Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Es muy difícil que la motivación negativa sea útil. Decirnos a nosotros mismos qué malos
somos para que empecemos a ser buenos . Cuando nos autoflagelamos, lo único que logramos
es golpear nuestra autoestima, por ejemplo, te presentas a una entrevista de trabajo y no
obtienes el puesto. Entonces comienzas a azotarte: "¿Por qué entregué un curriculum tan mal
elaborado? ¿Por qué di respuestas tan tontas al entrevistador? ¿Por qué me puse esta ropa?
No me extraña que no haya conseguido el empleo, no lo merecía. Realmente soy un fracaso".
Tienes todo el derecho a no ser perfecto. No digas: "fracasé", ni te consideres un fracaso. Di,
en cambio, "cometí un eror". Cometer errores es muy humano y corregible. Si un amigo se
equivoca, lo consolarás: "Cálmate, equivocarse es humano". A cualquier desconocido le dirías
"Perdonar es propio de Dioses".
Muestra por ti mismo la misma consideración. Recuerda, que al fin y al cabo, la persona con la
que debes convivir y con la que puedes contar eres tú mismo. De manera que no te conviertas
en tu propio enemigo.
Si puedes perdonarte el haber conducido mal una situación, no significa necesariamente que
te estás justificando. No significa que estés inventando una coartada para escaparte de la
responsabilidad. Significa que reconoces que eres tan falible como cualquier otra persona. Con
esta actitud, puedes decidirte a hacerlo mejor la próxima vez. Afrontarás la próxima tarea con
autoestima y confianza, en lugar de autodesprecio y pesimismo. No estás ignorando tus faltas,
más bien estás demostrando respeto por tus habilidades.
Siente la diferencia en tu interior entre cuando dices algo comprensivo y cuando te desprecias
a tí mismo. Cuando te perdonas y comprendes, te sientes empapado en una especie de
bálsamo sedante. Pero cuando eres duro y te condenas, sientes como el ácido corroe tus
entrañas. Cuando cometes un error y te maldices, es como echar leña al fuego. En su lugar,
intenta un poco de ternura. Utiliza un poco de agua para apagar el fuego y no gasolina.
7. Ten claro quién eres. Las personas que se castigan durante años
terminan olvidando quiénes son para convertirse en alguien que
simplemente en alguien que carga el fardo de la culpa. A veces, es
como si toda su vida se hubiese reducido a ese incidente. Para salir
de ese círculo vicioso es importante que recuerdes quién eres y que
saques a colación todas tus cualidades positivas. Tú eres mucho más
que TU CULPA.
A lo largo de la vida cometemos muchos errores. En algunos casos
incluso actuamos con buenas intenciones, porque en aquel momento
nos parecía que era la mejor alternativa pero luego, con el paso del
tiempo, nos damos cuenta de que no era así. Algunas personas logran
pasar página y seguir adelante, aprenden de su error y se hacen más
resilientes. Otras, sin embargo, no logran perdonarse y se culpan por
haberse equivocado. Ese sentimiento les lleva a castigarse a sí
mismas.
Si existe una falacia “inteligentemente” extendida entre toda la especia humana no es ésta
otra que la del perfeccionismo, algo estúpido por otra parte, ya que difícilmente al Universo le
va a importar cumplir los irracionales estándares que nosotros, la hábil pero en (muchas)
ocasiones irracional especie humana, nos hemos encargado de propagar y asimilar como
condición necesaria para conseguir lo que nos traemos entre manos.
Empezaré por otorgarme algunos derechos, los cuales hasta ahora no me había atrevido a
darme, concederme, o como uno lo quiera llamar. Intentaré (sí, intentaré) no buscar la
perfección nunca más. Porque una cosa es perfeccionar (1. tr. Acabar enteramente una obra,
dándole el mayor grado posible de bondad o excelencia. U. t. c. prnl.) y otra cosa es intentar
hacer algo perfecto, cosa harto imposible, ya que ni yo ni nadie en esta santa tierra va a poder
lograrlo, nunca, jamás.
No me juego nada, por intentar hacer alguna pirueta vertiginosa mientras a mis pensamientos
se les une el carcomer de la autocrítica y de la (estúpida) vergüenza que se derrama en mí
como a otros se les viene el orgullo de ser lo que quiera que ellos quieran ser. Pero, sí que,
inocentemente pierdo algo más que calidad de vida. Pierdo capacidad, eficiencia, eficacia.
