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Un escritor que
confundió su oficio
Tomaba el bate. Separaba los pies. Doblaba un poco las rodillas y
se concentraba. Cuando parecía listo para batear, la imaginación de
Rafael Acevedo había comenzado a inventar personajes y a recrear
historias. Sin mover el bate del hombro, se ponchaba.
Por su bien y el del equipo, decidió alejarse del terreno de juego.
Desde las gradas, el expelotero leía e imaginaba cuentos y poesías. Así
supo que sus habilidades estaban destinadas a la literatura y no, al
juego de pelota.
“Que yo recuerde, había cosas que hacía que no eran prácticas,
como estar imaginando en los lugares menos apropiados. Si la clase
era aburrida, yo estaba en otro planeta. Eso tiene que ver con una
disposición a la imaginación, a soñar en pajaritos preña’os. Por eso no
veía la bola, por estar pensando en esas cosas”, dice entre risas el
escritor, quien hoy practica el béisbol solo como pasatiempo.
Según el poeta, esta frustrada experiencia en los deportes, así
como cualquier vivencia negativa, enriquecen su trabajo literario. “Yo
trato de sufrir. Creo que, si uno no sufre, no puede escribir. Yo sé que
suena así como romántico, pero la gente que está satisfecha con la vida
no puede escribir. Si no fuera así, yo no podría crear cosas que vayan a
trascender. Algo tiene que haberte pasado en la vida que te haya
volado la cabeza para que te pongas a escribir cosas que se quedan. En
mi caso, fue el deporte”, manifiesta.
El autor del poemario Contracanto de los superdecidores opina
que todo el mundo nace con la necesidad básica de comunicación y
con los instrumentos para ser escritor. No obstante, aclara que no
siempre las experiencias determinan que alguien se decida por el arte
literario. “Creo que todo el mundo nace con la capacidad de ser
escritor, pero uno se hace a sí mismo. Hay una cuestión ahí de
disciplina que tiene que ver más con formación”, dice el exdirector de
la revista Filo de Juego, creada en la década de 1980 en Puerto Rico.
Por lo tanto, el también dramaturgo cree que, más allá de tomar
un taller de escritura creativa, no hay mejor escuela literaria que la
práctica. “Todo el mundo tiene inspiración. Hay días en los que se está
más inspirado o emocionado que otros, pero eso no determina que
uno sea escritor. Debe haber algo más. Suena como un pleonasmo,
pero la única forma que tú tienes de aprender a escribir es escribiendo.
Yo sé que hay gente que va a los talleres y piensa que allí aprendieron a
escribir, pero lo que hicieron fue adquirir disciplina. Un taller no te
hace escritor: te enseña a ser disciplinado”, opina.
El profesor de la Universidad de Puerto Rico sostiene que el
escritor debe, además, formarse por medio de la lectura de textos y el
estudio de la profesión. “Yo he escuchado barbaridades, como
escritores que no leen para no tener demasiada influencia de otros
escritores. Eso es contradictorio, no tiene sentido”, comenta, mientras
mueve su cabeza de un lado a otro en señal de desaprobación.
Para el autor de la novela Exquisito cadáver, premiada en el
certamen cubano Casa de las Américas, un escritor no nace destinado
a ese oficio. Manifiesta que tal vez puedan heredarse ciertos genes
familiares. “Por ejemplo, mi viejo escribía poesía humorística, pero yo
no lo supe hasta que estuve en la universidad. Cuando él era bien
joven, en la tercera década del siglo pasado, escribió una obra de
teatro. También leía mucho; siempre lo vi leyendo”, recuerda.
Asimismo, menciona que su hija ya comenzó a mostrar cierto
interés por la escritura narrativa. “Desde que tenía como cinco años,
ella podía estar haciendo cualquier cosa y de momento se ‘espaciaba’.
Eso era lo que yo hacía desde chiquito. En séptimo grado comenzó a
escribir una novelita. Fuera de eso, pues están los libros, está el papá
ese que va a un juego de pelota y está leyendo. Eso debe influir en
algo”, añade sonreído el escritor que es parte de Generación de los
Ochenta en Puerto Rico.
Precisamente, como seguidor de los juegos, aconseja a los nuevos
escritores a tomarse la escritura como un deporte, en el que urgen la
disciplina y la práctica. Por eso, recomienda: “Que se diviertan, que
hagan lo que les dé la gana, que no escriban lo que les pidan que
escriban. Que tengan absoluta libertad de creación, pero, sobre todo,
disciplina. Yo tengo la costumbre de escribir cuando me levanto y
antes de acostarme. Me levanto haciendo lo que me gusta y me acuesto
haciendo lo que me gusta”.
Entrevista a Marta Aponte Alsina
La escritura: un talento
que debe educarse
Más de cuarenta escalones de cemento y cuatro portones de rejas
anteceden la residencia del escritor húngaro Kalman Barsy, en la
avenida Universidad, en Río Piedras. El día de la entrevista llovía
copiosamente. La sombrilla, en mi mano izquierda, era el único apoyo
para subir los estrechos escalones. “Sigue subiendo hasta el final. Mi
apartamento es el último. Tengo que cerrar aquí. No es por mí; es por
los vecinos”, dijo Barsy para justificar la excesiva seguridad. “Me
queda cerca de la Universidad. Además, me ayuda a escribir”, comentó
sucesivamente acerca de su pequeña residencia de profesor.
En la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, Barsy da
talleres literarios en los que, según dice, intenta enseñar a los
estudiantes “a escribir medianamente bien. Ningún taller literario
puede darle el talento a una persona que no lo tiene. Eso no quiere
decir que no lo convierta en escritor, porque escritores hay muchos,
¿no?”, opina con un tono de voz un poco más alto, para poder
competir con el sonido de la lluvia afuera.
Para el padre de tres hijos y residente en Puerto Rico desde 1974,
cualquier persona puede aprender a escribir de forma correcta, pero,
para ser un buen escritor, se necesita mucho más que querer serlo.
“Una persona con empeño y con cero talento literario puede
convertirse en uno del montón. Este tipo de escritor puede ser
cualquier persona, pero uno bueno… ahí está la diferencia”, argumenta
el autor de novelas como La cabeza de mi padre, Naufragio y Verano.
Añade que, para escribir, no basta con poseer talento. “Si tienes
el talento y no tienes ese aprendizaje, eres como un alma sin cuerpo, o
sea, no hay manera de que ese talento encuentre una expresión. Para
que eso se dé, tienes que aprender del oficio que conlleva expresar ese
arte”, sostiene sin titubear. Para Barsy, esto aplica también a todas las
artes. “Si quieres ser músico y estudias música, puede que llegues a
tocar el instrumento correctamente, pero de ahí a Mozart, eso es
distinto”, comenta.
Además del campo artístico, el narrador compara la escritura con
el deporte. Asegura que a nadie se le ocurriría pensar que un
deportista podría ser campeón de natación sin antes pasar muchas
horas de su vida entrenando para desarrollar un estilo perfecto.
“Ahora, si alguien que no tiene un talento especial para la natación
solo practica, puede que llegue a competir en eventos importantes,
pero seguramente no llegará a ser el campeón del mundo. Ese solo lo
será el que tenga las dos cosas”, sostiene el también escritor de
literatura infantil.
Barsy, quien antes de terminar una carrera en Sociología y
Literatura comenzó a estudiar Leyes, Química y hasta Ingeniería,
argumenta que no hay una técnica para ser escritor. Sin embargo, sí
hay que saber unir dos elementos importantes: “Hay un oficio y hay un
talento, y los dos se deben conjugar. En todo aprendizaje, hay un oficio
y esa parte puede aprenderla cualquiera. Ahora, hay un salto
cualitativo que está nada más al alcance de los que tienen un talento
especial y ese talento sí es innato”, asegura.
Todo buen escritor, sentencia Barsy, tiene que educarse a partir
de la lectura de otros autores y al alimentar su propia curiosidad. “Hay
que leerlo todo, hasta las etiquetas de los productos. La gran
educación del artista es andar por el mundo con muchísima
curiosidad, con los ojos abiertos en todas las dimensiones posibles.
Hay que tener el ojo para ver lo que otro no ve”, insiste. Para dar
testimonio de lo que predica, confiesa que se compró una grabadora
digital, en la que graba cada detalle que observa y llama su atención.
“No quiero que se me olvide nada. Hay veces que veo muchísimas
cosas; hay días que no veo nada. Se me ocurrían ideas constantemente
y a veces se me olvidaban. Con la grabadora, ya no me pasa”, explica.
Cualquiera que escuchase a este narrador hablar pensaría que
comenzó su carrera desde muy joven; sin embargo, su primera
publicación ocurrió a sus cuarenta años. “Claro, hacía muchos años
que venía preparándome para ese momento, pero hubo una falta de
audacia para enfrentarme a la posibilidad de un fracaso. Siempre
pensaba ‘algún día’ y ese día no llegó tan temprano”, recuerda.
Luego de más de veinte años dedicados a la literatura, Barsy no
visualiza su vida sin escribir, aunque dice que no es una carrera que
recomendaría. “Escribir es como una segunda respiración, pero de
esto no se vive. Incluso, yo he pasado de moda. Con mi primera novela
tuve más éxito que con todas las demás. Claro, las cosas cambian y uno
nunca sabe...”, sostiene, mientras observa por la ventana que por fin
ha dejado de llover.
Entrevista a José Borges
Otro Borges en
la literatura
Era domingo por la mañana. Tomaba un café en un
establecimiento de Hato Rey, Puerto Rico, leía y esperaba. Esperaba
algún gesto, una mirada, algún comentario que le diera una idea para
un cuento histórico que escribiría.
Así, con una libreta y un lápiz en mano, José Borges, autor de la
novela Esa antigua tristeza, pasa muchos de sus días. No se conforma
con tener apellido de escritor. Borges quiere convertirse en uno de los
mejores narradores de Puerto Rico.
Su apellido, dice, lejos de ser una ventaja para desarrollarse en el
campo de las letras, es un peso más que siente al escribir. “A veces, me
incomoda, porque ven el apellido y creen que, si escribo un cuento,
debe ser un cuento como los de Borges o, si escribo algo remotamente
parecido a lo que él escribió, enseguida me lo recalcan. Muchas veces,
he pensado conseguir un seudónimo”, aclara.
Aunque Borges comenta que nació con el deseo de contar
historias, su interés en dedicarse a la escritura comenzó por
curiosidad. “Recuerdo que necesitaba un entretenimiento en ese
momento, así que decidí matricularme en un taller de cuentos de la
Universidad del Sagrado Corazón”, dice con un hablar pausado el
creador de la bitácora electrónica elblogdeborges.com.
Este taller de cuentos no solo lo motivó a seguir escribiendo, sino
que lo llevó a continuar estudios graduados en Creación Literaria de la
Universidad del Sagrado Corazón, en Santurce. Según dice, esta
preparación le ha servido para desarrollar disciplina y para escribir de
una forma más pensada. Dice tomar mejores decisiones ahora y ser
más consciente de cada palabra que escribe. “Es como una persona
que toca música de oído y después aprende a leer música. Solo con los
estudios un músico puede definir lo que está haciendo. Con la
escritura, sucede lo mismo”, opina Borges, quien ha tomado clases con
escritores como Marta Aponte Alsina, Luis López Nieves, Mario R.
Cancel y Ángela López Borrero.
De estos escritores, dice haber aprendido muchas de las técnicas
que utiliza. Con el deseo de escribir, afirma, con eso se nace. “Creo que
mi primer cuento lo hice a los cuatro años. Lo único que sabía escribir
era la letra e, así que todo mi cuento era sobre la letra e”, recuerda
sonreído. Añade que, a pesar de esta escasez en su escritura, pudo
narrarle a su madre una historia completa sobre lo que había escrito.
Aunque no recuerda de qué trataba ese primer cuento, Borges
describe esta experiencia como la única relación directa que tuvo con
la escritura creativa durante más de quince años. “Recuerdo que el
interés siempre lo tuve. Sin embargo, comenzaba a escribir, pero
nunca terminaba nada. No fue hasta que terminé mi bachillerato en
1993 que pude terminar mi primer cuento; no muy bueno, pero lo
terminé”, comenta.
Antes de dedicarse a la escritura, Borges quería ser piloto. Sin
embargo, esta carrera no fue todo lo emocionante que esperaba.
