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Mateo 25,1-13

• Mateo 25,1ª: El comienzo: “Entonces”. La parábola empieza con esta palabra: “Entonces”. Se


trata de la venida del Hijo del Hombre (cf Mt 24,37). Nadie sabe cuándo va a venir ese día, “ni
los ángeles, ni el hijo mismo, sino que solamente el Padre” (Mt 24, 36). No importa que los
adivinos quieran hacer cálculos. El Hijo del Hombre vendrá de sorpresa, cuando la gente
menos lo espera (Mt 24,44). Puede ser hoy, puede ser mañana. Por esto, el recado final de la
parábola de las diez vírgenes es “¡Vigilad!’ Las diez muchachas deben estar preparadas para
cualquier eventualidad. Cuando la policía nazista llamó a la puerta del monasterio de las
Carmelitas en Echt en la provincia de Limburgia en los Países Bajos, Edith Stein, la hermana
Teresa Benedicta de la Cruz, estaba preparada. Asumió la Cruz y siguió para el martirio en el
campo de exterminio por amor a Dios y a su gente. Era una de las vírgenes prudentes de la
parábola.

• Mateo 25,1b-4: Las diez vírgenes preparadas para aguardar al novio.  La parábola empieza
así: “El Reino del Cielo es como diez vírgenes que prepararon sus lámparas y salieron al
encuentro del novio”. Se trata de muchachas que debían acompañar al novio para la fiesta de
la boda. Para esto, ellas debían llevar consigo las lámparas, sea para iluminar el camino, sea
para iluminar la fiesta. Cinco de ellas eran prudentes y cinco eran sin fundamento. Esta
diferencia aparece con claridad en la manera en que se preparan para la función que recibirán.
Junto con las lámparas encendidas, las previdentes llevaron consigo también una vasija de
aceite de reserva. Se preparaban para cualquier eventualidad. Las vírgenes sin fundamento se
llevaron sólo las lámparas, sin pensar en llevarse un poco de aceite de reserva.

• Mateo 25,5-7: El retraso no previsto de la llegada del novio.  El novio se demora. No había
una hora determinada para que llegara. En la espera, el sueño se apodera de las muchachas,
sin embargo las lámpara siguen gastando aceite e se van apagando poco a poco. De repente,
en medio de la noche, se oye un grito: “¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!”.  Todas
ellas despiertan y empiezan a preparar las lámparas que ya estaban casi al final. Debían de
poner el aceite de reserva para evitar que las lámparas se apagaran.

• Mateo 25,8-9: Las diversas reacciones ante la llegada atrasada del novio.  Solamente ahora
las necias se dan cuenta de que olvidaron llevar consigo el aceite de reserva. Fueron a pedir
aceite a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan”.  Las
prudentes no pudieron atender este pedido, pues en aquel momento lo que importaba no era
que las prudentes compartieran su aceite con las otras, sino que estuvieran listas para
acompañar al novio hasta el lugar de la fiesta. Por esto aconsejan: ‘es mejor que vayáis donde
los vendedores y os lo compréis.'

• Mateo 25,10-12: El destino de las vírgenes prudentes y de las necias. Las necias siguen el
consejo de las prudentes y van a comprar aceite. Durante esta breve ausencia de la compra
llega el novio y las prudentes pueden acompañarlo a la fiesta de las bodas. Y la puerta se cierra
detrás de ellas. Cuando llegan las otras, llaman a la puerta y piden: “¡Señor, Señor, abre la
puerta para nosotras!” Y reciben la respuesta: “En verdad os digo que no os conozco”.

• Mateo 25,13: La recomendación final de Jesús para todos nosotros. La historia de esta
parábola es muy sencilla y la lección es evidente. “Velad, pues, porque no sabéis, ni el día, ni la
hora”. Moral de la historia: no seas superficial, mira más allá del momento presente, trata de
descubrir el llamado de Dios hasta en las mínimas cosas de la vida, hasta en el aceite que falta
en la lámpara.’
Comentarios a la Biblia Litúrgica (NT): Las diez vírgenes

Paulinas-PPC-Regina-Verbo Divino (1990), pp. 1085-1087.

La parábola se refiere a la segunda venida de Cristo. Describe la situación de los que viven, en
la esperanza, el tiempo intermedio entre la resurrección y la parusía del Señor (en todo caso es
conveniente recordar para la precisión del significado de la «parusía» lo que dijimos en
nuestro comentario a 24,4-13). El contexto en el que Mateo ha encuadrado la parábola pone
claramente de relieve su intención. Y, por si no quedase claro, añade las palabras finales:
» Vigilad,  pues, porque no sabéis ni el día ni la hora» (v. 13).

