripción de las
antigüedades de Xochicalco.
Otro estudioso importante, Antonio León y Gama, escribió una descripción sobre las
esculturas mexica de la Coatlicue y la Piedra del Sol, encontradas accidentalmente en
excavaciones de la Plaza Mayor en 1790. El estudio de la Piedra del Sol se basó en conocimientos
acerca de los calendarios indígenas y entre otros archivos, en el de Boturini. León y Gama
señalaron que el calendario Mexica se regía por conceptos diferentes a los europeos. Con
posterioridad publicó un estudio sobre la piedra de Tizoc.
Cuando descubrieron la Coatlicue, la trasladaron al Palacio Virreinal y después a la
Universidad. Con ello se llevó a cabo el primer acto oficial para la creación de un museo de
antigüedades. Sin embargo, los profesores de la Real y Pontificia Universidad no deseaban que la
escultura fuera vista por la juventud mexicana pues pensaban que no era digna de exhibirse al
lado de replicas griegas y romana que allí se exponían. Así que la Coatlicue volvió a ser enterrada
hasta que Humboldt logró que la desenterraran en 1803, pero cuando este terminó su estudio, fue
enterrada una vez más. Permaneció bajo tierra hasta que Bullock logró verla.
En cuanto a la exploración de la zona maya de Chiapas, en 1773 Ramón Ordóñez y
Aguilar inicia la primera expedición. José Antonio Calderón visita Palenque y permanece allí tres
días, hace dibujos y un estudio de interés. Posteriormente, Antonio del Río, capitán enviado por el
gobernador de Guatemala, publicó en 1822 un informe sobre su visita a Uxmal.
Tiempo después, el emperador español Carlos IV ordena un amplio recorrido por la
Nueva España, a fin de descubrir ruinas y objetos antiguos. Para realizar tal empresa se nombra al
estudioso austriaco Guillermo Dupaix. El primer viaje de Dupaix se inició en 1805. Visitó
Puebla, Tehuacán, Orizaba, Córdoba y otros sitios. En el segundo viaje, realizado en 1806,
conoció Xochimilco, Tlalmanalco, Amecameca y Mixquic. Prosigue por Morelos, y luego por
Oaxaca, pasando por Acatlán y Chila. De este último lugar, describió una tumba cruciforme. En
Monte Albán se entusiasmó al conocer los edificios en ruinas. A pesar de estar recubiertas de
tierra y pasto, Dupaix los estudió con mucho cuidado. Poco después, siguió hacia Mitla donde
analizó los edificios y las tumbas y su dibujante hizo planos y vistas. El tercer viaje, lo emprendió
41
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
42
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Servando, hasta la palabra México viene del hebreo mesci que significa “Mesías”, palabra que
Santo Tomás les enseñó.
Como Clavijero, Teresa de Mier trató de responder al ataque discriminatorio de los
europeos y al desdén del español por el criollo. Y lo hizo quitándole a la conquista de América su
razón de ser: la conversión de los naturales. Así, América no le debía a España ni siquiera el
cristianismo. Para este autor, mucho antes de la llegada de los españoles a América, existía el
comercio con China y desde el siglo X había en este continente colonos normandos, daneses,
irlandeses y escoceses. Así pues, la Conquista vino a ser un simple acto militar. El cristianismo ya
existía en América bajo variadas formas. El hombre americano no le pedía nada al español. Todo
ello justificaba la inminente independencia de España.
La Historia antigua de México de Francisco Javier Mariano Clavijero, se puede
considerar como la primera obra global sobre la historia del México Antiguo. Uno de sus temas
es el origen de los pueblos de México.
Es cierto e indubitable, así por el venerable testimonio de los Libros Santos, como por la
constante y universal tradición de aquellos pueblos, que los primeros pobladores del Anáhuac
descendían de aquellos pocos hombres que salvó del Diluvio Universal la Providencia para
conservar la especie humana sobre la faz de la tierra (Villoro: 109).
Para este autor, las Sagradas Escrituras dan cabida a la ascendencia de todo ser humano y,
así, el origen del hombre americano como el de todos los hombres, se revela en este libro común
de la humanidad. Las mismas tradiciones indígenas revelan el vínculo con el cristianismo. Los
toltecas, decía Clavijero, tenían:
Noticia clara y nada equívoca del Diluvio Universal, de la confusión de las lenguas y de la
dispersión de las gentes, y aún nombraban los primeros progenitores de su nación que se
separaron de las demás familias en aquella dispersión (Villoro: 110).
Según esta postura difusioncita, mayas, mexicas y otros pueblos, tenían conocimiento de
los sucesos de Noé y las demás vicisitudes bíblicas. Cada uno con su propia interpretación.
Si para Sahagún el criterio para enjuiciar al mundo indígena es la religión, para Clavijero
es la historia. Y en esto reside uno de los logros de este último. Así, las características culturales
de los pueblos americanos estaban enmarcadas en su nivel de desarrollo histórico. No se juzga su
sociedad a partir del grado de avance de civilizaciones más adelantadas, sino de acuerdo a su
particular grado de evolución. No son inferiores, pero sí diferentes:
43
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Que los hombres de la América eran en el fondo de sus almas lo mismo que los de Europa; y
que si alguna vez han parecido de diferente especie, ha sido porque una triste educación o una
dura servidumbre no le ha permitido adquirir las luces necesarias para la conducta racional de
su vida (Villoro: 103).
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Estas y otras muchas estructuras dispersas por el Nuevo Mundo, demuestran cada vez más un
conjunto de conocimientos que no habríamos esperado encontrar en un pueblo que siempre ha
sido considerado, aunque injustamente, como bárbaro. Sus obras que se han conservado ofrecen
una mejor apología de este pueblo que las palabras de sus defensores; muestran que la teoría
debió de preceder a la práctica y que, lejos de construir de manera mecánica, este pueblo
trabajaba a partir de planes cuidadosamente meditados. No cabe duda de que este pueblo tuvo
su propia geometría, consistente como la nuestra en reglas y cálculos invariables (Keen: 323).
Sin desembarazarse del etnocentrismo del Viejo Mundo, Dupaix hace analogías entre El
Tajin y las pirámides de Egipto. La zapoteca se parecía a lo azteca. Pero Mitla, en particular, con
sus figuras geométricas en bajorrelieve, le recordaban la cultura griega. Palenque presentaba un
estilo propio, estilo que, o bien se había logrado a través de largos siglos de trabajo de que los que
llegaron el Nuevo Mundo, o bien lo habían traído consigo desde su lugar de origen en el Viejo
Mundo.
Dupaix nació en Hungría. Su familia provenía de Francia. Fue nombrado capitán y pasó a
España. En 1805 se dirigió a América, donde patrocinado por Carlos IV, inició su investigación
arqueológica.
Existen obras importantes en este periodo. Por ejemplo. Esta el concesionario manual en
lengua cora, publicado en 1732; las Oraciones y el catecismo en lengua cora, impreso en 1731; y
el Vocabulario de las lenguas castellana y cora sacado a luz pública en 1731 por el jesuita José
Ortega. A él también se le atribuyen la Historia de Nayarit, Sonora, Sinaloa y ambas Californias,
de 1887. Otro trabajo relevante sobre California es la noticia acerca de la península americana de
California, publicada en 1773 en alemán, por Juan Jacobo Baegert. Una obra útil es la clave
general de interpretación de los jeroglíficos mexicanos, de José Ignacio Borunda, editada en
Roma en 1898. Y para finalizar un antecedente de la obra de Clavijero, es la Historia Antigua de
México, quien aprovechó los manuscritos indígenas reunidos por Lorenzo Boturini.
46
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Queda pues visto el notable legado intelectual que la sociedad novohispana dejó al México
independiente. Legado que constituyó, sin duda alguna, la base de lo que sería la actividad
decimonónica.
EVOLUCIONISMO
Morgan y el evolucionismo.
∗
Héctor Díaz-Polanco
México, Nueva Antropología, núm. 7, pp. 5-38.
Se puede estudiar la lógica, la dinámica y la consistencia internas de una teoría, poniendo entre
paréntesis aquellas condiciones concretas con las cuales está relacionado el enfoque de que se
trata. Pero es claro que esta manera de escudriñar en una concepción teórica sólo supone
renunciar ha entender ciertas características del objeto mismo del análisis. Es necesario, bloquear
el conocimiento de la génesis de la teoría, las condiciones que le dan su fuerza durante
determinado lapso, y las que la socavan, debilitan y derrumban, finalmente, al cambiar la
situación histórica. Desde luego, el intento de relacionar a cada teoría con el medio histórico que
genera la posibilidad de su aparición, solamente puede aceptarse después de no aceptar su punto
de vista de que las “ideas” son capaces por sí mismas de generar ideas; este postulado simple
debe ser sustituido por el que sostiene que son condiciones históricas concretas (económicas,
sociales, políticas, etcétera), las que generan y hacen posible la aparición de ciertas “ideas”
concatenadas, que tienden a organizarse en sistemas teóricos.
Si existen sistemas que no pueden ocultar su no inocencia o su íntima relación con las
diversas condiciones concretas que se van desarrollando a lo largo de la historia moderna, éstos
son precisamente los diversos enfoques teóricos de la antropología. En esta esfera de las ciencias
sociales, se puede observar, en efecto una regularidad y homogeneidad que, con frecuencia, no es
tan clara en otros campos del saber: bajo el influjo de procesos históricos específicos, la
antropología genera casi automáticamente (con el ritmo y la concomitancia que puede esperarse
Antropólogo, profesor de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
47
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
de los reflejos superestructurales) respuestas teóricas unificadas, que tienden a modificarse con la
misma rapidez o lentitud con que se modifican las condiciones históricas.
En este contexto, se puede entender no solamente por qué surge el evolucionismo, como
una corriente en el siglo XIX, sino además por qué cae posteriormente en el descrédito, bajo una
crítica cruzada que proviene de diversas fuentes, para —asombrosamente— levantarse de nuevo
al comenzar la segunda mitad del siglo XX.
Comenzaremos, pues, situando al evolucionismo clásico en su contexto histórico, aunque
el objetivo fundamental de este ensayo no es detallar tales condiciones históricas, sino analizar
principalmente las características del evolucionismo decimonónico y, en especial, la concepción
del que fue, sin duda, el más grande de todos los que adoptaron ese enfoque: L. H. Morgan.
48
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
la antropología (que estudia los sistemas sociales y culturales no “civilizados”, o sea, las
sociedades primitivas).
La nueva ciencia antropológica, por consiguiente, nacía con el fin de estudiar y situar un
esquema de racionalidad a esas sociedades no occidentales que debían ser integradas al sistema
capitalista en expansión. Pero lo que se desea integrar se visualiza como distinto; y, aceptada la
naturaleza extraña de esas sociedades, es preciso que la nueva ciencia defina el carácter de esa
otredad. Lo que propone el evolucionismo es un esquema en el que esas sociedades occidentales
ocupan una posición inferior en la escala de progreso de la humanidad, mientras que las
sociedades capitalistas ocupan un peldaño más alto de desarrollo, el estadio de la “civilización”.
¿Cómo dan forma los primeros pensadores evolucionistas a un esquema en que las sociedades
se ordenan de acuerdo con niveles diversos de desarrollo, o de progreso, para decirlo con el
término en boga de la poca? No es fácil llegar a la conclusión de que esta noción, central en la
concepción evolucionista, no es tampoco indiferente a los procesos históricos concretos que se
están produciendo en el siglo XIX. En efecto, durante este periodo, se obtienen diferentes
triunfos y avances en el campo de la ciencia y de la técnica, resultado y condición, al mismo
tiempo de la revolución industrial. Nuevos inventos y descubrimientos amplían el saber humano,
como derivación de un proceso socioeconómico que lo reclama; la sociedad encuentra
rápidamente aplicaciones prácticas de aquéllos, especialmente en el campo de la producción. La
consecuencia de todo ello es la imagen de una sociedad que ha alcanzado progresos sin
precedentes en los diversos campos de la actividad humana. Ahora aparecen, ante los ojos de los
hombres de la época nuevos criterios de adelanto social y, sobre todo, estos indicadores del
progreso social se manifiestán como la conquista paulatina del conocimiento científico y técnico.1
Se ha producido, ciertamente, un cambio importante con respecto al siglo anterior. Se
puede encontrar, sin duda, la noción de progreso en el siglo de las Luces; pero la concepción del
siglo XIX nos trae una novedad, pues el progreso no es ya “el descubrimiento progresivo de las
luces de la razón natural, ocultas por la perversión de los sacerdotes y de los hombres políticos,
sino la producción de bienes materiales cada vez más “perfeccionados” y de las relaciones
sociales de cada vez más complejas, a través de etapas largas y laboriosas: paso de la brutalidad
animal al salvajismo, del salvajismo a la barbarie, de la barbarie a la civilización”. 2 Ahora se
puede ordenar, “racionalmente”, a las diversas sociedades, de acuerdo una escala de progreso,
basada fundamentalmente, aunque no de un modo exclusivo, en el desarrollo tecnológico.
1
V. Gordon Childe, Los origines de la civilización, F.C.E., México, 1971, p. 9.
2
G. Leclerc, Antropología y colonialismo, comunicación 28, Alberto Corazón editor, Madrid, 1973, p. 32.
49
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
En ese esquema, Occidente está colocado en la cúspide; y las demás sociedades con las
que se pone en contacto, como ya se ha dicho, se sitúan en diversos niveles, pero sin alcanzar
progreso de los países capitalistas. Mas, detrás de la noción de progreso, se desliza el criterio de
su necesidad y, asimismo, su carácter deseable; o sea, el resto de las sociedades no sólo deben
atravesar por las mismas etapas que llevaron a Occidente a su presente estadio, sino que, además,
es conveniente que avancen hacia ese punto.
No es difícil comprender que en ese postulado propuesto por los evolucionistas, el
proceso de expansión colonial encontraba un sólido fundamento ideológico. En adelante, es
posible decir que Occidente no sólo está en posibilidad, sino también en derecho y el deber
(moral) de conducir a las demás sociedades hasta el estadio de progreso (civilización) que habían
alcanzado los países capitalistas. Así, pues, expansión colonial y evolucionismo van de la mano a
lo largo del pasado siglo, especialmente durante su segunda mitad. El evolucionismo proporciona
la justificación ideológica para el desarrollo del capitalismo en extensión: los esquemas
evolucionistas permiten ubicar en un continuo movimiento a las diversas sociedades, y señalan el
punto hacia el cual deben avanzar. Pero, es importante destacar que estos esquemas sólo son
útiles en tanto justifican el proceso de expansión, mientras que el colonialismo solamente necesita
una justificación ideológica, una autocomprensión de su propia práctica de asimilación de otros
sistemas sociales.
La teoría evolucionista no aporta instrumentos prácticos para la administración o el
gobierno de esas sociedades, sino grandes construcciones que permiten ubicarlas en una escala
conveniente. Esta es una debilidad que se hará sentir más tarde, cuando el sistema colonial
requiera de la antropología, no esquemas simplemente, sino fórmulas prácticas. Entonces será la
oportunidad para una teoría como la funcionalista, que intentaba responder a ese reclamo
colonialismo en su nueva fase, ya entrado el presente siglo.
Retomando nuestra argumentación central, cabe decir que estas condiciones históricas de
desarrollo interno y externo del capitalismo industrial (disolución de los sistemas capitalistas
internos y expansión colonial) únicamente pueden explicar la asombrosa unidad de pensamiento
del siglo XIX, alrededor de una concepción que implica la noción central de progreso y deriva de
esquemas que suponen etapas de avance creciente. Este desarrollo de las ideas, homogéneo y
unificado, no puede ser, desde luego, obra de la simple casualidad. Diversos autores, en efecto,
han llamado la atención hacia la circunstancia de que las principales obras evolucionistas que
50
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
pueden ser consideradas propiamente antropológicas, se editan en la segunda mitad del siglo
pasado.3
La lista es larga: En 1851, Morgan publica The League of the Ho-de-no-sau-nee, or
Iroquois; T. Weitz inicia su Antropología de los pueblos primitivos en 1858, y al año siguiente, se
publica El origen de las especies de Darwin; en 1861, se ofrecen dos obras evolucionistas
clásicas: El matriarcado de Bachofen, y El derecho antiguo de Maine; Fustel de Coulanges
publica la ciudad antigua en 1864. Un año importante en publicaciones evolucionistas es 1865:
Investigaciones sobre los pueblos primitivos de Tylor; Matrimonio primitivo de Mc Lennan, y
Tiempos prehistóricos de Lubbock. Darwin vuelve a la carga en 1871, con El origen del hombre,
lo mismo que Tylor, La sociedad primitiva, y Morgan con su obra, pionera en el campo de los
estudios de parentesco, Sistemas de consanguinidad y afinidad de la familia humana. Sin duda, el
ciclo se cierra con la gran obra de síntesis sobre la evolución de la sociedad humana que
constituye La sociedad antigua, de Morgan. Este alud de obras evolucionistas sólo puede
entenderse como respuesta a una necesidad hondamente sentida en ese momento histórico.
La concepción central de estas obras establece un postulado de que aquella en que más
pone atención el científico (sean las especies o los sistemas de parentesco) se ha desarrollado a
partir de formas más simples o arcaicas, a través de etapas de evolución. La unidad, por lo que
respecta a la constitución de esquemas que contienen etapas sucesivas, nos debe llamar también
la atención. El esquema morganiano (“salvajismo”, “barbarie”, “civilización”) es ciertamente el
más conocido, pero no el único. Aún más, por lo menos dos autores (A. Ferguson en 1767, y W.
Robertson en 1777) habían propuesto ya un esquema idéntico, tocante a los términos, aunque no
similar al de Morgan por lo que respecta a los criterios para definir las etapas. Asimismo, G.
Klem había propuesto, en 1843, un esquema que incluía tres estadios de progreso: “salvajismo”,
“domesticidad” y “libertad”.4
Por lo demás, vale la pena recordar —pues el siglo del evolucionismo es también el de la
filosofía positivista—que Augusto Comte, el secretario de Saint-Simón, y después su rival, quien
habría de aportar los fundamentos de la concepción “positivista”, consideró el (“gran
descubrimiento de 1822”) que la mente humana atravesó por tres estadios o métodos, que
denominó el teológico, el metafísico y el positivo. Además, según Comte, la historia de la
sociedad debe ser concebida teniendo en cuenta la “ley” de las tres grandes fases, a cada una de
las cuales corresponde un estadio de la mente; a saber, la fase militar (correspondiente al estadio
3
Ángel Palerm, Introducción a la teoría etnológica, Universidad Iberoamerica, México, 1967, p. 105; Leclerc, op. cit., p.
29.
4
Cf., el excelente “Prólogo” de Carmelo Lisón Tolosana a Lewis H. Morgan, La sociedad primitiva, ed. Ayuso, Madrid,
1971, p. 32.
51
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
5
M. A. Dynnik, “Análisis crítico del positivismo”, en Positivismo y neopositivismo, Ed. Pueblo Nuevo, México, 1975, pp.
38-41.
6
Utilizaremos la versión titulada La sociedad primitiva de editorial Ayuso, Madrid, 1970, que repite la antigua edición
mexicana de Pavlov.
52
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Siete años después, Engels no había variado en lo más mínimo su opinión sobre la obra
de Morgan, pues en el prefacio a la cuarta edición de su libro El origen... (1891), vuelve a juzgar
a Morgan, prácticamente, concediéndole el mismo merecimiento de Marx, esta vez también junto
a Darwin.8
Es difícil imaginar mayores alabanzas para la obra de un autor, sobre todo de alguien que,
como Engels, vigilaba celosamente la pureza, y exaltaba de continuo la originalidad del
pensamiento de Marx, aun a costa de minimizar, bajo una admirable humildad, sus propios
méritos. Esta actitud favorable de Engels respecto a la obra de Morgan a que nos referimos, tuvo
influencia, sin duda, en alguna medida, en la antipatía que fue suscitando poco a poco, en los
teóricos posteriores de la antropología clásica, aunque, como veremos, el factor decisivo que
orienta la mirada hacia otros rumbos teóricos es el cambio histórico concreto. De todas maneras,
durante un largo lapso que llega hasta nuestros días, los sectores más recalcitrantes del
pensamiento burgués-occidental identifican estrechamente a Morgan con el marxismo; por
extensión, en ocasiones, la confusión se lleva aún más lejos, identificando a cualquier concepción
evolucionista (incluyendo la de Darwin) con el pensamiento marxista. En todo caso, para nuestros
fines, esto es lo que menos importa.
Por lo demás, es necesario destacar que las apreciaciones de Engels sobre La sociedad
antigua, han provocado un debate en las propias filas del marxismo, que perdura hasta nuestros
días, sobre el verdadero carácter de la obra de Morgan. La pregunta clave alrededor de la cual se
7
Carlos Marx y Federico Engels, Obras escogidas, Tomo II, Editorial Progreso, Moscú, pp. 166 y 167.
8
“El descubrimiento [por Morgan] de la primitiva gens de derecho materno, como etapa anterior a la gens de derecho
paterno de los pueblos civilizados, tiene para la historia primitiva la misma importancia que la teoría de la evolución de
Darwin para biología, y que la teoría de la plusvalía, enunciada por Marx, para la economía política. Este descubrimiento
permitió a Morgan bosquejar, por primera vez, una historia de la familia donde, por lo menos en líneas generales,
quedaron asentados previamente, en cuanto lo permiten los datos actuales, los estadios clásicos de una nueva época en
el estudio de la prehistoria. La gens de derecho materno es hoy el eje alrededor del cual gira toda esta ciencia; desde su
descubrimiento, se sabe en qué dirección encaminar las investigaciones y qué estudiar, y de qué manera se debe
agrupar los resultados obtenidos. Por eso, hoy se hacen en este terreno progresos mucho más rápidos que antes de
aparecer el libro de Morgan”. Ibídem, p. 177.
53
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
articula esta discusión, puede anunciarse de esta manera: ¿Hasta qué punto puede considerarse
que, en verdad, La sociedad mexicana expresa el descubrimiento de Morgan, por sus propios
medios, de la teoría materialista de la historia? O también: ¿En realidad, La sociedad antigua no
se inserta más bien en el esquema evolucionista clásico, con todos sus defectos positivistas y todo
su evolucionismo decimonónico?, ¿hasta qué punto el propio Engels no incurre en un grave error
al asignar a tales elementos idealistas el alto estatuto materialista? Al aparecer, no se puede
dirimir este debate, y situar justamente el enfoque de Engels sobre la obra de Morgan, sin
examinar más detenidamente la intención y el sentido de la versión de Engels.
En esa perspectiva, podría sacarse la conclusión, paradójica en apariencia, de que no se
puede juzgar la obra de Morgan, sin más ni más, como un redescubrimiento del materialismo
histórico, ni los juicios de Engels como “erróneos”. 9 En efecto, nos parece que, en primer lugar,
cuando Engels asegura que Morgan descubre “de nuevo y a su modo”, la teoría materialista de la
historia, hay que poner más énfasis en la formula a su modo que la expresión “de nuevo”. Tal
interpretación, puede sostenerse más solidamente a partir de otro comentario de Engels. Cuando
éste quiere separar lo propio de que pertenece a Morgan, advierte que, tomando la información
histórica aportada en La sociedad antigua, añade “todos los datos” de que disponía
personalmente; aquí, Engels se limita a poner al día el acervo de información sobre el tema. Pero,
cuando se trata de la interpretación, especialmente sobre los fenómenos económicos, el
procedimiento es radicalmente distinto: “La argumentación económica —dice Engels— he tenido
que rehacerla por completo, pues si bien era suficiente para los fines que se proponía Morgan, no
bastaban en absoluto para los que perseguía yo”.10
Ello nos conduce claramente a la conclusión de que Engels estaba plenamente consciente
de las limitaciones teóricas del enfoque de Morgan, razón por la cual no podía suscribirlo
plenamente. Sobre todo, con respecto a la “argumentación económica”, Engels veía con claridad
—y gran sentido crítico, como veremos más adelante— que en una primera instancia no
respondía a tesis básicas del materialismo histórico; por ejemplo, la tesis de la determinación, en
última instancia, de la estructura económica, pues si bien Morgan subraya el papel de la
9
Esto, desde luego, dejando de lado la cuestión baladí de los elementos fácticos que el desarrollo de la ciencia
antropológica ha descartado y que son asimilados por Engels. En realidad, la tarea de dedicarse a combatir a Morgan, y
por extensión a Engels, sobre la base de los errores fácticos en que incurrieron, desde la ventajosa perspectiva de los
avances de la investigación actual, carece de interés. Por ejemplo, constituye una victoria fácil, reprochar a Morgan (La
sociedad primitiva, p. 38) que asignara al homo sapiens una antigüedad de apenas 100 mil años, cuando dataciones
actuales permiten asegurar que la especie existe desde hace, por lo menos, medio millón de años, llegándose en
algunas interpretaciones a asignarle una antigüedad que oscila entre 750 mil y 1 millón de años. Por lo demás, de hecho,
Morgan asume una actitud muy flexible ante la posibilidad de descubrimientos posteriores, y admite el carácter
provisional de la mayoría de sus datos. Engels, por su parte, advierte que la obra de Morgan en muchos puntos ha
caducado.
10
Marx-Engels, op. cit., pp. 167-168. Subrayados nuestro.
54
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
55
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
utilizando como criterio la manera en que los hombres, en sociedad, se procuran los medios de
subsistencia y, además, tomando en consideración los inventos y descubrimientos que la propia
actividad del hombre le hace alcanzar.
Sobre esta base, Morgan construye su periodización de la evolución social. El autor deja
de lado la clasificación tradicional (“Edad de piedra”, de “bronce” y de “hierro”) por parecerle
inadecuada para su propósito; pero cree probable “que las sucesivas artes de subsistencia hayan
influido sobre la condición del hombre y sean las que, en última instancia, ofrezcan bases más
satisfactorias para estas divisiones” (p. 13). Así, combinando las diversas “artes de subsistencia”
con las invenciones y descubrimientos, Morgan propone su célebre esquema de tres “periodos
étnicos”: el salvajismo, la barbarie y la civilización. Los dos primeros a su vez, se dividen en tres
“subperiodos” que corresponden a respectivas “condiciones de la sociedad” o “estadios”; a estos
estadios los designa “inferior”, “medio” y “superior”. En realidad, el grueso de la obra se limita
prácticamente en los dos primeros periodos. Morgan construye su esquema teniendo en cuenta
inventos como el arco y la flecha, o la alfarería, o descubrimientos como el uso del fuego;
distingue cinco fuentes o artes de subsistencia: subsistencia natural de frutas y raíces, de pesca,
farinácea mediante cultivos (horticultura), a base de carne y leche y finalmente las “subsistencias
ilimitadas, por medio de la labranza de campos”. En sus grandes trazos, elementos de este
esquema de “artes de subsistencia” siguen siendo utilizados aún para delimitar ciertos
movimientos claves del desarrollo de las sociedades.
Pero Morgan no sólo observa estas artes de subsistencia como material adecuado para
elaborar una periodización, sino que le asigna directamente un papel esencial como motor del
desarrollo evolutivo; el dominio sobre “artes” le permite al hombre pasar de una etapa a otra. Así,
la idea engelsiana del hombre que se hace a sí mismo, que se crea a sí mismo, a través del
dominio cada vez mayor de la naturaleza, se expresa claramente:
“El hecho importante de que el hombre comenzó al pie de la escala, y se elevó, está
demostrando expresivamente por la sucesión de sus artes de subsistencia. De su ingenio en este
sentido, pendía la cuestión entera de la supremacía del hombre en la tierra. El hombre es el único
ser del quien se puede decir que ha logrado el dominio absoluto de la producción de alimentos
que, en el punto de partida, no era más suya que de otros animales. Al no haber ampliado las
bases de subsistencia, el hombre no hubiese podido propagarse hasta otras zonas que no
poseyeran las mismas clases de alimentos, y, luego, por toda la superficie de la tierra; y, por
último, a no haber logrado el dominio absoluto, tanto sobre su variedad, como sobre su cantidad
no se hubiese podido multiplicar en naciones populosas. Es, por tanto, probable, que las grandes
56
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
épocas del progreso humano se han identificado, más o menos directamente, con la ampliación de
las fuentes de subsistencia” (p. 22).
En este texto, pues, resuena la tesis del desarrollo de las fuerzas productivas, como uno
de los criterios básicos para establecer el grado de avance alcanzado por una sociedad. Y algo
más: propone claramente una correlación estrecha entre el dominio sobre la naturaleza, que
permite el control sobre las artes de subsistencia, y las posibilidades de sobrevivencia y expansión
de la especie; de esa manera, el éxito de la especie sobre la naturaleza se convierte en un criterio
objetivo del progreso. Sobre esa base, Gordon Childe intentará después fundamentar una medida
objetiva del progreso histórico, mostrando que a cada paso los grupos sociales, dirigido a
desarrollar “artes” de subsistencia más eficaces (“revolución neolítica”, “revolución industrial”,
etc.,) corresponde un rápido y repentino aumento de la población.12
Las artes de subsistencia, por su parte, no pueden entenderse si no en su vinculación con
los inventos y descubrimientos (p. 10); son éstos los que permiten, en último análisis, desarrollar
nuevos procedimientos que significan un mayor control sobre la naturaleza y, por consiguiente,
hacen posible mejorar los métodos que amplían las fuentes de subsistencia. Así, pues, tales
inventos y/o descubrimientos asumen un papel dinámico que empuja hacia delante a la sociedad,
haciéndola elevarse hacia una nueva etapa de progreso:
“La porción más adelantada de la raza humana fue detenida, por así decirlo, en ciertas
etapas del progreso, hasta que un gran invento o descubrimiento, tal como la domesticación de
animales o el proceso de fundición del hierro mineral, diera un nuevo impulso hacia delante”
(p.39).
Hasta aquí podría decirse, dejando de lado los pruritos conceptuales y terminológicos,
que Morgan se inserta en una concepción materialista de la historia. Pero, en este momento, hay
que destacar la otra vertiente de su enfoque: la vertiente idealista. Morgan sostiene que el
progreso humano se debe considerar no solo a través de los inventos y descubrimientos, sino
también a través del desarrollo de las “instituciones” (gobierno, familia, religión, etc.). Proyecto
explicativo irreprochable, si el autor no procurara entender esos dos niveles como independientes,
tanto en el sentido de que suponen dos líneas diferentes de investigación, como así mismo peor
12
“Dentro de ciertos límites, la economía en reproducción, la probabilidad individual de supervivencia, aumenta al
ascender en la escala evolutiva [...]. Los cambios históricos pueden ser juzgados por la medida en que hayan ayudado a
la supervivencia y la multiplicación de nuestra especie [...]. Los arrolladores cambios en la cultura material y en el equipo,
las nuevas fuerzas sociales de producción y la reorganización económica llevada a cabo por la Revolución Industrial,
reactuaron sobre la masa de la población británica en su conjunto, de una manera que ningún acontecimiento político o
religioso había logrado[...] teniendo presente la lección obtenida de las cifras y las curvas anteriores, seremos capaces
de discernir otras “revoluciones” ocurridas en las edades primitivas de la historia humana. Se pondrán de manifiesto de
una manera semejante a la de la Revolución Industrial: por un cambio de dirección, hacia arriba, de la curva de población
[...]. Es de esperar que la consideración de estas revoluciones tan remotas que es imposible que nos produzcan
irritación o entusiasmo, puede servir para vindicar la idea de progreso, en contra de los sentimentales y de los místicos”,
V. Gordon Childe, Los orígenes de la civilización, Fondo de Cultura Económica, México, 1971, pp. 22 a 25.
57
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
aún, en el sentido de que derivan de fuentes distintas. De esa manera, las instituciones no están
determinadas, a través de adecuadas mediaciones, por el desarrollo de la vida material, sino que
dependen de ciertas “ideas originales” o “principios primarios del pensamiento”.
En efecto, desde el principio, Morgan se plantea metodológicamente esta perspectiva:
“Recomponiendo —dice— las diversas trayectorias del progreso hacia las edades primitivas del
hombre, esperando una de otra, según el orden de aparición de los inventos y hallazgos, por un
lado, e instituciones, por otro, comprendemos que aquéllos mantienen entre sí un vínculo
progresivo, y éstos una relación de desenvolvimiento. Mientras los inventos y descubrimientos
han estado unidos a una forma más o menos directa inmediata, las instituciones se han
desarrollado sobre el fundamento de unos principios primarios del pensamiento” (pp. 9-10.
Subrayado nuestro). De ahí que: “Por esto, dos líneas independientes de investigación captan
nuestra atención. Una nos lleva a través de los inventos y descubrimientos, y la otra, a través de
las instituciones primitivas. Con los conocimientos así logrados, podemos confiar en señalar las
etapas principales del desarrollo humano” (p. 10. Subrayado nuestro).
Tales gérmenes originales del pensamiento, que ocupan un importante lugar en el
esquema morganiano, no solamente son muy limitados en número, sino que, además, son
independientes de la experiencia concreta de los hombres.13 Marx había afirmado, casi dos
décadas antes, que “el modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida
social, política y espiritual, en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser,
sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”. 14 De acuerdo con el
esquema de Morgan por el contrario, las “ideas originales” se caracterizan precisamente por ser
independientes de toda experiencia, son previas al hombre en tanto ser social.
En ocasiones, la insistencia de Morgan en esos gérmenes primarios del pensamiento, parece
tener como principal objetivo destacar la unidad del género humano, a fin de poder explicar, a
partir de tal unidad, la que le parecía asombrosa “identidad” de las “artes, instituciones y modos
de vida de un mismo estadio en todos los continentes”. “Este hecho —argumentaba Morgan—
constituye parte del testimonio acumulado, tendiente a demostrar que las instituciones principales
de la humanidad se han desarrollado sobre la base de unos pocos gérmenes primarios del
pensamiento; y que el curso y manera de su desarrollo estaban predeterminados, como también
circunscriptos dentro de límites estrechos de divergencia, por la lógica natural de la mente
13
“Las ideas originales, independientes en absoluto de experiencia y conocimientos previos, son necesariamente
escasas en número. Si fuera posible reducir la suma de las ideas humanas y de las ideas originales no derivadas,
espantaría el bajo número resultante. El desarrollo es el método del progreso humano”, p. 57.
14
Carlos Marx, “Prólogo de la contribución a la crítica de la economía política”, en Obras Escogidas, tomo I, op.cit., p.
339.
58
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
humana y las limitaciones necesarias de sus facultades [...]. El argumento, una vez desarrollado,
tiende a establecer la unidad del origen del género humano” (p. 21). El razonamiento es en gran
medida circular: la identidad de artes, instituciones y modos de vida, en todas partes explica por
el hecho de que todos derivan de la misma base (“unos pocos gérmenes primarios del
pensamiento”) y los resultados idénticos son, al mismo tiempo, la mayor prueba de la unidad del
genero humano que esos gérmenes primarios suponen.
Dicho sea de paso, tal concepción ni es única ni ha dejado de influir sobre el pensamiento
antropológico posterior. Adolf Vastian, casi un contemporáneo de Morgan, desarrolló una
concepción similar en sus aspectos esenciales. Bastian, como Morgan creía en el desarrollo
independiente como el criterio básico para entender la evolución histórica, sin negar por esto el
influjo que podía ejercer el proceso de difusión. Pero Bastian sostuvo que los resultados
semejantes, al no derivar básicamente del contacto o la difusión, eran la consecuencia de la
existencia de una unidad psíquica de la humanidad que producía por todas partes “ideas
elementales” semejantes. El postulado de Bastian tuvo influencia en uno de sus discípulos, quien
posteriormente se convertiría durante décadas en la figura reinante de la antropología académica
norteamericana: Franz Boas. Este llegó a pensar que “la similitud de los elementos culturales,
abstracción hecha de raza, ambiente y condiciones económicas, también puede explicarse como
resultado de un desarrollo paralelo que se basa en la semejanza de la estructura psíquica del
hombre en todo el mundo”. Más cerca de nosotros, el postulado de formas primarias y originales,
a la manera kantiana, reaparece en el enfoque estructuralista de Lévi-Strauss, con la forma de
“estructuras mentales elementales”.
Volviendo a Morgan, con frecuencia va muy lejos tratando de buscar los últimos
elementos responsables de la unidad del proceso evolutivo de las sociedades. En algunos pasajes
de su obra, los gérmenes de pensamiento, a su vez, dependen o son “dirigidos” por una “lógica
natural”, con lo cual, no sólo las instituciones, sino también los inventos y descubrimientos pasan
a depender de ese atributo del cerebro, de la mente humana que asimismo denomina “principio
común de inteligencia”. Al llegar a este punto, la discusión con Morgan se detiene bruscamente,
pues no es posible, hoy día, poner en duda que todos los miembros de la especie sapiens
comparten las mismas potencies de “inteligencia”; mas aun, durante un largo periodo, la
antropología física tuvo que lucha a brazo partido frente a ciertas concepciones (racistas, por
supuesto), hasta establecer firmemente este principio. Sin embargo, hay que reconocer que la
dificultad, en términos analíticos, estriba en que no puede considerarse como teóricamente
adecuado para explicar el surgimiento y desarrollo de las diversas formas socioeconómicas un
59
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
principio tan general. En todo caso, dejando de lado la “lógica natural”, nos queda una
concepción morganiana del proceso evolutivo, que combina dos motores o fuentes: las
invenciones y descubrimientos, provocando las artes de subsistencia, y las “ideas originales” que
con su “desenvolvimiento” determinan las instituciones.
La independencia de las “artes de subsistencia” morganianas, respecto a las instituciones,
sin duda está muy lejos de teoría materialista de la historia, tal y como el mismo Engels la
resumió sin desperdicios ante la tumba de Marx; según dijo, en aquella ocasión, esta teoría
postula que “la producción de los medios de vida inmediatos materiales, y, por consiguiente, la
correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o de una época, es la base a partir de
la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas
artísticas, e incluso las ideas religiosas de los hombres, y con arreglo a la cual deben, por tanto,
explicarse, y no al Rey, como hasta entonces se había venido haciendo”. Tal perspectiva tendría
poco que ver con el esquema de Morgan que hemos esbozado hasta aquí; es cierto que este no
explica las artes de subsistencia, por las instituciones, pero tampoco intenta entender a estas a
partir de aquellas.
60
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
entre los propietarios de la las condiciones de producción y los productores directos —relación
cuya forma corresponde siempre de un modo natural a una determinada fase de desarrollo del tipo
de trabajo, y por tanto, a su capacidad productiva social—, es la que nos revela el secreto más
recóndito, la base oculta de toda la construcción social, y también, por consiguiente, de la forma
política de la relación de soberanía y dependencia, en una palabra, de cada forma especifica de
Estado”.
Así, el hecho de que en las etapas tempranas del desarrollo histórico, las relaciones de
producción que derivaban del control sobre los medios de producción (especialmente la tierra), se
expresaran profundamente inmensas en el sistema de relaciones sociales que caracteriza los
diversos esquemas de parentesco, permitiría comprender la circunstancia repetidamente señalada,
de que tales relaciones de parentesco se manifiesten, en esas sociedades, como la estructura
dominante.
Ahora bien, en la medida en que Morgan nos va introduciendo en un estudio que rastrea
las condiciones (“reglas de la herencia”) que definen determinadas formas de apropiación de las
condiciones de producción (“bienes”, especialmente la tierra), el carácter del esquema analítico
sufre naturalmente, por decirlo así, modificaciones sustanciales. Un factor de la estructura
económica, no solo se constituye en motor, sino que, simultáneamente, establece su vinculación
con las fuerzas productivas, al tiempo que determina los elementos superestructurales (gobierno,
familia, etc.). Desde el principio, Morgan señala esta doble vinculación de la “propiedad”, tanto
respecto a la base material, como a las manifestaciones superestructurales:
Es cierto que todavía aquí Morgan se limita a postular una vinculación entre la
“propiedad” por una parte, y el desarrollo de la vida material y las “instituciones”, por otra, sin
definir una relación de determinación. Pero, por lo menos (y esto no es un cambio analítico), de
esa manera desaparece la “independencia” de las dos “líneas de investigación”, antes
61
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
mencionada. Ahora la “propiedad” nos descubre que, finalmente, la base material no esta
desvinculada del nivel superestructural, ni siquiera, ni mucho menos, en la esfera analítica. Es
verdad, también, que aun su concepción del desarrollo de las relaciones de producción esta
embadurnada de elementos idealistas (su visión de la propiedad como un germen o idea que se
“desenvuelve”); pero liberándola de tales residuos, el núcleo materialista que esta alli puede ser
rescatado.
Sin embargo, una concepción diáfana de determinación causal de las relaciones de
producción sobre las “instituciones” comienza a plantearse en adelante. Antes, todavía Morgan
reconoce que no se puede entender el surgimiento de la propiedad en el seno de la sociedad, sin el
marco de un cierto desarrollo de la base material (fuerzas productivas). A continuación, la
“propiedad”, que finalmente definirá relaciones de apropiación real de fuerza de trabajo en favor
de quien la detente o controle, influirá en la aparición de nuevas formas de familia; por ejemplo,
será responsable de la aparición de la familia monogámica. Así “la propiedad llegó a ser tan
poderosa que su influencia se dejó sentir en la estructura orgánica de la sociedad”.
Pero, además, no es posible entender los sistemas de dominación y las expresiones
jurídicas que les corresponden, sin referencia a las relaciones de producción que ellos quieren
precisamente salvaguardar: efectivamente —dice Morgan— “Los gobiernos y las leyes se
instituyen con referencia primaria” a la “creación, protección y goce” de la propiedad. De hecho,
es el control sobre los medios de producción, que define cierta forma de propiedad, lo que
“introdujó la esclavitud humana como instrumento de producción, y, tras una experiencia de
varios millares de años, causo la abolición de la esclavitud al descubrir que el hombre libre era
una máquina productora mayor” (p.432).
Después, Morgan va más lejos aún, al señalar la propiedad privada sobre los medios de
producción, ya en el periodo de la “civilización”, como la responsable, tanto de la desigualdad
social, como de los sistemas de dominación que tienen como función reproducir esa condición de
desigualdad; a su vez, esta situación de desigualdad y dominación, genera luchas. Con razón, la
obra de Morgan produjo, respectivamente, una antipatía tan feroz entre posteriores antropólogos
tradicionales, y una amplia simpatía entre los pensadores marxistas (sobre todo en Engels).
Llamemos la atención hacia el hecho de que Morgan concibiera ya en esta época la desigualdad
social como fruto del desigual control sobre los medios de producción, en tanto todavía en años
recientes los pensadores funcionalistas interpretaban esta desigualdad como el resultado,
functional para todo sistema, de premiaciones diferenciales (privilegios) que se otorgan a ciertos
miembros de la sociedad, según estos ocupan posiciones que son importantes para el
62
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
15
Esta es la interpretación desarrollada por K.Davis y W.E. Moore, “Algunos fundamentos de la estratificación”/ en
Claudio Stern (compilador), La desigualdad social, I, SepSetentas, México, 1974.
16
“Estos diversos regímenes de posesión tienden a demostrar que la regal más Antigua de la tenencia de la tierra era la
común ejercida por la tribu; que después de que se inició el cultivo de la tierra, una parte de la tribu se repartió entre las
gentes, y cada una de estas la poseía en común; con el transcurso del tiempo, se adjudicaron individualmente, lo que
condujo, por último, a la propiedad individual privativa. Las tierras no ocupadas y yermas permanecían todavía como bien
común de la gens, de la tribu y de la nación. Este, en suma, parece haber sido el proceso de la experiencia respecto de
la posesión de la tierra. En general, los bienes personales eran de propiedad individual”, p. 468.
63
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
transformación de esta sociedad en términos que hubieran podido salir de labios de Carlos
Marx”.17
64
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
arcaica de descendencia es la matrilineal “y esta más de acuerdo con las condiciones primitivas de
la sociedad antigua, pueda suponerse su antiguo imperio entre las gentes griegas y latinas.
Además, cuando ha llegado a descubrirse y comprobarse la forma arcaica de cualquier institución,
no es posible concebir que su forma original haya sido la que presenta en su estado ulterior mas
adelantado” (p.295).
Por este camino el análisis se hace cada vez más independiente de los imperativos de la
evidencia; la propia lógica del razonamiento, que especula sobre estados cada vez más
“primitivos” a los que se atribuye universalidad, nos permite inferir, sin más ni más, su presencia
en todas partes, independientemente de las pruebas históricas. Así, puede deducirse hasta el
estado de promiscuidad.18 Y tal procedimiento le parece a Morgan una manera de hacer
deducciones “teóricas”.19
Dos procedimientos más, típicos de su concepción evolutiva, pueden ser señalados. En
primer lugar, hasta tal punto se supone uniformidad en el proceso evolutivo, que se considera
teóricamente lícito, Así nada más, el método de inferir las características de las sociedades
antiguas, a partir de la observación de los grupos llamados “primitivos” contemporáneos. De esta
manera, “tan esencialmente idénticas son las artes, instituciones y modos de vida en un mismo
estadio en todos los continente, que la forma arcaica de las principales instituciones domésticas
de los griegos y romanos, debe buscarse aun hoy en las instituciones correspondientes los
aborígenes americanos” (p. 21). Morgan observa, pues, a los grupos simples contemporáneos, y
cree poder entender así “la forma arcaica” en que se encontraban otras sociedades cuando pasaron
por ese “estadio”. Con frecuencia, nuestro autor incurre en estas extrapolaciones acríticas.20
El otro procedimiento consiste en suponer la universalidad del fenómeno (por ejemplo,
un sistema matrimonial), partiendo de la consideración de su función positiva. Morgan incurre
aquí en el error de proponer como explicación de la universalidad de un fenómeno, las
consecuencias que provoca, o los propósitos o fines que cumple; es decir, maneja la típica
explicación teleológica que posteriormente será el alfa y omega de los funcionalistas. 21 El sistema
que Morgan denomina “punalua”, excluye el matrimonio entre hermanos propios o
consanguíneos; ahora bien, nuestro autor ve como un hecho positivo, desde el punto de vista de la
18
“Se podrá preguntar si existe algún testimonio de esta condición arcaica. Como respuesta, puede hacerse notar que la
familia consanguínea y el régimen malayo de consanguinidad presuponen una promiscuidad anterior”, p. 428.
19
“La promiscuidad puede ser deducida teóricamente, como condición necesaria anterior a la familia consanguínea; pero
queda oculta en la nebulosa antigüedad del hombre, más allá de los alcances del saber positivo”, p. 429.
20
Por ejemplo, concibe la universalidad de la organización a base de sexo, por el hecho de haberla “encontrado” entre
los australianos: “Las categorías australianas suministran el primero, y hasta donde llegan los conocimientos de este
autor, único caso, en que podemos proyectar nuestra vista hasta las etapas incipientes dela organización de gentes, y
aun a través de ella, hasta una organización anterior tan arcaica como la arreglada a base de sexo”, p. 56.
21
Para un examen de las dificultades de esta explicación, ver Héctor Díaz-Polanco, Contribución a la crítica del
funcionalismo, CIIS, México, 1977.
65
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
66
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
los procesos concretos y específicos (los cuales pueden ser incluso de retroceso), que forman
parte de la historia, en pro de la lógica del “proceso general”.25 En esta aceptada dirección crítica,
se orientan las consideraciones Gobot.26 Es innecesario insistir aquí en la repulsa de Marx hacia
los esquemas suprahistóricos que definen de antemano el curso de la historia: basta recordar su
airada protesta frente al intento de convertir su propio “esbozo sobre los orígenes del capitalismo
en Europa occidental, en una teoría filosófica-histórica sobre la trayectoria a que se hallan
sometidos fatalmente todos los pueblos”; Marx no cree en “la clave universal de una teoría
general de filosofía de la historia, cuya mayor ventaja reside precisamente en el hecho de ser una
teoría suprahistorica”.27
25
“Surge, desde luego, una inferencia importante, a saber: que las instituciones del hombre han aparecido en una serie
continuada y progresiva, cada una de las cuales representa el resultado de movimientos de transformación inconscientes
para libertar a la sociedad de males actuales […] Puede admitirse que existieron casos de retroceso mental y físico en
tribus y naciones, por rezones conocidas; pero ellos jamás interrumpieron el progreso general de la humanidad”, p.56
26
“En suma, esta concepción equivale a afirmar que toda la historia es progreso, es decir, desarrollo: ‘irresistible’, cuyo
contenido y carácter antagónico son definidos uniformemente por la lucha entre lo Nuevo, ‘a lo cual pertenece lo futuro’, y
lo Viejo, ‘que se obstina en mantenerse, aunque inevitablemente, debe sucumbir’. Así, la historia se vuelve una marcha
triunfal, jalonada por combates ganados de antemano. Se ve así que un historiador armado de tal concepción casi no sea
capaz de pensar teóricamente los ‘reveses’, los estancamientos y los retrocesos sin los cuales la historia de la
humanidad sería otra historia. Se verá entonces tentado, o bien a negar su existencia, o bien a tribuirlos a obstáculos
‘encontrados’ por el desarrollo social, pero por naturaleza extrañó a su dinámica propia, pues esta no puede producir por
sí misma sino el triunfo de lo Nuevo…”. Jean-Jacques Goblot, “La Historia de las ‘civilizaciones’ y la concepción marxista
de la evolución social”, en materialismo histórico e historia de las civilizaciones, Editorial Grijalbo, México, 1973, pp. 93 y
94.
27
C. Marx. “Cartas sobre el tomo I de El Capital” en El Capital I, op. cit., pp. 710 a 712.
67
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
concepción teórica particular que conjuga, simultáneamente, una Mirada hacia lo futuro, pero
también hacia lo pasado. Todavía no había desaparecido la amenaza que significaba para la nueva
clase burguesa la presencia de fuertes elementos del antiguo régimen aristocrático. De ahí que el
positivismo nazca bajo el lema de “orden y progreso”, pues si bien había que desarrollar y
proyectar hacia lo futuro a la nueva sociedad que se comenzaba a conformar, había que proteger
el nuevo orden contra la amenaza que todavía implicaba la nobleza. Con el evolucionismo más
avanzado, especialmente el de Morgan, la cuestión del orden desaparece por completo; antes al
contrario, como ya se ha visto, Morgan pone claramente en entredicho el postulado de un
mantenimiento necesario del orden social, sosteniendo que la ley de la sociedad es el progreso, y
que este continuara realizándose sobre las ruinas de las columnas básicas de la sociedad
“civilizada” capitalista.
No debe causar extrañeza, por lo tanto, que cuando la burguesía se establece firmemente
en el poder, habiendo desarrollado profundas raíces y bases económicas, no pueda continuar ya
suscribiendo una concepción en la que el progreso es central. En efecto, a finales del siglo XIX, la
revolución industrial ha realizado prácticamente sus efectos más importantes; ahora la
construcción de un nuevo sistema socioeconómico no es un proyecto en proceso de realización,
sino ya una realidad palpable; al parecer, el “progreso” ha sido ya alcanzado. Entonces, lo que
conviene es poner énfasis en adelante, en el orden. Esto es lo que ocurre con el pensamiento
sociológico se publique en 1895.28
En suma, el primitivo lema positivista de orden y progreso, con el evolucionismo clásico
se reduce al progreso y, con el pensamiento sociológico posterior, al orden. El marxismo
compartirá con el evolucionismo la mirada hacia lo futuro, que implica la noción de progreso,
aunque, por supuesto, en el primero se trata de enfatizar el carácter histórico (o transitorio) de la
sociedad y, por consiguiente, la necesidad de considerar en el análisis no tanto la estabilidad y el
equilibrio (el orden), sino la dinámica que impulsa las contradicciones internas. Además, por una
parte, el marxismo establecerá como criterio básico del avance histórico o del “progreso”, el
desarrollo de las fuerzas productivas; por otra, no se concebirá la teoría de la historia desligada de
la práctica, especialmente de la práctica revolucionaria: el objetivo final es transformar al mundo.
28
Un análisis más detallado de este cambio, puede verse en Alvin Gouldner, La crisis de la sociología occidental,
Amorrortu editores, Buenos Aires, 1973, primera parte.
68
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Ahora bien, hay que destacar la cuestión de que, con el énfasis en el orden que
determinan condiciones históricas nuevas, desaparece del pensamiento social la preocupación por
la historia.29
En adelante, lo que interesa es el sistema sincrónico: estudiar la sociedad, hic et nunc, a
fin de establecer sus leyes de funcionamiento equilibrado y detectar, concomitantemente, las
expresiones de desviación que atacan al orden (fenómenos “anómicos”), con el objeto de
descubrir los procedimientos que contribuyan a controlarlos adecuadamente.30
Esta nueva concepción, que marca la crisis del evolucionismo, tendrá una influencia
fundamental sobre el pensamiento antropológico posterior, hasta tal punto que, prácticamente,
durante toda la primera mitad del siglo XX, esta disciplina estará marcada, con diversas
variaciones, por enfoques y concepciones ahistóricas o “sincrónicas”.
En la atmósfera y condiciones históricas apenas esbozadas, aparecerá la teoría
funcionalista. Con esta aparecerá simultáneamente la llamada “antropología aplicada”. En efecto,
las nuevas condiciones del sistema colonial, requerían de una antropología dispuesta a
proporcionar herramientas eficientes para el control y buen gobierno de los pueblos sometidos.
Ahora carecen de interés las reconstrucciones históricas y los esquemas evolutivos. Lo que
importa es estudiar las sociedades colonizadas, a fin de ofrecer medidas y procedimientos que
conduzcan a un proceso de transformación —de acuerdo con los intereses de la metrópoli—
dentro del orden; es decir, cambios que no impliquen graves trastornos, y que pueden conducir a
resultados inesperados e indeseables (como revueltas nativas, por ejemplo).
El funcionalismo responderá perfectamente a estas nuevas exigencias. Se preocupará, de
hoy en adelante, por las sociedades primitivas contemporáneas, desarrollando un sistema analítico
que, en última instancia, todo lo explica por la función de o los fines que cumple cualquier
institución o elemento de la sociedad, tendiente a mantener la armonía y el equilibrio del sistema
en su conjunto. Así, no se requiere acudir a la historia para explicar la naturaleza y el carácter de
una sociedad, es decir, se puede realizar exclusivamente un estudio “sincrónico”.31
29
Exceptuando el marxismo, desde luego. Es sintomático, por esto, que todos los enfoques teóricos posteriores en el
campo de las ciencias sociales, surjan siempre en polémica frente al marxismo. Durkheim, Weber o Parsons, en la
sociología; Malinowski, Radcliffe-Brown o Boas en la antropología (para sólo señalar algunos ejemplos) construyen sus
esquemas teóricos en debate silencioso o explícito con Marx.
30
Piénsese en el estudio de un fenómeno, como el que ocupa la atención de Durkheim en El suicidio, Schapire editor,
Buenos Aires, 1971.
31
“Con frecuencia se ha reprochado a Malinowski —y especialmente en la actualidad— su desdén por la historia; ahora
vemos cual fue la razón profunda de esa actitud suya: el conocimiento del pasado es un saber gratuito, que de nada
puede servir. El colonizador modela pura argamasa humana, aquí y ahora, pensando en el futuro. En consecuencia, lo
único que le importa conocer es la sociedad presente en que actúa”. Roger Bastide, op. cit., p. 23.
69
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Pero, además, el principio de la “universalidad funcional” que postula que todos los
elementos de la sociedad contribuyen, en cierta medida, a mantener el todo en equilibrio y
armonía, nos lleva a los funcionalistas a plantear un “inmovilismo”, por el temor a que cualquier
cambio produzca desequilibrios o desajustes. Al contrario, el papel del funcionalismo es
justamente hacer posibles tales cambios, pero sin que se produzcan los desajustes. De lo que se
trata es de que, a partir del conocimiento que proporciona el funcionalismo con respecto a una
sociedad determinada, se puedan establecer las “funciones” que realiza el elemento que se desea
cambiar (por ejemplo, porque obstaculiza la introducción del capitalismo), a fin de sustituirlo por
otro que cumpla similares “funciones” en el sistema (o sea, que satisfaga necesidades
semejantes); Así, se garantiza el cambio sin desajustes peligrosos (peligrosos especialmente para
el colonizador).32
La otra línea de combate frente al evolucionismo establece su campo de operaciones de
este lado del atlántico, en los Estados Unidos, bajo la dirección de Franz Boas. Se trata de la
corriente de pensamiento antropológico denominado “relativismo cultural”, o también
“culturalismo norteamericano”. Este enfoque acusa al evolucionismo de “etnocentrista”,
rechazando la noción de progreso, al mismo tiempo. No existen culturas superiores o inferiores,
como plantea el evolucionismo, sino sólo culturales diferentes; en otras palabras, el culturalismo
niega que existan criterios aceptables para establecer el mayor o menor desarrollo de una
sociedad respecto de otra. En esto consiste precisamente su relativismo.33
No parece obra de la casualidad que este enfoque antropológico se desarrolle
precisamente en los Estados Unidos. Una concepción de este tipo, conduce lógicamente a plantear
el respeto a las culturas indígenas. O sea, si se plantea que ninguna cultura es superior a otra (sino
que tan solo son “diferentes”), no existe ninguna justificación para intentar la transformación de
los sistemas culturales nativas o la asimilación, de acuerdo con el patrón cultural occidental;
dicho en otras palabras, la “antropología aplicada” británica, por ejemplo, carece de justificación,
y también caería bajo la acusación de “etnocentrista” o peor aún, de “etnocida”. Ahora bien,
sintomáticamente, los Estados Unidos no son, en este momento, una potencia colonial a la
manera de varias naciones europeas (Inglaterra, Francia, etc.). En éste sentido, el culturalismo
32
Bastide, op. cit., ha resumido muy bien este procedimiento: “…cada vez que se destruya una institución como algo que
entorpece el desarrollo económico del país, será preciso determinar primero a que función correspondía —a que
necesidades, a que valores—, con la finalidad de crear en su reemplazo una nueva institución, superior, claro esta,
desde nuestro punto de vista, pero que responda a la misma función, que satisfaga las mismas necesidades y que no se
encuentre en contradicción demasiado notoria con los valores que están en la base de la Antigua”. p.26
33
Aunque no se ha explorado suficientemente en esta dirección, parece que esta concepción cultural-relativista que
impone Boas en los Estados Unidos, esta emparentada con el “relativismo histórico” que comienzan a desarrollar en
Alemania los autores Dilthey, Weber, etc. Boas, quien era inmigrante alemán, probablemente fue muy influenciado por
esa corriente filosófica-sociológica.
70
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
norteamericano puede ser interpretado como una expresión ideológica adecuada, como “un arma
de Guerra contra el colonialismo europeo, con miras a sustituir una dominación por otra”.34
La anterior interpretación parece confirmarse por el hecho de que, una vez consumada la
descolonización europea, la antropología norteamericana vuelve sus ojos al evolucionismo, esta
vez “multilineal”, como se verá más adelante. A más de esto, no se debe perder de vista que el
primer triunfo del proletariado en Rusia, y el establecimiento de una nueva sociedad (la sociedad
soviética), probablemente influyeron profundamente en el surgimiento del relativismo cultural: a
partir de ese hecho, y menos que nunca, podía aceptarse el proceso histórico (o el “progreso”)
como un postulado adecuado.
Vale la pena observar, para concluir las consideraciones sobre el relativismo, que pese a
sus declaraciones reiteradas en contra, conservó siempre en su seno una visión etnocentrista. La
noción clave que resuelve la contradicción entre un planteamiento que, llevado hasta sus últimas
consecuencias, conduce al respeto a las comunidades indígenas, y la necesidad que tiene el
capitalismo de absorber o asimilar a las mismas, es el de aculturación.35
Finalmente, los años cincuentas verán el resurgimiento del enfoque evolucionista, esta
vez bajo el signo de la concepción multilineal. El evolucionismo multilineal o
“neoevolucionismo”, no va a poner en duda que, en sus grandes trazos, las sociedades pasan por
diversas etapas evolutivas; pero rechaza la idea de que estas etapas son necesarias y, además, que
están colocadas sobre una sola línea de desarrollo. O sea, por una parte, no se acepta la necesaria
universalidad de las fases de evolución y, por la otra, se conciben líneas evolutivas diversas, y no
una sola.
No hay duda de que este enfoque neoevolucionista surge bajo la influencia de ciertos
planteamientos del marxismo y, casi siempre, simultáneamente, con el propósito de combatir los
propósitos y objetivos que define este último. En realidad, en el momento en que surge el
neoevolucionismo, no era posible seguir manteniendo concepciones que dan la espalda a la
historia, u ocultar las manifestaciones concretas de la evolución histórica (en todo caso, los
fenómenos como las Revoluciones rusa, china y otros cambios, se encargarían de ponerla de
manifiesto). Pero tampoco podía suscribirse una concepción que como la de Morgan o la de
34
R. Bastide, op. cit., p. 19.
35
El indigenismo mexicano, nace bajo el signo del relativismo cultural, a raíz del Congreso de Pátzcuaro de 1940. Sin
embargo, debido al dilema o la contradicción interna (respecto a las necesidades integracionistas del capitalismo) que
contiene esta teoría, finalmente los indigenistas mexicanos tuvieron que someterla a fuertes críticas, hasta abandonarla
por completo. Es comprensible: si bien este enfoque relativista es muy útil como cartel propagandístico o ideológico
(“respeto a las culturas indígenas”), tomarlo muy en serio puede conducir a la paralización de toda acción encaminada a
integrar a los indígenas al sistema capitalista. Pero sabemos que importancia dan estos antropólogos a la “acción
indigenista”. Este dilema, y el posterior rechazo del relativismo, parece muy claro en la obra del indigenista más
elaborado: Gonzalo Aguirre Beltrán; ver su Obra polémica. Seplnah, México, 1976, y Teoría y practica de la educación
indígena, Septetentas, México, 1973.
71
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Marx, planteaba que el próximo paso hacia adelante implicaba la destrucción del sistema
capitalista.
La única solución, entonces, consistía en retomar el enfoque evolutivo, pero agregándole
la concepción de su carácter “multilineal”. Es así, como puede conciliarse la idea de la evolución
histórica, con la idea de la sobrevivencia del sistema capitalista. Es verdad que los
neoevolucionistas no expresan con tal brutalidad el trasfondo de su teoría. Más bien, sólo en
ocasiones expresan el criterio de que, si bien las sociedades atraviesan por diversas etapas, de ello
no se deriva que el sistema capitalista tenga que desaparecer para dejar lugar al sistema socialista
que, en la ocurrencia, seria la etapa sucesiva necesaria. O sea, se plantea que el capitalismo puede
encontrar otras vais o líneas de desarrollo.
De nuevo, las condiciones históricas producen una gran regularidad en la expansión de un
mismo enfoque, a lo largo de las ciencias sociales. En este sentido, el ejemplo más escandaloso lo
constituye el caso de Talcott Parsons, quien, en el campo de la sociología, introduce —aunque un
poco tardíamente (1966)—, el enfoque “evolutivo” multilineal, después de haber sido durante
décadas el más connotado representativo ideológico del enfoque estructural-funcional, cuyo
carácter ahistórico y sincrónico es bien conocido.36
36
La obra más representativa de Parsons, en términos del enfoque estructural-funcional, es sin duda, El sistema social,
Revista de Occidente, Madrid, 1966; sin embargo, luego Parsons publicó La sociedad, perspectives evolutivas y
comparativas, Trillas, México, 1974. En otra parte, hemos intentado una crítica de los planteamientos funcionales-
estructurales parsonsianos: Héctor Díaz-Polanco, Contribución a la crítica del funcionalismo, Loc. Cit.
72
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
MORGAN
Jean Duvingnaud
El lenguaje perdido, Siglo XXI, México, 1977, 51-83
1
Smithsonian Contributions to Knowledege, vol. XVII.
73
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
molestaría tanto como la existencia de las guerras molestaba a Auguste Comte, quien preveía sin
embargo que el progreso tecnológico e industrial provocaría el fin de los regímenes militares y de
los conflictos armados.
El interés puesto en los indios, en los pueblos originarios del continente americano desde
los incas hasta los aztecas y los iroqueses es más importante cuanto que ella define el carácter
original de la investigación social en los Estados Unidos: es un análisis de las bases del ser
americano. La penetración del continente es un fenómeno de autocolonización. Morgan llama
etnología o antropología y va a definir los más poderosos esfuerzos de conocimiento de la
realidad del pueblo y de su territorio que pueda concebirse. Los pobladores europeos toman su
propio pasado por el objeto de conocimiento y constituyen las bases de la historia, de la
prehistoria y de la arqueología, en el momento en que Morgan, con una lucidez, una autoridad y
un rigor casi fulgurantes, inventará la ciencia de las sociedades diferentes actuales porque estas
últimas pasan cerca de la más extrema modernidad. Se verá aquí una diferencia entre las
ciencias estadounidenses que progresan examinando un objeto situado en el interior de su propia
civilización en expansión y las ciencias europeas que encuentran su objeto situado fuera de
presente (historia) o fuera de su frontera cuando el imperialismo abra las regiones de
investigación a la etnología. Hasta Alexis de Tocqueville, en esta época, busca fuera de Europa el
punto de aplicación de su análisis, en una sociedad radicalmente diferente, fundada no en la
herencia y acumulación del prestigio sino en la igualdad y las relaciones humanas actuales,
precisamente en los Estados Unidos, la “primer joven nación”. Dejemos de lado a los viajeros de
los siglos XVII y XVIII, e incluso los admirables Natchez de Chateaubriand; la mirada que
Morgan lanza sobre los iroqueses y luego sobre todos los indios en el momento del censo que
hace de las relaciones de parentesco, con seguridad propone el primer estudio de antropología y
en todo caso el más lúcido y el más organizado.
Como lo ha notado N. J. Stern, Morgan sabe que examina una realidad infraestructural de
la sociedad estadounidense constituida a partir de inmigrantes llegados de Europa y en
consecuencia poco sospechosos de descender de estos salvajes.2 Esto es tanto más sorprendente
cuanto que se trata de una civilización constituida, de un sistema completo y coherente, tan
coherente (aun cuando ignore la escritura) como el que puede proponernos la civilización romana.
Verdad de importancia: un sistema de organización humano puede encontrar entre las dos
estructuras otros lazos que los de una distribución sucesiva en el encadenamiento de los tipos de
agrupamientos.
2
Lewis Henry Morgan, Social Evolutionist, Chicago, 1931.
74
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Hay que distinguir entre estas dos figuras: la de una racionalidad interna que evoca un
texto célebre de Ancient Society (“es la misma inteligencia que encontramos actuando en el
salvaje, el bárbaro y el civilizado”), y la de una continuidad que se engendra ella misma menos
acentuada en Morgan de los que estará en su comentarista Engels, a quien se lo ve más deseoso
de demostrar la sucesión ineluctable y lógica de las estructuras que de describir sus conflictos
internos. Estamos así obligados ha emprender éste desenredo ideológico sin el cual las obras y los
problemas pierden su sentido, permanecen ahogados por la proliferación de las ideas anexas y de
las justificaciones ideales. Es necesario dedicarse a este desciframiento antes de pasar al sistema
de Morgan.
La consecuencia de los dos temas, el de identidad de racionalidad y el de la sucesión
deductiva en la evolución, aparece sin duda en Morgan, pero nunca confundidos como lo creyó
Engels o como lo piensan hoy Makarius y, en cierta medida, Godelier en Francia): la irreductible
brecha entre los salvajes indios y los hombres europeos no es sólo anecdótica, y no solamente
define el periodo de resistencia de la civilización india a la paz blanca3 ella caracteriza la
diferencia radical de donde va a partir el análisis y la reflexión del primer antropólogo científico
cuya obra no será filosófica, histórica y jurídica.4
Esta diferencia es materializada por la oposición flagrante y concretamente observable
del “salvaje” indio y del granjero “civilizado”: el salvaje permanece en su sistema de valores,
permanece en su universo y ligado profundamente a las bases de su naturaleza (los rebaños de
bisontes y de ganado, el cultivo del suelo, la caza): se defiende así del emigrado blanco que ha
abandonado los valores europeos, de los que ha huido seguramente en razón de la desigualdad
social acentuada durante la primera fase de las revoluciones industriales, de la pauperización
rural, del fracaso sucesivo de las revoluciones políticas. De sus raíces naturales sólo conservó una
poderosa convicción en el libre progreso individual, el igualitarismo místico y la certeza de su
superioridad étnica resultante de una compensación comprensible para su situación de fracasado o
de humillado en Irlanda, en Italia, en Polonia. Sin cultura, sólo se relaciona con esta imagen del
progreso mediante el enriquecimiento individual donde se mezclan los sueños de la ola mágica
del oro y de las riquezas. Es el proletario del Manifiesto comunista, aquél a quien se dirige Marx
y con el que cuenta para la revolución, pero es un proletario despechado que se separa de Europa,
de la inextricable acumulación europea de historia y de derechos adquiridos, superpuestos, que
3
El término es de Robert Jaulin en el libro que lleva este nombre (ed. Du Seuil) y define la dominación inhumana que la
civilización blanca ejerció en nombre del “progreso”.
4
Como Maine, jurista, que confronta Inglaterra y la India y descubre la oposición entre el lazo de sangre y el lazo
territorial que admite Morgan; como MacLennan, que busca la realidad oculta bajo los símbolos o los mitos, universaliza
lo ritual del robo de las mujeres, inventa los términos de endogamia y de exogamia y formula, después de Bachofen, la
primera definición del sistema matrilineal.
75
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
busca una tierra sin propietario y sin bienes, en una América sin rey, sin pasado, sin estado
policial.
Los europeos nunca enfrentaron a los romanos, menos aún a los griegos, Ellos poblaron
sus sueños literarios, los descubrieron en la casa de Adriano, en Pompeya después de
Winckelmann, La cité antique de Fustel de Coulanges es un libro de antropología, pero un libro
de antropología que reconstruye una realidad en pedazos, en ruinas, como Boucher de Perthes lo
hace con sus vertebrados prehistóricos, después de Cuvier. Reconstitución del todo con unas
varias partes, es la forma misma de la actividad intelectual de la época. Reconstitución de la
realidad jurídica de la ciudad antigua porque la antigüedad forma (nadie lo duda) la
infraestructura de la vida moderna. La ideología de progreso no resulta sólo de la creencia de
Condorcet o de D’Alembert en la identidad de la razón y de la civilización, de la acción de los
revolucionarios o reformistas de 1789-1797, ella cobra fuerza en la certidumbre que afirma por
todas partes la anterioridad de los griegos y de los romanos y de un impulso dado in illo tempore
por el espíritu humano a la civilización, adormecida durante la “Edad Media”, despertada en el
“Renacimiento”. Esto no puede separarse del hecho de que los europeos ocupen el mismo suelo
que los antiguos, de que los antiguos pueden convertirse pues en ancestros espirituales aun
cuando se sepa, desde otro punto de vista, que los galos, los francos, los vándalos y todos los
pueblos y culturas de las llanura europea, han hecho sin embargo un radical corte étnico,
biológico y sin duda hasta cultural. Tampoco puede separarse de la existencia del cristianismo el
que San Pablo arraigue en Roma. Aunque se estime que nuestros frutos del espíritu sean
inferiores o superiores a los de los romanos o de los griegos (“querella de los antiguos y de los
modernos”), al menos está hecha la comparación que otorga a estos objetos etnológicos un status
y un privilegio especiales” el “nosotros europe” incluye Roma y Grecia arbitrariamente
asimiladas a la “cultura moderna” por el supuesto derecho de paternidad que se les otorga.
Diferencias aquí suprimida y compensada aún en los que, a la manera de Fustel de Coulanges,
están obligados a precisar una especificación funcional.
En América, los europeos que creían entrar en un espacio libre (se les había dicho)
enfrentaron la escandalosa existencia del salvaje de las llanuras: el hombre de la cultura primitiva,
de la Ancient Society, es también el agresivo defensor de sus derechos, de su vida, justamente de
su cultura. Y de golpe aparecer el enemigo, el peligroso hombre salvaje que sucede al idilio de los
Natchez y a las definiciones de Rousseau. Comienza entonces un genocidio justificado por el
progreso y la “marcha hacia delante de la industria” y que terminó en una integración, en una
“paz blanca”.
76
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
5
Véase lo que relata Georges Balandier, en Afrique ambigue.
6
Teniendo en cuenta el hecho señalado por los historiadores de que los emigrantes se congregan en un primer periodo
al este, y que, bajo esta presión, emigrantes anteriores parten entonces hacia el oeste después de haber adquirido el
dinero necesario para equiparse (coches, armas, etcétera).
7
Hay que recordar que la “massacre de los indios” no ha cesado sino en los Estados unidos o en Canadá, y que
prosigue hoy en América del Sur en gran escala (L’ethnocide, textos presentado por R. Jaulin, París, 1972).
8
Ancient Society, p. 642 de la traducción francesa.
77
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
pensamiento de Morgan: cada forma o cada tipo humano (salvajismo, barbarie, civilización)
encarna según su propia forma y siguiendo soluciones siempre originales, los pocos elementos de
una racionalidad que descansa sobre un reducido número de “ideas”. La discontinuidad entre
estos tipos está aquí evidentemente acentuada más antropología si la diferencia específica no
fuera más que una variante de la similitud: se comprenderá mejor así por qué razón Claude Lévi-
Strauss dedica sus Structures elémentaries de la parenté a la memoria de Morgan.
Cuidémonos pues de ahogar a Morgan en las ideologías evolucionistas o funcionalistas
que, en el siglo pasado, impregnan toda reflexión original y a menudo oscurecen (como en
Nietzsche, como en Mari) la fuerza de la verificación. Una lectura de Morgan no es una lectura de
Engels comentando a Morgan, ni de los historiadores de la antropología criticando o defendiendo
al evolucionismo, es una revelación de lo que Morgan ha descubierto, de la identificación del
habla india con los sistemas de parentesco y de las supervivencias imbricadas en la realidad
presente, con la aparición de la familia y del parentesco.
Sin duda no es el primero de los occidentales en interesarse en la organización social de
los indios de América. Pero seguramente es el primero en definir esta organización a partir de las
relaciones de parentesco y luego en deducir de estos lazos las relaciones de poder y de propiedad.
La genialidad reside en esta comprobación: la trama de la vida colectiva está constituida por el
núcleo de las relaciones sexuales tal como la codifica el grupo según reglas. Una relación tal es
universal, cualquiera que sea la estupefacción o la incomprensión de los misioneros ante lo que
parece una “licencia de las costumbres: y no es más que el respeto a una regla distinta de la
nuestra.
La primera intuición de Morgan está ahí, en ese estudio de 1871, Systems of
Consanguinity and Affinity of the Human Family, que precede a la gran obra, pero que postula la
existencia de un sistema común a los diversos agrupamientos, aunque estos últimos sean tan
distintos de nosotros como pueden serlo el cambio de las mujeres y de los hombres en ciertas
familias hawaianas, o la severa monogamia de los misioneros puritanos. Esta identidad de regla
es el principio de todo el análisis de Morgan, mucho antes del ajuste de unos tipos en otros, en la
continuidad del tiempo, o la justificación de la familia monógama como resultado ideal de todos
los sistemas salvajes y bárbaros. La idea de que una reglamentación formal se relaciona con la
sexualidad es probablemente la matriz de toda la antropología y no deja de ejercer una presión
intelectual sobre la psiquiatría en el momento en que Freud y sus discípulos delimitan los grandes
conceptos operatorios del psicoanálisis. Hay que alabar a Morgan por no extraer de esto ninguna
78
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
9
Ancient Society, pp. 490-491 de la traducción francesa.
79
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
80
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
humana para reconstituir un conjunto que cree. ¿Qué pensamiento de nuestro siglo tiene esta
amplitud casi fantástica y que no toleran los estudios parciales hechos escrupulosamente, los
datos del “nuevo espíritu científico” y el relativismo einsteiniano?
Esta es pues la clasificación en tipos, en sistemas diferentes diferenciados por la relación
del hambre y de la naturaleza, de la materia y del deseo, sin la que el ser humano sería una piedra
o nada: esta búsqueda y satisfacción de la subsistencia preceden al surgimiento del poder (la idea
del gobierno), de la comunicación (el lenguaje), de “la organización de la sociedad sobre la base
sexual” (la familia), de las creencias sobrenaturales (que no interesan en absoluto a Morgan, en
tanto que serán la base del análisis de Frazer, de Durkheim), de la vida doméstica
indisolublemente ligada a la organización del miedo (la arquitectura) de la propiedad privada (de
la que Morgan en un gran texto lírico y vehemente, condena la acumulación en términos que
prolongan el Discurso sobre la desigualdad de Rousseau). Vale decir que la primera idea de una
jerarquía de la producción del nombre por el hombre, de la que algunos (G. Gurvithc) siguen el
desarrollo desde el monismo de Saint-Simon y de Feuerbach hasta Marx y Engels (de donde
proviene la demasiado mecánica oposición de la “infraestructura” y de la “superestructura”),
encuentra, a partir de Lewis H. Morgan, otro camino. Y que nada debe a la filosofía, es decir a la
deducción interna de las representaciones del espíritu, y todo a la verificación y a la observación
hecha sobre el terreno, a la frecuentación razonada de las tribus del estado de Nueva York, tal
como aparece en el Systems of Consanguinity anda Affinity de 1871.
Este camino nos conduce a una “ley de los tres estadios”, formulada en términos más
concretos que Comte y que define los grandes sistemas de la existencia humana colectiva en la
totalidad del tiempo: sistema del salvajismo, del que no sabemos nada más que por deducción o
“reconstrucción utópica” (“no existe ningún ejemplo de tribus humanas que hayan permanecido
en este estado hasta los tiempos históricos”, Ancient Society. p. 9) que caracteriza la invención del
fuego y que choca con el descubrimiento de la alfarería y con el pasaje del consumo de frutos o
de moluscos al de pescado, como con la barrera que la separa de otro sistema, el de la barbarie.
Esta barbarie culmina con la domesticación de los animales (en el hemisferio oriental),
la técnica de la irrigación del cultivo del maíz (en Occidente), de la metalurgia y de la cerámica.
Al mismo tiempo ella enfrenta el problema de la invención del alfabeto fonético y el uso de la
escritura, sin saber que ya en otro sistema se desarrolla, el de la civilización.
Si cada uno de estos dos “estadios” está dividido en inferior, medio y superior, la
civilización no conoce más que dos estados intermediarios, el antiguo y el moderno, la
modernidad a su vez prepara un estado superior en que le hombre se desarrollará por el dominio
81
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
definitivo de la propiedad privada y del poder. No hay que equivocarse respecto al sentido de
estas clasificaciones sin duda demasiado abstractas y demasiado equilibradas: Morgan se
preocupa por describir los ajustes de lo que es en lo que ha sido, de la familia consanguínea en la
familia punalúa, de la barbarie en la civilización, de precisar las formas de una arqueología de la
existencia humana y, al fin y al cabo, de incluir, diríamos hoy, lo diacrónico, es decir el
desarrollo, la evolución, en el sincronismo de una forma que describe como una estructura.
Esto explica las múltiples y cuidadosas precisiones aportadas en Ancient Society de las
intrincaciones múltiples entre formas cuya pertenencia a estados diferentes se explica por la
continuidad y la permanencia de lo antiguo en lo nuevo, del pasado en el presente y que el
observador sólo puede detectar como supervivencia de consanguinidad en las gentes iroquesas o
los rasgos de barbarie en la civilización griega o romana. Este será también uno de los temas de
aplicación ulterior de analistas como Georges Dumézil, al reconstituir la permanencia de las tres
funciones primordiales de la fecundidad, de la soberanía y de la fuerza psíquica indoeuropea en
las representaciones colectivas religiosas de las civilizaciones romanas,11 de Louis Dumont sobre
la “permanencia” de las castas en la India12 y de la validez diacrónica del “esquema corporal de la
sociedad” tal como lo define Georges Devereux,13 de las estructuras del poder en el sentido que
las da Georges Blanadier.14 Estos ajustes de la duración en el sistema sincrónico, de la historia en
la estructura, definen no sólo el principio de la investigación escrupulosa e inquieta de Morgan
sino una de las preocupaciones del análisis moderno.
