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LA FRENOLOGÍA EN LA LITERATU-

RA DECIMONÓNICA

THE PHRENOLOGY IN THE


LITERATURE OF THE XIX CENTURY
Dorde Cuvardic García
Universidad de Costa Rica

Resumen: La frenología, pseudociencia sistematizada por Franz Gall,


fue incorporada a la práctica literaria en Occidente desde inicios del
siglo XIX. Su empleo fue ambivalente, incluso en autores específi-
cos: al mismo tiempo que fue incorporada, en diversos textos, en la
descripción de los personajes, la voz narrativa la asumía, en otros
casos, como objeto de sátira. Orientada a la construcción del indi-
viduo como sujeto patológico, contribuyó a estructurar una Otredad
social, moral e incluso racial. El objetivo del presente artículo con-
siste en argumentar sobre la función de la literatura como práctica
difusora de esta pseudociencia, pero también como vehículo clave
en su crítica y descrédito final.

Palabras clave: Frenología, literatura española, literatura latinoameria-


na, fisiognomía, pseudo-ciencia, caricatura.

Abstract: At the beginning of the XIX century, phrenology, a pseudo-sci-


ence developed by Franz Joseph Gall, was included in Western and,
more specifically, in Latin American literary practice. It was used in
an ambivalent way, even in the case of specific authors; at the same
time it was incorporated, in different texts, in the description of char-
acters, but in others, the narrative voice used it as an object of satire.
Directed to the construction of the individual as a pathologic subject,
phrenology contributed to the structuring of a social, moral as well as
ethnic Otherness. The goal of this article is to argue about the role of
literature as a practice spreading this pseudo-science, but also becom-
ing a key vehicle for its criticism and final discredit.

Key words: Phrenology, Spanish literature, Latinamerican literature,


Physiognomy, pseudo-science, caricature.
Siglo diecinueve 24, 2018, pp. 287–311
ISSN: Universitas Castellae
288 Dorde Cuvardic García

La frenología no ingresa en la literatura como diagnóstico


médico que certifica la existencia de una enfermedad o un grupo
de enfermedades, sino como ciencia que identifica actitudes o
predisposiciones al comportamiento humano. Los escritores
modelan sus personajes a imagen y semejanza de las personas
del mundo físico y explican su comportamiento a partir de los
exámenes frenológicos.
La frenología, también llamada craneoscopia en los países en
los que se practicó, es una pseudociencia que fue sistematizada por
Franz Gall (1758-1828) y su discípulo Johann Gaspar Spurheim
(1766-1833) en Anatomía y fisiología del sistema nervioso en
general y del cerebro en particular (Anatomie et physiologie du
système nerveux en général et du cerveau en particulier (1810). En
el título de este último texto todavía no encontramos el término fre-
nología porque, de hecho, fue acuñado por Spurzheim en 1818,
unos años más tarde. Fue una pseudociencia tan popular en la pri-
mera mitad del siglo XIX que de su vigencia nos habla, por ejem-
plo, la Fenomenología del espíritu (1807), de Hegel, en momentos
en los que Franz Gall la divulgaba por media Europa.
La frenología se ocupó de la relación innata entre las dispo-
siciones instintivas, morales e intelectuales del ser humano y las
distintas configuraciones del cerebro y, en consecuencia, del crá-
neo. Luis S. Granjel (14) explica el propósito de esta rama de la
medicina, el de reconocer, al palpar el cráneo, la personalidad del
sujeto examinado: las facultades y potencias determinan el tama-
ño y la forma del cerebro y, como corolario, la superficie exterior
del cráneo. Como vemos, sobresale el propósito de la frenología
de identificar la configuración moral del sujeto humano. Como
precisa María de los Ángeles Ayala (109), según el examen fre-
nológico, la peligrosidad, la sensualidad, la bondad o la inteli-
gencia podían reflejarse en la configuración del cráneo o del ros-
tro. Martha G. Krow-Lucal (8) detalla el diagnóstico que la fre-
nología propone:
el cerebro llena la cavidad craneal entera y la modela; de
esta manera, cualquier protuberancia o depresión del cerebro
es reflejo de las configuraciones físicas y mentales que se
encuentran debajo. El cerebro está dividido en un número de
secciones (de veintisiete a cuarenta y siete, dependiendo de
la fuente), y estas secciones corresponden a cualidades como
la Amatividad, la Filoprogenetividad, la Adhesividad (es
decir, el vínculo afectivo hacia la gente o hacia los objetos),
la Destructividad, la Adquisitividad, la Secretividad, etc. Un
bulto en el cráneo directamente sobre una de estas secciones
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indica que una facultad particular, llamada órgano, se ha


desarrollado más de lo normal, mientras que una depresión
en esa área significa una facultad poco desarrollada. El
carácter puede, de esta manera, ser explicado –y predicho–
al palpar el cráneo. (La traducción es mía)

Laura Luz Suárez y López Guazo (29) señalan que Gall y sus
seguidores ubicaron las capacidades intelectuales en la zona
frontal del cerebro, mientras que en la región posterior y en los
lóbulos temporales se encontraba la sede de los instintos; expli-
can, asimismo, que Spurzheim distinguió las razas humanas
frontales, orientadas hacia la inteligencia, y las razas occipitales,
orientadas hacia la sensualidad. Esta pseudo-ciencia contribuyó
a la configuración de las teorías racistas eurocéntricas en el siglo
XIX, en el marco de las jerarquizaciones raciales fundamentadas
en la oposición civilización (intelecto)-barbarie (sensualismo).
Franz Gall fue traducido en España al mismo tiempo que
divulgaba la frenología por Europa. Encontramos textos tan tem-
pranos como Exposición de la doctrina del Doctor Gall, o nueva
teoría del cerebro, considerado como residencia de las faculta-
des intelectuales y morales del alma (Madrid, Imprenta de
Villalpando, 1806). También fue traducido posteriormente, en la
década de 1830. Hablamos del Resumen analítico del sistema del
doctor Gall sobre las facultades del hombre y funciones del cere-
bro, vulgarmente llamado craneoscopia (1835).
En cualquier caso, el principal promotor de la frenología en
España fue Mariano Cubí y Soler (1801-1875), quien publicó
diversos textos divulgativos en España en el segundo tercio del
siglo XIX (principalmente en la década de 1840), después de
recibir la aprobación de la censura eclesiástica, en el marco del
conservadurismo moral dominante en el reinado de Isabel II.119
Una prueba de la difusión alcanzada por esta pseudo-ciencia está
representada por los artículos que le dedicó la prensa de la
época.120 El Semanario Pintoresco Español publicó, en diversas