Para comprender la enseñanza parabólica debemos partir del supuesto que el reino de los
cielos no es comparado con diez vírgenes, sino con la celebración solemne de una boda.
Solemnidad que destaca en el último momento. En el que la consumación del mundo-juicio
final juegan un papel decisivo, aunque, por supuesto, no exclusivo (pero ahora la referencia se
hace a este momento). Precisamente por esto, el reino puede ser comparado con la sala del
festín donde entran las jóvenes sensatas. La introducción de la parábola debiera ser, pues, la
siguiente: «ocurre con el reino de los cielos como con diez vírgenes… invitadas a un banquete
de boda».

De modo análogo a la parábola del traje de boda,  nos habla también ésta de la necesidad de
estar preparados para poder participar en el banquete. Supuesta, pues, la comparación del
reino con una boda, el centro del interés y del mensaje parabólico recae sobre la necesidad de
la preparación.

La boda se celebra, todavía hoy, en Palestina con esa pompa última de la conducción de la
novia a casa de los padres del novio. Las diez vírgenes o, más bien, diez jóvenes —la parábola
no intenta darnos una lección sobre la virginidad— debían esperar, bien en casa de la novia o
bien en sus inmediaciones. El número de las que esperan, cinco sensatas y cinco necias, no
tiene significado alguno. La distinción entre ellas se halla exigida por la narración parabólica; es
simplemente funcional.

Para que la comparación alcance su punto culminante y su centro de interés, son necesarias
dos cosas: el retraso del novio y el sueño de las que esperan. Pero entendámoslo bien. La
insensatez de las vírgenes calificadas de necias no está en haberse dormido. Se durmieron
todas. La verdadera culpa está en que no iban preparadas para su misión. No habían contado
con un posible retraso del novio. Y, en consecuencia, no se habían provisto del aceite
suficiente.

Inesperadamente llega el novio. Ante el grito que anuncia su presencia, todas avivan sus
lámparas. Es entonces cuando tiene lugar el sobresalto de las necias. No tienen bastante aceite
para mantener encendidas sus lámparas hasta llegar, acompañando al novio, a su casa. Las
prudentes se niegan a dárselo. No por egoísmo. Su negación es otro rasgo parabólico para
hacernos comprender que la preparación requerida es personal e insustituible. Las mandan a
comprarlo. En esta recomendación tampoco debe verse egoísmo ni ironía por parte de las
vírgenes prudentes. Cierto que, durante la noche, no encontrarían abiertas las tiendas. Pero es
necesario, para la narración, que, al llegar el novio, falten parte de las que debían esperarlo.
Por eso, la parábola recurre a este artificio. Mientras ellas van a comprar el aceite, llega el
novio y se cierra la sala del festín.
La seriedad del momento presente exige una preparación personal e inaplazable. A la hora
menos pensada llega el novio. Solamente aquéllos en cuyas lámparas existe aceite suficiente,
solamente aquéllos que se hallen preparados en el momento crítico de su venida, podrán
entrar en la sala del festín. El retraso, la falta de preparación, implica la exclusión definitiva del
reino. Una vez que la puerta haya sido cerrada es inútil insistir. La respuesta será la misma que
oyeron las vírgenes necias: «en verdad os digo que no os conozco».

Bastin-Pinckers-Teheux, Dios cada día: La sabiduría es amorosa

Siguiendo el Leccionario Ferial (4). Semanas X-XXI T.O. Evangelio de Mateo.


Sal Terrae (1990), pp. 398-399.

1 Corintios 1, 17-25.

La epístola arroja luz sobre las dificultades encontradas por la misión cristiana cuando esta
penetra en el medio helenístico. Los Corintios, como los demás griegos, eran apasionados de la
filosofía; además, el carácter cosmopolita de la ciudad había favorecido la proliferación de
escuelas. Las gentes de Corinto buscaban, pues, una doctrina satisfactoria para la inteligencia.
En este aspecto, no se diferenciaban demasiado de los judíos, siempre al acecho de signos que
les garantizaran la verdad del Evangelio. En el fondo, unos y otros establecían la condición
previa de una garantía humana.

También se le reprochaba a Pablo su falta de elocuencia; al parecer, su predicación en Corinto,


palidecía frente a la de Apolo, brillante retórico alejandrino. Pero el lenguaje que habla Pablo
es otro: el de la cruz. No desprecia la curiosidad humana, pero tampoco cree que la sabiduría
divina sea objeto de un razonamiento. Para él, dicha sabiduría es de un orden distinto del de
las categorías humanas; le ha sido dada al hombre, y éste debe acogerla en su corazón. Está
perfectamente expresada en la cruz de Jesucristo, signo de un amor totalmente entregado, y
signo también de que la grandeza se halla en la pequeñez. ¿Puede la sabiduría del mundo
comprender esto por sí misma?

