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PHILIPPE ARIÉS

EL NIÑO
Y LA VIDA FAMILIAR
EN EL
ANTIGUO RÉGIMEN
Versión castellana
de
N aty G a r c ía G u a d illa
revisada por la Editorial

taurus
PRÓLOGO A LA NUEV A E D IC IÓ N }FRANCESA

Dicen que los árboles no dejan ver el bosque, pero el período


más interesante de la investigación sigue siendo el momento en
que el historiador comienza a tener una visión de conjunto,
cuando todavía no se ha disipado la bruma que cubre los hori­
zontes lejanos, de suerte que no se ha distanciado de los detalles
de los documentos en bruto y que éstos conservan aún toda su
lozanía.- Su mayor mérito no es quizás tanto el de defender
una tesis como el de comunicar a sus lectores la satisfacción.
de su hallazgo; el de sensibilizarlos, como lo ha sido él .mismo,
a los colores y a los senderos de lo desconocido. Pero el his­
toriador tiene, además, la ambición de organizar todos estos
detalles concretos en una estructura abstracta y, afortunada­
mente, le sigue costando trabajo librarse del revoltillo de impre­
siones que excitaron su búsqueda aventurera, poco diestro que
es todavía a doblegarlas a la necesaria álgebra de una .teoría.
Más adelante, cuando v a a reeditarse el libro, el tiempo ha
transcurrido y se ha llevado consigo la emoción del primer con­
tacto; pero, a cambio, ha traído una compensación: el bosque.se
ve mejor. Hoy, después de los debates contemporáneos • sobre
el niño, la familia, la juventud y después del uso que se ha
hecho de mi libro. Puedo ver*mejor, es decir, de manera más
tajante y simplificada, las tesis inspiradas por un largo diálogo
con las cosas, tesis que resumiré a continuación, reduciéndolas
a dos.
La primera se refiere’ principalmente a nuestra *antigua: sc>
ciedad tradicional. He afirmado que dicha sociedad ;no. podía
representarse bien al niñ o, y menos todavía al adolescente. La
duración de la infancia se reducía al período de su mayor fra­
gilidad, cuando la cría del hombre no podía valerse por sí misma;
en cuanto podía desenvolverse físicamente, se le mezclaba rápi­
damente con los adultos, con quienes compartía sus trabajos
y juegos. El bebé se convertía en seguida en un hombre joven
sin pasar por las etapas de la juventud, las cuales probable­
mente existían antes de la Edad Media y que se han vuelto
esenciales hoy día en las sociedades desarrolladas.
La transmisión de valores y conocimientos, y en general la
socialización del niño, no estaba garantizada por la familia, ni
controlada por ella. Al niño se le separaba en seguida de sus
padres, y puede decirse que la educación, durante muchos si­
glos, fue obra del aprendizaje, gracias a la convivencia del niño
o del joven con los adultos, con quienes aprendía lo necesario
ayudando a'los mayores a hacerlo.
La presencia del niño en lá familia y en la sociedad era
tan breve e insignificante que no había tiempo ni ocasiones
para que su recuerdo se grabara en la memoria y en la sensi­
bilidad de la gente.
Sin embargo existía un sentimiento superficial del niño
— que yo he denominado el «mimoseo» (mignotage)— reservado
a los primeros años cuando el niño era una cosita graciosa. La
gente se divertía con él como si fuera un animalillo, un monito
impúdico. Si el niño moría entonces, como ocurría frecuente­
mente, había quien se afligía, pero por regla general no se daba
mucha importancia al asunto: otro le reemplazaría en seguida.
El niño no salía de una especie de anonimato.
Si superaba los primeros riesgos, si sobrevivía al período del
«mimoseo», solía suceder que el niño vivía fuera de su familia.
Familia constituida por la pareja y los hijos que permane­
cían en el hogar. Yo no creo que la familia amplia (de varías
generaciones o de varios grupos colaterales) haya existido fuera
de la imaginación de moralistas tales como Alberti en la Floren­
cia del siglo xv, o de sociólogos tradicionalistas franceses del
siglo xix, salvo en ciertas épocas de inseguridad cuando el linaje
debía reemplazar, bajo ciertas condiciones económico-jurídicas,
al poder público claudicante. (Por ejemplo, en ciertas regiones
mediterráneas, quizás allí en donde el derecho de mejorar a
uno de los hijos favorecía la cohabitación.)
Esta antigua familia tenía como misión profunda la conser­
vación de bienes, la práctica de un oficio común, la mutua
ayuda cotidiana en un mundo en donde un hombre y aun más
una mujer aislados no podían sobrevivir, y en los casos de
crisis, la protección del honor y de las vidas. La fam ilia no
tenía una función afectiva, lo que no significa que el amor,
faltara siempre; al contrario, suele manifestarse a veces desde
los esponsales, y en general, después del matrimonió, creado y
sustentado por la vida común, como en el caso del duque de San
Simón. Pero, y esto es lo que importa, el sentimiento entre, es­
posos, entre padres e hijos, no era indispensable para la existen­
cia-, ni para el equilibrio de la familia: tanto mejor si venía
por añadidura.
Las relaciones afectivas y las comunicaciones sociales se
consolidaban pues fuera de la familia, en un «círculo» denso y
muy afectuoso, integrado por vecinos, amigos, amos, y criados,
niños y ancianos, mujeres y hombres, en donde el afectó no
era fruto de la obligación, y en el que se diluían las familias
conyugales. Los historiadores franceses denominan hoy «socia­
bilidad» esta propensión de las comunicaciones tradicionales a
las reuniones, a las visitas, a las fiestas. Así es como yo percibo
nuestras sociedades antiguas, diferentes al mismo tiempo de
las que hoy nos describen los etnólogos y de nuestras sociedades
industriales.

Mi primera proposición es un ensayo interpretativo de las


sociedades tradicionales, la segunda pretende demostrar el nuevo
espacio ocupado por el niño y la familia en nuestras sociedades
industriales.
A. partir de cierto período (más adelante trataré el problema
obsesivo de su origen), y en todo caso a fines del siglo x v i i
de forma definitiva se produjo una transformación considerable
en la situación de las costumbres que acabo de analizar, que
se puede captar a través de dos métodos de análisis diferentes.
La escuela sustituyó_al_apren.dizaie_como medio de educación.
~Lo~qug~~Si'gnífica que cesó la cohabitación -d el—niño—cc¡n los
adultos ~v~~por eIftr~céso'~el aprendizaje de la vida por contacto
directo._con_el.los. A pesar de muchas reticencias y "retrasos, él
niño fue separado de los adultos y mantenido aparte, en una
especie de cuarentena, antes de dejarle suelto en el mundo,
Esta cuarentena es la escuela, el colegio. Comienza entonces un
largo período de reclusión de los niños (así como los locos, los
pobres y la s prostitutas) que no dejará de progresar hasta nues­
tros días, y que se llama escolarización.
Este hechcude-separar a los niños — y de hacerlos entrar en
razón— , debe -interpretarse como u n . aspecto más- de -la •gran
moralización _deZlos^.homb£es_jcealiza.da„-.poO[Qs_mormaddfes
^tóHcos_o_protestantes, de la Iglesia, de la ■magistratura.o . del
Estado. Pero ello no hubiera sido posible en la práctica sin
la complicidad sentimental de las familias, y ésta es la segunda
manera de abordar el fenómeno y sobre la que rdeseo insistir.
La familia se ha convertido en un lugar de afecto necesario
entre esposos y entre padres e hijos, lo que antes ncnerar-Este
afecto se manifiesta principalmente a través de la importancia
que se da, en'adelante, a la'educación.--Ya'rió*rse trata de esta­
blecer a sus hijos'únicam ente'en función' Be la~ fortuna y del
honor. Surge un sentimiento'completamente nuevo: los padres
se interesan por los estudios de sus hijos y los siguen con una
solicitud propia de los siglos xix y xx, pero desconocida antes.
Jean Racine escribía a su hijo Louis sobre sus profesores como
un padre de hoy (o de ayer, de un ayer muy próximo).
La familia comienza entonces a organizarse en tomo al niño,
el cual sale de su antiguo anonimato y adquiere tal importancia
que ya no es posible, sin una gran aflicción, perderle, reemplazar­
le o reproducirle muchas veces y conviene limitar su número
para ocuparse mejor de él. No tiene nada de extraordinario el
que esta revolución escolar y sentimental se acompañe a la larga
de un maltusianismo demográfico, de una reducción voluntaria
de nacimientos sensible a partir del siglo x v m /T o d o esto es
coherente (quizás demasiado para el ojo receloso de P. Veyne).
La consecuencia (que desborda, el período tratado en este
libro, pero que ya desarrollé en otra parte) es la polarización
de la vida social del siglo xix en tom o a .la f ^ i l i & .y JQ aj^o -
fesión, y^ la desaparición (salyo en. la Provenza de M. Agulhon
y M .^ovelle)~del3"3ntígt 13 sncialiilirlnrl

Un libro tiene su propia' vida. Rápidamente se le va de las


manos al autor para pertenecer a un público que no es siempre
el que él ha previsto.
. Al parecer, las dos proposiciones que yo acabo de exponer
no se dirigían exactamente al mismo publico.
La segunda, que parecía referirse a la explicación inmediata
del presente, en seguida fue explotada por los sicólogos y so­
ciólogos, particularmente en los Estados Unidos; en donde las
ciencias, del hombre se preocuparQiuantes„qiie_en__otros lugares
por las crisis de la juventud. Crisis éstas que ponían en evidencia
l i dificultad, e incluso la repulsa de losHoyenes a~ p^sar ai
*es!ad5~aHulto.HEn efecToTmls análisis sugerían que’~e^á^slfua^
ción podía ser la consecuencia del aislamiento. prolongado de
los jóvenes dentro de .la. familia y en la escuela. Dichas crisis
demostraban también que el sentimiento de la familia y la
escolarización intensiva de la juventud,.eran un.mismo fenó­
meno y un fenómeno reciente,- qUe se puede fechar aproxima­
damente, y que antes la familia apenas se echaba de ver dentro
de un espacio social mucho más denso y afectivo.
Así han orientado mi libro los sociólogos, sicólogos e incluso
pediatras, remolcándome a sus resultados y, mientras en los
Estados Unidos los periodistas me llamaban French Sociologist,
para un gran semanario parisino me convertí un día en un
¡sociólogó americano!... - ;
En un principio esta acogida me produjo u n a . sensación
contradictoria, pues en Francia me ■habían hecho algunos re­
proches en, nombre de la sicología moderna: «negligencia de
los intereses de la sicología moderna», dijo A. B esaron, «de­
masiada concesión al fijismo de la sicología tradicional», afirmó
J. L. Flandrin !, y es verdad que yo siempre he tenido dificul­
tades para evitar los antiguos vocablos equívocos, y hoy en día
anticuados hasta el ridículo, pero de tanto arraigo en la cultura
moralista y humanista que fue la mía.
Estas críticas antiguas sobre el buen uso de la sicología me­
recen reflexión y hoy diría lo siguiente:
Se puede tratar de hacer la historia del comportamiento;
es decir, una historia sicológica, sin ser uno mismo sicólogo
o sicoanalista, manteniéndose a distancia de las teorías del vo­
cabulario e incluso de los métodos de la sicología, moderna y
sin embargo interesar a esos mismos sicólogos en su propio
campo. Si uno nace historiador, se vuelve uno sicólogo a su
1 A. B esan ^o n , «Histoire et psychanalyse», Anuales ESC„ 19, 1964,
p. 242, n.° 2; J. L. F la n d rin , «Enfance et société», Annates E S C 19, 1964,
p p . 322-329.
manera, que sin duda no es la de los sicólogos modernos, pero
se asemeja a ella y la complementa. En este caso, el historiador
y el sicólogo coinciden, no siempre a nivel de los métodos, que
pueden ser diferentes, sino a nivel del sujeto, del modo de
plantear el tema, o, como se dice hoy día,'de la problemática.
La trayectoria inversa, que va de la sicología a la historia,
es igualmente posible, como lo prueba el éxito de A. Besanjon.
Este itinerario presenta sin embargo algunos riesgos de los que
M. Sorano no ha .podido librarse totalmente, a pesár de tantos
hallazgos y comparaciones acertadas. La crítica que me hacía
A. Besangon, especificaba bastante bien que «el niño no es sola­
mente el .traje,, los juegos, la escuela, ni incluso el-sentimiento
de la infancia (es decir, las modalidades históricas,, empírica­
mente aprehensibles), es una persona, un desarrollo, una his­
toria, qué los sicólogos tratan de reconstituir», es decir «un
término de comparación». Una excelente historiadora del si­
glo x v i, N . Z. Davis 2, ha buscado este término de comparación
en el m odelo construido por los sico-sociólogos según la expe­
riencia que éstos tienen del mundo contemporáneo. Claro es
que la tentación de los sicólogos de evadirse fuera de su mundo
para comprobar sus teorías es grande y sin ninguna duda enri-
quecedora, aunque , en nuestras sociedades tradicionales eso las
lleve o a Lutero o a los últimos «salvajes». Si bien el método ha
dado buenos resultados a los etnólogos, las sociedades tradiciona­
les me parecen más recalcitrantes. Conduce este método a inter­
pretar demasiado fácilmente las relaciones de Charles Perrault y
de su hijo en el lenguaje moderno del padre abusivo y del hijo
mimado, lo cual no agrega nada a la comprensión d e. nuestro
mundo de hoy, ya que no se aportan datos nuevos, ni a la
del mundo antiguo porque existe anacronismo, y el anacronismo
falsea la comparación. Sin embargo, la fobia por el anacronis­
mo (¿el defecto de los historiadores?) no constituye ni un recha­
zo de la comparación, ni una indiferencia por el mundo contem­
poráneo: pues nosotros sabemos perfectamente que lo primero
que captamos en el pasado son las diferencias,, y después las
similitudes con la época en que vivimos.

^ 2 N . Z . D a v is, «The reasons of misrule: youth groups and charivaris


on sixteenth century France», Past and Present, 50, feb. 1971, pp. 41-75.
Mi segunda proposición casi obtuvo la unanimidad, pero
los historiadores acogieron la primera (la ausencia del sentimien­
to de la infancia en la Edad Media) con mayor reserva.
Con todo, se puede afirmar hoy día que las grandes líneas
han sido aceptadas. Los historiadores demógrafos han recono­
cido la indiferencia tardía con respecto a los niños, los histo­
riadores de mentalidades han notado la poca frecuencia de
alusiones a los niños y a su muerte en los diarios de familia
como el del sayalero de Lille, editado por A . Lottin. Como a
J. Bouchard. les ha_sojprendido la ausencia de función de so-
cialización de la fam ilia3.. Cas investigaciones-de-M_ÁguLhoá
fian subrayado la- importancia de la «sociabilidad)>_ en las comu-
nidades rurales y urbanas-deLAntiguo Régimen.
Pero las críticas son más instructivas que las aprobaciones
o las concordancias. Voy a retener dos, una de J. L. Flandrin y
la otra de N. Z. Davis.
J. L. Flandrin4 me_h a reprochado una preocupación dema­
siado grande, «obsesiona!», por el origen, lo que me inclina a
denunciar comcTTnnovación absoluta lo que es más bien un
cambio de naturaleza. El reproche es justificado. Es un defecto
difícil de evitar cuando, como yo lo hago siempre en mis inves­
tigaciones, se procede por vía regresiva, ya que introduce con
toda ingenuidad el sentido de cambio que no es en realidad
innovación absoluta sino, l a mayoría de las veces,, recodifica­
ción. El ejemplo de J. L. Flandrin es bueno: si el arte medieval
representaba al niño como un hombre reducido, en miniatura,
«eso — afirma— no interesa a la existencia, sino a la naturaleza
del sentimiento de lFüñfancia». .El niño era,~"pües.~~diferente
del hom b^ 7Ipj«)0-SÓlo~por él tamaño, y ja .iu erz a , m ientras que
J os otros__rasgos, seguí an._siendo .semejantes. Sería . interesante
comparajL.al.niño-con-eLenanQ, el cual ocupa una posición im­
portante en la tipología medieval. El niño es un enano, pero
un enano que estaba seguro de no quedarse enano, salvo en
caso de hechicería. En compensación ¿no sería el enano un niño
condenado a no crecer, e incluso a volverse en seguida un viejo
arrugado?

J J. B o u c h a r d , Un village immobile, 1972.


4 T> L. F la n d r in , « E n fan ce et société», op. cit.
T.a otra crítica, de N. Z. Davis, se halla en su. excelente tra­
bajo, titulado: «The reason of misrule; youth groups and cha­
rivaris in sixteenth century France» s. .
Su argumento es poco más o menos el ■siguiente: r ¿cómo
,hs~=.pbdido yo afirmar que lar-sociedad tradicional ponía a los
niños**y} a Q^s jóvenes .con los adultos) no ocupándome. del con-
’cep fS ae j uverílucCcu ando la jQVBfffud jugaba en-las comunida­
des rurales, e. incluso urbanas, un papel permanente de organi­
zación de fiestas y juegos, de control de matrimonios y relaciones
sexuales, sancionado por. las cencerradas? M. Agulhon, por . su
parte, ,en su .excelente libro sobre penitentes y francmasones,
ha dedicado un capítulo a las sociedades juveniles, las cuales
interesan cada día más a los historiadores contemporáneos atraí­
dos por las culturas populares.
El problema planteado por N. Z. Davis no se me ha pasado
por alto. Reconozco que, en este libro, lo he descartado pere­
zosamente, reduciendo-al estado de .«vestigios» unas costumbres
folklóricas cuya amplitud e importancia han demostrado N. Z.
Davis, M. Agulhon y otros.
A decir verdad, no debía de tener la conciencia tranquila
pues volví a tratar este problema en las primeras páginas de
una breve historia sobre la educación en Francia 6. Admití que,
antes de la Edad Media y en las zonas de cultura rural y oral,
había una organización comunal por clases de edad con j ritos
de paso, conforme al modelo de los etnólogos. En esas~ ¥oci.eda-.
des¡ cada edad -tenía, su función, la educación""e~ra .transmitida.
"por Ia3i5icx3ciónr7y defitro~de la clase de edad, mediante _Ja
participaciórTe'ñ los servÍcíos^OF~ella "garantizados.
Se'Tñe'^ermnirá^~ab7ií~üri—paréntesis ~para citar la frase de
un joven arqueólogo amigo mío. Estábamos visitando las exca­
vaciones de Malia, en Creta, hablando sin orden ni concierto de
Janroy, Homero, Duby, de las estructuras por clases de edad
propias de los etnólogos, de su reaparición en la Alta Edad
Media, cuando mi amigo me dijo poco más o menos lo siguiente:
en nuestras antiguas civilizaciones, nunca percibimos esas es­
tructuras etnográficas en pie, en plena madurez, sino siempre
en estado de supervivencias, tanto en la Grecia homérica como
5 N. Z . D avis, op. cit.
6 P h . A r ie s , «Problémes de l'Éducation», en La France et tes Fran-
( ais, París, La Piéiade, 1972. (Obra escrita entre 1967 y 1970 y publicada
en 1972.)
en las canciones de gesta. Tenía razón. Tenemos que convenir
enjque p e t a m o s proyectando demasiado fielmente en nuestras
sociedades tradicionales las estructuras, hoy descubiertas por los
etnólogos, de los «salvajes» contemporáneos.
Mas cerremos el paréntesis y aceptemos la hipótesis de una
sociedad-origen en la muy Alta Edad Media, la cual presentaría
los caracteres etnográficos o folklóricos corrientemente admi­
tidos.
En esta .sociedad se produce^,quizás .en .la época del feuda­
lismo y del ..forraleciiñiéñto- dé las antiguas circunscripciones
territoriales,...una, modificación que concierne. a. la...educación; ■
"es”decir, la Transmisión .del.jaber y de los valores, y que será
'"en aHelántéJ a partir 'de la Edad Media, garantizada .por eí.apren-...
' dizaje.^ Eh efecto, la práctica del aprendizaje es“ iñcómpatible
~con el sistema de clases de edad, o, cuando menos, tiende a
destruirle a medida que se generaliza. Es preciso que yo insista
en la importancia que hay que dar al aprendizaje, el cual obliga
a los niños a vivir en medio de los adultos quienes les enseñan
así el tacto («savoir faire») y la cortesía («savoir-vivre»). La
mezcla de ‘edades que ello ocasiona, parece ser uno de los rasgos
predominantes de nuestra sociedad, desde mediados de la Edad
Media hasta el siglo xvm . En tales condiciones, las clasifica-..,
ciones tradicionales por edades jao podían sino enredarse y per-
"3er su carácter necesario.
Ahora bien, no cabe duda de que estas clasificaciones han
persistido para, vigilar-la sexualidad y para la organización de
fiestas y todos sabemos la importancia que tenían las fiestas en
la vida cotidiana de nuestras, antiguas sociedades^
¿Cómo compaginar la persistencia de lo que era ciertamente
mucho más que «vestigios»; con la exportación precoz de los
niños a las casas ajenas para entrar en aprendizaje?
¿No estamos dejándonos engañar, a pesar de los argumentos
contrarios de N. Z. Davis, por la ambigüedad del vocablo juven­
tud? Incluso en latín, aún cercano, no facilitaba la discrimi­
nación. Nerón tenía veinticinco años cuando Tácito dijo de él:
certe finitam Neronis pueritiam et robur juventae adesse. Robur
juventae: es la fuerza del hombre joven, no es la adolescencia.
¿Qué edad tenían los abates de la juventud y sus compañe­
ros? La edad de Nerón a la muerte de Burras, la edad de Condé
en Rocroy, la edad de la guerra o de su simulación: la
bravata7. En efecto, esas sociedades juveniles eran sociedades
de solteros, en una época en la que la gente de las clases popu­
lares se casaba a menudo tarde/ Existía entonces una oposición
entre el casado y el no casado, entre el que tenía casa pro­
pia y el que no la tenía y debía dormir ,en casa de los demás,
.entre el menos inestable y el menos estable.
Es preciso, pues, admitir la existencia de sociedades de jó­
venes, pero en el sentido de sociedades de solteros. La «juven­
tud» de los solteros del Antiguo Régimen no implicaba ni los
caracteres que diferenciaban, tanto en la Antigüedad como en
las sociedades etnográficas, al efebo del hombre maduro, a
Arístogiton de Harmodius a, ni los que oponen hoy día a los ado­
lescentes con los adultos.

Si yo tuviera que concebir hoy día este libro, me abstendría


mejor de la tentación del origen absoluto, del punto cero, pero
las grandes líneas seguirían siendo las mismas, tínicamente to­
maría en consideración los datos nuevos, e insistiría más en la
Edad_Media y en su otoño tan fecundo.
En primer íugar, llamaría la atención sobre un fenómeno
muy importante y que empieza a ser mejor conocido: ^ p e r ­
sistencia hasta finales del siglo, xvii- delinfanticidio -tolerado.
No se trata de una práctica admitida como lo era el abandono
de niños en Roma. El infanticidio era uñ crimen castigado seve­
ramente .,J^o_j^staj^^seJpr^tic^a_eñ secreto, quizás frecuen­
temente, disimulado en forrna^ de accidente; losJñiños, morían
;rraturalmeríteTHhogadós...eñ~la_cama de sus ,padres.con“qüiéñé's
Hormían y no se hacia nada p ara vigilarlos o par_a_salvarios.
T .'T .T íIiñ3rin ha analizado esta práctica oculta en una con­
ferencia de la Société du xvn* siécle 9. Este autor ha demostrado
que la disminución de la mortalidad infantil observada en el
siglo xviTT río-puede-explfcarae por razones médicas e higiénicas;

7 Un sobrino de Mazarino, Paolo Mancini, tenía apenas 15 años cuan­


do murió valerosamente aníe las murallas de París, a finales de La
Fronda. Ver G. D e t h a n t , Mazarin et ses antis, París, 1968.
* Me refiero al famoso grupo del museo de Nápoles.
9 Ver J. L. F l a n d r i n , Le sexe et VOccident. Evolution des attiludes
et des comportements, París, Seuil, 1981, pp. 172-175.
cesó sólo el dejar morir o el ayudar a morir a los niños a los
que ri£> se 'dese^bal^ñieryar.
ErTlá^lñisma serie de conferencias de la Société d u x v ii '
siécle, el P. Gy ha confirmado la interpretación de J. L. Flan­
drin citando pasajes de los Rituales postridentinos en los cuales
'los obispos prohíben, con una vehemencia aue-merece reflexión,
acostar a los niños en la cama de sus padres,' donde córi~~mucha
fí-ecuencia.perecían ahogados.
Si el ayudar a la naturaleza a eliminar seres tan poco dota­
dos de un ente suficiente era un hecho que no se declaraba,
tampoco era considerado~como algo vergonzoso. Formaba'
parfe~~d¿ las cosas moralmente neutras, condenadas por la ética
de la IgIesiá~v~dsLEstado, pero que se practicaban en secreto,
en una semiconciencia, en elllm ite de la voluntad,-del olvido
o de 1¿"Torpeza.
La vida del niño se consideraba, pues, con la misma ambi­
güedad que la del feto hoy día, con la diferencia de que el
infanticidio se ocultaba en el silencio y el aborto se reivindica
en voz alta, pero ésa es toda la diferencia entre una civilización
del secreto y una civilización de la exhibición. Llegará una
época, el siglo xvii, en la que la comadrona, a bruja blanca
recuperada por los Poderes, tendrá por misión proteger al niño;
cuando los padres, mejor informados por los reformadores, sen­
sibilizados a la muerte, se tornarán más vigilantes y querrán
conservar a sus hijos cueste lo que cueste.
Eso es exactamente lo contrario de la evolución que se efec­
túa ante nuestros ojos hacia la libertad del aborto. Se ha pasado
de un infanticidio secretamente admitido a un respeto cada vez
más exigente de la vida del .niño.

Si la vida física del niño contaba todavía tan poco, en una


sociedad unánimemente cristiana, se podría esperar una mayor
atención por su vida .futura-después-jje la muerte. Y así llegamos
a 3a apasionante historia del bautismoTMe la edad apropiada
para el bautismo, oM^mcxio—de ^administración de este sacra­
mento, la cual lamento no haber tratado en mi libro y que
espero interese a. algún joven investigador. Esta historia del bau­
tismo permitiría comprender la actitud ante la vida y la infancia
en épocas remotas, pobres en documentos, no tanto para con-
firmar o modificar la fecha del origen de un ciclo, como para
demostrar I¿ transformación, en el transcurso jáe un polimorfis­
mo continuo, de las mentalidades arcaicas de forma sofrenada,
mediante una serie de pequeños cambios. La historia del bautis­
mo me parece un buen ejemplo de este •tipo de evolución en
espiral.
. Propondré a los investigadores que reflexionen sobre la si­
guiente hipótesis;
En una sociedad unánimemente cristiana, como lo eran las
sociedades medievales, todo hombre, toda mujer, tenían que estar
bautizados, y lo estaban en ‘efecto, pero ¿cuándo y cómo habían
sido bautizados? Se saca la impresión (sujeta a confirmación)
de que hacia mediados de la Edad Media, los adultos no siempre
manifestaban mucha prisa en bautizar rápidamente a sus hijos
y se olvidaban de hacerlo en circunstancias graves. En una
sociedad unánimemente cristiana, la gente se comportaba casi
como los indiferentes -de nuestras sociedades laicas. Me figuro
que las cosas debían de ocurrir así: los bautizos se celebraban
en fechas fijas, dos veces al año, la víspera de Pascua y la de
Pentecostés. No existían todavía ni registro de catolicidad ni cer­
tificados; nada obligaba a los individuos sino su propia concien­
cia, la presión de la opinión y el temor a una autoridad remota,
negligente y desarmada. Se bautizaba a los niños cuando se
quería y los retrasos de varios años eran frecuentes. Los bap­
tisterios de los siglos xi y xu son, por otra parte, grandes tinas
parecidas a las bañeras en las cuales aún se sumergía a los niños
que ya no debían de ser tan pequeños. Son tinas profundas
donde los pintores vidrieros zambullen a Clodoveo para su bau­
tismo o a San Juan para su suplicio: pequeñas bañeras rectan­
gulares en forma de sarcófago.
Si el niño moría en el intervalo de los bautizos colectivos,
la gente no se conmovía mucho.
Lo cierto es que los ^J^ásíicgis_jnñdÍ£vaIss_ssinquietaron
por esta mentalidad_y__niultipUcaron Í£s lugares delcüHct-CÓn, el
fin de permitir a los sacerdotes acudir rápidamente a J a .cabe-
xK ^ |.jíe ^ a parturienta. Sé ej'érció'sobre" las familias una presión,
de los Mendicantes eñ particular, cada vez más fuerte para obli­
garlas a admitir el sacramento del bautismo lo antes posible
después del nacimiento. Se renunció así a los bautismos colec­
tivos que imponían un plazo demasiado largo, y la regla, seguida
por la costumbre, fue la de bautizar al niño recién nacido. La
inmersión fue reemplazada por el rito actual de la aspersión.
(Hubo probablemente un rito intermedio que combinaba la in­
mersión y la aspersión.) Por último, eran las comadronas quienes
debían bautizar a los niños que nacían con dificultades, usque
in útero.
Más adelante, a partir del siglo xvi, los registros de cato­
licidad permitieron a los visitadores diocesanos, por ejemplo, el
control de la administración del bautismo (control que no existía
antes). Pero la partida debía de haberse ganado ya en las sen­
sibilidades, proEJafclemente desde el siglo xiv. Siglo que me
parece ser el período crucial de esta historia del bautismo. Fue
entonces cuando los niños se volvieron más numerosos en el
nuevo folklore.de los Miracles Notre Dame, el cual me ha servi­
do para mi capítulo «El descubrimiento de la infancia».
En esta esfera de lo sobrenatural, es preciso conceder, una
mención especial a un tipo de milagros que, supongo, debe
aparecer en ese momento, si no después: la resurrección de los
niños muertos sin el bautismo^ pero solamente el tiempo indis­
pensable para^üd^FT^^ el sacramento. J. Toussaert10 relata
un milagro de est^ti^6^de^'ó~perihghe, el 11 de marzo de 1479.
Más bien se trataba de un milagro original, inesperado, extraordi­
nario, ya que no se conocían todavía muchos casos como éste.
Sin embargo, durante los siglos xvi y xvn, estos milagros se
vuelven banales; existen santuarios especializados en esta clase
de prodigios que ya no asombran a nadie. Se les conocía con el
bonito nombre de santuarios «de tregua»-. M. Bemos ha anali­
zado sutilmente este fenómeno a propósito de un milagro en
la iglesia de la Anunciada, en Aix-en-Provence, el primer domin­
go de Cuaresma de 1558. El milagro-no era el de la tregua,
fenómeno común en esta iglesia donde se tenía la costumbre
de depositar los cadáveres de los niños en el altar y esperar a
que apareciesen los signos frecuentes de una reanimación para
bautizarlos. Lo que sorprendía y conmovía era el que uno de
los cirios sé encendiera de forma_sobrenatural durante la tregua:
era esto lo verdaderamente extraordinario, y no la tregua11.
Eri~r479, la costumbre no había debilitado aún el asombro:
probablemente no se estaba muy alejado del origen de la de­
voción,
10 T- T o u s s a e r t, Le Sentiment religieux en Flandre á la fin du Mayen
Age, París, 1963.
11 M. Berno.s, «Réflexion s u r u n m iracle», A nudes du M idi , 82, 1970,
Al parecer, bajo la presión de las tendencias reformadoras
de la Iglesia, se comienza a descubrir el alma de los niños antes
que su cuerpo. Pero cuando la voluntad de los íitteratl fue acep­
tada, se convirtió en folklore, y el niño comenzó su carrera
popular como protagonista de un nuevo folklore religioso.

Otro hecho retendrá nuestra atención en este siglo xiv, cuya


importancia no he resaltado suficientemente en mi li'bro. Se
trata de las tumbas. Dije ya algo sobre este tema en el capítulo
«El descubrimiento de la infancia». Las investigaciones re­
cientes sobre la actitud ante la muerte me permiten ser hoy
más preciso.
• Entre las innumerables inscripciones funerarias de los cuatro
primeros siglos de nuestra era que atraen en todas partes al
visitante romano, muchas se refieren á niños, a niños de meses.
Los afligidos padres han erigido ese monumento en memoria
de su muy amado hijo, muerto a tantos meses o a tantos años
(tal año, tal mes, tal día). En Roma, en Galia o en Renania,
se encuentran numerosas esculturas que reúnen en un mismo
monumento las imágenes de la pareja y de los hijos. Después,
a partir de los siglos [ v y vi ^aproximadamente, desaparecen la
familia y el niño de fes representaciones y de las inscripciones
'funerarias^ Cuando reapareció el uso del retrato, en los si­
glos x i y x i i , las tumbas eran ya individuales, marido y mujer
separados, y claro está, no había tumbas esculpidas para los
niños. En Fontevrault, las tumbas de los reyes Plantagenet están
claramente separadas.
La costumbre de reunir a ambos esposos, algunas veces a los
tres (el marido y sus dos mujeres sucesivas), se vuelve más fre­
cuente en el siglo xiv, cuando aparecen también, aunque son
aún escasas, las tumbas con rostros de niños. El paralelo no es
fortuito. En el capítulo «El descubrimiento de la infancia», ya
cité los retratos de 1378, de los principitos de Amiens, más éstos
eran hijos de la realeza.
En la iglesia de Taverny se pueden ver dos losas murales con
rostros e inscripciones. Se trata de las tumbas de los hijos de la
familia Montmorency. La que se conserva mejor es la de Charles
de Montmorency, quien murió en 1369. Se representa al niño
fajado, envuelto en pañales, lo cual no era frecuente en esa
época. La inscripción, bastante pretenciosa, dice lo siguiente:
Hic manet inclusus adolescens et puerulus/de Montmorency
Karolus tomba jacet istafanno mille C. ter paradisii sensii iter/
ac sexagésimo novem simul addas in illojgaudeat in christo
tempore perpetuo. Carlos tenía un hermanastro, Juan, muerto
en 1352. Subsiste su tumba, pero los relieves de alabastro,
demasiado frágiles, han desaparecido ya, de tal forma que no se
puede saber cómo estaba representado el niño — quizás envuelto
igualmente en sus pañales— . Su epitafio en francés es más
sencillo: «Aquí yace Jehan de Montmorenci, hijo del noble y po­
deroso Charles, señor de Montmorenci, que falleció en el año
de gracia de 1352, el 29 de julio».
En ambos casos hay un retrato, y el epitafio indica el nombre
y título del padre, la fecha de la muerte, pero no menciona el
nombre de la madre, ni la edad de la criatura, aunque sabemos
que en el siglo Xiv en general se especificaba ya la edad del
difunto.
En el siglo xv menudean las tumbas de hijos y padres re­
unidos, o las de los hijos solos, y en el siglo xvi son ya banales,
como lo he demostrado siguiendo el repertorio de Gaignéres.
Pero estas tumbas labradas estaban reservadas a las familias' de
cierta importancia social (aunque las losas lisas fueran ya objeto
de una fabricación de artesanía en serie). Más frecuentes eran
los «cuadros» murales pequeños, reducidos a una inscripción,
algunas veces con una pequeña ilustración piadosa. Ahora bien,
algunos de estos epitafios sencillos se refieren a niños y su estilo
está directamente irispirado_.de la epigrafía latina antigua. Se
repite el tema del dolor de los padres por el hijo perdido a
corta edad.
Veamos qué dice una tumba de 1471, de Santa María in
Campitelli de Roman: Petro Albertonio adolescentulo/cujus
annos ingenium excedebat [niño notable por su precocidad,
un pequeño prodigio] Gregorius et Alteria parentes/único et dul-
cissimo [muy llorado por ser hijo único: en 1471] posuerejqui
vixit annos iv M. III/O b itt MCCCCLXXI.

Volvamos al tema del niño envuelto en sus mantillas.


Sólo a partir del siglo xvii se ha reproducido con agrado
al niño concreto en la desnudez del putto Antes se le repre­
sentaba en mantillas o con faldón. Sabido es, por otra parte, que
desde la Edad Media se representaba el alma bajo los rasgos de
un niño desnudo.
Ahora bien, existen algunos casos raros y curiosos en los
que el alma también está envuelta en pañales. En una Asunción
de la Virgen de principios del siglo xv, que se halla en Santa
María in Trastevere, enJRoma, el alma de la Virgen es un niño
en pañales que Cristo/carga én sus brazos.
En una tumba de 1590, q[ue se encuentra en el Museo de
Luxemburgo, se puedeSüer—a' un niño en pañales a quien dos
ángeles están subiendo al cielo. No se trata, sin embargo, del
retrato de una criatura muerta; no. La reseña nos indica que
el difunto es un hombre de diecinueve años, por lo que el niño
en pañales no puede ser más que su alma.
Esta representación no es frecuente, pero conocimos por lo
menos un caso más antiguo, y es posible que exista una tradi­
ción iconográfica. El Museo de Viena (Austria) conserva un
marfil bizantino de finales del siglo x en el cual el alma de la
Virgen está igualmente figurada bajo la forma de un niño en
mantillas. Esta representación del alma bienaventurada bajo la
imagen de un niño, la mayoría de las veces idealizado y desnudo,
algunas veces realista y en pañales, debe ser puesta en paralelo
con_lp. que. .se dijo anteriormente acerca del infanticidio y del
bautismo^
En efecto, entre los espiritualistas medievales que iniciaron
esta imaginería, el alma del elegido gozaba de la misma inocen­
cia envidiable que la del niño bautizado, en u n a . época en la
que, sin embargo, en la práctica común, el niño era una cosa
divertida, pero por la que se tenía poco afecto.
Lo extraño es constatar que el alma dejará de ser figurada
por un niño en el siglo xvn, cuando éste será representado en
adelante por sí mismo, época en la que se volverán más frecuen­
tes los retratos de niños vivos y muertos.
En el Museo Arqueológico de Senlis se conserva un curioso
monumento funerario que muestra la inversión de la situación
a finales del siglo xvii, ya que está consagrado a la memoria
de la esposa de Fierre Puget, fallecida en Senlis en 1673, como
consecuencia de una cesárea. Esta mujer es elevada al cielo en

u N iño d esn u d o q u e rep resen ta el a m o r o u n ángel principalm ente.


medio de nubes, en posición orante, que es también la expresión
de la renunciación, y el niño que ha deseado ella salvar aparece
desnudo tendiéndole con una mano la palma del martirio, mien­
tras que con la otra enarbola una banderola que lleva la si­
guiente inscripción:; Meruisti. El niño ha^ salido aquí del anonT’
mato lEstá demasiado personificad o'" cómo "para significar un
mocío de ser del más allá; y por otra parte, el alma está dema­
siado vinculada a los rasgos propios del individuo como para
poder ser evocada bajo los caracteres impersonales de una ale­
goría. En adelante, las relaciones entre los muertos y los vivos
son tales que en el hogar, y ya no solamente en la iglesia y sobre
las tumbas, se desea recordar y conservar su memoria.
En el museo Magnien de Dijon, existe una pintura., atribuida
a Hyacinthe Rigaud, que representa un jovencito y una niñita
los cuales parece que estuvieran vivos; y a su lado, el retrato,
encuadrado en un medallón, de una mujer de cierta edad, de
luto, que parece que estuviera muerta. Ahora bien, sin duda
alguna la mujer del medallón estaba viva, pero se consideraba
como una muerta, como lo evocaba el retrato casi funerario; y,
en cambio, ella había hecho pintar el retrato de sus hijos, muer­
tos realmente, con todas las apariencias de la vida.

Ha sido a fines del siglo xvm y durante el siglo xvm cuan­


do yo he situado, a partir de fuentes francesas principalmente,
la retirada de la familia de la calle, de la plaza, de la vida colec­
tiva y su .reclusión dentro de una casa mejor defendida contra
los intrusos, mejor preparada para la intimidad. Esta nueva
organización del espacio privado fue posible gracias a la inde­
pendencia de las habitaciones que comunicaban entre ellas por
un pasillo (en lugar de dar las unas en las otras, en hilera) y
mediante su especialización funcional (salón, comedor, dormi­
torio...). Un interesante artículo de R. A. Goldthwaite. demuestra
que en Florencia se observa desde el siglo xv una tendencia a
crear un espacio privado para la vida familiar, bastante análoga,
a pesar de algunas diferencias 14. El autor apoya su argumenta­
ción en un análisis de los palacios florentinos, de su apariencia

14 Richard A. G o l d t h w a i t e , «The Florentine palace as domestic


architecture», Am er. Hist. R e v 77, oct. 1972, pp. 977-1012.
exterior y de lo que se conoce sobre su organización interior.
Se trata, pues, de familias patricias.
El palacio de los siglos xm y xiv se caracterizaba principal­
mente por la torre, para la defensa, y por la galería cubierta
(loggia) que daba a la calle, en donde los padres, amigos y
clientes se reunían para asistir y participar en la vida pública
del barrio y de la ciudad. No había, pues, solución de continui­
dad entre la vida pública y la vida familiar, una prolongaba la
otra, salvo en caso de crisis, cuando el grupo amenazado se
refugiaba en la torre.
■_A excepción jde Ja_torre, y de Ja Joggia,_ el_j¡¡alacio..apenas., se
distinguí ¿"del..vecindario..urbano. La planta baja que daba a la
calle se componía de soportales, los cuales se continuaban de
una casa a otra: la entrada de las tiendas era contigua a la
entrada del palacio y a sus escaleras. El interior carecía igual­
mente de unidad, y su espacio no coincidía con el de la familia:
los cuartos atribuidos a la familia principal se prolongaban hasta
la casa de al lado, mientras que los inquilinos ocupaban las
partes centrales.
En el siglo...xv,..el palacio, cambió de ..plano, .de aspecto._y_
de sentido. En primerjugar, se con vir tió_en. un a unidad arqui^.
tectónica, .en~ürT_edificio separado*'efe su .entorno. Desaparecie­
ron las tiendas y se fueron los inquilinos. El espacio así liberado
se reservó para la familia, para una familia poco extendida.
Se cerraron, o suprimieron, las loggia o galerías cubiertas.
El palacio atestiguaba mejor que antes el poderío de una familia,
pero dejó de abrirse al exterior. La vida cotidiana se concentró
dentro de un cuadrilátero tosco, alrededor del cortile, protegido
de los ruidos e indiscreciones de la calle.
«El palacio — escribe R, Goldthwaite— pertenecía a un
nuevo mundo de “privacy”, para el uso de un grupo relativa­
mente reducido». En efecto, el número de habitaciones no era
excesivo: en el palacio Strozzi, sólo estaba habitado un piso y
no había más de una docena de habitaciones. Verdad es que
todas las habitaciones estaban dispuestas en hilera, sin pasillo
o espacio central de comunicación, lo que impedía el aislamiento
y el respeto de una verdadera intimidad, que se logrará con la
arquitectura del siglo xviii.

13 D. H e r l i h y , «Vieillir á Florence au Quattrocento», Anuales ESC,


24, nov.-dic. 1969, p. 1340.
Por otra parte, sabemos que lá familia florentina del Quattro-
cento (siglo xv)} no era numerosa15. El palacio florentino no
contenía el mundillo de servidores y criados tan habitual en las
grandes familias de Francia e Inglaterra de los siglos xv y xvi,
e igualmente en las de la Italia barroca del siglo xvn. En dicho
palacio nunca había más de dos o tres sirvientes, a los cuales
no siempre se conservaba durante mucho tiempo.
El modelo florentino es, pues, diferente del que yo presenté.
Podríamos compararlo con el de nuestro siglo xvili, por el tama­
ño de la familia, la exclusión del servicio doméstico, si la priva*
tización no se acompañara de una búsqueda de espacio todavía
poco compatible con la intimidad.
La originalidad florentina reside en la combinación de inti­
midad y de vastedad, aspecto bien analizado por R. Goldthwaite.
Esos palacios «estaban evidentemente concebidos para atribuir
a una familia de pequeñas dimensiones un espacio privado, un
espacio propio, pero extraordinariamente vasto, que supera de
lejos el de las habitaciones en las que realmente se vivía. En
realidad, la mejor manera de mostrar la novedad de ese palacio,
consiste en definirla como una expansión del espacio privado a
partir del núcleo constituido por un apartamento de medianas
dimensiones».
No se, sabe a ciencia cierta cómo se usaban las habitaciones,
suponiendo que tuvieran un destino concreto. Quizás el studiolo,
precursor de nuestro gabinete, fue en esa sociedad humanista
ía primera forma de especialización del espacio privado. No
obstante, esas habitaciones desprovistas de funciones precisas,
pero dedicadas a la vida privada, comenzaron a ser decoradas
con objetos pequeños, parecidos a nuestros objetos artísticos
(bibelots). Se tiene realmente la misma impresión de apego por
el bienestar privado ante las Natividades de la Virgen, ya sean
flamencas, francesas, alemanas o italianas, ante todas las repre­
sentaciones de interior del siglo xv, cuando el pintor se com­
placía en plasmar los objetos preciosos o familiares.
Es normal_que en un espacio que se ha vuelto tan ^privado,
se ‘tíésarralíeIun_IsSfímíentp nuevo entre los miembros de la
famiHa;:y,.especialme.n^lenT¿e ía madrejr_e]_hijo: el sentimiento
familiar,..«esa cu ltu ra— afirma R. Goídthwaíte™ "estáTcéntrada
en las mujeres y los niños, con-un interés renovaSo por Ia~edü-
''í^1orr-denestos~úÍtimos y una notable elevación.del estatuto de
l a mujer... No “se~puéde explicar de otra manera la fascinación,
casi obsesión, por los niños y por la relación madre-hijo, que
es quizás el único tema verdaderamente esencial del Renacimien­
to, con sus putti, sus niños y sus adolescentes^ sus niadonas'
secularizadas, sus retratos de mujeres».
Sí el palacio del Renacimiento, a pesar de sus vastas dimen­
siones, estaba reservado a la familia nuclear, replegada detrás
d e sus muros macizos, el palacio barroco, como lo' indica R. Gold-
thwaite, facilita el desplazamiento del personal doméstico y de
la clientela, y se asemeja al modelo clásico de la mansión (casti­
llo, casa solariega, hotel particular o cortijo) de los siglos xvi
y x v i i , antes d e la distribución en apartamentos independientes
propia del siglo xvm.
El episodio florentino del siglo xv es importante y sugestivo.
Ya había notado y comentado en mi libro la frecuencia, „desde,
"el siglo XV y 'durante el siglo x v i, de signos de réconocLmi entolde,
la. inf anci¿7~tarito éñ la imagineríaj^omo en la. educación.,(con- el
colegio), pero R. Goldthwaite ha localizado en, el.palacio floren­
tino una relación muy precisa éntre el comienzo del sentimiento.
de la familia y una organización particular del espacio. Lo
cuál nos lleva ¿‘‘ampliar sus conclusiones y "¿ suponer una rela­
ción análoga entre la búsqueda de intimidad familiar y personal,
y todas las representaciones de interiores, desde la miniatura del
siglo xiv, hasta las pinturas de la escuela holandesa.

El expediente está lejos de cerrarse. La historia de la familia


está en sus comienzos y ahora es cuando comienza a incitar la
investigación. Después de un largo silencio, esta historia avanza
en diversas direcciones. Sus vías han sido preparadas por la
historia demográfica. {Ojalá no sufra la misma inflación! El
período más estudiado actualmente abarca del siglo xvi al xvm.
La escuela de Cambridge, con P. Laslett y E. A. Wrigley, desea
saber a qué atenerse con respecto a la composición de la familia,
extendida o conyugalló, lo que ha originado algunas reacciones

16 Coloquio de 1969 celebrado en Cambridge: «Household and Family


in Past time». Com pletaré la bibliografía con las siguientes obras:
I. P i n c h b e c k y M. H e w i t t » Children in English Society, t. I, Londres/
Toronto, 1969; K. A. L o k r i d g e , A new England tow n, Nueva York, 1970;
I- D e m o s , A little Commonwealth, Nueva York, 1970; D . H u n t , Parents
en F ra n c ia ; de aprobación en lo que respecta a la Francia del
Norte, y de reservas en cuanto a la Francia del Mediodía. Los
historiadores franceses más jóvenes parecen interesarse más bien
por la formación (J. M. Gouesse) o la disolución (A. Lottin)
de la pareja. Otros, como el historiador americano E. Shorter,
se interesan además por los signos que anuncian, a fines del
siglo xviHj mayor libertad de costumbres. La bibliografía co­
mienza a alargarse: se halla, junto con una recapitulación de
estos problemas, en tres números de la revista Armales ESC 17.
Esperemos solamente que debido a su éxito la historia de la
familia no se entierre bajo la abundancia de publicaciones, como
ha ocurrido con su joven antecesora, la historia demográfica.
La multiplicación de investigaciones sobre los siglos xvii
y xvm , facilitada por la existencia de una documentación más
abundante de lo que se había creído, confirmará o invalidará
ciertas hipótesis. Sin embargo, corremos el peligro, en un futuro
que ya se anuncia, de repetir hasta la saciedad los mismos
temas, con pequeños progresos que no justificarían la amplitud
de inversiones intelectuales e informáticas.
En cambio, las informaciones más decisivas deberían pro­
venir de la Edad Medía y de la Antigüedad. Esperamos con impa­
ciencia los primeros resultados de las investigaciones de M. Man-
son sobre los juguetes, las muñecas y, en definitiva, sobre la
infancia durante la Antigüedad. Sería preciso igualmente Inte­
rrogar, mejor que yo lo he tratado de hacer, las fuentes medie­
vales, los inagotables siglos xiv y xv, tan importantes para el
futuro de nuestra civilización, y retrocediendo, el período esen­
cial de los siglos xi y xir, así como los siglos anteriores.
La historia de las mentalidades es siempre, quiérase o no,
una historia comparativa y regresiva. Debemos partir de lo que
sabemos sobre el comportamiento del hombre de hoy, como de
un modelo al cual comparamos los documentos del pasado siem­
pre que tengamos en cuenta el nuevo modelo, construido con
los datos del pasado, como segundo origen, y volver al presente
para modificar la imagen ingenua que teníamos al principio.
En el estado actual de las investigaciones, las relaciones entre
los siglos xvii-xvin y los siglos xix-xx no se han agotado, pero
and Children in History, N ueva Y ork, 1970; y los artículos de los Armales
que citamos en la nota siguiente.
17 Armales ESC, 24, n ° 6, 1969 (pp. 1275-1430); 27, n.os 4-5, 1972,
pp. 799-1233; 27, n.° 6, 1972, p p . 1351-1388.
los pocos progresos reales que se hagan, se obtendrán a costa
de un estancamiento fatigante. En cambio, el desciframiento de
los siglos — ¡los milenios!— que precedieron al siglo xvi podría
aportam os una nueva dimensión. De ahí es de donde hay que
esperar los progresos definitivos IS.
M aisons-Laffitte, 1973.