Estas vinculaciones son simples artificios del discurso en Ancient Society, ellas
constituyen el objeto de una delimitación de las formas que, al destacar combinaciones diferentes
entre ella, se encuentra, unas alteradas por el tiempo corrosivo de la evolución otras exaltadas por
la actualidad de la experiencia donde ella se insertan. Así “se encadenan” la fratría y la tribu en
los griegos y en los iroqueses, la familia consanguínea y la familia punalúa, la propiedad bárbara
y la propiedad privada en Roma. Se debería decir que toda la preocupación de Morgan es la
describir todos estos vínculos, sin duda porque estas tribus incas efectivamente observadas e
interrogadas, presentaban a los ojos del primero de los antropólogos estas contradicciones, estas
coincidencias, estas imbricaciones que, al componer enteramente la trama de la vida colectiva
actual, no se refieren al mismo principio de combinación.
Esto debería demostrar que la idea que Morgan se hace de la evolución no es tan
sencilla como generalmente se cree (ni como lo ha creído Engels). Sin duda porque al jurista de
11
Mythe et épopée, Gallimard, 1968.
12
Homo Hierachicus, Gallimard, 1966.
13
Ethnopsychanalyse complémentariste, Flammarion, 1972.
14
Anthropologie politique, PUF, 1969.
82
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Rochester hacia descubierto sobre el terreno esta experiencia de la diferencia que, prolongada
hasta el fin, en realidad prohíbe atribuir al desarrollo del tiempo o un sujeto o una esencia
absoluta e independiente de la observación o de la fenomenología vivida: la denominación de la
historia, en tanto que principio motor de las formas sincrónicas de la vida colectiva real, connota
una forma absoluta, una potencia externa y la existencia de los hombres y del observador, ya se
trate de una realidad trascendental (el Dios de Hegel), de una fuerza irreprimible (la historia de
Marx, el gran Ser de Comte), o de una lógica. Es posible que Darwin, en El origen de las
especies (publicado en 1859), haya sido el primero en formular esta imbricación de las formas o
de los sistemas contemporáneos cuyo enfrentamiento y posición engendran por el desequilibrio
que provocan entre modernidad y supervivencia, entre supervivencia y estancamiento, el
movimiento mismo de la historia o, con más precisión, del cambio: en todo caso, hay que admitir
que estos dos libros paralelos, El origen de las especies por medio de la selección natural y La
sociedad primitiva, ofrecen la misma configuración analítica: aquí y allá no la historia (“la
historia”) la que explica el pasaje de una forma a otra, sino que son el enfrentamiento de la
supervivienda y de lo nuevo, y la lucha por la supervivencia en los límite de un territorio cerrado,
los que provocan la mutación.
Se mide entonces cuán equivocado es contentarse con una imagen uniforme y a menudo
imprecisa o confusa de la historia o de la evolución para dar cuenta de lo que, en la obra de
Morgan, ni una ni otra pretenden explicar como máximo se trata de un cuadro de referencia
global a escala del cosmos, de ningún modo de un principio absoluto de explicación o de un
motor autónomo. Por cierto, se puede leer a Morgan a través del prisma de la historia, pero esto
impide entonces comprender de qué manera los ajustes superpuestos de los estados y de los
sistemas que engendran el tiempo, constituyen la matriz de la evolución, y no a la inversa. De una
acumulación o de una superposición de sistemas diferentes entre sí se puede deducir el principio
del cambio, pero también la continuidad hasta nuestros días de situaciones “bárbaras”, cuando la
solución de estos enfrentamientos frena el pasaje a una etapa que nosotros hemos franqueado con
el descubrimiento de la tecnología moderna, y de la que Morgan nunca nos dijo que fuera
ineluctable.
De este núcleo único y fundamental que constituyen la calida de la subsistencia y el
modo de producción de la supervivencia, van a derivar desde entonces tres movimientos de igual
amplitud pero dirigidos en sentidos diferentes, el del poder (o del gobierno), el de la familia, el de
la propiedad —tres pulsaciones colectivas que componen, porque ellas se determinan en formas
estables y permanentes y en instituciones, los elementos de la organización social. Hay que
83
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
1
Ancient Society, pp. 51-53. Precisamos que el término “clases” designa aquí una clasificación lógica, no una categoría
social.
84
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
más que dos gentes, la mitad de las mujeres de una de ellas eran principio las esposas de los
hombres de la otra”.2 Si la organización gentilicia “nos revela una de las instituciones más viejas
y extendidas de la humanidad” es porque está “en la base del sistema de gobierno casi universal
de la sociedad antigua” asiática, europea, africana y australiana” 3 y que “por su intermedio” […]
“la sociedad ha podido organizarse y mantener su cohesión”.
¿Acaso habría que comprobar entonces que el análisis antropológico, al descubrir sus
fundamentos, se hará la misma pregunta que, más tarde hará la sociología que busca sus bases
epistemológicas: cómo se conservan las sociedades? Es el título y el tema de un célebre estudio
de Frédéric Simmel que Dukheim publica en el primer número de L’Anné socilogique (1898). La
idea de conservación permanencia de los conjuntos humanos es un problema de origen filosófico,
que la filosofía no puede resolver salvo si se recurre a mitos (como Hegel al final de su vida o la
ontología platónica). Pues esta pregunta descansa sobre una evidencia aportada por la ruptura
provocada en Occidente por la aparición de la sociedad industrial en Gran Bretaña, de la creación
de una “joven nación” (la primera) en América de la revolución en Francia. La comprobación de
la existencia de un “antes” y de un “después” es independiente del estudio de los sistemas, de los
conjuntos o de las estructuras, porque precede a toda explicación que venga después, porque
forma parte de esa región de la experiencia común, vivida pero todavía impensada, de ese
dominio intermedio entre las culturas definidas o definibles, instrumentos de referencia para los
individuos y los grupos cuya ausencia lleva a los hombres a recurrir a “la espontaneidad” (el
término que propone Burekhardt es sin duda más simbólico que adecuado), es decir a una
determinación de la existencia por sí misma. Este hecho de la ruptura no constituye un elementos
de conciencia sino un dominio situado fuera de toda conciencia y de toda existencia: el “algo ha
cambiado” remite a la destrucción del sistema de referencia antiguo (la muerte de una civilización
cuyos componentes sobreviven en estado de fantasmas fascinantes, trágicos, inútiles) y también a
la reconstitución de una organización nueva todavía inconcebible (porque ella no se reduce a
anticipaciones, a utopías de los innovadores, de los intelectuales, de los profetas, hasta de los
hombres de acción capaces de pensar).
Toda esta época se plantea el problema de la supervivencia de las sociedades, porque las
sociedad antiguas se han quebrado bajo el impacto de la industrialización y del capitalismo y
porque una sociedad nueva no aparece más que en la repetición fría y conservadora del pasado o
la reglamentación dolorosa del presente. Hay que recordar que la idea de modernidad, aun cuando
se ha percibido claramente por Baudelaire o Ruskin, sólo es aceptada realmente en el siglo
2
Ancient Society, p. 61.
3
Ibídem, p. 67.
85
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
siguiente. En ese momento, desde Saint-Simon a Sismondi y desde Spencer a Comte, se trata de
comprender cómo el hombre sobrevive al cambio, o, más bien, cómo el hombre niega el cambio
con la ayuda de conjuntos constituidos y permanentes llamados “instituciones”.
Los historiadores y los técnicos de la antropología están tan obsesionados por la técnica
de su ciencia que, voluntariamente o no, ocultan sus fundamentos. Ahora bien, esta base sobre la
que descansa la antropología no es separable de los pasos que conducen a un hombre a
convertirse en observador de situaciones diferentes de aquellas en las que encuentra su
justificación cotidiana: la verificación de la diferencia se presenta pues por partido doble: la
búsqueda de un conocimiento lógico interno de la sucesión que conduce al mundo presente, que
define la historia y generalmente las ideologías evolucionistas; la búsqueda de una explicación al
hecho de que los conjuntos humanos no sean disueltos o destruidos durante un período
relativamente largo. Sólo nos concierne la segunda formulación, ya que lleva al europeo a
presentarse sobre la naturaleza de sociedades no europeas, no históricas, pero que, sin embargo,
están inscriptas en la duración. Los iroqueses, como las tribus de las islas Hawai, no han sido
traumatizados o destruidos por sociedades que se transformaban, sociedades militares,
aventureros, conquistadores, epidemias o catástrofes naturales —que son las únicas causas de
destrucción de las sociedades arcaicas o no históricas—; ellos permanecieron idénticos a lo que
fueron. De un modo más preciso, estos hombres han permanecido arcaicos —salvajes o bárbaros
—, y esta permanencia exige que se encuentre una explicación que garantice la supervivencia de
una sociedad más allá de la muerte de sus miembros, individual pero nunca unánime (salvo en
caso de catástrofe), del olvido de las formas culturales y de las técnicas de supervivencia material
(alimentación, caza, pesca, etc.). Esta explicación ¿no consiste en la aceptación común de un
conjunto de reglamentaciones o de actividades constantes tendientes a un fin común? La noción
de institución, que resulta de esta reflexión supone que “la función crea el órgano”, como se dice,
no sin ingenuidad, pero implica también que el conocimiento se relaciona con la búsqueda de una
permanencia interna reconocida para todos los seres vivos de un mismo grupo en la medida en
que éstos, librados a sus instancias naturales, se encontrarían obligados a realizar actos dispersos
que no encuentran su punto de imputación necesario en la vida social. La institución, forma social
de la repetición funcional, implica que un origen natural encuentra en un cierto modo de
organización la forma y el modo de la satisfacción que supone este deseo en la regulación general
del todo colectivo. Así, el casamiento o las formas del parentesco y las reglamentaciones que
originan estas últimas, integran la sexualidad a una figura, un modelo de comportamiento
transmisible o susceptible de ser impuesto de generación en generación. La “líbido” no se
86
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
manifiesta más en la realidad viva, como tampoco la “libertada absoluta”, porque una y otra sólo
pueden ser comprobadas a través de un funcionamiento que se puede repetir, salvo en el caso de
anatomía, es decidir de manifestaciones regulares de desviación y, con más amplitud, de
realizaciones existenciales no definidas por normas reconocidas por una cultura.
El cambio interno de las sociedades europeas bajo el impacto del capitalismo industrial
es, como lo dice Marx en el primer volumen de El capital, una causa de destrucción o de
descomposición radial de las estructuras tradicionales. Los acontecimientos que caracterizan, a
nivel de las conductas o de las morfologías, el impacto de este cambio lleva a aquéllos para
quienes el pensamiento es una preocupación fundamental, a peguntarse sobre las condiciones de
la permanencia. La cuestión de saber cómo se conservan las sociedades, se convierte entonces en
el principio mismo de la pegunta hecha a la existencia, a un cuando esta existencia esté en
peligro: los “salvajes” dejan de ser, como para Rousseau, la ficción necesaria, el lugar geométrico
de un análisis que opone el estado de la naturaleza (libre y espontáneo) al estado de sociedad (hoy
se diría de la cultura), para aparecer como un mundo radicalmente otro o diferente, y sin embargo
inmutable, es decir permanente. Se olvida decir que entre este “salvaje” de Rousseau y los indios
de Chateaubriand o los iroqueses de Morgan está la aparición de la nación estadounidense y la
revolución francesa, que las sociedades diferentes parecen entonces definidas por su perturbadora
continuidad y que las nuestras están marcadas con la impronta del cambio. Para quien descubre la
novedad de hombres diferentes, encontrar un núcleo movilizador de continuidad se convierte en
una necesidad, emocional y epistemológica: la idea e que existe un conjunto donde la función y el
órgano coinciden en un estado simple es la primera manifestación de esta inquietud, institución y
sexualidad confundida en la misma figura organizada.
Debido a que ruptura existe en la experiencia colectiva y a que la sociedad se quebró sin
haber concebido aún formas de relaciones nuevas, el observador, frente a la vida salvaje, buscará
en ella lo que la vuelve permanente y la conserva. Acaso lo haga con nostalgia (estamos en la
época del romanticismo), y a veces con inquietud epistemológica, la de unir el funcionamiento de
un sistema de relaciones establecidas —la institución— y la exigencia cósmica de un deseo
infinito, la libido. La relación establecida por primera vez por Morgan entre la sexualidad y las
gens (que sucede al desorden o a la comunidad de la familia consanguínea, llamada salvaje)
sugiera a la vez una relación intemporal de permanencia (la institución), una forma de relaciones
diversas establecidas independientemente de la experiencia particular, y un principio de
explicación lógica de la organización de los conjuntos humanos que sea capaz de resistir a la
muerte, a la guerra, a las epidemias.
87
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
niega admitir que el tipo de gobierno estatal pueda nacer sobre la infraestructura de sociedad
donde predominen relaciones comunitarias,4 lo que significa que es necesario pasar a otra forma
de aguzamiento intermedio (la gens y el clan) para lograrlo, y que ciertas etapas no pueden
saltarse en la historia.5
Pero este sistema de filiación se invierte también, ya que lleva a admitir que ciertas
formas de relaciones comunitarias no provocan necesariamente la aparición del estado, lo que
llevaría a encarar varias vías de desarrollo, de las que algunas, conservándose en el interior de
ellas mismas, podrían escapar a dicho principio de gobierno cuya necesidad, entonces, no
aparecería tan universal.
Parece que el pensamiento de Morgan está dominado por la búsqueda concertada de una
explicación que descansa sobre el análisis regresivo tendiente a explicar la realidad presente por
la supervivencia (o las ruinas de la realidad anterior o pasada), verdadera “arqueología del saber”
(Foucault): el ajuste más vasto e interior que abarca una configuración posterior no se reduce al
banal evolucionismo donde la causa y el efecto se confunde con el antes y el después. Esta aquí la
concepción de que el pasaje de una forma a otra no se reduce simplemente a una idea o a un
sistema que engendra otra idea y otro sistema sino una red de relaciones constituida contra una
red de relaciones anteriores o próximas. Así la familia se opone al parentesco los restos de familia
consanguínea ayudan a constituir la gens en su sistema donde esta última ya está alterada. Aquí el
pasaje no se efectúa como en la lógica de Hegel, sino en el movimiento interno de los ajustes
“sincrónicos” cuya sola acumulación engendra el tiempo. De manera tal que las estructuras
constituidas por sus ajustes compuestos y sus sucesivas superposiciones segregarían la
temporalidad, sin ser arrastradas por una duración homogénea y universal, confusa porque
postula la totalidad
Así, de la confrontación de unos doscientos cincuenta sistemas de relaciones de
parentesco que constituyen las familias, resulta la comparación o correlación entre iroqueses y
hawaianos: se encuentra en las dos estructuras la misma contradicción entre el sistema de
parentesco y las relaciones de familias reales. A partir del ego (tomado arbitrariamente como
figura de la confirmación de las relaciones), emerge una certeza concerniente al padre, la madre,
la hija, la hermana o el hermano, cuyos términos connotan a la vez relaciones particulares y
categorías generales como las que existen del lado de la madre o tío paterno, los paralelismos de
4
“Montezuma’s Dinner”, en North American Review, a propósito de un libro mediocre del “historiador” Georges Bancroft,
Natives Races in the Pacific States.
5
Es en esta brecha abierta en los “problemas” donde profundizaron Marx y Engels cuando elaboraron su ley de los
estadios por los cuales las sociedades deben pasar necesariamente para alcanzar el capitalismo estatizado; esto llevará
a Marx a impugnar a la India colonizada su derecho a sacudir y el yugo inglés antes de haberse industrializado y
proletarizado por medio del capitalismo británico.
89
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
los primos remiten a las acepciones de hermanos y hermanas, y los primos (para nosotros) hijos
de las hermanas del padre o de los hermanos de la madre que corresponden a nuestra
denominación de primos.
Esta contradicción comprobada en los iroqueses se encuentra por comparación en la
India y sobre todo en Hawai donde la familia punalúa esconde una realidad arqueológicamente
todavía no disuelta. Así el hecho de descifrar la familia bárbara actual puede conducir a la
reconstrucción de una estructura que contiene lo que Morgan llama anterior y original. Se ve que
al contrario de los evolucionistas simples (como lo será Engels) la investigación conduce a
delimitar el grado integración y de impregnación de dos formas diferentes, de las cuales la
segunda se opone a la primera. Así hay que comprender la idea de que el sistema de parentesco
permanece inerte y resiste al cambio, mientras que la familia, en tanto que grupo, constituye un
elemento dinámico, innovador.
Pero la exigencia de análisis y la comparación de doscientos cincuenta sistemas entre sí,
conducen a inventar y a reconstruir lógicamente una situación que Morgan llama “original” y que
corresponde a una realidad atestiguada a contrario por todas las formas, salvajes, la realidad
“bárbara” de la “promiscuidad sexual” previa a la consanguinidad fundada sobre el “casamiento”
entre hermanos y hermanas, primos hermanos y colaterales en el seno de un mismo grupo, “unión
de parejas temporarias a gusto de los participantes” más o menos estabilizada. Esta
recomposición es evidentemente arbitraria y no sería más que una ficción si su existencia no
pudiera ser deducida de la contradicción entre familia y parentesco punalúa o sindiásmico: este
tipo de familia debe de haber existido, ya que el estado de la familia observable supone
necesariamente esta promiscuidad original y puesto que el sistema de Hawai (piensa Morgan que
comparable al sistema iroqués) remite a ella inevitablemente, por poco que se busque explicar sus
desequilibrios intrínsecos.
Para entender reconstrucción lógica, hay que pensar a la vez en la obra de Cuvier, quien
reconstituye un tipo de animal a partir de los huesos marsupiales de un esqueleto prehistórico, y
en la exigencia de racionalidad que encuentra en lo englobante el principio justitativo de lo
englobado. El hecho de que el estado e promiscuidad sexual no sea observable en ninguna parte
no significa que no haya existido, ya que la estructura contradictoria de las relaciones de
parentesco y familiares nos remiten a él por su desequilibrio intrínseco, y además, sin este estado,
la situación “bárbara” no es comprensible. Así Rousseau remitía a una ficción racional —el
90
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
“estado de naturaleza— que no era observable en ninguna parte, pero sin el que sería
inconcebible el estado de sociedad.6
Si hubiera que hacer una crítica al pensamiento de Morgan, no es evidentemente a nivel
de los resultados que habría que dedicarse (a las leyes de combinación de la familia y de la
propiedad) sino al de los presupuestos: la idea de que el dato no puede ser explicado si no se
convierte en algo englobado por algo englobante más vasto y que lo condiciona en el tiempo,
como la idea inspirada por la lógica tomista (el argumento de las islas bienaventuradas que
existen porque son pensables) de que una necesidad lógica basta para crear la existencia real.
Preconcepciones de origen diferente, ya que la primera se asemeja a los pasos de la “ciencia
natural” contemporánea, y la otra evoca el viejo argumento ontológico. Pero conviene saber lo
que se acepta cuando se adopta el pensamiento de Morgan y las bases de su “evolucionismo”,
más próximo de la imbricación de series unas en las otras, en una secesión que, en ningún
momento, se erige en devenir lógico e histórico (como en Hegel o Marx), que del evolucionismo
de Spencer o de Durkheim. Así se comprende mejor que pueda darse una interpretación
“estructuralista” de Morgan, cuyo pensamiento, reducido a sus resultados explícitos y ahogado en
una ideología justificativa, se derrumba muy rápido.
En esta imbricación de los géneros de familia encontramos las leyes del pasaje o de ese
cambio (que algunos denomina “progreso”) que marca la frontera temporal deducida y construida
entre promiscuidad y consanguinidad: el establecimiento en un espacio, la aparición momentánea
del linaje matrimonial —el “reino de las madres” de Bachote— es la repetida indicación de este
cambio.
Hay que admitir la trivialidad del análisis que propone Morgan para explicar el fin de esta
situación, cuando la consanguinidad y luego el matriarcado se derrumban ante la familia
denominada por el macho, la que conduce, más allá de los sistemas punalúas y sindiásmicos, al
patriarcado y a la propiedad privada: las razones que da Morgan (A.S., III) se emparientan con
una psicología sumaria. Qué importa. Estas interpretaciones parecen secundarias en relación a la
intención principal del autor, más preocupado por hacer aparecer las inestabilidades y los
conflictos internos a las estructuras familiares que reconstruye, que por justificar las nuevas
instituciones mediante el recurso a la conciencia particular. La idea de un desequilibrio
permanente interno a las situaciones globales surge sin duda de la misma comprobación que
lleva a Darwin a deducir de la competencia de las especies en un espacio delimitado, la ley de la
selección natural. Esta no es evidentemente, la única vez en que se establece un parentesco entre
6
En Rousseau lo primitivo es una proyección de la vida subjetiva, como lo ha demostrado Starobinsky, y de esa
proyección resulta la existencia de los salvajes.
91
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
los pasados de Darwin y los de Morgan. Se encontraría así a Marx, 7 quien lejos de explicar la
lucha de clases por la inevitable lógica de la historia que lo llevaría a un hegelianismo que ya
había reusado), analiza el pasaje de un tipo de sociedad a otra por el conflicto interno que
establece un desequilibrio corruptor de la estructura establecida. Darwin para las especies
animales, Morgan para las sociedades arcaicas, Marx para las sociedades modernas, surgen de un
mismo y vasto movimiento de pensamiento: las ideologías que de él se han extraído posiblemente
han ayudado a los individuos a justificarse psicológicamente por adoptar en la vida un
comportamiento deducido de estos sistemas, pero al precio de un empobrecimiento del
conocimiento de los modelos.
Tratándose de Morgan, esta distorsión que se establece en el seno de cada sistema de la
barbarie y luego en el de la civilización, es de una excepcional fecundidad, puesto que yuxtapone
por un lado las supervivencias, la innovación del otro, el sistema de parentesco y el estado de la
familia, en un enfrentamiento permanente que conduce a un desequilibrio que trastorna la
totalidad de la sociedad; las consecuencias particulares de esta imbricación de sistemas en
oposición unos con otros, nos ayudan también entender mejor lo que las sociedades, desde que les
es posible, dicen de sí mismas, a sí mismas y a las demás, no a través de los mitos (donde más
tarde la antropología, con Frazer y Levi-Strauss, buscará el sentido fundamental de la actividad
humana), sino utilizando estos mitos para manifestarse: una relación establecida entre el
enfrentamiento del parentesco y de la familia; entre dos sistemas de reagrupamiento sexual
alcanzando a través de la individualización exasperada de una figura mítica en la representación
escondida y poética de este conflicto.
La tragedia griega es inseparable así de este conflicto donde el hombre griego
urbanizado y adherido a la civilización, intenta hacerse una imagen de su propia persona a pesar
del peso de las supervivencias y de las permanencias internas a su existencia colectiva: el derecho
de la sangre, al que obedecen o rechazan pero ante el que se determinan los personajes (Orestes,
Antífona, Electra, las Suplicantes), ubica al individuo en una situación injustificada en relación a
la cultura presente y al estado presente de los sistemas de parentesco. La tensión que resulta de
ello corresponde a la explosión “trágica” donde el arte dramático griego encontró su origen y su
pretexto. Todas las sociedades no se representan a sí mismas de esta manera, pero las que lo han
hecho pueden encontrar en esta imagen exasperada del individuo la manifestación de los
conflictos de la familia y del parentesco. Sin dejar el hilo conductor del análisis de Morgan, se
puede así prolongar el sentido a dominios en los que este jurista casi no pensaba, pero donde se
justifica su examen de los iroqueses.
7
En sus textos históricos como La lucha de clases en Francia.
92
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
93
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
otra verificación: el sistema del clan ha sido trastornado por la aparición lenta o brutal de la
posesión personal de riqueza, la propiedad privada.
A esta aparición de la propiedad privada, Morgan la define por el desarrollo de la cría
animales que, al generalizar el uso de los rebaños provoca la atribución de estas riquezas animales
a un individuo, un poseedor: lo económico es inseparable de los sistemas de parentesco y de la
forma de la familia, puesto que la intersección de estas series que separan arbitrariamente el saber
moderno, constituye el verdadero motor de la composición de los sistemas y de las estructuras
tanto como el de su desestructuración y de la composición de numerosos conjuntos. Se
encontraba aquí y es el sentido latente de Ancient Society —una idea mal formulada pero cierta de
éste “fenómeno social total” del que hablará Marcel Gauss, donde se confunden lo económico, lo
sexual, lo mental y lo psicológico. La intuición que servirá de partida a Lévi-Strauss —el cambio
de palabras en el lenguaje, el cambio de las mujeres y el cambio de los bienes coinciden en un
punto que el análisis hace aparecer— encuentra aquí su origen.
Hay que agregar que Morgan parece tratar a la economía con el mismo desprecio que le
concede Marx cuando esta que se trata de un dominio separado por la situación delirante e
incontrolable instaurada por el capitalismo, dominio que una radical trasformación social debería
reintegrar a la vida colectiva permitiendo al hombre dominar las leyes de la producción como
dominaba en otro tiempo el cambio de los bienes y de las mujeres? Se encontrará sin duda en las
páginas de Ancient Society, donde Morgan condena el desarrollo de la propiedad privada, un tono
algo religioso, hasta puritano. Lo cual no impide que condene en la economía (que para él resume
el advenimiento de la propiedad privada) una excrescencia monstruosa y perversa. Sin duda el
desarrollo del hombre se hace a este precio: la monogamia, de la que Morgan, ingenuamente,
hace el modelo ideal de todo cambio humano y la culminación de la historia de la sexualidad,
habría sido imposible sin el pasaje del sistema del clan y de las gentes al de la barbarie y luego al
de la civilización, serie de “fenómenos totales” o de estructuras a las que la “derrota histórica de
la mujer” dio el primer impuso, en el momento en que el establecimiento de la propiedad privada
carcomió y luego destruyó el parentesco matrilineal para fundar, a partir de la apropiación y de la
acumulación de bienes por el hombre, una nueva regla donde el hijo como la mujer se convierten
en un objeto de riqueza. Llevando hasta estos límites extremos su análisis, Morgan agrega que
esta “derrota histórica” transforma la persona real de la mujer en imagen erótica y sublimada, en
rostro del amor, en fantasma del deseo? Ha llegado el momento de reinvertir los términos del
análisis.
94
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Pues detrás de todo esto aparece una pregunta: ¿cómo la organización social reglamenta
el deseo sexual? Se debería hablar entonces de una política del deseo que, desde la promiscuidad
original de la horda, conduce a la prohibición del casamiento entre descendientes y ascendientes,
aunque hermanos o hermanas sean maridos y mujeres en la familia consanguínea al sistema
punalúa, donde los hombres se convierten en los maridos comunes de un grupo de mujeres que no
son sus hermanas, en tanto que las mujeres son las esposas comunes de hombres que no son sus
hermanos. Así, los iroqueses son quienes mezclan en esta organización una forma empobrecida
de la familia, la que multiplica las prohibiciones incestuosas y ya hace rugir a la pareja.
Pero el camino de esta política del deseo lleva ineluctablemente a la derrota de la mujer:
en todos los modos de organización sexual por grupo la genealogía de los hijos pasa, se lo ha
dicho, por la persona de la madre, y el “clan” designa a todos los descendientes de una misma
mujer al mismo tiempo que prohíbe entre ellos relación matrimonial. Este clan, infraestructura de
toda “barbarie”, desaparece con la apropiación económica individual de los bienes, fija en el
macho genitor personal un centro de gravedad hasta ese momento apoyado en la mujer y
transforma a la mujer en cosa, en instrumento del deseo. El hecho de que los clanes, al
entremezclarse, compongan por proliferación local y espacial una organización más vasta, la tribu
luego la confederación de las tribus, como se encuentran en los aztecas, los incas y los iroqueses,
y que el todo evolucione hacia una democracia militar que excluye el estado y el antagonismo de
los grupos social y que roa la civilización, esto no afecta la nueva situación que reduce el estado
anterior a un estado de supervivencia de nostalgia, de frustración.
La política del deseo reglamentada por la organización social encuentra pues la
apropiación en el momento en que la mujer deja de ser el soporte transmisible de la descendencia:
el hijo no pertenece más al objeto en que se ha convertido esta fuerza de reproducción biológica,
sino a quien, por otra parte, se extiende en el espacio, La monopolización de los bienes sexuales
entraña la reducción de la mujer al estado de objeto de cambio, y el deseo se ampara en adelante
en todos los confines interiores del hombre que se convierte en su único iniciador y su único
poseedor, por una inversión fantasmática que pone la necesidad en el objeto producido.
Esta política del deseo es pues inseparable del análisis de la propiedad y del poder. Con
una mentalidad muy cercana a la de Rousseau, Morgan estima que existe una diferencia radical
de naturaleza entre las sociedades donde las relaciones sexuales y políticas se constituyen
alrededor de la gens y las sociedades donde se constituye el Estado. Hay que recordar que ante
esta rigurosa tipología se borra la inquietud de quienes pretenden deducir el presente de una
continuidad. Y particularmente el esfuerzo de Engels y de los marxistas que tropiezan con esta
95
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
incapacidad de Morgan para concebir que el Estado pueda aparecer sobre la base de relaciones
comunitarias.
En el artículo sobre los banquetes de los aztecas, 8 Morgan, a propósito de la descripción
de los banquetes de Moctezuma, último soberano mexicano, impugna la idea de monarquía
absoluta atribuida a los antiguos habitantes indios: esos famosos banquetes no eran más que
celebración tribal, fiesta común de la gens y no podrían ser atribuidos al prestigio de un monarca;
fue necesario que los españoles proyectasen sus propias categorías europeas sobre estas
ceremonias “gentilicias” para encontrar allí una realidad que conocían bien, en su corte. Lo
mismo que los iroqueses, los aztecas no conocían la monarquía.
Se ha dicho después, a menudo, que se trataba de un error y que se negaba así la
existencia de clases sociales entre los aztecas antes de la colonización por lo apresurado que
estaba Morgan en demostrar la universalidad del sistema de la democracia militar. Es cierto que
entre el tipo de sociedad gentilita y el tipo de sociedad estatizada, Morgan no concibe el de las
soberanías carismáticas o de las teocracias divinas cuyo príncipe, que detenta un poder sagrado,
se encierra en un ritualismo mágico. El principio de este poder escapa al análisis del parentesco y
de la familia, como se le escapa la posibilidad de las sociedades tribales de constituir un estado en
el momento en que se desarrollan la apropiación y la acumulación de la tierra y de las riquezas,
un estado representado por un Dios-hombre y un hombre-Dios.
Si la propiedad privada interviene, la democracia idílica de las gentes se hunde. ¿Qué es
esta propiedad? Morgan nada dice: verifica su irrupción y su poder devastador, no le atribuye un
punto de imputación en la vida colectiva, no la arraiga en grupos. Como lo ha notado Eleonor
Leacock, Morgan comprueba la apropiación privada pero no la sitúa en las relaciones que ella
define en el interior de los grupos:9 ella se impone, y comienza entonces una degradación
descripta en tonos piadosamente indignados. Marx comienza donde Morgan tropieza con las
ideología de la sociedad estadounidense de mediados de siglo, y que encontraba en el momento
en que había señalado sus ancestros.
De todos sus contemporáneos, McLenn, Maine, Bastian (dejando de lado a Bachofen),
Morgan es el único que intenta constituir el sistema de la diferencia específica. Ante esta
comprobación poco importa que su descubrimiento sea, según unos u otros, la constitución en
sistema de los términos lingüísticos de parentesco descubiertos en los iroqueses, las leyes de una
sucesión de estados de la familia, la oposición de esta última y del parentesco, la identidad entre
el cambio de los bienes y el cambio de las mujeres, la política social del deseo. Con él se
8
“Montezuma’s Dinner”, op. cit.
9
“Morgan and materialism”, en Current anthropology, 1964
96
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
97
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Para Tocqueville, sin embargo, la situación de los indios de los Estados Unidos no
podría ser comparada a la de los indios dominados por los españoles “que sueltan sobre ellos sus
perros”, pues “la conducta de los americanos de los Estados Unidos hacia los indígenas respira
por el contrario el más puro amor de las formas y de la legalidad”. Lo que permite así una
“maravillosa facilidad” para alcanzar un fin que los españoles no alcanzaron por la violencia:
“exterminar la raza india e impedirle participar de sus derechos”. Los americanos del norte logran
esto “sin violar uno solo de los grandes principios de la moral”. Y Tocqueville concluye: “No se
podría destruir a los hombres respetando mejor las leyes de la humanidad”.
Con Morgan las cosas cambian. Sin duda, la situación del blanco en relación a la del
indio ha sido modificada. Pero lo importante no está allí: está en una relación que establece
Morgan y que formula brevemente Tocqueville, en la comparación entre los indios y los
“antiguos germanos, nuestros ancestros”. Mientras que la diferencia de las razas parece
establecer, para la opinión media del blanco una infranqueable barrera entre las razas, los salvajes
y los civilizados, como la religión cristiana abría una brecha entre los antropoides y el hombre
considerado una criatura privilegiada, Morgan, al igual que Darwin —que restablece una
continuidad entre las especies—, sugiere una evolución discontinua pero irresistible entre las
razas llamadas salvajes y nuestra cultura. A menudo se ha comprendido que antes de ser
una ideología, o una metafísica, el evolucionismo tenía un valor polémico alrededor del cual se
constituyó el saber del siglo pasado: establecer una continuidad científica entre los iroqueses (los
incas, los hawaianos) y nosotros mismos tienen la misma naturaleza que la evidencia, postulada
por los europeos, de una línea continua entre los griegos y los modernos. Morgan demuestra pues
que los griegos han sido salvajes y bárbaros, que sólo podían ser civilizados en tanto que habían
sido salvajes y bárbaros y que, en consecuencia, los iroqueses o más generalmente los indios
están, para los estadounidenses organizados en nación, en la misma relación que los griegos con
respecto a Europa. En Die Gestige Welt, Dilthey establece una relación entre la preocupación
naciente por la historia en las ciudades helénicas y las alteraciones que, en esa época, sacuden al
mundo griego entero: “Los vestigios de las teorías morales y políticas datan de la época en que la
democracia era aplicada radicalmente en Sicolia y en Atenas y del tiempo de la gran guerra
griega, completando con algunos tratados esenciales la imagen que se puede hacer del origen y de
los efectos de estas modificaciones políticas, de la forma en que esta larga y terrible guerra
trastornó el espíritu popular hasta sus profundidades”. Por cierto, alteraciones tan violentas no
afectan a la América de los años 60-70 en el curso de los cuales Morgan constituye su
pensamiento, pero superocupación responde a una inquietud (sin duda extraña para el
98
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
conquistador del Far West con su carreta y sus fusiles, su rapidez por “matar al indio”) que, poco
a poco, nace en esta especie nueva y completamente incongruente: el intelectual americano. La
búsqueda de una anterioridad en el tiempo (que los europeos llamas historia) pero ella deriva de
una misma preocupación que resulta esencialmente de la constitución de una civilización
industrial cuyos carácteres secundarios son la integración y la homogeneización de las
particularidades, el pasaje de un tipo dominado por el resto de las formas industriales a un tipo
donde la coordinación de las partes en el todo resulta de un cálculo económico y de una eficiencia
técnica.
Este pasaje da lugar en Europa a la aparición de una ciencia de la historia que funda la
continuidad para hombres que miden, con una intensidad de conciencia más o menos grande, la
distancia que los separa del antiguo sistema del mundo y la aparición de una ciencia de la
sociedad que, a partir de Saint-Simon, intenta conocer la eficacia de la acción colectiva en su
esfuerzo por constituir instituciones, es decir conjuntos colectivos ligados a funciones o
actividades reales y nuevas.
Dejemos de lado la historia, “nuestra historia” europea. La ciencia que funda Morgan, la
epistemología de la que es inspirador, resulta de una doble comprobación: la que reconoce la
diferencia de los sistemas indios y americanos, estableciendo la ley impensada de estas
organizaciones (Systems of Consanguinity and Affinity, y luego Ancient Society), la que descubre
en este sistema arcaico un núcleo generador que permite pasar de uno a otro por un desarrollo
ordenado en el tiempo.
Así la revelación del “otro” en tanto que sistema constituido (y respetable) implica sin
embargo que se comprueben en este “otro” los elementos de un camino lógico que pueda
conducir por una serie de deducciones inscriptas en la duración, a nuestra situación presente. La
monogamia (de la que Morgan hace un elogio lírico y pueril) está contenida en el sistema
consanguíneo, y las supervivencias o las ruinas lingüísticas de este sistema de apelaciones en la
familia iroquesa salvaje revelan cómo se han superpuesto capas o sedimentaciones (que hoy
llamaríamos culturales hasta nuestra presente condición. El análisis que propone es
evidentemente regresivo: es, totalmente opuesto al evolucionismo ideológico que se forma desde
el presente hacia el futuro, una investigación de los fundamentos, de los yacimientos el iroqués es
un salvaje, pero este salvajismo es el origen, la causa lejana de nuestra civilización.
Que se piense lo que se quiera de esta epistemología regresiva, no por ello está menos
en el origen de toda antropología: hay que volver a ella para comprender por qué razón la
99
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
diferencia ha sido aquí definida como una vía de acceso, la única, para nuestra condición
presente.
Al hacer esto Morgan, siguiendo la vía inversa de Tocqueville, el gran señor francés, que
ha leído a Rousseau y a Chateaubrieand, descubre en la América de los años 30 una sociedad
igualitaria, extraña a los componentes tradicionales de Europa. No hay prestigio, derecho, lazos
que atan a la tierra, a la propiedad de bienes raíces, al pasado. No hay base o basamento hecho de
sedimentaciones sucesivas y superpuestas pero encadenadas unas con otras, civilizaciones y de
pertenencias sucesivas. El tiempo parece comenzar aquí en el grado cero y la sociedad definirse
por la única medida de las capacidades y de las necesidades humanas: la iniciativa individual, el
talento personal, la extensión de la actividad privada, constituyen una sociedad que entonces hay
que llamar democracia más que sociedad. ¿Hay que recordar que Marx, unos años después que
Tocqueville, sitúa el capitalismo en Europa y no en América y que este nuevo mundo no entra
casi en el análisis de El capita? Aquí emerge la diferencia que opone a Europa y la “democracia
americana”.
A fines del siglo XVIII, Chateaubriand, pariente lejano de Tocqueville, sólo ve en la
América recientemente liberada y primera de las “jóvenes naciones”, a los salvajes, los Natchez;
Tocqueville invierte las cosas. Si bien ha leído a Rousseau, mide el formidable poder de
integración de la sociedad estadounidense, su dinamismo interno que no es comparable con
ningún otro; los indios se apartan y se convierten en “marginados”, van a desaparecer. Su
contacto es una condena que justifica por anticipado el “etnocidio”.
Pero Tocqueville, en 1830-1835, no puede prever el movimiento interno de la sociedad
estadounidense. Su análisis es una obra maestra de la antropología social y si el gran señor, cuya
formación es el resultado de largas generaciones de privilegiados europeos, acepta la abolición de
las condiciones, la igualdad, la libre competencia democrática tan contraria a su propio arraigo,
no puede llegar a alcanzar la sustancia misma de la sociedad americana que reconstruye en su
libro: por el contrario, percibir o al menos examinar una realidad que se ve claramente que
corresponde a una estructura idéntica de la que se extraen ciertos elementos, fundamentales por
cierto (el prestigio, la nobleza, la tradición), pero inseparables de una estructura global occidental,
no basta para conocer esta estructura en su complejidad y su marginalidad. La existencia de
Morgan aparece como el fracaso intelectual de Tocqueville.
En efecto, Morgan toma las cosas a la inversa, y es así como funda la antropología
estadounidense y la antropología a secas: vuelve a los salvajes, objeto fundamental para
Chateaubriand, discípulo de Rousseau, hostil (momentáneamente entonces) a la cultura europea
100
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
tradicional anterior a la revolución. Será el primero de una larga línea de investigadores que, de
Cushing a Robert H. Lowie, G.L. Wilson, P. Radin, Leo W. Simmons, buscarán en los indios
desalojados, vencidos, integrados, rebeldes, un leguaje perdido. Que América siga un camino
inverso al de Tocqueville marca precisamente la importancia de Morgan (cuyo homólogo en
Francia sería Michelet) que pide a los indios que le suministren el modelo de un desarrollo que la
sociedad presente no puede aportarle. Aquí la antropología constituye una búsqueda de las bases,
bases paradojalmente diferentes, pero que pide a este sistema diferente que le revele las simientes
del cambio que conduce a la vida moderna.
Como buenos europeos, Marx y los marxistas reprocharán a Morgan por no haber
comprendido que todo término comunitario puede engendrar y abarcar el estado. Esta cuestión es
inconcebible para Morgan. Las tribus salvajes por diferentes que sean de los estadounidenses
modernos son sin embargo el objeto de una importante interrogación. Son nuestros griegos y
nuestros romanos, dice Morgan. La correlación de las sociedades diferentes aclara la condición
presente de los hombres y debemos encontrar, en estas culturas que nosotros destruimos, el lejano
origen de nuestra vida presente. ¿Hubo que destruirlas para existir según las leyes profundas de
las que ellas no desmentirían ni la lógica, ni las formas?
Al menos aquí comienza, a través de la identificación de los términos y de los sistemas,
de la lógica compleja de los ajustes y de las supervivencias, de la composición de una lógica que
responde a una política del deseo traspuesto en lógica formal del cambio, una epistemología
nueva a través de la cual Occidente se pregunta sobre los otros y su diferencia. Opuesta a la lógica
histórica de Hegel, la lógica de Morgan no deduce al hombre por el lugar que ocupa en una
cabalgata histórica sino del desgarramiento continuo, interno que opone las “supervivencias” y el
presente, como más tarde en Marx (la lucha de clases que engendra una historia), en Freud (el
conflicto del principio de realidad y de la líbido que engendra la vida real). La antropología nace
de estos descubrimientos y, aun cuando tome formas variadas y contradictorias, volverá sobre
estos temas hasta destruirse, como el occidente mismo.
101
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Ángel Palerm
Historia de la etnología: Tylor y los profesionistas británicos, CIESAS, México, 1981, pp. 19-42.
1
Existen numerosos trabajos sobre Tylor. R. R. Marett, que le sucedió en la cátedra de Oxford, escribió una biografia
mediocre, y Andrew Lang hizo un esbozo de la vida y obra de Tylor. Más interesantes son el capítulo que le dedicó R. H.
Lowie (1974) en la historia de la etnología: el artículo de G. W. Stocking (1968) en la International Encyclopedia of the
Social Sciences, y el ensayo de J. W. Burrow (1968) en Evolution and Society. Son importantes las breves
presentaciones de Leslie White, Paul Radin y Paul Bohannan a las ediciones recientes de las obras de Tylor (I. “obras
citadas”, bajo Tylor).
2
No conozco traducción al español de este interesante libro, lleno de observaciones precisas y de comentarios curiosos
sobre México.
3
La introducción al español apareció seis años después de la primera edición inglesa (1881), con un prefacio especial de
Tylor: Antropología: introducción al estudio del hombre y de la civilización (Madrid, 1887). El traductor fue Antonio
Machado, distinguido folklorista andaluz y padre del famoso poeta.
102
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
El resto de sus obras escritas, que es considerable, está disperso en decenas de ensayos,
artículos y conferencias, publicados en revistas científicas y populares, así como en las viejas
ediciones de la Encyclopedia Britannica. Enmtre estos trabajos figuran los importantes estudios
sobre los juegos mexicanos e hindú del patolli y pachisi, ejemplo característicos del empleo del
método desarrollado por Tylor para el análisis de los problemas suscitados por la confusión
cultural y la invención independiente o paralelismo.4 Está, asimismo, un ensayo muy influyente
sobre el método para estudiar el desarrollo de las instituciones sociales, que debe considerarse
como antecedentes necesarios de la antropología social británica.5 En este último ensayo Tylor
usa datos tabulados correspondientes a 350 culturas, interrelacionado rasgos como la couvade, las
reglas de matrimonio y de residencia, la evitación de parientes, etcétera.
Se dispone, por fortuna, de una bibliografía completa de Tylor hasta el año de 1907,
prácticamente el último de su actividad profesional, que debe llenar el vacío creado por la notoria
falta de la publicación conjunta de la obra total de Tylor (cfr. en “Obras citadas”, bajo Freire-
Marreco).
La posición de Tylor en la historia de la antropología es claramente excepcional. Se
puede repetir sin ironía el dicho de sus contemporáneos, que siguiendo al filósofo alemán Max
Müller llamaron a la antropología “la ciencia del señor Tylor”. En un arranque poco característico
de entusiasmo, R. H. Lowie (1947) escribió que “nadie representó más dignamente el campo de la
etnología que Spencer y Wallace”. La influencia moderna, sin embargo, debe tanto a su talento
científico como a sus cualidades de organizador y de promotor. Desde ambos puntos de vista la
única figura comparable a Tylor es la de Franz Boas, quien ejerció un papel y tuvo una influencia
semejante en Estados Unidos.
Edward Burnett Tylor (1832-1917) nació en una familia cualquiera de empresarios
industriales. Dos hechos de indudable relevancia en su formación intelectual. O sea, su
pertenencia a una nueva clase social en ascenso desde fines del siglo XVIII, y su adscripción a un
movimiento ético-religioso disidente, caracterizado en aquel tiempo por sus preocupaciones
sociales. Otros dos hechos decisivos son la atmósfera creada en Inglaterra por el evolucionismo
biológico y social de Darwin y Spencer, y el proceso histórico de la expansión colonial del
imperio británico. La orientación evolucionista y el interés por las culturas no occidentales, tan
4
Véase “Backgammon among the aztec” (Macmillan’s magazine 39, 1879; Pop. Sci. mo. 14, 1878); “on the game of
patolli in ancient Mexico and its probably asiatic origin”. (Journal Anthrop. Inst., 1878), y “on american lot-games, as
evidence of asiactic intercourse before the time of Columbus” (Internat. Arcchiv für Ethnographie, 1896).
5
Véase “On a method of investigating the development of institutions, applied to the laws of marriage and descent”
(Journal Anthrop. Inst.1899).
103
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
6
Véase la nota 11. Escribió, asimismo, el artículo “México” (antiguo) para la novena edición de la Encyclopaedia
Britannica.
7
Notes and Queries fue traducido al español por primera vez por Carmen Viqueira, Ángel Palerm y Luis Olivos, utilizando
la última versión inglesa revisada en 1951. Agotada la edición española de la Unión Panamericana, fue reimpresa en
104
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
valiéndose de una balsa de madera, y arrojarlo sobre la huerta en los lugares de estas fajas es que
permite arrojar el lodo sobre [toda la huerta] desde las acequias de cada lado.
107
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
comerciantes y tenían varias clases de monedas en uso general, pero desconocieron el arte de
pesar, mientras que los peruanos, que usaban pesos y básculas, no tenían idea de la moneda.
108
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
A una tres o cuatro millas del pueblo (de Texcoco) se levanta el cerro de Tetzcotzinco, donde
Netzahualcóyotl tenía sus huertas de recreo. No fuimos primero al Tetzcotzinco mismo, sino a
otro cerro que está conectado con el por medio de un acueducto de inmenso tamaño, sobre el cual
caminamos. Las montañas de esta parte son de pórfido, y el canal mismo material, sobre el cual el
estuco liso que una vez había cubierto el conjunto, por adentro y por afuera, permanecía todavía
casi perfecto. El canal estaba sostenido, no por arcos, sino por un talud sólido de ciento cincuenta
o doscientos pies de alto, y tan ancho como un camino de carruaje.
Hay un viejo puente mexicano cerca de Texcoco, que parece ser el original puente de las
Bergantinas, el puente donde Cortés botó a los bergantines en el lago de Texcoco. Este puente
tiene una anchura de unos veinte pies, y es una curiosa muestro de cuan cerca había llegado los
mexicanos de la idea del arco. Está hecho en forma de un techo que descansa sobre dos muros, y
compuesto de lajas de piedra colocadas verticalmente y unidas con mortero en los intersticios; las
lajas son de forma irregular, de tal manera que permiten el mantenerse juntas, como las piedras de
un arco verdadero. Tylor agrega a estas curiosas descripciones un dibujo, mostrando que, en
efecto, no se trata de un verdadero arco.
En Europa es posible ver, de vez en cuando, techos de piedra de choza pequeñas
construidos de la misma manera; sin embargo, veinte pies es una inmensa abertura para este tipo
de construcción. He visto tales edificaciones en el norte de Italia, en lugares donde la piedra
clacárea está estratificada de tal manera que es fácil obtener lajas de piedra de tres o cuatro
pulgadas de ancho. En Kerry hay casas e iglesias antiguas techadas de la misma forma.
Sobre el regadío
El tema de la irrigación es muy interesante con respecto al futuro de México. Visitamos dos o tres
casas de campo del altiplano, donde las huertas se riegan con canales artificiales; el resultado es
una vegetación de maravillosa exuberancia y belleza en los niveles bajos de la tierra templada,
donde se cultiva la caña de azúcar, las haciendas han construido costosos sistemas de
abastecimiento de agua, con los mejores resultados. Incluso en los llanos de México y han
irrigados, aunque en pequeñas partes. A pesar de estos progresos la faz del país muestra el
desperdicio más miserable del agua, uno de los principales factores de riqueza y prosperidad.
Es extraño que ambos países [España y México] hayan tenido razas que entendieron que
el agua es la verdadera sangre de la tierra, y que trabajaron mucho para construir sistemas de
arterias que la distribuyeran sobre la superficie. En ambos países los guerreros españoles
dominaron a estas razas, y dejaron que cayeran en la ruina las obras hidráulicas.
109
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Hubo otra nación que sobrepasó notablemente tanto a los moros como a los aztecas en la
magnitud de sus obras de ingeniería [para el riego]. Los peruanos perforaron montañas, rellenaron
valles y condujeron ríos enteros hacía canales artificiales para regar sus tierras sedientas. Nos
llenan de asombro las crónicas de los historiadores que contemplaron estas obras hidráulicas, e
incluso las descripciones de los viajeros que las han visto ya en ruinas.
Es cierto que los mexicanos no pueden ser comparados con los árabes españoles o con los
peruanos en términos de su conocimiento de la agricultura y del arte de la irrigación. Sin
embargo, tanto la historia como los restos que se encuentran en el país demuestran que en las
partes más densamente pobladas de los llanos habían hecho progresos considerables. El
acueducto arruinado de Titzcotzinco que he mencionado era gran obra que abastecía las grandes
huertas de Netzahualcóyotl, que cubrían un gran espacio de tierras y excitaron la administración
de los conquistadores, quienes, según se dice, las destruyeron para que no recordaran a los
conquistadores su pasado pagano.
Semejantes obras, sin embargo, no parecen haberse extendido en México sobre
provincias enteras, como era el caso en España. En los distritos montañosos y escasamente
poblados los indios cultivan sus campos pequeños con una azada y los regaban con cántaros,
como siguen haciendo hoy día.
Los españoles mejoraron la agricultura del país al introducir granos y frutales europeos,
así como viejo arado romano que se usa todavía en México como en España sin alteraciones
desde hace mil años. A cambio de estas mejoras, hay que establecer un balance de los grandes
daños hechos al cultivo en este país. La conquista costó la vida de varios cientos de miles de
personas pertenecientes a la clase laboriosa; otras muchas fueron sacadas del cultivo de la tierra y
enviadas a trabajar como esclavos en la construcción de casa e iglesias y a las minas de plata. El
suelo fue abandonado y convertido en desierto.
Después de la conquista de México los españoles dejaron caer en el abandono las obras
de irrigación, y construyeron a privar a la tierra del agua necesaria al destruir los bosques de las
montañas que rodean los llanos. Más tarde, los españoles propietarios del suelo se han visto
obligados por la fuerza de las circunstancias a gastar grandes sumas en la construcción de canales
de riego, incluso en los estados limítrofes del norte. La historia se ha repetido de la manera más
curiosa en los territorios mexicanos recientes adquiridos por Estados Unidos. El viajero alemán
Froebel dice que los nuevos pobladores norteamericanos no vieron con simpatía los sistemas de
riego que encontraron funcionando y dejaron que [muchos de ellos] cayeran en desuso. Por
110
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
supuesto, pronto se dieron cuenta del error. No seamos demasiados severos con los españoles del
siglo XIX cometen los norteamericanos bajo las mismas circunstancias.
El volumene researches into tha Early History of Mankind and the Development of
Civilization (1861) es la primera obra propiamente antropológica de Tylor, aunque el mismo la
describió como una colección de ensayos misceláneos, cuyos temas seleccionó no tanto por su
importancia absoluta cuanto por la abundancia y facilidad de la información disponible. Esto
significa que el autor dependió por entero de fuentes escritas, si se hace excepción de su
experiencia en México y de su breve estadía en el suroeste de Estados Unidos. Debe agregarse
que en el uso de las fuentes Tylor mostró un espíritu crítico y una capacidad analítica
generalmente ausente en sus contemporáneos.9
En los párrafos iniciales de la introducción a Researches. Tylor ofrece su famosa
definición de cultura, incluyendo en ella “los fenómenos del conocimiento y el arte, la religión y
la mitología, las leyes y las costumbres, y el resto del complejo total que llamamos civilización”.
Al contrario de lo que ha hecho la mayoría de los antropólogos que le siguieron, Tylor no reclama
originalidad por este concepto y concede el mérito a los alemanes dedicados al estudio de la
historia de la cultura (Kulturgeschichte).
Al proponer como tema central de la nueva ciencia el desarrollo de la civilización, es
obvio que Tylor no hacía más que seguir los pasos de sus precursores y de sus contemporáneos
evolucionistas. Tampoco se puede atribuir a Tylor la originalidad del método comparativo, que ya
habían utilizado con rigor autores como Maine, y cuyos requisitos estableció claramente Fustel de
Coulanges.10
La originalidad científica de Tylor, en el volumen indicado, hay que buscarla en otros
lugares. Se encuentran, por ejemplo, en ciertos planteamientos que podrían leerse como los de un
funcionalista del siglo XX: “Cuando una ley general puede ser inferida a partir de un grupo de
hechos, no resulta necesario recurrir al uso de la historia de hierro, después de haber establecido
la ley general [correspondiente], no nos molestamos en hacer la historia de este imán particular.
Lo mismo podemos decir, hasta cierto punto, de las leyes generales que pueden hacerse
estudiando la civilización.”
Tylor impone al método histórico-cultural algunas condiciones de rigor analítico que no
habían empleado los autores de las grandes generalizaciones evolucionistas. Sus hipótesis
evolucionistas están atemperadas por la realidad de los procesos de la difusión cultural. Diec
9
En el volumen sobre Los evolucionistas de mi Historia de etnología (1976, México, SEP-INAH), he dado algunos
ejemplos de la extraordinaria credulidad de los antropólogos de gabinete. Véase, por ejemplo, bajo Spencer y Lubbock.
10
Véase acerca del desarrollo del método comparativo mi volumen sobre Los evolucionistas de la Historia de la etnología
(1976), en particular bajo Maine y Fustel de Coulanges.
111
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
porque no cumple las normas científicas. Esta clase de opinión es vencida, pronto o tarde, por los
avances mismos del conocimiento real, y [resulta tan beneficiosa] que a veces desearíamos que
fuera más fuerte de lo que es. Sin embargo, existen otros obstáculos a la investigación de las leyes
de la naturaleza humana, que son los que surgen de la metafísica y la teología. La concepción
vulgar del libre albedrío humano supone no sólo la libertad de actuar de acuerdo a motivos, sino
también la capacidad de romper la continuidad [de los procesos] y de actuar sin causas. Esta
concepción es incompatible con ciencia. Debemos escapar de las regiones de la filosofía
trascendental y de la teología para comenzar nuestra jornada sobre terrenos más transitables y
caminar tanto como nos sea posible. Las dificultades reales son de orden práctico y se refieren a
la enorme complejidad de las evidencias [que hay que buscar] y a la imperfección de los métodos
de observación.
Un acontecimiento es siempre hijo de otro y nunca debemos olvidar esta paternidad,
observó un jefe africano de Bechuana al misionero Casalis. De esta manera, los historiadores de
todos los tiempos que aspiraban ser algo más que meros cronistas, han tratado de demostrar no
sólo la sucesión de acontecimientos sino también la conexión entre ellos. Además, se han
esforzado por descubrir los principios generales de la acción humana para explicar así los
acontecimientos particulares. [Sin embargo], explicar el pasado y predecir los fenómenos futuros
de la vida del hombre de acuerdo a leyes generales, parece una tarea irrealizable dado el estado
actual del conocimiento. Sobre el método científico de la antropología.
Los fenómenos de la cultura pueden ser clasificados y dispuestos, estadio por estadio,
según un orden probable de evolución. La semejanza general de las circunstancias de la vida, por
otro lado hace posible estudiarlos adecuadamente comparando razas que están aproximadamente
en el mismo grado de civilización. Incluso al comparar las hordas bárbaras con las naciones
civilizadas [aparecen rasgos] en formas reconocibles y a veces incluso aun sin modificar. El
primer paso en el estudio de la civilización consiste en descomponerla en sus detalles y clasificar
estos en grupos apropiados. Esta tarea puede ser comparada con la que realizan los naturalistas al
estudiar las plantas y los animales. Para el etnógrafo, las especies son el arco y la flecha, el hábito
de la deformación craneana y la práctica de contar por decenas. La distribución geográfica de
estas cosas, y su transmisión de región a región, tiene que ser estudiadas asimismo como el
naturalista estudia la geografía de sus especies zoológicas y botánicas. La característica humana
que tiende con mayor fuerza a hacer posible el estudio sistemático de la civilización, [es aquella]
que induce a las poblaciones a usar el mismo lenguaje, a seguir la misma religión y costumbres, a
estar en el mismo nivel general de arte y conocimiento. Es este estado de cosas lo que hace
116
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
posible ignorar los hechos excepcionales, descubrir las naciones en términos de una especie de
promedio general y hacer generalizaciones. En algunas ramas del estudio de las leyes sociales ya
resulta posible utilizar la estadística [como en] las generalizaciones de Quetelet sobre la
regularidad de las estaturas promedio, de los índices de nacimientos y defunciones del número de
homicidios y suicidios y aun de la proporción de las armas empleadas en ellos.
Cuando examinamos la cultura de las razas inferiores, en vez de tener a nuestra
disposición los hechos mensurados aritméticamente por la estadística moderna, tenemos que
juzgar la condición de las tribus usando las descripciones imperfectas de los viajeros y de los
misioneros. Esto puede parecer, a primera vista, un material poco prometedor para la
investigación científica. Sin embargo, el hecho es que una punta de flecha, una maza labrada, un
ídolo, un montículo funerario, la descripción de los ritos de un invocador de lluvia, una tabla
numérica, la conjugación de un verbo, son cosas que expresan la condición de un pueblo con
tanta exactitud como [las estadísticas] de muertes por envenenamiento y de cajas de té
importadas.
Al mostrar que los detalles de la cultura son susceptibles de ser clasificados se desprende
que los hechos agrupados en esta clase son productos de la evolución de unos a otros. Usando una
ilustración tomada nuevamente de las ciencias naturales, podría decirse que son especies que
tienden a convertirse en variedades. Es evidente que [el etnólogo] tiene una gran ventaja sobre [el
naturalista], ya que para este último sigue siendo un problema si la teoría del desarrollo de las
especies es un registro de transformaciones que realmente han ocurrido, o es sólo un esquema
ideal útil para clasificar especies que tienen orígenes independientes. Para el etnógrafo este
problema no existe, [particularmente] en el campo de los implementos. La invención mecánica
suministra ejemplos de los tipos de desarrollo que afectan a la civilización en su conjunto, [como
en el caso] de la historia de las armas de fuego del arco y flecha de los taladros para hacer fuego,
etcétera.
Entre las evidencias que nos ayudan a trazar el curso de la civilización figuran las que he
llamado “supervivencias”, que son aquellos procesos, costumbres, opiniones, etcétera, que por la
fuerza del hábito han sido llevados a un nuevo estado de la sociedad, diferente de aquel en que
tuvieron su hogar original. De esta manera, [las “supervivencias”] que dan como pruebas y
ejemplos de una condición más antigua de la cultura. El progreso, la degradación, la
supervivencia, el resurgimiento, la modificación, son otros tantos modos de conexión que ligan el
complejo de la civilización. Siempre será imprudente separar una costumbre de su posición en los
acontecimientos pasados y tratarla como un hecho aislado.
117
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Para llevar a cabo la gran tarea de la etnografía racional, que consiste en investigar las
causas que han producido el fenómeno de la cultura y las leyes que la rigen, es necesario elaborar,
tan sistemáticamente como sea posible, un esquema de la evolución de la cultura a lo largo de sus
diversas líneas [de desarrollo] comparando entre sí los diversos estadios usando la arqueología y
[el conocimiento] de las tribus salvajes contemporáneas. Debemos hacer avanzar la investigación
del origen y desarrollo de la civilización, no meramente como un objeto de curiosidad, sino como
una guía importante y práctica para entender el presente y preparar el futuro. La etnografía puede
aun dar a los defensores de lo que es saludable y a los reformadores de lo que es defectuoso en la
cultura moderna. La ciencia de la cultura es, esencialmente, una ciencia del reformador.
La antropología de Tylor ( Anthropology: An Introduction to the study of Man and
Civilization, 1881) no fue el primero, ni por fortuna el último, de los libros escritos con
propósitos de popularización que se convierten casi al instante en clásicos. Algunos boasianos
han tratado de resolver este enigma diciendo que el papel principal de Tylor consiste en haber
salvado del olvido un cuerpo muy importante de datos e informaciones. La explicación es
congruente con uno de los puntos principales del programa de Boas, o sea el rescate del
conocimiento de las culturas en proceso de extinción. Sin embargo, la Antropología de Tylor no
hubiera ejercido la vasta influencia que ha tenido si fuera un mero catálogo de datos culturales. El
interés que excitó y que sigue despertando tampoco se explica en términos de su manera de
manejar y de interpretar los fenómenos de la cultura.
La Antropología, por encima de todo, es una explicitación y un perfeccionamiento del
manifiesto de la antropología científica que abre el volumen Primitive Culture. Lo que hace Tylor
en la Antropología es la justificación de la necesidad de una nueva disciplina académica, la
explicación de sus objetivos, y la defensa de su utilidad y conveniencia para la ciencia en general
y para la sociedad. El prefacio y las consideraciones finales de la obra lo hacen patente sin
ambigüedad. Dice así:
En un tiempo en que los temas de la educación se han multiplicado, a primera vista
parece oneroso imponer una nueva ciencia a los ya muy atareados estudiantes. Sin embargo, se
descubrirá que el efecto verdadero de la antropología aligera más que sobrecarga la tarea del
aprendizaje. La ciencia del hombre y de la civilización articula de manera mucho más manejable
los diversos temas de la educación formal. Gran parte de la dificultad de aprender y enseñar
consiste en no poder apreciar claramente el objetivo de cada ciencia y arte, y en no ver el lugar
que ocupa entre los propósitos de la vida. No existe una rama de la educación que no pueda
118
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
aprenderse mejor y más fácilmente que conociendo su historia y el lugar que ocupa en la ciencia
general del hombre.
El estudio de la antigüedad del hombre sobre la tierra, de su estructura corporal y de las
variedades de razas y lenguas nos conduce a la investigación de su historia intelectual y social y
nos permite trazar claramente su desarrollo que en su conjunto ha permitido al hombre moderno
llevar una vida superior y más feliz que la de sus rudos ancestros. Gracias a nuestro conocimiento
de los acontecimientos pasados y de sus consecuencias podemos dirigir nuestro propio curso con
mayor confianza. De esta manera, la humanidad pasa de la edad del progreso inconsciente a la del
progreso consciente. El estudio del hombre y de la civilización no es sólo materia de interés
científico, sino que se extiende a los asuntos prácticos de la vida. El conocimiento del camino del
hombre desde el pasado remoto al presente no sólo nos ayuda a predecir el futuro, sino que puede
guiarnos a cumplir nuestro deber de dejar el mundo mejor de lo que lo encontramos.
La Antropología de Tylor hace más que formular el sentido y los alcances teóricos de la
nueva disciplina. La obra, en sÍ misma, constituye un esfuerzo bien realizado para demostrarlos
en la práctica. El plan de la obra y su desarrollo concreto justifican el comentario de Meyer Fortes
(1953), uno de los mayores críticos de la escuela tailoriana: “Había grandeza en esta concepción,
que incluía a toda la humanidad y a todas las obras del hombre: no sólo a los extintos habitantes
de las cavernas y a los desnudos recolectores del desierto australiano, sino también a los mismos
hombres que proponían tal concepción”. El abandono de esta gran concepción ha sido una de las
mayores tragedias de la antropología de nuestros días.
HIPERDIFUSIONISMO
119
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Ángel Palerm
Historia de la etnología: Tylor y los profesionistas británicos, CIESAS, México, 1981, pp. 19-42.
1
Estas características de las teorías de la evolución se discutieron en el volumen anterior (Los evolucionistas) de esta
serie de historia de la etnología
2
Más tarde, sin embargo, el concepto de la unidad mental fue sustituido por la tesis de la desigualdad heredada de las
capacidades mentales de las razas humanas. Véase a Galton, en este mismo volumen.
120
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
halladas entre pueblos geográficamente próximos o bien relacionados por su historia tendían a
darse por supuestas, y a verse como el resultado de los orígenes comunes y la vecindad. En
apariencia, este no era un problema que debiera preocupar a la teoría etnológica. Las semejanzas
culturales entre pueblos no relacionados entre sí, y además muy distantes geográficamente,
tendieron a explicarse como resultado de la unidad psíquica de la humanidad. En consecuencia,
también era un problema que debiera ocupar en exceso a los atareados etnólogos.3
Quizá no corresponda a Tylor el mérito de haber reconocido la importancia de los
procesos de difusión cultural, que ya eran estudiados meticulosamente por los etnólogos
germanos de la Kulturgeschichte. Sin embargo, Tylor había afirmado con énfasis que “la
civilización es una planta que se propaga con mucho mayor frecuencia que se desarrolla
[independientemente]”. Pero de seguro fue Tylor quien desarrolló y propuso a prueba un método
específico que permite diferenciar las semejanzas atribuibles a la difusión de aquellas otras que
pueden interpretarse como el producto de la invención independiente (convergencia y
paralelismo).
La difusión cultural, para Tylor, es una hipótesis razonable pero que debe probarse en
cada caso, sobretodo cuando se trata de pueblos sin un origen común y geográficamente
distanciados. En estas condiciones el peso de la prueba recae sobre quien proponga la hipótesis de
la difusión para explicar las semejanzas culturales. La prueba debe incluir una demostración de
que las semejanzas son numerosas; que forman entre sí una asociación o complejo de rasgos; que
entre estos rasgos asociados hay algunos que son muy distintivos e inusitados, y que algunos
rasgos no son funcionalmente indispensables en la totalidad del complejo estudiado.
En los escritos de Tylor se encuentran numerosos ejemplos de la utilización de estos
criterios. Es probable que el más típico sea el de los juegos hindú y mexicano del pachisi y del
patolli, que usan “adivinación echando suertes, apuestas [hechas] con espíritu festivo, apreciación
de la ley de probabilidades, registro de los resultados en una tabla de contar, y un conjunto de
reglas para mover y tomar las piezas”, como los describe Lowie en su Historia de la etnología. A
través de este análisis riguroso Tylor llegó a la conclusión de que los dos juegos no podían
haberse inventado de manera independiente, y que, en consecuencia, había que postular alguna
comunicación entre Asia y América a través del Pacífico y antes del descubrimiento español del
nuevo Mundo.
3
Estas actitudes se alteraron cuando el estudio de la difusión cultural derivó hacia las teorías modernas de la
aculturación y las prácticas de la antropología aplicada. Pero estas cuestiones no pertenecen propiamente a este
volumen, sino al periodo de la historia de la etnología dominada por el culturalismo boasiano y la antropología social
británica.
121
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
4
Este comentario no resulta valido para la antropología contemporánea. Gracias a los progresos de la arqueología
resulta posible ahora, en el caso de Mesoamérica por ejemplo, trazar el desarrollo de un complejo cultural tan importante
como la agricultura desde los comienzos mismos de la domesticación de las plantas y la construcción de los sistemas de
regadío.
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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El que una ciencia en algún momento de su desarrollo y ante ciertos problemas, adopte mucho de la terminología, los
métodos y las teorías de otra disciplina, constituye una ocurrencia tan frecuente como inevitable. Esta fertilización
cruzada, o más bien esta dilución cultural, resulta fecunda. Las condiciones básicas para ello son que el préstamo
cultural, pueda ser integrado a la ciencia receptora, y que a partir de esta integración se desarrollen modelos mas
adecuados a la materia de estudio y a sus problemas especiales.
6
No puede ser accidental que la crisis del evolucionismo en la antropología coincida con la del evolucionismo darwinista
bajo los efectos del redescubrimiento de la genética mendeliana. Quiero indicar, así, que la crisis del evolucionismo es un
fenómeno muy complejo.
7
Tanto el difusionismo extremo como el paralelismo radical se apoyaban en ciertos supuestos psicológicos. En un caso
en la unidad mental del hombre, y en el otro en su falta de inventiva y en su tendencia dominante a la imitación. El
expositor más extremo de esta ultima tendencia fue Gabriel de Tarde, del que nos ocuparemos al tratar de la escuela
francesa.
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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He discutido estas cuestiones en dos volúmenes: Agricultura y sociedad en Mesoamérica y Modos de producción y
formaciones socioeconómicos.
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
convencionalizada de los ojos en la proa de los barcos puede ser trazada desde su lugar de origen
en Egipto al Mediterráneo y Europa occidental, a la India, China, Nueva Guinea y a la costa
noroccidental de América.
Los críticos de la teoría de la difusión con frecuencia asumen equivocadamente que los
creyentes en la difusión cultural no toman en cuenta ciertos hechos familiares en relación a la
vida social de los seres humanos. La difusión de la cultura no es un sencillo proceso mecánico,
como lo es el intercambio simple de objetos materiales. Es un proceso vital envuelto en la
conducta impredictible de los seres humanos que transmiten y de aquellos que reciben y que
inevitablemente modifican los elementos de la cultura.
De las ideas y de la información transmitida a cualquier individuo sólo se adoptan
algunas partes; la elección esta determinada por los sentimientos personales y las circunstancias
del receptor. Además, las ideas aceptadas se integran en la personalidad del receptor, y se
modifican en el proceso de adaptación a sus conocimientos e intereses [todo esto] ocurre en toda
difusión de cultura de un individuo a otro, y de manera aún más profunda ocurre de una a otra
comunidad.
Se repite constantemente el argumento de que si un pueblo pudo imaginar la agricultura o
inventar la momificación, ¿por qué negarse a admitir que otros pueden haber hecho lo mismo?
Sin embargo, la esencia del método histórico no consiste en soñar lo que podría haber ocurrido,
sino en examinar las evidencias de que lo hecho ocurrió. Los fósforos son tan sencillos que todos
y cualquiera de los pueblos civilizados podrían haberlos inventado de manera independiente. Pero
lo que se sabe es que lo hizo un individuo hace un siglo, utilizando la experiencia de inumerables
predecesores. A partir de ahí la invención se difundió rápidamente por todo el mundo.
CULTURALISMO
Cultura y personalidad
Ralph Linton
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
puedan usarse para la medición de la mayoría de los fenómenos sociales y culturales, pues
mientras esas unidades no se establezcan será imposible aplicar muchas de las técnicas
matemáticas que en otros campos de la investigación han dado resultados tan valiosos.
Pero en los estudios psicológicos es donde se ha logrado el mayor adelanto técnico de
todo el campo científico a que nos referimos. En ellos se ha podido crear una larga serie de
pruebas o tesas, muchas de las cuales parecen dar resultados sólidos. La mayor parte de estas
pruebas sólo sirven para revelar determinados aspectos del contenido de la personalidad, pero no
las configuraciones de la personalidad como un todo. Basándose en los resultados a que
conducen, una serie de individuos pueden clasificarse de acuerdo con una sola cualidad, como la
inteligencia, pero esa serie se distribuirá en un orden bien diferente si se clasifica de acuerdo con
otra cualidad, por ejemplo la agresividad. El progreso más reciente en este campo, y el más
prometedor desde ciertos puntos de vista, está representado por la creación de pruebas
encaminadas a conocer el conjunto de la configuración de la personalidad. Estas todavía se
encuentran en su infancia, pero pruebas como la de Rorschach y de la apercepción temática de
Murray, ya han encontrado su valor, y es mucho lo que prometen para el futuro.
Aun cuando las pruebas formales hayan llegado a su más alto grado de perfección, no
podrán resolver algunos de los problemas más importantes relativos al estudio de la personalidad.
Las pruebas sólo arrojan luz sobre la personalidad tal como es en el momento del examen. La
personalidad es un continuo dinámico, y si bien es importante descubrir su contenido, o sea su
organización y actuación en un momento dado, todavía lo es más descubrir los procesos de su
desenvolvimiento, crecimiento y transformación. Respecto a estos procesos las pruebas no
pueden darnos más que una serie de puntos aislados de la trayectoria de la vida del individuo. En
la actualidad todavía se dispone de muy pocos registros de este tipo, de modo que, mientras no
sean suficientes, el mejor modo de acometer los problemas del desarrollo de la personalidad
consistirá en el estudio y la comparación de las historias de la vida de los individuos, pues éstas
se pueden obtener de ellos mismos. A este respecto, el psicoanálisis ha logrado hacer una
importante labor, pero aun en este caso todavía es mucho lo que está por hacer en cuanto a la
implantación de técnicas objetivas. A pesar de la manifiesta validez de muchas de las
conclusiones psicoanalíticas, éstas se han obtenido en su mayor parte por juicios subjetivos que
no son susceptibles de someterse al tipo de comprobación que en el campo de las ciencias exactas
exigen los investigadores.
Lo más probable es que con el transcurso del tiempo desaparezcan muchas de las
dificultades que acabamos de ennumerar. Pero mientras se crean nuevas técnicas adaptadas a las
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Puede suponerse que las necesidades del individuo son las que proporcionan los
estímulos que regulan su conducta, y a través de ésta, son la causa del funcionamiento tanto de la
sociedad como de la cultura. Las necesidades de los seres humanos son más numerosas y de más
variado tipo que las de cualquiera otra especie animal. Además de las que puedan derivarse
directamente de las tendencias fisiológicas como alimentarse, dormir, escaparse al dolor o la
satisfacción sexual, el hombre tiene toda una serie de otras necesidades cuya relación con dichas
tendencias todavía no puede demostrarse con toda claridad, y que, a falta de un término más
adecuado, podemos llamar necesidades psíquicas. Aunque por lo general se denominan primarias
a las necesidades del individuo que se determinan fisiológicamente, y secundarias a las psíquicas,
esta distinción está justificada sobre todo desde el punto de vista genético, pues es incuestionable
que las necesidades fisiológicamente determinadas aparecen primero en el curso general de la
evolución y son las primeras en manifestarse en el ciclo de la vida individual. Sin embargo, como
estímulos de la conducta del adulto, tanto las necesidades físicas como las psíquicas parecen estar
situadas a un nivel muy semejante. Tal vez en algún prolongado conflicto entre los dos tipos se
manifestará la superioridad de las necesidades físicas, pero la victoria de las exigencias corporales
nunca puede asegurarse. Los huelguistas de hambre persisten hasta el final y, según todavía ayer
ocurrió en Europa, hay hombres que mueren torturados antes que traicionar a un amigo o incluso
antes de abandonar una opinión. Y en las exigencias menos violentas de la vida diaria, a cada
paso se encuentra que las necesidades psíquicas tienen preeminencia sobre las físicas. Todo el
mundo sabe cuánto suelen sufrir las mujeres por “guardar la línea”.
Pero a pesar de la importancia de las necesidades psíquicas como estímulos de la
conducta, todavía es muy poco lo que de ellas se sabe. Oscuras en su génesis, y ni siquiera se han
escrito o clasificado como es debido. Los enunciados de la psicología son tan vagos que es
sumamente difícil tratarlos mediante métodos objetivos exactos. La naturaleza, y hasta la
presencia misma de las necesidades psíquicas, sólo pueden deducirse de la conducta o
comportamiento a que dan origen. Pero esta conducta es tan varia que en gran parte el problema
consiste en elegir si hay que atribuirla a un corto número de estímulos generales o a un gran
número de estímulos específicos. Si se adopta el segundo punto de vista, las necesidades
psíquicas pueden ampliarse casi al infinito, perdiéndose así casi todas las ventajas que tienen los
sistemas taxonómicos. Al hacer una clasificación adecuada de las necesidades psíquicas, surge
otra dificultad por el hecho de que cualquier necesidad humana, ya sea física o psíquica, rara vez
guarda una relación definida y aislada con algún patrón o norma de conducta. Cuando el hombre
actúa, especialmente si lo hace de acuerdo a una pauta cultural establecida, por lo general la
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
alimentarse es totalmente diferente en una ciudad moderna y en un medio primitivo, aparte de que
las técnicas que emplee en cada caso el individuo variarán de acuerdo con su propia experiencia.
En el ambiente primitivo, los que estén acostumbrados a cazar conseguirán el alimento de un
modo completamente distinto que, quienes no lo estén.
Si las formas de la conducta humana no pueden explicarse en función de las necesidades
del individuo, tampoco se explican basándolas en su potencialidad innata para la acción. Esta
potencialidad marca los límites a las formas que la conducta humana puede adoptar, pero deja un
campo de posibilidades extraordinariamente amplio de modo que la selección de algunas de esas
posibilidades la determinan otros factores. La conducta del sujeto la determina inmediatamente su
experiencia, pero ésta, a su vez, se deriva del contacto de aquél con el medio ambiente en que
vive, de aquí que para comprender la personalidad individual y la personalidad en general es
indispensable conocer el medio ambiente.
Si bien no hay dos individuos que se hallen en medios idénticos, pues ni en el caso de
gemelos idénticos criados en el seno de la misma familia se presenta tal identidad, en cambio
todos los medios tienen ciertos rasgos comunes. Existe una propensión a considerar que el medio
ambiente está constituido por fenómenos naturales como son la temperatura, el terreno o la
provisión alimenticia disponible, factores que inevitablemente varían en el tiempo y el espacio.
Pero aunque estas cosas se reflejen en la experiencia del individuo, y por conducto de ella en la
personalidad, en la formación de ésta parecen de importancia secundaria, porque entre el medio
ambiente natural y el individuo siempre se interpone un medio ambiente humano, de importancia
mucho mayor. Dicho medio lo constituye un grupo organizado de otros individuos, es decir, una
sociedad, y una manera de vivir que es característica de ese grupo, o sea, una cultura. La acción
recíproca del individuo y de estos fenómenos origina la formación de la mayoría de los tipos de
conducta, incluso de sus respuestas emotivas más profundamente arraigadas.
Aunque desagradable a los vanidosos, hay muy pocos individuos que sean algo más que
simples incidentes en la historia de la vida de las sociedades a que pertenecen. Desde hace mucho
nuestra especie alcanzó aquel punto en que los grupos organizados, y no sus miembros aislados,
llegaron a ser las unidades funcionales en la lucha por la existencia. La vida social es tan
característica del homo sapiens como puede serlo la dentición o el pulgar oponente. Sin embargo,
vistos los antecedentes y la naturaleza del hombre, lo más sorprendente de las sociedades
humanas es que se hayan podido desarrollar. Por ningún concepto es nuestra especie la primera
que hizo el experimento de vivir en grupos organizados, pero muy profundo es el abismo que
separa nuestras sociedades de las de nuestros parientes subhumanos, aun de los más cercanos.
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Para encontrar un verdadero paralelo con la situación humana es preciso acudir a los miembros de
otro phylum, al de los insectos. Estos seres han creado sociedades un poco menos complicadas
que las nuestras, pero las han desarrollado mediante métodos que nosotros no podemos emplear.