119 Publicó textos como Introducción a la frenología (1836), Manual de frenología


(1844), Sistema completo de frenología cono sobre aplicaciones al adelanto y mejora-
miento del hombre individual y socialmente consideración (1846), Manual práctico de
magnetismo animal (1845), Elementos de frenología, fisonomía y magnetismo humano
en completa armonía (1849) y La frenología y sus glorias (1852).
120 Por su parte, en la subdisciplina de la historia de la medicina, la presencia de la
frenología en España ha sido investigada por Luis S. Granjel (“La frenología en
España”).
290 Dorde Cuvardic García

ocasiones, artículos sobre la frenología, identificados por Julio


Caro Baroja (253). Asimismo, también obtuvo difusión –y tam-
bién oposición– en México (Olivier Toledo y Mondragón
González). En este último país, como ha investigado Castañeda
(“La frenología”), se publicaron diversos textos divulgativos,
entre ellos la Exposición sumaria del sistema frenológico del
doctor Gall (1835), de José Ramón Pacheco, o el semanario El
Craneoscopo. Periódico Frenológico y Científico (1874).
La frenología tuvo defensores, que la consideraban una cien-
cia, y detractores, que le atribuían el carácter de pseudo-ciencia.
En el primer caso, se incorporó, por ejemplo, entre los procedi-
mientos de identificación de las enfermedades y las patologías,
en formaciones disciplinarias como la psiquiátrica. Es el caso del
conocido Hospital de la Salpêtrière, de París. Señala Didi-
Huberman, quien investigó la iconografía de la locura formulada
por las autoridades de este hospital, que “se apresuró a colocarse
como base teórica de toda la psicología bajo la bandera positivis-
ta” (71).
Pero también debemos prestar atención al hecho de que en el
ámbito científico, y en otros ámbitos sociales, se proponían con-
tradiscursos desde los que se ejercía una burla de las pretensio-
nes científicas de la frenología, en directa competencia –y polé-
mica– con otras ramas contemporáneas de la medicina. Uno de
los primeros en refutarla fue Pierre Flourens (1794-1867) en su
Examen de la phrénologie. Essai physiologique de la folie –
Examen de la frenología. Ensayo fisiológico de la locura–
(1842). Posteriormente, hizo lo mismo F. Lelut, en su Refutación
de la organología frenológica de Gall y de sus sucesores (1847,
edición española). También despertó rechazos y críticas en
España, como La frenología o El siglo (1852), de José Mariano
Riera y Comas, quien, ya desde el título, la llama “falsa ciencia”.
Asimismo, la suspicacia que recibió el proyecto de Cubí en
España nos la ofrece la Polémica religioso-frenolójico (sic)-
magnética, de 1848.

LAS FUNCIONES DE LA FRENOLOGÍA EN LA LITERA-


TURA ESPAÑOLA Y LATINOAMERICANA

En el siglo XIX, tanto en la teoría literaria como en la ficción


narrativa, se producen acercamientos y trasvases entre el discur-
so científico y el literario. Se buscó explicar el proceso de escri-
tura y el comportamiento de los personajes de los textos narrati-
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vos con la ayuda de diversas disciplinas científicas, particular-


mente de algunas ciencias naturales. Honoré de Balzac, en su
“Prefacio” a La comedia humana (1842), propone semejanzas y
diferencias entre el comportamiento animal y el humano, que a
su vez modela el de los personajes: la principal diferencia entre
ambos estriba en que interviene el azar en la conducta de los
seres humanos, la toma de decisiones, mientras que el reino ani-
mal se guía exclusivamente por el instinto. Este es el motivo por
el que el comportamiento del ser humano es más complejo que
el animal, y también la razón que permite su ascenso y descenso
en la escala social, movilidad inexistente en el reino animal. Por
su parte, Zola (1880), en La novela experimental, busca adaptar
los principios de la fisiología (o funcionamiento de los órganos
en los cuerpos vivos) a la hora de explicar el funcionamiento de
los individuos dentro del cuerpo social (y, por lo demás, de los
personajes dentro del mundo de la ficción).
El mismo acercamiento se procede entre la frenología y la
literatura. ¿Cómo queda incorporada en el discurso literario?
Puede ser objeto de debate o discusión entre los personajes, que
debaten sobre su condición de rama legítima de la medicina.
Pero preferentemente está presente en la preparación de los
retratos de los personajes realizada por la figura del narrador. La
frenología o craneoscopia incidió en la construcción de los retra-
tos de las novelas de mediados del siglo XIX, como destaca
Ayala (109).
A escala europea, se ha destacado la importancia de la freno-
logía en la construcción de los retratos de Honoré de Balzac.
Según Jacques le Thève (en Wechsler, 30), las alusiones a esta
pseudo-ciencia se presentan en el conjunto de la obra del escri-
tor francés, y ofrece para ello los ejemplos de Ursule Mirouët
(1841) y L’illustre Gaudissart (1843). Por su parte, Krow-Lucal
(10), comprueba que, en su Théorie de la démarche (Teoría de la
moda), el escritor francés equipara –en importancia científica– a
Franz Gall con Isaac Newton, Georges Cuvier y Bernard Palissy.
Señala, además, que esta pseudo-ciencia ya aparece en su ficción
temprana (La última hada, La dernière fée, 1823) y periódica-
mente en las demás obras de La comedia humana. Es conocida
su incorporación en Papá Goriot (1833). En esta última novela,
en la pensión de Vauquer, uno de los huéspedes, el médico
Bianchon, le dice a Vautrin, aludiendo a la señorita Michonneau,
quien al final se revela como una espía de la policía de la casa de
huéspedes, principal espacio de la novela: “Yo, que estudio el
sistema de Gall, le encuentro las protuberancias de Judas”
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(Balzac, Papá 49), es decir, la traición por dinero. Wechsler (30)