“Comencé a estudiar aviación, pero era aburrido. El despegue y el
aterrizaje los disfrutaba mucho, pero el resto, no. Hasta que un día, me
quedé dormido en un vuelo. Fue entonces que decidí cambiar de
profesión”, comenta entre risas, quien luego de este incidente decidió
estudiar Administración de Empresas. “Quizás, ahora, al mirar atrás,
me hubiese gustado estudiar algo relacionado con las artes libres, pero
ya es tarde…”, dice para tratar de justificar la decisión tomada.
Luego de este giro en su vida profesional, trabajó en hoteles y
restaurantes como cantinero, pero ninguno de estos empleos le daba la
satisfacción que buscaba. Hoy dice sentirse feliz de haber encontrado
su vocación en la escritura.
“Yo creo que uno nace escritor. Yo nací con ese deseo de contar,
con la imaginación… Con los estudios, puede mejorarse la técnica,
pero el deseo tiene que estar presente desde el principio”, opina el
escritor.
Aclara que, aunque la historia de la literatura está llena de
autores que no estudiaron Creación Literaria, esto se debió a que esta
opción no existía en los cursos académicos. “Estoy seguro de que, si
hubiesen tenido esta opción, la preparación de muchos autores sería
otra”, opina Borges sin titubear. Añade que este último dato refuerza
la teoría de que con el don de escribir se nace: “Pues, ¿cómo
justificaríamos la existencia de tantos buenos escritores que nunca han
pisado un curso de escritura creativa?”, dice.
Así, entre libros y el poder de la palabra, este apasionado por las
letras dice sentirse satisfecho. Por esa misma satisfacción, Borges aún
espera. Espera esa novela que lo llevará a alcanzar su próximo
proyecto: hacer de la escritura un trabajo a tiempo completo. Mientras
tanto, José Borges sigue escribiendo.
Entrevista a Mario R. Cancel
La locura: el mejor
don para ser escritor
Unos lo llaman “profesor”; otros, “historiador”. Algunos, más
resignados, han optado por llamarlo simplemente “Mario”. Aunque
para muchos es difícil coincidir en un adjetivo que lo describa, el título
que más defiende es el de escritor. Escribe poesía, cuentos, ensayos y
novelas. Ha publicado libros de Historia y columnas en diferentes
revistas. Su nombre es Mario R. Cancel y, a pesar de su imagen de
persona cuerda, él asegura que, para escribir, hay que evitar serlo.
“En la escritura hay que romper reglas. Hay que estar un poco
trastornado. Cuando digo esto, me refiero a evadir lo más posible los
sistemas de racionalidad, que nos obligan a actuar de una manera
lógica o del modo que la gente espera”, asegura.
Para el que ha dado clases de Creación Literaria en la
Universidad del Sagrado Corazón (USC), esa irracionalidad de la que
habla se desarrolla desde que se tiene el primer contacto con el
mundo. “Si partimos de que la escritura es una patología en la que
aparentemente somos disfuncionales, pues yo supongo que habrá
escritores que han nacido en las mejores condiciones para protestar
contra el mundo. El caso más concreto de un artista que nació en las
mejores condiciones para ser escritor fue Franz Kafka”, opina. Elabora
que Kafka, nacido en el seno de una familia de comerciantes judíos en
Praga, tuvo que convertirse en una persona evadida o irracional para
aceptar las situaciones a su alrededor, como el maltrato que recibía de
su padre. Para Cancel, si el entorno de Kafka hubiese sido diferente, su
experiencia con la escritura probablemente hubiese sido distinta.
El mismo Cancel podría servir de ejemplo, pues admite haber
nacido en las mejores condiciones para ser escritor. “Yo era un chico
que a los doce años me estaba leyendo La rebelión de las masas, de
Ortega y Gasset, o estaba leyendo Hombre mediocre, de José
Ingenieros. No digo que nací escritor, simplemente que los retos de la
vida eran buenos como para que los pasara por alto”, sostiene.
El profesor aclara que, aunque los escritores creativos deben
nacer en un ambiente que les promueva esa irracionalidad, es
necesario combinar esto con el estudio. “La escritura sin taller es
solamente media escritura o escribir a medias. Ni siquiera a personas
como Kafka o James Joyce (escritor irlandés), quien también puede
decirse que nació con el entorno para ser escritor, les faltó taller. Ellos
eran excelentes lectores. Eran personas que se prestaban a la página
con voracidad, que leían mucho”, aclara.
Cancel, cuya primera publicación literaria fue el libro de poesía,
Esos raros orígenes, no cree que exista una fórmula para convertirse
en escritor creativo sin haber nacido bajo las condiciones propicias
para serlo. Sin embargo, admite que la formación académica puede
crear otro tipo de escritor. “Yo creo que puede producirse un escritor
que evada la creatividad al máximo y que interprete la escritura como
un proceso mecánico. Sin embargo, no puede desarrollarse un escritor
creativo”, aclara.
Añade que ese procedimiento técnico del que habla es el que les
ha enseñado a sus estudiantes de maestría en la Universidad del
Sagrado Corazón. No obstante, dice que, si se trata de enseñarle a la
gente a ser un artista, eso no es posible. “Allí hay otros componentes
personales que, definitivamente, están al margen de la capacidad
pedagógica”, comenta.
A pesar de considerar los talleres literarios muy útiles para la
formación de todo escritor creativo, el también profesor de la
Universidad de Puerto Rico en Mayagüez admite que nunca tomó
clases para escribir. “El tipo de transferencia de información que se
hacía en los ochenta era de talleres no dirigidos. Se trataba de grupos,
pequeños colectivos de escritores jóvenes, que, sin el respaldo de algún
profesor y sin las formalidades de un taller, compartíamos
información literaria”, recuerda.
El sueño del autor es que algún día los escritores puedan vivir de
la escritura. El profesor resiente que, en la mayoría de los casos, el
mercado literario permita que un distribuidor pueda vivir de distribuir
libros y una librería de venderlos. Pero, solo con excepciones, aún la
industria no ha producido un escritor que pueda vivir de escribirlos.
“Cuando yo pueda reunirme un domingo en mi casa, en Hormigueros,
con diez escritores que vivan de la escritura, voy a ser bien feliz. Voy a
decir: al fin tenemos una cultura en la que vivimos de lo que nos gusta
hacer y no de lo que tenemos que hacer”, opina esperanzado.
Entrevista a Félix Córdova Iturregui
De cantante a escritor
Necesario el estudio
para ser escritor
Al Viejo San Juan se le han dedicado infinidad de poesías,
novelas, cuentos y canciones. Sus estrechas calles adoquinadas y su
mítico aire colonial atraen no solo al turista, sino también al escritor,
que ve en sus casas y fachadas la inspiración idónea para sus obras. En
este ambiente rico en historia, vive la poeta y escritora de cuentos
Vanessa Droz, junto con dos sobrinos universitarios, una gata y un
pájaro. En su residencia, alejada de las calles más concurridas del
Viejo San Juan, ha escrito la mayor parte de su trabajo literario.
“Escribo desde la adolescencia. Entonces escribía las mismas
cosas cursis y románticas que cualquier adolescente hubiera escrito.
La necesidad biológica, como describo la escritura, siguió
manifestándose. Luego, cuando tenía dieciocho o diecinueve años,
exigió que, para satisfacerla, tuviera que sofisticar los recursos y los
métodos a los que debía y tenía que recurrir. Por ejemplo: escribir de
una forma más sencilla”.
Esa necesidad, dice, siguió manifestándose y creciendo a lo largo
del tiempo y es la responsable de que hoy se mantenga escribiendo.
“Escribo para poder satisfacer dos necesidades: la necesidad biológica
y la necesidad intelectual. En realidad, no habría que distinguir entre
los dos términos, sino ver lo intelectual y lo biológico como un
funcionamiento integrado, pues ambas son cosas con las que se
nacen”, explica.
Vanessa Droz comenzó un bachillerato en Arquitectura que,
luego, suspendió para dedicarse a la literatura. Según manifiesta,
pronto descubrió que “además de interesarme en los libros, amor que
tenía desde la escuela superior, también tenía talento para escribir.
Cuando esas dos cosas se juntan, los resultados pueden ser
interesantes”.
La escritora no se atreve a afirmar que nació con talento literario,
sin embargo, “sí creo que uno viene alambrado de un modo particular
para desear y ejecutar unas acciones muy específicas; eso está en el
paquete genético. El deseo está ahí dormido hasta que se despierta”.
La poeta recuerda que en los años setenta surgió la creencia de
que los artistas no nacían, sino que se hacían. “En esta época, se
enfatizaba en que el artista se podía hacer o formar. Se creía que todo
el conocimiento, incluyendo el artístico, tenía que estar disponible
para todos”, comenta.
Para sostener la tesis anterior, la autora del poemario La cicatriz
a medias argumenta haber conocido a escritores en los que no veía esa
“chispa” del verdadero talento literario. Sin embargo, son personas
que han logrado superarse de manera importante por medio de la
práctica y la disciplina. “Esto, obviamente, además de ser muy
subjetivo, es muy arrogante de mi parte. Sin embargo, son personas
que se han propuesto ser escritores. Se han afanado muy
disciplinadamente y han logrado una obra muy meritoria”, opina.
Como profesora de un taller de poesía en la Universidad del
Sagrado Corazón, les aconseja a sus estudiantes que “cuanto más se
adiestren y estudien, mejores resultados van a lograr. La educación de
un escritor tiene que ser plural: tiene que ser literaria, en las demás
artes y en las demás áreas del conocimiento humano”.
No obstante, aclara que esa educación debe recibirse desde
temprana edad. “He tenido en mi taller desde una joven de escuela
superior hasta una persona de sesenta años. Cuando tú ves a una
persona joven, quizás pienses: ‘Qué bueno que esa persona tenga ese
interés ahora’. Pero a lo mejor hay gente que tuvo ese talento desde
muy joven y no lo cultivó por las complejidades de la vida. Esto es muy
triste, porque no se introduce a una persona en la literatura de la
noche a la mañana”, afirma.
Asimismo, opina que los aspirantes a escritores deben tener
dominio del idioma, en este caso, el español. Deben leer a los grandes
maestros de todos los géneros literarios y de la literatura escrita.
Además, “deben interesarles desde la pintura hasta la Astronomía;
desde el teatro, la música y el cine, hasta la Genética. Solo de ese modo
podrá ampliar su pequeño mundo. Eso es lo que me ha movido a mí, y
el tiempo y la vida no me alcanzan”.
Precisamente, esa falta de tiempo es uno de los mayores temores
de la poeta, pues dice no contar con el que quisiera para dedicarle al
oficio literario. “Aspiro a que el tiempo me dé para hacer, si no todo, al
menos la mayor parte de lo que tengo pendiente, más lo otro que se
me vaya ocurriendo. Aspiro a un mayor aislamiento, a una mayor
concentración, a un mayor silencio. Aspiro a escribir, escribir y volver
a escribir”, manifiesta.
Entrevista a Rosario Ferré
La escritura como
herencia
Rosario Ferré
(Tomado de Las dos Venecias)
Un mensaje que lo
trajo de vuelta
Confiaba en que pronto le publicarían su obra. Sin embargo, el
escritor puertorriqueño Francisco Font Acevedo nunca recibía
respuesta de las casas editoriales. Cansado de tantas desilusiones,
decidió alejarse de la carrera literaria.
Hasta que un día del año 1996 recibió una señal que cambió sus
planes. Su madre estaba muy enferma. A pesar de su mal estado, le
envió el siguiente mensaje con un amigo de la familia: Todo en la vida,
bueno o malo, sublime o pedestre, todo, absolutamente todo, puede
convertirse en literatura. Poco después, su progenitora falleció de
cáncer del pulmón.
Más tarde, Font Acevedo entendió que el período de renuncia
narrativa había terminado. “Me dio un poco de pena con mi mamá,
porque ella conocía de mis intereses literarios y yo había renunciado a
la literatura. Un año después de su muerte comencé a escribir como
entretenimiento. Poco a poco, esa recreación se convirtió en varios
textos que fui rehaciendo. Al tener ya el cuerpo de un libro, en 1999
tenía ya mi primer manuscrito”, cuenta con cierta nostalgia.