Los insectos han desarrollado sus instintos a expensas de su aptitud para aprender y, sobre todo, a
expensas de su inventiva. Toda su tendencia evolutiva se ha orientado a producir complicados
autómatas vivientes que se ajusten a ambientes fijos. Son seres en los que el máximo de eficiencia
se combina con el mínimo de individualidad. Los insectos aprenden con dificultad y olvidan
rápidamente, pero en la mayoría de los casos pueden completar en breve ciclo de su vida sin tener
nada que aprender, y menos problemas que resolver. El ajuste de dichos autómatas al
funcionamiento de una sociedad complicadamente organizada, sólo es un paso de avance en
relación con el de un medio ambiente natural, estable y limitado, lo que no implica ningún nuevo
principio. Toda hormiga o abeja se adapta a su sitio en la comunidad mediante una combinación
de sus instintos con la especialización estructural. Tanto desde el punto de vista físico como
psíquico, están organizadas para ser obreros o soldados, e incapacitadas para actuar en alguna otra
forma. Tienen un mínimo de necesidades individuales y ninguna que las pueda poner en conflicto
con los demás miembros de la misma comunidad. Con excepción de los momentos en que estos
himenópteros se disponen a llenar sus funciones reproductoras, se hallan despojados de las
exigencias sexuales, que constituyen tan fecunda fuente de conflictos entre la mayoría de los
vertebrados. En suma, los insectos sociales, más que individuos, son unidades uniformes
intercambiables. Desde el momento en que nacen están tan exactamente ajustados a sus
predestinadas funciones sociales que son incapaces de apartarse de ellas. La lucha de clases jamás
pudo haber surgido en un hormiguero, pues sus unidades son como bloques perfectos de un
edificio social homogéneo, compactamente integrado y absolutamente estático. La hormiga nace
con cuanto el dictador más estricto podría desear que tuvieran sus súbditos.
En franco contraste con los insectos sociales, el hombre es el producto final de un
proceso evolutivo cuya tendencia general se ha orientado hacia una individualización cada vez
mayor. Los mamíferos se especializaron en la aptitud para aprender y, en las más elevadas etapas
de su desarrollo, para pensar. Cuando nuestros antepasados lograron alcanzar el nivel humano ya
habían perdido la mayor parte de sus respuestas automáticas, y las que sobrevivieron eran del tipo
más sencillo. El hombre carece de instintos, al menos en el sentido en que usamos el término al
hablar de la conducta de los insectos. Prácticamente, el hombre tiene que aprender o inventar
cuanto hace, de modo que el individuo, no sólo puede, sino que debe crearse sus propias pautas
de conducta. Además, no obstante la fijación parcial de estas pautas mediante el proceso
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
formativo de los hábitos, jamás llegan a establecerse y a ser inmutables, como ocurre con los
instintos. Conjuntamente con la aptitud humana para aprender y formar hábitos, existe la aptitud
igualmente importante de olvidar, para reconocer situaciones nuevas a que aplicarlos y para
inventar nuevos comportamientos con que hacerle frente a éstas. En consecuencia, son infinitas
las posibilidades de variación de la conducta individual. Cuando varias personas reaccionan de la
misma manera ante una situación, la causa debe buscarse en la experiencia común que tienen esos
individuos. Claro es que este caudal de experiencia común será mucho mayor en los miembros de
una misma sociedad que en los de sociedades diferentes. Sin embargo, existen ciertas clases de
experiencia comunes a toda la humanidad, como por ejemplo el que todo adulto haya dependido
en su primera infancia del cuidado de otros individuos. Estas experiencias comunes, y las
necesidades y aptitudes también comunes a la humanidad, son las causas de esa uniformidad de
conducta.
Intrínsecamente, los miembros de nuestra especie parece que tienen un poder de
diferenciación e individualización mayor que el de cualquier otra. La tendencia global de nuestra
evolución se ha apartado bastante de aquellas unidades uniformes que son los bloques ideales
para las edificaciones sociales complejas. ¿Cómo llegamos a ser sociables? Esta es una pregunta
que no deja de ser un enigma. Nuestros parientes subhumanos, que participan de nuestras
cualidades psicológicas con diferencias de grado más que de índole, son por lo general gregarios;
pero hasta las sociedades de los antropoides carecen de la especialización y diferenciación de las
funciones sociales que tanto caracterizan a las nuestras.
Tan profundo es el abismo que separa estas sociedades de las humanas más sencillas, que
el desarrollo de nuestros propios patrones de vida social tienen que considerarse como un
verdadero tour de force evolutivo. Nosotros somos antropoides que estamos tratando de vivir
como termes, careciendo de la mayor parte de su propia dotación. ¡Qué no habríamos hecho si
tuviéramos instintos!
Sea cual fuere la génesis de las sociedades humanas todas tienen en común ciertos rasos.
El primero y quizá el más importante consiste en que más que el individuo mismo, es la sociedad
la que ha llegado a ser en nuestra especie la unidad importante en la lucha por la existencia. Con
excepción de ciertos accidentes desventurados, como sería el de Robinson Crusoe, todos los seres
humanos viven como miembros de grupos organizados, y sus destinos se hallan
inextricablemente ligados al del grupo a que pertenecen. No es posible sobrevivir a los peligros
de la infancia ni satisfacer las necesidades del adulto sin la ayuda y cooperación de otros
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
individuos. Mucho tiempo hace ya que la vida humana pasó de la etapa del artesano individual a
la del grupo, en que cada persona da su contribución, pequeña y específica, a la producción.
Una segunda característica de las sociedades radica en que tienen éstas normalmente una
duración mucho mayor que la vida del individuo. Por el accidente del parto, cada uno de nosotros
ingresa en una organización que ya es una entidad funcionando. Aunque bajo determinadas
condiciones puedan llegar a formarse nuevas sociedades, la mayoría de la gente nace, vive y
muere como miembros de la misma sociedad. Su problema como individuo no es el de ayudar a
la organización de una nueva sociedad, sino el de ajustarse a los patrones de un grupo viviente,
que mucho antes de nacer él llegó a implantarse. Apenas es necesario señalar este hecho, pero es
que en muchos estudios se confunde la génesis de las formas sociales con la de la conducta social
en el individuo. El origen de una institución como la familia es problema de índole totalmente
distinta al de la forma en que el individuo llega a ser miembro funcional, plenamente integrado,
de una familia.
Como tercera característica tenemos que las sociedades son unidades funcionales,
actuantes. A pesar de ser obra de los individuos, funciona como conjuntos. Los intereses de cada
uno de los miembros que las componen están subordinados a los del grupo entero, el que ni
siquiera vacila en eliminar alguno de sus miembros cuando juzga que conviene así a la sociedad
en conjunto. Los hombres van a pelear y a morir en las guerras por las que la sociedad puede
resultar protegida o enriquecida, y al criminal se le destruye o aparta porque es un elemento
perturbador. Menos manifiestos, pero más frecuentes, son los sacrificios diarios de las
inclinaciones y deseos que la vida social impone a quienes participan en ella. Esos sacrificios se
ven recompensados de muchas maneras, en su mayoría por las respuestas favorables de los
demás. Sin embargo, pertenecer a una sociedad significa hasta cierto punto el sacrificio de la
libertad personal, por ligeras que sean las restricciones que la sociedad conscientemente imponga.
Las llamadas sociedades libres no son en realidad sino aquellas sociedades que estimulan a sus
miembros para que expresen su individualidad en cosas de poca importancia y aceptables desde el
punto de vista social, pero al mismo tiempo obligan a sus miembros a vivir entre innumerables
reglas y prescripciones, haciéndolo tan sutil y cabalmente que apenas las notan. Si una sociedad
ha logrado modelar al individuo en forma adecuada, se somete a muchas de las restricciones que
aquélla le ha impuesto con la misma inconsciencia que ejecuta los movimientos para andar.
La cuarta característica es la siguiente: en toda sociedad, las actividades necesarias para
la supervivencia del conjunto están divididas y repartidas entre sus miembros. No hay sociedad,
por sencilla que sea, que no distinga por lo menos entre los quehaceres del hombre y los de la
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
capítulo especial, pero por el momento bástenos definir una cultura como la forma de vivir en una
sociedad. Esta forma de vivir comprende innumerables detalles de conducta, pero todos presentan
ciertos factores comunes. Todos representan la respuesta normal, anticipada, de cualquier
miembro de la sociedad a una situación determinada. En consecuencia, a pesar del número
infinito de variantes menores en las respuestas de los diversos individuos, o aun en las del mismo
individuo en momentos distintos, se hallará que en una sociedad casi toda la gente responde en la
misma forma ante una situación dada. Por ejemplo, en nuestra sociedad, casi todo mundo come
tres veces al día y hace una de estas comidas aproximadamente al mediodía, y son tenidos por
raros a los que no siguen esta rutina. Este consenso de conducta y opinión constituye un patrón o
pauta cultural, y la cultura en su conjunto no es más que un agregado más o menos organizado de
dichos patrones.
La cultura como un todo, suministra a los miembros de una sociedad la guía
indispensable para todos los momentos de la vida. Sin ella, ni los miembros ni la sociedad misma
podrían funcionar de una manera eficaz. El hecho de que los individuos reaccionen a una
situación dada en una misma forma, capacita a cualquiera para predecir su conducta con un alto
grado de probabilidad, si bien nunca con absoluta certeza. Esta capacidad de predicción es un
prerrequisito para todo tipo de vida social organizada, pues si el individuo va a dedicarse a hacer
cosas para los demás tiene que estar seguro de que obtendrá algo en cambio. La existencia de los
patrones o pautas culturales le proporcionan esa seguridad, ya que tienen como fundamento la
aprobación social y representan el poder que tiene la sociedad de presionar a los que no se
acomodan a ellos. Además, mediante prolongada experiencia, y por el empleo del método de
ensayo y error, las pautas culturales características de cualquier sociedad se han llegado a ajustar
bastante unas a otras. El individuo puede obtener buenos resultados si se adhiere a ellas, y si no lo
hiciere, serán éstos negativos. El viejo proverbio de “a la tierra que fueres haz lo que vieres” está
basado en una sensata observación, ya que en toda sociedad las cosas están organizadas en
función de las pautas culturales de la localidad y no conviene apartarse de ellas.
Si la existencia de los patrones culturales es necesaria en toda sociedad, igualmente lo es
para su perpetuación. La estructura, es decir, el sistema de organización de una sociedad, es en sí
misma un asunto de orden cultural. Aunque con propósitos descriptivos podamos acudir a las
analogías y reducir dicho sistema a términos de posiciones, éstas no pueden definirse si no es en
función de la conducta que se espera de sus ocupantes. Para que el individuo ocupe una posición
determinada tal vez se necesiten previamente ciertas características en cuanto a la edad, el sexo o
el parentesco biológico, pero incluso fijar estas características previas es un asunto de orden
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
cultural. Por esto en nuestro sistema social no es posible definir la posición del padre y el hijo
mediante la exposición del parentesco biológico existente entre los dos sino que se requiere una
reseña de la conducta, culturalmente modelada, que los ocupantes de estas posiciones guardan
entre sí. Cuando llegamos a las posiciones como las de patrón y empleado, sencillamente nos es
imposible definirlas, si no es en cuanto a lo que se espera que haga cada uno de ellos para (o por)
el otro. Una posición en un sistema social, como cosa distinta del individuo o individuos que en
un momento dado pueden ocuparla, no es más que un aspecto de las pautas culturales. De igual
manera, el sistema social es una configuración todavía más extensa de las mismas pautas. Esta
configuración es la que proporciona al individuo las técnicas para la vida en grupo y la
interacción social, del mismo modo que otras configuraciones de pautas, también dentro de la
cultura, le suministran técnicas para la explotación del medio ambiente natural o para protegerse
de los peligros sobrenaturales. Las sociedades se perpetúan enseñando a los individuos de cada
generación las pautas culturales referentes a la situación que es de esperar que tengan en la
sociedad. Los nuevos miembros de la sociedad aprenden la forma de comportarse como maridos,
jefes o artesanos, y haciéndolo así perpetúan estas posiciones y con ellas el sistema social. Sin la
cultura no podría haber sistema social alguno de tipo humano, ni la posibilidad de ajustar a él a
los nuevos miembros del grupo.
No se me escapa que en el análisis precedente se ha hecho especial hincapié en el papel
pasivo del individuo y en la forma en que se ve modelado por los factores culturales y sociales,
por lo que es ahora oportuno presentar el otro aspecto. Por muy cuidadosamente que el individuo
haya sido preparado y por satisfactorias que hayan sido las condiciones que lo rodeen, nunca deja
de ser un organismo distinto con sus propias necesidades y capacitado para pensar, sentir y actuar
con independencia. Además, conserva un grado considerable de individualidad, ya que su
integración dentro de la sociedad y la cultura sólo llega hasta las respuestas que ha aprendido, y
aunque en el adulto estas respuestas sean muchas, todavía queda una buena parte del individuo en
libertad, pues hasta en las sociedades y culturas de integración más compacta no hay dos personas
que sean absolutamente semejantes.
En efecto, el individuo desempeña un doble papel en relación con la sociedad. En
circunstancias ordinarias, cuanto más perfecto sea su condicionamiento e integración
consiguiente a la estructura social, más eficaz será su contribución para el funcionamiento
uniforme del conjunto y más seguras sus recompensas. Sin embargo, las sociedades tienen que
existir y funcionar en un mundo que continuamente está cambiando. La aptitud de nuestra especie
para ajustarse a las nuevas condiciones e idear respuestas siempre más eficaces, aptitud que no
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
tiene paralelo, obedece precisamente al residuo de individualidad que en cada uno de nosotros
sobrevive a pesar de la influencia decisiva de la sociedad y la cultura. Como simple unidad en el
organismo social, el individuo perpetúa el statu quo, y como individuo contribuye a alterarlo
cuando hay necesidad. Puesto que ningún medio ambiente es absolutamente estático, ninguna
sociedad puede sobrevivir sin el inventor ocasional y sin su capacidad para hallar soluciones a los
nuevos problemas. Aunque con frecuencia sus inventos obedezcan a presiones, que comparte con
otros miembros de la sociedad, sus propias necesidades son las que lo empujan a idear cosas
nuevas. El primer hombre que se envolvió en una piel o logró mantener vivo el fuego, no lo hizo
por tener conciencia de que su sociedad necesitaba estas innovaciones, sino simplemente porque
sintió frío. Pasando ahora a un nivel de complejidad cultural más elevado, no importa cuán
perjudicial sea para la sociedad una institución existente en virtud de las condiciones cambiantes:
el estímulo para alterarla o abandonarla nunca procede del individuo que no se ve afectado
directamente. Las innovaciones de orden social las hacen quienes padecen por las condiciones
reinantes, no los que de ellas se aprovechan.
El doble papel que desempeña el hombre, como individuo y como unidad de la sociedad,
servirá de clave para muchos de los problemas de la conducta humana. Para funcionar con éxito
como unidad de la sociedad, el individuo tiene que asumir ciertas formas de conducta
estereotipadas, es decir, tiene que ajustarse a las pautas culturales. Gran parte de estas pautas
tienden al mantenimiento de la sociedad más que a satisfacer las necesidades individuales. Las
sociedades son organismos de cierta clase y se ha llegado a aceptar que tienen necesidades
propias, distintas de las de los individuos que las constituyen. Pero esto conduce a error, puesto
que las cualidades de las sociedades son totalmente diferentes a las de los organismos vivos,
siendo más seguro, por lo tanto, expresar las necesidades de una situación social diciendo que una
sociedad no puede durar ni funcionar con éxito en un momento dado si la cultura que le está
asociada no llena algunos requisitos. Esta cultura debe contar con técnicas para incorporar nuevos
individuos al sistema de valores de la sociedad y prepararlos para que ocupen determinados
lugares en su estructura; pero también ha de tener técnicas para recompensar la conducta
socialmente deseable y anular la que no lo es. Por último, las pautas de conducta que forman la
cultura deben estar ajustadas unas con otras en forma tal que se eviten los conflictos y se impida
que los resultados de una pauta de conducta anulen los de otra. Todas las sociedades han creado
culturas que satisfacen estas condiciones, si bien no está claro todavía el proceso de desarrollo.
Las pautas culturales de que depende toda sociedad para sobrevivir, tienen que
implantarse como pautas de respuestas habituales por parte de sus miembros, lo cual es posible
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
FUNCIONALISMO
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Cronología
1884. El 7 de abril nace Bronislaw Malinowski en Cracovia, capital, en aquella época, de la
Galitzia austriaca. Su padre, que murió cuando Malinowski era todavía un niño, era uno de los
eslavistas más prestigiosos de la Universidad de Cracovia, y estaba especializado en el folklore de
Silesia.
1897. De constitución delicada y con problemas de salud, emprende, junto con su madre, una
serie de viajes (que se prolongarán a lo largo de su adolescencia) por países del sur de Europa.
1903. Cursa estudios de filosofía en la Universidad de Cracovia, a la sazón centro intelectual de la
cultura polaca.
1908. Se doctora en filosofía. Estudios de psicología y economía en Leipzig. Malinowski, por
esta época, es ya un apasionado de la antropología. La lectura de La rama dorada, de Frazer, le
ha producido un enorme impacto.
1910. Se traslada a Gran Bretaña. Estudió antropología en la London School of Economics.
1913. En este año da a conocer su primer trabajo antropológico: La familia entre los aborígenes
australianos.
1914. Al estallar la Primera Guerra Mundial, Malinowski, que por su condición de súbdito
austriaco podía ser llamado a filas, se traslada a Nueva Guinea, en la Melanesia. Realiza allí su
primer trabajo de campo entre los indígenas de Mailu.
1915. Desde Nueva Guinea se traslada a las islas Trobriand. Allí, en una aldea del distrito de
Kiriwina, Malinowski emprende lo que será calificado de trabajo de campo modélico en los
anales de la antropología contemporánea. Aprende la lengua de los nativos y vive con ellos,
investigando todos los aspectos de su cultura, desde las bases económicas hasta los elementos
mágicos, pasando por el estudio de las instituciones sociales y políticas.
1818. Malinowski da por concluida su estancia en las Trobriand (que, con intervalos, ha durado
dos años desde 1915).
1919. En Gran Bretaña, Malinowski casa con Elsie Rosaline Masson. Trabaja en el material
recogido en las Trobriand.
1922. Fruto de este trabajo son los Argonautas del Pacífico occidental, que le coloca
inmediatamente entre los antropólogos de primera fila.
1926. Tras enseñar antropología en la Universidad de Londres, se traslada a Estados Unidos.
Publica El mito en la psicología primitiva y Crimen y costumbre en la sociedad salvaje,
monografías que amplían todavía más su prestigio.
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
1967. A los veinticinco años de la muerte de Malinowski, se publican los diarios personales que
escribió en polaco durante su larga estancia en las islas Trobriand. Su título: Un diario en el
estricto sentido del término.
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Capítulo I
Embriología y obstetricia
El funcionalismo como método es tan antiguo como las primeras exteriorizaciones del interés por
las culturas exóticas y, por eso mismo, reputadas salvajes y bárbaras; tal interés pudo haberse
manifestado en un historiador griego como Herodoto, en un enciclopedista francés como
Montesquieu, o en un romántico alemán como Herder. La pequeña contribución que yo pude
haber aportado consiste en transcribir y prender con alfileres el rótulo de funcionalismo en un
cuerpo existente de doctrina y de método; y aún habiendo hecho sólo eso, me he referido, en mi
primer artículo sobre el asunto, a no menos de treinta y siete predecesores. Así quizás, he actuado
como partero y padrino del más joven retoño y de la camada antropológica de escuelas, y he
continuado practicando la maieutike techne (el arte obstétrico) en el adiestramiento de los
estudiantes más jóvenes de la materia, según la tradición de un gran maestro que gustaba de
considerar su arte como el de la comadrona. Y hubo otro gran maestro que proporcionó el lema
del funcionalismo: “por sus frutos los conoceréis”.
El funcionalismo, en la medida en que ha estado presente en todo ensayo antropológico,
procura la clara comprensión de la naturaleza de los fenómenos culturales, antes de que sean
sometidos a posteriores elaboraciones especulativas. ¿Cuál es la naturaleza, la realidad cultural
del matrimonio y de la familia, de un sistema político, de una empresa económica o de un
procedimiento legal? ¿Cómo pueden estos hechos ser encarados inductivamente a fin de poder
soportar válidas generalizaciones científicas? ¿Hay algún esquema universal, aplicable a todas las
culturas humanas, que pudiera ser útil como guía en el trabajo de campo y como sistema de
coordenadas en el estudio comparativo, ya sea histórico o evolucionista, ya sea que tienda
simplemente a formular leyes generales de correspondencia?
146
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
147
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
En realidad, estas cualidades de forma en un objeto aislado, significan para él que no están
relacionadas con sus usos y finalidad. Por lo tanto, para Graebner, sólo son metodológicamente
relevantes aquellas características que pueden presentarse como carentes de importancia cultural.
Por añadidura, incluye el concepto de complejo con un conjunto de elementos
desarticulados. Yo supongo que la forma está siempre determinada por la función, y que en tanto
no podemos establecer tal determinismo, los elementos de forma no pueden ser utilizados en una
exposición científica. Supongo también que es inútil un concepto de entidades desconectadas en
un tipo de realidad donde no nos es posible introducir elementos intrínsecamente relacionados
entre sí.
Capítulo II
148
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
están organizados, manejan artefactos, y se comunican unos con otros por el lenguaje o algún
otro tipo de simbolismo. Artefactos, grupos organizados y simbolismo, son tres dimensiones del
proceso cultural que están estrechamente relacionados. ¿Cuál es el tipo de esta relación?
Considerando primero el equipo material de la cultura, podemos decir que todo utensilio
es un implemento o un objeto de uso directo, o sea que pertenece a la clase de los bienes de los
consumidores. En cualquier caso, tanto las características como la forma del objeto son
determinadas por su uso. La forma y la función están relacionadas.
Esta relación nos conduce al elemento humano, puesto que el objeto es comido, usado o
acaso destruido, o bien se lo produce para que sea manipulado como herramienta. El factor social
está representado siempre por un hombre o un grupo que emplea sus utensilios en la consecución
de un fin técnico o económico; ya sea usando conjuntamente la casa, ya sea consumiendo el
alimento que han producido, recolectado o preparado. De hecho, ningún elemento de la cultura
material puede ser comprendido si se lo refiere sólo a un individuo; porque donde no hay
cooperación —y tales casos se encuentran difícilmente— existe por lo menos esa especie de
colaboración esencial que consiste en la continuidad de la tradición. El individuo debe adquirir su
destreza personal y el saber preexistente, de un miembro de la comunidad ya familiarizado con
las prácticas, la técnica y la información; y debe también recibir o heredar su equipo material.
¿Qué es la forma y qué la función en la realidad sociológica? Tomad una relación basada
en la sangre, en la contigüidad o en el contrato: tenemos aquí dos o más personas que comportan,
una para otra, un modo de ser “estandarizado” y que actúan en forma invariable con referencia a
cierta parte del medio, culturalmente definido, y a ciertas ocupaciones en las cuales los bienes son
intercambiados, los objetos manejados y las actitudes individuales coordinadas. La forma de la
realidad social no es una quimera ni una abstracción. Es un tipo concreto de conducta
característica de cualquier relación social. De la misma manera en que el físico o el químico
observan el movimiento de los cuerpos, las reacciones de las sustancias o los cambio en el campo
electromagnético, y registran el típico comportamiento recurrente de la materia, de la fuerza o de
la energía, así también el investigador de campo debe considerar las situaciones y actividades
periódicas y registrar sus canones y normas. Podríamos imaginar una gran variedad de
películas cinematográficas que mostraran cómo actúan los padres al criar y mimar a los niños, al
adiestrarlos al iniciarlos en los ritos tanto como en todas las fases cotidianas en las cuales los
sentimientos entre el padre, la madre y los hijos son expresados y “estandarizados”. Cuando
pasamos a formas de conducta muy rígidamente determinadas, como en las ceremonias religiosas,
149
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
las transacciones legales, el ritual mágico y las operaciones técnicas, un notable film combinado
nos proporcionaría una definición objetiva de la forma de la realidad social.
Debemos insistir aquí en este primer punto teórico: en la presentación objetiva de la
dimensión sociológica, no puede trazarse ninguna línea demarcadora entre forma y función. La
función de las relaciones conyugales y la paternidad es desde luego el proceso de la reproducción,
culturalmente considerado. La forma en cualquier cultura específica es la manera en que se
realiza, y que difiere en la técnica obstétrica, en el rito de la “couvade”, en los tabúes y
reclusiones de los padres, en los ritos baptismales y en el cuidado, abrigo, vestimenta, aseo y
alimentación de la criatura.
El segundo punto teórico es que resulta imposible aislar el aspecto material del
comportamiento social, o desarrollar un análisis sociológico completamente separado de sus
aspectos simbólicos; y también que las tres dimensiones de la realidad cultural intervienen en
todos los pasos del proceso. Una película muda mostraría sólo parte de la documentación, como,
por ejemplo, el simbolismo del gesto ritual, los objetos sacramentales, o las señas significativas y
los movimientos convencionales que hacen los participantes. Desde luego que el aspecto más
importante del simbolismo es el verbal, y en este sentido sabemos que una buena parte del
comentario accesorio, no referente por fuerza al acto en sí mismo, constituye una documentación
adicional indispensable para el investigador de campo.
¿Cuál es la relación entre forma y función en el simbolismo? Si aisláramos la mera
realidad fonética de una palabra, o cualquier otra característica meramente convencional del
símbolo de un gesto, podría parecer que el lazo entre forma y función es en este caso puramente
artificial; y desde que el simbolismo, en su esencia misma, no es sino el desarrollo de actos
convencionales para la coordinación de la conducta humana concertada, la relación entre forma y
función resulta netamente artificial o convencional. El símbolo es el estímulo que se enlaza con
una reacción de la conducta sólo gracias al proceso en virtud del cual resulta condicionado. Pero
en cualquier aspecto del trabajo de campo, este proceso debería ser parte integrante de toda
investigación valedera. El contexto de la situación, por otra parte, siempre revela el vínculo entre
la función de un acto simbólico, verbal o manual y ciertos procesos físicos ligados por la
causalidad biológica.
Por lo tanto, concedo que la forma en el simbolismo no es una palabra separada de su
contexto, un gesto fotografiado o una herramienta exhibida en un museo, puesto que tales
elementos, dinámicamente estudiados, revelan que juegan un papel como catalizadores de las
actividades humanas, como un estímulo que provoca reacciones en una cadena de reflejos, en un
150
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Capítulo III
Definición de la función
Este análisis nos permitirá definir el concepto de función con una precisión mayor. Es claro que
debemos aproximarnos a él a través de los de uso o utilidad y relación.
En todas las actividades encontramos que el uso de un objeto como parte de un modo de
actuar técnica, legal o ritualmente determinado, conduce a los individuos a la satisfacción de
alguna necesidad. Se recolectan frutos o raíces, se pesca, se caza o se entrampa animales, se
ordeña o carnea el ganado con el fin de proporcionar materias primas para la despensa del
hombre. Estas sustancias son sazonadas, preparadas y cocinadas para ser servidas en la mesa.
Todo culmina en una comida individual o colectiva. La necesidad de nutrición gobierna una gran
multiplicidad de procesos. Es un lugar común el decir que la humanidad progresa gracias a su
estómago, que se puede tener a la multitud satisfecha proporcionándole pan y circo y que el factor
materialista de la reacción alimentaria suficiente es uno de los determinantes de la historia y la
evolución humana. El funcionalista sólo agrega que los motivos que controlan las partes de este
proceso y que llegan a transformarse en la pasión por la jardinería y la caza, en el interés o
codicia por el apetecible tráfico mercantil, en los impulsos de generosidad y munificencia, deben
todos ser analizados con respecto al impulso principal, que es el del hambre. La función integral
de todos los procesos que constituyen el abastecimiento de una comunidad es la satisfacción de la
primaria necesidad biológica de alimentarse.
151
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Capítulo IV
152
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
153
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
parciales que las constituyen, están vinculadas con las necesidades primarias o biológicas y con
las derivadas o culturales. Por lo tanto, la función significa siempre la satisfacción de una
necesidad, desde el simple acto de comer hasta la ceremonia sacramental en la que el tomar la
comunión se relaciona con todo un sistema de creencias, determinado por una necesidad cultural
de unirse con Dios vivo.
Capítulo V
154
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Capítulo VI
Tipos
Para ser efectivamente concreto, permítaseme sugerir que es posible formular una lista de tipos,
como por ejemplo, la familia, un grupo extendido de parentesco, un clan o una fratría. Todos se
relacionan con modos de reproducción humana legalizados y sometidos a normas.
El estatuto normativo corresponde siempre a un deseo, a una serie de motivos, a un
propósito común. Esto está incorporado a la tradición o respaldado por la autoridad tradicional.
En el matrimonio, el conjunto de reglas está constituido por la ley de la sociedad conyugal y de la
filiación puesto que ambas están inextricablemente vinculadas. Todos los principios por los
cuales se define la legitimidad del hijo y la constitución de la familia, vale decir, el grupo
reproductivo que establece las normas específicas de cooperación, constituye el estatuto familiar.
Este varía de comunidad a comunidad, pero es una porción de conocimiento que debe ser
obtenido en el trabajo de campo y que define la institución doméstica en cada cultura.
Independientemente de un tal sistema de reglas fundamentales o constitucionales, debemos
conocer más profundamente el elemento humano, el conjunto de los miembros del grupo, el
asiento de la autoridad y la definición de funciones dentro de la familia. Las normas específicas,
tecnológicas y legales, económicas y del trabajo diario, son otros factores constitutivos que deben
ser estudiados por el investigador de campo.
La vida familiar, sin embargo, gira alrededor del hogar doméstico; está determinada
físicamente por el tipo de vivienda, el equipo de utensilios caseros, el mobiliario y también los
objetos sagrados correspondientes a cualquier culto mágico o religioso practicado por la familia
como grupo. Tenemos aquí, por consiguiente, elementos tales como estatutos, personas, normas
de cooperación y conducta e instalación material. Habiendo reunido estos datos, tenemos que
obtener todavía una prolija y concreta descripción de la vida interna de la casa, con sus
variaciones estacionales, su rutina diaria, y también la minuciosa consideración de las efectivas
desviaciones de las normas.
En una comunidad donde, por sobre la familia en el sentido más restringido, existen uno
o más tipos de grupos extendidos de parentesco, el análisis, tanto en el terreno como en la
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
doctrina, de acuerdo con estos mismos lineamientos mostraría que aquellos grupos tienen también
su cuerpo de normas en el derecho consuetudinario de una familia en el sentido lato. Esta aplica
sus reglas de toma y daca entre los miembros, cuenta con un conjunto numeroso de personas y
con el substrato de un recinto familiar próximo, con huerto indiviso, simbólico hogar común,
construcciones principales y accesorias y también ciertos objetos usados por todos, en
contraposición con aquellos pertenecientes a las familias integrantes.
El estatuto del clan está constituido por la mitología de un antepasado común y por el
énfasis puesto en la adopción de un parentesco extendido.
En todas partes del mundo encontramos también agrupamientos comunales. Ya tratemos
de una horda nómada, ya de un grupo local de aborígenes australianos, de andamaneses,
californianos o fueguinos, encontramos que los individuos que viven próximos tienen
pretensiones exclusivas a una definida porción de territorio y llevan a cabo conjuntamente un
cierto número de actividades, en las cuales la directa cooperación de hombre a hombre es
indispensable y tiende a organizarse. Con todo lo rudimentaria que tal organización pudiera ser,
presupone una manifestación del derecho que el grupo tiene a sus tierras. Esto se asocia muy
frecuentemente como otros títulos, tanto mitológicos y religiosos como estrictamente legales, en
el estatuto constitutivo, por lo tanto, se incluye la definición de los derechos individuales a la
ciudadanía municipal, la pretensión de un grupo a cierto territorio y una larga serie de tradiciones
históricas, legendarias y mitológicas que funden el grupo a cierto territorio y una larga serie de
tradiciones históricas, legendarias y mitológicas que funden el grupo en una unidad que nace de la
tierra. En forma empequeñecida y caricaturesca, esto ha sido refabricado en la doctrina de Blut
und boden (Sangre y tierra), del nazismo moderno.
El grupo local tiene también su elemento humano, con su autoridad central más o menos
desarrollada, con diferenciaciones o títulos parciales de tierras en arriendo articular, con
distribución de funciones comunales, o sea servicios cumplidos y privilegios reclamados. Todas
las detalladas reglas de la posesión de la tierra, las normas consuetudinarias de las empresas de
carácter municipal, la definición de los desplazamientos estacionales, especialmente en lo que
respecta a las recolecciones emprendidas en forma ocasional por la comuna en su conjunto,
constituyen las reglas que definen el aspecto normativo de esta institución. El territorio, los
edificios, las dependencias públicas, como caminos, fuentes, canales, constituyen el substrato
material del grupo. El principio territorial puede servir de base a unidades provinciales aun más
amplias, en las cuales se unen varios municipios. En este caso también, sugiero que el
investigador de campo averigüe la existencia de normas tradicionales, esto es, la raison d ´ éter y
156
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
157
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
funciones de los jefes. El elemento humano en grupo cultural se relaciona con los problemas de la
presencia o falta de estratificación, de rango, de grupos de edad que se van aglutinando a lo largo
del desarrollo cultural y evidentemente también de las subdivisiones regionales. Cuando éstas
difieren sensiblemente en cultura y en idioma, podríamos afrontar el dilema de sí estamos
tratando con diversas tribus-naciones o con una federación, en el sentido cultural, de
subdivisiones autónomas. No hay dificultad en ver qué es el elemento humano de la tribu-estado.
Involucra evidentemente las cuestiones de una autoridad central, de la jefatura, del concejo de los
ancianos, tanto como métodos policiales y fuerza militar. También aquí se presenta el asunto de
la economía colectiva, la imposición de contribuciones, el erario y la financiación de las
empresas del grupo en relación con el sustrato material, la nacionalidad puede ser definida sólo
teniendo en cuenta el carácter diferencial de este substrato, en la medida en que distingue una
cultura de todas las demás. En la tribu-estado, entrarían en el cuadro el territorio sometido
políticamente a control, las armas de defensa y agresión, así como la riqueza reunida y usada en
común para el control político, militar y administrativo.
Siguiendo una línea de investigación separada del principio territorial, podríamos
consignar en nuestra lista de instituciones cualquier agrupación organizada y cristalizada de
acuerdo con el sexo y la edad. En este caso, no incluiríamos la familia, en la cual los sexos se
complementan y cooperan mutuamente, sino otras instituciones, tales como las llamadas
agrupamientos sexuales totémicos, grupos de edad y campamentos organizados de iniciación para
mujeres y hombres, respectivamente. Cuando consideramos un sistema de grupos de edad que se
refiere sólo a los hombres, podemos decir que el sexo y la edad intervienen conjuntamente como
principios diferenciadores, pero que uno solo de estos aspectos se ha institucionalizado. Dudo que
alguien encontrara dificultad en definir las normas y el patrimonio material que intervienen aquí.
Las asociaciones masculinas, esto es, las sociedades secretas, clubes, casas de solteros y otras por
el estilo, pueden ser incluídas en el concepto de instituciones sin dificultad. Séame permitido
recordar que cada uno de tales agrupamientos tiene también su cuerpo de normas legales y
mitológicas, y que esto implica una definición de su elemento humano y de sus reglas de
conducta, y que todos cuentan con una concreta expresión material, un lugar de reunión, alguna
riqueza, ciertos ritos específicos y equipo instrumental.
Un grupo de instituciones puede ser incluido en la amplia clase que podríamos denominar
ocupacional o profesional. Los varios aspectos de la cultura, o sea los varios tipos de actividad
como la educación, la economía, la administración del derecho, las prácticas mágicas y el culto
religioso, pueden o no ser incorporados en instituciones específicas. En este caso el principio
158
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
evolucionista no debe ser descartado de la teoría funcional. Porque no hay duda de que en el
curso del desenvolvimiento humano, las necesidades de organización política, educación,
servicios mágicos o jurídicos han sido progresivamente satisfechos por sistemas especializados de
actividades. Cada grupo de personas especializadas se organiza más y más estrechamente dentro
de su profesión. A pesar de todo, el asunto de descubrir el tipo originario de grupo profesional es
fascinante, no sólo para el estudioso interesado en los amplios esquemas de la evolución, sino
también para el investigador de campo y el comparativo. Pocos antropólogos hubieran disentido
respecto de que, en la magia y en la religión, o en ciertas prácticas técnicas y tipos de empresas
económicas, vemos grupos organizados para el trabajo, cada uno de ellos con su estatuto, vale
decir, la definición de cómo y por qué están calificados para cooperar; cada uno bajo cierta forma
de dirección técnica o mística de acuerdo con la división de las funciones; cada uno con sus
normas de conducta y, desde luego, manejando el específico patrimonio correspondiente.
Capítulo VII
El concepto de función
Considero que este concepto puede y debe ser engarzado en nuestro análisis institucional. La
función de la familia es proporcionar ciudadanos a la comunidad. Gracias al contrato de
matrimonio la familia produce hijos legítimos, que deben ser criados, provistos de los rudimentos
de la educación y más tarde equipados, tanto con bienes materiales como con el apropiado
“status” del grupo. La armonía de la cohabitación moralmente aprobada (no sólo en su aspecto
sexual, sino también con respecto a la sociedad conyugal y la paternidad), con la ley de la
descendencia, es decir, el estatuto de la institución con todos sus efectos sociales y culturales, nos
proporciona en este caso los elementos para definir integralmente la institución.
Yo concibo las funciones de la familia extensa en términos de una explotación más
efectiva de los recursos comunales, del fortalecimiento del control legal mediante un estrecho y
bien disciplinado grupo, y, en muchos casos, de una acrecentada influencia política, o sea de una
mayor seguridad y eficiencia de las unidades locales.
Veo la función del clan en el establecimiento de una red adicional de relaciones que se
entrecruzan en los grupos vecinales y los proveen de un nuevo principio en los diversos aspectos
de la protección legal, la reciprocidad económica y el ejercicio de las actividades mágicas y
religiosas. En resumen, el sistema de clan se agrega al número de aquellos vínculos personales
que alcanzan a la tribu-nación entera y permite un intercambio de servicios personales, de ideas y
159
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
de bienes, mayor de lo que hubiera sido posible en una cultura organizada simplemente sobre la
base de familias extensas y grupos vecinales. Creo que la función de la municipalidad consiste en
los servicios públicos y en la explotación conjunta de los recursos territoriales, en la medida que
esto debe ser llevado a cabo por la cooperación, pero dentro del límite de lo que puede lograrse
día por día.
Las divisiones sexuales organizadas dentro de la tribu, así como los grupos de edad,
favorecen los intereses diferenciados de las agrupaciones humanas, físicamente consideradas. Si
tratamos de comprender las condiciones primitivas a través de lo que está ocurriendo en nuestra
propia sociedad, vemos que el hecho de ser mujer u hombre acarrea ciertas ventajas naturales
pero también inconvenientes, y que una comunidad en la cual los sexos se combinaran podría
explotar mejor las ventajas y compensar las deficiencias entre los dos sectores naturales. Lo
mismo en lo referente a la edad. Los grupos constituidos sobre esta base definen el papel, las
posibilidades y el tipo de trabajo que pueden ser mejor cumplido por cada uno y se distribuyen la
recompensa con elementos de “estatus” o de poder. Hay poco que decir de la función de cada
grupo profesional. Este se define desde el punto de vista del servicio específico y de la
retribución adecuada. Aquí también el antropólogo que incluya el estudio de los pueblos salvajes
contemporáneos en su interés por los primitivos, puede observar las mismas fuerza que operan en
la relación entre las personas, quienes prestan los mismos servicios, participan de los mismos
intereses y buscan la retribución acostumbrada, ya se trate del espíritu conservador de los pueblos
naturales, ya de la actitud competitiva de la revolucionaria sociedad de nuestros días.
Este tipo de análisis está expuesto fácilmente a la acusación de tautología y perogrullada,
así como a la critica de que implica un círculo vicioso, porque, evidentemente, si definimos la
función como la satisfacción de una necesidad, es fácil sospechar que la necesidad que debe ser
satisfecha ha sido introducida con el fin de satisfacer la necesidad de satisfacer una función. Así
por ejemplo, los clanes son un tipo adicional, podríamos decir supererogatorio de diferenciación
interna. Podemos hablar de una necesidad legítima para tal diferenciación, en especula cuando la
necesidad no está siempre presente; puesto que no todas las comunidades tienen clanes y no
obstante marchan muy bien sin ellos.
Desearía decir ante todo que aquí no soy yo mismo demasiado dogmático. Sugeriría más
bien que un concepto de función en este sentido, vale decir, como una contribución hacia una
textura social más estrechamente trabada, hacia una distribución más amplia y sagaz de servicios
y bienes, así como de ideas y creencias, podría ser útil como una reorientación de la búsqueda, en
el sentido de la pujanza y utilidad cultural de ciertos fenómenos sociales. Sugeriría también, que
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Capítulo VIII
161
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
directamente del medio que los rodea a los víveres recolectados, conservados y preparados, se
morirían de inanición si el proceso se interrumpiera en cualquier tea. Nuevas necesidades de
carácter económico deben resignarse junto a la puramente biológica de la nutrición. Tan pronto
como los impulsos sexuales satisfechos se transforman en cohabitación permanente de la familia,
se imponen nuevas condiciones, cada una de las cuales es tan necesaria para la preservación del
grupo como cualquiera de las fases de los procesos exclusivamente biológicos.
Si observáramos una comunidad, más o menos primitiva, y aún enteramente civilizada,
veríamos que en todos los casos existe un abastecimiento del grupo, determinado originalmente
por las necesidades del metabolismo humano, pero al mismo tiempo comprobaríamos que se van
estableciendo nuevas necesidades de carácter tecnológico, económico, legal y aun mágico,
religioso o ético. Y, por otra parte, desde que la reproducción en la especie humana no consigue
en el simple acoplamiento, puesto que esta ligada con la necesidad de una prolongada crianza,
con la educación y con el primer modelamiento de la ciudadanía, impone una serie de
determinantes adicionales, es decir, necesidades, que son satisfechas por medio del cotejamiento
sometido a regulaciones, por los tabúes del incesto y exogamia, por acuerdos conyugales
preferenciales; y en cuanto a la paternidad y el parentesco, por el sistema de determinar la
filiación con todo lo que implica en las relaciones cooperativas, jurídicas y éticas. Las
condiciones mínimas de la supervivencia corporal, en relación con las inclemencias del tiempo,
son a su vez satisfechas por el vestido y la habitación.
La necesidad de resguardo trae como consecuencia dispositivos materiales dentro de la
casa, así como en toda la extensión de las instalaciones humanas y también en la organización de
grupos vecinales.
Si enumeráramos brevemente los imperativos derivados impuestos por la satisfacción de
las necesidades biológicas, veríamos que la renovación constante del patrimonio es una necesidad
a la cual satisface el sistema económico del grupo. Pero, por otra parte, la cooperación humana
presupone normas de conducta sancionadas por la autoridad, la fuerza física o el contrato social.
De aquí surgen los varios sistemas de control, primitivos o desarrollados. La renovación del
elemento humano en cada una de las instituciones componentes, y en el grupo cultural en su
conjunto, implica, no sólo la reproducción, sino también sistemas educativos. La fuerza
organizada y la compulsión como sostén de la autoridad y de la defensa, están funcionalmente
relacionadas con la estructura política de cada institución y también de cada agrupamiento
específico que hemos definido como unidades políticas o el prototipo del estado.
162
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Y más aún, pienso que deberíamos admitir que, desde los comienzos de la cultura, su
transmisión por medio de principios generales simbólicamente estructurados es también una
necesidad. El conocimiento, en parte incorporado a las habilidades manuales, y en parte
formulado en ciertos principios y definiciones que se refieren a los procesos tecnológicos
materiales, tiene, también, una causalidad pragmática o instrumental en un comienzo, un factor
que no podría estar ausente ni aún en las más primitivas manifestaciones culturales. La magia y
la religión pueden ser, funcionalmente interpretadas como complementos indispensables de
sistemas de pensamiento y tradición puramente racionales y empíricos. El uso del idioma, con su
proyección hacia el pasado, que es característico de todo pensamiento sistemático, habría llamado
desde temprano la atención de los individuos hacia lo incierto de sus predicciones puramente
intelectuales. El superar los hiatos del conocimiento humano y los rodeos de las grandes lagunas
en la predicción del destino y de lo fatal, conduce al hombre a afirmar la existencia de fuerzas
sobrenaturales. La supervivencia después de la muerte es probablemente una de las más remotas
hipótesis místicas, relacionadas quizá con un profundo, biológico deseo del organismo, pero que
contribuye por cierto a la estabilidad de los grupos sociales y afianza el sentido de que los
esfuerzos humanos no son tan limitados como lo muestra la experiencia puramente racional. Las
ideas que, por una parte, aseguran que el hombre puede gobernar ciertos elementos de la fortuna,
y, por otra, implican que en la naturaleza misma hay respuestas vindicativas o benevolentes a las
actividades humanas, contienen los gérmenes de los conceptos mas altamente desarrollados,
como los de providencia, el sentido moral en la creación y la finalidad de la existencia humana.
La explicación funcional del arte, de la diversión y de las ceremonias públicas, debería referirse
directamente a las reacciones físicas del organismo con respecto al ritmo, el sonido, el color, la
línea y la forma, así como a sus combinaciones. Se vincularía también, en las artes decorativas,
con las habilidades manuales y la perfección tecnológica, ligándolas con el misticismo mágico y
religioso.
Capítulo IX
Conclusiones
Será claro para cualquiera que considero esto como un mero bosquejo provisional. Necesita
todavía una respuesta más minuciosa y concreta a la cuestión de sí los fenómenos culturales
pueden ser estudiados en tanto que integran las unidades naturales aislables en la actividad
organizada. Pienso que el concepto de institución, con un definido esquema de su estructura y una
lista completa de sus tipos principales, suministra la mejor respuesta al problema.
163
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
MALINOWSKI
Jean Duvingnaud
El lenguaje perdido, Siglo XXI, México, 1977, pp. 151-188
Malinowski
164
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Polonia. Es decir “en ninguna parte”, es decir al norte el imperio de los zares, al sur del imperio
austro-húngaro, la “Cacania” de Musil, dos imperios cercados, encerrados sobre sí mismo en el
sofocante tufo de una cultura obsesiva y exaltada, de una obsesión matriarcal insatisfecha, vastos
lugares cerrados donde maduran revoluciones fracasadas; la única imagen de la “gran amplitud”
es Inglaterra. Bronislav Malinowski no es el primero en influir sobre una lengua diferente a la
suya. Ya un polaco como él, Joseph Conrad, arraigó en el inglés y encontró al oeste el camino de
navegaciones que lo ubican junto a hombres diferentes de aquellos a quienes un interminable
encierro en los barrios o en los pueblos prohíbe el acceso a los imperios centrales.
No se puede hablar de Malinowski sin evocar a Conrad, sobre quien, durante su vida tuvo
puestos los ojos. Lo que escribe Joseph Conrad no son (no solamente) relatos de navegación; el
escritor intenta dramatizar literalmente, lo que hasta él nadie había hecho: el enfrentamiento del
hombre con el cosmos y con las fuerzas imprevisibles del mundo, y el enfrentamiento del europeo
con universos diferentes del suyo, con civilizaciones que poco a poco, individualmente, lo atraen,
lo devoran. Mucho se había escrito sobre los viajes, pero se trataba de revistas exóticas o de
chatas observaciones para complacientes conciencias occidentales seguras de superioridad. En
Conrad (como en Melville) el objeto y el sujeto desaparecen: sólo se trata de una interacción
obsesiva y poéticas entre el salvajismo o simplemente la otra civilización y el hombre llegado de
occidente.
No sabremos nunca si Conrad tomó el camino del discurso novelesco porque no tuvo la
orden que deseaba, porque había preferido la solidaridad del barco a la aventura personal, o
porque fracasó en cambiar realmente de civilización y de universo. Encerrarse en el lenguaje,
novelesco o no, cuando se ha tenido en la mano la llave del otro mundo, no puede ser otra cosa
que un fracaso o, lo que es lo mismo, una nostalgia imposible de satisfacer: el fracaso social de
Balzac o de Proust los arrojó a la utopía novelesca, tanto como el alejamiento de Irlanda arrojó a
Joyce Ulises. Con Conrad, el paso de la línea hubiera sido más profundo aún, pero, después de
todo, no lo descubrió si no a través de los personajes encontrados cuya existencia prolonga (¡sino
la suscita!) por medio de la escritura.
Al menos dos libros de Conrad nos llevan al borde de esta evasión fuera del mundo
europeo, fuera del viejo humanismo que aún sobrevive incluso en quienes lo impugnan. Es en La
locura de Almayer y en su continuación, El auxilio, donde el hombre europeo comprometido en
una vida de minúsculos feudos o principados estrechos, intenta darse otro modo de vida, de
querer, de vivir con los hombres, distinto del que pudo conocer. Y esto tanto por el amor hacia
una mujer del país como por el juego de esas palabras dadas —recibidas, de esos intercambios de
165
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
servicios que crean el honor o la libertad en las civilizaciones sin escritura. El hecho de que todo
termine mal, en la sinrazón, la miseria espantosa de los blancos que fracasaron, de los exiliados
din exilio, recuerda sin duda al observador que jamás se pueden cruzar los límites de su cultura,
de su mundo, de su ser, donde vegetan los marginados.
Mucho más adentro en el otro mundo se aventura el protagonista de Corazón de las
Tinieblas. Esta vez se cruza la frontera, la “línea de sombra” como la llamará el mismo Conrad:
Kurtz, el personaje central, empleado de una compañía europea en África, se desliza en el
salvajismo, desaparece. La expedición encargada de buscarlo remonta un interminable río hasta el
momento en que tropieza con una tribu que defiende con las armas a su rey. Este rey es
Kurtz, transformando hasta en las minas raíces de su ser, convertido en “corazón de las tinieblas”,
del otro lado de la razón, quizás idiota, pero con los valores transformados.
Esto, ya lo había dicho Melville, en Omoo; pero Omoo era el paraíso ofrecido, la
compensación, lo opuesto a la civilización puritana de la América de entonces, la continuación de
Robinson Crusoe, otro mundo que más bien es un contra-mundo. Conrad cruzó las puertas
siempre cerradas, por lo menos las cruzó a través de su personaje. Muchos años tarde, Malraux en
La vida real, libro profundamente conradiano, se preguntará con respecto a esto (para no hacerlo
nunca más): ¿cómo cambiar de cultura, cómo alcanzar el “salvajismo absoluto”?
El salvajismo no tiene nada de absoluto. Está allí, diferente, y es ya muy difícil
apoderarse de él. Sin embargo de Conrad surge una especie de fascinación (él mismo retoma esta
palabra en El corazón de las tinieblas para designar al salvajismo) y el modelo propuesto no deja
de influir sobre el joven matemático polaco de la Universidad de Cracovia, Bronislav
Malinowski, quien busca su camino y en 1908 descubre La rama dorada, de Frazer, parte para
Leipzig donde Karl Bucher, materialista permitido, profesa sus discutibles teorías sobre las etapas
del desarrollo económico primitivo a partir de la economía primitiva, Wundt pasa de la psicología
experimental a la “psicología de los pueblos” y desarrolla un evolucionismo apasionado. Allí el
joven emprende de un estudio de etnografía puramente libresca sobre los aborígenes australianos;
luego, cansado, en 1910, emigra a Inglaterra.
Más tarde otro joven intelectual polaco, Witkievich, tomará, él también, el camino de
exilio, seguirá a Malinowski hacia las islas Trobraind, en Melanesia, volverá, pedirá al teatro que
le devuelva el mundo perdido que no encontró en ninguna parte, y sé suicidirá. Desde países
como la Polonia de esa época, los exiliados parten en busca de una personalidad que no
alcanzarán: ¿no se diría lo mismo hoy, de algunos intelectuales de las “jóvenes naciones”,
166
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
formados con modelos occidentales, lanzados a una búsqueda de su propio ser, antropólogo sin
saberlo?
Los pasos que conducen a Conrad a la literatura no son diferentes de los que lleva a
Malinowski a “la observación participante” y a la descripción de los salvajes de Trobriand. La
extrema especialización de las disciplinas universitarias conduce generalmente a la formación de
trabajadores a destajo que se condenan ellos mismos a redactar minuciosas, sabias pero ilegibles
monografías. Una especie de resentimiento parece sufrir de estos medios “sabios” que
testimonian hacia lo que llaman “literatura”, un desprecio concertado que no es más que —
Nietzsche ya lo había notado— una forma sofistica de rencor o de envidia.
Existe una mentalidad de los grupos científicos que los sociólogos nunca han estudiado y
que merece una particular atención puesto que da forma a un sistema de valores medios que
reconocen los gobiernos y los estados. Esta mentalidad define también las normas, de una ciencia
mediocre que no perturba las normas establecidas, que no hace hablar de ella; que no molesta por
su talento: la acumulación de los conocimientos. Es esta visión neutra del mundo la que algunos
monógrafos llevan consigo “al terreno”, más preocupados por permanecer en las normas que de
enfrentar lo que descubrirían si se abrieran al mundo. Es bueno recordar esto, hoy, cuando se ve
el talento de Malinowski condenado o menospreciado en un hombre de sus ideologías teóricas
que a decir verdad, no tienen más que una importancia secundaria en su obra y, por así decirlo,
degradante. Profesor muy joven, en la Universidad de Londres, Malinowski, en el circuito
cerrado de los intelectuales, no puede mantener la fuerza de la que ha dado pruebas en el terreno.
Por lo menos estas debilidades en las consideraciones abstractas, sumergidas, es cierto, en una
época en que el debate se sitúa en un nivel bastante mediocre (difusionismo, funcionalismo,
psicoanálisis que recién nacen y por lo tanto frágil) sirve a la mentalidad media para hacer olvidar
el gran descubrimiento de Trobriand. ¡Singular impostura!
Es difícil negar importancia al talento del que hablamos, si se piensa en Boas, en
Cusching en Lévi-Strauss, en Oscar Lewis. En cuanto a la manera de manifestarse, sin duda es el
equivalente del “trabajo del sueño” del que habla Freud: esta fuerza está en acción en el material
observable y que, para un espíritu común, sólo aporta hechos: pero en él, por el contrario, de los
hechos se convierten en signos, reniten a actos, conductas, modelos, sugieren un simbolismo que
encuentra su manifestación en las escrituras, desbordando las normas establecidas por los
géneros, los complejos, las dudas. Sería deseable que todo el mundo fuera antropólogo, pero
¿quién puede, arbitrariamente, lograr una construcción completa que nos se conforme con
satisfacer al pequeño grupo de especialistas (que se crean ellos mismos y finge creer a la vez en el
167
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
168
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Strauss, “Malinowski mejor observador que teórico”. Pero ni Panoff, ni Lévi-Strauss, definen el
movimiento mismo de este análisis arraigado en la trama de la vida colectiva de una sociedad
diferente. Tampoco lo hacen los especialistas reunidos por Raymond Firt en 1957 en un libro de
homenaje (Man and culture: an evaluation of the work of B. Malinowski) quienes toman como
afirmaciones apodícticas los juicios “científicos” más propios de la psicología de un exiliado que
busca reintegrarse por la solidez o la exactitud de sus ideologías siempre decepcionantes para los
que han medido la infinita importancia del descubrimiento en el terreno. Michel Panoff tiene
razón en mostrar la “pobreza” de las teorías que propone Malinowski, en probar que, en algunos
casos, van en sentido contrario de los pasos que lo llevaron al “terreno”; pero tiene más razón en
recordar que las más feroces críticas después de la muerte del antropólogo, en 1942, son también
impávidas monografías de gabinete que nunca conocieron la pruebas de este mismo “terreno” ni
el arraigo en las sociedades diferentes. Por lo demás, veremos más adelante que Malinowski, a
través de sus hipótesis, las que, curiosamente, utilizan ideas que tenían curso antes de su paso por
el “terreno”, busca constituir a través de su antropología social, una sociología diferente y un
método de análisis de las mutaciones que una muerte precoz a los cincuenta años, evidentemente,
le impidió escribir. Pero la ferocidad entre los universitarios es tan grande como lo puede ser la
de los psicoanálisis o como era la de los eruditos o de los teólogos, sin duda porque la apuesta de
estas querellas es una acción posible, un dominio de los jóvenes espíritus, de las “amas”, como se
decía entonces.
Más importante es lo que decide Michel Panoff de la publicación en 1967, por mediación
de la viuda del antropólogo, de Diary of the stric sense of the term, diario íntimo, notas e
indicaciones que acompañan al autor durante su trabajo en Melanesia. ¿Qué interés habría que
acordar a esta brutal irrupción de la subjetividad inmediata en el contexto fenomenológico del
análisis de lo real? Encontramos un problema análogo a propósito de los Carnets de Lévi-Bruhl.
Es sorprendente que el resentimiento se una a estas indicaciones superficiales, a fin de reducir el
trabajo del investigador a algunas emociones que todos comporten cómodamente y de llevarlo así
a la medida común. Este Diario nos muestra a un Malinowski angustiado por la larga soledad
que implica su arraigo en Melanesia, preocupado por su salud (tuberculoso, tenía razón en
estarlo), a menudo irritado por los mismos hombres que cohabitan con él. ¿Qué nos importan
estas notas redactadas en polaco (sin duda para permanecer secretas), estas indicaciones breves,
estas informaciones tan vagas como instantáneas fotográficas, sino por cuanto son el medio torpe
de mantener despierta su preocupación literaria mediante un narcisismo bastante elemental?
Andamiaje frágil de un libro eventual. ¿Quién se indignó alguna vez porque la persona de Gide
169
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
2
Traducción francesa: Les Argonautas du Pacifique occidental, Gllímard, 1963.
3
Les Argonautes..., p. 60.
170
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
shock existencial sin en el cual no hay experiencia antropológica. Se ha dejado un mundo, y todos
une a él, sobre todo la indiferencia de los extranjeros que los descubren y los remiten a vuestra
condición de extranjeros: el espejo que los tienden los excluye o bien los obliga a reconocer
vuestro lugar de exiliados en el pueblo, vuestra situación de niño o de idiota, puesto que no sabéis
nada de las cosas más familiares y que toda huida de vuestra parte puede volverse en contra,
desencadenar tempestades. Esperáis el momento en que, admitidos y aceptados, ubicados entre
las “miradas” seguramente extrañas pero aceptadas por que son inofensivas, un poco estúpidas,
podréis penetrar en una trama existencial que entonces se os abrirá poco a poco.
Malinowski se arraiga en la lengua papúa primero, en la vida social después, no como un
observador mundo, sino justamente como un “idiota de pueblo” que siempre hace preguntas y a
quien hay que enseñar aquello que todos conocen, y por su parte debe descubrir aquello de lo que
nadie es consciente y que sin embargo constituye la trama interna de la cohesión de esta sociedad
en su expansión presente.
Estamos aquí lejos de las ideas, de las técnicas aprendidas, de las discusiones
occidentales sobre el parentesco que, vistas desde allí, son discursos tan alejados de la realidad
que pretenden alcanzar como los doctores lo están del sexo de los ángeles. Sin embargo, es la
única vía para encontrar “la autonomía y la especialidad de los caracteres culturales y mentales de
los indígenas”4 que el etnógrafo debe lograr detectar convertido “en cazador dinámico” tratando
menos de “realizar ciertas hipótesis” que de modificar sus ideas a la medida de la existencia real
descubierta lentamente.
No tendremos pues en cuenta todo lo que sabemos, todo lo que hemos aprendido,
conceptos de escuela, presupuestos anteriores: cerraremos los ojos y los oídos a todo lo que los
“residentes blancos” puedan decir y pensar del mundo donde permanecen, muy a menudo, a
pensar de ellos; nos dedicaremos sólo a describir, sin nuestra intervención a “reconstruir la
anatomía de la cultura ya a precisar la composición de la sociedad”, 5 a partir de lo que, en los
salvajes mismos, no está explícito, de lo que en ellos es actitud, latente, impensada, y que
podemos alcanzar directamente por nuestro arraigo en esta vida diferente. Esto supone una
profundización de la soledad que no recuerda a nada de lo que un occidental pueda encontrar, aun
cuando deba habilitar en un país también occidental cuya lengua no habla: aquí la soledad, por la
vida que origina, desempeña un papel determinante; depura de estos mitos o de estas creencias,
prepara a una conversación a lo que aparece como no definible por nuestras categorías, modifica
(como la prisión o el hospital, pero sin la compensación de una disciplina) nuestra experiencia
4
Ibídem, p. 62.
5
Ibídem, p. 68
171
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
del espacio, nos arroja desnudos ante un sistema desconocido que hay que penetrar, luego
describir, luego transcribir en nuestra reencontrada lengua; es esto lo que llamamos una
fenomenología del salvajismo.
“Recoger datos concretos sobre una gran serie de hechos es pues una de los puntos
esenciales del método empírico. No basta con enumerar algunos ejemplos, hay que agotar, en la
medida de los posible, todos los casos que están a vuestro alcance”; pero este informe no basta,
ya que conviene no sólo inscribir los hecho evidentes sino aquellos cuya existencia está latente
implícita, desconocida o desconocible para los que pertenecen a ella o los que de ella se sirven.
Esto supone una participación directa, es decir una penetración en la trama de las relaciones
reales, una dramatización viva de lo que es simple indicación ritual, vaga alusión. La
“observación participante”, esto no designa la actitud indulgente, cómplice o vagamente sometida
del observador aceptado por el grupo (aceptado ¿cómo? ¿con qué estatus? ¿él lo conoce?), sino el
hecho de que una larga soledad en medio de los indígenas, al volver al antropólogo dependiente
de ellos para su propia supervivencia, puede ayudar al observador a abrirse a la diferencia. Así
“el método de documentación estadística por el ejemplo concreto” desemboca en una
fenomenología, capaz de detectar “los imponderables de la vida auténtica”.6
Estos “imponderables” nos lleva al corazón del procedimiento: “Estas cosas son como la
rutina del trabajo cotidiano del hombre lo detalles del cuidado corporal, la manera de tomar los
alimentos y de prepararlos; el estilo de la conversación de la vida social alrededor de los hogares
de pueblo, la existencia o no de amistades sólidas, de corrientes de simpatía o de odios entre los
habitantes; las vanidades y las ambiciones personales que aparecen en la conducta del individuo y
en las relaciones emotivas de los que lo rodean y que, por discretos que sean, no podrían ocultar”.
¡Reducción a la psicología, como se dice, de los espíritus elementales! Vamos pues:
descubrimiento de las estructuras misma que componen la experiencia familiar que viven los
hombres reales, en las múltiples formas de sus figuras cotidianas. Poco tiempo después de
Malinowski, y para superar las dificultades de una psicología todavía cargada de metafísica,
George Politzer propondrá, en 1929, tratar los dramas de la vida concreta pedido de
casamiento, conflicto de familia no en su acepción trágica sino simplemente como procesos que
llevan los roles, aceoción trágica sino simplemente como procesos que llevan los roles, los
individuos, y los enfrentan, suscitan emociones, recuerdos (fenómenos diferentes y
exponenciales). Es exactamente esto lo que emprende Malinowski; descripción de los
“imponderables de la vida auténtica” no reduciéndose a la construcción de los modelos culturales
6
Ibídem, pp. 70, 75.
172
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
ni de las instituciones. Por otra parte, mucho más tarde, Malinowski, en La sexualidad y su
represión, se burlará del análisis metodológico en psicología que propone Shard en The
foundations of character, el que no deja de recordar la hipótesis de Poloizer, y la exigencia de
unir los “sentimientos” o “emociones” al contexto concreto de la vida social o de la existencia,
como más tarde lo precisará Sarter con el término de “situaciones” las que profundiza el
antropólogo.
La crítica que hace Malinowski a Durkheim y Las Formas elementales de la vida
religiosa7 adquiere todo un sentido en el momento en que el observador se deja invadir por el
sistema sociocultural en el que penetra y que trata de situar directamente a los seres vivos en el
tejido de los lazos invisibles de dependencia, de pertenencia, de linaje. ¿Vamos a encontrar
entonces una vez más los términos del consumo filosófico europeo, el “pragmatismo” de William
James y el “behaviorismo” que describe los comportamientos sin pretender incluir una
coherencia en la descripción? Dejemos de lado los términos: la noción politzeriana de “drama” se
relaciona con la “psicología del comportamiento”, pero incluye la experiencia y los presupuestos
sociales generalmente no conscientes, la noción de experiencia vivida sustenta el conocimiento
observante. Lo importante está en el esfuerzo por seguir mediante círculos sucesivos los
elementos existentes que comprenden la existencia colectiva: el hombre de Trobiand no será ni
un objeto en una estructura abstracta, ni un ser irracional que se libra a una actividad infantil o
demente, encontrará su ser en interior del escenario real pero invisible en el cual es aceptada su
acción, su creencia, su manera de ser. Así el hombre nunca es separado del conjunto de los actos
que cumple. Malinowski nunca evoca al habitante de Trobiand abstracto sino al constructor de
piraguas, al participante de un segmento de cambios generalizados, al novio, al galanteador o al
marido, al horticultor que cultiva los jardines de coral. Una fenomenología situacionista o
existencial tal remite a una realidad vivida que nunca remplaza lo vivido por formas puras, que
encuentra las constantes impensadas, ocultas bajo el comportamiento aparente no para eliminar
este último sino para revelar cómo este mecanismo insconciente interviene o perturba la actitud
pública: así los cálculos mágicos (de los cuales, se dice, el racionalista Malinowski no se
interesaba en tanto que tales) están incluidos en el efecto que producen sobre los sueños, las
acciones a realizar a las cuales frenan o aceleran; así las estructuras del cambio generalizado
(kula) son percibidas al más simple nivel, por no decir trivial; allá donde las cosas pasan.
Todo se desarrolla como si, para el residente europeo y a menudo para el antropólogo
vulgar, actuara una especie de censura que le prohibiera descifrar la trama existencial,
forzosamente confusa, de la vida cotidiana, superar las “representaciones-fines” conscientes tanto
7
En 1913, en la revista Folklore.
173
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
para él como para el salvaje. Entonces su análisis tiende a sustituir una realidad por otra realidad,
abstracta, así como el salvaje cumple actos de los que expresa una razón que no corresponde a la
relación fundamental que implica, porque está disimulada bajo ritos o palabras manifiestas.
Ahora bien, existe otra “representaciónes-fin” que ni el salvaje ni el antropólogo superficial
presentan, la que se ofrece al observador comprometido en una vida cotidiana real y en una
fenomelogía situasionista: bajo las cosas más simples y más inocentes que se dicen o se muestran,
se disimula otra realidad que no se puede alcanzar directamente. Así en los pueblos de la región
de Trobriand, emerge algo que es un movimiento de cambio de algunos objetos precios llamados
uaygu´a, movimiento cuya amplitud causas, estructura, importancia, escapan al hombre que
participa inconscientemente en esta circulación de bienes.
Los hombres no tienen conciencia de las líneas directrices de una estructura cualquiera de sus
estructuras sociales. Conocen los móviles que los impulsan, los fines que persiguen en sus
acciones individuales y las reglas que las condicionan, pero la manera en que todo esto da forma al
conjunto de la institución colectiva supera el nivel de su entendimiento.8
El movimiento de este cambio se llama en lengua papúa kula, que significa cambio o “comercio”,
despojando a este término de toda referencia a nuestra “economía”. Es un movimiento que no es
separable de las actividades más simples, que no se sitúa al nivel de las islas o de los fines
explícitos, que está unido a la práctica técnica: “abordo las etapas preliminares del kula, en los
habitantes de Trobriand, comenzando por la descripción de las canoas”, es decir de las piraguas.
Y esto constituye el primer ciclo de la fenomenología.
En efecto, la piragua, antes de ser un objeto de cualquier, puesto en la playa y que se tira
al agua, resulta de una construcción, acto que encierra más que la simple suma de las acciones
técnicas: lo importante es que esta construcción se determina menos siguiendo la realización
material de un barco utilizable, que en función de circulación de los cambios en los que será
implicado este objeto. Pues el objeto mismo tiene una infinidad de propiedades aparentemente
extrañas al simple uso de un bote así como lo son a la navegación misma. Si se llega a la
masawa, que es un bote de alta mar, la complejidad de los fines que definen el uso y de los fines
que remiten al mecanismo general del kula es más fuerte aún, pero sólo aparece por la ingerencia
de un sistema mágico en el sistema técnico, las implicaciones materiales de toda construcción
naval se acompañan de implicaciones que tienen por objeto la extensión futura por donde
circularán la nave y los ejes geográficos de la circulación de los objetos preciosos: cantos,
danzas, palabras, instrumentaciones, manipulaciones técnicas, representaciones ceremoniales, la
8
Les Argonautes..., p. 141.
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
botadura ritual, todo esta está concentrado, cristalizado en el objeto mismo donde nosotros no
vemos más que un objeto cuando en realidad está atrapado en el complejo tejido de los “dramas
múltiples que unen este objeto con la estructura invisible en la que tomará su real significación,
siempre abierta.
Al término de este primer ciclo del análisis, volvamos sobre el método mismo. Es poco
decir que aquí el antropólogo se deja invadir por los datos de la sociedad que habita. El
conocimiento se instala en su objeto, pero este objeto no es un objeto en el sentido en que se
habla de objeto y de sujeto, estalla fuera de nuestras propias limitaciones ideológicas, de las
categorías adquiridas en otra forma, en otro campo de la realidad destiento de aquel donde se
proyectan generalmente las cosas que deduce de sus preconcepciones y cambia así de escala al
término de una conversión mental completa y radical. El conocimiento no es conocimiento de la
gente de Trobiand, es el campo mismo de la existencia trobrianesa buscando realizarse o
persiguiendo su propia realización mediante la delimitación de una forma general en que el objeto
trivial, el utensilio, el gesto sórdico o ritual, se expanden en su espacio específico. El observador
no es más observante puesto que es analista y se ubica entra en el circuito de una familiaridad
irreflexiva para sus agentes, y ahora es el otro y el motor que impulsa su investigación es la
exigencia interna de una estructura en expansión.
Reconocemos esta relación orgánica entre la construcción de los botes, la danza, el sueño,
la magia, la religión y más aún la economía: corresponde a lo que Marcel Mauss, en la huella de
los argonautas del Pacífico occidental, en el Essi sur le don llamó un “fenómeno social total”, un
elemento parcial que lleva consigo, en el círcuito de su despliegue en el espacio y el tiempo, la
mayor parte de los determinismos y de los hechos que definen el ser completo de una sociedad.
Tratándose de Marcel Mauss, se comprueba la distancia que lo separa del artículo que dedicó al
concepto de institución en la Enciclopedia, en 1902 (y por lo tanto de Durkheim o de Comte),
artículo donde la permanencia y la supervivencia de las organizaciones establecidas se mostraban
más importantes que el simbolismo de la realidad concreta.
Sin embargo si Mauss formaliza así los pasos de Malinowski, sí define el “fenómeno
social total” como la matriz misma del análisis soci-antropológico, en esta “totalidad en acto” no
deja ningún lugar para el conocimiento: ¿acaso se trata de la conciencia de sí contemplado un
objeto, cerrado como un huevo, que nos volvería a las ilusiones del clasicismo o de una
conciencia fenomelógica que sería apertura y comunicación antes de ser conciencia de sí y por la
que el indispensable simbolismo sería la expresión manifiesta de las circulaciones que se
establecen entre los hombres y del intercambio latente que implica el sistema? Marcel Mauss
175
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
nunca “estuvo en el terreno”, puede formarse una institución, a menudo extraordinaria, pero no
puede ponerse en el lugar del que percibe la expansión del fenómeno total en el interior mismo de
la sociedad que descubre. Lo que falta al Essai sur le don, por otra parte muy fecundado para el
análisis, es el ser mismo del antropólogo, tomando en su trabajo de descripción y ubicado en el
interior de su propia observación como Freud lo hizo en el interior de la esfera onírica.
Este es el segundo círculo del análisis: ahora va a englobar no sólo las actitudes indígenas
frente a la cosa de precio, al aumento de prestigio en razón de la posesión momentánea de los
objetos preciosos, sino también todo lo que caracteriza ahora a la circulación de estos objetos
obligación de escribir y de devolver, de continuar prolongado incansable la macha de los objetos
en una ronda que cubre distancias enormes, que no están en la escala de las aldeas y de las islas
dispersas de esta región de Nueva Guinea. La descripción de una expedición marítima que
trasporta productos de mucho precio y de los que el poder mágico es expresión, la jerarquía social
que implica esta posesión momentánea en todos los niveles de la vida colectiva, desde el jefe
designado por su liberalidad, hasta el pescador o el horticulor más pobre, que trafica como puede
en el interior del circuito general.
Poco a poco se van apreciando las modalidades del cambio, pero a través de una
presentación real del mundo, una dramatización que define los roles y las transacciones, la
calidad de los objetos preciosos que conllevan al aumento del valor por la traslación, sin dejar el
campo de la experiencia viva, hablada, sugerida, presentada: travesía del brazo del mar de Pilolu,
naufragio que provoca la aparición de las magias del salvamento. El cosmo entero es asociado a
este proceso particular, segmento cotidiano de un desarrollo general del que ni las líneas ni el
sujeto aparecen a los actores, pero del que el antropólogo descubre la imposición no intaligible.
Al naufragio soñado se mezcla el mito del naufragio, sin que sea posible separar completamente
el encantamiento de la acción (salvo en la presentación), sin que se perciba la frontera (que
únicamente nosotros establecimos) entre lo que sucede y lo que explica lo que sucede, la trama
de un discurso no pronunciado en una frase aparentemente aislable.
Estos encantamientos demuestran la acción posible del discurso sagrado sobre el cosmos
y de su regreso sobre el acontecimiento vivido; pero éstos, organizado por la geografía de este
intercambio en la escala de 150.00km2 de océano, incluye a miles de hombres dispersos en más
de veinte islas o pueblos. Acá se dibuja el circuito de kula que establece una serie de trueques
múltiples sobre las pistas de un recorrido invariable, que envía collares en el sentido de las agujas
de nuestros relojes, es decir de este a oeste y brazalete o sus equivalentes en el sentido inverso. El
176
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
tiempo mismo depende de este espacio “económico”, puesto que los plazos dados a la circulación
completa varían de dos a diez años.
Movimiento que abarca la totalidad de este juego de la oca complicado al que se pliegan
los hombres y las mujeres de los pueblos, no porque sepan que los actos que cumplen, los
intercambios entre parientes, primos vecinos, se distriuyen sobre la gran línea de circulación
general como perlas en el hilo del collar, sino porque ejecutan lo que el hombre cumple
normalmente para ser un hombre, y como se asume, siempre de una manera interesante, una
situación.
Todo esto incluye ritos y magia, “trabajo y magia persiguen un fin común: construir una
embarcación rápida y estable; hacer un kula fructífero, asegura la salvación en caso de naufragio,
y así sin interrupción”,9 pero de manera tal que ninguno de los sistemas sea separado de los
demás: el sistema mágico del sistema técnico, el sistema económico del sistema psicológico. La
inmensa red que cubre los mares y las islas sugiere un sistema radicalmente dierente del sistema
occidental y que pone en tela de juicio al mayor parte de las ideologías europeas concernientes a
los primitivos, las que han negado a los salvajes, desde Marx, la capacidad de realizar un
excedente y de crear valor. Ideal contra la que se rebela Malinowski, que comprueba que el
salvaje conoce mejor que nosotros el precio de las osas sin precio, que es capaz de crear una red
de cambios en que los participantes (situados en forma diversa en la jerarquía social) establecen
entre sí relaciones de amistad, de hospitalidad, de protección recíproca, de cambio de servicios y
de asistencia de todo tipo. Y esto aun cuando lo que nosostros llamamos moneda no venga a
medir el precio del valor, aun cuando no se trate de una riqueza en el sentido occidental de la
palabra. Existen sociedades donde la producción del valor resulta de la circulación y del don y no
entraña ni acumulación individual ni, por lo tanto, violencia social. Esto recuerda a Rosseau y
refuta a Marx la hipótesis del motor único del interés económico válido para toda la especie. “El
kula constituye la expresión más alta y más espectacular de la idea indígena del valor y si
queremos ver todos los usos y todos los actos kula bajo su verdadero significado, primero y ante
todo, hay que comprender la psicología profunda”.10
Por otra parte existe una clasificación de los intercambios que testimonia una diversidad
en las relaciones sociales; dones puros y simples que no esperan réplica (pero a menudo la
obtiene); pagos habituales rembolsados irregularmente y sin que exista estricta equivalencia;
remuneración por los servicios otorgados que se puede ser un servicio equivalente; regalos del
mismo valor que enriquecen las relaciones amistosas; cambios de bienes materiales contra
9
Les Argonautes ..., p. 480.
10
Ibídem, p. 237.
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
11
Ibídem, p. 227.
12
Ibídem, pp. 227-228.
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
danzas, los espectáculos, los servicios otorgados. Aquí interpretamos el consumo suntuario en el
sentido de un consumo inútil (eventualmente trágico), puesto que la posesión de las cosas se
vincula a nuestra persona y se identifica con ella. En Trobriand la forma de lo que llamamos
economía ignora esteacaparamiento y esta identificación; el pasaje de mano en mano, la posesión,
constituye una idea de valor que nada debe a la neurótica y excremental bulimia de riqueza y de
oro de los occidentales, tal como describieron los psicoanalistas. ¿Hay que recordar que en un
marco totalmente diferente y en un universo diferente, en el sur del Maghreb, en Chebika, y en el
noroeste brasileño (esto de Ceará) he observado múltiples fenómenos de este género? Aún sin la
gran red establecida de la circulación, el kula, el hombre crea valor por el cambio, el don, el
consumo libre, y esto tanto más cuanto que en el circuito considerado no existe riqueza en el
sintido en que nosotros lo entendemos. Quizás acá, como lo pretende Malinowski (y Margaret
Meadvoverá con respecto a esto en el caso de los habitantes de Oceanía), se pueda hablar de valor
de un servicio, de un acto, de una persona incluso, puesto que este mismo valor es
fundamentalmente inalienable y efímero.
“Lo que verdaderamente me apasiona en el estudio de los aborígenes es su concepción de
las cosas, su Weltanschauung, el resorte mismo de su existencia, el sentido que dan al universo,
todo lo que los guía y constituye su razón de ser”. 13 Si la cultura fomenta en el interior de la vía
de aquello que se relaciona con ella, modelos y prácticas ideales para la alimentación, el amor o la
guerra, “es posible ver la vida y el mundo desde dos ángulos diferentes, particulares a cada
cultura, y es ésta la diferencia que siempre me ha cautivado en grado máximo y me ha inspirado
el deseo sincero de estudiar otras culturas, de comprender otros géneros de vida”. Estas múltiples
“visiones del mundo”, no son sólo conjuntos establecidos o instituídos, estructuras inmóviles,
precisamente constituyen totalidades que se mueven y continuamente son trasformadas por
dramas internos, que hacen actuar a unos sobre los otros, los hombres, las instituciones, las
creencias. Lo importante es aquí que la penetración de la totalidad de la sociedad extrajera, donde
todas las partes se imponen unas a otras y sufren también la acción del todo en el vienen a
habitar, que los moviliza a su vez en provecho de las “representaciones-fines” antes invisibles, e
invisibles para los mismos actores. La “visión del mundo” de lo trobrianeses no se reduce a la
institución del kula: las visitadas a los países vecinos como los dobu, la devolución de la visita de
los dobu a la gente de Sinaketa, designan acciones libres que podrían no haber lugar: una visión
del mundo define una conciencia posible, de ningún modo una actividad impuesta por una lógica
irreprimible. La vida de los hombres no es la caída de las piedras y no hay dios de caída de las
piedras: las múltiples figuras míticas del kula nos lleva al análisis de lo eventual y ritual, no de lo
13
Ibídem, p. 588.
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
ineluctable: en todo momento, al fin y al cabo, el kula es perecedero. No sobrevive más que para
los hombres que lo llevan. Respuesta que Malinoski no formuló ni a Simmel ni a Durkheim: no
son las instituciones las que hacen sobrevivir a las sociedades, sino los hombres que las
reinventan en el presente.
Por cierto, otros antropólogos antes de Malinowski se instalaron “en el terreno”: Cushig
en 1879 entre los indios zuñis, Boas en 1883 entre los esquimales de América, Codrigton entre
los melanesios, pero trataban de comparar instituciones, no de hacer emerger la sociedad totla del
análisis existencial, de llevar la descripción fenomenológica hasta el punto en que emerja el juego
de las fuerzas que componen el todo social. El estudio de las conductas económicas desemboca
en un análisis de la autoridad y del poder, en un examen de los modelos que definen al circuito
grande y al circuito chico del kula, el que trasporta directamente los objetos preciosos por medio
de una gran ceremonia institucional, el que organiza os cambios en la intimidad de las regiones,
entre las islas y los pueblos cercanos.