destaca que, en el conjunto de su obra novelística, se ofrecen
constantes menciones a los medios de disimulo empleados por
los personajes, así como a su opuesto, el examen frenológico,
empleado para ‘destapar’ sus intenciones. La frenología, en este
caso, como método interpretativo del comportamiento humano,
le permite al realismo satírico ‘destapar’ la simulación y el enga-
ño. En otras palabras, la frenología es tratada por Balzac como
una rama de la fisiognomía que contribuye a establecer un retra-
to moral de los personajes. Permitiría, además, contrarrestar el
engaño de una lectura fisiognómica errada.
Tytler (263) acota que, entre los grandes escritores europeos
del siglo XIX, el empleo de la frenología en los retratos literarios
cuenta con intencionalidad irónica en Charles Dickens y William
Makepeace Thackeray, mientras que raramente la tiene en
Honoré de Balzac, Charlotte Brontë y George Sand; asimismo,
comprueba que parte importante de la atmósfera frenológica del
siglo XIX se identifica en la llamada ‘literatura menor’, particu-
larmente del espacio inglés y alemán, como Gräfin Dolores –La
condesa Dolores (1810), de Achim von Arnim, Our Village –
Nuestra aldea– (1824-1832), de Mary Russell Mitford, o Ruhe
ist die erste Bürgerpflicht –El descanso es la primera obligación
del ciudadano– (1852), de Willibald Alexis.
Más allá de su uso ‘serio’ por parte de los escritores, como
método legítimo de construcción de los retratos de los persona-
jes, o como modalidad de la medicina defendida por algunos per-
sonajes, la frenología, además, fue empleada en el retrato satírico
de los personajes: el objeto de la sátira es el tipo social y se recu-
rre, en parte, a terminología frenológica. Asimismo, fue tratada
satíricamente como una pseudo-ciencia, como un fraude, a tra-
vés de personajes frenólogos en el ejercicio de los exámenes que
realizaban a sus pacientes.
Aunque Balzac hizo un uso principalmente ‘serio’ de esta
pseudociencia, también recurrió a la burla de su discurso en sus
retratos satíricos. En su “Monografía del rentista” (“Monograhie
du rentier”), de la colección Los franceses pintados por sí mis-
mos (Les français peints par eux-mêmes), certifica, como con-
clusión del examen frenológico realizado por el narrador, la
ausencia de ciertas cualidades morales en este tipo social, como
son el juicio, el espíritu y la belleza: “Los frenólogos, al exami-
nar el envoltorio exterior del mecanismo intelectual, han confir-
mado las experiencias de los químicos: es de una redondez per-
fecta, y no presenta ningún accidente giboso” (181-182). Es un
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caso de ironía paradójica: el sujeto dedicado a identificar protu-


berancias y cavidades carece de estas últimas en su propio crá-
neo. En todos los volúmenes de la colección costumbrista Los
franceses pintados por sí mismos las menciones son numerosas.
Sólo en el Tomo II, además del artículo dedicado al frenólogo,
contribuye a perfilar el retrato del rentista y del bibliófilo o
amante de los libros.
Abundan las caricaturas visuales, populares en Francia, que
convierten en objeto de sátira las pretensiones científicas de la
frenología. Honoré Daumier, por ejemplo, produjo diversas cari-
caturas dedicadas a esta disciplina y a sus practicantes. En la lito-
grafía de página independiente del artículo “Le Phrénologiste”,
de Eugène Bareste (1814-1861), incorporado en el Tomo II de
Los franceses pintados por sí mismos, se ofrece el retrato satírico
de cuerpo entero de un frenólogo que examina con atención dos
calaveras, frente a un busto cuyo cráneo se encuentra dividido en
diversas zonas. Asimismo, en el grabado en madera que encabe-
za –antes del título– el mismo artículo, Daumier ha dibujado a un
frenólogo que, en su estudio, palpa la parte superior de la cabeza
de un visitante, mientras parte del público observa este examen
y otra parte aprecia los distintos bustos dispuestos en los anaque-
les del lugar. En la litografía Le Crânioscope -
Phrénologistocope (Oui, c’est ça, j’ai la bosse de l’idéalité, de
la causalité...) –El craneoscopio-el frenologistocopio– (Sí, es
así, tengo la protuberancia de la idealidad, de la causalidad), de
Daumier, publicada en el periódico satírico Le Charivari el 14 de
marzo de 1836, un burgués, ante el espejo, se palpa su frente con
la mano derecha, mientras con la izquierda hace lo mismo con la
frente de un busto de Napoleón (a la par se puede leer la cubierta
de un tratado de frenología). En este último caso, la caricatura se
dirige tanto contra la frenología, que busca convertir la identifi-
cación de las predisposiciones humanas en un ‘recetario’, como
contra los legos que buscan identificar en sí mismos capacidades
‘sobresalientes’ o ‘excepcionales’ mediante la aplicación de un
autoexamen ‘amateur’. Literatos y caricaturistas se burlaron de
las pretensiones de algunas personas de buscar en la frenología
un medio para certificar que contaban con atributos intelectuales
o morales excepcionales (a la par que otras personas, al compro-
bar que su cráneo arrojaba una lectura orientada hacia el defecto
moral, la rechazaban).
El único estudio dedicado a las funciones que ha tenido la fre-
nología en la literatura escrita en español procede de Martha G.
Krow-Lucal (1983). Esta última investigadora analiza, sobre
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todo, un pasaje de La desheredada (1881), la conocida novela de


Benito Pérez Galdós, en dos de sus versiones, la manuscrita y la
primera edición publicada; en la primera, el narrador, a la hora de
explicar la filogenitura (es decir, la tendencia a favorecer –desme-
didamente– a la propia prole) del burócrata don Manuel José
Ramón Pez, detalla que esta última facultad se encuentra indica-
da, en el cráneo del personaje, por una protuberancia del tamaño
de un lóbulo, según opinión de su propio frenólogo. Krow-Lucal
dedica parte de su ensayo a indagar los motivos de la exclusión
de este pasaje en la primera edición impresa. Considera que a
Galdós le vino un interés inicial por la frenología a raíz de la des-
cripción de la Pensión Vauquer en Papá Goriot (1834), pero que
decidió excluir toda referencia a esta pseudo-ciencia por su carác-
ter determinista, ya que un presupuesto básico del pensamiento
intelectual del escritor canario, a lo largo de toda su obra, es el
libre albedrío –la libertad de acción– del ser humano, y por ende
de los personajes de la ficción literaria.
Hay más casos de discurso frenológico en la literatura espa-
ñola. Enrique Rubio Cremades (301) considera que la frenología
se emplea en el retrato del conde de Lemos, en la novela El señor
de Bembibre (1844), del escritor leonés Enrique Gil y Carrasco.
Otro ejemplo español, esta vez más tardío, según María de los
Ángeles Ayala, lo ofrece el retrato que hace el narrador del per-
sonaje de la campesina Sabel, en Los pazos de Ulloa (1886), de
Emilia Pardo Bazán. Sus ojos azules, su color animado y su pelo
castaño “embellecían mucho a la muchacha y disimulaban sus
defectos, lo pomuloso de su cara, lo tozudo y bajo de su frente,
lo sensual de su respingada y abierta nariz” (la cursiva es aña-
dida) (Ayala 109).
La sátira de la frenología a través de la conducta de los per-
sonajes también la tenemos en la obra dramática Frenología y
magnetismo: comedia en un acto (1845), de Bretón de los
Herreros, estrenada el 24 de diciembre de 1845 en el Teatro del
Príncipe, justo cuando la moda de la frenología se encontraba,
como indican Peset y Peset Roig (172) en su máximo apogeo en
España, en momentos en los que Mariano Rubí impartía sus cur-
sos en Madrid. De esta manera, la frenología cae de lleno en un
teatro satírico que se burla de una moda contemporánea. En la
obra de Bretón de los Herreros, primero es objeto de burla la fre-
nología y, seguidamente, el magnetismo. Al inicio, Don Lucas,
su defensor, como especie de una carta de presentación, sinteti-
za, en unos versos, el propósito de la frenología: “En los cráneos/
hay órganos diferentes:/ los unos son prominentes,/ los otros son
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subterráneos./ El cerebro es la substancia/ donde nuestra alma


