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y Lucientes
El Aquelarre,1797,
óleo sobre lienzo, 43 x 30 cm
Época histórica
La vida de Goya abarca un amplio espacio de la vida española, un espacio muy importante y
trascendental en sí mismo y en sus posteriores consecuencias.
Francisco de Goya fue un hombre situado entre dos épocas fundamentalmente: la etapa
optimista de la Ilustración, que concluye con el reinado de Carlos IV, y el periodo de
invasiones y luchas partidarias que se inicia en nuestro país a principios del S. XIX.
Durante su primera época reinaba Carlos III, monarca ilustrado que apoyó el liberalismo y
trató de modernizar la sociedad española. Así, Goya se dedicó mayoritariamente a pintar
escenas cotidianas de la vida del pueblo en las que se reflejaba su optimismo y retratos de
ministros importantes como el Conde de Aranda, Gaspar M. De Jovellanos o el Conde de
Floridablanca entre otros.
En 1788 subió al trono Carlos IV, cuyo valido fue Godoy. Este fue un monarca absolutista y a
los pocos meses de subir al trono estalló la Revolución Francesa. Así, Carlos IV cerró las
fronteras de España para que no se contagiasen las ideas francesas. Godoy firmó el tratado
de Fontainebleau, que permitió la invasión francesa de la península. El descontento popular
supuso que se llevase a cabo una resistencia nacionalista y finalizó con la subida al trono de
Fernando VII tras el motín de Aranjuez. Este, a su vez, abdicó en favor de
Jose I, hermano de Napoleón. Durante esta época Goya trabajó en la Corte de Carlos IV,
donde pintó numerosos retratos de la familia real. De esta época son los Caprichos.
Por dos veces, a los diecisiete y a los veinte años, concursa, sin éxito, para obtener una
pensión en la Academia de Bellas Artes de San Fernando; este doble fracaso le impulsa a
viajar a Italia, donde aprende la técnica del fresco, que le servirá, a su regreso a España.
Goya, Aníbal vencedor que por primera vez miro Italia desde
los Alpes, 1771, óleo, 87 x 131,5 cm.
Su Aníbal vencedor contempla por
primera vez Italia desde los Alpes
muestra cómo el aragonés se ha
despojado de las convencionales
composiciones de estampa devota
aprendidas de José Luzán y del
cromatismo tardobarroco (rojos, azules
oscuros e intensos y glorias
anaranjadas como representación de lo
sobrenatural religioso) para adoptar
una invención más arriesgada,
inspirada en los modelos clasicistas, así
como una paleta de tonos pasteles,
rosados, suaves azules y grises perla.
Goya ha asumido con esta obra la
estética neoclásica, recurriendo a la
alegoría mitológica en figuras como el primer modelo (boceto al óleo) del
minotauro que representa las fuentes cuadro Aníbal vencedor contempla Italia desde
del río Po o la Victoria laureada los Alpes, óleo sobre lienzo, 30,5 x 38,5 cm.
bajando del cielo en el carro de la
Fortuna.
La confección de tapices para las dependencias de la realeza española había sido un
empeño de los Borbones que se ajustaba al espíritu de la Ilustración, pues se trataba de
una empresa que fomentaba la industria de calidad. A partir del reinado de Carlos III, las
estampas se esforzarán por representar motivos españoles, en línea con el
pintoresquismo vigente en los sainetes teatrales o las populares estampas grabadas por
Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, Colección de trajes de España tanto antiguos como
modernos (1777-1788), que tuvieron una enorme repercusión.
La confección de tapices para las
dependencias de la realeza española había
sido un empeño de los Borbones que se
ajustaba al espíritu de la Ilustración, pues se
trataba de una empresa que fomentaba la
industria de calidad. A partir del reinado de
Carlos III, las estampas se esforzarán por
representar motivos españoles, en línea con
el pintoresquismo vigente en los sainetes
teatrales o las populares estampas grabadas
por Juan de la Cruz Cano y Olmedilla,
Colección de trajes de España tanto antiguos
como modernos (1777-1788), que tuvieron
una enorme repercusión.
