Sunteți pe pagina 1din 11

AUTOMACHACARSE

Es muy difícil que la motivación negativa sea útil. Decirnos a nosotros mismos qué malos
somos para que empecemos a ser buenos . Cuando nos autoflagelamos, lo único que logramos
es golpear nuestra autoestima, por ejemplo, te presentas a una entrevista de trabajo y no
obtienes el puesto. Entonces comienzas a azotarte: "¿Por qué entregué un curriculum tan mal
elaborado? ¿Por qué di respuestas tan tontas al entrevistador? ¿Por qué me puse esta ropa?
No me extraña que no haya conseguido el empleo, no lo merecía. Realmente soy un fracaso".

Ya lo dijiste, pero, el negativismo no te motivará para que mejores en la próxima entrevista. Es


más probable que sea peor: un fracaso autoproclamado y autodespreciativo.

En lugar de autoflagelarte, háblate con ternura. Si tú no estás de tu lado, ¿Quièn va a estarlo?

Tienes todo el derecho a no ser perfecto. No digas: "fracasé", ni te consideres un fracaso. Di,
en cambio, "cometí un eror". Cometer errores es muy humano y corregible. Si un amigo se
equivoca, lo consolarás: "Cálmate, equivocarse es humano". A cualquier desconocido le dirías
"Perdonar es propio de Dioses".

Muestra por ti mismo la misma consideración. Recuerda, que al fin y al cabo, la persona con la
que debes convivir y con la que puedes contar eres tú mismo. De manera que no te conviertas
en tu propio enemigo.

Si puedes perdonarte el haber conducido mal una situación, no significa necesariamente que
te estás justificando. No significa que estés inventando una coartada para escaparte de la
responsabilidad. Significa que reconoces que eres tan falible como cualquier otra persona. Con
esta actitud, puedes decidirte a hacerlo mejor la próxima vez. Afrontarás la próxima tarea con
autoestima y confianza, en lugar de autodesprecio y pesimismo. No estás ignorando tus faltas,
más bien estás demostrando respeto por tus habilidades.

Cuando te sorprendas regañandote: "¡estúpido! ¡tonto! ¡idiota!", sólo di:


"¡un momento!, ¡estás hablando de mi mejor amigo!". Háblate con ternura, con comprensión,
con amor. Si sientes que debes descargarte, hazlo riéndote. Bromea contigo mismo: "burro, no
vuelvas a hacerlo".

Siente la diferencia en tu interior entre cuando dices algo comprensivo y cuando te desprecias
a tí mismo. Cuando te perdonas y comprendes, te sientes empapado en una especie de
bálsamo sedante. Pero cuando eres duro y te condenas, sientes como el ácido corroe tus
entrañas. Cuando cometes un error y te maldices, es como echar leña al fuego. En su lugar,
intenta un poco de ternura. Utiliza un poco de agua para apagar el fuego y no gasolina.

Todos cometemos errores, quienes más y quienes menos, algunas


son verdaderas meteduras de pata y otras son equivocaciones que no
tienen mayor trascendencia. Sin embargo, la forma en que
enfrentamos los errores varía mucho de una persona a otra. Hay
quienes logran pasar página con mayor facilidad y otros se quedan
atrapados en el sentimiento de culpa y comienzan a castigarse.

Vale aclarar que cuando cometemos un error una de nuestras


primeras reacciones consiste en culparnos. Se trata de algo
perfectamente normal. Pero una cosa es buscar responsabilidades y
aprender del error y otra muy diferente es llorar sobre la leche
derramada y pasar años de nuestra vida castigándonos por eso.

¿Por qué surge la necesidad de castigarse?

Por lo general, el auto-castigo está profundamente vinculado con la


autoestima. Cuando tenemos una autoestima baja, asumiremos la
tendencia a pensar que todo ocurre por nuestra culpa y que
merecemos ser castigados. Entonces nos auto imponemos la
penitencia, que puede ser más o menos severa. En la base de este
mecanismo no solo se encuentra la creencia de que no somos
merecedores de estima sino que también hay mucha rabia, que
dirigimos hacia nosotros mismos. 