Para el autor del libro de cuentos Caleidoscopio, publicado por
Isla Negra Editores en 2004, su madre no solo lo inspiró a retomar sus
metas literarias, sino que lo hizo madurar en otros aspectos de su vida
adulta. “Los golpes me hicieron crecer. Me llevaron a tomar las cosas
con un poquito más de humor, pero más en serio también. A la vez,
aprendí a reírme de mí mismo. Aquel estreñimiento creativo del cual
sufrí fue luego sustituido por la risa. Así empecé un período muy
fecundo de escritura”, recuerda.
Una vez incorporado en el mundo narrativo, decidió utilizar la
escritura como un medio de expresión. Gracias a ella, pudo compensar
su timidez y su manera de socializar con otros. “Los escritores, por lo
general, somos personas más retraídas e introspectivas. En ese
proceso de introspección, pues tú vas buscándote como ser humano,
hasta que encuentras un canal para exteriorizar sentimientos”, analiza.
En ese proceso descubrió que poseía ciertas cualidades que,
probablemente, lo acercaron a la palabra escrita. “Creo que hay un
mundo de posibilidades y quizás dentro de diez años uno diga: sí, se
nace escritor, hay un gen, el gen tal te predispone a las artes. Yo creo
que más bien lo que tuve fue una cierta sensibilidad, cierto interés
sobre las cosas artísticas y cierta empatía de ver a los otros”, dice.
Asimismo, el fundador de la bitácora electrónica Legión Miope
sostiene que todo escritor posee cierto grado de locura, que bien puede
traerse desde la cuna o haberlo desarrollado a lo largo de la vida. “Tú
encerrarte para escribir una historia que no es real, es sinónimo de
que no estás bien de la cabeza”, dice con una sonrisa.
Ese proceso solitario que, asegura, distingue a los escritores lo
lleva a no creer en los talleres literarios. Para el cuentista, no hay
mejor manera de formarse en la palabra escrita que hacerlo
individualmente. “Creo que los talleres desmontan técnicamente las
funciones de lo que es la escritura. No sé dónde queda el proceso
creativo. Tú puedes saber lo que es un monólogo, pero eso no te va a
dar la historia”, opina.
A pesar de conocer a buenos escritores producto de estos
ofrecimientos académicos, el también ensayista prefiere otros métodos
de estudio. “Creo que tengo un mundo para aprender, pero lo aprendo
como siempre lo he aprendido: solo, a mi manera y a mi ritmo. Es que
para mí escribir es un poco de aprender; es la belleza de aprender a
mirar. Es una continua transformación de lo que está allá afuera y de
mí mismo. Eso no me lo va a dar un taller. Eso lo tengo yo”, manifiesta
sin titubear.
Así, a su manera, Font Acevedo continúa educándose en la
carrera literaria, hasta que llegue el día en que más personas se
interesen en su obra. “Me gustaría dejar de trabajar y dedicarme solo a
leer, a escribir y a viajar, a esas cosas maravillosas de la vida. Pero he
aprendido que eso es una quimera. Por lo pronto, me gusta fajarme
para sacar tiempo para escribir. Para eso me levanto de madrugada,
para dedicarle el tiempo que quiero a la escritura. Aspiro a tener la
suficiente calma para poder hacerlo de una manera absolutamente
rutinaria, que yo controle todas las variables y, definitivamente, no lo
puedo hacer ahora”, reconoce. No obstante, se mantiene firme dentro
del mundo de las letras, pues sabe que en algún lugar de este mundo u
otro su madre continúa apoyándolo.
Entrevista a Rafael Franco Steeves
Escritor a tiempo
completo
Parecía ansioso. Sus ojos pequeños delataban que apenas había
dormido el día anterior. La lluvia y una productiva noche de escritura
no le permitieron llegar a tiempo a la entrevista en un café del Viejo
San Juan. Apenas saludó, salió a buscar una servilleta. Luego, regresó
a la mesa, sacó su computadora portátil y se acomodó para escribir.
“Disculpa, es que tengo que hacer algo aquí”, dijo para excusarse.
Mientras escribía, el colaborador de la sección “Buscapié” de El Nuevo
Día, Rafael Franco Steeves, conversó acerca de sus inicios en la
literatura, pasión inculcada por su familia inmediata.
“Mis padres son ávidos coleccionistas de textos académicos, de
literatura, de todo un poco. Por lo tanto, siempre viví rodeado de
libros. Ya con ese interés, recuerdo que, cuando estaba en cuarto
grado, pasé un fin de semana en casa de unos amigos. Como manera
de matar el tiempo, me puse a escribir un libro de cuentos, que todavía
conservo”, recuerda el escritor que, mientras conversa, actualiza su
blog y lee las noticias del día.
Franco Steeves, cuya primera novela se titula El peor de mis
amigos, cree que, más allá de desarrollar el gusto hacia la palabra
escrita, necesitó de la voluntad para dedicarse a la carrera literaria.
“Soy de los que piensan que todo el mundo es un escritor en ciernes.
Yo creo que la escritura y la literatura están muy relacionadas con el
lenguaje. O sea, cualquier persona que hable también puede escribir.
Es cuestión de querer aprender y que lo haga deliberadamente, que
diga: ‘Ahora quiero escribir un cuento, quiero escribir poesía, quiero
escribir un extracto de novela’, lo que sea. Entonces, en ese paso de
asumir ese papel de la escritura concienzudamente, pues es que los
escritores surgen”, teoriza.
Bajo esa creencia, asegura que la carrera literaria puede
aprenderse. “Lo que no se puede aprender es cómo la persona traduce
experiencias y otros elementos que plasman un trabajo literario. Yo
creo que es en ese paso, quizás, en el que la gente nace o no, con una
disposición a lo que se conoce en la calle como la labia”, asegura.
Para el ganador del Primer Certamen Literario del Instituto de
Cultura Puertorriqueña en la categoría de cuento, los talleres literarios
no son el lugar adecuado para que un escritor aprenda a serlo. “El
taller literario no es, para nada, necesario ni importante en el
desarrollo de un escritor. Yo creo que los talleres literarios quizás
ayuden más en la formación de editores y gente que vive de los textos,
de la corrección, de la edición, de la manipulación de los textos...
Ahora, un escritor no necesita un taller literario para pulir o matizar su
talento o lo que hace”, opina.
Según el autor, el escritor necesita leer, aprender por medio de la
propia escritura y educarse individualmente. Menciona, además, que
se necesita confianza en sí mismo y compromiso con el oficio. “Cuando
llegué a la escuela superior, ya yo sabía que quería hacer libros. No
estaba seguro de cómo iban a ser: de dibujos, de poesía, si serían
novelas. El libro, como tal, se había convertido en una de las cosas más
importantes en mi vida. Ya a partir de escuela superior, vino a tomar
un primer lugar en mi vida, al igual que ciertos aspectos del arte y la
fotografía”, dice.
A pesar de que a temprana edad supo que se dedicaría a la
escritura, no se decidió por una carrera en Letras. Sobre ello
argumenta: “Pensé que si iba a estar toda la vida estudiando Literatura
por mi cuenta, ¿para qué iba a estudiar algo que, por mi cuenta, se me
haría fácil? Con eso en consideración, me decidí por Antropología
Cultural, que gran parte es etnografía, así que, de alguna manera, sí
tenía que ver con escribir, relatar, documentar, reportar”.
Más tarde, abandonó la carrera de Antropología y comenzó a trabajar
de periodista en el desaparecido diario, The San Juan Star. En este
periódico adquirió experiencia y disciplina. “Yo les debo mucho a los
cinco años que estuve de periodista. Eso me forzó a sentarme y
obligarme a producir mis artículos con una estructura bien definida,
bien estricta y con unos parámetros bien particulares. Eso desarrolló
mi posición, mi disponibilidad de poder, casi en cualquier momento y
en cualquier lugar, sentarme a escribir. Puedo escribir en un café,
como ahora, en el carro, en la casa, en diferentes lugares o en
cualquier momento, sin que las distracciones típicas de los ruidos de la
gente tengan un efecto negativo en mi desarrollo”, manifiesta.
Hoy, Rafael Franco no abandona su computadora en ningún
momento. Su vida está llena de planes que ansía cumplir. “Yo creo que
todos los seres humanos tenemos una necesidad de dejar una huella,
de dejar una marca. Por medio de la escritura, yo interpreto, analizo y
le doy sentido a mi vida”, admite el escritor, que, por dejar esa huella,
planea seguir escribiendo.
Entrevista a Magali García Ramis
El descubrimiento
de unas religiosas
La escritora puertorriqueña Magali García Ramis nunca había
tomado transportación pública. Por eso, cuando a sus once años la
cambiaron al colegio católico Perpetuo Socorro, en Santurce, pasó por
su primer trauma de niña. Ahora, no solo tendría que hacer nuevas
amistades, sino que debía aprender rutas de autobuses y relacionarse
con los pasajeros santurcinos.
Al poco tiempo, sus notas comenzaron a bajar. Hasta que un día
entregó una crónica a una de sus maestras religiosas. “Era un escrito
acerca de cómo esperar en la sala de un médico. A la monja le gustó
tanto que me preguntó: ‘¿Qué haces cuando sales de la escuela?’. Le
contesté que tomar Royal Crown Cola y leer cómics. ‘Pues no, de
ahora en adelante, tú vas a escribir’, y me metieron de cabeza en el
periódico de la escuela”, recordó en su pequeña oficina en la Escuela
de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras.
Así, casi por obligación, la escritura se convirtió en su mejor
manera de expresarse, en su carrera y en su pasión. Hoy recuerda el
favor que le hicieron aquellas religiosas: “Eran unas monjas muy
versadas como maestras. Creían que todo adolescente debía sentirse
ocupado y orgulloso. No te permitían que, por pena, estuvieras metido
en aquello para lo que no tenías talento”, dice para recalcar la
importancia de aquel emplazamiento.
Además de ese empujón inicial, cree que el entorno que la
rodeaba también fue fundamental en su ingreso en la literatura. “En
mi caso, mi familia era muy restrictiva. Mi mamá, empeñada en que
no cogiéramos ‘malas mañas’ en el vecindario, nos mantenía, a mis
hermanos y a mí, encerrados en la casa. Nos daba libros con tal de que
no estuviésemos en la calle. Por eso, ninguno de los tres es deportista”,
dice con una sonrisa la autora de la novela Felices días, tío Sergio.
A los diecinueve años, y sin preparación universitaria, comenzó a
trabajar en el desaparecido periódico El Mundo. “Con toda la
ignorancia y con mente de chorlito, a los dos días ya tenía una noticia
en portada. Yo sabía que tenía esa habilidad para escribir, pero nunca
la vi como una necesidad”, asegura.
Luego, la autora del libro de cuentos La familia de todos
nosotros se graduó con un bachillerato en Historia. Más tarde, le
ofrecieron una beca para estudiar Periodismo en los Estados Unidos.
“Me doy cuenta de que escojo el área de revistas; no la del periodismo
informativo, porque no me gustaba. Me encanta leerlo, pero no
practicarlo. Regreso a Puerto Rico y voy a un restaurante. Allí veo un
anuncio de un certamen del Ateneo Puertorriqueño. Así escribo mi
primer cuento, ‘Todos los domingos’, y me llevo el primer premio”,
recuerda.
Tras este primer cuento premiado, esperó más de veinte años
para publicar su primera novela. Durante ese tiempo continuó
escribiendo cuentos. “Escribo por espontaneidad, porque me gusta; no
porque quiera probar algo. Hay personas que nacen más capacitadas
que otras para dominar la palabra escrita. Como todos somos
alfabetizados, creemos que, porque podemos escribir o rimar, estamos
escribiendo ficción o poesía, y no es así. Eso no quiere decir que no
puedas aprender. Es como la persona que tiene la capacidad para la
música, para el baile; eso no se puede enseñar. Eso explica por qué
una gente escribe con mayor soltura que otra. Pero el que algo esté
bien hechecito, como artesanalmente, como cuando tú ves una puerta
y dices ‘qué puerta tan bella’, eso es aprendido. Pero, con el natural
gusto por trabajar la madera, con eso se nace”, opina con convicción.
Añade que un escritor debe amar el idioma e interesarse por
conocerlo. “Tiene que querer los diccionarios. A veces una sola palabra
te fascina tanto que comienzas a buscar de dónde vino, su etimología.