Malinowski puede encontrar, arraigandose en el enlace complejo de los gestos, de las
acciones, de los movimientos, de las emociones que componen la vida cotidiana, una incitación
para escribir. Sumergido en la existencia de la sociedad salvaje, se ocupa de todo. Como para
Almayer o Kurtz, de Conrad, esta sociedad conduce a una ruptura tanto más penosa, como lo
demuestra el Diario, cuanto que el organismo de Malinowski está roído por la tuberculosis, sin
embargo esta misma dificultad provoca un stress de todo el organismo que lo une emocional y
efectivamente a otras relaciones emotivas y afectivas de los trobianese. La fenomenología
existencial tiene este espacio: nosotros hicimos la experiencia.
Existe un mecanismo más complejo que el que describe la interacción del hombre y de su
medio: al que establece en lazo vivo, psíquico, ente un organismo, el stress que enfrenta o supera,
el “desafío” del medio y el medio artificial que crea con su lenguaje. El Diario de Malinowski
ofrece diversas informaciones mutiladas: su angustia de soledad, su irritación contra los
informantes indígenas (que es una irritación contra sí mismo, pero invertida), su dificultad para
soportar su abstinencia sexual acrecentada por el efecto de la tuberculina cuya acción erógena se
conoce. Esto contribuye a crear el acto mismo de la penetración de lo real y de su recreación, lo
que es en una realidad una ascesis. Esta ascesis es necesaria para acentuar el arraigo cada vez más
profundo, en la sociedad de trobriand y, sobre todo, para preparar est inversión de perspectivas,
esta ruptura que implica la implantación en le terreno extranjero, crea y suscita un vacío que llena
la escritura, es decir el discurso que conduce a la redacción de Los Argonautas.
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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sistema total, un esfuerzo de personalización que restituye a los roles sociales y a las relaciones
humanas su virulencias, lo que designa con el término impropio de la “psicología”, que
Malinowski mismo emplea mal.
Descubrimiento de la diferencia en el seno de una colectividad diferente, reconstrucción
utópica, descripción de una “visión del mundo” original, esto es lo que caracteriza una sociología
del presente: establecerse en una situación, penetrar la trama de la experiencia, es buscar en la
forma de la vida, casi al nivel de los hombres, la inmensa virtualidad de las cosas actuales que ya
no encierra una representación determinista de la tradición y de sus exigencias, ni del futuro y de
sus exigencias. Porque existe una relación perturbadora entre la percepción de las figuras de la
experiencia y el lenguaje, estamos acá comprometidos en el discurso. El lenguaje hace su obra
que ubica la cosa no dicha en le rango de las cosas y la masa densa de la realidad bruta se
decanta, define el campo de esta existencia misma, sondea más allá de los gestos o de las
creencias confensadas el trasfondo inevitablemente oculto de los conjuntos que unen estos actos
parciales a una forma cuya delimitación, por la repetición o la reiteración, realizan. La vida
colectiva quizás no es después de todo más que la renovación incansable de estos movimientos
que buscan una integirdad nunca alcanzada, y esto explicaría que las sociedades se prolonguen a
través de los jóvenes, no en razón del respeto a las instituciones, sino por la frustración renovada
sin cesar que inspira una estructura todavía no realiza completamente: la esfera del cambio, como
la de la sexualidad o la de la estética, materializada un deseo infinito al que someten los actos y
los ritos, las relaciones y los sentimientos. Es infinito pues el abismo del presente en el que cae el
observador, puesto que agota recursos impensados por los que componen la trama de la vida. Acá
comienza en su magnífico poder el acto propiamente antropológico.
¿Por qué los accidentes van a buscar esta experiencia fuera de las fronteras de Occidente
y en las sociedades no sólo diferente sino de una escala microscópica? Problema que planteaba J.J
Rosuseau por la manera de proceder de su pensamiento y que justifica el descubrimiento de
Malinowski. Sin duda porque nuestras sociedades estratificadas, divididas en múltiples grupos, en
clases, en estratos técnicos, organizadas en un medio homogéneo sin fisura, no permiten (salvo
por el exilio de los hippies o de los deriveurs) esta aprehensión del ser total que es también la
expansión del ser en una totalidad. Seguramente porque la reglamentación, a nivel de los grandes
conjuntos nacionales o continentales, que exigen la política, la economía o el servicio militar, no
permite encontrar, en razón de su alto nivel de abstracción, la situación existencial misma. La
microsociología es como el instrumento de conocimiento de una sociedad a gran escala porque
parece posibilitar el descubrimiento de una verdadera totalidad realmente vivida o “vivible” sin
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remplazarla por su contrario: una falsa realidad colectiva, una ideología de la sociedad. Los
análisis antropólogos más grandes resultan de un arraigo en las sociedades microscópicas,
modelos de la vida a gran escala, y sólo la microsociología puede arrancar el pensamiento del
estudio estadístico y monstruoso de las opiniones: la intensidad de la experiencia, la posibilidad
casi indefinida de descubrir las formas ocultas de las cosas detrás de las cosas y de prolongar la
experencia hasta los límites más extremos, los de la totalidad abierta, llegan aquí a su límite. En
Trobriand, Malinowski sondea el abismo del presente en la microsociología de las aldeas, percibe
la infinita riqueza de la experiencia humana nunca terminada, como lo son las estructuras mismas
y como lo son posibilidades del discurso literario que maneja un escritor.
Aquí la trama del relato reconstruido remplaza la existencia misma. Seguramente existe
entre la realidad antropológica diferente a la de Europa y la escritura, la misma misteriosa
relación que entre el rito y la escritura, puesto que las dramatizaciones reales, observadas,
anotadas revisten la fuerza de los fantasmas que llaman hacia ellos la fuerza extensiva del
discurso. ¿Quién no encontrará una confusa comparación entre el país de Trobriand que
reconstituye Malinowski y el Dublin de Joyce? En los dos casos la escritura asocia los mitos, las
creencias, los modelos, con la trama trivial de los acontecimientos acumulados. En los dos casos
el autor hace de antropólogo y de escritor, uno para comunicar un mundo alejado, extranjero, y
otro para definir a distancia su lugar de extranjero o de exiliado en un mundo demasiado familiar.
“En términos generales, a medida que el etnógrafo se aleja de las grandes instituciones
fundamentales y bien definidas, tales como la familia, el casamiento, la organización del
parentesco, los clanes, la exogamía, las reglas de las relaciones amorosas, para abordar los
múltiples detalles de la vida personal, los métodos de observación deviene más complejos y los
resultados que obtiene son menos seguros.” Lo que hace Malinwski aquí son los primeros pasos
de La vie sexuelle des sauvages du nord-ouest de la Mélanésie,15 es decir que se alcanza una
dimensión nueva o un nivel hasta ese momento no experimentado de la vida colectiva. El hecho
de que se trate del mismo sector de las islas Trobriand, de las aldeas de Omakana y de Oburaku,
entre otras, convierte el análisis de Los Argonautas en algo inacabado: la experiencia psíquica y
social de la vida sexual constituye un nuevo nivel de la existencia que es necesario abordar
posteriormente.
Pero si es posible descubrir la red de circulación de las cosas sin precio, tanto como las
valoriza el Kula, es más díficil desarrollar las fenomenología hacia las actitudes que implican el
efecto del deseo en la vida colectiva, los conflictos con lo permitido, el consentimiento a los
modelos, las relaciones interhumanas que, hasta en Europa, escapan a nuestro conocimiento y no
15
En la traducción francesa de Payot, 1930, p. 271.
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enuentran más que un eco lejano y parcial en la literatura. Aquí, las informaciones de los
comentaristas o informantes indígenas desaparecen, hay que conformarse con una observación
apoyada en la lengua y sobre todo provocar las situaciones alrededor de las que puede constituirse
la vida afectiva misma. La calidad de lo que puede comprobar depende evidentemente, más aún
que para el análisis económico, del grado de su arraigo en la aldea, porque es evidente que las
respuestas “obtenidas mecánicamente” siguiendo un cuestionario establecido por anticipado “y
esto con la mediación de tantos paquetes de tabaco por hora” no tienen ninguna eficacia.16
Los pedantes académicos tratan con desprecio a los obsevadores de hecho, cuando estos últimos
dan pruebas de conocimientos un poco vastos y de una inteligencia amplia: la teoría, según
pretenden, debe ser eliminada del trabajo al aire libre. Según mi opinión, este purismo no es más
que una forma de hipocresía intelecutal. Las observaciones que hice no han sido registradas por un
procedimiento o un aparato mecánico, sino por mis ojos y mis oídos, y enseguida sufrieron el
control de mi cerebro. En realidad, una observación tiene valor en tanto que ha sufrido este
control.17
Más aún que en Los Argonautas, sobre todo importa aquí la manera de proceder de
Malinowski, puesto que se trata de una reconstrucción utópica que tiene, por objeto esta región
del ser que los observadores europeos, por pudor o por neurosis, generalmente no examinan no en
los primitivos ni en ellos mismos. Aquí el observador, aún más que en el análisis de una red
invisible de la circulación kula, es un elemento por decirlo así biopsicológico del grupo, una parte
carnal de la existencia de los salvajes, que mezcla, con la misma intensidad que el veneciano
Liutprand al descubrir la corte de Bizancio o Marco Polo la de China, el examen de las
diferencias y el conocimiento de los medios literarios para transmitirlas. Porque se olvida muy a
menudo que el antropólogo, como Malinowski (y su lección será entendida por Margaret Meas,
Ruth Benedict y toda la gran generación de investigadores de campo), se encuentra en lo que yo
llamaría “una situación mac-luhaniana”, a mitad de camino entre la “Galaxia Nuremberg”, el
mudo del libro y del espacio literario por una parte, y una civilización visual donde los bienes del
hombre son bienes de proximidad, bienes de aldea, por otra parte. En ningún lugar de Europa, ni
en otros lugares civilizados, aunque fuera en los pueblos apartados de Italia o de Bretaña de esa
época, Malinowski habría encontrado esta ausencia completa de dimensión de la escritura (el
servicio militar, la escuela pública eliminan este desconocimiento), en ninguna parte habría
encontrado la aldea y la comunión intensa que supone en sus gestos. Rousseau se había
ilusionado, con la genialidad de su invento del salvajismo (o, quizás, la situación a mediados del
siglo XVIII no era la de Occidente en 1914), con la identificación, más afectiva que conceptual,
16
Ibídem, p. 273.
17
Ibídem, p. 363.
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que establece en el seno del “estado de naturaleza” entre el campesino europeo y el salvaje. Por lo
menos había comprendido admirablemente la escala microsociológica en la que se sitúa todo
primitivismo: aún cuando se trate de Imperios como lo fueron los del Congo, que describe
Balandier,18 aún cuando se trate de largas cadenas feudales como las de los principados malayos o
del sistema de castas (Dumont), es a esta escala de la aldea o del grupo restringido como la vida
es vivida y no a escala de los grandes conjuntos.
La microsociología se impone sólo desde que se quiere unirse a hombres que viven
todavía al margen de toda civilización escrita: la intensidad de las comunicaciones psicosociales,
la apertura recíproca de las conciencias que limitan el recurso da los símbolos, y más
generalmente lo que Hull llama la “dimensión oculta”, las relaciones espaciomotrices vividas
entra las personas, son allí ciertamente privilegiadas. Dejemos entonces de lado el término de
“psicología” y es suficiente practicar una reconversión de los términos y remplazar “psicología
de los trobrianeses” por intensidad objetiva de las comunicaciones internas al grupo del cual el
antropólogo (a causa de su ruptura con el conocimiento europeo) forma parte integrante.
Malinowki habla de la sexualidad como más tarde lo hace Margaret Mead para otra
región de Oceanía, o de Verrier Elwin para los muría de la India.19 No de las relaciones de
parentesco, de la exogamia, de la prohibición del incesto, que emergerán sólo al final de la
investigación. La antropología de gabinete a menudo trata a los pueblos con un espíritu
“colonial”, evoca exclusivamente las formas abstractas de la experiencia colectiva y ubica lo
prohibido antes de la apertura del ser.
Hay algo fantástico en los grandes textos de Durkheim sobre la prohibición del incesto,
sobre todo en momentos en que el pudoroso profesor de la Sorbona al buscar para esta
prohibición un motor que fuera a la vez psíquico, fisiológico y social, evoca la “sangre
menstrual”. Una interpretación freudiana de este proceder sería tanto más interesante cuanto que
mostraría la aparición de un fantasma en medio de la sobredeterminación intelectual de la
explicación. Después del examen de las clasificaciones, de las combinaciones, de las relaciones
estructurales (que casi no se definen antes de Radccliffe-Brown o Lévi-Strausss), surge, como un
diablo de una caja, esta “sangre menstrual”, imprevista si se lo piensa bien, porque designa,
sugiere, una naturaleza inatacable, remite o “algo” realmente existencial que hubiera desaparecido
en pocos instantes, como un sueño, ¡si Durkheim se hubiera arriesgado a dar unos pasos en el
18
La vie quotidienne au royaume de Kongo, Hachette, 1965.
19
Maison de jeunes chez les Muria, tad. Fr.,Gallimard,1959.
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“terreno”! ¡El hecho de abordar la realidad mediante los elementos de la censura es sin duda
limitar por anticipado el campo del análisis que se desea realizar!20
Al admitir la experiencia de la sexualidad como el núcleo fundamental alrededor del cual
se articula todo el sistema de vida de los trobrianeses, Malinowski prolonga los pasos iniciados en
Los Argonautas, que encuentra en la construcción de las piraguas el principio del cambio y de la
circulación a gran escala, entreñando en esta espiral todas las actividades y todas las prácticas del
grupo. La sexualidad realiza así como una espiral tal que engloba a partir del núcleo familiar
simple y del dato fundamental de la experiencia concreta deñ trobianés: la indiferencia o la
ignorancia de la relación entre el coito y el nacimiento, que implican el debilitamiento de los
lazos del padre con el hijo, y valorizan (lo que llama una línea matriarcal) así, frente al hijo, las
relaciones con el pariente más cercano de la madre: su hermano.
Dato de base tanto más fundamental cuanto que está en el origen de toda experiencia de
la sexualidad y de toda relación de parentesco, dato donde se mezclan en el psiquimo presente la
tradición matrimonial eventual y los comportamientos actuales. Dualidad de la influencia del tío y
del padre, pero donde la segunda desaparece poco a poco en provecho de la primera:
Dualidad en la que uno se equivocaría si viera un simple juego superficial de la costumbre. Tiene
profundas raíces en la existencia de cada individuo, provoca extrañas complicaciones de las
costumbres, crea frecuentes tensiones y dificultades, y provoca a menudo una violenta ruptura de
continuidad en la vida tribal.21
Pero constituye sobre todo el centro radiante de la expeiencia que vive y describe el
antropólogo, es decir restituida como un dato de la experiencia posible por intermedio de la
escritura.
La disposición gradual de los elementos que componen esta fenomenologá de la
sexualidad es doble: la que lleva desde la preparación del casamiento al casamiento mismoy
luego al nacimiento del hijo, en consecuencia a la institución, 22 la que, interior a las relaciones de
los jóvenes, sugiere otra dirección, la de las “formas habituales de la libertad sexual, de la vida
amorosa y de sus manifestaciones en la danza, el canto, el relato y hasta en los fantasmas eróticos,
en consecuencia al no respeto de la institución”. 23 Este doble ciclo restituye y a la vez engloba la
sexualidad, “fenémeno social total” nunca estudiado como tal, salvo en el caso de los psiquiatras,
y en relación al caso límite de las neurosis.
20
Durkheim, “La prohibition de l’inceste” en L’Année sociologique, 1902.
21
Ibídem ,p.25.
22
Ibídem, cap. II a VIII.
23
Ibídem, cap. IX a XII.
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Aquí se mide mejor todavía la fuerza del proceder de Malinowski. Todo ocurre como si
el elemento de base que toma como principio de su análisis fuera comparable a un núcleo astral,
un sol, un electrón cuyo movimiento espiral de expansión conlleva en su movimiento todo lo que
llamamos instituciones y que nuestras constumbres universitarias fijaron o cristalizaron, es decir
transformaron en peso muerto. Así, en su desarrollo en el interior de la vida colectiva, la
sexualidad produce o moviliza los mecanismos económicos (regalos, cambios, prestaciones,
tributos que paga la familia de la mujer), los mecanismos políticos y sociales (autoridad o
prestigio ganados o perdidos por los hermanos de la mujer a la que se une un hombre con
renombre o no), los mecanismos globales, económicos, por los que se encuentra el Kula, las
magias y actitudes religiosas fundamentales antes de la muerte y del nacimiento: las grandes
instancias del hombre son así descubiertas y suscitadas no como los elementos de una
nomenclatura sino en la trama dramatizada de la vida.
El otro círculo, el que profundiza las relaciones internas de los individuos entre sí en el
conjunto del sistema así descripto, es aún más significativo, puesto que en lugar de proceder
como una espiral en evolución camina involuntariamente hacia las capas más inaccesibles de las
relaciones sexuales las que conciernen a la libertad de encontrar y de dar placer libremente a otro
individuo fuera de la institución o de todo lazo definido, son las “visitas” de la juventud
masculina, los ulatile de una aldea a otra, cuyas jóvenes atraen, las “casas de solteros” donde se
aman libremente adolescentes o jóvenes no casados, y hasta expediciones eróticas agresivas de
las jóvenes mismas que van a otras aldeas en busca de placer antes de establecer un lazo
matrimonial.
Malinowski no señala ninguna institución comparable a la del gothul, las “casas de
jóvenes” de los muria (tales como las describió Verrier Elwin en un libro de inspiración
profundamente malinowkiana), deseoso como está por no señalar de una manera permanente y
traducible en un status abstracto lo que es un comportamiento móvil y presente. Pero al menos
nos lleva y nos describe el conjunto de trabajo sexual en su realizacipon cotidiana, los
sentimientos o acciones que suscita los dramas que conlleva, las activaciones mágicas que se le
adjudica y que constituyen una trama comparable a la de los sentimientos (puesto que se trata
sobre todo de suscitar la unión o de orientar la “líbido”), los modelos y los ideales de belleza o de
placer, las prácticas eróticas en las que lo gestual es considerado por los trobrianeses como muy
superiror en la búsqueda del placer de la mujer como el del hombre, en lo poco que conocen de
las piadosas posturas que aconsejan los misioneros, por último el estallido de toda la
dramatización sexual y erótica en los discursos, los sueños, los cuentos, los fantasmas. Hasta ese
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momento nadie había ido tan lejos en la percepción de las cosas no dichas, tanto para las
sociedades salvajes como las sociedades europeas. Más allá del libertinaje, del “cuento verde” o
de la decencia, más allá de la neurosis misma, existe esto: la expansión de la persona humana en
una trama colectiva, viva en donde las instituciones no destruyen (como en el caso de Europa) el
desarrollo no abstracto y no libresco de la vida psíquica y corporal.
Al presentar al público francés el libro de Verrier Elwin, Lévi-Strauss comprobaba que
existían sociedades que no habían atribuido al privilegio técnico el único objetivo susceptible de
movilizar al hombre y que ellas mismas organizaban la felicidad de sus jóvenes en el momento en
que el ser vivo tiene más necesidad de esta plenitud. Dejando de lado esta idea de un permiso
otorgado por la sociedad (que nos remite a Durkheim), Malinowski hubiera podido concluir su
libro.
No concluye. Esta odisea en el interior de la experiencia vivida, este despliegue de los
elementos concretos de la práctica real de una sociedad diferente constituye en esta época una
empresa que no se puede comparar con ninguna. Se ha hablado de un “acercamiento organicista a
los fenómenos culturales” (G. Bateson), pero tales términos nada significan en este acercamiento
de la vida cotidiana tomada en su dramatismo concreto. Se podría ensayar con más felicidad,
como Gluckman, una “mutación revolucionaria” en el análisis de las manifestaciones colectivas
(Congreso de Stresa, 1959) Cushing había hecho importantes nomenclaturas entre suñis, Boas
observaciones entre los esquimales, Codrington investigaciones todavía
Más profundas entre los melanesios. Pero los dos años de soledad en Trobriand explotan
en una relación que nunca percibió por completo el dinamismo interno de las relaciones reales de
una comunidad organizada. Y poco importa que Malinowski haya sido o no un “teórico”. Lo
importante no está aquí, sino en su experiencia fenomenológica misma. ¡Quién podría
desacreditara Emile Zola (cuya “investigación en una clase obrera europea, entonces
desconocida”, evoca Malinowski en La vida sexual de los salvajes del noroeste de Melanesia)
oponiendo a su la inconsistencia de sus teorías literarias. La sociología o la antropología ¿acaso
están en las discusiones marginales que envuelven la verificación existencial con un velo de
sombra donde, reconozcámoslo, existe poca competencia filosófica y muchos lugares comunes?
Sin embargo la observación que concierne a Trobriand supera la simple información. Que
Malinowski haya podido, gracias a Seligman que se los envió desde Londres al terreno,
compenetrarse de los primeros trabajos de Freud a fin de ponerse en estrado de disponibilidad
para comprender la realidad sexual del comportamiento salvaje, no quiere decir que haya sido
freudiano. Lo que descubre, bajo sus ojos, constituye una realidad manifiesta —gestos, ritos,
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creencias que están desprovistos de toda carga sexual para quienes los utilizan reproduciéndolos
inocentemente— que captan sus sentidos latentes en la sexualidad global mediante la
reconstrucción utópica que emprende. Y este comportamiento, en un punto importante, debería
dar la razón al freudismo en lo esencial, pero obliga al psicoanálisis a relativizar uno de sus
dogmas, la universidad del complejo de Edipo.
Malinowski vuelve a esto antes de escribir La vida sexual de los salvajes en un estudio de
1927: Sexo y represión en la sociedad salvaje. Este estudio se continuó en otro, posterior a la
ruptura con los psicoanalistas y dirigido contra las hipótesis sobre el paso del estado de naturaleza
al estado de cultura en Totem El tabou,24 libro al que, por su propia cuenta y en nombre de la
antropología, Kroeber ya había respondido con vehemencia (“una historia novelada”).
Generalmente los dos estudios son publicados juntos sin ninguna indicación concerniente a su
propia génesis y sin explicar el violento cambio de tono que marca el pasaje dde uno a otro.
Sin embargo, nada en estos dos textos justifica la hostilidad hacia Malinowski en nombre
de una ortodoxia freudiana, la cual corre el riesgo de ser una ideología dogmática universal de
recambio, sobre todo después de las interpretaciones nuevas apartadas sobre las relaciones entre
psicoanálisis y antropología, por Margaret Mead, Roger Bastide y Claude Lévi-Strauss,
interpretaciones que alteran más profundamente todavía el “dogma”, si bien al menos respetan las
formas.
Malinowski comprueba entonces que si la familia constituye la base del estudio de la
personalidad para el psicoanálisis y para el antropólogo, hay que admitir que allá donde las
formas de la familia, sus estructuras, varían siguiendo los tipos de la sociedad, las formas de los
complejos deberían variar también. Idea de una gran simplicidad que concierne al conjunto del
análisis antropológico y que sirve de base a toda discusión posible de estudio, precisamente, de la
diferencia. La actitud psicoanalítica permite, por sus mismos presupuestos, enfrentar la realidad
experimental de las sociedades diferentes y detectar bajo los compartimientos exteriores,
manifiestos, la realidad latente, oculta, de la “líbido”, es decir la dramatización de la sexualidad y
de la coerción social impuesta, de la censura. Ahora bien, en las islas Trobriand, en ningún
momento se comprueba la existencia del complejo de Edipo, puesto que estamos en una sociedad
dominada por un matriarcado donde el padre no goza del status de genitor y al mismo tiempo del
poder familiar. La gente no establece ninguna relación entre el acto sexual y la reproducción, y
sólo el padre de la madre asegura la educación y la preotección de los jóvenes: “Entre los
melanesios, la paternidad es una relación puramente social. Un padre trobrianés es una verdadera
24
La sexualité et sa répression, trad. Fr., Payot, 2 ed.,1967.
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nurse, consciente y laborioso, y en todo lo que hace sólo obedece a la voz del deber que expresa a
través de la tradición social”.25 En cuanto al matriarcado, una madre marimacho, ruda, y terrible.
La madre trobrianesa lleva a sus hijos, los acaricia y juega con ellos tan tiernamente como antes
del destete, a lo que es alentada tanto por la costumbre como por el uso la psicología de la
intimidad conyugal difiere pues de la que existe en nuestras sociedades, y no se ve a menudo
(hasta se puede decir que no se lo ve nunca) a un padre esforzarse por sustituir al niño en el afecto
de la madre.26
Seguramente de esto resulta una indiscutible dulzura en las relaciones familiares y las
relaciones entre los padres y los jóvenes, las que toman forma más con los juegos y las
diversiones que con la censura.
En cuanto al niño,
Idealiza al tío materno, como nuestros niños idealizan al padre, lo considera como una persona a la
que debe esforzarse por complacer y que debe tomar por ejemplo digno de ser esforzarse por
complacer y que debe tomar ejemplo digno de ser imitado en el futuro es él a quien están
sometidos la madre y los hijos, en tanto que el padre está privado de todas estas prerrogativas a
menudo odiosas y no presenta ninguno de los caracteres susceptibles de impresionar
desagradablemente.27
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Mucho antes de que Freud descubriera la naturaleza esencialmente erótica de los sueños, una
teoría parecida existía entre los indígenas de piel morena del noroeste de Melanesia. Ellos están
convencidos de que algunas formas de magia pueden producir sueños. El deseo que se origina en
esos sueños penetra en la vida de la vigilia, y es así como se realizan los sueños deseos. Es el
freudismo invertido.28
Parece que no es sobre el freudismo donde hubiera que poner acento, sino sobre la
actividad mágica misma, que Marcel Mauss miraba con un espíritu todavía durkheimiano y
positivista en su Esquisse dúne théorie de la magia, como un desvío del maná, fuerza colectiva
interna a toda sociedad, en provecho del individuo; lo que esta hipótesis tiene de inconsciente lo
demuestran prácticamente las comprobaciones de Malinowski en Los Argonautas y la vida
sexual: la magia, actividad que utiliza cualquier objeto, ser vivo o pedazo de cosmos ¿tienes fines
personales? Sí, la magia, capacidad de actuar a distancia utilizando una fuerza aceptada por todos
y detenida insconscientemente en todos, ¿se llama o no maná? Por cierto, pero la intencionalidad
práctica de la magia debe ser liberada por un aspecto del análisis freudiano de este sociologismo
demasiado estricto, y se podría ver en ella, esto diversamente acentuado o admitido, diversamente
existente o ignorado según el tipo de sociedad al que uno se adhiere, una tentativa por alcanzar
directamente, y sin la ayuda de los símbolos, de la conciencia ni de la razón, las instancias ocultas
de la persona humana, en este caso (y para prolongar el ejemplo de la magia erótica) lo líbido, el
deseo, a fin de llevarlo a investirse en el ser vivo que se es, independientemente de las exigencias
psicológicas, de las edades, de las relaciones sociales establecidas, de la censura y de las
prohibiciones. Circuito corto y directo entre el deseo del individuo bruscamente aislado o
“individualizado” por el objetivo de su deseo imposible o desviado por las circunstancias, y una
respuesta buscada, más allá de la apariencia, en la “libido” universal, en el otro. A falta de esta
acción, unida o no, se puede ver al individuo herido desviar esta acción mágica hacia si mismo,
sumergirse en la pasión, la emoción violenta (de la que Sartre analizó el componente de “huida
del mundo” en su Esquisse d´une théorie des émotions), los sentimientos, comportamiento propio
de las sociedades altamente diferenciadas donde la magia no tiene eficacia y generador de
histeria. La nostalgia de esta comunicación directa de “líbido” a “líbido” ¿acaso no es el sueño
latente de la mayoría de las sociedades y reviste siempre una forma diferente?
Dejemos esta hipótesis y volvamos a esta diferencia que Malinowski proclama muy
vivamente cuando comprueba que si, según los tipos de sociedad de toda vida colectiva, los
sentimientos y los mitos varían con las prohibiciones y las coherciones que resultan de la
28
Ibídem, p. 109.
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diferencia de las estucturas, la forma de los complejos también debe variar. También, por mucho
que el complejo de Edipo corresponda a la familia patriarcal europea (sin duda muy acentuado en
las familias judías del norte del imperio austrohúngaro de donde era Freud y Malinowski conocía
bien, puesto que fue educado en esta región y de la que huyó), hay que buscar en otras sociedades
otras formas de complejos. La universidad del complejo de Edipo ¿es necesaria al psicoanálisis
para fundar su universidad? En este caso, no se trataría más de una simple ideología, como lo fue
la ideología laica y republicana preocupada por encontrar en todas partes “nuestros ancestros los
galos”, ¿o bien el psicoanálisis puede considerar el cambio de sus formas de interpretación,
incluso que no se lo tome como un dogma y, en este caso, no sería una de las últimas pretensiones
de Europa de mantener su poder espiritual sobre la especie humana?
E. Jones replicó a Malinowski. Respuesta ambigua y moderada a la vez, en el
International Journal of Psychonalysis de 1925 (Mother right and the sexual ignorance of
savages) para decir en respuesta al primer estudio de la sexualidad y su represión que la negación
de acordar al padre una parte en el coito tiende a desviar el odio del niño en relación a él y que el
prestigio de que goza el tío materno es un “escondrijo” del que Malinowski no vio la importancia
hipócritamente oculta bajo las relaciones amistosas y tranquilas que reinan en la familia. ¡El
“pantragicismo” freudiano encuentra su universidad por medio del juego complejo de la censura
salvaje frente a su propia “líbido”! El derecho materno, en realidad no puede sino “desviar el odio
que experimenta el chico, a medida que crece, por su padre”.
Desde luego, esto supone una intuición inmediata y fisiológica de una naturaleza
completamente especial, la que consistiría en detectar más allá de los hábitos mentales, más allá
de las ignorancias y de la experiencia misma de la vida, en el niño trobrianés, la identidad de su
genitor real. Desgraciadamente, nada testimonia esta certeza, sino la voluntad deliberada de
considerar todas las sociedades, aunque fuesen matriarcales, como sociedades patriarcales. Aquí
se revela este ímpetu universalizante de Freud (que no es, filosóficamente hablando, de mejor
calidad que el de Malinowski devenido ideólogo del “funcionalismo”), y que caracteriza esta
vocación, o esta psicosis, del pensamiento europeo capaz de no dar por válido y científico más
que lo que funda universalmente.
Sin embargo un psicoanalista freudiano con una cultura antropológica, Geza Roheim,
emprende viaje a Trobriand. Poderosa personalidad, tan rica como la de Malinowski y, como él,
nacido en ese imperio austrohúngaro donde parecen haber germinado muchas simientes del
pensamiento moderno. Cuando Roheim evoca ante Freud la comprobación de Malinowski en lo
concerniente a la ausencia del complejo de Edipo de los trobianeses, el maestro exclama: “Haben
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sie dann Kein Asch, diese leute?” (¿a caso esta gente no tiene culo?). El trabajo de Roheim es
evidentemente más serio que las polémicas abstractas desencadenadas por La vida Sexual. Tiende
a demostrar con una habilidad indiscutible que los indígenas de las islas ocultan bajo la relación
avuncular con el tío la existencia real el complejo de Edipo y que los lazos sociales oficiales son
otros tantos velos que llevan a segundo término la situación fundamental. Pero Roheim no
examina el conjunto de la sociedad, como lo hizo Malinowski, y sólo niega un aspecto, el de la
sexualiad en las relaciones padre fisiológico-hijo-tío, miembros de una familia fantasma pero
oficial tras la cual se oculta la familia real —y Edipo. Quizás sea una inteligente proyección del
europeo preocupado por salvar sus dogmas universales.
Malinowski evoca la diferencia de las sociedades, comprobada por la experiencia real, y
Freud (por la mediación de Jones) defiende la universalidad más extraña a la vocación
antropológica. Cuando se lee Totem y tabú (inútil retomar la crítica de Malinowski, ya que el
libro se destruye por sí solo) o Moisés y el totemismo, uno queda consternado de encontrarse
frente al autor de La interpretación de los sueños, de Psicopatía de la vida cotidiana y de los
grandes ensayos que hacen de Freud el más importante de los pensadores de comienzos de siglo.
La idea del crimen original que permitiría este pasaje del estado de naturaleza al estado de cultura
haciendo posible el nacimiento de las instituciones y de las reglas establecidas por los hijos para
distribuir las mujeres de la población, hasta ese momento libradas a la “líbido” del padre genitor,
esta idea continúa un texto de Darwin, extraído de The Descent of Man, concerniente a esos
jóvenes gorilas machos eliminados del grupo por el poder de un viejo padre poseedor de las
hembras, y dispersados si no triunfan en la tremenda competencia que preside al reemplazo del
amo. Si los gorilas no poseen ni institución ni cultura, ¿no se lo atribuirá a la incapacidad que
tienen los jóvenes para matar al genitor todopoderoso y establecer reglamentaciones que aseguren
la distribución de las hembras entre los grupos? Las estructuras elementales del parentesco ¿acaso
no resultan de este crimen inicial?
Desde luego, Malinowski lo recuerda: aquí estamos en el dominio del mito, no en el de la
ciencia. Europa necesita mitos para remplazar aquellos, inocentes o inconscientes, que se
formularían inmediatamente en su arte, diríamos. Es olvidar que existen otras formas de cultura o
de estéticas sumergidas, aquéllas en la trama de la vida colectiva, y que nada deben a los mitos.
Por ello penetramos nuevamente en los trobrianeses y en este libro enteramente
sorprendente que se titula Coral Gardens and their Magic (1935). Malinowski está de nuevo en
su dominio, el universo salvaje, y esta vez se trata de la cultura de los jardines en los atolones de
coral y de las relaciones que esta horticultura alimenticia establece con los ritos mágicos que ya
193
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
encontramos a propósito del Kula y luego a propósito de las prácticas sexuales. A decir verdad el
espíritu de inventario es más fuerte aquí que en las otras dos obras, si, por lo menos, olvidamos la
admirable descripción de estos paisajes de jardines confinados en la estrechez del trabajo diario,
controlados por una actividad que se preocupa por actuar directamente sobre la fuerza de
producción del cosmos y que conlleva relaciones humanas inéditas. Los sistemas ecológicos
salvaje nunca han suscitado un análisis tan rico y literalmente convincente, si no es en un Gilberto
Freyre, que en Brasil continúa los análisis malinowskianos, en Sobrados y mucambos y Tierra de
azúcar: el “fenómeno social total” es aquí la actividad alimentaria misma, un lazo entre la
naturaleza y las necesidades del hombre, pero que engloba en su esfera la economía, el prestigio
social, los cambios (el kula) y sobre todo la estética.
Una civilización entera emerge de estas descripciones, así como una economía global
surgía de la construcción de piraguas y una organización social de la sexualidad: civilización que
encierra la idea aparente del trobrianés necesariamente navegante y marino por su localización en
las islas. Aquí también Malinowski destruyó un prejuicio y niega el materialismo reprimido de su
maestro Búcher que abandonó con tanto placer: los hombres no son simples productos del medio,
es a pesar o contra el medio, las condiciones geográficas que constituyen un contra-medio que se
convierte, con el tiempo, en un medio humano, el que, a su vez, actuando sobre los hombres más
jóvenes los modifica estéticamente. El equilibrio biológico en el cual, a nivel de estos jardines,
viven la tierra, los hombres, las plantas, los animales, constituye una ecología, un ciclo de
interacciones coherente y vivas que destruyó evidentemente la intervención de los blancos:
cultura intelectual (mitos, cuentos, magia, relaciones personales) y cultura natural responden aquí
a una misma actividad irradiante que engloba la economía, las relaciones del cosmos,
interpretación de los sueños y de la germinación de las plantas, la estética. Medio cerrado donde
el hombre descubre una intimidad de vida que completa la del intercambio (el Kula) y la de la
sexualidad. ¿Acaso no estamos en una esfera que conduce a la estética, de ningún modo separada
de los medios y de los arraigos como es necesario en nuestro Occidente estratificado y
tecnológico, sino inseparable de la interacción dialéctica entre la tierra que produce, el hombre
que organiza espacialmente esta germinación, la alimentación y el futuro continuamente
rechazado en el presente?
Esta ecología desborda el marco de una cultura del suelo y de una civilización agraria:
implica cambios de alimentación vegetal y de prácticas que recuerdan el consumo “suntuario”, el
potlatch, organizando así un sistema de distribución y de lazos entre parientes, jefaturas de tribu,
constructores de casas y graneros. Cuando el stock de ñame deja helado y estrupefacto al
194
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
economista europeo preocupado por proyectar sobre los primitivos sus propias categorías de
producción y de ahorro, para nosotros la cuestión deviene importante. La creación del excedente
y de lo inútil, de lo no-funcional es, como la estética del trabajo mismo y la belleza de los
jardines, parte componente de la sociedad total. La ostentación de la ñame acumulada constituye
probablemente una teatralización de la actividad económica, una acumulación alegremente
perecedera, que nos parece ser, bajo esta conceptualización salvaje, la forma que reviste la fiesta
en el tipo de sociedad.
¿Hay que decir que se encadena a este ciclo creciente de actividades las imágenes del
tiempo, del espacio, de la magia y la religión, y esto con tanta fuerza que la práctica no es sólo
una técnica, sino que engloba una teoría del mundo, que desborda de todo lo que arbitrariamente,
por consiguiente, se institucionaliza? Por cierto se encontrará fácil e insuficiente el análisis que
Malinowski hace de las fórmulas mágicas que nos parecen de un gran interés para la acción
directa del jardinero sobre la potencia generadora de la naturaleza oculta en las plantas y los
granos, pero al término de este análisis admirable hay que dar su parte a la ideología de
Malinowski. Este, ya de regreso en Europa, proporciona tres discursos sobre las ideas de
Trobriand —respecto de la economía, la sexualidad, la estética y la exología— cuya ideología
degrada la difícil transmisión de su acceso fenomenológico a la vida de los demás.
Queda lo que se llama la teoría de Malinowski, este “funcionalismo” del que no se sabe
claramente, cuando se ha leído Una teoría científica de la cultura (1944) o los ensayos reunidos
en Method of study of culture contact in Africa, si hay que entenderlo en un sentido cercano al de
Durkheim o quizás al de Radeliffe-Brown: el organicismo que da de la totalidad social una
imagen bastante próxima a la que Spencer atribuía a la sociedad —de un organismo vivo—, o
vecina de aquélla donde se entiende la “función simbólica” que implica una formalización de las
relaciones internas a la sociedad sin espíritu teológico. Si se vuelve a la fórmula de Lévi-Strauss:
“decir que una sociedad funciona es un truismo, pero decir que todo en una sociedad funciona es
un absurdo”, es evidente que las vehementes definiciones dadas desde lo alto de la cátedra de
Yale o la de Londres no corresponden del todo a lo que el observador descubría cuando,
sumergido en una sociedad diferente a la suya, descubría posibilidades infinitas e imprevisibles.
Por otra parte se podría hacer el concepto de “fenómeno social total” de Mauss el mismo reproche
y tomar palabra por palabra la afirmación de Lévi-Strauss, si no se encontrará bajo esté término
una incitación a descubrir y a describir. Los términos abstractos que los antropólogos utilizan
cuando no están más en el terreno no corresponden siempre a lo que realmente intentaron. El
hecho de que la función de un acto, de una institución, de una creencia, corresponda a la
195
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
contribución que una actividad particular hace a la actividad global de la sociedad entera, no tiene
ningún tipo de importancia y habría podido ser formulado, sin duda con más competencia, por un
profesor de filosofía. El círculo vicioso que se oculta bajo todas estas definiciones corresponde a
un concepto regulador del análisis que Malinowski, encerrado en su personaje de profesor,
trasforma en categoría, sin ver que él mismo caía en la trampa de la que había escapado por su
fenomenología de la realidad. Así desaparece la realidad viva de la diferencia, y esto en provecho
de una interpretación reprimida, reforzada tanto de “psicobiologismo” y las ideas, como para
enfrentar a los “difucionistas” que pretenden resolver toda la relación de las formas en le espacio.
La dialéctica de las necesidades que propone Malinowski, de los instintos frenados, y dominados
por la sociedad que, por esta censura, se proyectan en sublimación para continuar una cultura,
esto es lo igualmente difícil de integrar a la vez en su “funciónalismo” y su análisis en el terreno.
En realidad Malinowski no busca constituir una teoría sociológica ni antropológica, por
lo menos no pensó en ello antes de dejarse arrastrar a la polémica, lo que propone es el análisis
descriptivo y fenomenológico de una “visión del mundo”, y vuelve a ello en tres grandes libros.
Ahora bien, una empresa tal vez funcionalmente relativista y no podría admitir que se deduzcan
reglas generales ni de contenido ni de estructura. El conocimiento de las “visiones del mundo”
sólo implica otras “visones del mundo” que ellas también deben ser registradas y descriptas. Lo
ideal sería, lo que hemos dicho, aquello que Bernard Groethuysen asignaba a una filosofía que se
sumergiría en la historia, en la literatura, en “la arqueología del saber”: llenar de vivas
significaciones la totalidad de las experiencias diferenciadas por las estructuras.29 ¡Pero Trobriand
estaba lejos! El regreso era imposible. ¡En ese caso exilio inglés se ve mejor cómo Malinowski
se desliza desde su intuición de partida al funcionalismo absoluto y a la descripción de “entidades
sociales” permanentes!
Por lo menos esta idea de entidades culturales funcionales le sirvió para demostrar contra
el sistema colonial que existía un equilibrio estable en las sociedades africanas antes de la
intervención colonial y que esta estabilidad sobrevivirá a la dominación.30 Sin embargo ¿a qué
precio afirmar esta originalidad?: al precio de la permanencia y de la inmovilidad de las
estructuras, al precio de la desaparición de la realidad conflictiva propia de toda sociedad en la
que no es cierto que la totalidad se conserva más que las partes. ¿Vamos a admitir que es
necesario mantener esos conjuntos humanos fuera del cambio y de la historia, al amparo de toda
agresión susceptible de aportar un cambio? ¿Vamos a admitir una imagen fija y mecánica del
29
Naissance de I´esprit bourgeois y Philosophie de la Revolution francaise.
30
Method of study of culture contact in Africa.
196
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
contacto de las culturas, esta “aculturación” cuyos malententidos Malinowski definió con
cuidado?
Ya hemos abandonado este campo de la antropología o del kula sociología de las
diferencias, estamos en la región de las ideologías: Malinowski doblamente exiliado, de una
Polonia que no existe, en una Inglaterra donde el exilio universitario no tiene lugar de arraigo y
de Occidente en Melanesia, se insertó en un mundo extraeuropeo de donde sacó su propia
sustancia. Allá, en Trobriand, estaba su cimiento, no en las universidades donde, ya célebre,
intenta construirse un medio ideológico con una interpretación que no correspondía a su
investigación. Aquellos que le reprochan las teorías que expuso agresivamente en los diez
últimos años de muy corta vida, fingen ignorar que se trataba de un periodo de transición, y que
su muerte, en 1942, se produce antes de que haya encontrado “la gran amplitud”, él, a quien la
tierra firme no dio ningún éxito.
Queda el hombre a quien una nostalgia incurable unió durante años a esas islas donde
había encontrado lo que Europa nunca le había dado, el desarrollo en un ámbito humano sin
violencia económica, ni neurosis, ni egoísmo: aquí la larga enfermedad de su primera mujer, la
muerte de ésta en 1935, su propia enfermedad, su casamiento con Valetta Swann, unos años de
tranquilidad, la muerte. “Juego a la ambición del éxito”, dice a sus amigos, “pero abajo hay un
vacío horrible y espantoso”.
Este “vació horrible y espantoso” de la medida de este exiliado en Europa. Después de
todo, como Kurtz o Almayer cuyos modelos habían fascinado a su compatriota Joseph Conrad,
había cruzado sin saberlo la “línea de sombra” y cruzado la frontera, no se podía curar de ello: el
otro mundo lo había absorbido.
La “ciancia” encontrará esta manera de proceder demasiado literaria o demasiado
subjetiva. Pero, como lo pedía Nietzsche: ¿por qué estos científicos aparentan no existir?, ¿qué
quieren ocultar? Malinoski oculta detrás de las teorías abstractas del final de su vida, su inmensa
amargura de saber que existe otra parte del mundo donde el hombre puede vivir con otro sistema
económico, sexual o estético, sin dejar de ser un hombre. Y ese mundo le ésta ahora cerrado. Por
eso golpea furiosamente las puertas del mundo occidental, aunque sólo fuera por integrarse y
perder de vista el universo inolvidado.
¿Sería el primer hombre a quien le falta la primera fuente de un descubrimiento, la matriz
de la innovación y que sólo encuentra a su alrededor la amargura de un mundo perdido? El
escritor Alejo Carpentier relata, en Los pasos perdidos, la historia de un antropólogo, casado en
Nueva York con una actriz de teatro. Cierto día deja el teatro, la ciudad, la vida artificial, y parte
197
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
de una expedición hacia algún lugar de la Amazonía. Su equipo y la barca que lo lleva encuentran
en los árboles el brazo del río que los conduce a los dominios de un pueblo indígena desconocido
hasta ese momento. El antropólogo se instala allí y descubre un mundo simple y feliz, libre de
nuestras neurosis. Encuentra también el amor. Decide establecerse allí definitivamente pero, para
ello, debe volver a la ciudad, traer lo que le falta, arreglar sus asuntos. Lo hace, abandona
definitivamente Nueva York, toma el barco. Pero, en su ausencia, las aguas han subido y el pasaje
es inhallable, el que conduce al mundo donde encontró su equilibrio. Así, seguramente, la
enfermedad, la carrera universitaria, probablemente impidieron a Malinowski encontrar el pueblo,
la microsociedad de Melanesia donde, al arraigarse, había fundado la antropología en su
expresión más alta. Su ser había quedado en Trobriand.
Y si para concluir hubiera que dar un sólo ejemplo del incomparable hechizo literario de
Malinowski, entonces se pensaría en ese primer texto que prepara y anuncia a Los Argonautas un
breve estudio que data de 1916: Baloma, the spirits of the Dead in the Trobriand islands, porque
evoca esta llegada, este descubrimiento siempre rejuvenecedor del otro mundo, del mundo
distinto que Europa rechaza y busca a la vez, porque anuncia esta aprehensión profunda de la
totalidad de la vida presente que encuentra infinitas posibilidades en una comunidad de débil
escala, y porque después de todo se encuentra allí también. —¿Por qué lamentarnos?— el acento
de Melville y el de Conrad: “Fue en una tarde clara, perfectamente tranquila, cuando vi por
primera vez Oburaku. Por lo entrada abierta hacia el oeste, los rayos suaves y cálidos del sol
poniente se reflejaban sobre las aguas, de un verde musgo, de la laguna. Al caer sobre la playa,
iluminaban la fila de mangos, jugaban en las hojas brillantes, en un verde metálico, daban al
fango, habitualmente oscuro, que cubría la playa, una coloración roja pálida, imprimían a los
troncos graciosos de los cocoteros tintes suaves y cálidos y reflejaban en sus espesas copas el
profundo y misterioso interior de los bosques [...]”.
198
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
ESTRUCTURALISMO
Lévi-Strauss
Jean Duvignaud
El lenguaje perdido, Siglo XXI, México, 1977, pp. 189-226.
Hace tiempo, en un estudio sin duda muy abrupto y fogoso, llamé a Lévi-Strauss “el vicario de
los trópicos”;1 recordando al “vicario saboyano” de Rousseau que, retirado en su montaña, oponía
a los “filósofos”, es decir a lo que hoy llamaríamos los “intelectuales”, la pureza de los “salvajes”
(que a veces identificaba con los campesinos de su infancia), trataba de representar al “hombre de
1
En Les Lettres nouvelles, n 62, 1958.
199
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
la naturaleza” como comentarista de una cierta sabiduría descubierta en una convivencia con el
salvajismo que también es una convivencia con una lógica. Por otra parte, en esta época, el
proceder de Lévi-Strauss parecía tender hacia un determinado platonismo materialista —lo que
no es incompatible—, a pesar de las declaraciones indignas y a menudo confusas de sus epígonos.
Pero este periodo de 1958 está precisamente marcado, en Francia por lo menos, por una
investigación intelectual completamente orientada hacia la historia, ya se trate del
existencialismo, del revisionismo socialista, de las diversas opciones que formulan cada uno para
sí y de manera siempre matizada, la comprobación de un dinamismo colectivo capaz de actuar y
de modificar las estructuras sociales: Les Temps modernes, Arguments, Socialisme ou barbarie,
Les Lettres nouvelles, agrupan intelectuales que admiten como presupuesto no demostrable que el
hombre puede modificar, transformar su medio, su cultura y las formas de su propia existencia.
No son sólo sociólogos o filósofos (Sartre, Lefebvre, Gurvitoh, Morin), son también antropólogos
(Berque, Bastide, Balandier) los que ven en los movimientos de independencia de esta época la
justificación tardía de su vocación. ¿Hay que recordar que 1958 corresponde sin duda al periodo
más penoso de la guerra de Argelia, en el que las opciones anticolonialistas o las opciones
colonialistas se arraigan en la vida política y social francesa, donde también parece anunciarse
una guerra civil? ¿Cómo el pensamiento de Lévi-Strauss habría podido imponerse inocentemente
desde el momento en que uno no se conformaba con admirar las sorprendentes páginas de Tristes
tropiques, y en que buscaba las formas de una reflexión aparentemente tan contraria al nuevo
curso?
Por lo menos se preparaba un movimiento en el seno mismo de esta opción general en
favor del dinamismo colectivo, justificando el término de “ruptura epistemológica” lo que Louis
Althusser pretende encontrar en Marx entre los textos filosóficos de juventud y el romanticismo
de las barricadas por una parte, y el descubrimiento de las estructuras económicas del capitalismo
por otra. Esta “ruptura epistemológica” no está sólo en Marx, corresponde a una ruptura que se
establece en el campo de la inteligencia y en el de la política aproximadamente en esa época: si
Althusser lee la “ruptura” en Marx es porque la “ruptura” ya figuró el edificio mental que él
mismo habita.
En realidad, todo lo que va a definirse bajo el nombre de semiológica o de
estructuralismo, el recurso exclusivo a la lingüística para construir una ciencia de lo real, todo
esto se produce en esta época. Esta “ruptura” también pasa por Arguments cuando, en 1957, sin
ningún tipo de hostilida o de conflicto, y discretamente, Roland Barthes que, por otra parte, acaba
de terminar sus Mhytologies, deja la redacción de Arguments y se consagra a fundar esta nueva
200
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
ciencia que se llama “semiología” y que será, sin duda, como el pensamiento de Lévi-Strauss, el
origen de grandes postulaciones contemporáneas. Solo diez años más tarde varió la configuración
misma del mundo real y del mundo intelectual: ya no se valorizan las eventualidades del
dinamismo colectivo cuando se trata de construir una epistemología de las totalidades y de los
conjuntos cuya acción particular no es más que un episodio secundario. Semiología y
estructuralismo llegan a ser el pensamiento dominante,2 en circunstancia en que el mundo
industrial moderno funciona como una totalidad cerrada de la que cada parte se articula una con
otra y en la que los movimientos de rebelión o de transformación acordados se integran en un
sistema cada vez más vasto y cada vez más englobante. La “ruptura epistemología” que permite
al estructuralismo ideológico llegar a ser la doctrina oficial de la universidad francesa (a tal punto
que se ha hablado de un neopositivismo tan imperialista como el de fines del siglo pasado) y de la
intelligentsia misma, es al mismo tiempo una ruptura en un mundo donde las leyes de
distribución, de organización, de administración y de tecnoestructura, triunfan sobre las del
cambio global.
Yo diría entonces que el pensamiento de Lévi-Strauss ha llegado a ser verdadero, hasta
evidente, puesto que, después del rodeo por el salvajismo, encontró las estructuras mismas de la
“segunda era industrial”. ¡Pero esta “victoria” no se podía apreciar en 1958!
¿Por qué sorprenderse si este pensamiento, cuya primera intuición se remota al periodo
brasileño, como lo testimonia un artículo de Jacques Soustelle,3 elaborado en contacto con la
lingüística de la escuela de Praga emigrada a Nueva York, que utiliza —por lo menos en Les
structures élémentaires de la parenté— la teoría de los conjuntos,4 aparece como inusual, raro, en
1955-1960? ¿Es necesario recordar que los estudios críticos sobre Tristes Trópicos publicados en
aquella oportunidad, como los de Bataille en Critique, están fundados todos en malentendidos,
por no decir contrasentidos, pero que dan a la obra una resonancia pública, no permitían ninguna
respuesta por parte del autor, ya ubicados en la categoría de los autores públicos y notorios, al
lado de sus antiguos condiscípulos, Sastre o Merleau Ponty? Por lo menos la obra, luego que uno
la relee con las perspectivas de los primeros trabajos y del artículo de 1955 publicado en el
Journal of American Folklore “The structural study of Myth” (reproducido, modificado, en
L’anthropologie structurale) no da lugar a ninguna confusión: el pensamiento de Lévi-Strauss no
podía ser comprendido ni admitido en esa época.
2
Lo que produce —durante los acontecimientos de mayo de 1968— insuperables y confusas contradicciones, casi todas
ocultas por ideologías dogmáticas y fragmentarias, tanto más dogmáticas cuanto que esconden estas dontradicciones.
3
Nouvelle Reuve Francaise, 1938.
4
“Mi artículo de 1955 consideraba el tratamiento de los problemas de parentesco mediante la teoría de los conjuntos,
inaugurada por André Weil en uno de sus libros que rápidamente hizo escuela [...]” se lee “Final” del hombre desnudo.
201
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Sin el presente estudio sigo los pasos del análisis crítico que publiqué en 1958 es porque
el auto mismo respondió personalmente a este examen que sintió, con amenidad y cortesía, como
una “provocación”, según sus propios términos, y que discutió rigurosamente punto por punto. El
hecho de que este análisis de 1973 parezca a menudo como una crítica de la crítica de 1958 es
resultado que en 1958 la obra de Lévi-Strauss estaba todavía en gestación y de que, por otra parte,
tampoco podía medir entonces la importancia de la experimentación social “en el terreno”, puesto
que la investigación que realice —durante cinco años— y que dio origen a Chebika, comenzó en
1960. Sin embargo, es imposible no tener en cuenta la comprobación de 1958 y, sobre todo, la
inquietud que inspiraba entonces una actitud en donde la búsqueda de la coherencia dominaba
sobre la apertura de los elementos imprevisibles de la realidad, y de donde se evacuaba
cuidadosamente toda especie de dinamismo colectivo. El universo intelectual mismo tomó otra
forma y es en la coherencia de un “mundo bloqueado” —el de hoy— en la que hay que releer a
Lévi-Strauss.
Utilizaremos pues en forma conjunta, tres elementos que constituyen tres discursos: el
estudio de 1958, la carta de Lévi-Strauss de 11 de octubre de 1958, y la trama misma del
pensamiento del autor tal como hoy se cristaliza en saber, en epistemología, definitivamente
constituida. Este método de presentación, por inhabitual que sea, permite sin embargo incluir a la
vez la aplicación subjetiva del momento, la continuidad de la investigación y, a fin de cuentas,
ubicarnos en la misma relación en que se ubica Lévi-Strauss en relación a los mitos salvajes.
Hemos dicho que la primera sorpresa ante la obra barroca de Lévi-Strauss era la de que
dejaba tampoco lugar a la acción colectiva concertada o impresa que se designe con el término de
historia: “Europa no se mira en un espejo [...] contra estas visiones tradicionales Claude Lévi-
Strauss no deja de afirmar que la historia no es una realidad sino una perspectiva de
reconstrucción, una hipótesis de trabajo [...]”.
En esta comprobación, Lévi-Strauss responde que la historia no es “una realidad
numérica en el sentido kantiano sino una categoría a priori del entendimiento que determinadas
sociedades (entre ellas la nuestra) pueden tener de sí mismas [...]”.
Aquí se encuentra sin duda una de las vías de acceso a la obra constituida si uno recuerda
que en “problemas de método y enseñanza”,5 oponiéndose al experimentalismo de Radolaiffe-
Brown, estima que la estructura social, que se puede señalar y definir, nunca está perdida o no se
confunde con la totalidad de los vínculos y las relaciones sociales. Si esta estructura se presenta
como un sistema, el observador debe buscar en otro lugar el modelo o el ideal según el cual se
elabora empíricamente la existencia colectiva. Todo ocurre como si uno debiera preguntarse si
5
En Antropología estructural.
202
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
6
L’anthropologie structural, París, Plon 1958, p. 343.
203
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
204
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Sin duda la comprobación que caracteriza este enfrentamiento del hombre consigo mismo
es el nudo del pensamiento de Levi-Strauss: remite a una lógica diferente de la que sostenía la
geometría y las artistas fijas a la que se intentaba vincular toda la realidad, lógica de los sólidos
de la que habla Poincaree. Esta otra lógica, lo sabemos, es topológica, es decir que fundaba (por
lo menos en el conocimiento de los hechos humanos) la experiencia en una forma siempre
diferente de un espacio convertido en discontinuo y, por así decir, fluido, plástico, como de
caucho, sin referencia a un conjunto macizo como es la historia tradicional que yace en el
devenir.
¿Pero en qué se convierte esta historia, expurgada del mundo social? Las configuraciones
que, en las sociedades simples, “auténticas” y arcaicas, son como reflejo de las formas lógicas del
espíritu, pueden proseguir eternamente la única repetición de sí mismas, y es el caso, sin duda, de
ciertos grupos humanos, supervivencias de la edad neolítica. Sin embargo, ¿quien puede tratar de
escapar al asedio del hombre por el tiempo? ¿Quién puede considerarse ajeno a esta
“planetarización” que hoy connota la existencia común? ¿Es posible concevir la existencia de
sociedades lo suficientemente aisladas como para mantener asociadas las estructuras lógicas y las
estructuras sociales, en este enfrentamiento del hombre y de la naturaleza que define el
salvajismo? Las estructuras de comunicación, si se acepta La antropología estructural y El
hombre desnudo, se deberían engendrar a sí mismas, en un tiempo-matriz, una “a-cronía”, que
caracterizaría esta “danza inmóvil” (Gurvitch) de la temporalidad primitiva.
Sin embargo, el mundo del acontecimiento, este mundo de la historia cronológicamente
apoyada en un encadenamiento de actos definidos y encadenados en la sucesión no puede dejar de
intervenir: encontramos aquí lo que hay que llamar “la historia”, para comprovar (¿quién puede
negarlo?) que nuestra civilización penetró o agredió (como se quiera) al conjunto de las
sociedades salvajes y, por lo menos, alteró, modificó o destruyó su configuración original. La
“paz blanca” de la que Robert Jaulin es un hecho de la misma manera que la planetarización de
las técnicas y de las ideologías.
Hay que admitir que la historia existencial ejerce desde el exterior una presión sobre las
sociedades donde las estructuras de la comunicación se impone en su permanencia e implica, en
el interior de estas últimas, hechos de ruptura, desequilibrios, desarmonías que pueden alterar la
calma inmóvil de los modelos.
¿Dónde comienza esta agresión? ¿De dónde viene? ¿Qué nos permite decir que la
combinación de las formas de comunicación (mujeres, bienes, seres vivios, mensajes) robustece
el impacto de una intervención que la altera? El espíritu está allí, escondido, resguardado, en la
205
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
blanda seguridad de la inmovilidad uterina o de los padres, como si reposara en la amplia mano
de un dios, extraño al cambio, a la duración, a la muerte sobre todo —este “análisis natural” que
devuelve al cosmos lo que la cultura le arrebató a la naturaleza—; el espíritu inadvertido pero
confundido con las relaciones entre los hombres, la política del deseo identificada con las
categorías del entendimiento. Y de pronto interviene esta brutal ruptura, este desgarrón del
cordón umbilical que liga la sociedad al espíritu que estructura sus propias leyes. La historia es y
será siempre exterior al espíritu y a su campo preferido, carnal, original, el salvajismo.
Intervención violenta sobre la que no poseemos ninguna indicación y que queda “en el aire” en
esta obra extraordinariamente preparada.
Sin embargo, esta misma historia emerge de un modo totalmente diferente (diferencias,
entre los dos, que aquí nunca se explican) cuando se trata de sociedades donde se instaura el
proceso acumulativo del saber, de la memoria y de la cronología: entonces el movimiento del
tiempo edifica estructuras, nuevas y, para el observador, experimentos alternativamente
sincrónicos y diacrónico, de manera que el historiador enfrentará nuestra realidad distribuida
según dos series diferentes, como la de una partitura de orquesta que se descifra siguiendo a la
vez la línea de la melodía, horizontalmente, y la línea del acorte de los instrumentos,
verticalmente. Esto no está exento a dificultades puesto que se debe encarar una doble
explicación, una capaz de analizar los modelos etnológicos y la otra los modelos dialécticos de la
historia. Para la segunda, se debería recurrir a un procedimiento estadístico que define elementos
situados a escalas diferentes, puesto que el establecimiento de la distribución de los individuos en
clase de parentesco sigue siendo “mecánico”, en tanto que la composición de nuestros sistemas
matrimoniales recurre a un método donde se imponen las variables y la probabilidad, es decir la
estadística.
Hay algo profundamente evidente en esta dicotomía, y esto le parecía mal al lector de
1958. Sin duda para entenderlo completamente había que descubrir la experiencia de campo (lo
que según dicen algunos contradice a veces a Lévi-Strauss). Hacía falta la evidencia de que cada
tipo de estructura secreta su propia experiencia del tiempo, una de un tiempo mecánico, “es decir
reversible y no acumulativo”, el de la etnología; la otra irreversible, “providencialista”,
“determinista” y estadístico, el de la historia.8 No estamos lejos de la concepción de Gurvitch,
quien pensaba que cada tipo de sociedad engendraba su propia y específica experiencia del
tiempo, salvo en que, según Gurvitch, existen una variedad indefinida de tipos, y por lo tanto
experiencias múltiples de la duración, mientras que Lévi-Strauss se encierra en la dicotomía del
salvajismo y de la civilización, como Rousseu.
8
L’ anthropologie structurale, cit., p. 314.
206
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
9
La pensée sauvage, cap. IX.
10
Ibídem, p. 323.
11
Lévi-Strauss, 1970, trad. Cfr. Seghers ed., 1970.
207
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
también es a-histórico [...] y se sitúa frente a la historia como los primitivos frente al eterno
pasado: en el sistema de Sartre, la historia, de manera muy precisa, desempeña el papel de un
mito”.12
Mito o utopía puesto que la “historia” registraría diacrónicamente los cambios de
estructura global a escala de una estrategia del tiempo y la etnología describiría los cambios de
estructura global a escala de una estrategia del tiempo y la etnología describiría los cambios de
estructura de una manera sincrónica en toda la superficie de la Tierra.
Sin duda la posición de Sartre tiene aquí de hecho menos importancia que la que
engendra polémicamente en Lévi-Strauss, el cual no ofrece definiciones precisas de sus
intensiones más que con motivo de estas discusiones ideológicas. Aquí, con sorprendente
claridad, vemos al autor de El pensamiento salvaje reivindicar la aplicación del método de la
antropología a la historia, al sugerir que se trate a la historia según los mismos métodos que se
aplican para el mito: imperialismo con el que no habían sonado Malinowski, ni Kroeber, ni
Radoliffe-Brown, y que en realidad tendería a pedir al científico que tenga una conciencia
neolítica. Pero Lévi-Strauss ¿acaso no dice voluntariamente que su espíritu es neolítico?
Lo que desaparece no es pues la posibilidad, para tal o cual configuración estructural, de
secretar su propia historia, muy por el contrario, sino la credibilidad universal y el valor positivo
de una historicidad de explicaciones masivas, dispuestas a ser un mito del hombre en el cosmos.
La reducción de la historia a las categorías a priori del entendimiento sugiere una nueva
definición de esta historia, que ni siquiera el mismo Lévi-Strauss dio aún y que parece responder
bien a la situación del hombre actual y a los “imperios” que pretenden cada uno por sí mismo
reglamentar el encadenamiento pasado y futuro del tiempo.13
Ya es necesario preguntarse si bajo esta visión global no se oculta una segunda intención
profundamente estética cuyo origen podría encontrarse en Schopenhauer y sobre todo en
Nietzsche cuando se lee en Triste trópico: “La etnografía me proporciona una satisfacción
intelectual: como historia que une por sus dos extremos la del mundo y la mía, devela al mismo
tiempo su común razón”.14 Las últimas páginas de Final en El hombre desnudo (1972) refuerzan
esta convicción, no sólo porque Lévi-Strauss bosqueja, con una extraña pasión una homología
entre los mitos y la música,15 sino sobre todo porque al no decir una palabra de la historia, salvo
12
La pensé sauvage, p.336.
13
Quizá se encontrará una relación evidente entre el pensamiento de Lévi-Strauss y el de Raymond Aron en su tesis
introducción a la philosophie de l’ phistoire, París, 1948: Aron, como Lévi-Strauss, cuestiona una visión universalista,
global, explicativa de la historia, y parece también vincularla con las categorías del entendimiento presente, generador de
reconstrucciones arbitrarias.
14
Tristes tropiques, p. 51.
15
Lo que rechaza Octavio Paz en su estudio (Deux transparents, Gallimard, 1971), en el que prefiere encontrar
homologías con Duchamp y sobre todo con la poesía de Góngora.
208
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
para acordarle el débil poder de una inspección del pasado, simple lectura museográfica, parece
enterrar en la naturaleza lo que puede ser vivido en el tiempo: “El estructuralismo reintegra el
hombre a la naturaleza, etc., permite hacer abstracción del sujeto —insoportable niño mimado
que durante demasiado tiempo ocupó la escena filosófica e impidió todo trabajo serio al reclamar
una atención exclusiva […]”.16 ¿Y quién no ve que la historia prometida, la que otorga a los
conjuntos colectivos la posibilidad de invertir en las estructuras, resulta de una monstruosa
extensión o de una excrescencia enfermiza del ego humano? La naturaleza sola emerge y esta
fuerza que hacía buscar a Lévi-Strauss en “las fases de una puesta de sol”, “el modelo de los
hechos que iba a estudiar más tarde y de los problemas sobre la mitología que tendría que
resolver”,17 imagen móvil de un edificio perecedero y del cual el escritor a la vez continúa la
construcción y la disolución. No nos equivocamos: esta visión es fundamentalmente estética,
puesto que la estética siempre emerge en cuanto se elimina la historia. La antropología, en este
grandioso fresco, sólo servirá de trampolín al nihilismo.
Las formas y las cultura, escribía yo en 1958 para continuar lo dicho en La
anthropologie culturelle, “lejos de engendrarse unas a otras en el seno del devenir lineal, estarían
subordinadas a estructuras, a modelos permanentes. Sin embargo, sin cuestionar esta
subordinación, el autor replica: “Es decir demasiado. Preferiría: la realización sensible (y desde
este punto de vista ampliamente contingente) de determinados modos formales de existencia,
cuyo número ni está delimitado y separados unos y otros por umbrales, por discontinuidades.
Pero está claro que así como las propiedades formales por medio de las cuales se definen los
cuerpos químicos en la tabla de Mendeleiev, no agotan la realidad sensible de estos cuerpos; así
también en antropología […].”
Estamos aquí en el centro de una de las reflexiones más ricas de este tiempo, que es
posible cuestionar, en nombre de las observaciones diferentes recogidas en el terreno y
contradiciendo los principios generales establecidos en leyes, salvo con argumentos teóricos que
el autor transforma siempre cuando responde a ellos, en ideología (puesto que su óptica, la
“neolítica”, trata de captar la emergencia de composiciones extrañas a nuestra conciencia
individual). Sin duda la obra de Michel Foucault (y sobre todo L archéologie du savoir) ayudó a
entender mejor una reflexión cuya capa más profunda se encuentra en la intuición de esas
combinaciones anónimas, de esos ajustes para el orden, de esos ajustes para el orden, de los que
muestra “conciencia reflexiva” no puede reivindicar ninguna responsabilidad directa: 18 es nuestra
16
La pensée sauvage, p.615.
17
La pensée sauvage, p.621.
18
A la objeción que ya podía hacer en 1958 de que la teoría de los modelos extraños a la historia (en el sentido marxista
de la palabra) lleva a un cierto platonismo, Lévi-Strauss replica: “¡Y yo que me considero un materialista testarudo!”
209
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
visión no cartesiana y no fichtiana del hombre en el mundo la que marca la obra de Lévi-
Strauss,19 aun cuando este materialismo encierre un “fijismo” de detalle y la búsqueda de una
“característica universal” de las combinaciones sociales cuya clave sería, en el mecanismo del
espíritu; su “lógica”.
Conviene acceder por etapas a lo que yo llamaría una práctica de la estructura a través
de la teoría de la comunicación y el examen de los sistemas dualistas de parentesco. Por otra
parte observemos que un análisis tal debe recurrir constantemente a lo que se debería llamar,
tomando un termino de Pascual, una “experiencia en cruz”, que combina perpetuamente la lectura
diacrónica y la lectura sincrónica, el examen de la partitura humana, ya sea según la línea de
desarrollo melódico, ya sea siguiendo la simultaneidad vertical de las diversas indicaciones de
sonidos. ) ¿Hay que recordar que los músicos contemporáneos y particularmente la música
dodecafónica usa este “doble juego” de composición? Lévi-Strauss recuerda continuamente,
20
desde Tristes trópicos hasta Entretiens y El hombre desnudo, esta homología de su proceder
con el de la música moderna, a partir de Wagner, y hasta en la composición misma de sus libros.
¿Señalaremos también que la pintura y, particularmente, la pintura cubista y surrealista, a
menudo han yuxtapuesto o han intentado yuxtaponer en el espacio de una tela (y con menos
felicidad que la música, que dispone de la afectividad y de la duración) los aspectos sincrónicos y
diacrónicos en la inmediata percepción de una mirada? En gran medida Lévi-Strauss representa
uno de los escasos esfuerzos del pensamiento científico moderno para hablar en el mismo
lenguaje de la creación, no a nivel de los sentimientos, de las ideas o de los gustos, sino de la
composición de los sonidos. Sin duda porque el orden y la composición simple del pensamiento
salvaje son el correlativo o el homólogo de la composición imaginaria que, a su manera, propone
estructuras formales variadas a partir de un pequeño número de datos, más que de lo que pueda
sacar de sus figuras, de una aspiración o inspiración cualquiera, de un reservorio donde estaría
contenido lo nuevo; ¡Como en la bolsa de los vientos que lleva Ulises.
Por otra parte, el libro que arrojó a Lévi-Strauss y con él a la antropología al campo del
gran público, Tristes trópicos, está realizando de esta misma manera, puesto que allí se encuentra,
entrecruzándose a veces con alguna torpeza, es cierto, las series “diacrónicas” que relatan la
fenomenología vivida en la partida de un intelectual parisiense hacia los salvajes o el movimiento
general de Occidente hacia los no civilizados y las series “sincrónicas” del análisis de los caduceo
Veremos más adelante la naturaleza de este materialismo que no busca en la materia un sujeto o su soporte, como lo
hace el de Feuerbach o de Engels.
19
Aquí se comprende mejor la raíz de la querella con G. Gurvitch, muy influido por la última filosofía de Fichte. Véase en
particular su tesis alemana: Fichtes Sistems der Konkreten Ethik, Tubingen,1924.
20
Lettres nouvelles, Juliard, 1961.
210
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
o de los bororo. Su proceder está ya más integrado en El pensamiento salvaje, para encontrar su
forma definitiva en El origen de las maneras de mesa o El hombre desnudo. Al menos esta
investigación y este encuentro permanente (a veces hasta en el estilo) de dos series divergentes
convierten la lectura tanto como la comprensión de Lévi-Strauss tan dificultosas como puede
serlo la audición de una partitura ejecutada (y no leída) de Varese o de Stockhausen. Quizás
habría que disponer de un instrumento diferente a la lectura, y que todavía no existe. O, quizás,
simplemente habría que ser uno mismo o comportarse como una computadora.
Pero volvamos a esta teoría de la comunicación que yace bajo la experimentación
estructural antes de encontrar su formulación completa de Antropología estructural o en El
pensamiento salvaje. Se emparienta con una intuición de Marcel Gauss en el Essai sur le don,
ante el que Lévi-Strauss evoca su deuda en su introducción a Sociologie et anthropologie21 existe
una completa homología, por no decir una identidad entre la circulación de los mensajes, la de los
bienes y la de las mujeres. Circulación que está ordenada por reglas, es decir manifestaciones de
la actividad impensada del espíritu que consiste en imponer formas a un contenido. El núcleo
concreto de la vida social corresponde pues a la correlación que se establece entre los hechos
económicos, la lingüística y el parentesco, correlación que define “fenómeno social total”
(Mauss), que explica la configuración repetible de los actos colectivos e individuales sin
pretender sin embargo alcanzar el conocimiento absoluto y completo de estas sociedades en sus
inevitables diferencias y sus probables desviaciones.
Es un hecho reconocido que la epistemología definida por Lévi-Strauss restablece entre
lingüística, sociología y economía, una unión nostálgicamente soñada y nunca definida: el
pensamiento dilucida aquí una región de la experiencia y de la actividad mental (una y otra
indisolublemente ligadas) que da a los lógicos el derecho de mirar por sobre el conjunto de las
actividades humanas. La comunicación entre los hombres en una misma sociedad o en un mismo
grupo se manifiesta mediante las reglas de parentesco, intercambios económicos (sin duda Marx
reserva abusivamente este término para el capitalismo) y el lenguaje que los implica. Estas
relaciones remiten a una estructura lógica, invisible al observador ingenuo, esta estructura lógica
oculta, último yacimiento y motor de la actividad humana. Uno presiente que esta nueva
antropología se opone a todas la que la habían precedido, salvo, indudablemente, a la de Lewis
Morgan, a la memoria de quien Lévi-Strauss dedica Estructuras elementales del parentesco y que
lo llevará a esta relación fundamental. ¿Por qué otorgar a la afectividad, a la pasión equivoca, a
las innovaciones incongruentes, lo que pertenece a la lógica combinatoria que compone los
sistemas? ¡Que lo pruebe el psicologismo, que construye la explicación alrededor de una
21
PUF, 1973.
211
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
212
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
(tío materno “ego”) se edifica sobre los cuatro polos del hermano, de la hermana, del padre y del
hijo, y estos cuatro términos están unidos entre sí por dos grupos de oposición homólogos o,
como lo dice Lévi-Strauss, “correlativos” y tales que, en cada una de las dos situaciones en
cuestión, siempre existe una relación positiva y una relación negativa”.22
Dejemos de lado la idea de la diversidad de los casos, la hipótesis de Radoliffe-Brown
según la cual la actitud familiar del “ego-sobrino” frente al tío, tal como la percibe la regla, no es
un ejemplo de hostilidad y a menudo tiende a conferir a este sobrino un prestigio social y afectivo
mayor que el de su tío materno, a pesar de la edad, y que es también imposible determinar
realmente, en numerosos casos, el equívoco o la ambigüedad de esta relación tío-sobrino: Lévi-
Strauss ya respondió a Radoliffe Brown, cuando comprueba que las relaciones del avunculado y
de los tipos de filiaciones no bastan para resolver este problema. Por lo menos “el electrón del
parentesco” construye un universo lógico tan sólido y vigoroso como el que constituyen los
lingüistas.
Se concibe que esta investigación en Las estructuras elementales del parentesco se
relacione con el célebre estudio de Morgan de 1871, Symptom of consanguinity and affinity of the
human family que era, en la época en que Lévi-Strauss se encontraba en Estados Unidos durante
la guerra, época en un New Deal prolongado, y en que era iba a ser determinante.
Ahora bien el trabajo de Morgan consiste en establecer una correlación continua entre el
pensamiento y la manera como los individuos, en la vida empírica y colectiva, se sirven de
términos y de palabras para clasificar a otros individuos en sus relaciones de parentesco. La
nomenclatura de los vocablos que designan estas relaciones genealógicas abarca un pequeño
número de elementos en medio del vocabulario universal, y este pequeño número es el nudo del
problema que nos concierne. Se podría inferir de ello que todo el sistema parcial es una matriz o
un equivalente de todos los sistemas posibles. En lo que respecta a saber si estos tipos de
vocabularios o de sistemas constituyen respuestas a organizaciones colectivas diferentes como lo
creen los antropólogos ingleses (quizás en esto funcionalistas continuadores de Malinowski), o un
atributo universal del espíritu común de los hombres, una forma de cultura fundamentalmente
opuesta a una naturaleza siempre fugitiva por que es inaccesible al hombre social, este es otro
problema, que Lévi-Strauss da por resuelto al optar por la universalidad de las relaciones lógicas,
categorías del entendimiento.
Evidentemente, como lo señala Edmund Leach en su estudio crítico dedicado a Lévi-
Strauss, “ubica en un contexto original, una terminología del parentesco no es más que una parte
de la lengua hablada; nada particular separa las palabras del parentesco de las otras palabras —en
22
Anthropologie structurale, p.56.
213
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
214
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
sociedades. Durkheim encontraba allí, en un esfuerzo por superar las prohibiciones de la época,
“el horror de la sangre menstrual”; Edward Tylor una aplicación de la ley darwiniana de la rareza
que obliga a los hombres a dar a las mujeres para establecer alianzas y crear la sociabilidad, o
dejarse matar por un número mayor de machos. Pero Lévi-Strauss no podía confundir la
exogamia y el incesto, tan diferentes entre si como la sexualidad y el matrimonio. La
epistemología que constituye, como la de G. Bachelard, que piensa “que sólo hay ciencia de lo
oculto”, supone que el motor de los modelos que se realizan empíricamente debe buscarse en las
formas ocultas de la observación y de las que el lenguaje sólo es un reflejo. No es pues de la
psicología, de la moral, o de la costumbre, que se deducirán estas reglas, sino del principio y del
sistema del intercambio y de las comunicaciones: cada sistema de casamiento no sería más que
una variación de una estructura lógica interna e infraestructural. Pero volvamos a atrás.
Si tomamos dos grupos de discordancia unilineal que se pueden representar por varias
generaciones de parejas consanguíneas =A1, A2, A3, A4, por un lado, B1, B2, B3, B4, por otro;
si A1 y B1 se casan, los consanguíneos nacidos en B2 se convierten en primos hermanos
cruzados de consanguíneos de A2 y los mismos consanguíneos B3 se convierten en primos
nacidos de los primos hermanos cruzados de los consanguíneos. Y esto, desde luego, resulta de
los contratos establecidos entre A y B, de manera que los hombres de A al cambiar sus hermanas
con los hombres de B, definen una reglamentación matrimonial que connota una alianza
preferente con la hija del tío materno o paterno, en tanto que el casamiento de las hermanas con
un primo hermano, donde el hombre se une con la hija de la hija del tío materno, implica otra
posible configuración.
Estas relaciones se aseguran a otras que corresponden a lo que los antropólogos llaman
“residencia”, según la mujer vive en casa del marido (patrilocal) o a la inversa (matrilocal). En
realidad un cierto desacuerdo, sin embargo instituido y que se lo llama desarmónico, se establece
entre la descendencia patrilineal y la costumbre matrilocal, la descendencia matrilineal y la
costumbre patrilocal, en tanto que la armonía define las relaciones patrilineales-patrilocales o
matrilocales y matrilineales.
Lo interesante es que la evolución o el cambio están aquí en acción moderada en el
interior del sistema mismo, puesto que las estructuras desarmónicas, al ser estables
(relativamente) los sistemas armónicos, en continua transformación, permiten pasar de
intercambio limitado a un intercambio generalizado; es decir pasar de una situación en que la
hermana solo es intercambiada por su hermano si este ultimo tiene la posibilidad de elegir una
mujer del grupo de donde viene esta mujer, a otra situación en que, al dar su mujer a un grupo, se
215
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
asegura otra de otro grupo. Se evolucionaría así del trueque al intercambio verdadero, base de
toda circulación nupcial donde los círculos de alianzas matrimoniales se dividirían en diversas
jerarquías, de manera que los linajes consanguíneos siempre adquirirían un nuevo status: así,
quizás, los hombres ubicados a nivel de las más alta jerarquía colectiva dispondrían o
considerarían como una “ofrenda”, como un tributo a las mujeres de los estratos inferiores; para
ello se comprendería el pasaje (cuya explicación Morgan había evitado en razón de su fe casi
mística en la familia gentilicia) entre las sociedades primitivas donde reina la igualdad y las
sociedades jerarquizadas en clases, o por lo menos en castas.
