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La Edad Media

En los primeros años de nuestra era y durante toda la Edad Media, la danza fue
una de las artes menos desarrolladas. Si tenemos en cuenta que el control de la edu-
cación en aquellos tiempos estaba en manos de la Iglesia, se comprende fácilmente
que así fuera, ya que la disciplina eclesiástica fue siempre severa con el baile por lo
que éste conservaba de profano. Solamente las sectas herejes utilizaban danzas co-
mo parte de sus ritos religiosos, como los Gnósticos heterodoxos del siglo TI en sus
«ágapes» o banquetes de amor.
Resulta irónico, por tanto, que fuera justamente Santa Teresa la que, hablando de
los humanos en general, diera sin proponérselo una auténtica definición de bailarín.
Ella decía que los hombres son el enlace entre la Tierra y el Cielo, pues tienen (al
igual que los bailarines, añadiríamos) los pies en el suelo y la cabeza en las nubes.
En efecto, el bailarín ha de saber utilizar bien el suelo y servirse de él para sus «sal-
tos» y «pirouettes»; ha de sentir el suelo en el pie entero, para estar bien colocado y
para que el impulso de despegar le sirva para un buen salto o giro. La cabeza en las
«nubes» es el éxtasis necesario para la expresión. .
El baile en la Edad Media se permitió solamente en contadas ocasiones, en los
coros de las iglesias y en algunas procesiones. Más adelante, se fue permitiendo la
danza en las plazas delante de las iglesias las vísperas de los días festivos al ano-
checer, así como también en las puertas de los cementerios: de ahí nació la «danza
rnacabra».
La Danza Macabra o Danza de la Muerte, probablemente originaria de Francia,
era interpretada por varios personajes que bailaban con otros tantos esqueletos, en
representación del poder absoluto que tiene la muerte sobre la vida del hombre.
Una de las primeras Danzas Macabras fue la que se bailaba en París, en el ani-
versario del martirio de los siete hermanos Macabeos y su madre en el Convento de
los Inocentes. Hay quien piensa que de ahí precisamente proviene el nombre de ma-
cabra, de Chorea Maccabaeorum. si bien lo más probable es que proceda de la pa-
labra árabe «maqbar», que significa «cementerio». En el siglo XIII y en las paredes
de dicho convento, se veían esas escenas con sus correspondientes versos al pie de
las mismas, que fueron origen de otras pinturas reproducidas en tapices y lápidas de
muchas iglesias de Francia, pasando más tarde a Inglaterra y Alemania.
En la capilla de Santa María de Lübeck se ve la reproducción de una Danza Ma-
cabra de una forma muy sencilla: los versos al pie de la pintura están en bajo ale-
mán. La pintura representa veinticuatro clérigos y seglares en orden descendente:

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desde el Papa al Emperador, la Emperatriz, el Cardenal. el Rey, hasta el Ermitaño.
el Labrador, el Mozo, la Mujer y el Niño. Entre cada dos personajes la muerte dan-
za en forma de esqueleto, guiando el cortejo y saltando al son de una flauta.
La Danza Macabra fue en realidad tema de numerosos poemas medievales. Tra-
ducimos aquí un fragmento de la DANZA DE LA MUERTE del poeta v clérigo in-
glés John Lydgate (1370-1451 ?):

Dtr Rittrr.

Uno de los 40 grabados


de Hons Holbcin eljoven
sobre la dan:a macabro
(Basilea siglo XVI).

A ti. juglar, que por bien agradar


a las gentes, hábil tocas y cantas
de la mano diestra te vaya tomar «LA MUERTE
para que te unas con los otros a mi danza. ALJUGLAR»
Intentar escapar de nada serviría.
nadie revoca nunca mi sentencia
y el que en música sabe de arte y armonía
puede con maestría aquí mostrar su ciencia.

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Esta nueva danza es tan extraña, «EL JUGLAR
llena de sorpresa y de perfidia, RESPONDE»
los complicados pasos tan a menudo cambian
y el compás tantas veces varía
que ya no me sirve nada de esto,
a menos que librarme pudiera,
pero hombres muchos hay, si he de hablar presto
que danzan, sí, mas no como quisieran. (Versos 491-512)