Las personas que suelen castigarse con mayor crueldad son


precisamente las que han crecido en ambientes muy autoritarios y
rígidos, donde los errores eran vistos como defectos en vez de
oportunidades para el crecimiento. También se aprecia esta tendencia
en personas perfeccionistasque comprenden los errores casi como un
ataque a su imagen, a la integridad que han ido construyendo.

En otras ocasiones, las personas se castigan porque no son capaces


de pedir perdón o porque son demasiado rígidas como para
perdonarse. De hecho, a menudo se afirma que nosotros somos
nuestros jueces más severos.

Ya sea por una causa u otra, lo cierto es que imponerse un castigo es


una manera para expiar las culpas y para sentirse mejor consigo
mismo. La persona piensa que su comportamiento ha sido indigno y
como no lo puede reparar, se impone una penitencia que le “liberará”
del daño que ha causado. Sin embargo, el problema es que esa
penitencia no suele acabar nunca y, al final, en vez de provocar alivio,
termina dañando profundamente a la persona.
7 consejos para dejar de castigarse

1. Acepta que castigarte no resolverá nada.  Si has cometido un


error y este ha tenido consecuencias, intenta solucionarlas o contener
los daños. Si es imposible, pide disculpas. Si no puedes pedir perdón,
quizás porque ya no puedes hablar con la persona, aprende del error
para que te asegures que no lo volverás a cometer.

2. Habla del error. Cuando las personas experimentan una gran


sensación de culpa suelen aislarse de su grupo de amigos. Sin
embargo, cuando estés listo para hablar de la situación, deberías
contársela a alguien. A menudo las otras personas te sorprenden con
una perspectiva más imparcial de los hechos que te ayudará a aligerar
el peso de la culpa.

3. Aprende a ser amable contigo mismo.  A menudo es más fácil ser


amable y condescendiente con los demás que con nosotros mismos.
Una excelente estrategia consiste en imaginar que dentro de ti hay un
niño pequeño. Vigila tu diálogo interior y no te digas nada que pueda
dañar a ese niño.

4. Comprende los errores como oportunidades para crecer.  Las


personas que se castigan suelen comprender los errores como
fracasos o defectos a través de los cuales determinan su valía. Sin
embargo, piensa siempre que el camino al éxito está lleno de
fracasos. A menudo, de la mano de los errores llegan los aprendizajes
más importantes de la vida. 

5. Pon los hechos en perspectiva. Uno de los mecanismos que


perpetúa la culpa es pensar que si pudiésemos regresar en el tiempo,
hubiésemos actuado de una manera diferente. Sin embargo, es
importante que te des cuenta de que en aquel momento, con el
conocimiento que tenías y las circunstancias que te rodeaban, tomaste
la decisión que creíste más oportuna. Aceptar este hecho es
tremendamente liberador.

6. Aprende a valorar con flexibilidad.  Detrás del castigo casi


siempre se esconde una persona rígida que no quiere aceptar que se
ha equivocado, al menos no en un aspecto que le resulta tan
significativo. No obstante, recuerda que entre el negro y el blanco hay
miles de tonalidades. Tener un poco más de flexibilidad mental y
alejarse del pensamiento polarizado te ayudará a enfrentar la vida
desde una perspectiva más abierta. 

7. Ten claro quién eres.  Las personas que se castigan durante años
terminan olvidando quiénes son para convertirse en alguien que
simplemente en alguien que carga el fardo de la culpa. A veces, es
como si toda su vida se hubiese reducido a ese incidente. Para salir
de ese círculo vicioso es importante que recuerdes quién eres y que
saques a colación todas tus cualidades positivas. Tú eres mucho más
que TU CULPA.
A lo largo de la vida cometemos muchos errores. En algunos casos
incluso actuamos con buenas intenciones, porque en aquel momento
nos parecía que era la mejor alternativa pero luego, con el paso del
tiempo, nos damos cuenta de que no era así. Algunas personas logran
pasar página y seguir adelante, aprenden de su error y se hacen más
resilientes. Otras, sin embargo, no logran perdonarse y se culpan por
haberse equivocado. Ese sentimiento les lleva a castigarse a sí
mismas.

¿De dónde proviene la necesidad de castigarse?