Se podría hablar aquí de un místico. La afirmación de Lévi-Strauss en Las estructuras
elementales del parentesco o en la Antropología estructural se basa sobre una correlación
establecida entre la lingüística estructural, la teoría de los conjuntos y algunos casos observados
en América del sur o sacados de los australianos a través de los textos de otros observadores. Se
encontraría entonces esta idea fundamental en él, la de que una experiencia bien hecha tiene un
valor universal y que, para alcanzar esta universalidad, basta establecer, entre esta observación
real y los ejemplos que no conocemos directamente, una relación lógica y probable.
¿Cómo sería de otra manera si admitimos que los tipos y subtipos de los conjuntos
colectivos observables se reducen a unos datos fundamentales cuya significación, la
“significancia”, basta para fundar la objetividad? Aquí aparece esta búsqueda de las
características universal, núcleo generador de experiencias reales.
“O bien admitimos que la sociedad humana representa o exterioriza los posibles
contenidos en una inconsciente estructura que expresa la esencia profunda del hombre, o bien, por
el contrario, aceptamos una visión pluralista de la sociedad en la que la historia se desarrolla
involuntariamente, según el ritmo de los movimientos internos que agrupan, separan y
reconstituyen frágiles conjuntos”.24 A lo cual Lévi-Strauss me respondió: “No se lo que es la
sociedad humana. Me ocupo de determinados modos permanentes y universales de las sociedades
humanas, de algunos niveles aislables del análisis y que ofrece a este análisis posibilidades
privilegiadas. Esto no es todo, por cierto; incluso, quizás, hasta sea poca cosa. Pero impedir al
conocimiento dividir su objeto, proceder por etapas, poner en orden las dificultades ‘yendo de las
más simples a las más complejas’ me parece, en las ciencias del hombre, un cuestionamiento del
método cartesiano y allanar el camino de esa escolástica a la que se reduce muy a menudo la
sociología contemporánea”.
No hablamos de las cosas no las conocemos en sí mismas nombrándolas: esta ontología,
ingenua pero que ocupa el idealismo occidental, no tiene ningún sentido, o no tiene más sentido;
24
Vicaire des tropiques, Op. Cit.
216
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Esta relación metafórica imaginada entre la sociedad de los pájaros y la sociedad de los hombres
se acompaña de un procedimiento de denominación que es de orden metonímico [...]; cuando se
bautizan especies de pájaros Pierrot, Margot o Jacquout, se sacan estos nombres de un lote
exclusivo de los seres humanos, y la relación de los nombres de pájaros con nombre humanos es
pues la de la parte con el todo.2
217
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
3
P. 294.
4
Le totemisme aujourd’huid, # París, PUF, 1962.
5
Le totemisme aujourd’hui, p. 1. Al pasar notamos esta comprobación de la diferencia: parece concernir sólo a los
europeos de los anos 1880-1960, no al pensamiento moderno, ni al de los primitivos.
6
E. Leach, Op .Cit., p. 66.
218
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
encuentra ya en Marcel Mauss pero sin esta especie de fanatismo formalista de Lévi-Strauss. Sólo
para el hombre una doble comprobación se efectuó de una manera impensada en el pensamiento
simbólico: distinguir entre lo que se dice y lo que este decir designa, significa conocer explícita o
implícitamente la diferencia que existe entre este signo y la cosa significada o designada; es
probable que el animal siga siendo prisionero de las incitaciones que le impone el medio que
habita, en tanto que el hombre piensa en la medida en que constituye un sistema abstracto de una
existencia que siempre ignorara.
Así el totemismo utiliza o reprime relaciones de homología o de oposición que, por
cierto, podrían ser formuladas o formalizadas de otra manera, puesto que no designan ningún
contenido “entre sí”, ninguna realidad afectad, sino que se refiere al entendimiento, pensamiento
aún no civilizado sino permanentemente o eterno en sus efectos y sus exigencias. Se trata pues de
un código independiente de los casos empíricos donde se encuentran organizadas y definidas el
conjunto de especies que nos rodean, el universo de una sociedad dada. “Toda sociedad ordenada,
cualquiera que sea su organización, su desafió de complejidad, debe definirse de una manera o de
otra, bajo la relación de la residencia; es pues legítimo recurrir a una regla particular de la
residencia, como a un principio estructural”7 El mecanismo de clasificación consiste en
apoderarse de los objetos reales del mundo para organizarlos en sistemas: “Las especies naturales
no se eligen porque sean buenas para comer sino porque son buenas para pensar”.8 Ni Radoliffe-
Brown, ni Firth, ni Fortes podían ir hasta una comprobación que implicara el acercamiento de la
lingüística y de la antropología, aunque Radoliffe-Brown haya percibido sus ecos y, para su
análisis, haya sacado un partido que ni él mismo comprendió. La “sobre realidad” de la que habla
Lévi-Strauss9 resulta de este hecho esencial que formula G. P. Murdock en Social structure: “Si
suponemos que los grupos sociales deben ser nominados, los términos animales tienen tanta
posibilidad de ser utilizados como cualquier otro” y “la ilusión totémica”, que comparten
antropólogos, sociólogos y filósofos, descansa en una transposición aberrante y errónea de
“relaciones metafónicas”, simples porque son lógicas, pero que ni el examen del “nominalismo
australiano”, ni el totemismo funcionalista de Durkheim o de Malinowski, pueden explicar sin
ocultarla. No se pueden reducir a la conciencia individual las conductas sociales que implica el
pretendido totemismo, porque
Los hombres no actúan, en tanto que miembros del grupo, conforme a lo que cada uno siente
como individuo: cada hombre siente en función de la manera en que le ésta permitido o
7
Le totemisme aujourd’hui.
8
Ibidem, p.128.
9
Ibidem, p. 146.
219
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
prescripto conducirse: las costumbres se dan como normas externas, antes de engendrar
sentimientos internos y esas normas insensibles determinan los sentimientos individuales, así
como las circunstancias en que podrán o deberán manifestarse.10
Sólo una filosofía o una psicología del intelecto (que es también la de Piaget y la de
algunos marxistas contemporáneos) puede dilucidar el hecho de la denominación de los animales,
de las plantas, su socialización por el lenguaje que los designa y organiza en un sistema siempre
diferente. Pero esta diferencia es menos importante en sí misma que las homologías que se
establecen entre las diversidades de esta diferencia: “no son las similitudes, sino las diferencias
las que se asemejan”,11 dice Lévi-Strauss; y esta frase, fundamental, lleva consigo toda la
intención del autor: no se trata de fundar una razón o una lógica universal de la cual los
sociólogos como Durkheim estuvieron más cerca que Bergson, quien en Les deux sources de la
morale et de la religion define la “gran corriente de energía creadora (que) se lanza en la materia
para obtener de ella lo que pueda” en términos extrañamente cercanos a aquellos por los que un
indio dakota (mencionado en Las formas elementales de la vida religiosa) describe cómo los
hombres y los seres no son más que formas inmovilizadas por la continuidad creadora, 12 ¡y que
Durkheim traduce y traiciona en el concepto de totemismo! Como Rousseau (y sin duda por las
mismas razones), Bergson “logró remontarse hasta los fundamentos psicológicos de instituciones
exóticas avanzando en interioridad, es decir probando en ellos mismos modos de pensamiento
primero tomados de afuera o simplemente imaginados”.13
Se llega así al centro de la metafísica de Lévi-Strauss, cuando agrega que Bergson y
Rousseau “demuestran así que todo espíritu humano es un lugar de experiencia virtual, para
controlar lo que ocurre en el espíritu de los hombres, cualesquiera que sean las distancias que los
separan”14 Sorprendente culminación de un paciente proceder y que se manifiesta con un orgullo,
una ultranza y una especie de fanatismo patológico en El pensamiento salvaje: así como un día
declara un hombre político que, para saber “lo que pensaba Francia”, penetraban en sí mismo,
Lévi-Strauss estima que, para conocer el pensamiento salvaje, es conveniente primero volver a sí
mismo, liberarse de todo pensamiento secundario puesto en nosotros por la tradición escrita de la
filosofía occidental. Esta introspección antropología es la única que puede ubicar al observador, o
más bien al analista, frente a sí mismo, es decir a la lógica fundamental del ser. La ontología se
desplaza: en lugar de encontrarse en el objeto, en la naturaleza o en un mecanismo trascendental,
10
Le totemisme aujourd’hui, p. 101.
11
Ibídem, p. 111.
12
Ibídem, p.140.
13
Ibídem, p.147.
14
Ibídem, p.147.
220
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
221
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
persona del psicoanalista como soporte de proyecciones y de fantasmas que otorgan al médico
una palabra que no quería haber pronunciado (y esto caracteriza la transferencia).
La cura chamánica combate un monstruo que designa o connota la enfermedad o el
sufrimiento natural que debe vencer el brujo por la palabra y el enfermo por su consentimiento al
lenguaje terapéutico. La relación entre este monstruo, al que generalmente la palabra da forma, y
la enfermedad, es la que Saussure designa bajo la relación del significante con el significado.
La cura sicoanalítica provoca una experiencia que el enfermo debe vivir después de
haberla producido o revivirla, puesto que se trata de una situación anterior a aquella donde la
conciencia la ubica como persona y de una manera artificial.
Se mide el sentido de estas parejas invertidas pero correlativas unas con otras: aparece
aquí una teoría original del no-consistente o de lo impensado, que seguramente es la única que
fue formulada después de la de Freud (conjunto de contenidos no presentes en el campo actual de
la conciencia, en sentido descriptivo; contenidos reprimidos cuyo acceso al sistema
preconsciente-consciente le fue impedido, en sentido estricto): “un término por el cual
designamos una función: la función simbólica, específicamente humana, seguramente, pero que
en todos los hombres se ejerce según las mismas leyes; que en realidad se vinculan al conjunto de
esas leyes”.15 Se llegaría así a una nueva redistribución de los datos: el subconciente prolonga la
memoria de las imágenes, de los recuerdos inseparables de una biografía, el consciente
corresponde al uno trascendental de una función que impone leyes estructurales y compone un
discurso, social y mitológico para el salvaje, individualmente mítico para nosotros.
De ello resulta esta definición que se hizo clásica:
El inconsciente está siempre vacío; o más exactamente, es tan extraño a las imágenes como el
estómago a los alimentos que pasan por él. Órgano de una función específica, se limita a imponer
leyes estructurales, que agotan su realidad, a elementos desarticulados que provienen de otra parte:
pulsiones, emociones, representaciones, recuerdos. Se podría decir pues que el subconsciente es el
léxico individual donde cada uno de nosotros acumula el vocabulario de su historia personal. Pero
que este vocabulario sólo adquiere significación, para nosotros mismos y para los otros, en la
medida en que el inconsciente lo organiza según sus leyes, hace de él un discurso.16
222
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
objeto) y que, de una forma mecánica y extraña a toda conciencia de sí, trasforma en discurso los
datos parciales o anecdótico de nuestra existencia: nuestros mitos resultan de esta síntesis
trascendental que, a fin de cuenta, establece sus propias formas y organiza sus propios sistemas
sin tener en cuenta el ego, las emociones, las “adherencias”, es decir su enraizamiento. Una lógica
seguramente inhumana o, en todo caso, extraña al hombre, organiza una mitología, combina
conjuntos de donde el viejo cogito sería expulsado.
El hecho de que Lévi-Strauss haya deducido su definición del inconsciente, asimilado al
simbolismo humano general, de una intuición sin duda genial de Marcel Mauss, aparece en su
Introducción a las obras de este último, cuando cita esta frase aislada e incomprendida en aquella
época, por la que se establece una relación entre mitología y sociología: “En tanto que ustedes
sólo raramente consideran estos casos de simbolismo y sobre todo en series de hechos anormales,
nosotros los consideramos constantemente, y en series inmensas de hechos normales”. 17
Simbolismo que constituye el objeto mismo de todo estudio de los hechos colectivos salvajes o
situados en la sociedad industrial. Este simbolismo, evidentemente, no es comparable al de Jung o
al de Bachelard, en el sentido de que no se trata de signos connotados nuestra experiencia
psíquica o afectiva que opacaría, según Lévi-Strauss, la lógica del sistema mítico. Que el símbolo
constituya una tensión, un esfuerzo por superar el obstáculo constituido por la imposibilidad de
realizar una comunicación total en una sociedad estratificada, que implique una búsqueda
energética y emocional que desborda su definición lingüística o formal, esto es extraño a Lévi-
Strauss; que el hombre no éste disuelto completamente en la trama de una combinación anónima,
contra esto se opone la definición de un mecanismo simbólico identificado con el mecanismo
inconsciente. Al reducir el conjunto de la mitología universal a un sistema lingüístico que no se
contiene más que “relaciones de compatibilidad o de incompatibilidad”, Lévi-Strauss es
conducido irresistiblemente a un formalismo lógico (apasionado en su expresión): “Si los mitos
tienen un sentido, éste no puede depender de los elementos aislados que entran en su composición
sino de la forma en que estos elementos se encuentran combinados”.18 La organización formal del
mito o al menos de las unidades constituyentes que componen su trama (unidades que se llaman
“mí temas”) elimina en la realidad cualquier modo de análisis, de explicación o de experiencia.
Por ello accedemos a la gran empresa la poderosa maquinaria que se pone a punto en
Antropología estructural y luego se explica en una serie extraordinariamente sistemática y
variada que abarca cerca de mil páginas llamadas: Mitológicas I; Lo crudo y lo cocido (1964):
Mitológicas II: De la miel a las cenizas (1966); Mitológicas III: El origen de las maneras de
17
Rapports reels et pratiques de la psychologie et de la sociologie, 1924.
18
Ibídem, p. 232.
223
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
mesa y Mitológicas, VI: El hombre desnudo (1971). Obra inmensa que sólo se puede comparar
con la de Frazer y que, sin embargo, teniendo en cuenta el núcleo creador de Lévi-Strauss, se
reduce a datos de base de una sorprendente simplicidad.
Hemos hablado de Frazer. Habría que evocar la obra de los hermanos Grrimm, puesto
que el análisis engloba y fija, según algunos métodos invariables (¡desgraciadamente invariable!),
Los relatos de todo género, los sueños, los “dichos”, los cuentos, los mitos, las leyendas, en suma
todo lo que a través del lenguaje simbólico establece una relación entre el hombre y el cosmos,
superando la oposición vehemente y firma entre cultura y naturaleza, que desde las primeras
páginas dominaba Las estructuras elementales del parentesco.19 Todo ocurriría como si la
comunicación del ser humano y del mundo, indiscutiblemente planteada como un postulado,
permitiría revelar, o hacer emerger, la naturaleza inconsciente de los fenómenos colectivos y
descubrir los motores lógicos del pensamiento universal, más allá de las diferencias de tipos de
sociedades, de las variaciones de la historia y de las lógicas parciales que nuestra técnica o
nuestra ciencia desarrollaron ulteriormente sin cuestionar el principio fundamental, ni el motor
universal.
Seguramente estos relatos (cuentos, leyendas, “dichos” o mitos) se presentan como una
superposición de capas sedimentarias, de diferentes edades, orígenes variados, más o menos
traspuestos, sobredeterminados por la inteligencia, separados de las creencias o actitudes que los
sustentan (Lévi-Strauss poco se preocupa por estas infraestructuras psicosociales); lo esencial
permanece: los caracteres formales y estructurales que permiten establecer toda las homólogias
posibles, por lo menos al aplicarles las formas de la lingüística de Jakobson o de los matemáticos.
Más allá de las distracciones, repeticiones, charlatanerías, dudas, confusiones de todo tipo, los
mitos, cuentos, las palabras dichas conducen a una especie de estructura onírica universal de la
que sólo el análisis antropológico hace emerger su sentido oculto: la histeria de las formas remite
a un código y este código a una lógica que no es asimilable a la experiencia de la vida cotidiana
consistente. Al fin de cuentas, este mito, su objeto, consiste en proponer un modelo lógico para
resolver y superar una contradicción, ocultar un conflicto, tarea irrealizable cuando la ruptura es
real. Pero la incapacidad para unir dos series de relaciones es superada u ocultada por un
postulado que afirma que las contradicciones son propias de una combinación global y prisionera
de su totalidad. La estructura lógica, matriz de las estructuras sociales, es el universo ideal de una
“alta vigilancia”. Pero hacía falta el inmenso talento de Lévi-Strauss para operar esta inversión.
Todavía hay que ir más lejos.
19
Suavizada luego en el Préface de la nueva edicion de esta obra (Mouton, 1966).
224
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
20
L’ home nue, p. 561.
21
Lévi-Strauss se refiere al fin de su obra simplemente a una doctrina estructuralista que encontró cerca de su
dogmatismo y que está a punto de fijarse como toda ideología aunque sólo fuera porque la universidad se apoderó de
ella como principio positivo de educación científica. ¿Acaso quiere recordar que es fundador? ¿O sólo trata de dar la
palabra un status filosófico definido?
225
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
22
Se da retrospectivamente a Lewis una gran importancia porque definió este termino de forma y configuración cultural;
pero se proyecta demasiado sobre este gran práctico que fue un pobre pensador.
23
L’homme nue, p.561.
226
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
…como lo dice Lévi-Strauss en un número de L’Arc dedicado a él. Este modelo sirve de matriz
para la organización de los elementos más simples de todos los mitos, los “mí temas” o sistemas
de oposición independientes de los contenidos explícitos. Mientras que los antropólogos
escuchaban el habla actual de los trasmisores de mitos, de los “fritos”, de los cuentistas, Lévi-
Strauss va del habla a la lengua oculta y a los conjuntos constituidos que existen en sí mismos y
no hacen más que interiorizarse en los grupos particulares o en los individuos.
Así lo crudo y lo cocido, ubicados en una distancia media entre la naturaleza y la cultura,
todas esas plantas o animales utilizados para las clasificaciones, como esos hombres y los
diversos enunciados “naturales” encuentran el la composición de esos conjuntos lineales
reconstruidos fuera del terreno, en el papel.
A esta traslación la llamamos bricolare, pues ella no resulta de una epistemología sino
que constituye esta nueva epistemología a partir de un ordenamiento que debe más a la
ingeniosidad que al concepto. Esta inversión está probablemente en el origen de la práctica de
todo estructuralismo, de esos “grafos” que uno ha visto multiplicarse en los epígonos, puesto que
se trata de redistribuir en el espacio lo que inevitablemente está dado en la duración y de
establecer series allá donde la palabra común busca un sentido explícito. Se concibe como puede
asociarse así, independientemente de toda experiencia concreta, gradualmente, todos los aspectos
de la naturaleza con los términos propios del lenguaje, por lo tanto de toda cultura: el campo de
las homologías es libre, cuando los significantes no son más prisioneros de los mensajes ni del
sentido. ¿Hay que decir cuán lejos estamos aquí de toda filosofía existencial y hasta de un
marxismo que quizás reconstruía la lógica oculta de la clase económica, pero veía también en ese
ocultamiento el efecto de la desigualdad o de la mentira social continuamente repetida?
El segundo elemento de este bricolare corresponde a la técnica de la reconstrucción de
las homologías o del sistema de las analogías, tratando de hacer aparecer sistemas de
organizaciones siempre universales mediante la utilización de cuadros dispuestos en la extensión
de una hoja. Se podría comparar esta técnica a la de los pintores cubistas que intentaron inscribir
en la superficie de una tela los elementos de la “naturaleza de las cosas” no dados en la
percepción inmediata, ni en los modelos reglamentarios de percepción impuestos por una
sociedad, como por ejemplo un rostro de frente y de perfil al mismo tiempo o las diversas
“defoliaciones” del Nu descendant Pescalier, de Duchamp. De la misma manera que esta
presentación en público es en sí escandalosa puesto que resulta de una alteración del sentido
común, el mito exige una “dimensión para manifestarse” que no reconoce la amplitud de las
estructuras construidas.
227
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Puesto que las unidades constituidas del mito, los “mitemas”, son otros tantos, “paquetes
de relaciones”, y que la distribución espacial de estas unidades en un cuadro obliga a establecer y
reconstruir esas relaciones, las propiedades de estos “átomos”, “sólo pueden buscarse por encima
del nivel habitual de la expresión lingüística” y el escalonamiento en el espacio supone una
jerarquía entre las estructuras fonológicas, sintácticas y el discurso mítico reconstruido. Así la
Mitologías proponen una sintaxis de todos los mitos del continente americano, sin tener en cuenta
(Lévi-Strauss vuelve sobre esto más adelante, en el último capítulo de El hombre desnudo) los
problemas etnológicos de difusión o de comunicación de las culturas en el ámbito geográfico
considerado. Este universo mítico indígena, esta “Edad Media a la que le faltó Roma”, emerge al
término “de una dialéctica de las oposiciones y de correlaciones, en el marco de una común
concepción del mundo”.
Entonces es conveniente encontrar, para examinar estos “mitemas” distribuidos en
gráficos en el espacio de la página en blanco, esos instrumentos, las herramientas que permiten
establecer las homologías eliminando o al menos ocultando lo arbitrario del procedimiento como
un bicoleur colocará su motor reforzado en el fondo de una y metonimia, la cual se apoya
exclusivamente en el orden de composición y de distribución de un gráfico inscripto en el
espacio. Carrocería arreglada: es el objeto de la distribución entre metáfora.
La metáfora, aspecto de la función simbólica, caracteriza las imágenes o representaciones
al establecer un vínculo entre la fuerza humana y las especies naturales, especie de socialización
de la naturaleza a través de las especies animales, vegetales, utilizando (como el pretendido
totemismo) el conjunto de las “cosas” para designar las categorías de la sociedad humana y
ocultar una oposición entre el cosmos y el hombre. La metáfora se distingue en la metonimia por
cuanto caracteriza la actividad de una frase particular (un sintagma) englobando uno o varios de
los elementos que connota por su propia definición. Así la metáfora correspondería, si hablamos
de ropa, a todos los elementos que constituyen el vestido, en todas las partes del cuerpo, de la
historia y del mundo, y que nos sería imposible ponernos a la vez sin provocar risa, y la
metonimia correspondería al ordenamiento, dentro de un mismo tipo de ropa, de elementos
simples diferentes entre sí; si se elige la alimentación, la metáfora designa el conjunto de
elementos (opuestos o reunidos por afinidades y diferencias) y lleva a una elección social
significante y la metonimia al menú para una comida; si uno elige el mobiliario, la metáfora
remitiría a las variedades, a los estilos de una mesa o una cama, y la metonimia al encuentro con
los elementos del mobiliario de una sola habitación.
228
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Esta distinción arbitraria hace caso omiso, sin duda, de las correspondencias establecidas
por medio de la palabra o la sensación concreta de los hombres reales: reconstruye el sistema del
código oculto y luego la lógica de ese código, definida por el respectivo lugar de los elementos en
una estructura, utilizando evidentemente relaciones arbitrarias, las del profesor y sus
colaboradores, la de los europeos blancos que redistribuyen en el espacio de la escritura, o de una
computadora (que a pesar de que se diga que es el homologo del pensamiento salvaje, ¡no lo es
¡), la diversidad que compone la trama de la vida colectiva.
Si la lógica de la imaginación es la lógica del hombre, una y otra ¿no tendrán acaso
alguna relación con la lógica del pensador que las constituye? La vocación del estructuralista es la
de quebrar “la consistencia del yo, preocupación máxima de toda filosofía occidental” (que) “no
resiste su continua aplicación al mismo objeto que lo invade completamente y lo impregna del
sentimiento vivido de su irrealidad”,24 mejor todavía, la de “descubrir a la conciencia un objeto
diferente; por lo tanto (de) ponerla, frente a fenómenos humanos en una posición comparable a
aquella en la que las ciencias físicas y naturales hicieron la experiencia de que no sólo ella podía
permitir al conocimiento su ejercicio”.25 ¿Qué significa entonces esta nueva dicotomía entre
conciencia y conocimiento? El trabajo “sobre si” y sobre el papel de un comparatismo que busca
homologías y relaciones lógicas ¿se parece al trabajo del físico o del biólogo? ¿Acaso basta con
hundir términos lingüísticos y fragmentos de mitos separados de un contexto o de su trama vivida
para alcanzar una objetividad que no sería la del “hombre blanco” mirando al “hombre desnudo?”
Sin duda es sorprendente comprobar que la actividad simbólica del hombre busca a través de la
metáfora encontrar “cosas” para pensar, para comer, para intercambiar, y que a menudo estas
metáforas remplazan estas contradicciones insuperables o insoportables, pero ¿no se reencuentran
aquí la superioridad occidental, no se remplaza el sentimentalismo etnoloogico de un Griaule por
un naturalismo lógico?
Dicho esto, el universo de las Mitológicas tiene algo grandioso. En un pasaje de Deux
transparents, el poeta Octavio Paz compara las empresas de Lévi-Strauss con la de Joyce o la de
Góngora. Y es cierto que los múltiples sistemas de correlaciones, construidos a partir de las
primeras duplicaciones de lo vivido a lo lógico, de las trascripciones de la duración al espacio,
ofrecen una visión laberíntica de la que sería excluida toda presencia particular dejando de lado la
del dedemiurgo, la del autor que se convierte entonces en una especie de Dios de esta red de
hologías.
24
L’homme nue, p.559.
25
Ibídem, p.563.
229
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
26
Marcel Mauss hizo de esta distinción un a critica clásica en L’esquisse d’une theorie de la magie.
27
L’homme nue, p.566.
230
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
28
“El fondo del conflicto que me opone a Gurvitch es infinitamente más simple: él y yo no designamos lo mismo con la
palabra estructura. Lo cual no tendría ninguna importancia si Gurvitch no tuviera la pretensión de prohibir a quienquiera
que sea dar a esta palabra un sentido diferente al que él le da”; me escribe Lévi-Strauss en 1958. pero él también admite
otros sentidos de la palabra “estructura”, cuyas acepciones también hay que indicar que varían en su obra; pasa de una
constante formal en Las relaciones a una forma lógica constituida en El pensamiento salvaje, para servir de base a una
ideología en la conclusión de Mitológicas.
29
Ni sobre todo por las críticas que pretenden cuestionar a Lévi-Strauss en nombre de errores de observación cometidos
“en el terreno”: la lógica de los sistemas de parentesco es diferente a las variaciones empíricas observadas.
30
La “sociedad sobreexpuesta” de la que habla Paul Virilio en L’ espace critique.
231
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
tanto que es “buena para pensar”, especie de objeto de tráfico; se elabora una arquitectura
razonada del pensamiento mítico que, en lo impensado, se constituye fuera de nosotros, pero el
impacto de estas figuras sobre la existencia misma (sin la que no habría, por ejemplo, ni religión,
ni tragedia) está eliminado; el salvaje, el también, como la mujer, como los animales, como las
plantas, al fin de cuentas, quizás sólo sea un elemento “bueno para pensar” para este Valéry de la
antropología que es Levi-Strauss, después de quien, como la filosofía después de Hegel, la
antropología quizás esté muerta.
Pero reconocemos esta dialéctica, este movimiento circular: es aquel donde Nietzsche se
encierra en el momento en que descubre “el eterno retorno”, que no quiere decir que todo vuelva
siempre al campo de las apariencias, sino que, más allá de la experiencia y de toda conciencia, la
naturaleza puede, con su movimiento propio e identificable en sí misma con una razón que ignora
nuestra razón, privarse del hombre y del espíritu. La locura donde Nietzsche se pierde encuentra
su homólogo en la razón perpetuamente justificante y continuamente grandiosa de Levi-Strauss.
ANTROPOLOGÍA POSMODERNA
ESTAR ALLÍ
Clifford Geertz
El antropólogo como autor, Paídos Estudio, México, pp. 11-34.
232
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
233
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
ciertamente las cosas empezarían a situarse desde ese momento en términos de pura
palabrería.
Pero que todo esto vaya a ocurrir por tomar en serio la escritura antropológica
como tal escritura, resulta difícil de creer. Las raíces del miedo hay que buscarlas en
otro lado: en el sentido de que, tal vez, de llegar a comprenderse mejor el carácter
literario de la antropología, determinados mitos profesionales sobre el modo en que se
consigue llegar a la persuasión serían imposibles de mantener. En concreto, sería
difícil poder defender la idea de que los textos etnográficos consiguen convencer, en la
medida en que convencen, gracias al puro poder de su sustantividad factual. El dominio
de un gran número de detalles culturales altamente específicos ha sido el modo
fundamental con que la apariencia de verdad —verosimilitud, vraisemblance,
Wahrscheinliclikcit— se ha acostumbrado a buscar en dichos textos. Todas las dudas que
el lector pueda sentir ante la rareza de dicho material quedan despejadas por su simple
abundancia. A pesar de lo cual, el grado de credibilidad, alto, bajo, o del tipo que sea,
hoy prestado a la etnografía de Lévi-Strauss, Malinowski, o cualquier otro, no reposa,
al menos no primordialmente, sobre esa base. De ser así, J. G. Frazer, o en otro sentido
Óscar Lewis, serían los reyes, y la reserva, de incredulidad que muchos (yo incluido)
otorgan al poco documentado Sistemas políticos de la Alta Birmania, de Leach, o al
impresionista ensayo de Margaret Mead Baliñese Character sería del todo inexplicable.
Los etnógrafos pueden en verdad llegar a pensar que se les cree por la amplitud de sus
descripciones. (Leach intentó responder a los ataques empiristas contra su libro sobre
Birmania escribiendo otro, atiborrado de datos, sobre Sri Lanka, que sin embargo alcanzó
mucha menor audiencia. Mead, por su parte, arguyó que los cientos de fotografías toma-
das por Bateson demostraban sus tesis, aunque pocos, incluido el propio Bateson,
parecen estar de acuerdo con ella.) Tal vez es cierto que debiera creérselos por la
amplitud de sus descripciones, pero las cosas no parecen ser así.
El porqué de la persistencia de esta idea es algo difícil de explicar. Tal vez las ideas
anticuadas sobre el modo en que se “establecen” los “resultados” en las ciencias duras tengan algo
que ver con ello. En cualquier caso la principal alternativa a esta especie de teoría factualista
de cómo consiguen convencer los trabajos antropológicos, a saber, que lo consiguen mediante la
fuerza de sus argumentos teóricos, ya no resulta plausible. El aparato teórico de Malinowski,
en otro tiempo una orgullosa torre, yace hoy en gran medida en ruinas, a pesar de lo cual sigue
siendo el etnógrafo por antonomasia. El carácter más bien pasado de moda de las especulaciones
234
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
235
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
236
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
dispersión del poder, o de que Mallarmé haya producido una ruptura radical en la historia de
la literatura, tras la cual la noción de obra literaria se ha ido desplazando hacia la idea de
modos de dominación textual, ciertamente sitúa el problema que estoy planteando con bastante
exactitud.
Foucaull distingue allí, tal vez de un modo excesivamente tajante, dos ámbitos del
discurso: aquel, especialmente en el campo de la ficción (aunque también en historia, biografía,
filosofía y poesía), en el que lo que él llama “autor-función” sigue siendo algo, al menos por el
momento, razonablemente firme; y aquel otro, especialmente en el campo de las ciencias
(aunque también en las cartas, documentos privados legales y declaraciones políticas), donde en
general, no lo es tanto. No se trata de un hecho constante, ni siquiera dentro de nuestra propia
tradición: en la Edad Media, la mayor parte de los cantares de gesta —la Chansun de
Roland, por ejemplo— carecían de autor; mientras que los tratados científicos —el Almagesto,
pongamos por caso— sí lo tenían. Si bien se produjo una inversión en el XVII y XVII. Los
discursos científicos empezaron a apreciarse por sí mismos, en medio del anonimato de
una verdad aceptada o siempre redemostrable; su pertenencia a un conjunto sistemático, y
no la referencia al individuo que los había producido, servía como garantía. El “autor-
función” se desvaneció, y el nombre del inventor empezó a servir sólo como forma de
designar los teoremas, las proposiciones, determinados efectos, propiedades de los cuerpos
o síndromes patológicos. Casi al mismo tiempo, los discursos literarios empezaron a ser
aceptados sólo en la medida en que pudieran atribuirse a un autor función. En la actualidad
preguntamos siempre, ante cualquier texto poético o ficcional: ¿de dónde procede?, ¿quién lo
escribió?, ¿cuándo?, ¿en qué circunstancias? o ¿con que intención? El significado que se le
adjudica, y el estatuto o valor que se le concede, dependen siempre del modo en que
respondamos a estas preguntas. Como consecuencia, el autor-función desempeña hoy un
importante [aunque, de nuevo, en opinión de Foucault, decreciente] papel, en nuestra
percepción de las obras literarias. 1
Es evidente que, así las cosas, la antropología está mucho más del lado de los
discursos “literarios” que de, los “científicos”. Los nombres personales aparecen ligados a
libros y artículos, y más ocasionalmente a sistemas de pensamiento (“funcionalismo
radcliffebrowniano”, “estructuralismo levistraussiano”). Muy raramente aparecen, en cambio,
conectados con descubrimientos, propiedades o proposiciones (un “matrimonio
murdockiano” es un chiste polémico; el “efecto Westermarck” —dejando a un lado su
realidad— sirve tan sólo como calificativo). Lo cual no nos convierte, sin embargo, en novelistas,
1
M. Foucault ¿What is an Author? En J. V Harrari (ed.) Textual Strategies, Nueva York, Ithaca, 1979, pp. 149-150.
237
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
del mismo modo que el hecho de construir hipótesis o escribir fórmulas tampoco nos convierte,
como algunos parecen pensar, en físicos. Aunque sugiere ciertos parecidos familiares que —al
igual que la mula norteafricana, que habla siempre del hermano de su madre, el caballo, pero
nunca de su padre, el burro— tendemos a suprimir en favor de otros, supuestamente más
dignos de recuerdo.
Así pues, si admitimos que los textos etnográficos tienden a parecerse tanto a los textos de
ficción como a los informes de laboratorio (aunque, al igual que nuestra muía, no se parecen
a ninguno de los dos), dos cuestiones, o quizás una sola, doblemente planteada, se nos presentan
de inmediato: 1) ¿de qué forma el “autor-función” (¿o habremos de reducirnos a lo meramente
literario, y hablar de “autor” sin más?) se hace manifiesto en el texto?; 2) ¿qué es lo que —más
allá de la obvia tautología de tratarse de “una obra”— el autor “autoriza”? La primera cuestión,
llamémosla de la firma, tiene que ver con la construcción de una identidad textual. La segunda, que
podríamos llamar del discurso, tiene que ver con el desarrollo de un modo concreto de formular
las cosas —un vocabulario, una retórica, un patrón argumental— que aparece conectado con tal
identidad de modo que parece provenir de ella como la manifestación de un intelecto. La
cuestión de la firma, el establecimiento de una presencia autorial dentro del texto, ha perseguido
a la etnografía desde muy pronto, aunque generalmente lo ha hecho de forma camuflada.
Camuflada, porque nunca ha sido considerada como una cuestión narratológica, algo que
tenga que ver con la forma de contar sinceramente una historia sincera, sino como una cuestión
epistemológica, es decir, como algo que tiene que ver con cómo evitar que la visión subjetiva
coloree los hechos objetivos. El choque entre las convenciones expositivas de los textos
saturados de autoría y los privados de ella, que surge de la peculiar naturaleza de la empresa
etnográfica, suele imaginarse como un choque entre la visión de las cosas tal como
querríamos verlas y tal como son en realidad.
Una serie de desdichadas consecuencias han surgido de este entierro del problema de
la “autorización” de los textos etnográficos bajo las ansiedades (a mi entender exageradas) de la
subjetividad. Entre ellas está un empirismo que resulta extremo incluso en el contexto de las
ciencias sociales; aunque una de las más dañinas ha sido el hecho de que, a pesar de
presentarse de manera profunda y continuada las ambigüedades implícitas en el asunto,
siempre ha resultado muy difícil poder abordarlas de forma directa. Los antropólogos están
poseídos por la idea de que los problemas metodológicos centrales implícitos en la descripción
etnográfica tienen que ver con la mecánica del conocimiento: la legitimidad de la “intuición”, de
la “empatía”, y demás formas similares de cognición; la verificabilidad de los informes
238
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
239
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
“fortalece nuestra convicción de que la antropología cultural no tiene por qué ser una confusa
mezcla de frases hechas o etiquetas, una fábrica de resúmenes impresionistas o reconstrucciones
conjeturales, sino mas bien una ciencia social, casi estoy tentado de decir que la ciencia de los
estudios sociales”— y otra del mismo Firth, donde subraya la necesidad de “prolongados
contactos personales con la gente que uno estudia”, y se disculpa porque “este trabajo no
representa el estudio de campo de ayer mismo, sino el de hace siete años”, el libro como tal
comienza con un capítulo titulado: En la Polinesia primitiva.
En el fresco amanecer, poco antes de la salida del sol, la proa del Southern Cross
enfiló hacia el este, sobre cuyo horizonte se divisaba débilmente una tenue línea azul. Poco
apoco fue convirtiéndose en una masa de escarpadas montañas, que parecían alzarse
directamente desde la superficie del océano; según íbamos acercándonos, un estrecho anillo
de tierra aja y llana, cubierto de espesa vegetación, se nos reveló en su base. El triste día gris,
con sus nubes bajas, acrecentó mi agreste impresión de encontrarme ante un pico salvaje y
turbulento, surgido de en medio de las aguas.
En poco más de una hora nos hallábamos próximos a la orilla, y pudimos ver toda una
serie de canoas que venían en abanico desde el sur, fuera ya del arrecife de coral, sobre el que
la marea estaba baja. Las embarcaciones de balancín se acercaron a nosotros, los hombres que
iban en ellas aparecían desnudos hasta la cintura, cubiertos con un taparrabos de tela de
corteza, con grandes abanicos metidos en la parte trasera de sus cinturones, aros de carey o
rollos de hojas en sus orejas y tabique nasal, con barba y con los largos cabellos cayéndoles
libremente sobre los hombros. Algunos empleaban sus pesadas y rudas palas, otros llevaban
esteras de pándano hermosamente tejidas en los estribos de sus barcas, otros en fin, empuña-
ban largas picas o lanzas. El barco echó anclas en la bahía abierta que se extendía fuera del
arrecife de coral. Apenas se hubo soltado el cable, los nativos se arremolinaron dentro del buque,
subiendo por los costados por cualquier medio factible, gritándose fieramente unos a otros en una
lengua que ni los intérpretes mota del barco de la misión podían entender. Me Pregunté si aquel
turbulento material humano podría alguna vez someterse a estadio científico.
Vahihaloa, mi “voy”, echó un vistazo desde la cubierta superior, y dijo: “señor, mí
mucho miedo”, con risa temblorosa. “Yo creer estos tipos poder kaikai mí”. Kaikai es el
término pidgin que significa “comer”. Por primera vez, sin duda, empezó a plantearse si
había sido prudente dejar lo que para él era la civilización en Tulagi, la sede del gobierno
a cuatrocientas millas de allí, para pasar conmigo un año entero en un lugar tan lejano
y entre salvajes de tan feroz apariencia. Yo mismo, aún sin sentirme tampoco del todo
240
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
seguro de lo que allí nos esperaba —ya que sabía que estaban al borde del ca nibalismo
—, lo tranquilicé, y empezamos a sacar la impedimenta. Luego fuimos hasta la orilla en
una de las canoas. Al llegar al borde del arrecife, nuestra embarcación se detuvo
debido a la resaca de la marea. Saltamos sobre la roca coralina y empezamos a vadear el
arrecife hasta la orilla, llevados de la mano de nuestros anfitriones, como niños en una
fiesta, intercambiando sonrisas a falta, por el momento, de algo más tangible o inteligible.
Estábamos rodeados de una muchedumbre de muchachos parlanchines, con sus agradables
y aterciopeladas pieles marrón claro y su pelo lacio, tan distintos de los melanesios que
habíamos encontrado hasta entonces. Remoloneaban en derredor chapoteando como un
banco de peces, y algunos de ellos, presa de su entusiasmo, se hundían en las pozas.
Finalmente, el largo vadeo llegó a su fin, escalamos la escarpada playa en forma de
concha, cruzamos la suave y seca arena sembrada de pardas agujas de los árboles casuarina
—un cierto toque casero: era como una avenida de pinos— y nos condujeron ante el
gran jefe, cubierto pomposamente con una capa blanca y un taparrabos del mismo color,
quien nos esperaba en su estrado bajo un copudo árbol. 2
Pocas dudas puede haber, después de esto, de que Firth, en el más amplio sentido
de la palabra, “estuvo allí”. Cada mínimo detalle, relatado con dickensiana exuberancia y
conradiano fatalismo —la masa azulada de la isla, las nubes bajas, el excitado parloteo, las
aterciopeladas pieles, la playa en forma de concha, la alfombra de agujas de casuarina, el
entronizado jefe— induce a la convicción de que cuanto sigue, quinientas páginas
descripción resueltamente objetivizada de las costumbres sociales —los tikopia hacen esto,
los tikopia creen aquello— puede tomarse como un hecho. La ansiedad de Firth sobre la
posibilidad de lograr que “tan turbulento material humano” pueda “someterse alguna vez a
estudio científico” se revela al fin tan exagerada como el miedo de su “boy” a ser
devorado.
Aunque tampoco desaparece del todo. Los subrayados del tipo “esto me ocurrió a
mí” reaparecen periódicamente; el texto aparece firmado y rubricado por todas partes. Hasta
la última línea, Firlh lucha con su relación respecto de lo que ha escrito, viéndolo aún en
términos de puro estudio de campo. “La mayor necesidad —dice en esa última línea— que
tienen hoy las ciencias sociales es la de una metodología más refinada, tan objetiva y
desapasionada como sea posible, en la que, aunque los presupuestos debidos a los
2
R. Firth, We the Tikopia, Londres, 1936, pP 1-2. Para una contextualizacion de este fragmento en el contexto de la
travel writing (escrita de viajes), puede verse ahora M. L. Pratt. Fieldwork in common places, En J. Clifford y G. E.
Marcus (eds), Writing Culture: The Poetics and Politics or Ethnography, Berkeley, California, 1986, pp, 35-37 (de próxima
publicación en editorial Jucar, con el titulo: Retóricas de la etnografía).
241
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
242
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
3
L. Danforh, The Death Rituals in Rural Greece, Princeton, Nueva Jersey, 1982, pp. 5-7. Para similares quejas modernas
o posmodernas sobre la antropología de la muerte, sugerida de una experiencia personal, la muerte accidental de su
propia esposa, vease R. Rosaldo, Grief and a Headhunter Rage: On the Cultural Force of Emotions, en E. Brunner (ed.).
Text. Play and Store, 1983, Proceedings of the American Ethnological Society, Washington DC, 1984, pp. 178-195. En la
mayor parte de los estudios antropológicos sobre la muerte, los analistas simplemente eliminan las emociones,
asumiendo el punto de vista del observador más distanciado. Su postura iguala asimismo lo ritual con lo obligatorio,
ignora la relación entre ritual y vida cotidiana, y confunde el proceso con el proceso luctuoso. La regla general parece ser
la adecentar las cosas cuanto sea posible, enjugando las lágrimas e ignorando los elementos (p. 189).
243
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
necesitan convencernos (como estos dos hacen de manera efectiva) no sólo de que verdadera-
mente han “estado allí”, sino de que (como también hacen éstos, aunque de manera menos
evidente), de haber estado nosotros allí, hubiéramos visto lo que ellos vieron, sentido lo que
ellos sintieron, concluido lo que ellos concluyeron.
No todos los etnógrafos, ni siquiera la mayor parte de ellos, empiezan cogiendo por los
cuernos el dilema de la firma de manera tan enfática como hacen éstos. La mayor parte se
mantienen más bien a raya, bien sea comenzando con una amplia y no siempre suficiente
(dado lo que sigue) descripción detallada acerca del entorno natural, la población, y cosas
similares, o con amplias disquisiciones teóricas a las que luego no se hace mucha referencia.
La representación explícita de la presencia autorial tiende a quedar relegada, del mismo modo
que otras cuestiones embarazosas, al prefacio, las notas o los apéndices.
Pero el tema acaba siempre por aparecer, aunque se rechace o se disfrace. “El viajero
del África occidental” —escribe Meyer Fortes en la primera página de su estudio sobre los
tallensi (quizá la más plenamente objetivizada de todas las grandes monografías
etnográficas, cuya escritura viene a ser como una especie de texto legal escrito por un
botánico)—, “que quien penetra en esta región desde el sur queda impresionado por el
contraste con la franja boscosa. Según sus gustos se sentirá complacido o desanimado, tras la
masiva y gigantesca lobreguez de la selva virgen”. 4 No cabe eluda de quién puede ser ese
“viajero” de cuya ambivalencia se nos habla, y que aparece embozado en una nota a pie de
página. “La autopista 61 atraviesa doscientas millas de ricas tierras negras conocidas con el
nombre de Delta del Mississippi —dice William Ferris al comienzo de su libro Blues from the
Delta, publicado hace pocos años, sobre los músicos negros del sur rural. Hileras de algodón y
soja, de muchas millas de longitud, se extienden a partir de sus calles y rodean las ciudades
que de cuando en cuando se encuentran, con nombres tales como Lula, Alligator, Panther
Burn, Nitta Yuma, Anguilla, Arcóla y Onvvard”.5 Está bien claro (aunque no se sepa que Ferris
es nativo del Delta) quién es el que ha estado recorriendo la citada autopista. Meterse en su
propio texto (es decir, entrar representacionalmente en el texto) puede resultar tan difícil
para los etnógrafos como meterse en el interior de una cultura (es decir, entrar
imaginariamente en una cultura). Para algunos puede resultar incluso mucho más difícil
(Gregory Bateson, cuyo excéntrico clásico Noven parece consistir principalmente en una serie
de falsos comienzos y continuos replanteamientos —preámbulo tras preámbulo, epílogo tras
epílogo— es quien viene inmediatamente a la cabeza). Pero, de un modo u otro, aunque sea
4
M. Fortes, The Dynamics of Clanship Among the Tellensi, Londres, 1967
5
W. Ferris, Blues from the Delta, Garden City, Nueva York, 1979, p.I.
244
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
de manera irreflexiva y con todo tipo de recelos sobre su pertinencia, todos los etnógrafos
acaban haciéndolo. Puede que haya muchos libros tomos e indigestos en antropología, pero
pocos de ellos, si es que hay alguno, pueden considerarse murmullos anónimos.
La otra cuestión preliminar (que es lo que un autor “autoriza”, o el problema
discursivo, como antes lo he llamado) se plantea también de manera general en ¿Qué es un
autor?, de Foucault, y en el ensayo de Roland Barthes (en mi opinión bastante más sutil)
“Escritores y escribientes”, publicado casi una década antes. 6
Foucault sitúa la cuestión en términos de una distinción entre aquellos autores (la
mayor parte) “a quienes puede atribuirse legítimamente la producción de un texto, un libro
o una obra”, y aquellas otras figuras de mayor alcance que “son autores de mucho más que
un libro”; autores de “ una teoría, una tradición o una disciplina en la que otros libros y
autores encuentran a su vez lugar” (p. 153). Y hace a continuación toda una serie de
cuestionables asertos a este respecto: que sus ejemplos de los siglos XIX y XX (Marx,
Freud, etc.) son tan radicalmente distintos de los ejemplos anteriores (Aristóteles, San
Agustín, etc.) que no pueden compararse con ellos; que tal cosa no ocurre en la ficción; y
que Galileo, Newton, o, aunque él no lo menciona (tal vez por prudencia), Einstein, no son
ejemplos adecuados. Aunque es más que evidente que los “fundadores de la discursividad”,
como él los llama, los autores que han producido no sólo sus propias obras, sino que al
producirlas “han producido algo distinto: la posibilidad y las reglas de formación de otros
textos”, son cruciales, no sólo para el desarrollo de disciplinas intelectuales, sino para la
naturaleza misma de dichas disciplinas. “Freud no es sólo el autor de La interpretación de
los sueños, o El chiste y su relación con lo inconsciente; Marx no es sólo el autor de El
manifiesto comunista o El capital, ambos han establecido una ilimitada posibilidad
discursiva” (p. 154).
Tal vez sólo parece ilimitada; pero sabemos lo que con ello quiere decir. Barthes
aborda esta misma cuestión distinguiendo entre “autor” y “escritor”7 (y, en otro lugar, entre
“obra”, que es lo que un “autor” produce, y “texto”, que es lo que el “escritor” hace). 8 El autor,
dice, ejecuta una función; el escritor, una actividad. El autor tiene una cierta función sacerdotal
6
R. Barthes, Authors and Writers, en S. Sontang (ed.), A Barthes Reader, Nueva York, 1982, pp. 185-193 (trad.
Escritores y escribientes, en la cuastion de los intelectuales, Buenos Aires, Rodolfo Alonso Ed., 1969).
7
En realidad la distinción que establece Barthes es entre escribanos. El traductor castellano de la edición argentina
citada en la nota anterior traducía tal disyunción como escritores y escribientes, aunque tal vez fuera más justo traducir el
segundo término como escribanos, dándole así el tono clerical que Barthes le atribuía. Para mantener el juego
terminológico, tal como Geertz lo desarrolla en su argumentación, se ha preferido, no obstante, traducir directamente del
texto inglés, convirtiendo el escritor de Barthes en autor, tal como quiso la traducción inglesa del famoso artículo
barthesiano y tal como Geertz lo usa.
8
R Barthes, From Work to text, en HARARI (ed.), Textual Strategies, pp. 73-82 (trad. De la obra al texto, en El Susurro
del lenguaje, Barcelona, Paidós, 1987).
245
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
(lo compara con el hechicero de Mauss); el escritor tiene que ver con el clérigo medieval. Para
el autor, “escribir” es un verbo intransitivo: “es alguien que transforma de manera radical el
por qué de las cosas en un cómo escribir”. Para el escritor, en cambio, “escribir” es un verbo
transitivo: escribe algo. “Plantea una meta (para evidenciar, explicar, instruir) para la que el
lenguaje es sólo un medio; para él el lenguaje sostiene una praxis, no la constituye... lo
restituye a su naturaleza de instrumento de comunicación, de vehículo del ‘pensamiento’”.9
Todo ésto puede recordar un tanto a aquella profesora de “escritura creativa” que aparece en
Pictures from an Instituíion, de Randall Jarrell, la cual dividía a todo el mundo en
“autores” y “gente”, y mientras que los autores eran gente, la gente no eran autores. Pero en el
campo de la antropología, resulta difícil negar el hecho de que determinados individuos, como
quiera que se les llame, establecen los términos discursivos en cuyo marco otros poste-
riormente se mueven, durante un tiempo, al menos, y siempre a su propio aire. El conjunto de
lo aquí tratado aparece diferenciado, cuando se examina por encima de las etiquetas
académicas convencionales, en términos similares. Boas, Benedict, Malinowski, Radcliffe-Brown,
Murdock, Evans-Pritchard, Griaule y Lévi-Strauss, por no alargar demasiado la lista, y hacerla a
la vez pretérita y variada, remiten no sólo a obras concretas y particulares (El hombre y la
cultura, Social Structure, o El pensamiento salvaje), sino a todo un estilo antropológico de
ver las cosas: recortan el paisaje intelectual y diferencian el campo del discurso. Esta es la
razón de que tendamos a descartar rápidamente sus nombres de pila y a adjetivizar sus
apellidos: tenemos así la antropología boasiana, griauliana o, por citar el sardónico adjetivo
inventado por Talcott Parsons (a su vez una especie de auteur a lo Barthes, en el campo de la
sociología), y que siempre me ha hecho gracia, una antropología “benedictina”.
Esta distinción entre “autores” y “escritores”, o en la versión foucaultiana, entre
fundadores de discursividad y productores de textos concretos, carece como tal de valor
intrínseco. Muchos de los que “escriben” en el marco de tradiciones que otros han
“autorizado”, pueden llegar a sobrepasar ampliamente a sus modelos. Firth, y no Malinowski,
es probablemente nuestro mejor malinowskiano. Fortes eclipsa de tal manera a Radcliffe-
Brown que llegamos a preguntarnos cómo pudo haber tomado a éste como maestro. Kroeber
realizó lo que en Boas no era más que una promesa. Tampoco se le hace justicia al fenómeno
en la más bien fácil noción de “escuela”, que suena un poco a formación de grupos que nadan
juntos a la zaga de un pez-guía, antes que lo que realmente es, una cuestión de géneros, el
impulso que lleva a explotar nuevas posibilidades de representación recién reveladas. Mucho
menos se trata, por último, de un duelo entre tipos puros y absolutos. Barthes, en realidad,
9
R. Barthes, Authors and Writers, cit., pp. 187-189.
246
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
247
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
el mundo del imperialismo colonial, a la vez como observador y como actor, y cuya misión
parece ser poner al desnudo, hacer claramente visible, como las ramas de un árbol o un redil
de ganado, la sociedad tribal; sus libros, simples fotos de lo que describen, bocetos tomados
al natural. Que estos supuestos modelos de lo que G. Marcus y Dick Cushman, en su repaso
de los recientes experimentos sobre escritura antropológica, llaman “realismo etnográfico”,
hayan venido a convertirse en los más desconcertantes textos de toda la antropología —leídos
y discutidos una y otra vez y de variados modos, considerados ya como ciencia estricta o como
gran arte, exaltados como modelos clásicos o como experimentos heterodoxos, citados por
filósofos o celebrados por ecologistas—, no hace sino sugerir que, bajo su aspecto digno y
decoroso, resultan tan taimados como los textos de Lévi-Strauss, y casi tan instructivos.10 Los
objetos sólidos que se diluyen bajo una mirada fija resultan ser no menos fascinantes que
aquellos otros de carácter formalmente fantasmal, y quizá no menos turbadores.
En el caso de Malinowski, mi interés versará no tanto en el hombre como tal, sobre
el que mucho se ha escrito ya, como sobre lo que forjó. “Autor” barthesiano de la
observación participante, del “no sólo estuve allí, sino que fui uno de ellos, y hablé con su
voz” como estilo de tradición etnográfica (aunque no fue ciertamente el primero en
practicarla, del mismo modo que Joyce no fue el primero en utilizar la “corriente de
conciencia”, ni Cervantes en recrear la picaresca), hizo de la etnografía una curiosa materia
interior, una cuestión de autoprueba y autotransformación, y de su escritura una forma de
autorrevelación. La quiebra de la seguridad epistemológica (y moral) que, con toda su
externa fanfarronería, empezó practicando consigo mismo —como podemos ver ahora en su
postumamente publicado Diario ha dado lugar hoy a una quiebra en la seguridad expositiva
y provocado toda una oleada de remedios, más o menos desesperados. La meditabunda
nota de la “Introducción” antes citada de Loring Danforth (¿quién soy yo para decir estas cosas?,
¿con qué derecho?, ¿con qué fin? y, ¿cómo demonios puedo arreglármelas para decírselo con
honestidad?) tiene hoy amplias resonancias, bajo variadas formas y con diversa intensidad. Hacer
etnografía “desde el punto de vista del nativo” era para Malinowski dramatizar sus propias
esperanzas de autotrascendencia; para muchos de sus más fieles descendientes, dramatizar sus
miedos de autoengaño.
Finalmente, en los esquemáticos retratos y sumarias evaluaciones de Ruth Benedict,
emerge con peculiar claridad otro aspecto del carácter reflexivo, tipo “¿dónde están ellos?”,
“¿dónde estoy yo?, de la antropología: el modo en que se escribe acerca de otras sociedades
10
G. Marcus Y D. Cushman, Ethnographies as Texts, en B. Siegel (ed.) Annual Review of Anthropology, Vol. II, Palo Alto
California, 1982, pp. 25-69.
248
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
resulta ser siempre una especie de comentario esópico sobre la propia sociedad. Para un
americano, recapitular a los zuñi, los kwakiutl, los dobu o los japoneses como una sola pieza,
equivale a recapitular a los americanos como una sola pieza, al mismo tiempo; hacerlos tan
provincianos, exóticos, cómicos y arbitrarios, como puedan serlo los hechiceros y los samurais.
El famoso relativismo de Benedict era menos una postura filosófica, sistemáticamente defendida,
o incluso coherentemente mantenida, que el producto de una forma particular de describir a los
otros, un tipo de descripción en el que las rarezas distantes servían para cuestionar los
presupuestos próximos y familiares.
El “estar allí” autorial, palpable en la página escrita, resulta en cualquier caso una
triquiñuela tan difícil de hacer aflorar como el “haber estado allí” personalmente, que al fin y
al cabo sólo requiere poco más que un billete de viaje y permiso para aterrizar; capacidad para
soportar una cierta dosis de soledad, de invasión del ámbito privado y de incomodidad física;
un estado de ánimo relajado para hacer frente a raras excrecencias e inexplicables fiebres;
capacidad para soportar a pie firme los insultos artísticos, y una cierta paciencia para soportar
una interminable búsqueda de agujas en infinitos pajares. El modo de estar allí autorial se
vuelve cada vez más difícil. La ventaja de desplazar al menos parte de nuestra atención desde la
fascinación del trabajo de campo, que durante tanto tiempo nos ha mantenido esclavos, hacia la
escritura, está no sólo en que tal dificultad podrá entenderse más fácilmente, sino también en que
de este modo aprenderemos a leer de un modo más agudo. Ciento quince años (si fechamos el
inicio de nuestra profesión, como suele hacerse, a partir de Tylor) de prosa aseverativa e
inocencia literaria, son ya suficientes.
249
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
ESTAR AQUÍ
Clifford Geertz
El antropólogo como autor, Paídos Estudio, México, pp. 139-158.
250
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
cosas pudieran ser de otro modo, las incongruencias inscritas en tan dividida existencia —unos
pocos años, de tanto en tanto, curioseando entre pastores y cultivadores de ñames, para pasar
luego el resto de su vida dando clases y polemizando con los colegas— sólo recientemente han
empezado a sentirse de manera aguda. La brecha entre lo que representa ocuparse de otros en el
lugar donde están y representarlos allí donde no están, siempre inmensa pero nunca demasiado
percibida, ha empezado hace poco a hacerse extremadamente visible. Lo que en otro tiempo
parecía sólo una dificultad técnica, meter “sus” vidas en “nuestras” obras, ha pasado a ser un
asunto moral, política e incluso epistemológicamente delicado. La suffisance de Lévi-Strauss, la
seguridad de Evans-Pritchard, la compulsividad de Malinowski y la imperturbabilidad de Benedict
parecen hoy cosas lejanas. Lo que más se nota hoy día es un extendido nerviosismo acerca de
todo lo que significa pretender explicar a gentes enigmáticas de otras latitudes, sobre la base de
haber ido a vivir en su habitat nativo o “peinado” los escritos de aquellos que los tienen. Este
nerviosismo provoca a su vez respuestas varias, de diverso grado de excitación: ataques
deconstructivos a las obras clásicas y a la idea misma de canonicidad; ideologiekritik orientada a
desenmascarar los escritos antropológicos como la continuación del imperialismo por otros
medios; clarinazos llamando a la reflexividad, al diálogo, a la heteroglosia, al juego lingüístico, a la
autoconciencia retórica, a la traducción performativa, a la transcripción palabra por palabra y al
relato en primera persona como forma de cura.2 La pregunta de Emawayish está hoy por todas
partes: ¿qué ocurre con la realidad cuando se la factura a otras latitudes?
Tanto el mundo que los antropólogos en su mayor parte estudian, que un día fue llamado
primitivo, tribal, tradicional o folk, y que ahora recibe el nombre de emergente, en vías de
desarrollo, periférico o sumergido, como aquel a partir del cual en su mayor parte lo estudian, la
academia, han cambiado no poco desde los tiempos de Dimdim y Dick “el sucio”, por un lado, y
la Columbia Research in Contemporary Cultures, por otro. El fin del colonialismo alteró
radicalmente la naturaleza de las relaciones sociales entre los que preguntan y miran y aquellos
que son preguntados y mirados. El declinar de la fe en el hecho bruto, los procedimientos
holistas y el conocimiento descontextualizado en las ciencias humanas y en los estudios
académicos en general, alteró no menos radicalmente las ideas de preguntadores y observadores
sobre lo que pretendían hacer. El imperialismo en su forma clásica, metrópolis y colonias, y el
2
Como interesante muestra de lo muy bueno y lo muy malo, lo bien profundizado y lo pretencioso, lo verdaderamente
original y el aturdimiento puro, puede verse J. Clifford Y G. Marcus (eds.), Writing Culture: The Poetics and Politics of
Ethnology, Berkeley California, 1986 (de próxima aparición en Jucar con el título Retóricas de la etnología). Para una
revisión menos fatigosa del asunto, vease G. Marcus y M. Fischer, Anthropology as Cultural critique: An Experimental
Moment in the Human Sciences, Chicago, 1986. Como riachuelos recientes de la misma corriente pueden citarse
también J. Fabian, Time and the Other: How Anthropology Makes Its Object, Nueva York, 1983; J. Clifford, On
Ethnograohic Authority, Representations, 2 (1983): 118-146; J. Ruby (ed.), A Crack in the Mirror: Reflexive Perspectatives
in Anthropology, Philadelphia, 1982; T. Asad (ed.), Anthropology and the Colonial Encounter, Nueva York, 1973; y D.
Hymes (ed.) Reinventing Anthropology, Nueva York, 1974; Originalmente publicado en 1969.
251
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
cientifismo en la suya, impulsos y bolas de billar, cayeron casi al mismo tiempo. Las cosas
desde entonces resultan menos simples, tanto desde el punto de vista del Estar Allí como
desde el Estar Aquí de la ecuación antropológica, una ecuación en la que las baratijas del
primer mundo y las canciones del tercero suenan más a burla que a equilibrio.
La transformación, en parte jurídica, en parte ideológica y en parte real, de las gentes
de las que principalmente suelen ocuparse los antropólogos, desde su antiguo estatus de
súbditos coloniales al actual de “ciudadanos” soberanos, ha alterado (cualesquiera que puedan
ser las Iionías que implican casos como los de Libia, Uganda o Kampuchea) por completo el
contexto moral en el que el acto etnográfico tiene lugar. Incluso aquellos entornos exóticos
ejemplares la Amazonia de Lévi-Strauss o el Japón de Benedict— que no eran colonias sino
hinterlands dejados de la mano de Dios o imperios cerrados sobre sí mismos “en mitad del
mar”, aparecen bajo una luz muy distinta desde que Lumumba, Suez y Vietnam cambiaron la
gramática política del mundo. La reciente dispersión de todo el globo de nacionalidades
incrustadas en el seno de otras —argelinos en Francia, coreanos en Kuwait, pakistaníes en
Londres, cubanos en Miami— no ha hecho más que ampliar el proceso reduciendo el
espaciamiento de las variaciones mentales, como, por supuesto, ha ayudado a ello también el
turismo de masas. Uno de los principales en que hasta el día de ayer descansaba la escritura
antropológica, el de que sus sujetos y su público no sólo eran separables sino que estaban
moralmente desconectados, que los primeros tenían que describirse pero no ser interpelados,
y los segundos informados pero no implicados, ha quedado en gran medida disuelto. El mundo
está aún dividido en compartimentos, pero los pasillos entre ellos son mucho más numerosos
y están mucho menos resguardados que antes.
Esta interconfusión entre objeto y público, equivalente a que Gibbon se hubiera visto
de pronto leído por un público romano, o que H. Homáis llorara al publicar un ensayo sobre
“La descripción de la vida provinciana en Madame Bovary” en La Revue des duex Mondes,
deja a los antropólogos contemporáneos en una cierta incertidumbre en lo que a su meta
retórica se refiere. ¿A quién hay que persuadir hoy? ¿A los africanistas o a los africanos?
¿A los americanistas o a los indios americanos? ¿A los japoneses o a los japonólogos? Y en
cuanto al qué: ¿precisión (¿actual? ¿Barrido teórico? ¿Captación imaginativa? ¿Muerte moral?
Resulta fácil responder: “Todo a la vez”. No es fácil producir un texto con tan amplia
respuesta.
En verdad, el derecho mismo a escribir —a escribir etnografía— parece estar hoy en
peligro. La entrada de los pueblos en otro tiempo colonizados o marginados (portando sus
252
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
propias máscars, recitando sus propios textos) en la escena global de la economía, de la alta
política internacional y de la cultura mundial ha hecho que la pretensión del antropólogo de
convertirse en tribuna de los marginados, representante de los invisibles, valedor de los ter-
giversados, resulte cada vez más difícil de sostener. El feliz “¡Eureka!” de Malinowski
cuando por primera vez se vio entre los trobriandeses —“sensación de propiedad: Soy yo
quien los describiré... quien los creará”— suena, en el mundo de la OPEP, la ASEAN, del
derrumbamiento de todo, de los nativos de Tonga que juegan con los Washington Redskins
(un mundo en el que empieza también a haber antropólogos yoruba, tewa y singaleses), no
solamente presuntuoso, sino sencillamente cómico. “[Lo que] ha pasado a resultar
irreductiblemente curioso —dice el metaetnógrafo James Clifford (aunque sin duda
pretendía decir “problemático”)— es, no ya el otro, sino la descripción cultural como tal”.3
Se ha hecho curioso (o problemático, explotador, opresivo o brutal: hay toda una
escalada de adjetivos) porque la mayor parte de los antropólogos que hoy día escriben se
ven situados en una profesión que en gran medida se formó en un contexto histórico
concreto, el del encuentro colonial del que no tienen experiencia y con el que no quieres
saber nada. El deseo de distanciarse de las asimetrías del poder sobre las que tal
encuentro descansaba, tanto la antropología como cualquier otra cosa (que por cambiadas
que parezcan en la forma, mal puede decirse que hayan desaparecido), es generalmente
bastante fuerte, irresistible a veces, y provoca una actitud hacia la idea misma de la
etnografía como mínimo ambivalente: Las ritualmente repetidas confrontaciones con el
oro que solemos llamar al trabajo de campo pueden no se más que ejemplos de la lucha
generalizada entre el Este y el Oeste. Un mito persistible compartido tanto por los
imperialistas como por muchos críticos (occidentales) del imperialismo ha sido el de
única y decisiva conquista, ocupación o asentamiento del poder colonial, mito que tiene
su complemento en nociones similares acerca de la descolonización y acceso repentino a
la independencia. Ambas han actuado al unísono para quitar importancia teórica a la
abrumadora cantidad de pruebas a favor de los repetidos actos de opresión, las campanas
de pacificación y la supresión de las rebeliones, tanto por medios militares, como por
medio del adoctrinamiento religioso, mediante medidas administrativas, o, como es mas
habitual hoy día, mediante intrincadas manipulaciones monetarias económicas
encubiertas como ayuda extranjera. No podemos excluir la posibilidad, por decirlo en
términos discretos, de que la repetida efectuación de trabajos de campo, por parte de
3
B Malinowski, A Diary in the Strict Sense of the Term, Nueva York, 1967, p. 150. J. Clifford, Data Data, Sulfur, 16
(1987), pp. 163-164.
253
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
4
J. Fabian, Time and the Other, pag. 149; los paréntesis y las cursivas son del original.
5
W. S. Willis, Jr. Skeletons in the Closet, en Hymes (ed.), Reinventing Anthropology, p. 146; he suprimido un punto y
aparte.
254
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Empiezan ahora, al menos aquellos no contentos con limitarse a repetir las fórmulas
habituales, a hacerse a la idea de la necesidad de tal cuestión; y algunos, con ciertas
vacilaciones, empiezan a intentar responderla, aunque sólo sea porque, de no hacerlo, otros —
lingüistas, semiólogos, filósofos y, lo peor de todo, críticos literarios— lo harán por ellos:
El por qué de “evocar” mejor que “representar” [como ideal del discurso etnográfico] es
que libera a la etnografía, de la mímesis y del inadecuado modo de retórica científica que im-
plica “objetos”, “hechos”, “descripciones”, “inducciones”, “generalizaciones”, “verificación”,
“experimento”; “verdad” y conceptos similares que no tienen paralelo ni en la experiencia
etnográfica ni en la escritura de monografías de campo. La compulsión a conformarse con los
cánones de la retórica científico natural ha convertido el realismo fácil de la historia natural en
el modo dominante de la prosa etnográfica, pero se trata de un realismo ilusorio, que
promueve, por un lado, el absurdo de “describir” entidades ideales, como “cultura” y “sociedad”,
cual si fueran tan plenamente observables como, digamos, las chinches, y por otra, la igualmente
ridícula pretensión behaviorista de “describir” pautas repetidas de acción aisladas del discurso
que los actores emplean al constituir y situar su acción, todo ello con la ingenua certeza de que
el discurso fundante del observador es en sí mismo una forma suficiente para la tarea de
describir actos. El problema del realismo científico natural no está, como con frecuencia se
dice, en la complejidad del llamado objeto de observación, ni en la imposibilidad de aplicar
métodos suficientemente rigurosos y repetibles, ni siquiera en la aparente inadecuación del
lenguaje descriptivo. Está más bien en la impotencia de toda la ideología que rodea al
discurso referencial, con su retórica del “describir”, “comparar”, “generalizar” y su presupuesto de
la significación representacional. En etnografía no hay “cosas” que puedan convertirse en objetos
de descripción, apariencias originales que el lenguaje descriptivo “representa” como objetos
indiciales para comparar, clasificar y generalizar; hay más bien un discurso, y nada equivalente a
cosas, a pesar de las despistadas protestas de métodos traslaticios de la etnografía, como el
estructuralismo, la etnociencia y el diálogo, que intentan representar o el discurso nativo o sus
pautas inconscientes, cometiendo así el crimen de la historia natural respecto del intelecto.6
Demasiado grandilocuente, quizá, para una disciplina tan vasta y perentoria como la
antropología, y no del todo coherente. Pero por elevada de tono que esté, y por febril que
parezca (Tyler llega a declarar a la etnografía “documento oculto... conjunción enigmática,
paradójica y esotérica de realidad y fantasía realidad fantástica de una fantasía de la
realidad”), su tesis refleja el reconocimiento, cada vez más amplio, de que “contar las cosas
6
S. Tyler, Post-Modern Etnography: From Document of the Occult Document, en Clifford y Marcus, Writing Culture, pp.
130-131; la cita entre paréntesis del párrafo siguiente esta tomada de la p. 134.
255
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
tal como son” resulta un eslogan no mucho más adecuado para la etnografía que para la
filosofía después de Wittgenstein (o Gadamer), para la historia después de Colingwood (o
Ricoeur), para la literatura después de Auerbach (o Barthes), para la pintura después de
Gombrich o (Goodman), para la política después de Foucault (o Skinner), o para la física
después de Kuhn (o Hesse). Que la “evocación” pueda resolver el problema, o la paradoja
ubicarlo, tal es evidentemente la cuestión.
Esta pequeña lluvia de nombres traídos al azar, que podría fácilmente convertirse en
chaparrón tropical con sólo recorrer la escena de la caza de almas metodológica que tiene
lugar tanto en las artes como en las ciencias, sugiere (“evoca”, tal vez) las dimensiones del
problema que los etnógrafos, prácticamente todos los cuales sienten un cierto apego por los
“hechos, las descripciones, las inducciones y la verdad”, tienen que encarar. El general
cuestionamiento de los modos habituales de construcción textual —y los modos habituales de
lectura— no sólo hace al realismo ingenuo menos ingenuo; lo vuelve también menos persuasi-
vo. Crimen del intelecto o no, la “historia natural” ha dejado ya de parecer tan natural, tanto
para aquellos que la leen como para los que la escriben. Junto con la hipocondría moral que
produce el practicar una profesión heredada de los contemporáneos de Kipling y Lyautey,
aparece la duda que provoca practicarla en medio de un cerco académico de paradigmas,
epistemes, juegos de lenguaje, Vórurleile, epojés, actos locutorios, S/s, problématiques, in-
tencionalidades, aporías y ¿enture —¿Cómo hacer cosas con palabras?; “¿Debemos querer decir lo
que decimos?”; “n'y a pos de hors-tépcte”; “La cárcel del lenguaje”. La inadecuación de las palabras a
la experiencia, y su tendencia a remitir sólo a otras palabras, es algo que poetas y matemáticos
conocen hace tiempo; pero es algo más bien nuevo en lo que hace a los etnógrafos, lo que les ha
conducido, al menos a algunos de ellos, a un cierto estado de confusión, tal vez permanente,
aunque lo más probable es que no. Este estado de confusión no tiene por qué ser permanente,
dado que las ansiedades que provoca pueden demostrarse controlables mediante un más claro
reconocimiento de su propio origen. El problema básico no es ni la incertidumbre que implica el
contar historias sobre cómo viven otras gentes ni la incertidumbre epistemológica acerca de
cómo clasificar tales historias en el marco de los géneros académicos, incertidumbres, por lo
demás, bastante reales, que siempre han estado ahí, y que son inherentes al dominio mismo. El
problema es que actualmente tales cuestiones están siendo abiertamente discutidas, en vez de
verse cubiertas por un velo de mística profesional, y el peso de la autoría parece de pronto mucho
menos llevadero. Tan pronto como los textos etnográficos empiezan a considerarse en sí mismos y
no como meras mediaciones, una vez empieza a vérselos como construcciones, y construcciones
256
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
hechas para persuadir, los que los escriben aparecen como más responsables de ellos. Tal
situación puede inicialmente producir alarma, y un sonoro “volvamos a los hechos” por parte de la
institución, a la vez que una acusación de voluntad de poder por parte de sus adversarios. Pero,
con tenacidad y coraje, puede uno llegar a acostumbrarse.
Si el periodo que se abre ante nosotros ahora mismo conduce a una renovación de las
energías discursivas de la antropología o a su disipación, a una recuperación de su nervio autorial
o a su total pérdida, es algo que depende de que el terreno (o, por mejor decir, sus futuros
operarios) pueda acomodarse a una situación en la que, tanto sus metas como su relevancia,
motivos y procedimientos, aparecen por igual cuestionados. Los “fundadores de discursividad”
antes revisados (y toda otra serie de ellos no menos influyentes, aunque no citados), que son
quienes han llevado el trabajo de campo a su situación actual, tuvieron a su vez que superar
enormes problemas de persuasión y formulación; la superación de la incredulidad nunca ha sido
fácil de conseguir. Pero al menos se evitaron en gran medida los ataques sobre la justificación
de su empresa, o sobre la mera posibilidad de llevarla a cabo. Lo que hicieron pudo haber parecido
extraño, pero despertó admiración; puede haber resultado difícil, pero hasta cierto punto pudo
llevarse a efecto. Escribir etnografía hoy, en cambio, es escribir con la clara conciencia de que tales
presupuestos ya no sirven, ni para el autor ni para su público. Ni la presunción de inocencia ni el
beneficio de la duda se consiguen hoy de manera automática; en verdad, salvo en lo que hace a la
correlación de coeficientes y tests de significación, no se consigue en absoluto.
Una situación en la que escritores sólo a medias convencidos tratan de medio convencer de
sus semiconvicciones a su público, no parece ciertamente la más favorable para la producción
de obras de fuste, obras que puedan conseguir lo que, cualesquiera que pudieran ser sus fallos,
consiguieron las de Lévi-Strauss, Evans-Pritchard, Malinowaki y Benedict: ampliar el sentido de la
vida. Y eso es lo que sucederá si las cosas siguen así; y en cambio, si el escarbar a ciegas (“no
pienses sobre la etnografía, haz etnografía”) o el escapismo (“no hagas etnografía, sólo piensa acerca
de ella”) pueden evitarse, aún hay posibilidades. Todo lo que se necesita es un arte similar. Decir
que es arte —y no sólo una forma inferior de actuación, semejante a una especialización mecánica,
o bien algo superior, del orden del esclarecimiento filosófico— lo que inmediatamente aparece
implicado en el mantenimiento del género, es también decir que no hay forma de evadirse del
peso de la autoría, por grande que este peso se haya hecho; no hay forma de desplazar esta
responsabilidad hacia el “método”, el “lenguaje” o (una especialmente popular maniobra del
momento) hacia “las gentes mismas” redescritas ahora (“reapropiadas”, sería el término más
adecuado) como coautores. Si una forma hay de contrarrestar la concepción de la etnografía como
257
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
un acto inicuo o un juego imposible de jugar, consistiría en suscribir el hecho de que, al igual que
la mecánica cuántica y la ópera italiana, se trata de una obra de la imaginación, menos extravagante
que la primera y menos metódica que la segunda. La responsabilidad de la etnografía, o su
validación, no debe situarse en otro terreno que el de los contadores de historias que la soñaron.
Argüir (entiéndase bien, ya que al igual que la perspectiva aérea y el teorema de
Pitágoras, la cosa una vez vista no puede dejar de ser vista) que la escritura etnográfica implica
contar historias, hacer fotos, construir simbolismos y desplegar tropos, es algo que encuentra
resistencias, a menudo feroces, debido a la confusión, endémica en Occidente desde Platón, entre
lo imaginado y lo imaginario, lo nacional y lo falso, entre producir cosas y falsificarlas. La curiosa
idea de que la realidad tiene un dialecto en el que prefiere ser descrita, de que por su propia
naturaleza exige que hablemos de ella sin vaguedades —lo que es, es; una rosa es una rosa—,
ilusión, engaño o autoembobamiento, conduce a la aún más curiosa idea de que, perdido el
literalismo, el hecho también desaparece.
Esto no puede ser cierto, a menos que se supusiera que todos los textos analizados en este
libro, mayores y menores por igual (así como prácticamente todas las monografías que van
apareciendo), carecen por completo de cualquier referencia a lo real. La escritura simple del tipo
“esto es un halcón, qué es un serrucho” es en realidad bastante rara más allá del nivel del
informe sobre el terreno o la encuesta tropical, y no es ciertamente sobre este tipo de trabajos de
maniobras sobre lo que la etnografía funda su pretensión de reconocimiento general, sino sobre las
relumbrantes torres construidas por los émulos de Lévi-Strauss, Malinowski, Evans-Pritchard y
Benedict. La pretensión de observar el mundo directamente, como a través de una pantalla
orientada en un único sentido, viendo a los otros tal como son cuando sólo Dios los ve, está en
realidad bastante extendida. Pero se trata más bien de una estrategia retórica, un modo de
persuasión; un modo que quizá sea difícil abandonar del todo y a la vez conseguir que sea legible,
o que aún se siga manteniendo a pesar de su difícil legibilidad. No resulta claro qué tipo de
“partido” habrá de adoptar una escritura imaginativa sobre gentes reales en sitios reales y
tiempos reales, más allá de lo que pueda ser un inteligente etiquetado; pero sin duda alguna la an-
tropología tendrá que dar pronto con él, si quiere continuar siendo considerada como una fuerza
intelectual en la cultura contemporánea, si su condición mulesca (pregonado tío materno científico,
vergonzante padre literario) no termina por conducirla a la esterilidad de las muías.
La naturaleza “intermediaria” de casi la mayor parte de los escritos etnográficos, a
medio camino entre textos saturados de autoría, como David Copperfield, y textos vaciados de ella,
como “sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento” (por volver sobre la presunción
258
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
con que esta investigación comenzó), sigue siendo tan crucial, ahora que los antropólogos se hallan
cogidos entre la vasta reorganización de las relaciones políticas mundiales y el no menos amplio
replanteamiento de lo que debe considerarse que es la “descripción”, como lo fue cuando la
primera apenas había empezado y el segundo no había empezado en absoluto. Su tarea sigue
siendo demostrar, o más exactamente demostrar de nuevo, en diferentes momentos y con diferen-
tes medios, que la descripción del modo en que otros viven, que no se presenta ni como cuentos
sobre cosas que nunca ocurrieron, ni como informes sobre fenómenos medibles producidos por
fuerzas calculables, aún puede inducir a la conteción. Los modos mitopoyéticos de discurso (La
Divina Comedia, Caperucita Roja), al igual que los modos objetivistas (El origen de las especies,
El calendario zaragozano) tienen una adecuación específica a sus propios fines. Pero, dejando
de lado algunas rarezas, la etnografía, ahora como siempre, ni trata sus materiales como ocasiones
para revelaciones engañosas, ni los representa como emergiendo de manera natural de un mundo
absolutizado.