Tapices realizados a partir de las pinturas
De Goya y otros
Para llegar al tapiz había de elaborarse un modelo previo en cartón, que servía de base en el
telar y que reproducía un lienzo de alguno de los pintores secundarios que elaboraban
bocetos y luego cuadros para tal fin bajo la dirección de Francisco Bayeu y Mariano Salvador
Maella, y en última instancia, por Anton Raphael Mengs Este fue además el rector del gusto
neoclásico en España, aunque solo pudo ocuparse personalmente, en el periodo en que
trabajó Goya, de la dirección de la Real Fábrica de Tapices entre 1775 y 1776, fecha en la
que parte hacia Roma.
Fue necesario alejarse tanto del barroco tardío de la pintura religiosa de provincias como
del ilusionista Rococó, inadecuado para obtener una impresión de factura «del natural»
(como pedía siempre el pintoresquismo). También era necesario distanciarse de la excesiva
rigidez academicista del Neoclasicismo, que no favorecía la narración y la vivacidad en la
anécdota requerida en estas imágenes de costumbres,
Madrid 1775- Fábrica de Tapices Manufactura Real de Santa Bárbara
Goya pinta cartones donde tipos humanos , paisajes y escenas contemporáneas son
representativos de lo español. Hay 4 series
Primera serie.
La caza de la codorniz,
1775, óleo, 290 x 226 cm.
Caza con mochuelo y red, 1775, óleo, 112 x 179 cm
Segunda serie
El primer grupo comienza con La merienda a orillas del Manzanares entregado en octubre
de 1776 e inspirado en el sainete homónimo de Ramón de la Cruz. Le siguen Paseo por
Andalucía (también conocido como La maja y los embozados), Baile a orillas del
Manzanares y, quizá su obra más lograda de esta serie, El quitasol.
Goya retoma su trabajo como oficial de la fábrica de tapices en 1786 con una serie
dedicada a la ornamentación del comedor del Palacio de El Pardo.
El programa decorativo comienza con un grupo de cuatro cuadros alegóricos a las
estaciones del año (entre los que descuella La nevada o El invierno, con su paisaje de
tonos grisáceos y el verismo y dinamismo de la escena), para continuar con otras escenas
de alcance social, como Los pobres en la fuente o El albañil herido
La nevada, óleo, 275 x 293 cm.
Albañil herido, 1786, óleo, 268 x 110 cm.
La pradera de San Isidro, 1788, óleo, 42 x 94 cm.
Cuarta serie
Con destino al despacho del recién proclamado rey Carlos IV en El Escorial emprende la
ejecución de otra serie de cartones entre 1788 y 1792 cuyos temas adquieren matices
satíricos, aunque siguen dando cuenta de aspectos alegres de la sociedad española de su
tiempo. Así aparecen de nuevo juegos al aire libre protagonizados por jóvenes, como en Los
zancos, muchachos (Las gigantillas ) o las mujeres que en El pelele parecen regocijarse en el
desquite de la dominante posición social del hombre, manteando a un muñeco grotesco.
Comienzan con esta serie a aparecer los comentarios críticos hacia la sociedad de su tiempo
que se desarrollarán más adelante, especialmente en su obra gráfica, cuyo ejemplo más
temprano es la serie de Los caprichos . Aparecen ya en estos cartones rostros que anuncian
las caricaturas de su obra posterior, como puede apreciarse en la cara de facciones simiescas
del novio de La boda (1792)
Los zancos, 1791, óleo, 268 x 320 cm.
Se trata de un tema popular, concretamente es
un grupo de jóvenes manteando a otro.
Es una pintura al óleo sobre lienzo. La luz es
una característica muy importante ya que
enfoca directamente al grupo de jóvenes, que
es lo que el autor quiere destacar, junto con el
fondo que también presenta una gran
claridad. Produce Así un juego de luces y
sombras. Su composición gira entorno a un
primer plano, en el que se sitúan los
personajes. Distinguimos movimiento en la
manta y en la figura que es manteada, a pesar
de que su postura no sea muy natural. La
expresión de los rostros refleja placidez y
optimismo. Predomina el color sobre el dibujo
y destacan las tonalidades cálidas pero vivas,
que contrastan con el oscuro de los vestidos
Goya,
La familia de
Carlos IV,
1800, óleo,
280 cm × 336 cm.