18 En este P ró lo g o , m e he lim itad o a los tem as de la infancia y de la


fam ilia, d e ja n d o de lado los p ro b lem as de la e d u c a c ió n y de la escuela,
q u e h an sido o b je to de num erosos tra b a jo s. P o r ejem plo: P. R i c h é ,
éducation et Culture dans VOccident barbare, P a rís , 1962; G. S y n d e r s ,
La Pédagogie en France aux XV IIe et XVIII e siecles, P arís, 1963; H . D e -
r r é a l , Un missionnaire de la Contre Reforme. Saint Pierre Fourier, Pa­
rís, 1965; P h . A r i é s , «Problém es de l'é d u c a tio n » , en La France et les
Frangais, E ne. de L a Pléiade, 1972, p p . 869-961. E l C oloquio de M arsella,
o rg an izad o por R . D u c h é n e y p u b lic a d o b a jo el títu lo «Le x v u e siécle
et T éd u catio n » , en la revista Marseille, n.° 88, da u n a yisión de conjunto
so b re este p ro b le m a , y contiene u n a a b u n d a n te b ib lio g ra fía .
PRIMERA PARTE
EL SENTIMIENTO DE LA INFANCIA
CAPITULO I
LAS E D A D E S D E LA VIDA

Un hombre de los- siglos x v i o XVII se asombraría de las


exigencias que requiere d e ^ ü s a trd s érestado civil" y a la s ”cüales
nos sometemos de modo natural. Desde que nuestros hijos co-
miéñzan~a~ háblar7Tes enseñamos su nombre, el de sus padres,
e igualmente su edad. Nos enorgullece el que Pabíito responda
debidamente, cuandoJejpreguntan su edad, que tiene dos años
y”me3io7 En efecto, sentimos la importancia que tiene el que
PaBIitb no se equivoque: ¿qué sería de él si ya no supiera su
edad? En la selva africana' la edad es todavía una noción bas­
tante confusa, algo que no es tan importante como para que no
se pueda olvidar. Mas, en nuestras civilizaciones técnicas, ¿cómo
olvidar la fecha de nacimiento, cuando en cada viaje debemos
anotarla en la ficha de policía del hotel; cuando en cada can­
didatura, en cada trámite, en cada formulario que hay que
rellenar (todos sabemos que son numerosos y que habrá cada
vez más) es preciso recordarla. Pablito dirá su edad en la escue­
la, luego será Pablo N. de la quinta X, y cuando empiece a tra­
bajar, recibirá con su cartilla de Seguridad Social un número
de inscripción que duplicará su propio apellido. Al mismo tiem­
po,'y antes que Pablo N., será un número que comenzará por
el de su sexo, su año de nacimiento y el mes del año. Llegará
un día en que todos los ciudadanos tendrán su número de ma­
trícula; ése es el objeto de los servicios de identidad. Nuestra
personalidad "cxvTTsér expresa ahora con más precisión por nues­
tra fecha de nacimiento que por nuestro patronímico, que
podría muy bien, si no desaparecer, al menos reservarse para la
vida privada, mientras que el número de identidad lo reempla­
zaría para el uso civil, cuya fecha de nacimiento sería uno de
sus. elementos constitutivos. En la Edad Medía, el nombre propio
fue considerado__como—uná ..designacióndemasiado -.imprecisa,
y ~fue necesario completarlo.„con_un apéllicio. a menúdoTun-.nom-
~bre~de' lu g a r Y “resulta que ahora es_ conveniente, agregar una
"nueva precisión de carácter .n umérico, la edad. Pero el nombre
e incluso -'eT apellido pertenecen a. un ..mundo imaginario —el
nombre— o tradicional — el apellido— La edad, cantidad men­
surable legalmenté con .una aproximación, de. horas,..compete, a
otro mundo: el de la exactitud y el de las cifras.. Actualmente,
..nuestras prácticas _<ie_registro. civil p rqceden a la ..vez ,_de__uno
v otro mundo.
Con todo, nosotros redactamos documentos que nos com­
prometen seriamente y cuyo texto no exige la anotación de la'
fecha de nacimiento. Se trata de efectos mercantiles, letras de
cambio, cheques, o bien de testamentos, es decir, documentos
muy diferentes unos de otros. Pero todos fueron inventados en
un pasado ya lejano, antes de que el rigor de la identidad mo­
derna se introdujera en las costumbres. La inscripción de la
fecha de nacimiento en los registros parroquiales fue impuesta
a los sacerdotes por Francisco I, y para que esta medida, que
había sido -ya prescrita por la autoridad conciliar, fuera respe­
tada, fue preciso que la aceptaran las costumbres, reacias du­
rante mucho tiempo al rigor de una contabilidad abstracta.
Jodos admiten que fue sólo a partir del siglo xvm cuando los
curas se preocuparon por mantener sus registros con la exacti-
f&ci7 o conciencia cte" exactitud, que un Estado moderno exige
a sus 'funcionarios del registro civil. La importancia personal
de la noción de edad .ha debido afirmarse en la vida a medida
que los reformadores religiosos y civiles lo imponían en sus do­
cumentos, comenzando por los estratos más instruidos de la so­
ciedad, es decir, en el siglo xvi, los que frecuentaban los cole­
gios de enseñanza. En los legajos de los siglos xvi y xvn que yo
he consultado para reconstituir. algunos ’ ejemplos de escolari­
dad 2 suele estar anotado, al comienzo del relato, el lugar y la
fecha de nacimiento del narrador. Incluso a veces la edad es
objeto de atención particular. Se anota la edad en los retratos
como un signo suplementario de individuación, exactitud y auten­
ticidad. Podemos leer, en numerosos retratos'Hét'siglo”' xvi, ins­
cripciones de este tipo: Aetatis suae 29; de 29 años, con la
fecha de la pintura ANDNI 1551° (el de Jean Femaguut, pin­
tado por Pourbus, Brujas) 2, En los retratos de personajes ilus­
tres, como los de la corte en general, no aparece esta referencia,
la cual subsiste, sea en el lienzo o también en el marco an­
tiguo, en los retratos de familia, vinculados a un simbolismo
familiar. Entre los más antiguos quizá hay que señalar el mag­
nífico retrato de Margarita Van Eyck, que lleva la inscripción
siguiente: arriba, co(n)iux m(eu)s Joh(ann)es me c{om)plevit
art(n)o 1 4 3 9 1 7 Junii (¡qué preocupación por la precisiónI:
«mi esposo me pintó el 17 de junio .de 1439»); y abajo: Aetas
mea triginta trium an(n)orum, 33 años. Con mucha frecuencia,
esos retratos del siglo xvi se encuentran en pareja: uno de la
esposa, el otro del esposo. Ambos llevan la misma fecha inscrita
y la edad de cada uno de los cónyuges: así, por ejemplo, los dos
lienzos de Pourbus, Juan Femaguut, y su esposa, Adriana de
Buc3, llevan la misma inscripción: Armo domini 1551, además,
para el hombre: Aetatis suae 29, y para la mujer: Aetatis
suae 19. También, a veces, los retratos del marido y de la mujer
están reunidos en un mismo lienzo, como los de Van Gindertae-
len atribuidos a Pourbus, pintados con sus dos hijos pequeños.
El esposo'tiene una mano en la cadera y apoya la otra en el
hombro de su mujer. Los dos niños juegan a sus pies. La
fecha, 1559. Al lado del marido están sus armas y la fecha:
aetas an. 27; mientras que al lado de la mujer aparecen las
armas de su familia y la fecha: Aitatis, mee. 20 a. Estos datos
de filiación toman, a veces, el aspecto de úna verdadera fórmu­
la epigráfica, como sucede con el cuadro de Martin de Vos',
fechado en 1572, en el que figura Antoine Anselme, regidor de
Amberes, su mujer y sus dos hijos s. Los cónyuges están senta­
dos a cada extremo de una mesita, el esposo sujeta en su re­
gazo al niño, y la esposa a la niña. En alto, sobre sus cabezas
y en medio del lienzo, se ve una hermosa placa, cuidadosamente
decorada, con la siguiente inscripción: cortcordi ae antonii an~
2 Exposición en la O rangerie, Le portrait dans i’art jlam and, París,
1952, n.° 67, n.° 18.
3 Op. cit., n.”“ 67 y 68.
4 Op. cit., n.° 71.
5 Op. cit., n.° 93. R eproducido en este libro.
selmi et johannae Hooftmans jeliciq: propagini, Martirio de
Vos pictore, DD natus est Ule ann MD X X X V I die I X febr uxor
ann M D LV D X V I decembr liberi a Aegidius ann MDL X XV
X X I Augusti Johanna ann M D L X V I X X V I septembr. Esta ins­
cripción nos sugiere el motivo que inspirá esta epigrafía: pa­
rece tener alguna relación con el sentimiento de la familia y su
desarrollo~'eii“esá época.
"Esosrefratos de familia fechados son documentos de histo­
ria familiar, como lo serán tres o cuatro siglos más tarde los
álbumes de fotos. Responden a la misma mentalidad los libros
de razón, en los que se anotaban, además de las cuentas, los
acontecimientos domésticos, los nacimientos y las muertes. Se
produce así una convergencia del interés por la precisión crono­
lógica y del sentimiento familiar. No se trata tanto de las refe­
rencias del. individuo como de las de los miembros de su fa­
milia. Se siente la necesidad de dar a la vida familiar, gracias
a la cronología, una historia propia. Este curioso interés en
consignar la fecha no aparece solamente en los retratos, sino
igualmente en los objetos y en el mobiliario. En el siglo xvn se
generaliza la costumbre de grabar o pintar una fecha en las
camas, cofres, baúles, armarios, cucharas, copas de ceremonia,
etcétera. La fecha es la de una ocasión importante de la histo­
ria familiar, generalmente la boda. En ciertas regiones de Alsa-
cia, Suiza, Austria, Europa Central, los muebles y particular­
mente los muebles pintados están fechados, e indican también
el nombre y apellido de sus propietarios, y esto desde el siglo xvn.
hasta el siglo xix. En el museo de Thoune pude observar, en­
tre otras, la siguiente inscripción en un baúl: Hans Bischof
— 1709— Elizabeth Misler. A veces, la gente se contentaba con
inscribir sólo las iniciales de ambos cónyuges a cada lado de la
fecha, que es la de la boda. Esta costumbre se difundirá am­
pliamente en Francia y no desaparecerá hasta finales del si­
glo xix. Por ejemplo, la inscripción grabada en un mueble des­
cubierta por un investigador del Museo de Artes Populares 6 en
la Haute-Loire: 1873 LT JV. La consignación de las edades
o de una fecha en un retrato o en un objeto corresponde al
mismo sentimiento que tiende a dar mayor consistencia histórica
a la familia.

6 Musée des Arts et Traditions Populaires, París, Exposición de 1953,


n,° 778.
Este interés por la inscripción cronológica, aunque subsistió
hasta mediados del siglo xix, por lo menos en los estratos
medios, desapareció rápidamente en la ciudad y en la corte, en
donde enseguida se consideró como una costumbre ingenua y
provinciana. Desde mediados del siglo xvm , las inscripciones
tienden a desaparecer de los cuadros (existen aún, pero entre
los pintores de provincia, o adeptos del provincianismo). El her­
moso mobiliario de época está firmado y, si está fechado, lo
está discretamente.
A pesar de la importancia que durante el siglo xvi había
tomado la edad en la epigrafía familiar, subsistían en las cos­
tumbres curiosas supervivencias de la época en que era raro
y difícil para la gente el recordar su edad. En páginas' anterio­
res decía yo que nuestro Pabíito conocía su edad desde que
empezaba a hablar. Sancho Panza no sabía con exactitud la
edad de su hija, a pesar de lo que la quería: «Quince años, dos
más o menos, pero es tan grande como una lanza, y tan fresca
como una mañana de abril...» 7. Se trata de un hombre de pue­
blo. En el siglo xvi, e incluso en esos estratos escolarizados en
donde los hábitos de precisión moderna se observan más tem­
prano, los niños conocen indudablemente su edad; pero una
extraña norma de urbanidad los obliga a no confesarla explíci­
tamente y a responder con ciertas reservas. Cuando el huma­
nista y pedagogo suizo Thomas Platter relata su vida * indica
con mucha precisión cuándo y- dónde ha nacido, pero se cree
en la obligación de envolver el hecho en una prudente pará­
frasis: «Y en primer lugar, no hay nada que. yo pueda garan­
tizar menos que la fecha exacta de mi nacimiento. Cuando tuve
la idea de averiguarla, se me respondió que yo había venido al
mundo en 1499, el domingo de la Quincuagésima, exactamente
cuando tocaban a misa». Extraña combinación de incertidumbre
y de rigor. En realidad, no hay que tomar esta reserva al pie
de la letra, ya que se trata de una discreción habitual, vestigio
de una época en la que era imposible conocer una fecha exacta;
lo sorprendente es que esta reserva se haya vuelto una regla de
cortesía, pues así es como había que dar su edad a .un interlo­
cutor. En los diálogos de Cordier9, dos alumnos están hablando
1 Don Quijote de ¡a Mancha, M adrid, Taurus, 1960, II parte, cap. X III,
p. 475.
8 Vie de Thomas Platter [el V iejo], ed. E. Fick, Lausana, 1895.
9 M athurin C ordier , Les CoUoques, París, 1586.
durante el recreo y se expresan así: «¿Cuántos años tienes?
—Trece, según he oído decir a mi madre,» Incluso cuando se
generalíce el uso de la cronología personal, ésta no logrará im­
ponerse como un conocimiento positivo, y no disipará inmediata­
mente la antigua oscuridad de la edad, que subsistirá durante
algún tiempo en las costumbres del mundo civilizado.

Las «Edades de la vida» ocupan un espacio considerable


en los tratados seudocientíficos de la Edad Media. Sus autores
emplean una terminología que nos parece puramente verbal:
infancia y puerilidad, juventud y adolescencia, vejez y decrepi­
tud, cada uno de estos términos significa un período diferente
de la vida. Después hemos tomado algunos de ellos para de­
signar nociones abstractas como la puerilidad o la decrepitud,
pero estos significados n o . estaban englobados en las primeras
acepciones. En efecto, al principio se trataba de una terminolo­
gía culta que se volverá más tarde familiar. Para la mentalidad
de nuestros antepasados, las «edades», «edades de la vida»
o «edades del hombre» correspondían a nociones positivas, tan
conocidas, tan repetidas, tan usuales que pasaron del terreno
de la ciencia al de la experiencia común. Hoy en día- ya no
tenemos idea de la importancia de la noción de edad en las
antiguas representaciones del mundo. La edad del hombre era
una, categoría científica del mismo. orSehTjqüe~el peso'ó” la ve­
locidad para ..nuestros contemporáneos; pertenecía a un siste­
ma, jle . descripción. y de. explicación física que remonta a los
filósofos jónicos del siglo v i.a n te s.d e Jesucristo; sistema que
los compiladores medievales tomaron de los escritos del Bajo
Imperio y que inspiró de nuevo en el siglo xvm los primeros
libros impresos de vulgarización científica. No investigaremos
aquí su formulación ni el puesto que ocupa en la historia de
la ciencia; sólo nos interesa comprender aquí hasta qué punto
esta ciencia se volvió familiar, en qué medida sus conceptos
pasaron a las mentalidades y lo que representó en la vida co­
tidiana, Entenderemos mejor el problema si hojeamos la edi­
ción de 1556 de Le Grand Propriétaire de toutes choses10. Se
10 L e Grand Propriétaire de toutes choses , trés uíile et profitable
pour teñir le corps en santé, p o r B. de G l a n v i l l e , traducido p o r Jean
C o rb ic h o n , 1556,
trata de una compilación del siglo x m que recogía todos los
temas de los escritores del Bajo Imperio. Se juzgó oportuna su
traducción al francés, así como el darle, gracias a la imprenta,
mayor difusión. Esta ciencia clásicomedieval era aún a me­
diados del siglo xvi objeto de vulgarización. Le Grand Proprié-
taire de toutes choses es una enciclopedia de todos los cono­
cimientos profanos y sagrados, un Grand-Larousse (pero cuya
concepción no es analítica), que refleja la unidad esencial de
la naturaleza y de Dios. Era una física, una metafísica, una
historia natural, una fisiología y una anatomía humanas, un
tratado de medicina e higiene, una astronomía, al mismo tiem­
po que una teología. Sus veinte libros tratan de Dios, de los
ángeles, de los elementos, del hombre y de su cuerpo, de las
enfermedades, del cielo, del tiempo, de la materia, del aire,
del agua, del fuego, de las aves, etc. El último libro está de­
dicado a los números y a las medidas. También se podían ha­
llar en ese libro algunas recetas prácticas. Se extraía del con-
junto de libro_s_una Jd e a general, docta, convertida' luego en
"idea _muy _corri_ente, ja__idea_ _de la unidad fundamental de la
naturaleza,.,de..la-insolidaridad que existe entre todos los fe­
nómenos de la naturaleza,_ rnseparables de las, manifestaciones
sobrenaturales... La jdea-de-que-no había oposición, entre -lo na­
tural y lo sobrenatural pertenecía a la vez a las creencias. po­
pulares heredadas del paganismo y a una ciencia tan física.como
teológica. Yo me inclinaría a 'c re e r-q u e ‘ esta rigurosa concep­
ción de la unidad de la naturaleza debe ser tenida por res­
ponsable del retraso en el desarrollo científico, mucho más que
la autoridad de la tradición, de los clásicos de la antigüedad
o de la Escritura. Sólo actuamos sobre un elemento de la na­
turaleza si admitimos que está suficientemente aislado. A par­
tir de un cierto grado de solidaridad entre los fenómenos ya no
es posible intervenir sin desencadenar reacciones en cadena, sin
trastocar el orden del mundo. Ninguna de las categorías del
^cosmos dispone de autonomía_ süficienteVjio se pu¿de_Jiacer
nada contra el .determinismo -uni versal ._EJlxmocimknto_jde--la
naturaleza se. .limita, por lo tanto, al estudio de las relaciones
que regulan los fenómenos por'una misma causalidad: un co­
nocimiento que puede prevenir pero no modificar’ No le que­
da ofra salida a esta causalidad que la magia" ó él milagro. Una
misma ley rigurosa regula al mismo tiempo" e l' movimiento de
ios planetas, el ciclo vegetativo de las estaciones, las relaciones
entre los elementos, el cuerpo del hombre y sus humores y el
destino del hombre. Así, la astrología permite conocer las in­
cidencias personales de este determinismo universal; todavía
a mediados del siglo xvn, la práctica de la astrología estaba
lo suficientemente difundida como para que Moliere, el libre­
pensador, la tomara .como blanco de sus ironías en Les amants
magnifiques.
La correspondencia de los números aparecía entonces como
una de las claves de esta solidaridad profunda; el simbolismo
de los números era algo familiar, se hallaba al mismo tiempo
en las especulaciones religiosas, en las descripciones de física,
de historia natural, en las prácticas mágicas.. Por ejemplo, la
correspondencia entre el número de los elementos, el de los
temperamentos del hombre, el de las estaciones: el -número 4.
Difícilmente podemos imaginarnos esta formidables imagen de
un mundo masivo, del que solamente podríamos percibir algu­
nas correspondencias. La ciencia permitía la formulación de
correspondencias y la definición de categorías que ellas enla­
zaban. Pero en el transcurso de los siglos estas corresponden­
cias se deslizaron del terreno de la ciencia al del mito popu­
lar. Estas concepciones, nacidas en la Jonia del siglo vi, fue­
ron adoptadas con el tiempo, por la mentalidad común, y todos
se representaron el mundo de esta forma.-Las categorías de
la ciencia clásicomedieval se tornaron familiares: los elemen­
tos, los temperamentos, los planetas y su sentido astrológico,
el simbolismo de los números.
Las edades de la vida eran igualmente una de las maneras
de concebir la biología humana, en relación con las correspon­
dencias secretas internaturales. Esta noción, que se volvió tan
popular, probablemente no remonte a las épocas florecientes
de la ciencia clásica: pertenece a las especulaciones dramáti­
cas del Bajo Imperio, es decir, al siglo vi n. Fulgencio la descu­
brió oculta en la Eneida. Este autor vio en el naufragio de
Eneas el símbolo del nacimiento del hombre en medio de las
tempestades de la ciencia e interpretó los cantos II y III como
la imagen de la infancia ávida de relatos fantásticos, etc. Un
fresco de Arabia del siglo v m representaba ya las edades de
la vida í2.
11 C o m p a r e t t i , Virgilio nel m edioevo, tom o I, pp. 144-155.
u K useir A m ra, ver V a n M a r l e , Iconographie de l'art profane, 1932,
tom o 11, pp. 144 ss.
Los textos de la Edad Media sobre este tema abundan. Le
grand propriétaire de íoutes chases trata de las edades, en su
VI libro, donde las edades corresponden a los planetas; hay
siete:
«La primera _edad_es_ la infancia, que fija los dientes, y_esta
edáH va desde el nacimiento del. niño hasta los siete años; en
ella, al recién nacido se.le _ lla m a _ n ij(infans),)que "esTo"mis-
jn o _que decir no hablante, porque en esta'edad no puede ha­
blar bien ni formar sus "palabras perfectamente, ya que no tie­
ne todavía _sus_dientes__bien_disp.uestos y consolidados, como
diceh__J^idgxQ_y_jConstantino.-.Después de la infancia viene’la
segunda edad...; se la llamaT^í^ríííáry es’ así denominada por­
que en esta edad-el~nmo~és'rToHaví¿~ como la pupila en el
ojo,' como dice Isidoroj~y‘"esta"edad dura hasta los catorce
años.».
«Sigue luego la tercera edad, llamada adolescencia, que ter­
mina, según Constantino en su Viático, a los veintiún años,
pero, según Isidoro, dura hasta los veintiocho años... y se ex­
tiende hasta los treinta o treinta y cinco años. A esta edad se
la Ijarjia adolescencia porque la persona es lo suficientemente
grande como para engendrar, ha dicho Isidoro. En esta edad
los miembros son blandos y aptos para crecer y recibir fuerza
y vigor gracias al calor natural. Y por ello la persona crece
en esta edad mientras adquiere el tamaño que le ha otorgado
la naturaleza.» [El crecimiento, sin embargo, se termina antes
de los treinta o treinta y cinco años, incluso antes de los vein­
tiocho. Sin duda alguna era aún menos tardío en un época en
que el trabajo precoz movilizaba antes las reservas del orga­
nismo.]
«Sigue a continuación la juventud, que está en el medio de
las edades, y, sin embargo, es cuando el individuo posee ma­
yor vigor, y dura esta edad hasta los cuarenta y cinco años,
según Isidoro, o hasta los cincuenta, según otros. A esta edad
se la llama juventud por la fuerza que hay en ella para ayu­
darse a sí mismo y a los otros, según Aristóteles. Sigue des­
pués la senectud, según Isidoro, que ocupa el medio entre la
juventud” y la vejez, e Isidoro la llama seriedad porque la per­
sona en esta edad es seria en costumbres y en modales, y en
esta edad el individuo no es viejo, pero ha pasado ya la ju­
ventud, como dice Isidoro. Sigue a esta edad la vejez, que
dura, según unos, hasta los setenta años, y según otros sólo
se termina con la muerte. A la vejez, según Isidoro, se la de­
signa de esta forma porque la gente tiene caprichos, ya que los
ancianos no tienen tan buen raciocinio como antes y chpchean^
en su vejez... La última parte de la vejez se denomina senies j
en latín, y en francés sólo tiene el nombre de vejez... El an-
ciano no hace más que toser, escupir y- está lleno de basura
[estamos todavía lejos del noble anciano de Greuze y del ro­
manticismo] hasta que se convierte en cenizas y polvo con los
que ha sido creado.»
Hoy día podemos considerar que esta jerga era hueca y ver­
bal; sin embargo, tenía un sentido para sus lectores, un sentido
semejante al de la astrología: evocaba el vínculo que unía el
destino del hombre al de los planetas. La misma corresponden­
cia sideral inspiró otra periodicidad en relación con los doce
signos del zodiaco, poniendo así en relación las edades de la
vida con uno de los temas más populares y más emocionantes
de la Edad Media, sobre todo del gótico; las escenas del ca­
lendario. Un poema del siglo xiv, reimpreso muchas veces du­
rante los siglos xv y xvi, desarrolla este calendario de las edades:
Les six prem iers sns que vit l ’hom m e au monde
N ous com parons á janvier droitem ent,
C ar en ce moys vertu ne forcé habonde
Ne plus que quant six ans ha ung e n f a n tI3.

O, según la versión del siglo xiv:


Les autres VI ans la font croistre...
Aussi fait février tous les ans
Q u 'en fin se trait sur le p rin tem p s...
E t q u an d des ans a X V III
II se change en tel deduit
Q u ’il cuide valoir mille mors
Et aussi se change li m ars
En beauté et reprend chaiour...
D u mois qui vient aprés septem bre
Q u ’on appelíe mois d ’ottem bre,
Q u 'il a LX ans et non plus

13 Grant Katendrier et compost des ber'giers, ed. de 1500, según


J. M o r a w s k i , Les douze mois jigurez. Archivurn romanicum, 1926,
pp. 351 a 363. [Los seis prim eros años qu e el hombre vive en el
m undo / pueden ser com parados rectam ente al mes de Enero, / ya
que en dicho mes no abunda la fuerza ni la virtud / como tampoco
abunda d urante los seis prim eros años de u n niño,]
Lors devient vieillard et chenu
E t a done luí doit souvenir
Que le temps le m ene m ourir *.

O también ese poema del siglo xm :


Veez yeí le noís de janvier
A deux visages le p re m ie r14,
Pour ce q u ’il regarde a deux tem ps
C’est le passé et le venant.
Ainsi l’enfant, q u a n t a vescu
Six ans ne peut guére valoir
Car il n'a guére de ssavoir.
Mais Ton doit m ettre bonne cure
Q u ’il prenne n o u rritu re
Car qui n ’a bon com m encem ent
A tard a bon deffinem ent...
En octobre-aprés v en an t
D oit hom sem er le bon from ent
D uquel doit yivre to u t li mons;
Ainsi doit faire le preudom s
Q ui est arrivé £ L X ans:
II doit sem er aux jeunes gens
Bonnes paroles p a r exemple
iEt faire aum óne, si me semble 15.

La correspondencia de las edades de la vida con los otros


cuatro: cóhsensus quatur elementoritm, quatuor humorum (los
temperamentos), quatuor anni temporum et quatuor vitae aeta-

* [Los otros seis años la h acen crecer... / Lo mismo que hace Febre­
ro todos los años / Q ue se am am anta en la prim avera... / / Y hasta los
dieciocho años / Se le p resen tan tantas diversiones / Que él pretende
fortificar gustos / Y tam bién el mes de M arzo se vuelve herm oso / Y se
calienta de nuevo... / El m es que sigue a Septiembre / Q ue se llama
mes de O ctubre / El tiene 60 años y no más /Entonces se vuelve viejo
y canoso / Y debe, pues, rec o rd a r / Que el tiempo le lleva a la m uerte.]
14 Representado en los calendarios bajo, la forma de fa n u s bifrons.
15 J. M o r a w s k i , op. cit. [V ean aquí al mes de Enero / Q u e tiene
dos caras / Pues está m irando tanto / Al pasado como al futuro. / Asi
el niño, cuando ha vivido / Seis años, apenas tiene valor / Y a que apenas
tiene el saber. / Mas se le d eb e dar un buen trato / Que tenga una buena
alim entación / Pues quien n o comienza bien / Tarda en hacerse hom ­
bre.,, / Cuando llega el mes d e O ctubre / Debe el hom bre sem b rar buen
trigo / Del cual vivirá todo e l m undo; / Así debe hacer el p ru d en te /
Que ha llegado a los sesenta años: / Debe sembrar entre los jóvenes /
Buenas palabras por ejem plo / Y dar limosna, creo yo.]
tu m 16 es aún de la misma naturaleza. Hacia 1265, Felipe de
Novara se refiere a los «IIII temz d’aage d'ome» 17, es decir,
cuatro períodos de veinte años. Estas especulaciones no cesan
de repetirse en los textos hasta el siglo xvi 18.
Conviene recordar que toda esta._te.rminología que_hoy en
día no ¿“pare ce tan huera, traducía nociones-que-en ..aquel tiem-
po eran científicas, e igualmente correspondía ja_.un .sentimiento
popular y común de la~ vldáV A un en este .terreno nos enfren­
tamos con grandes dificultades de interpretación, porque hoy
día ya no tenemos este sentimiento de la vida: la vida como
un fenómeno biológico, como una situación en la sociedad, eso
sí, pero no más. A pesar de eso,’ nosotros' decimos «son cosas
de la vida» para expresar a la vez nuestra resignación y nues­
tra convicción de que existe, fuera de lo biológico y de lo so­
ciológico, algo que carece de nombre, pero que conmueve* que
uno busca en los sucesos de los periódicos o de lo cual uno
dice «está lleno de vida».. La vida se vuelve entonces un dra- - - -

ma, que libra del aburrimiento cotidiano. Para el hombre de


"antaño era", al contrario, la continuidad inevitable, cíclica, a ve­
ces humorística o melancólica de las edades de la vida; una
continuidad inscrita en el orden general y abstracto de las. co­
sas, más que en la experiencia real, pues pocos hombres tenían
el privilegio, en esas épocas de fortísima mortalidad, de atra­
vesar todas las edades de la vida.
La popularidad de las «edades de la vida» hizo de este
tema uno de los más frecuentes de la iconografía profana. Se
las puede, ver en los capiteles historiados del siglo xn, en el
baptisterio de Parm a19. El imaginero ha querido representar
a la vez la parábola del amo de la vida, la de los obreros de
la undécima hora y el símbolo de las edades de la vida. En la
primera escena se ve al amo de la viña que pone la mano en
la cabeza de un niño, y debajo, un texto especifica la alegoría
' del niño: prima aetas saeculi: primum humane: infancia. Más
adelante: hora tertia: puericia secunda aetas, el amo de la viña
pone su mano en el hombro de un joven que sujeta a un ani­
mal y tiene una podadera en la mano. El obrero de más edad
descansa al lado de su almocafre: senectus sexta aetas.
16 R egim en sanitatis. schola salernitana, ed. por A rnau d e Vilanova.
17 C h. V. L a n g lo is , La Vie en France au M oyen Age, 1908, p. 184.
. 18 1 5 6 8 .
19 D i d r o n , «La Vie hum aine», A nnales archéologiques, XV, p. 413,
No obstante, es principalmente en el siglo xiv cuando esta
iconografía 'precisa sus rasgos esenciales, que continúan casi
iguales hasta el siglo x v m ; se les reconoce tanto en los capi­
teles del palacio del D u x 20 como en un fresco de los ermi­
taños de Padua21. En p rimer lugar, la edad de los juguetes:
los niños juegan al caballito de madera, a las muñecas o al mo­
linillo con pájaros atados. Luego, la edad de la escuela: los
muchachos aprenden a leer o llevan el-libro y el plumier; las
muchachas aprenden a hilar. Después, las edades del amor o de
los deportes cortesanos caballerescos: noviazgos, paseos de mu­
chachos y muchachas, el cortejo, las bodas o la caza en el mes
de mayo de los calendarios. Después, las edades de la guerra
y de la caballería: un hombre armado. Finalmente, las edades
sedentarias, las de los hombres de leyes, de ciencia o de estudio;
el viejo sabio barbudo, vestido a ‘la antigua usanza, .ante su
pupitre, al amor de la lumbre. Las edades de la vida corres­
ponden no solamente .a etapas biológicas, sino también a fun­
ciones sociales; había, como ya sabemos, hombres de leyes jó­
venes, pero el estudio es en la imaginería un oficio de anciano,
Estos atributos del arte del siglo xiv los volveremos a en­
contrar, casi idénticos, en los grabados de carácter más popular,
más familiar, y que duran, con muy pocos cambios, desde el
siglo xvi hasta principios del siglo xix. Se llamaban las Esca­
las de las -edades, porque en ellos figuraban personas que re­
presentaban las edades yuxtapuestas desde el nacimiento hasta
la muerte, por lo general subiendo por peldaños ascendentes
a la izquierda y descendentes a la derecha. Bajo el centro de
esa escala (como si fuera ojo de .puente) se hallaba la muerte
en forma de esqueleto armado con su guadaña. El tema de las
edades se conjugaba aquí con el de la muerte, y sin duda no es
casual que esos dos temas fueran de los más populares. Las
láminas que representaban las escalas de las edades y las dan­
zas de la muerte repiten hasta comienzos del xix una icono­
grafía fijada en los siglos xrv y xv. Pero, contrariamente a las
danzas de la muerte, donde los trajes no cambian y siguen
siendo los de los siglos xv y xvi, las escalas de las edades vis­
ten a sus personajes a la moda de la época. En los últimos
grabados del siglo xix se observa la aparición de trajes de pri­
20 D id ro n , Annales archéologiques, XVII, pp. 69 193.
y
21 A. V e n t u r i , «La Fonte d i u n a composizione del guariento», A r t e ,
1914, X V II, p. 49.
mera com unión. La persistencia de los atributos es mucho más
notable; siempre se ve al niño a horcajadas sobre su caballi­
to, el colegial con el libro y el plumier, la hermosa pareja (a ve­
ces ocurre que el galán tiene en la mano un arbusto de mayo,
evocación de las fiestas de la adolescencia y de la primavera);
el hom bre de armas se ha convertido en un oficial con su fa­
jín de mando ceñido o llevando una bandera; en la escala des­
cendente, los trajes dejan de estar a la moda o siguen a la an­
tigua usanza; aparecen de nuevo los juristas con sus carteras
de docum entos; los eruditos, con sus libros o sus astrolabios;
los devotos — los más peculiares— , con sus rosarios 72.
La repetición de estas láminas clavadas en las paredes, al
lado de los almanaques, entre los objetos familiares, mantenía
la idea de una vida segmentada en etapas bien marcadas, que
correspondían a formas de actividad, tipos físicos, funciones,
•formas de vestirse. La periodización de la vida tenía la misma
estabilidad que el ciclo de la naturaleza o la organización de
la sociedad. A pesar de la evocación repetida del envejecimien­
to y de la m uerte, las edades de la vida siguen siendo bosque­
jos pintorescos y bonachones, siluetas dé carácter un poco hu­
morístico.

Subsistía, de la especulación clásicomedieval, una abundan­


te terminología de tes edades. En el siglo xvi, cuando se decidió
traducir esta terminología al francés, se vio que nuestra len­
gua y, por consiguiente, nuestro uso, no contenía tantos voca­
blos como el latín, o por lo menos como el latín culto. El tra­
ductor de 1556 de Le Grand Propriétaire de toutes choses reco­
nocía sin rodeos ejita dificultad: «Hay más dificultades en el
francés que en el latín, ya que en latín hay siete edades nom­
bradas con diversoé nombres [tantos como planetas], mientras
que en francés no hay más que tres, a saber: infancia, juven­
tud y vejez.»

22 E ste tem a no sólo era p o p u la r. Lo hallam o s de nuevo, bajo otras


fo rm as, en la p in tu ra y en la escultura: en T ician o , Van D yck y sobre
el fro n tó n del V ersaíles de L ouis X IV . H em os reproducido en este lib ro
u n g ra b a d o de las Escalas d e las E dades (B iblioteca N acional, P arís, G a­
b in ete de E stam p as, Serie de A legorías).
Se observará que como juventud significaba plenitud de la
vida, «mediana edad», no había, cabida para la adolescencia,
por lo que ésta se confundió, hasta el siglo x v m , con la in­
fancia. En el latín de colegio se empleaba indiferentemente el
término puer o el de adolescens. Se conservan en la Biblioteca
N acional23 los catálogos del colegio de los jesuítas de Caen,
con las listas de alumnos y sus respectivas evaluaciones. Así,
un muchacho de quince años tiene la calificación de bonus
puer, mientras que su cam arada, de trece años, ha sido con­
siderado como optimus adolescens. Baillet24, en un libro de­
dicado a los niños prodigio, reconoce también que no existe
en francés términos para distinguir pueri y adolescentes. Sólo
se conoce la palabra niño.
A finales de la Edad Media ya se había generalizado su sen­
tido. Designaba tanto el putto (en el siglo xv se decía «el cuar­
to de los niños» para designar la habitación de los putti, la
habitación decorada con frescos que representaban niños des­
nudos), como el adolescente, el muchacho mayor a veces inquie­
tante: el chico malo. El vocablo niño, en los Miracles de Notre-
D a m e25 se emplea en los siglos xiv y xv como sinónimo de
mozo, mocito, muchacho, hijo, nuero. Por ejemplo: «era un
mocito» se traduciría hoy exactamente por «era buen mozo»;
pero podía también significar «muchacho»: «Un moult beau
valeton», ó «niño»: «II était valeton, si Faimérent fo rt... li va-
lez devint granz!» («Un guapísimo muchacho», y «Era un niño,
le quisieron mucho... ¡el mocito se hizo mayor!»). Una sola
palabra se ha conservado hasta nuestros días con esta antiquí­
sima ambigüedad: gars (muchacho), que ha pasado del fran­
cés antiguo a la lengua popular moderna, donde se ha con­
servado. Extraño muchacho este malvado mozo: «si felón et
si pervers qu'il ne vault oncques aprendre mestier ne se duire
á nulle bonne enfance... volontiers s'accompagnait de gloutons
et de gens oiseulx qui souvent faisaient leurs rixes aux taver-
nes et aux bordeaulx, et jamais ne trouvait femme seule qu ’il
n'enforceast» [tan rebelde y tan perverso que no quiere apren­

23 Biblioteca N acional, P a rís, M anuscritos, Fondo latin o , n.°* 1090


y 1091.
24 B a i l l e t , Les E njants d e v e n u s célebres par leurs études, 1688.
25 M iracles de N otre-D am e, ed . G . F. W arner, W estm in ster, 1885.
J u b in a l, Nouveau recueil de c o n te s, tomo I, pp. 51-33 y 42 a 72; to m o II,
p. 244 y pp. 356-357.
der un oficio ni instruirse como lo hacen los chicos buenos...
De buen grado se juntaba con glotones y gente ociosa que fre­
cuentemente se peleaban en las tabernas y burdeles y no po­
día encontrar una m ujer sola sin que la violase] . He aquí otro
muchacho de quince años: «Q uoique il fu t beau fils et gra-
cieux» [aunque era buen mozo y gracioso], se negaba a mon­
tar a caballo, a frecuentar las muchachas. Su padre piensa que
es po r timidez: «C’est la coustume d’enfans» [es costumbre
de los m uchachos]. En realidad, el chico se había consagrado
a la Virgen. Su padre le obliga al matrimonio: «Lors fut I’en-
fant m oult laidengie et p ar forcé le boutoyait avant» [Desde
entonces el niño fue muy injuriado y golpeado brutalm ente].
T rata entonces de escapar y se hiere m ortalm ente es la escalera.
La Virgen viene a buscarle y le dice: «Beau frére, veez cy
vostre amie»: Lors getta l ’enfant ung souppir». [Bondadoso
hermano, aquí está vuestra amiga: Entonces el niño soltó un
su sp iro ].
— Según un calendario de edades del siglo xvi a los veinti­
cuatro años «est li enfes fort, vertueux», «Aussi advient des
enfas quand ils sont á dix-huit ans» [Es un niño fuerte, vir­
tuoso. Eso sucede tam bién a los niños cuando tienen diecioeho
a ñ o s].
Así ocurre aún en el siglo xvii: una encuesta episcopal de
1667 relata que en una p a rro q u ia 27 «il y a un jeune enfans,
aagé d ’environ quatorze ans qui enseigne á lire et escrire aux
enfans des deux sexes depuis environ un an qu’il demeure audit
lieu, p ar accord avec des habitants dudit lieu» [hay un mu­
chacho de unos catorce años que enseña a leer y escribir a los
niños de ambos sexos desde hace un año aproximadamente
cuando se instaló en ese lugar, de acuerdo con los habitantes
de dicho lu g a r].
D urante el siglo xvii se produce una transformación según
la cual el uso antiguo se conserva en las clases sociales más de­
pendientes, mientras que surge otro en la burguesía, en donde
la palabra infancia se circunscribe a su sentido moderno. La
larga duración de la infancia, tal como aparece en el lenguaje
com ún, procede de la indiferencia que existía entonces por los
fenómenos biológicos, y a nadie se le hubiera ocurrido li­
24 Cil. más arriba, nota 13.
27 A. d e C h a r m á s s e , Btat de l'instruction publique dans l’ancien
diocése d'Autun, 1878.
m itar la infancia con la pubertad. La idea de infancia está
vinculada a la de dependencia: los términos hijos, mocitos,
muchachos, son también términos del vocabulario utilizado en
las relaciones feudales o señoriales de dependencia. Sólo se
salía "de la infancia saliendo de la dependencia, o por lo me­
nos saliendo de los grados .inferiores de dependencia. Por ello,
los términos de la infancia subsistirán para designar familiar­
mente, en la lengua hablada, a las personas de baja condición,
que continúan totalmente sometidas a otros: por ejemplo, los
lacayos, los oficiales, los soldados. Un muchacho [petit gar-
gon] no es necesariamente un niño, puede ser un criado joven
(de la misma manera que actualmente un patrón o un capataz
dirían de un obrero de veinte a veinticinco años: «Es un buen
muchacho, o es un muchacho que no vale para nada»).
En 1549, el director de un colegio, Baduel, escribía al pa­
dre de uno de sus jóvenes alumnos, a propósito del ajuar y sé­
quito necesario, lo siguiente: «Basta con un muchacho [petit
garcon] para todo lo que se refiere a su servicio personal»3S.
A principios del siglo x v m , el diccionario de Furetiére pre­
cisa bien su empleo23 bis: «Hijo [enjant] es también un término
de amistad del que se sirve uno para saludar, mimar a alguien
o para inducirle a que haga alguna cosa. Igualmente, cuando
uno dice a una persona de cierta edad: adiós, madre bondado­
sa [Salut,-■grand-mére, en el habla moderna de París] ella res­
ponde: adiós, hijo mío (adiós, muchacho, o adiós, pequeño)
[adieu, mon enjant (adieu, mon gars; adieu, petit)]. O dirá
a un lacayo: «Hijo mío, vaya a buscarme tal cosa.» Un patrón
dirá a sus obreros: «Vamos, hijos [enfants], trabajad.» Un ca­
pitán dirá a sus soldados: «Valor, hijos, resistid.» A los solda­
dos de primera fila, los más expuestos, se les llamaba «los hi­
jos perdidos».
En la misma época, pero en las familias selectas, para quie­
nes la dependencia no era sino una consecuencia de la debili­
dad física,, el vocabulario de la infancia tendía a designar más
bien la primera edad. En el siglo x v i i , su empleo se vuelve
más frecuente: la palabra «niño» [petit enfant] empieza a te-

28 I. G a u f r é s , «Claude Baduel et la Réforme des études au xvi* siécle»,


Bulletin de la Société d'Histoire du protestantisme frangais, 1880, XXV,
pp. 499-505.
2Sbls A. FuretiIre, Dictior.ncúre universel, Rotterdam, 1690, s. v.
enfant.
ner el sentido que nosotros le atribuimos. La costumbre de
antaño prefería «muchacho» [jeune enfant], apelación que no
ha sido completamente abandonada. La Fontaine la utiliza,
y aun en 1714, en una traducción de Erasmo, se hace referen­
cia a una muchacha [jeune filie] que tiene menos de cihco
años: «Tengo una muchacha que apenas comienza a hablar» 23.
El vocablo «pequeño» cobró un sentido especial a finales del
siglo x v i: designaba todos los alumnos de las «escuelas ele­
mentales, incluso los que ya no eran niños. En Inglaterra, el
término petty significa lo mismo que en francés, y un texto
de 1627 se refiere a la escuela de los lyttle petties, los alumnos
más pequeños 30.
Principalmente, con Port-Royal, y con toda la literatura mo­
ral y pedagógica que en esa abadía se inspira (o que expresa
en general una necesidad de orden moral, difundida por todas
partes y de la que también es testigo Port-Royal), los términos
de la infancia se vuelven más numerosos y sobre todo más
modernos. Los alumnos de Jacqueline Pascal31 están divididos
en «pequeños», «medianos» y grandes». «A los*niños peque­
ños, más aún que a los otros -—escribe Jacqueline Pascal— , es
menester acostumbrarlos y alimentarlos si es posible como a las
palomitas.» El reglamento de las escuelas elementales de Port-
Royal prescribe: «Únicamente los niños no irán a misa todos
los días» 32. Se habla, con nuevas inflexiones, de «almitas», de
«angelitos» 33, expresiones que anuncian el sentimiento del si­
glo x v m y del romanticismo. La señorita LhéritierM pretende
dedicar sus cuentos a las «mentes jóvenes», a los «jóvenes»
(jeunes personnes): «Estas imágenes incitan probablemente a
los jóvenes a reflexiones que perfeccionan su razón.» Nos da­
mos cuenta de que ese siglo que parece haber desdeñado la
infancia, ha introducido, por el contrario, en las costumbres,
ciertas expresiones y locuciones que subsisten aún en nuestra
lengua. En la palabra enfant («niño») de su diccionario, Furetiére

29 E r a s me, Le Mariage chrétien, traducción francesa de 1714.


20 J. B rin sle y , Laudus litterarius {ed. de 1917).
31 Jacqueline P ascal, R églem ent pour les enfants (apéndice de las
C onstitutions de Port-Royal, 1721).
32 Reglam ento del colegio de Chesnay, en W allon de B eaupuis ,
Suite des amis de Port-Royal, 1751, tomo I, p. 175.
33 Jacqueline P ascal, ver la nota 31.
34 M. E. S to r e r , La Mode des contes de fées, 192S.
cita proverbios que aún nos son familiares: «Es un niño mi­
mado, a quien se ha dejado vivir de una manera libertina, sin
corregirlo/ Por decirlo así, ya no quedan niños, pues se co­
mienza temprano a tener razón y malicia», «Inocente como el
niño recién nacido». ¿No es verdad que se creería que estas
expresiones remontaban al siglo xix?
No obstante, el lenguaje del siglo xvn encuentra dificulta­
des en sus esfuerzos por hablar de los niños pequeños, debido
a la falta de palabras que los distingan de los mayores. Por
lo demás, lo mismo sucede en inglés, donde el término baby
se aplicaba también a los niños mayores. La gramática latina
(en inglés) de Lily35 (que se utilizó desde principios del si­
glo xvi hasta 1866) está destinada a all lyttell babes, all lyttell
children.
Existían ya en francés expresiones que parecen designar más
bien a los chiquitines, y una de ellas es la palabra «rorro»
(poupart): uno de los Miracles Notre-Dame representa a un
Niño Jesús. El misericordioso Jesús, viendo la insistencia y la
buena voluntad del niño, le habla y le dice: «Rorro, deja de
llorar porque dentro de tres días comerás conmigo.» Pero este
rorro no es en realidad un «bebé», como diríamos hoy en día;
se le llama también clergeon («monaguillo»)36, viste un sobre­
pelliz y ayuda a misa: «ceans avait des anfans de petit eage qui
savayent póu de lettres, ains plus volontiers eussent alaittié leur
mere que faire le Service divin!» [En ese lugar había niños
de corta edad que sabían poco de letras y que de buen gra­
do hubieran mamado el seno de su madre antes que ayudar
al servicio divino»]. La palabra rorro, en lengua de los si­
glos xvn y x v i i i , ya no designa a un niño, sino, bajo l a forma
de rorro (poupon)t lo que nosotros denominamos en francés
con el mismo término, pero en femenino: una poupée, una
muñeca.
El francés se verá, pues, obligado a tomar de otras lenguas,
de otros idiomas extranjeros, o de las jergas escolares, o de
oficios, los términos que designen a ese niño pequeño, quien se
vuelve objeto de interés general. Tal es el caso del italiano bam­
bino, que dará el francés bambin, chiquillo; madarde de Se-
vigné emplea con el mismo significado el provenzal pitchoun,

35 I pray you, all lytell babes, all lytell chyldren, lern...


* Miracles de Notre-Dame, o p . cit.
que ella quizá aprendió durante su estancia en casa de los
G rignan37. Su primo, De Gouíanges, a quien no le gustan los
niños, pero habla mucho de e l l o s d e s c o n f í a de los «moni­
gotes de tres años», vocablo antiguo que se transformará en
la lengua popular en los marmots%arrapiezos, «mocosos, regor­
detes de barbilla, que meten el dedo en todos los platos». Igual­
mente se emplean términos de la jerga del colegio de latín o de
la academia deportiva y militar: «ce petit frater», «ce cadet»
[«ese hermano menor, ese segundón»], y cuando son numero­
sos: «ce populo», ese p o p u l a c h o o «ce petit peuple» [«esa
gente m enuda»], Por último, se vuelve frecuente el empleo de
diminutivos: jan jan, nene, aparece en las cartas de madame
de Sevigné y en las de Fénelon. •
. Con el tiempo, estos vocablos cambiarán de sentido y de­
signarán al niño pequeño, pero ya un poco despabilado. 'Aún
persistirá una laguna para designar al niño en sus primeros
meses; esta insuficiencia del vocabulario no se remediará hasta
el siglo xix, cuando se adopte del inglés el término baby, que
designaba durante los siglos x v i y x v ii a los niños en edad es­
colar. Es la última etapa de esta historia; en adelante, con el
francés bebé, el niño chiquito tiene así su propio nombre.-

Aunque aparece y se difunde un vocabulario de la prime­


ra infancia, persiste la ambigüedad entre infancia y adolescen­
cia, por una parte, y esta categoría que se llama juventud, por
otra. No se tenía idea de lo que nosotros denominamos ado­
lescencia, y esa idea tardará en forjarse. Se la intuye en el si­
glo x v i i i con dos personajes, uno literario, Querubín; el otro
social, el recluta. Con Querubín domina la ambigüedad de la
pubertad y se pone de relieve el lado afeminado de un joven
que sale de la infancia. No es, en rigor, un personaje nuevo:
como se comenzaba a participar en la vida social muy pronto,
los rasgos rellenos y regordetes propios de la primera adoles-

37 «Vous me faites íori de croire que j’aime mieux la petite que le


pichón» [Os equivocáis si creéis que quiero más a la pequeña que al
chiquitín.] Mme. d e Sévigné, Lettres, 12 de junio de 1675; ver igual­
mente la del 5 de octubre de 1673.
38 C o u l a n g e s , Chansons choisies, 1694.
39 Claudine B o u z o n n e t- S te lla , Jeux de 1’enfance, 1657.
cencía, alrededor de la pubertad, daban a los muchachos una
apariencia femenina. Eso es lo que explica la facilidad con
que los hombres se disfrazaban de mujeres, o viceversa, como
lo demuestra la abundancia de tales inversiones en la novela ba­
rroca a principios del siglo xvn: dos muchachos, o dos mu­
chachas, se hacen amigos, mas uno de ellos es una jovencita
disfrazada, etc. Cualquiera que sea la credulidad de los lectores
de novelas de aventuras, el mínimo de verosimilitud exige, en
todas las épocas, que haya habido un parecido entre el mucha­
cho todavía imberbe y ía joven (y creo que mal podía apurarse
el afeitado). Con todo, este parecido no se presentaba como
una característica de la adolescencia, de la edad. Esos hom­
bres sin barba, de facciones imprecisas, no son adolescentes,
pues se comportan ya como hombres hechos, que mandan y
combaten. Mientras que Querubín, al contrario, presenta un
aspecto femenino relacionado con la transición del niño al adul­
to y refleja un estado, existente durante cierto tiempo, cuando
nace el amor.
Querubín no tendrá sucesores. Por el contrario, la fuerza
viril será la que exprese la adolescencia entre los muchachos,
y el adolescente estará prefigurado, durante el siglo xvm , por
el recluta. Leamos el texto de un edicto de reclutamiento que
data de fines del siglo xvm 40. Va dirigido a la «brillante ju­
ventud»: '«... los jóvenes que deseen compartir la reputación
que ha adquirido ese noble cuerpo podrán dirigirse al señor
D’Ambrun... [Los reclutadores] recompensarán a aquellos que
les proporcionen hombres fuertes».
, El primer tipo del adolescente moderno es el Sigfrido, de
Wagner. La música de Sigfrido expresa por primera vez la mez­
cla de pureza (provisional), fuerza física, naturismo, esponta­
neidad, alegría de vivir que hará del adolescente el héroe de
nuestro siglo xx, siglo de la adolescencia. Lo que ya despunta
en la Alemania wagneriana penetrará sin duda en Francia más
adelante, alrededor de los años 1900. La «juventud» que es en
esa época la adolescencia se convertirá en tema literario y en
objeto de desvelo del moralista o del político. Todos comien­
zan a interrogarse seriamente acerca de lo que piensa la juven­
tud, a publicar investigaciones sobre esta juventud, como las
40 Anuncio de reclutam iento para el regimiento del «Royal PiémOnt»
de Nevers, 1789. Exposición: el anuncio. Biblioteca Nacional, París,
1953, n.c 25.
de Massis o las de Henriot. La juventud aparece como deten­
tadora de valores nuevos susceptibles de vivificar la anticuada
y estancada sociedad. En la época romántica existió algún
sentimiento de este tipo, pero sin una referencia precisa a la
clase de edad, y sobre todo se limitaba a la literatura y a los
que la leían. Por el contrario, la conciencia de la juventud se
volvió un fenómeno general y banal después de la guerra de
1914, cuando los combatientes del frente se opusieron en masa
a las viejas generaciones de la retaguardia. La conciencia de la
juventud ha sido primero un sentimiento de ex combatiente,
y este sentimiento aparece en todos los países beligerantes, in­
cluso en la América de Dos Passos. A partir de entonces se
prolongará la adolescencia, acortando la infancia y haciendo
retroceder la madurez. En adelante, el matrimonio (que ya no
es una «posición social») no interrum pe la adolescencia y el
adolescente casado es uno de los tipos más característicos de
nuestro tiempo, al que propone sus valores, ambiciones y cos­
tumbres. Así, se pasa de una época sin adolescencia a otra
en la que la adolescencia es la edad favorita. Todos desean en­
trar en ella pronto y permanecer el mayor tiempo posible.
Esta evolución lleva consigo otra evolución paralela, pero
inversa, de la vejez. Sabemos ya que la vejez comenzaba pron­
to en la antigua sociedad. Los vejetes de Moliere, todavía jó­
venes para,nosotros, son ejemplos conocidos por todos. Sucede,
además, que la iconografía de la vejez no la representa bajo
los rasgos de un hombre achacoso y decrépito: la vejez co­
mienza con la caída del cabello y el uso de la barba, y el viejo
embellecido a veces aparece simplemente como un calvo. Tal
es el caso del anciano en el concierto de Ticiano, que es tam­
bién una representación de las edades. En general, antes del
siglo x v i i i , el anciano es ridículo. Rotrou quiere imponer a su
hija un esposo quincuagenario: «No tiene más que cincuenta
años. Y además, ¡ni siquiera un diente!»
II n ’est pas dans' la n a tu re h om m e q u i ne le juge
D u siécle de S atum e ou d u tem ps d u Déluge;
Des trois pieds dont il m arche, il en a deux goutteux,
Q u i ju sq u e á chaqué pas, tré b u c h e n t de vieillesse
E t q u ’il faut reteñir ou relever sans c e s s e 41.

41 R o t r o u , L a Soeur. [N o hay en la n a tu ra le z a quien no le tenga /


p o r alguien del siglo de S aturno o de tiem pos del Diluvio; / de los tres
Cuando tenga diez años más, se parecerá a ese sexagena­
rio de Quinault:
C ourbé su r son báton, le bon petit vieillard
Tousse, crache, se m ouche et fait le goguenard,
Des contes du vieux tem ps, étourdit Isabelle 42.