reside./ Cada afección coincide / con una protuberancia. / Mas
ya probaré en detall/ que no es farsa ni pamema/ el admirable
sistema/ del famoso doctor Gall” (9).121
Krow-Lucal (9) considera que “aunque la obra dramática deja
en duda si la doctrina de la frenología es verdadera o no [es decir,
si es una ciencia legítima para la instancia que podríamos llamar
autor implícito], el personaje del frenólogo, don Lucas Pérez
Orduña, en todo caso, es tratado como una figura cómica” (la
traducción es mía). Es un sujeto estrafalario –una especie de ele-
gante (o, como se decía en el siglo XVIII, petimetre). Nada más
entrar en escena, tamiza la realidad desde este discurso. Al ver a
Luisa, a la que pretende, aunque está a punto de casarse con don
Manuel, a partir de la simple observación ocular de su cráneo, le
dice que debe tener un temperamento nervioso. Al criticar las
burlas de Ceferina contra de sus pretensiones frenológicas, Don
Lucas le dice a Luisa que en la cabeza de su criada hay mucha
chistosidad. Tienta la cabeza de la criada y concluye que su gra-
cia debe interpretarse como desvergüenza. El ama y la criada le
consideran un loco chistoso. Seguidamente, palpa el cráneo de
Luisa y concluye que, en ella, la amatividad –templada por el
intelecto– es fuerte, aunque, en todo caso, descuella en ella la
veneración (Bretón de los Herreros, 10). Básicamente se prefi-
gura aquí el ángel del hogar, dedicado a venerar al esposo.
A partir de la Escena VIII se plantean diversos chistes a costa
de la frenología. Al plantearle un examen de craneoscopia, don
Lucas invita a don Manuel a sentarse. Esta posición, como típica
de los pacientes sometidos a un examen de frenología, se puede
apreciar en la caricatura del dibujante frenólogo del frontispicio
de Heads of the people (1841), la conocida colección costum-
brista de tipos sociales ingleses. Posteriormente, Don Lucas rea-
liza exámenes a tres candidatos a criados:
Con hacer yo la inspección/cerebral del candidato/ por
satisfecho me doy./(A don Manuel.)/ Vea usted otra ventaja/a
del sistema del doctor/ Gall. Para admitir criados/ ya los
informes no son/ necesarios./ (Palpándole la
cabeza)./Registremos…/[…]¡Qué espantoso desarrollo,/qué
montaña en la región/ del orgullo!- Vete, vete./ […]Tu darás

121 En todas las citas del presente artículo procedentes de ediciones del siglo XIX
se ha realizado una actualización de la grafía.
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tarde o temprano/ a conocer tu ambición desmedida. (Bretón


de los Herreros, 19-20)

El primer candidato a criado es desechado porque el examen


frenológico concluye que tiene predisposición a la soberbia, a la
ambición desmedida. El segundo criado también queda descarta-
do porque infiere don Lucas que es un ladrón: “Su órgano/ adqui-
sitivo es atroz/ y está en el último grado/ de malicia y perversión”
(Bretón de los Herreros, 21). Los dos primeros candidatos son
rechazados a raíz diagnósticos dictaminados moralmente negati-
vos. En cambio, el tercer candidato es aceptado: “Los órganos
perniciosos/ no están en sublevación; /y, al contrario, es admira-
ble/el desarrollo precoz/ de los buenos.- ¡Bien! ¡Muy
bien!/Fidelidad,-adhesión,-patriotismo,-filadelfia…” (Bretón de
los Herreros, 22-23). Recordando que la estructura tripartita
(repetición con variación) es muy común en la creación del efecto
humorístico, el motivo narrativo de la contratación del criado es
una escena cómica construida a costa de la frenología: se eviden-
cia la arbitrariedad de los diagnósticos al aplicar el mismo exa-
men a tres sujetos con distintos resultados. La ironía de situación
o inversión de expectativas radica en que, al final de la obra, el
criado finalmente elegido acabará robando el reloj a don Lucas.
Otro ciclo de chistes se inicia con la llegada de don Emeterio,
doctor en medicina, que busca desenmascarar la frenología. Don
Lucas le hace un rápido examen a su cráneo y establece el
siguiente dictamen: mucho aprecio de sí mismo; intelecto media-
no y carácter feroz (Bretón de los Herreros 26-27). Frente a la
burla que Luisa y su criada otorgan al examen frenológico, y al
mismo comportamiento ridículo de don Luis, Don Manuel, quien
representa el justo término, expresa la siguiente opinión:
La frenología es ya/digna de entrar en el gremio/ de las
ciencias, pues se apoya/en muchos experimentos/notables, y
la defienden/autores de mucho mérito./ […] y, si bien repug-
na/ a mi razón el dar crédito/ a todas las maravillas/ que
cuentan los extranjeros,/ casos he visto en Madrid/que a los
hombres más incrédulos/ han convencido… ¿Te ríes?―/ Ver
y creer dice el proverbio;/ y yo, Luisa, que no soy/ni fanático
ni ciego,/ lo que veo no lo dudo;/ lo que dudo no lo niego.―
/Mas no faltan charlatanes/ que, sin estudio ni ingenio,/en
esta y otras materias/se dan aires de maestros,/y el susodicho
don Lucas/ pudiera ser uno de ellos. (16-17)