En 1800 Goya recibe el encargo de pintar un gran cuadro de grupo de la familia real, que se
materializó en La familia de Carlos IV. Siguiendo el antecedente de Las Meninas de
Velázquez, dispone a la realeza en una estancia del palacio situándose el pintor a la
izquierda pintando un gran lienzo en un espacio en penumbra. Sin embargo, la
profundidad del espacio del cuadro velazqueño queda aquí truncada por una pared
próxima en la que vemos dos grandes cuadros de motivo indefinido. En Goya el juego de
perspectivas desaparece y la familia real simplemente posa. No sabemos qué cuadro está
pintando el artista y, aunque se ha pensado que la familia se sitúa frente a un espejo que
Goya contempla, lo cierto es que no hay pruebas de tal conjetura. Más bien al contrario, la
luz ilumina directamente al grupo, por lo que desde el frente del cuadro debería haber una
ventana o un espacio diáfano y, en todo caso, la luz de un espejo difuminaría la imagen. No
es el caso, pues la pincelada impresionista de Goya aplica destellos en las ropas que dan
una ilusión perfecta de la calidad de los tejidos de las vestiduras y de las condecoraciones y
joyas de los miembros de la realeza.
Alejado de las representaciones más oficiales —los personajes visten trajes de gala, pero
no portan símbolos de poder ni aparecen, como era habitual en otras representaciones,
enmarcados entre cortinajes a modo de palio—, se da prioridad a mostrar una idea de la
educación basada en el cariño y la activa participación de los padres, lo que no siempre
era usual en la realeza. La infanta Isabel lleva su niño muy cerca del pecho, lo que evoca
la lactancia materna; Carlos María Isidro abraza a su hermano Fernando en un gesto de
ternura. El ambiente es distendido, cual un interior plácido y burgués.
Las majas- 1795-1805
La maja vestida, 1800-1805-óleo-95 x 188 cm.
La maja desnuda, obra de encargo pintada entre 1790 y 1800, formó con el tiempo pareja
con el cuadro La maja vestida, datada entre 1802 y 1805, probablemente a requerimiento
de Manuel Godoy, pues consta que formaron parte de un gabinete de su casa. La primacía
temporal de La maja desnuda indica que en el momento de ser pintado, el cuadro no
estaba pensado para formar pareja.
En ambas pinturas se retrata de cuerpo entero a una misma hermosa mujer recostada
plácidamente en un lecho y mirando directamente al observador. No se trata de un desnudo
mitológico, sino de una mujer real, contemporánea a Goya, e incluso en su época se le llamó
«la Gitana». Se representa en La maja desnuda un cuerpo concreto inspirado, tal vez, en el
de la Duquesa de Alba. Es sabido que el aragonés pintó varios desnudos femeninos en el
Álbum de Sanlúcar y el Álbum de Madrid al amparo de la intimidad con Cayetana que
reflejan su anatomía. Rasgos como la esbelta cintura y los pechos separados coinciden con
su apariencia física. Sin embargo el rostro es una idealización, casi un bosquejo —se
incorpora casi como un falso añadido— que no representa el rostro de ninguna mujer
conocida de la época.
Joaquín Ezquerra del Bayo, en su libro La Duquesa de Alba y Goya afirma en 1959,
basándose en la similitud de postura y dimensiones de las dos majas, que estaban
dispuestas de modo que, mediante un ingenioso mecanismo, la maja vestida cubriera a la
desnuda como un juguete erótico del gabinete más secreto de Godoy
La sordera
Es en esta etapa, y sobre todo tras su enfermedad de 1793, cuando Goya hace lo
posible para crear obras ajenas a las obligaciones adquiridas por sus cargos en la
corte. Cada vez más pintará obras de pequeño formato en total libertad y se
alejará en lo posible de sus compromisos, aduciendo para ello dificultades debidas
a su delicada salud. No volverá a pintar cartones para tapices, actividad que le
resultaba un empeño ya muy menor, y dimitirá de sus obligaciones académicas
como maestro de pintura en la Real de Bellas Artes en 1797 alegando problemas
físicos, pero consiguió a cambio ser nombrado Académico de Honor.