La Francia de antaño apenas respeta a la vejez, que es la


edad de la jubilación, de los libros, de la devoción y de la
chochera. Durante los siglos xvi y x v i i , la imagen del hombre
completo es la de. un hombre joven: el oficial con bandolera
que se halla en la cima de ..las-escalas de la vida. No es un
muchacho, aunque lo sería hoy día por su edad. Corresponde
a esa segunda categoría de las edades, entre la infancia y la
vejez, que en el siglo xvn se llamaba la juventud. Furetiére,
que toma aún muy en serio estos problemas arcaicos de la
periodicidad de la vida, piensa en una noción intermedia de
madurez, pero reconoce que no era de uso frecuente y afir­
ma: «Los juriconsultos hacen de la juventud y de la madurez
una misma edad.» El siglo x vn se reconocía en esta juventud
de mando, como el siglo xx se reconoce en sus adolescentes.
Hoy en 1día, por el contrario, la vejez ha desaparecido, al
menos en la lengua hablada, donde el antiguo vocablo viejo,
«un viejo», subsiste con un sentido de jerga, despreciativo o pro­
tector. La evolución se realizó en dos etapas: primero existió
el anciano respetable, el antepasado de cabellos plateados, el
néstor de los consejos sensatos, el patriarca de valiosa expe­
riencia: el anciano de Greuze, de Restif de la Bretonne y de
todo el siglo xix. No era ya muy ágil, pero no estaba tan de­
crépito como el viejo de los siglos xvi y x v i i . Subsiste aún hoy
día en los prejuicios algo de ese respeto por el anciano. Pero
ese respeto, a decir verdad, ya no tiene objeto, pues en nues­
tra época, y ésta es la segunda etapa, el anciano ha desapare­
cido. Ha sido reemplazado por «el hombre de cierta edad»
y por los «señores o señoras muy bien conservados». Nociones
también burguesas, pero que tienden a volverse populares. La

pies con que anda, dos están gotosos: / a cada paso tropiezan de puro
viejos, / y hay que sujetarlos o levantarlos sin cesar.]
42 R o t r o u , La Mere coquette. [Encorvándose sobre su bastón, el
buen viejecito / tose, escupe, se suena y se guasea, / y con los cuentos
de antaño aturde a Isabelle.]
idea tecnológica de conservación sustituye a la idea, a la vez
biológica y moral, de vejez.-

Parece como si a cada época le correspondiese una edad


privilegiada y una periodicidad particular de la vida humana:
’la «juventud» es la edad privilegiada del siglo xvu; la infancia,
del siglo xix, y la adolescencia, del siglo xx.
Estas variaciones de un siglo a otro dependen de las coor­
denadas demográficas y reflejan la interpretación ingenua que
da la opinión, en cada época, de su estructura demográfica, aun
cuando no pueda siempre conocerla objetivamente- De suerte
que la ausencia de adolescencia y el menosprecio de la vejez,
o al contrario, la desaparición de la vejez, por lo menos cómo
■degradación, y la introducción de la adolescencia, manifiestan
la reacción de la sociedad ante la duración de la vid'a, La pro­
longación retiró de la inexistencia (rton-étre) anterior espacios
de vida que los eruditos del Bajo Imperio y de la Edad Media
habían denominado, aunque no existieran en las costumbres,
y el lenguaje moderno ha adoptado, a pesar de ello, sus anti­
guos vocablos, al principio únicamente teóricos, para designar
nuevas realidades; último avatar del tema que fue durante tan­
to tiempo familiar y que hoy día se ha olvidado, el de las
«edades de la vida».
En las épocas en que la vida era breve, la noción de edad
privilegiada- es más importante aun que en nuestras épocas de
vida larga. En las páginas siguientes concentraremos nuestra
atención en los signos de la infancia, sin olvidar nunca lo re­
lativo de esta representación de la infancia, con respecto a la
reconocida predilección por la «juventud». Esa época no será
ni la de los niños, ni la de los adolescentes, ni la de los ancia­
nos: será más bien una época de hombres jóvenes.
CAPÍTULO II
EL DESCUBRIMIENTO DE LA INFANCIA

Hasta aproximadamente el siglo kvii, el arte medieval no


conocía la infancia o no trataba de representársela; HSs cuesta
~greísrqüér ésta” aÜseBCia"sé debiera a la torpeza o a la incapa­
cidad. Cabe pensar más bien que en esa sociedad no había
espacio para la infancia. Una miniatura otoniana del siglo x i 1
nos da una impresionante idea de la deformación que el artista
hacía sufrir a los cuerpos de los niños y que nos parece ajena
a nuestros Sentimientos y a nuestra intuición. El tema es la
escena del Evangelio en la que Jesús pide que se le acerquen
los niños, y el texto latino es c l a r o parvuli. Ahora bien, el
miniaturista agrupa alrededor de Jesús a ocho hombres verda­
deros, sin ningún xasgo de la infancia, los cuales han sido sim-
pleme_nte reproducidos a tamaño reducido. Sólo su talla los
distingue de los adultos. En una miniatura francesa de fines
del siglo x i 2, los tres niños que resucita San Nicolás han sido
igualmente reducidos a un tamaño inferior al de los adultos,
sin ninguna otra diferencia de expresión o de rasgos. El pintor
no dudará. en dar a la desnudez del niño, en los pocos casos
en que aparece desnudo, la musculatura del adulto. Así, en
el Salterio de San Luis, de Leyden3, fechado a finales del si­
glo xn o principios del siglo xiii, Ismael, poco después de su
nacimiento, tiene los abdominales y los pectorales de un hom­
1 Evangeliario de Otón III, Munich.
2 Vte et miracle de Saint Nicolás, Biblioteca Nacional, París.
3 Salterio de San Luis, de Leyden.
bre. A pesar de un mayor sentimiento en la representación de
la infancia4, el siglo xm permanecerá fiel a ese procedimiento.
En la Biblia moralizada de San Luis, las representaciones de
ftiños se vuelven más frecuentes, pero éstos sólo se caracteri­
zan por su talla. Un episodio de la vida de Jacob: Isaac está
sentado, rodeado de sus dos mujeres y de unos quince hombre­
citos que llegan a la cintura de las personas mayores: son sus
hijos5. Job es recompensado por su fe, vuelve a ser.rico y el
iluminador evoca su fortuna colocando a Job entre el ganado
a su izquierda, y los niños a su derecha, igualmente numero­
sos, imagen tradicional de la fecundidad inseparable de la
riqueza. En otra ilustración del libro de Job, los niños han
sido escalonados según su talla.
En otro caso, en el Evangeliario de la Sainte-Chapelle, del
siglo x m 6, en el momento de multiplicar los panes, Cristo
y uno de sus apóstoles flanquean a un hombrecito que les
llega a la cintura: se trata sin duda del niño que cargaba los
peces. En el mundo de fórmulas románicas y hasta finales del
siglo x m no aparecen niños caracterizados por una expresión
particular, sino hombres de tamaño, reducido. Por otra parte,
esa resistencia a aceptar en el arte la morfología infantil se
encuentra en la mayoría de las civilizaciones arcaicas. Un mag­
nífico bronce sardo del siglo IX antes de Cristo 7 representa una
especie de «Piedad: una madre tiene en sus brazos el cuerpo
bastante grande de su hijo. Pero quizá se trate de un niño,
según lo indica la nota del catálogo: «La pequeña figura
masculina podría ser además un niño que, según la fórmula
adoptada en épocas arcaicas por otros pueblos, habría sido re­
presentado como un adulto.» Porque, en efecto, parece como
si la representación realista del niño, o la idealización de la
infancia, de su gracia, de su armonía, fueran propias del arte
griego. Los pequeños Eros proliferan con exuberancia en la
época helenística. La infancia desaparece de la iconografía

4 Com párese la escena «Dejad que los niños se acerquen a mí» en el


Evangeliario de O tón y en la Bible maralisée de saint Louis, f.° 505.
5 Bible moralisée de saint Louis, f.° 5. A. d e L a b o r d e , Bibles morali-
sées iihístrées, í 9 11-1921, 4 vols. de láminas.
6 Evangéliaire de la Sainte-Chapelle; escena reproducida en H . M a r t i n ,
La M iniature jrangaise, lámina V II.
7 Exposición de bronces sardos, Biblioteca N acional, París, 1954, n.° 25,
lám ina X I.
con los oíros temas helenísticos y el románico volvió a ese .
rechazo de los rasgos específicos de la infancia que caracteri­
zaba ya las épocas arcaicas, anteriores al helenismo. Vemos
en ello algo más que una simple coincidencia. Partimos de
un mundo de representación en el que se desconoc^a“^ n fa n r
j^aTZoriristOntidoTer™deTaniteratüra (moris. Cálve) harT Hecho
la misma observación ~S' píapSM riJnle^a'epopeyard'cm'de lüs"
niños prodigio se conducen con el mismo arrojo y fuerza física
que los valientes. Sin duda alguna, eso significa que los hom­
bres de los siglos x y xi no perdían el tiempo con la imagen
de la infancia, la cual no tenía para ellos ningún interés, ni
siquiera realidad. Ello sugiere además que, en el terreno de~las
cbsTumbres~vmdas, y no únicamente en el de una transposi­
ción estética, la infancia era una época de transición, que pa­
saba rápidamente y de la que se perdía enseguida el recuerdo.
Tal es nuestro punto de partida. ¿Cómo se llega de ahí
a los chiquillos de Versalles, a las fotos de niños de todas las
edades de nuestros álbumes de familia?^
Hacia el siglo x h i aparecen vanos” tipos de niños, algo más
cercanos al .sentimiento moderno.
El ángel, representado bajo la apariencia de un hombre
muy joven, de un adolescente joven: de un monaguillo [cler-
geon], como dice P. du Colombier8. Mas, ¿qué edad tiene el
monaguillo? Se trataba de niños más o menos jóvenes a quienes
se educaba para ayudar a misa, y destinados a ser ordenados;
eran como unos seminaristas en una época en que no había
seminarios, y en la que la escuela latina, la única existente,
estaba reservada a la formación de los clérigos. «Aquí — dice
un Miracle de Notre-Dame9-— había niños de corta edad que
sabían poco de letras, pero quienes de buen grado hubiesen
mamado el seno de su madre [se destetaba muy tarde: la Ju­
lieta de Shakespeare mamaba todavía a los tres años] antes
que ayudar al servicio divino.» El ángel de Reims, por ejem­
plo, más que un niño, era u n jovencito, pero los artistas traza­
ron con evidente afectación los rasgos redondos y graciosos,
incluso un poco afeminados, de los chicos muy jóvenes. Hemos
dejado atrás los adultos de tamaño reducido de la miniatura
otomana. Este tipo de ángeles adolescentes se volverá más fre-

8 P, d u C o l o m b i e r , L 'E n fa n t au Moyen Áge, 1951.


9 Miracles de Notre-Dame, ed . A. F. W arner, W estminster, 1885.
cuente durante el siglo xiv y perdurará aún a finales del quat-
trocento italiano: los ángeles de Fra Angélico, de Botticelli y
de Ghirlandajo pertenecen a dicha variedad.
El segundo tipo de niño será el modelo y el precursor de
todos los niños pequeños de la historia del arte: el Niño Jesús,
o la Virgen Niña, ya que la infancia está aquí vinculada al mis­
terio de su maternidad y al culto mariano. Al principio» Jesús,
como los otros niños, continúa figurado como un adulto en
miniatura: un pequeño sacerdote-Dios de porte majestuoso, pre­
sentado por la Theotokos. La evolución hacia una represen­
tación más realista y más sentimental de la infancia comenzará
muy pronto en la pintura: en una miniatura de la segunda
mitad del siglo x n 10 aparece Jesús en pie, con una camisa
fina, casi transparente, que con ambos brazos estrecha a su
madre, mejilla con mejilla. Con la maternidad de la Virgen,
la pequeña infancia entra en el mundo de las representaciones.
En el siglo x m inspira otras escenas familiares. En la Biblia
moralizada de San L uis11 se pueden ver escenas de familia
donde los padres están rodeados de sus hijos, con los mismos
rasgos de ternura que las de la tribuna que separa el coro del
trascoro de Chartres; por ejemplo, la familia de Moisés: ma­
rido y mujer están cogidos de la mano y los niños (hombres
en miniatura) que les rodean tienden las manos hacia su madre.
Estos casos son raros: el sentimiento cautivador de la pequeña
infancia se reserva al Niño Jesús hasta el siglo xiv cuando,
como es sabido, el arte italiano contribuirá a desarrollarlo y a
extenderlo, aparece vinculado a la ternura de la madre.
En la época gótica aparece un tercer tipo de niño: el niño
desnudo. El Niño Jesús casi nunca está figurado desnudo. La
mayoría de las veces aparece, como los otros niños de su edad,
envuelto en pañales bastamente, o cubierto con una camisa o
un faldón. Sólo se desvestirá al Niño Jesús a finales de la Edad
Media. En las escasas miniaturas de Biblias moralizadas en que
aparecen niños, éstos están vestidos, excepto si se trata de los
inocentes, o de los niños muertos a cuyas madres juzgará Sa­
lomón. La alegoría de la muerte y del alma introducirá en el
mundo de las formas la imagen de esta joven desnudez. Ya en
la iconografía prebizantina del siglo v, donde aparecen muchos
10 M anuscritos pintados del siglo v n al siglo xtíí. Exposición de la
Biblioteca N acional, París, 1954, n.° 330, lám. X X X .
11 Ver nota n.° 5.
de los rasgos del futuro arte románico, se reducían las dimen­
siones del cuerpo de los muertos. Los cadáveres eran más pe*
queños que los -cuerpos. En la 1liada de la Ambrosiana n los
muertos de las escenas de batalla tienen la mitad del tamaño
de los vivos. En nuestro arte medieval, el alma está representa­
da ppr un niñito desnudo y en general asexuado. Los juicios fi­
nales conducen bajo esta forma las almas de los justos al seno
de Abrahamu. El moribundo exhala esta representación de su
boca: imagen de la partida del alma. Así se figura la entrada
del alma en el mundo, ya sea una concepción milagrosa y sa­
grada: el Ángel de la Anunciación entrega a la Virgen un niño
desnudo, el alma de Jesús M, ya sea una concepción muy natu­
ral: una pareja está en la cama, aparentemente muy casta, pero
algo ha ocurrido, ya que llega por los aires un niño desnudo
y penetra en la boca de la mujer 15; es «la' creación del alma
humana por la naturaleza».
Durante el siglo xiv, y especialmente en el siglo xv, estos
tipos medievales de niño evolucionarán, pero en el sentido ya
indicado en el siglo xm . Hemos dicho que el ángel-monaguillo
animará aún la pintura religiosa del siglo xv, sin grandes
cambios. Ep. cambio, el tema de la Santa Infancia no dejará,
a partir del siglo xiv, de amplificarse y diversificarse: su éxi­
to y su fecundidad atestiguan el progreso, en la conciencia co­
lectiva, de ese sentimiento de la infancia que sólo una atención
especial puede aislar en el siglo xm , y que no existía en ab­
soluto en el siglo xi. En el grupo de Jesús y de su madre, el ar­
tista recalcará los aspectos graciosos, sensibles, ingenuos de la
pequeña infancia: ei niño buscando el seno de su madre, o dis­
poniéndose a abrazarla, a acariciarla; el niño jugando a los
juegos propios de la infancia con un pájaro que él lleva ata­
do, o con una fruta; el niño comiendo su papilla; el niño a
quien se está envolviendo en pañales. En lo sucesivo, todos los
gestos observables son evocados, al menos para todo aquel que
presta atención. Esos rasgos de realismo sentimental tardan en
extenderse fuera de la iconografía religiosa, cosa que no debe
sorprendernos, pues ocurre lo mismo con el paisaje, con la
escena de costumbres. Ello no impide que el grupo de la Virgen
12 Iliada de la Ambrosiana de Milán.
13 Rampílly.
14 Ver nota n.° 5.
15 Miroir d'humilité, Valenciennes, f.° 18, principios del siglo xv.
y el Niño se transforme y se vuelva cada vez más profundo:
la imagen de una escena de la vida cotidiana.
Primero tímidamente y luego cada vez con mayor frecuen­
cia, la infancia religiosa no se limita ya a la de Jesús. Al prin­
cipio se agrega la de la Virgen, la cual inspira por lo menos
dos temas nuevos y frecuentes: el del nacimiento de la Virgen
(hay agitación en la habitación de la parturienta, alrededor del
recién nacido a quien se baña y se envuelve en pañales, para
presentárselo a su madre), el tema de la educación de la Vir­
gen, de la lección de lectura (la Virgen aprende su lección en
el libro que sostiene Santa Ana). Después, las otras infancias
santas: las de San Juan Evangelista y Santiago el Mayor, com­
pañeros de juegos del Niño Jesús, hijos de Zebedeo y de la
santa mujer María Salomé. Se constituye así u n a . iconografía
completamente nueva, multiplicando las escenas infantiles y
dedicándose a reunir en los mismos grupos todos estos niños
santos, con sus madres o sin ellas.
Esta iconografía, que en general remonta al siglo xiv, coin­
cide con una abundancia de historias de niños en las leyendas
y cuentos devotos, como las de los Miracles Notre-Dame. Se
mantiene dicha iconografía hasta el siglo xvii y se la puede
seguir a través de la pintura, la tapicería y la escultura. Ten­
dremos ocasión de volver a este tema cuando tratemos de las
devociones.de la infancia.
■Durante los siglos xv y xvi, de esta iconografía religiosa
de la infancia se desprenderá finalmente una iconografía laica.
No se trata aún de la representación del niño solo. La escena
de costumbres se desarrolla mediante la transformación de la
iconografía alegórica convencional, inspirada en la concepción
clásico-medieval de la naturaleza: edades de la vida, estaciones
del año, sentidos, elementos. Las escenas de costumbres, las
anécdotas, reemplazan a las representaciones estáticas de per­
sonajes simbólicos. Más adelante trataremos detenidamente "de
esta evolución16. Retengamos por el momento que el niño se
convierte en uno de los personajes más frecuentes de estás
historietas, el niño en la familia, el niño y sus compañeros de
juegos, que son frecuentemente adultos, niños entre la multi­
tud, pero bien «compaginados», en los brazos de su madre,
o sujetos por su mano, o jugando, o a veces orinando; el niño
en medio de la multitud asistiendo a los milagros, a los mar­
tirios, escuchando las predicaciones, siguiendo los ritos litúr­
gicos como las presentaciones o las circuncisiones; o el niño
aprendiz de orfebrería, de pintura, etc.; o, finalmente, el niño
en la escuela, tema frecuente y antiguo, que remonta al siglo xiv
y que no dejará de inspirar las escenas de costumbres hasta
el siglo xix.
No nos engañemos, una vez más: esas escenas de costum­
bres no se refieren en general a la ■descripción exclusiva de la
infancia, sino que frecuentemente aparecen niños entre sus
protagonistas principales o secundarios. Esto nos sugiere dos
ideas: en primer lugar, los niños estaban junto con los adultos
en la vida cotidiana, y cualquier agrupación de trabajo, de di­
versión o de juego reunía simultáneamente a niños y adultos;
por otro lado, la gente se interesaba particularmente en la re­
presentación de la infancia por su aspecto gracioso o pinto­
resco (el gusto por lo pintoresco anecdótico se desarrolló du­
rante los siglos XV y xvi y coincidió con el sentimiento de la
infancia graciosa), y a todos les agradaba notar la presencia
del niño en el grupo y entre la multitud. Dos ideas, una de
las cuales «nos parece arcaica; hoy en día tenemos tendencia
(y se tenía hacia finales del siglo xix) a separar el mundo de
los niños del de los adultos; mientras que la otra idea anuncia
el sentimiento moderno de la infancia.

Si bien el origen de los temas del ángel, de las santas in­


fancias y de su desarrollo iconográfico posterior remonta al
siglo xm , en el siglo xv surgen dos nuevos tipos de represen­
tación de la infancia: el retrato y el putto. El niño, como hemos
visto, no está ausente de la Edad Media, por lo menos a partir
del siglo xili; sin embargo, no constituye nunca el retrato de
un niño real, tal como era en un momento dado de su vida.
En las efigies funerarias, cuya descripción nos ha sido con­
servada por la colección Gaigniéres 17, el niño aparece muy
tarde, en el siglo xvi. Lo curioso es que aparece primeramen­
te, no en la tumba del niño o de sus padres, sino en la de
sus profesores. En la sepultura de los maestros de Bolonia

17 G aigniéres, Les Tom beaux.


se ha evocado la lección del profesor en medio dé sus alum­
nos 1S, En 1378, el cardenal de La Grange, obispo de Amiens,
hacía figurar a los dos príncipes ■de quienes él había sido'
tutor, de diez y siete años, respectivamente, en un «hermoso
pilar» de su catedral13. A nadie se le ocurría conservar la
imagen de un niño, tanto si había vivido y se había hecho
hombre, como si se había muerto en la primera infancia.
En el primer caso, la infancia no era más que un pasaje sin
importancia, que no era necesario grabar. en la memoria; en
el segundo caso, si el niño moría, nadie pensaba que esta co­
sita que desaparecía tan pronto fuera digna de recordar: había
tantos de estos seres cuya supervivencia era .tan problemática...
El sentimiento que ha persistido muy arraigado durante largo
tiempo era el que se engendraban muchos niños para conservar
sólo algunos. Aún en el siglo xvn, en la alcoba del parto se
oye, en medio del comadreo, la voz de .una vecina, esposa de
un relator del Consejo de Estado, que calma la inquietud de
la parturienta., madre de cinco «pillos», con estas palabras:
«Antes que puedan causarte muchos sufrimientos, habrás per­
dido la mitad, si no todos.» ¡Extraña 'consolación! 20. La gente
no podía apegarse demasiado a lo que se consideraba como'un
eventual desecho. Ello explica las frases que chocan con nuestra
sensibilidad contemporánea, como las de Montaigne: «He per­
dido dos o tres hijos que se criaban fuera, no sin dolor, pero
sin enfado»2t, o la de Moliere, a propósito de la Louíson de
Le Malade imaginaire: «La pequeña no cuenta.» La opinión
general no debía, como Montaigne, «reconocerles ni movimiento
en el alma, ni forma reconocible al cuerpo». Madame de Sé-
vigné relata sin ninguna sorpresa22 una frase parecida de Ma­
dame de Coetquen, cuando ésta se desmayó al conocer la noticia
de la muerte de su hijita: «Está muy afligida y dice que nunca
tendrá otra tan bonita.»
Nadie pensaba que este niño contenía ya toda su persona
de hombre, como creemos corrientemente hoy día. Morían de-

18 G. Z a c c a g n i n i , La vita dei maestri e degli scolari nello studio di


Bologna, Ginebra, 1926, láms. IX, X ,..
19 Antes, ias representaciones de los niños sobre las tum bas eran ex­
cepcionales.
23 Le Caquet de Vaccouchée, 1622.
21 M ontaigne , Essais, II, 8.
22 Mine, de S évigné, Lettres, 19 de agosto de 1671.
masiados: «Todos se me mueren cuando todavía están con la
nodriza», decía Montaigne, Esta indiferencia era una consecuen­
cia directase inevitable de la demografía de la época, y persistió,
en el mundo rural, hasta el siglo xix, en la medida en que era
compatible con el cristianismo que respetaba el alma inmortal
del niño bautizado. Se dice que en el País Vasco se conservó
durante mucho tiempo la costumbre de enterrar al niño muerto
sin bautismo en la casa, en el umbral o en el huerto. Quizá ello
signifique la supervivencia de ritos antiquísimos, de ofrendas
sacrificiales. O más bien, ¿no se enterraba al niño muerto en
su tierna infancia en cualquier lugar, de la misma manera que
hoy día se entierra a un animal doméstico, un gato o un perro?
Era tan poquita cosa., estaba tan mal preparado para la vida,
que nadie temía que después de su muerte pudiera volver para
importunar a los vivos. En el grabado preliminar de la Tabula
Cebetis23, Merian ha colocado a los niños en una especie de
zona marginal, entre la tierra de donde salen y la vida donde
todavía no han penetrado y de la que les separa un pórtico
con la siguiente inscripción: Introitus ad vitam. ¿No hablamos
nosotros hoy día de entrar en la vida en el sentido de salir de
la infancia? Este sentimiento de indiferencia respecto a una
infancia demasiado frágil, en la que las pérdidas son muy nu­
merosas, no está tan alejada, en el fondo, de la insensibilidad
de las sociedades romana o china que practicaban el abandono
de los niños. Podemos entender así el abismo que separa nuestra
concepción de la infancia de la de la época anterior a la revo­
lución demográfica o a sus pródromos. No debe sorprendernos
esta insensibilidad, que es muy natural en las condiciones de­
mográficas de entonces. En cambio, lo que debe asombramos
es la precocidad del sentimiento de la infancia, cuando las
condiciones demográficas le seguían siendo poco favorables.
Desde el punto de vista estadístico, objetivo, ese sentimiento
debería haber surgido mucho más tarde. Valga aún la afición
por lo pintoresco y lo amable de ese pequeño ser, el sentimiento
de la infancia graciosa que se divierte de las gracias e inge­
nuidades de la primera infancia: «necedades pueriles» con las
cuales nosotros, los adultos, nos divertimos «como pasatiempo,
al igual que los monos» 34. Ese sentimiento podía acomodarse
23 M erian , Tabula Cebetis, 1655, ver R. Lebégue, «Le Peintre Varin»
y «Le Tableau de Cebes», en A rts, 1952, pp. 167-171.
24 M o n ta ig n e , Essais, II, 8.
con la indiferencia respecto a la personalidad esencial y defi­
nitiva del niño: el alma inmortal. La nueva afición por el re­
trato indica que los niños salen del anonimato en el que les
mantiene su frágil probabilidad de sobrevivir. Es extraordinario,
en efecto, el que en una época de despilfarro demográfico se
haya sentido el deseo de fijar, para conservar su recuerdo, los
rasgos de un niño que sobrevivirá a los de un niño muerto.
El retrato del niño muerto, en particular, prueba que ya no se
considera a este niño como una pérdida inevitable. ■Esta actitud
mental no elimina el sentimiento contrario, él de Montaigne,
los cotorreos alrededor.de la parturienta, el de Moliere: ambos
coexistirán hasta el siglo xviii. La idea de despilfarro necesario
desaparecerá únicamente en el siglo x v i i i , con el nacimiento
del maltusianismo y la extensión de las prácticas anticoncep­
tivas.
La aparición del retrato del niño muerto en el siglo xvi
marca, pues, un momento sumamente importante en la historia
de los sentimientos. Ese retrato será primeramente una efigie
funeraria. Al principio no se representará al niño solo, sino
en la tumba de sus padres. Las relaciones de Gaigniéres25
muestran al niño al lado de su madre y muy pequeño, o tam­
bién a los pies de los yacentes. Todas esas tumbas son del
siglo xvi: 1503» 1530, 1560. Entre esas tumbas tan singulares
de la abadía de Westminster se observa la de la marquesa de
Winchester, muerta en 1586 36. La marquesa está figurada por
una estatua yacente de tamaño natural. En la parte frontal de
su tumba aparecen, en modelo reducido y en posición arrodi­
llada, su esposo el marqués y la minúscula tumba de un niño
muerto. Asimismo en Westminster, el conde y la condesa de
Shrewsbury están representados en una tumba de 1615-1620,
en forma de estatuías yacentes: su hija pequeña está arrodi­
llada a sus pies, con las manos juntas. Notemos que los niños
que rodean a los difuntos no siempre están muertos: es'toda
la familia la que se reúne alrededor de sus jefes, como si fuera
el momento de recoger su último suspiro. Pero al lado de los
niños todavía vivos se ha representado a los que estaban ya
muertos; un signo los distingue, estos últimos son más pequeños
y tienen una cruz en la mano (tumba de John Coke en Halkham,
1639), o una cabeza de muerto: en la sepultura de Cope
25 G A iG N ife R E S , T o m b e a u x .
76 Fr. B o n d , W estm inster A bbey, L ondres, 1909.
d'Ayley en Hambledone (1633) hay cuatro muchachos y cuatro
muchachas rodeando a los difuntos, un chico y una chica tienen
en la mano una cabeza de muerto.
En Toulouse existe, en el museo de los Agustinos, un tríptico
muy curioso que proviene del gabinete de Du M ége27. Sus
paneles llevan una fecha inscrita: 1610. A ambos lados de un
Descendimiento, se hallan los donantes arrodillados, el marido
y la mujer, con su edad: ambos tienen sesenta y tres años. Al
lado del hombre se ve a un niño vestido con el traje que usaban
los niños menores de cinco años en esa época: el vestido y el
delantal de niña23 y un gorro grande con penacho de plumas.
El niño está vestido de colores vivos y lujosos, de verde reca­
mado de oro, que acentúan la severidad de los trajes negros de
los donantes. Esta mujer de sesenta y tres años no puede tener
un hijo de cinco años. Se trata, pues, de un niño muerto, quizás
hijo único recordado aún por la pareja, y a quien desearon
tener a su lado, vestido con sus mejores atavíos.
Durante el siglo xvi había la costumbre piadosa de donar
a las iglesias un cuadro o una vidriera en los cuales el donante
se mandaba representar con toda su familia. En las iglesias
alemana^ pueden verse aún, colgados de las paredes, numerosos
cuadros de esa clase que son retratos de familia. En uno de
ellos, de^la segunda mitad del siglo xvi, que se halla en la iglesia
de San Sebastián de Nuremberg, se puede apreciar al padre,
a dos hijos ya mayores situados detrás de él, y a seis muchachos
amontonados en una masa mal diferenciada, que se esconden
los unos detrás de los otros, por lo que algunos son apenas
visibles. ¿No se tratará de los hijos muertos?
Un cuadro semejante, de 1560, conservado en el museo de
Bregenz, tiene inscritas, en las banderolas, las edades de los
hijos: tres niños de uno, dos y tres años, respectivamente, y
cinco niñas de uno, dos, tres, cuatro y cinco años. Ahora bien,
la mayor, de cinco años, tiene la misma estatura y el mismo
traje que la menor, de un año. Se la ha incluido en la escena
familiar, como si hubiera vivido, pero se la figura a la edad
en que murió.
Esas pinturas de familias así alineadas son obras ingenuas,
torpes, monótonas, sin estilo: sus autores, así como sus modelos,
77 M useo de los A gustinos, n.° 465 del catálogo. Las hojas tienen la
fecha de 1610.
23 V an Dyck, K. der K ., lám . CCXIV.
permanecen desconocidos u oscuros. Ocurre lo contrario cuando
el donante ha acudido a un pintor de renombre: los historiado­
res del arte, en este caso, han efectuado las investigaciones
necesarias para la identificación de los personajes de un lienzo
célebre. Tal es el caso de la familia de ■Meyer que Holbein
figuró, en 1526, al pie de la Virgen. Sabemos que tres de los
seis personajes de la composición estaban ya muertos en 1526:
la primera esposa de Jacob Meyer y sus dos hijos, el uno muerto
a los diez años, y el otro más joven, representado desnudo.
Se trata seguramente de una costumbre que se ha genera­
lizado en el siglo xvi y hasta mediados del siglo xvn: el museo
de Versalles conserva un cuadro de Nocret donde figuran las
familias de Luis XIV y de su hermano. El lienzo es célebre
porque el rey y los príncipes están medio desnudos — al menos
los hombres— como los dioses del Olimpo. Observemos un
detalle: al píe de Luis XIV, ocupando una posición importante,
Nocret ha trazado un cuadro que encierra en su marco a dos
niñitos, muertos de tierna edad. El niño comienza, pues, a
aparecer al lado de sus padres en los retratos de familia.
Los dibujos de Gaigniéres dan a conocer sepulturas con
efigies de niños solos: desde finales del siglo xvi, una es de 1584,
la otra de 1608. El niño está representado con el traje propio
de su edad, el vestido y el gorro, como el del Descendimiento
de Toulouse. Cuando Jacobo I perdió en dos años, 1606 y 1607,
a dos hijas, una de tres días y otra de dos años, las hizo repre­
sentar en sus tumbas de Westminster con sus atavíos, y quiso
que la menor reposara en una cuna de alabastro en la que
todos los accesorios fueran reproducidos fielmente para dar la
sensación de realidad: los encajes de los pañales y del gorro.
Una inscripción indica el sentimiento piadoso que daba a esta
niña de tres días una personalidad definitiva: Rosula Regia
prae-propero Fato decerpta, parentibus erepta, ut in Christi Ro­
sario reflorescat.
Aparte de las efigies funerarias, los retratos de niños aisla­
dos de sus padres son escasas hasta finales del siglo xvi: el delfín
Charles Orlando del Maestro de Moulins es otro testimonio del
afecto por los niños muertos de tierna edad. En cambio, a co­
mienzos del siglo xvn se vuelven numerosos; se observa que ha
arraigado la costumbre de conservar, gracias al arte del pintor,
el aspecto fugaz de la infancia. En los retratos se separa al niño
de la familia, así como un siglo antes, a principios del siglo xy i ,
la familia se había separado de la parte religiosa del cuadro de
los donantes. En lo sucesivo, se representa al niño solo y por
sí mismo: ésta es la gran novedad del siglo x v i i . El niño será
uno de sus modelos favoritos. Abundan los ejemplos entre los
pintores ilustres como Rubens, Van Dyck, Franz Hals, Le Nain,
Ph. de Champaigne. Unos representan a los principios, como
los hijos de Carlos I, por Van Dyck, o los de Jacobo II, por
Largilliere; otros pintan a los hijos de grandes señores, como
los tres niños por Van Dyck, el mayor de los cuales lleva la
espada; otros, a los hijos de los burgueses acaudalados, como
los de Le Nain o' de Ph. de -Champaigne, A veces, una inscrip­
ción indica el nombre y la edad como era costumbre antigua­
mente entre las personas mayores. En unos casos, el niño está
solo (Grennoble, Ph. de Champaigne); en otros, el pintor agrupa
a varios niños de una misma familia. Se trata de un estilo de
retrato banal, repetido por numerosos pintores anónimos, que
se encuentra frecuentemente en los museos de provincia o en
las tiendas de antigüedades. Cada familia deseaba poseer los
retratos de sus hijos cuando éstos eran todavía niños. Esta
costumbre nace en el siglo x v i i y no cesará aunque en el si­
glo xix la, fotografía haya reemplazado a la pintura: el senti­
miento no ha cambiado.
Antes de terminar con el retrato, conviene mencionar las
representaciones de niños en los exvotos que comienzan a des­
cubrirse en algunas partes: existen en el museo de la Catedral
de Le Puy, y la exposición del siglo xvn, organizada en 1958,
dio a conocer a un sorprendente niño enfermo, que debe ser
igualmente un exvoto.
De esta manera, aunque las condiciones demográficas no
se hayan transformado mucho desde el siglo xm al xvii, y 'aun­
que la mortalidad infantil se haya mantenido a un nivel muy
elevado, aparece una nueva sensibilidad que otorga a esos seres
frágiles y amenazados una particularidad que se ignoraba antes
de reconocérsela: parece como si la conciencia común no des­
cubriese hasta ese momento que el alma del niño también era
inmortal. Ciertamente, la importancia dada a la personalidad del
niño está relacionada con una cristianización más profunda de
las costumbres.
Este interés por el niño precede en más de un siglo a la
transformación de las condiciones demográficas, que se puede
fechar con el descubrimiento de Jenner: las correspondencias
como la del general de Martange 29 muestran que las familias se
preocupaban en esa época de hacer vacunar a sus hijos; ese
cuidado contra la viruela supone un estado de ánimo que debía
al mismo tiempo favorecer otras prácticas de higiene, y permitir
un retroceso de la mortalidad, compensado en parte por un con­
trol cada vez más grande de la natalidad.

Otra representación del niño desconocida de la Edad Media


es el putto, el niñito desnudo. Aparece a finales del siglo xiv y,
sin duda alguna, reconocemos en él al Eros helenista recupe­
rado.' El tema del niño desnudo fue acogido inmediatamente
con un fervor extraordinario, incluso en Francia donde el italia-
nismo tropezaba con ciertas resistencias autóctonas. El duque
de B erry30 poseía, según sus inventarios, un «cuarto de los
niños», es decir, una sala decorada de tapices con diseños de
niños desnudos. Van Marle se interroga «si a veces los escri­
bientes de los inventarios no habrán llamado niños a esos ange­
lotes semipaganos, a esos putti que decoran frecuentemente el
follaje de los tapices de la segunda mitad del siglo xv».
En el siglo xvi, los putti irrumpirán, como ya se sabe, en
la pintura y pasarán a ser un motivo decorativo repetido hasta
la saciedad. Ticiano particularmente los ha usado, cuando no
abusado de ellos: por ejemplo, en su Triunfo de Venus del
Prado.
El siglo xvn no parece saciado de su empleo, ya sea en
Roma, en Nápoles o en Versalles, donde los putti conservan
aún el antiguo nombre de marmosetes. Tampoco se librará la
pintura religiosa, gracias a la transformación del ángel-mona­
guillo medieval en putto. En lo sucesivo, el ángel ya no será
(excepto el Angel de la Guarda) ese efebo que se ve aún en
los lienzos de Botticelli; se ha convertido, él también, en un
amorcillo desnudo, aunque, para satisfacer el pudor postriden-
tino, su desnudez esté disimulada por nubes, vapores o telas.
La desnudez del putto se extiende incluso al Niño Jesús y a los
otros niños sagrados. Cuando esta desnudez completa repele,
se la hace más discreta; se evita el cubrir en exceso al Niño
Jesús, o el fajarlo: se le muestra en el momento en que su madre
29 Correspondance inédiíe du general de Martange, ed. Bréard, 1893.
30 V a n M a r le , op. cit., p. 71.
le quita los pañales31, cuando se descubren sus hombros y sus
piemecitas. Ha observado P. du Colombier, a propósito de los
Lucca della Robbia del Hospital de los Inocentes, que no es'
posible representar la infancia sin evocar su desnudez32. Este
interés por la desnudez del niño está vinculado, evidentemente,
con la afición general por la desnudez al modo clásico, que se
extendía incluso al retrato, Pero duró mucho más tiempo e
invadió toda la decoración: recuérdese Versalles, o el techo de
la villa Borghese a Roma. La afición por el putto correspondía
a algo más profundo que la desnudez clásica, y que es preciso
atribuir a un amplio movimiento de interés a favor de la in­
fancia.
Al igual que el niño medieval, niño sagrado, alegoría del
alma o criatura angelical, el putto no fue en los siglos xv y xvi
un niño real, histórico. Ello es tanto más relevante cuanto que
el tema del putto nació y se desarrolló al mismo tiempo que
los retratos de niño. Mas los niños de los retratos de los si­
glos xv y xvi no están nunca, o casi nunca, desnudos. O están
en pañales, incluso cuando se les representa a r r o d i l l a d o s o
llevan puesto el traje propio de su edad y de su condición.
Nadie se imaginaba al niño histórico, incluso chiquitín, en la
desnudez del niño mitológico y decorativo, y esta distinción ha
persistido durante largo tiempo.
El último episodio de la iconografía infantil será la aplica­
ción de la desnudez decorativa del putto al retrato de niño, y
hay cjue situarlo igualmente en el siglo x v ii. En el siglo xvi ya
se pueden observar algunos retratos de niños desnudos. Pero
son poco frecuentes: uno de los más antiguos es quizás el niño
muerto de tierna edad de la familia Meyer, por Holbein (1521).
No puede uno evitar de pensar en el alma medieval; en una
sala del palacio de Innsbruck hay un fresco en el que María
Teresa quiso reunir a todos sus hijos: al lado de los vivos, está
representada una princesa muerta cuya desnudez está púdica­
mente recubierta con un paño.
En un lienzo de Ticiano de 1571 ó 1575 Felipe II, en un
gesto de ofrenda, tiende a la Victoria a su hijo, el infante Fer-
nando> que está completamente desnudo: se parece al putto
JI B a ld q v in e tti, La Virgen y el N iño Jesús, Louvre, París.
32 P. du C o lo m b ie r, op. cit.
3J La Virgen en el Trono, retrato presunto de Beatriz d'Este, 1496.
34 Glorificación de la victoria de Lepanto, Museo del Prado, M adrid.
tan familiar en Ticiano y parece que encuentra la situación
muy divertida; los putti frecuentemente están representados du­
rante sus juegos.
En 1560, el Veronés pintaba, según la costumbre, ante la
Virgen y el Niño, a la familia Cucina-Fiaccó reunida: tres hom­
bres, uno de los cuales era el padre, una mujer —la madre—
y seis niños. En el borde derecho del cuadro se ve a una mujer
medio cortada por el marco y que lleva en sus brazos a un
niño desnudo, de la misma manera que la Virgen sostiene al
Niño, semejanza acentuada por el ..hecho de que la mujer no
lleva el traje propio de su época. No se trata de la madre, ya
que está un poco apartada de la escena. Es acaso ¿el ama de
cría del último hijo35? Una pintura del holandés P. Aertsen, de
mediados del siglo xvi, representa a una.familia: el padre, un
niño de cinco años aproximadamente, una.niña de cuatro y la
madre, que está sentada y tiene en sus rodillas a un niñito
desnudo 36.
Existen, sin duda alguna, otros casos que una investigación
más detenida nos revelaría; sin embargo, no son demasiado nu­
merosos como para crear una afición común y trivial.
En el siglo x v i i , los ejemplos se vuelven más numerosos' y
más característicos del sentimiento de la infancia: la Heléne
Fourmant de Munich que lleva en sus brazos a su hijo comple­
tamente desnudo, el cual se distingue del putto banal por el
parecido con su madre ante todo, pero también por un gorro
de plumas, como usaban entonces los niños. El último hijo de
Carlos I, por Van Dyck, de 1637, está al lado de sus hermanas
y hermanos, desnudo, medio envuelto por la tela sobre la que
está recostado.
«Cuando Le Brun representa en 1647 al banquero y colec­
cionista Jabach en su casa de la calle Saint-Mem —afirma
L. H autcoeur37— , nos muestra a este hombre poderoso, vestido
sin pompa, con las calzas mal estiradas, que comenta a su mujer
y a su hijo su última adquisición..., los otros hijos también
están ahí: el menor, desnudo como un Niño Jesús, descansa
en un cojín, y una de sus hermanitas juega con él.» Este peque­
ño Jabach tiene más que los niños desnudos de Holbein, el
35 Pinacoteca de Dresde, cuadro reproducido en este libro.
36 R eproducido en H. G e r s o n , De nederlandse Shilderkunst, 2 vols.,
1952, tomo I, p, 145.
37 L. H a u t e c o e u r , Les Peintres de la vie jamiliale, 1945, p. 40.
Veronés, Ticiano o Van Dyck, e incluso Rubens, exactamente
la postura del bebé moderno ante el objetivo de los fotógrafos
artísticos. En lo sucesivo, la desnudez del niñito pasa a ser un
convencionalismo en ese género y todos los niñitos a quienes
siempre se vestía ceremoniosamente en la época de Le Nain y
Ph. de Champaigne, serán representados desnudos. Vemos ese
convencionalismo tanto en Largilliére, pintor de la alta burgue­
sía, como en Mignard, pintor de cámara: el último hijo del Gran
Delfín, por Mignard (Louvre) está desnudo en un cojín al lado
de su madre, como el pequeño Jabach.
Unas veces el niño está, completamente desnudo, como en
el retrato del conde de Toulouse, por Mignard33, envuelto apenas
con el rizo de una cinta desenrrollada, como el niño de Larguil-
liére39, que sujeta un hocino; otras, el niño está vestido, no
con un traje verdadero como los que se usaban entonces, sino
con un batín que no cubre toda la desnudez y que la deja ver
voluntariamente: por ejemplo, los retratos infantiles por Belle,
en los que las piernas y los pies aparecen desnudos, o el duque
de Bourgogne, por Mignard, vestido únicamente con una camisa
fina. Resulta ocioso buscar más ejemplos de este tema, que se
vuelve convencional. Lo veremos en su etapa final en los álbu­
mes de familia, en los escaparates de los «fotógrafos de arte» de
antaño: bebés que muestran sus nalguitas únicamente para la
fotografía, pues estaban cuidadosamente cubiertos, envueltos en
pañales y bragas, niñitos, niñitas a quienes se vestía para la
circunstancia únicamente con una bonita camisa transparente.
No había niño de quien no se conservara su imagen desnuda,
desnudez directamente heredada de los putti del Renacimiento.
Persistencia singular en el gusto colectivo, tanto burgués como
popular, de un tema que fue al principio decorativo; el Eros
antiguo, rescatado en el siglo xv, sirve aún como modelo de
los «retratos de arte» del siglo xix y del siglo xx.

El lector de estas páginas no habrá dejado de observar la


importancia del siglo x v ii e n l a evolución de los temas relativos
a la primera infancia. Los retratos de niños solos se vuelven

38 Museo de Versalles.
39 R o u c h e s , «Larguilliére, peintre d'enfants», Revue de iA r t anden et
moderne, 1923, p. 253.
numerosos y triviales durante éste siglo. Fue igualmente en el
siglo xvn cuando los retratos de familia de épocas anteriores
tendieron a organizarse en torno al niño, que se convirtió en
el centro de la composición. Esta concentración alrededor del
niño es particularmente sorprendente en el cuadro de esa familia
por Rubens * en el que la madre sostiene al niño por un hombro,
mientras que el padre le da la mano. En los retratos de Frans
Hals, Van Dyck, o Lebrun, los niños se besan, se abrazan y
animan los grupos serios de adultos con sus juegos o su ternura.
El pintor barroco cuenta con ellos para dar al retrato de grupo
el dinamismo que le faltaba. Asimismo en el siglo xvn, la esce­
na de costumbres reservará a la infancia un lugar privilegiado:
se aprecian innumerables escenas de infancia de carácter con­
vencional, la lección de lectura (donde subsiste, laicizándose,
el tema de la lección de la Virgen de la iconografía religiosa
de los siglos xiv y xv), la lección de música, niños y niñas
leyendo, dibujando, jugando. Interminable tarea sería el enume­
rar todos estos temas que abundan en la pintura, especialmente
en la primera mitad del siglo, y después en el grabado. Por
último, como hemos visto, la desnudez se vuelve un convencio­
nalismo riguroso del retrato de niño en la segunda mitad del
siglo xvn. El descubrimiento de la infancia comienza en el
siglo x v m , y podemos seguir sus pasos en la historia del arte
y en la iconografía durante los siglos xv y xvi. No obstante,
los testimonios se vuelven particularmente numerosos y signifi­
cativos a fines del siglo xvi y durante el siglo xvii.
Esta opinión la confirma el interés manifestado en ese mo­
mento por los niñitos, sus maneras, su «jerga». Ya indicamos
en el capítulo precedente que se les dieron entonces nombres
nuevos:* bambin (nene), pitchoun (chaval), fanjan (chiquillo).
La gente se distraía también destacando sus expresiones, em­
pleando su vocabulario; es decir, el que empleaban las nodrizas
con los niños, Es muy raro que la literatura, incluso la literatura
más conocida conserve las huellas de la jerga del niño. ¿Se
sorprenderá uno de encontrarlas en la Divina Comedia41? «Qué
gloria tendrás de más si te despojas de tu carne avejentada, que
si hubieras muerto antes de terminar de decir pappo y dindi,
antes de que pasen mil años.» Pappo es el pan. El vocablo
existía en el francés contemporáneo de Dante: le papin. Se halla
40 H acia 1609. Karlsruhe, Rubens, p. 34.
4! Purgatorio, X I, 103-105.
igualmente en uno de los -Miracles Notre-Dame; el del «niñito
que da de "comer a la imagen de Jesús que sostiene Nuestra
Señora».
«Si lui a mis le p a p in sur la bouche en dísant: papez, beau doubc
enfes, s’il vous plaist. Lors papa il ung petit de ce papin: papez enfes,
dis le clergeon, si D ieu t'ayde. Je yoys que tu meurs de faim . Papine
en peu de m on gastel ou de m a fouace» *.

No obstante, podemos preguntamos: este término, papin,


¿está realmente reservado a la infancia, o pertenece quizás a
la lengua familiar usada cotidianamente? Sea lo que fuere, los
Miracles Notre-Dame, como otros textos del siglo xiv, atesti­
guan un interés real por la infancia en su estado natural. Desde
luego, las alusiones a la jerga infantil sean excepcionales antes
del siglo x v i i . Abundan en el siglo x v i i i . Veamos algunos ejem­
plos. Las leyendas de una colección de grabados de Bouzonnet
y Stella, de 1657 42. Esta colección contiene una serie de láminas
grabadas que representan los juegos de los putti. Los dibujos no
tienen ninguna originalidad, pero los textos, en pésimos versos
de copla de ciego, se refieren a la jerga de la niñez, e igual­
mente al argot de los jóvenes colegiales, pues los límites de la
tierna infancia continúan siendo sumamente imprecisos. Los putti
juegan con los caballos de madera: el título de la lámina es
Le Dada. ,
Des p u tti jouent aux dés, l’un est hors du jeu:
Et l ’auíre, s'en voyant exclu (du jeu)
Avec son tou to u se consolé **.

En los siglos xiv y xv ha debido dejar de usarse el vocablo


papin, por lo menos en el francés infantil y burgués, quizás
porque no era propio de la niñez. Surgen otras palabras sim­
plonas que continúan utilizándose hoy en día: el toutou (perro),
el dada (caballito).
. Además de esta jerga de nodriza, los putti hablan también
* [Le ha puesto el pan en la -boca diciendo: come, dulce niño lindo,
por favor. Entonces el niño com ió un trocito de ese pan: com e, niño,
dijo el m onaguillo, y que D ios te ayude. Veo que te estás m uriendo de
hambre. Come un trocito de m i pastel y de mi torta.»]
42 Cíaudine B o u z o n n e t , ¡eu x de Venjance, 1657 (según Stella).
** [Unos p u tti juegan a los dados, uno de ellos está fu era del
juego: / y el otro, viéndose excluido / se consuela con su toutou
(perro).]
el argot escolástico o el de las academias militares. El juego del
trineo:
Ce populo, comme un César
Se faít íratner dedans son char *.

Un niño jugador llama la atención por su listeza: «Ese cadet


(menor) parece aventurado». Cadet: término de la Academia
donde los hidalgos aprendían, a principios del siglo xvn, el ma­
nejo de las armas, la equitación y el arte de la guerra. El término
ha. persistido en la expresión: escuela de cadetes.
En 'el juego de pelota:
Aynsi nuds, legers et dispos,
Les enfans, dés.qu'ils ont campos
V ont s'escrim er de la raquette **.

Tener campos es una expresión de academia, un término


militar que significa: obtener iin permiso.’Este vocablo es fre­
cuente en la lengua familiar y es utilizado por Madame de
Sévigné.
En el baño: mientras unos nadan:
La plupart boivent sans m anger
A la santé des camarades ***.

Camarades (camaradas): el término que también parece nue­


vo o de finales del siglo xvi, debía de ser de origen militar (¿pro­
cedía de los alemanes, de los mercenarios de habla alemana?) y
pasó por las Academias. Continuará, por lo demás, reservado
más bien a la lengua familiar burguesa. Aún hoy día el habla
popular no lo utiliza y prefiere emplear una palabra más antigua,
copain, el compaing medieval.
Mas volvamos a la jerga de la primera infancia. En Le Pédant
joué, de Cyrano de Bergerac, Granger llama a su hijo toutou
(perro, guauguau): «Ven a darme un beso, ven, mi toutou».
El vocablo bonbon (caramelo) que creo pertenece a la jerga de
las nodrizas, entra e n ' las costumbres, así como la expresión
«beau comme un ange» (más hermoso que un ángel», o «pas
plus grand que cela» (no es más grande que eso), que emplea
Madame de Sévigné.
* (Esta gente, como un César, / se hace rem olcar en su carro.]
** [Así desnudos, ligeros y despiertos, / los niños, en cuanto tienen
tiem po libre, / van a jugar a la raqueta.]
*** [La m ayoría bebe sin comer, / a la salud de los camaradas.]
Madame de Sévigné se las ingenia para tomar nota de todo
lo que dice su nieta, que ella cuida, hasta las onomatopeyas del
niño que no habla todavía, para contárselas a Madame de Grig-
nan, que estaba en Provenza: «la niña habla de manera muy
divertida: titota, tetita y totata» 's3.
Ya a comienzos del siglo xvn, Heroard, médico de Louis XIII,
anota cuidadosamente en su diario las ingenuidades de su alum­
no, su tartamudeo, su manera de decir vela, équivez...
Cuando describe a su nieta, sa petite mis_ (su amiguita),
ses petites entrailles (niña de sus entrañas), Madame de Sévigné
narra escenas de costumbres parecidas a las de Le Nain, de
Bosse, y además con la gracia de los grabadores de finales del
siglo y de los artistas del xvm.-«Nuestra hija es una pequeña
beldad morena, muy bonita, ahí está, me besa de mala gana,
pero no grita nunca.» «Me abraza, me reconoce, me sonríe, me
llama Mamá a secas» (y no abuelita). «Yo la quiero mucho.
La he mandado cortar el pelo- y ahora está peinada de forma
extravagante, pero este peinado le va muy bien. Su tez, su
cuello y su cuerpecito son admirables. Hace muchas cositas,
acaricia, pega, se persigna, pide perdón, hace la reverencia, besa
la mano, se encoge de hombros, baila, adula, se coge la barbilla:
en una pálabra, es agradable en todo. Yo me divierto con ella
horas enteras» 44. Muchas madres y nodrizas ya habían sentido
lo mismo.,Ninguna, sin embargo, había admitido que estos sen­
timientos fuesen dignos de expresarse de una forma tan ambi­
ciosa. Esas escenas literarias de infancia corresponden a las de
la pintura y del grabado de costumbres contemporáneas: descu­
brimiento de la niñez,- de su cuerpo, de sus modales y de su
farfulla.