A partir de estas últimas palabras de don Manuel, concluyen


Peset y Peset Roig (173) que este personaje representa el punto
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de vista del autor: “Colocar estas palabras en boca del protago-


nista, el galán triunfador, significa el respeto de Bretón ante estos
nuevos saberes. Ahora bien, la obra no pasa de ser mera burla por
sus curiosos y divertidos errores y mero respeto e ignorancia
ante estas nuevas «ciencias»”. Creo que con la frenología, en la
presente obra de Bretón de los Herreros, sucede lo mismo que
con la medicina y sus practicantes: no deja de ser percibida por
el público (también por los escritores) como una ciencia por
derecho propio, pero es objeto –como toda práctica humana– de
sátira cuando se trata de criticar a aquellos sujetos que la practi-
can deficientemente, o cuando se busca plantear una burla de una
práctica que se ha convertido, sobre todo, en una moda efímera.
De manera paralela, Tytler (317-8) también observa que en la
novela realista decimonónica, sobre todo en la inglesa, la freno-
logía es objeto de comentarios irónicos y ambivalentes: en oca-
siones, es blanco de la sátira del narrador, aunque al mismo tiem-
po la utilice en la descripción de los retratos de los personajes,
sin esta última intencionalidad satírica. No puede dejar de desta-
carse, en todo caso, que el personaje de don Lucas es el que reci-
be casi todas las burlas de la obra, y que al final es objeto de
escarnio. La obra finaliza con una burla irónica del pretendiente
triunfante de doña Luisa, don Manuel, hacia don Lucas. En
devolución del examen realizado previamente, simula realizar
un examen a este último y, después de tentarle la cabeza, le reco-
mienda que en un futuro no se case, porque ha palpado los
‘cachos’ del cornudo.
Las colecciones costumbristas de tipos sociales, con su sátira
amable hacia la pequeña burguesía, suele ser un favorable caldo
de cultivo para el uso satírico de la frenología. La literatura cos-
tumbrista parodia el afán enciclopédico (taxonómico) de las
ciencias y pseudo-ciencias naturales de la época, así como el uso
de estos procedimientos en las nacientes ciencias sociales. Pero
también la escritura costumbrista se autoparodia cuando critica
en sí misma el uso que hace del retrato frenológico como un sim-
ple recurso literario ‘a la moda’. Veamos algunos ejemplos.
Mesonero Romanos, en su conocida sátira “El Romanticismo
y los Románticos”, caracteriza la frenología como una ciencia
defendida por las personalidades exaltadas románticas. El sobri-
no de El Curioso Parlante “en los ratos en que menos propenso
estaba a la melancolía, entreteníase en estudiar la Craneoscopía
del doctor Gall” (Mesonero Romanos 300-301). Es asumida
como una moda más entre las aficiones pasajeras de su conocido
retrato satírico del joven romántico. Asimismo, justo cuando se
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está introduciendo la frenología en España, se menciona en Los


españoles pintados por sí mismos (1843). Al inicio de “La san-
turrona”, de Antonio Flores, el articulista, que niega explícita-
mente ser frenólogo, perfila a los seguidores de esta pseudo-
ciencia como carentes, en sus exámenes, de cualquier principio
científico: “De estos que arreglan los cráneos a rigorosa escala y
pasan su vida buscando protuberancias en forma de instintos o
viceversa, ni más ni menos que si anduviesen calando melones y
calabazas. Para esta clase de sabios Labateres, toda educación es
inútil” (Flores 144).
En la década de 1850, las colecciones americanas de tipos
sociales también se burlaron de la frenología. Es lo que ocurre en
el artículo “El vividor”, de Joaquín García de la Huerta, en la
colección Los cubanos pintados por sí mismos (1852): “Si la
Frenología no miente, esa cuestión de las pasiones es cuestión de
bulto, y aún de bultos que determinan la inclinación de la perso-
na […] Pero en tanto abulten los bultos; en tanto no lleguen a ser
las cabezas superficies planas, séame permitido sacar al prosce-
nio de Cuba uno de sus más ostentosos bultos” (102). De alguna
manera, el escritor cubano indica que, si no existieran diversas
protuberancias craneales (‘bultos’) y, por lo tanto, diversas per-
sonalidades e inclinaciones, no se podrían distinguir distintos
tipos sociales y no se podría establecer una galería o colección
de estos últimos. Juega con el doble sentido de ‘bulto’, el prime-
ro, el de designar algo ‘importante’, y segundo, como sinónimo
de ‘protuberancia’. En esta última colección, también se mencio-
na la frenología en el artículo “El estudiante”, de Eugenio de
Arriaza, cuando el articulista se espanta del afán coleccionista
del joven que estudia medicina, en su empeño por reunir, como
anatomista, partes de cadáveres: “Y guárdenos Dios de caer en
manos de un entusiasta de Gall o de Lavater” (70). Este artículo
es una sátira del afán taxonómico de la fisiognomía (Lavater) y
de la frenología (Gall). También en el artículo “El gallero”
(“publicado bajo el pseudónimo Licenciado Vidrieras”), de la
misma colección, además de ser parodiado el discurso (preten-
ciosamente científico) y la práctica (diagnóstico) de la frenolo-
gía, esta última se emplea para realizar una sátira del tipo social
mediante el análisis de su cráneo:
Si el célebre Gall, descendiente, como se ve, de la raza
galluna, quisiera enriquecer su sistema frenológico, debería
analizar los cráneos de nuestros campesinos y encontraría
desarrollado un nuevo órgano desconocido para él, pero que
no es otro que el del gallero; y según nuestros humildes cál-
SIGLO DIECINUEVE 24 (2018) 299

culos y pobres observaciones existe aquel órgano en la cua-


dratura del círculo coronal, en dirección al cerebelo. De lo
dicho se infiere que el gallero puro debe ser nativo del país o,
lo que es lo mismo, planta indígena; porque son sin duda los
más hábiles, aptos, idóneos y expeditos para el oficio. (231)

La singularidad del cerebro del gallero queda vinculada al carác-


ter nativo del tipo social (es objeto de sátira la búsqueda de la iden-
tidad nacional a toda costa. Mediante la relación paronomásica
entre gallo y Gall, se toma la libertad de burlarse del inventor de la
frenología al declarar, en un caso de degradación (animalización),
que desciende de los gallos. Es típico que los escritores se burlaran
de Gall haciendo que su nombre rimase con otras palabras, como
vimos previamente en la relación paronomásica entre detall y Gall,
en el texto dramático de Bretón de los Herreros.
La frenología también es objeto de parodia en el artículo “El
maestro de escuela”, en Los cubanos pintados por sí mismos
(1852), artículo de José Agustín Millán. El método deductivo de
esta pseudociencia es objeto de burla al ser empleada en la iden-
tificación del carácter moral de los propietarios de los sombre-
ros, los estudiantes que se aglomeran a la entrada del estableci-
miento educativo. Pretende expresar que tan ridículo y absurdo
es inferir las predisposiciones de las personas a partir de las pro-
tuberancias de su cráneo como del tamaño y forma de sus som-
breros. Se parte de una relación metonímica (y, por ende, deter-
minista), ya que todo sombrero debe adaptarse al tamaño del crá-
neo de sus respectivos propietarios:
bien así como por la configuración del cráneo y sus infi-
nitas protuberancias, según Gall, se conocen las inclinacio-
nes de las personas, así también por el estado de cada capelo
[es decir, sombrero], echa de ver el menos observador si el
niño dueño de aquel es pacífico o travieso, juicioso o pen-
denciero, rico o pobre, cuidadoso o desaseado. (279)