Lo sublime terrible
Todas estas obras están pintadas al óleo sobre finas láminas de hojalata que tienen más
o menos las mismas dimensiones. La hojalata está cubierta con una imprimación
rosácea aplicada sobre un fondo rojizo que se puede ver en algunas zonas que Goya
dejó sin cubrir.
Este conjunto de obras en planchas de hojalata
se completa con Cómicos ambulantes
En este caso ha dibujado primero a lápiz un boceto
con trazos que se perciben a simple vista.
En el centro del cuadro, en cuyo fondo aparecen los
espectadores, se levanta un escenario cubierto con
una alfombra y una carpa atada al tronco cortado de
un árbol. Los personajes que protagonizan la escena
están sacados de la Commedia dell'Arte; los actores
representan las relaciones entre la sirvienta cómica
Colombina, Pierrot o Piedrolino y el burgués
Pantaleón con una llamativa peluca blanca. A la
izquierda de los tres, Arlequín se dirige al público
haciendo malabares con unos vasos que simbolizan
la inestabilidad del triángulo amoroso. En el centro
de la composición baila un enano sosteniendo una
botella de vino y una copa.
Este cuadro ha sido interpretado como una velada
alusión al triángulo amoroso formado por Manuel
Godoy, María Luisa de Parma y Carlos IV..
En primer término bajo unas máscaras aparece una
cartela en la que se puede leer "Aleg. Men." lo que
se ha considerado una referencia a la Alegoría
Meneandrea, relativa a Meneandro ,dramaturgo de
Goya- Cómicos ambulantes- 1793- la Grecia clásica autor de comedias satíricas y
sobre hojalata, 42 x 32 cm- moralistas.
A esta serie de cuadros pertenece también un conjunto de motivos taurinos
Destaca en estas obras de 1793 la presencia de la muerte en la cogida de un caballista en La
muerte del picador, que alejan estos motivos de lo pintoresco y rococó definitivamente.
Se trata de la escena más trágica de la serie
de toros pintada por Goya en 1793. En
medio de una enorme confusión el toro ha
cogido a un picador; lo ha empitonado y el
asta del animal atraviesa el vientre del
hombre saliendo por una nalga. El toro
tiene las patas delanteras alzadas bajo las
cuales se ha caído el caballo del picador
cogido. Los esfuerzos por evitar el drama
son vanos aunque otro picador sobre un
caballo negro intente placar al animal y dos
personajes sujeten al toro por la cola
tirando con fuerza.
Al fondo el tendido está iluminado
parcialmente; en este caso la zona al sol
está vacía mientras que las gradas a la
sombra están repletas de gente. Es posible
que el público se haya desplazando para
buscar la sombra o bien que esta escena no
corresponda al mismo día en que han sido
pintados otros cuadros de esta misma serie
La muerte de un picador,
1793, óleo sobre hojalata, 42 x 31 cm.
Toros en la dehesa,
El toro enmaromado,
1793, óleo sobre hojalata, 42 x 31 cm
1793, óleo sobre hojalata, 42 x 31 cm
Goya publicó sus Caprichos, en febrero de 1799, durante el corto periodo en el que Godoy cae
en desgracia y se produce un breve retorno de los ilustrados , con ellos da inicio a el grabado
romántico y contemporáneo con una serie de carácter satírico.
Pocos meses después, Godoy vuelve al poder y con él la Inquisición. Goya quita de circulación
sus grabados.
14-
Qué sacrificio
24-No hubo
remedio
El aguafuerte era la técnica habitual de los pintores-grabadores en el siglo XVIII, pero la
combinación con el aguatinta le permite crear superficies de matizadas sombras merced al
uso de resinas de distinta textura, con las que obtiene una gradación en la escala de grises
que le permite crear una iluminación dramática e inquietante heredada de la obra de
Rembrandt.
Con estos «asuntos caprichosos» —como los llama Leandro Fernández de Moratín, quien
con toda probabilidad redactó el prefacio a la edición—, plenos de invención, se trataba de
difundir la ideología de la minoría intelectual de los Ilustrados que incluía un
anticlericalismo más o menos explícito.