43 Mme. D ? S é v i g n é , Lettres, 8 de enero de 1672,


44 18 de septiembre de 1671, 22 de diciembre de 1671 y 20 de mayo
de 1672.
CAPÍTULO III
LA INDUMENTARIA INFANTIL

La indiferencia existente hasta el siglo x m —cuando no se


trataba de l*a Virgen Niña— por los caracteres propios de la
infancia no aparece solamente en el mundo de las imágenes:
el traje desmuestra, en la vida real, lo poco particularizada que
estaba la infancia en esa época. Desde que el niño dejaba de usar
los pañales, es decir, la faja de lienzo que se ceñía a su cuerpo,
se le vestía como a los demás hombres y mujeres de su con­
dición. Nosotros., que hemos usado tanto tiempo los pantalones
cortos, símbolo vergonzoso, en un futuro próximo, de una in­
fancia retrasada, nos imaginamos difícilmente esta mezcla. En
mi generación, nos quitábamos los pantalones cortos al finalizar
el penúltimo año de bachillerato, como resultado, además, de
presiones ejercidas sobre padres recalcitrantes: a mí me reco­
mendaban tener paciencia, citándome el caso de un tío suyo ge­
neral que se había presentado al ingreso en la Escuela Politécni­
ca con pantalones cortos... Hoy, la adolescencia ha triunfado en
todos los sentidos y el traje deportivo, adoptado a la vez por los
adolescentes y por los niños, tiende a sustituir a los signos ves-
timentarios propios de la infancia del siglo xix y de principios
del xx. Sea lo que fuere, así como en la época de 1900-1920 se
prolongaban hasta muy tarde en el adolescente las particularida­
des del traje propio de la infancia, en la Edad Media se vestía
indiferentemente todas las clases de edad, preocupándose única­
mente de mantener visibles los grados de la jerarquía social
mediante el traje. Nada en ese traje separaba al niño del adulto.
Es imposible imaginar actitudes más distintas respecto a la in­
fancia.
Durante el siglo xvii, sin embargo, el niño (al menos el niño
rico, noble y burgués), ya no está vestido como las personas
adultas. He aquí el hecho esencial: el niño posee en lo sucesivo
un traje reservado a su edad, que lo separa de los adultos. Esto
se observa ya en la primera ojeada que se da a las numerosas
representaciones de niños de principios del siglo xvn.
Consideremos el hermoso lienzo de Philippe de Champaigne,
del Museo de Reins, que agrupa los siete hijos de la familia
Habert: el mayor tiene diez años; el menor, ocho meses. Esta
pintura es sumamente valiosa para nuestro objetivo, porque el
pintor ha consignado la edad precisa de cada uno de sus mode­
los. El mayor, de diez años, está vestido como un hombrecito,
envuelto en su manto: en apariencia pertenece al mundo de
los adultos. Aunque no es más que una apariencia, tiene que
asistir al colegio (la escolaridad prolonga de esta manera la edad
de la infancia), pero no permanecerá quizás mucho más tiempo
y abandonará la escuela para juntarse con los hombres, con
quienes comparte ya el traje y compartirá en breve la vida en
los campos de batalla, en los estudios o en los negocios. Pero
los mellizos, cogidos afectuosamente de la mano y por los hom­
bros, tienen cuatro años y nueve meses, y no están vestidos
como los adultos, sino que llevan un' ropaje largo, diferente del
vestido de las mujeres, porque está abierto por delante y mien­
tras el de los niños se cierra con botones, el de las niñas se
ata con cordones; se parece a una sotana de eclesiástico. Este
mismo vestido lo encontramos en el «cuadro de la vida humana»
de Cebes 1.; El chiquitín, mal liberado aún del no-ser, está
desnudo; los niños que le siguen están envueltos en pañales.
El tercero, que debe tener aproximadamente dos años, y no puede
aún tenerse en pie solo, está ya cubierto con un vestido, si bien
sabemos que es un niño. El cuarto, a horcajadas sobre su caba­
llito de madera, lleva el mismo ropaje largo y abotonado por
delante como una sotana que vimos en los gemelos de H abert por
Ph. de Champaigne. Este ropaje fue usado por los niños peque­
ños durante todo el siglo xvn. Lo encontramos cubriendo a
Luis XIII niño, así como en los niños franceses, ingleses u ho­
landeses de numerosos retratos, y aún a principios del siglo xvm ,

1 Tabula Cebetis, grabado de Merian. Ver LebéGüe, op. cit.


por ejemplo, el del joven de Bethisy2, pintado hacia 1710 por
Beile. En este último cuadro, el ropaje del niño ya no está abo­
tonado por delante, pero sigue siendo diferente del de las niñas
y no lleva accesorios de lencería.
Este ropaje es unas veces muy sencillo, como el del niño
a horcajadas del «cuadro de la vida humana»; otras veces
puede ser suntuoso y terminar en una cola, como el del joven
duque de Anjou, grabado por Arnoult3.
Este ropaje en forma de sotana no era el primer traje del
niño cuando se le quitaban los pañales. Volvamos al retrato de
los niños Habert. de Ph. de Champaigne. Franpois, que tiene
veíntrés meses, y el benjamín, de ocho, están vestidos los dos
exactamente como su hermana, es decir, como mujercitas: falda,
vestido y delantal. Este es el traje de los niños más pequeños:
durante el siglo xvi, la, gente acostumbraba vestirlos como a las
niñas, quienes, por lo demás, continuaban usando el vestido
de las mujeres adultas. La separación entre niños y adultos no
existe, aún entre las mujeres. Erasmo,. en la Jnstitutio christiani
matrimonii (1526) .nos' da una .descripción..de este. traje, que
su editor francés de^ 1714 traduce sin dificultad, como algo que
subsistía en su. época: ,«Se les-pone-además <[a los niños] úna
camisilla,,.medias. bien. calientes, u n ,faldón: grueso' y ■e l' vestido
de: encima que’ recarga los hombros y las caderas con una gran
cantidad de telas y de pliegues, y se les, hace creer que todos
estos avíos . les sientan, maravillosamente.. Erasmo.;denunciaba
esta nueva, moda .y preconizaba una mayor libertad para los
cuerpecitos ;de los chiquitines; pero su opinión po prevaleció
sóbrenlas costumbres y . hubo de esperarse .hasta fines • d e l. si­
glo . x v i i i para que el traje del ¡niño se /tornara más flexible,
más.¡suelto. y más confortable. ... U na'pintura de Rubens 5,, nos
muestra un traje de niño aún parecido a l’de Erasmo: el vestido
abierto que deja ver el faldón_ppr debajo.-. Cuando eLniño co­
mienza a andar, se le sostiene con unos tirantes que colgabán
por detrás, y que en esa,época se .llamaban,andadores.. En, el
diario, de Heroard, que nos permite .seguirá día a día la infancia

2 Museo de Versalles, Catherine de B ethisy y su hermano. -


3 A rnoult, Et duque de Anjou niño. Grabado:. Gabinete de Estampas,
B. N.' París, in f,°; Ed 101, t. 1/ f.° 51, R eproducido en este libro.
4 E r a s m e , Le Mariage chrétien,' traducción francesa de 1714.
5 D ibujo. Louvre, París, reproducido en A. M ic k e l, Histoire . de
VArt, V I, p. 301, fig. 194. - /
de Luís xiii, podemos leer,' el 28 de junio de 1602 (Luís XIII
tenía nueve'meses), lo siguiente: «Se le han puesto andaderas
a su vestido para que aprenda a andar»6. Al mismo Luis XIII
no le gustaba que su hermana llevara un vestido semejante al
suyo:' «Cuando llega la-señorita; celoso porque llevaba un ves­
tido como el suyo, la mandó salir.» Mientras que los niños usa­
sen ese traje femenino, se decía"'de'ellos que «llevaban'todavía
babero»'Yó la ?.'■»Este “período duraba hasta-los'cuatro o
cinco años. Jean Rou-(nacido en :1638) cuenta en sus memorias
que él tuvo una infancia precoz y que le enviaron al colegio de
Harcourt, .acompañado 'de¿una--sirvienta! «Cuando llevaba.-: aun
babero, es decir,'cuando todavía no usaba el vestido largo con
cuello que precedía : la .indumentaria “de las calzas atacadas»,
«yo era. el único, ataviado de^la. manera que acabo.de describir
[es decir, vestido de chica],'de modo que constituía una espe­
cie de nuevo fenómeno en eselugar, ya que allí nunca había
aparecido nadie de esa guisa». El cuello del vestido era un cuello
de-hombre. La costumbre impuso en. lo sucesivo normas para
el vestido de los niños, según su edad: el babero y el vestido de
niñas, después este «vestido largo con cuello», que se denomi­
naba también chaqueta (jaquette). El reglamento de una escuela
infantil o escuela parroquial/'de 16548, prescribe que los domin­
gos se conduzca a los niños a la iglesia para que asistan" a misá
después de la instrucción religiosa: se prohibía juntar a los pe­
queños con los mayores, es decir,' los vestidos de corto con los
de largo, y se colocará a «los pequeños de chaqueta con sus
semejantes».
El diario de la infancia de Luis XIII que Heroard escribía
cada día muestra la seriedad con la que en lo sucesivo set tra­
taba el traje del niño, el cual evidenciaba las etapas del creci­
miento que transformaba al mño en hombre. Esas etapas, antes
inadvertidas, se volvieron una especie de ritos que había que
respetar, los cuales anotaba Heroard cuidadosamente como algo
importante* El 17 de julio. de 1602, se colocan andadores en
el vestido del Delfín. Los .usaría durante más de dos años: a

6 Journal d ’Heroard, p u b lic a d o por E. S o u lié y E. de barmeiemy,


2 yoIs., 1868.
7 M é m o ir e s d e J e a n R o u 16 38 -17 11 publicadas por F . V /addm gton,
1857.
8 Escote paroissiale ou la morderé de bien instruiré les enjants dans
tes peíites écoles, por ú n cu ra d e ‘u n a parroquia de París, 1654.
los .tres años y.dos meses, se le puso el primer.vestido sin•anda­
dores. '«El niño está.encantado y se dirige al capitán de la guar­
dia.» .Tan [Taine, por Capitaine] — notemos esta imitación de
la- jerga infantil— .ya no .llevo andadores, . ahora andaré -.solo.
Unos meses antes,.ya había.dejado de dormir ..en cuna y lo hacía
en-,una,cama: -es. una.etapa... A .lo s , cuatro.;años, el día de su
cumpleaños,:llevaba las:calzas .-.bajo su vestido y .un año después
abandonó/el ..« g o rro d e v.niño»;-para-usar .el. sombrero ;de -los
hombres: Es también una .etapa: •. «En este momento en que os
quitan el gorro,- dejáis de: ser- niño/.y .'comenzáis a ser hombre»
(7 .de ¿gosto ‘d e '1606). Mas;- seis: días después,-Ma Reina le ¡ordena
volverla ponerse el gorro.
El 8 de enero de 1607: ^«El niño jpreguritá que cuándo va a
usar las calzas atacadas [én lugar del ropaje] i'Madáme' de Mont-
gias ler‘-responde que cuándo1tenga' o ch o ‘años.» "
El ‘6 dé junio ‘ele. 1608,'el D elfín'tiene, siente años y ocho
meses, Heroard anota con cierta solemnidad: "«Está vestido. con
jubón y calzas, abandona la indumentaria de la infancia [es decir,
el vestido], y se pone la capa y toma la espada», [como el mayor
de los niños ^Habert,..por Ph.i.de. Champaigne]. A veces, sin
embargo, se le vuelve a poner el ropaje, como.se le había vuelto
a poner el gorro, pero esto a él no le gusta: cuando lleva calzas
y ■jubón «$stá. sumamente contento y alegre, y ya no quiere
ponerse d e . nuevo su vestido». En esa época, las costumbres
relacionadas con el traje no eran únicamente frivolidad. La
relación entre el traje y el sentimiento de lo que representa
aparece ahí bien marcada; ■
' En los colegios, los mediopensionistas de Pedagogía usaban
el ropón sobre las calzas. "Los Diálogos de Cordier, de finales
del siglo xvi, nos describen- el despertar de un pensionista9;
«Después de despertarme, me levanté de la cama, me puse mi
jubón y mi saya, me senté en una silla, me puse mis cal­
zas ¿tacadas y mis medias,'luego mis zapatos, sujeté a mi jubón
con cordones mis calzas atacadas, até mis medias con ligas por
encima de mis rodillas, me puse el cinturón, me peiné, me puse
el gorro que yo había arreglado bien, y me puse el ropón»;
después, «salí de la habitación.,.».

9 M athurin C o r d ie r , Colloques, 1586.


• En el París de principios del siglo xvn 10¡ "«Imagínense .usté-,
des, pues, el ver entrar a Francion en clase, con los calzoncillos
saliéndose de sus calzas atacadas y desbordando h asta'la'altu ra
de los zapatos, eb ropón to d o . torcido ry la cartera debajo- del
brazo tratando de dar un porrazo a una y un papirotazo a otro.»
En el siglo xvni, el reglamento «del internado de La- Fleche or~„
denaba que en el equipo de ropa figurase «un ropón de interno»
qu e. debía -durar ■dos años “
No hemos . encontrado esta'diferenciación, de. indumentaria
entre las niñas. A.éstas/ como antaño a .los chicos, en cuanto se
les quitaban :los .pañales/.se .las;vestía.como.mujercitas.-;No;obs­
tan te, si nos fijamos detenidamente' en:-las/representaciones de
niños del siglo xvn, observaremos, que el traje femenino de los
niñitos y_.el.de. las niñitasUlevaiun ¿adorno .especial que.no en­
contramos en. el de las muj eres: ;;dos. cintas anchas que se enla­
zan sobre el.vestido por. detrás de los hombros, y que cuelgan
por . la espalda,. Pueden verse esos, lazos de perfil, en el tercer
niño de Habert,.a partir de la izquierda, en el cuarto niño de la
Tabula Cebetis (el niño que lleva un ropaje y qúe está jugando
con el caballito. de madera), en la niña de diez años de las
Escalas .de la Vida, de principios. del siglo xvm , «miseria hu­
mana o las pasiones del alma en todas sus edades», para limitar
nuestros ejemplos a las imágenes ya comentadas en este libro;
veremos estos lazos frecuentemente en numerosos .retratos de
niños, hasta Lancret y .Boucher. Desaparecerán a fines del si­
glo xvm , cuando se transforma el traje del niño. Posiblemente
uno .de los últimos retratos de. niño adornado con •cintas . en la
espalda, es el que la señora Gabrielle Guiard pintó para las
señoras Adélaíde y Victoire en .1788“ . Este cuadro representa
a la hermana de estas señoras, la señora Infante, muerta hacía
unos treinta años. La señora Infante vivió treinta y dos años,
No.obstante, Gabrielle Guiard la pintó como si fuera una niña,
al lado de su ama de cría, y este interés en conservar el recuerdo
de una «mujer de treinta años» retrotrayéndola -a los rasgos de
su infancia revela un sentimiento muy nuevo; está niña lleva,
de forma muy visible, las cintas a la espalda que estaban de
10 Colegio de Lisieux. G. S o re l» Histoire comique de Francion, p u b li­
cada por E. Roy, 1926, „ _ ..........
11 C. de R o c h e m o n t e i x , L e Collége H enri IV de La Fléche, 1889.
12 LabHIe Guiard, retrato de M adam e Infante para M esdam es, .1788,
M useo de Versalles,
moda aún .hacia': 1730/ pero :ya anticuados .cuando. el retrato' fue
pintado
Esas cintas en la espalda se convirtieron durante el siglo xvii
y principios del siglo x v i i i en- símbolos de la infancia en el traje,
tanto' para los ■niñosícomo :para ■las niñas/-Los ^modernistas -han
estado también intrigados por este apéndice indumentario reser­
vado a la infancia; Unos-lo han confundido:con :los «andadores»
(tirantes de los niños que comenzaban a andar) 13/-En el pequeño
museo ■de -la'' abadía; dé v-Westnúnster, cser han~ expuesto; algunas
efigies mortuorias -. de r cera-/.que. representaban-: ai- :muerto, -las
cuales "se. ponían-encima-del féretro ■durantédas; ceremonias de
los <funerales; -práctica’‘medieval ;/qúer seminantuvo l en ^Inglaterra
hasta‘..-1740 aproximad ámente./Una. dehesas .efigies representa -al
marquesito” de:rNormanby/-.muerto a ’losares años*/; está vestido
con iú n . faldóníMé-vseda ¿amarilla ¿ cúbiertórcón un'vestido rde
terciopelo,, (el *traje t de ,lós; jóvenes)y^llevaesos lazos de la .in­
fancia que-el-'catálogo describe •como ^andadores^En' realidad,
los .andadores eran, unos "cordones-'que- no-*'se parecían;en. nada
a esas cintas; un grabado de-Guérard. que. ilustra «la-edad viril»
nos muestra un niño (o niña)^ con un:vestido/peinado a lo Fon-
tange, de espaldas< entre las dos cintas, que penden de los hom-
brosr se ve bien e licordoncillo en forma:de asa que servía.para
sostener: al niño rcuando >andaba;:el ‘andador14.
Este análisis-nos 1ha permitido poner: de. manifiesto las cos­
tumbres de-la indumentaria propias de la infancia, generalizadas
a fines del siglo xvi, y conservadas hasta mediados del siglo xvm .
Esas costumbres que distinguen así el traje de los niños del de
los adultos, revela un interés nuevo,-. desconocido en la : Edad
Media, en separar a los niños, en ponerlos aparte, vestidos de
una. especie , de uniforme. Pero, ¿cuál es eL origen de este uni­
forme infantil?
.... :ELvestido.de Ios-niños no es más que el traje largo de-la
Edad. Media, de los siglos xii y x m , antes de la revolución que
lo reemplazó, en el caso'de los hombres;;por el traje corto, las
calzas aparentes,: precursoras 'de .nuestro traje-masculino actual.
Hasta el siglo ]xiv, .todo el mundo usaba el ropón o saya,-y la
de los hombres no era la misma que la de las mujeres: era
frecuentemente una túnica más corta, o bien se abría por delan­
• 13 Louis X V en 1715 sujeto con «andadores» por Mme. de Ventadour,
grabado. G abinete de Estampas, B. N .f París, pet. fol, Ee 3a.
14 La edad viril, grabado de Guérard, hacia 1700.
te;-entre los campesinos de los calendarios del; siglojjxm; JaJráni:
ca llegaba hasta las rodillas.- Entre las grandes figuras.*.venera­
bles, descendía hasta los pies. En resumen, hubo un largo, período
en el que los hombres usaron el traje ajustado largo que., se
oponía al ■traje amplio, con.pliegues,. tradicional ■de los, -griegos
o de los romanos que continuaba las costumbres de .-los .'bárba­
ros galos :u orientales, la s: cuales . se. introdujeron en Ja.;,.moda
romana durante, los primeros siglos de nuestra era. Fue ^uniforme-
mente adoptado.tanto .en Oriente como en Occidente,,y „el .traje
turco también se deriva de él.
A.partir del siglo xiv, .el^traje.corto, e incluso ceñido, reem­
plaza ;entre .ios; hombres^ al •ropón,:con. la .consiguiente. ,desespe­
ración de Jos. moralistas y. predicadores que denuncian Ja. inde­
cencia .de-esas modas,..signos d et-la.inmoralidad defla.época...
Efectivamente, .■las personas; respetables continuaron.,' usando..la
túnica: - respetables; p o r. su .. ¿dad -.(los.^ ancianos has ta. principios
del siglo xvn están representados con "túnica), por su condición:
magistrados, ..estadistas, y eclesiásticos. Algunos no han dejado
de usar el ropaje largo.y.lo llevan aún hoy día, por lo menos en
algunas ocasiones, como los abogados, magistrados,, estadistas,
profesores y eclesiásticos. Los eclesiásticos han estado a punto
de abandonarlo,''pues, cuando'el traje corto se impuso defini­
tivamente en las costumbres,'.cuando en el siglo x v ii se olvidó
todo el escándalo que había provocado su origen, la sotana del
eclesiástico se volvió demasiado vinculada a la función -como
para ser de buen tono. El sacerdote se quitaba la sotana para
presentarse en el mundo, o incluso delante de su obispo, igual
que el oficial se quitaba el traje militar paira comparecer en
la corte 15.
Los niños también conservaron el traje largo, al menos los de
elevada condición. Una minitura de los Miracles de Notre-Dame,
del siglo x v 16 representa a-una familia reunida alrededor de la
cama de la parturienta; el padre está en traje corto, calzas y
jubón, pero los tres niños llevan un ropaje largo. En el mismo
grupo, el niño que da de comer al Niño Jesús usa .un vestido
abierto en un costado.
Por el contrario, en Italia, la mayoría de los niños pintados
por los artistas del Quattrocento usan las calzas ceñidas de los
15 Mme. de Sévigné, 1 de a b ril de 1672.
16 Miracles de Notre Dartie, ed. „G. F. W arner, W estm inster, 1885,
t. I, p, 58.
adultos. En'Francia/ en Alemania, parece que hubo un rechazo
de esta moda; y los niños conservaron su traje largo. A principios
del siglo xvi se adoptó esta costumbre y se generalizó: los niños
usaron ¿siempre -vestido. . Los - tapices alemanes de esa , época
muestran a' niños de'^cuatro años' .con el- 'ropaje largo, abierto
por-.delante i1,7; Los' grabados franceses de. Jean Leclerc 18 utilizan
los juegos de niños como tema: «al juego del guá»,«a la pelota»,
«á la vilorta». Los niños llevan" por encimar;de.las calzas* el .-ves­
tido abotonado por delante,'que se transforma así en el uniforme
propio de su edad.
Losvlazos/lisos*5enMa^espalda 1 que ’caYácterizañ 'también el
traje ‘“de los “niños,!'chi¿ós#5o ;'fchicás7 :durante 1;el ••siglo' xvi i r tienen
el mismo origen que: el fdel'Vestido.’ Losv"mantos y vestidos *del
siglo*xvi'tenían ünás'mangas'‘que se 'podían'-usar o’ dejarlas-col­
gando‘del traje a' discreción.^Eií el grabado El juego "del guá,-de
Leclerc,' se püedeivfv éí{algunas ••de 'estas ^mangas^-süjetás única-
mente con' algunas puntadas. A'los hombres’elegantes j y particu­
larmente 'á'las mujeres,'" las' gustaba lucir las mangas colgantes,
que ya ño se usaban nunca y que se volvieron adornos sin utili­
dad, por lo que se atrofiaron, como ocurre con los órganos que
han cesado’ de funcionar,‘y perdieron el hueco' por donde se
metía el brazo y, aplastadas,* parecían"'dos "largos lazos pegados
por detrás de los hombros:.' los lazos de los niños de los si­
glos xvn y xvm son los últimos restos de las mangas postizas
del siglo xvi. Por. otra parte, estas mangas atrofiadas, las volve­
mos a encontrar en otros trajes, populares, o. por el contrario, de
ceremonia: el manto campesino que los-Hermanos de San Juan
de. Dios adoptaron como hábito religioso a principios del si­
glo xvm , los primeros trajes militares, como los de los mosque­
teros, la librea de los lacayos, y por fin el traje de paje, es decir,
el traje, de. ceremonia de jo s niños .y jóvenes nobles, confiados
a familias a quienes1 prestaban algunos servicios domésticos.
Estos pajes de la época de Luis X III llevaban los calzones bom­
bachos del siglo xvi y las mangas postizas colgantes. Este traje
de paje tendía a convertirse en el traje de ceremonia con que la
gente se cubría en señal de dignidad y de respeto: en un gra­

17 H . G ó b b e l , W andteppiche, 1923, t. I, p l. C L X X X II.


18 Jean L e c l e r c , Les Trente-six figures contenaní íous les jeux, 1587.
R eproducim os en este libro el grabado «El juego del guá».
bado de Lepautre 19, unos chicos'vestidos 'con el-traje arcaizante
de paje están ayudando a Misa: No'obstante,' estosr.trajes ; de
ceremonia son poco frecuentes, mientras que el lazo liso cuelga
de todas las espaldas de niños, chicos o chicas/en las:familias
acomodadas,1:nobles. o burguesas.
Así pues, ;para distinguir "a los niños, a quienes se .vestía
anteriormente como los-adultos, se ’conservaron i para su .uso, y
para su uso exclusivo/ algunos elementos de los trajes antiguos
que los adultos habían abandonado,, a veces desde hacía mucho
tiempo. Es el caso del vestido, o traje largo, de mangas pos­
tizas. ^-También^es- el -caso'->del gorro de los niños-en'..pañales:
el gorro era, aún'en el siglo x iii ; la toca de todos los hombres,
que protegían sus cabellos -durante ‘el trabajo, como se puede
apreciar en los calendarios‘de Notre-Dame de. Amiens, etc.
El primer traje de niños "ha sido el traje que-usaba todo el
múndo un siglo antes' aproximadamente, y que en lo sucesivo
los niños serán los únicos en usarlo. Es evidente que no se podía
inventar completamente un traje para' ellos; se sentía, sin iem­
bargo, la necesidad de separarlos, de una manera visible, me­
diante el traje. Para ellos se eligió el traje cuya tradición se
conservaba en algunas clases sociales y que ya nadie usaba.
La adopción de un traje especial para la infancia, que se genera­
lizó en las clases superiores a fines del siglo xvi, marca una
fecha muy importante en la formación del sentimiento de la
infancia, ese sentimiento que agrupaba a los niños en una so­
ciedad separada de la de los adultos (de manera muy diferente
a la de los ritos de iniciación). Conviene reflexionar sobre la
importancia del traje en la antigua Francia, el cual representaba
frecuentemente un capital .importante. La gente gastaba mucho
en vestirse, y se tomaba el trabajo de hacer el inventario, des­
pués del fallecimiento, de los guardarropas, como se haría hoy
día únicamente con los abrigos de pieles, pues costaban .mucho
y se trataba de frenar, mediante leyes suntuarias, el lujo de la
ropa, que arruinaba a unos y permitía a otros disimular su
posición y nacimiento. Más .que en nuestras sociedades contem­
poráneas, en donde ocurre aun en el caso de las mujeres, cuyas
galas son el símbolo aparente y necesario de la prosperidad de
la pareja, de la importancia de ia posición social, el traje repre­
sentaba, sin duda alguna, la posición del que lo usaba, dentro
19 Lepautre, grabado. G ab in ete de Estampas, B. N., París, Ed '43,
fol. p. II.
d e ruña_-jerarquía; compleja e *indiscutible; .cada uno -usaba el
traje ,de su ’condición: los manuales de .-urbanidad de esa época
insisten mucho acerca de la indecencia que supondría el vestirse
de manera diferente a la propia deiSu^edadjD.de su cuna._Todo
rfratiz'social se traducía mediante.-,,un ^signo .d e , la-indumentaria.
Aí finales del siglo xvi, la costumbre^ ñnpuso, que la infancia,
en lo sucesivo reconocida,-tuviera^también; su .traje propio.

En los_ orígenes del traje de; la,.-infancia- podemos-.notar ,un


arcaísmo: íl a .,^supervivencia -del atrajeñlargo ;1¿Esta tendencia al
arcaísmo h a .subsistido:; a' finaleSi del -siglo i xviii,. en ría época. de
Luis-.XVI,^ los niños están vestidos- con; cuellos-.Luis X III o Re­
nacimiento ;->:Los jóvenes de;Láncret r.o^de.^Boucher están repre-’
sentados frecuentemente, disfrazados i a v ía - moda ■_d el; siglo i ante­
rior.^
■No -obstante, a partir? del siglo xvn,r.otras dos tendencias
van a orientar la-.evolución del traje. La iprimera acentuaba el
aspecto afeminado del niño. Ya vimos anteriormente que el niño
«de babero», antes que «el vestido de cuello», usaba el ves­
tido: yv la :falda de la s: niñas, rEste-c afeminamiento . del r.niño,
observado. desde mediados del siglo-xvi, fue al principio una
cosa nueva e indicada apenas por algunos rasgos. Por ejemplo,
l a . parte superior del vestido . d e l. n iñ o ; conservaba los rasgos
del traje masculino; mas en-.seguida se le puso el cuello de
encajes de las niñas, el cual era exactamente el mismo que el
de las señoras. Se vuelve imposible distinguir un niño de .una
niña antes de los cuatro o cinco años, y,esta costumbre. se. es­
tableció'* de manera definitiva, durante .dos siglos aproximada­
mente: hacia 1770, los niños dejaronr de-,usar el vestido de
cuello a partir de los cuatro o cinco años. Pero antes ,de esta
edad iban vestidos como las niñas, situación que subsistió hasta
finales del siglo. xix. Esta costumbre de afeminamiento sólo
cesó después de la guerra de 1914,-y ,su*abandono debe rela­
cionarse con el del corsé de la mujer:-revolución del traje que
refleja el cambio de costumbres. Lo curioso, además, es que
el interés en diferenciar al niño se haya limitado a los chicos:
las niñas sólo se distinguieron .p o r; las mangas postizas, aban­
donadas en el siglo xvm, como si la-infancia separase a las
chicas menos que a los chicos. Los rasgos propios del traje
confirman ■perfectamente - los- otros"testimonios •*'de -1 as 5costura1
bres: los chicos han sido los primeros niños'particularizados:
Los muchachos comenzaron. a •acudir en masa a los colegios
desde finales del siglo xvi .y principios del siglo xvn mientras,
que la instrucción de las 'niñas apenas comenzó en Jla é p o c a
de Fénelon/ de madame -de Maintenon,' y se fue -desarrollando
tardía y : lentamente. A las niñas, sin "escolaridad propia,' se'las
juntaba ¿desde - muy temprano-con las-mujeres,-, como -antaño
los niños con-los hombres,1 y no se pensaba en' hacer visible,
por medio del traje, la distinción que comenzaba a existir con­
cretamente; para los chicos/ pero que todavía -no -era útil para
las- chicas
¿Por qué, con el fin'de'“distinguir los niños de'los hombres,
se consideraba a los-primeros;como niñas, quienes no' sevdis-
tinguían' de las ’ m ujeres?-¿Pór 7qué ' esta costumbre . tan •nueva,
tan sorprendente en una'sociedad en la que se entraba pronta­
mente en la vida, ha' subsistido hasta hoy día, por lo menos
hasta principios de este siglo, a pesar de las transformaciones
de las costumbres y de la prolongación de la duración de la
infancia? Entramos aquí en el terreno aún inexplorado de la
concienciar que una sociedad cobra de su comportamiento por
edades y por sexos: hasta el presente sólo se ha ocupado de su
conciencia de clase...
Otra tendencia, también nacida, probablemente, tanto de
la afición por el disfraz como del arcaísmo y del afeminamien-
to, adopta rasgos del traje popular o del traje de trabajo en el
vestir del niño de familia burguesa. En este caso, el niño pre­
cedió a la moda masculina y usó el pantalón desde el reinado
de Luis XVI, antes de la época de los «sincalzas» -(sans-culot-
tes). El traje del niño bien vestido del período de Luís XVI es
al mismo tiempo arcaizante (cuello Renacimiento), popular (pan­
talón) y también militar (chaqueta y botones de uniforme mi­
litar).
No había aún en el siglo xvn un traje propiamente popu­
lar, y menos aún trajes regionales... Los pobres usaban la ropa
que la gente les daba 20 o que ellos compraban a los ropaveje­
ros. El vestido del pueblo era un vestido de lance igual qué
hoy día el coche popular es un coche de segunda mano Ga com­
paración entre el traje y el coche de hoy no es tan retorica

20 Jan de Bray, 1663, Una distribución de ropa, H. G e rs o n , I, 50.


como - p a r e c e c o c h e ¿ha,, heredado^algo./; del 'valor..social .'¡que
tenía:;la¿vestimenta..y que ésta ;ha, perdido .'.casi ...completamente).
Por.;, eso, el ^hombre; del pueblo,.iba -vestido^.a.,1a moda.usada por
e l; hombre: de :noble condición;, algunos ;.,decenios...antes: ;en las
calles del4.;Paríscele/.Luis.í5CIII, ^.lleyaba^el-;gorro desplumas; del
siglo .xvi, y ja s vmujeres usaban una caperuza.de, la misma época.
A.iveces^.^se.pdesfase-yariaba^de ¿una :región Apotra . según ■la .ra­
pidez .concia, que.;-la ¡gente noble ■del,;pa.ís seguía . la.- m oda; del
díaji/A principios ¡.deli/siglo^vxynij-las*-;mujeres,..usabanaún en
ciertas - regiones j.-rr-en: las orillas .:del;;Rin,^por, ejemplo— tocas
del .-siglo, xv.; En -el ¡transcurso, del..siglo,,:.xyin. ,se produjo, un a ; in¿
terrupción y., una.-, fijación,de .esta, •evolución, a,', causa, de, ‘..un. ale­
jamiento.. moral,, m ásacentuadoj entrenricos-¿.y;, pobres, -.-de .una
separación física ,^que¿;su c e d ía a ,7una? promiscuidad ;■milenaria,
El atraje,-regional,1nació j;simultáneamente;-de.':un;;interés, nuevo
por wel..- regionalismo, ¿.(es ^la-, época,, denlas .«yoluminosas-historias-
regionales de^ Bretaña, ;de_Provenzay;.etc., la época de ja reapa­
rición del. interés por las lenguas transformadas en dialectos, de­
bido a los progresos;del francés) y. de las variedades,reales del
traje, de ,la. evolución desigual d e .las¿ modas,,de la ciudad y de
la .corte, para llegar a cada población.y a .cada comarca,
.A finales del.siglo^xviii se.; comenzó .-a usar,en los grandes
arrabales populares un traje especial:-el pantalón, que apareció
entonces, igual .que .la-.blusa. del obrero en el siglo xix o el
mono, de .trabajo, hoy. día, .como .símbolo.desuna condición.y. de
una función. Es importante señalar, que,.durante el-siglo xvm
el. traje del pueblo.de una gran,--ciudad-dejó de ser el .de los
miserables, del siglo, xvn : ■los harapos-.informes e intemporales,
o . el .traje de lanceo la ropa del ropavejero.-.Se evidencia. ahí
la expresión espontánea de una-particularidad colectiva; algo
parecido_.a..una.toma.de.conciencia,de..clase. Existía, .pues, en
esa época .una especie de .traje.de artesano, ,el pantalón. El .pan­
talón, las calzas largas hasta los pies, era desde hacía mucho
tiempo el traje.de la gente de mar. Si bien apareció.en la co­
media italiana, eran Jos., m arinerosquienes jlo usaban,, o los
ribereños del mar flamencos, renanos,. daneses o escandinavos.
Estos .últimos lo usaban aún en el siglo ..-xvn, de acuerdo con
las recopilaciones de trajes d e , esa ..época, ; Los ingleses ,ya lo
habían abandonado, pero lo conocían en el siglo x n 21. Cuando
21 Evangeliario de San E dm undo, M il l a r , La Minialure angtaise, 1926,
lám. XXXV.-
los: Estados más '.organizados-- reglamentaron -el traje de'sus tro­
pas y de sus tripulaciones, el pantalón se convirtió en el unifoírme
de los oficiales de la marina de guerra. De ahí pasó, según pa­
rece, simultáneamente,-a la población "de los arrabales (que ya.
se negaba a vestirse con la ropa vieja de los indigentes) y a los
jóvenes :de buena -posición..
El 'uniforme,-' recientemente creado,'fue adoptado en: seguida
por :los' jóvénes' burgueses', £priniero eir los -internados 'privados-
que ’ se habían vuelto^ míás numerosos" 'después"de la expulsión
de los jesuítas y que preparaban frecuentemente para las -acade­
mias :'y cárrerás" militares.: La gente;se aficiono fa lucir la'silue-
t i ; y las personas "mayores V i^iérotf!frém ehtem ^hte‘a sus hijos
con un traje ’inspifá'dq“eriC:él uniforme militar - o" naval; se creó
así el tipo marinen tó;:que;persistió’desdé-filiales del siglo xvm
hasta nuestros
j
. . ^ *í—
días.
!■ * • •- I ' * | í S— J*

La ’adopción del "pantalón rpara Ips'nm ós"iüe en parte la


consecuencia‘de'este interés'nüevo por el uniforme, que 'se ex­
tendió ' a ’los ’adultos durante ,el 'siglo xix,. cuando el uniforme
se convirtió en el traje de corte o de ceremonia, cosa que nunca
había ocurrido 'antes de la .Revolución." Quizás influyó en ello
también la* necesidad de/ liberar al hiño de las molestias _que
le ocasionaba"su traje ' tradicional/'de proporcionarle un. traje
más desaliñado/y'este desaliño, en lo sucesivo, fue ostentado
con una especie de'orgullo por’ la' pobláción de los arrabales.
Gracias al pantalón'del pueblo y de los marineros se evitó al
mismo tiempo el vestir al chico, ya fuera con el ropón pasado
de moda o demasiado infantil, ni con las calzas demasiado ce­
remoniosas. Tanto más cuanto que siempre se había conside­
rado gracioso el que los niños ricos llevasen algunos atributos
del traje popular, tales como el gorro de los trabajadores, de
los campesinos yrnás tarde de los presidiarios, que nosotros
llamamos napolitano y que el gusto clásico de los revoluciona­
rios bautizó con el nombre de frigio; un grabado de Bonnard
nos muestra a un niño que lleva puesto este gorro n . Actualmen­
te estamos asistiendo a una transferencia de traje que presenta
algunos puntas comunes con la adopción del pantalón por los
chicos de la época de Luis XVI i el mono del trabajador^ el
pantalón de tela basta, se ha convertido en el «blue-jean» (el

22 G abinete de Estam pas, B. N., París, 0 a 50 pet. fol. f.° 137.


«vaquero»), que los jóvenes usan con orgullo como el signo
visible de su adolescencia. '

Llegamos así, desde el siglo xiv, cuando el niño estaba ves­


tido como los adultos, al traje propio de la infancia que todos
conocemos. Ya observamos que esa transformación concierne
principalmente a los chicos. El sentimiento de la infancia se
desarrolló primeramente en beneficio de los chicos, mientras
que las niñas permanecieron durante mucho más tiempo con
el modo de vida tradicional que las asimilaba a los adultos:
nos veremos obligados a observar más de una vez esa lentitud
de .las mujeres en adoptar las formas visibles de la civilización
moderna, esencialmente masculina.
Si nos detuviéramos en el testimonio del traje, la particula-
rización de la infancia se habría limitado durante mucho tiempo
a los chicos. Ciertamente se reservó únicamente a las familias
burguesas o nobles. Los niños del pueblo, campesinos y artesa­
nos, los que juegan en la explanada de los pueblos, en las
calles de las ciudades, en las cocinas de las casas..., siguen
usando el traje de los adultos: no se les representa nunca con
vestido ni con mangas falsas. Esos niños conservan el antiguo
género de vida que no separaba a los niños de los adultos ni
por el traje, ni por el trabajo, ni por el juego.
CAPITULO IV
BREVE CONTRIBUCIÓN A LA HISTORIA
DE LOS JUEGOS

Gracias al diario del médico Heroard, nos podemos imagi­


nar la vida de un niño a comienzos del siglo xvn, sus juegos,
y conocer a qué etapas de su desarrollo físico y mental corres­
pondía cada uno de sus juegos. Aunque se trate del Delfín de
Francia, el futuro Luis X III, el caso sigue siendo ejemplar, ya
que en la corte de Enrique IV los niños regios, legítimos o bas­
tardos, recibían el mismo trato que los otros niños nobles, y no
existía aún mucha diferencia .entre los palacios reales y los
castillos * de los hidalgos. Salvo que nunca asistió al colegio,
al que acudía ya una parte de la nobleza, el joven Luis XIII
fue educado como sus compañeros; recibió las lecciones de ar*
mas y de equitación del mismo profesor que, en su academia,
formaba a la juventud noble para la carrera de la guerra: el
señor de Pluvinel. Las ilustraciones del manual de equitación
del señor de Pluvinel y los hermosos grabados de C. de Pos
nos muestran los ejercicios del joven Luis XIII en el picadero.
En la segunda mitad del siglo xvii no se podría decir lo mis­
mo: el culto monárquico separaba ya antes, a partir de la
infancia, al principito de los demás mortales, incluso, los de no­
ble cuna.

* Empleamos voluntariam ente la palabra 'castillos* para designar a


los chateaux franceses, que, com o es sabido, en muchos casos no están
fortificados y son meros 'palacios*. (N . del T.)
Luis X III nació el 27 de septiembre de 1601. Su "médico,
Heroard, nos ha dejado un diario minucioso de todos sus he­
chos y gestos l. Cuando Luis X III tenía un año y cinco meses,
Heroard anota que «tocaba el violín y cantaba simultáneamen­
te». Anteriormente se contentaba con los juguetes propios de la
primera infancia: el caballito de madera, el molinete: «trata de
hacer bailar la peonza». Al año y medio se le da un violín (el
violín no era aún un instrumento noble, sino un trasto chi­
rriante que servía para bailar en las bodas y fiestas del pueblo).
Percibimos aquí la importancia del canto y de la música en
esa época.
A esa misma edad, Luis X III juega al mallo; «el Delfín, al
jugar al mallo, hirió de un golpe errado al señor de Longue-
ville»: como si, con año y medio, un niño inglés comenzara
a jugar al criquet o al golf. Sabemos que cuando tenía un año
y diez meses, el Delfín «continúa tocando el tamboril con toda
clase de instrumentos»: cada compañía tenía su tambor y su
marcha. Se le enseñaba a hablar: «Se le hace pronunciar las
sílabas separadamente, para decir luego las palabras.» El mis­
mo mes de agosto de 1603, «la Reina, que va a cenar, le hace
venir y le pone a la cabecera de su mesa». Los grabados y las
pinturas de los siglos xvi y xvn representan frecuentemente al
niño a la mesa, encaramado en una alta silla-pupitre, en la que
está bien sujeto y de la que no se puede caer. El Delfín debía
asistir a la comida de su madre sentado en una de esas sillas
de bebé, como tantos otros niños en muchas otras familias.
Este hombrecito tiene apenas dos años y he aquí que, «condu­
cido al gabinete del Rey, baila al son del violín toda clase de
danzas». Se observará la precocidad con que se enseña la mú­
sica y la' danza a los hombrecitos de esa época, lo cual explica
la frecuencia, en las familias de profesionales, de los niños que
hoy día llamaríamos prodigios, como el niño Mozart. Estos ca­
sos se volverán cada vez menos frecuentes y parecerán a la vez
más prodigiosos a medida que la familiaridad con la música
se atenúa o desaparece, incluso' en sus formas elementales o bas­
tardas. El Delfín comienza a hablar: Heroard anota su parlo­
teo, con una ortografía fonética: «Decir a papá», «le diré a
papá»; «equiba», por «escriba». También se le azota frecuente­
mente: «Enfadado, bien azotado [se negaba a comer]; apaci­
1 H e r o a r d , Journal sur l’enjance et la jeunesse de Louis X I I I , pu­
blicado por E. Soulié y E. de Barthélemy, 2 vols., 1868.
guado, pide a gritos la cena y come.» «Se ha ido gritando mucho
a su habitación y ha sido vapuleado durante largo tiempo.»
Aunque esté junto con las personas mayores, juegue, baile y
cante con ellas, él siempre juega a los juegos de niños. El Del­
fín tiene dos años y siete meses cuando Sully le regala una
«carroza pequeña llena de muñecas». «Una hermosa muñeca de
theu theu (?)», dice en su jerga.
Le gusta la compañía de los soldados: «los soldados le quie­
ren mucho». «Juega con un cañón pequeño.» «Hace pequeñas
acciones militares con sus soldados. El señor de Marsan le pone
una gola, la primera que usa el niño, y está encantado con
ella.» «Se divierte con sus pequeños señores a las acciones de
guerra.» También sabemos que le gustaba frecuentar el juego
de pelota y el de mallo; con todo, dormía aún en la cuna. El
19 de julio de 1604, el Delfín tenía dos años y nueve meses:
«ve armar su cama con una alegría extrema y se acuesta en
ella por primera vez». Ya conocía los rudimentos de su reli­
gión: en la misa, al alzar, se le mostró la hostia: «Es el Dios
bondadoso.» Notemos, de paso, esta expresión: «le bon Dieu»,
el Dios bondadoso, que se repite sin cesar hoy en día en el
lenguaje de los sacerdotes y de los devotos, pero que nunca
aparece en la literatura religiosa del Antiguo Régimen. Perte­
necía esta expresión, como lo acabamos de ver, a principios
del siglo xvn, y probablemente desde poco antes al lenguaje de
los niños o de los padres y nodrizas cuando éstos se dirigían
a los niños. Durante el siglo xix contaminó el lenguaje de los
adultos, y con el afeminamiento de la religión, el Dios de Jacob
se convirtió en el «Dios bondadoso» de los pequeñuelos.
Ya, sabía el Delfín hablar bien y decía frases insolentes que
divertían a las personas mayores: «el Rey le pregunta (mostrán­
dole unas varas: ”Hijo, ¿para quién es esto." Y él respondió,
furioso: ’T ara usted.” El Rey se vio obligado a reírse de esa
. salida».
En la Nochebuena de 1604, el Delfín participó en la fiesta
y festejos tradicionales: tenía tres años: «Antes de cenar, vio
cómo se colocaba el árbol de Navidad, ante el cual bailó y cantó
por la llegada de la Navidad.» Recibía regalos: un balón y tam­
bién algunas «chucherías de Italia», una paloma mecánica y
juguetes destinados tanto a la Reina como a él. Durante las
veladas de invierno, cuando se recluía la gente — en una época
de vida al aíre libre— , el Delfín «se divierte recortando papel
con las tijeras». La música y la danza seguían teniendo mucha
importancia en su vida. Herbará anota con cierta admiración:
«El Delfín baila todas las danzas», conservaba el recuerdo de
los ballets que había visto y en los cuales no tardaría en par­
ticipar, si no había comenzado ya: «Acordándose de un ballet
realizado hace un año [cuando tenía dos años], pregunta:
"¿Por qué el pequeño Aries estaba completamente desnudo?”,»
Él representaba a Cupido desnudo. Él [el Delfín] baila la ga­
llarda, la zarabanda, la antigua bourrée *.» Se divertía cantando
y tocando la bandola de Boileau; cantaba la canción de Robín:
«Robin s’en va á Tours / Acheter du velours / Pour faire un
casquin / Ma mere je veux Robin.» [Robin se va a Tours / a
comprar terciopelo / para hacer una capellina. / Madre, yo
quiero a Robín.] «Comienza a cantar la canción eon la que
se hacía dormir: “Qui veut ou’ir la chanson / La filie au
roi Louis / Bourbon l'a tant aimée / Qu’á la fin Tengrossit".»
[Quien quiera oír la canción a la hija del rey Luis / tanto la
quiso Borbón / que al final la embarazó.] ¡Fascinante can­
ción para niños! Dentro de algunos días cumpliría cuatro años
y ya conocía el Delfín al menos el nombre de las cuerdas del
laúd, que era .un instrumento noble: «Juega con la. yem a'de
los dedos sobre sus labios, diciendo: veía la basse» [bajo]
(Heroard copia siempre fonéticamente su jerga infantil, a veces
su tartamudeo). Mas su nueva práctica del laúd no le impedía
escuchar los violines más populares al son de los cuales baila­
ban los invitados a la boda de uno de los cocineros del Rey,
o a un gaitero, uno de los albañiles que «reconstruían su ho­
gar»: «él le escucha durante bastante tiempo».
Llegó la época en que se le enseñó a leer. A los tres años
y cinco meses «se divierte con un libro de imágenes de la Bi­
blia, su nodriza le designa las letras y él las conoce todas».
Luego se le enseñaron los cuartetos de Pibrac, las regias de
urbanidad y de moral, que los niños debían aprender de me­
moria. A partir de los cuatro años se le dieron lecciones de
escritura: su maestro era un clérigo de la capilla del castillo,
Dumont. «El Delfín hace llevar su escritorio al comedor para
escribir bajo las órdenes de Dumont y dice: yo escribo mi plana,
me voy a la escuela» [la plana era el modelo de escritura que
debía reproducir]. «Escribe su plana, siguiendo la impresión

* Bourrée: danza folklórica de Auvernia. (N . del T.)


hecha en el papel; la sigue bastante bien y le gusta hacerlo.»
Empezó a aprender palabras latinas. A los seis años, el clérigo
de la capilla será reemplazado por un «escribano» profesional:
«El Delfín hace su plana. Beaugrand, el escribano del Rey, le
enseña a escribir.»
El niño seguía jugando a las muñecas: «Juega con juguetes
pequeños y con un pequeño gabinete de Alemania» [objetos en
miniatura de madera que fabricaban los artesanos de Nurem-
berg]. El señor de Loménie le dio un pequeño hidalgo muy
bien vestido con un cuello perfumado... El niño le peinó y dijo:
«Quiero casarle con la muñeca de madame [su herm ana].» Se
divertía asimismo con los recortes de papel. Se le contaban tam­
bién cuentos: «Su nodriza le cuenta cuentos del amigo Zorro,
del Rico Avariento y de Lázaro.» «Cuando se acostaba, se le
contaban los cuentos de Melusina. Yo le dije que sólo eran fá­
bulas y que no eran historias reales,» (Nuevo interés por la
educación ya moderna.) Los niños no eran los únicos que es­
cuchaban los cuentos: éstos se recitaban en las veladas de los
adultos.
Al mismo tiempo que jugaba con las muñecas, este niño
de cuatro a cinco años tiraba al arco, jugaba a Jas cartas, al
ajedrez (a 'los seis años), a los juegos de los mayores, como
el de «la pelota con raqueta», al marro o a los innumerables
juegos de sociedad. A los tres años jugaba ya a «¿qué se mete
en el canastillo?» [el juego de .las prendas]; había que respon­
der: dauphillon, damoisillon, juego éste común a los niños y a
los jóvenes. Con los pajes de la cámara del Rey, que eran ma­
yores que él, jugaba a «¿le agrada la compañía?»; luego, a «bis
como bis»; hacía de maestro [de animador] alguna vez y cuan­
do no sabía decir algo que era preciso decir, lo preguntaba;
participaba en esos juegos como si tuviera quince años, jugaba
a tratar de encender una vela con los ojos cerrados. Cuando no
era con los pajes, era con los soldados: «Juega con ios solda­
dos a diversos juegos, como el de vuestra plaza me gusta; a los
refranes, a dar palmadas, al escondite.». A los seis años jugaba
a los oficios, a la comedia, juegos de sociedad que consistían
en adivinar los oficios, las historias que el jugador mimaba.
Se trataba igualmente de juegos de adolescentes y de adultos.
Cada vez con mayor frecuencia, el Delfín vivía entre los
adultos y asistía a sus espectáculos. Cuando tenía cinco años:
«se le lleva al patio, detrás de la perrera [en Fontainebleau]
para ver luchar a ios bretones, los que trabajaban etf las obras
del Rey. Llevado ante el Rey a la sala del baile para ver lu­
char a los perros dogos contra los osos y el toro». «Va al juego
de pelota cubierto para ver correr un tejón.» Y principalmente
participaba en estos juegos como si tuviera quince años, jugaba
vestir con un disfraz; se acercó al Rey para bailar un ballet,
no quería desenmascararse para no ser reconocido». Se disfra­
zaba frecuentemente de «camarera picarda», de pastora, de moza
(usaba aún la saya dé los chicos). «Después de cenar, presencia
el baile que se realiza al son de las canciones de un tal Lafo-
rest», soldado coreógrafo y también autor de farsas. A los cin­
co años «se divierte sosegadamente viendo representar una farsa,
en la que Laforet hacía de marido alegre, el barón de Montglat
hacía de mujer arpía e índret era el enamorado que la per­
virtió»; «el Delfín baila un ballet, muy bien vestido de hom­
bre, con jubón y calzas por encima de su saya (tenía cinco
años)». «Ve bailar el ballet de los brujos y diablos, bailado por
los soldados del señor Marsan, e inventado por Jean-Baptiste,
piamontés (otro soldado coreógrafo)». El Delfín no bailaba
únicamente los ballets, o las danzas de la corte que aprendía
con un maestro, al mismo tiempo que la lectura y la escritura.
Practica lo que llamaríamos hoy día las danzas populares, como
una que me recuerda un baile tirolés que los chicos con calzones
de cuero realizaban en los cafés de Innsbruck: los pajes del
Rey «bailan la branle * (bamboleo); en la fiesta de San Juan-
son-coles y se dan puntapiés en el culo; el Delfín la bailaba
y hacía como ellos [tenía cinco años]». Otra vez, para una
diversión,, se disfrazó de chica: «Terminada la farsa, manda
que le quiten el vestido y baila: en la fiesta de San Juan-son-
coles, dando patadas en el culo a sus vecinos. Esta danza le
gustaba.
Por último, el Delfín se reunía con los adultos durante las
fiestas tradicionales de Navidad, de Reyes, de San Juan: él. es
quien encendía las hogueras de San Juan, en el corral del cas­
tillo de Saint-Germain. En vís'peras de Reyes: «Hace de Rey
por primera vez. Las demás gentes gritaban: ¡El Rey bebe!
Se deja la porción de Dios: el que la coma, tiene que dar una
limosna.» «Ha sido llevado a la cámara de la Reina, desde
donde veía plantar el Mayo.»

* Branle: danza popular antigua con figuras. (N . del T.)