Salmo 32.

El salmo 32, del género hímnico, celebra las obras de Dios, cuyos pensamientos son distintos
de los de los hombres; por eso puede «deshacer los planes de las naciones y frustrar los
proyectos de los pueblos».

Mateo 25,1-13.

Sucede con el Reino como con una boda. Frecuente en la Biblia, esta comparación expresa la
alianza de Dios con su pueblo. Pero, hoy, el Esposo es el Hijo amado, y la Esposa la Iglesia. Diez
jóvenes doncellas simbolizan la espera de la comunidad cristiana.

Son diez y llevan cada una su lámpara, antorchas impregnadas de aceite para danzar en las
bodas del Esposo. El signo del aceite es particularmente sugerente. En el judaísmo, significaba
a la vez las buenas obras y la alegría de la acogida; en la parábola, da la medida del amor de las
que velan. En efecto, si el Esposo despide a las jóvenes que no fueron previsoras, no es tanto
por su retraso como porque tuvieron que recurrir a los mercaderes para renovar su provisión.
¡Pobre amor, el que ha sido descubierto en el fondo de una tienda!

El amor es una vigilancia cotidiana. El número diez lo expresa perfectamente, ya que simboliza
la acción humana (los diez dedos de las manos). Ahora bien, es en la vida cotidiana donde se
acerca el Esposo, a los hombres que trabajan en el campo (24,40) y a las mujeres que se
afanan en el molino (24. 41). Pero viene también en medio de la noche: la noche de los
tiempos escatológicos, la de Pascua, que ha visto el despertar del primogénito.

Avispado o estúpido: este tema vuelve sin cesar en la Biblia, y, al concluir el sermón de la
montaña, Mateo había dado ya el ejemplo del hombre que construye sobre roca y sobre
arena.

***

Los judíos piden signos, milagros admirables, pruebas. Los griegos reclaman sabiduría,
razonamientos, lógica. El Evangelio nos propone diez vírgenes… Es más, cinco de ellas son
necias. Unas vírgenes que velan o se duermen, porque la boda se retrasa… En verdad, ¡algo
debe haber de la locura de Dios en el Evangelio! ¿Por qué, si no, la proclamación del Evangelio
tiene que complicarse con la historia de un esposo y unas lámparas de aceite? Aún hoy,
muchas mentes serias reclaman una auténtica sabiduría, una inteligencia y un catecismo
sólidamente estructurados… ¡No historias de jovencitas!

¿Qué es la proclamación del Evangelio? ¡La cruz de Cristo, responde san Pablo, y nada más!
Pero también la cruz es una historia… Bien sé que los catecismos han hecho de ella una teoría
de la redención, pero la cruz de Jesucristo es, sobre todo, una historia de la carne y la sangre
de un hombre que amó hasta el final y que en su propia historia nos reveló el rostro de Dios.
Recuérdese además, que al pie de la cruz había, sobre todo, mujeres… Y la primera
proclamación del Evangelio fue la de María Magdalena, una mujer, seguramente enamorada.
¿Entonces? ¿No están también enamoradas las vírgenes del Evangelio ‘las previsoras’, que son
capaces de velar hasta la madrugada por el esposo?

El Evangelio no es una doctrina; es una llamada a amar, porque es la Palabra del Dios del amor.
Una doctrina que dijera otra cosa distinta no sería cristiana. No se dará a los hombres otra
señal que la que fue dada a María Magdalena; no se propondrá ninguna otra sabiduría que la
de las jóvenes vírgenes de la boda, pues a Dios le plugo revelarse al hombre como un Esposo;
la fe es una Alianza y su manifestación una fiesta. Expuesto sobre la cruz, el Hijo de Dios amó a
la Iglesia hasta entregarle su cuerpo; con su sangre, derramada por la multitud, santificó a su
Esposa y la invitó a la fiesta de la eterna alianza, llamada Eucaristía.

¡Locura de Dios manifestada en ese instante en el que los sabios de este mundo no vieron más
que la triste historia de un condenado a muerte! Pero, durante toda la noche, unas jóvenes
estuvieron en vela, alimentando su fidelidad de la fuente del amor. En la aurora de la Pascua,
una de ellas fue al jardín, y allí, en el encuentro con el amor, reconoció al Esposo que venía.
Toda la vocación de la Iglesia estaba inscrita en aquel momento en que el Señor dijo a la
amada: ¡María!

