Sunteți pe pagina 1din 2

EXTRANJERO POR UN TIEMPO

El diecinueve de diciembre se cumple un año del regreso con mi familia a mi país, Argentina.
Vivimos con mi esposa ocho años en el extranjero, primero en España y luego en Perú. Quería
en este artículo compartir algunas reflexiones sobre lo que experimenté y aprendí en mis años
como extranjero.

En la cultura griega había dos palabras para extranjero. "Barbarós" y "Xenós", de las cuales
provienen los vocablos castellanos "bárbaro" y "xenofobia" respectivamente. El término
bárbaro significaba literalmente "extranjero", pero tenía entre los griegos una connotación
muy peyorativa, por eso, por extensión, también fue utilizado para designar una persona
violenta, cruel, exagerada. Este término lo aplicaban los griegos especialmente a los pueblos
invasores del norte de Europa, en particular a los persas. De hecho, la palabra es un sonido
onomatopéyico de la lengua persa que según parece en aquella época usaba mucho el sonido
"a". Como sucedía que los persas eran un pueblo muy militarizado y que además querían
hacerse con la península helénica, los griegos los llamaron bárbaros, es decir, violentos y
crueles, pues tuvieron que batallar contra ellos en más de una ocasión. La película “300”
muestra una de las batallas más sangrientas de espartanos contra persas, la famosa batalla de
las “Termópilas”.

La palabra "xenós", en cambio, la usaba el griego para designar al habitante de otra polis, y por
tanto tenía una connotación más suave y literal. Para el ateniense el xenós era el no-nativo, el
que venía de Éfeso o Esparta, etc.

La condición de extranjero fue siempre y en toda cultura una situación existencial difícil, ya
que la persona de otras latitudes siempre tiene escollos que superar para poder establecer
vínculos de pertenencia con la sociedad nueva en la que se introduce: idioma, religión, comida,
costumbres, moral, etc. Por eso, la persona que tiene que vivir circunstancialmente (o
definitivamente) en otro país se encontrará por un lado con la obligación de tener que realizar
todo un aprendizaje, si no quiere quedar aislado en su propio círculo familiar, y por otro,
tolerar al principio, en mayor o menor medida dependiendo también del país y la cultura que
se trate, la indiferencia, la falta de aceptación y, a veces, en no pocos casos, la hostilidad por
parte de los nativos a su persona. Más aún si, por ejemplo, sus rasgos físicos y su acento lo
denuncian como “xenós”.

En cuanto a mi propia experiencia, lo primero que aprendí fue algo que me parece muy fuerte:
que la condición de no pertenecer al lugar no te la puedes sacar de encima de ninguna
manera. En cuanto descubren que eres de afuera, en mayor o menor medida, te harán notar
que no perteneces a la tierra que pisan tus pies, y eso en cuanto cuestión vital-existencial te
marca la vida y tu situacionalidad a fuego. De hecho, esto trae aparejado muchas cosas: que te
sea más difícil conseguir trabajo, que te miren por la calle (sobre todo si tu fisonomía te
delata), que te ignoren, y en algunos casos, (a mí no me sucedió) que incluso puedan tener
alguna conducta hostil contigo.

Y esto vale para toda cultura, creo yo. No he vivido en Oriente, y no he visitado todos los
países de Europa, pero me consta por la experiencia de familiares y amigos, que en “casi todos
lados”, para decirlo de modo matizado, hay xenofobia. En algunos países, hay grupos
organizados de xenófobos, lo sabemos por las noticias, por ejemplo, en Alemania (neonazis),
Estados Unidos (Ku kux klan), en algunos partes de España (falangistas), Polonia, Hungría, y un
largo etcétera.

Incluso Latinoamérica no escapa a la xenofobia. Si bien probablemente los grupos xenófobos


americanos no tienen el nivel organizativo de países europeos, pero la xenofobia existe. A mí
me tocó verla con algunos hermanos venezolanos en varios países de Sudamérica.

Otra cosa que en mi experiencia fue impactante fue cómo varía de cultura en cultura el
concepto de amigo y de amistad. Algo que si uno lo piensa un poco es bastante fundamental
para pasar a pertenecer a una cultura ajena. Generar un vínculo afectivo y de amistad con
otro, de otra sociedad, idioma y cultura que la mía es algo difícil de conseguir y depende en la
mayoría de los casos de el modo de vivir la amistad que tiene cada pueblo, cada nación. Pues
ser amigo en Argentina conlleva un nivel de cercanía y pertenencia que no se da en otros
países. Ser amigo de alguien en Alemania es algo parecido, al menos para un sudamericano, a
un trámite protocolar complejo y fastidioso. No quiero decir con esto que los alemanes no
tengan amigos o no sean amistosos. Ellos tienen sus amistades, pero el modo de generarlas y
de mantenerlas, y el grado de compromiso afectivo es verdaderamente muy distinto al de, por
ejemplo, un uruguayo o argentino, o brasilero incluso. Y adquirir la habilidad de relacionarse
amistosamente con otra persona, de diferente modo a como lo haces en tu país, conlleva un
aprendizaje realmente arduo, y en ocasiones frustrante. Es como si tuvieras que cambiar un
poco el tono vital y existencial al que estabas acostumbrado de nacimiento. Y si no lo logras te
quedas solo, así sin más. Y la soledad en un país extranjero es insoportable.

Es cierto que hay países que están más abiertos a los inmigrantes y extranjeros. Me viene a la
cabeza Reino Unido, en particular Inglaterra, y en menor medida pero también es el caso de
Francia, donde ya viven más de siete millones de musulmanes. Y, de otra forma pero parecido
sucede con mi país, que como en el caso de los países antes mencionados, armaron y
organizaron su población a partir de la acogida, incluso a través de políticas públicas, de
inmigrantes extranjeros. En Argentina la ola migratoria de europeos, judíos y árabes desde
principio del S. XX a mediados, fue estructurante de la población actual, al punto de que la
población amerindia e indígena de mi país quedo reducida y diezmada, e incluso se redujo
muchísimo el mestizaje, algo muy común y representativo de otros países latinoamericanos
como Perú, Brasil, Venezuela y México, entre otros.

Como reflexión positiva final yo diría que el extranjero si es acogido e integrado, cada uno a su
tiempo y valorizando el aporte cultural que trae consigo puede enriquecer y generar ganancias
para el país que le abre sus puertas. La xenofobia es retrógrada, humillante y, al fin y al cabo,
habla muy mal del pueblo que se cierra narcisísticamente sobre sí mismo.

S-ar putea să vă placă și