Tiene que ser una persona abierta: debe saber escuchar y observar a la
gente. Nadie cerrado puede ser un gran escritor”, asegura.
La escritura es ese medio en el que García Ramis incursionó,
motivada por el talento con el que asegura haber nacido. Ahora espera
con paciencia la realización de otras metas. “Es posible que a mí me
queden solo quince años hábiles en la vida. Durante ese tiempo, quiero
terminar un libro de biografías. Tengo otro proyecto, El libro de las
tías, que es la historia maravillosa de la familia de mi madre. Fuera de
eso, pues lo que yo quiero en la vida es bien sencillo. Tengo un amigo
en San Juan con el que hice un pacto. Si algún día anunciaban que
venía el fin del mundo, nos vestiríamos bien elegantes, compraríamos
unas buenas botellas de vino y nos íbamos a sentar a esperar, allá en la
calle Luna, en el Viejo San Juan. La muerte es así: va a venir y, en lo
que viene, vamos a sentarnos a tomar un buen vino y a disfrutar”,
reflexiona.
Entrevista a Zoé Jiménez Corretjer
El vuelo poético de
una mujer piloto
Las alas de los sueños son de cera.
Por eso las escogí de metal.
Zoé Jiménez Corretjer (1996)
Un escritor de
libertad ilimitada
¿Cuántas veces hemos escuchado hablar de libertad? La exigimos
en nuestra casa, la predicamos en nuestras relaciones personales y la
anhelamos en el plano laboral. Para el escritor cubano Eduardo Lalo,
este concepto no es solo un requisito en su desarrollo espiritual.
También es un requerimiento innegociable en su desempeño como
escritor.
En su oficina, ubicada en el Banco Popular del Viejo San Juan,
Eduardo Lalo se desempeña como editor de la Editorial Tal Cual.
Desde este despacho, el poeta asegura sentir la libertad que busca
como ser humano, sin que sacrifique su carrera en el mundo literario.
“Un escritor es un ser libre; da igual dónde trabaje. No hay nada malo
en eso… Da igual si trabaja de artista gráfico o de lo que sea”, opina el
autor del ensayo El Burger King de la calle San Francisco.
Consecuente con esa libertad que profesa, Eduardo Lalo se
decidió por la creación literaria, sin que se detuviera a pensar en el
porqué de ese acto. “Para escribir, no hay una razón sencilla ni hay una
razón específica. Escribo porque lo siento. Porque igual que alguien
toca un instrumento y empieza a escuchar música de gente que toca
ese instrumento, pues yo hacía lo mismo con la literatura, con
pensamientos”, asegura.
Sin embargo, para el que se ha desempeñado como profesor de
Estudios Generales en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras,
esto no quiere decir que haya nacido destinado a este oficio. “Yo puedo
aprender a escribir. Las experiencias son las que determinarán que se
escriba o no se escriba. Si vives entre libros, debes tener más
oportunidad o más habilidades. Si nunca has visto un cuadro, es muy
difícil que seas un artista. Pero no, necesariamente, estar en tal medio
social o en tales circunstancias muy positivas determinarán tu
profesión”, dice sin titubear.
Por esta razón, es por la que cree que todo el mundo comienza a
escribir sin saber con certeza por qué lo hace. A pesar de ello, cree que
pueda deberse a dos razones principales: “Escribes, tal vez, si has leído
ciertos textos que te han impactado, en los que hay ciertos espíritus de
duración, del yo quisiera ser eso, y te tiras al ruedo. El otro sentido es
que, al igual que como un muchacho muy joven ha decidido ser como
tal atleta o como tal estrella de cine, hay gente que decide ser como tal
escritor. Así que hay como cierto enamoramiento también”,
manifiesta.
A pesar de ello, reconoce que esa admiración no es suficiente
para convertirse en narrador o poeta. “Creo que eso no basta. Esas
motivaciones son las que tiene casi todo el mundo. Eso es lo que tiene
tanta gente que un día intenta escribir o que algún día deja de hacerlo,
y acaban siendo farmacéuticos, por decir algo”, comenta.
Por lo tanto, convencido de que el escritor se hace a lo largo de su
vida, el también escultor cree que los sufrimientos personales son una
parte protagónica de esta decisión. “El arte, en gran medida, no tiene
nada que ver con la belleza. El arte no es estético, en el sentido banal
del término. Las artes son formas de exponer el dolor humano y de
representarlo”, reflexiona.
Aunque cree en los talleres literarios como medio para compartir
ideas y técnicas, no los cree capaces de enseñarle a nadie los misterios
de la profesión literaria. “Yo no creo que tú le puedes enseñar a nadie a
escribir. Ahora, en la medida en que un taller literario sea un espacio
de intercambio, de hablar de libros, de hablar de escribir, la
experiencia puede ser positiva. Diferente de otras artes, como la
actuación o el baile, en las que tú puedes impartir una técnica, en la
literatura eso no opera de la misma forma”, sostiene.
En su caso, el escritor, galardonado en 2002 por el PEN Club de
Puerto Rico, dice que lo ha ayudado su interés en diferentes campos
artísticos, así como en otras ramas académicas. “Hay un fenómeno que
sucede mucho con los escritores. Aparte del conocimiento de su arte,
no saben nada: no leen, no tienen idea de nada. Deben ir más allá:
deben leer filosofía, no solamente las novelitas o los cuentos. Ser
escritor no es fácil, en el sentido de que requiere mucho tiempo y
mucha lectura”, reconoce.
En este momento, Eduardo Lalo acepta que no cuenta con
tiempo suficiente para dedicarle al oficio literario. No obstante,
reconoce la importancia de mantenerse escribiendo. Por eso admite:
“Escribir es importante para mí, pero tampoco quisiera repetirme.
Desde que tenía treinta años toco flauta, y lo había dejado. He vuelto a
tocarla y hago ruido con ella. Así que, mientras no cuente con el
tiempo para escribir, cada vez tocaré más flauta”.
Entrevista a Juan López Bauzá
La escritura como
necesidad orgánica
A las afueras del restaurante del Viejo San Juan, todo parecía
normal: no había nadie en las aceras ni fila en la entrada. Sin embargo,
la historia era otra dentro del establecimiento español. Un centenar de
personas hablaba al unísono. Disfrutaban de la transmisión de un
juego de fútbol. “¿Quién juega?”, pregunté, haciendo un esfuerzo
mayor para que me escucharan. “Pues, Barcelona y Arsenal”,
respondió un fanático, como si le pareciera increíble que no supiera
ese dato trascendental.
“Perdona, no sabía que había juego. Es un ambiente bueno para
un cuento, pero no para una entrevista”, fueron las primeras palabras
del escritor Juan López Bauzá, al llegar al establecimiento. Así, entre
ruidos, fanáticos y conocidos del autor, se produjo la escapada. “Vivir
en Viejo San Juan te hace conocer a mucha gente. Muchos personajes
se pueden sacar de aquí”, murmuró sonreído mientras saludaba a los
vecinos con los que se topaba.
Juan López Bauzá, autor de La sustituta y otros cuentos, es
reconocido por la crítica como uno de los mejores cuentistas de los
años noventa. Su interés por escribir, dice, comenzó desde muy joven.
“Leía mucho: El tesoro de la juventud, poesía, cuanta cosa había,
pero no es hasta que comienzo a leer a Julio Cortázar y a Gabriel
García Márquez que me entusiasmo con esto de escribir”, recuerda
Bauzá minutos antes de pedirle un café a un amigo mesero, en otro
restaurante español donde nos refugiamos.
“Yo vivía en una urbanización de clase media alta en Ponce,
rodeada de cañaverales. En ese mundo silvestre comencé a escribir”,
continúa narrando quien considera la escritura como una necesidad
“orgánica”.
Para el escritor, “escribir es algo biológico. Se nace con ese
interés; también, con el talento, pero eso no queda ahí. Hay que
trabajar con él, día tras día. Hay que leer, pero no cualquier cosa. Hay
que leer buena literatura. Se aprende a escribir leyendo. Uno aprende
de los (escritores) anteriores…”, opina.
Ganador, en 1997, de un certamen de cuentos auspiciado por El
Nuevo Día, este autor dice que esa experiencia le abrió las puertas al
mundo literario. Ese no era su camino original, cuenta, quien posee un
bachillerato en Ciencias Políticas y comenzó estudios en Premédica,
influido por su padre, que es médico.
Debido a su experiencia, no cree en los talleres literarios para
ayudar en la formación de un escritor. Según dice, los cursos de
escritura creativa coartan un oficio que debe caracterizarse por ser
libre. “El taller puede ser un poco limitante. Una persona que tenga el
interés puede estudiar en ese tipo de talleres, pero eso no te va a dar el
talento para escribir. Los talleres estructuran a los escritores”, afirma
antes de asegurar que nunca tomaría un taller de escritura creativa.
López Bauzá no cuestiona, sin embargo, a la persona que crea
necesario matricularse en un curso para futuros escritores, pues “una
persona que tenga el interés puede matricularse en esos talleres, pero
necesitará de talento para ser bueno. Puede que aprenda ciertas cosas,
pero deberá tener imaginación y otras cosas que no te las podrá dar un
taller”, argumenta el escritor.
Asimismo, asegura que la práctica es esencial para seguir
evolucionando en el oficio. “Yo escribo más de seis horas diarias. Soy
redactor de ponencias, de discursos. Escribo artículos en El Nuevo
Día. Me mantengo escribiendo todo el tiempo”, dice el escritor.
Este autor, que acostumbra comenzar sus novelas y cuentos en
papel, para luego pasarlos a la computadora, no concibe un buen
escritor que no posea, a la vez, destrezas de editor. “Hay que saber
cuándo cortar oraciones, unir párrafos y tener la humildad para
hacerlo. Lo más importante en un trabajo es lo que se va y no lo que se
queda. Al corregir, hay que poner el ego en pausa. Hay que ser
humilde para poder aceptar la crítica y poder criticarte”, sostiene.
López Bauzá tiene varios proyectos en agenda. “Aún no he escrito
ninguna novela histórica. Tengo planes de viajar un tiempo para
comenzar a escribir algo. Tengo muchos proyectos, pero veremos a ver
cuándo los comienzo”, comenta con honestidad.
Estas metas, dice, lo ayudarán a dedicarse por completo a la
literatura, aunque ese día no llegue tan temprano. “Es muy difícil vivir
de esto, pero el que se empeña puede. Sé que no pasará mañana, pero
a eso es a lo que aspiro…”, dice antes de pedir la cuenta.
Entrevista a Ángela López Borrero
La escritura como
denuncia
Apenas supo lo que eran los muñecos y los carritos de juguete.
En sus primeros años de vida tuvo que servirles de apoyo a sus amigos
más cercanos. Su amigo, Wenceslao Serra Deliz, perdió a su padre en
un cuartel de la Policía en Quebradillas, Puerto Rico. Luego, otro
compañero, Juan Sáez Burgos, tuvo que enfrentarse solo a la Policía
cuando arrestaron a sus progenitores. Su amigo de seis años y su
hermana, Consuelo Sáez, vivieron muchos años solo con el recuerdo
de sus padres, miembros del Partido Comunista Puertorriqueño.
Marcado por estas experiencias, y otras como la Revolución
Cubana y la Guerra de Argelia, surge en el poeta puertorriqueño
Edgardo López Ferrer la necesidad de expresar en poemas su
frustración y pesar. Estos sentimientos lo llevaron a ser parte del
grupo de universitarios que, en 1962, fundó la revista Guajana. Esta
revista fue, por mucho tiempo, uno de los movimientos literarios más
influyentes de Puerto Rico.
“Mis primeros escritos fueron poemas de principiantes. Para
aquel entonces, nos organizamos bajo un nombre muy rimbombante y
muy pedante: La Asociación de Jóvenes Escritores Puertorriqueños.
Ya algunos compañeros de Guajana escribían y habían publicado
poemas en el periodiquito de la escuela superior, llamado El Palacete”,
recuerda uno de los participantes de las tertulias poéticas organizadas
bajo esta organización de jóvenes escritores.