Uno de los pocos casos de mención de la fisiognomía y de la


frenología en Los mexicanos pintados por sí mismos, aparece en
“La costurera”, de José María Rivera. Con el ánimo de preparar
el retrato de este tipo social, el articulista señala que, si llegara a
tener a su lado a una costurera, a Lucero, “veríamos las líneas de
su mano y los pliegues de su frente, o estudiaríamos su cara con
Lavater y su cráneo con Gall” (65). Es una simple alusión, de
intención satírica, a la moda, entre los escritores costumbristas,
de preparar sus retratos partir de la lectura deductiva de la fisiog-
300 Dorde Cuvardic García

nomía y de la frenología. No es la primera vez que hemos visto


juntos ambos nombres, el de Lavater y el de Gall.
Frente a las burlas ejercidas por la escritura satírica costum-
brista, otros textos literarios asumen la frenología como una
ciencia por derecho propio. Es lo que ocurre en Facundo (1845),
de Domingo Faustino Sarmiento, donde la voz enunciativa
declara en el Capítulo “Infancia y juventud de Juan Facundo
Quiroga”: “También a él le llamaron Tigre de los Llanos, y no le
sentaba mal esta denominación, a fe. La frenología o la anatomía
comparada han demostrado, en efecto, las relaciones que existen
entre las formas exteriores y las disposiciones morales, entre la
fisonomía del hombre y de algunos animales, a quienes se ase-
meja en su carácter” (Sarmiento 80). La frenología es suscrita
como una ciencia legítima por Sarmiento, férreo defensor de las
teorías racistas en la Argentina decimonónica.

LA FRENOLOGÍA, PSEUDOCIENCIA AL SERVICIO DE


LA CRIMINOLOGÍA LAMBROSIANA: EL DIAGNÓSTI-
CO DE LAS TENDENCIAS CRIMINALES EN ANTONIO
LARREA, DE EDUARDO GUTIÉRREZ.

La frenología se convirtió en parte del diagnóstico del compor-


tamiento criminal, entendido este último como enfermedad
moral. Así ocurrió también en el marco de la construcción del
retrato de algunos personajes outsider en la literatura del siglo
XIX e inicios del XX. En la estética naturalista, la frenología
pasa a quedar incorporada por los autores en las ficciones, a tra-
vés de la figura del narrador, para explicar las causas de conduc-
tas marginales y criminales. Son enfermedades morales que se
pueden diagnosticar, y este último lo ofrece la frenología. Quedó
incorporada, varias décadas después de su creación y difusión, a
la criminología de Cesare Lambroso y, como tal, intervino en la
construcción de la criminalidad. Un ejemplo lo ofrece la litera-
tura argentina del siglo XIX.122
En una de las más conocidas novelas de folletín del argentino
Eduardo Gutiérrez (1851-1889), Antonio Larrea (Un capitán de

122 Como señalan Laura Luz Suárez y López Guazo (29), la frenología tuvo conse-
cuencias en el posterior desarrollo científico del siglo XIX: intervino de la craneometría
de Paul Broca (importante organizador de la antropología francesa), en la criminología
de Cesare Lambroso, en la antropología médica y en la medicina legal.
SIGLO DIECINUEVE 24 (2018) 301

ladrones en Buenos Aires), 1879, se explica la conducta criminal


de este delincuente a partir de la frenología. La primera versión
de la novela se publicó en la sección “Variedades policiales” en
1879, en dos entregas, correspondientes al 2 y el 3 de noviembre.
Destaca Alejandra Laera (100-101) que el desvío ficcional de
esta novela de folletín, que tiene como fuente el verismo del dis-
curso periodístico sobre uno de los más conocidos delincuentes
de la época, queda controlado por el discurso científico, especí-
ficamente por el modelo genérico del ‘caso frenológico policial’
en los últimos capítulos de la novela.
Debe recordarse que esta pseudociencia, así como su crisis,
ingresa en el género policial en uno de los primeros cuentos
detectivescos de la historia, “El hombre de la multitud” (1840),
de Edgar Allan Poe: después de catalogar fisiognómica –y tam-
bién frenológicamente– a los miembros de una multitud, el
narrador persigue durante horas a un individuo que no puede
identificar. Después de dar vueltas por las calles de la metrópoli
y llegar al mismo punto de partida del día anterior, exclama que
este individuo es el verdadero ‘hombre de la multitud’. ¿Qué
quiere decir este enunciado, en principio enigmático? Significa
que algunos sectores sociales quedarán fuera de la mirada escru-
tadora de las instituciones panópticas de la modernidad. Siempre
habrá algún sector de la sociedad sin identificar, como le ocurrió
al narrador del cuento de Poe. La multitud es hasta cierto punto,
amorfa, inclasificable. A diferencia de la enseñanza que se extrae
del cuento de Poe, los relatos policiales posteriores, en cambio,
destacan, al capturar a los criminales al final de las narrativas,
que incluso la terra incognita de la marginalidad social puede ser
estudiada y que los criminales pueden ser capturados. Y en este
estudio puede intervenir, evidentemente, la frenología. El éxito
de esta empresa explicativa se plantea en Antonio Larrea. Desde
el inicio de la novela de Gutiérrez se establece un retrato de este
delincuente, que si bien no es frenológico, sí responde a la lectu-
ra fisiognómica:
Fisonomía franca y abierta, ancha frente, nariz aguileña
y ojos grandes de pupilas celestes, aquella cara interesante
hubiera engañado al ojo más perspicaz: sólo en su boca ple-
gada siempre por «una triste sonrisa» había una expresión de
maldad incalificable, aunque ella estaba algo disimulada por
la infinita travesura que irradiaban sus ojos. (5)