***

Sabiduría que desafía a la razón,


tú te revelas, Señor,
en el corazón que vela por amor.
Mantennos vigilantes
al pie de la cruz
sobre la que te entregas por amor.
Que nuestro corazón
acuda cada mañana a la cita,
para escuchar de tu amor
la única palabra que tú nos dices:
nuestro nombre, unido al tuyo,
para una alianza eterna.

Biblia Nácar-Colunga Comentada

Parábola de las Diez vírgenes, 25:1-13.

Se continúa con el “bloque” de relatos sobre la “vigilancia.” Aquí parecen orientados más estos
temas en orden a la parusía.

Según las costumbres de entonces, los actos de una boda comenzaban a la puesta del sol. La
novia esperaba en su casa, rodeada de amigas, la llegada del novio, que venía a buscarla,
acompañado del grupo de sus amigos o “paraninfos,” que en Judea parece eran dos, y con
todo el resto del grupo de familiares y demás amistades la llevaban, unidos los dos cortejos, a
casa del esposo, en la que viviría. Todo este cortejo se realizaba con antorchas y cantos
festivos. La esposa llevaba su cabeza ceñida de una corona y era llevada en una litera a casa de
su esposo. Este y los suyos rodeaban la litera. Tanto los amigos del esposo como las amigas de
la esposa iban entonando cánticos festivos y alusivos a los mismos. A la llegada del cortejo se
celebraba el banquete de bodas .

Mt presenta un cortejo de diez “vírgenes” (παρθένας). El número es puramente convencional


y elegido para darle un valor simétrico, y con la expresión “vírgenes” trata de expresarse el ser
jóvenes no casadas, que eran las que habían de acompañar a la esposa.

La lectura de la Vulgata, que “salieron al encuentro del esposo” (et sponsae),  no es lectura
genuina . El esposo, con su cortejo, tardaba, lo que es un rasgo irreal, pues ya todos estos
actos están demasiado cronometrados, y siempre en un cortejo de éstos, que es de una
duración muy pequeña, no viene a suceder — lo que supone una tardanza muy larga — que
estas vírgenes se “adormilasen y se durmiesen.” Rasgo irreal, pues ya habían salido, y nada se
dice si se duermen en el camino o se volvieron a casa. Y es increíble que se puedan dormir las
“compañeras” de la esposa mientras la han de acompañar en toda su fiesta y espera. Es rasgo
ambientalmente irreal, pero literaria y doctrinalmente real, que interviene en la enseñanza.

De estas diez vírgenes, cinco de ellas eran “imprevisoras” (μωραι)· El término griego tiene
varios significados — embotado, tardo, fatuo, estulto, imprudente, etc. —, pero aquí, en
contraposición a las otras, que se las califica, por su previsión, de “prudentes” (φρόνιμοι) ο
“previsoras,” el significado que conviene a las primeras es de “imprevisoras” o imprudentes.
Todas ellas salieron al encuentro del cortejo del esposo, el cual también se omite en la
descripción, mirando sólo a destacar la comparación alegórica del esposo, y llevando con ellas,
pues, conforme al uso, cía de noche, “lámparas” (λαμπάδας). Estas lámparas se las supone,
ordinariamente, conforme al pequeño tipo de “lucernas” de barro, de las que se encuentran
con tanta abundancia en las excavaciones de Palestina. Pero, así valoradas, parece ser otro
rasgo irreal. Pues no se ve cómo unas lucernas tan pequeñas pueden servir para alumbrar
ampliamente el camino de un cortejo nupcial. Ordinariamente se usaban altas antorchas.
Zorell ha propuesto que con el término de estas lucernas, aquí usado, se significa, como en
otros muchos pasajes — clásicos y papiros —, las teas que se usaban en estos cortejos .

Estas jóvenes “imprevisoras” no tomaron, con sus lucernas o sus teas, una vasija donde llevar
el aceite de repuesto. Zorell hace ver cómo, en su hipótesis, según las costumbres actuales de
Belén, estas “teas” llevan en su extremidad superior telas impregnadas en aceite, y para
repostarlas han de llevarse también vasijas con aceite, de repuesto .

En el resto del relato hay una serie de rasgos irreales: el que se “duerman” esperando al
cortejo del esposo; el que las lucernas o teas se hubiesen apagado y no calculasen la necesidad
de repuesto; el ir a medianoche a “comprar” aceite; el que se hubiese “cerrado” la puerta tras
el cortejo, y el que tengan estas jóvenes poco previsoras que “llamar” a la puerta y al “esposo”
para que les abra; ni le llamarían “señor,” pues eran familiares o gentes amigas. Y la respuesta
del mismo: “No os conozco”; y el que las “prudentes” reprochan su descuido a las otras: no es
alegría familiar.