Poco a poco, el profesor de la Universidad de Puerto Rico en
Cayey fue incursionando en la poesía, gusto que compartía con sus
amigos de la niñez. “Éramos jóvenes comunes y corrientes, pero yo
recuerdo que siempre comentábamos lo que hacíamos en las clases de
Español, en la Escuela Labra, donde leímos con mucho amor, con
mucha dedicación, a Bécquer y a José Antonio Dávila. Después, leímos
a otros poetas, como Pablo Neruda, que dejó una profunda huella, así
como todos los poetas de su época”, comenta.
Según su experiencia, el autor de la poesía “Vieques” no cree que
un escritor nazca predispuesto a serlo. Para el poeta, la escritura es un
proceso paulatino, en el que influyen los entornos sociales y
académicos. “Yo fui afinando la sensibilidad, leyendo más y más. De
momento, comencé a escribir. Esto es algo que uno no planea, sino
que surge. Por supuesto, hay unas experiencias que son el detonante:
el amor, el dolor de una muerte grande, importante; sobre todo, la
muerte del padre, la muerte de la madre, la muerte de un hermano, de
un amigo...”, confiesa.
Opina, además, que en la escritura intervienen una serie de
experiencias políticas, así como el deseo y la disciplina. A modo de
ejemplo, el escritor recuerda su época de estudiante, en la que apenas
se contaba con algunas bibliotecas. “Recuerdo que en la época en la
que estudiaba no había fotocopias. Teníamos dos opciones: o
memorizábamos el libro o lo copiábamos. Todos nosotros
desarrollamos una gran memoria; no solo para la poesía, sino para
versos. Yo recuerdo haber copiado libros completos en libretas
escolares, pero, sobre todo, llegamos a memorizar varios de esos
textos”. Para ello, pasaba horas en la biblioteca Carnegie, en San Juan,
rememora.
A pesar de estas limitaciones, el escritor reconoce haber recibido
el estímulo adecuado de las instituciones escolares. “En la escuela
surgió un certamen, en el que participaban todas las escuelas del área
metropolitana. Había concursos de poesía, cuento y ensayo. Esto nos
permitió conocer a muchos escritores que servían de jurado. Esa es la
época en que conocemos a René Marqués, Pedro Juan Soto, Emilio
Díaz Valcárcel, Evaristo Rivera Chevremont y a otros poetas y
narradores que nos estimularon. De hecho, algunos compañeros
compitieron y fueron primeros premios”, recuerda.
Edgardo López Ferrer, a quien el Senado de Puerto Rico nominó
para un homenaje por su aportación a la literatura del País, proyecta
seguir escribiendo. “He sido muy autocrítico y eso me hace daño. Creo
que en los próximos tres años daré a la luz otros poemarios que tengo
pendientes. Pues creo que ya no solamente escribo por necesidad o
como una forma de exorcizarme. Escribo también como una forma de
contribuir al fortalecimiento de nuestra lengua y de nuestra cultura, y
eso es muy importante”, sostiene convencido.
Entrevista a Luis López Nieves
La otra historia de
Luis López Nieves
¿Qué pasaría si el astrónomo Galileo Galilei no fuese la persona que
inventó el telescopio? O en un entorno más cercano: y si los
estadounidenses no entraron a Puerto Rico por Guánica, ¿qué
implicaría? Para jugar con los hechos y hacerlos creíbles, se necesita
imaginación, pero también mucho conocimiento. Estas cualidades
para transformar lo establecido y hacerlo verídico las tiene a
borbotones el creador de la llamada “historia trocada”, el escritor
puertorriqueño Luis López Nieves. El autor, cansado de ver lo que se
contaba en los libros de historia, decidió crear verdades, a su estilo,
mucho más dignas e interesantes.
Esa manera de hacer literatura ha distinguido la obra del
narrador y ha logrado diferenciarlo de otros escritores
contemporáneos. “Tomo la historia y la cambio. Yo no escribo sobre
mí. Hay escritores que escriben mucho de su niñez, sobre sus pueblos,
sobre sus vecinos, sobre su familia... Y lo hacen bien. Pero nada de eso
desempeña un papel en mi vida literaria. Ese tipo de literatura nunca
me ha interesado. A mí me gusta escribir sobre cosas más fuera de lo
cotidiano”, aclara.
Para el autor del cuento “La verdadera muerte de Juan Ponce de
León”
—basado, precisamente, en ese juego con cambiar la historia— ese
interés por las letras puede atribuirse a tres aspectos fundamentales de
su vida. “Influyó mucho mi formación literaria y mi formación
existencial. No recuerdo un día de mi vida en que yo no haya leído. Leo
desde que tengo uso de la razón. También la política ha sido
importante. Por ella me fui formando intelectualmente”, aclara el
escritor que por medio de su obra ha transmitido una mirada positiva
del puertorriqueño y de los latinoamericanos.
Para el creador de la popular página electrónica
www.ciudadseva.com, esa inclinación temprana hacia las letras,
motivada por las experiencias, lo lleva a creer que una persona nace
con la inclinación a dedicarse a determinado oficio. “Yo creo que se
nace con habilidad para escribir, igual que se nace con habilidad para
bailar, pintar o cantar. Es algo que tienes dentro y que te permite
dedicarte a eso. Como hay gente que, por más que lo intente, nunca
tendrá la capacidad para dedicarse a algo para lo que no ha nacido”,
opina.
Aunque piensa de esta manera, el dos veces ganador del Premio
del Instituto de Literatura Puertorriqueña aclara que nacer con un
gusto o tendencia hacia la redacción literaria no basta para ser
escritor. Asegura que falta algo aún más importante: la originalidad y
la formación. “En el tiempo de los griegos, si escribías algo, como no
había nada anterior, todo era original. Hoy día se ha escrito tanto que
es necesario conocer lo que ya se ha hecho. Esto es muy importante
para no reinventar la rueda”, sostiene.
Por ello recomienda a todo aquel con la inclinación hacia la
escritura que lea y estudie sobre la carrera que le interesa. “Es igual
que un bailarín. Por más habilidad natural que tenga, normalmente
tiene que tomar clases. Actores como Marlon Brando, Al Pacino y
Robert De Niro, por más talento que hayan tenido, tomaron clases de
actuación. No quiero decir que, si no has cogido clases, no llegarás a
ser escritor, pero si las tomas, lo lograrás más rápido, con menos
contratiempos”, aconseja.
Esta creencia basada en la educación lo motivó a crear en el 2004
la primera maestría en Creación Literaria de América Latina. El grado
universitario es parte de la oferta académica de la Universidad del
Sagrado Corazón en Santurce. “Empecé en Sagrado hace muchos años
y tuve la suerte inmensa de enseñar redacción. Era feliz porque no era
profesor de Literatura. Una persona interesada en crear arte o música
puede estudiar apreciación del arte o apreciación musical, pero nunca
será lo mismo que si tomara un curso para aprender a pintar o hacer
música. En mi caso, no me interesa la apreciación literaria como
carrera, como profesor; lo que me interesa es enseñar a escribir. Por
eso propuse crear la maestría en Creación Literaria, la cual ha tenido
mucho éxito”, explica con satisfacción.
Durante el tiempo que lleva como profesor universitario,
confiesa haberse llevado gratas sorpresas con sus alumnos. “Me han
llegado todo tipo de estudiantes, incluso aquellos que en un principio
se podría pensar que no tienen talento para escribir. Luego, he visto
cómo se han desarrollado y han escrito textos magníficos. Por eso, he
llegado a pensar que una persona con el deseo de convertirse en
escritor puede llegar a serlo si realmente se dedica a ello”, asegura.
López Nieves, que en su temprana juventud fue niño escucha y
practicó la arquería y el ajedrez, aclara que, aunque cree que hay
ciertos elementos de la redacción que pueden aprenderse, existen
otros que marcan en el escritor una gran diferencia. “Si a alguien no le
interesa para nada la literatura, ¿cómo va a convertirse en escritor?
Sería como si de pronto yo me metiera a físico nuclear, lo cual no me
interesa. Por tanto, para acercarse a la literatura obviamente hace falta
sensibilidad, y yo no creo que se le pueda enseñar a una persona a
sentir. Es un cualidad con la que se nace”, teoriza.
Añade que un aspirante a escritor necesita desarrollar una gran
capacidad de observación. A su vez, “debe tener la habilidad para
pensar por sí mismo. Hay que leer masivamente y escribir mucho.
Luego, una vez que ya entienda que puede escribir un cuento, entonces
tiene que dar el próximo paso: crear una narración original. ¿Por qué
Cortázar es Cortázar? ¿Por qué García Márquez es García Márquez?
Porque ajustaron una tuerca de manera diferente, no se dedicaron a
imitar a otros. En España publican, quizá, unos 60 000 libros nuevos
al año. Entonces, ¿cómo destacarse? La respuesta es sencilla: hay que
ser original”, enfatiza.
El autor de la novela El silencio de Galileo, premiada por el
Instituto de Literatura Puertorriqueña como la mejor novela del 2009,
también aconseja que toda persona con interés en la palabra escrita se
tome el tiempo de revisar sus trabajos y de escribir lo suficiente antes
de darse a conocer. “He visto que, si alguien publica una primera
novela y es mala, luego no te vuelven a leer. Cuando yo publiqué ‘Seva’,
lo hice en el periódico Claridad. Luego, lo publiqué como libro porque
tuvo mucho ruido. Iba a las librerías y me decían que había gente
buscando el cuento porque no pudieron leerlo en el periódico. ‘Publica
eso, muchacho’, me decían. Así que, en ese caso, tuve la suerte de que
las editoriales me llamaran a mí”, recuerda.
El escritor explica que la razón para esta creencia se basa en uno
de sus mayores ejemplos literarios. “Recuerdo que, cuando yo tenía
más o menos veinte años, mi influencia principal era (Julio) Cortázar,
quien publicó su primer libro a los 38 años. Cuando lo supe, decidí que
yo haría lo mismo. Cuando publiqué ‘Seva’ en 1984 tenía 34 años. No
tenía 38, pero no tenía prisa tampoco. Yo siempre sentí que estaba en
un proceso de aprendizaje. Luego, publiqué otras cosas, pero no fue
hasta el 2005 que publiqué mi primera novela, El corazón de
Voltaire”, comenta.
Para el hoy Escritor Residente de la Universidad del Sagrado
Corazón, distinción que solo habían recibido en Puerto Rico dos
escritores (Francisco Matos Paoli y Juan Ramón Jiménez), la cantidad
de obras de un autor no determina el valor de su trabajo literario.
“Juan Rulfo, por ejemplo, publicó solo dos libros pequeños en su vida.
Ahora es que yo siento que estoy en mi madurez. Siento que llegó mi
momento para escribir y lo estoy aprovechando”.
Entrevista a Tomás López Ramírez
El apoyo como
base literaria
Lo veía todas las tardes en el Viejo San Juan. Luego de salir de su
trabajo en la División de Educación de la Comunidad, René Marqués
se reunía con sus amigos en el Bar Seda, de la calle San Sebastián. Allí,
junto con los escritores Emilio Díaz Valcárcel y Pedro Juan Soto,
conversaba de literatura y otros asuntos.
Tomás López Ramírez vivía muy cerca del local. Un día se atrevió
a presentarse: “Mucho gusto, soy Tomás López Ramírez. Me gusta la
literatura y quiero escribir”. Desde ese día, René Marqués, interesado
en el talento joven, decidió ayudarlo.
“Fue particularmente una inspiración, pues él fue quien leyó las
primeras cosas que escribí. Eran unos cuentitos bastante malos, por
cierto, pero que él tuvo la enorme gentileza de leer. No solo de leer,
sino de comentarme por escrito. En ese sentido, me estimuló
muchísimo como escritor. Fue un maestro, una gran inspiración…”,
recuerda sonreído el autor de Paraje de tránsito y profesor de la
Universidad de Puerto Rico en Cayey.
Así, con el respaldo del autor de La carreta, López Ramírez
continuó escribiendo, interés que cree haber desarrollado desde los
primeros años de la escuela superior. “No es fácil determinar en qué
momento uno decide que quiere ser escritor, que quiere escribir
poesía. Recuerdo que comencé a hacer lecturas que me interesaban,
por lo menos, en la literatura. En la escuela siempre me destacaba
mucho en la clase de Español, que era mi clase preferida”, recuerda.
