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PRACTICO B

Caso clínico extraído de la revista: “Psicoanálisis y el


hospital” N° 9: Psiquiatría y psicoanálisis

“Sala de internación…Un lugar de encuentros”

“E” tiene 44 años y su primera internación psiquiátrica fue


hace dos años. Los primeros días estuvo sumido en lágrimas
y una reticencia que a veces llegaba al mutismo. Sólo
aparecía con insistencia la idea de abandonar la internación.
El tiempo transcurría y con él la temática delirante empezaba
a esbozarse: “hace 20 días dejé de trabajar, empecé a sentir
que me perseguían inspectores. Iba en el colectivo y pensaba
que hablaban de mí. Por ahí el Gobierno, la D.G.I., mis
competidores no querían que yo trabajara en negro”. También
refiere que para esa misma época se encerró en su casa y
dejó de comer y de beber. Dice: “La comida estaba
envenenada, alguien me ponía cosas”. Él trabajaba “en
negro” en un local y un día vinieron del Estado a inspeccionar
el mismo, quedando sus datos personales expuestos.
Cierto día, “E” se presenta para informarme que tomó la
decisión de irse de la sala de internación: “acá no aguanto
más, estoy pasando un cautiverio, tengo temor de pasar acá
más tiempo del que debo. Dígame cuándo, la fecha, en que
me voy a ir de alta”. Se le respondió que el tiempo probable
de internación iba a ser de un mes. “E” se tranquilizó y pudo
sostener la internación hasta el alta.
En algunas entrevistas sobre el “saber médico”, “E” dice: “los
médicos saben todo y Ud. También”. Se le pregunta: “¿Qué
cosas cree Ud. Que yo sé?”. “E”: “todo lo de la mente
humana”. En la sesión siguiente “E” continua diciendo: “Los
doctores encierran a la gente y la tienen en cautiverio para
estudiarla, para explorar la mente, el cerebro. Ud. con sus
ojos penetra mi mente. Estoy entregado al tratamiento, dejo
que Uds. Me profanen”. Estaba convencido de que el analista
era portador de un saber sobre su ser y su padecimiento.
Ante esto se le responde: “Yo solo sé de Ud. las cosas que
me cuenta, hay otras que no me cuenta y yo no puedo
saberlas”.
Entre las últimas semanas de internación y el comienzo del
tratamiento ambulatorio, hubieron avances y retrocesos del
cuadro del paciente, relacionados generalmente con la
suspensión de la medicación y por una riqueza de temáticas
delirantes, multiplicándose las figuras de los perseguidores,
hasta que junto con el analista comienza un reordenamiento
que permite fijar y centralizar al perseguidor en una figura de
su entorno. “E” comienza a dividir la humanidad en hombres
buenos y malos: “Los hombres malos me dicen cosas,
escupen la comida, entro en un bar y me tocan la cola, no
quieren que trabaje”. En cierta oportunidad, luego de
cerciorarse de que quien lo escuchaba iba a guardar el
secreto, refiere: “yo a los 21 años hice el acto sexual con un
hombre, tenía hambre y apetito sexual, él me lo propuso. Esta
es la primera vez que lo cuento”.
Transcurrido cierto tiempo, comienza a aparecer cierta crítica
de su ideación delirante: “lo mío es endógeno, es que las
cosas que me pasan son cosas que pienso yo”; “ya no me
persiguen, estoy minimitado. Quiere decir que soy un esclavo
liberado, me liberaron porque soy hombre”. Dice que el
tratamiento le ayudó a construir una pared en que los
hombres malos no podrían derribar. “Me pregunto por qué no
me persiguen, ¿se habrán dado cuenta que no les voy a
hacer sombra?”. Para esta época “E” es dado de alta de la
internación.
A poco de iniciado el tratamiento ambulatorio se presenta un
día bastante desmejorado y dice: “yo no puedo hacer nada, si
ellos quieren volver a perseguirme lo van a hacer, están
organizados, yo estoy sólo”. Se interviene diciéndole que él
es paciente y pertenece en tanto tal a una organización que
es el hospital. Esto lo tranquiliza, pero posteriormente “E”
comenta que dejó de tomar la medicación: “dependo de la
doctora, ella me maneja”. Se le dice que la doctora le indica
que tome la medicación y que él no la toma, que la doctora no
puede hacer con él, lo que él no quiere. “Tomar o no la
medicación, en ese punto Ud. decide”.
“E” se muestra sorprendido y con gesto de alivio y dice: “tiene
razón, por un lado dependo y por el otro no”. Se insiste
diciéndole que esto mismo sucede en otras situaciones de su
vida y siempre frente a las mismas él puede decir que si o
que no.
En las siguientes entrevistas “E” no parecía ser el mismo, la
expresión de su rostro se había relajado, tomaba nuevamente
la medicación y ni la doctora ni las pastillas aparecían como
preocupación en sus dichos.
Entonces pasó de la doctora a su esposa, como
perseguidora. Situándola como responsable de todos sus
males. Dice al analista: “Si Ud. estuvo toda su vida al lado de
alguien que es culpable de todos los males que le pasan,
¿qué haría? ¿Seguiría soportando ese calvario?”. Se
interviene diciéndole que era conveniente tomarse cierto
tiempo para hablar de esto, que una decisión tan importante
merecía ser seriamente tomada y que por el momento no
tomara una resolución. Se empieza a trabajar en las
entrevistas que podía hacer él frente a las maldades de su
esposa y pudo resolver que para no encontrarse con su
esposa se iba a dormir a otras habitaciones. Las puertas y el
espacio físico le sirvieron para poner un tope a los caprichos
de la mujer.
El paciente vuelve a trabajar y comienza a venir con escritos,
con poesías. Trabajamos en las entrevistas sobre lo escrito.
Él plasmaba en el papel su ser y su padecimiento, algunos
recuerdos de su familia y se comienza a indagar sobre su
historia familiar.

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