En este poema y otros similares se trasluce que la danza puede ser engañosa, que
muchas veces en esta época lo que aparentemente sugiere el movimiento externo no
es la realidad del sentimiento interior. El hecho de que los personajes manifiesten
que se los fuerza a bailar, no es precisamente una expresión en términos vulgares de
la inevitabilidad de la Muerte. sino posiblemente un reflejo de la impotencia huma-
na frente a las enfermedades y epidemias que asolaban las comunidades, dramática-
mente ejemplificadas en el llamado «BAILE DE SAN VITO» y sus espasmos mus-
culares involuntarios. Grandes muchedumbres de enfermos se congregaban en la
iglesia de este santo, esperando la curación que nunca llegaba; se ofrecía así un es-
pectáculo grotesco y patético de danza colectiva.
La idea de la Danza Macabra siguió en la imaginación popular por lo menos has-
ta finales del siglo XVII. Prueba de ello lo tenemos en la declaración que nos ha lle-
gado del inglés Jacob Seley en 1690. Tan sólo cinco años después de las ejecucio-
nes públicas masivas dictadas por el juez Jeffreys en el sudoeste de Inglaterra (eran
los tiempos de la fallida rebelión del duque de Monmouth contra el rey Jacobo 11),
ejecuciones tras las que se descuartizaba a los condenados y se colgaban o ernpala-
ban sus restos en lugares bien a la vista del pueblo, Seley tuvo una extraña apari-
ción. Una noche en pleno campo, unos doscientos fantasmas en forma de jueces,
magistrados, clérigos y campesinos lo aterrorizaron bailando a su alrededor una
Danza de la Muerte, que él en vano intentaba destruir con su espada.
José de Espronceda en el «ESTUDIANTE DE SALA MANCA» (1S40) dice
(versos del 983 al 995):
y a su monótono andar
las campanas sacudidas
misteriosos golpes dan;
mientras en danzas grotescas
y al estruendo funeral
en derredor cien espectros
danzan en torpe compás
y las veletas sus frentes
bajan ante él al pasar
los espectros le saludan,
y en cien lenguas de metal,
oye su nombre en los ecos
de las campanas sonar.
Esto demuestra que la Danza Macabra en el siglo XIX aún fascinaba a escritores
y lectores.
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.,
Los esfuerzos de la Iglesia por abolir casi todo tipo de danza fueron incesantes,
pero no tan fructíferos como podría creerse. De hecho, la obstinación popular aca-
bó por prevalecer, hasta el punto que, como hemos dicho, hubo que permitir el bai-
le incluso hasta en las puertas de las iglesias. Las prohibiciones, a pesar de todo, se
sucedían en boca de los concilios de Auxerre (siglo vi), Chalons (siglo VII), Avig-
non (siglo XlII,) Mainz (siglo IX), Roma (siglo IX), entre otros, más las condenas par-
ticulares de Papas como León IV y personajes como Cesario de Arles, o un anóni-
mo predicador que declaraba que: «la danza es el círculo cuyo centro es el diablo y
conduce a todos al mal». Se hizo circular la leyenda relativa a un grupo de habitan-
tes de Koelbigk, los cuales desobedecieron la orden de no bailar ante la iglesia de
San Magno mientras se celebraba la Misa de Navidad, y por ello, sus almas fueron
condenadas a bailar en aquel lugar eternamente sin descanso. Otra fuente de infor-
mación sobre el origen diabólico del baile, la encontramos en el libro de Luis Vélez
de Guevara (1579-1644) «EL DIABLO COJUELO», que en el tranco primero,
cuando el diablo se presenta al estudiante, dice no ser Lucifer, ni otro de los diablos
mayores. Le dice así:

«Yo soy las pulgas del Infierno, el chisme, el enredo, la usura, yo truje al mundo la zara-
banda, la chacona, el bellicuzcuz, el guirigay, el zambapalo; yo inventé las pandorgas, las jáca-
ras, los maesecorales, los títeres, los saltambancos, los comas, los volantines y otras danzas y
acrobacias.»

Pero, por otra parte, existían danzas rituales ejecutadas por los mismos clérigos
en algunos pueblos de Europa. El ejemplo más cercano lo tenemos en Cataluña, en
el Santuario de Nuestra Señora de Montserrat. Podría parecer en principio chocan-
te, el hecho de que en Montserrat los peregrinos bailaran en el interior del templo al
son de los cantos que ellos mismos entonaban. Sin embargo, ésta debió ser una prác-
tica relativamente frecuente, ya que se tiene noticia de que algo parecido ocurría en
el año 1010 en la iglesia monástica de Santa Fe en Conques (Languedóc), lugar de
peregrinaje en el Camino de Santiago. Siguiendo viejas costumbres, los peregrinos
asistían a las vigilias iluminándose con velas y larnparillas; como no entendían los
cánticos en latín de los oficios, pasaban la noche cantando y bailando. Es posible
que las gentes no hubieran bailado en el templo si los clérigos y diáconos no acos-
tumbrasen a hacerlo. Éstos, en efecto, solían bailar en determinadas festividades un
repertorio un tanto insólito formado por antífonas, tropos, secuencias, responsorios
e incluso «KYRIES» y «SANCTUS». Si los laicos llevaban sus danzas al templo,
por su parte los eclesiásticos sacaban las suyas a la calle. Contra estos hechos no de-
jaban de pronunciarse sínodos y concilios a lo largo de la Edad Media, incluso en
los siglos xv y XVI, lo que evidencia que era práctica muy extendida. En el «LLI-
BRE VERMELL DE MONTSERRAT» se recogen y explican los cantos y danzas
del siglo XIV.
Las obras musicales del «Llibre Vermell» llevan la siguiente nota del copista:
«puesto que los peregrinos sienten a veces deseos de cantar y bailar durante la vigi-
lia nocturna en la iglesia de la Virgen de Montserrat, incluso durante el día en la pla-
za de dicha iglesia, donde sólo pueden cantarse canciones virtuosas y piadosas, se
han escrito unas canciones apropiadas para dicha necesidad. Éstas deben utilizarse
de manera respetuosa y moderada, para no molestar a aquellos que rezan o meditan
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