A partir de su experiencia, López cree entonces que la vocación
literaria se va gestando por medio de la influencia de ciertos factores y
no, necesariamente, por haber nacido predestinado para la literatura.
“Yo pienso que la vocación se va desarrollando a medida que crece el
interés, la inspiración o la admiración por ciertas lecturas, o la
admiración por ciertos escritores. Creo que en esa primera etapa se
manifiesta un querer escribir cosas, sin que se sepa si uno tiene la
vocación o el talento”, opina quien fuera estudiante del escritor Luis
Rafael Sánchez.
Precisamente, del autor de La guaracha del Macho Camacho,
López Ramírez obtuvo el segundo espaldarazo hacia la palabra escrita.
“Luis Rafael fue un maestro en muchos sentidos. Me recomendó
lecturas de autores que él entendía que debía conocer. El año en que lo
conocí gané el Premio de Cuentos y Poesía del Certamen de Estudios
Generales. Eso me fue quizás impulsando a querer y a creer que yo
podía realmente escribir cosas de algún valor”, manifiesta.
Sin embargo, según López Ramírez, estas experiencias con estos
escritores no habrían servido de nada, si no hubiese sentido una
motivación innata por la palabra escrita. Por eso, entiende que la
escritura “es un proceso formativo que se alimenta también de algo
intuitivo, de algo que puede nacer quizás con uno. Luego, uno va
inclinándose por ello, a sentir el gusto de escribir, el entusiasmo por
algo que, en este caso, sería la literatura. Una vez gané esos premios,
ya entendía que quería seguir formándome como escritor”.
Asimismo, admite que siempre sintió una marcada inclinación
hacia la fabulación, acto que realizaba sin compañía. “Un niño siempre
inventa historias, fabula, imagina. En mi caso, me gustaba fabular,
pero solo. Inventaba mis juegos solo. Hacía mis propios juegos, sin
que ningún otro niño interviniera. Puede ser que desde niño haya una
raíz: algo que te acerca a la fabulación”, recuerda.
Esta experiencia, sin embargo, no le permite dar una respuesta
categórica en torno al surgimiento de un narrador. Según el autor, el
que escribe puede nacer escritor, pero debe formarse
consecutivamente. “Si no se tiene la habilidad, no se aprende bien a
hacer nada. Hay que tener pasión y talento. Se nace con el talento,
pero si no se desarrolla, no se llegará a nada. Eso ocurre en todos los
oficios y en todos los campos. Se puede tener talento para algo, pero si
no se desarrolla, esa persona se dedicará a otra cosa”, manifiesta con
seguridad.
La pasión, el talento y el deseo de continuar educándose aún lo
acompañan. Entre sus proyectos se encuentran seguir escribiendo,
aunque haya cumplido con las obligaciones profesionales inmediatas.
“De aquí a un tiempo me veo jubilado de la Universidad de Puerto
Rico y pudiendo leer muchas cosas que no he podido leer. También,
quizá, escribiendo algo más, escribir otra obra que pueda tener algún
impacto o algún lugar en la literatura puertorriqueña. Eso me bastaría
para morir feliz”, dice con una sonrisa que recuerda a aquel joven
aspirante a escritor del Viejo San Juan.
Entrevista a Carmen Lugo Filippi
La escritura secreta
de Noel Luna
Al llegar a la residencia del poeta puertorriqueño Noel Luna,
puede que conozcas a Mariano, un gato blanco con el rabo negro que
lo acompaña desde hace algunos años. Si te acomodas en la mesa del
comedor, puede que, de momento, Saporo baje de la segunda planta
de la casa. “Son cuatro. No te preocupes; solo faltan dos”, aclara Noel
Luna para calmar el asombro ante el desfile de felinos.
En su residencia rodeada de plantas, en la urbanización Monte
Sur, de Río Piedras, el escritor toma sus propios cursos literarios. “Mis
maestros son los libros. Voy a un taller en el que soy el único
estudiante. Cuando comencé a escribir sonetos y décimas, comencé a
ejercitarme solo, en un taller constante. Aprendí, por ejemplo, cómo
contar sílabas, qué es un endecasílabo o un encabalgamiento. Son
técnicas que corresponden a la crítica especializada, pero que, para el
poeta, tienen mucho interés”, explica.
Así, en solitario, el autor del poemario Hilo de voz podría
describir sus primeros pasos por la escritura creativa. “Comencé a
escribir de modo secreto. Luego, en 1989 o 1990, cuando entré en la
universidad, empecé a escribir con más noción de la seriedad del
oficio. Me di cuenta de que las cosas que había escrito no tan solo
estaban destinadas a ser íntimas o secretas, sino que había la
posibilidad de publicarlas”, narra quien ha ganado varios premios de
poesía a lo largo de su vida.
Noel Luna recuerda que primero ese impulso se manifestó de
manera emotiva, cuando cursaba el décimo grado. En ese tiempo, dice,
tuvo la necesidad de expresar lo que sentía mediante la escritura.
“Recuerdo haber visto que, en algún momento, mi papá escribió de
manera íntima; guardaba las poesías en álbumes de retratos. Eso,
desde luego, causó una impresión, aunque no fue algo que cultivé
desde bien pequeño. Creo que, al principio, más que descubrir la
poesía, se descubren los sentimientos o la intensidad que puede
inspirar un enamoramiento juvenil o un determinado paisaje que te
emocione”, dice mientras la Pepa, el tercer gato, sale del patio de la
casa y se dirige hasta la puerta principal.
El autor de Libro de la noche cree que son pocos los escritores
que se deciden por una carrera literaria cuando ingresan en la
Universidad. Las razones pueden ser económicas o personales.
“Comencé a estudiar Ingeniería Mecánica. Luego me cambié a
Ciencias Políticas. Más adelante, en 1992, me pregunté qué haría
cuando terminara el bachillerato. Sabía que me gustaba escribir, pero
era muy difícil vivir de eso. Entendí, luego, que debía buscar la forma
de ganarme la vida con aquello de lo que me sentía más cerca.
Entonces, formalmente, empecé a estudiar Literatura en bachillerato;
y, luego, en el doctorado”, recuerda.
Por su experiencia, el profesor de Estudios Generales de la
Universidad de Puerto Rico en Río Piedras cree que una persona no
nace con el talento para ser escritor. “La contestación corta sería no.
Ahora, habría que matizar. No me atrevo a afirmar que uno nace o se
hace. La ciencia ha adelantado bastante en cuanto a que las cosas que
hacemos o somos vienen dictadas en nuestro código genético. A pesar
de eso, yo creo que un escritor o un artista se hace. Ahora, si bien es
cierto que pienso eso, hay un montón de fenómenos que tienen que
ver con el crecimiento personal y determinan el tipo de sensibilidad
que se va a tener”, dice con cierta timidez.
El poeta menciona como parte de esos factores el ambiente en el
que nace una persona. “Yo vengo de una casa que me proveyó de
muchos elementos para desarrollarme como poeta. Mi familia me
mantuvo siempre cerca de los libros. También pasaba mucho tiempo
escuchando música. Supongo que, al estar mucho tiempo expuesto a
las letras de las canciones, podía ver esas letras como poemas. Son
gustos con los que se nacen que están programados para que ocurran”,
opina.
Según dice, la personalidad que se va formando en ese hogar
también es un factor importante para preferir una carrera sobre otra.
“En mi caso, yo siempre he sido muy curioso, pero muy tímido. Eso
ayuda a equilibrar la cosa. Nunca tuve una curiosidad excesiva que me
llevara a meterme en líos. Creo, entonces, que hay elementos que, si
no están ahí desde que eres pequeño, ya sea en un artista o en
cualquier persona que se vaya a dedicar a la escritura, la historia sería
otra”, añade, mientras se pasa la mano sobre la barbilla como si
dudara de lo que está diciendo.
El autor que, a pesar de ser poeta, confiesa no leer mucha poesía,
sí se atreve a afirmar que la humildad debe acompañar a todo escritor
creativo. “Lo más importante es tener claro que no se está escribiendo
por una misión de fama, sino por un compromiso con la imaginación,
con el lenguaje. En resumen, sé que comencé a escribir porque era
imposible no escribir”, dice, mientras sujeta a Catalino, el cuarto gato
que al fin superó la timidez y brincó a sus brazos.
Entrevista a Sergio Ramírez
Cuando un escritor
fue vicepresidente
El primer contacto con el ganador del Premio Alfaguara de
novela 1998 y exvicepresidente de Nicaragua, Sergio Ramírez, fue por
medio de amigos en común. “Sergio es un ser humano fascinante, muy
humilde”, comentó una amiga editora. “Es sumamente decente y
fabulosa persona. Es una de esas personas con las que hablas y crees
que las conoces desde siempre”, dijo otro conocido.
Y así es. Este escritor y político nicaragüense no solo posee el don
de la palabra, sino también el don de gente, del cual hace gala con todo
aquel que lo conoce.
“Nací en un pueblo pequeño y allí viví hasta mi adolescencia, un
pueblo sin una sola biblioteca. Mi madre era profesora de Literatura y,
gracias a ella, tuve mis primeras lecturas. Ella me animó también a
escribir. Pienso ahora que porque le hubiera gustado a ella misma
serlo”, recuerda con cierta nostalgia el autor de Margarita, ¿está linda
la mar? y Sombras, ¿nada más?
A pesar de su pasión por la literatura, Sergio Ramírez se
convirtió en abogado. “Mis opciones eran pocas. Pero esos estudios en
Derecho me sirvieron de mucho. Estudiar los códigos es una forma de
domesticar el lenguaje, como ya lo decía Stendhal, que había que leer
una página del código civil cada mañana para aprender economía y
lógica del lenguaje”. El escritor no solo siguió los consejos del novelista
del siglo XIX, sino que desde muy joven lee “como un vicioso, desde
los clásicos hasta los anuncios clasificados de los diarios”.
Para este expolítico, “un escritor nunca se hace. Pero, un escritor
que nace fracasa si no se hace. Porque siempre debe estar aprendiendo
de los demás, y de los clásicos nunca se termina de aprender”.
Sergio Ramírez opina que nació con esa inclinación literaria. Sus
pininos los dio a los trece años. A esa edad publicó su primer cuento
en La Prensa Literaria, de Managua. En esta narración corta recreó
una leyenda popular acerca de una carreta fantasma que vaga por las
noches. Más adelante, ese interés inicial se convirtió en una necesidad
de la que nunca ha podido retirarse.
“Si uno no tiene la urgencia vital de escribir, puede ser cualquier
otra cosa menos escritor. Del único oficio del que creo que no podemos
retirarnos es de la escritura”, opina.
Sobre este tema añade que nunca vio la política como una carrera
que ejercería toda la vida. “Creo que mi paso por la política me sirvió
para conocer el poder por dentro. Fue un privilegio para mí porque no
son muchos los escritores que hayan tenido esa experiencia”. Hoy, el
autor de más de treinta publicaciones prefiere contar en sus libros la
historia política de su país, sin ser parte de ese mundo en el que entró
por tiempo definido.
“Dije que entré a la escritura por necesidad, pero a estas alturas
agrego que también por placer. Cada vez que me siento frente al
computador por las mañanas siento la felicidad de quien se halla en
estado de gracia, y vive una epifanía cotidiana. El encuentro con la
imaginación es siempre sobrenatural”, aclara.
Sergio Ramírez asegura que esa inclinación no se gana en ningún
taller de literatura, sino en la educación individual. “La primera
cualidad que debe tener un escritor es la perseverancia. Debe tener
disciplina estricta para escribir y paciencia para corregir. Además,
debe leer incansablemente. Los verdaderos escritores nacen, repito,
con el don de escribir”, opina, quien da testimonio del valor de la
perseverancia, pues acostumbra a redactar hasta seis borradores de un
mismo libro.
El escritor añade que los talleres “son necesarios para adiestrar a
los jóvenes dotados para el oficio en los secretos del arte literario y en
su carpintería. A mí me encanta enseñar esos secretos y esa
carpintería, pero ‘lo que la musa no da, Salamanca no lo presta’”, dice
el orgulloso amigo de los escritores García Márquez y Carlos Fuentes.