La situación cambiaba cuando el Delfín estaba a punto de
cumplir siete años: abandonó el traje de infancia, y su edu­
cación estará a cargo, en lo sucesivo, de hombres; abandona
a «Mamangas», maidame de Montglas, y dependerá del señor,
de Soubise. Todos se esforzaban en hacerle abandonar los jue­
gos de la primera infancia, principalmente el de las muñecas:
«No debéis divertiros más con esos pequeños juguetes [los de
Alemania], ni jugar más al carretero, ya sois mayor, habéis
dejado de ser niño.» Empezó a aprender a montar a caballo,
a usar las armas, va de caza. Jugaba a los juegos de azar:
«Juega a la blanque y gana una turquesa.» Según parece, esta
edad de los siete años marcaba una etapa de cierta importan­
cia: era la edad fijada por la literatura moralista y pedagógica
dei siglo xvn para entrar en la escuela o en la vida 2. No exa­
geremos su importancia. Si ya no jugaba, o no debería jugar
más, a las muñecas, el joven Delfín continuaba haciendo la
misma vida; se le seguía azotando, y sus diversiones apenas
cambiaban; iba más frecuentemente a la Comedia; poco después,
todos los días (lo cual nos muestra la importancia de la come­
dia, de la farsa o teatro, del ballet, en los frecuentes espectácu­
los de interior o al aire libre para nuestros antecesores). «Va
a la gran galería para ver al Rey correr Ja sortija.» «Se distrae
escuchando los cuentos detestables de La Clavette y otros.» «Ha
jugado en su gabinete con niños hidalgos a cara o cruz, como
el Rey, a los tres dados.» «Ha jugado al escondite» con un te­
niente de la caballería ligera. «Ha ido a ver jugar al frontón
[a la pelota] y de ahí a la gran galería, para ver a la gente
"correr la sortija”,» «Se disfraza, baila el Pantalón,» Tenía ya
entonces más de nueve años: «Después de cenar, va a-ver a la
Reina, juega a la gallina ciega y hace jugar a la Reina, a las
princesas y a las damas.» «Juega al yo me siento», a los habi­
tuales juegos de sociedad. «Después de cenar, la nodriza del
Rey le cuenta cuentos que le agradan.» Con trece años cum­
plidos, jugaba «a la cligne-musette», es decir, al escondite.
Más muñecas y juegos de Alemania antes de los siete años,
y después, la caza, montar a caballo, las armas, quizá más co­
medias: el cambio, en esta larga serie de diversiones que el
niño copiaba de los adultos o compartía con ellos, se realizaba
poco a poco. A los dos años, Luis XIII comenzó a jugar al

2 Ver infra, II parte, cap. IV , y III parte, cap, IL


mallo, a la pelota; a los cuatro tiraba con arco; ésos eran «jue­
gos de ejercicio» que todos practicaban: madame de Sévigné
felicitó a su yerno por su destreza en el mallo. El novelista e his­
toriador Sorel escribió un tratado de juegos de sociedad desti­
nados a las personas mayores. No obstante, Luis X III jugaba
a las prendas a los tres años; a los seis, a los oficios, a la co­
media, que ocupaban un lugar de importancia en la Casa de
de Juegos de Sorel. A los cinco años jugaba a las cartas. A los
ocho ganaba a la blanque, juego de azar en el que las fortunas
cambian de mano.
Lo mismo ocurre con los espectáculos musicales o dramáti­
cos: a los tres años, Luis X III bailaba la gallarda, la zaraban*
da, la antigua bourrée, participaba en los ballets de la corte.
A los cinco años asistía a las farsas; a los siete, a las. comedias.
Cantaba, tocaba el violín, el laúd. Estaba en la primera fila de
espectadores para asistir a un combate de lucha, una corrida
de sortijas, una lucha de osos o de toros, a un acróbata en
la cuerda floja. Por último, el Delfín participaba en los gran­
des festejos colectivos, como eran las fiestas religiosas y estacio­
nales: Navidad, el Mayo, San Juan... Resulta, pues, que no
existía en esa época la separación tan rigurosa que existe hoy
día entre los juegos reservados a los niños y los juegos practi-
7,'cádol ^poTrlós"fadültos:"Lds mismos jü¿gbs""-eran'-^múnes ¿
ambos.

A comienzos del siglo xvii, esta polivalencia ya no se ex­


tendía a la primera infancia. Conocemos bien sus juegos, por­
que desde el siglo xv, después de la aparición de los putti en
la iconografía, los artistas multiplicaron las representaciones de
niños y las escenas de juegos. Podemos reconocer en dicha ico­
nografía el caballito de madera, el molinete, el pájaro atado
a una cuerda..., y a veces, aunque menos frecuentemente, las
muñecas. Es obvio que esos simulacros estaban reservados a la
gente menuda. Sin embargo, cabe interrogarse si ha sido siempre
así y si esos juguetes no habían pertenecido anteriormente al
mundo de los adultos. Algunos de ellos surgieron del espíritu
de emulación de los niños, el cual les lleva a imitar la conducta
de los adultos, reduciéndolos a su nivel:' caballito de madera,
en la época en que el caballo era el principal medio de trans-
porte y de tiro. Molinillo de viento: las aletas que giran en lo
alto de una' estaca sólo pueden ser la imitación que los niños .
hacen de una técnica que, al contrario de la del caballoj no
era muy antigua, y que es la técnica de los molinos de viento,
introducida en la Edad Media, Este mismo reflejo es el que
incita a nuestros ñiños hoy día a imitar el camión o el auto.
Pero los molinos de viento hace ya mucho tiempo que han des­
aparecido de nuestros campos, mientras que los molinetes para
niños están todavía a la venta en las tiendas de juguetes, en los
quioscos de los paseos o de las verbenas. Los niños constitu­
yen las sociedades humanas más conservadoras.
Otros juegos parecen tener otro origen que el del espíritu
de imitación de los adultos. Así, frecuentemente se representa al
niño divirtiéndose con un pájaro: Luis XIII tenía un alcaudon-
cillo al que apreciaba mucho (esto recordará quizás aún a al­
gunos lectores el cuervo mutilado y algo domesticado de sus
primeros años). En esas escenas de juegos, el pájaro está gene­
ralmente atado y el niño le sujeta con la mano. Puede ser que
algunas veces se tratara de un simulacro de madera. En todo
caso el pájaro atado parecía ser, según la iconografía, uno de
los juguetes más familiares. Ahora bien, el historiador de la
..religión f riega .Nilsson !. nos -da a conocer que .en .la .Grecia .clá-„„
" sica; como," por otra parte, e n ’la'Grecia moderna, la costumbre
exigía que en los primeros días de marzo los chicos hicieran
una golondrina de madera que giraba sobre un pivote y esta­
ba decorada con flores. La llevaban luego de casa en casa, donde
recibían regalos: el pájaro, o su simulacro, es aquí no un ju ­
guete individual, sino el elemento de una fiesta colectiva y es­
tacional, en la cual participa, la juventud con el papel que le
es asignado como clase de edad. Ya volveremos a encontrar
más adelante esta forma de fiesta. Lo que se vuelve después
juguete individual, sin relación con la comunidad, el calendario
o algún contenido social, parece estar asociado, al principio,
a las ceremonias habituales que reunían a los niños, a los jo*
vencitos — a quienes, por otra parte, se diferenciaba mal— con
los adultos. El mismo N ilsson 4 muestra cómo el columpio .(bas­
culante o colgante), tan frecuente en la iconografía de juegos
aún en el siglo xvm , figuraba entre los ritos de una de las fies­
tas previstas por el calendario: los Aiora, fiesta de la juventud:
J N ilsson, La Religión populaire clarts la Gréce antique.
4 Nilsson, op. cit.
los chicos saltaban sobre unos odres llenos de vino y las chicas
se mecían en unos columpios colgantes; esta última escena se
reconoce en algunos vasos pintados, Nilsson lo interpreta como
un sortilegio de fecundidad- Existía una estrecha relación entre
la ceremonia religiosa colectiva y el juego que formaba su rito
esencial. Más adelante, ese juego se separó de su simbolismo
religioso, perdió su carácter colectivo para convertirse a la vez
en profano e individual. Al tornarse profano e individual, el
juguete se fue reservando más y más a los niños, cuyo reperto­
rio de juegos aparece como el conservatorio de manifestaciones
colectivas abandonadas en lo sucesivo por la sociedad de los
adultos y desacralizadas.
El problema de la muñeca y de los juguetes en miniatura
nos lleva a hipótesis semejantes. Los historiadores de los jugue­
tes, los coleccionistas de muñecas y de juguetes en miniatura
siempre han tenido dificultades para distinguir la muñeca, ju­
guete de niño, de todas las otras imágenes y estatuillas encon­
tradas en cantidades casi industriales en los yacimientos de ex­
cavaciones arqueológicas y que tenían frecuentemente una sig­
nificación religiosa: culto doméstico, culto funerario, exvoto
de los devotos de una peregrinación, etc. ¿Cuántas veces no se
consideran como juguetes las reducciones de objetos familiares
depositados en las tumbas? Yo no pretendo concluir que los
chiquillos no jugasen a las muñecas o a imitar los objetos de
los adultos. Pero no eran ellos los únicos en servirse de esos
simulacros; lo que en la época moderna pasará a ser monopo­
lio suyo, lo compartían en la Antigüedad clásica, por lo menos
con los muertos. Esta ambigüedad entre la muñeca y el simu­
lacro persistió durante la Edad Media, y aún más tiempo en
las aldeas: la muñeca es igualmente el instrumento peligroso
del brujo, del hechicero. Este gusto por representar reducidas
las cosas y las personas de la vida cotidiana, reservado hoy día
a los niños, se halla en el arte y en la artesanía populares, des­
tinados tanto a la satisfacción de los adultos como a la distrac­
ción de los niños. Los famosos nacimientos napolitanos son
una de las manifestaciones de este arte de ilusión. Los museos,
principalmente los alemanes o los suizos, poseen complicados
conjuntos de casas, de interiores, de mobiliarios, que reprodu­
cen, en tamaño reducido, todos los detalles de los objetos fa­
miliares. Esas pequeñas obras maestras de ingenio y de com­
plicación ¿se pueden considerar como casas de muñecas? Cier­
to es que este arte popular de los adultos era también apreciado
por los niñós: la gente buscaba en Francia los «juguetes de
Alemania» o los «pequeños trabajos de Italia». Mientras que
los objetos en miniatura se volvían monopolio de los niños,
una misma palabra designaba esta industria: la juguetería, lo
mismo si se dirigía a los niños que a los adultos. El bibelot
antiguo era también un juguete. La evolución del lenguaje le
alejó de su sentido pueril y popular, mientras que la evolución
del sentimiento limitaba, por el contrario, a los niños el uso
de los pequeños objetos, de los simulacros. El bibelot se volvió,
durante el siglo xix, un objeto de salón, de vitrina, pero ha
continuado siendo la reducción de un objeto familiar: una si-
llita de manos, un mueble chiquito, una vajilla minúscula, que
nunca habían estado destinadas a los juegos de niños. En esta
afición por el bibelot debemos reconocer una supervivencia bur­
guesa de este arte popular de los nacimientos de Italia o de las
casas de Alemania. La sociedad del Antiguo Régimen permane­
ció fiel durante mucho tiempo a esas distracciones que nosotros
calificaríamos hoy día de niñerías, sin duda alguna porque han
pasado definitivamente al terreno de la infancia.
Todavía en 1747, Barbier escribe: «Se han inventado en
París unos juguetes llamados peleles... Esas pequeñas figuras
representan a Arlequín, a Scaramuccia (la comedia italiana)
o mitrones (los oficios), pastores, pastoras (la afición por les
disfraces rústicos). Esas tonterías han divertido y ocupado a
toda la ciudad de París de tal manera que no se puede ir a nin­
guna casa sin encontrar esos objetos colgados en todas las chi­
meneas. Se les regala a todas las mujeres y a todas las niñas
y la manía ha llegado a tal punto que a principios de este año
todas las tiendas están, repletas de esos objetos para los regalos
de año nuevo... La duquesa de Chartres ha pagado por uno,
pintado por Boucher, 1.500 libras.» El excelente bibliófilo Ja­
cob, que transcribe esta cita, reconoce que en su época nadie
habría imaginado tales niñerías: «La gente de la alta sociedad,
demasiado ocupada [¿qué diría este autor hoy día?] ya no
se divierte como en aquellos buenos tiempos del ocio (?) que
vieron florecer la moda de los monigotes y de ios peleles; dejan
las fruslerías para los niños.»
El teatro de marionetas parece ser otra de las manifestacio­
nes del mismo arte popular de la ilusión en miniatura, que pro­
dujo la juguetería de Alemania y los nacimientos napolitanos.
Además, siguió la misma evolución: el Guiñol de Lyoií de prin­
cipios del siglo xix era un' personaje de teatro popular, pero
adulto. El Guiñol se ha convertido hoy día en el nombre del
teatro de marionetas reservado a los niños.
Quizás esta ambigüedad persistente de los juegos- infantiles
explique también por qué desde el siglo xvi y hasta principios
del siglo xix la muñeca vestida sirvió a las mujeres elegantes de
maniquí de moda y de diseño de colección. La duquesa de Lo-
rena desea hacer un regalo a una parturienta (en 1571): «Ella
os ruega le envíe muñecas no muy grandes, cuatro o seis como
máximo, las muñecas mejor vestidas que pueda usted encon­
trar, para enviarlas al hijo de la señora duquesa de Bavíera,
quien ha dado a luz hace poco.» El regalo estaba destinado
a la madre, pero fa nombre del hijo! La mayoría de.las muñe­
cas de colecciones no son juguetes de niños, objetos generalmen­
te bastos y poco trabajados, sino muñecas de moda. Éstas des­
aparecerán y serán reemplazadas por el grabado de moda, gra­
cias principalmente a la litografía 5.
Existe, pues, cierto margen de ambigüedad en torno a los
juguetes de la primera infancia y de sus orígenes, ambigüedad
que se disipaba, en la época en que yo me situé al comenzar este
capítulo, hacia 1600, cuando ya se.Jiabía logrado su esgecia-¿
"lización :infáhBlrC 0ñ ~ ^ ^etalle~¿b^~íMj^&5~
de nuestro uso actual. Así, según se ha observado a propósito
de Luis X III, la muñeca no estaba reservada a las niñas. Los
niños también jugaban con ella. Dentro de la primera infancia,
la discriminación moderna entre niñas y niños era menos pre­
cisa: ambos usaban el mismo traje, el mismo vestido. Probable­
mente existe una relación entre la especialización infantil de
los juguetes y la importancia de la primera infancia en los sen­
timientos que revelan la iconografía y el traje desde finales de
la Edad Media. La infancia se convierte en el conservatorio de
las costumbres abandonadas por los adultos.

Hacia 1600, esta especialización de los juegos no sobre­


pasaba la primera infancia; después de los tres o cuatro años,
se atenuaba y desaparecía. El niño, en lo sucesivo, jugaba a los
mismos juegos que tos adultos, unas veces entre niños, otras
5 Ed. F o u r n ie r , Histoire des jouets et jeux d'enfants, 1889.
veces con lo s . adultos. Sabemos esto gracias principalmente a
los testimonios de una abundante iconografía, ya que desde la
Edad Media hasta el siglo x v m las familias se complacían en
representar escenas de juegos, lo cual indica la importancia
de la diversión en la vida social del Antiguo Régimen. Ya vi­
mos que Luis XIII jugaba, desde su primera infancia, con las
muñecas y al mismo tiempo al frontón, al mallo, a la cachava,
los cuales hoy día nos parecen más bien juegos de adolescentes
y adultos. En un grabado de A rnoult6, de finales del siglo xvii,
unos niños tiraban una bola: niños nobles como parecen indi­
carlo las mangas postizas de la niña, Nadie se oponía a dejar
jugar a los niños, desde que eran capaces, a los juegos de cartas
y de azar, a jugarse dinero. Uno de los grabados de Stella de­
dicados a los juegos de p u tti1 describe con simpatía la desdi­
cha del que lo ha perdido todo. Lós pintores inspirados en Ca-
ravaggio del siglo xvn han representado frecuentemente ban­
das de soldados jugando apasionadamente en tabernas de mala
fama: al lado de los viejos soldadotes se ve a muchachos muy
jóvenes, de unos doce años quizás, y que no parecen menos
animados por el juego. Un lienzo de S. Bourdon 8 representa
a un grupp. de pordioseros que rodean a dos niños y miran cómo
.éstás.^ji^ gáfi ,na.,los .dados.- ^1 Jem a . de ..los niños.que_„se, juegan...
“díñefo“- l r l a ^ c h o c a b a 'áün'ai^á^opínióí^p
blica, pues el tema aparece de nuevo en escenas que ya no son
las de soldadotes o las de pordioseros, en los personajes serios
de Le N ain 9.
Al contrario, los adultos jugaban a juegos que nosotros re­
servamos hoy día a los niños. Un objeto de marfil del siglo xiv 10
representa el juego de la ranita: un joven está sentado en el
suelo y trata de agarrar a los hombrea y mujeres que lo empu­
jan. El Libro de Horas de Adelaida de Saboya, de finales del
siglo xv u, contiene un calendario que está ilustrado principal­
mente con escenas de juegos, y de juegos que no son caballa-,
rescos. (Los calendarios representaban primeramente escenas
6 A rnoult, grabado. G abinete de Estampas; B. N., París, Oa 52 pet.
fol. f* 164.
7 Claudine B ouzonnet, Jeux de Venfance, 1657.
* Museo de Ginebra.
9 P. Fierens, Le Nain, 1933, pl. XX.
10 Louvre, París.
11 C hantilly. Se reproducen en este libro dos juegos: el de las pape­
letas y el de los cuentos chinos.
de oficios, excepto el mes de mayo, reservado a una corte de
amor. Los juegos se fueron introduciendo en ese calendario
y tuvieron cada vez más importancia, no sólo los juegos caba­
llerescos, como el de la caza de montería, sino también los
juegos populares.) Uno de ellos es el juego del haz-de leña:
un jugador hace de candela en medio de un círculo de pare­
jas, en el que la mujer se coloca detrás de su acompañante
y le ciñe por la cintura. En otra parte de ese calendario, la
población de la aldea lucha con bolas de nieve: hombres y mu­
jeres, niños y adultos. En un tap iz 32 de principios del siglo xvi,
campesinos e hidalgos, estos últimos más o menos disfrazados
de pastores, juegan al adivina quién te dio. No hay niños.
Dos cuadros holandeses del siglo xvii (de la segunda mitad)
representan también partidas de adivina quién te dio. En uno
de ellos 13 se ve a algunos niños, pero están mezclados con los
adultos de todas las épocas: una mujer, que esconde la cara,
tiende su mano abierta detrás de la espalda. Luis XIII y su
madre se divertían jugando al escondite: á cligne-musette. Se
jugaba a la gallina ciega en casa de la Grande Mademoiselle,
en el palacio de Rambouillet14. Un grabado de Lepeautre 15
muestra que los campesinos jugaban también siempre entre
adultos.
Así podemos, pues, entender el comentario que inspiró al
historiador contemporáneo Van Marle 16 su estudio de la icono­
grafía de los juegos: «En lo que se refiere a las diversiones de
las personas mayores, no se* puede realmente decir que fueran
menos infantiles que los entretenimientos de los niños.» Pues
claro: ¡eran los mismos!

Los niños participaban igualmente, en su lugar dentro de


las otras clases de edad, en las fiestas estacionales que reunían
regularmente a toda la colectividad. Difícilmente podemos nos­
otros imaginarnos la importancia de los juegos y de las fiestas
en la antigua sociedad, ya que' hoy día los hombres de la ciu-
12 V ictoria and Albert Museum, Londres.
13 B e r n d t , n.° 509 (Comelis de Man), n.° 544 (Molinar).
14 F q u r n i e r , op. cit.
15 L epautre, grabado. Gabinete de Estam pas, B. N., París, Ed. 73
in f.° p. 104.
16 V a n M a r l e , op. cit., tomo I, p. 71.
dad o los del campo no disponen más que de un espacio muy
limitado entre la actividad profesional, penosa, hipertrofiada,
y una vocación familiar imperiosa y exclusiva. Toda la literatu­
ra política y social, reflejo de la opinión contemporánea, trata
de las condiciones de vida y de trabajo; un sindicalismo que
protege los salarios reales, seguros que alivian los riesgos de
enfermedad y del paro, tales son las principales conquistas po­
pulares, por lo menos las más aparentes para la opinión públi­
ca, la literatura, la discusión política. Incluso las jubilaciones
ofrecen cada vez menos posibilidades de reposo y se vuelven
más bien privilegios que permiten acumulaciones fructuosas.
La distracción se ha vuelto algo casi vergonzoso y sólo se to­
lera en raros intervalos, casi clandestinos: sólo se impone como
una costumbre una vez al año durante el inmenso éxodo del
mes de agosto que lleva hacia las playas y montañas, hacia el
agua y el sol a una masa cada vez más numerosa, más popular
y al mismo tiempo más motorizada.
En la antigua sociedad, el trabajo no ocupaba tantas horas
del día, ni tenía tanta importancia para la opinión pública: no
tenía el valor existencial que nosotros le damos desde hace más
de un siglüi Casi se puede decir que no tenía el mismo sentido.
Por el contrario, los juegos, las diversiones, se prolongaban
mucho más que los momentos furtivos que nosotros les conce­
demos: formaban uno de los principales medios de que dispo­
nía la sociedad para estrechar sus. vínculos colectivos, para
sentirse reunidos. Sucedía lo mismo con casi todos los juegos,
pero este rol social aparece de forma más clara en las grandes
fiestas estacionales y tradicionales. Estas fiestas se celebraban
en fechas fijas y sus programas seguían a grandes rasgos las
normas tradicionales. Sólo los especialistas del folklore o de
las tradiciones populares las han analizado, y ellos las sitúan
en un ambiente casi exclusivamente rural. Por el contrario,
estas fiestas interesan a toda la sociedad, cuya vitalidad expre­
san periódicamente.’ En efecto, los niños —los niños y los jó­
venes— participan en ellas, de la misma manera que los otros
miembros de la sociedad, y la mayoría de las veces juegan el
papel que les ha reservado la costumbre. Por supuesto, no se
trata aquí de escribir una historia de esas fiestas — tema in­
acabable y sin duda alguna de un gran interés para la histo­
ria social— ; no obstante, algunos ejemplos nos permitirán com­
prender el papel que desempeñaban los niños en ellas. Por
otra parte, la documentación es copiosa (aunque no se recurra a
las descripciones de la literatura folklórica, principalmente cam­
pesinas), ya que una abundante iconografía, así como nume­
rosas pinturas burguesas y urbanas, atestiguan la importancia
de esas fiestas en la memoria y la sensibilidad colectivas; se
ponía empeño en representarlas y en conservar su recuerdo
durante más tiempo que el breve tiempo de su duración.
Una de las escenas favoritas de los artistas y de su clientela
era la fiesta del Día de Reyes, probablemente la mayor fiesta
del año. En España esta fiesta ha conservado la primacía, mien­
tras que en Francia la ha perdido en provecho de la de Navi­
dad. Cuando Madame de Sévigné, que estaba entonces en su
castillo de Rochers, se enteró del nacimiento de su nieto, quiso
que su gente compartiera su alegría, y para mostrar a Madame
de Grignan que todo lo había hecho bien, la escribía: «Invité
a beber y a cenar a mi gente, ni más ni menos que la víspera
de Reyes» 17. Se la llamaba «la víspera de Reyes». Una minia­
tura del Libro de Horas de Adelaida de Saboya 18 representa el
primer episodio de la fiesta. Eso sucedía a finales del siglo xv,
pero esos ritos continuaron siendo los mismos durante mucho
tiempo. Hombres y mujeres, parientes y amigos están reunidos
alrededor de la mesa. Uno de los comensales sostiene el roscón,
ide--Reyes, -le-mañtierie -incluso^ eñ :posÍcíóh Vertical“ “i i ñ nmoT
de unos cinco a siete años, se esconde debajo de la mesa. El
iluminador le coloca en la mano una especie de filacteria cuya
inscripción comienza por Ph... Se ha fijado -así el momento
en que, según la costumbre, un niño distribuía el roscón de
Reyes. Esto sucedía según un ceremonial determinado: el niño
se escondía debajo de la mesa. Uno de los comensales cortaba
parte del roscón y llamaba al niño: «Phaebe, Domine...» (de
ahí las letras Ph de la miniatura), y el niño respondía nom­
brando el comensal a quien' había que servir. Y así sucesiva­
mente. Una porción se reservaba a los pobres, es decir, a Dios,
y el que la comiera debía redimirse dando una limosna. Esta
limosna ¿no se volvió acaso, laicizándose, una obligación para
el Rey, quien debía pagar una prenda u otro roscón, no ya a
los pobres, sino a los demás comensales? Poco importa. Re­
tengamos únicamente el papel que la tradición confiaba al niño
en el protocolo. El procedimiento de las loterías oficiales del
17 Mme. d e S é v i g n é , Lettres, 1671.
!8 V er nota 11.
siglo xvn se inspiró probablemente en esta costumbre: el fron­
tispicio de un libro i9 titulado Critique sur la loterie muestra
el sorteo efectuado por un niño, tradición ésta que se ha con­
servado hasta nuestros días. Se sorteaba la lotería igual que
se repartía el roscón de Reyes. Este papel que el niño desem­
peñaba implica su presencia en medio de los adultos durante
las largas horas de la velada.
El segundo episodio de la fiesta, que es, por otra parte, su
punto culminante, se refiere al brindis ofrecido por todos los
comensales al afortunado que haya encontrado la sorpresa del
roscón, debidamente coronado: «iViva el Rey!» Las pinturas
flamencas y holandesas apreciaron particularmente este tema;
todos conocemos el famoso lienzo del Louvre de Jordaens, pero
este tema aparece también en los cuadros de numerosos pin­
tores septentrionales. Por ejemplo, ese cuadro de M etsu20, de
un realismo menos burlesco y más real, que nos representa
bastante bien la imagen de esa agrupación alrededor del Rey
de la velada, de todas las edades y sin duda de todas las con­
diciones, los servidores junto con los señores. Todos están alre­
dedor de la mesa. El Rey, un anciano, bebe. Un niño le saluda
tocándose el sombrero: quizá sea él quien acaba de distribuir
las porciones del roscón, según-la costumbre. Otro niño, de-
"maírarfo"peqüeño'“co:mo'~párá~dése"mpeñór ’ ese papel, está en­
caramado en una de esas sillas altas y cerradas, todavía muy
generalizadas. No sabe andar, pero él también tiene que parti­
cipar en la fiesta. Uno de los comensales está disfrazado de
bufón; en el siglo xvn, a todo el mundo le encantaban los dis­
fraces, y los más grotescos eran los más oportunos, pero el
traje de bufón aparecía en otras representaciones de esta escena
tan familiar, formaba parte del ceremonial: el bufón del Rey.
También podía suceder que uno de los niños hallase la
sorpresa. Así, Heroard anotaba el 5 de enero de 1607 (la fies­
ta se celebraba en la víspera de la Epifanía) que el futuro
Luis XIII, 'de seis años de edad, «fue Rey por primera vez».
Un lienzo de Steen de 166821 celebra la coronación del hijo
menor del pintor. Se le ha coronado con una diadema de papel,

19 Reproducido por H. d’A llemagne, Récréations et passe-temps, 1906.


La fiesta de Reyes, r e p r o d u c i d o e n B e r n d t , n .° 515.
20 M e t s u ,
Cassel, r e p r o d u c i d o e n F . S c h m i d t - D e g e n e r y v a n G e l d e r ,
31 S t e e n ,
Jan Steen, 1928, p , 82.
se le ha subido a un banco como si estuviera sobre un trono,
y una viejecita cariñosamente le da a beber un vaso de vino.
La fiesta no terminaba ahí. Comenzaba entonces el tercer
episodio, que debía durar hasta la madrugada. Se observa que
algunos invitados estaban disfrazados: a veces llevaban en sus
sombreros un letrero que señalaba su papel en la comedía. El
«bufón» se colocaba al frente de una pequeña tropa, compuesta
por algunas máscaras, un músico, que por lo general tocaba el
violín, y también, en este caso, por un niño. La costumbre im­
ponía a'ese niño una función bien definida: era él quien lle­
vaba el cirio de Reyes. Al parecer, en Holanda era negro. En
Francia era variopinto: Madame de Sévigné decía de una mujer
que «era variopinta como el cirio de Reyes».. El grupo de «can­
tantes de la estrella» — así se denominaba en Francia—, bajo
la dirección del bufón, se dispersaba por el vecindario para
pedir combustible o provisiones y para retar a los juegos de
dados. Un grabado de Mazot de 1641 22 nos muestra el cortejo
de los cantantes de la estrella: dos hombres, una mujer que toca
la guitarra y un niño que lleva el cirio de Reyes.
Gracias a un abanico pintado al gouache de principios del
siglo xvm 23 podemos seguir a este cortejo bufón cuando se le
recibe en una casa vecina. La sala de esta casa está cortada
verticalmente al estilo del decorado de los misterios o de las
pinturas del siglo xv con el fin de mostrar a la vez el interior
de la sala y la calle, detrás de la puerta. En la sala, los pre­
sentes brindan por el Rey y coronan a la Reina. En la calle,
una pandilla disfrazada llega a la casa y llama a la puerta:
se le abre. Cuanto más hacen los bufones, más se divierten:
quizá sea éste el origen de esta expresión.
A lo.largo de la fiesta se puede constatar la participación
activa de los niños en las ceremonias tradicionales. Observa­
mos también esta participación en la Nochebuena. Heroard nos
indica que, a los tres años, Luis X III «asistió a la colocación
del árbol de Navidad, ante el cual bailó y cantó por la llegada
de la Navidad». Quizá fue él quien echó sal o vino sobre el
tronco de Navidad, según el rito que nos ha descrito a finales
del siglo xvi el suizo-alemán Thomas Platter cuando hacía sus
estudios de medicina en Montpellier. La escena ocurría en
22 G rabado de F. M arzot: La noche.
22 A banicos pintados al gouache, exposición, París, galería Charpen-
tier, 1954, n " 70 (procedente de la notaría D uchesne).
Uzés24. Se pone u n ■grueso leño sobre el morillo. Cuando está
ardiendo, la familia se reúne. El hijo menor coge con la mano
derecha un vaso de vino, migas de pan, una pizca de sal, y con
la izquierda, una vela encendida. Todos se destocan, y el niño
comienza a invocar el signo de la cruz. En el nombre del Pa­
d r e . y echa una pizca de sal en una esquina del hogar. En
el nombre del Hijo.. al otro extremo, etc. Se conservan los
carbones, que tienen una virtud benéfica. El niño desempeña
aún aquí uno de los papeles esenciales previstos por la tradi­
ción, en medio de la colectividad reunida. Papel que desem­
peñaba además en otras ocasiones menos excepcionales, pero
que tenían el mismo carácter social: en las comidas familiares.
La costumbre ordenaba que uno de los hijos más pequeños
dijera las gracias, y que todos los niños presentes se encargaran
de servir la mesa: llenar las copas, cambiar los platos, trinchar
la carne... Más adelante tendremos ocasión de estudiar más de
cerca el sentido de estas costumbres cuando analicemos la es­
tructura familiar25. Por el momento retengamos cuán familiar
era, desde el siglo xiv hasta el siglo xvn, la costumbre de con­
fiar a los niños una función específica en el ceremonial que
acompañaba las reuniones familiares y sociales, ordinarias o
extraordinarias.
Había otras fiestas que, aunque interesasen siempre a toda
la colectividad, reservaban a la juventud el monopolio de los
papeles activos y en las cuales las otras clases de edad sólo
participaban como espectadores. Esas fiestas se presentaban ya
como jornadas de la infancia o de la juventud (ya vimos que
la frontera entre estos dos estados, hoy día si separados, era
incierta y mal definida).
Durante la Edad M edia26, los niños ocupaban la iglesia
el día de los Santos Inocentes; uno de ellos era elegido obispo
por sus camaradas y presidía la ceremonia, que se terminaba
con una procesión, una colecta y un banquete. La tradición,
que subsistía aún en el siglo xvi, consistía en que, en la ma­
ñana de ese día, los jóvenes sorprendieran a sus amigos en la
cama para azotarlos. Se decía: «Para darles los Inocentes.»
El martes de Carnaval aparecía como la fiesta de los estu-
24 Félix et Tliornas Platter [le fe u n e ] ti Montpeilier, 1595-1599, Mont-
pellier, 1892, p. 346.
23 Ver infra, III parte, cap. II.
26 T. L. Ja r m a n , Landm arks in the htstory of education, 1951.
diantes y de la juventud. Fitz Stephen la describe en el-siglo xil
en Londres, refiriéndose á la juventud de su héroe, Thomas
Becket71, alumno entonces de la escuela de la catedral de San
Pablo: «Todos los niños de la escuela traían a su maestro sus
gallos de pelea.» Las peleas de gallos, aún populares en los
lugares donde subsisten, en Flandes o en América Latina, pero
que son sólo para adultos, en la Edad Media eran propias de
'la juventud e incluso de la escuela. Así lo da a entender un
texto del siglo xv de Dieppe, el cual enumera los derechos
que debían pagarse al barquero: «Le maltre qui tient Tescole
de Dieppe, un coq, quand les jeux sont a Pescóle ou ailleurs
en ville, et en soient francs audit batel tous les autres escoliers
de Dieppe» n . Según Fitz Stephen, en Londres, la jornada del
martes de Carnaval comenzaba con peleas de gallos que dura­
ban toda la mañana. «En la tarde, toda la juventud de la ciudad
salía a las afueras para el famoso juego de balón.., Los adultos,
los padres, los notables venían a caballo para asistir a los jue­
gos de la juventud, y a su lado volvían a ser jóvenes de nuevo.»
El juego de balón (jeu de la soule, se decía en francés) reunía
a varias comunidades en una acción colectiva, que oponía a
veces a dos parroquias, otras veces a dos clases de edad: «El
juego de la bola, boule de chalendas, que es un juego que se
acostumbra a jugar-, el .día de Návidad •entre los..artesanos idet:
la localidad de Cairac, en Auvernia (y, por supuesto, en otras
partes); se diversifica y se divide este juego de tal manera
que los casados están a un lado y los solteros al otro; y se lleva
dicha bola de un lado a otro y se la pasan de un grupo al otro
para ganar el premio, y el que mejor la pase obtiene el premio
del día» 29.
En Avignon, aún en el siglo xvi, el carnaval estaba organi­
zado y animado por el abad de la curia, presidente de la cofra­
día de pasantes de notarios y procuradores30: esos jefes de la
27 Idem ,
28 [A l m aestro que tiene la escuela de D ieppe, un gallo, cuando los
juegos se realizan tanto en la escuela como en o tra parte de La ciudad,
y sean exentos de pasaje todos los escolares de Dtéppe.] Ch. de Robi-
llard de Beaurepaire, Recherches sur l'instruciion publique clans le
diocése de R ouen avant 1789, 3 vols., 1872, t. II, p. 284.
29 T--Í- Jusserand, Les Sports et jeux d’exercice dans l’ancienne France,
1901.
30 Paul Acharo, «Les Chefs des plaisirs»,■en el Annuaire Adminis-
tratif du D épartm ent de Vaucluse.
juventud eran en casi todas partes, por lo menos en el Sur,
los «jefes de placeres», según la expresión de un erudito mo­
derno. (Príncipes de amor, rey de la basílica, abad o capitán
de la juventud, abad de los artesanos o de los muchachos de la
ciudad.) En Avignon31, los estudiantes gozaban, el día de Car­
naval, del privilegio de dar una paliza a los judíos y a las putas,
excepto si pagaban un rescate. La historia de la Universidad
de Ávignon nos relata que el 20 de enero de 1660 el vicelegado
fijó el precio de rescate de un escudo por puta.
Las fiestas mayores’ de la juventud eran las de mayo y las
de noviembre. Sabemos, por Heroard, que Luis X III, cuando
era niño, iba al balcón de la Reina para ver plantar el árbol de
mayo. La fiesta de mayo sucede a la de Reyes en la preferencia
de los artistas, quienes se complacían en evocarla como una
de las más populares. Dicha fiesta ha inspirado innumerables
pinturas, grabados, tapices. A. Varagnac 32 ha reconocido ese
tema en la P rim avera,..de Botticelli, existente en la Galería de
los Oficios. En otras partes, *las ceremonias tradicionales es­
tán representadas con una precisión más realista. Un tapiz
de 164253 nos permite im aginar el aspecto de un pueblo o de
una ciudad ese día 1.° de mayo. Toda la gente está en una calle.
Una pareja’ un poco mayor y un anciano han salido de una de
•^as casas y -esperan e ^ e l 'tim brar'de ;su "puert^. Se pffepáran á
recibir a un grupo de muchachas que se dirige hacia ellos. Una
de ellas, la primera, lleva u n a cesta llena de frutas y pasteles.
Este grupo de jóvenes va de ésta manera de puerta en puerta
y todos le, dan provisiones como respuesta a sus deseos: la
colecta a domicilio es uno de los elementos esenciales de estas
fiestas de la juventud. En prim er plano se ven unos niños,
que están aún vestidos de u n a saya, como las niñas, y adorna­
dos con coronas de flores y de Hojas que sus madres les han
preparado. En otras imágenes, la procesión de los jóvenes que
hacen la colecta se organiza alrededor de un chico que lleva
el árbol de mayo: esta escena se puede ver en una pintura
holandesa de 1700 La pandilla de niños recorre el pueblo
detrás del que lleva el mayo: los más pequeños están corona­
31 «Droit de barbe et batacule», L a v a l , Université d’Avignon, pp. 44-45,
33 A. V a r a g n a c , Civilisations traditionnelles, 1948.
33 Las estaciones, Florencia. H . G S bbel , Wandteppíche, 1923, tomo II,
p. 409.
34 Brokenburgh (1650-1702), reproducido en B e r n d t , n.° 131.
dos de flores. Las personas mayores han salido a la puerta de
su casa, dispuestos a recibir el cortejo de niños. El mayo está
figurado a veces simbólicamente por una vara coronada de
hojas y flores35. Pero poco nos importan los episodios que
acompañan al árbol de mayo; fijémonos únicamente en la co­
lecta efectuada por el grupo de jóvenes ante los adultos, y la
costumbre de coronar a los niños de flores, que hay que asociar
con la idea de la renovación de la vegetación, simbolizáda
también por el árbol que se lleva y que se planta3é. Esas coro­
nas de flores se han convertido, quizá en un juego familiar de
los niños, ciertamente en el atributo de su edad en las repre­
sentaciones de los artistas. En los retratos, individuales o fami­
liares, los niños llevan o trenzan coronas de flores o de follaje.
Así, las dos niñas por Nicolás Maes en el museo de Toulouse37:
la primera lleva una corona de hojas y con la otra mano coge
las flores de una canasta que le tiende su hermana; no se
puede evitar el que se asocien las ceremonias- de mayo a ese
convencionalismo que asociaba a la infancia con la vegetación.
Otro grupo de fiestas de la infancia y de la juventud tenía
lugar a principios de noviembre. «El 4 -y el 8 (de noviembre)
—escribe el estudiante Platter a finales del siglo x v i38— se
hizo la mascarada de los Querubines. Yo también me disfracé
y me fui a casa del doctor Sapota, donde había baile.» Masca­
rada de jóvenes y no únicamente de niños, que ha desaparecido
completamente de nuestras costumbres, suprimida por la pro­
ximidad invasora del Día de Difuntos. La opinión no admite
ya tan cerca de esa fecha una fiesta alegre de la infancia dis­
frazada. Dicha fiesta, sin embargo, ha sobrevivido en ¿a Amé­
rica anglosajona: Halloween. Poco después, San Martín dio
ocasión , a manifestaciones características de los jóvenes, y más
adelante quizá de los escolares: «Mañana es San Martín — se
lee en un diálogo escolar de principios del siglo xvi, evocando
la vida de las escuelas de Leipzig39— . Nosotros, los escolares,
hacemos ese día .una abundantísima colecta..., es costumbre
que los pobres [escolares] vayan de puerta en puerta recibien­

35 T apiz de T ournat, H, G obbel , op. cit., tom o II, p. 24.


36 Ver tam bién I. M ariette, G abinete de E stam pas, B. N„ París, Ed 82
ín f.°, y M erian, G abinete de Estam pas, Ec 11 in f.°, p. 58.
í7 M useo de los Agustinos, T oulouse.
33 Félix et Thom as Platter [le Je une] á M ontpellier, op. cit., p. 142.
39 L. M a s s e b i e a u , Les Coiloques scolaires, 1878.
do dinero.» Observamos aquí de nuevo las colectas a domicilio
que ya destacamos con motivo de la fiesta de mayo: práctica
propia de las fiestas de la juventud, unas veces gesto de reci­
bimiento y bienvenida, otras veces verdadera mendicidad; nos
parece palpar las últimas huellas de una estructura antiquísima
donde la sociedad estaba organizada en clases de edad. Sólo
subsiste de ellas, por lo demás, un simple recuerdo que reser­
vaba a la juventud una función esencial en ciertas celebracio­
nes colectivas importantes. Se observará, además, que el ce­
remonial distinguía mal a los niños de los jóvenes; esta su­
pervivencia de una época en la que ambos vivían juntos no
correspondía ya totalmente con la realidad de las costumbres,
como lo sugiere la práctica del siglo xvn que consiste en ador­
nar-únicamente a los más pequeños, a los niños que usaban
aún la saya, con flores y hojas que engalanaban, en los calen­
darios de la Edad Media, a los adolescentes llegados ya a la
edad de los amores.
Cualquiera que sea el papel asignado a la infancia y a la
juventud, primordial en mayo, ocasional en la Epifanía, obe­
decía siempre a un protocolo habitual y correspondía a las
reglas de un juego colectivo que movilizada simultáneamente
al grupo social y a todas las clases de edades.

Había otras circunstancias que motivaban la misma parti­


cipación de las diversas edades en una diversión común. Del
siglo xv al xvm, y a veces a principios del siglo Xix (en Ale­
mania), innúmeras escenas de costumbres, pintadas, grabadas o
tejidas, evocan la reunión familiar en la Cual los niños y los
padres formaban una pequeña orquesta de cámara y acompa­
ñaban a un cantante. La mayoría de las veces esto sucedía
con motivo de un banquete. A veces ya se había quitado la
mesa. Otras veces, el intermedio musical tenía lugar durante
la comida, como es el caso en un lienzo holandés pintado
hacía 164040; la compañía está sentada a la mesa, pero el
servicio está interrumpido: el muchacho encargado del mismo,
y que lleva un plato y un jarro de vino, se ha parado; uno de
los comensales, en pie y apoyado en la chimenea, con un vaso
40 Lamen (1606-1652). El interm edio musical, reproducido en B erndt,
n." 472.
en la mano, canta, quizá una canción báquica; otro comensal
ha tomado su laúd para acompañarle. No podemos imaginarnos
hoy día la importancia que tenían la música y la danza en la
vida cotidiana. El autor de una Introduction to practical music,
publicada en 1 5 9 7 cuenta cómo las circunstancias hicieron
de él un músico. Estaba cenando en compañía de otras perso­
nas: «Cuando terminó la cena- y que, según la costumbre, las
partituras fueron llevadas a la mesa, la señora de la casa me
escogió una parte y me rogó muy seriamente que la cantara.
Yo tuve que disculparme mucho y confesar que no sabía ha­
cerlo; todos parecieron sorprendidos e- incluso algunos murmu­
raron al oído que dónde había sido educado.» SÍ la práctica
familiar y popular de un instrumento o del canto estaba quizá
más extendida en la Inglaterra isabelina, lo estaba también en
Francia, Italia, España o en Alemania, según una antigua- cos­
tumbre medieval que se mantuvo, a través de las transforma­
ciones del gusto y de los perfeccionamientos técnicos, hasta los
siglos x v m o xix, antes o después, según las regiones. Hoy día
sólo existe en Alemania, Europa central y en Rusia. Esto era
verdad, en ese tiempo, en los círculos de la nobleza o de la
burguesía, donde los grupos se complacían en actuar durante
■.un..concierto, de cámara.:;'Era .cierto ..igualmente .en. los ambienr.
tes más popularés, campesinos o incluso indigentes, donde se
tocaba la gaita, la zanfonía, o ese trasto chirriante para bailar
que no había sido aún elevado a la dignidad del actual violín.
Los niños practicaban la música muy pronto. Luis X III ya
cantaba en sus primeros años canciones populares o satíricas
que no se parecían en nada a las rondas infantiles de nuestros
dos últimos siglos; conocía también el nombre de las cuerdas
del laúd, instrumento noble. Los niños participaban en todos
esos conciertos de cámara que la antigua iconografía ha multi­
plicado. Tocaban igualmente entre ellos, y una manera habi­
tual de pintarlos es representándoles con un instrumento en la
mano, como esos dos niños de Franz Hals 42: el uno acompaña
con el laúd a su hermano o a su compañero que canta; o esos
numerosos niños de Franz Hals y de Le Nain que tocan la
flauta43. En la calle, los chiquillos del pueblo, más o menos
41 T hom as Morley, citado en F. W a ts o n , T h e English grammar schools
to 1660, 1907, p. 216.
42 Franz Hals, Niños músicos, Kassel; G e r s o n , tomo 1, p. 167.
43 Franz H als, Berlín. Le N ain, D etro it; la carreta, del Louvre.
harapientos,, escuchan ávidamente la zanfonía de un ciego es­
capado de un patio de Monipodio: tema del pordioseo, muy
difundido en el siglo xvn 44. Un lienzo holandés de Vinckel-
baons 45 merece especial atención debido a un detalle significa­
tivo del nuevo sentimiento de la infancia: como en otras pin­
turas semejantes, un hombre toca la zanfonía ante un auditorio
infantil; la escena ha sido representada en el instante en que
los chiquillos acuden rápidamente al son del instrumento; uno
de ellos, demasiado pequeño, no ha podido seguir el movimien­
to. Entonces su padre lo toma en brazos y rápidamente alcanza
al auditorio, con el fin de que el niño no pierda nada de la
fiesta: el niño, alegre, tiende sus brazos hacia el músico.
En la práctica de la danza se observa la misma precoci­
dad: ya vimos cómo Luis X III, a los tres años, bailaba la
gallarda, la zarabanda y la antigua bourrée. Comparemos un
lienzo de Le N ain46 con un grabado de Guérard 47: hay entre
ellos aproximadamente medio siglo de diferencia, pero las cos­
tumbres a este respecto no han cambiado tanto durante ese
intervalo, y el arte del grabado es más bien conservador. En
el de Le Nain vemos un corro de niñas y niños, y uno de estos
últimos usa todavía la saya con lazos. Dos .niñas hacen un
puente-'alzando y*"juntando sus manos, y todo el grupo pasa por
debajo. El,grabado de Guérard representa también un corro,
pero son los adultos quienes lo guían, y una de las mujeres
jóvenes salta en el aire, como una chiquilla que saltase a la
cuerda. Casi no existen diferencias entre el baile de los niños
y el de los adultos: más adelante, el baile de los adultos se
transformará y se limitará definitivamente, con el vals, a la
pareja sola. Las antiguas danzas colectivas, abandonadas por
la ciudad y por la corte, por la burguesía y la nobleza, subsis­
tirán aún en las aldeas, en donde las descubrirán los folkloris­
tas modernos, y en los corros infantiles del siglo xix, unos y
otros, por otra parte, en trance de desaparición actualmente.
No se puede separar del baile las representaciones dramá­
ticas: el baile era entonces más colectivo y se distinguía menos

44 Brouwer, Hombre que toca la zanforía rodeado de niños, Harlem,


reproducido en W. v o n B o d e , p. 29, Estudio de Georges de La Tour,
exposición París, Orangerie, 1958, n.° 75.
45 Vinckelbaons (1576-1629) reproducido en B e r n d t , n.° 942.
46 Le Nain, reproducido en P. Fierens, Le Nain, 1933, lám. XCIII.
47 N. G uérard, grabado, G abinete de Estampas, B. N., París, Ee 3 in f.°.
del ballet que nuestros bailes modernos de parejas. Conocemos,
gracias al diario de Heroard^ la afición de los contemporáneos
de Luis XIII por el baile, el ballet y la comedla, géneros aún
bastante parecidos: se representaba un papel en el ballet como
se bailaba en un baile (la semejanza de los dos términos es
significativa: el mismo vocablo se ha desdoblado después, el
baile se ha reservado a los aficionados y el ballet a los profe­
sionales). Había ballets en las comedias, incluso en el teatro
escolar de los colegios de jesuítas, En la corte de Luis X III,
los autores y los actores se contrataban allí mismo entre los
hidalgos, pero también- entre los lacayos y los soldados; los
niños también actuaban y asistían a las representaciones.
¿Se trataba de una práctica de la corte? No, más bien de
una práctica común. Un texto de Sorel 45 nos demuestra que
en las aldeas nunca dejaron de representarse las obras dramá­
ticas, bastante comparables a los antiguos misterios, a las Pa­
siones actuales de Europa central. «Yo pienso que él habría
tenido — dice Ariste, a quien aburrían los actores profesiona­
les— mucha satisfacción si hubiera visto como yo a todos los
chicos de una aldea [¿y no las chicas?] representar la tragedia
del rico avaro en un teatro, sobre un escenario más alto que
los tejados de las casas, por donde todos los personajes daban
siete u ocho vueltas por parejas para mostrarse antes de que
comenzara la representación, como los personajes de un reloj.»
«... Me alegré tanto de ver una vez más la representación de la
historia del Hijo Pródigo y la de Nabucodonosor, luego los
Amores de Medoro y Angélica, y la bajada de Radamonte a los
infiernos, con actores de tales características.» El portavoz de
Sorel ironiza y tiene poco aprecio por esos espectáculos popu­
lares. Casi en todas partes, los textos y la dirección estaban
determinados por la tradición oral. En el País Vasco esta tradi­
ción fue establecida antes de la desaparición de las representa­
ciones dramáticas. A finales del siglo x v m y a principios
del xix se escribieron y publicaron «pastorales vascas» cuyos
temas pertenecen simultáneamente a las novelas de caballería
y a las pastorales del Renacimiento49.
Los juegos reunían, como la música y la danza, a toda la

48 Charles S orel, La Maison des Jeux, 2 vols., 1642, tomo I, p p . 469-


417.
49 L a r c h é de L a n g u is, autor de Pastorales basques, hacia 1769.
colectividad y mezclaban a las edades, tanto las de los actores
como las de los espectadores,
A continuación nos interrogaremos acerca de la actitud
moral tradicional con respecto a esas representaciones que tan­
ta importancia tenían en las antiguas sociedades. Esta actitud
se nos manifiesta con dos aspectos contradictorios. Por una
parte, todas las representaciones estaban admitidas, sin reser­
vas ni discriminación, por la mayoría. Por otra, y al mismo
tiempo, una poderosa e ilustrada minoría de rigoristas las con­
denaba todas, poco más o menos, de forma igualmente abso­
luta, y denunciaba su inmoralidad, sin admitir casi ninguna
excepción. La indiferencia moral de la mayoría y la intoleran­
cia de una élite educadora coexistieron durante mucho tiem­
po: durante los siglos xvn y xvn se estableció un compromiso
que anunciaba la actitud moderna con respecto al juego, fun­
damentalmente diferente de la antigua. Lo cual nos interesa
para nuestro tema, porque también manífesta el sentimiento
nuevo de la infancia: un interés, antes desconocido, en preser­
var su moralidad,. y también en educarlo, prohibiéndole los
juegos clasificados en lo sucesivo como nocivos y recomendán­
dole los juegos reconocidos en adelante como buenos.
La estima en que se tenían aún en el siglo xvn los juegos
de azar nos permite evaluar la amplitud de esta indiferencia
moral. Nosotros consideramos hoy día los juegos de azar como
sospechosos, peligrosos, y la ganancia del juego como el menos
moral y confesable de los ingresos. Seguimos practicando esos
juegos de azar, pero con sentimiento de culpa. No sucedía aún
esto en el siglo xvn: este sentimiento de culpabilidad moderno
procede de la moralización a fondo que transformó la sociedad
del siglo xix en una sociedad de «bienpensantes».
La Fortune des gens de qualité et des gentilshommes par-
ticuliers 50 es una colección de consejos para hacer carrera
destinados a los hidalgos jóvenes. Sin duda alguna, su autor,
el mariscal De Caillére, no tenía nada de aventurero; a él se
debe una bibliografía edificante del P. Ange de Joyeuse, el
fraile santo miembro de la Liga; si no era devoto, al menos
era piadoso; en resumen: sin ninguna originalidad ni talento.
Sus declaraciones reflejan, pues, una opinión común en 1661,
fecha de la edición de su libro, entre la gente bien. Por eso,
50 Mariscal d e C a i l l i é r e , La Fortune des gens de qualité et des
gentilshommes particuliers, 1661.
no cesaba de prevenir a los jóvenes contra el vicio: si éste
es el enemigo de la virtud, lo es igualmente de la fortuna,
ya que no se puede poseerla una sin la otra: «El joven
vicioso deja escapar las ocasionesde agradar a su Maestro
por las ventanas del burdel y de la taberna.» El lector del
siglo X X que recorra con la vista un poco cansada esos tópicos
de sorprenderá cuando ese moralista puntilloso desarrolle sus
ideas sobre la utilidad social de los juegos de azar. «Si un Par­
ticular [abreviatura de hidalgo particular, opuesto a gente de
calidad, es decir, hidalgüelo, más o menos menesteroso] debe
jugar a los juegos de azar y cómo debe hacerlo», es el títu­
lo de un capítulo. Pero eso no es tan evidente: el mariscal
reconoce que los moralistas profesionales, los clérigos, con­
denan el juego tajantemente. Eso podría incomodar a nuestro
autor, y de todas maneras le obliga a explicarse detenida­
mente. Él tiene otra idea, fiel a la opinión antigua de los
laicos, y se esfuerza en justificarla moralmente: «No será im­
posible probar que [el juego] puede ser más útil que perjudi­
cial si se produce en las circunstancias que le son indispen­
sables,» «Yo digo que el juego es tan peligroso para un hombre
de calidad (es •decir, para un rico hidalgo) como útil para un
Particular (es decir, para un hidalgo-menesteroso). El primexQ¿
arriesga mucho porque es rico; él otro"ñó'' arriesga nada porqué"
no lo es, y, sin embargo, un Particular puede esperar de la
Fortuna del juego tanto como un gran señor.» El uno puede
perderlo todo, el otro ganarlo todo: ¡extraña distinción moral!
Mas el juego, según Cailliére, presenta otras ventajas ade­
más de la del lucro: «Yo siempre he considerado que la pasión
por el juego era un beneficio de la Naturaleza, cuya utilidad
he reconocido.» «Yo establezco como base que a nosotros
nos gusta por naturaleza.» «Los juegos que requieren ejercicio
(que nosotros trataríamos de recomendar hoy día) son dignos
de verse, pero no aptos para ganar dinero.» Y este autor es­
pecifica: «Me refiero a las cartas y los dados.» He oído decir
a un jugador prudente, que había ganado una fortuna muy
considerable en el juego, que para hacer de los juegos un arte,
él no había encontrado otro secreto ,sino el de domeñar su
pasión y proponerse este ejercicio como una profesión para
ganar el dinero.» Que el jugador no se inquiete: la mala suerte
no le sorprenderá desprevenido: un jugador siempre encuentra
quien le preste mejor «que un buen comerciante». «Además,
este ejercicio permite a los Particulares introducirse en las
mejores compañías, y un hombre hábil puede obtener impor­
tantes ventajas si sabe aprovecharlas... Conozco a personas
que no tienen más ingresos que una baraja y tres dados, que
subsisten en el mundo con más brillo que los señores de pro­
vincias. con sus grandes posesiones [pero sin dinero contante].»
El excelente mariscal concluye con- esta opinión sorprendente
hoy día para nuestra moral: «Aconsejo a un hombre que co­
nozca los juegos, y a quien le gusten, que arriesgue su dinero,
pues como tiene poco que perder, no arriesga gran cosa y puede
ganar mucho.» Para el biógrafo del P. Ange, el juego no sólo
se convierte en una diversión, sino que es un estado, un medio
de hacer fortuna y de mantener relaciones, medio perfectamente
honorable.
Cailliére no es el único que piensa así. El caballero de Méré,
a quien se presenta como el tipo perfecto de hombre de mundo,
del hombre honrado, según el gusto de la época, se expresa
de la misma manera en Suite du Commerce du M onde51.
«Observo además que el juego produce buenos resultados cuan­
do uno se conduce como un hombre hábil y de buen talante:
así es como se logra el acceso a todas partes donde se juega,
--y. los;príncipes ’sV aburrirían frecuentemente si no sé -divirtiéi-aíí
jugando.» Ese autor cita ejemplos importantes: Luis X III (quien
siendo niño había ganado una turquesa al billar), Richelieu
«que se distraía con la esgrima», Mazarino, Luis XIV y «su ma­
dre, la Reina [que] no hacía más que jugar o rogar a Dios».
«Cualquiera que sea el mérito de una persona, sería difícil alcan­
zar una gran notoriedad sin que la alta sociedad y el juego abran
de par en par las puertas de entrada. Es incluso una excelente
garantía el estar frecuentemente en buena compañía sin decir
nada, y especialmente cuando uno lo hace como hombre ga­
lante», es decir, evitando «la extravagancia», «el capricho» y la
superstición. «Es preciso jugar como un hombre honrado y con­
formarse tanto en perder como en ganar, sin que se reconozca
en sus facciones o en su manera de proceder lo uno ni lo otro.»
No obstante, era menester poner cuidado en no arruinar a sus
amigos, pues, por más que se razonase, «nos queda siempre un
resentimiento contra los que nos han arruinado».