Hay ciertos peligros en contemplar la vocación antropológica como fundamentalmente
literaria en determinados aspectos. Puede llegar a concebirse la empresa como volcada, al igual
que ciertas variedades de la filosofía lingüística, sobre el significado de las palabras, siendo sus
temas centrales todos de tipo conceptual, interminablemente diseccionados e irresueltos: “¿Qué
es (o dónde está) la cultura?”, “¿puede decirse que la sociedad es la causa de la conducta?”;
“¿existe el parentesco?”; “¿piensan las instituciones?”. Puede llegar a concebírsela como algo
relacionado con la mera seducción verbal: un artificio retórico destinado a mover mercancías
intelectuales en un mercado competitivo. O, tal vez, de manera muy popular, ahora que el
mundo parece poblado de hipocresías de clase, falsas conciencias y agendas secretas, puede
llegar a considerarse como una ideología (jerárquica) disfrazada de ciencia (desapasionada),
una máscara que hay que destruir, una impostura que hay que develar. Y ahí está también,
como siempre que se atiende al estilo y se subraya el género, el riesgo del esteticismo, la
posibilidad de que tanto los etnógrafos como su público puedan llegar a creer que el valor
que tiene escribir sobre el tatuaje o la brujería se agota en sí mismo, en el placer del texto,
sin mayor trascendencia. La antropología como buena para leer.
Pero son riesgos que hay que correr, y no sólo porque determinados problemas
centrales vienen a discurrir sobre el tipo de juegos lingüísticos que decidimos usar, o porque
ni el ensalzamiento del producto ni la tendenciosidad del argumento resultan del todo
desconocidos en la creciente y desesperada rebatiña dominante, o bien porque la escritura
deleitable tiene algo que decir en su favor, al menos tanto como pueda decirse contra la
259
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
escritura para la intimidación. Los riesgos merecen la pena, porque correrlos conduce a una
concienzuda revisión de nuestra comprensión de lo que significa abrir (un poco) la
conciencia de un grupo a (parte de) la forma de vida de otro, y por esta vía a (parte de) la
suya propia. Ello significa (una tarea en la que ya es mucho no fracasar del todo) inscribir
un presente, trasmitir con palabras “cómo es” estar en algún lugar concreto de la cadena vital
del mundo: Aquí, como dijo Pascal, en vez de allí, ahora, en vez de
entonces.7 Aparte de oirás muchas cosas —búsqueda experiencia malinowskiana, rabioso
deseo de orden a lo Lévi Strauss, ironía “benedictina” o reafirmación cultural a lo Evans-
Prilchard— la etnografía es siempre y sobre todo traslación de lo actual, vitalidad traducida en
palabras.
Esta capacidad de persuadir a los lectores (en su mayor parte académicos,
prácticamente todos integrados al menos en parte en esa forma de existencia evasivamente
llamada “moderna”) de que lo que están leyendo es una relación auténtica escrita por alguien
personalmente familiarizado con la forma en que la vida actúa en determinado lugar, en
determinado tiempo, en el interior de determinado grupo, constituye la base sobre la que
todo lo demás que la etnografía pretende hacer —analizar, explicar, divertir, desconcertar,
celebrar, edificar, excusar, asombrar, subvertir— descansa en último término.8 La conexión
textual entre Estar Allí y Estar Aquí de la antropología, la construcción imaginativa de un terreno
común entre el Escribir en y el Escribir acerca de (que remiten hoy día, como ya se ha dicho, con
bastante frecuencia a la misma gente representada según diferentes marcos mentales) es la fons et
origo de cualquier poder que la antropología pueda tener de convencer a alguien de algo, y no
la teoría, el método, ni siquiera el aura de la cátedra profesoral, por consecuentes que puedan ser.
La construcción de este terreno común, ahora que los presupuestos ingenuos sobre la
convergencia de intereses entre gentes (sexos, razas, clases, cultos de desigual poder han sido
7
No solo, por supuesto, en forma de palabras: los films y los museos también juegan en esto un papel, aunque sea de
tipo ancillary. Tampoco necesita el presente inscrito ser contemporáneo, instantáneo o exótico; hay una etnográfica de
cómo eran las cosas entre pueblos ya desaparecidos, de las vicisitudes de determinadas sociedades a lo largo de un
prolongado espacio de tiempo y de grupos a los que el propio etnógrafo pertenece, todos los cuales plantean problemas
específicos (incluyendo concepciones alternativas de lo que quiere decir Estar Allí), pero no muy desemejantes. Para un
análisis de la idea del como es, ser alguien distinto, e igualmente uno mismo, como motivo etnográfico, vease C. Geertz.
The Uses of Diversity, en S. Mcmurrin (ed.), The Tanner Lectures on Human Values, Vol 7, Cambridge, 1986, pp. 253-
274. El tropo como es ser un… esta por supuesto tomado y (parodiado) del articulo seminal de Thomas Nagel, ¿What It
Is Like to be a bat?, Philosophical Review 83 (1979), pp. 435-451 (trad. Como es ser un murciélago en D. R. Hofstadter y
D. C. Dennet (eds.), El ojo y la mente, Buenos Aires, Sudamericana, 1983).
8
Nuevamente hay que advertir de manera explícita que la etnografía puede ser de Segundo orden (como ocurre en su
mayor parte con Lévi-Strauss y Benedict), y el efecto Estar Allí, ser por tanto derivativo. Gran parte de la historia
etnografiada que tan popular se ha hecho últimamente. E. Le Roi Ladurie, Montaillou, Londres, 1978, originalmente
publicado en 1975 (trad: Montaillou, aldea occitana de 1294 a 1324, Madrid, Taurus, 1981) y Carnaval in Romans, Nueva
Cork, 1980, originalmente publicado en 1976; Robert Danton The Great Cat Massacre, Nueva Cork, 1986; Rhys Isaac,
The Transformation of Virginia, 1740-1790, Chapell Hill, N.C., 1982; Natalie Z. Davis, The Return of Martin Guerre,
Cambridge, Mass, 1983 (trad, El regreso de Martin Guerre, Barcelona, Antoni Bosch Ed. 1984) reposa en gran medida en
un efecto producido por supuesto, no mediante la representación del autor como habiendo estado alli sino fundado en los
análisis de las revelaciones experienciales de gente que si estuvo ahí.
260
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
261
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
dogmática. Al igual que los poemas y las hipótesis, las obras etnográficas sólo pueden
juzgarse ex post, una vez que alguien las haya traído al ser. Pero, por todo ello, parece
verosímil que, sea cual sea el uso que se dé a los textos etnográficos en el futuro, si de
hecho llega a dárseles alguno, implicará indudablemente la facilitación de comunicaciones
entre los lineamientos societarios —étnicos, raciales, religiosos, sexuales, lingüísticos, raciales
— que han venido haciéndose cada vez más matizados, inmediatos e irregulares. El objetivo
inmediato que se impone (al menos eso me parece a mí) no es ni la construcción de una
especie de cultura-esperanto, la cultura de los aeropuertos y los moteles, ni la invención de
una vasta tecnología de la administración de lo humano. Es más bien la ampliación de
posibilidades del discurso inteligible entre gentes tan distintas entre sí en lo que hace a
intereses, perspectivas, riqueza y poder, pero integradas en un mundo donde, sumidos en una
interminable red de conexiones, resulta cada vez más difícil no acabar tropezándose.
Este mundo en que vivimos, configurado por un espectro graduado de mezcladas
diferencias, es el mundo en el que los posibles fundadores de discursividad deben operar,
ahora, y deberán hacerlo probablemente por algún tiempo más. Lévi-Strauss, Evans-Pritchard,
Malinowski y Benedict operaron en un mundo hecho de una yuxtaposición discontinua de
diferencias separadas (los bororo, los zande, los zuñi, los trobiandeses), y a su vez los
grandes polihistoriadores a los que desplazaron (Tylor, Morgan, Frazer, etc.) operaban en un
mundo dicotomizado entre un creciente número de civilizados y un cada vez más improbable
número de salvajes. Los Allí y los Aquí están hoy mucho menos aislados, mucho menos
bien definidos, mucho menos espectacularmente contrastados (aunque lo están profunda-
mente a la vez), y han cambiado nuevamente de naturaleza. Si la empresa —de crear obras
que relacionen unos y otros de manera más o menos inteligible— mantiene aún una
continuidad reconocible, el modo de realizarla, con lo que realizarla quiera decir, debe
claramente ser distinto. Los etnógrafos tienen que vérselas hoy en día con realidades que ni el
enciclopedismo ni el monografismo, ni los informes mundiales, ni los estudios tribales, pueden
afrontar de manera práctica: Habiendo surgido algo nuevo, tanto “sobre el terreno” como en
la “academia”, es algo nuevo también lo que debe aparecer en la página escrita.
Ciertos signos de que este hecho empieza a ser vagamente apreciado, si no plenamente
comprendido, pueden hallarse en los más diversos lugares de la reciente antropología, y se
están llevando a cabo esfuerzos, algunos de ellos impresionantes, aunque los más no tanto,
para ponerse a la altura de las circunstancias. El presente estado de las cosas en este terreno
263
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
es a la vez caótico e imaginativo, azaroso y variopinto.10 Pero ya ha sido así en otras ocasiones
y pudo hallarse un camino. Lo que nunca ha sido la etnografía, y, apoyada en la
autoconfíanza moral e intelectual de la civilización Occidental, no tenía por qué serlo, es
consciente de sus fuentes de poder. Para poder prosperar hoy día, con tal confianza bastante
trastocada, debe tomar conciencia de ellas. El análisis de cómo consigue sus efectos y cuáles
son éstos, de la antropología escrita, no puede seguir siendo una cuestión marginal,
minimizada por los problemas de método y las discusiones teóricas. Esto, y la pregunta de
Ema Wayish, están muy cerca de constituir el núcleo del asunto.
Clifford Geertz
El surgimiento de la antropología posmoderna, Gedisa, México, pp. 63-70.
10
Valoraciones más específicas resultarían aquí injustas y prematuras. Mi visión general del campo en este momento
puede encontrarse en Waddling In, Times Literary Supplement, 7 de junio de 1985 (n. 4288), pp. 623-624 (trad. El
reconocimiento de la antropología, en Cuadernos del Norte, n. 35, enero-febrero de 1986).
264
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
I
Ciertas verdades sobre las ciencias sociales parecen hoy en día autoevidentes. Una de ellas es que
en años recientes ha habido una enorme mezcla de generos en la ciencia social, así como en la
vida intelectual en general, y que tal confusión de clases continúa todavía. Otra es que muchos
científicos sociales se han apartado de un ideal de explicación de leyes y ejemplos hacia otro ideal
de casos-interpretaciones, buscando menos la clase de cosas que vincula planetas y péndulos y
más la clase de cosas que conecta crisantemos y espadas. Otra verdad es que las antropologías
que se trazan desde las humanidades están comenzando a jugar el mismo tipo de papel en
comprensión sociológica que las analogías trazadas desde las analogías desde las industrias y la
tecnología han jugado, desde hace tiempo, en la comprensión de los fenómenos físicos. No sólo
pienso que estas cosas son ciertas, sino que pienso que son verdad en su conjunto,
simultáneamente; el giro cultural que hace que esto sea así es el lema de este ensayo: la
refiguración del pensamiento social.
Esta confusión de géneros es más que el hecho de que Harry Houdini o Richard Nixon se
vuelvan de pronto personajes de novela, o que las juergas mortíferas del medio oeste se describan
como si las hubiera imaginado un novelista gótico. Se trata de que las investigaciones filosóficas
parecen críticas literarias (piénsese en Stanley Gavell escribiendo sobre Beeket o Thoreau, en
Sartre escribiendo sobre Flaubert), las discusiones científicas se asemejan a fragmentos de bellas
letras (Lewis Thomas, Loren Eiseley), fantasías barrocas se presentan como observaciones
empíricas inexpresivas (Borges, Barthelme), aparecen historias que consisten en ecuaciones y
tablas o en testimonios jurídicos (Fogel y Engerman, Le Roi Ladurie), documentos que parecen
confesiones verdaderas (Mailer), parábolas que pasan por ser etnografías (Castaneda), tratados
teóricos expuestos como recuerdos de viaje (Lévi-Strauss), argumentos ideológicos presentados
como investigaciones historiográficas (Edwin Said), estudios epistemológicos construidos como
tratados políticos (Paul Feyerabend), polémicas metodológicas arregladas como si fueran
memorias personales (James Watson). El fuego pálido de Nabokov, ese objeto imposible hecho
de poesía y ficción, notas al pie de página e imágenes de la clínica, se asemeja a los tiempos que
corren; lo único que falta es teoría cuántica en verso o biografía expresada en álgebra.
Por supuesto, en cierta medida este tipo de cosas se hizo siempre: Lucrecio, Mandeville y
Erasmus Darwin expusieron todas sus teorías en rima. Pero la actual mezcolanza de variedades de
discurso se ha incrementado hasta un punto en que resulta difícil ya sea rotular a los autores (¿qué
es Foucault? ¿un historiador, un filósofo, un teorizador político? ¿Qué es Thomas Kuhn? ¿un
historiador, un filósofo, un sociólogo del conocimiento?) O bien clasificar las obras (¿qué es
265
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
después de Babel de George Steiner? ¿lingüística, crítica, historia cultural? ¿Y qué es On Being
Blue de William Gass? ¿Un tratado una charla, una apologética?). Esto es mucho más que una
cuestión de deportes raros y curiosidades ocasionales, o que el hecho admitido de que lo
innovador es, por definición, difícil de categorizar. Es un fenómeno lo suficientemente general y
distintivo como para sugerir que lo que estamos viendo no es simplemente otro tratado del mapa
cultural —el movimiento de unas pocas fronteras en disputa, el dibujo de algunos pintorescos
lagos de montaña— sino una alteración de los principios mismos del mapeado. Algo le está
sucediendo al modo en que pensamos sobre el modo en que pensamos.
No necesitamos aceptar herméticas visiones de la éciture como un montón de signos
significando signos, o abandonarnos tan por completo al placer del texto que su significado
desaparezca en nuestras respuestas, para advertir que a nuestro modo de ver lo que escribimos y
lo que leemos le ha llegado el momento de un ajuste distintivamente democrático. Las
propiedades que conectan los textos entre sí, que de alguna manera los ponen ontológicamente al
mismo nivel, están pareciendo tan importantes para caracterizarlos como aquellas propiedades
que los dividen. Y más que enfrentados a una matriz de clases culturales, de tipos fijos divididos
por diferencias culturales tajantes, más y más nos vemos nosotros mismos rodeados por un campo
enorme y casi continuo de obras diversamente pensadas y variadamente construidas; obras que
sólo podemos ordenar práctica y relacionalmete, según nos impulsen nuestros propósitos. No se
trata de que no tengamos más convenciones de interpretación; tenemos más que nunca
construidas —y a menudo mal construidas—para acomodar una situación que al mismo tiempo es
fluidos, plural, descentrada y fundamentalmente ingobernable.
En lo que a las ciencias sociales concierne, todo esto significa que su tan lamentada falta
de carácter ya no las pone aparte de las demás. Incluso ahora es más difícil de lo que siempre ha
sido considerarlas como ciencias naturales subdesarrolladas, que esperan solamente tiempo y
ayuda de ámbitos más avanzados para endurecerse; o como usurpadoras ignorantes y pretenciosas
de la misión de las humanidades, que prometen certidumbre allí donde no puede haber ninguna; o
como algo que comprende una empresa claramente distintiva, una tercera cultura entre las dos
culturas canónicas de Snow. Pero todo esto es para bien: liberados de tener que llegar a ser
taxonómicamente honorables, puesto que nadie más lo es, los individuos que se piensan a sí
mismos como científicos sociales (o conductuales, o humanos, o culturales) son libres ahora de
dar a su trabajo la forma que deseen en términos de sus necesidades, más que en términos de
ideas heredadas sobre la forma en que eso debe o no debe ser hecho. Lo que Clyde Kluckhohn
dijo alguna vez sobre la antropología —que es una licenciada para la caza intelectual furtiva—
266
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
no sólo parece más verdad ahora que cuando él lo dijo, sino que parece verdad con respecto a un
montón de cosas aparte de la antropología. Nacidas omniformes, las ciencias sociales prosperan a
medida que la condición que he descrito se toma general.
De esta manera, los científicos sociales se han dado cuenta de que no necesitan imitar a
los científicos o a los humanistas de gabinete, ni inventar un nuevo ámbito del ser que oficie
como el objeto de sus investigaciones. En vez de eso, pueden proceder según su vocación,
tratando de descubrir un orden en la vida colectiva, y decidir de qué manera lo que ellos
estuvieron haciendo se conecta con otras empresas relacionadas, si es que se las arreglan para
conseguir alguna que ya esté hecha. Y muchos de ellos han asumido una actitud esencialmente
hermenéutica, o si esta palabra asusta, evocando imágenes de zelotes bíblicos, embaucadores
literarios y profesores teutónicos, “interpretativa”. Dada la nueva dispersión del género, muchos
han adoptado otras estrategias: estructuralismo, neopositivismo, neomarxismo, micro-micro
descriptivismo, macro-macro construcción de sistemas, y esa curiosa combinación de sentido y
sinsentido común que es la sociobiología. Pero la tendencia hacia una concepción de la vida
social como algo que está organizado en términos de símbolos (signos, representaciones,
signifiantes, Darstellungen... la terminología es variada), cuyo significado (sentido, valor,
signification, Bedeutung) debemos captar si es que queremos comprender esa organización y
formular sus principios, han crecido hasta alcanzar proporciones formidables. Los bosques están
llenos de intérpretes ansiosos.
La explicación interpretativa —y es una forma de explicación, y no sólo glosografía
exaltada— encarrila su atención sobre lo que las instituciones, las acciones, las imágenes, las
expresiones, los sucesos, las costumbres y todos los objetos habituales de interés científico-social,
significan para aquellos cuyas instituciones, acciones, costumbres, etcétera, son. Como resultado,
la explicación interpretativa se expresa no en leyes como la de Boyle, o en fuerzas como la de
Volta, o en mecanismos como el de Darwin, sino en construcciones como las de Burkhardt,
Weber, Freud: aperturas sistemáticas del mundo conceptual en que los condottiere, los calvinistas
o los paranoides viven.
Este estilo de estas construcciones es variado: Burckhardt retrata, Weber modela, Freud
diagnostica. Pero todas ellas representan intentos para formular la forma en que este pueblo o
aquél, este periodo o aquél, esta persona o aquélla tienen sentido para sí mismos, y,
comprendiendo eso, qué podemos comprender nosotros sobre el orden social, el cambio histórico
o el funcionamiento psíquico en general. La indagación se dirige hacia casos o conjuntos de casos
267
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
y hacia los rasgos particulares que los singularizan; pero estos propósitos son de tan largo alcance
como los de la mecánica o fisiología: distinguir los materiales de la experiencia humana.
Junto con tales objetivos y tales maneras de alcanzarlos, vienen así mismo algunas
novedades de retórica analítica, en los tropos y en la imaginería de la explicación. Como la teoría
—científica a lo que fuere— se mueve principalmente por la analogía, por comprehensión “como
si” de lo menos inteligible por lo más inteligible (la tierra vista “como si” fuera un magneto, el
corazón como una bomba, la luz como una onda, el cerebro como una computadora, el espacio
como un globo), cuando el curso de la teoría cambia, las convenciones con las que ella se expresa
varían también. En las etapas iniciales de las ciencias naturales, antes de que las analogías
llegaran a ser tan pesadamente intramurales —y en aquellas ciencias ( la cibernética, la
neurología) en que todavía no lo son— ha sido el mundo de las artes y oficios, y posteriormente
el de la industria el que proporcionó el mayor número de las realidades bien comprendidas (bien
comprendidas porque, certum quod factum —como decía Vico— el hombre las había hecho) con
las que las mal comprendidas (mal comprendidas porque no las había hecho el hombre) podían
ser llevadas al círculo de lo conocido. La ciencia debe más a la máquina de vapor de lo que la
máquina de vapor debe a la ciencia; sin el arte del tintorero no habría habido química; la
metalurgia ha sido teorizada por la minería. En las ciencias sociales, o por lo menos en aquellas
que han abandonado una concepción reduccionista de su objeto, las analogías provienen ahora
más de los artefactos de la performance cultural que de los de la manipulación física: proviene del
teatro, la pintura, la gramática, la literatura, la ley, el juego. Lo que la palanca hizo por la física,
las movidas de ajedrez prometen hacer por la sociología.
Las promesas no siempre se mantienen, pos supuesto, y cuando lo hacen a menudo
sucede que se tornan amenazas. Pero el moldeado de las ciencias sociales en términos más
familiares a los jugadores y a los estetas que a los fontaneros y a los ingenieros; está claramente
encaminado. Este recuso a las humanidades en busca de analogías explicatorias es al mismo
tiempo evidencia de la desestabilización de los géneros y del surgimiento del “giro
interpretativo”; y su resultado más visible es un estilo modificado de discurso en los estudios
sociales. Los instrumentos de razonamiento están cambiando, y cada vez se representa menos a la
sociedad como una máquina elaborada o como un cuasi organismo, que como un juego serio, un
drama callejero o un texto conductista.
268
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
II
Toda esa confusión acerca de las propiedades de la composición, la indagación y la explicación
representa, por supuesto, una alteración radical de la imaginación sociológica que la impulsa
hacia direcciones que son a la vez difíciles y poco familiares. Y al igual que tantos otros cambios
de moda, es tan probable que la conduzcan a la oscuridad y a la ilusión como que lo hagan a la
precisión ya la verdad. Para que el resultado no sea cháchara elaborada o delirio de alto vuelo, se
deberá desarrollar una conciencia crítica y dado que tenemos que pedir prestado a las
humanidades mucho más de la imaginería, del método, de la teoría y del estilo de lo que fuera el
caso anteriormente, todo eso deberá provenir más de los humanistas y de sus apologistas que de
los científicos naturales y los suyos. Y para decir lo menos, es un hecho que los humanistas,
después de años de considerar a los científicos sociales como tecnólogos o como entrometidos,
están mal equipados para esta finalidad.
Los científicos sociales, que acaban de liberarse —y sólo parcialmente— de los sueños
de la física social, las leyes envolventes, la ciencia unificada, el operacionalismo y todo eso,
difícilmente lo estén mejor. Para ellos, la confusión general de las identidades vocacionales no
podía haber llegado en un momento más oportuno. Si los científicos sociales están por desarrollar
sistemas de análisis en los cuales concepciones tales como la de seguir una regla, construir
representaciones, expresar una actitud o formar una intención van a jugar con rol central (más que
concepciones tales como la de aislar una causa, determinar una variable, medir una fuerza o
definir una función), necesitaran toda la ayuda que puedan obtener de esa gente que se encuentra
más cómoda entre tales nociones de lo que se encuentran ellos. No es hermandad
interdisciplinaria lo que se necesita, ni es tampoco un eclecticismo menos petulante: es el
reconocimiento, por ambas partes, de que las líneas que agrupan a los estudiosos en áreas
intelectuales o, lo que es lo mismo, que los clasifican en comunidades diferentes, en los días que
corren poseen ángulos enormemente excéntricos.
El punto en el cual las reflexiones de los humanistas sobre las prácticas de los científicos
sociales parecen más urgentes, es el que concierne al despliegue, en el análisis social, de modelos
trazados a partir de dominios humanistas: ese “cauteloso razonamiento según analogías”, como
los llamaba Locke, que “a menudo nos conduce al descubrimiento de verdades y producciones
útiles que de otro modo hubieran permanecido ocultas”. (Locke estaba hablando de frotar dos
varas entre sí para provocar fuego y de la teoría calórica de la fricción atómica, aunque la
sociedad comercial y el contrato societario también le habrían servido como imágenes.) Mantener
269
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
el razonamiento cauteloso, y por ende útil, y por ende verdadero, es, por así decirlo, el nombre del
juego.
La analogía del juego es tanto cada vez más popular en la teoría social contemporánea
como cada vez más necesitada de examen crítico. El impulso para observar una u otra clase de
conducta social como una y otra clase de juego proviene de cierto número de fuentes (no
excluyéndose, quizá, la prominencia de los espectáculos deportivos en la sociedad de masas).
Pero la más importante de estas fuentes es la concepción de Wittgenstein de las formas de vida
como juegos de lenguaje, al lado de la concepción lúdica de la cultura de Huizinga y de las
nuevas estrategias de La teoría de los juegos y la conducta económica de Von Neumann y
Morgenstern. De Wittgenstein proviene la noción de la acción internacional como algo “que sigue
una regla”; de Huizinga la concepción del juego como la forma paradigmática de la vida
colectiva; de Von Neumann y Morgenstein la concepción de la conducta social como una
maniobra recíproca en pos de beneficios distributivos. Tomadas en conjunto, estas concepciones
conducen a un excitado y excitante estilo de interpretación en ciencias sociales que combinan un
fuerte sentido de ordenamiento formal de las cosas con un sentido igualmente fuerte de la radical
arbitrariedad de ese orden: inevitabilidad de las movidas de ajedrez, que podrían asimismo
haberse desarrollado de otra manera.
Los escritos de Erving Goffman —quizás el más celebrado sociólogo norteamericano del
momento, y por cierto el más ingenioso— por ejemplo, descansan casi enteramente sobre la
analogía del juego. (Goffman también emplea extensivamente el lenguaje de la escena, pero como
su visión del teatro es la de un juego extrañamente amanerado —ping pong en máscaras— su
trabajo, básicamente, no es verdaderamente dramatúrgico.) Goffman aplica la imaginería del
juego a casi todo lo que cae en sus manos, lo cual —puesto que él no es demasiado respetuoso de
los derechos de propiedad— es bastante. El ir y venir de las mentiras, las metamentiras, las
verdades increíbles, las amenazas, las torturas, los sobornos y el correo clandestino que
comprende el mundo del espionaje aparece construido como un juego de expresión; un carnaval
de decepciones casi como la vida en general, porque —como lo expresa en una frase que podría
haber sido de Conrad o de Le Carré— “los agentes son un poco como nosotros, y todos nosotros
somos un poco como los agentes”. La etiqueta, la diplomacia, el crimen, las finanzas, la
publicidad, la ley, la seducción y la solemnidad burlona de lo cotidiano, son entrevistos como
juegos de información, estructuras laberínticas de jugadores, juegos, movidas, posiciones,
señales, estados de información, apuestas y ganancias, en las cuales sólo los mejores jugadores,
aquéllos ansiosos y capaces de fingirlo todo, prosperan.
270
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
271
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
La analogía del juego no es una visión de las cosas que pueda llegar a agradar a los
humanistas, quienes piensan que la gente no obedece reglas y no intriga en buscar ventajas, sino
que actúa libremente y realiza sus más bellas capacidades. Pero que esa analogía parece explicar
muchas cosas sobre muchos aspectos de la vida moderna, y de diversas maneras parece también
atrapar su tono, es difícil de negar. (“Si tú no puedes soportar el maquiavelismo”, decía una
reciente historieta del New Yorker, “vete fuera de esta intriga”.) De este modo, si la analogía ha
de ser recusada, no debería ser por puro desprecio, por rehusarse a mirar a través del telescopio o
por reafirmaciones apasionadas de verdades sacrosantas, citando las escrituras para refutar el sol.
Es necesario descender a los detalles del asunto, examinar los estudios y criticar las
interpretaciones, ya sean la de Goffman sobre el crimen como un juego de apuestas, las de Harold
Garfinkel sobre el cambio sexual como juego de identidad, las de Gregory Bateson sobre la
esquizofrenia como confusión de reglas, o las mías propias sobre los complicados sucesos en un
bazar de Medio Oriente como una contienda de información. A medida que la teoría social se
vuelve de las metáforas propulsivas (el lenguaje de los pistones) hacia las metáforas lúdicas (el
lenguaje de los pasatiempos), las humanidades se conectan a sus argumentos no a la manera de
escépticos mirones sino, al igual que la fuente de su imaginaría, como cómplices imputables.
III
La analogía dramática para la vida social ha estado en uso de una manera circunstancial durante
mucho tiempo (todo el mundo es un escenario y nosotros no somos más que ejecutantes que se
contonean, etc). Y los términos del escenario, y más que nada el de “rol”, han sido materias
primas del discurso sociológico desde por lo menos la década de 1930. Lo que es relativamente
nuevo (nuevo, aunque no sin precedentes) es un par de cosas. Primero, todo el peso de la analogía
se está aplicando intensiva y sistemáticamente, en lugar de desplegarse gradualmente, unas pocas
alusiones allí, unos pocos tropos allá. Y en segundo lugar, cada vez se lo aplica menos de modo
peyorativo (“mero espectáculo”, máscaras y mojiganga) y más de una manera constructiva,
genuinamente dramatúrgica: hacer y no fingir (making, not faking), como lo ha dicho el
antropólogo Víctor Turner.
Los dos desarrollos están ligados, pos supuesto, un punto de vista construccionista de lo
que es el teatro (esto es, poiesis) implica que una perspectiva dramática es las ciencias sociales
necesita hacer algo más que señalar que todos tenemos nuestras entradas y salidas, que todos
ejecutamos partes, perdemos el pie y amamos la ostentación. Puede que el mundo sea un Barnum
272
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
and Bailey o puede que no, nosotros podemos ser o no sombras ambulantes; pero tomar la
analogía del drama seriamente involucra sondear, por detrás de tales ironías familiares, los
mecanismos expresivos que hacen que la vida colectiva parezca lo que parece. El problema con
las analogías —y ésta es también su gloria— es que ellas conectan lo que comparan en ambas
direcciones. Habiendo jugueteado con el lenguaje del teatro, algunos científicos sociales se
encuentran ellos mismos enredados en los espirales de su estética.
Tal aprovechamiento exhaustivo de la analogía del drama en la teoría social —como una
analogía, no como una metáfora incidental— se ha originado en fuentes de las humanidades no
conmensurables en su totalidad. Por un lado está la así llamada teoría ritual del drama, asociada
con figuras diversas tales como Jane Harrison, Francis Ferguson, T.S. Eliot y Antonin Artaud.
Por el otro está la acción simbólica (el “dramatismo”, como él lo llama) del teórico literario y
filosofo norteamericano Kenneth Burke, cuya influencia en los Estados Unidos es a la vez
enorme y (dado que casi nadie utiliza actualmente su barroco vocabulario, con sus reducciones,
proporciones, etc.) elusiva. El problema es que estas estrategias empujan en direcciones más bien
opuestas: la teoría ritual hacia las afinidades del teatro y la religión (el drama como comunión, el
tiempo como escenario). Y esto deja la base de la analogía —precisamente, lo que hay de similar
entre el theatron y el ágora— en un punto difícil de focalizar. Que la liturgia y la ideología son
históricas es suficientemente obvio, como lo es la etiqueta y la publicidad lo son. Pero qué
significa esto no lo es tanto.
Probablemente el abogado más eminente de la estrategia de la teoría ritual en las ciencias
sociales en este momento es Víctor Turner. Un antropólogo formado en Gran Bretaña, reformado
en América, Turner, en una notable serie de trabajos que apuntan a la vida ceremonial de una
tribu de África Central, ha desarrollado una concepción del drama social como proceso
regenerativo que (de una manera parecida a los juegos sociales de Goffman concebidos como
interacción estratégica) ha congregado un número tan grande de investigadores como para
producir una escuela interpretativa distinta y poderosa.
Para Turner, los dramas sociales ocurren en “todos los niveles de la organización, del
estado a la familia”. Esos dramas se originan en situaciones de conflicto (una aldea se divide en
facciones, un marido golpea a su esposa, una región se levanta en contra del estado) y proceden
hasta su desenlace a través de conductas públicamente ejecutadas y convencionales. A medida
que el conflicto se agrava hasta la crisis y la excitada fluidez de una emoción exaltada, en la que
la gente se siéntela mismo tiempo compartiendo un estado de animo común y liberada de sus
amarras sociales, se invocan formas ritualizadas de autoridad, litigios, contiendas, sacrificios,
273
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
274
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
sola proposición (plus ca change, plus c’est le meme changement). Si los dramas son, para
adaptar una frase de Susanne Langer, poemas a modo de acciones, algo se pierde: lo que el poema
dice exacta y socialmente.
Son las estrategias de la acción simbólica las que están diseñadas para llevar a cabo este
desvelamiento del significado ejecutado. Aquí no hay un solo nombre para citar, sino un creciente
catálogo de estudios particulares, algunos de los cuales dependen de Kenneth Burke, y algunos de
Ernst Cassirer, Northrop Frye, Michel Foucault o Emile Durkheim, y que se ocupan de decir qué
es lo que dicen algún fragmento del decir actuado: una coronación, un sermón, un motín, una
ejecución. Si los teóricos del ritual, con sus ojos sobre la experiencia, tienden a ser erizos, los
teóricos de la acción simbólica, con sus ojos sobre la expresión, tienden a ser zorros.
Dada la naturaleza dialéctica de las cosas, todos necesitamos oponente, y estas clases de
estrategias son esenciales. Lo que mayormente buscamos ahora es alguna forma de sintetizarlas.
En mi propio análisis (a punto de publicarse) sobre la política india tradicional en Bali —citado
aquí no por que sea ejemplar, sino porque es mío— he tratado de abordar ese problema. En ese
análisis me ocupo por un lado (el lado burkeano) de demostrar cómo todo, desde la organización
del grupo de parentesco, el comercio, la ley consuetudinaria y el control del agua a la mitología,
la arquitectura, la iconografía y la cremación, se combina en una afirmación dramatizada de una
forma distinta de teoría política, una concepciopn particular de lo que son o deberían ser el status,
el poder, la autoridad. Es decir, una réplica del mundo de los dioses que es al mismo tiempo un
molde para el mundo de los hombres. El estado corporiza una imagen del hombre que al ser un
modelo para sus espectadores, en y por sí mismo, ordena la sociedad. Por el otro lado (el lado de
Turner), como el público no sólo observa las expresiones del fausto como espectadores
boquiabiertos, sino que es atrapado corporalmente en ellas (especialmente en las ceremonias
grandes y masivas, óperas políticas de dimensiones borgoñonas, que forman el núcleo), este
poder del drama para moldear la experiencia —“nos rendimos y somos cambiados” —es la fuerza
poderosa que mantiene unido lo político. Forma reiterada, representada por su propia audiencia,
que hace (hasta cierto punto, porque ningún teatro funciona totalmente) la teoría-hecho.
Lo que deseo resaltar es que quienes pretenden juzgar sobre este tipo de trabajos deberían
ser humanistas que reconocidamente sepan algo sobre lo que es el teatro, la mimesis y retórica; y
no solamente en lo que respecta a mi trabajo, sino al de la corriente cada vez más amplia de
análisis de los procesos sociales, en los cuales la analogía del drama gobierna de una manera u
otra. En un momento en el que los científicos sociales están charlando sobre actores, escenas,
tramas, representaciones y personajes, y los humanistas están barboteando sobre motivos,
275
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
autoridad, persuasión, intercambio y jerarquía, la línea entre ambos (por más tranquilizadora que
sea para el puritano que está de un lado y para el caballero que está del otro) parece más bien
incierta.
La analogía del texto adoptada ahora por los científicos sociales es, en cierta medida, la
más amplia de las recientes refiguraciones de la teoría social, la más atrevida y menos
desarrollada. Aun más que el “juego” o el “drama”, el “texto” es un término peligrosamente
desenfocado, y su aplicación a la acción social, a la conducta de la gente hacia otra gente,
involucra una continua torcedura conceptual, un momento particularmente extravagante del “ver
como”. Describir la conducta humana según la analogía del jugador y el oponente, o del actor y la
audiencia, parece, a pesar de sus trampas, más natural que describirla en términos el escritor y el
lector. Prima facie, la sugerencia de que las actividades de los espías, amantes, doctores brujos o
pacientes mentales son movidas o performances es seguramente mucho más plausible que la idea
de que son frases.
Pero la primera face es una guía dudosa cuando se trata de realizar analogías; si no lo
fuera, todavía estaríamos pensando del corazón como un horno y de los pulmones como fuelles.
La analogía del texto posee algunas ventajas poco evidentes, todavía insuficientemente conocidas,
y la disimilitud superficial entre el “estamos aquí, estamos allá” de la interacción social y la
sólida compostura de las líneas de una pagina es lo que le da —o le podría dar cuando este
desacuerdo se alinee— su fuerza interpretativa.
La clave para la transición del texto al análogo del texto, de la escritura como el discurso
a la acción como discurso es, como lo señaló Paul Ricoeur, el concepto de “inscripción”: la
fijación del significado. Cuando hablamos, nuestras frases se volatizan como sucesos al igual que
cualquier otra conducta; a menos que lo que digamos sea inscrito en escritura (o mediante algún
otro proceso establecido de registro), es tan evanescente como lo que hacemos. Si así se lo
inscribe, por supuesto que —como la juventud de Dorian Gray— pasa de todas maneras; pero por
lo menos su significado —lo dicho, no el decir— permanece hasta cierto punto y durante un
tiempo. Esto no es demasiado diferente en lo que respecta a la acción en general: su significado
puede persistir e una manera en que su realidad no puede.
La gran virtud de la extensión de la noción de texto más allá de las cosas escritas en papel
o esculpidas en piedra es que dirige la atención sobre este fenómeno: cómo se lleva a cabo la
inscripción de la acción, cuales son sus vehículos y cómo trabajan, y qué es lo que la fijación da
significado a partir del flujo de sucesos (la historia a partir de lo que sucede, el pensamiento a
partir de lo pensado, la cultura a partir de la conducta) implica para la interpretación sociológica.
276
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Contemplar las instituciones sociales, las costumbres sociales, los cambios sociales como
“legibles” en algún sentido implica modificar todo nuestro sentido sobre lo que es la
interpretación hacia modos de pensamiento más familiares al traductor, el exégeta a lo iconógrafo
que al administrador de tests, al analista factorial o al empadronador.
Todo esto se percibe con nitidez ejemplar en la obra de Alton Becker, un lingüista
comparativo, sobre el teatro de sombras javanés o wayang, como se le llama. Wayangear (no hay
otro verbo adecuado) es, como dice Becker, una forma de construir un texto, un modo de colocar
símbolos para construir una expresión. Para interpretarlo, para comprender no sólo lo que
significa, sino cómo es que lo hace, se necesita —dice— una nueva filología.
La filología, el estudio del lenguaje centrado en el texto (en contraste con la lingüística,
que se centra en la lengua), se ha ocupado tradicionalmente de hacer que los documentos
antiguos, o extranjeros, o esotéricos fueran accesible a aquellos para los cuales esos documentos
eran antiguos, o extranjeros o esotéricos. Se glosan los términos, se agregan notas, se escriben
comentarios cuando es necesario se hacen trascripciones y se traduce. Todo esto conduce a la
finalidad de producir una edición anotada tan legible como el filólogo pueda hacerla. El
significado se fija a un metanivel; lo que hace esencialmente un filólogo —una especie de autor
secundario— es reinscribir: interpretar un texto mediante un texto.
Mirándolo así, las cosas son relativamente sencillas, independientemente de lo difíciles
que se puedan volver en la práctica. Pero cuando la preocupación filológica va más allá de los
procedimientos artesanales se rutina (la sustentación, la reconstrucción, la anotación) y se dirige a
cuestiones conceptuales, concernientes a la naturaleza de los textos como tales —es decir a
cuestiones sobre sus principios de construcción— la simplicidad se esfuma. El resultado, como lo
hace notar Becker, ha sido la quiebra de la filología —que ahora es en sí un término casi obsoleto
— en especialidades disjuntas y en rivalidad recíproca y, más particularmente, el surgimiento de
una división entre quienes estudian textos individuales (historiadores, editores, críticos, que se
llaman a sí mismo humanistas) y aquellos que estudian la actividad de la creación de textos en
general (lingüística, psicólogos, etnógrafos, que se llaman a sí mismos científicos). El estudio de
las inscripciones se separa del estudio de la de la actividad de inscribir, el estudio del significado
fijo se separa del estudio de los procesos sociales que lo fijan. El resultado es una doble estrechez.
No solo queda bloqueada la extensión del análisis del texto a materiales no escritos, sino también
la aplicación de análisis sociológico a los textos escritos.
La “nueva filología” —o como eventualmente se le va a llamar— se ocupa de arreglar
esta quiebra y de la integración del estudio sobre cómo se construyen los textos (cómo el dicho es
277
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
278
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
idea del drama para explicar el humor, la idea del texto para clarificar la guerra. La mayor parte
de estos triunfos —si es que a fin de cuentas han de ocurrir— está (y en el caso del texto más que
en los otros) todavía por venir. Por el momento, todo lo que sus apologías pueden hacer, es lo que
han estado haciendo hasta ahora: ofrecernos algunos ejemplos de aplicación, algunos síntomas de
problemas y algunos pedidos de auxilio.
IV
Ya está bien de ejemplos, de todas formas. No sólo estas tres analogías en particular obviamente
se esparcen unas sobre las otras a medida que los escritores individualmente van y vienen entre
los lenguajes lúdico, dramático, textualista, sino que existen otras analogías humanistas en la
escena de la ciencia social por lo menos tan prominentes como aquellas: los análisis de los actos
del habla que siguen a Austin y a Searle; modelos de discurso tan diferentes como el de la
“competencia comunicativa” de Habermas y el de la “arqueología del conocimiento” de Foucault;
estrategias representacionistas que se inspiran en la estética cognitiva de Cassirer, Langer,
Gombrich o Goodmac y pos supuesto la cristología de alto vuelo de Lévi-Strauss. Tampoco están
estas estrategias internamente asentadas ni son homogéneas: las divisiones entre los que piensan
en términos de juegos y los que piensan en términos de estrategias a las que aludí en relación con
el enfoque del juego, o entre los ritualistas y los retóricos en relación con el enfoque del drama,
poseen algo más que un paralelo en el enfoque del texto en lo que hace a los choques entre los
opuestos a la interpretación del desconstruccionismo y los tribunos a la dominación simbólica del
neomarxismo. Las cuestiones no son ni estables ni consensuales, y no parece que vayan a serlo
pronto. El problema más interesante no es cómo arreglar todo este enredo, sino qué significa todo
este fomento.
Una de las cosas que significa es que, todo lo andrajosamente que se quiera, se ha suscitado
un desafío a algunos de los supuestos centrales de corriente principal de la ciencia social. La
estricta separación entre la teoría, el dato, la idea del “hecho en bruto”; el esfuerzo por crear un
vocabulario formal purificado de toda referencia subjetiva, la idea del “lenguaje ideal”, y la
afirmación de la neutralidad moral y la visión olímpica, la idea de la “venida de Dios”: ninguna
de ellas puede prosperar cuando se comienza a considerar la explicación como un problema de
conectar la acción con su sentido, más que la conducta con sus determinantes. La refiguración de
la teoría social representa —o lo hará, si continúa en curso— un cambio monumental no tanto en
nuestra noción de lo que es el conocimiento, sino en nuestra noción de lo que deseamos saber.
Los sucesos sociales poseen causas y las instituciones sociales efectos; pero bien pudiera ser que
279
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
el camino hacia el descubrimiento de qué es lo que afirmamos al afirmar esto repose menos en
postular fuerzas medirlas que en tomar nota de expresiones e inspeccionarlas.
El camino que ha tomado un importante segmento de científicos sociales —de las analogías
con procesos físicos a las analogías con formas simbólicas— ha introducido un debate
fundamental en la comunidad de la ciencia social concerniente no solo a sus métodos sino a sus
objetivos. Es un debate que crece en intensidad cada día. La edad de oro (o quizás haya sido sólo
la edad de bronce) de las ciencias sociales, cuando cualesquiera fuesen las diferencias de posición
teórica y de afirmaciones empíricas el objetivo básico de toda la empresa era un acuerdo universal
—encontrar la dinámica de la vida colectiva y alterarla en la dirección deseada— claramente ya
ha pasado. Hoy hay demasiados científicos sociales trabajando, para quienes el objetivo es la
atomización del pensamiento, y no la manipulación de la conducta.
Pero no es solamente para las ciencias sociales que esta alteración en el modo en que
pensamos acerca de cómo pensamos posee consecuencias desestabilizadoras. El creciente interés
de los sociólogos, antropólogos, psicólogos, cientistas políticos e incluso aquí o allá algún
economista bribón en el análisis de los sistemas de símbolos plantea (implícita o a veces
explícitamente) la cuestión de la relación de tales sistemas con lo que sucede en el mundo; y lo
hace de una manera que es tan diferente de aquella a la están acostumbrados los humanistas,
cuanto menos evasible (con homilías acerca de los valores espirituales y la vida contemplativa) de
lo que a muchos de ellos, según parece, les gustaría que fuese.
Si la noción del tecnólogo social sobre lo que es un científico social es puesta en
entredicho por toda esta preocupación por el sentido y la significación, aun más lo es la noción
del perro guardián cultural sobre lo que es un humanista. El especialista sin espíritu que reparte
panaceas políticas se está yendo, pero el sabio de atril que reparte juicios aprobados, también. La
relación entre pensamiento y acción en la vida social no puede concebirse más en términos de
sabiduría de lo que puede concebirse en términos de conocimiento experto. Como vaya a ser
concebido todo esto, cuáles vayan a ser las consecuencias de los juegos, los dramas y los textos
que no sólo inventamos o presenciamos, sino que también vivimos, está lejos de ser claro. Para
clarificarlo se necesitará el más cauteloso de todos los razonamientos cautelosos, en todos los
lados de todas las divisiones.
DESCRIPCIÓN DENSA: HACIA UNA
TEORÍA INTERPRETATIVA DE LA CULTURA
Clifford Geertz
La interpretación de las culturas, Gedisa, México, pp. 19-40.
280
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
1.
En su libro Philosophy in a New Key, Susanne Langer observa que ciertas ideas estallan en el
paisaje intelectual con una tremenda fuerza. Resuelven tantos problemas fundamentales en un
momento que también parecen prometer que van a resolver todos los problemas fundamentales,
clarificar todas las cuestiones oscuras. Todos se abalanzan a esa idea como si fuera una fórmula
mágica de alguna nueva ciencia positiva, como si fuera el centro conceptual alrededor del cual es
posible construir un nuevo sistema general de análisis. El súbito auge de semejante grande idée,
que eclipsa momentáneamente casi todo lo demás, se debe, dice la autora, “al hecho de que todos
los espíritus sensibles y activos se dedican inmediatamente a explotarla. Lo probamos en toda
circunstancia, para dada finalidad, experimentamos las posibles extensiones de su significación
estricta, sus generalizaciones y derivaciones”.
Pero una vez que nos hemos familiarizado con la nueva idea, una vez que esta forma
parte de nuestra provisión general de conceptos teóricos, nuestras expectativas se hacen más
equilibradas en lo tocante a los usos reales de dicha idea, de suerte que así termina su excesiva
popularidad. Sólo unos pocos fanáticos persisten en su intento de aplicarla universalmente; pero
pensadores menos impetuosos al cabo de un tiempo se ponen a considerar los problemas que la
idea ha generado. Tratan de aplicarla y hacerla extensiva a aquellos campos donde resulta
aplicable y donde es posible hacerla extensible y desisten de hacerlo aquellos en que la idea no es
aplicable ni puede extenderse. Si era valedera se convierte entonces verdaderamente en una idea
seminal, en una parte permanente y perdurable de nuestro arsenal intelectual. Pero ya que no
tiene aquel promisorio, grandioso alcance de su aparente aplicación universal que antes tenia. La
segunda ley de termodinámica o el principio de la selección natural o el concepto de motivación
inconsciente o la organización de los medios de producción no lo explica todo y ni siquiera todo
lo humano, pero, sin embargo, explica algo; de manera que nuestra atención se dirige a aislar solo
lo que es ese algo, a desembarazarnos de una buena porción de seudociencia a la que, en el primer
entusiasmo de su celebridad, la idea también dio nacimiento.
Que sea en realidad éste o no el modo en que se desarrollan los conceptos científicos
fundamentalmente importantes, no lo sé. Pero ciertamente este esquema encaja en el concepto de
cultura alrededor del cual nació toda la disciplina de la antropología, la cual se preocupó cada vez
más por limitar, especificar, circunscribir y contener el dominio de aquélla. Los ensayos que
siguen en sus diferentes maneras y en sus varias dimensiones con lo cual tienden ha asegurar su
281
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
constante importancia antes que a socavarla. Todos ellos, a veces explícitamente pero con más
frecuencia en virtud del análisis particular que desarrollan, preconizan un concepto de cultura mas
estrecha, especializado y, según imagino, teóricamente mas vigoroso que el de E. B. Taylor, al
que pretende reemplazar, pues el “todo sumamente complejo” de Taylor, cuya fecundidad nadie
niega, me parece haber llegado al punto en el que oscurece mas las cosas de lo que las revela.
El pantano conceptual a que puede conducir el estilo pot-au-feu tayloriano de teorizar
sobre la cultura resulta palpable en lo que todavía es una de las mejores introducciones generales
a la antropología, Mirror for man de Clyde Kluckhohn. En unas veintisiete páginas de su
capítulo sobre el concepto de cultura, Kluckhohn se las ingenia para definir la cultura como: 1)
“el modo total de vida de un pueblo”; 2) “el legado social que el individuo adquiere de su grupo”;
3) “una manera de pensar, sentir y creer”; 4) “una abstracción de la conducta”; 5) “una teoría del
antropólogo sobre la manera en que se conduce realmente un grupo de personas”; 6) “un depósito
de saber almacenado”; 7) “una serie de orientaciones estandarizadas frente a problemas
reiterados”; 8) “conducta aprendida”; 9) “un mecanismo de regulación normativo de la
conducta”; 10) “una serie de técnicas para adaptarse, tanto al ambiente exterior como a los otros
hombres”; 11) “un precipitado de historia”; y tal vez en su desesperación el autor recurre a otros
símiles, tales como un mapa, un tamiz, una matriz. Frente ha este género de dispersión teórica
cualquier concepto de cultura aún cuando sea más restringido y no enteramente estándar, que por
lo menos sea internamente coherente y que, lo cual es más importante, ofrezco un argumento
susceptible de ser definido (como, para ser honestos, el propio Kluckhohn lo comprendió
sagazmente) representa una mejora. El eclecticismo es contraproducente no porque haya
únicamente una dirección en la que resulta útil moverse, sino porque justamente hay muchas y es
necesario elegir entre ellas.
El concepto de cultura que propugnó y cuya utilidad procuran demostrar los ensayos que
siguen es esencialmente un concepto semiótico. Creyendo con Max Weber que el hombre es un
animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido, consideró que la cultura es esa
urdimbre y que el análisis de la cultura ha de ser por lo tanto, no una ciencia experimental en
busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones. Lo que más buscó es la
explicación, interpretando expresiones sociales que son enigmáticas en su superficie. Pero
semejante pronunciamiento, que contiene toda una doctrina en una cláusula, exige en sí mismo
alguna explicación.
II.
282
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
El operacionalismo como dogma metodológico nunca tuvo mucho sentido por lo menos en lo que
se refiere a las ciencias sociales y, salvo unos pocos rincones demasiado transitados —el
conductismo skinneriano, los tests de inteligencia, etc.— está en gran medida muerto en la
actualidad. Pero así y todo, hizo un aporte importante que conserva cierta fuerza,
independientemente de lo que uno pueda pensar al tratar de definir el carisma o la alineación en
términos operacionales: si uno desea comprender lo que es una ciencia, en primer lugar debería
prestar atención, no a sus teorías o a sus descubrimientos y ciertamente no a lo que los abogados
de esa ciencia dicen sobre ella; uno debe atender a lo que hacen los que la practican.
En antropología o, en todo caso, en antropología social lo que hacen los que la practican
es etnografía. Y comprendiendo lo que es la etnográfica o más exactamente lo que es hacer
etnografía se puede comenzar a captar a qué equivale el análisis antropológico como forma de
conocimiento. Corresponde advertir enseguida que ésta no es una cuestión de métodos. Desde
cierto punto de vista, el del libro de texto, hacer etnografía es establecer relaciones, seleccionar a
los informantes, transcribir textos, establecer genealogías, trazar mapas del área, llevar un diario,
etc. Pero no son estas actividades, estas técnicas y procedimientos lo que definen la empresa. Lo
que la define es cierto tipo de esfuerzo intelectual: una especulación elaborada en términos de,
para emplear el concepto de Gilbert Ryle, “descripción densa”.
Ryle habla de “descripción densa” en dos recientes ensayos suyos (reimpresos ahora en el
segundo volumen de sus Collected papers) dedicados a la cuestión de, como él dice, qué está
haciendo Le Penseur: “pensando y reflexionando” y “pensando pensamientos”. Consideremos,
dice el autor, el caso de dos muchachos que contraen rápidamente el parpado del ojo derecho. En
uno de ellos el movimiento es un tic involuntario; en el otro, una guiñada de conspiración dirigida
a un amigo. Los dos movimientos, como movimientos, son idénticos; vistos desde una cámara
fotográfica, observados “fenoménicamente” no se podría decir cuál es el tic y cuál es la señal ni si
ambos son una cosa o la otra. Sin embargo, a pesar de que la diferencia no puede ser
fotografiada, la diferencia entre un tic y un guiño es enorme, como sabe quien haya tenido la
desgracia de haber tomado el primero por el segundo. El que guiña el ojo está comunicando algo
y comunicándolo de una manera bien precisa y especial: 1) deliberadamente, 2) a alguien en
particular, 3) para transmitir un mensaje particular, 4) de conformidad con un código socialmente
establecido y 5) sin conocimiento del resto de los circunstantes. Como lo hace notar Ryle, el
guiñador hizo dos cosas (contraer el ojo y hacer una señal) mientras que el que exhibió el tic hizo
solo una, contraer el parpado. Contraer el ojo con una finalidad cuando existe un código público
283
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
según el cual hacer esto equivale a una señal de conspiración es hacer una guiñada. Consiste, ni
más ni menos, en esto: una pizca de conducta, una pizca de cultura y —voilà!— un gesto.
Pero todo esto no es más que el comienzo. Supongamos, continúa diciendo el autor, que
haya un tercer muchacho quien “para divertir maliciosamente a sus camaradas” remeda la
guiñada del primer muchacho y lo hace torpemente, desmañanadamente, como aficionado. Por
supuesto, lo hace de la misma manera en que el segundo muchacho guiñaba el ojo y el primero
mostraba su tic, sino que esta parodiando a otro cuando risueñamente intenta hacer la guiñada.
También aquí existe un código socialmente establecido (el muchacho hará “el guiño”
trabajosamente, exageradamente, quizá agregando una mueca… los habituales artificios del
payaso); y también aquí hay un mensaje. Pero ahora lo que flota al aire es, no una conspiración,
sino el ridículo. Si los demás piensan que él realmente esta haciendo una guiñada, todo su
proyecto fracasa por entero, aunque con diferentes resultados si los compañeros piensan que esta
exhibiendo un tic. Y podemos ir aún más lejos: inseguro de sus habilidades mímicas, el supuesto
satírico puede practicar en su casa ante el espejo; en ese caso no estará mostrando un tic, ni
haciendo un guiño, ni remedando; estará ensayando; pero visto por una cámara fotográfica,
observado por un conductista radical o por un creyente en sentencias protocolares, el muchacho
estará solamente contrayendo con rapidez el parpado del ojo derecho, lo mismo que en los otros
casos. Las complejidades son posibles y prácticamente no tienen fin, por lo menos lógicamente.
Por ejemplo, el guiñador original podría haber estado fingiendo una guiñada, digamos, para
engañar a los demás y hacerles creer que estaba en marcha una conspiración cuando en realidad
no había tal cosa; en ese caso, nuestras descripciones de lo que el remedador esta remedando y de
lo que el ensaya ante el espejo esta ensayando cambian desde luego en consecuencia. Pero la
cuestión es que la diferencia entre lo que Ryle llama la “descripción superficial” de lo que esta
haciendo el que ensaya ante el espejo (remedador, guiñador, dueño de un tic…), es decir,
“contrayendo rápidamente el ojo derecho” y la “descripción densa” de lo que esta haciendo
(“practicando una burla a un amigo al simular una señal con el fin de engañar a un inocente y
hacerle creer que esta en marcha una conspiración”) define el objeto de la etnografía: una
jerarquía estratificada de estructuras significativas atendiendo a las cuales se producen, se
perciben y se interpretan los tics, los guiños, los guiños fingidos, las parodias, los ensayos de
parodias y sin las cuales no existirían (ni siquiera los tics de grado cero que, como categoría
cultural, son tan no guiños como los guiños son no tics), independientemente de lo que alguien
hiciera o no con sus parpados.
284
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Como tantas de las pequeñas historias que los filósofos de Oxford se complacen en urdir,
todo este asunto de la guiñada, la falsa guiñada, la imitación burlesca de la guiñada, el ensayo
burlesco de la falsa guiñada, pueden parecer un poco artificial. Con la intención de agregar una
nota más empírica me permito (sin hacer antes ningún comentario explicativo) transcribir un
extracto, bastante típico, de mi propia libreta de campo para demostrar que, por redondeado que
este a los efectos didácticos, el ejemplo de Ryle presenta una imagen bien exacta de la clase de
estructuras superpuestas, en cuanto a inferencias e implicaciones, a través de las cuales un
etnógrafo trata continuamente de abrirse paso.
Los franceses (según dijo el informante) sólo acababan de llegar. Instalaron unos veinte
pequeños fuertes entre este punto, la ciudad, y la región de Marmusha en medio de las montañas,
y los instalaron en medio de los promontorios a fin de poder vigilar el interior del país. Así y
todo, no podían garantizar la protección y seguridad sobre todo por las noches, de manera que
aunque se suponía que estaba legalmente abolido el sistema del mezrag (pacto comercial), en
realidad continuaba practicándose lo mismo que antes.
Una noche, cuando Cohen (que habla fluidamente el beréber) se encontraba allá arriba, en
Marmusha, otros dos judíos comerciantes de una tribu vecina acudieron al lugar para comprarle
algunos artículos. Unos beréberes pertenecientes a otra tribu vecina trataron de irrumpir en la
casa de Cohen, pero éste disparó su escopeta al aire. (Tradicionalmente no estaba permitido que
los judíos tuvieran armas, pero en aquel periodo las cosas estaban tan inquietas que muchos
judíos las tenían de todas maneras.) El estampido llamó la atención de los franceses y los
merodeadores huyeron.
Pero regresaron a la noche siguiente; uno de ellos disfrazado de mujer llamó a la puerta y
contó cierta historia. Cohen tenía sospechas y no quería dejarla entrar, pero los otros judíos
dijeron: “Bah, si es sólo la mujer. Todo está bien”. De manera que le abrieron la puerta y todo el
grupo se precipitó adentro. Dieron muerte a los dos visitantes judíos, pero Cohen logró encerrarse
en un cuarto adyacente. Oyó que los ladrones proyectaban quemarlo vivo en el negocio después
de haber retirado las mercaderías; abrió entones la puerta y se lanzó afuera blandiendo un barrote
y así consiguió escaparse por la ventana.
Llegó al fuerte para hacerse atender las heridas y se quejó al comandante local, un tal
capitán Dumari, a quien le manifestó que deseaba obtener su ar, es decir, cuatro o cinco veces el
valor de las mercaderías que le habían robado. Los bandidos pertenecían a una tribu que todavía
no se había sometido a la autoridad francesa y estaban en abierta rebelión, de modo que cuando
Cohen pidió autorización para ir con su arrendador del mezrag, el jeque de la tribu de Marmusha,
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
con el fin de recoger la indemnización que le correspondía por la reglas tradicionales, el capitán
Dumari no podía darle oficialmente permiso a causa de la prohibición francesa del mezrag, pero
le dio autorización verbal y le dijo: “Si te matan, es asunto tuyo”.
Entonces el jeque, el judío y un pequeño grupo de hombres armados de Marmusha
recorrieron diez o quince kilómetros montaña arriba por la zona rebelde, en la cual desde luego no
había franceses; deslizándose a hurtadillas se apoderaron del pastor de la tribu ladrona y de sus
rebaños. Los de la otra tribu pronto llegaron montados a caballo y armados para perseguirlos y ya
estaban dispuestos a atacar. Pero cuando vieron quienes eran los “ladrones de las ovejas”
cambiaron de idea y dijeron: “Muy bien, hablaremos”. Realmente no podían negar lo que había
ocurrido —que algunos de sus hombres habían despojado a Cohen y dado muerte a sus dos
visitantes— y no estaban dispuestos a desatar una contienda seria con los de Marmusha porque
eso supondría una lucha con los invasores. Los dos grupos se pusieron pues a hablar y hablaron y
hablaron en la llanura en medio de millares de ovejas; por fin decidieron reparar los daños con
quinientas ovejas. Los dos grupos armados de beréberes se alinearon entonces montados a caballo
en dos extremos opuestos de la llanura teniendo entre ellos el ganado; entonces Cohen con su
negra vestidura talar y sus sueltas pantuflas se metió entre las ovejas y comenzó a elegir de una
por una a placer para resarcirse de los daños.
Así Cohen obtuvo sus ovejas y retornó a Marmusha. Los franceses del fuerte lo oyeron
llegar desde lejos (Cohen gritaba feliz recordando lo ocurrido: “Ba, ba, ba”) y se preguntaron
“¿qué diablos es eso?” Cohen dijo: “Este es mi ar”. Los franceses no creyeron lo que en realidad
había ocurrido y lo acusaron de ser un espía que trabajaba para los beréberes rebeldes. Lo
encarcelaron y le quitaron su ganado. Su familia que vivía en la ciudad, no teniendo noticias
suyas durante largo tiempo, creyó que había muerto. Pero los franceses terminaron por ponerlo
en libertad y Cohen regresó a su hogar, aunque sin sus ovejas. Acudió entonces al coronel de la
ciudad, el francés encargado de toda la región, para quejarse de lo ocurrido. Pero el coronel le
replicó: “Nada puedo hacer en este asunto. No es cosa mía”.
Citado textualmente y de manera aislada como “una nota metida en una botella”, este
pasaje da (como lo haría cualquier otro pasaje semejante presentado análogamente) una buena
idea de cuantas cosas entran en la descripción etnográfica aun del tipo más elemental da una idea
de cuán extraordinariamente “densa” es tal descripción. En escritos antropológicos terminados,
incluso en los reunidos en este libro, este hecho (que lo que nosotros llamamos nuestros datos son
realmente interpretaciones de otras personas sobre lo que ellas y sus compatriotas piensas y
sienten) queda oscurecido porque la mayor parte de lo que necesitamos para comprender un
286
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
suceso particular, un rito, una costumbre, una idea o cualquier otra cosa, se insinúa como
información de fondo antes que la cosa misma sea directamente examinada. (Revelar, por
ejemplo, que este pequeño drama se desarrolló en las tierras altas del centro de Marruecos en
1912 y que fue contado allí en 1968, determina gran parte de nuestra comprensión de ese drama.)
Esto no entraña nada particularmente malo y en todo caso es inevitable. Sólo que lleva a una idea
de la investigación antropológica que la concibe más como una actividad de observación y menos
como la actividad de interpretación que en realidad es. Apoyándonos en la base fáctica, la roca
firme (si es que la hay) de toda empresa, ya desde el comienzo nos hallamos explicando y, lo que
es peor, explicando explicaciones. Guiños sobre guiños sobre guiños.
El análisis consiste pues en desentrañar las estructuras de significación —lo que Ryle
llamo códigos establecidos, expresión en un tanto equívoca, pues hace que la empresa se parezca
demasiado a la tarea del empleado que descifra, cuando más bien se asemeja a la del crítico
literario— y en determinar su campo social y su alcance. Aquí, en nuestro texto, ese trabajo de
discernir comenzaría distinguiendo las tres diferentes estructuras de interpretación que
intervienen en la situación, los judíos, los beréberes y los franceses, y luego continuaría
mostrando cómo (y porqué) en aquella época y en aquel lugar la copresencia de los tres elementos
produjo una situación en la cual el sistemático malentendido redujo la forma tradicional a una
farsa social. Lo que perjudicó a Cohen y junto con él a todo el antiguo esquema de relaciones
sociales y económicas dentro del cual él se movía, fue una confusión de lenguas.
Luego volveré a ocuparme de esta afirmación demasiado compacta así como de los
detalles del texto mismo. Por ahora sólo quiero destacar que la etnografía es descripción densa.
Lo que en realidad encara el etnógrafo (salvo cuando esta entregado a la más automática de las
ruinas que es la recolección de datos) es una multiplicidad de estructuras conceptuales complejas,
muchas de las cuales están superpuestas o enlazadas entre sí, estructuras que son al mismo tiempo
extrañas, irregulares, no explícitas, y a las cuales el etnógrafo debe ingeniarse de alguna manera,
para captarlas primero y para explicarlas después. Y esto ocurre hasta en los niveles de trabajo
más vulgares y rutinarios de su actividad: entrevistar a informantes, observar ritos, elicitar
términos de parentesco, establecer límites de propiedad, hacer censo de casas escribir su diario.
Hacer etnográfica es como tratar de leer (en el sentido de “interpretar un texto”) un manuscrito
extranjero, borroso, plegado de elipsis, de incoherencias, de sospechosas enmiendas y de
comentarios tendenciosos y además escrito, no en las grafías convencionales de representación
sonora, sino en ejemplos volátiles de conducta modelada.
287
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
III.
La cultura, ese documento activo, es pues pública, lo mismo que un guiño burlesco o una correría
para moderarse de ovejas. Aunque contiene ideas, la cultura no existe en la cabeza de alguien;
aunque no es física, no es una entidad oculta. El interminable debate en el seno de la
antropología sobre si la cultura es “subjetiva” u “objetiva” junto con el intercambio recíproco de
insultos intelectuales (“¡Idealista!”, “¡mentalista!”, “¡conductista!”, “¡impresionista!”,
“¡positivista!”) que lo acompaña, está por entero mal planteado. Una vez que la conducta humana
es vista como acción simbólica —acción que, lo mismo que la fonación en el habla, el color en la
pintura, las líneas en la escritura o el sonido en la música, significa algo— pierde sentido la
cuestión de saber si la cultura es conducta estructurada, o una estructura de la mente, o hasta las
dos cosas juntas mezcladas. En el caso de un guiño burlesco o de una fingida correría para
apoderarse de ovejas, aquello por lo que hay que preguntar no es su condición ontológica. Eso es
lo mismo que las rocas por un lado y los sueños por el otro: son cosas de este mundo. Aquello
por lo que hay que preguntar es por su sentido y su valor: si es mofa o desafío, ironía o cólera,
esnobismo u orgullo, lo que se expresa a través de su aparición y por su intermedio.
Esto podrá parecer una verdad evidente, pero hay numerosas maneras de oscurecerla.
Una de ellas es imaginar que la cultura es una realidad “superorgánica”, conclusa en sí misma,
con fuerzas y fines propios; esto es reificar la cultura. Otra manera es pretender que la cultura
consiste en el craso esquema de la conducta que observamos en los individuos de alguna
comunidad identificable; esto es reducirla. Pero aunque estas dos confusiones todavía subsisten e
indudablemente subsistirán siempre, la fuente principal del embrollo teórico que presenta la
antropología contemporánea es una concepción que se desarrolló como reacción a esas dos
posturas y que ahora esta ampliamente sostenida; me refiero a la concepción, para citar a Ward
Goodenough, quizá su principal expositor, según la cual “la cultura (esta situada) en el
entendimiento y en el corazón de los hombres”.
Designada de varias maneras, etnociencia, análisis componencial o antropología
cognitiva (una terminología fluctuante que refleja profunda incertidumbre), ésta escuela de
pensamiento sostiene que la cultura esta compuesta de estructuras psicológicas mediante las
cuales los individuos o grupos de individuos guían su conducta. “La cultura de una sociedad”,
para citar de nuevo a Goodenough, esta vez un pasaje que ha llegado a convertirse en un locus
classicus de todo movimiento, “consiste en lo que uno debe conocer o creer a fin de obrar de
manera aceptable para sus miembros”. Y partiendo de este concepto de lo que es cultura resulta
una concepción, igualmente afirmada, de lo que es describirla: la exposición de reglas
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
sistemáticas, una especie de algoritmia etnográfica que, de ser seguida, haría posible obrar, como,
o pasar (dejando de lado la apariencia física) por un nativo. De esta manera, un subjetivismo
extremado se vincula con un formalismo extremado, y el resultado no ha de sorprender: un
violento debate sobre si los análisis particulares (que se realizan en la forma de taxonomías,
paradigmas, tablas, árboles y otras ingenuidades) reflejan lo que los nativos “realmente” piensan
o si son meramente hábiles simulaciones, lógicamente convincentes pero sustancialmente
diferentes de lo que piensan los nativos.
Como a primera vista este enfoque parece lo bastante próximo al que estamos
desarrollando aquí para que se lo confunda con él, conviene decir explícitamente lo que los
divide. Si por un momento dejamos a un lado nuestros guiños y nuestras ovejas y tomamos un
cuarteto de Beethoven como un ejemplo de cultura muy especial, pero sumamente ilustrativo en
este caso, nadie lo identificará, creo, con su partitura, con la destreza y conocimientos necesarios
para tocarlo, con la comprensión que tienen de el sus ejecutantes o el público, ni (poner atención,
en passant, a los reduccionistas y a los reificadores) con una determinada ejecución del cuarteto o
con alguna misteriosa entidad que trasciende la existencia material. “Ninguna de estas cosas” tal
vez sea una expresión demasiado fuerte, pues siempre hay espíritus incorregibles. Pero que un
cuarteto de Beethoven es una estructura tonal desarrollada en el tiempo, una secuencia coherente
de sonidos modulados —en una palabra, música— y no el conocimiento de alguien o la creencia
de alguien sobre algo, incluso sobre la manera de ejecutarlo, es una proposición que
probablemente se acepte después de cierta reflexión.
Para tocar el violín es necesario poseer cierta inclinación, cierta destreza, conocimientos
y talento, hallarse en disposición de tocar y (como reza la vieja broma) tener un violín. Pero tocar
el violín no es ni la inclinación, ni la destreza, ni el conocimiento, ni el estado anímico, ni (idea
que aparentemente abrazan lo que creen en “la cultura material”) el violín. Para hacer un pacto
comercial en Marruecos uno debe llevar a cabo ciertas cosas de determinadas maneras (entre
ellas, mientras canta uno en árabe curánico degollar un cordero ante los miembros varones
adultos de la tribu reunidos en el lugar) y poseer ciertas características psicológicas (entre otras, el
deseo de cosas distantes). Pero el pacto comercial no es ni el degüello ni el deseo, aunque es bien
real, como hubieron de descubrirlo en una ocasión anterior siete parientes del jeque de Marmusha
a quienes éste hizo ejecutar como consecuencia del robo de una mugrienta y sarnosa piel de oveja
carente de todo valor que pertenecía a Cohen.
La cultura es pública porque la significación lo es. Uno no puede hacer una guiñada (o
fingir burlescamente una guiñada) sin conocer lo que ella significa o sin saber como contraer
289
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
físicamente el párpado y uno no puede llevar a cabo una correría para adueñarse de ovejas (o
fingir tal correría) sin saber lo que es apoderarse de una oveja y la manera práctica de hacerlo.
Pero sacar de estas verdades la conclusión de que saber guiñar es guiñar y saber robar una oveja
es una correría para robar ovejas supone una confusión tan profunda como tomar descripciones
débiles y superficiales por descripciones densas, identificar la guiñada con las contracciones del
párpado o la correría para robar ovejas con la caza de animales lanudos fuera de los campos de
pastoreo. La falacia cognitivista —de que la cultura consiste (para citar otro vocero del
movimiento, Stephen Tyler) en “fenómenos mentales que pueden [el autor quiere decir
“deberían”] ser analizados mediante métodos formales semejantes a los de la matemática y la
lógica”— es tan demoledora para un uso efectivo del concepto de cultura como lo son las falacias
del conductismo y del idealismo de las cuales el cognitivismo es una corrección mal pergeñada. Y
tal vez esta falacia sea aún peor puesto que sus errores son más refinados y sus deformaciones
más sutiles.
La crítica generalizada de las teorías personales de la significación constituye ya (desde el
primer Husserl y el último Wittgenstein) una parte tan importante del pensamiento moderno que
no necesitamos exponerla aquí una vez más. Lo que se impone es darse cuenta de que el
fenómeno alcanza a la antropología, y especialmente advertir que decir que la cultura consiste en
estructuras de significación socialmente establecidas en virtud de las cuales la gente hace cosas
tales como señales de conspiración y se adhiere a éstas, o percibe insultos y contesta a ellos no es
lo mismo que decir que se trata de un fenómeno psicológico (una característica del espíritu, de la
personalidad, de la estructura cognitiva de alguien) o decir que la cultura es el tantrismo, la
genética, la forma progresiva del verbo, la clasificación de los vinos, el derecho común o la
noción de “una maldición condicional” (como Westermarck definió el concepto de ‘ar, en virtud
del cual Cohen reclamaba reparación de los daños sufridos). Lo que en un lugar como Marruecos
nos impide a quienes nos hemos criados haciendo señas captar la significación de las señas de
otros no es tanto ignorancia de cómo opera el proceso de conocimiento (aunque si uno supone
que ese proceso opera de la misma manera en que opera en nosotros tal suposición contribuirá
mucho a que conozcamos menos de tal proceso) como falta de familiaridad con el universo
imaginativo en el cual los actos de esas gentes son signos. Ya que hemos nombrado a
Wittgenstein, podemos también citarlo ahora:
Decimos de algunas personas que son transparentes para nosotros. Sin embargo, tocante
ha esta observación, es importante tener en cuenta que un ser humano no puede ser un enigma
completo para otro. Nos damos cuenta de esto cuando vamos a un país extranjero de tradiciones
290
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
completamente extrañas para nosotros; y, lo que es más, aun teniendo dominio de la lengua del
país. No comprendemos a la gente. (Y no a causa de no saber lo que esas gentes se dicen unas a
otras.) No podemos sentirnos cómodos con ellas.
IV.
Como experiencia personal la investigación etnográfica consiste en lanzarnos a una desalentadora
aventura cuyo éxito sÓlo se vislumbra a lo lejos; tratar de formular las bases en que uno imagina,
siempre con excesos, haber encontrado apoyo, es aquello en que consiste el escrito antropológico
como empeño científico. No tratamos (o por lo menos yo no trato) de convertirnos en nativos (en
todo caso una palabra comprometida) o de imitar a los nativos. Sólo los románticos o los espías
encontrarían sentido en hacerlo. Lo que procuramos es (en el sentido amplio del término en el
cual éste designa mucho mÁs que la charla) conversar con ellos, una cuestión bastante más
difícil, (y no sólo con extranjeros) de lo que generalmente se reconoce. “Si hablar por algún otro
parece un proceso misterioso”, observaba Stanley Cavell, “esto puede deberse a que hablar a
alguien no parece lo suficientemente misterioso”.
Considerada la cuestión de esta manera, la finalidad de la antropología consiste en
ampliar el universo del discurso humano. Desde luego, no es ésta su única finalidad, también
aspira a la instrucción, al entretenimiento, al consejo práctico, al consejo moral y a descubrir el
orden natural de la conducta humana; y no es la antropología la única disciplina que persigue esta
finalidad. Pero se trata de una meta a la que se ajusta peculiarmente bien el concepto semiótico
de cultura. Entendida como sistemas de interacción de signos interpretables (que, ignorando la
acepciones provinciales, yo llamaría símbolos), la cultura no es una entidad, algo a lo que puedan
atribuirse de manera causal acontecimientos sociales, modos de conducta, instituciones o
procesos sociales; la cultura es un contexto dentro del cual pueden describirse todos esos
fenómenos de manera inteligible, es decir, densa.
La famosa identificación antropológica con lo (para nosotros) exótico —jinetes beréberes,
mercachifles judíos, legionarios franceses— es pues esencialmente un artificio para ocultarnos
nuestra falta de capacidad para relacionarnos perceptivamente con lo que nos resulta misterioso y
291
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
con los demás. Observar lo corriente en lugares en que esto asume formas no habituales muestra
no, como a menudo se ha pretendido, la arbitrariedad de la conducta humana (no hay nada
especialmente arbitrario en tobar ovejas violentamente en Marruecos), sino la medida en que la
significación varia según el esquema de vida que lo informa. Comprender la cultura de un pueblo
supone captar su carácter normal sin reducir su particularidad. (Cuanto más me esfuerzo por
comprender lo que piensan y sienten los marroquíes, tanto más lógicos y singulares me parecen.)
Dicha comprensión los hace accesibles, los coloca en el marco de sus propias trivialidades y
disipa su opacidad.
Es esta maniobra, a la que suele designarse demasiado superficialmente como “ver las
cosas desde el punto de vista del actor”, demasiado librescamente como el enfoque de Versthen o
demasiado técnicamente como “análisis émico”, la que a menudo conduce a la idea de que la
antropología es una variedad de interpretación mental a larga distancia o una fantasía sobre las
islas de caníbales, maniobra que, para algunos deseosos de navegar a través de los restos de una
docena de filosofías hundidas, debe por eso ejecutarse con gran cuidado. Nada más necesario
para comprender lo que es la interpretación antropológica y hasta que punto es interpretación que
una comprensión exacta de lo que significa —y de lo que no significa— afirmar que nuestras
formulaciones sobre sistemas simbólicos de otros pueblos deben orientarse en función del actor.1
Lo cual significa que las descripciones de la cultura de lo beréberes, judíos o franceses
deben encararse atendiendo a los valores que imaginamos que beréberes, judíos o franceses
asignan a la cosas, atendiendo a las formulas que ellos usan para definir lo que les sucede. Lo
que no significa es que tales descripciones sean ellas mismas beréberes, judías o francesas, es
decir, parte de la realidad que están describiendo; son antropológicas pues son parte de un sistema
de desarrollo de análisis científico. Deben elaborarse atendiendo a las interpretaciones que hacen
de su experiencia personas pertenecientes a un grupo particular, porque son descripciones, según
ellas mismas declaran, de tales interpretaciones; y son antropológicas porque son en verdad
antropólogos quienes las elaboran. Normalmente no es necesario señalar con tanto cuidado que
el objeto de estudio es una cosa y que el estudio de ese objeto es otra. Es claro que el mundo
físico no es la física y que una clave esquemática del Finnegan’s Wake no es el Finnegan’s Wake.
Pero, como en el estudio de la cultura, el análisis penetra en el cuerpo mismo del objeto —es
decir, comenzamos con nuestras propias interpretaciones de lo que nuestros informantes son o
piensan que son y luego las sistematizamos—, la línea que separa la cultura (marroquí) como
hecho natural y la cultura (marroquí) como entidad teórica tiende a borrarse; y tanto mas si la
1
No sólo de otros pueblos; la antropología puede ejercitarse en la cultura de la cual ella misma forma parte y, en efecto,
esto ocurre cada vez en mayor medida, lo cual tiene profunda importancia, pero como plantea unos cuantos espinosos y
espaciales problemas de segundo orden, por el momento dejaré a un lado este hecho.
292
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
última es presentada en la forma de una descripción, desde el punto de vista del actor, de las
concepciones (marroquíes) de todas las cosas, desde la violencia, el honor, la dignidad y la
justicia hasta la tribu, la propiedad, el padrinazgo y la jefatura.
En suma, los escritos antropológicos son ellos mismos interpretaciones y por añadidura
interpretaciones de segundo y tercer orden. (Por definición, sólo un “nativo” hace interpretaciones
de primer orden: se trata de su cultura).2 De manera que son ficciones; ficciones en el sentido de
que son algo “hecho”, algo “formado”, “compuesto” —que es la significación de fictio—, no
necesariamente falsas o inefectivas o meros experimentos mentales de “como si”. Elaborar
descripciones orientadas hacia el punto de vista del actor de los hechos relativos a un caudillo
beréber, a un comerciante judío y a un militar francés en el Marruecos de 1912 constituye
claramente un acto imaginativo, en modo alguno diferente de la elaboración de análogas
descripciones de, digamos, las relaciones que tenían entre sí un médico de provincias francés, su
boba y adúltera esposa y fútil amante en la Francia del siglo XIX. En el último caso, los actores
están representados como si no hubieran existido y los hechos como si no hubieran ocurrido, en
tanto que en el primer caso los actores están interpretados como reales y los hechos como
ocurridos. Esta es una diferencia de no poca importancia, una diferencia que precisamente
Madame Bovary encontraba difícil de entender. Pero la importancia no reside en el hecho de que
la historia de Madame Bovary fuera una creación literaria en tanto que la de Cohen fuera solo una
anotación. Las condiciones de su creación y su sentido (para no decir nada de la calidad literaria)
difieren. Pero una historia es tan fictio, “en hechura”, como la otra.