Cuando cometemos un error, es normal que queramos determinar


responsabilidades. Sin embargo, la diferencia entre culpabilidad y
responsabilidad no es meramente terminológica. De hecho,
deberíamos borrar la palabra culpa de nuestro diccionario y en su
lugar, darle mayor importancia a la responsabilidad. La necesidad de
castigarnos proviene precisamente de la sensación de culpa, de la
idea de que hemos hecho algo mal y eso nos convierte en malas
personas. 

De ahí se deriva que, en su base, se esconda un problema de


autoestima. Cuando no nos estimamos lo suficiente, pensamos que
todo lo que ocurre es culpa nuestra y que merecemos un castigo por
ello. Si ese castigo no nos llega de las personas que nos rodean o del
entorno, entonces nos castigamos nosotros mismos. Nos imponemos
una penitencia que puede ser más o menos severa y que, al menos en
teoría, nos ayudaría purgar el error cometido.

La tendencia a castigarse a sí mismo también es más común entre las


personas que han crecido en una familia muy rígida y autoritaria,
donde los errores eran comprendidos como problemas a evitar y
conductas a sancionar, en vez de oportunidades para crecer que
forman parte de cualquier aprendizaje. Así, estas personas siguen
arrastrando las creencias que sus padres o maestros les inculcaron
cuando eran niños, sin darse cuenta de que no son ciertas y laceran
sus potencialidades para ser felices.

¿Por qué castigarse no es la solución?

- Castigarse a sí mismo no hará desaparecer el error. En la base


del autocastigo se encuentra una especie de pensamiento mágico,
pensar que la penitencia hará desaparecer las consecuencias del
error. En realidad, castigarse puede servir para sentirnos mejor con
nosotros mismos pero no revierte las consecuencias del daño que
hemos causado. Es mucho mejor pedir disculpas o poner manos a la
obra para intentar minimizar las consecuencias de nuestro equívoco.

- Castigarnos no nos permite crecer. Hay quienes piensan que


imponerse un castigo les convertirá en mejores personas y, cuánto
más dura sea la penitencia, mejor. Sin embargo, aunque el
autocastigo tiene una función expiatoria, lo cierto es que no te permite
crecer. Solo mejoramos como personas cuando aceptamos el error
como parte del aprendizaje, cuando aprendemos a hablar en términos
de responsabilidad y no de culpa, y cuando hemos hecho un análisis
profundo de lo ocurrido que nos permitirá no volver a equivocarnos la
próxima vez.
Cinco pasos para dejar de castigarse

1. Acepta los errores. Deja de pensar en los errores como


comportamientos a evitar y comienza a verlos como partes inevitables
del proceso de aprendizaje. De hecho, las personas que se castigan lo
hacen porque, en el fondo, no aceptan que han sido capaces de
cometer ese error. Ese comportamiento ha generado una disonancia
cognitiva entre la imagen que tiene de sí mismo y su conducta, lo cual
le lleva a castigarse para recuperar el equilibrio perdido. 

2. Minimiza las consecuencias del error. Acepta que el autocastigo


puede ser liberador para ti pero no tiene demasiados efectos
prácticos. En su lugar, valora la dimensión del daño que has causado
e intenta minimizarlo. Hay personas que se castigan durante años por
un error del pasado cuando una simple disculpa y un abrazo habrían
podido bastar para hacerse perdonar y recuperar la relación perdida.
Ten presente que castigarse es como “llorar sobre la leche
derramada”.

3. Habla con otras personas sobre lo que piensas y sientes. A


menudo, como estamos demasiado implicados en una situación, no
somos observadores imparciales. Si eres una de esas personas muy
severas consigo mismas, es probable que te estés dando más
responsabilidad de la que corresponde. Conversa con tu pareja o
amigos, es probable que estos te den una nueva visión del asunto que
te permita delimitar con mayor precisión tus responsabilidades y
liberarte de ese sentimiento de culpa que te atenaza. 

4. Sé amable contigo mismo. Somos nuestro peor juez porque no


hay nadie que nos conozca mejor que nosotros mismos. Sabemos
hasta dónde podemos llegar y conocemos nuestros deseos e impulsos
ocultos. Sin embargo, a menudo nos vendría bien una dosis de
amabilidad. No se trata de que te vueltas tolerante y relajes tus valores
pero sí de que no te recrimines por cada error y, sobre todo, que
comprendas que las equivocaciones no determinan tu valía como
persona. Imagina que en tu interior hay un niño asustado, trátate como
tal, con firmeza pero también con amor.