- Desde el capricho 43 se representan temáticas más oscuras con brujas, duendes, frailes y
diablos.
<<Lo onírico y lo realista se unen para producir una dura y atrevida crítica social>>
Era preciso introducir a España el espíritu y la luz de la Ilustración. Los Caprichos podrían ser
considerados como la aportación personal de Goya para remediar la situación nauseabunda
de España.
Capricho 10, El amor y la muerte
Según Bozal estos grabados de Goya se inician en una serie de dibujos (Álbum de Sanlúcar)
que el pintor realiza en su larga convalecencia en la casa de la duquesa de Alba, cuando una
enfermedad le lleva a las mismas puertas de la muerte, dejándolo por completo sordo.
En este momento (1792) los analistas de Goya fijan la fecha en la que su arte cambiará de
raíz y de la vida alegre, desenfada y opulenta de sus carones para tapices o su primera etapa
de retratista (en donde sólo le interesa el dinero o la posición social) pasará a otra mucho
más crítica y en ocasiones trágicas.
En este momento vemos al Goya ilustrado, que aplica la razón para criticar todo tipo de
supersticiones y costumbres sociales, como él mismo comenta en la nota que se publicó en la
prensa para hacer publicidad de sus grabados
30- Por qué esconderlos
40- De qué mal morirá
42- Tu que me puedes 65- Dónde va mamá
Desde su primer dibujo preparatorio, de 1797 (titulado
en el margen superior como «Sueño 1º»), se
representaba al propio autor soñando, y aparecía en ese
mundo onírico una visión de pesadilla. En la estampa
definitiva quedó la leyenda en el frontal de la mesa
donde se apoya el hombre vencido por el sueño que
entra en el mundo de los monstruos una vez apagado el
mundo de las luces.
El Goya de «El sueño», sin embargo, es muy diferente
recordando al turbado Bruto del cuadro pintado por
David en 1789, el artista aparece aquí melancólico y
temeroso, inestable e inseguro; ha perdido su razón y,
quizá, espera que a otros les suceda lo mismo. Los
presagios llenan la atmósfera del grabado de Goya hasta
oscurecerla: artista, que descansa la cabeza y los brazos
sobre un pedestal o mesa de trabajo, le acompaña un
gato (símbolo predatorio de la noche) cerca de su
hombro izquierdo, y le rodea un enjambre de burlonas
lechuzas (símbolos de la locura) y murciélagos (símbolos
de la ignorancia). La diagonal que forman el cuerpo y las
piernas cruzadas de Goya apuntan a un lince tumbado
—otra criatura de la noche— cuyas zarpas cruzadas
miman la pose y las manos del artista. A diferencia de
éste, sin embargo, el lince permanece en guardia
vigilante contra los monstruos de la codicia y la
estupidez.
43. El sueño de la razón produce monstruos
Colocado al comienzo de la segunda parte de los Caprichos, «El sueño» funciona, pues, como
una adecuada introducción a una buena cantidad de planchas que se burlan de la lujuria,
La locura y la ignorancia en forma de brujas y demonios. Pero en absoluto está claro que la
nube de monstruos que oscurecen el autorretrato de Goya sea la de la ignorancia popular,
pronto dispersada por la satírica pluma y los luminosos poderes de la razón del artista.
Igualmente probable es que Goya esté reflexionando sobre los penosos antípodas de su
propia mente y sobre el rostro de Jano de la Ilustración misma. Pues, de hecho, la propia
creación artística en una edad de la Razón conllevaba un peligroso coqueteo con la locura.
Más que cualquier período anterior de la historia, la Ilustración fue una época en la que
los artistas cuestionaron las ideas recibidas de la política absolutista y la religión
jerarquizada, y las sustituyeron por nuevos temas pintados con estilos innovadores.
La visión artística de Goya en los Caprichos y su producción posterior es oscura, pero anuncia
la unión de Ilustración y barbarie que se dará en el siglo de la modernidad.