A pesar de sentirse feliz de ser hoy un escritor a tiempo
completo, Ramírez confiesa rápidamente sus desaciertos. Su modestia,
por otra parte, no le permite hablar de sus logros. “Más que
arrepentimientos, tengo frustraciones, lo que Darío llama ‘lo que pudo
haber sido y no fue’. Me hubiese gustado ser periodista de un diario
lleno de humo y conversaciones, reportero de madrugadas para la
crónica roja. Sin embargo, ¿mi mayor logro? Aún espero por él”,
manifiesta.
Entrevista a Juan Antonio Ramos
Un don con el
que se nace
Cuando las personas conocían a la hija de Aquilino Rivera, le
comentaban: “Esa nena es rarita. Abraza los árboles y habla con los
pájaros y las flores”. A lo que él respondía: “¿Será que va a ser poeta?”,
sin ninguna certeza de lo que estaba diciendo.
Al pasar los años, la contestación de don Aquilino se convirtió en
profecía. La atracción por la naturaleza que sentía su hija, Etnairis
Rivera, fue el inicio de una larga carrera literaria. Actualmente es una
de las poetas más respetadas de Puerto Rico.
“Yo hablaba en poesía desde muy pequeña, antes de saber
escribir. Desde bien pequeña la poesía estuvo dentro de mi existencia.
Luego, creo que se cultiva con las lecturas. Entendí siempre, desde las
clases de Español, que había que leer a buenos escritores; no para
copiarlos, sino para tomar de ellos elementos creativos”, manifiesta
Etnairis Rivera a quien le publicaron su primer poema a los quince
años.
Cuando llegó a la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras,
supo que no todo el que estudiaba una carrera en Humanidades podía
ser escritor. “Yo creo que un artista viene con una especie de rayo o
don; se nace con eso. Luego, ese talento tiene que cultivarse. En esa
medida, pues, tiene que hacerse también. Hay muchos profesores
doctorados en Literatura a quienes les gustaría ser poetas o
narradores, pero se tienen que conformar con dar talleres de crítica.
Esto ocurre porque no tienen ese impulso importante de la creación”,
opina.
Más adelante, la autora de Canto a la Pachamama, libro sobre
su travesía en el Perú, se interesó en el yoga, la meditación y el
budismo. Estas prácticas, dice, han influido tanto en su vida como en
su obra literaria. “Por eso es que la escritura tiene mucho que ver con
que el escritor nace y se hace, con ambas cosas. Hay grandes poetas
que no han tenido una orientación académica y que, con esa sola obra,
han logrado un puesto importante en la literatura universal. Así que la
educación formal en el artista ayuda, pero no es fundamental”, aclara.
Por eso, considera que lo más importante para un escritor es
“nacer con una pasión intensa, de fuego. El artista mira la vida con una
especie de luz interior, en la que no tienen que mediar los libros. Pero
cuando se ha leído mucho, que es mi caso, pues eso ayuda a moderar
la expresión”.
La poeta va más allá al opinar que no solo el talento literario
acompaña a un escritor desde su nacimiento, sino que es posible que
pueda heredarse. Basa su planteamiento en que su hija, Gabriela del
Sol Puig, ha mostrado su misma pasión por los elementos naturales y
literarios. “Curiosamente, cuando vivíamos en los campos de Utuado,
mi hija escribía poemas de pajaritos, lo mismo que me pasó a mí. Era
una repetición extraña de mi vida. Ahora se ha dedicado a cultivar el
teatro. Es muy buena actriz”, comenta con un brillo en los ojos.
La ganadora del Premio del PEN Club de Puerto Rico, por el
poemario El viaje de los besos, reconoce, sin embargo, que no todos
los escritores descubren ese interés desde pequeños. “No,
necesariamente, cuando uno dice que ‘nace’ quiere decir que se refleja
desde siempre. Tenemos el caso de las buenas escritoras primas, de
Rosario Ferré y Olga Nolla. Ambas empiezan a escribir cuando se
graduaron de la universidad. Las clasifican como parte de la
Generación del 70, porque esa es la época en que comienzan a
conocerse como escritoras. Sin embargo, comenzaron tarde. Como
creo en la reencarnación, creo que uno trae la semilla”.
La autora del poema “El lobo” cree que una forma para descubrir
ese talento es disciplinarse. “Hay personas que pueden coger diez
talleres y no pueden hacer un buen poema. Al que le gusta la
literatura, le gusta leer buena poesía, pero no puede escribir un buen
poema. A lo mejor, de esa disciplina de escribir algo todos los días solo
se salva un verso o nada, porque también se debe ser muy autocrítico y
honesto. Hay que saber cuándo tirar un poema a la basura”, aconseja.
Han pasado más de cuarenta años desde que aquella niña
comenzó a hablar con la naturaleza. Durante este tiempo, ha escrito
más de diez libros, uno de ellos se publicó en Nueva York como
resultado de una gestión de una editorial puertorriqueña. Tras esa
experiencia, la escritora ansía darse a conocer ante el público
extranjero. “He publicado en antologías y revistas de otros países. Mis
trabajos se han traducido al inglés, al francés, al portugués, al árabe y
al sueco. Me gustaría publicar en México o en la Argentina, donde
están las grandes editoriales hispanoamericanas”. En busca de ese
libro, Etnairis Rivera ahora espera.
Entrevista a Vicente Rodríguez Nietzsche
Las vivencias de
un escritor
Era el verano de 1954 y Vicente, de doce años, tuvo que pasar
una temporada en Nueva York. Estar lejos de su país, Puerto Rico, y de
sus amistades le provocó una frustración enorme. Un día tomó un
papel y un lápiz, miró al cielo, bajó la mirada y escribió:
Será la misma luna
y las estrellas también,
pero a ninguna
habré de querer más
que a las de mi bella Borinquen.
Este fue el primer poema que Vicente Rodríguez Nietzsche
redactó en su vida. Desde ese día, decidió expresar en poemas lo que le
incomodaba, quería o, simplemente, necesitaba decir. Con sus amigos
de la infancia, Andrés Castro Ríos y Edgardo López Ferrer, entre otros,
creó la revista de poesía Guajana, en 1962. Es en este medio que sus
amigos y él han publicado la mayor parte de su obra poética.
“En ese tiempo, mi mamá estaba recién divorciada de su segundo
matrimonio y, para espantar problemas y malos ratos, decidió
mudarse a Nueva York. Esa ciudad nunca me gustó para vivir, pues la
veía gris, tétrica e impersonal. Recuerdo que escribí esos versos una
noche en la azotea del edificio de cinco plantas donde residíamos”,
dice el poeta, mientras sube la mirada como si se transportara a ese
momento de su niñez.
Seis meses después, en 1955, Rodríguez Nietzsche regresó a
Puerto Rico. Una vez en su país, comenzó a involucrarse en
actividades literarias y a estudiar obras de poetas reconocidos.
“Escribía sin tener taller. En esos años uno escribe también por
intuición, pero después vine a Puerto Rico casi de inmediato. Llegué
acá y compartí con mis amigos de la infancia. Todos ellos estaban
haciendo pininos en la poesía. Fundamos la revista Guajana —que
todavía hacemos—, publicamos libros y poemas juntos.
Intercambiábamos lecturas de Garcilaso de la Vega, de Gustavo Adolfo
Bécquer. Así fuimos madurando, haciendo el taller y aprendiendo el
oficio”, recuerda el coautor con el fenecido Andrés Castro Ríos de
Estos poemas y Nanas para niños serios.
Añade que esa convivencia amistosa y “hermanada”, como la
llama, fue un impulso para mantenerse escribiendo. “Porque a veces es
un reto. Si tú estás en un grupo de cinco y los cinco corren, tú quieres
ser el que más corre, y los cinco, también. Entonces te pones a hacer
ejercicios muy fuertes para ganarles a los demás”, confiesa.
Esa especie de competencia literaria lo ayudó a exigirse más
como escritor y a “hacerse” por medio de la práctica y el estudio.
“Porque eso de que el poeta nace, sí nace el poeta, pero también se
hace ejecutando el oficio. Hay gente que sabe tocar piano, pero nunca
lo toca. Esa persona no va a ser un pianista, pues hay que aprender a
serlo. Una flor nace en capullo para luego convertirse en flor. El poeta
tiene que pasar por la etapa del taller, por la etapa del aprendizaje, de
la labor que es hacer un poema”, asegura.
Aconseja a todo escritor en ciernes que tome talleres de creación
literaria. Sin embargo, solo los recomienda para adquirir las técnicas
que lo ayuden a pulir el talento que ya posee. Por eso aclara que nadie
puede aprender a ser escritor en uno de estos ofrecimientos
académicos. “Lo que forma a un poeta es la labor, el trabajo, leer,
escribir... Se necesita saber lo que se está haciendo, saber lo que es un
soneto, saber lo que una rima, una rima consonante, asonante. El
taller le da a uno una idea de lo que es la poesía, de cómo se hace, las
formas que puede tener, el sentido que puede tener, pero no forma al
escritor”, opina el autor de más de veinte poemarios.
Además del estudio, Rodríguez Nietzsche sostiene que se
necesita un bagaje importante de experiencias de vida. Para el poeta,
esto es fundamental para convertirse en un buen escritor. “La poesía
es la verdad de quien la escribe. El hombre que no vive no tiene nada
que decir. Si yo tengo una serie de vivencias acumuladas y me siento y
las escribo, esas vivencias son mi verdad. Hay quien se sienta a escribir
por escribir y escribe una tontería. Ahora, el que se sienta a escribir
algo que le pasó o algo que le pasó a un amigo suyo, pues ahí ya hay
una vivencia con los seres que lo rodeaban. No puedes sentarte a
hablar de una palma, si no sabes que da cocos. Cuánto más
profundamente se viva, más profundo será lo que diga”, teoriza.
Hoy, Rodríguez Nietzsche dedica parte de su tiempo a motivar a
otros a acercarse a la carrera poética. Por eso, organiza foros,
promueve actividades literarias y actualiza cada vez que puede la
revista Guajana. Confía en que algún día su legado poético inspire a
otros que, como él, recibieron el llamado de la vocación.
Entrevista Santiago Roncagliolo
Cuando el escritor
cumplió su sueño
Ese día hacía más calor que de costumbre. En una ciudad como
San Juan, rodeada de edificios, pocos árboles y playas, una tarde
puede convertirse en un baño de vapor para cualquiera. No obstante,
para el escritor peruano Santiago Roncagliolo, el día era adecuado
para tomarse un café. Por eso de refrescarse un poco, añadió: “con una
botella de agua, por favor”.
Este joven escritor no tiene mucho de qué preocuparse. En 2006
su novela Abril Rojo ganó el Premio Alfaguara de Novela, lo que lo
convirtió en el escritor más joven que ha recibido ese galardón. Su
obra Pudor ya se ha traducido al portugués, al turco y al alemán, y la
llevaron al cine en 2007.
Con este récord literario, parecería que Roncagliolo comenzó a
escribir desde la cuna, pero la verdad es que su interés por las letras es
tardío. “Comencé a escribir, más o menos, a los 22 años. Supongo que
antes me dedicaba a vivir. Pasaban cosas y las vivía. Nunca me planteé
querer inventarme otro universo. Cuando comencé a escribir, no
estaba contento conmigo. No estaba contento con mi familia. No
estaba contento con mi trabajo ni con nada. Empecé a escribir como
escape de todo ese mundo que no me gustaba”, recuerda a la orilla de
una piscina en un hotel de San Juan.
Ahora, su vida la dirigen sus editores, quienes deciden con quién
se va a entrevistar, qué países visitará y cuánto tiempo tendrá para el
descanso. A pesar de estas limitaciones, asegura estar feliz de haberse
decidido por la carrera literaria. “En un principio lo hice a escondidas.
Supe muy rápidamente que esto era lo que yo quería hacer. Luego,
empecé a desarrollar los oficios que me permitiesen obtener las
herramientas y los recursos de la narración: el periodismo, los
guiones, que eran una forma de contar historias”, detalla.
Roncagliolo reconoce que esas herramientas solo se obtienen con
la práctica, por lo que no cree que una persona nazca para dedicarse a
la carrera narrativa. “Uno escribe con lo que vive, con lo que lee.
Escribir es un oficio en el que se va aprendiendo qué herramientas y
qué recursos se tienen a la disposición”, manifiesta.