Se trata de un retrato estereotipado del criminal: la maldad


queda oculta, para las personas ingenuas, tras la fachada de una
302 Dorde Cuvardic García

belleza que llega a hechizar. Sólo los sujetos semióticamente


más avezados –como el mismo narrador– pueden descubrir, en el
mismo ámbito de los signos fisiológicos, las marcas de la crimi-
nalidad.
A partir del penúltimo capítulo la escritura adopta las conven-
ciones discursivas del ‘caso frenológico’. El narrador precisa
que el cráneo de Larrea ha sido preparado para su estudio: “es
una preciosa pieza anatómica preparada por el doctor Santillán,
de una bella configuración y una blancura mate que indican con
esmero y paciencia de que se ha hecho gasto para reducirla a este
estado que de un objeto de horror se transforma en un objeto de
adorno y de estudio” (136). Seguidamente, se realiza una demo-
rada descripción frenológica de su cráneo, que ocupa el resto del
capítulo y del siguiente, el último de la novela:
La masa encefálica está simétricamente equilibrada,
ofreciendo el cráneo la apariencia de una perfecta regulari-
dad.
Sin embargo, a primera vista se percibe que el conjunto
de órganos encerrados en la parte posterior y lateral del crá-
neo y que comprende lo que puede llamarse los instintos ani-
males, presenta un desarrollo considerable, respecto a la
parte frontal, que contienen los órganos de las facultades
intelectuales.
Esta es la falta de equilibrio moral que ha empujado a
Larrea hasta el crimen, como se concibe fácilmente. (136)

Como ya vimos en el retrato fisiognómico del primer capítu-


lo, el mismo engaño visual inicial que encerraba el rostro de
Larrea lo ofrece su cráneo. Sólo la mirada frenológica de la poli-
cía –y del narrador– puede llegar a descubrir que el cráneo simé-
trico del delincuente encierra irregularidades, mediante un exa-
men más detenido. El ojo semiótico descubre protuberancias y
cavidades que encierra el desarrollo desmedido o la atrofia,
según sea el caso, de ciertas predisposiciones y emociones. El
examen del cráneo procede de lo general a lo particular, de las
segmentaciones más grandes a las más pequeñas. El resultado
que arroja un primer análisis general indica que la zona del crá-
neo vinculada a lo irracional (los instintos criminales) está más
desarrollada (implícitamente, cuenta con mayores protuberan-
cias o bultos) que la zona vinculada a la razón, al intelecto, a la
reflexión. El mayor desarrollo de una zona craneal frente a otra
produce un desequilibrio moral, favorecedor de los instintos cri-
minales en el presente caso.
SIGLO DIECINUEVE 24 (2018) 303

Mediante el examen frenológico, las autoridades certifican o


confirman un presupuesto enraizado en su comprensión del com-
portamiento delictivo, el hecho de que este último cuenta con
causas fisiológicas, y no sólo sociales. A primera vista, a escala
global, la masa encefálica –y también el cráneo– no se aleja,
estadísticamente, de la normalidad. En este sentido, las marcas
fisiológicas que podrían indicar las tendencias criminales se
encuentran, hasta cierto punto, ocultas. El criminal, incluso a
nivel fisiológico y, más particularmente, frenológico, no puede
ser identificado por un lego: la multitud le considera un ciudada-
no ‘normal’. De ahí que sea necesaria la mirada del especialista,
el frenólogo en este caso, para identificar al sujeto delictivo. Un
examen detenido permite aislar al criminal del ciudadano prome-
dio. Recordemos que una de las definiciones clásicas del sujeto
‘desviado’ se basa en la estadística: el individuo que se aleja de
los atributos del promedio es considerado ‘anormal’ y la freno-
logía, precisamente, ‘inventa’ este tipo de sujetos estadística-
mente anormales amparándose en las dimensiones y forma del
cráneo. La frenología es el trasfondo científico que certifica la
causa de los comportamientos criminales, que generalmente
obtienen atención de este género literario, la novela de folletín.
En la parte final del Capítulo XXIII, se procede a iniciar el
examen frenológico detallado de Larrea (Gutiérrez 136-137). El
informe arroja las siguientes conclusiones: el amor físico (la
sexualidad) se encuentra altamente desarrollada, junto con la
debilidad de las facultades morales que deberían encaminarlo.
Por otra parte, su predisposición o instinto hacia el robo se expli-
ca por el desarrollo prominente de la parte elevada del parietal
(sobre las orejas), donde se ubica el órgano de la adquisitividad.
El desarrollo de la parte del cráneo ubicada detrás de la oreja,
que corresponde al órgano del valor o combatividad, determina
en Larrea su instinto sanguinario de destrucción, es decir, su pro-
pensión hacia la violencia. Su personalidad imaginativa, por otra
parte, responde al gran desarrollo de la parte frontal del cráneo,
mientras que su memoria local o plástica, es decir, su facultad
para retener las imágenes percibidas por el ojo, su capacidad
para retener fisonomías y lugares (un gran auxiliar en la vida
aventurera de Larrea), responde a la protuberancia superciliar
sobre el arranque de la nariz.
Como vemos, el discurso frenológico está al servicio del
retrato psicológico (etopeya) del delincuente, un retrato que res-
ponde al clisé o estereotipo de este tipo de personajes en las
novelas de folletín. Recordemos que las pasiones afectivas
304 Dorde Cuvardic García