Los antropólogos no siempre tuvieron conciencia de este hecho: de que si bien la cultura
existe en aquel puesto comercial, en fuerte de la montaña o en la correría para robar ovejas, la
antropología existe en el libro, en el artículo, en la conferencia, en la exposición del museo y hoy
en día a veces en la película cinematográfica. Darse cuenta de esto significa comprender que la
línea que separa el modo de representación y contenido sustantivo no puede trazarse en el análisis
cultural como no puede hacérselo en pintura; y ese hecho a su vez parece amenazar la condición
objetiva del conocimiento antropológico al sugerir que la fuente de éste es, no la realidad social,
sino el artificio erudito.
Lo amenaza, pero se trata de una amenaza superficial. El derecho de la relación
etnográfica a que se le preste atención no depende de la habilidad que tenga su autor para recoger
2
El problema de los órdenes es ciertamente el complejo. Los trabajos antropológicos basados en trabajos
antropológicos (los de Levi-Strauss, por ejemplo) pueden ciertamente ser de un cuarto orden o aún más, y los
informantes con frecuencia y hasta habitualmente dan interpretaciones de segundo orden; es lo que ha llegado a
conocerse como “modelos nativos”. En las culturas ilustradas, en las que la interpretación “nativa” puede alcanzar
niveles superiores (en el caso del Zagreb basta pensar e un Ibn Jaldún y en el caso de los Estados Unidos en Margarte
Mead) estas cuestiones se hacen verdaderamente intrincadas.
293
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
hechos primitivos en remotos lugares y llevarlos a su país, como si fueran una máscara o una
escultura exótica, sino que depende del grado en que ese autor sea capaz de clarificar lo que
ocurre en tales lugares, de reducir el enigma —¿qué clase de hombres son esos?— al que
naturalmente dan nacimiento hechos no familiares que surgen en escenario desconocidos. Esto
plantea varios problemas serios de verificación, o si la palabra “verificación” es demasiado fuerte
para una ciencia tan blanda (yo preferiría decir “evaluación”), el problema de cómo hacer una
relación mejor a partir de otra menos buena. Pero aquí esta precisamente la virtud de la
etnografía. Si esta es descripción densa y los etnógrafos son los que hacen las descripciones,
luego la cuestión fundamental en todo ejemplo dado en la descripción (ya que se trate de una nota
aislada de la libreta de campo, o de una monografía de las dimensiones de las de Malinowski) es
la de saber si la descripción distingue los guiños de los tics y los guiños verdaderos de los guiños
fingidos. Debemos medir la validez de nuestras explicaciones, no atendiendo a un cuerpo de datos
no interpretados y a descripciones radicalmente tenues y superficiales, sino atendiendo al poder
de la imaginación científica para ponernos en contacto con la vida de gentes extrañas. Como dijo
Thoreau, no vale la pena dar la vuelta al mundo para ir a contar los gatos que hay en Zanzíbar.
V.
La proposición de que no conviene a nuestro interés pasar por alto en la conducta humana las
propiedades mismas que nos interesan antes de comenzar a examinar esa conducta, ha elevado a
veces sus pretensiones hasta el punto de afirmar: como lo que nos interesa son solo esas
propiedades no necesitamos atender a la conducta sino en forma muy sumaria. La cultura se
aborda del modo más efectivo, continúa esta argumentación, entendida como puro sistema
simbólico (la frase que nos atrapa es “en sus propios términos”), aislando sus elementos,
especificando las relaciones internas que guardan entre si los elementos y luego caracterizando
todo el sistema de alguna manera general, de conformidad con los símbolos centrales alrededor
de los cuales se organizó la cultura, con las estructuras subyacentes de que ella es una expresión,
o con los principios ideológicos en que ella se funda. Aunque represente un claro
mejoramiento respecto de la noción de cultura como “conducta aprendida” o como “fenómenos
mentales”, y aunque sea la fuente de algunas vigorosas concepciones teóricas en la antropología
contemporánea, este enfoque hermético me parece correr el peligro (y de manera creciente ha
caído en él) de cerrar las puertas del análisis cultural a su objeto propio: la lógica informal de la
vida real. No veo gran beneficio en despojar a un concepto de los defectos del psicologismo para
hundirlo inmediatamente en los del esquematismo.
294
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Hay que atender a la conducta y hacerlo con cierto rigor porque es en el fluir de la
conducta o, más precisamente, de la hacino social donde las formas culturales encuentran
articulación. La encuentran también, por supuesto, en diversas clases de artefactos y en diversos
estados de conciencia; pero estos cobran su significación del papel y desempeñan (Wittgenstein
diría de su “uso”) en una estructura operante de vida, y no de las relaciones intrínsecas que
puedan guardar entre sí. Lo que crea nuestro drama pastoral y de lo que trata por lo tanto ese
drama es lo que Cohen, el jeque y el capitán Dumari hacían cuando se embrollaron sus
respectivos propósitos: practicar el comercio, defender el honor, establecer el dominio francés.
Cualesquiera que sean los sistemas simbolitos “en sus propios términos”, tenemos acceso
empírico a ellos escrutando los hechos, y no disponiendo entidades abstractas en esquemas
unificados.
Otra implicación de esto es la de que la coherencia no puede se la principal prueba de
validez de una descripción cultural. Los sistemas culturales deben poseer un mínimo grado de
coherencia, pues de otra manera no los llamaríamos sistemas, y la observación muestra que
normalmente tienen bastante coherencia. Sin embargo, nada hay más coherente que la
alucinación de un paranoide o que el cuento de un estafador. La fuerza de nuestras
interpretaciones no puede estribar, como tan a menudo se acostumbra hacerlo ahora, en la
tenacidad con que las interpretaciones se articulan firmemente o en la seguridad con que se las
expone. Creo que nada ha hecho más para desacreditar el análisis cultural que la construcción de
impecables pinturas de orden formal en cuya verdad nadie puede realmente creer.
Si la interpretación antropológica es realizar una lectura de lo que ocurre, divorciarla de
lo que ocurre de lo que en un determinado momento o lugar dicen determinados personas, de lo
que éstas hacen, de lo que se les hace a ellas, es decir, de todo el vaso negocio del mundo es
divorciarla de sus aplicaciones y hacerla vacua. Una buena interpretación de cualquier cosa de
un poema, de una persona, de una historia, de un ritual, de una institución, de una sociedad nos
lleva a la medula misma de lo que es la interpretación. Cuando ésta no lo haces así, sino que nos
conduce a cualquier otra parte por ejemplo, a admirar la elegancia de su redacción, la agudeza
de su autor o las bellezas del orden euclidiano dicha interpretación podrá tener sus encantos,
pero nada tiene que ver con la tarea que debía realizar: desentrañar lo que significa todo ese
enredo de las ovejas.
El enredo con las ovejas su robo, su devolución reparadora, la confiscación política de
ellas es (o era) esencialmente un discurso social, aun cuando, como lo indiqué antes, fuera un
discurso desarrollado en múltiples lenguas y tanto en actos como en palabras.
295
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
296
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
por cierto para su estudio. Paul Ricoeur, de quien tomé toda esta idea de la inscripción de los
actos aunque algún tanto modificada, pregunta: “¿Qué fija la escritura?”
No el hecho de hablar, sino lo ‘dicho’ en el hablar, y entendemos por ‘lo dicho’ en el
hablar esa exteriorización intencional constitutiva de la finalidad del discurso gracias a la cual el
sagen el decir tiende a convertirse en Aussage, en enunciación, en lo enunciado. En suma, lo
que escribimos es el noema (‘el pensamiento’, el ‘contenido’, la ‘intención’) de hablar. Se trata de
la significación del evento de habla, no del hecho como hecho.
Con esto no queda todo “dicho”, pues si los filósofos de Oxford recurren a cuentitos, los
fenomenólogos recurren a grandes proposiciones; pero esto de todas maneras nos lleva a una
respuesta más precisa de nuestra pregunta inicial “¿Qué hace el etnógrafo?”: el etnógrafo escribe. 3
Tampoco éste parece un descubrimiento muy notable, y para algunos familiarizados con la actual
“bibliografía” será porco plausible. Pero, como la respuesta estándar a nuestra pregunta fue “el
etnógrafo observa, registra, analiza —una concepción del asunto por el estilo del Vini, vidi, vinci
—, dicha respuesta puede tener consecuencias más profundas de lo que parece a primera vista, y
no poco importante entre ellas es la de que distinción de sus tres fases de conocimiento (observar,
registrar, analizar) puede normalmente no ser posible y que como “operaciones” autónomas
pueden no existir en realidad.
La situación es aún más delicada porque, como ya observamos, lo que inscribimos (o
tratamos de inscribir) no es discurso social en bruto, al cual, porque no somos actores (o lo somos
muy marginalmente o muy especialmente) no tenemos acceso directo, sino que sólo la pequeña
parte que nuestros informantes nos refieren.4 Esto no es tan terrible como parece, pues en
realidad no todos los cretenses son mentirosos y porque es necesario saberlo todo para
comprender algo. Pero hace parecer relativamente imperfecta la concepción del análisis
antropológico como manipulación conceptual de hechos descubiertos, como reconstrucción
lógica de una realidad. Disponer cristales simétricos de significación, purificados de la
complejidad material en que estaban situados, y luego atribuir su existencia a principios
autógenos de orden, a propiedades universales del espíritu humano o a vastas Weltanschaungen a
priori, es aspirar a una ciencia que no existe e imaginar una realidad que no podrá encontrarse. El
análisis cultural es (o debería ser) conjeturar significaciones, estimar la conjeturas y llegar a
3
O, también más exactamente, “inscribe”. La mayor parte de la etnografía se encontrara ciertamente en libros y
artículos antes que en películas cinematográficas, registros, museos, etc.; pero aun en libros y artículos hay pos
supuesto fotografías, dibujos, diagramas, tablas, etc. En antropología ha estado faltando conciencia sobre los modos de
representación —para no hablar de los experimentos con ellos.
4
En la medida en que la idea de “observación participante” reforzó el impulso del antropólogo a compenetrarse con sus
informantes y considerarlos antes personas que objetos, fue una idea valiosa. Pero en la medida en que condujo al
antropólogo a perder de vista la naturaleza muy especial de su propio papel y a imaginarse él mismo como algo más que
un transeúnte interesado (en ambos sentidos de la palabra), este concepto fue nuestra fuente más importante de mala fe.
297
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
VI.
De manera que la descripción etnográfica presenta tres rasgos característicos: es interpretativa, lo
que interpreta es el flujo del discurso social y la interpretación consiste en tratar de rescatar “lo
dicho” en ese discurso de sus ocasiones perecederas y fijarlo en términos susceptibles de
consulta. El kula ha desaparecido o se ha alterado, pero para bien o para mal perdura The
Argonauts of the Western Pacific. Además, la descripción etnográfica tiene una cuarta
característica, por lo menos tal como yo la practico: es microscópica.
Esto no quiere decir que no haya interpretaciones antropológicas en gran escala de
sociedades enteras, de civilizaciones, de acontecimientos mundiales, etc. En realidad, en esa
extensión de nuestros análisis a contextos más amplios, lo que, junto con sus implicaciones
teóricas, los recomienda a la atención general y lo que justifica que lo elaboremos. A nadie le
importan realmente, ni siquiera a Cohen (bueno… tal vez a Cohen sí) aquellas ovejas como tales.
La historia puede tener sus puntos culminantes y decisivos, “grandes ruidos en una pequeña
tribulacion”; pero aquel pequeño episodio no era uno de esos momentos.
Quiere decir simplemente que el antropólogo de manera característica aborda eses
interpretaciones más amplias y hace esos análisis más abstractos partiendo de los conocimientos
extraordinariamente abundantes que tiene de cuestiones extremadamente pequeñas. Enfrenta las
mismas grandes realidades políticas que otros —los historiadores, los economistas, los científicos
políticos, los sociólogos— enfrentan en dimensiones mayores: el Poder, el Cambio, la Fe, la
Opresión, el Trabajo, la Pasión, la Autoridad, la Belleza, la Violencia, el Amor, el Prestigio; solo
que el antropólogo las encara en contextos lo bastante oscuros —lugares como Marmusha y vidas
como la de Cohen— para quitarles las mayúsculas y escribirlas con minúscula. Estas constancias
demasiado humanas, “esas grandes palabras que nos espantan a todos”, toman una forma sencilla
y domestica en esos contextos domésticos. Pero aquí esta exactamente la ventaja, pues ya hay
suficientes profundidades en el mundo.
Sin embargo, el problema de cómo llegar, partiendo de una colección de miniaturas
etnográficas como el incidente de nuestras ovejas —un surtido de observaciones y anécdotas—, a
la descripción de los paisajes culturales de una nación, de una época, de un continente, o de la
civilización no es tan fácil de eludir con vagas alusiones a las virtudes de lo concreto y de
mantener bien firmes los pies en la tierra. Para una ciencia nacida en tribus indias, en las islas del
298
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Pacifico y en las comunidades africanas y que luego se sintió animada por mayores ambiciones,
éste ha llegado a ser un importante problema metodológico, un problema que por lo general fue
mal manejado. Los modelos que los antropólogos elaboran para justificar su paso desde las
verdades locales a las visiones generales fueron en verdad los responsables de socavar toda la
empresa antropológica en mayor medida de todo cuanto fueron capaces de urdir sus críticos: los
sociólogos obsesionados con muestreos, los psicólogos con medidas o los economistas con
agregados.
De estos modelos, los dos principales fueron: el de Jonesville como modelo
“microcósmico” de los Estados Unidos, y el de la isla de Pascua como caso de prueba y modelo
de “experimento natural”. O bien los cielos metidos en un grano de arena, o bien las mas remotas
costas de posibilidad.
Decretar que Jonesville es Estados Unidos en pequeño (o que Estados Unidos es
Jonesville en grande) es una falacia tan evidente que aquí lo único que necesita explicación es
como la gente ha logrado creer semejante cosa y ha esperado que otros la creyeran. La idea de
que uno puede hallar la esencia de sociedades nacionales, de civilizaciones, de grandes religiones
en las llamadas pequeñas ciudades y aldeas “típicas” es palpablemente un disparate. Lo que uno
encuentra en las pequeñas ciudades y aldeas es (¡ay!) vida de pequeñas ciudades o aldeas. Si la
importancia de los estudios localizados y microscópicos dependiera realmente de semejante
premisa —de que captan el mundo grande en el pequeño—, dichos estudios carecerían de toda
relevancia.
Pero por supuesto no depende de esto. El lugar de estudio no es el objeto de estudio. Los
antropólogos no estudian aldeas (tribus, pueblos, vecindarios…); estudian en aldeas. Uno puede
estudiar mejor algunas cosas en diferentes lugares, y en localidades confinadas se pueden estudiar
mejor algunas cosas, por ejemplo, lo que el dominio colonial afecta a marcos establecidos de
expectativa moral. Pero esto no significa que sea el lugar lo que uno estudia. En las más remotas
provincias de Marruecos y de Indonesia me debatí con las mismas cuestiones con que se
debatieron otros científicos sociales en lugares más centrales: la cuestión, por ejemplo, de cómo
se explica que las más importunas pretensiones a la humanidad se formulen con los acentos del
orgullo de grupo; y lo cierto es que llegue aproximadamente a las mismas conclusiones. Uno
puede agregar una dimensión, muy necesaria en el actual clima de las ciencias sociales, pero eso
es todo. Si uno va a ocuparse de la explotación de las masas tiene cierto valor la experiencia de
haber visto a un mediero javanés trabajando en la tierra bajo un aguacero tropical o a un sastre
marroquí cosiendo caftanes a la luz de una lamparilla de veinte bujías. Pero la idea de que esta
299
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
300
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
obsesivamente microscópicos, es lo que puede dar a los megaconceptos con los que se debaten las
ciencias sociales contemporáneas —legitimidad, modernización, integración, conflicto, carisma,
estructura, significación— esa clase da actualidad sensata que hace posible concebirlos no solo de
manera realista y concreta sino, lo que es más importante, pensar creativa e imaginativamente
con ellos.
El problema metodológico que presenta la naturaleza microscópica de la etnográfica es
real y de peso. Pero no es un problema que pueda resolverse mirando una remota localidad como
si fuera el mundo metido en una taza de té o el equivalente sociológico de una cámara de niebla.
Ha de resolverse —o en todo caso se lo mantendrá decentemente a raya— comprendiendo que las
acciones sociales son comentarios sobre algo más que ellas mismas, y que la procedencia de una
interpretación no determina hacia donde va a ser luego impulsada. Pequeños hechos hablan de
grandes cuestiones, guiños hablan de epistemología o correrías contra ovejas hablan de
revolución, porque están hechos para hacerlo así.
VII.
Y esto nos lleva por fin a considerar la teoría. El vicio dominante de los enfoques interpretativos
de cualquier cosa —literatura, sueños, síntomas, cultura— consiste en que tales enfoques tienden
a resistir (o se les permite resistir) la articulación conceptual y a escapar así a los modos
sistemáticos de evaluación. Uno capta una interpretación o no la capta, comprende su argumento
o no lo comprende, lo acepta o no lo acepta. Aprisionada en lo inmediato de los propios detalles,
la interpretación es presentada como valida en si misma o, lo que es pero, como validada por la
supuestamente desarrollada sensibilidad de la persona que la presenta; todo intento de formular la
interpretación en términos que no sean los suyos propios es considerado una parodia o, para
decirlo con la expresión más severa que usan los antropólogos para designar el abuso moral,
como un intento etnocéntrico.
En el caso de este campo de estudio, que tímidamente (aunque yo mismo no soy tímido al
respecto) pretende afirmarse como una ciencia, no cabe semejante actitud. No hay razón alguna
para que la estructura conceptual de una interpretación sea menos formuladle y por lo tanto
menos susceptible de sujetarse a cánones explícitos de validación que la de una observación
biológica o la de un experimento físico, salvo la razón de que los términos en que puedan hacerse
esas formulaciones, si no faltan por completo, son casi inexistentes. Nos vemos reducidos a
insinuar teorías porque carecemos de los medios para enunciarlas.
301
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Al mismo tiempo, hay que admitir que existe una serie de características de la
interpretación cultural que hacen el desarrollo teórico mucho más fácil de lo que suele ser en otras
disciplinas. La primera característica es la necesidad de que la teoría permanezca más cerca del
terreno estudiado de lo que permanece en el caso de ciencias más capaces de entregarse a la
abstracción imaginativa. En antropología, solo breves vuelos de raciocinio suelen se efectivos;
vuelos más prolongados van a parar a sueños lógicos y a confusiones académicas con simetría
formal. Como ya dije, todo el quid de un enfoque semiótico de la cultura es ayudarnos a lograr
acceso al mundo conceptual en el cual viven nuestros sujetos, de suerte que podamos, en el
sentido amplio del término, conversar con ellos. La tensión entre la presión de esta necesidad de
penetrar en un universo no familiar de acción simbólica y las exigencias de progreso técnico en la
teoría de la cultura, entre la necesidad de aprehender y la necesidad de analizar es, en
consecuencia, muy grande y esencialmente inevitable. En realidad, cuanto más se desarrolla la
teoría más profunda se hace la tensión. Esta es la primera condición de la teoría cultural: no es
dueña de sí misma. Como es inseparable de los hechos inmediatos que presenta la descripción
densa, la libertad de la teoría para forjarse de conformidad con su lógica interna es bastante
limitada. Las generalidades a las que logra llegar se deben a la delicadeza de sus distinciones, no
a la fuerza de sus abstracciones.
Y de esto se sigue una peculiaridad en la manera (una simple cuestión de hecho empírico)
en que crece nuestro conocimiento de la cultura de las culturas de una cultura…: crece a chorros,
a saltos. En lugar de seguir una curva ascendente de comprobaciones acumulativas, el análisis
cultural se desarrolla según una secuencia discontinua pero coherente de despegues cada vez más
audaces. Los estudios se realizan sobre otros estudios, pero no en el sentido de que reanudan una
cuestión en el punto en el que otros la dejaron, sino en el sentido de que, con mejor información y
conceptualización, los nuevos estudios se sumergen más profundamente en las mismas
cuestiones. Todo análisis cultural serio parte de un nuevo comienzo y termina en el punto al que
logra llegar antes de que se le agote su impulso intelectual. Se movilizan hechos anteriormente
descubiertos, se usan conceptos anteriormente desarrollados, se someten a prueba hipótesis
anteriormente formuladas; pero el movimiento no va desde teoremas y demostrados a teoremas
demostrados mas recientemente, sino que va desde la desmañada vacilación en cuanto a la
comprensión más elemental, a una pretensión fundamentada de que uno ha superado esa primera
posición. Un estudio antropológico representa un progreso si es mas incisivo que aquellos que lo
precedieron; ero el nuevo estudio no se apoya masivamente sobre los anteriores a los que desafía,
sino que se mueve paralelamente a ellos.
302
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Es esta razón, entre otras, la que hace del ensayo, ya de treinta páginas ya de trescientas
páginas, el género natural para presentar interpretaciones culturales y las teorías en que ellas se
apoyan, y ésta es también la razón por la cual, si uno busca tratados sistemáticos en este campo,
se ve rápidamente decepcionado, y tanto más si llega a encontrar alguno. Aquí son raros hasta los
artículos de inventario y en todo caso éstos sólo tienen un interés bibliográfico. Las grandes
contribuciones teóricas están no sólo en estudios específicos —y esto es cierto en casi todos los
campos de estudios— sino que son difíciles de separar de tales estudios para integrarlas en algo
que pudiera llamarse “teoría de cultura” como tal. Las formulaciones teóricas se ciernen muy bajo
sobre las interpretaciones que rigen, de manera que separadas de estas no tienen mucho sentido ni
gran interés. Y esto es así no porque no sean generales (si no fueran generales no serían teóricas),
sino porque enunciadas independientemente de sus aplicaciones, parecen vacías o perogrulladas.
Puede uno (y en verdad es esta la manera en que nuestro campo progresa conceptualmente)
adoptar una línea de ataque teórico desarrollada en el ejercicio de una interpretación etnográfica y
emplearla en otra, procurando lograr mayor precisión y amplitud; pero uno no puede escribir una
Teoría General de la Interpretación Cultural. Es decir, uno puede hacerlo, sólo que no se ve gran
ventaja en ello porque la tarea esencial en la elaboración de una teoría es, no codificar
regularidades abstractas, sino hacer posible la descripción densa, no generalizar a través de casos
particulares sino generalizar dentro de éstos.
Así llegamos a la segunda condición de la teoría cultural: por lo menos en el sentido
estricto del término, esta teoría es predicativa. Quien pronuncia un diagnóstico no predice el
sarampión; simplemente manifiesta que alguien tiene sarampión o que a lo sumo anticipa que es
probable que a breve plazo alguien lo adquiera. Pero esta limitación, que es bien real, ha sido en
general mal interpretada y además exagerada porque se la tomó como que significaba que la
interpretación cultural es meramente post facto; que, lo mismo que el campesino del viejo cuento,
primero hacemos los agujeros en la cerca y luego alrededor de ellos pintamos el blanco de un tiro.
No se puede negar que hay algo cierto en esto y que a veces se manifiesta en lugares prominentes.
Pero debemos negar que éste sea el resultado inevitable de un enfoque clínico del empleo de la
teoría.
Verdad es que en el estilo clínico de la formulación teórica, la conceptualización se
endereza a la tarea de generar interpretaciones de hechos que ya están a mano, no a proyectar
resultados de manipulaciones experimentales o a deducir estados futuros de un determinado
sistema. Pero eso no significa que la teoría tenga que ajustarse a solamente a realidades pasadas
(o, para decirlo con más precisión, que tenga que generar interpretaciones persuasivas de
303
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
304
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
6
El grueso de los siguientes capítulos refiere más a Indonesia que a Marruecos, pues sólo ahora comienzo a encarar las
dificultades de mis materiales relativos al norte de África que en su mayor parte fueron reunidos recientemente. El trabajo
sobre el campo realizado en Indonesia se desarrollo en 1952-54, 1957-1958 y en 1971; en Marruecos en 1964, 1965-
1966, 1968-1969 y 1972.
305
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
VIII.
Existe un cuento en la India —por lo menos lo oí como un cuento indio— sobre un inglés que
(habiéndose dicho que el mundo descansaba sobre una plataforma, la cual se apoyaba sobre el
lomo de un elefante el cual a su vez se sostenía sobre el lomo de una tortuga) preguntó (quizás
fuera un etnógrafo, pues ésa es la manera en que se comportan): ¿y en que se apoya la tortuga? Le
respondieron que en otra tortuga. ¿Y esa otra tortuga? “Ah, sahib, después de esa son todas
tortugas”.
Y ésa es verdaderamente la condición de las cosas. No se durante cuánto tiempo sería
provechoso meditar en el encuentro de Cohen, el jeque y Dumari (el tiempo de hacerlo quizá se
haya pasado); pero sé que por mucho que continué meditando en ese encuentro no me acercaré al
fondo del asunto. Tampoco me he acercado más al fondo de cualquier otra cosa sobre la cual haya
escrito en estos ensayos que siguen o en otros lugares. El análisis cultural es intrínsecamente
incompleto. Y, lo que es peor, cuanto más profundamente se lo realiza menos completo es. Es
esta una extraña ciencia cuyas afirmaciones más convincentes son las que descansan sobre bases
mas tremolas, de suerte que estudiar la materia que se tiene entre manos es intensificar las
sospechas (tanto de uno mismo como de los demás) de que uno no esta encarando bien las cosas.
Pero esta circunstancia es lo que significa ser un etnógrafo, aparte de importunar a personas
sutiles con preguntas obtusas.
Uno puede escapar a esta situación de varias maneras: convirtiendo la cultura en folklore
y conectándole, convirtiéndola en rasgos y contándolos, convergiéndola en instituciones y
clasificándolas, o reduciéndola a estructuras y jugando con ellas. Pero éstas son escapatorias. Lo
cierto es que abrazar un concepto semiótico de cultura y un enfoque interpretativo de su estudio
significa abrazar una concepción de las enunciaciones etnográficas, para decirlo con una frase
ahora famosa de W. B. Galle, “esencialmente discutible”. La antropología, o por o menos la
antropología interpretativa es una ciencia cuyo progreso se caracteriza menos por un
perfeccionamiento del consenso que por el refinamiento del debate. Lo que en ella sale mejor es
la precisión con que nos dejamos unos a otros.
Esto es muy difícil de ver cuando nuestra atención esta monopolizada por una sola parte
de la argumentación. Aquí los monólogos tienen escaso valor porque no hay conclusiones sobre
las cuales informar; lo que se desarrolla es meramente una discusión. En la medida en que los
ensayos aquí reunidos tengan alguna importancia, ésta estriba menos en lo que dicen que en
aquello que atestiguan: un enorme aumento de interés, no solo por la antropología, sino por los
estudios sociales en general y por el papel de las formas simbólicas en la vida humana. La
306
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
significación, esa evasiva y mal definida pseudo-entidad que antes muy contentos
abandonábamos a los filósofos y a los críticos literarios para que frangollaran con ella, ha
retornado ahora al centro de nuestra disciplina. Hasta los marxistas cintan a Cassirer; hasta los
positivistas citan a Kenneth Burke.
Mi propia posición en el medio de todo esto fue siempre tratar de resistirme al
subjetivismo, por un lado, y al navalismo mágico, por otro; tratar de mantener el análisis de las
formas simbólicas lo más estrechamente ligado a los hechos sociales concretos, al mundo publico
de la vida común y tratar de organizar el análisis de manera tal que las conexiones entre
formulaciones teóricas e interpretaciones no quedaran oscurecidas con apelaciones a ciencias
oscuras. Nunca me impresionó el argumento de que como la objetividad completa es imposible
en estas materias (como en efecto lo es) uno podría dar rienda suelta a sus sentimientos. Pero esto
es, como observó Robert Solow, lo mismo que decir que, como es imposible un ambiente
perfectamente aséptico, bien podrían practicarse operaciones quirúrgicas en una cloaca. Por otro
lado tampoco me han impresionado las pretensiones de la lingüística estructural, de la ingeniería
computacional o de alguna otra forma avanzada de pensamiento que pretenda hacernos
comprender a los hombres sin conocerlos. Nada podrá desacreditar más rápidamente un enfoque
semiótico de la cultura que permitirle que se desplace hacia una combinación de intuicionismo y
de alquimia, por elegantemente que se expresen las intuiciones o por moderna que se haga
parecer la alquimia. Siempre está de peligro de que el análisis cultural, en busca de las tortugas
que se encuentran más profundamente situadas, pierda contacto con las duras superficies de la
vida, con las realidades políticas y económicas dentro de las cuales los hombres están contenidos
siempre, y pierda contacto con las necesidades biológicas y físicas en que se basan estas duras
superficies. La única defensa contra este peligro y contra el peligro de convertir así el análisis
cultural en una especie de esteticismo sociológico, es realizar el análisis de estas realidades y
estas necesidades en primer termino, así llegué a escribir sobre el nacionalismo, sobre la
violencia, sobre la identidad, sobre la naturaleza humana, sobre la legitimidad, sobre la
revolución, sobre lo étnico, sobre la urbanización, sobre el status social, sobre la muerte, sobre el
tiempo y así todo sobre determinados intentos de determinadas personas para situar estas cosas
dentro de un marco comprensible, significativo.
Considerar las dimensiones simbologiítas de la acción social —arte, religión, biología,
ciencia, ley, moral, sentido común— no es apartarse de los problemas existenciales de la vida
para ir a parar algún ámbito empírico de formas desprovistas a emoción; por el contrario es
sumergirse en medio de tales problemas. La vocación esencial de la antropología interpretativa no
307
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
es dar respuestas a nuevas preguntas más profundas, sino darnos acceso a respuestas dadas por
otros, que guardaban otras ovejas en otros valles, y así permitirnos incluirlas en el registro
consultable de lo que ha dicho el hombre.
308
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
El problema
Aunque la temática (y el uso mismo de ese término, relativamente reciente en la tradición
antropológica) constituye un campo de creciente interés u ha ganado plena legitimidad en varias
disciplinas conexas, la materia central, es decir, la naturaleza del fenómeno étnico, continúa sujeta
a discusión hasta en sus definiciones más esenciales. Leo A. Despres, al comentar los resultados
del simposio sobre etnicidad y competencia por los recursos en sociedades plurales, que organizó
para el IX Congreso Internacional de Ciencias Antropológicas y Etnológicas, en 1973,
caracterizaba la situación en estos términos:
Para resumir, los trabajos que comprende este volumen sugieren que las concepciones
prevalecientes sobre etnicidad son tal vez demasiado ambiguas, en su construcción general para
que permitan avanzar significativamente en el estudio comparado de los fenómenos étnicos, más
allá del trabajo de Barth. Claramente, tales fenómenos son multidimensionales. Comprenden
simultáneamente elementos que tienden a ser conceptualizados en forma diferente en referencia al
1
Este ensayo fue redactado dentro del proyecto de investigación que tengo a mi cargo en el Centro de Investigaciones y
Estudios Superiores en Antropología Social. Su versión preliminar sirvió como documento base de discusión en el
seminario sobre “Grupo étnico, identidad y cultura” que dirigí en el Programa de Doctorado de CIESAS en 1986.
Agradezco los comentarios críticos y las sugerencias de los participantes, así como del Dr. Enrique Valencia.
2
CIESAS.
309
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
310
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
resultan críticos debido a su escasez relativa.7 Este planteamiento precisa y acentúa una
dimensión del grupo étnico que va está presente en la conceptualización inicial de Barth: pero es
pertinente señalar aquí que la discusión sobre la competencia por recursos escasos se ha referido
exclusivamente a recursos materiales; volveré sobre este punto.
En sistemas estratificados, la función organizadora del grupo étnico también ha sido
empleada como herramienta conceptual para comprender modalidades de la estratificación social,
cuando ésta sigue las líneas de la diferenciación étnica. Estos problemas remiten a teorías de la
estratificación y, en última instancia, a teorías del poder, como marcos conceptuales más
adecuados para ubicar la discusión sobre la naturaleza de los grupos étnicos.8
En este campo es importante la contribución de George Balandier y quienes lo han
seguido en la elaboración de la teoría de la situación colonial, particularmente porque ésta se
concibe como una situación total que abarca las diversas dimensiones y niveles de conflicto de la
relación entre grupos étnicos distintos, lo que permite ampliar la visión sobre los procesos de
contacto interétnico en el contexto de dominación colonial y entenderlos como fenómenos mucho
más complejos de lo que resultan si sólo se les ve en función de la competencia por recursos
materiales significativos y relativamente escasos.9
El problema, sin embargo, no se agota en la definición social del grupo étnico: incluye
necesariamente el concepto de identidad. La reflexión sobre la identidad étnica ha avanzado
siguiendo en algunos casos el sendero que Barth trazó para estudiar al grupo étnico. Una de las
formulaciones más agudas se debe al trabajo de Roberto Cardoso de Oliveira, para quien el
carácter contrastivo parece constituir la esencia de la identidad étnica. Aquí también el criterio de
relación ocupa el lugar central:
La identidad étnica […] no puede ser definida en términos absolutos, sino únicamente en
relaciona un sistema de identidades étnicas, valoradas en forma diferente en contextos específicos
o en sistemas particulares.10
Cardoso de Oliveira destaca la naturaleza ideológica de la identidad y, por esa vía, abre la
posibilidad de establecer una relación entre identidad y cultura, el otro tema insoslayable en el
estudio del fenómeno étnico. El puente lo encuentra en las creencias (conscientes) que son una
7
Para la descripción de varios casos y la discusión de diversos enfoques sobre el tema. cfr. Leo A. Depres. Op. Cit.
8
Un panorama general sobre los problemas de la estratificación étnica y diversos enfoques para su estudio, en Tamotsu
Shibutani y Kian M. Kwan. Ethnic stratification: A comparative aproach. MacMillan, Nueva York.
9
Sobre el concepto de situación colonial. George Balandier. Sociologie actuelle de l’Afrique Noure, PUF, París, 1963.
Aplicaciones y desarrollos posteriores de la noción de situación colonial, en: Immanuel Wallerstein (ed.), Social change.
The colonial situation, John Wiley, Nueva York, 1966; Rodolfo Stavenhagen, Las clases sociales en las sociedades
agrarias, Siglo XXI, México, 1969; G. Bonfil Batalla, “El concepto de indio en América: una categoría de la situación
colonial”, en: Anales de Antropología, vol. IX, UNAM, México, 1972, p. 105 y ss.
10
Roberto Cardoso de Oliveira, Identidade, etnia e estrutura social, Biblioteca Pioneira de Ciencias Sociales, Sao Paulo,
1976 (p. 9)
311
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
11
Emile Durkheim, Les formes élémentaires de la vie religieuse, PUF, París, 1986, pp. 22-23 (Citado por R.C. de Olveira,
op. cit., pp. 40-41).
12
R. Cardoso de Oliveira. op. cit., p.41.
312
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
relación con otros grupos, sus identidades y sus culturas. Se trata de proponer una relación
significativa entre grupos (sociedad) y cultura, que permita entender la especificidad del grupo
étnico y la naturaleza de la identidad correspondiente sin excluir la perspectiva complementaria
en la que se ven los diversos niveles del fenómeno étnico (los grupos, las identidades, las
culturas) como entidades diferenciadas y contrastantes inmersas en un sistema particular de
relaciones (relaciones sociales en el caso de grupos: relaciones interpersonales e intersubjetivas
en el caso de individuos con identidades étnicas diferentes: relaciones interculturales para el
estudio de sistemas policulturales).
Quizá la primera pregunta pertinente sea: ¿Qué es lo que caracteriza a un grupo étnico?
Esta cuestión remite necesariamente a la revisión de otros términos que se refieren a tipos de
organización, cuyas diferencias con el grupo étnico no han sido establecidas con la nitidez
requerida para alcanzar un consenso que permita su empleo con un sentido unívoco. Pueblo,
nación, sociedad y raza son algunos de los términos que con frecuencia se aplican a unidades
sociales que también pueden denominarse grupos étnicos.
“Pueblo” se usa, en ciertos contextos del discurso académico, con un sentido que enfatiza
el origen común y ciertas características culturales compartidas por una población, pero la cual no
necesariamente constituye una organización social unitaria, sobre todo en el nivel político, es
decir, bajo un gobierno único.
“Nación”, en cambio, se aplica con más frecuencia a poblaciones que comparten la idea
de un origen común, así como ciertas características culturales, pero que además constituyen una
13
G. Bonfil Batalla. “Lo propio y lo ajeno, una aproximación al problema del control cultural”, en Revista Mexicana de
Ciencias Políticas y Sociales, núm. 103, UNAM, México, 1983, p. 181 y ss.
313
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
unidad política con grado mayor o menor de autonomía; de hecho, la condición de unidad política
llega a ser el criterio único y así se habla de la nación mexicana haciendo abstracción de su
diversidad étnica.
“Raza” es un término de otro orden, por cuanto se refiere propiamente a la frecuencia
diferencial con la que ocurren en diversas poblaciones ciertas características somáticas aparentes
y transmitidas genéticamente. Sin embargo, sucede en muchos casos que la población organizada
bajo la forma que denominamos grupo étnico, también presenta peculiaridades somáticas que la
distinguen de otras. Esta correspondencia ayuda a explicar que se haya desarrollado una
sociología de las relaciones raciales, constituida formalmente antes que los estudios de relaciones
interétnicas. No obstante, parece claro que el concepto de raza no puede usarse como sinónimo de
grupo étnico, tanto por su propia ambigüedad, como por su filiación biológica, que lo hace poco
pertinente para la explicación social de fenómenos sociales.
Por último, “Sociedad” también se ha empleado en muchos casos como equivalente a
grupo étnico. En su uso más frecuente, sin embargo, se maneja como un concepto de orden
general, menos determinado que el de grupo étnico; se puede hablar, por ejemplo, de una
sociedad mayor que incluye a diversos grupos étnicos; pero carecería de sentido sustituir, en ese
caso, el término sociedad por el de grupo étnico.
Los atributos que se admiten más generalmente para caracterizar a un grupo étnico son
los siguientes: a) conglomerado social capaz de reproducirse biológicamente, b) que reconoce un
origen común, c) cuyos miembros se identifican entre sí como parte de un “nosotros” distintos de
los “otros” (que son miembros de grupos diferentes de la misma clase) e interactúan con éstos a
partir del reconocimiento recíproco de la diferencia, d) que comparten ciertos elementos y rasgos
culturales, entre los que tiene especial relevancia la lengua. A partir de aquí, la asignación de
otros atributos necesarios para conceptualizar al grupo étnico no han alcanzado el mismo grado
de consenso. Por ejemplo, para algunos autores la existencia de un territorio definido es
indispensable para la persistencia de un grupo étnico;14 para otros, el grupo étnico sólo existe
cuando constituye una unidad política organizada, porque si no se da esa condición se trata
entonces de poblaciones étnicas pero no de grupos en el sentido estricto del término.15
La existencia de un conglomerado que se reproduce biológicamente no amerita mayor
discusión. De hecho, se acerca mucho a una tautología, ya que si el problema es definir el grupo
étnico, se parte del supuesto indispensable de que se trata de una colectividad que tiene existencia
en un tiempo que abarca sucesivas generaciones. Por su parte, el atributo de que los miembros del
14
Esa posición la sostiene Roberto Cardoso de Oliveira, op. cit. p. 63.
15
La distinción es de Leo A. Despres, Op. Cit., p. 196.
314
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
grupo reconocen un origen común, si bien es relevante y al parecer universal para todos los
grupos étnicos, no tiene por qué ser visto como un rasgo aislado con valor propio e
independiente; cabe, en cambio, entenderlo como un elemento cultural, es decir, como parte de
las creencias que, como se anotó previamente, son representaciones conscientes de las
representaciones colectivas inconscientes. Por último, propongo que el problema de la identidad
común puede comprenderse mejor si se plantea, no como un atributo necesario sino como una
resultante de la preexistencia del grupo con una cultura propia; este punto se discute con mayor
amplitud más adelante. Queda entonces por considerar el problema de la relación entre el grupo
étnico y su cultura, ya no en los términos culturalistas, sino a partir de una noción distinta de los
aspectos culturales que son significativos para la definición del grupo étnico. Esto permite colocar
el problema en los siguientes términos: la relación significativa necesaria para conceptualizar y
definir al grupo étnico es una que se establece entre el determinado conglomerado humano
relativamente permanente (una sociedad) y su cultura propia. La noción de un origen común, la
identidad colectiva, el territorio, la unidad en la organización política, el lenguaje y otros rasgos
comunes, adquieren valor como elementos característicos del grupo étnico, en la medida en que
sea posible encuadrarlos dentro de esa relación específica y significativa entre sociedad y cultura
propia.
A primera vista, el argumento parece conducir inevitablemente al viejo culturalismo que
fue superado gracias al trabajo de Barth. No es así, porque no se plantea que el grupo étnico
puede definirse a partir de la descripción de su cultura, sino a partir de una cierta relación
significativa entre el grupo y una parte de su cultura que denomino cultura propia. Esta relación
es el control cultural.
Por control cultural entiendo el sistema según el cual se ejerce la capacidad social de
decisión sobre los elementos culturales. Los elementos culturales son todos los componentes de
una cultura que resulta necesario poner en juego para realizar todas y cada una de las acciones
sociales: mantener la vida cotidiana, satisfacer necesidades, definir y solventar problemas,
formular y tratar de cumplir aspiraciones. Para cualquiera de estas acciones es indispensable la
concurrencia de elementos culturales de diversas clases, adecuados a la naturaleza y al propósito
de cada acción. Pueden establecerse las siguientes clases de elementos culturales:
315
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Materiales. Son todos los objetos, en su estado natural o transformados por el trabajo
humano, que un grupo este en condiciones de aprovechar en un momento dado de su devenir
histórico: tierra, materias primas, fuentes de energía, herramientas y utensilios, productos
naturales y manufacturados, etcétera.
De organización. Son las formas de relación social sistematizadas, a través de las cuales
se hace posible la participación de los miembros del grupo cuya intervención es necesaria para
cumplir la acción. La magnitud y otras características demográficas de la población son datos
importantes que deben tomarse en cuenta al estudiar los elementos de organización de cualquier
sociedad o grupo.
De conocimiento. Son las experiencias asimiladas y sistematizadas que se elaboran, se
acumulan y transmiten de generación a generación y en el marco de las cuales se generan o
incorporan nuevos conocimientos.
Simbólicos. Son los diferentes códigos que permiten la comunicación necesaria entre los
participantes en los diversos momentos de una acción. El código fundamental es el lenguaje, pero
hay otros sistemas simbólicos significativos que también deben ser compartidos para que sean
posibles ciertas acciones y resulten eficaces.
Emotivos. Que también pueden llamarse subjetivos. Son las representaciones colectivas,
las creencias y los valores integrados que motivan a la participación y/o la aceptación de las
acciones: la subjetividad como un elemento cultural indispensable.
En los actos comunes de la vida cotidiana, así como en las acciones periódicas y en las
situaciones de excepción, los conjuntos sociales y los individuos echan mano de los elementos
culturales disponibles que son requeridos para cada caso. Es importante conceptuar todos estos
recursos como elementos culturales, porque así se pone de manifiesto que poseen una condición
común que permite establecer una relación orgánica entre ellos. No se trata de una relación
necesariamente armónica y coherente, como en los planteamientos funcionalistas clásicos, ya que
la consistencia funcional mínima sólo parece lógicamente necesaria en cada acción concreta, pero
no para el conjunto de acciones que forman la vida social; en tal conjunto, por lo contrario, es
posible encontrar inconsistencias y contradicciones entre los elementos culturales que permiten,
precisamente, entender la dinámica sociocultural.
El intento de clasificar los elementos culturales en las categorías antes mencionadas debe
entenderse como un mero recurso metodológico que no implica la concepción de la cultura como
un simple agregado de rasgos aislados e inconexos. Por el contrario, como se verá a lo largo de
esta exposición, se presupone la existencia de un “plano general” o matriz cultural, específica de
316
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
cada cultura y cambiante a lo largo del devenir histórico, que articula y da sentido a los diversos
elementos, particularmente en el ámbito de la cultura autónoma que se analiza más adelante.
La puesta en juego de los elementos culturales necesarios para cualquier acción exige
capacidad de decisión sobre ellos. Ahora bien, las formas en que se toman las decisiones varían
dentro de un espectro muy amplio, no sólo de un grupo a otro sino en el interior de cualquiera de
ellos, según el nivel de las acciones consideradas. Hay acciones individuales, familiares,
comunales, por grupos especiales, macrosociales, etcétera, y en cada una de ellas las decisiones se
toman de una manera concreta cuyas características son material de investigación empírica. 16 Al
referirse a un grupo étnico, un nivel de decisión que adquiere importancia central es el que abarca
al grupo en su conjunto, lo que implica la existencia de cierta unidad política. El tema se trata con
mayor detalle más adelante.
El conjunto de niveles, mecanismos, formas e instancias de decisión sobre los elementos
culturales en una sociedad dada, constituye el sistema global de relaciones que denomino control
cultural.
Los elementos culturales pueden ser propios o ajenos. Son elementos propios, los que la
unidad social considerada ha recibido como patrimonio cultural heredado de generaciones
anteriores y los que produce, reproduce, mantiene o transmite, según la naturaleza del elemento
cultural considerado. Inversamente, son elementos culturales ajenos aquellos que forman parte de
la cultura que vive el grupo, pero que éste no ha producido ni reproducido. En situaciones de
contacto interétnico, particularmente cuando las relaciones entre los grupos son asimétricas, de
dominación/sujeción, la cultura etnográfica (esto es, el inventario total de los elementos culturales
presentes en la vida del grupo) incluirá tanto elementos propios como ajenos.
Si se relaciona el universo de elementos culturales, propios y ajenos, que forman la
cultura etnográfica de un grupo en un momento dado, con la condición propia o ajena de las
decisiones sobre esos mismos elementos, es posible establecer cuatro ámbitos o espacios dentro
de la cultura total, diferenciados en función del sistema de control cultural existente.
El siguiente cuadro muestra de manera sintética este planteamiento:
16
Hay, desde luego, acciones espontáneas, no concertadas, únicas; pero en la vida social parecen ocupar un espacio
reducido y, sobre todo, tales acciones pueden ocupar un espacio reducido y, sobre todo, tales acciones pueden dejarse
de lado en esta reflexión porque la posibilidad de comprender los fenómenos descansa en el postulado de que hay
regularidades en su ocurrencia y en sus características, lo que permite una aproximación metódica a los mismos.
317
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
318
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
rituales, también, y las decisiones son externas. En un campo diferente, un stand llevado por una
compañía cervecera a una feria tradicional, es otro ejemplo de cultura impuesta. Asimismo, la
presencia de medios de comunicación externos, que ya forma parte de la cultura en un número
creciente de comunidades, es un caso claro de cultura impuesta.
Cultura apropiada. Este ámbito se forma cuando el grupo adquiere la capacidad de
decisión sobre elementos culturales ajenos y los usa en acciones que responden a decisiones
propias. Los elementos continúan siendo ajenos en tanto el grupo no adquiere también la
capacidad de producirlos o reproducirlos por si mismo; por lo tanto, hay dep3ndencia en cuanto a
la disponibilidad de esos elementos culturales, pero no en cuanto a las decisiones sobre su uso.
Un ejemplo sencillo puede encontrarse en el empleo cada vez más generalizado de instrumentos y
aparatos de producción externa, que se ponen al servicio de acciones propias: las grabadoras de
casetes para registrar, conservar y repetir la música local; las armas de fuego empleadas en la
cacería; los diversos motores, etcétera. El uso de tales elementos culturales ajenos implica, en
cada caso concreto, la asimilación y el desarrollo de ciertos conocimientos y habilidades para su
manejo, la modificación de ciertas pautas de organización social y/o la incorporación de otras
nuevas, el reajuste de aspectos simbólicos y emotivos que permita el manejo subjetivo del
elemento apropiado, etcétera; son esos cambios en la cultura autónoma los que hacen posible la
formación de un campo de cultura apropiada.
Cultura enajenada. Este ámbito se forma con los elementos culturales que son propios
del grupo, pero sobre los cuales ha perdido la capacidad de decidir; es decir, son elementos que
forman parte del patrimonio cultural del grupo pero que se ponen en juego a partir de decisiones
ajenas. En la situación de un grupo dominado, los ejemplos pueden abarcar una gama muy amplia
de elementos culturales. Un caso podría ser la fuerza de trabajo, que es un elemento cultural
propio, pero que bajo ciertas circunstancias puede quedar parcialmente al servicio de decisiones
ajenas, bien sea por compulsión directa (trabajo forzoso) o como resultado de la creación de
condiciones que indirectamente obligan a su enajenación (emigración, trabajo asalariado al
servicio de empresas ajenas, etcétera.). La enajenación de recursos materiales podría
ejemplificarse cuando un bosque comunal es explotado por una compañía maderera externa al
grupo. En otro nivel, la folklorización de fiestas y ceremonias para su aprovechamiento turístico
sería un caso en el que elementos de organización, materiales, simbólicos y emotivos propios,
quedan bajo decisiones ajenas y, en consecuencia, forman parte del ámbito de la cultura
enajenada.
319
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
320
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
los elementos culturales, por sí mismos, los que configuran los cuatro ámbitos de la cultura, es la
relación de control cultural la que los define.
Los ámbitos de cultura autónoma y cultura apropiada, forman el campo más general de la
cultura propia; es decir, aquel en que los elementos culturales, propios o ajenos, están bao control
del grupo. La cultura impuesta y la cultura enajenada, a su vez, forman el ámbito de la cultura
ajena, en el que los elementos culturales están bajo control ajeno.
Se puede volver a hora a la relación significativa entre sociedad y cultura que propongo
para definir al grupo étnico. Esa relación es la que se establece, a través del control cultura, con la
cultura propia. Dicho en otras palabras, un grupo étnico es aquel que posee un ámbito de cultura
autónoma, a partir del cual define su identidad colectiva y hace posible la reproducción de sus
límites en tanto sociedad diferenciada. Con base en este ámbito de cultura autónoma, el grupo
étnico puede generar un espacio de cultura apropiada. La relación significativa, pues, no es con la
cultura etnográfica en su totalidad, sino con los campos de ella en los que el grupo ejerce el
control cultural. El punto nodal es, sin duda, la cultura autónoma, en tanto presupone la existencia
de elementos culturales propios.
Es necesario abordar todavía algunos problemas para establecer con mayor claridad el
sentido y las implicaciones de esta definición tentativa de grupo étnico.
17
Julian H. Steward, Theory of Culture Change, University of Illinois Press, Urbana, 1955 (especialmente el capítulo 6).
321
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
quedan al margen de las normas impuestas por la sociedad colonizadora.18 A través de la historia
es fácil encontrar ejemplos de cómo la unidad doméstica ha perdido capacidad de decisión sobre
esferas que antes controlaba en mayor medida, como la instrucción de los hijos, que en las
sociedades modernas es cada vez menos asunto sujeto a la decisión exclusiva de la familia. En
una panorámica todavía más amplia, podría contrastarse el ámbito de control cultural de la unidad
familiar en sociedades agrarias, con el espacio mucho más restringido sobre el que tienen
capacidad de decisión en las sociedades urbanas industrializadas.
Independientemente de la amplitud del control cultural que se ejerce en el ámbito del
control cultural que se ejerce en el ámbito de la vida doméstica, en todas las sociedades existen
otros niveles de decisión. En el caso de México y otros países de América Latina, la comunidad
local en el medio rural es una instancia muy importante y las autoridades correspondientes
pueden tener facultades para tomar decisiones en asuntos tan diversos como la asignación de
tierras de cultivo, la organización del trabajo comunal, la supervisión de las actividades
encaminadas a celebrar las fiestas y ceremonias anuales, la aplicación del derecho nacional y
consuetudinario, la relación con instancias administrativas superiores, etcétera. En el seno de la
comunidad, por otra parte, hay muchas acciones cuyas decisiones no corresponden ni a las
unidades domésticas ni a las autoridades de la comunidad local, tales como las que están a cargo
de especialistas en diversos tipos de tareas.
Por supuesto, muchas decisiones que afectan directamente a la vida de las unidades
domésticas, las comunidades y otros grupos sociales, se toman en instancias de un nivel superior,
como son los gobiernos estatales y nacionales, las grandes empresas nacionales y transnacionales,
las iglesias centralizadas, etcétera.
¿Cuál es entonces, el criterio para definir cuándo una decisión es “propia” de un grupo
étnico, visto que intervienen múltiples instancias de decisión para conformar la vida social? Un
primer paso indispensable para responder a esta pregunta consiste en definir los límites del grupo
étnico en la perspectiva de la teoría del control cultural. En estos términos puede establecerse que
la dimensión y los límites del grupo se definen en relación a los elementos culturales propios. De
aquí se desprende el siguiente argumento: Un grupo étnico es un conjunto relativamente estable
de individuos que mantiene continuidad histórica porque se reproduce biológicamente y porque
sus miembros establecen entre si vínculos de identidad social distintiva a partir de que se asumen
como una unidad política (real o virtual, presente o pasada) que tiene derecho exclusivo al
control de un universo de elementos culturales que consideran propios. Como se anotó, los
elementos culturales propios están conformados, en primer término, por los que constituyen el
18
Jean Casimir, La cultura oprimida, Nueva Imagen, México, 1981.
322
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
patrimonio cultural heredado y, además, por aquellos que el grupo crea, produce y/o reproduce.
Conviene desarrollar con mayor amplitud estas ideas.
Al hablar del patrimonio cultural heredado estamos haciendo referencia necesaria, aunque
implícita, a un hecho fundamental para la conceptualización del grupo étnico: su condición de
resultado y expresión de un proceso histórico. Con esto quiero decir que las características que
presenta el grupo en un tiempo dado (la configuración de su control cultural: elementos propios y
capacidades de decisión) deben entenderse siempre como la situación en un momento histórico
dentro de u proceso de larga duración. Planteo lo siguiente: la existencia de un grupo étnico,
cualquiera que sea su situación en el momento en que se le estudia, presupone un momento
previo en su proceso histórico en el cual el grupo dispuso de la autonomía cultural necesaria para
delimitar y estructurar el universo inicial de sus elementos culturales propios, capaces de
garantizar por sí mismos la existencia y la reproducción del grupo; esto implica que fue una
unidad política autónoma. Ese es el momento o periodo histórico en el que “cristaliza” una
cultura singular y distintiva, se configura el grupo étnico y se define la identidad social
correspondiente. Es, necesariamente, un periodo de autonomía, en el que se tiene la capacidad de
decisión en todos los ámbitos fundamentales de la vida colectiva. A partir de ese momento, el
proceso histórico puede restringir el control cultural autónomo del grupo, limitando el campo de
las decisiones propias a espacios reducidos de la vida colectiva —como sucede con los grupos
sometidos a un régimen de dominación colonial. Como resultado de ese proceso de sujeción, la
configuración del control cultural en un momento dado se presenta al observador como un
fenómeno confuso, contradictorio y sin coherencia aparente; sólo la comprensión de que esa
situación es únicamente un momento de un largo proceso histórico, permite encontrar el hilo
conductor para avanzar en el entendimiento de esos problemas.
Las consideraciones anteriores son necesarias para ubicar el concepto de patrimonio
cultural propios que cada nueva generación recibe de las anteriores. No es un acervo inmutable,
por el contrario, se modifica incesantemente, se restringe o se amplía, se transforma. El
patrimonio cultural heredado hoy por los mayas de la península de Yucatán, tiene seguramente
muy pocos elementos concretos que hayan formado parte de la cultura maya en el momento de su
cristalización como cultura autónoma, o más adelante, en la época de su esplendor precolonial.
Muchos elementos culturales del patrimonio heredado actual no son de origen maya; han sido
incorporados a lo largo del devenir histórico mediante el proceso de apropiación que definiremos
más adelante. Con ese abigarrado conjunto de elementos culturales de diversos orígenes,
articulados por la matriz cultural maya en diferentes momentos, se ha constituido un núcleo de
323
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
cultura autónoma que es el contexto gracias al cual cada uno de esos elementos,
independientemente de su historia particular, adquiere su especificidad como elemento cultural
propio de los mayas.19
Merece una mención especial el caso de elementos culturales que se conservan como
propios sólo en la memoria colectiva. El territorio étnico original, por ejemplo, perdido o
mutilado a causa de la dominación colonial, puede mantenerse como un elemento cultural propio
y funcionar como recurso emotivo o de conocimiento, ya que no material. Del mismo tipo es la
memoria de la edad de oro, “cuando éramos libres, amos de nosotros mismos”: la autonomía
perdida (con lo que implica de formas de gobierno y niveles de organización suprimidos por la
colonización), convertida en elemento cultural emotivo. Ambos ejemplos muestran el carácter
histórico del patrimonio cultural heredado. En este sentido, el grupo étnico no es únicamente lo
que es en un momento dado, sino también lo que fue (expresado en muchos elementos del
patrimonio cultural heredado) y el proyecto histórico, implícito o explícito, de lo que aspira a ser
en el futuro. Tal proyecto histórico incluye, en el caso de grupos sujetos a dominación colonial, la
restauración de la autonomía perdida, esto es, la recuperación del grupo como unidad política
independiente, que es la única forma de reasumir el control sobre los elementos culturales
propios.
El patrimonio cultural heredado, con las modificaciones que resultan de los procesos
permanentes de innovación, enajenación, apropiación y supresión (ver más adelante), conforma,
así, el inventario de los recursos culturales propios capaces de asegurar la permanencia histórica
del grupo. Es en relación al control cultural de ese acervo como se delimita en primera instancia
el grupo étnico. Es decir, un grupo étnico asume como propios un conjunto de elementos
culturales y ejerce sobre ellos decisiones que le permiten mantener un ámbito de cultura
autónoma. Conviene insistir en que no se trata de un mero agregado de elementos sin relación
entre sí, sino que, como parte indispensable de la cultura autónoma, existe un plano general o
matriz cultural que articula en cierto nivel al conjunto de elementos culturales.
Hasta aquí hemos establecido un primer criterio que permite delimitar el ámbito de los
elementos culturales propios. Ahora es necesario volver al problema de las decisiones para
establecer con claridad la relación entre decisiones propias y elementos propios, que postulamos
como definitoria del grupo étnico.
En la situación hipotética más clara, un grupo social delimitado y organizado
políticamente ejerce las decisiones sobre un repertorio de elementos culturales propios que le
19
También se supera así el falso problema de la “autenticidad” de una cultura, al establecerse como criterio para definir
cualquier elemento cultural como propio de esa cultura el hecho de que el grupo en cuestión posea la capacidad de
producirlo, reproducirlo, conservarlo y mantenerlo, independientemente del origen histórico de tal elemento.
324
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
aseguran por sí mismos su existencia y su continuidad (es decir, que son suficientes para cubrir
sus necesidades de todo tipo y naturaleza). El momento histórico más próximo a esa situación
hipotética es el de “cristalización” de la cultura y conformación orgánica del grupo, porque en
ese momento de autonomía todas las decisiones significativas son propias y se ejerce sobre
elementos culturales propios. Como resultado de la dominación colonial, el grupo pierde ámbitos
de control cultural. Es el caso de muchos pueblos de Mesoamérica y la región andina, que habían
alcanzado formas de organización social a nivel de estado, de las que formaban parte poblaciones
de gran magnitud que ocupaban extensos territorios. La colonización produjo, entre otros efectos,
la supresión de los niveles superiores (estatales) de decisión e impuso otras instancias con el fin
de desarticular la organización anterior y reducirla a un conglomerado disperso de comunidades
locales vinculadas entre sí únicamente a través del gobierno colonial. Y aun en los casos en que el
gobierno local quedó en manos de miembros del propio grupo étnico, se impusieron medidas que
restringían el ámbito de sus decisiones y sujetaban éstas a códigos y principios ajenos. A partir de
ese momento, lo que se presentaba previamente como una relación clara entre decisiones propias
y elementos culturales propios a nivel del grupo en su conjunto, adquiere una complejidad mayor,
que persiste ante el observador actual.
Es evidente que no todos los elementos culturales poseen igual importancia para un
grupo. Ya anoté que puede plantearse teóricamente la necesidad de que estén presentes ciertos
elementos, como condición indispensable para la continuidad y la existencia misma del grupo. En
una situación de dominación resulta indispensable analizar la importancia relativa de los
elementos sobre los que pierde control el grupo dominado: no tiene el mismo efecto la pérdida de
tierras productivas, o la eliminación del gobierno étnico, que la prohibición de una fiesta. La
significación de los elementos culturales es diferente y esto se pondrá de manifiesto al analizar la
dinámica del control cultural.
A partir de las consideraciones anteriores se puede establecer un criterio inicial para
definir el carácter propio o ajeno de las decisiones, que puede enunciarse de la siguiente manera:
son decisiones propias aquellas que involucran principalmente elementos propios y a las que se
les reconoce legitimidad. ¿Por qué elementos culturales propios? Porque la toma de decisiones es
entendida aquí como un acto que forma parte de la cultura, ya que sólo es posible que ocurra al
interior de un grupo cuando en esa acción se pone en juego un conjunto de elementos culturales
propios; es decir, cuando quienes intervienen para tomar una decisión son personas reconocidas
como miembros del grupo y cuando los procedimientos y las normas que se siguen para tomar las
decisiones también forman parte de los elementos culturales que el grupo asume como propios.
325
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Esto mismo otorga legitimidad social a las decisiones, una legitimidad que está sustentada en la
cultura propia del grupo, en sus valores, en sus creencias, en sus formas específicas de
organización social, etcétera.
Como se ve, planteado el problema en los términos anteriores las “decisiones propias”
sólo pueden definirse empíricamente y de manera simultánea a la definición del grupo y su
cultura propia.
Para tomar decisiones que afectan le interés del conjunto social puede haber mecanismos
de participación directa y universal, pero ese caso parece poco frecuente. Es más usual que
existan mecanismos de representación o sistemas de privilegio culturalmente aceptados que
otorgan a una persona o a un grupo determinado la facultad de tomar ciertas decisiones de interés
colectivo. Esas decisiones son propias del grupo en tanto están legitimadas por la cultura propia.
Esto no excluye la posibilidad de que se transformen las bases de legitimación de las decisiones,
lo que puede ser resultado, por ejemplo, de un cambio en la correlación de fuerzas sociales al
interior del grupo; en tal caso, si se establecen nuevos mecanismos de legitimación y se
mantienen los límites sociales del grupo y la relación de éste con un patrimonio cultural que
considera propio y exclusivo, las decisiones tomadas de acuerdo a la nueva situación serán
también decisiones propias. Ampliaré este tema en el siguiente apartado.
Según lo planteado en el inciso anterior, las decisiones son propias cuando se dan en
cualquier instancia que se reconozca como instancia interna legítima del grupo étnico. A primera
vista para el estudio de relaciones interétnicas ese criterio parecería ser suficiente, sin embargo,
las situaciones reales presentan fenómenos complejos que nos obligan a elaborar algunos criterios
complementarios.
Un primer problema tiene que ver con el margen de libertad de las decisiones propias. Sin
entrar aquí en la problemática filosófica de la libertad, lo que cabe señalar es que ninguna
decisión es absolutamente libre, sino que se toma siempre en un contexto dado que ofrece un
número discreto de opciones posibles, en función de factores de muy diversa índole que forman
parte de la circunstancia. En la situación de los pueblos dominados, la limitación en el número y
la naturaleza de las opciones posibles en muchos casos no obedece únicamente a la circunstancia
interna del grupo (por ejemplo, la cantidad y cualidad de los elementos disponibles en la cultura,
en un momento dado, para imaginar e instrumentar una decisión), sino a restricciones impuestas
326
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
por la sociedad dominante. Pongamos por caso la clandestinación de actividades rituales propias a
la que han recurrido muchos pueblos indios a partir de la invasión europea. Tal clandestinación es
una decisión propia que se entiende como parte del proceso de resistencia; sin embargo, ocurre
bajo circunstancias impuestas que suprimen otras opciones (el ejercicio abierto y público del
culto, en este ejemplo). El empobrecimiento de las comunidades, resultado de la pérdida de sus
mejores tierras y del intercambio comercial desigual que ha sido impuesto por los intereses
económicos dominantes, es un factor limitante que afecta severamente el margen de libertad
dentro del cual los pueblos indios toman muchas decisiones propias, concernientes a acciones de
muy diversa naturaleza. En el análisis del control cultural, en consecuencia, es necesario tener en
cuenta el marco de las limitaciones externas que restringen la gama de opciones posibles para el
ejercicio de las decisiones propias; esos factores limitantes forman parte del sistema general del
control cultural que se estudia: obedecen a decisiones ajenas que condicionaron las decisiones
propias.
Otro problema que debe mencionarse en torno a las estructuras de decisión es que, en
muchos casos, una acción implica una cadena de decisiones, y que no siempre todas las
decisiones necesarias son propias o son ajenas. Con frecuencia, la decisión superior, la que obliga
a la acción, es una decisión ajena, en tanto que las decisiones que corresponden a la
instrumentación pueden caer en el ámbito de lo propio. La mecánica del gobierno indirecto
empleada por los ingleses en África es un claro ejemplo de este tipo de situaciones, en las que el
margen de libertad sólo existe en posibles variantes menores dentro del proceso de llevar a la
práctica la decisión superior, ajena; sin embargo, la manera en que ese margen mínimo se
aprovecha puede revelar la presencia de procesos de resistencia, innovación y/o apropiación que
en un análisis menos cuidadoso podrían pasar desapercibidos.
Un fenómeno que también requiere particular atención es la negociación. Ante una
decisión de la sociedad dominante (la delimitación legal de las tierras comunales, por ejemplo), el
grupo tiene en algunas ocasiones la posibilidad de negociar, es decir, de influir sobre decisiones
ajenas. Los factores que entran en juego para hacer posible la negociación sólo pueden conocerse
a través de la investigación empírica de cada caso. De cualquier manera, es necesario prestar
atención no sólo a los elementos y recursos con que se negocia, sino también al papel que juegan
los intermediarios, ya que su función puede ser en favor o en contra de la posibilidad de
influencia que puede ejercer el grupo en una decisión ajena. Los intermediarios y negociadores
emplean en el desempeño de su función los elementos culturales propios del grupo que
representan, pero también hacen uso de un repertorio mayor o menos de elementos que
327
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
328
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
social (el grupo étnico) y el sistema cultural (su cultura propia) —sabiendo, por supuesto, que esa
distinción es sólo una herramienta conceptual que nos permite acercarnos a la comprensión de
una realidad única.20
Los puntos anteriores son únicamente algunos ejemplos del tipo de problemas que
plantea el estudio empírico para la definición de las decisiones como propias o ajenas, que es un
paso metodológico central para establecer la configuración del control cultural en un contexto de
relaciones interétnicas.
El esquema que divide la cultura etnográfica en los cuatro ámbitos que se han
mencionado resulta, hasta aquí, un esquema estático, puramente sincrónico. El movimiento de los
cuatro ámbitos de la cultura, la extensión mayor o menor de cada uno de ellos y los cambios que
ocurren en los contenidos concretos que abarcan, deben entenderse en función de varios procesos
principales que pueden enunciarse y describirse de la siguiente manera:
329
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
21
En esta perspectiva es posible hacer ua fructífera relectura de los ensayor reunidos por Bronislaw Malinowski. Cfr.
Methods of the study of culture contact in Africa, International African Institute, Oxford University Press, Londres, 1959.
330
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
resulte desde el punto de vista estético, ya que se están analizando relaciones que no son
simétricas sino de dominio y subordinación.
Imposición. Es el proceso mediante el cual el grupo dominante introduce elementos
culturales ajenos en el universo cultural del grupo étnico considerado. Las formas de imposición
pueden ser muy variadas y obedecer a diferentes mecanismos: desde la fuerza, amparada o no en
argumentos legales, hasta la imposición por vías más sutiles, aunque no menos eficaces, a través
del uso de la propaganda o de la creación de un “clima” general que favorece la introducción de
elementos culturales ajenos. El criterio que permite identificar un elemento impuesto y
distinguirlo de otro apropiado es que, siendo un elemento ajeno en ambos casos, el elemento
impuesto continúa bajo el control cultural del grupo dominante, en tanto que los elementos
apropiados quedan sujetos a decisiones propias.
Supresión. La supresión es el proceso por el cual el grupo dominante prohíbe o elimina
espacios de la cultura propia del grupo subalterno. Puede consistir en la supresión de elementos
culturales de cualquier clase, en la supresión de capacidades de decisión, o en la supresión
simultánea de ambos componentes del espacio de la cultura propia. Al igual que en el proceso de
imposición, puede darse formal o informalmente, por la fuerza directa o por un condicionamiento
indirecto.
Enajenación. Mediante el proceso de enajenación el grupo dominante aumenta su control
cultural al obtener capacidad de decisión sobre elementos culturales propios del grupo subalterno.
No elimina ni prohíbe tales elementos, únicamente desplaza al grupo dominado como instancia de
decisión y pone los elementos culturales al servicio de sus propios proyectos o intereses. También
en este caso los mecanismos concretos de la enajenación pueden revestir formas muy variadas.
Los seis procesos permiten comprender la dinámica de las relaciones interétnicas
asimétricas en términos del control cultural. Explican las transformaciones que ocurren en la
cultura del grupo subalterno como resultado de sus relaciones de subordinación; explicarían
también, con los ajustes necesarios del esquema para colocarlo desde la perspectiva del grupo
dominante, muchas de las transformaciones que ocurren en la cultura de éste. Los cambios en la
amplitud relativa y los contenidos concretos de cada uno de los cuatro ámbitos de la cultura del
grupo dominado pueden entenderse como resultado de la acción de uno o algunos de estos seis
procesos. Por supuesto, no todos los cambios culturales obedecen a los procesos de relación
interétnica; otros resultan de factores internos, endógenos, que actúan permanentemente en
cualquier cultura. Pero aquí se colocan los primeros en el foco central de atención porque se trata
precisamente de estudiar las relaciones interétnicas y no el cambio cultural en general —que, por
331
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
otra parte, difícilmente puede entenderse, en estos casos, sin referencia al marco general de las
relaciones asimétricas.
Hasta aquí he tratado de elaborar la definición de grupo étnico a partir de su relación con
un ámbito de cultura autónomo, en base al cual está en condiciones de generar un espacio de
cultura apropiada. El sistema social (grupo étnico) se define por su relación con una parte
específica de su cultura etnográfica: la cultura propia. Ambos sistemas, el social y el cultural, se
presentan indisolublemente ligados; de hecho se definen recíprocamente. Intentaré analizar, en
esa perspectiva, el problema de la identidad étnica.
Ser miembro de un grupo étnico, esto es, asumirse como tal y ser aceptado así por los
demás, significa formar parte de un sistema social específico a través del cual se tiene acceso a
una cultura autónoma, propia y distintiva, entendida como un fenómeno social, no individual. Es
decir, se forma parte del conjunto organizado de individuos que reclaman para sí la capacidad de
tomar decisiones sobre un repertorio determinado de elementos culturales que consideran propios.
Al reconocerse la identidad de un individuo como miembro del grupo, se le otorga el derecho a
participar en esas decisiones y en los beneficios que se deriven del control cultural que ejerce el
grupo. La participación individual en las decisiones está establecida, generalmente en forma
diferenciada, por la cultura propia del grupo: lo mismo sucede con la participación en los bienes y
beneficios que se derivan del control sobre los elementos culturales. Sea cual sea el grado de
participación, todo miembro de un grupo étnico tiene algún tipo de derecho sobre la cultura
propia. Estos son derechos sociales excluyentes, es decir, que corresponden solamente a quienes
son reconocidos como miembros del grupo. La identidad étnica implica, pues, un estatuto de
participación culturalmente regulada en las decisiones que ejerce el grupo en el ámbito de su
cultura propia. A esos derechos corresponden también obligaciones cuyo cumplimiento forma
parte del desempeño de cada individuo en tanto miembro de un determinado grupo étnico: esas
obligaciones están determinadas y diferenciadas por la propia cultura.
Del planteamiento anterior se desprende que la identidad étnica, aunque se expresa en el
nivel ideológico, es más que ideología. En la práctica cotidiana la identidad es ejercicio de la
cultura propia. A través de ese ejercicio, de realización permanente de la cultura propia, es como
un individuo participa en las decisiones y en los beneficios exclusivos de su grupo. La
participación implica el conocimiento y el manejo de una serie de elementos culturales propios
332
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
que hacen posible la comunicación, los acuerdos básicos en función de valores comunes, la
producción y el consumo, el comportamiento cotidiano aceptable y, a fin de cuentas, la decisión
misma de participar. El conocimiento y el manejo del repertorio cultural propio se adquieren
normalmente a través de los procesos de socialización y endoculturación que se mantienen como
canales de transmisión cultural interna bajo control del grupo y que permiten dar contenido a la
identidad étnica original y definirla. La identidad se fundamente en la coparticipación de una
cultura propia común, que a su vez define los límites del sistema social que constituye un grupo
étnico.
La identidad, en los términos anteriores, corresponde a la situación de los individuos que
integran el grupo étnico en su acontecer regular y cotidiano. Pero, aunque la identidad étnica es
un fenómeno social, se expresa individualmente, lo que permite explicar situaciones en las que un
individuo no ejerce la cultura propia de su grupo y sin embargo mantiene su identidad étnica; es
el caso, por ejemplo, de los emigrantes. Ellos, en un contexto ajeno, pueden manipular su
identidad de origen: la afirman o la niega, según las circunstancias, en su relación con los otros.
Pueden reasumirla plenamente incorporándose de nuevo a la vida de su grupo y ejerciendo su
cultura; mantienen el derecho a ello de acuerdo con normas que forman parte de la cultura propia
del grupo. En todo caso, su identidad étnica sólo existe por la relación que el individuo mantiene
(real o potencialmente), con su grupo de origen. La negación definitiva de la identidad étnica
significa la renuncia a participar en un determinado sistema social a través del cual se ejerce (así
sea sólo virtualmente) el control sobre un acervo de recursos culturales exclusivos.
En situaciones de subordinación de origen colonial, como es el caso de los grupos indios
que son el punto central de atención en este ensayo, la identidad étnica está estigmatizada por la
sociedad dominante y ese estigma desempeña un papel crucial en el sistema de relaciones
interétnicas. El colonizador reconoce la relación entre identidad étnica y cultura —aunque su
visión del colonizado sea una visión ideologizada que asume como premisa fundamental la
inferioridad de su cultura y, por tanto, la inferioridad del propio colonizado en tanto participante
de esta cultura. El estigma de la identidad subalterna repercute en múltiples formas en la vida del
grupo dominado. La hegemonía del colonizador conduce, en sasos extremos, a que los miembros
del grupo subordinado asuman internamente la conciencia de ser inferiores. En otras situaciones,
la identidad se enmascara, se vuelve clandestina, al igual que el ejercicio de la cultura en que se
sustenta. Cualquiera que sea el caso, en tanto no se lega a la desaparición de grupo como unidad
étnica diferenciada (la desindianización), puede afirmarse que subsiste un núcleo de cultura
333
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
autónoma, con lo que ello implica de organización social, elementos culturales propios e
identidad étnica.
Es difícil precisar cuáles son los mínimos de cultura autónoma y su correspondiente
organización social que resultan indispensables para hacer posible la permanencia de una
identidad étnica. Si llegamos a situaciones terminales, un solo individuo (una anciana ona, por
ejemplo) puede ser portador de una identidad étnica a punto de extinguirse, cuando ya no es
posible forma alguna de organización social y los elementos culturales quedan apenas como
recuerdo. En otros casos la organización social prácticamente desaparece como esquema
ordenador de la vida colectiva. Pienso, por ejemplo, en las diásporas. La memoria colectiva
resguarda individual y familiarmente, ejercicio de ciertas prácticas domésticas, la lengua, la
observación de ritos familiares y personales y, desde luego, la esperanza de reconstruir el grupo y
reintegrar la cultura autónoma, parecen ser suficientes para dar fundamento a la persistencia de la
identidad étnica.
El problema es más complejo si tratamos de redefinir los elementos culturales concretos
que debe contener el ámbito mínimo indispensable de cultura autónoma. ¿En qué circunstancias
deja de existir la base cultural necesaria para que persista una identidad étnica diferenciada? ¿Hay
determinados elementos culturales cuya presencia es indispensable para que subsista la cultura
autónoma, el grupo y la identidad étnica? Ya toqué esta cuestión y no estoy en condiciones de
aventurar una respuesta suficiente; el tema exige estudios comparados de gran amplitud que,
hasta donde sé, no han sido realizados todavía. En consecuencia, sólo puedo adelantar algunas
suposiciones. La noción de cultura autónoma tal vez permita avanzar un poco. Aunque se apuntó
ya que los contenidos concretos del ámbito de la cultura autónoma no pueden establecerse a
priori y son variables en el tiempo y el espacio, no debe llevarse esa afirmación al extremo de
concebir la cultura autónoma como un cajón de sastre en el que caben indiscriminadamente los
elementos culturales más heterogéneos sin relación alguna entre sí. Como premisa teórica, puede
afirmarse que el ámbito de la cultura autónoma debe incluir ciertos conjuntos articulados, ciertos
sistemas que relacionen y den algún sentido al total de elementos culturales que la componen. Si,
por otra parte, se plantea que es a partir de la cultura autónoma que son posibles los procesos de
innovación y apropiación, resulta teóricamente necesario que tal ámbito incluya algún tipo de
sistemas organizados y articulados entre sí. La noción de “matriz cultural” podría ser adecuada
para designar ese núcleo básico. El término remite a una capacidad generadora. En el campo de la
cultura implicaría, al menos, ciertas representaciones colectivas que conformen una visión
particular del mundo. Ésta, a su vez, no es un fenómeno aislado e independiente, sino que está
334
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
necesariamente ligada a ciertas experiencias, a una praxis social específica. Y en este punto la
pregunta queda abierta: ¿Cuál es la praxis social mínima indispensable para hacer posible la
persistencia de la cultura autónoma, el grupo y la identidad étnica?
Vale la pena abordar el problema desde otro ángulo (no para resolverlo, tal vez para
complicarlo más). Se ha mencionado ya el momento de “cristalización” de la cultura autónoma
como un punto histórico en el que también se organiza plenamente el grupo y se define con toda
precisión la identidad étnica. En los pueblos colonizados, ese momento pertenece al pasado. Sin
embargo, el momento de “cristalización” no es sólo origen de un proceso histórico sino también
resultado de otro: el proceso de etnogéneis. El análisis comparado de la etnogénesis seguramente
arrojará nueva luz sobre los problemas que aquí se plantean. ¿Cómo se va conformando un grupo
étnico?, ¿a partir de qué se organiza la cultura autónoma?, ¿cómo se constituye el repertorio de
elementos culturales que se consideran propios y exclusivos?, ¿en qué momento del proceso
surge la identidad étnica? La información etnohistórica nos dará pistas de gran valor; pero la
naturaleza de los problemas a dilucidar requiere un tipo de datos puntuales que en muchos casos
no será fácil recuperar para situaciones ocurridas en un pasado más bien lejano. Por otra parte, la
investigación directa, de campo, tiene también serias limitaciones, ya que los procesos de
etnogénesis son fenómenos de larga temporalidad: no surge con frecuencia un nuevo grupo
étnico. Sin embargo, hay situaciones actuales que parecen corresponder a etapa avanzadas de un
proceso de etnogénesis y cuyo estudio sería de particular interés desde la perspectiva que aquí se
propone. Es e caso, por ejemplo, de las poblaciones de origen africano en varios países del
continente americano. Es sabido que el sistema esclavista quebró la posibilidad de un trasplante
de las etnias originales. Puede afirmarse que las lenguas africanas desaparecieron en América
como vehículo de comunicación de la población negra. Hay continuidad en la identificación
étnica original de ciertos ritos religiosos (las ceremonias yoruba en Cuba; la “línea angola” en las
escuelas de capoeira de Bahía), pero aún en ellos los participantes son de muy variada
procedencia. El esclavo se volvió “negro genérico”, una categoría colonial, como la de “indio”
pero que no incluye grupos étnico actualmente diferenciados. Y como negro ha respondido a una
situación de dominación y discriminación. Sería difícil negar que existe una cultura negra en
muchos países de América; no es, al parecer, una cultura que corresponda predominantemente a
un solo origen étnico particular, sino una nueva cultura que articula elementos de origen africano,
americano y europeo y seguramente otros nuevos que son creación de los negros aquí. La
existencia de esa cultura negra ayudaría a explicar el surgimiento de un movimiento de negritud,
presente en las últimas décadas en varios países de este continente. Ahí habría nuevas formas de
335
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
336
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
337
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
embargo, un análisis más detallado permite plantear que se trata de dos fenómenos de diferente
orden.