Capricho 50- Los Chinchillas
Capricho 52- Lo que puede un sastre
Pues resulta que dentro de los Caprichos existen numerosos grabados que más que criticar, hablan del
mundo de la brujería, de lo demoniaco. Esto no es una excepción en la obra de Goya, pues desde muy
pronto Goya pintó Aquelarres .
Otras interpretaciones de la serie señalan que en estas estampas se representa por primera
vez la violencia desde el punto de vista de las víctimas, adelantándose a un tratamiento que
se podrá ver en el arte europeo del siglo XX.
Es, en el fondo, la imagen pesimista que tenía Goya sobre el hombre. Aquel hombre
educado y cortés que, una vez rotos los nudos creados por la civilización, se convierte en un
verdadero monstruo.
Las 82 planchas de Los desastres de la guerra pueden en general dividirse en tres grupos que
representan, respectivamente:
GOYA, Carga de los mamelucos, o 2 de mayo de 1808, 1814, óleo, 268 x 366 cm
El tema es histórico, representando los fusilamientos que la madrugada del día 3 de mayo hicieron los
soldados franceses sobre aquellos españoles que se habían levantado en la Puerta del Sol el día 2.
Temáticamente, forma pareja con la Carga de los Mamelucos, acaso pensados ambos para ser
expuestos juntos en un gran arco del triunfo que se hizo con motivo de la entrada de Fernando VII,
tras el fin de la guerra.
En general, ambos cuadros (y los grabados contemporáneos de Los Desastres de la Guerra) tienen una
misma visión negativa de la guerra, entendiéndola más como un fracaso de la razón que como una
solución a los problemas. Esta posición crítica contra la violencia tiene su origen en la postura ilustrada
que mantenía Goya desde hacía años, gracias a los contactos que mantenía con prestigiosos políticos e
intelectuales de la época (Jovellanos). En sí misma, esta actitud crítica resulta bastante moderna.
Compositivamente la obra tiene dos zonas, a la izquierda está la zona de lo españoles vencidos, a la
derecha la zona está ocupada por el pelotón de fusilamiento francés.
En la zona francesa, predominan los colores oscuros y de un tono neutro (verdes, ocres) que unifican
toda la zona, restándole importancia visual.
Frente a ello, en la española, Goya utiliza tonos fuertes y vibrantes entre los que destaca, por encima
de todos, la mancha amarilla y blanca del personaje central. Estos colores hacen pareja con los del
farol, siendo puros y brillantes. Junto al rojo de la sangre, su potencia atrae la mirada del espectador
hacia el grupo, al igual que ocurría con la luz, convirtiéndolo en el motivo principal.
Según Nochlin, para Goya, “el significado se despliega, dentro del mundo pictórico, en el tiempo y en
el espacio, progresando desde el fondo gris e indiferenciado del “antes” al intenso momento cumbre
revelado por la luz de los hombres que están siendo ejecutados -el “ahora”- y las figuras caídas,
inertes, cubiertas de sangre, que se hallan al borde mismo del mundo pictórico: el “después”. Este
avance en el tiempo -enfatizado por la luz, por la intensificación de la saturación del color y por el
grado de materialidad de la propia superficie pictórica- se vincula a una convicción moral subyacente
de la falta de sentido y la bestialidad de tales acontecimientos. La insinuación de que nos hallamos
frente al mismo grupo de víctimas en tres estadios de su agonía intensifica el patetismo de la obra y
nuestra sensación de inevitabilidad e irremediabilidad”.
La luz tiene un importante papel a la hora de definir la escena, nocturna por motivos históricos, pero
también estéticos, potenciando el ambiente dramático de toda la composición. Goya recurre a un gran
farol que se encuentra entre ambos grupos, generando un espacio entre ellos. Su posición crea dos
ambientes bien diferenciados, uno luminoso, el de los españoles sobre el fondo del montículo,
mientras los franceses quedan a contraluz, como una especie de pantalla oscura que vuelve
impersonales a los que matan. El resto de la escena se encuentra en penumbra y sin apenas detalles.