5. Pon los hechos en perspectiva. No puedes volver atrás y evitar el


error. Eres consciente de ello pero, aún así, es probable que la
sensación de culpa y la necesidad de castigarte provengan de tu
realidad. Esto significa que estás valorando un acontecimiento pasado
bajo la luz de nuevos conocimientos, con los ojos de una persona que
ha cambiado. Por eso, en el momento de evaluar los errores,
debemos centrarnos en la información y las alternativas que teníamos
en aquel momento. Recuerda que es demasiado fácil predecir un
resultado una vez que ha terminado el partido.
Somos imperfectos, y por ello cometeremos errores a lo largo de nuestra vida.
Es un hecho totalmente inevitable. Los cometemos incluso cuando
pretendemos actuar con la mejor intención, o elegimos la que parecía la mejor
alternativa. Algunas personas logran pasar página, aprender de esos errores y
seguir con su camino, pero existen otras personas que no dejaran de
castigarse por aquello que hicieron mal. El no perdonarse a si mismo, lleva a
esas personas a sabotearse una y otra vez, buscando un castigo que les
permita redimirse de sus errores. Es una auténtica trampa mental que con el
tiempo se acentúa y puede destruir psicológicamente a quien la sufre.
Necesidad de castigarse
La necesidad de castigarnos por los errores cometidos parte del sentimiento de culpa.
Cuando cometemos errores, somos responsables de ellos, pero no culpables.
Los errores, errores son. Son “accidentes” que han escapado de nuestra
voluntad. No queríamos hacer daño, no queríamos perjudicar a nadie, ni hacer
las cosas mal, pero podemos llegar a pensar que el haber hecho algo mal nos
convierte en malas personas. Por ese motivo la palabra “culpa” la desecharía
en estos casos, cuando no teníamos la voluntad de cometer los errores que
hemos cometido.
Muchos de los sentimientos de culpa tienen como punto de partida una baja
autoestima. Cuando no nos valoramos podemos llegar a pensar que todo lo que
ocurre es por nuestra culpa, y que por ello debemos ser castigado. Existe
entonces la necesidad de purgar nuestros fallos.
Si el castigo no llega a través de las personas que nos rodean o del entorno en
el cual ha ocurrido nuestro error, entonces seremos nosotros mismos quienes
nos castigaremos por ello. Imponernos un castigo más o menos severo nos
aliviará psicológica y emocionalmente ya que tendremos la sensación que
estamos pagando por nuestros errores.
Castigarse no soluciona nada
El hecho de castigarse a sí mismo no va a hacer que desaparezca el error. El
autocastigo nos lleva a la falsa sensación de que nuestra penitencia hará
desaparecer de un plumazo las consecuencias de nuestros fallos o errores.
Pero castigarnos nos soluciona nada, es más efectivo pedir disculpas o intentar
solucionar los errores que hemos creado, aprender de ello, y pasar página.
Cómo dejar de castigarse
 Acepta tus errores. Comienza a ver tus errores como parte de tu
aprendizaje vital. Son inevitables y los cometeremos a lo largo de nuestra
vida.
 Minimiza las consecuencias de tus errores. El hecho de castigarse no
tiene efectos positivos ni efectivos a la hora de solventar nuestros errores.
Valora las consecuencias de tus errores, e intenta minimizar sus daños.
Una simple disculpa o un abrazo es suficiente en la mayoría de los casos.
 Exterioriza tus sentimientos. Habla con las personas implicadas o que
han sufrido tus errores de cómo te sientes y que piensas al respecto. Ello te
permitirá ver que ellos pueden ver tu responsabilidad en tu error de un
modo diferente y menos severo. Te ayudará a no inculcarte a ti mismo un
grado de responsabilidad que no corresponde con la realidad.
 Quiérete. En general podemos llegar a ser  nuestros peores jueces. Hay
que comprender que los errores los cometemos todos, y no por ello
dejamos de ser valiosos para los demás o para nosotros mismos. No te
juzgues en exceso. Reflexiona acerca de tus errores y saca un aprendizaje
de ellos. No somos perfectos.
 Ten perspectiva. No podemos volver atrás, ni evitar el error que ya
hemos cometido. El sentimiento de culpa nace de la visión que tenemos en
ese momento de los errores cometidos, en vez de verlos con el prisma de la
persona que éramos en ese momento. Hemos aprendido y evolucionado, y
hoy en día no cometeríamos los mismos errores. Por ello evalúa que
cometiste esos errores porque eras una persona con menos recursos, pero
que gracias a esos errores has aprendido y evitarás de aquí en adelante
cometer los mismos errores.
 