El autor del libro de cuentos Crecer es un oficio triste añade que
la carrera literaria no se diferencia de otras disciplinas en torno a la
preparación que exige. Para Roncagliolo, por lo tanto, un escritor se
hace: “Para mí, esto es mi trabajo. Yo hago libros como aquel que hace
ortodoncia o zapatos. La materia prima de mis historias está en mi
memoria, en las cosas que vivo, que leo. Uno va aprendiendo de esas
cosas. No creo que uno nazca escritor, como tampoco naces político o
economista”.
No obstante, Roncagliolo reconoce en los escritores unas
cualidades fijas que solo poseen algunas personas. “Yo creo que se
debe tener cierta sensibilidad. No sé si se nazca con eso, pero sí hay
que tener disciplina y mucha imaginación. Creo que se debe tener una
gran insatisfacción con la vida y cierta dosis de locura. Soy una
persona que puede pasar más de diez horas al día encerrado en
mundos que no existen. No puedes estar bien de la cabeza. Supongo
que he convertido mis problemas de identidad en mi fuente de
ingreso”, admite con un dejo de humor.
Este escritor, que tocaba el bajo cuando era adolescente,
considera los talleres creativos muy útiles para cualquiera con la
vocación narrativa. “Son una parte importante. Evidentemente, el
talento no se enseña, uno vive sin saber si lo tiene o no. Pero, si hay
una opción de estudiar algo que te permita escribir, pues debe ser una
gran experiencia que yo le recomendaría a cualquiera. Si hay una
escuela que te pueda convertir en un gran escritor, pues mejor”, opina.
No obstante, su formación ha estado alejada de este tipo de
ofrecimiento académico. “Yo estudié Literatura. Nadie me enseñaba el
oficio ahí, así que tuve que buscar el oficio afuera, como periodista,
como guionista, como escritor. Además, tomé otros cursos que me
interesaban también. Estudié algo de Psicología, que me interesaba;
de Ciencias Políticas; de Historia. Creo que esa formación me vino
bien”, apunta.
Luego de haber ganado dos menciones en el Premio Adobe de
Literatura, ser finalista de la prestigiosa beca Rolex y recibir el Premio
Joven Talento 2003, Roncagliolo no se preocupa por saber cómo se
hizo escritor. Hoy solo le interesa nunca dejar de serlo. “Yo he
cumplido todas mis metas. Yo quería ser esto: un tipo que viaja por el
mundo, publica libros, que escribe. Antes del premio, vivía de la
literatura y estaba satisfecho. Cuando nadie quería publicar mi
trabajo, yo seguía escribiendo. Batí el récord mundial de rechazos
editoriales. Mi primera novela fue rechazada catorce veces. Aunque las
cosas vuelvan a ir mal, voy a seguir escribiendo. Porque me gusta,
porque me lo disfruto. Esto salió de algún lugar y no puedo
controlarlo. No sé qué más puedo pedirle a la vida”, afirma.
Entrevista a Edgardo Sanabria Santaliz
Una vocación
dividida en dos
“La palabra con p minúscula me llevó a la Palabra con P
mayúscula”. Con este juego de letras el escritor Edgardo Sanabria
Santaliz explica el porqué de sus dos grandes pasiones: la escritura y el
sacerdocio. Desde que ingresó en la congregación de los frailes
dominicos, hace más de una década, descubrió que la escritura no solo
lo acercó a Dios, sino que llegó a convertirse en algo más que una
experiencia religiosa.
“La escritura, como todo arte, es una manifestación de Dios. Me
he sentado a escribir cuentos y, al terminarlos, conmoverme por
haberlos escrito. Escribir es como estar rezando. Dios le toca el
corazón a uno en esos momentos”, aclara.
Con la misma seguridad con la que asocia la palabra escrita con
la Palabra religiosa, asegura que un escritor puede dejar de sentir ese
llamado de escribir en cualquier momento. Para explicar su punto, el
narrador, nuevamente, utiliza el juego con el lenguaje: “El escritor
nace, se hace, se rehace y se deshace. Se rehace, nuevamente; y
después, se deshace, finalmente. Ocurre en el sentido biológico y en el
sentido literario. Yo creo que los artistas, en general, y los escritores,
en particular, nacen con cierto talento. Pero que si no se dan las
circunstancias necesarias o ideales, ese talento no se desarrolla. Creo
que una persona muy pobre que no esté expuesta a libros y que tenga
que ayudar a su familia para poder salir de ese estado de pobreza,
puede que nunca llegue a desarrollar ese talento. Pero si, de lo
contrario, se expone, lee y practica, seguramente logrará desarrollar
ese talento con el que nació”, sostiene.
Para el autor de El arte de dormir en una silla de hospital,
poemario ganador, en 2002, del premio Juan Rulfo del Instituto
Cervantes, un escritor debe seguir el llamado a escribir. Sin embargo,
también debe aceptar cuando ese llamado desaparece. Lo dice por su
experiencia, pues confiesa haberse “deshecho” como escritor creativo.
“Creo que ya como escritor literario no tengo nada más que decir; si
acaso, en la poesía. La poesía es un momento de alumbramiento: lo
escribes y ya. Quizás ese sea el género al que pueda regresar en el
futuro. Pero ¿volver a escribir narrativa? Creo que no. Me he deshecho
como escritor literario, aunque todavía siga escribiendo ensayos. Me
he entregado a ser un lector que se disfruta la literatura, sin sentirme
tentado a escribirla”, confiesa, mientras se mece en uno de los sillones
de su residencia en la urbanización Ponce de León, en Guaynabo.
En este hogar de la zona metropolitana, Edgardo Sanabria
guarda “libros suficientes para leer hasta que muera”. Entre ellos,
escasean los cuentos, a pesar de ser el género que más ha desarrollado.
“Casi no leo cuentos; prefiero las novelas. Esa es una de mis grandes
frustraciones. No tengo la mente del novelista. Tengo ideas
buenísimas, pero no puedo desarrollarlas”, admite con cierta pena.
El escritor afirma que su vocación hacia la escritura comenzó a
los siete u ocho años. Debido a su interés temprano, desarrolló una
enfermedad en los tendones llamada Mano de garra, de la que lo han
operado en varias ocasiones. Al reflexionar acerca de esa primera
etapa como escritor, reconoce que la palabra escrita y la Palabra
religiosa le sirvieron de refugio ante la tristeza de tener un padre
alcohólico. “Viendo el cuadro completo, uno ve cómo Dios usa las
situaciones de otras personas y las propias para encaminarlos por
ciertos caminos y a cierta vocación. Si mi papá no hubiese tenido
problemas con la bebida, quizás yo no hubiese buscado tanto de la
literatura, no hubiese buscado apoyo en la religión”, reflexiona con el
mismo convencimiento del que habla de su fe cristiana. A pesar de
creer que esa experiencia con su padre –con el que luego pudo
alcanzar una relación saludable y de perdón– fue acercándolo a la
escritura, afirma que sin el talento heredado de su madre, quien
también escribe, jamás hubiese sido escritor.
Luego de descubrir ese talento, Sanabria Santaliz decidió
“hacerse” en el oficio. Para formarse académicamente, se matriculó en
talleres literarios dirigidos por los escritores Emilio Díaz Valcárcel y
José Luis González. A pesar de reconocer el talento de estos escritores,
el narrador destaca a la colombiana Carmen Quiroga de Cebollero,
como su mejor profesora de escritura creativa. “Creo que por no ser
escritora pudo acercarse más imparcialmente a lo que nosotros, como
estudiantes, producíamos en el taller”, opina el autor, quien también
es amante de la música clásica.
En la etapa en que se encuentra, Sanabria aspira a “rehacerse”
como escritor creativo, pero sin descuidar su fe religiosa. “La literatura
es necesaria para mi ser. Es necesaria para darle sentido a mi
existencia. Tengo una vocación dividida en dos: una quiere ser
sacerdote y otra quiere ser escritor”.
Entrevista a Mayra Santos-Febres
La escritura como
predisposición genética
Cuando cursaba la escuela superior, su maestra “Millita”, como
la llamaban cariñosamente todos los estudiantes, dictó su vocación.
Había acabado de leer Doña Bárbara, y la educadora le asignó un
trabajo creativo sobre la obra de Rómulo Gallegos. El estudiante,
llamado José Luis Vega, confiaba en que contaba con la inspiración
necesaria para el proyecto. Así que decidió preparar una semblanza en
prosa de uno de los personajes de la novela. El resultado no fue tan
alentador como esperaba.
“Mi trabajo fue un fracaso. Entonces, acudí a mi padre, que
escribía. Él fue compositor de música popular, y él me ayudó. Desde
entonces, descubrí mi gusto por la escritura”, cuenta sobre ese primer
intento de redacción creativa.
El poeta, que fue profesor de Literatura y decano de
Humanidades de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, se
atreve a asegurar que nació con cierto interés poético. Su maestra solo
lo ayudó a descubrirlo. “Creo que Millita me ayudó con eso que llaman
‘el llamado de la vocación’, que desata los mecanismos que se tienen
que desatar. Creo que hace falta ese estímulo que dé una voz de alerta.
En mi caso, el estímulo fue ese ejercicio escolar, de tipo práctico”,
recuerda.
Asimismo, el exdirector del Instituto de Cultura Puertorriqueña
opina que la herencia también determina si una persona es más
propensa que otra a convertirse en escritora. Para el autor: “El escritor
sin duda nace. Posiblemente tiene que ver con las áreas del cerebro
que vienen dispuestas a desarrollarse hacia ciertos tipos de actividad
cognoscitiva y creativa. Creo que hay una predisposición genética,
como la hay para la música y como la hay para el cálculo matemático”.
El autor le da validez a su tesis al argumentar: “Hay personas que
no coordinan movimientos o que nunca aprenderán a bailar, sin que
importe cuántas clases tomen para lograrlo. Sin embargo, hay otras
que nacen bailando como un trompo. De modo que hay una
predisposición para la comunicación y para el ritmo. Como alguien ha
dicho, hay una predisposición para poder pensar en imágenes, para
resumir en pocas palabras sensaciones muy fuertes”, argumenta.
Además de la motivación interior, Vega cree que hay ciertos
estímulos de vida que pueden influir en un escritor en ciernes; por
ejemplo, los concursos escolares. “Asistí a la Escuela Superior Central.
Allí se realizaban unos juegos florales, que eran unos certámenes
literarios abiertos a estudiantes de escuelas superiores de toda la Isla.
Era una actividad entonces muy famosa. A mí me dio con escribir un
soneto sobre Lope de Vega y recibió una mención honorífica”,
recuerda con orgullo.
En ese certamen, el autor de Comienzo del canto tuvo la
oportunidad de ver, por primera vez, a un escritor. “Recuerdo muy
bien que se invitó a Ernesto Juan Fonfrías. Yo vi a aquel señor vestido
de blanco, que hablaba de manera muy sonora, hasta seseaba. Me
pareció que era una figura importante, impresionante. Esta persona
levantó en mí la admiración, en este caso hacia la literatura y hacia
quienes la cultivan. Desde ahí, quedé engancha’o en esto de las letras”,
admite con un tono de voz suave.
Luego de asegurarse de que realmente estaba destinado a la
creación literaria, como intuía, decidió cultivar la vocación con la que
había nacido. “Desarrollé una cierta intuición acerca de que el
conocimiento de la forma y el de las técnicas eran importantes.
Recuerdo que creé un manual de preceptiva literaria, que explicaba
cómo se diversificaban los distintos versos. Creo que el poeta debe
dominar los aspectos básicos del oficio”, manifiesta con seriedad.
Vega aclara que estas técnicas, imprescindibles para cualquier
poeta, no son innatas. Opina, por lo tanto, que todo escritor, aunque
posea talento, debe educarse y comprometerse con su trabajo. “Eso no
viene: se desarrolla por medio de la práctica. La práctica en el oficio es
importante. Se aprende a escribir escribiendo y se aprende a escribir
leyendo a quienes escriben bien”, aconseja.
José Luis Vega pudo darse por vencido en aquella primera
experiencia literaria. Sin embargo, prefirió transformar un primer
intento fallido en una carrera de por vida. Gracias a ello, ha
encontrado un método para pulirse como ser humano. “La escritura
poética es un método para hacer de uno una persona más plena, para
buscar la individuación del ser humano. Cuando escribimos poesía,
nos acercamos a eso”, dice convencido.
Entrevista a Xavier Velasco