Pierdo economía. Pierdo felicidad. Y el círculo vuelve a empezar.
Pero no es tan fiero el león como lo pintan. Aunque por perfeccionista he dejado de hacer
muchas cosas, dejado de ir con mucha gente, dejado de ir a muchos sitios, y, en consecuencia,
he dejado mi vida limitada a 3 o 4 cosas en las que básicamente el trabajo (estudio, en mi caso)
era el epicentro del terremoto que algún día habría de sacudirme hasta hacerme comprender
que lo mejor es, en muchos casos, enemigo de lo bueno. O que, como me ha dicho más de
uno, y muchos otros lo dirán, “si no fumas, ni tampoco bebes, pa´qué vives, gilipollas”.
Realmente sería una buena idea ser brillante. Pero no siempre el ciego puede dejar de ver la
obscuridad. Realmente es mucho más fácil (y “brillante”) automachacarse pensando en que
aún podría ser todo mucho mejor. Es más, ¿realmente alguien conoce algo que no podría ser
mucho mejor?. Si tus objetivos y metas se convierten en cuchillas, es mejor que no lo llames
objetivos, y que limpies de irracionalidad lo que un día empezó como sueño y acabó como
inacabable y sangrante derrota. Es ese el sino del que aumenta, y no limita, la forma en que
afronta la vida en orden a vivir – y no sólo sobrevivir – en este espacio que, sea dentro o sea
fuera de uno, se dispone a vivir, y construir.
Y de ahí a acabar siendo carne de cañón para la psicología sólo hay un paso. En la psicología
busco respuestas, aunque su perfección no sea otra que una conclusión interrogativa.
La autocompasión significa ser amable y comprensivo con nosotros mismos, en especial ante
nuestros errores. En vez de machacarnos por lo torpes que somos, aceptar que no somos
perfectos y que nos podemos equivocar. Eso no significa ser condescendientes, “pasar de
todo” o no desarrollar la empatía para reconocer que podemos hacer daño sin querer. No, la
autocompasión está relacionada con la responsabilidad de nuestros actos, pero sin el
sufrimiento innecesario como ha demostrado la ciencia.
Mark Leary y sus colegas analizaron casos de personas que estaban atravesando una mala
racha y llegaron a una conclusión interesante: “En momentos complicados la autocompasión
es más efectiva que la autoestima”.
“Si una persona aprende a sentirse mejor consigo misma pero sigue castigándose cada vez que
fracasa o comete un error, será incapaz de superar sus dificultades sin ponerse a la
defensiva”,Mark Leary.
Una última investigación. Hace unos años, Kristin Neff y Roos Vonk publicaron un artículo en
una revista de gran relevancia científica en el que medían las diferencias de la autoestima con
respecto a la autocompasión. Resultado: la autocompasión tiene la capacidad de hacernos
prever sentimientos positivos de un modo más estable que la autoestima. La capacidad de
saber perdonarnos nos ayuda a dejar de compararnos tanto con otros y a reducir nuestra
rumia interna o nuestro enfado. Así pues, si queremos ser felices, puede ser más eficaz
entrenar la autocompasión que la autoestima.
Amabilidad con nosotros mismos. Si una persona que apreciamos, hubiera cometido el error
por el que nos estamos castigando, ¿le trataríamos del mismo modo? Seguramente, no. Y no
creo que necesitemos hacernos tanto daño para prestar más atención en el futuro. Por lo
tanto, añade un poco de amabilidad en lo que te dices.
Reconocer “la humanidad compartida”, como dicen Kristin Neff y Roos Vonk. Al fin y al cabo,
todos nos equivocamos. Es maravilloso darse cuenta de que no eres el único que puede
mandar un whatsapp desafortunado o el que dice una bobada en un grupo de amigos. En la
medida que uno sea capaz de perdonarse a sí mismo, es capaz de mirar con más dulzura los
errores del resto, en especial, aquellos que afectan a uno mismo.
Relativizar. Si revisamos los errores de nuestro pasado que parecían auténticas hecatombes
como suspender un examen o que nos dijera que no un chico o una chica , podemos darnos
cuenta que algo muy sano es equilibrar el error. Ante nuestros errores, si además sabemos
ponerlos en su justa medida, aprenderemos a sufrir menos.