Desde hace algunos días vengo estudiando en qué modo me afecta el perfeccionismo en tales
cosas como mi comportamiento, desempeño, responsabilidades, objetivos, sueños, metas,
relaciones, tiempo libre, hobbies y otros aspectos de mi vida cotidiana. Es más, estoy,
trabajando de manera concienzuda por erradicar la parálisis parasitante del perfeccionismo,
que, de manera genético-aprehendida, se instala en mi persona – y en la de otras – hasta llegar
a paralizar al ser de aspectos fundamentales del vivir de un elfo, hombre, o mujer, entre otros.

Si existe una falacia “inteligentemente” extendida entre toda la especia humana no es ésta
otra que la del perfeccionismo, algo estúpido por otra parte, ya que difícilmente al Universo le
va a importar cumplir los irracionales estándares que nosotros, la hábil pero en (muchas)
ocasiones irracional especie humana, nos hemos encargado de propagar y asimilar como
condición necesaria para conseguir lo que nos traemos entre manos.

Empezaré por otorgarme algunos derechos, los cuales hasta ahora no me había atrevido a
darme, concederme, o como uno lo quiera llamar. Intentaré (sí, intentaré) no buscar la
perfección nunca más. Porque una cosa es perfeccionar (1. tr. Acabar enteramente una obra,
dándole el mayor grado posible de bondad o excelencia. U. t. c. prnl.) y otra cosa es intentar
hacer algo perfecto, cosa harto imposible, ya que ni yo ni nadie en esta santa tierra va a poder
lograrlo, nunca, jamás.

No me juego nada, por intentar hacer alguna pirueta vertiginosa mientras a mis pensamientos
se les une el carcomer de la autocrítica y de la (estúpida) vergüenza que se derrama en mí
como a otros se les viene el orgullo de ser lo que quiera que ellos quieran ser. Pero, sí que,
inocentemente pierdo algo más que calidad de vida. Pierdo capacidad, eficiencia, eficacia.
Pierdo economía. Pierdo felicidad. Y el círculo vuelve a empezar.

Pero no es tan fiero el león como lo pintan. Aunque por perfeccionista he dejado de hacer
muchas cosas, dejado de ir con mucha gente, dejado de ir a muchos sitios, y, en consecuencia,
he dejado mi vida limitada a 3 o 4 cosas en las que básicamente el trabajo (estudio, en mi caso)
era el epicentro del terremoto que algún día habría de sacudirme hasta hacerme comprender
que lo mejor es, en muchos casos, enemigo de lo bueno. O que, como me ha dicho más de
uno, y muchos otros lo dirán, “si no fumas, ni tampoco bebes, pa´qué vives, gilipollas”.

Realmente sería una buena idea ser brillante. Pero no siempre el ciego puede dejar de ver la
obscuridad. Realmente es mucho más fácil (y “brillante”) automachacarse pensando en que
aún podría ser todo mucho mejor. Es más, ¿realmente alguien conoce algo que no podría ser
mucho mejor?. Si tus objetivos y metas se convierten en cuchillas, es mejor que no lo llames
objetivos, y que limpies de irracionalidad lo que un día empezó como sueño y acabó como
inacabable y sangrante derrota. Es ese el sino del que aumenta, y no limita, la forma en que
afronta la vida en orden a vivir – y no sólo sobrevivir – en este espacio que, sea dentro o sea
fuera de uno, se dispone a vivir, y construir.

Y de ahí a acabar siendo carne de cañón para la psicología sólo hay un paso. En la psicología
busco respuestas, aunque su perfección no sea otra que una conclusión interrogativa.

