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Biel/Bienne, 24/8/2020
Estimada Excelencia,
Soy el Padre Luciano Martin Porri, sacerdote católico que desempeño
mi ministerio pastoral para la comunidad de lengua italiana en la ciudad de Biel/Bienne, en la
diócesis de Basilea (Suiza). Yo he nacido y crecido en Rosario (Argentina), efectuando mis
estudios primarios y secundarios en esta ciudad. Luego ingrese como seminarista en el
obispado militar de Argentina (1994-1999), en ese tiempo era obispo S.E.R Mons. Martina. A
fines del año 1998 el obispo nos anuncia que tendríamos un nuevo rector que venía de la
ciudad de Villaguay (Entre Rios) el sacerdote Marcelino Moya. Monseñor Martina nos cuenta a
todos los seminaristas que el arzobispo de Paraná S.E.R Mons. Karlic no quería dárselo y
como el insistía le puso como condición para prestar a este sacerdote a la diócesis militar que
tenía que escuchar al párroco de Villaguay y si después de escuchar al párroco si insistía se lo
daba bajo la total responsabilidad de él.
El obispo siguió con su relato, y nos contó que el párroco le había hablado muy mal del p.
Marcelino Moya, pero que él creía que todo era producto de los celos de este párroco para con
el que hasta ese momento había sido su vicario parroquial.
Ese mismo día me encuentro con el capellán del colegio militar el P. Juan Lickay (en ese
momento yo vivía en el colegio militar y este sacerdote se ocupaba de mí y de los otros dos
seminaristas más que vivíamos ahí, Luis Maria Berthoud y Rodrigo Vazquez. El padre Juan
Lickay me pregunto como estuvo el día y le conté, casi incrédulo, lo que el obispo nos había
dicho. El padre Juan Lickay me comenta que él había acompañado al obispo a Villaguay y que
el párroco le había dicho a Mons. Martina, escribo textual: “desde que se cogió a los
monaguillos para arriba hizo de todo!”.
El desconcierto entre nosotros era grande, pero el obispo nos decía que era todo mentira, que
era la envidia del párroco.
En septiembre 1998, llego a la casa parroquial del barrio de sub oficiales “Sargento Cabral” de
Campo de Mayo el p. Marcelino Moya. Fuimos a conocerlo, y ya la primera impresión no fue
buena. Lamentablemente tenía una debilidad por los rubios y ojos claros, y los que teníamos
esta característica nos esperaba o el paraíso o el infierno. La primera cosa que me dice es que
yo iba a ser su secretario y lo iba a acompañar en sus viajes.
Si bien en esa época yo era muy joven e ingenuo, me di cuenta que algo no encajaba. Llame
por teléfono al Vicario general Mons. Guillot y le dije que me había dicho que sería el secretario
de él, y que quería que lo acompañara a Mendoza el fin de semana siguiente. El Vicario
general me respondió que yo era un seminarista y no era el secretario de nadie, que estaba ahí
para estudiar. Le di esta respuesta al p. Marcelino Moya, el cual me respondió: “no te diste
cuenta todavía quien tiene acá la vaca atada al palo”.
Desde ese momento en adelante empezó una vida de calvario e infierno para mí y luego para
el resto de los seminaristas. En marzo del 1999, se inauguró el nuevo seminario militar en las
instalaciones de Campo de Mayo. Para esa fecha Marcelino hizo echar del obispado dos
seminaristas (Luis Maria Berthoud y Marcelo Ingrisani) porque no eran de su agrado. El resto
de los seminaristas (Pablo Guzman, Osmar Rossi, Cesar Tauro, Marcelo Tahuil y yo)
empezamos a convivir con Moya. Son innumerables los episodios de humillación, desprecio,
maledicencia y abuso de autoridad vividos. Es la persona más soberbia y sádica que he
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Hace pocos meses me entero por mi mama que Moya fue condenado a 17 años de prisión por
la denuncia que hizo uno de esos monaguillos que tantos años atrás el párroco de Villaguay
había dicho al obispo Martina y este había liquidado como una reacción de “envidia”. Empecé a
buscar en internet y a leer. Ahora la historia de estos niños monaguillos era definitivamente
verdad, tenían nombre, una cara, una historia y una vida muy difícil y una infancia-
adolescencia destruida. Si bien, confieso, cuando me entere de la condena llame a Marcelo
Ingrisani y sentí que se había hecho justicia, esa justicia que nuestra Iglesia predica y que
tantas veces la negamos; después sentí tristeza, porque si hay condena por estos hechos
terribles, no hay victoria porque “justicia en retraso, justicia negada”, porque a estos niños
nadie puede devolverle la inocencia, la pureza, ni la fe. Porque a nosotros nadie nos podrá
devolver los años de destierro. Todo esto que dura mucho más de 17 años y que aún no
sabemos si y cuando terminara.
Empecé a leer las declaraciones de las víctimas, y era como leer un poco mi historia (repito de
mí no pudo abusar, era mayor de edad y con un carácter fuerte), pero si los abusos psíquicos,
la manipulación de esta persona y el abuso de poder. Recuerdo una palabra que utilizaba para
llamarnos y denigrarnos: “caracha” equivalente a “porquería”.
Hace poco junte coraje y contacte al Señor Pablo Huck, el cual me atendió con mucho respeto
y pudimos hablar mucho. Mi intención era contactarlo para pedirle perdón. Increíblemente no
tuve valor, porque creo que no basta pedir perdón, hay que acompañar y ponernos en primera
fila en la lucha contra estos pervertidos y delicuentes. La conversación termino curiosamente
siendo el a confortarme.
Después de esa conversación, que tuvo lugar dos semanas atrás, no he dejado de pensar en
todo esto. Sobre todo, porque el Señor Pablo Huck, me comento que aún no hay condena firme
y por tal motivo está en su casa de Maria Grande (esto es parte de nuestra triste justicia
Argentina, aquí en Suiza, en el 2013 fue denunciado un sacerdote, a fines de ese año fue
condenado a 6 años y ese mismo día llevado a la cárcel, y luego de un mes no era más
sacerdote); pero lo peor aún es que sigue siendo sacerdote. Me dirijo a Usted que es un
apóstol y debe velar por la Iglesia para preguntarle: Aun no ha sido reducido del estado
clerical? Aún no ha sido presentado a la Congregación para la doctrina de la Fe el pedido de
reducción?. En poco días Marcelo Ingrisani y yo cumplimos 18 años de sacerdocio, y si bien
creo en una Iglesia que perdona, también en una Iglesia que no confunde perdón con
impunidad. Le ruego, le imploro de darme una respuesta y sobre todo si la Congregación para
la doctrina de la fe aún no ha dado respuesta. Yo puedo escribir a la congregación y el p.
Marcelo Ingrisani está dispuesto a escribir junto conmigo.
Lamento profundamente haberme alargado tanto, pero como comprenderá el argumento
amerita.
A la espera de su respuesta, la saludo atte.
En la fiesta de San Bartolomeo, apóstol;
Pbr. Dr. Luciano Martin Porri.
Direttore MCLI
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