Expuesto el cuadro de esta parábola, la doctrina que con ella se enseña aquí es ésta: “Vigilad,
porque no sabéis el día ni la hora” de la venida final del Hijo del hombre. Es adición parenética
que se gusta añadir a las parábolas (Mt 24:42; Mc 13:35).

Pero a través de esta enseñanza final y de los rasgos irreales que en ella se acusan se ve en
varios elementos un valor alegórico.  Éstos pueden ser los siguientes:

El “esposo” es Jesucristo (Ap 19:6ss.9).

Su venida inesperada, su venida en la parusía.

Las vírgenes “previsoras,” las almas preparadas para la parusía.

Las vírgenes “imprevisoras,” las almas no preparadas para esa hora. Parece que también se ve
en éstas a Israel, mientras en las “previsoras” a los gentiles: sería un cierto contraste global
ante los hechos.

Las vasijas de aceite de repuesto y el prepararlas al despertar indica la solicitud de estas almas
y su preparación y su “vigilar” en orden a la parusía.

También se destaca en la parábola que la actitud de vigilancia, actitud espiritual en orden a


esta preparación parusíaca, no basta con un asistir, sin más, a este cortejo, aquí nupcial, allí
parusíaco, sino que hay que tener esta previsión de repuesto, que es cooperar de una manera
muy directa para poder intervenir o sumarse a él. Esta preparación es personal; cada una de
estas vírgenes “previsoras” ha cooperado y se ha preparado. Y para esto hace falta que esta
preparación religiosa sea no sólo actual, sino, como alguien ha dicho, “habitualmente actual.”
Ya que el esposo puede llegar inesperadamente. No basta tampoco un simple clamar, como
estas jóvenes “imprevisoras”; se exigen las obras de toda una vida (Mt 7:21-23). Ningún
comentario mejor a este propósito que las mismas palabras de Jesucristo, cuando dice: “No
todo el que dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad
de mi Padre, que está en los cielos. Muchos me  dirán en aquel día:  ¡Señor, Señor! Yo entonces
les diré: Nunca os conocí” (Mt 7:21-23). Es todo ello la necesidad de las obras, en los mayores,
en la vida cristiana para el premio e ingreso en el cielo. La parábola siguiente lo confirmará.

Si literariamente esta parábola mira a la parusía final; si esta parusía tiene una perspectiva que
será, históricamente, definida y concreta, no obstante, conceptualmente, en el intento de
Cristo, todo el tiempo anterior a ese momento es tiempo de preparación parusíaca. Se está ya
en “la hora postrera” (1 Jn 2:18; cf. Act 2:17), y en ella, si la muerte sorprende antes de su
venida, como sucedió a tantos que oyeron estas palabras de Cristo, no dejó de ser su vida, así
enfocada, una preparación también para la venida final de Cristo. Todo cabía, en
la perspectiva real de Cristo, como preparación para esta venida .
La parábola, como se ha visto, tiene un marcado enfoque de matices a la parusía,
preocupación de la Iglesia primitiva, a la que representaba en fuerte tensión expectante en las
diez vírgenes. Por otra parte, esta mezcla de vírgenes “prudentes” y “necias,” como la mezcla
temporal eclesial de “buenos” y “malos,” es tema de Mt.

Originariamente la narración debió de ser el relato parabólico de un banquete, acaso de


bodas, con la llegada inesperada  del esposo. Lo repentino suele ser signo de acontecimiento
grave o catastrófico — v.g., el diluvio, el dueño que retorna de viaje —. El acento debió de
versar sobre lo súbito e inesperado que tendría la parusía. El alerta de vigilancia era una
conclusión, original o adventicia, que se imponía.

La Iglesia primitiva la aplicó a sus fieles, y la alegorizó  conforme a su uso, ante el mejor
conocimiento de la doctrina y hechos. Pero el valor fundamental que tuvo en boca de Cristo
permanece, aunque también parece percibirse el valor “moralizante” de la misma en la
iglesia de Mt.

G. Zevini, Lectio Divina (Mateo): Las diez vírgenes

Verbo Divino (2008), pp. 469-475.