Así, los fondos son utilizados para potenciar el primer término. En la zona ocupada por los españoles
adelanta el paisaje a través de un montículo que concentra la luz y cierra visualmente el grupo,
creando una zona homogénea. La parte de los franceses es mucho más amplia, con un lejano y
borroso paisaje con una iglesia y casas de fondo, todo convenientemente difuminado para no restar
importancia a la escena principal (Igual técnica de acercamiento de la escena, dando un tratamiento
secundario al entorno, sucede en la Carga de los Mamelucos)
Los personajes son tratados sin ningún tipo de idealización. En el grupo de los españoles, Goya
busca tipos populares que incidieran en el mensaje de guerra como algo anónimo, sin grandes héroes,
popular. En sus distintos gestos, el pintor hace un recorrido por las múltiples posiciones del hombre
frente a la muerte (miedo, resignación, valentía, rezos y oraciones…) que culminan en la figura central
que, con una postura que recuerda a un crucificado, mira con resignación la muerte que se le avecina,
como si nada tuviera remedio y el poder de la destrucción no tuviera freno alguno.
En el bando contrario, Goya nos coloca a los soldados franceses de espaldas, sin rostros, con una
postura repetida que los convierte, más que en individuos (como ocurre entre los españoles),en una
verdadera máquina de matar sin sentimientos.
Serie Disparates-desde 1815 Desde 1815 —aunque no
se publicaron hasta 1864—
trabaja en los grabados de
Los disparates. Una serie de
veintidós estampas,
probablemente incompleta,
que constituyen las de más
difícil interpretación de las
que realizó. Destacan en
sus imágenes las visiones
oníricas, la presencia de la
violencia y el sexo, la
puesta en solfa de las
instituciones relacionadas
con el Antiguo Régimen y,
en general, la crítica del
poder establecido. Pero
más allá de estas
connotaciones los grabados
ofrecen un mundo
imaginativo rico
Disparate 7, Disparate desordenado, 1819, relacionado con la noche,
aguafuerte, aguatinta y punta seca, el carnaval y lo grotesco
Disparate 11, Disparate pobre, aguafuerte, aguatinta y bruñidor
Disparate 2, Disparate de miedo, aguafuerte, aguatinta y bruñidor.
El verdadero enigma reside en la posible interpretación iconográfica de
los Disparates. Así, críticos como Charles Yriarte (entre otros), vieron la serie
como una continuación de Los caprichos y con las últimas estampas de Los
desastres de la guerra, los llamados «Caprichos enfáticos». Más allá de la
relación semántica entre «disparates» y «caprichos», se insistió en la
recuperación del elemento de la sátira política y social, como espacio común.
Casi todos los autores, no obstante, subrayan como elementos característicos
y en cierto modo exclusivos de los Disparates, el alto grado de fantasía, la
presentación de escenas de pesadilla, el aspecto grotesco y monstruoso de los
personajes que la habitan, unidos a su falta de lógica, o al menos a una lógica
desde la cordura tradicional. Todo ello ha hecho que esta obra se considere
más cercana a las Pinturas negra
Disparate n.º 14: Disparate de carnaval, aguafuerte, aguatinta y bruñidor
Disparate desenfrenado, aguafuerte, aguatinta y bruñidor
Disparate 3, Disparate ridículo, aguafuerte, aguatinta y bruñidor
Disparate 6, Disparate furioso, aguafuerte, aguatinta y bruñidor
Disparates alegre, aguafuerte, aguatinta , punta seca y bruñidor
Disparate 18, Disparate fúnebre, aguafuerte, aguatinta y bruñidor
Disparate 13, Modo de volar, 1816-23, aguafuerte, aguatinta y bruñidor
Tauromaquias
En todo caso, su actividad sigue siendo frenética, pues en estos años finaliza la
estampación de Los desastres de la guerra y emprende y concluye otra, la de La
Tauromaquia —en venta desde octubre de 1816—, con la que el grabador pretendió
obtener más beneficios y acogida popular que con las anteriores. Esta última está
concebida como una historia del toreo que recrea sus hitos fundamentales, y predomina
el sentido pintoresco .
La desgraciada muerte
de Pepe-Hillo en la plaza
de Madrid. Aguafuerte,
aguatinta, punta seca y
buril. 249 x 355 mm.
Grabado número 33 de
la serie La tauromaquia
de Goya.