31 M éré, Oeuvres, ed. Ch. Boudhors, 3 vols., 1930.


51 los juegos de azar no ocasionaban ninguna reprobación
moral, no había ninguna razón para prohibírselos a los niños:
de ahí esas innumerables escenas que el arte nos ha conservado
hasta nuestros días de niños jugando a las cartas, a los dados,
al chaquete, etc. Los diálogos escolares que servían a los alum­
nos simultáneamente como manuales de urbanidad y como voca­
bulario latino, admiten a veces los juegos de azar, si no siempre
con entusiasmo, al menos como una práctica muy difundida.
El español Vives 52 se contenta con dar algunas reglas para evitar
los excesos: dice cuándo hay que jugar, con quién (evitar a los
pendencieros), a qué juego, qué apostar: «La apuesta no debe
ser mínima, eso es algo absurdo, y de ello se harta uno en se­
guida; pero tampoco debe ser tan importante como para que
perturbe la razón del que juega»; «de qué modo», es decir, como
buen jugador, y cuánto tiempo.
Incluso en las instituciones escolares, lugares de la morali­
zación más eficaz, los juegos de dinero persistieron durante mu­
cho tiempo, a pesar de la aversión de los educadores. A princi­
pios del siglo xvm , los reglamentos del colegio de los oratorianos
de Troyes especifican: «No se jugará por dinero, a no ser que
sea poca cantidad y con autorización.» El universitario moderno
que comenta este texto en 1880, agrega, un poco desconcertado
por esas costumbres tan ajenas a los principios de educación de
su tiempo: «Prácticamente era autorizar el juego con dinero.»
Por lo menos, era resignarse a ello53.
Aún hacia 1830, en las public schools inglesas se jugaba
abiertamente a las loterías y se apostaba mucho. El autor de
Tom Brown’s school days evoca la fiebre de las apuestas y del
juego que provocaba en esa época el Derby entre los alumnos
de Rugby: la reforma del doctor Arnold eliminó posteriormente
de la escuela inglesa las antiguas prácticas', antaño admitidas con
indiferencia y en lo sucesivo consideradas inmorales y viciosas 54.
Desde el siglo xvn hasta nuestros días, la actitud moral con
respecto a los juegos de azar evolucionó de manera bastante
compleja. Si bien se difundió el sentimiento de que el juego
de azar es una pasión peligrosa, un vicio grave, la práctica
tendió a transformar algunos de ellos reduciendo la parte del
52 Vives, Dialogues, trad. francesa de 1571.
a G. C a r r t , Les Éléves de Vancien collége de Troyes, en las M ém oi-
res de la Société Academ ique de l’A ube, 1881.
54 Thom as H u g h e s , Tom B ro w n ’s school days, 1857.
azar (que siguió persistiendo), a expensas del cálculo y del es­
fuerzo intelectual del jugador, de suerte que ciertos juegos de
cartas o de ajedrez fueron saliéndose cada vez más de la condena
sin apelación posible que afectaba al principio del juego de azar.
Otra diversión siguió una evolución diferente: la danza. Ya
vimos que la danza colectiva de niños y adultos ocupaba un
lugar de gran importancia en la vida cotidiana. Hoy día, eso
debería chocar menos con nuestro sentido moral que la práctica
general de los juegos de azar- Sabemos que hasta los monjes
bailaban si se presentaba la ocasión, sin que la opinión se es­
candalizara, por lo menos antes del movimiento de Reforma
de las comunidades religiosas del siglo xvn. Conocemos el estilo
de yida de la abadía de Maubuisson, a principios del siglo x v i i ,
cuando la madre Angélique Arnauld vino a reformarla. Era
poco edificante, pero no necesariamente escandaloso: era dema­
siado mundano. «En verano — nos dice L. Cognet, citando a
la madre Angélique de Saint-Jean, biógrafa de su hermana 53— ,
cuando hacía buen tiempo, después de haber rezado rápidamente
las vísperas, la priora llevaba la comunidad a pasear a los es­
tanques que se hallaban en el camino de París, a donde acudían
frecuentemente los monjes de Saint-Martin de Pontoise, que
vivían cerca, a bailar con las religiosas, y eso con la misma
libertad con que se haría en el mundo, donde no habría nada
que criticar.» Esos bailes de monjes y monjas indignaban a la
madre Angélique de Saint-Jean (y preciso es reconocer que no
correspondían al carácter de la vida conventual), pero no es­
candalizaban a la opinión pública como nos chocaría hoy día que
los religiosos y religiosas bailaran por parejas, abrazados, como
lo exigen los bailes modernos. Se puede admitir que esos reli­
giosos no tenían mucho sentimiento de culpa. Las costumbres
tradicionales permitían los bailes de clérigos en ciertas ocasio­
nes. Así en Auxerre56, el nuevo canónigo hacía don a los feli­
greses, por el feliz acontecimiento de su llegada, de un balón
que servía para un gran juego colectivo. El balón — o soule—
era un juego colectivo entre-dos equipos, solteros contra casa­
dos, una parroquia contra la otra. En Auxerre, la fiesta comen­
zaba con el canto de Victimae laudes Paschali, y se terminaba
con una danza que bailaban todos los canónigos. Los historia­
53 L, C o c n e t , La M ere A ngélique et saint Frartfois de Sales, 1951,
p. 28,
56 J.-J, JüSSERAND, op. CÍt.
dores nos informan que esta costumbre, que remonta al si­
glo xiv, existía aún en el siglo x v m . Es probable que los par­
tidarios de la reforma tridentina vieran este baile con tan. malos
ojos como la madre Angélique de Saint-Jean las danzas de las
monjas de Maubuisson con los padres dé Pontoise: era otra
época con otro sentido de lo profano. Las danzas tradicionales
no tenían en el siglo xvn el carácter sexual que revelaron mucho
más tarde, durante los siglos xix y xx. Existían incluso danzas
de las nodrizas, en la cual las amas de cría llevaban a los niños
de pecho en sus brazos 57.
Para ilustrar la indiferencia de la antigua sociedad con res­
pecto a la moralidad de las diversiones, la práctica generalizada
de la danza .no tiene la misma significación que la de los juegos
de azar. Por el contrario, la primera permite evaluar mejor el
rigor de la intolerancia de las élites reformadoras.
En la sociedad del Antiguo Régimen, el juego bajo todas sus
formas (física, de sociedad, de azar), ocupaba un lugar privile­
giado que han perdido en nuestras sociedades técnicas, pero
que encontramos aún hoy día en las sociedades primitivas o
arcaicas58. Ahora bien, a esta pasión que agitaba todas las eda­
des, todas las condiciones, la Iglesia opuso una reprobación
absoluta, y con la Iglesia, los laicos fervientes partidarios de
rígor y 'd e ordené quiénes se esforzaron igualmente en domeñar
una masa aún salvaje, en civilizar las costumbres todavía pri­
mitivas.
La Iglesia medieval condenaba también toda clase de juegos,
sin excepción ni reserva, particularmente en las comunidades
de clérigos becarios, las cuales dieron origen a los colegios y
universidades del Antiguo Régimen. Sus estatutos nos dan una
idea de esta intransigencia. Al leerlos, el historiador inglés de
las universidades medievales, H. R ashdall59, se quedó sorprendi-
, do de la proscripción general de distracciones, de la resistencia a
admitir que hubiera diversiones inocentes, en escuelas a las que
asistían principalmente muchachos entre los diez y los quince
años. Se condenaba la inmoralidad de los juegos de azar, la
indecencia de los juegos de sociedad, de la comedia o de la
57 Este baile se llam aba la danza-karrik. Inform ación sum inistrada
por la señora Gil Reicher.
54 R. C a i l l o i s , Quatre essais de sociologie contemporaine, 1951.
39 H. R ashdall, The Universities of Europe in the middle ages,
1895, reed. F. M. Powicke y A. B. E m den, 3 vols., O xford, 1936.
danza, la brutalidad de los juegos físicos que, efectivamente,
debían degenerar frecuentemente en reyertas. Los estatutos de
los colegios fueron redactados para limitar tanto los pretextos de
diversión como los riesgos de delito. A fortiori, la prohibición
era categórica y rigurosa para los religiosos, a quienes el decreto
del Concilio de Sens de 1485 prohibía jugar a la pelota, sobre
todo en sotana y en público; verdad es que en el siglo xv, sin
jubón o sin túnica, y con calzas desabrochadas, se quedaba uno
casi desnudo. Le da a uno la impresión de que la Iglesia, incapaz
aún de domeñar a los laicos, dedicados a los juegos tumultuosos,
preservaba a sus clérigos prohibiéndoles completamente la prác­
tica del juego: extraordinario contraste de modos de vida..., si
la prohibición hubiera sido realmente respetada. He aquí, por
ejemplo, cómo el reglamento interior del colegio de Narbonne60
Considera, en su redacción de 1379, los jueg&s de sus becarios:
«Que en la casa nadie juegue a la pelota o a la cachava (especie
de hockey) o a otros juegos peligrosos (insultuosos), bajo pena
de seis deniers * de multa, ni a los dados, ni a ningún juego de
dinero, ni a las partidas de mesa (comessationes: comilonas),
bajo multa de diez sous (perras chicas).» £1 juego y la franca­
chela están colocados al mismo nivel. Entonces ¿no hay nunca
descanso? «Sólo se permitiría algunas veces y raramente [iqué
precaución!, y con qué rapidez’hafeía 'que aprovecharla... ¡Es,
en el fondo, la puerta entreabierta a todos los excesos condena­
dos í] a juegos honestos o recreativos [es difícil imaginárselos,
pues incluso el de la pelota está prohibido; ¿quizás los juegos de
sociedad?] jugándose media azumbre o un cuartillo de vino, o
frutas, y con tal que eso se haga sin ruido y que no sea habi­
tualmente (sine mora).
En el colegio de Seez, en 147761: «Ordenamos que nadie
juegue a los dados, ni a otros juegos de poca probidad o prohi­
bidos, ni siquiera a los juegos admitidos, como la pelota, princi­
palmente en las dependencias comunes [es decir, el claustro, o
la sala común que servía de refectorio] y si se practican en otros
lugares, que sea pocas veces (non nimis continué).» En la bula
del cardenal de Amboise, fundador del colegio de Montaigu

40 F é u b ie n , V, p. 662.
* Denier: antigua moneda francesa que valía 1:240 de la libra de
plata.
61 F é u b ie n , V, p. 689.
en 1501, hay un capítulo titulado: de exercitio corporali62. ¿Qué
significa esa frase? El texto comienza con una observación ge­
neral más bien ambigua: «El ejercicio corporal parece de poca
utilidad cuando está mezclado con los estudios espirituales y ios
ejercicios religiosos; por el contrario, dicho ejercicio aporta un
desarrollo importante de la salud cuando se realiza alternativa­
mente con los estudios teóricos y científicos.» Pero,- en realidad,
lo que entendía el redactor por ejercicios corporales era, no
tanto los j'uegos, como los trabajos manuales, en oposición a
los trabajos intelectuales, y concede el primer rango a las faenas
domésticas, a las cuales se reconoce también una función de
reposo: la cocina, la limpieza, el servicio de mesa. «En todos
los ejercicios arriba mencionados [es decir, en esas faenas do­
mésticas] , nunca olvidará nadie el ser lo más rápido y vigoroso
posible.» Los juegos sólo se permitían después de las faenas y
¡con cuantas reservas! «Cuando el Padre [el jefe de la comuni­
dad] estime que las mentes cansadas por el trabajo y el estudio
deben descansar mediante la recreación, los tolerará (indulge-
bit).» Ciertos juegos estaban permitidos en los locales comunes,
los juegos honestos, que no cansasen ni fueran peligrosos. En
Montaigu había dos grupos de estudiantes, los becarios, a quie­
nes se les denominaba, como en otras instituciones, pauperes,
y los internos, que pagaban una pensión. Esos dos grupos vivían
separados, -Estaba previsto que los becarios debían jugar du­
rante menos tiempo y únenos frecuentemente que sus camara­
das: probablemente porque tenían la obligación de ser mejores
y, por lo tanto, menos distraídos: La reforma de la Universidad
de París de 145263, inspirada ya por un deseo de disciplina
moderna, persiste en mantener el rigor tradicional: «Los maes­
tros [de los colegios] no permitirán a sus alumnos, durante
las fiestas de los oficios o en otras partes, bailar danzas inmora­
les y deshonestas, llevar trajes indecentes y laicos [traje corto,
sin túnica]. En cambio, les permitirán jugar honrada y agrada­
blemente, para aliviar el trabajo y como justo reposo,» «No les
permitirán, durante esas fiestas, beber en la ciudad, ni ir de
casa en casa.» El reformador se refiere a las salutaciones de
puerta en puerta, acompañadas de colectas, que la tradición
permitía a la juventud durante las fiestas estacionales. En uno
e F é u b ie n , V, p . 721.
63 Publicado en T h é r y , Histoire de l'éducation en F ranee, 1858,
2 vols., t, II.
de sus diálogos escolares, Vives resude de esta manera la situa­
ción en París durante el siglo xVi w: «Éntre los alumnos, sólo
se juega a la pelota durante los recreos, pero algunas veces sé
juega en secreto a las cartas y al ajedrez, los niños a los caba­
llos y, los más traviesos, a los dados.» De hecho, tanto los
alumnos como los demás chicos, no tenían ningún problema en
frecuentar las tabernas, los garitos, en jugar a los dados o en
bailar. El rigor de las prohibiciones no aminoró nunca, a pesar
de su ineficacia: tenacidad sorprendente para nuestra menta­
lidad de hombres-modernos, más preocupados por la eficacia
que por el principio.
Los funcionarios de justicia y de policía, juristas amantes
del orden y de la buena administración, de la disciplina y la
autoridad, defendían la acción de los maestros de escuela y de
los clérigos. Durante siglos se sucedieron s.in interrupción las
ordenanzas que impedían a los estudiantes el acceso a las salas
de juego. Se alegan aún en el siglo xvm , como es el caso del
siguiente bando del lugarteniente general de policía de Moulins
del 27 de marzo de 1752, de la que se conserva en el museo de
Artes et Tradiciones Populares el cartel impreso destinado a ser
fijado en público: «Se prohíbe a los encargados de los juegos
de pelota y de billar dejar jugar durante las horas de clase, y
a los que regentan los juegos de bochas, de bolos y otros, dejar
jugar en los equipos a los estudiantes ni a los criados.» Se puede
observar la identificación de los criados con los estudiantes;
en efecto, ambos tenían frecuentemente ía misma edad y se
temía también su turbulencia y la falta de dominio de sí mismos.
Las bochas y los bolos, hoy día diversiones tranquilas, provo­
caban tales peleas que los magistrados de policía los prohibieron
a veces totalmente, durante los siglos xvi y xvn, tratando de
extender a toda la sociedad las restricciones que los eclesiásticos
deseaban imponer a los hombres cultos y a los escolares. Esos
paladines del orden moral colocaban prácticamente los juegos
entre las actividades casi delictivas, como la embriaguez, la
prostitución, que en último caso se podía tolerar, pero convenía
prohibirlas al menor exceso.
Sin embargo, esta actitud de total reprobación se modifica
en el transcurso del siglo xvn, principalmente bajo la influencia
de los jesuitas. Ya los humanistas del Renacimiento habían per-

w V iv e s, Dialogues, ver nota 52.


cibido en su reacción antiescolástica las posibilidades educativas
de los juegos. Pero fueron los colegios de jesuítas los que impu­
sieron poco a poco a la gente honrada y de orden, una opinión
menos radical con respecto a los juegos. Los Padres entendieron
desde el principio que no era posible, ni incluso deseable, su­
primirlos ni reducirlos con algunas tolerancias, precarias y ver­
gonzosas. Ellos se propusieron, al contrario, asimilarlos, intro­
ducirlos oficialmente en sus programas y reglamentos, a reserva
de seleccionarlos, regularlos, controlarlos. Al quedar disciplina­
das, las diversiones reconocidas como buenas fueron admitidas,
recomendadas y consideradas en lo sucesivo como medios de
educación tan estimables como los estudios. De esta manera se
cesó, no solamente de denunciar la inmoralidad de la danza,
sino que se enseñó a bailar en los colegios, porque- la danza,
al armonizar los movimientos del cuerpo, evitaba la torpeza y
daba destreza, porte, «buena apostura». Del mismo modo, se
introdujo en los colegios la comedia que los moralistas del si­
glo xvn perseguían y condenaban. Los jesuitas comenzaron con
diálogos en latín sobre temas sacros y luego pasaron al teatro
francés sobre temas profanos. Se toleraron incluso los ballets,
a pesar de la oposición de las autoridades de la Compañía: «La
afición a la danza — afirma el padre Dainville65— , tan vehemen-^
te entre los contemporáneos del Rey Sol, quien fundó en 1669'
la Academia de la Danza, prevaleció sobre los ucases de los pa­
dres generales. Después de 1650, no había tragedia que no es­
tuviera entrecortada con las entradas de un ballet.»
Un álbum grabado de Crispín de Pos, fechado en 1602, re­
presenta varias escenas de la vida escolar en un colegio «en
tierra de bátavos». Se reconocen las aulas, la biblioteca, así
como la lección de danza, las partidas de pelota y de balón
Surgió, pues, un sentimiento, nuevo: la educación adoptó los
juegos que hasta entonces había proscrito o tolerados como un
mal menor. Los jesuitas editaron en latín tratados de gimnasia
donde se daban las reglas de los juegos recomendados. Se ad­
mitió cada vez más fácilmente la necesidad de los ejercicios
físicos; Fénelon afirma: «Los [juegos] que más aprecian ellos
[los niños] son aquellos en los que el cuerpo está en movimiento;
los niños están contentos con tal de moverse.» Los médicos del

Entre Nous, 1958, 2.


65 F . d e D a i n v i l l e .
66 A cadem ia siue speculum vitae scolasticae, 1602.
siglo x v i i i 67 inventaron, a partir de los antiguos «juegos de
ejercicio», de la gimnasia latina de los jesuítas, una técnica
nueva de'higiene del cuerpo: la cultura física. En el Traite de
Véducation des enjants, de 1722, de Crousez, catedrático de filo­
sofía "y matemáticas en Lausana, se lee: «Es preciso que el
cuerpo humano se agite mucho mientras está creciendo... Yo
creo que hay que preferir los juegos de ejercicio a los otros.»
La Gymnastique médicale et chirurgicale, de Tissot, recomienda
los juegos físicos, que -son los mejores ejercicios: «Se ejercitan
simultáneamente todas las partes del cuerpo [...] sin contar
que la acción de los pulmones aumenta sin cesar con los gritos
de los jugadores.» A finales del siglo x v i i i , los juegos de ejerci­
cios recibieron otra justificación, patriótica esta vez: preparaban
a la guerra. Todo el mundo se dio cuenta de los servicios que
la educación física podía prestar á la instrucción militar. Era
la época en que el adiestramiento del soldado se tornaba una
técnica casi erudita, la. época también en que brotaban los na­
cionalismos modernos. Se estableció un parentesco entre los jue­
gos educativos de los jesuítas, la gimnasia de los médicos, la
instrucción de los soldados y las necesidades del patriotismo.
Bajo el Consulado *, aparece la Gymnastique de la Jeunesse, o
Traité élémentaire des jeux d'exercices considérés sous le rapport
^ é —leur ' utiliié ■physique et mor ale. Los autores, Duvrvier y -
Jauffret, escriben sin artificio: el ejercicio militar es «el que,
entre todos los ejercicios, ha constituido la base [la base de la
gimnasia] en todas las épocas, del que dependen los otros, es­
pecialmente en la época (año XI) ** y en el país donde escri­
bimos». «Comprometidos por anticipado en la defensa común
por la naturaleza y el espíritu de nuestra constitución, nuestros
hijos son soldados antes de que nazcan,» «Todo lo militar respira
un no sé qué de grande y de noble que eleva al hombre por
encima de sí mismo.»
Así, bajo las influencias sucesivas de los pedagogos huma­
nistas, de los médicos de la Ilustración y de los primeros nacio­
nalistas, se pasa de los juegos violentos y sospechosos de las

67 J . - J . JUSSERAND, op. CÍt.


* Consulado: Se refiere al gobierno de los cónsules, instituido por la
Cons.titución del VIII Año de La Revolución Francesa, y com prende
desde 1799 hasta 1804. (N del T.J
** Equivale a 1803 del calendario gregoriano.
costumbres antiguas*, a la gimnasia y a la preparación militar,
de los altercados populares a las sociedades de gimnasia.

Esta evolución ha sido impuesta con miras de velar por la


moral, la salud y el bien común. Otra evolución paralela a
ésta especializó» según la edad o la condición, los juegos que al
principio eran comunes a toda la sociedad,
Daniel’ Mornet, en su Historia de la literatura clásica 63 decía
a propósito de los juegos de sociedad: «Cuando los jóvenes de
la burguesía de mi generación [D. M. nació en 1878] jugaban
a los “juegos de sociedad” en las reuniones de baile que se
celebraban por la mañana en casa de sus familiares, generalmente
no sospechaban que esos juegos, más numerosos y complicados,
habían sido, doscientos cincuenta años antes, la delicia de la
alta sociedad.» iMucho más que doscientos cincuenta añosí
Desde el siglo xv, asistimos, en las reuniones de la duquesa de
Borgoña69, a una partida de «papeletas»: una dama, sentada,
tiene en sus rodillas una canasta, en la que los jóvenes depositan
las papeletas. A finales de la Edad Media, los juegos-partidas,
los juegos de poemas (jeux á vendre) estaban muy de moda.
«Una dam a proponía a un caballero (o un caballero a una
dama), el nombre de una flor, de un objeto cualquiera, y la
persona así interpelada debía, al instante y sin titubear, respon­
der con una galantería o con un epigrama que rimase.» El editor
moderno de Christíne de Pisan nos describe así la regla del juego,
porque Christíne de Pisan compuso sesenta juegos de poemas70.
Por ejemplo:
Je vous vens la passerose
Belle, dire ne vous ose.
Comment Amour vers vous me tire
Si Tapercevez tant sans diré *.

Histoire de la littérature classique, 1940, p. 120,.


63 D , M o r n e t ,
69 Ver nota. n.° 11.
70 Christíne d e P is a h , Oeuvrés poétiques, publicadas por M . Roy, 1886,
pp, 34, 188, 196, 205.
* [Os vendo la malvarrosa, / no me atrevo a decir que sois bella. /
Cómo el Amor me atrae hacia vos, / sin que os lo diga espero que lo
sabréis.]'
Esos juegos eran propios, claro está, de las distracciones de
la corte. Luego pasaron a la canción popular y a los juegos in­
fantiles: el juego del canastillo (de las prendas) que, como ya
sabemos, divertía a Luis X III cuando tenía tres años. Pero no
habían sido abandonados por los adultos o por los jóvenes sa­
lidos de la infancia desde hacía tiempo. Una lámina de Épinal
del siglo xix representa aún los mismos juegos, pero se titula
«juegos de antaño», lo que indica que estaban pasados de moda,
que se volvían provincianos, quizás, incluso infantiles o popu­
lares: adivina quién te dio, el juego del silbato, el cuchillo en
el jarro de agua, el escondite, el juego de las prendas, el hombre­
cillo sin risa, la gallina ciega, el sopla, el vivo te lo doy, el
nido de amor, el cara larga, el interrogatorio, el beso bajo el
candelabro, la cuna de amor. Unos se convertían en juegos de
niños, otros conservarán el carácter ambiguo y poco inocente a
causa del cual fueron condenados antaño por los moralistas,
incluso por algunos que no eran tan rigurosos, como Erasmo 71.
L a M aison des Jeux, de Sorel, nos permite captar esta evo­
lución en un momento interesante, en la primera mitad del
siglo x v i i 72. Sorel distingue entre juegos de sociedad, los «juegos
de ejercicio» y «juegos de azar». Estos últimos son «comunes
a toda clase de personas y son practicados tanto por los lacayos
como por los señores [...] tan fáciles para los ignorantes y
toscos como para los eruditos e ingeniosos». Los juegos de
sociedad son, por el contrario, «juegos de ingenio y de conver­
sación». En principio, dichos juegos «sólo pueden agradar a
las personas de buena condición, nutridas de cortesía y de galan­
tería, dotadas de ingenio para elaborar discursos y réplicas llenas
de juicio y de saber, y que no podrían ser realizados por otras
personas». Ésta es, por lo menos, la opinión de Sorel, lo que
él quisiera hacer con los juegos de sociedad. En realidad, en
esta época, dichos juegos eran también practicados por los niños
y el pueblo, por los «ignorantes y toscos». Sorel lo reconoce.
«Podemos denominar juegos de niños a los primeros juegos.»
«Hay algunos que son de ejercicios» (vilorta, peonza, escaleras,
pelota, volante, «tratar de agarrarse ya sea con los ojos abiertos
o con los ojos vendados»). No obstante, «hay otros que depen­
den algo más del ingenio», y el autor da como ejemplo los

71 E r a s me, Le María ge chrétien, ed. cit.


72 Ch. S o r e l , La Maison des Jeux, 1642, 2 vols.
«diálogos rimados», los juegos de poemas de Christíne'de Pisan,
que seguían divirtiendo a niños y grandes. Sorel intuye el origen
antiguo de esos juegos: «Esos juegos de niños en los que hay
algunas palabras que riman [por ejemplo, el juego del canastillo]
poseen comúnmente un lenguaje muy antiguo y muy sencillo,
tomado de alguna historia o novela de siglos pasados, lo que
muestra cómo la gente se divertía antaño con una inocente
representación de lo sucedido a los caballeros o a las damas
de alcurnia.
Finalmente, Sorel observa que esos juegos de niños son
también los de los adultos de las clases populares, observación
que tiene para nosotros gran importancia: «Como se trata de
juegos de niños, sirven igualmente a las personas rústicas cuyo
entendimiento no está mucho más desarrollado en este tema.»
Sin embargo, a comienzos del siglo xvn, Sorel tiene que reco­
nocer que «algunas veces las personas de alta posición social
jugaban a esos juegos, como entretenimiento», y la opinión
común no se opone a ello: esos juegos para todos, es decir, co­
munes a todas las edades y condiciones, «son recomendables
por el buen empleo que siempre se ha hecho de ellos» [...]
«Hay ciertas formas de juego en las que la mente no trabaja
mucho, de tal manera que incluso la gente muy joven puede
-.ejercitarse en. ellos, aunque, en efecto, personas de edad y muy
serias jueguen también casualmente,» Esta situación de antes
ya no es admitida por todos. En La Maison des Jeux, Ariste
considera esas diversiones de niños y de villanos, indignas de
un hombre honrado. Al portavoz de Sorel le desagrada pros­
cribirlos de forma tan radical: «Incluso los que parecen infe­
riores pueden ser rehabilitados dándoles otra aplicación que la
primera que tuvieron, a la cual sólo me he referido para que
sirva de modelo.» Y este autor trata de realzar el nivel intelec­
tual de los «juegos de conservación» que se hacen en el salón.
La verdad sea dicha, que el lector moderno se queda perplejo
y no puede imaginarse cómo el juego de la morra (en el cual
el que dirige el juego muestra uno, dos, tres dedos de la mano
y donde los participantes deben repetir al instante exactamente
su gesto) es más elevado e ingenioso que el juego de las prendas,
abandonado irremediablemente a los niños: su opinión es la
misma que la de Ariste, cuyo punto de vista es ya moderno.
Sin embargo, le sorprenderá todavía más que un novelista e
historiador como Sorel dedique un importante estudio a esas
diversiones y a su revisión: nueva prueba de la importancia de
los juegos en las ocupaciones de la antigua sociedad.
Se distinguían, pues, en el siglo xvn entre los juegos de
adultos y de hidalgos y los de niños y de villanos. La distinción
es antigua y remonta a la Edad Media. Pero, a partir del siglo xn,
dicha distinción se refería solamente a ciertos juegos, poco nu­
merosos y muy particulares, los juegos caballerescos. Anterior­
mente, antes de la constitución definitiva de la idea de nobleza,
los juegos eran comunes a todos, cualquiera que fuese su condi­
ción social. Algunos han conservado durante mucho tiempo ese
carácter, Francisco I y Enrique II no desdeñaron la lucha,
Enrique II jugaba al balón, lo cual ya no se admitía en el siglo
siguiente. Richelieu practicaba el salto en su galería como lo
hacía Tristán en la corte del rey Marcos, y Luis XIV jugaba al
frontón. Mas, a su vez, en el siglo xviii, la gente de alcurnia
abandonó todos esos juegos tradicionales.
A partir del siglo x n , ciertos juegos ya estaban reservados
a los caballeros73 y precisamente a los adultos. Al lado de la
lucha (juego común), el torneo y la sortija eran caballerescos.
El acceso a los torneos estaba prohibido a los villanos, y los
niños, ni ,aún siendo nobles, tampoco tenían el derecho de
participar: por primera vez quizás, esta-costumbre prohibía a
los niñosry'a la vez a los villanos, participar en los juegos co­
lectivos. Pór eso, los niños se divirtieron imitando los torneos
prohibidos: el calendario del breviario Grimani nos muestra
torneos burlescos de niños, entre los cuales se ha creído recono­
cer al futuro Carlos V: los niños se montan en toneles como si
fueran corceles.
Aparece en esa época la tendencia a que los nobles eviten
congeniar con los villanos y distraerse con ellos: tendencia que
no logra imponerse del todo, por lo menos hasta que la nobleza
desaparezca como función social y sea reemplazada por la bur­
guesía, a partir del siglo x v m . Durante el siglo xvi y principios
del xvn, existen numerosos documentos iconográficos que ates­
tiguan la mezcla de condiciones sociales durante las fiestas es­
tacionales; En uno de los diálogos de El cortesano, de Baltasar
Castiglione, clásico del siglo xvi, traducido a todos los idiomas,
se discute ese tema y nadie está de acuerdo74: «En nuestro

73 j-je vRifes y M arparco , Le Bréviaíre Crimani, 12 vols., 1904-1910.


74 B. Castiglione, El Cortesano,
país de Lombardía — afirma el señor Paliavicino en esa época— ,
no existe esa opinión [de que el cortesano sólo debe jugar con
los hidalgos]: al contrario, hay varios hidalgos que, durante las
fiestas, bailan todo el día al sol con los campesinos, juegan
con ellos a lanzar la barra, luchar, correr y saltar, y yo creo que
eso no está mal hecho.» Algunos miembros del grupo protestan;
se admite que, si no hay más remedio, el hidalgo puede jugar
con los campesinos, con tal que él «gane» sin esfuerzo aparente:
el hidalgo debe «casi estar seguro de vencer». «Es cosa desagra­
dable e indigna ver a un hidalgo vencido por un campesino y
principalmente en la lucha.» El espíritu deportivo no existía
salvo en los juegos caballerescos, y bajo otra forma, inspirada
del honor feudal.
A fines del siglo xvi, la práctica de los torneos fue abando­
nada. Otros juegos de ejercicio vinieron a reemplazarlos en las
asambleas de los jóvenes nobles, en la corte, en las clases de
preparación militar de las Academias, donde, durante la primera
mitad del siglo x v i i , los hidalgos aprendían el manejo de las
armas y la equitación. El estafermo es otro de estos juegos: el
jugador, a caballo, apuntaba con su lanza a un blanco móvil de
madera, que sustituía el blanco viviente de los antiguos torneos,
una cabeza de turco. La sortija: había que ensartar una sortija a
la carrera. En el libro de Pluvinel, director de una de esas Acade­
mias, un grabado de Crispín de Pos 75 que representa a Luis X III
cuando era niño jugando al estafermo. El autor afirma a propó­
sito del estafermo que este juego equidistaba entre el ímpetu de
enfrentarse los unos a los otros (el torneo) y el donaire de la
carrera de la sortija». El estudiante de medicina Félix P latter76
relata que en Montpellier, hacia 1550 «el 7 de junio, la nobleza
organizó un juego de sortija. Los caballos estaban ricamente
caparazonados, cubiertos de tapices y adornados de plumas de
todos los colores.» Heroard, en su diario sobre la infancia de
Luis X III, da a conocer las carreras de sortijas en el Louvre, en
Saint-Germain. «La práctica de correr la sortija se realiza todos
los días» [en jubón, y no con arm as], observa el especialista
Pluvinel. El estafermo y la sortija sucedían a los torneos, a los
juegos caballerescos de la Edad Media y estaban reservados a
la nobleza. Ahora bien, ¿qué es lo que ocurrió luego? Hoy día,
75 PJuvinel, con grabados de Crispín de Pos. Gabinete de Estampas,
B. N .r París, Ec 35e, in f.'’, fig. 47.
76 Félix et T hom as Platter á M ontpellier, op. cit., p. 132.
esos juegos no han desaparecido del todo, como pudiera creerse;
pero no los-encontraremos cerca de los campos de tenis o de los
terrenos de golf de los barrios ricos, sino en las ferias, donde
se sigue apuntando a las cabezas de turco en el pim-pam-pún,
y donde los niños, montados en caballos de palo de los tiovivos,
aún pueden correr la sortija. Es todo lo que nos queda de los
torneos caballerescos de la Edad Media: juegos de niños y juegos
del pueblo.
No faltan ejemplos de esta evolución que desplaza insensi­
blemente los juegos antiguos al conservatorio de los juegos in­
fantiles y populares. El aro: a finales de la Edad Media, el aro
no pertenecía a los niños, o únicamente a los chiquitos. En un
tapiz del siglo x v i77, varios adolescentes juegan al aro; uno de
ellos se dispone a lanzarlo con un palo. En un grabado en madera
de Jean Leclerc, de finales del siglo xvi, algunos niños ya ma­
yores no se contentan con rodar el aro, manteniendo su movi­
miento con un bastón, sino que además saltan al aro, como a la
cuerda; «los mejores — dice la leyenda— saltan al aro» 7S. El
aro permitía acrobacias, figuras a veces difíciles. Era bastante
conocido entre los jóvenes, lo bastante antiguo también, como
para poder utilizarse en danzas tradicionales, como la que nos
describe, en 1596 y en Avignon, el estudiante suizo Félix Platter;
el martes de Carnaval, las bandas de jóvenes se reúnen disfraza­
dos y «disfrazados de manera diferente de peregrinos, campesi­
nos, marineros, de italianos, de españoles, de alsacianos», o de
mujeres, y escoltados por músicos. «Por la tarde [los jóvenes]
bailan en la calle la danza de los aros, en la que participaron
muchos chicos y chicas de la nobleza, vestidos de blanco y cu­
biertos de joyas. Cada cual bailaba, ondeando un aro blanco y
oro. Entraron en la posada, a donde fui para verlos de cerca. Era
extraordinario verlos pasar y repasar bajo esos círculos, enros­
cándose, desenrollándose y entrecruzándose con cadencia, al
son de los instrumentos.» Danzas semejantes existen aún en el
repertorio lugareño de la tierra vasca.
En las ciudades, desde finales del siglo x v i i , a lo que parece,
el aro había sido ya dejado a los niños: un grabado de Merian79
nos muestra un niñito rodando su aro, como ocurriría durante
71 G o b b e l , op. cií,, II, 196.
75 L e c l e r c , op. cií.
79 Merian, grabado, Gabinete de Estampas. B. N., París, Ec II i» f.°.
p. 58.
iodo el siglo xix y parte del siglo xx. Juguete de todos, acceso­
rio de acrobacia y de danza, en lo sucesivo el aro ya sólo será
utilizado por los niños cada vez más chiquitos, hasta su aban­
dono definitivo, pues es verdad, quizás, que un juguete tiene
que despertar una comparación con el mundo de los adultos si
desea conservar la atención de los niños.
Sabemos, según' se dijo al principio de este capítulo, que
a Luis X III se le contaban cuentos cuando era niño, los cuentos
de Melusina, cuentos de hadas. Pero esos relatos se dirigían
asimismo, en esa época, a las personas mayores. «Mme de Sé-
vigné — observa M. E. Storer, historiador de la "moda de los
cuentos de hadas” a finales del siglo x v n 80— se nutría de
magias.» Dicha señora no responde a las bromas que la divierten
hechas por M. de Coulanges sobre una tal Cuverdon «por miedo
a que un sapo le saltase a la cara para castigarla por su ingra­
titud». Hace alusión aquí a una fábula del trovador Gauthier de
Coincy que ella conocía por la tradición.
Mme de Sévigné escribe el 6 de agosto de 1677: «Mme de
Coulanges [...] consintió en referirnos los cuentos con los que
se divierte a las damas de Versalles: eso se denomina «delei­
tarlas». Ella nos deleitó y nos habló de una isla verde donde se
educaba una princesa más hermosa que el sol. Eran las hadas
quienes soplaban sobre ella a todo momento, etc.». «Ese cuento
duró una hora larga.»
Sabemos igualmente81 que Colbert «en sus horas libres se
hacía contar cuentos que se parecían a los de Piel de Asno
por personas empleadas para eso [el subrayado es nuestro]».
No obstante, en la segunda mitad del siglo, la gente empieza
a encontrar esos cuentos demasiado simples y al mismo tiempo
se interesa por ellos, pero de una nueva forma, que tiende a
transformar en un género literario a la moda las recitaciones
orales tradicionales e ingenuas. Esta afición se manifiesta simul­
táneamente a través de ediciones reservadas a los niños, siquiera
en principio, como los cuentos de Perrault — donde el gusto
por los cuentos antiguos continúa aún siendo vergonzoso— , y
por publicaciones más serias, para las personas mayores, y que
estaban prohibidas a los niños y al pueblo. La evolución re­
cuerda la de los juegos de sociedad descrita anteriormente.

80 M. E. S t o r e r , La Mode des contes de jées (1685-1700), 1928.


81 Citado s e g ú n M. E . S t o r e r , op. cit.
Mme de Murat se dirige así a las hadas modernas: «Las hadas
antiguas, vuestras predecesoras, eran unas juguetonas compara­
das con vosotras. Sus ocupaciones eran ruines y pueriles, divir­
tiendosólo a las sirvientas y a las nodrizas, Toda susolicitud
consistíaen barrer bien la casa, preparar la olla, lavar la ropa,
menear [mecer] y dormir a los niños, ordeñar las vacas, mazar
la mantequilla y otras mil bajezas de esa clase... Por eso, todo
lo que nos queda hoy día de sus hechos y gestos sólo son cuentos
de viejas junto al fuego.» «Las hadas antiguas no eran más que
unas pordioseras.» «Pero vosotras, señoras [las hadas moder­
nas], habéis tomado otro rumbo. Vosotras sólo os ocupáis de
grandes cosas, de las cuales las menores son las de dar entendi­
miento a los que no lo tienen, belleza a las feas, elocuencia a
los ignorantes y riqueza a ios pobres.»
Otros autores, por el contrarió, siguen -siendo sensibles al
sabor de los cuentos antiguos, que han oído antaño y tratan
más bien de preservarlo. Mlle. Lhéritier presenta esos cuentos
de la siguiente manera:
Cent fois nía nourrice ou ma mié
M'ont fait ce beau récit, le soir prés des tísons;
Je n*y fais qu'ajouter u n peu de broderie *.

,.~in duda ustedes se sorprenderán... de que esos cuentos,


por increíbles que sean, haya llegado, de siglo en siglo, hasta
nosotros, sin que la gente se haya tomado el trabajo de escri­
birlos.»
lis ne sont pas aisez a croíre,
Mais tant qiie dans le monde on verra des enfans,
Des méres et des méres grands
On en gardera la mémoire **.

Se empieza a fijar esta tradición que durante tanto tiempo


ha sido tradición oral: ciertos cuentos «que me habían contado
cuando era niña [...] han sido escritos por plumas ingeniosas,
hace pocos años». Mlle Lhéritier cree que su origen debe re­
montar a la Edad Media: «[L a tradición] me garantiza que los
trovadores o cuentistas de Provenza han inventado a Fínette
* [Cien veces mi nodriza o m i amiga, / por la noche junto ai ascua,
me relataron este hermoso cuento; / yo sólo me limito a bordarlo.]
** [Es que no son muy creíbles; /mas, mientras haya niños en el
mundo, / madres y abuelas, / se conservará su recuerdo.]
mucho antes que Abelardo o el célebre conde Thibaud He Cham­
pagne hubieran escrito sus novelas.» El cuento se vuelve así un
género literario cercano al cuento filosófico» o bien arcaizante,
como el de Mlle Lhéritier: «Ustedes reconocerán que los mejo­
res cuentos que tenemos son los que imitan más el estilo y la
sencillez de las nodrizas.»
Mientras que, a finales del siglo xvií , el cuento se convierte
en un género nuevo de la literatura escrita y seria (filosófica o
arcaizante, eso no tiene importancia), la declamación oral de los
cuentos es abandonada por los mismos a quienes se dirige la
moda de' los cuentos escritos. Colbert y Mine de Sévigné escu­
chaban los cuentos que se les narraba: a nadie se le hubiera
ocurrido entonces la idea de indicar el hecho como una sin­
gularidad, distracción banal, como puede serlo hoy día la lectura
de una novela policíaca. En 1771 ya no sucede así, y, en la
buena sociedad, entre ios adultos, a veces los cuentos antiguos
de la tradición oral, poco más o menos olvidados, son el motivo,
si llega el caso, de una curiosidad de carácter arqueológico o
etnológico, que anuncia el interés moderno por el folklore o
por el argot. La duquesa de Choiseul escribía a Mme du Deffand
que Choiseul «se hacía leer cuentos de hadas durante todo el
día. Es una lectura a la que todos participamos. La encontramos
tan verosímil como la historia moderna». Como si uno de nues­
tros estadistas, después de un fracaso político, leyera Bécas-
sine o Tin-Tin en su retiro: eso no es más absurdo que la
realidad... La duquesa quiso escribir y terminó dos cuentos,
en los que se percibe el tono del cuento filosófico, a juzgar por
el principio de Le Prince enchanté: «Margot, amiga mía, tú que
ante mi escritorio llamabas al sueño y volvías a abrir mis pár­
pados con los interesantes cuentos de viejas junto al fuego o
de Bellier amigo mío, cuéntame alguna historia sublime, con
que yo pueda alegrarme. No — responde Margot—, bajemos
la voz, los hombres sólo necesitan cuentos de niños.»
Según otra anécdota de esta época, una dama sintió un día
de aburrimiento la misma curiosidad que los Choiseul. Llamó a
su sirvienta y le pidió que trajera la Historia de Fierre de Pro-
venza y de la bella Maguelonne, que hoy día habríamos olvidado
completamente sin las admirables romanzas de Brahms. «La
doncella, asombrada, se hizo repetir la orden tres veces y reci­
bió con desdén esta insólita orden; tuvo sin embargo que obede­
cer, bajó a la cocina y trajo el folleto toda ruborizada.»
En efecto, durante el siglo xvm , los editores especializados,
principalmente en Troyes, publicaban ediciones impresas de
cuentos para el público de las aldeas, donde se había difundido
la lectura y a donde llegaban gracias a los vendedores ambu­
lantes. Mas esas ediciones, llamadas «Bibliothéque bleue» (los
cuentos azules), porque se imprimían en papel azul, no deben
nada a la moda literaria de fines del siglo xvn; dichas edicio­
nes copiaban, con tanta exactitud como lo permitía la inevitable
evolución del estiló, los antiguos relatos de la tradición oral.
Una edición de 1784 de la «Biblioteca Azul» incluye, al lado
de Pierre de Provenza y de la hermosa Maguelonne, a Roberto
el Diablo, los cuatro hijos Aymon, los cuentos de Perrault, los
de Mlle de la Forcé y los de Mme de Aulnay.
Además de los libros de la «Biblioteca Azul», seguían exis­
tiendo los narradores ocasionales de las largas veladas y también
los narradores profesionales, herederos de los antiguos declama­
dores, cantores, juglares: la pintura y el grabado de los si­
glos xvn y xvm, la litografía pintoresca de principios del si­
glo xix, se sintieron atraídos por el tema del cuentista histórico,
del charlatán B. El charlatán está encaramado en una tarima y
cuenta su (historia mostrando con una vara el texto escrito en
un gran cartel que sujeta a veces en alto un compañero y sobre
el cual los oyentes pueden seguir la lectura al mismo tiempo
que escuchan. En algunas ciudades de provincias, la pequeña
burguesía conservaba aún a veces esta manera de pasar el tiempo.
Un memorialista relata que en Troyes, a finales deí siglo xvm ,
los hombres se reunían a la hora de la merienda, en las taber­
nas en invierno, y en verano «en los jardines, donde después
de haberse quitado la peluca, se ostentaba el gorro» 83. Eso se
llamaba «un corrillo». «Cada corrillo tenía al menos un cuen­
tista, en torno al cual cada uno modelaba su talento.» El me­
morialista se acuerda de uno de estos cuentistas: un viejo car­
nicero. «Los dos días que viví con él [cuando era niño] se
pasaron en relatos, historias y cuentos cuyo encanto, efecto e
ingenuidad difícilmente serían, no ya reproducidos, sino apre­
ciados por la raza actual» [la generación actual].
Así, los -cuentos antiguos que todos escuchaban en la época
de Colbert y de Mme. de Sévigné fueron siendo abandonados
82 Guardi, en Fiocco, Venertian p a i n t i n g , lám. LXXIV. Magnasco, en
G e ig e r , Magnasco.lám. XXV. G. Dou, Munich, K .drK„ lám. L X X X I. .
83 V i e de M. G r o s l e y , 1787.
poco a poco por la gente noble, después por la burguesía, y
dejados a los niños y a la población de las aldeas, quienes a
su vez los abandonó cuando el Petit Journal sustituyó a ,1a
«Bibliothéque bleue». Los niños fueron su último público, por
poco tiempo, ya que la literatura infantil experimenta hoy día
la misma renovación que los juegos y las costumbres.
La pelota fue uno de los juegos más difundidos; de todos
los juegos de ejercicio, era el que los moralistas de fines de la
Edad Media toleraban si no había más remedio con menor aver­
sión: el más popular, común a todas las condiciones, tanto a
reyes como a villanos, durante varios siglos,.. Esta unanimidad
cesó a fines del siglo xvn y desde entonces se constata un des­
apego de la gente a la pelota de alcurnia; en París, en 1657, el
número dd garitos se elevaba a 114, en 1700, a pesar del creci­
miento de la población, esta cifra descendió a 10; en el siglo xix
sólo había dos, uno en la calle Mazarme, el otro en la terraza de
las Tullen as, donde todavía existía en 1900 54. Según nos informa
Jusserand, historiador de los juegos, Luis XIV jugaba ya al
frontón sin entusiasmo. Los adultos bien educados abandonaron
este juego, pero los campesinos y los niños (incluso los bien
educados) permanecieron fieles al mismo bajo sus diversas for­
mas de pelota, bola o volante; en el País Vasco subsistió hasta
qüeJ sé rénóvó bajo las formas perfeccionadas de lá chistera,
grande o pequeña.
Un grabado de M erian85 de finales del siglo xvii, nos muestra
una partida de balón que reunía a chicos y grandes: uno infla el
globo. No obstante en esta época el juego del balón era ya sos­
pechoso para los especialistas de urbanidad y de buenos modales.
Thomas Elyot y Shakespeare desaconsejaban este juego a los
nobles. íuan I de Inglaterra lo prohibía a su hijo. Según Du
Cange, ya no le practicaban más que los campesinos: «La chole,
especie de balón que cada uno empuja violentamente con el pie,
y que se estila aún entre los campesinos de nuestras provincias.»
Costumbre que subsistió hasta el siglo xix, por ejemplo en Bre­
taña: «El señor, o notable de la aldea — leemos en un texto
del año VIII [del calendario republicano: 1799]— , lanzaba
en medio de la multitud un balón relleno de salvado que los
hombres de los diferentes cantones trataban de disputarse [--.]*

84 J.-L Jusserand, o p . cit,,


85 Merian, grabado, Gabinete de Estampas, B. N., París, Ec 10, in f
En mi infancia yo vi [el autor nació en 1749] a un hombre
romperse la pierna saltando por un tragaluz a un sótano para
cogerla [la pelota]. Esos juegos mantenían la fuerza y el valor,
pero, lo repito, eran peligrosos.» El dicho de: «juego de manos,
juego de villanos», está inspirado por este mismo sentimiento.
Sabemos que el uso del balón se ha conservado tanto entre los
niños como entre los campesinos.
Muchos otros juegos de ejercicio pasaron así a ser propiedad
de los niños y del pueblo. Por ejemplo, el mallo del que hablaba
Mme de Sévigné en una carta dirigida a su yerno en 168586:
«He jugado dos partidas de. mallo con los jugadores [en Les
Rochers], ¡Ah!, querido conde, siempre me acuerdo de usted
y de la gracia que tenía cuando empujaba esa bola. Me gustaría
que usted tuviera en Grignan una alameda tan bella.» Todos
esos juegos de bolas, de bolos, de croquet, a los que renunciaron
la nobleza y la burguesía, pasaron durante el siglo xix a prac­
ticarse en las aldeas por los adultos y en las guarderías infantiles
por los niños.
Esta supervivencia popular e infantil de los juegos antaño
comunes a toda la colectividad ha conservado, además, una de
las formas pás generales de diversión de la antigua sociedad:
el disfraz.t;jpesde el siglo xvi hasta el siglo xv ii i , abundan en
las novelas las historias de disfraces: muchachos disfrazados de
muchachas;'■princesas, de pastoras, etc. Esta literatura expresa
una afición que se manifiesta en cada ocasión en el transcurso
de las fiestas estacionales u ocasionales: fiesta de Reyes, martes
de Carnaval, fiestas de noviembre... Durante mucho tiempo, la
gente utilizó normalmente la máscara para salir, especialmente
las mujeres. A la gente le gustaba hacerse retratar bajo su apa­
riencia favorita. Eso era cierto entre los hidalgos. A partir del
siglo x v i i i , las fiestas de disfraces se hicieron menos frecuentes
y más discretas en la alta sociedad;' el carnaval se volvió entonces
popular e incluso atravesó el océano, se impuso entre los negros
esclavos de América, y el disfraz se reservó para los niños. Sólo
ellos se disfrazan en carnaval para divertirse.