La Palabra se ilumina

La parábola de las diez vírgenes que esperan la venida del esposo presenta, más allá de su
aparente simplicidad, numerosos problemas exegéticos, pero, a pesar de todo, éstos no
impiden captar el mensaje de fondo. La escena está ambientada en el último día de los festejos
según los usos matrimoniales palestinos, cuando, a la puesta del sol, el novio va con los
«amigos del esposo» a la casa de la esposa, donde hacían fiesta las «vírgenes», es decir, las
compañeras y amigas de ella. A la llegada del cortejo, se formaba una comitiva única para ir a
la casa del esposo, donde se celebraba el matrimonio y tenía lugar el banquete nupcial final. El
retraso que se produce en el relato de Mt 25,1-13, aunque previsto, se prolonga sobremanera.
El sueño hace presa por igual en todas las muchachas. La necedad y la prudencia no están
ligadas, por tanto, a la falta de vigilancia, sino más bien al hecho de no tener las lámparas
encendidas en el momento en el que, en medio de la noche, se oye el grito: «Ya está ahí el
esposo, salid a su encuentro»  (v. 6). El aceite, símbolo de alegría y de fiesta, representa
asimismo, según los rabinos, las obras justas que permiten participar en la alegría mesiánica.
Cada uno debe estar preparado para no encontrar la puerta cerrada y oír la respuesta
terrible: «Os aseguro que no os conozco»  (v. 12). En este punto, el rostro del Esposo del
banquete mesiánico se convierte, efectivamente, en el del Cristo juez, que rechaza a los que
dicen: «Señor, Señor»  (cf. Mt 7,22s), pero no hacen la voluntad del Padre. Estemos siempre
atentos a la inminencia de su venida. En consecuencia, todos los discípulos están llamados en
todo momento a ser luz del mundo, a fin de que los hombres, al ver sus obras buenas, den
gloria al Padre (cf. Mt 5,16).

La Palabra me ilumina

«Yo duermo, pero mi corazón vela»  (Cant 5,2). El tema nupcial nos traslada al corazón del
misterio cristiano: el Señor nos ama con un amor eterno y ha establecido con nosotros una
alianza nupcial. Con la encamación vino a la tierra a elegir a la novia; ahora esperamos su
retorno, cuando vuelva para introducir a la Iglesia-humanidad, su esposa, en el Reino de los
Cielos. Su retorno es cierto. Sin embargo, el día y la hora de su llegada, siempre inminente, los
desconocemos. En la actitud de las diez vírgenes encontramos representados los dos modos de
esperar al Señor, al Esposo, al que viene: puede ser una espera distraída, divertida, o bien una
espera vigilante, preparada para salirle al encuentro aun cuando el sueño parezca tener las de
ganar. Dar prioridad a una de las dos actitudes depende de la calidad del amor que hay en
nosotros y nos convierte en personas tenebrosas o en lámparas encendidas, dispuestas para
poder alumbrar y hacer cómoda la carrera en cuanto un grito en la noche haga presagiar la
venida del Señor.

La existencia humana se puede vivir, efectivamente, como un cortejo de bodas que sale al
encuentro del Señor. Por eso es esencial la virtud de la vigilancia. Vigilar es pensar en aquel
que va a venir, considerar su ausencia como un vacío imposible de colmar, consumirse porque
tarda su llegada, no aceptar nunca que otro u otros ocupen hasta tal punto nuestro corazón
que lo separen de su deseo de él. Esta actitud interior de espera y de derretimiento ni se
compra ni se vende: «Quien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa sería
despreciable.  (Cant 8,7); sin embargo, se puede volver contagiosa y comunicar a los otros el
anhelo y el deseo. Por eso las vírgenes prudentes, por el hecho de negarse a compartir su
aceite, no pueden ser consideradas unas egoístas antipáticas. En su corazón está la alegría del
esposo al que hay que recibir de manera festiva, porque el hecho de esperarle es la realidad
más importante de la vida, por la que es justo sacrificar cualquier otro interés. Ellas nos
advierten: no asistir a esta cita de amor priva de sentido a toda la existencia. Sería trágico oír
resonar la voz: «¡No os conozco!».

La Palabra en el corazón de los Padres

Las cinco vírgenes, cuando se dieron cuenta de la inutilidad de su carrera, se volvieron y


encontraron cerrada la sala de las bodas de Cristo. Gritaron todas con voz dolorosa, entre
lágrimas y sollozos: «Oh Inmortal, ábrenos la puerta de tu misericordia también a nosotras,
que hemos servido a tu poder en la virginidad». Entonces el rey exclama: «No se os abrirá el
Reino, no os conozco. Marchaos, desapareced de aquí, porque no llevaréis la corona
incorruptible»  (Mt 25,10-12). Al oír a Cristo, Rey del universo, que exclamaba a las cinco:
«¿Quiénes sois? ¡No os conozco!»  (Mt 25,12), gritan llorando: «Juez justísimo, hemos
mantenido la castidad, hemos practicado la templanza en todo, nos hemos consumido con
ardor en ayunos, hemos buscado la pobreza».