Desgracias acaecidas en el tendido…, 1816, aguafuerte, 23,5 x 35,7 cm.
Dos viejos comiendo sopa, 1819-1823, óleo sobre muro trasladado a lienzo, 49 x 83 cm.
La Guerra de Independencia contra los franceses (1808-1814) resultó para Goya una piedra de toque
esencial a la hora de hacer evolucionar su estilo e ideología, poco a poco más pesimista y crítica contra
todo aquel lado oscuro del ser humano que ya empezaba a estar presente en obras anteriores como los
Caprichos o los cuadros de Gabinete. Lejano quedaba ya ese sentido festivo y en mucho rococó de los
Cartones para Tapices. Primero la sordera que le alejó del mundo y luego la barbarie de la guerra
conducirían al pintor hacia un mundo dramático y pesimista que engendraría las posteriores pinturas
negras de la Quinta del Sordo.
Hay consenso entre la crítica especializada en proponer causas psicológicas y sociales para la realización
de las Pinturas negras. Entre las primeras estarían la conciencia de decadencia física del pintor, más
acentuada si cabe a partir de la convivencia con una mujer mucho más joven, Leocadia Weiss, y sobre
todo las consecuencias de la grave enfermedad de 1819, que postró a Goya en un estado de debilidad y
cercanía a la muerte que refleja el cromatismo y el asunto de estas obras.
Desde el punto de vista sociológico, todo apunta a que Goya pintó sus cuadros a partir de 1820 —
aunque no hay prueba documental definitiva— tras reponerse de su dolencia. La sátira de la religión —
romerías, procesiones, la Inquisición— o los enfrentamientos civiles —el Duelo a garrotazos, las tertulias
y conspiraciones que podría reflejar Hombres leyendo, una interpretación en clave política que podría
desprenderse del Saturno: el Estado devorando a sus súbditos o ciudadanos—, concuerdan con la
situación de inestabilidad que se produjo en España durante el Trienio Liberal (1820-1823) tras el
levantamiento constitucional de Rafael Riego. Estos sucesos coinciden cronológicamente con las fechas
de realización de estas pinturas. Cabe pensar que los temas y el tono se dieron en un ambiente de
ausencia de censura política férrea, circunstancia que no se dio durante las restauraciones monárquicas
absolutistas. Por otro lado, muchos de los personajes de las Pinturas negras (duelistas, frailes, monjas,
familiares de la Inquisición) representan el mundo caduco anterior a los ideales de la Revolución
francesa
Planta alta: De las mismas
dimensiones que la planta baja, sin
embargo solo tenía una ventana
central en los muros largos. En la
pared de la derecha conforme se
entraba se hallaban Visión
fantástica o Asmodea cerca del
espectador y Procesión del Santo
Oficio más alejada. En el de la
izquierda estaban Átropos o Las
Parcas y Duelo a garrotazos
sucesivamente. En el muro corto
del fondo se veía Mujeres riendo a
la derecha del vano y a la izquierda
Hombres leyendo. A mano derecha
de la puerta de entrada se
encontraba El Perro y a la izquierda
pudo situarse Cabezas en un
paisaje
Planta baja: Se trataba de un espacio rectangular. En los lados largos existían dos ventanas
cercanas a los muros cortos. Entre ellas aparecían dos cuadros de gran formato muy apaisado: La
romería de San Isidro a la derecha, según la perspectiva del espectador y El aquelarre a la
izquierda. Al fondo, en el lado corto enfrentado al de la entrada, una ventana en el centro con
Judith y Holofernes a su derecha y el Saturno devorando a un hijo a la izquierda. A ambos lados de
la puerta se situaban La Leocadia (frente a Saturno) y Dos viejos o Un viejo y un fraile frente a
Judith.
-La romería de San Isidro, 1819-23, óleo sobre muro trasladado a lienzo, 140 x 438 cm.
Esta perspectiva, propia de los radicales, los inconformistas, y los social y culturalnente
marginados, fue defendida en Francia por Géricault y Delacroix; en Inglaterra la representaría
principalmente William Blake.
Influencias de Los desastres de la Guerra en artistas contemporáneos