86 Mme. d e S év ig n é, Lettres, 13 d e ju n io d e 16S5.


Se repite monótonamente la misma evolución en cada caso,
lo cual induce a una importante conclusión.
Partimos de un estado social en el que los mismos juegos
eran comunes a todas las edades y a todas las condiciones. El
fenómeno que hay que resaltar es el abandono de esos juegos
por los adultos de las clases sociales superiores y, en cambio,
su supervivencia simultáneamente en el pueblo y entre los niños
de esas clases superiores. Es verdad que, en Inglaterra* los hidal­
gos no desistieron, como en Francia, de los antiguos juegos, pero
los transformaron; y bajo unas formas modernas y difíciles de
reconocer, dichos juegos colonizaron, durante el siglo xix, a las
burguesías y el «deporte»...
Es muy interesante observar que la antigua comunidad de
juegos entre niños y adultos, entre el pueblo y la burguesía, haya
cesado en el mismo momento. Esta coincidencia nos permite vis­
lum brar desde ahora una relación entre el sentimiento de la
•infancia v el sentimiento de clase.
CAPITULO V
DEL IMPUDOR A LA INOCENCIA

Una de las leyes implícitas de nuestra moral contemporánea,


la más imperativa y la más respetada, exige que los adultos se
abstengan delante de los niños de toda alusión, sobre todo chis­
tosa, a la sexualidad. Esta manera de ser era desconocida en la
antigua sociedad. El lector moderno del diario en el que el mé­
dico del rey, Heroard, anota los hechos rutinarios de la vida del
joven Luis XIII \ se asombra de la libertad con que se trataba
a los niños, de la vulgaridad de las bromas, de la indecencia
de gestos cuyo carácter público no chocaba a nadie y que pare­
cían naturales. Nada nos dará mejor idea de la ausencia total
del sentimiento moderno de la infancia en los últimos años del
siglo xvr y comienzos del siglo xvn.
Luis XIII no ha cumplido aún un año: «Se ríe a carcajadas
cuando el ama le bambolea el pajarito con la yema de los dedos.»
Broma encantadora a la que el niño se dedica en seguida: llama
a un paje «con un ¡eh!, se alza el faldón y le muestra el pajarito».
Cuando tiene un año, anota Heroard: «Muy alegre, despabi­
lado, hace que todos le besen el pajarito.» Lo cierto es que
eso divierte a todos. Asimismo, todos se entretienen mucho con
su juego ante dos personas que están de visita, el señor de
Boniéres y su hija: «Se ha reído mucho, se alza el faldón, en­
seña el pajarito, sobre todo a la hija y, con él en las manos y
riéndose, meneaba todo el cuerpo.» Todos encontraban eso tan
1 H e r o a r d , Journal sur t’en fa n ce et la jeunesse de Louis X I I I , publi­
cado por H. Soulié y E. de Barthélemy, 2 vols., 1S68.
divertido que el niño no se privaba de repetir un gesto que
tenía tanto éxito; ante «una damita», «se alzó la saya, le mostró
el pajarito con tanto entusiasmo que estaba fuera de sí. Se tum­
baba boca arriba para mostrárselo».
Tiene más de un año, y ya está prometido a la Infanta de
España; los allegados le explican lo que eso significa, y el niño
ha entendido bastante bien, Le pregunta: «¿Dónde está la cosita
para la Infanta? Y él lleva la mano a su pajarito.»
Durante los tres primeros años de la vida de este niño, a
nadie le choca o le parece mal tocar, en broma, sus partes se­
xuales: «La marquesa [de Verneuil] le metía frecuentemente la
mano bajo el faldón; el niño hace que le pongan en la cama de
su nodriza, donde ella juega con él, metiendo la mano debajo
de su faldón.» «Mme. de Verneuil quiere jugar con él, y le toca
las tetillas; el niño la aparta y dice: ¡quite, quite, deje eso y
váyase! Jamás permite que la marquesa le toque las tetillas; su
nodriza le había enseñado, diciéndole: Señor, no dejeis a nadie
tocar vuestras tetillas, ni vuestro pajarito, os le cortarían. Y
él se acordaba de ello,»
«Cuando se levanta, no quiere ponerse la camisa y dice:
no mi camisa [a Heroard le agrada reproducir la jerga e incluso
el acento de la infancia balbuciente] , primero quiero dar leche
con mi pajarito; le tienden la mano, y hace como si la diera, y
con su boca hace pss, pss, y da a todos, después deja que le
pongan la camisa.»
Una broma clásica, que se repite frecuentemente, es el de­
cirle: «Señor, vos no tenéis pajarito»; «él responde: aquí está,
alegremente, alzándole con el dedo». Estas bromas no estaban
reservadas a los domésticos o a los jóvenes sin seso, ni a las
mujeres de conducta ligera, como la amante del Rey; veamos
qué hace su madre: «La Reina, poniendo la mano en el paja­
rito del niño, dice: Hijo mío, he cogido vuestro piquito.» Más
extraordinario aún es este pasaje: «Una vez desvestido, y la se»
ñora también [su hermana], los meten desnudos en la cama con
el Rey, donde se besan, susurran y dan mucho placer al Rey.
El Rey le pregunta: Hijo, ¿dónde está el paquete de la Infanta?
El se le muestra, diciendo: No tiene hueso, papá. Después, como
lo tuviera un poco tenso: Ahora sí tiene, tiene algunas veces.»
Todos se divierten, efectivamente, observando sus primeras
erecciones: «Se despierta a las ocho, llama a Mlle. Bethouzay
y le dice: Zezai, mi pajarito hace el puente levadizo; ahora está
alzado, ahora está bajado. Era él quien le subía y le bajaba.»
A los cuatro años ya tiene buena educación sexual: «Condu­
cido ante la Reina, Mme. de Guise le muestra la cama de la
Reina y. le dice: Señor, ahí es donde y o s habéis sido creado.
El responde: ¿Con mamá?» «Le pregunta al marido de su no­
driza: — ¿Qué es eso? — Son mis medias de seda, responde. — ¿Y
eso? [como se hacía en los juegos de sociedad]. — Son' mis cal­
zas. — ¿De qué están hechas? — De terciopelo. —¿Y eso?
—Son unas bragas.—¿Qué es lo que hay dentro? —No lo sé,
señor. — ¡EhJ, es un pajarito. ¿Para quién es? — No lo sé, se­
ñor. — ¡Eh!, es para Mme. Doundoun [su nodriza].»
«Se mete entre las piernas de Mme. de Monglat» [su aya,
una mujer muy digna y respetable, que a pesar de ello no pa­
rece perturbada —no más que Heroard— por todas esas bro­
mas que nosotros juzgamos hoy día insoportables]. El Rey le
dice: «Miren al hijo, de Mme. de Monglat, mírenla dando
a luz. De repente se va y se mete entre las piernas de la
Reina.»
A partir de los cinco o seis años ya nadie juega con sus
partes sexiíales: es él quien comienza a' divertirse con las de
los"demás: Mlle.- Mercier, -una de sus camareras, Que había
estado de vela, estaba todavía en la cama junto a la suya (sus
domésticos, a veces casados, dormían en la misma habitación
que el niño y su presencia no debía de molestarles mucho).
«El juega con ella», la manda mover los dedos de los pies,
con las piernas en alto; «dice a su nodriza que vaya a buscar
unas varas para azotarla, y lo manda ejecutar... Su nodriza le
pregunta: Señor, ¿qué es lo que habéis visto de la Mercier?,
y él responde con indiferencia: Le vi el culo. ¿Qué más le ha­
béis visto? Y responde de la misma manera y sin reírse que
le ha visto el conejo». Otra vez «juega con Mlle. Mercier; me
llama [Heroard], diciéndome que es la Mercier quien tiene
un conejo- así de grande [mostrando sus dos puños] y que
tiene agua dentro».
Esta clase de bromas desaparece a partir de 1608, porque
ya está hecho un hombrecito — la edad fatídica de los siete
años— , y en ese momento es cuando hay que enseñarle la de­
cencia de los modales y del lenguaje. Cuando se le pregunta
por dónde salen los niños, responderá entonces, como la Agnés
de Moliere, que por la oreja. Mme. de Monglat le reprende
cuando muestra su pajarito a la niña Ventelet». Y si todavía,
cuando se despierta por la mañana, se le mete en la cama de
Mme. de Monglat, su aya, entre ella y su marido, Heroard se
indigna y anota al margen: insignis impudentla. Se imponía al
niño de diez años una discreción que a nadie se le ocurriría
exigir del niño de cinco años. La educación sólo comenzaba
a partir de los siete. En todo caso, ese escrúpulo tardío de
decencia debe atribuirse a un comienzo de reforma de las cos­
tumbres, signo de la renovación religiosa y moral del siglo xvii:
como 'si el valor de la educación empezara sólo al acercarse
la edad de ser hombre. Hacia los catorce años, Luis X III, sin
embargo, ya no tenía nada que aprender, pues tenía catorce
años y dos meses cuando se le metió casi a la fuerza en la
cama de su mujer. Después de la ceremonia «se tumba en la
cama, donde cena a las siete menos cuarto. M. de Gramon't y
algunos jóvenes señores le contaban cuentos verdes para darle
ánimos, [Luis XIII] pide sus pantuflas, se pone su bata y se
va a las ocho a la cámara de la Reina, su mujer, en presencia
de la Reina, su madre; a las diez y cuarto vuelve después de
haber dormido aproximadamente una hora y de haberío hecho
dos veces, según lo que él nos dijo, y parecía cierto, porque
tenía el p... encarnado».
El matrimonio de un muchacho de catorce años empezaba
a ser frecuente. El de una muchacha de trece era aún corriente.
No cabe pensar que el clima moral debía de ser diferente
en otras familias de hidalgos o de plebeyos. Esta manera fa­
miliar de asociar a los niños a las bromas sexuales de los
adultos pertenecía a las costumbres comunes y no resultaba
chocante. En la familia de Pascal, Jacqueline Pascal escribía
a los doce años versos sobre el embarazo de la Reina.
Thomas Platter relata, en sus memorias de estudiante de
Medicina en Montpellier, a fines del siglo xvi: «Yo conocí a un
chaval que hizo esta afrenta (anudar las calzas al jubón, atacar
Ias agujetas, cuando el casamiento, para volver al marido im­
potente) a la sirvienta de sus padres. Esta le suplicó que la li­
brara del maleficio desatando el nudo; él consintió e inmedia­
tamente el recién casado, recobrando sus fuerzas, se curó com­
pletamente.» El P. de Dainville, historiador de los jesuitas y de
la pedagogía humanista, observa igualmente: «En esa época
[siglo xvi], el respeto debido a los niños era algo completa­
mente ignorado. La gente se permitía todo delante de ellos:
frases licenciosas, acciones y situaciones escabrosas; los niños
lo oían todo, lo veían todo» 2,
Esta ausencia de reserva con respecto a los niños, está for­
ma de asociarlos a las bromas que adornan los temas sexuales
nos sorprende: libertad del lenguaje, más aún, audacia de ges­
tos, caricias de las que uno puede imaginarse fácilmente lo que
diría un psicoanalista moderno... Peno ese psicoanalista come­
tería un error. La actitud ante la sexualidad, y sin duda alguna
la misma sexualidad, varía según el medio ambiente y, por lo
tanto, según las épocas y las mentalidades. Hoy día nos parece
que las caricias descritas por Heroard lindan con la anomalía
sexual, y nadie osaría hacerlas públicamente. No ocurría aún
eso a principios del siglo xvn. Un grabado de Baldung Grien,
de 1511, representa una Sagrada Familia, El gesto de Santa
Ana nos parece singular: está abriendo las piernas del niño,
como ,si quisiera poner de manifiesto el sexo y hacerle cosqui­
llas. Nos equivocaríamos si viéramos ahí una alusión atrevida J.
Esas maneras de jugar con el sexo de los niños eran pro­
pias de una tradición muy difundida, que vemos actualmente
en las sociedades musulmanas. Estas han permanecido aisla­
das, a la vez, de las técnicas científicas y de la gran reforma
moral, cristiana al principio, laica después, que han disciplinado
la sociedad aburguesada del siglo xvm , y especialmente del si­
glo xix, „en Inglaterra o en Francia. Por ello encontramos en
esas sociedades musulmanas rasgos cuya originalidad nos asom­
bra, pero que no hubieran sorprendido tanto al excelente He­
roard. Júzguese por esta página extraída de una novela, La
staute de sel. El autor es un judío tunecino, Alberto Memmi,
y su libro es un sorprendente tesitmonio sobre la sociedad tu­
necina tradicional y la mentalidad de los jóvenes medio occiden-
talizados. El héroe de la novela relata una escena en el tran­
vía que lleva al liceo, en Túnez: «Delante de mí estaban un
musulmán y su hijo, un muchachito minúsculo, con fez de zua­
vo y alheña en las manos; a mi izquierda, un tendero monta­
ñés (djerbien) que iba de compras, con una espuerta entre las
piernas y un lapicero en la oreja. El montañés, vencido por la
cálida quietud del coche, se meneó. Sonrió al niño, que sonrió,
.con los ojos y miró a su padre. El padre, agradecido, halagado,
2 F. d e D a i n v t l l e , La S'aissancs de l’humanisme m oderne, 1940,
p. 261; M é c h i n , Armales du collége royal de Bourbon, Aix, 2 vols., 1892.
3 C u r j e l , H. Baldung Grien, lám. XLVIII.
le calmó y sonrió al montañés: — ¿Qué edad tienes?, preguntó
el tendero al niño.'—Dos años y medio, respondió el padre [la
edad del joven Luis X III]. — ¿Te la ha comido el gato?, pre­
guntó el tendero al niño. — No, respondió el padre, no está
aún circuncidado, pero lo estará pronto. — ¡Ah! ¡Ahí, dijo el
otro. Había encontrado un tema de conversación con el niño*
— ¿Me vendes tu bichito? — No, responde el niño violentamen­
te. Visiblemente, el niño conocía la escena, ya le habían hecho
la misma proposición. Yo también [el niño judío] la conocía.
La había representado antaño, acosado por otros provocadores,
con los mismos sentimientos de vergüenza y concupiscencia, de
rebelión y de curiosidad cómplice. Los ojos del niño brillaban
con el placer de una virilidad naciente [sentimiento moderno,
atribuido por el evolucionado Memmi, que conoce las recientes
observaciones sobre la precocidad del despertar sexual de los
niños; los hombres de antaño creían, al contrario, que el niño
impúber permanecía ajeno a la sexualidad] y de la rebelión
contra esta incalificable agresión. El niño miró a su padre. Su
padre sonreía, era un juego admitido [soy yo quien subraya].
Nuestros vecinos seguían la escena tradicional con complacen­
cia, aprobándola: —Te doy diez francos, propuso el montañés,
—-No, respondió el niño... — Anda, véndeme tu c..,, volvió a
decir-el montañés. — ¡No, no! — Te ofrezco cincuenta francos.
— ¡No!... — Voy a hacer un esfuerzo: ¡mil francos! — No.
Los ojos del montañés querían expresar la avidez. — ¡Y agrego
un saco de caramelos! — ¡No, no! — ¿Seguro que no? ¿Es tu
última palabra?, gritó el montañés, simulando enfadarse. Repite
por última vez: ¿no? — ¡No! Entonces, bruscamente, el adulto
se abalanzó sobre el niño, con un semblante temible, y su mano
brutal hurgaba en la pequeña bragueta. El niño se defendía
a puñetazos. El padre se reía a carcajadas, el montañés se des­
ternillaba con nerviosismo y nuestros vecinos sonreían generosa­
mente.»
Esta escena del siglo xx ¿no nos permite acaso comprender
mejor el siglo xvn, antes de la reforma moral? Evitemos los
anacronismos, como el de la explicación por el incesto de los
excesos barrocos del amor materno de Mme. de Sévigné, según
su último editor. Se trataba de un juego del que no debemos
exagerar el carácter escabroso, que no era mayor que el que
se encuentra hoy día en las anécdotas picantes de las conver­
saciones entre hombres.
Esta semiinocencia, que nos parece viciosa o ingenua, ex­
plica la popularidad del tema del niño que orina, a partir del
siglo X V . Dicho niño tiene su puesto en las imágenes de los
libros de horas y en los cuadros de las iglesias. En los calen­
darios de Horas de Hennessy4 y en el breviario G rim ani5 de
principios del siglo xvi, cierto mes de invierno está represen­
tado por la aldea bajo la nieve; la puerta está abierta; se ve
a la mujer que hila, el hombre que se calienta al amor de la
lumbre; el niño orina delante de la puerta, sobre la nieve, a la
vista de todos.
En un E cce h om o flamenco, de P. Pieterszó, sin duda des­
tinado a una iglesia, se puede ver una gran cantidad de niños
en medio de la multitud de espectadores: una madre carga al
suyo, con los brazos en alto, por encima de las cabezas, para
que el niño pueda ver mejor. D os' chicos despabilados escalan
los pórticos. Un niño orina, sostenido por su madre. Los ma­
gistrados del Parlamento de Toulouse, cuando asistían al ofi­
cio en la capilla de su propio palacio, podían distraerse con
escenas semejantes. Un gran tríptico representaba la historia
de San Juan B autista 1. En la parte central del mismo se halla
la predicación. Los niños están ahí en medio de la multitud;
una mujer ..amamanta a su hijo, un. muchacho está subido a un
árbol; aparte, un niño alza su ropón y orina frente a los par­
lamentarios.
Esta abundancia y esta frecuencia de niños en las escenas
de muchedumbre, con la repetición de ciertos temas (el niño
que mama, el niño orinando) durante el siglo xv, y especial­
mente durante el siglo xvi, son los indicios de un interés nuevo
y particular.
Es preciso observar, por otra parte, que en esta época se
repite frecuentemente una escena de la iconografía religiosa:
la circuncisión. Se la representa con una precisión casi quirúr­
gica. No hay que pensar maliciosamente. Al parecer, la Circun­
cisión y la. Presentación de la Virgen en el Templo eran con­
sideradas, durante los siglos xvi y xvn, como fiestas de la in­
fancia, las únicas fiestas religiosas de l a ' niñez antes de la ce-
4 J. D estrée, Les Heures d e Notre-Dame di tes de Hennessy, 1895
y 1923.
5 S . d e V r í e s y M a r p u g o , Le Bréviatre Grimani, 1 2 vols., 1904-1910.
6 H. G e r s o n , Von Geertgen tot Fr. Haiz, 1950, I . , p. 95.
7 M useo de los Agustinos, Toulouse.
lebración solemne de la primera comunión. En la iglesia pa­
risina de Saint-Nicholas se puede ver un lienzo de principios
del siglo xvn que procede de la abadía de Saint-Martin-des-
Champs. En la escena de la circuncisión podemos ver una
gran cantidad de niños: unos están con sus padres, otros tre­
pan por las columnas para ver mejor, ¿No es verdad que para
nosotros hay algo de extraño, casi chocante, en esa elección
de la circuncisión como fiesta de la infancia evocada en me­
dio de los niños? Chocante para nosotros» quizás, pero no para
un musulmán de hoy día ni para el hombre del siglo xvr o de
principios del siglo xvn.
No solamente se aceptaba sin repugnancia a los niños en
una operación sobre el sexo que era en verdad de naturaleza
religiosa, sino además la gente se permitía, conservando la con­
ciencia tranquila y públicamente, gestos, caricias que se prohi­
bían en cuanto el niño entraba en la pubertad; es decir, poco
más o menos en el mundo de los adultos. Eso por dos razones.
En primer lugar, porque se creía que el niño impúber perma­
necía ajeno e indiferente a la sexualidad. Así, los gestos y las
alusiones no le traían ninguna consecuencia, se convertían en
actos gratuitos y perdían, neutralizándose, su carácter especí­
fico... Además, porque no existía aún el sentimiento de que las
referencias a la sexualidad, incluso despojadas prácticamente de
segunda intención, pudieran mancillar la inocencia de la niñez,
en la realidad o en la opinión que se hacía la gente, y a nadie
se le ocurría pensar que esta inocencia existiera realmente.

Tal era, por lo menos, la opinión común, la cual no era ya


la de los moralistas y educadores, al menos la de los mejores
de ellos, por lo demás innovadores con poca inñuencia en su
época. Su importancia retrospectiva se debe a que a la larga
lograron imponer sus concepciones, que son las nuestras hoy
día.
Esta corriente de ideas remonta al siglo xv, época en la que
ya será suficientemente fuerte como para provocar un cambio
en la disciplina tradicional de las escuelas 8. Gerson es su prin­
cipal representante. Se expresó con mucha claridad y se reveló

8 Ver la II parte, cap. V.


excelente observador, para aquella época, de la infancia y de
sus prácticas sexuales. Esta observación de las costumbres pro­
pias de la infancia, la importancia que les atribuye dedicándolas
un tratado De confessione mollicei9, atestiguan un interés muy
innovador que es preciso vincular a todos los signos que hemos
retenido en la iconografía y en la indumentaria y que revelan
un interés inédito con respecto a la infancia.
Gerson ha estudiado, pues, el comportamiento sexual de
los niños. Lo hace para que los confesores despierten en sus
pequeños penitentes —de diez a doce. años— el sentimiento de
culpabilidad. Él sabe que la masturbación, la erección sin eyacu-
lación, son generales: sí se* interroga a una persona sobre este
tema y lo niega, es que, con toda certeza, está mintiendo. Para
Gerson, se trata de un caso muy grave. El peccatum mollicei
«incluso si, a causa de la edad, no ha sido seguido de polu­
ción..., ha contribuido más a perder la virginidad de un niño
que si éste, a la misma edad, hubiera frecuentado mujeres».
Además, dicho acto raya en la sodomía.
A este respecto, el juicio de Gerson se asemeja más a la
doctrina moderna sobre la masturbación, fase inevitable de una
sexualidad prematura, que los sarcasmos del novelista Charles
Sorel, cuyo' protagonista de la Vraie histoiré comiqiie de Fran­
cion ve en la masturbación la consecuencia del enclaustramien-
to escolar del internado.
En efecto, al principio el niño no es consciente de su cul­
pabilidad: «Sentiant ib i quemdam pruritum incognitum tum
stat erectio, y piensan que está permitido que se jricent ib i et
se palpent et se tractent sicut in aliis ¡ocis dum pruritus inest .
Ahí está la consecuencia de la corrupción original: ex corrup-
tione naíurae. Falta aún mucho para llegar a la idea de la ino­
cencia infantil, pero nos acercamos ya al conocimiento objetivo
de su comportamiento, cuya originalidad debe manifestársenos
a la luz de lo que se ha dicho anteriormente. ¿Cómo preservar
la infancia de este peligro? Gracias a los consejos del confesor,
y además cambiando las malas costumbres de la educación,
comportándose con los niños de otra manera. Se les hablará so­
briamente, utilizando únicamente palabras decentes. En los jue­
gos se evitará que los niños se besen, se toquen con las manos
desnudas o se miren: figerent oculi in eorum decore . Se evitará

9 G erson , De confessione m ollicei, Opera, 1706, tom o II, p. 309.


la promiscuidad de los niños con los adultos, por lo menos en
la cama: los pueri capaces doli, puellae, juvenes, no deben acos­
tarse en la misma cama que las personas mayores, aunque sean
del mismo sexo: la cohabitación en el mismo lecho era una
práctica muy generalizada entonces en todos los estratos socia­
le s . Ya vimos que a finales del siglo xvi subsistía, incluso en
la corte de Francia: los juegos de Enrique IV y su hijo, a quien
llevaban, junto con su hermana, a la cama del Rey, justifican,
a dos siglos aproximadamente de intervalo, la prudencia de
Gerson. Éste prohíbe tocarse in nudo, ya sea jugando o de otro
modo,, y aconseja la desconfianza «a societaliatibus perversis
ubi colloquia prava et gestas impudici fiunt in lecto absque
dormitione».
Gerson insiste sobre esta cuestión contra la lujuria del cuar­
to domihgo de Adviento: el niño debe oponerse a que los otros
le toquen o le besen, y si actúa de otra manera debe confesarse
de todos modos, in ómnibus casibus, es menester recalcarlo,
porque en general no se veía en ello ningún mal. Más adelante
Gerson afirma que «sería bueno» separar a los níños durante
la noche y recuerda a este propósito el caso señalado por San
Jerónimo de un chico de nueve años que procreó un hijo; pero
únicamente dice «sería bueno»: no se atreve a ir más lejos,
de tan generalizada que estaba la práctica de acostar a todos
los niños juntos, cuando no con un criado, con una sirvienta
o con parientes10.
En el Reglamento que escribió de la Escuela de Notre-Dame-
de-París, Gerson trata de aislar a los niños, de someterlos a la
vigilancia constante del maestro; estudiaremos en un capítulo
especial el sentido de esta nueva disciplinail- El maestro de
canto no debe enseñar cantilenas dissolutas impudicasque, los
escolares tienen el deber de denunciar a su compañero si éste
ha faltado a la honestidad o al pudor (era delito, entre otros,
hablar gallicum -—y no latín— , blasfemar, mentir, injuriar, tar­
dar en levantarse de la cama, faltar a los oficios, charlar en la
iglesia). El dormitorio debe estar iluminado con una lampari­
lla de noche; «Tanto por devoción a la imagen de la Virgen
como para hacer las necesidades naturales y con el fin de que

10 G e r s o n , Doctrina pro pueris ecdesiae parisiensis. Opera, 1706,


tomo IV, p. 717.
11 Ver la II parte, cap. V.
hagan a la vista los únicos actos que pueden y deben ser vis­
tos,» Ningún niño, deberá cambiar de cama durante la noche:
permanecerá con el compañero que se le ha atribuido. Los con­
ventícula, vel societates ad partem extra alias serán prohibidos
durante el día y durante la noche. Observemos qué cuidado
pone en evitar las amistades particulares, en evitar también las
malas compañías, particularmente la de la servidumbre: «se
•prohibirá a los criados toda familiaridad con los niños, sin ex­
ceptuar a los clérigos, los capellani, el personal de la iglesia
(no reinaba la confianza): no deberán dirigir la palabra a los
niños en ausencia de los maestros».
A los demás niños, ajenos a la fundación, no se les permiti­
rá permanecer con los escolares, ni siquiera para estudiar jun­
tos (salvo permiso especial del superior), «con el fin de Que
nuestros niños (pueri nostri) no copien las malas costumbres
de los otros».
Eso es algo completamente nuevo, lo cual no quiere decir
que en la realidad las cosas sucedieran así en la escuela. Ya
veremos, en la segunda parte de este libro, lo que ocurría y
cuánto tiempo y esfuerzos fueron necesarios para imponer tar­
díamente, en el siglo xvm , una disciplina estricta en los cole­
gios; Gersoñ estaba muy avanzado con respecto a las institucio­
nes dé su "época; Es interesante su Reglamento porque revela
un ideal "moral que no existía anteriormente con tanta precisión,
y que pasará a ser el ideal moral de los jesuítas, de Port-Royal,
de los Hermanos de la Doctrina Cristiana y de todos los mo-
ral'istas y educadores rigurosos del siglo x v i l
Durante el siglo xvi, los educadores son más tolerantes, si
bien tratan de no rebasar ciertos límites. Sabemos esto gracias
a los libros escritos para los escolares, en los cuales aprendían
a leer, a escribir, el vocabulario latino y, por último, las lec­
ciones de urbanidad: los tratados de urbanidad y los coloquios
que, para hacerlos más reales, ponen en escena varios esco­
lares, o el escolar y el maestro. Esos diálogos constituyen ex­
celentes testimonios de las costumbres escolares. En los diálo­
gos de Vives se pueden leer declaraciones que no hubieran sido
del gusto de Gerson, pero que eran tradicionales: «¿Cuál es la
parte más vergonzosa, la de delante (se observará el deseo de
discreción) o el ojo del culo? Ambas son sumamente deshones­
tas, el trasero a causa de su bajeza, la otra a causa de su-liber­
tinaje y la deshonestidad» 12.
No faltan las bromas un tanto soeces, ni tampoco los te­
mas que no tienen el menor carácter educativo, sino todo lo
contrario. En los diálogos ingleses de Ch. H oole13 se presen­
cian disputas; una de ellas tiene lugar en una taberna: y las
tabernas, más aún que nuestros cafés, eran lugares de perdi­
ción. Se discute detenidamente sobre en qué posada se bebe la
mejor cerveza. No obstante, incluso en Vives se observa cierto
sentimiento de pudor: «Al tercer dedo se le llama el infame,
¿por qué? El maestro ha dicho que conocía la causa, pero que
no quería discutir de ella porque era sucia y ruin; por lo tan­
to, no la busques, pues no conviene a un niño bien nacido ave­
riguar cosas tan viles.» Esto es extraordinario para la época.
La libertad de lenguaje era tan natural que incluso, más ade­
lante, los reformadores más estrictos dejarán pasar en sus ser­
mones dirigidos a los niños y a los escolares comparaciones que
hoy día chocarán. Así, el padre jesuíta Lebrun exhorta, en
1653» «a los nobilísimos pensionistas del colegio de Clermont»
a evitar la glotonería: «Se hacen los delicados, tanquam praeg-
nantes mulierculae» 14.
Sin embargo, a fines del siglo xvi la situación cambiará de
manera más precisa. Ciertos' educadores, que van a adquirir
poder y a 'imponer definitivamente sus concepciones y sus es­
crúpulos, ya no tolerarán que se ponga en las manos de los
niños libros equívocos. Nace entonces la idea del libro clásico
expurgado para uso de los niños. Es ésta una etapa muy im­
portante, a partir de la cual se puede fechar realmente el res­
peto a la niñez. Encontramos este interés en la misma época,
tanto entre los católicos como entre los protestantes, en Francia
y en Inglaterra. Hasta entonces nunca le había chocado a nadie
el dar a leer Terencio a los niños, como clásico que era. Los je­
suítas lo retiraron de los programas 1S. En Inglaterra se usaba
una edición modificada de Cornelius Schonaeus, publicada en

Dialogues, t r a d . f r a n c e s a , c i t .
12 V i v e s ,
Citado p o r F. W a t s o n , T he Engíish gram m ar schools to 1660, 1907,
p. 112.
14 A . S c h i m b e r g , Éducation morale darts les colleges de Jésuites,
1913, p. 227.
15 F. d e D a i n v i l l e , op. cit.
1592 y reeditada en 1674. Brinsley la recomienda en su manual
del maestro 16.
En las academias protestantes francesas se utilizaban los co­
loquios de Cordier (1564), que sustituyeron a los coloquios de
Erasmo, Vives, Mosellanus, etc. Encontramos en ellos un deseo
original de pudor, un esmero en evitar problemas de castidad
o de cortesía del lenguaje. Cuando, por casualidad, se tolera
una broma sobre los empleos del papel n, «papel de escolar»,
«papel para sobres», «papel secante»: se trata de un juego de sa­
lón. Al final, uno de los muchachos se rinde, el otro le da la
solución: «Papel que sirve para limpiar las nalgas en el re­
trete: o sea, que habéis perdido.» Concesión bien inocente, esta
vez, a las bromas tradicionales, Cordier puede realmente «po­
nerse entre las manos de todos», expresión moderna que no es
anacrónica. Se agregarán además a los coloquios de Cordier
otros de tipo religioso, obra de S. Castellion.
A su vez, Port-Royal producirá una edición muy expurgada
de Terencio: «Comedias de Terencio convertidas en comedias
muy honestas cambiando muy pocas cosas» ia.
En lo que conciernte el pudor, en los colegios de jesuítas
se toman precauciones insólitas que se detallan en las reglas
con motivo de los castigos corporales, de la administración de
azotes. Se precisaba que no había que retirar las calzas de las
víctimas, adolescentum, «cualquiera que sea la condición y la
edad» [me agrada bastante esta referencia a la condición] ; se
debía descubrir únicamente la parte del cuerpo sobre la que
se infligía la pena, pero no más: non amplius 19.
En el transcurso del siglo xvn aparece una gran modifica­
ción en las costumbres. Madame de Maintenon no tolerará a
los hijos del Rey, ni siquiera a los bastardos, la más mínima
de las libertades de la corte de Enrique IV, ni tampoco, por
otra parte, en las casas de los libertinos. No se trata ya de
algunos moralistas aislados, como Gerson, sino de un gran mo­
vimiento, cuyos signos se perciben por todas partes, tanto en la
numerosa literatura moral y pedagógica como en las prácticas
de devoción y en una nueva iconografía religiosa.
16 F. W a t s o n , op. cit.
17 Mathurín C o r d i e r , Colíoques, 1586.
18 P o r P o m p o n í u s y T r o b a t u s .
19 Citado por F. de D a in v iix e , op. cit.
Ha triunfado una noción esencial: la inocencia infantil. Apa­
rece ya en Montaigne, quien, sin embargo, se forjaba pocas ilu­
siones acerca de la castidad de los jóvenes escolares: «Cíen es­
colares han agarrado la sífilis antes de llegar a la lección de
Aristóteles sobre la templanza» 20. Mas este autor relata igual­
mente la siguiente anécdota, que anuncia otro sentimiento: Al-
buquerque, «en un extremo peligro de riesgo del navio, cargó
a sus espaldas a un jovencito con el fin de que, compartiendo
el peligro, su inocencia le sirviera de garantía y recomendación
ante la gracia divina para llevarle a la orilla» 21. Cerca de un
siglo después, esta idea de la inocencia infantil se había con­
vertido en una idea común. Leamos, como ejemplo, esta le­
yenda de un grabado de F. Guérard que representa los juegos
infantiles (muñecas, tambor) 22.
Voilá l'áge de l'innocence
Oü nous devons tous revenir
Pour jouir des biens avenirs
Qui sont' icy nostre esperance;
L’áge oü l’on sait íout pardonner,
L’áge oü í'on ignore la haine,
Oü ríen ne peut nous chagriner;
L’áge d'or de la vie humaine,
L’áge qui brave les Enfers,
L’áge oü la vie est peu pénible,
L’áge oü la mort est peu terrible,
Et pour qui les cieux sont ouverts.
A ces jeunes plans de l’Egüse
Qu’on porte un respect tendre et doux:
Le ciel est toujours plein de courroux
Pour quiconque les scandalise *.

20 M o n t a i g n e , Essais, I, 26.
21 M o n ta ig n e , Essais, I, 39.
22 F. Guérard, Gabinete de Estampas, Ee 3a, petit in f.°
* He aquí la edad de la inocencia / a la que todos debemos re­
gresar / para gozar de los bienes futuros / que son aquí nuestra espe­
ranza; / la edad en la que se sabe perdonar todo, / la edad en la que
se ignora el odio, / en la que nada puede entristecernos; / la edad de
oro de la vida humana, / la edad que desafía a los Infiernos, / la edad
en que la vida es poco penosa, / la edad en que la muerte es poco
terrible, / y para quien tos cielos están abiertas. / A esos jóvenes pro­
yectos de la Iglesia, / que se otorgue un respeto sensible y suave: / el
cielo está lleno de ira / para con quien los escandalice.
¡Cuánto camino recorrido! Se le puede seguir a través de
una abundante literatura, de la cual presentamos algunas mues­
tras:
L ’honneste gargon, ou l ’art de bien élever la noblesse á la
vertu, aux sciences et á tous les exercises convenables á sa con-
dition [El joven honesto, o el arte de educar debidamente a la
nobleza en la v irtu d e n las ciencias y en todos los ejercicios
convenientes a su condición], publicado en 1643 23 por M. de
Grenaille, escudero, señor de Chatauniers, es un buen ejemplo.
El autor había escrito ya L ’honeste filie [La joven honradaJ, Es
preciso destacar el interés por la educación, «la institución de
la juventud».- El autor se da cuenta de que él no es el único
en tratar este tema y se disculpa de ello en la «Advertencia»:
«Yo no creo entrar en el terreno de M. Faret24 tratando un
tema que él sólo ha tocado de pasada, y hablando de la edu­
cación de esos de quienes él nos presenta las perfecciones.»
«Aquí yo guío al Joven honesto desde el comienzo de la in­
fancia hasta la juventud. Trato primeramente de su nacimiento
y luego de su educación; pulo sus costumbres y su mente con­
juntamente; le instruyo en la piedad y en el protocolo del mun­
do, con el objeto de que no sea ímpío ni superticioso.» Con an­
terioridad existían tratados de urbanidad que eran sólo manua­
les de""buenós modales, de protocolo; gozaron de estima hasta
principios del siglo xix. Mas, al lado de los libros de ürbanidad
que se dirigían sobre todo a los niños, existe desde principios
del siglo xvn una literatura pedagógica para uso de padres y
educadores. Por más que se refiera a Quintiliano, a Plutarco
y a Erasmo, dicha literatura es nueva. Tan nueva que M. de
Grenaille tiene que defenderse contra los que ven en la edu­
cación de la juventud un tema de práctica y no de libros. Ade­
más de Quintiliano, etc., hay algo más, y el tema es particu­
larmente grave en la Cristiandad: «Ciertamente, puesto que el
Señor de los Señores pide a los pequeños inocentes que se acer­
quen a Él,1yo no creo que ninguno de sus súbditos tenga dere­
cho a rechazarlos, ni que los hombres se opongan a educar­
los, visto que, al educarlos, no hacen sino imitar a los ánge­
les.» El paralelo entre los ángeles y los niños se convierte en
un tema de edificación trivial. «Se dice que un ángel en forma
23 M, d e G r e n a i l l e , L’Honneste gargon, 1642.
24 F a r e t , L’Honnéte homme, 1630. Con el apellido de este autor,
Faret, hacía Boíleau rimar cabaret.
de niño iluminó a San Agustín* pero, en. cambio, a él le agra­
daba comunicar sus conocimientos a los niños, y encontramos
en sus obras tratados a su favor, si bien hay otros dirigidos a los
más grandes teólogos.» Cita a San Luis, que redactó una ins­
trucción para su hijo- «El cardenal Belarmino ha escrito un
catecismo para los niños.» Richelieu, «ese gran príncipe de la
Iglesia, ha dado instrucciones a los más pequeños, así como
consejos a los mayores». También Montaigne, quien no se es­
peraba encontrar en tan grata compañía, se inquietó por los
malos ‘educadores, en particular por los pedantes,
«No debe uno imaginarse que cuando se habla de la in­
fancia se habla siempre de algo frágil; al contrario, yo demos­
traré aquí que un estado que muchos juzgan despreciable es
perfectamente ilustre.» En efecto, en esa época es cuando
se habla realmente de la debilidad, de la imbecilidad de la in­
fancia. Anteriormente más bien se la ignoraba, como una tran­
sición rápidamente superada y sin importancia. El poner de
relieve el lado despreciable de la infancia es quizá una conse­
cuencia del pensamiento clásico, de su exigencia razonable, pero
es principalmente una reacción contra la importancia que ad­
quirió el niño dentro de la .familia, en el sentimiento de la fa­
milia, Volveremos a tratar este tema en la conclusión de la pri­
mera parte. Retengamos únicamente que a los adultos, de todas
las condiciones, les agradaba entretenerse con los pequeñines.
Comportamiento muy antiguo, probablemente, pero en lo suce­
sivo era tan notorio que a la gente le irritaba. Nació así ese
sentimiento de irritación ante las chiquilladas, el reverso mo­
derno del. sentimiento de la infancia. También se agregaba a
ello el desprecio que esta sociedad de hombres acostumbrados
al aíre libre, y de hombres de sociedad, hombres de mundo,
sentía por el profesor, el director del colegio, el ««pedante», en
una época en que los colegios se tornaban más numerosos y eran
más frecuentados, y en la que la infancia recordaba ya a los
adultos la época escolar. En realidad, ese sentimiento poco fa­
vorable a los niños por parte de las personas serias o preocupa­
das es una prueba de la importancia, excesiva a su manera de
ver, que se reconocía a la infancia.
Para el autor del Vhonneste gargon, la infancia es ilustre
debido a la infancia de Cristo. Se la interpretaba, por otra par­
te, como símbolo de humillación a la que había descendido
Cristo, adoptando no solamente la naturaleza humana, sino la
condición de niño, inferior a la del primer Adán, según San
Bernardo. Hay, por el contrario, niños santos: los Santos Ino­
centes, los santos niños mártires que se negaron a honrar a los
ídolos, el niño judío de San Gregorio de Tours, a quien su pa­
dre quiso quemar en un horno porque se había convertido.
«Yo podría demostrar asimismo que la fe produce hoy en día
mártires entre los niños lo mismo que en los siglos pasados.
La historia de Japón nos presenta a un niño, Luis, que a la
edad de doce años supera ampliamente la generosidad de los
hombres perfectos.» En la misma hoguera que dom Carlos Spi-
nola, murió una mujer con «su hijo pequeño», lo que demuestra
que «Dios obtiene sus elogios por la boca de los niños». Y el
autor acumula ejemplos de niños santos en ambos Testamentos,
y agrega este otro ejemplo, sacado de nuestra historia medieval
e inesperado en la literatura clásica: «No debo olvidar la vir­
tud de esos valientes muchachos franceses, a los cuales Nau-
cierus ha elogiado, que se enrolaron en las Cruzadas, 20.000 en
total en la época del Papa Inocencio III, para ir a rescatar
Jerusalén de manos, de los infieles.» La cruzada de los niños...
Sabemos que los niños de las canciones de gesta y las no­
velas de caballería se conducían como caballeros, lo cual de­
muestra, según de Grenaille, la virtud y la cordura de los
niños. El autor cita el caso de un niño que se hizo paladm
de la emperadora, esposa del emperador Conrado, en el duelo
judicial contra «un famoso gladiador». «Que se lea en los Ama-
di s lo que han hecho los Reinaldos, los Tancredos y tantos otros
caballeros: la fábula no Ies otorgará tantas ventajas en ningún
combate como la verdadera historia le otorga al joven Aquiles.»
«Después de esto, ¿cabe decir que la primera edkd no es
comparable, incluso frecuentemente preferible, a todas las de­
más?» «<¿Quién se atreverá a decir que Dios favorece tanto
a los niños como a las personas de edad?» Dios les favorece
a causa de su inocencia, que «se parece mucho a su impeca­
bilidad», Los niños carecen de pasión y de vicio: «Su vida pa­
rece ser enteramente razonable precisamente cuando parecen
menos capaces para usar la fuerza de la razón.» Evidentemen­
te, ya no se habla del peccatum mollicei, y nuestro hidalgo de
1642 parece, desde ese punto y a nosotros que conocemos el
psicoanálisis, en retraso con respecto a Gerson. Y es que la
idea misma de impudor y de pecado de la carne en el niño
le molesta, como un argumento de quienes consideran «la in­
fancia como una necedad viril» y «viciosa».
Esta nueva mentalidad se. halla en los círculos de Port-
Royal y primeramente en Saint-Cyran: sus biógrafos jansenis­
tas nos informan acerca de la elevada opinión que él tenía
Üe la niñez y de los. deberes para con ella. «Admiraba al hijo
de Dios quien, en las más altas funciones de su ministerio,
no había querido que se impidiera a' los niños acercarse a Él,
quién les abrazaba y les bendecía, quien nos ha recomendado
tanto no. despreciarlos o descuidarlos y quien, en una palabra,
ha hablado de ellos en términos tan favorables y sorprendentes
que son capaces de aturdir a los que escandalizan a los peque-
ñuelos, Igualmente, M. de Saint-Cyran manifestaba siempre a
los niños |una bondad tal que llegaba a una especie de respeto
para honrar en ellos la inocencia y al Espíritu Santo que habita
en ellos» M. de Saint-Cyran es «muy instruido» y «muy dis­
tante de esas máximas del mundo [el desprecio a los educa­
dores] y como se daba cuenta de la importancia que tenía el
cuidado y la educación de la juventud, la veía también de una
manera muy diferente. Por penosa y humillante que [dicha
educación] fuera a los ojos de los hombres, no dejaba de em­
plear en ella a numerosas personas sin que éstas pensaran -te­
ner derecho a quejarse».
Se forma entonces una concepción moral de la infancia que
hace más hincapié en su debilidad que en su «ilustración»,
como decía M. de Grenaille, pero que asocia su debilidad a su
inocencia, verdadero reñejo de la pureza divina y que coloca
la educación en el primer plano de las obligaciones. Dicha
concepción reacciona simultáneamente contra la indiferencia
hacia la infancia, contra un sentimiento demasiado sensible y
egoísta que hace del niño un juego para adultos y cultiva sus
caprichos, contra el sentimiento opuesto a este último, el des-,
precio del hombre racional. Esta concepción domina la litera­
tura pedagógica desde finales del siglo xvn. He aquí lo que
dice en 1687 Coustel en las Régles de l’éducation des enfants7*
acerca de que es preciso amar a los niños y vencer la repug­
nancia que éstos inspiran a un hombre racional: «Si se consi­
derara el exterior de los niños, que es sólo imperfección y fra­
gilidad, tanto de cuerpo como de mente, cierto es que no ha-
25 F. C a d e t, L’Éducation á PorhRoyal, 1 8 8 7 ,
36 C o u s t e l , Regles de l'éducation des enfants, 1687.
bría motivos para estimarlo mucho. Pero uno cambia de sen­
timientos cuándo se mira el porvenir y cuando se obra un poco
por la fe». Por encima del niño se verá al «buen magistrado»,
ai «buen cura», al «gran señor»., Pero lo que hay que consi­
derar'sobre todo es que sus almas, que poseen aún la inocen­
cia bautismal, son la morada de Jesucristo. «Dios da el ejem­
plo ordenando a los ángeles que les acompañen en todos sus
pasos, sin abandonarlos jamás.»
Por ello, afirma Varet en su Obra De Véducation chrétienne
des enfans, 166671, «la educación de los niños es una de las
cosas más importantes del mundo». Jacqueline Pascal, en el
reglamento para las niñas pensionistas de Port-Royal, dice: «Es
tan importante vigilar a los niños2* que debemos preferir esta
obligación a todas las demás, cuando la obediencia nos encar­
gue de eso, y, más aún, preferirla á nuestras* satisfacciones par­
ticulares, aun cuando correspondan a las cosas espirituales.»
No se trata de declaraciones aisladas, sino de un§ verdade­
ra doctrina, admitida por todos, tanto entre los jesuitas como
entre los oratorianos o los jansenistas, que explica en parte la
profusión de instituciones educativas, colegios, escuelas elemen­
tales, casas particulares, y la evolución de las costumbres hacia
una disciplina más estricta.
De esta doctrina se desprenden algunos principios generales,
que están considerados como lugares comunes en la literatura
de la época. No se dejará nunca a los niños solos: este prin­
cipio se remonta al siglo xv y procede de la experiencia mo­
nástica. Pero no empieza a ser realmente aplicado hasta el si­
glo xvn, porque el público en general lo considerará necesario,
y no un pequeño número de religiosos y de «pedantes». «Hay
que cerrar hasta donde sea posible todas las aberturas de la
jaula...», se dejarán «algunos barrotes abiertos para vivir y
para estar bien; eso es lo que se hace con los ruiseñores para
hacerlos cantar y con los papagayos para enseñarlos a hablar» ” ,
A esta afirmación no le falta agudeza, ya que se ha enseñado,
tanto en los jesuitas como en las escuelas de Port-Royal, a co­
nocer, mejor la psicología infantil. En el Reglamento para las
niñas de Port-Royal, de Jacqueline Pascal, se lee: «Hay que
27 V a r e t , De l'éducation chrérienrte des enfaius, 1666.
2i J a c q u e l i n e P a s c a l . Réglement pour les enfants, Appendice aúx
Constitutions de Port-Royal, 1721.
29 F . C a d g t , op. cit.
vigilar a las niñas muy bien, no dejándolas nunca solas en nin­
guna parte, sanas o enfermas.» Pero «es preciso que esta vi­
gilancia continua se haga con dulzura y con cierta confianza,
que más bien les haga* creer que uno las quiere y que única­
mente por acompañarías estamos con ellas. Eso hace que a ellas
íes agrade este desvelo, en lugar de temerlo»30.
Este principio será absolutamente general, pero no será
aplicado a la letra más que en los internados de los jesuítas, en
las escuelas de Port-Royal, en los internados particulares, es de­
cir, que sólo afectaba a una minoría de niños muy ricos. Se
deseaba evitarles la promiscuidad de los colegios que tuvieron
durante mucho tiempo mala fama, menos tiempo en Francia
que en Inglaterra, gracias a los jesuítas. «En cuanto los jóvenes
— afirma Coustel31— ponen el pie en esos sitios [“la gran
multitud de estudiantes de los colegios"] no tardan en ; perder
esa inocencia, esa sencillez, esa modestia que les hacía ser an­
teriormente tan estimables ante Dios y ante los hombres.» Se
dudaba en confiarlos a un solo preceptor, pues la extremada
sociabilidad de las costumbres se oponía a ello. Era convenien­
te que el niño aprendiera muy pronto ¿ conocer a los hom­
bres, a conversar con ellos; eso era muy importante, más ne­
cesario que el latín. Era mejor «poner a cinco o seis niños con
un hombre honrado, o dos, en una casa particular»» idea que
ya aparece .en Erasmo.
El segundo principio es que se evitará mimar a los niños
y se les acostumbrará a una severidad precoz: «No me digáis
que aún sólo son niños y que hay que tener paciencia. Porque
los efectos de la concupiscencia se manifiestan abudamentemen-
te en esta edad.» Reacción ésta contra el «mimoseo» de los
niños menores de ocho años, contra la opinión de que aún eran
demasiado pequeños para que valiera la pena reprenderlas.
La Urbanidad de Courtin de 1671 32 explica ampliamente: «A
esas pequeñas mentes se las hace pasar el tiempo sin tener cui­
dado de lo que es bueno o malo, lo que se les permite indife­
rentemente; no se les prohíbe nada: ríen cuando hay que llo­
rar, lloran cuando hay que reír, hablan cuando hay que callar
y se quedan mudos cuando la cortesía les obliga a responder.»
[Ya estamos en el «merci, monsieur» de nuestros niños france­
30 Jacqueline P ascal , op. cit.
J1 C o u s t e l , op. cit.
32 La civiliíé nouvelle, Basiíea, 1671.
ses que sorprende a los padres de familia americanos y los .es­
candaliza.] «Es crueldad para con ellos el dejarles Yivir de tal
modo. Los padres y las madres dicen que cuando sean mayores
ya les corregirán. ¿No sería mejor hacer de tal manera que no
hubiera nada que corregir?»
Tercer principio: la discreción. «Modestia mayor» del com­
portamiento. En Port-Royal33: «En cuanto se acuestan [las ni­
ñas] , regularmente se las visita a cada una en particular, en su
cama, para ver si están acostadas con la modestia requerida y
también, en invierno, para ver si están bien tapadas.» Se trata
de extirpar mediante una verdadera propaganda la costumbre
bien arraigada de dormir varias personas en la misma cama.
Este consejo se repite a lo largo del siglo xvn. Aparece en La
civilité chrétienne, de J.-B. de La Salle, cuya primera edición es
de 1713: «Sobre todo, debe evitarse, a menos que se esté ca­
sado [he aquí una salvedad que hoy día a nadie se le ocurriría
introducir en un libro destinado a los niños; pero, a decir ver­
dad, los libros dedicados a los niños no se limitaban a estos
lectores, y el progreso inmenso de la decencia, del pudor, no
impedían ciprias libertades a las que nosotros ya no nos atre­
veríamos], acostarse delante de cualquier persona de otro sexo,
lo cual iría totalmente contra la prudencia y la honestidad. Aún
más, se prohíbe que dos personas de sexo diferente duerman
en la misma cama, aun cuando se tratara sólo de niños peque­
ños, ya que ni siquiera es decente que duerman juntas personas
del mismo sexo. Son esas dos cosas las que San Francisco de
Sales recomendó especialmente a Mme. de Chantal con respecto
a los niños.» «Los padres y las madres deben enseñar a sús hi­
jos a taparse su propio cuerpo cuando se acuestan.»
Esta preocupación por la decencia aparece en la elección
de lecturas, de conversaciones: «Haced que aprendan a leer
en libros en los que la pureza del lenguaje y la selección de
buenos temas coincidan.» «Cuando [los niños] comiencen a
escribir no toleréis que se rellenen los ejemplos que se les da
con modos de hablar malintencionados» i*. Muy atrás ha que­
dado la libertad de lenguaje de Luis XIII cuando era niño,
que divertía incluso al digno Heroard. Por supuesto, se evita­
rán las novelas, el baile y la comedia, lo cual también se des­
aconseja a los adultos; Se vigilarán las canciones, recomenda­
33 J a c q u e l i n e Pascal, o p . cií.
w V a ret. op. cit.
ción ésta muy importante y necesaria en una sociedad en la
que la música era algo muy familiar: «Poned un cuidado espe­
cial en impedir a vuestros hijos que aprendan canciones moder­
nas» 35. Pero las canciones antiguas tampoco son más dignas:
«Canciones conocidas por todos y que se enseñan a los niños
desde que empiezan a hablar... Apenas las hay que no traten
de las más atroces murmuraciones y calumnias, y que no sean
sátiras crueles en las que nadie se salva, ni la persona sagrada
de los soberanos, ni las de los magistrados, ni las de las per­
sonas más inocentes y más piadosas.» Dichas canciones expre­
san «las pasiones desordenadas» y están «llenas de equívocos
deshonestos» 36.
A comienzos del siglo x v i i i 37 , San Juan Bautista de La Salle
confirma esta desconfianza de los espectáculos: «Para un cris­
tiano, no es más decente asistir a representaciones de mario­
netas [que al teatro]». «Una persona seria no debe considerar
esa clase de espectáculos más que con desprecio [...] y los
padres y madres nunca deben permitir a sus hijos que asistan
a ellos.» Las comedias, los bailes, las danzas, los espectáculos
«más corrientes», los «malabaristas, saltimbanquis, volatine­
ros», etc., son .prohibidos. Sólo se permiten los juegos educa­
tivos, es decir, los juegos que se integran en la educación: los
otros son y permanecen ^sospechosos.
Otra recomendación se repite frecuentemente en esta lite­
ratura pedagógica, preocupada en extremo por la «modestia»;
3a de no dejar a los niños en compañía de los sirvientes, reco­
mendación ésta que iba en contra de una costumbre absoluta­
mente general: «No los dejéis solos con los criados, y sobre todo
con los lacayos, más que lo indispensable [los criados: térmi­
no que tenía un sentido más amplío que actualmente; com­
prendía a los “colaboradores”, como diríamos hoy día, y a los
familiares también]. Esas "personas, para entremeterse y ganar­
se a los niños, sólo les cuentan generalmente necedades y 'Ies
inspiran únicamente el amor al juego, las diversiones y la va­
nidad» 33.