A las insensatas que hablan así al Juez universal les responde Cristo: «Os voy a decir
abiertamente el trato que he recibido de las que han entrado conmigo: me vieron en la
aflicción, muy hambriento, y se apresuraron a saciarme; estaba sediento y me dieron de beber
con todo esmero; viéndome extranjero, me hospedaron como a un amigo de la familia;
encadenado, me cuidaron; vinieron a visitarme cuando estaba enfermo (Mt 25,35s);
observaron de manera escrupulosa toda mi ley; por eso han encontrado la corona
incorruptible.

Vosotras observabais el ayuno sin tocar el alimento, pero habéis hecho uso constantemente de
la maledicencia y de la calumnia contra los hombres. Es más útil comer, beber y vivir de
manera inteligente que ayunar sin conocer el ayuno de cosas que perjudican. ¿Cómo pedís
entonces la corona incorruptible?».

La ley, la de Dios, no es gravosa, puesto que él no pide más de lo que podamos darle, lo que
busca es la buena voluntad. ¿No tienes más que dos óbolos en la tierra? ¿No posees nada
más? El Misericordioso los acepta igual, porque es Señor, y te dará la preferencia sobre el que
ha dado todo un patrimonio. ¿Ni siquiera tienes un óbolo para ofrecer? Ofrece un vaso de
agua fresca a quien te lo pide (Mt 10,42): es Cristo quien lo acepta con reconocimiento y
seguro que te dará la corona incorruptible (2 Cor 4,18).

Piedad, ten piedad de mí, Salvador, me postro ante ti: dame compunción, Salvador; y dásela
también a cuantos me escuchan, a fin de que observemos todos tus preceptos en esta vida y
no nos quedemos fuera de la sala nupcial. En tu misericordia, ten piedad de nosotros, que
quieres siempre la salvación de todos (1 Tim 2,4). Llámanos, Salvador, a tu Reino, a fin de que
podamos obtener la corona incorruptible (Romano el Melodioso, Inni,  Edizioni Paoline, Roma
1981, XXXVI, 10,31, passim).

Caminar con la Palabra

Esperar o experimentar el sabor de vivir. Se ha dicho incluso que la santidad de una persona se
mide por el espesor de sus esperanzas. Tal vez sea verdad. Si es así, María es la más santa de
las criaturas precisamente porque toda su vida aparece acompasada por los ritmos gozosos de
quien espera a alguien.

Santa María, virgen de la esperanza, danos de tu aceite, porque nuestras lámparas se apagan.
Mira: las reservas se han consumido. No nos mandes a los vendedores. Vuelve a encender en
nuestras almas los antiguos fervores que nos quemaban por dentro, cuando bastaba una
nadería para hacernos saltar de alegría: la llegada de un amigo lejano, el rojo del atardecer
después de un temporal, el crepitar del tronco que vigilaba las vueltas a casa en invierno, el
toque de las campanas en los días de fiesta, la llegada de las golondrinas en primavera, el olor
acre que brotaba de las prensas, las cantinelas otoñales que llegaban de las muelas del molino,
la incubación tierna y misteriosa del seno materno, el perfume de espliego que irrumpía
cuando se preparaba una cuna. Hoy ya no sabemos esperar porque andamos cortos de
esperanza. Se han secado las Fuentes. Padecemos una profunda crisis de deseo. Y ahora,
satisfechos con los mil sucedáneos que nos asedian, corremos el riesgo de no esperar ya nada,
ni siquiera en las promesas ultraterrenas que han sido firmadas con la sangre del Dios de la
Alianza.

Santa María, virgen de la esperanza, danos un alma vigilante. Que llegados a los umbrales del
tercer milenio, nos sintamos más hijos del crepúsculo que profetas del adviento. Centinela de
la mañana, despierta en nuestros corazones la pasión por llevar al mundo, que se siente ya
viejo, anuncios jóvenes. Llévanos, finalmente, con el arpa y la citara, para que contigo,
madrugadora, podamos despertar a la aurora (T. Bello, Maria, donna dei nostri giomi,  Edizioni
Paoline, Cinisello B. 1993, 17-20, passim).

W. Trilling, El Nuevo Testamento y su Mensaje (Mt): Las diez vírgenes

Herder (1980), Tomo II, Cf. pp. 282-284.

El dueño vigilante de la casa (24,42-44).