La práctica de la cultura y la participación en las decisiones no ocurre de manera idéntica
en todos los integrantes de un grupo étnico. Existe, como norma general, alguna distinción por
sexo y edad; pero además de esas desigualdades que parten de diferencias biológicas percibidas y
elaboradas en el contexto de cada cultura, hay otros factores que determinan niveles distintos de
participación. La ocupación, la filiación y el estatus familiar, la mayor o menor cantidad de bienes
poseídos, se cuentan generalmente entre esos factores que establecen una participación
diferenciada, que en otros términos significa una práctica distinta de la cultura propia. La práctica
de la cultura que, como se anotó, es el fundamento de la pertenencia y la identidad étnica, reviste
así distintas formas, desiguales y jerarquizadas, que llegan a generar grupos con interese opuestos
y contradictorios. Tales contradicciones se pueden expresar, en un momento dado, en ideologías
étnicas alternativas.
La amplitud de las diferencias que pueden coexistir, así sea conflictivamente, en el seno
de un grupo étnico, depende de la complejidad y características de su organización social, así
como de los contenidos concretos de su cultura autónoma: los sistemas difieren en su grado de
flexibilidad y tolerancia para admitir divergencias sin que se llegue al límite en que, por alguna
vía, se cancele la pertenencia al grupo (se niegue la identidad étnica) de quienes se afilian a la
tendencia menos poderosa. Esas tendencias, en forma simplificada, corresponden finalmente a
una alternativa: mantener o cambiar la estructura diferenciada de participación que existe dentro
del grupo en un momento dado. Ahora bien, en tanto los proyectos de transformación pugnen por
un cambio en la forma en que el grupo social ejerce control sobre el patrimonio cultural que se
asume como propio y exclusivo, las ideologías étnicas, por opuestas que sean entre sí, forman
parte de los procesos étnicos y no niegan que quienes la sustentan compartan la misma identidad
étnica. Son tendencias internas que pueden transformar profundamente al grupo pero que no
provocan su desaparición. La práctica diferenciada y el acceso desigual a la cultura propia
colocan a individuos y grupos en posiciones jerarquizadas e implica el manejo de elementos
culturales distintos, o de los mismos en distinta medida. Estas diferencias, sin embargo, no se
traducen en culturas distintas y separadas, sino en niveles culturales diferentes que pueden
conformar, en algunos casos, verdaderas subculturas. No son culturas distintas, aunque presenten
una gama de variantes y contrastes, porque incluyen también contenidos comunes y
complementarios: aquella parte de la cultura autónoma que hace posible el desempeño de cada
uno como actor social. La identidad étnica, en sí misma, es un componente indispensable: el
338
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
saberse parte de un grupo con límites identificables, que es el campo primero e inmediato de la
acción social. También se requiere compartir los códigos de comunicación que permiten la
interacción dentro del grupo; un núcleo mínimo de valores compartidos o complementarios, que
arraiga en una concepción del mundo básica y común y se expresa en ciertas normas que hacen
posible la convivencia, aun en el conflicto. Sobre esa profunda trama cultural descansa la
identidad étnica. A partir de ella pueden desarrollarse variantes y divergencias que llegan a
conformar ideologías étnicas alternativas.
Si además de tomar en cuenta los factores de diferenciación que actúan en el interior del
propio grupo se considera la naturaleza y la intensidad, seguramente también distintas y
diferenciadas, de las relaciones hacia fuera del grupo, con “los otros”, y la acción consecuente de
los seis procesos que determinan la conformación u la dinámica del sistema de control cultural,
resulta posible incorporar en el análisis la presencia de elementos originalmente ajenos, como
sería el caso de muchos propósitos e ideas que con frecuencia conforman parte de las ideologías
étnicas. La investigación empírica revelará cuándo esos elementos han sido ya apropiados y
cuándo permanecen ajenos.
Con lo anterior he tratado de mostrar la necesidad de distinguir dos conceptos diferentes:
identidad étnica e ideología étnica. Así es posible evitar dos riesgos que conducen a confusión: el
de suponer que la identidad étnica se expresa en la misma forma en todos los miembros de un
grupo o, al contrario, asumir que las expresiones ideológicas diferentes de la identidad significan
la existencia de identidades étnicas distintas.
Deseo terminar esta sección con algunas consideraciones generales sobre las perspectivas
que abre la teoría del control cultural en el estudio de los procesos étnicos.
Al introducir en el análisis el concepto de control cultural resulta posible diferenciar,
dentro de la cultura etnográfica total de cualquier grupo, varios ámbitos cuya amplitud y
contenidos concretos resultan significativos para la comprensión de los procesos étnicos. Los
contenidos de cada ámbito no se pueden determinar a priori, porque son resultado de la relación
particular que exista entre decisiones - propias o ajenas - y elementos culturales —propios o
ajenos—, en las diversas acciones que conforman la vida del grupo en un momento determinado;
por eso, sólo el estudio empírico de cada caso permite conocer las características de los ámbitos
culturales.
339
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
341
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
cultural en un sistema interétnico en que los pueblos involucrados participan de una misma
civilización. Esta condición indica que las matrices culturales de los diversos pueblos tienen
elementos en común y, por lo tanto, cabe esperar que en muchos casos los elementos culturales
sobre los que casa grupo desea adquirir control, sean los mismos, ya que son valorados dentro de
de un contexto semejante. De igual manera, la imposición de elementos culturales por parte del
grupo dominante no revestiría las mismas características que cuando se trata de pueblos que
proceden de civilizaciones diferentes. Esta es la situación que se presenta con la invasión europea
y el establecimiento del orden colonial. A partir de ese momento, el grupo dominante pertenece a
una civilización diferente a la de los pueblos dominados e introduce necesariamente una serie de
elementos culturales totalmente nuevos que pasan a formar parte, inicialmente, del ámbito de la
cultura impuesta a los grupos colonizados. Los procesos de enajenación y supresión cambian
sustancialmente de objetivos y procedimientos, ya que los intereses del colonizador difieren en
muchos aspectos de los que perseguía cualquier pueblo dominante anterior, ubicado en el mismo
horizonte civilizatorio de los grupos sometidos. Piénsese, a guisa de ejemplos gruesos, en la
exploración minera, en el sistema, en el sistema de plantaciones, en la evangelización y en los
requerimientos particulares de las nuevas ciudades, para apreciar la diferencia radical que
representó la imposición del orden colonial en relación con las formas previas de dominación. De
hecho, la diferencia parece ser de tal cualidad que sería necesario conceptualizar en forma distinta
los dos sistemas de relaciones interétnicas asimétricas: el previo a la invasión europea y el que se
instaura desde el siglo XVI.
En torno a la problemática anterior surgen otras cuestiones que requerirían investigación
puntual. Por ejemplo, ¿Cómo cambian las formas de resistencia de los pueblos sometidos, de una
u otra situación? La vida religiosa puede ser un buen campo de estudio para este tema, ya que la
ideología mística evangelizadora de los españoles era completamente extraña a los pueblos
expansionistas precoloniales; la lucha en el terreno religioso, cuya importancia es innegable
durante el periodo colonial, no parece haber tenido igual significación en la etapa previa. Hay
otras cuestiones abiertas, como la posesión de la tierra de los pueblos dominados, cuyo sentido
también difiere de un caso a otro. Para explicar éstas y muchas otras diferencias sería necesario
profundizar en el conocimiento de las matrices culturales (civilizatorias, en verdad) de los
pueblos dominantes y de los dominados, para lo cual resultaría de gran utilidad estudiar en detalle
los procesos de resistencia, imposición y supresión que se dieron en las diferentes situaciones,
porque ellas revelan los intereses profundos de los pueblos en confrontación.
342
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
El mundo precolonial, al igual que los siglos corridos desde la invasión europea, ofrecen
infortunadamente muchos ejemplos de pueblos desaparecidos. Estos casos, cuando no resultan
del genocidio y el exterminio material de los grupos, son productos del etnocidio, esto es, de la
imposición de condiciones que impiden la continuidad histórica de una unidad étnica
diferenciada. Tenemos, pues, sin motivo de orgullo, un rico acervo de casos a través de los cuales
es posible profundizar en el estudio de cómo desaparece un pueblo por la imposición de un
sistema de control que rebasa los límites últimos de presión sobre su cultura autónoma.
La otra cara de la moneda constituye el surgimiento de nuevas identidades, de nuevos
grupos. Para los cientos de grupos étnicos que existieron en la época precolonial la información al
respecto, hasta el momento, resulta insuficiente; aunque algunos casos mejor documentados,
como el de los aztecas, parecen reforzar la hipótesis de que la constitución de una unidad política
autónoma es una condición inexcusable para la gestación de un grupo étnico. Más adelante en la
historia se presentan problemas que sí permiten un análisis preciso: ¿quiénes son los mestizos en
México?, ¿puede llamarse a éste, grupo ético?, ¿cómo, en su caso, se construyó su identidad y el
ámbito de su cultura autónoma? Si el criterio fundamental para la definición de un grupo étnico es
la configuración de un conjunto social que asume como propio un determinado universo de
elementos culturales, entonces el surgimiento de una capa social que era necesaria para la
administración y el funcionamiento de una colonia en la que la cantidad de los nativos (los indios)
superaba con mucho a la de los colonizadores (los peninsulares) permitiría explicar que esa capa
socialmente diferenciada (los mestizos) aspirara en un momento dado a constituirse en el centro
de una nueva unidad política que asumiera el control y el territorio de la colonia original; es
decir, que tal grupo estaría en posibilidad de constituirse en un nuevo grupo étnico-nacional. La
creación del Estado mexicano a principios del siglo XIX es también el momento de otro cambio
fundamental: las fronteras internacionales delimitan a partir de entonces el territorio de nuevas
unidades políticas, las naciones independientes, en vez de ser sólo límites administrativos entre
colonias, que en algunos casos dependen de una misma metrópoli. La guerra contra los pueblos
nómadas del norte y el exterminio de muchos de ellos a lo largo del siglo XIX puede interpretarse
justamente en esa perspectiva: un nuevo grupo étnico (los mestizos y los criollos, unidos bajo la
identidad de mexicanos), ha logrado imponerse como el grupo que define la unidad étnica
nacional y ha delimitado el universo territorial y social cuyos elementos y recursos considera
propios (es decir, de los mexicanos), frente a otros grupos vecinos que también han accedido a la
condición de autonomía nacional. La ocupación de las regiones fronterizas adquiere en ese
momento una nueva importancia, porque de ella depende la afirmación de esos territorios como
343
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
elementos culturales propios, exclusivo, diferentes de los de los estados vecinos. Los pueblos
indios que ocupaban esas “tierras de nadie” deben entonces ser eliminados o sometidos en
función de la nueva legitimidad que impone el grupo étnico-nacional emergente: los mexicanos.
Desde fines del siglo XVIII hasta hoy, el grupo de origen mestizo-criollo busca consolidar su
identidad particular y contrastante, la identidad de mexicano, para lo cual, en su momento,
establece jurídicamente las normas que regulan la pertenencia y las formas de participación en la
sociedad mexicana (es decir, el acceso legítimo a los elementos culturales considerados propios)
y procura construir una imagen consecuente de la cultura nacional. Naturalmente, este es un
proceso complejo y conflictivo en el que los distintos grupos de mexicanos participan en forma
diferente, en función de las contradicciones de interés que existen entre los propios grupos y entre
las clases en que se divide la sociedad mexicana.
De cualquier manera, esta óptica para abordar la historia moderna de México permite
entender con mayor claridad aspectos como la política indigenista, en la que se manifiesta en
forma explícita el conflicto entre el nuevo grupo étnico-nacional que ha definido y asumido como
propios todos los elementos y recursos culturales del país, y los pueblos indios, que sostienen su
derecho exclusivo de decisión sobre el acervo de elementos que consideran su patrimonio
cultural. Incluso la lucha entre centralismo y federalismo podrían interpretarse como una disputa
por mayor control cultural entre un poder centra en vías de consolidación y grupos regionales
dominantes susceptibles de transformarse en unidades políticas con mayor grado de autonomía, a
partir de su eventual conformación como unidades étnicas distintas.22
Visto así, el estudio de la identidad nacional, del proceso de selección e imposición de los
símbolos comunes en los que ésta debe reconocerse, y de la creación ideológica de una, exclusiva
cultura nacional, resulta ser una tara de enorme importancia para la comprensión de la realidad
mexicana y, en un plano más general, para el conocimiento del fenómeno de etnogénesis.
La presencia actual de una considerable cantidad de grupos indios subalternos, con
identidades particulares, abre la posibilidad de estudios comparados sobre muchos temas
importantes para la comprensión de los procesos étnicos. La estructura del control cultural en los
diferentes pueblos indios (que refiere ante todo a su relación con la sociedad dominante y con el
Estado), muestra a primera vista y si lugar a duda que es indispensable hacer distinción entre
grupos que viven circunstancias diferentes. Algunos pueblos, por su mínima magnitud
22
De hecho, los regionalismos comparten muchas características con los movimientos étnicos. En ambos casos se
reclaman derechos exclusivos sobre determinados elementos culturales. Una posible distinción se establecería por el
hecho de que las reivindicaciones regionales no necesariamente descansan en la presunción de que los habitantes de la
región forman un grupo con una cultura propia, sino que pueden fundamentarse en otros términos, por ejemplo, en el
hecho de que la región aporta a la nación más rcursos que los que recibe de ésta. Quizás en muchos procesos de
etnogénesis la territorialidad desempeñe un papel crucial; lo que parece cierto es que una identidad étnica del pasado,
real o supuesta, se aduce con frecuencia para legitimar un movimiento de reivindicación regional.
344
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
345
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
diferentes opciones de los emigrantes —ocultar o afirmar su identidad, por ejemplo— tienen
relación con las características del grupo de origen y su cultura autónoma y no solamente con las
circunstancias ajenas y variables en que viven los emigrados? Esta sería una cuestión relevante
para entender mejor la relación entre identidad étnica y contenidos concretos de la cultura
autónoma.
¿Coexisten la identidad étnica y la identidad nacional? Si es así, ¿cómo se da esa
coexistencia, en base a cuáles diferencias de significado entre ambas identidades? Como ya se
anotó, parece indudable, desde la perspectiva histórica, la presencia de un conflicto que se origina
en la decisión de la sociedad dominante de “mexicanizar” los elementos culturales de los pueblos
indios (esto es, asumirlos como patrimonio común de —en teoría— todos los mexicanos) y la
resistencia permanente de los grupos a perder el control sobre su cultura autónoma. Ese conflicto
debe manifestarse también en términos de identidad porque, al menos en los momentos de
confrontación más aguda, la identidad nacional y la identidad étnica expresan intereses opuestos.
La forma en que este conflicto se ha manejado en la historia reciente de México, tanto por la
sociedad dominante como por los pueblos indios, ofrece un campo de estudio de la mayor
importancia, no sólo por su interés teórico sino también para contribuir al esclarecimiento de un
grave problema social que permea muchos ámbitos de la vida mexicana.
Sería posible alargar indefinidamente la lista de temas a investigar. Pero no es este el
lugar para intentar un catálogo completo ni para formular un plan de investigaciones. Sólo he
querido mostrar, con algunos ejemplos que me parecen relevantes, las posibilidades que ofrece el
esquema teórico del control cultural como instrumento de análisis de los procesos étnicos en
México.
∗
CULTURA(S) POPULAR(ES) HOY
Recovecos en torno al largo y sinuoso camino de la domesticación teórica de una realidad altamente tozuda y contumaz.
Las referencias que aparecen con el nombre del autor seguido del año y los signos “f#” entre paréntesis, se refieren a la
numeración de la bibliohemerografía del final de la selección.
346
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
El presente trabajo tiene como mira hacer una esquemática y a veces “epidérmica” presentación
de distintas perspectivas que con el tiempo han surgido para hablar acerca de un vasto y
heteróclito conjunto de objetos, fenómenos, relaciones y realidades culturales llamadas
genéricamente “populares”.
Es importante (aunque igualmente evidente) subrayar que el campo de estudios sobre
nuestra cuestión es múltiple. Por esta razón el artículo tocará brevemente a autores, corrientes y
tradiciones de índole muy diversa, pero que de una u otra manera han trabajado el concepto;
asimismo intentará en cada uno de los apartados precisar críticamente la caracterización que cada
una de dichas corrientes hace de la cultura popular.
1
Hay múltiples autores que ya lo han señalado, por ejemplo: M. Margulis (1982, f#308), J. González (1981,f# 197), N.
García Canclini (1982,f# 305).
2
Véase A. M. Cirese, Cultura Hegemónica e Culture Subalterne, Palumbo, Palermo 1976, pp.40-42 y 126-13.
347
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
conocimiento del pasado. Lo popular pasa entonces de ser solamente condenado y juzgado desde
los ojos del exclusivismo cultural del clero, de los nobles y de los letrados a ser observado como
material de erudición. Siempre definido desde el poder; lo popular, con anticuarios y
erudicionistas, transitaba de lo “bestial, demoníaco, bárbaro e inaceptable” hasta los confines
menos polémicos de lo “interesante, lo pintoresco y lo exótico de los antiguos”. En ellos, los
principales temas de interés fueron básicamente algunas prácticas y creencias campesinas
tradicionales que, por otra parte, no eran sólo reliquias, sino que en buena parte constituían la
base de las culturas de los pueblos campesinos de la época.
El siglo XVIII (y parte del XIX) es marco del afianzamiento de la actitud romántica que,
en busca de lo “auténtico” y lo “espontáneo”, descubre en la poesía popular la expresión
verdadera del “alma” nacional y continúa así el interés de los anticuarios por el estudio de las
culturas de los simples. Pero además le agrega una carga de valor altamente positiva. Como
reacción a la esclerosis y sofisticación de la cultura cultivada de la época, lo que el “buen pueblo”
hace desde su sencillez expresa en lo más hondo el alma verdadera de los sentimientos
“nacionales”, el ser de la nación. De este modo, con los románticos, de ser inicialmente
“intolerable” (exclusivismo cultural) e “interesante” (anticuarismo), lo popular se convirtió en lo
“indispensable” y lo “único realmente auténtico” para poder construir una romántica e idealista
identidad nacional que las desiguales realidades objetivas de los social tercamente se empeñaba
en negar. Los mitos y la poesía del pueblo ocuparon el lugar preponderante de sus estudios.
Cabe por último decir que no obstante los límites propios de estas primeras concepciones
creemos, con Cirese, que tanto los intereses anticuarios y erudicionistas, como los románticos,
contribuyeron ampliamente a romper, al menos en alguno ámbitos, con el exclusivismo reinante
de las clases altas al reivindicar la existencia y presencia de otras realidades sociales y culturales.
3
Este apartado es una versión reducida y ligeramente modificada de partes del capítulo dos de Sociología de las
Culturas Subalternas (1981, f#, 197).
348
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Esta profundización su justifica por la influencia que su obra4 ha tenido en los ulteriores
desarrollos sobre la cuestión y porque sus propuestas constituyen una ruptura bastante marcada
con las concepciones previas.
Sabemos bien que aunque Gramsci nunca fue un estudioso del folklore, la relación entre
los “simples” y los “intelectuales” fue uno de los modos importantes de su pensamiento.
4
Existen múltiples publicaciones en varios idiomas que se han dedicado a la difusión de la obra de Gramsci. Entre los
principales citaré: Varios autores, Gramsci e la Cultura Contemporánea (2 tomos). Instituto Gramsci/Editori Riuniti, Roma,
1975. U. Cerroni, Lessico Gramsciano, Ed. Riuniti, Roma, 1978 (hay traducción al castellano por El Colegio de
Sociólogos A.C. en México, 1982). Crissoni/Maggiori, Leer a Gramsci. Ed. Zero, Madrid, 1974.
5
Ernesto de Martino, “Miseria Psicológica e Magia in Lucania”, en Varios autores, Folklore e Analisi Differenziale di
Cultura, Bulzoni, Roma, 1976, pp. 103 a 125. Véase también J. Lopreato, Peasants, No More, Chandler Publ. Co., San
Francisco, California, USA, 1967.
6
Crissoni-Maggiori, op. Cit. P.20
7
Antonio Gramsci, Antología (1978, f#68), pp. 192-193.
349
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Gramsci por las culturas subalternas es, ante todo, político: se necesita conocer el espesor cultural
del pueblo para “elevarlo” a una concepción del mundo integral y crítica, esto es, la filosofía de la
praxis.
Ya dentro del desarrollo teórico de su pensamiento, la problemática que nos ocupa,
encuentra en Gramsci su lugar preciso dentro de la teorización sobre la ideología y más
ampliamente en la de la hegemonía. Es también bastante conocido el hecho de que Gramsci, a
través de toda su experiencia teórica y práctica, opera una ruptura con las concepciones limitadas
y economicistas de la ideología.8 Para él una ideología en el sentido más amplio significa “una
concepción del mundo que se manifiesta implícitamente en el arte, en el derecho, en la actividad
económica, en todas las actividades de vida individuales y colectivas”.9
Para entender mejor su propuesta global, me permito interpretar y resumir de modo
esquemático, los principales puntos de su reflexión teórica sobre las ideologías.10
a) Las ideólogas no son un fenómeno puramente superestructural, puesto que no hay
acción social sin representación de ella. Las fuerzas materiales no serían históricamente
concebibles sin ideología y ésta sería un mero capricho individual sin la fuerza material.
b) Las ideologías poseen existencia material en los aparatos, instituciones (materiales
ideológicos y estructura ideológica) y en todo aquello que pueda influir sobre la opinión pública
como bibliotecas, escuelas, círculos de amigos, los clubes, la arquitectura, la disposición de las
calles y hasta sus nombres.
c) Las ideologías tienen una función práctico-social, pues organizan las masas humanas,
forman el terreno donde los hombres se mueven, toman conciencia de su posición y luchan.
d) La hegemonía de un bloque de clase se conquista principalmente en la lucha
ideológica / política.
e) Por lo mismo, en un bloque histórico (formación social en un momento de hegemonía)
coexisten diferentes “concepciones del mundo” con diverso grado de elaboración; dicha
coexistencia, lejos de ser armónica, se caracteriza por la dominación política y la dirección
cultural de un bloque de clases que ha logrado históricamente el consenso (activo o pasivo) de las
8
Cír. Chi. Mouffe, “Hegemonía e Ideología en Gramsci”, en Arte, Sociedad e Ideología, no. 5, México, 1978 p.67 y ss.
Acerca del Concepto gramsciano de hegemonía ver: A. Gramsci, Quaderni del Carcere. Edizione Critica del Instituto
Gramsci, Einaudi, Torino, 1975 (4 tomos) pp. 3191-3192. Puede verse también L. Gruppi, II Concetto di Egemonía in
Gramsci. Ed. Riuniti, Roma, 1977 (hay traducción al castellano en Ed. Era, México). Una interpretación similar a la de
Mouffe puede verse en E. Laclua, Política e ideología de la teoría marxista. Siglo XXI, Madrid, 1978, Capítulos III y IV.
Una muy seria crítica a estos dos últimos autores puede encontrarse en: A. Borón y O. Cuéllar, “Apuntes críticos sobre la
concepción idealista de la hegemonía”, mimeo, Documentos de trabajo del Programa de Maestría, Departamento de
Ciencias Sociales y Política, Universidad Iberoamericana, México, mayo de 1980.
9
Gramsci, Arte e Folklore (A cura di Giuseppe Prestipino) Newton Compton Editori, Roma, 1976, pp. 10 y 11.
10
Cfr. A. Gramsci, Quaderni del Carcere, pp. 3026 y 3027. La interpretación es, desde luego, de mi exclusiva
responsabilidad.
350
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
11
Véase en esta misma línea el sistemático y sugerente intento de Robert Fossaert: La Societe. Tomo VI, Les Structures
Ideologiques, Editions du Seuil, París, 1983.
351
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
concepciones del mundo y de la vida que se han sucedido en la historia, de la mayor parte de las
cuales sólo en el folklore se encuentran, sobrevivientes, documentos mutilados y
contaminados”.12
Me permito reproducir gran parte del texto pues en él, de manera condensada, se
encuentra la mayor parte de su reflexión acerca de las culturas populares. De esta caracterización
resaltan varias cosas de importancia que a continuación destaco:
a) Gramsci otorga el estatuto de “concepción del mundo” a la cultura de las clases
subalternas. Luego presenta con ello una configuración compleja del espacio superestructural
(formación cultural global) del bloqueo histórico, en el que coexisten diferentes culturas o
ideologías.
b) La coexistencia de dichas ideologías se realiza en términos no armónicos, pero no
necesariamente conflictivos.
c) Si bien las diferentes ideologías coexisten en el seno de una sociedad, dicha
coexistencia, además de no ser armónica, es desnivelada y bajo la dominancia de una.
d) Por las mismas características de la formación cultural o ideológica13 el estudio de las
culturas debe hacerse siempre haciendo patente esta contraposición. Esto no implica
necesariamente que las culturas estén implícitamente en contraposición, sino que ésta constituye
un principio metodológico que viene a dialectizar la investigación y apunta hacia la detección de
los mecanismos y estrategias históricas de la construcción de la hegemonía. Ahora bien, si la
contraposición folklore (como cultura de las clases subalternas) es generalmente pasiva,
mecánica, asistemática, etc., esto no significa que sea fatalmente así.
Páginas más adelante y en otros cuadernos Gramsci mismo reconoce que el folklore
puede tener ( y tiene) elementos tenaces, creativos e incluso progresistas 14 que, en determinados
momentos, pueden volver activa y políticamente orientada la praxis social de las clases
subalternas.
e) La contraposición simple entre dos culturas, “oficial” vs. “folklórica”, de ningún modo
debe entenderse como si sólo existieran dos grandes bloques culturales, uno coherente y
legitimado y el otro disgregado y arbitrario, imputables mecánicamente a dos únicas clases
opuestas. Cuando realizamos análisis concretos detectamos, además de la complejidad de la
estratificación social, la diversidad contradictoria de los procesos culturales. Asimismo
12
Arte e Folklore, p. 229-230. Quaderni, 2312 y ss. En castellano, Literatura y vida nacional. Juan Pablos Ed., México,
1976, pp.239 y s.
13
Fossaert la denomina formación ideológica, Op. Cit., pp.327 v s.
14
Arte e Folklore, p. 264. (ver ‘folklore’ en los Quaderni, p.3197).
352
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
encontramos en ellos ciertos elementos culturales transclasistas que conforman, por así decirlo, el
discurso social común de una determinada sociedad. (“El folklore ha estado ligado siempre a la
cultura de las clases dominantes y a su modo le ha extraído motivos que se han insertado en
combinación con las tradiciones precedentes”).15
f) Cuando habla de las características del folklore (carácter fragmentado y contradictorio),
Gramsci emplea un concepto de cultura tipo Tylor, es decir, la cultura es igual a los productos
intelectuales y manuales compartidos por un mismo grupo social. Pero en otros textos creo que
aunque no sistematizada —se encuentra una concepción praxeológica de la cultura que puede ser
traducida por los términos de “hábitos de clase” de P. Bourdieu o de la “Ideo-lógica” de M.
Augé.16 “Lo que distingue al canto popular, en el cuadro de una nación y de su cultura, no es el
hecho artístico, ni el origen histórico, sino su modo de concebir el mundo y la vida en contraste
con la sociedad oficial” (Gramsci). Ello nos muestra que las culturas populares, aun en su relativa
asistematicidad y fragmentariedad, poseen (como toda cultura) un rasgo generador y distintivo,
un modo de percepción y producción simbólica que funciona como matriz discriminadora de lo
posible, de lo probable y hasta de lo perceptible; una cierta lógica de las representaciones que
otorga una cierta coherencia a los contenidos dispersos de la popular. Queda pendiente responder
por qué teniendo una “lógica” distinta y contrapuesta a la oficial, en el terreno de las prácticas
observables las culturas populares son tan diversas e incluso contrapuestas entre sí.17
A manera de síntesis, reproducimos la interesante esquematización de la concepción
gramsciana de las culturas subalternas que realiza Alberto M. Cirese:18
La concepción folklórica es a la oficial
Como la clase social subalterna es a la hegemónica
Como la categoría intelectual simple es a la cultivada
Como la combinación inorgánica es a la orgánica
Como el estado interno fragmentario es al unitario
15
Ibíd,p.180
16
Crf, J. González (1981 f# 197) Capítulo I, y también ver: G. Jiménez, (1978 f# 306) p.350.
17
M. Cirese, Intellettualli, Folklore, Instinto di Classe, Einaudi Paperbacks, Torino, 1976, p. 95. En este punto no
comparto del todo la explicación que Cirese da en esta obra acerca del amplio uso gramsciano de ‘concepción del
mundo’ para designar tanto a la cultura oficial y cultivada, como a la enorme inorganicidad de la cultura popular; “así,
toda combinación de elementos culturales de un grupo social cualquiera viene a constituir una suerte de ‘unidad de
hecho’ que puede ser mirada desde el punto de vista del grupo que en ella se reconoce y que por tanto puede ser
llamada legítimamente ‘concepción del mundo’, porque aun no siéndolo para nosotros, lo es para otros” (p. 103).
Asumiendo lo anterior, podría parecer que se dejara en el terreno la empatía y la intersubjetividad el carácter
relativamente unitario y contradictorio de los modos de percepción y producción simbólica que el pueblo / clases porta
dada su situación (como trayectoria y como punto) en un determinado lugar en la división social del trabajo. Esto es quizá
efecto del concepto ‘tyloriano’ de cultura que maneja Cirese, concepto que limita el ámbito de la cultura a los
desempeños y que olvida que éstos son impensables fuera de una competencia cultural que está muy lejos de ser
puramente intersubjetiva.
18
Ibíd., p.89.
353
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Aunque como es evidente la mayor parte de los calificativos negativos recae sobre el
folklore, ello no significa que la cultura dominante burguesa no tenga también aspectos negativos
y conservadores y que el folklore no pueda y deba asumir valencias positivas para conquistar la
hegemonía. De este modo, en los textos de Gramsci encontramos elementos para pensar en cuatro
posibilidades distintas:
a) Folklórico / reaccionario
b) Folklórico / progresista
c) Oficial / reaccionario
d) oficial/ progresista
La concepción del mundo de las clases subalternas debe ser elevada hacia esta cuarta
posibilidad, es decir, la reforma intelectual y moral que el interés político de Gramsci propone
consiste en conquistar los atributos “positivos” de la oficialidad (léase verticalmente la columna
derecha) a partir del estado negativo, pero real, de las concepciones populares.
La defensa de la cultura del pueblo no implica la defensa de sus condiciones materiales de
subalternidad. Gramsci no es pues un folklorista romántico; propone conocer el folklore para
“destruirlo”, porque lo que debe destruirse son las condiciones estructurales que han producido la
“subalternidad” de la cultura miserable de las clases subalternas. Esta destrucción, lejos de
resultar de un proceso de aculturación coactiva, se realiza desde “dentro” del espesor cultural de
dichas clases e implica necesariamente la creación de un intelectual orgánico capaz de dirigir y
organizarse “en pueblo” para la conquista de la hegemonía.
Llegados a este punto, se puede captar con claridad la forma en que Gramsci, desde una
perspectiva marxistas, introduce en el debate la polémica de las clases sociales (ampliamente
escamoteada antes de él) y mediante ello define a la “cultura popular” (“folklore” en sus escritos)
por su relación de contraste con la cultura de las clases “no populares” dentro de un sistema de
hegemonía.
354
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
La noción de desniveles de cultura internos en las sociedades complejas, tiende a indicar, en los
escritos de Cirese, una subdivisión general de los hechos culturales en dos grandes dimensiones
internas a los complejos nacionales estratificados en clases: un plano de la cultura hegemónica y
uno de las culturas subalternas, conectados con la división en clases y la consecuente distribución
diversa del poder y goce de la cultura.21
La cultura de las clases subalternas se define así por su posición con relación a aquellas
clases y no por su impugnatividad, belleza o integración. Sin embargo, debe hacerse notar que el
uso del concepto de desniveles internos de cultura y su correlativa implicación: cultura
hegemónica vs. Culturas subalternas, ha sido sometido a intensas críticas (algunas en mi opinión
infundadas) por lo que para su operatividad debe tomarse en cuenta que:
19
Clemente y otros, Il Dibattito Sul Folklore in Italia, Edizioni di Cultura Popolare, Milano, 1976.
20
M. Cirese, Cultura Hegemónica e Culture Subalterne, p. 13 y ss.
21
P. Clemente, “Dislivelli di cultura e studi demologici italiani” en Problemi del Socialismo, no. 15, 1979, Franco Angeli
Ed., Roma, p. 137. Este autor plantea aquí una serie de interesantes críticas a la noción de desniveles internos de cultura
que considera de utilidad necesaria y productiva aplicada sólo sobre una escala más amplia de los fenómenos culturales.
355
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
356
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
22
Ver principalmente, Antropología cultural, (1974, f# 77). Apropiación y destrucción de la cultura de las clases
subalternas (1978, f#298). Traducción al castellano de Folklore e Profitto, Guaraldi, Firenza, 1976. “Análisis marxista e
folklore come cultura di contestazione” en Varios autores, Folklore e Analisi Differenziale di Cultura, p. 351.
23
L. Lombardi Satriani y M. Meligrama, Il Ponte San Giacomo, Saggi Rizzoli, Milano, 1982.
24
Crisi e Ricerca di Identita, (folklore e dinámica culturale). Liguori Editori, Napoli, 1977.
25
G. Angioni, “Tre reflessioni e una premessa auto crítica su Cultura e Cultura Popolare”, en Problemi del Socialismo p.
161 y 162.
357
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
26
P. Clemente, Op. Cit., p.129.
27
Originalmente mimeografiado como apuntes de curso en Forme, Modelli, Strutture, Dispense del corso di Antropología
Culture, Anno Académico 1979/1980, Universitá degli studi di Roma. Facoltá di Lettere e Filosofía.
358
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
puntillosa reflexión y una excelente esquematización sobre los usos y extensiones del término
“cultural popular” y sus relaciones de oposición con lo no popular.
Por último, los más recientes debates en Italia tienden a señalar la importancia de los
elementos culturales transclasistas dentro del problema de las culturas populares en sus relaciones
con la cultura hegemónica y a tratar de establecer los vínculos y distinciones de esas culturas con
la así llamada “cultura de masa”. Tales reflexiones pueden seguirse a partir de 1980
principalmente en los distintos números de la revista La ricerca folklórica (contributiallo studio
della cultura delle classi popolari), Grafo Edizioni, Brescia.
En resumen, con los aportes y continuaciones del “filón gramsciano” lo popular adquiere
un sentido plenamente clasista, relacional e histórico y nos proporciona una aproximación
operativa y no sólo normativa al estudio de nuestro tema. La ruptura que se opera es pues triple.
Contra los románticos: lo popular no es una esencia, sino un hecho social. Contra los eruditos: lo
popular no se comprende una sustancia, sino como un hecho relacional e históricamente
producido. Contra los populistas: lo popular no se define por su origen, sino por su uso y
refuncionalización.
A partir de estas rupturas, es mejor entonces hablar de culturas populares (en plural). En
más o menos estrecha relación con los desarrollos anteriores echemos un vistazo a otra línea
importante de estudios.
Aproximaciones históricas
Particularmente en Europa se ha despertado un interés más o menos reciente por la recuperación
histórica de las culturas populares desde una óptica diversa a los anticuarios y románticos: la de la
historia social de la cultura. De ellos destaca el texto de Robert Muchembled: Culture Populaire
ef Culture des Elites,28 cuya tesis central atiende a la reconstrucción arqueológica de la lucha y
posterior destrucción de la cultura popular campesina durante los siglos XV a XVIII, y con ello
sitúa el origen preciso de la “cultura de masa”.
Otra obra histórica capital por su aportación metodológica al análisis de las fiestas es la
del soviético Michail Bajtin29 sobre la obra de F. Rabelais y la cultura popular en la edad media y
el renacimiento, en la que muestra con claridad las relaciones de oposición entre las distintas
culturas de la época (cultura oficial/clerical vs. Cultura popular).
28
Flammarion, París, 1978.
29
L’Opera di Rabelais e la Cultura Popolare, Einaudi, Torino, 1979. (hay traducción al castellano en M. Bajtin) (1974 f#
300).
359
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Por su parte, el inglés Peter Burke30 ha realizado un interesante libro sobre la cultura
popular en la Europa moderna (fin de la edad media y la revolución industrial) siguiendo una
orientación claramente gramsciana. En España, destaca Julio Caro Baroja quien ha sido un
pionero en el estudio y reconstrucción de la cultura popular española, fundamentalmente a través
del carnaval y del estudio de la brujería.31
Las obras de V. Lanternari,32 Harvey Cox,33 Vladimir Propp34 y Furio Jesi35 destacan un
objeto que (aparte de haberse puesto de moda) conforma un campo riquísimo de análisis concreto
de la interacción economía/poder/ideología: el ámbito de las fiestas y “lo festivo”.
En mi opinión, estos materiales proveen de recursos preciosos para la reconstrucción de
la historia de las políticas culturales que han originado las peculiaridades de nuestras actuales
culturales y por ello mismo son de un interés clave para el estudio de las culturas que se volvieron
populares y de los distintos modos de reapropiación de la “memoria” cultural de nuestras
sociedades. Estas, a diferencia de las europeas, tuvieron y tienen que hacer las cuentas con
realidades coloniales e identidades étnicas, mestizas y criollas que todavía hoy no se alcanzan a
digerir y comprender.
30
Popular Culture in Early Modern Europe, London, 1978. (trad. Italiana en, Cultura Populare Nella Europa Moderna/A.
Mondadori, Ed., Milano, 1980.
31
El carnaval, Ed. Taurus, Madrid, 2ª. Edición, 1979 y Las brujas y su mundo, Alianza Editorial, Madrid, 1969.
32
La Grande Festa. Dedalo Libri, Bari, 1976.
33
La Festa Dei Folli. Bompiani, Milano, 1971. (original en inglés, The Feasts of Fools. (1969) (hay también traducción al
castellano).
34
Feste Agrarie Russe, (una ricerca storico-etnográfica), Dedalo Libre, Bari 1978. (traducción del original en ruso, 1963).
35
Furio Jesi(compilador), La Festa, Rosemberg & Séller, Torino, 1977.
360
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
36
Véase: D. Mac Quail, Sociología de los medios masivos de comunicación, Ed. Piados, Buenos Aires, 1972.
37
E. Morin, El espíritu del tiempo, ED. Taurus, Madrid, 1965. Véase U. Eco, Apocalípticos e integrados ante la cultura de
las masas. Ed. Lumen, Barcelona, 1968. (f#218).
38
Varios autores, Industrias culturales: el futuro de la cultura en juego, Fondo de Cultura Económica, México, 1982.
39
C. W. Bigsby, Examen de la cultura popular, (1982 f# 302).
361
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Existe un gran número de publicaciones que critican tanto al paradigma de los efectos
(progenitor directo de los estudios de “masas”), como al concepto mismo de cultura de “masas”. 40
Tan sólo es digno de señalarse que pese a las prenociones de los comunicólogos, no fueron los
medios quienes “masificaron”la cultura y la sociedad, sino que ha sido la sociedad en todos sus
niveles la que ha (en todo caso) “masificado” una a una sus estructuras. Queda pues señalado
cómo con los “massmediólogos” la cuestión de lo popular cambia las miras de lo tradicional,
rural y artesanal hacia lo moderno, urbano e industrial y en ese cambio, las clases se disolvieron
en la espesura de las “masas”.
40
Véase Bourdieu et al, Mitosociología. Ed. Fontanella. Barcelona, 1975 y también Swingewood (1979, f# 229). Una muy
breve y excelente exposición crítica puede encontrarse en M. Piccini, ¿Existe una teoría de la comunicación social?,
Cuadernos del TICOM, no. 21, UAM-X, México, 1983.
362
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
cambios que dicho contacto originaba.41 R. Redfield fue sin duda uno de los iniciadores al
estudiar en 1930 el pueblo de Tepoztlán en México. Con esta y otras experiencias, Redfield va
acuñando el concepto típico ideal de Folk Society42 que presenta los siguientes rasgos: sociedad
pequeña, aislada, analfabeta, homogénea, con fuerte sentido de solidaridad de grupo, débil
división del trabajo, producción para el autoconsumo, conducta tradicional, espontánea y acrítica,
organización familiarista y orientaciones mágicas, no lógicas ni racionales. Resulta claro cómo
Redfield estudia a la sociedad folk: ahí nada tienen que ver ni la historia, ni las relaciones sociales
objetivas.
De este modo se elabora un duradero paradigma funcionalista según el cual se puede
comprender la cultura de una comunidad sin tener en cuenta el mundo circundante.43 Esta actitud
criticada por muchos le he llamado en otro lugar el “estrabismo etnograficista”.44
Dentro de la misma línea, pero con instrumentos sociológicos más sofisticados se
inscriben los estudios sobre la modernización principalmente conducidos por E. Rogers. 45 Aquí de
la pura pregunta acerca de los efectos del contacto intercultural se pasó a una actitud más agresiva
y dirigida: ¿Cómo hacer para que el campesino se modernizara y se integrara al desarrollo? Todo
se intentó, sólo que los campesinos en general, resultaron tercos y tradicionalistas. Irracionales,
pues.
Así, con las aproximaciones desde la antropología y la sociología estructural
funcionalistas lo popular pasó nuevamente a ser sinónimo de lo tradicional, lo rural, lo
subdesarrollado. Estudiado como una sustancia, es decir, en sí mismo excluía de todas formas la
problemática de las clases sociales y sus relaciones conflictivas, en especial dentro de la cultura.
De Redfield (1930) a Rogers (1969) el interés por su estudio pasó del registro etnográfico a las
políticas estatales de cambio sociocultural “dirigido”. Nada más. Y una buena cantidad de
científicos latinoamericanos siguieron sus pasos.
Se debe señalar que en los análisis de Rogers la posible influencia de los medios de
difusión colectiva fue altamente apreciada y ello abre ahora el paso hacia otra de las principales
líneas del análisis de lo popular.
41
La literatura al respecto es vastísima. Ver, Aguirre Beltrán, (1970 f# 184).
42
R. Redfield. “The Folk Society”, en American Journal of Sociology. Vol. III, January, 1947.
43
W. Smith, El sistema de fiestas y el cambio económico, Fondo de Cultura Económica, México, 1981, pp. 32 y ss.
44
La recogida, Ponencia para el X Congreso Mundial de Sociología. México, agosto de 1982.
45
E. Rogers, y L. Svenning, La modernización entre los campesinos, Fondo de Cultura Económica, México, 1973. Una
crítica a estos autores: J. González, (1982, f#197).
363
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
La communication research
Ya vimos (a colpo d’occhio) que cuando lo popular viajaba a la ciudad y se modernizaba se
convertía en “masivo” y si para el terreno de lo rural/tradicional la influencia norteamericana, fue
—y sigue siendo en menor escala— notoria y determinante, los estudios sobre comunicación y
cultura de “masas” en América Latina siguieron dócilmente (porque era “lo científico”) los
lineamientos del paradigma de los efectos.
W. Schramm, P. Lazarsfeld, R.K. Merton, E. Katz, C. Wright, A. Smith, M. De Fleur, B.
Berelson, P. Tannenbaum, Danielson, Holsti y muchos otros fueron los padres incontestables del
análisis de los medios de difusión, de los contenidos de sus mensajes y de los efectos en las
audiencias “populares” durante años. Se trataba de medir con rigor (rigor mortis de la teoría
social) lo que sucedía en nuestros países al ritmo sonante de la naciente “cultura de masas”.
Sin embargo no todo fue docilidad. Con el madurar de ciertos desarrollos de la lingüística
estructural europea (semiologías) como herramienta de análisis de los lenguajes, con la puesta en
escena de la discusión sobre la ideología dominante por L. Althusser (1967/1970), aunada a los
desarrollos de la teoría de la dependencia que impugnaba las interpretaciones de las teorías
anglosajonas del desarrollo y potenciada por los acelerados procesos de cambio político en el
cono sur, surge en nuestros países una vigorosa y potente reacción en contra de los esquemas
estructural-funcionalistas de interpretación de la realidad cultural y social. Se daban entonces os
primeros pasos para la construcción de una deseada y necesaria teoría crítica desde nuestra
perspectiva, que no necesariamente concordaba con la de la mayoría de los estadounidenses.
Es justo reconocer a Armand Mattelart46 y a su equipo de trabajo el haber funcionado
como punta de lanza de la reacción contra tal “colonialismo” científico y cultural. Textos como
Críticas a la communication research, en Los medios de comunicación de masas, Para leer al
Pato Donald y La cultura como empresa multinacional entre otros, sirvieron como nuevos
paradigmsa que rompían con una larga tradición de interpretación de la cultura y los medios de
difusión. Llegó pues el momento del desenmascaramiento de la “inocencia” y “asepsia” de la
ciencia y de la denuncia de la ideología dominante. Con esto, la cultura de “masa” fue
reconcebida como “un producto elaborado por las grandes corporaciones para apartar a los
pueblos colonizados (o neocolonizados) de la consideración crítica de sus problemas colectivos y,
por ende, para frenar su ascenso político. En este sentido, se acusa a los medios, globalmente, de
46
Mattelart ha publicado una vasta literatura ampliamente difundida sobre la cuestión. Gran parte de ello lo realizó junto
con un equipo de investigadores latinoamericanos durante el gobierno de Allende en Chile y lo ha continuado en diversas
sedes. De todo ello destaco: Los medios de comunicación de masas (con M. Piccini y M. Mattelart), Cuadernos de la
Realidad Nacional. Chile, 1970. (Ed. Cid, Bs. As.,1978). Para leer al Pato Donald (con A. Dorfman). Ed. Universitaria de
Valparaíso, Chile, 1972. (Ed. S. XXI, Argentina, 1975) y La cultura como empresa multinacional, Ed. Era, México, 1973.
364
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
47
H. Muraro, Neocapitalismo y comunicación de masa, EUDEBA, Buenos Aires, 1974.
48
M. Margulis, (1982 f# 308) y N. García Canclini, (1977 f#358) quien comparte una noción similar de lo popular.
365
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
que portan las clases dominadas y explotadas se verifican en distintos espacios sociales y
culturales.
Menciono tan sólo de paso otra de las líneas más recientes de respuesta contra el
“imperialismo cultural” y las “nuevas tecnologías” que se ha denominado como “comunicación
alternativa”49 que salvo algunos autores y ciertas experiencias de enorme interés, la gran mayoría
comparte el concepto populista (y hasta exclusivista) de “popular” recientemente esbozado.
La dimensión del poder y de las clases retorna a lo popular, sólo que este reencuentro,
fruto de una reacción muy importante, pero impulsiva contra la tradición llamada “clásica”, debe
ser ( y está siendo) profundamente criticado para que sin perder el componente utópico logre
constituir concepciones y metodologías realmente operativas y sensibles a la compleja dinámica
cultural de la sociedad. Pues de poca cosa sirve a estas alturas “demostrar” que un mensaje es
“ideológico” (¿cuál no lo es?) y recitarnos que “hay hegemonía de la burguesía, quien además y
por si fuera poco controla junto con empresas transnacionales los medios de difusión de masa”
(¿podría no hacerlo?) y que “las fotonovelas enajenan a la masa” cuando lo que nos es urgente
responder es por qué el pueblo se relaciona y cómo lo hace, con los productos de la cultura de
masa; cómo, mediante qué mecanismos, con qué costos y en qué frentes específicos se produce
una relación sui generis, diferente (no repelente, ojo) a la dominación política y a la explotación
económica, llamada hegemonía.
Mientras tanto, entre los desarrollos posteriores dentro de las ciencias sociales se dieron
otras reacciones, en especial contra los estudios demasiado etnograficistas que aislaban por
completo sus objetos.
Súbitamente, “el contexto” podía ser lo único que diera perspectiva al estudio, pero
recurrir al contexto como tablita de salvación de estudios de suyo destotalizantes no agregaba
gran cosa.50
49
M. Simpson, (comp.), Comunicación alternativa y cambio social, Tomo 1. América Latina, UNAM, México, 1981. En
España J. Vildal Beneyto, Alternativas populares a la comunicación de masa, Centro de Investigaciones Sociales,
Madrid, 1979. En Italia P. Baldelli, Informazione e Controinformazione, Mazzotta, Ed. 6ª. Edición, Milano, 1977.
50
Véase J. González (1981, f# 197), cap. II.
366
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
“otras”, es decir, de otras concepciones del mundo y de la vida coexistentes en una misma
sociedad de clases.
Con esta nueva vía, otra concepción, la del “espacio cultural”, se vio notablemente
enriquecida y las concepciones mecanicistas (¡oh paradoja! Estrictamente funcionalistas) de la
ideología y sus aparatos fueron y continúan siendo paulatinamente confrontadas.
Lo anterior abrió la posibilidad de estudiar nuevos “objetos” y realidades que antes por
definición estaban relegados a otras áreas tradicionales del conocimiento. Las culturas de las
clases subalternas, en todas sus dimensiones aparecen como una incógnita a resolver. No tanto
por sus particularidades, puesto que los antropólogos y otros ya las habían descrito. Ahora se
intentaba enfatizar no sólo los “objetos” y los “sujetos”, sino particularmente sus relaciones desde
el punto de vista del sentido. De esta manera, la concepción y la problemática gramsciana de la
hegemonía comenzó a girar en la discusión.
El estudio de las culturas populares y su cotidiana relación con la cultura oficial obtuvo
de repente un lugar altamente sugerente y promisoriamente productivo. Ello permitió diferenciar,
al menos teóricamente, la hegemonía, de la ideología de la clase dominante y, por así decirlo, se
comenzaba a estudiar el lado “dominado” de dominación o, mejor, el modo como se producía y
vivía la relación hegemonía/subalternidad desde la visión de los subalternos.
Distintos análisis sobre las fiestas, la religión, los mercados, las artesanías, la medicina, la
lucha libre, los deportes y más en general sobre el sentido común, la cotidianeidad y la
comunicación popular, empezaron a abrir brecha en distintos lugares. En muchas ocasiones, ante
los esquemas clásicos de estudio, la cuestión de lo popular (subalterno, alternativo, masivo, etc.),
aunque sin llegar a formar una corriente definida, se volvió un objeto importante de análisis para
poder comprender la construcción de la hegemonía. Este naciente intento de algún modo emanaba
de y al mismo tiempo luchaba contra fuentes y obstáculos bastante legitimados: la cultura de
masa, la enajenación, el imperialismo cultural, las nuevas tecnologías, las antropologías
descriptivas, los románticos, los populistas, etc., etc.
En Venezuela, los trabajos de A. Chacón, O. Capriles, T. Hernández, y O. Lucien que
desde la perspectiva de la comunicación reflexionaban sobre lo masivo, lo popular y lo
alternativo, abren sugerentes senderos.51 En Colombia, Jesús Martín Barbero ha trabajado sobre la
comunicación y vida cotidiana, particularmente en análisis de mercados, cementerios y los usos,
sociales del día domingo52 y más recientemente acerca del melodrama en los medios de difusión.
En Panamá, destaca el estudio de Julio Cesar Schará sobre “el Pindm”, un baile popular urbano
51
Véase Revista del ININCO, No. 3., Año 2, IV trimestre 1981, Caracas Venezuela.
52
Véase J. Martín, (1981, f#333).
367
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
368
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Así pues, con estos desarrollos recientes, lo popular vuelve a retomar su carácter de clase
y aun con estilos diversos y hasta contradictorios, parece que vuelve a encontrar su sentido como
uno de los modos de comprender relacional e históricamente la construcción social de la
hegemonía. Lo popular es, desde esta nueva panorámica, más que un paradigma, un pretexto para
iniciar el análisis de las formas conflictivas (y armónicas) en que las clases sociales de una
determinada sociedad se relacionan desde el punto de vista de la construcción social de sentidos.
Tal labor no es para nada sencilla, pues pesan (y reinan) en el campo de estudio, concepciones
que han descuidado por mucho tiempo el análisis de la especificidad de la hegemonía, de la
ideología y la cultura. A una se la confunde simplemente con a dominación política; a las otras,
se las diluye como una segregación superestructural del capital.
Esto representa un interesante desafío que implica la reflexión creativa y comprometida
sobre un nuevo instrumental teórico, metodológico y técnico en la investigación y,
concomitantemente, sobre la necesidad de replantearnos seriamente la labor política ante las
realidades culturales de nuestros pueblos.55
Epílogo
Una vez esbozadas estas grandes líneas de desarrollo de la cuestión, considero de elemental
honestidad intelectual introducir en el debate algunas pistas que me han servido tanto en la
reflexión como en la investigación de esta materia, y que como pistas están forzosamente en
estado de experimentación y abiertas al diálogo y la controversia.
Sucede que la mayoría de los análisis han sido desarrollados privilegiando el aspecto de
la distinción entre las clases, pero la cultura, además de distinguir, une e identifica. Es por ello
que a mi juicio nos falta una categoría complementaría que nos permita pensar y analizar también
los espacios donde se producen y reproducen o desestructuran las identidades, es decir, aquellas
áreas de lo social en donde culturas “desniveladas” se encuentran y se reconocen en estructuras de
significantes similares, pero cada clase, sin embargo, a su modo. Son éstas, áreas en donde se
modelan y modulan privilegiadamente los elementos culturales transclasistas, lo elementalmente
humano, la materia prima de la vida cotidiana.
¿Cómo se hace “legitima” una cierta manera (de clase) de modelar aquello que
comparten todas las clases, es decir, que las puede identificar o lo hace de hecho y de un cierto
55
Dos interesantes propuestas (de próxima edición por la UAM-X) sobre el particular son A. Azíz, Cultura de masas y
culturas subalternas, (esbozo para una teoría de las mediaciones sociales), J. Galindo, “Cultura popular urbana y
comunicación”. Asimismo, véase el libro sobre los trabajos inéditos del encuentro nacional “Sociedad y Culturas
Populares”, julio 1982, en la UAM-X. En preparación por el Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo
y la UAM-X, de próxima aparición, en donde se muestra una panorámica temática del estado de la cuestión.
369
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
modo, cuando existen (pero desniveladas) otras diversas (de clase también) maneras de hacerlo? 56
¿Cómo pues entender la hegemonía en la vida cotidiana sin perder de vista las distintas escalas de
representación y los diversos niveles de abstracción de las categorías?
Pienso que la categoría (en ciernes) de los frentes culturales57 (como lugares de lucha por
el monopolio legítimo de “modelar” y a la vez como intersecciones) pueda ayudar a comprender
nuestro objeto en una escala de representación más cercana a las realidades cotidianas que hasta
hoy hemos querido entender: o bien, con categorías de un nivel de abstracción altísimo, o
“arrastrando la nariz”, sin la menor relación con el nivel macro de las estructuras sociales
objetivas.
Las investigaciones avanzan y estas propuestas van poco a poco madurando. Por ahora la
labor heurística camina pausadamente entre las ferias urbanas regionales, entre los santuarios y la
producción de exvotos, entre las calles y barriadas de la ciudad y en la producción melodramática
de los medios de difusión colectiva. En los frentes culturales se enfrentan (o se han enfrentado) y
chocan distintas y desniveladas maneras de ver el mundo y la vida, y se estructuran maneras
jerárquicamente legítimas de vivir y ver la sexualidad, el trabajo, lo numinoso, lo deseable, lo
posible, lo utópico, lo que significa mi barrio y mi calle, la honestidad, la felicidad, los éxitos y
fracasos, los patrias, los amigos, lo bueno, lo malo, lo auténtico y lo falso, las clases de edad, la
muerte, el amor y la vida. Las maneras en que todo ello se modela y modula son necesariamente
contingentes y su equilibrio es relativamente precario; no son fatales, son históricamente creadas.
En esta perspectiva el estudio no ya de “lo popular” en sí, sino de lo popular en cuanto relación
nos puede ayudar a respondernos cómo fue que esas culturas se “volvieron” subalternas con
respecto a qué y en cuáles frentes específicamente. ¿Por dónde empezaron a perder la lucha?
¿Cómo se ha fabricado la “miseria de la vida” y la “sensiblería” del amor?
En fin, la perspectiva del análisis de la construcción de la hegemonía en la vida cotidiana
y su relación con los procesos macrosociales a partir del análisis de los encuentros y
enfrentamientos de distintas culturas y clases, en las que unas se hacen “populares” y otras
“oficiales”, unas se hacen “subalternas” y otras “hegemónicas”, nos pueden ayudar a comprender,
siempre dentro de lo popular, el paso de los subalterno a lo alterno (que no significa para nada
56
Ver para este concepto, que nada tiene que ver con escencias inter-clasistas A. Cirese, “Notas provisorias sobre
fabrilidad, procreación, signicidad y primado de las infraestructuras” en Sobre las Culturas Subalternas. (textos selectos),
UAM-X, México, (en prensa).
57
Al respecto, con distintos equipos de trabajo dentro de la UAM-X y la Universidad Iberoamericana hemos estado
intentando desarrollar dicha categoría. La experiencia conformara un volúmen en preparación que contendrá la
depuración de los informes de investigación: Las virtudes del alma: fe, esperanza y hegemonía. (comunicación y religión
popular en santuarios) (1981/1982). Las relaciones entre ferias urbanas y la producción de hegemonía (reporte del
seminario del área de concentración III, Mayo 1983).
370
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
371
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Claude Lévi-Strauss
Antropología Estructural, Siglo XXI, México, 1973, 304-339
1
Adaptado del original inglés “Four Winnebago Myths. A Structural Sketch”, Cultura in History. Enssays in honor of Paul
Radin, Columbia University Press, Nueva York, 1960, pp. 351-361. Preparada bajo la dirección del profesor Stanley
Diamond, mientras Radin aún vivía. Esta obra no apareció hasta después de su muerte el 21 de febrero de 1959.
372
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
por favor especial, los de volvió entre los vivos, donde recuperaron su lugar entre sus parientes y
compañeros.
Como Radin explica en su comentario (pp. 41, 32), la narración se refiere de manera
implícita a una teoría indígena: cada persona tiene derecho a una cantidad determinada de años
de vida y de experiencias terrestres; los padres de un individuo muerto antes de tiempo pueden
pues pedir a los espíritus que repartan entre ellos la tajada de vida que el difunto no consumió.
Pero la teoría va mucho más lejos, pues si la tal rebanada de vida, a la que el héroe del mito
renuncia dejándose matar por los enemigos, debe aumentar el capital de vida constituido en
beneficio del grupo, este acto de devoción no está enteramente desprovisto de ventajas
personales: volviéndose héroe, un individuo hace una elección, trueca una vida entera por una
vida acortada, pero, en tanto que la tajada entera es única, concedida de una vez por todas, la
tajada reducida aparece como causa jurídica de una especie de arrendamiento renovable tomado
de la eternidad. Dicho de otro modo, renunciando a una vida completa se abre uno un derecho a
una serie ilimitada de vidas abreviadas. Y como los años sacrificados por el héroe irán a
acrecentar la esperanza de vida de los individuos ordinarios, todo el mundo sale ganando con el
trato: los individuos ordinarios, cuya esperanza media de vida se alargará poco a poco, pero de
modo seguro, con el correr de las generaciones, y los guerreros, cuya duración vital será
abreviada pero indefinidamente renovable, por poco que sepan persistir en su voluntad de
abnegación.
No es seguro, sin embargo, que Radin haga plena justicia a su informante calificando de
“interpretación secundaria” la indicación según la cual los dos héroes habrían emprendido su
expedición por reconocimiento por los beneficios recibidos de sus compatriotas (p. 372). Del
análisis que precede parece resultar, por el contrario, que este motivo tiene primera importancia.
Por lo demás, el mito no habla de una campaña guerrera sino dos. La primera se desarrolla en la
época de la adolescencia de los dos héroes, de suerte que no son invitados a agregarse a ella.
Nadie se toma siquiera la molestia de participársela, ellos se enteran de oídas (11-14) y la siguen
por decisión propia. Por consiguiente, no son responsables del asunto en el que destellan: son
otros quienes lo han concebido y llevado adelante. Y los héroes no son tampoco responsables de
la segunda campaña, en el curso de la cual perecen, puesto que la iniciativa de las operaciones
llega esta vez a los enemigos, que las desencadenaron en represalias de la guerra que se les hizo
anteriormente.
O sea que la idea inicial está clara: los dos amigos se han casado bien y su vida social es
lograda (pp. 6-70), y se sienten deudores hacia sus compatriotas (p. 72). El mito explica que
373
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
parten a la ventura, con intención de sacrificarse realizando alguna acción útil, y es entonces
cuando caen víctimas de una emboscada dispuesta por los enemigos que desean vengarse de su
derrota anterior. Los dos héroes han buscado pues la muerte por el bien de su pueblo, y esta
muerte los alcanzó aunque fuesen inocentes de actos de hostilidad de los que su muerte es
consecuencia, pero de los que sus compatriotas heredarán las cuotas de vida a las que los héroes
renunciaron en provecho de los otros. Pero como los héroes resucitarán y volverán a la tierra, sin
duda para conducirse lo mismo, el ciclo de las trasferencias de vida se reanudará, y así por el
estilo indefinidamente. Indicaciones dadas por Radin parecen confirmar nuestra interpretación:
después de la muerte, una vieja sobrenatural somete las almas a pruebas al término de las cuales
las libera del recuerdo de su vida terrestre. Ahora bien las almas no pueden triunfar más que a
condición de no pensar en su propia suerte sino en la de sus compatriotas que siguen con vida.
En la raíz del mito se descubre pues, como dirían los lingüistas una doble oposición.
Primero, entre destino ordinario y destino heroico el primero aprovecha el derecho a una vida
plena y entera pero es renovable, el otro lo pone en juego para beneficio del grupo. La segunda
oposición se establece entre dos clases de muerte, la una definitiva y, por así decirlo, uniforme,
con todo y que comprenda una promesa de inmortalidad en el más allá; y la otra periódica,
marcada por idas y venidas entre este mundo y el otro. La imagen de esta dualidad de destinos
reaparece a lo mejor en el símbolo winnebago de la escala del otro mundo, tal como la describe el
Medicine Rite. Un largüero es —dicen— “como una pata de rana: torcida y variegada (dappled)
de luz y de vida (light-and-life). El otro larguero es como un cedro rojo ennegrecido por el uso,
vuelto liso y reluciera (pp. 71, 91-93; cfr. Radin 1945), sobre todos los instructivos comentarios
de las pp. 63-65).
Resumamos el mensaje del mito tal como se desprende de los análisis que preceden.
Quien aspira a una vida completa sufrirá una muerte igualmente completa; pero aquel que
renuncia a la vida enteramente de grado, y busca la muerte, ganará dos recompensas: por una
parte acreditará la duración de la vida completa concedida a los miembros de su tribu; por otra
parte, alcanzará él mismo una condición caracterizada por una alternación indefinida de vidas
parciales y de muertes parciales. O sea un sistema triangular:
374
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Reencarnación
(vida parcial, muerte parcial)
Intitulado “el hombre que trajo a su mujer del mundo de los espíritus”, el segundo mito
propone una variación sobre el mismo tema, pero con una diferencia importante. También aquí
un héroe —un marido, en el caso— se muestra presto a sacrificar la duración de vida que le
queda; sea como sea, este sacrificio ya no es consentido por el bien del grupo, como en el primer
mito, sino por el bien de una sola persona: la esposa tiernamente amada que acaba de serle
arrebatada a su afecto. De hecho, el héroe no se figura al principio que buscando la muerte
obtendrá un nuevo arrendamiento vital, no solamente para mi esposa difunta sino también para él.
De haberlo sabido —y esto vale para los protagonistas del precedente mito—, el elemento de
sacrificio, esencial sin embargo para el desarrollo de la trama, estaría ausente del relato. Pero el
resultado final sigue siendo el mismo aquí y allá: el que pierde la vida en un gran impulso de
altruismo la recupera para sí como para la persona o las personas en favor de quienes empezó por
sacrificarse.
El tercer mito —“Viaje del alma al mundo de los espíritus como es narrado en el
Medicine Rite”— pertenece, como su título indica, a una cofradía religiosa. Relata las pruebas
que sus adeptos deben sufrir en el más allá, a semejanza de los protagonistas de los otros mitos, y
explica que, si salen con bien, ganan el derecho a la reencarnación.
A primera vista la situación difiere de las precedentes, pues aquí nadie sacrifica su vida.
Es sabido, sin embargo, que los miembros del Medicine Rite practicaban regularmente un género
de sacrificio simbólico. Como lo ha mostrado Radin en The Road of Life and Death y en otras
partes, el ritual se atenía a un modelo corriente en América del Norte, según el cual los adeptos se
hacían “matar” y “resucitar” alternativamente. De modo que el tercer mito se aparta de los dos
otros sólo en que en lugar de estar dispuestos a morir de una sola y buena vez, sus héroes —es
decir los adeptos del rito— se adiestran regularmente en el mismo sacrificio, que repiten varias
veces en el curso de su existencia, pero de manera simbólica. En cierto modo, se mitridizan
contra la muerte verdadera renunciando simbólicamente a la vida plena y entera que, por todo el
tiempo que dure, el ritual reemplaza por una sucesión de vidas parciales y de muertes parciales.
375
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
En este caso también, por consiguiente, los elementos constitutivos de mito no dejan de ser los
mismos aunque cada sujeto —y no un tercero, ni el grupo tomando en conjunto— sea el
beneficiario del sacrificado consentido.
Pasemos ahora al cuarto mito, “Cómo un huérfano volvió a la vida a la hija del jefe”, el
cual, en opinión de Radin, suscita varias facultades. Este mito, señala él en efecto, no es sólo
diferente de los otros tres: ocupa lugar aparte en la mitología winnebago. En la época el que
escribía su libro Method and Theory of Ethnology (pp. 238-245), Radin consideraba que en este
caso podía tratarse de una verdad alterada, hasta el punto de tornarla irreconocible, de un mito de
fundación de pablado del que por otro lado había identificado en tipo; pero en The Cultura of the
Winnebago (pp. 72ss.) explica por qué renuncia a esta interpretación.
Sigamos de cerca la argumentación de Radin. Comienza resumir la trama —tan sencilla,
añade, que este cuidado pudiera parecer superfluo: “La hija de un jefe se prenda de un huérfano,
muere con el corazón partido y es devuelta a la vida por el propio huérfano, que debe triunfar de
diversas pruebas, no en el mundo de los espíritu sino aquí abajo, en la tierra y en la cabaña misma
donde la joven exhaló el último suspiro” (p. 74).
Si la trama es “la sencillez misma”, ¿dónde están pues los puntos en litigio? Radin
enumera tres que, según él, cualquier Winnebago contemporáneo pondría en cuarentena: 1) El
mito parece referirse a una sociedad fuertemente estratificada. 2) Para que la trama sea plausible,
habría que admitir que, en esta sociedad, las mujeres ocupaban una posición superior, y aun acaso
que la regla de descendencia en matrilineal; pruebas que la mitología winnebago, por regla
general, sitúa en el más allá, ocurren en este caso sobre la tierra.
Radin considera entonces dos explicaciones posibles, pero es para descartarlas en el acto.
No cree que el mito pueda resultar de un préstamo tomado del folklore europeo, o que sea obra
de algún pensador de espíritu adelantado (some Wennebago radical); preferiría hacer remontar a
un período muy antiguo de la historia winnebago. De formas distintas de tradición literaria
indígena, cuentos divinos para una parte y cuentos humanos por la otra, se habrían fundido con
momentos arcaicos, el conjunto habría sido retocado para armonizar estos datos dispares.
No nos proponemos discutir esta elegante reconstrucción, fundada en un conocimiento
incomparable de la cultura, la lengua y la historia de los Winnebago. El análisis siguiente no
pretende reemplazar lo de Radin sino solamente completarlo. Se ubica, por lo demás, en un plano
lógico, no histórico, y toma por contexto los tres mitos ya comentados, más que la cultura antigua
o reciente de sus narradores. Para nosotros, será cosa de buscar si existen relaciones estructurales
entre los cuatro mitos y, en caso afirmativo, de explicitarlas.
376
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Empecemos por recordar un punto de orden teórico. Desde que Boas publicó su
Tsimshian Mythology, los etnógrafos a menudo han dado por averiguado que existe una
correlación regular entre la cultura de una sociedad y sus mitos. Pero el propio Boas no parece
haber ido tan lejos. La obra que acabamos de citar no afirma que los mitos reflejen
automáticamente la cultura como, desde entonces, parecen postularlo algunos. Se pregunta más
modestamente hasta qué punto y en qué medida el espejo de los mitos refleja la imagen de la
cultura, y muestra que algo de la cultura pasa efectivamente a los mitos. No se sigue que cuanta
vez que un mito menciona una forma de vida social ésta deba corresponder a alguna realidad
objetiva, que hubiese debido existir en el pasado en caso de que el estudio de las condiciones
presentes no consiguiera descubrirla.
Debe existir una correspondencia, y existe de hecho, entre el mensaje inconsciente de un
mito —el problema que procura resolver— y el contenido consciente, dicho de otra manera, la
trama que elabora para alcanzar tal resultado. Pero esta correspondencia no tiene necesariamente
la naturaleza de una reproducción literal; puede también adoptar la apariencia de una
transformación lógica. Si un mito plantea su problema de manera directa, es decir en los términos
donde la sociedad de que proviene lo percibe y trata de resolver, la trama, consentido patente del
mito, puede tomar directamente sus motivos de la vida social misma. Pero si el mito formula el
problema al revés y trata de resolverlo por el absurdo, puede esperarse que el contenido patente
sea modificado en consecuencia y ofrezca la imagen invertida de la realidad social empíricamente
dada, tal como se presenta a la conciencia de los miembros de la sociedad.
En tal eventualidad, la hipótesis de Radin, según la cual las formas de vida social
ilustradas por el cuarto mito remitirían a un período antiguo de la historia winnebago, no sería
requerida para nada. Pues pudiera ser que estas formas ofrezcan la imagen de una sociedad sin
existencia real, presente o pasada, e incluso contraria al modelo winnebago tradicional,
sencillamente porque la estructura de este mito particular invierte la de otros mitos cuyo
contenido patente echa mano del modelo tradicional. Dicho de otro modo, si, admitida una
correspondencia entre A y B, se reemplaza A por —A, entonces es preciso que —B, reemplace a
B; pero no se sigue que, por el mero hecho de que a B corresponda un objeto real, otro objeto
real, al que pueda corresponder —B, deba existir en alguna parte: en otra sociedad, de la que
habría sido tomado; o, a título de supervivencia, en el pasado de la sociedad condenada primero.
Se plantea evidentemente el problema de saber por qué tenemos tres mitos del tipo A y
un mito del tipo —A. Tal vez porque el tipo —A es más antiguo, pero quizá también porque —A
377
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
pertenece como una transformación A, que participa de un mismo grupo, del cual los tres
primeros mitos A1, A2, A3, ilustran otros estados.
Ya ha sido establecido que este grupo de tres mitos descansa sobre una oposición
fundamental entre, por una parte, la vida de los individuos ordinarios que perecen de muerte
natural y cuya alma lleva adelante una existencia trivial en uno del los poblados del más allá y por
otra parte la vida de los héroes, voluntariamente abreviada, pero cuya tajada de vida no
consumida va a acrecentar la otorgada a otros miembros del grupo y procura un nuevo
arrendamientote de vida al héroe. Los tres primeros mitos que hemos considerado no toman a
cuenta el primer término de la alternativa; se quedan exclusivamente con el segundo. Pero
aparece una diferencia subsidiaria entre los que permite de todas maneras clasificarlos en función
del fin particular por el cual el héroe a los héroes se sacrifican: el bien del grupo en el primer
mito, el bien de otro individuo (la esposa) en el segundo y, en el tercer mito, el bien de la víctima
misma.
¿Qué ocurre ahora con el cuarto mito? Coincidiremos con Radin en reconocerle rasgos
“inhabituales”, sólo que esas diferencias conciernen a la lógica tanto, y sin duda más, como a la
sociología o la historia, pues parecen proceder del hecho de que una nueva oposición se introduce
en el nivel de la primera dicotomía (entre vida ordinaria y vida extraordinaria). En efecto, un
fenómeno puede ser calificado de extraordinario de dos maneras: por defecto, con sobrante o
como carencia. Ahora, si los héroes de los tres primeros mitos tienen dones que los colocan por
encima de lo normal —ya se trata de la devolución a la cosa pública, del amor conyugal o del
fervor mítico—, los dos héroes del cuarto mito caen por debajo de la media, cuando menos desde
determinado punto de vista que no es el mito en cada caso.
La hija del jefe ocupa un alto rango social; tan alto, a decir verdad, que está separada de
la masa del grupo y se encuentra, de algún modo, paralizada por la incapacidad de expresar sus
sentimientos posición elevada hace de ella un ser humano disminuido, al cual falta un atributo
esencial de la vida afectiva. También en héroe está disminuido, pero desde el punto de vista
social: pobre y huérfano. ¿Hay que decir entonces que el mito refleja la imagen de una sociedad
estratificada? Sería prescindir de la notable simetría que reina entre los dos héroes, de quienes
sería falso afirmar sencillamente que está “arriba” y el otro “abajo”. A decir verdad, cada uno es
alto desde determinado punto de vista y bajo desde otro; este par de estructuras simétricas e
invertidas pertenece al dominio de las construcciones ideológicas más que al de los sistemas
sociales empíricamente observables. Acabamos de verificar que la muchacha ocupa una posición
social superior, pero que, como ser viviente, s sea desde en punto de vista natural, se sitúa en un
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
lugar inferior. En cuanto al muchacho, preside incontestablemente muy abajo en la escala social;
pero, en desquite, es un cazador milagrosamente dotado que sostiene por tanto relaciones
privilegiadas con el mundo de los animales, es decir el mundo natural. El mito vuelve
constantemente a este último tema (pp. 10-14, 17-18, 59-60, 77-90).
Por consiguiente, la armadura de nuestro mito se reduce a un sistema polar que aproxima
y opone a la vez dos individuos, uno masculino, el otro femenino, y notables en el sentido de que
cada uno está excepcionalmente dotado desde un punto de vista (+), excepcionalmente
desprovisto desde otro (-):
Naturaleza Cultura
Muchacho + -
Muchacha - +
379
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
devolverla entre los vivos. Por un admirable efecto de simetría, el muchacho conocerá más tarde
una suerte parecida aunque invertida: “No soy todavía viejo, dirá a la muchacha vuelta su esposa,
y no obstante he permanecido en la tierra todo el tiempo que por día…” (pp. 94, 341). Por
consiguiente, aquel que consigue vencer la muerte es incapaz de vivir. Este efecto de balanceo
podría proseguir indefinidamente, y el relato evoca al menos evoca al menos esta posibilidad
dándose al héroe un hijo único, al igual que él pronto huérfano, y como el buen cazador. Pero la
trama evoluciona hacia una conclusión diferente. Parecidamente incapaces de vivir y de morir, los
dos héroes asumen una condición intermedia, la de seres crepusculares que residen bajo tierra
pero pueden, llegado el caso, subir sobre ella: ni humanos ni divinos, sino transformados en
lobos, es decir en espíritus ambiguos en quienes se combinan rasgos positivos y negativos. Tal es
el fin del mito.
Si el análisis precedente es correcto, resultan dos consecuencias. En primer lugar, el mito
forma un todo coherente cuyos menores de talles se ajustan y se responden; en segundo lugar, los
tres problemas suscitados por Radin (supra, p.194) remiten directamente a la estructura del mito y
no es necesario, para hallarles solución, recurrir a una historia de la sociedad winnebago que, por
lo demás, no podría ser sino conjetural.
Tratemos pues de resolver estos tres problemas ateniéndonos a los términos de nuestro
análisis.
1) La sociedad evocada por el mito aparece estratificada solamente porque los héroes
figuran con la forma de una pareja de oposición pero su oposición se manifiesta a la vez por el
lado de la naturaleza y por el de la cultura. Por consiguiente, la pretendida estratificación del mito
no constituye un vestigio histórico. Resulta de la proyección, en un orden social imaginario, de
una estructura lógica de la que todos los elementos están dados en correlación y oposición.
2) Puede resolverse de la misma manera la segunda dificultad, que atañe al rango superior
atribuido, al parecer, a las mujeres. En efecto, toda nuestra argumentación se reduce a decir que
los cuatro mitos aquí considerados formulan tres proposiciones, la primera en el modo implícito,
la segunda de manera explícita, pero solamente en el mito 4, A saber:
A) Los individuos ordinarios viven (una vida completa) y mueren (de manera definitiva).
B) Los individuos extraordinarios por atributos positivos mueren (más jóvenes) y viven
(otra vez).
C) Los individuos extraordinarios por atributos negativos son igualmente incapaces de
vivir y de morir.
380
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Los mitos se organizan pues en sistema dicotómico de varios pisos, en el seno de los
cuales reinan relaciones de correlación y de oposición. Pero puede darse un paso más e intentar
ordenarlos sobre una escala común, teniendo en cuenta la curiosa gradación que se observa de un
mito al otro cuando se busca definir el género de pruebas a las que los espíritus o fantasmas
someten a los héroes. En el mito 3, los espíritus no imponen ninguna prueba: se limitan al papel
de compañeros de ruta, testigos indiferentes de los esfuerzos que el que el héroe despliega para
vencer los obstáculos materiales que se alzan en su camino. En el mito 1, los espíritus no son ya
indiferentes pero no se muestran todavía hostiles; antes al contrario, pues el héroe debe consistir
su familiaridad no cediendo ni a los ofrecimientos de los espíritus femeninos ni al regocijo
comunicativo de los espíritus masculinos que, para mejor engañarlo, desempeñan el papel de
tipos alegres desenfadados. Así, de compañeros en el mito 3, los espíritus de la muertos se mudan
en seductores en el mito 1; actúan todavía a la manera de humanos en el mito 2, pero como
agresores que se entrega a toda suerte de brutalidades; carácter que se afirma más nítidamente aún
en el mito 4, en el que los espíritus pierden toda apariencia de manera, puesto que aquí de
averigua al final que son ellos quienes por guía al héroe bajo la forma de insectos pululantes. Se
observa que de un mito al otro, una doble progresión: de una conducta pasiva a una conducta
agresiva, y de un comportamiento humano a un comportamiento no humano.
Esto no es todo, pues esta doble progresión puede también ser correlacionada con los
nexos imperantes entre el héroe o los héroes y su grupo social.
El héroe del mito 3 forma parte de una cofradía religiosa; no puede dudarse de que asume
su destino privilegiado como miembro de este grupo en el seno del cual actúa, y de concierto con
él. En cuanto a los dos héroes del mito 1, si han separarse del grupo es —y el texto lo precisa
repetidas veces— con el fin de encontrar alguna ocasión de cumplir un acción meritoria que
pueda beneficiar a sus compatriotas; actúan pues a favor del grupo, y por él. En cambio, sólo el
amor que experimenta hacia su mujer inspira al héroe del mito 2; nunca se menciona el grupo
social. El héroe emprende se acción como particular y por el exclusivo bien de otro particular. Por
último, en el mito 4 los dos héroes manifiestan frente al grupo una actitud francamente negativa:
la joven muere por su incapacidad de comunicar, prefiere perecer que expresarse y se exilia,
definitivamente según cree, en la muerte. Por se lado, el muchacho se niega a seguir a los
protagonistas han elegido, uno y otro, la segregación y sus actividades respectivas se desarrollan
contra el grupo:
Tengo conciencia de que para que fuera totalmente convincente no debería
limitarse cuatro mitos, sino recurrir a otros, extraídos de los documentos inestimables de
382
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
Bibliografía
383
ANTOLOGÍA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
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