35 V a r e t . op. cit.
36 V a r e t , op. cit.
37 Jean-Baptiste d e l a S a l l e , Les Regles de la bienséance et úe la
cívilité chrétienne. La primera edición es de 1713.
33 V a r e t , o p . cit.
Aún a principios deí siglo xvm , el futuro cardenal de Ber-
nis, recordando su infancia - —nació en 171539—, decía: «No
hay nada tan peligroso para las costumbres y quizá para la
salud como el dejar a los niños durante mucho tiempo bajo
la tutela de la servidumbre.» «La gente se atreve a hacer con
un niño aquello a lo que le daría vergüenza arriesgarse con un
jovencito,» Esta última frase expresa exactamente la mentali­
dad que hemos analizado anteriormente y que era propia de
la corte de Enrique IV.y del tranvía de Cartago en el siglo xx.
Subsistió en el pueblo, aunque ya no fuese tolerada en los me­
dios avanzados. La insistencia cte los moralistas en separar
a los niños de ese mundo diverso de la «servidumbre» prueba
lo conscientes que estaban de los peligros que presentaba esta
promiscuidad de niños y criados, quienes, a veces, eran muy
jóvenes todavía. Dichos moralistas deseaban aislar al niño para
preservarle de las bromas, de los gestos tenidos en lo sucesivo
por deshonestos.
El cuarto principio no es más que una aplicación de esa
preocupación por la decencia, por la «modestia»: acabar con
la antigua familiaridad y sustituirla por una mayor reserva de
los modales y del lenguaje, incluso en la vida cotidiana. Esta
política se manifestó en la lucha contra el tuteo. En el colegio
menor, jansenista de Chesnay 40: «Tanto se les había acostum­
brado a respetarse mutuamente que nunca se tuteaban, y tam­
poco se les oía decir nunca la mínima palabra que ellos hubie­
ran juzgado desagradable para algunos de sus compañeros.»
Un libro de Urbanidad de 1671 41 reconoce que la cortesía
exige el tratamiento de usted, pero también está obligado a ad­
mitir algunas concesiones a las antiguas costumbres francesas;
lo que hace no sin ciertas dificultades: «Se utiliza de ordinario
el usted, sin tutear a nadie, a no ser que se trate de algún
niño y que fueseis de mucha más edad y que la costumbre
incluso entre los más corteses y los más instruidos fuera de
hablar así.- No obstante, los padres para con sus hijos, hasta
cierta edad (en Francia hasta que estén emancipados), los maes­
tros para con sus pequeños colegiales y otras situaciones pare­
cidas, parecen, según la costumbre general, poder utilizar el tú,
39 Métnoires du cardinal de Bernis, 2 vols., 1878.
^ Reglamento del colegio de Chesnay, W a l l o n d e B ea u p u is. Suite
des vies des amts de Port-Royal, 1751, tomo I, p. 175.
41 Ver nota 32.
pura y simplemente. Y entre los amigos familiares, cuando con­
versan juntos, la costumbre hace que en ciertos lugares puedan
tutearse más libremente; con los demás se es más reservado y
educado.»
Incluso en las escuelas elementales donde los niños eran
más chiquitos, San Juan Bautista de La Salle prohíbe a los
maestros el tuteo: «No hablando a los niños más que con
reserva, sin tutearlos jamás, pues ello .significaría demasiada
familiaridad.» Ciertamente, bajo esta presión, el empleo del
usted ha debido extenderse. Nos sorprende leer en las memo­
rias del coronel Gérard que a finales del siglo xvm los solda­
dos se trataban de usted entre camaradas: ¡el uno con veinticin­
co años y el otro con veintitrés! Por lo menos, el coronel Gérard
podía utilizar el tratamiento de usted sin que le frenase el
ridículo.
En el colegio de Saint-Cyr de Mme. de Maintenon, las se­
ñoritas evitarán «tutearse y utilizar modales contrarios a la
cortesía» 42. «No hay que adaptarse nunca a ellos [a los niños]
con un lenguaje infantil, ni con modales pueriles; por el con­
trario, se debe elevarlos hasta uno hablándoles siempre razo­
nablemente.»
Ya en la segunda mitad del siglo xvi, los colegiales..de los
diálogos de Cordie-r se trataban de usted en el texto francés,
mientras que en latín se tuteaban con naturalidad.
Efectivamente, este interés por la seriedad que estamos ana-
' lizando no triunfó realmente en las costumbres sino a partir
del siglo xix, a pesar de la evolución contraria de la puericul­
tura y de-una pedagogía más liberal, más natural. Un profesor
americano de Francés, L. Wylie, pasó su año sabático de 1950-51
en una aldea del Mediodía galo, compartiendo la vida cotidia­
na de ese pueblo. Este profesor se asombró de la seriedad con
la que los maestros de la escuela primaria tratan en Francia
a sus alumnos, y los padres campesinos a sus hijos. El contraste
con la mentalidad americana le parece muy grande: «Cada
paso en el desarrollo del niño parece depender del desarrollo
de lo que la gente llama su razón...» «Al niño se le considera,
por consiguiente, razonable, y se espera de él que continúe
siendo razonable» 43. Esta razón, este control de sí mismo, esta
seriedad que se exige de él muy temprano, para la preparación
42 Th. L a v a l l é e , Histoire de la maison royale de Saint-Cyr, 1862.
° L. W y lie , Village in the Vaucluse, Cambridge (E.U.), 1957.
de su diploma de estudios primarios, y que ya no se exigen
en los Estados Unidos, son el último resultado de la campaña
emprendida desde finales del siglo xvi por los religiosos y los
moralistas reformadores. Esta mentalidad» por otra parte, co­
mienza a desaparecer hoy día de nuestras ciudades y ya sólo
subsiste en nuestras aldeas, donde la ha encontrado el observa­
dor americano.
El sentimiento de la inocencia infantil conduce, pues, a una
doble actitud moral con respecto a la niñez: preservarla de las
impurezas de la vida, especialmente de la sexualidad tolerada,
cuando no admitida, entre los adultos, y fortificarla desarrollan­
do el carácter y la razón. Se puede pensar que hay ahí una
contradicción, ya que, por una parte, se conserva la infancia
y, por la otra, se la avejenta; mas esa contradicción sólo existe
para nosotros, hombres del siglo XX. La relación entre infancia,
primitivismo e irracionalismo o prelogicismo caracteriza nuestro
sentimiento contemporáneo de la infancia. Dicho sentimiento
apareció con Rousseau; pero pertenece a la historia del siglo xx.
Sólo recientemente ha sido admitido en las teorías de los psicó­
logos, pedagogos, psicoanalistas, en la opinión pública; este
sentimiento es el que sirve de referencia al profesor americano
Wylie para evaluar la actitud que él descubre en una aldea
de Vaucluse, y en la que nosotros reconocemos la supervivencia
de otro sentimiento de la infancia, diferente y más antiguo,
nacido en los siglos xv y xvi y generalizado y popularizado
a partir del siglo xvii.
En esta concepción, antigua con respecto a nuestra menta­
lidad contemporánea, pero nueva con respecto a la Edad Media,
las nociones de inocencia y razón no se oponían. Si puer prout
decet, vixit, se traduce en el francés de un tratado de urbani­
dad de 1671: «SÍ el niño ha vivido como hombre»

Bajo la influencia de ese nuevo clima moral aparece una


literatura pedagógica infantil, diferente de los libros de los
a d u lto s 45. Es muy difícil reconocer, entre la enorme cantidad
de libros de urbanidad redactados a partir del siglo xvi, cuáles

44 Ver nota 52.


45 Sobre los libros de urbanidad, ver injra. II parte, cap. II.
están destinados a los adultos y cuáles a los niños. Esta confu­
sión se explica por razones que obedecen a la estructura de
la familia, a las relaciones entre la familia y la sociedad, las
cuales serán el objeto de la última parte de mi libro.
Dicha confusión se atenúa a lo largo del siglo xvil. Los
padres jesuitas publican los libros de urbanidad, o los adoptan
como manuales, y asimismo expurgan a los autores antiguos
o patrocinan los tratados de gimnasia: por ejemplo, Bienséance
de la conversation entre les hom mes46, impreso en 1617 en
Pont-á-Mousson para los internados de la Compañía de Jesús
en Pont-á-Mousson y en La Fleche. Las Regles de la bienséance
et de la civilité chrétienne, para uso de las escuelas cristianas
de niños de San Juan Bautista de La Salle, publicadas en 1713,
fueron reeditadas durante todo el siglo xvm y principios del
siglo xix: libro considerado durante mucho tiempo como clá­
sico y cuya influencia en las costumbres ha sido, sin duda al­
guna, considerable. No obstante, ni siquiera la Civilité chré­
tienne se destina aún directa y abiertamente a los niños. Ciertos
consejos se destinaban más bien a los padres (y, sin embargo,
se trataba de un libro en el que los niños aprendían a leer,
que daba ejemplos de escritura, que les servía como gufa de
conducta y que aprendían de memoria), o incluso a las perso­
nas mayores que no conocían los buenos modales. Esta ambi­
güedad desaparece en las ediciones de los tratados de urbani­
dad de la segunda mitad del siglo xvm. He aquí un tratado
de urbanidad «pueril y honesto» de 1761 47: «Para la instruc­
ción de los niños, en el cual se insiste al principio en la manera
de aprender a leer bien, a pronunciar y a escribir, nuevamente
corregido [ya que todos se hacen pasar como reediciones de an­
tiguos tratados de Urbanidad de Cordier, Erasmo o el Galateo:
el tono es tradicional, y sólo se dice algo nuevo sobre una
trama antigua; de ahí la persistencia de ciertos sentimientos
que, sin embargo y sin duda alguna, están pasados de moda]
y aumentado al final con un hermoso Tratado para enseñarles
la ortografía. Redactado por un Misionero con preceptos e ins­
trucciones para enseñar a la Juventud.» El tono de dicho tra­
tado de Urbanidad es nuevo y se dirige especialmente a los

46 Bienséance de la conversation entre hommes, Pont-á-Mousson, 1617.


47 Civilité puérile et honnéte pour Vinstruction des enfants... escrita
por un misionero, 1753.
niños y de una manera sentimental; «La lectura de este libro
no será útil para vosotros, mis queridos niños, ya que os en­
señará [...] Observad, sin embargo, mis queridos niños...»
«Querido niño, a quien considero como un hijo de Dios y como
hermano de Jesucristo, comenzad pronto a inclinaros hacia el
bien... Yo pretendo enseñaros las reglas para ser un cristiano
honrado.» «Tan pronto como os despertéis, haced primeramen­
te el signo de la cruz.» «Si estáis en el dormitorio de vuestro
Padre y vuestra Madre, dadles a continuación los buenos días.»
«En la escuela: no molestéis a vuestros compañeros...» «No
habléis en la escuela.» «No utilicéis fácilmente la palabra tú.»
Pero esta suavidad, esta ternura tan del siglo xv ii i no restan
nada al ideal de carácter, de dignidad y de razón que se quiere
suscitar en el niño: «Mis queridos niños, no seáis de aquellos
que hablan sin cesar y que no dan a los otros la oportunidad
de decir lo que piensan. Cumplid vuestras promesas, es lo pro­
pio de un hombre de honor.» Sigue siendo la mentalidad del
siglo xvn, pero coala forma del siglo xix: «Mi queridos niños,»
La esfera de los niños se aparta de la de los adultos.
Subsisten aún curiosas supervivencias de la indiferencia de
antaño por las edades. Durante mucho tiempo se enseñó a los
niños el latín, e incluso el griego, en dísticos atribuidos erró­
neamente a Catón. Ei seudchCatón. es citado en el Román de la
Rose. Por lo menos durante todo el siglo xvii subsistió dicho
empleo, que aún se utilizó en una edición de 1802. Ahora bien,
el espíritu de esas recomendaciones morales, muy crudas, es el
de la baja Antigüedad y de la Edad Media, que ignoraban to­
talmente la fineza de Gerson, Cordier, de los jesuitas y de Fort-
Royal: en definitiva, de la opinión del siglo xvii 48. Se hacía,
pues, traducir a los niños máximas de esta cíase: «No creas lo
que dice tu esposa cuando se queja de tus servidores; en efecto,
frecuentemente la mujer detesta a quien quiere a su. marido.»
O también: «No te esfuerces por conocer con sortilegios los
designios de Dios.» «Huye de la esposa que domíne en nombre
de su dote; no la retengas si se vuelve insoportable», etc.
A finales del siglo xvi ya se consideraba esta moral insu­
ficiente; por ello se propuso a los niños los cuartetos de Pibrac,
escritos con un sentido más cristiano, edificante y moderno. No

45 Ver infra, II parte, cap. II. Dísticha de moribus ad filium. tradu


cido en verso, en francés, por Fran^ois Hubert (1559).
obstante, los cuartetos de Pibrac no reemplazaron al seudo-
Catón, sino que se agregaron a él sólo hasta principios del
siglo xix: las últimas ediciones escolares contienen aún los dos
textos. El seudo-Catón, e igualmente Pibrac, caerán juntos en
el olvido.

A esta evolución del sentimiento de la infancia durante el


siglo xvn corresponde una nueva tendencia de la devoción y
de la iconografía religiosa. En ella también el niño o c u p a rá
un lugar casi central.
La pintura, el grabado y la escultura religiosa dan, a partir
de principios del siglo x v i i , una gran importancia a la repre­
sentación del Niño Jesús, solo, y no ya junto a la Virgen ó entre
la Sagrada Familia. Como se ve en el Van Dyck de Dresde, el
Niño Jesús tiene una actitud simbólica: pone el pie sobre la
serpiente, se apoya en un globo, tiene una cruz en la mano
izquierda y con la otra mano bendice. Sobresale, ese niño do­
minador, en los pórticos de las iglesias (en la Dalbade de Tou-
louse). Se crea una devoción particular a la Santa Infancia,
preparada, siquiera iconográficamente, por todas las sagradas
familias, por las presentaciones y circuncisiones de los siglos xv
y xvi. Pero cobra durante el siglo xvn un acento muy diferente.
El tema ha sido bien estudiado. Quisiéramos únicamente indi­
car a continuación la relación que se estableció en seguida entre
esta devoción •de la Santa Infancia y el amplio movimiento de
interés por la infancia, de creación de escuelas elementales y
de colegios, de preocupación pedagógica. El colegio de Juilly
fue dedicado por el cardenal de Bérulle al misterio de Jesús
niño49. Jacqueline Pascal, en su Reglamento para las niñas
pensionistas de Port-Royal, inserta dos oraciones, una de las
cuales 50 es también «en honor del misterio de la infancia de
Jesucristo». Esta plegaria merece ser citada: «Sed como niños
recién nacidos.» «Haced, Señor, que seamos siempre niños por
la sencillez y la inocencia, como lo son la gente del mundo por
la ignorancia y la debilidad. [Aparecen aquí los dos aspectos
del sentimiento de la infancia durante el siglo xvm, la inocen-
49 H . B kem qnd, Histoire liltéraire du Sentiment religieux, tom o III,
1921, pp. 512 y 55.
50 J a c q u e l i n e P a sc a l, op. cit.
cia que hay que conservar y la ignorancia o debilidad que hay
que suprimir o razonar.] Dadnos una infancia santa, que el
transcurso de los años no pueda arrebatarnos y de la cual nunca
pasemos, ni a la vejez del antiguo Adán, ni a la muerte del
pecado; sino que nos haga más y más nuevas criaturas en
Jesucristo y que nos conduzca a su inmortalidad gloriosa.»
Una religiosa del Carmelo de Beaune, Marguerite du Saint-
Sacrement, gozaba de gran reputación por su devoción a la
Santa Infancia. Nicolás Rolland SY fundador de escuelas ele­
mentales a finales del siglo xvn, peregrinó a la tumba de dicha
santa. En esa ocasión recibió de la priora del Carmelo «una
imagen de Jesús niño que la venerable Hermana Marguerite
honraba con sus plegarias». Los institutos docentes que se fun­
dan, se colocan bajo la protección de la Santa Infancia, así
como los colegios oratorianos del cardenal de Bérulle: el padre
Barré presenta en 1685 los Statuts et Réglements de las Escue­
las cristianas y caritativas del Santo Niño Jesús, Las Damas
de Saint-Maur, modelo de congregaciones docentes, se llaman
oficialmente Instituí du Saint-Enfant-Jésus. El primer sello de
la Institución de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, de
los Fréres' ignorantins *, fue el Niño Jesús llevado de la mano
por San José.
Aparecen también frecuentemente en la literatura moral y
pedagógica del siglo xvn ciertos pasajes del Evangelio donde
Jesús hace alusión a Jos niños; por ejemplo, en L’Honnéte
Gargon, citado anteriormente52; «Puesto que el Señor de los
Señores pide a los pequeños inocentes que se acerquen a Él,
yo no creo que ninguno de sus súbditos tenga derecho a re­
chazarlos.» La plegaria que inserta Jacqueline Pascal en sus
Reglamentos para las niñas de Port-Royal parafrasea las frases
de Cristo; «Sed como niños recién nacidos.» «Si no os volvéis
como los Niños, no entraréis en el Reino de los cielos.» Y al
final de esta plegaria recuerda un episodio del Evangelio que
conocerá una nueva popularidad: «Señor, dadnos la gracia de

51 R i g a u l t , Histoire genérale des Fréres des Ecoles chrétiennes, ' 1937,


tomo I.
* Se los llamaba así en Francia porque, al no ser sacerdotes, no tenían
obligación de saber latín. En España, se los conoce popularmente por
«los failes del* babero» (N. del T.).
52 M. d e G r e n a i l l e , op. c it.
poder estar entre los Niños que Tú llamas para que se acer­
quen a Ti y de cuya boca extraes tus alabanzas.»
La antigua iconografía no desconocía completamente la es­
cena a la que se hace alusión, en la que Jesús pide que se deje
que los niños pequeños se acerquen a ÉL Ya tuvimos la opor­
tunidad 53 de dar a conocer esa miniatura otomana en la que
los niños que están alrededor de Cristo han sido representados
como si fueran adultos, pero de menor tamaño. Se reconocen
también representaciones de esa escena en las Biblias morali­
zadas del siglo xiii; sin embargo, no son frecuentes y se las
considera como ilustraciones banales, sin que de ellas se des­
prenda ningún sentido ni fervor. Por el contrario, desde finales
del siglo xvi esa escena se repite con frecuencia, principalmen­
te en el grabado, y es evidente que corresponde en .lo sucesivo
a una forma nueva y especial de devoción. Ello se manifiesta
viendo la hermosa lámina de Stradan cuya obra grabada inspi­
ró, como se sabe, a los artistas de su época54. La leyenda inspira
el tema: Jesús parvulis oblatis imposuit manus et benedixit
eis (Mt, 39; Me, 60; Le, 18). Jesús está sentado. Una mujer
le presenta a sus hijos: dos putti desnudos. Otras mujeres y
niños esperan..Se observará que el niño aquí está acompañado
por su madre: en las representaciones medievales, más confor­
mes a lá letra del texto, el cual no impresionaba tanto su ima­
ginación como para incitarlos a inventar, los niños estaban
solos alrededor de Cristo. Aquí el niño no está separado de su
familia, señal de la nueva importancia que adquiere la familia
en la sensibilidad. Una pintura holandesa de 1620 reproduce
la misma escena5s. Cristo está sentado en el suelo, en cucli­
llas, en medio de una multitud de niños que se apretujan a su
alrededor. Unos están todavía en los brazos de su madre. Otros,
desnudos, se divierten y se pelean (las riñas de los putti son un
tema frecuente de esa época), o lloran y gritan. Los niños ma­
yores, más reservados, juntan las manos. La expresión de Cristo
aparece sonriente y atenta: esa mezcla de regocijo y de ternura
que adoptan las personas mayores para hablar a los niños en
la época moderna, en el siglo xix. Cristo pone una mano en­
cima de una de las cabecitas y la otra la levanta para bendecir
53 Ver supra, I parte, cap. II.
54 Stradan (1523-1605), grabado, Gabinete de Estampas, B. N., París,
Cc9 ¡n í.c, p. 239.
53 Volckert (1585-1627) reproducido en B e r n d t , n.° 871.
a otro niño que se precipita hacia É l . Esta escena se popula­
riza: probablemente se daba un grabado de esa escena a los
niños como estampa piadosa para su uso, como se hará más
adelante con las estampas de primera comunión. En una expo­
sición dedicada a la imagen del niño56, realizada en Tours
en 1947, se consigna en su catálogo un grabado del mismo
tema del siglo xviii.
En lo sucesivo existe una religión para los niños y una de­
voción nueva les está prácticamente reservada: la del Ángel
de la Guarda. «Agrego aún —se lee en L ’Honnéte Garcon 57—
que, aunque todos los hombres están acompañados de esos
bienaventurados espíritus que se vuelven sus ministros, para
ayudarles a hacerles capaces de recibir la herencia de la salva­
ción, parece ser, sin embargo, que Jesucristo sólo concedió a
los niños la ventaja de tener Ángeles de la Guarda. No es que
nosotros no . participemos de este favor; mas la virilidad se le
debe a la infancia.» Por su parte, los ángeles prefieren la «fle­
xibilidad» de los niños a la «rebelión de los hombres». Fleury,
en su Traité des Études,. de 1685 afirma que «el Evangelio
nos prohíbe despreciarlos [a los niños] debido a esa elevada
consideración que ellos tienen de los ángeles bienaventurados
que les protegen». Se vuelve familiar en la iconografía de los
siglos xvi y xvii la figura del alma guiada por un ángel y re­
presentada bajo la apariencia de un niño o de un adolescente.
Se conocen innumerables ejemplos, como el del Dominiqui-
no 59 de la pinacoteca de Ñápales: un niño pequeño en camisón
de faldones está siendo defendido por un ángel, muchacho un
poco afeminado de trece o catorce años, contra los ataques del
demonio, un hombre de edad madura que le acecha. El ángel
pone su escudo entre el niño y el hombre de edad madura, ilus­
tración inesperada de esta frase de L ’Honnéte Garcon: «Dios
domina la primera edad, pero el demonio domina en muchas
personas'las mejores partes de la vejez, así como de la edad
que el Apóstol llama perfecta.»
En antiguo tema de Tobías guiado por el ángel simboliza
en lo sucesivo la pareja formada por el alma-niño y su guía, el
Ángel de la Guarda. Véase el hermoso lienzo de Tournier ex­
56 Catálogo n.r’ 106.
57 M . d e G r e n a i l l e , op. cit.
53 F l e u r y , Traité du choix et de la méthode des études, 16 86 .
59 Ñapóles, Pinacoteca.
puesto en Londres y en París (1958) y el grabado dé Abraham
Bosse 60. En un grabado de Mariette 61, el ángel muestra al niño
a quien está guiando la cruz en el cielo, transportada por otros
ángeles.
Este tema deí Ángel de la Guarda del alma-niño servía
como decoración de las pilas bautismales: he podido darme
cuenta de ello en una iglesia barroca de Alemania meridional,
la iglesia de la Cruz de Donauwórth. La tapa de la pila tiene
en su parte superior una esfera alrededor de la cual se enrolla
la serpiente. Encima de la esfera, el ángel, un jovencito un
poco afeminado, guía al alma-niño. En realidad, no se trata
solamente de una representación simbólica del alma bajo la
tradicional apariencia del niño (idea, por otra parte, rara y me­
dieval, la de recurrir al niño para figurar el alma), sino de la
ilustración de cierta devoción propia de la infancia y derivada
del sacramento del bautismo: el Ángel de la Guarda.
Este período de los siglos xvi y xvn fue también el de los
niños modelo. El historiador del colegio de los jesuítas de La
Fleche 62 relata, según los Anales de la Congregación de La Fle­
che de 1722 (por tanto, unos cincuenta años después del acon­
tecimiento), la vida edificante de Guillaume Ruffin, nacido el
19 de enero de 1657, y quien a los catorce años, en 1671, esta­
ba en cuarto año de bachiller [francés]. Pertenecía, claro está,
a la Congregación [asociación piadosa reservada a los buenos
alumnos y colocada bajo la advocación de la Virgen. Yo creo
que todavía existe en los colegios de jesuitas]. Guillaume Ruf­
fin visitaba a los enfermos y distribuía limosnas a los pobres.
En 1674 terminaba su primer año de filosofía (había dos),
cuando enfermó. La Virgen se le apareció dos veces. Había
sido advertido de la fecha de su muerte, «el día de la fiesta
de mi bondadosa Madre», el día de la Asunción. Confieso que
no pude evitar, leyendo este texto, un recuerdo divertido de mi
propia infancia, en un colegio de jesuitas donde algunos hacían
campaña por la canonización de un alumno pequeño, muerto
algunos años antes en olor de. santidad, por lo menos según la

60 Tournier, El Ángel de la Guarda, Narbona, 1656-1657. Exposición


Petít P2 Íais, París, 1958, n.° 139. Abraham Bosse, grabado, Gabinete de
Estampas, Ed 30 a in f.\ GD 127.
61 Mariette, grabado, Gabinete de Estampas, B, N., París. Ed 82 in f,°.
*“ C. d e R o e h e m o n t e i x . Un Collégs de Jésuites aux X V lIe~XVIIIe
s i é c le s . L e c a l l é g e H e n r i I V de L a F l e c h e , 4 vols., Le Mans. IS89.
opinión de su familia. Muy bien se podía llegar a la santidad
durante una vida corta y sin prodigios excepcionales, sin pre­
cocidad particular, sino, por el contrario, gracias a la mera
conservación de la inocencia inicial. Tal fue el caso de San
Luis Gonzaga, citado frecuentemente por la literatura del si­
glo x v i i que trata de problemas de la educación.
Además de la vida de los niños santos, se da a los escola­
res, como tema de edificación, la juventud de los santos, o los
remordimientos de su libertina juventud. En los Anales del
colegio de los jesuitas de Aix, de 1634, se puede leer: «A nues­
tra juventud no le faltaron sus predicaciones, dos veces por
semana, durante la cuaresma. Fue el rector, el P. de Barry,
quien les dio dichas exhortaciones, tomando como tema las
acciones heroicas de la juventud de los santos.» En la prece­
dente cuaresma de 1633 «dicho rector había tomado como
tema los remordimientos de la juventud de San Agustín» 63.
En la Edad Media no existían fiestas religiosas de la infan­
cia, salvo las grandes fiestas estacionales, que eran frecuente­
mente más paganas que cristianas. A partir del siglo xv, como
ya hemos observado, ciertos episodios, como el de la Presenta­
ción de la' Virgen y particularmente el de la Circuncisión, eran
pintados por los artistas reuniendo alrededor de estos episodios
a mayor número de niños de los que habitualmente están pre­
sentes en las multitudes de la Edad Media o del Renacimiento.
No obstante, si bien en la iconografía esas fiestas se convir­
tieron en fiestas de la infancia, ya no podían desempeñar ese
papel en la devoción real, sobre todo en la devoción purificada
del siglo xvn francés. La primera comunión se irá convirtiendo,
poco a poco y progresivamente, en la gran fiesta religiosa de la
infancia, como sigue siendo hoy día, incluso en los lugares
donde no se observa ya con regularidad la costumbre cristiana.
La primera comunión ha sustituido hoy día a las antiguas fies­
tas folklóricas abandonadas. A pesar de la descristianización,
la persistencia de dicha fiesta se debe quizá al hecho de que
es una fiesta individual del niño y que se celebra colectiva­
mente en la iglesia, pero sobre todo en privado, en la familia:
las fiestas más colectivas son las que han desaparecido más
rápidamente.

63 M é c h i n , Annales du collége royal Bourbon-Aix, 2 vols., 1892.


tomo I, p. 89,
La celebración solemne de la primera comunión es una con­
secuencia de la mayor atención concedida, en particular en
Fort- Roy al, a las condiciones requeridas para recibir debida­
mente la Eucaristía. No se trataba tanto de dar la comunión
con menos frecuencia como de prepararla mejor, de manera
más consciente y eficaz. Probablemente, antaño, los niños re­
cibían la comunión sin preparación especial, cuando comen­
zaban a ir a misa, y probablemente bastante pronto, a juzgar
por las costumbres de precocidad y la mezcla de niños con
adultos en-la vida cotidiana. Jacqueline Pascal, en los Regla­
mentos de las niñas de Port-Royal, ordena que se evalúe bien
la capacidad moral y espiritual de las niñas antes de permitir­
les recibir la comunión y de prepararlas a ella con mucha an­
ticipación «No se dejará comulgar a las niñas muy jóvenes
y particularmente a las que son juguetonas, ligeras y que tie­
nen algún Vicio notable. Hay que esperar que Dios haya opera­
do en ellas algún cambio y es bueno aguardar bastante tiempo,
un año o siquiera seis meses, para ver si sus acciones producen
efectos. Porque yo nunca he lamentado retrasar a las niñas,
ya que eso ha servido para que adelantasen más en la virtud
las que estaban bien preparadas y para conocer la poca prepa­
ración de las que no lo estaban todavía. Nunca serán excesivas
las precauciones tomadas para la primera comunión: ya que
todas las demás dependen frecuentemente de ella.»
En Port-Royal, la primera comunión se celebraba después
de la confirmación: «Cuando nos llegan niñas que no han sido
confirmadas [...] si no han hecho tampoco su primera co­
munión, nosotros, de ordinario, la diferimos hasta después de
la confirmación, para que una vez llenas del espíritu de Jesús,
estén mejor preparadas para recibir su Cuerpo Santo.»
Durante el siglo xvnt, la primera comunión se transformó
en una ceremonia organizada en los conventos y colegios. El
coronel G érard63 nos relata en sus Memorias sus recuerdos
sobre las dificultades de su primera comunión. Había nacido
en 1766, en una familia pobre con seis hijos. Huérfano, tra­
bajaba desde la edad de diez años como criado, cuando el vi­
cario de su parroquia, que se interesaba por él, le envió a la
abadía de Saint-Avit, donde llegó a ser capellán auxiliar. El

w Jacqueline P a s c a l , op, cit.


63 Les Cahiers du colonel Gérard (Í766'1846)t 1951.
capellán principal era un jesuíta que le tomó ojeriza. Debía
de tener Gérard aproximadamente quince años cuando se le
permitió hacer su primera comunión; la expresión es múy co­
rriente: «Se decidió que yo haría mi primera comunión al
mismo tiempo que varios pensionistas. La víspera de ese día,
yo estaba jugando con el perro del corral cuando M. de N., el
jesuíta, pasó por allí. ¿Habéis olvidado —exclamó— que maña»
na vais a recibir el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor? La
abadesa me hizo llamar .y me dijo que yo no participaría a la
ceremonia del día siguiente.» «Tres meses después de haber
hecho mis penitencias [...] hice mi primera comunión. Cuando
terminé el quinto año [de estudios] se me ordenó comulgar
todos los domingos y los días de guardar.»
La primera comunión pasó entonces a ser la ceremonia que
subsiste hoy día. Desde mediados del siglo xvm se tenía la
costumbre de perpetuar su recuerdo con una mención en una
estampa piadosa. En 1,931 se expuso en Versailles w un grabado
que representaba a San Francisco de Asís. En el dorso alguien
había escrito: «Como prueba de la primera comunión de Fran-
sois Bertrand, el 26 de abril de 1767, domingo de Cuasimodo,
en la parroquia Saint-Sébastien de Marly. Barail, cura de Saint-
Sébastien.» Se trataba no sólo de una costumbre piadosa, sino
además de un certificado inspirado en los actos oficiales de
catolicidad. '
Ya sólo faltaba acentuar su solemnidad mediante el uso de
un traje especial desde el siglo xix.
La ceremonia de la primera comunión se volvió la mani­
festación más visible del sentimiento de la infancia entre el
siglo xvn y finales del xix. Dicha ceremonia celebra simultá­
neamente los dos aspectos contradictorios de dicha infancia:
su inocencia y su razonable apreciación de los misterios sa­
grados.

66 Exposición: «Niños de antano», Versalles, 1931.


CONCLUSION
LOS DOS SENTIMIENTOS
DE LA INFANCIA

En la sociedad medieval, que tomamos como punto de par­


tida, ei _sentimienfo’~3eHá"ihfancia no existía, lo cual no signi­
fica que los nipos estuvieran descuidados, abandonados7 o füfe-
rari despreciados. El sentimiento de'laTinfancia 'no 'se~cgñfumjg
con el afecto por los niños, sino que corresponde a la con-
ciencía dela_particularjda^^ particularidad que distin­
gue esencialmen te al niño del adulto, incluso joven* Dicha con­
ciencia no existía. Por ello, en cuanto* el ~hiño* podia_j3asar.se
sin la solicitud constante de su madre, de su nodriza o de su
nana, pertenecía a la sociedad de los adultos y no se ~cíistifl­
ama va; de ellos,.Hoy día, dicha sociedad de adultoF nos pa-
rece, con mucha frecuencia, pueril; se trata quizá de una
cuestión de edad mental, pero también de edad física, porque
estaba compuesta en parte por niños y jo vencí tos. El idioma
no daba al término niño el sentido' restringido que nosotros
le atribuimos en lo sucesivo: se decía «niño» como ahora se
dice «muchacho» en el lenguaje común. Esta falta de preci­
sión de la edad se extendía a toda la actividad social: juegos,
oficios, milicia. No hay representación colectiva en la que no
tengan cabida los niños pequeños y los más grandecitos, acu­
rrucados, uno o dos, en la «bolsa» colgada al cuello de las
mujeres *; orinando en un rincón; o interpretando su papel en
una fiesta -tradicional; como aprendices, en el taller, o como
pajes sirviendo al caballero, etc.
El chiquitín, aún demasiado frágil para mezclarse en la vida
de los adultos, no cuenta; cierta frase de Moliére atestigua la
subsistencia en el siglo xvn de una antiquísima mentalidad.
El Argan de Le Malade imaginaire tiene dos hijas, una en edad
de caasrse y la otra, chiquita, Louison, que empieza ya a hablar
y a andar. Sabemos que, para desalentar los amores de su hija
mayor, el padre amenaza con encerrarla en un convento. Su
hermano le dice: «¿Por qué, hermano, mío, teniendo los bienes
que tú tienes y teniendo sólo una hija, pues a la chiquita no la
cuento, por qué, te pregunto, hablas de meterla en un con­
vento?»2. La chiquita no contaba porque podía morir a cada
instante. «He perdido dos o tres hijos, que se criaban fuera,
no sin dolor, pero sin enfado», reconoce Montaigne3. En cuan­
to el niño salvaba ese período de elevada mortalidad y en
donde su supervivencia era improbable, se le ponía con los
adultos.

Las frases de Montaigne y d eM o li ér e atestiguan la sub­


sistencia de-está, actitud arcaica con respecto a la infancia. Se
trata.de la supervivencia de úna "actitud tenaz, pero amenazada.
Desde_el_ siglo,ja y ,. cierta tendencia del gusto procuria expresar
en_el„ arte; en la.jponografía','~'en la devoción (el culto a los
muertos), la personalidad que se reconocía a los niños, y el
sentido^poétícoy Tamiliar* qüT™se~rátribüía ’á"su particularidad'."'
^iji^'seguido^esta evolución, délputto, del retrato„.del niño,
inclusjp del niño muerto a corta edad. Dicha_evolucióo„ileva..
a_7dar al niño, al chiquitín (al menos donde surge ese senti­
miento, es decir, en las capas__superiores de la sociedad), du-
1 P . M tCH a u l t , Doctrinal du te m p s présent, ed. T h . W alt o n , 1931,
p . 119.
«P u is v e c y u n e fe r a m e grau sse,
P ou rtan t djcux e n f a n t s e n sa trousse .»
[Después vi a una mujer corpulenta, / que llevaba dos niños en
su bolsa.]
P in tu r a de V an Laer (1 5 9 2 -1 6 4 2 ) r e p r o d u c id a en Berndt, n.° 4 6 8 .
2 Le Malade imaginaire, acto III, escena III.
3 Montaigne, Essais, II, 8.
rante los siglos xvi y. xvii, un traje especial que lo distinguía
dé los "adultos. Esta especialización del traje de los niños, y
principalmente dé* los ' varoncitosy-atestigaar"en~~üñir~sbciedad
donde las formas exteriores-y el traje tenían gran importancia,
el cambio ocurrido con respecto a los niños: éstos—cuentan,
mucho más de lo que cree el hermano de Le Malade imaginaire.
Efectivamente, éif~está~obrar'que parece tan severa para con
los niñitos como ciertas frases de La Fontaine, hay toda una
conversación entre Argan y la pequeña Louison: «¡Eh, mirad­
me! — ¿Qué queréis, papá? — Aquí. — ¿Qué? — ¿No - tenéis
nada que decirme? Para entreteneros os contaré, si queréis, el
cuento de Piel de Asno, o-la fábula del Cuervo y la Zorra que
me han enseñado hace poco.» Surgió un sentimiento nuevo
d e ja infancia en el que el niño se convierté7 por su~ingenuidad,
su desparpajo y su 'gracejó',"eñ~üna 'fuente”'de^divei^iorí”y^de
esparcimiento para "el“adulto, ló”que si" podría llamar el_« mimo­
seó:». Es' af principió un” sentimiento”dé‘ mujeres,_de„J^§„mujeres“
encargadas del cuidado''denlos-niños, madres o nodrizas. En
la edición del siglo xvi de Le Grand Propriétaire de toutes
choses podemosi. leer lo siguiente referente a la nodriza4: «Ella
'se alegra ‘ cuando el niño está alegré, y se compadece de él,
cuando está enfermo; le levanta cuando, se cae, le sujeta cuan­
do se mueve y le lava y le limpia cuando está sucio.» Educa
al,.niño.,y_«le enseña a hablar, pronuncia las palabras como si
fuera tartamuda para que aprenda mejor y más_pronta--a~Ka-
blar le carga en sus brazos, a hombros, luego en sus ro­
dillas para distraerle cuando llora;"ella"'masticá'la*~carhe~páfá
el niño cuando, él no tiene dientes,-con1eKfin de qué’lo "tragúe
sin peligro y con provecho”/e lla distrae a dicho niño para dor­
mirle y le faja los miembros para mantenerlos rectos con el fin
de que el cuerpo no tenga ninguna curvatura, le baña y le
frota1para nutrir su carne...». Tomás Moro nos pormenoriza
las imágenes, de la primera infancia, del colegial a quien su
madre/envía a la escuela: «Cuando-el niño no se levantaba a
tiempo, sino que”se hacía» el remolón en la cama, cuando, una
vez levantado, lloraba porque estaba retrasado y sabía que en
Ia‘ escuela le iban a pegaj; por eso, su madre le decía que eso
sólo ocurría los' primeros días, qpe tendría tiempo de llegar,

4 Le Grand Propriétaire de, toutes ch o ses/ traducido al francés por


J. Corbíchon, 1556.
y agregaba: "Vete, hijo mío, te lo prometo, yo misma le ad­
vertí a tu maestro; toma tu pan con mantequilla, ya verás que
no te pegará.” De esta manera le enviaba a la escuela lo bas-
tante reconfortado como para que no llorase por dejarla a ella
en la casa; pero la madre no llegaba al fondo del problema, y el
niño que se retrasaba no se salvaba de la paliza» 5.
Este pequeño juego de los niños debió siempre cautivar
a las madres, nodrizas, «nanas», pero correspondía al amplio
territorio de los sentimientos que no se expresan. En lo suce­
sivo ya nadie dudará en admitir el encanto que suponen los
gestos y «monerías» de los- niños, y en juguetear (mignoter)
con ellos. Mme. de Sévigné reconoce, no sin afectación, todo
el tiempo que pasa entreteniéndose con su nieta: «Estoy leyen­
do el descubrimiento de las Indias por Cristóbal Colón, que
me distrae mucho; pero vuestra hija me gusta todavía más. La
quiero tanto..., acaricia vuestro retrato y le mima con tanta
gracia que tengo que besarla .rápidamente» 6. «Hace una hora
que estoy jugando con vuestra hija, es muy graciosa,» «La he
llevado a que la corten el pelo. Está peinada de manera extra­
vagante y este peinado está hecho para ella, Su tez, su cuello
y su cuerpecjito son admirables. ^Ella hace mil cositas: habla,
acaricia, hace la señal de la cruz, pide perdón, hace la reveren­
cia, besa la mano, se encoge de hombros, baila, halaga, coge
la barbilla: en una palabra, es graciosa para todo. Me divierto
con ella horas enteras, y como temía el contagio, agregaba con
una ligereza que nos sorprende, porque, para nosotros, la muer­
te de los niños es una cosa seria con la que no se bromea: «Yo
no‘ quiero que se muera.» Pues ese primer sentimiento de la
infancia se adaptaba, como ya hemos visto en Moliere, a cierta
indiferencia, o más bien a la indiferencia tradicional. La mis­
ma Mme. de Sévigné describe así el duelo de una madre:
«Mme, de- Coetquen acababa de recibir la'noticia de la muerte
de su -nieta, y-se desmayó. Está muy afligida y dice que nunca
más tendrá otra tan bonita.» Pero a Mme. de Sévigné le pare­
ce quizá que la madre no tiene corazón, puesto que agrega:
«Pero su imarido está muy afligido» 7.

,s Citado p o r Ja r m a n , Landm arks in íhe history of education, Londres,


1951.
6 Mme. de- SéviCNÉ, Lettres, 1 de abril de 1672,
7 Mme. d e S é v i g n é , Lettres, 19 de a g o s t o de 1671.
Conocemos aún mejor ese sentimiento gradas a las reac­
ciones críticas que provocó a finales del siglo xvi, y particu­
larmente en el siglo xvn. Algunas personas murmuradoras juz­
garon insoportable la atención que por entonces se concedía a
los niños: sentimiento muy nuevo que es como el negativo del
sentimiento de la infancia, del mimoseo. Esta irritación es la
causa de la hostilidad de Montaigne':-' «No puedo aceptar esta
pasión que consiste en abrazar a los niños recién nacidos, cuya
alma no tiene movimiento y cuyo cuerpo carece de forma re­
conocible,-que los hagan dignos de ser estimados, y tampoco
aguanto de buen grado que se los críe en mi presencia.» Mon­
taigne no admite que se quiera a los niños «para nuestro en­
tretenimiento, como si fueran monos», con los que uno se di­
vierte con sus «pataleos, juegos y tonterías pueriles». Lo que
ocurre es que la gente, a su alrededor, se ocupaba demasiado
del niño ®.
Otro testimonio de esta mentalidad, un siglo después, es el
de Coulanges, primo de Mme. de Sévigné9. Se puede apreciar
cómo le exasperaba el mimoseo de sus amigos y parientes, de
los «padres de familia», a quienes dedicó la siguiente canción:

P cur bien élever vos enfans


N ’épargnez précepteur ni mié;
Mais, jusques á ce q u ’iís soient grands,
Faites-Ies taire en compagnie.
Car ríen ne donne tant d'ennui
Que d'écouter l'enfant d'autruy.
Le Pére aveugle croit toujours
Que son fils dit choses exquises,
Les autres voudraient étre sourds
Q ui n ’entendent que des sottises,
Mais ií faut de nécessité
Appiaudir l ’enfant gasté.
Q uand on vous a dii d ’un bon ton
Q u ’il est joly, qu'il est bien sage,
Q u ’on luy a dcnné du bon bon
N ’en exigez pas davantage,
Faites-luy faire serviteur
Aussi bien q u ’á son Précepteur.

3 M on taigne , Essais. II, 8.


g C oulanges . Chansons choisies, 1694.
Qui croírait q u ’avec du bon sens
Ouelqu’un put s'aviser d'écrire
A des marrnousets de trois ans
Qui de quatre ans ne scauront lire.
D ’un pfere encor derniérement
Je vis ce fade amusement.
Sachez encore, mes bonnes gens
Que ríen n ’est plus insupportable
Que de voír vos petits enfans
En rang d’oignon a la grande table
Des morveux qui, le mentón gras
Mettent les doigts dans tous les plats.
Q u’ils mangent d ’un autre costé
Sous les yeux d'une gouvemante
Qui leur presche la propreté
Et qui ne soit point indulgente
Car on ne peut trop promtement
Apprendre a manger proprement *.
Veamos la siguiente invitación dirigida por un padre de
familia que da una cena a M. de C.:
Emportez votre fíls
Et ne vous montrez pas nourrice,
Qu'on fasse manger les petits
Et leur Précepteur a roffice,
Car aujourd’hui diñe céans
Le fléau des petits enfants **,

Conviene fijarse en que ese sentimiento de exasperación es


tan nuevo como el mimoseo, pero ajeno aún a la indiferente
* [Para educar bien a vuestros hijos / no ahorréis preceptor ni
amigo; / pero hasta que sean mayores, / cuando haya visita hacedlos
callar, / ya que nada aburre tanto / como al hijo ajeno escuchar. / / El
padre, ciego, cree siempre / que su hijo dice eos as exquisitas, / los
demás desearían ser sordos / para no oír más tonterías, / pero por
necesidad es necesario / aplaudir al consentido niño. / / Cuando de
buena manera se os ha dicho / que (et niño) es encantador, que es
tranquilo, / y que se le ha dado caramelos, no exijáis más, / haced que
haga el servicio / él y su preceptor. / / Quién creería que con sensatez /
alguien pudiera escribir / a chiquillos de tres años, / que a los cuatro
leer no sabrán. / Hace poco todavía, en un padre / vi ese insípido entre­
tenimiento. / / Sabed aún. buenas gentes, / que nada es más insoporta­
ble / como el ver a vuestros chiquillos / en hilera en Ja mesa grande /
mocosos que, con la barbilla grasienta / meten los dedos en todos los
platos. / / Que coman en otro lado / vigiladas por una niñera que los
predique la limpieza / y que no sea indulgente, / pues rápidamente no
se puede / aprender a comer limpiamente.]
** [Traed a vuestro hijo / pero no os mostréis nodriza / que se
promiscuidad de las edades de la sociedad medieval. Precisa­
mente Montaigne, Coulanges, así como Mme. de Sévigné, se
han sensibilizado ya a la presencia de los niños. Incluso debe­
mos observar que Montaigne y Coulanges son más modernos
que Mme. de Sévigné en la medida en que ellos estiman nece­
saria la separación de los niños. Ya no es bueno que los niños
-estén entre las personas mayores, particularmente en la mesa;
quizá porque, al actuar así, se los «echa a perder» y se vuelven
mal educados.
Por otra parte, Ios-moralistas ~y~~educadores del siglo xvn
comparten_.la jreticencia^de Montaigne y de Coulanges por el
mimoseo. El austero Fleury, erigü 'Traité~des~Étu¡feslaí ricTKabla
de manera diferente a la de Montaigne*. «Cuando se hace caer
a los niños en trampas, cuando dicen una tontería, sacando di­
rectamente una consecuencia de un principio impertinente que
se los ha dado, uno se ríe a carcajadas, se triunfa por haberlos
engañado, se los besa y se los acaricia como si hubieran hecho
todo bien [es el mimoseo]. Pareciera que los pobres niños sólo
hubieran sido creados para divertir a las personas mayores,
como si fueran perritos o monitos [las monas de Montaigne] .»
El autor del Galateo, ese manual de urbanidad tan difun­
dido en los mejores colegios, entre los jesuitas, habla como
Coulanges: «Fallan grandemente aquellos que no tienen nunca
otra conversación más que la de su esposa, sus hijos y la ni­
ñera. ¡Mi hijo me ha hecho reír tanto! Escuchad,..»
M. d'Argonne, en un tratado sobre la educación, la educa­
ción de M. de Moncade (1690) n, se queja también de que la
gente sólo se interesa por los niños chiquitines, por sus «cari­
cias» y «niñerías»; muchos padres «sólo consideran a sus hijos
mientras pueden divertirse y alegrarse con ellos».
Una observación importante: a finales del siglo xvm ese
mimoseo no estaba reservado a las personas de calidad, quie­
nes, por el contrario, comenzaban a abandonarlo bajo la in­
fluencia de los moralistas. Se revelaba dicho rasgo entre el
pueblo. J. B. de la Salle, en su Conduite des Bcoles chrétien-

haga comer a los niños / y a su preceptor en la antecocina / pues hoy


aquí come / la plaga de tos pequeñuelos,]
10 F le u r y . op. cit.
11 G. D e l l a C a s a , Calatée, traducción francesa de 1609, pp, 162-168.
12 D ' A r g o n n e , L'éducation de Monsieur de Moncade, 1 6 9 0 .
nes 13, constata que los niños de los pobres son particularmente
mal criados, porque «sólo hacen lo que quieren, los padres no
se ocupan de ellos [pero no por negligencia], idolatrándoles;
lo que quieren los niños, ellos lo desean también».
Podemos observar, entre ios-xaocalistas-.-y—educadores-del
siglo xvii, la fqrmación_de„otrp_senti.miento. de ja. infancia, que
Kémos analizado jen.Jjl— capítulo-precedente,--y -que-ha-, inspi­
rado toda la educación hasta el siglo xx, tanto en la ciudad
como en el campo, en la burguesía y en el. pueblo. El cariño por
los niños y su singularidad ya no se expresa a través del . en­
tretenimiento, la «niñada», sino por.el .interés psicológico y la
preocupación^ moral^ Él niño no es ni divertido ni agradable:
«Todo hombre siente en sí mismo esa falta de gracia de la
infancia que hastía la sana razón; esa afectación de la juventud
que se sustenta casi únicamente con objetos aún muy impre­
sionables y que no es más que un esbozo muy burdo del
hombre racional.» Así habla El discreto, de Baltasar Gracián,
tratado sobre la educación de 1646, traducido al francés en
1723 por un padre jesuíta14. «Sólo el tiempo .puede..sanar--de
la infancia y de la juventud, que son realmente las edades-de
tocTa*"imperfección.» Como vemos, esas opiniones deben ser
situadás en el'contexto de su época, y comparadas con. otros
textos;^ para'^podér“entenderlas. Se las ha interpretado como
uñíf-ignoranela-de- la-infancia-.-Hay.-.que-ver. más bien- el co-
mienm'deniir'sentimiento serio y auténtico de la infancia. Pues
ñd^üirviener~adaptársé a esa ligereza de la infancia: éste ha
sido el antiguo error. Para rectificarla, primeramente hay que
conocerla mejor, y los textos de fines del siglo xvi y del si­
glo xvii están llenos de observaciones de psicología infantilJ5.
Todos_se„esfuerzan .en„penetrar la mentalidad de los niños para
adaptar mejor a-su nivel los métodos de educación.! Cierto'~es
que existe un gran interés por los niños, testigos de la inocencia
bautismal, parecidos- -a* los -ángeles, próximos de Cristo qué
l e s a m a d o tiñto'rño'.Obstante:"ese'interés-exige.que isé' des­
arrolle ...en ellos..Ja.jrazóa~aúru.frágil,_que .se los convierta en
hombres razonables y cristianos. El tono es a veces austero,
13 J.-B. d e la S a l l e , Conduite des £co!es chrétiennes, Avignon, 1720.
14 B. G r a c j An , El discreto, Huesca, 1646; trad. francesa de 1723 de
P. de Courbeville, S. ).
15 Como puede verse en la Ratio de los jesuítas (1566) y en el Regla­
mento de Jacqueline Pascal para las niñas educadas en Port-Royal.
se hace hincapié en la severidad, en contraste con el relaja­
miento y las facilidades de las costumbres, pero no siempre. En
Jacqueline Pascal se aprecia incluso un humor y una ternura
explícitos. Hacia finales de siglo se busca conciliar la dulzura
con la razón. Según el abate Goussault, consejero del Parla­
mento, en su Portrait d’une honnéte jem m ew: «Familiarizarse
con sus hijos, hacerles hablar de todos* los temas, tratarlos como
personas razonables y ganárselos con la dulzura de un secreto
infalible para hacer de ellos lo que se quiera. Son plantas
jóvenes que es preciso cultivar y regar frecuentemente; unos
consejos dados oportunamente, unas pruebas de ternura y amis­
tad de vez en cuando, les conmueven y les animan. Unas
caricias, unos regalos, unas palabras de confianza y de cordia­
lidad impresionan su mente, y poco se resisten a esos medios
gratos y fáciles que harán de ellos personas de honor y de
probidad.» Ya que siempre se trata de hacer de esos niños
hombres de honor, probos, hombres razonables.
El primer sentimiento de la infancia — el mimoseo-— apa­
reció., en. „el ámbito "familiar, éñ el círculo de íos^niños. El ,.se~
gundo»- por-el..contrario, procedía 'Jde_una ..fuente, exterioj^js JLa
familia: de -los eclesiásticos o de los .legistas,. escasos^hasta
el.siglo-xvi, y - de. los numerosos moralistas .durante_el_;§iglo xvií,
preocupados p o r. fomentar. costumbres civilizadas, y ^razonables.
Estas personas se volvieron también sensibles al problema,
antaño descuidado, de la infancia, pero se negaban a ' consi­
derar a esos niños como juguetes encantadores, pues veían en
ellos a frágiles criaturas de Dios qué' había, simultáneamente,
que proteger y tomar juiciosas. Este sentimiento fue pasando,
a su vez, a la vida familiar.
Duránte el siglo x v iii encontramos, en la familia esos dos
elementos antiguos asociados a otro elemento nuevo: el inféré's’
PQr_la higiene. y.. la .salud_física. Los moralistas y educadores'
del siglo x v i i no ignoraban el cuidado del cuerpo. Se cuidaba
a los enfermos con abnegación (si bien con grandes precaucio­
nes para descubrir a los que simulaban), mas el único interés
por el cuerpo de aquellos que gozaban de buena salud era de
orden moral: un cuerpo mal fortalecido propendía a la molicie,
a la pereza, a la concupiscencia, ¡a todos los vicios!
La correspondencia del general de Martange con su mu-

16 Goussault, Le Portrait d ’une honnéte fem m e, 1693.


je r17 nos da una idea sobre cuáles eran las preocupaciones
íntimas de 'una pareja, un siglo aproximadamente después de
Mme. de Sévigné. Martange nació en 1722 y se casó en 1754.
Más adelante tendremos ocasión de volver a ocupamos de estos
textos. Martange se preocupa en adelante de todo lo que se
refiere a la vida de sus hijos, desde el mimoseo hasta la edu­
cación. Agrega un gran desvelo por su salud e incluso por su
higiene. Todo lo que concierne a* los hijos y a la familia se ha
convertido en algo tan serio como .digno de atención. El niño
ha conquistado un puesto central en la^ familia^ la cual se"" inte­
resa' no..sólo por_-.su porvenir, . su .futuro en j a sociedad7 sino’
también por su presencia y su mera existencia.

17 Corresponance inédite du gértéral de Martange, 17564782, ed. Bréard,

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