Autocompasión o el arte de no machacarse. Pilar


Jericó
Recuerda aquel momento en el que has deseado que la tierra te tragase por algo que has
dicho desafortunado: un mensaje de whatsapp que no ha hecho gracia, un malentendido en
casa o un trabajo que no ha gustado… En ese momento, se despierta el juez que llevamos
dentro y comenzamos a maldecirnos: “Mira que soy tonto” o subimos el tono con palabras
más“bonitas”. Y lo peor de todo ello es que, además, lo podemos recordar durante días, meses
o, incluso, años. No hace falta decir que este tipo de comentarios nos pueden hacer
profundamente infelices. Pero tenemos buenas noticias al respecto. Existe un antídoto, que las
investigaciones han corroborado: entrenar la autocompasión o la autoaceptación, que no
hemos de confundir con la autoestima.

La autocompasión significa ser amable y comprensivo con nosotros mismos, en especial ante
nuestros errores. En vez de machacarnos por lo torpes que somos, aceptar que no somos
perfectos y que nos podemos equivocar. Eso no significa ser condescendientes, “pasar de
todo” o no desarrollar la empatía para reconocer que podemos hacer daño sin querer. No, la
autocompasión está relacionada con la responsabilidad de nuestros actos, pero sin el
sufrimiento innecesario como ha demostrado la ciencia.

Investigadores de las universidades de Texas y Kentucky analizaron el grado de autocompasión


de los estudiantes. Midieron cuál era su nivel de optimismo y de felicidad. Pues bien, los
jóvenes que encajaban mejor sus errores mostraban más niveles de felicidad y de optimismo.
Pero no solo eso, estaban además más capacitados para ver las cosas en su justa medida (es
decir, no abrir dramas innecesarios), sentir compasión por otras personas y ser
extravertidos. También se comprobó que los estudiantes más autocompasivos tenían la
capacidad de aprender mejor de sus errores. Esto es una gran noticia: a veces sentimos que
necesitamos machacarnos para no relajarnos y dar el “do de pecho” en todo cuanto hacemos.
Sin embargo, las investigaciones demuestran que cuanto más autocompasivos seamos, más
capacidad de mejora tenemos. Por ello, desmontemos un mito innecesario.

Mark Leary y sus colegas analizaron casos de personas que estaban atravesando una mala
racha y llegaron a una conclusión interesante: “En momentos complicados la autocompasión
es más efectiva que la autoestima”.

“Si una persona aprende a sentirse mejor consigo misma pero sigue castigándose cada vez que
fracasa o comete un error, será incapaz de superar sus dificultades sin ponerse a la
defensiva”,Mark Leary.

Una última investigación. Hace unos años, Kristin Neff  y Roos Vonk publicaron un artículo en
una revista de gran relevancia científica en el que medían las diferencias de la autoestima con
respecto a la autocompasión. Resultado: la autocompasión tiene la capacidad de hacernos
prever sentimientos positivos de un modo más estable que la autoestima. La capacidad de
saber perdonarnos nos ayuda a dejar de compararnos tanto con otros y a reducir nuestra
rumia interna o nuestro enfado. Así pues, si queremos ser felices, puede ser más eficaz
entrenar la autocompasión que la autoestima.

¿Cómo podemos entrenar nuestra autocompasión?

Amabilidad con nosotros mismos. Si una persona que apreciamos, hubiera cometido el error
por el que nos estamos castigando, ¿le trataríamos del mismo modo? Seguramente, no. Y no
creo que necesitemos hacernos tanto daño para prestar más atención en el futuro. Por lo
tanto, añade un poco de amabilidad en lo que te dices.

Reconocer “la humanidad compartida”, como dicen Kristin Neff  y Roos Vonk. Al fin y al cabo,
todos nos equivocamos. Es maravilloso darse cuenta de que no eres el único que puede
mandar un whatsapp desafortunado o el que dice una bobada en un grupo de amigos. En la
medida que uno sea capaz de perdonarse a sí mismo, es capaz de mirar con más dulzura los
errores del resto, en especial, aquellos que afectan a uno mismo.

Relativizar. Si revisamos los errores de nuestro pasado que parecían auténticas hecatombes
como suspender un examen o que nos dijera que no un chico o una chica , podemos darnos
cuenta que algo muy sano es equilibrar el error. Ante nuestros errores, si además sabemos
ponerlos en su justa medida, aprenderemos a sufrir menos.

S-ar putea să vă placă și