1
 El reino de los cielos será entonces semejante a diez vírgenes, las cuales tomaron sus
lámparas y salieron al encuentro del esposo.  2  Cinco de ellas eran necias y cinco
sensatas.  3 Porque las necias, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite;  4 en cambio,
las sensatas, junto con sus lámparas llevaron aceite en las vasijas.  5 Como el esposo tardaba,
les entró sueño a todas y se durmieron.  6  A media noche se levantó un clamoreo: Ya llega el
esposo; ¡salid a su encuentro!  7 Entonces, todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron
sus lámparas.  8 Las necias dijeron a las sensatas: Dadnos de vuestro aceite, que nuestras
lámparas se apagan.  9  Pero las sensatas contestaron: No sea que no alcance para nosotras y
vosotras; mejor es que vayáis a los que lo venden y os lo compréis.  10 Pero, mientras iban a
comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas,
y se cerró la puerta.  11 Finalmente, llegan también las otras vírgenes, llamando: ¡Señor, señor,
ábrenos!  12  Pero él les respondió: Os lo aseguro: No os conozco.  13 Velad, pues; porque no
sabéis el día ni la hora.

Al fin del sermón de la montaña Jesús había contrapuesto un hombre necio y otro sensato. El
primero había edificado su casa sobre un movedizo suelo arenoso, el segundo sobre la firme
roca. La casa del primero fue demolida en el juicio, la otra casa le hizo frente (cf. 7, 24-27).
Aquí de nuevo se da la oposición entre necio  y sensato.  Son sensatos los que oyen y ponen por
obra las palabras del Evangelio, son necios los que oyen las palabras, pero no proceden de
acuerdo con ellas. Unas vírgenes traen consigo el aceite, las otras sólo traen vasijas vacías. El
aceite es el Evangelio realizado en la vida. El que no tiene aceite, no aporta obras; solamente,
las palabras de la confesión «Señor, Señor» (Kyrie, Kyrie),  pero no la vida conforme con esta
confesión. Las vírgenes ex- claman: ¡Señor, señor, ábrenos!, como muchos exclamarán en
aquel día: «¡Señor, Señor! ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre arrojamos
demonios, y en tu nombre hicimos muchos prodigios? Pero entonces yo les diré abiertamente:
Jamás os conocí; apartaos de mí, ejecutores de maldad» (7,22s).

El juez solamente reconoce a los que antes, a lo largo de su vida, lo habían reconocido. Los
demás no le pertenecen, el juez no los conoce.  El que conoce a otro, según la concepción
bíblica le dice «sí» y le ama. Le acepta como suyo y como si le perteneciera. Así ha conocido el
Hijo al Padre, y el Padre al Hijo (11,27). Así el Señor conocerá a los suyos y los aceptará
definitivamente en su reino, o no los conocerá y los recusará para siempre.

Las vírgenes según el relato estaban encargadas, como una comitiva de honor, de ir al
encuentro del esposo desde la casa de la boda, para regresar con él a la casa donde se
celebraba la fiesta [95]. Ante la casa del esposo tiene lugar la tardanza. Ya han consumido el
aceite en el camino, y también ahora mientras esperan delante de la puerta, de tal forma que
ya no es suficiente para el regreso, y las vasijas tienen que ser llenadas de nuevo. Algunas
vírgenes se habían provisto abundantemente para cumplir su cometido, las otras habían
dejado de hacer estas provisiones. Lo peculiar solamente es que mientras aguardan, se
duermen y tienen que ser despertadas por el clamoreo. Quizás en este rasgo particular de la
historia se debe reconocer lo que antes se dijo muchas veces, o sea que la
llegada  ocurre repentina e inesperadamente.  Pero por lo demás la parábola está bellamente
concluida en sí misma y no puede transferirse en cada rasgo particular a la realidad aludida.
Pero en el contexto que le da el evangelista, muchas cosas aparecen con mayor claridad por la
comprensión de la fe. Cualquier cristiano sabe quién es este esposo, que también puede
hacerse esperar, quiénes son las vírgenes sensatas y quiénes necias, qué significa la fiesta de la
boda y qué espanto producen sobre todo las puertas cerradas (cf. 22,11-13). Siempre se hace
referencia a lo mismo, tanto si Jesús habla del aceite en los jarros, del traje festivo del invitado
a las bodas o de la construcción de la casa sobre el suelo rocoso. Sólo será aceptada por el juez
la vida realizada con la fe…
San Mateo termina la parábola y toda la sección exhortando a la vigilancia  (25,13). El día y la
hora son muy inciertos tanto para el criado, a quien el señor había constituido administrador,
como para las vírgenes, a quienes de repente despierta del sueño el clamor que se levanta a
media noche.

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