representan la principal temática de este último subgénero y que,


asimismo, la predisposición al robo es atributo fundamental del
delincuente protagonista de este género popular. El valor (y hasta
la violencia) y una imaginación desbocada son atributos del
héroe popular. Son atributos de Larrea que, al mismo tiempo,
representan el fundamento temático de la novela de folletín. La
vida aventurera (tanto afectiva como criminal) del bandido es
resultado o consecuencia, en el marco de esta explicación deter-
minista, de los atributos frenológicos ‘impresos’ en el cráneo de
este delincuente. En última instancia, la configuración cerebral y
craneal determina la personalidad del ‘criminal enamorado’. La
novela por entregas encuentra en la frenología un aliado que le
confecciona personalidades propicias para el desarrollo de frené-
ticas peripecias.
El Capítulo XXXIV (Gutiérrez 139-140) concluye con el
examen frenológico del bandido, iniciado en el capítulo anterior,
como si fuera el informe de la autopsia realizada a un cadáver
por la medicina forense. En la parte superior del cráneo se
encuentra el órgano de la veneración –el narrador, en un sintag-
ma sin aparente sentido, señala que ‘el valor y la depresión es
(sic) el órgano de la ‘veneración’–, que ha determinado la auda-
cia incomparable de Larrea. Recordemos que este último es atri-
buto de los antihéroes marginales que combaten los valores
hegemónicos de la sociedad. La gran astucia del bandido, por su
parte, proviene del gran desarrollo que han alcanzado sus facul-
tades intelectuales, tanto las comparativas (el pensamiento ana-
lógico, la capacidad de establecer comparaciones o relaciones)
como la facultad de la casualidad (creemos que se trata de un
error del autor o del cajista, ya que sería más pertinente hablar de
causalidad, la facultad de establecer relaciones causales). La
parte noble del cráneo no presenta gran desarrollo, a diferencia
de lo que ocurre con las cabezas donde priva el orden y la capa-
cidad para establecer generalizaciones, como sucede con cientí-
ficos como Newton. Es decir, Larra no es una ‘mente’ científica.
La pobreza del desarrollo de la zona noble está directamente vin-
culada al gran desarrollo de las secciones parietal y occipital, es
decir, la parte lateral y posterior de la cabeza. La sección frontal,
en cambio, es bella: Larrea tiene una frente fugante, pero redon-
deada (similar a las líneas faciales de Robespierre). Por su parte,
en otra aparente explicación sin sentido, el gran desarrollo de la
masa cerebral ubicada detrás de las órbitas visuales determina,
en Larrea, la memoria de las palabras (¿su gran capacidad
memorística?). El órgano de la alimentividad, visible en sus
SIGLO DIECINUEVE 24 (2018) 305

pómulos salientes, lo convierte en aficionado a la buena comida.


En la parte posterior de cráneo, por último, sobresale la protube-
rancia que corresponde al órgano de la afectuosidad, que permite
explicar la intensa vida afectiva de este bandido.
En esta novela, la frenología es un procedimiento orientado a
otorgar, desde el discurso científico, mayor verosimilitud litera-
ria al tipo social del bandido o bandolero. Inteligencia práctica,
autodidacta, innata y asociativa (frente a la inteligencia sintética,
interpretativa, típica de los intelectuales y científicos), audacia,
astucia, capacidad de seducir –a sujetos de ambos sexos– con su
hermosura, facilidad de palabra, afición por la buena comida,
intensa vida sexual y afectiva, son atributos que han caracteriza-
do al bandido idealizado a lo largo de la historia de la literatura
(en las novelas de folletín) y, en este sentido, Gutiérrez se guía
por la verosimilitud literaria. Elabora un bandido creíble ante los
lectores al fundamentarse en la tradición cultural. En todo caso,
a esta verosimilitud literaria (orientarse por la tradición en la
construcción de este tipo social, como personaje literario) la fre-
nología le presta, además, un fundamento científico. La verosi-
militud o plausabilidad de los atributos clásicos del buen bandi-
do en la ficción literaria queda científicamente certificada por
una disciplina que se ocupa de identificar las causas fisiológicas
del comportamiento humano.
El narrador, en los dos últimos párrafos del capítulo final de
la novela, declara su adhesión a los principios de la frenología.
Se deja atrás el mundo fáctico-ficticio donde se desarrollan las
peripecias del criminal y pasa a mostrarse, en un caso de silepsis,
la voz autoral/narrativa, quien declara su pertenencia a un noso-
tros colectivo, el de aquellos sujetos legos que, a pesar de su con-
dición de ciudadanos comunes que no conocen a profundidad las
diversas ramas de la medicina, creen tener la potestad para esta-
blecer una opinión –positiva, en este caso– sobre la frenología.
El cerebro –y su marca semiótica visible, la configuración crane-
al– se erige en el órgano rector del comportamiento humano:
No somos de los que creen que se pueda hacer de la
cabeza un mapa geográfico que permita señalar irrevocable-
mente los rasgos característicos de la organización humana,
considerada en sus últimas y más altas funciones ó activida-
des fisiológicas.
Pero creemos sí, que no se piensa; ni se siente con el
estómago ó con el corazón; este músculo ingrato que no
avisa como aquél al hombre lo que daña a su desenvolvi-
miento y existencia, y que la frenología espiritualista moder-
306 Dorde Cuvardic García

na, llevada a su última fórmula por Castle, y que tiene en


cuenta á la par que las protuberancias craneanas el peso y la
calidad de la sustancia cerebral, es una ciencia seria, digna
de meditarse y capaz de iluminar poderosamente las investi-
gaciones humanas. (140)

Por último, permítasenos invadir un poco la literatura del


siglo XX. Ya fuera de nuestro ámbito cronológico de estudio, la
frenología queda incorporada en La guerra del fin del mundo
(1981), de Mario Vargas Llosa –sobre la Guerra de Canudos
(1896-1897)– a través del escocés Galileo Gall (obvia alusión a
Franz Gall).123

CONCLUSIONES

La introducción de la frenología en España es temprana,


mediante la traducción de parte de la obra de Gall, si bien no
encontró una difusión real en este país hasta la década de 1840,
cuando Mariano Cubí y Soler realizó su labor divulgativa. En
este momento irrumpió la frenología en los géneros literarios de
España y América Latina, particularmente en la comedia
Frenología y magnetismo, de Bretón de los Herreros, así como
en la caracterización de los tipos sociales en el discurso costum-
brista (Los españoles…, Los cubanos…, y Los mexicanos… pin-
tados por sí mismos). Casi siempre fue objeto de sátira, como

123 Este personaje elabora retratos frenológicos. En primer lugar, el personaje


Galileo Gall envía, desde Brasil, cartas al periódico l’Étincelle de la révolte, publicado
en la ciudad francesa de Lyon. Su apellido alude claramente a Franz Gall. En el primer
apartado de la novela -enunciado en primera persona por este personaje- relata a sus des-
tinatarios la entrevista realizada a Fray Joaõ Evangelista de Monte Marciano, en la que
incorpora un retrato frenológico de este último: “Meridional, todavía joven, bajito, rolli-
zo, de barbas abundantes, su frente muy ancha delata en él a un fantaseador y la depre-
sión de sus sienes y chatura de su nuca a un espíritu rencoroso, mezquino y susceptible.
Y, en efecto, en el curso de la charla noté que está lleno de odio contra Canudos, por el
fracaso de la misión que le llevó allá y por el miedo que debió pasar entre los “heréti-
cos”.” (Vargas Llosa 45). No es el único retrato frenológico realizado por Galileo Gall y
que reproduce el narrador de la novela. También se ocupa de elaborar otro sobre Rufino,
otro de los personajes de la novela: “¿Cómo congeniar la propensión a la fantasía, al deli-
rio, a la irrealidad, típica de artistas y gentes imprácticas, con un hombre en el que todo
indica al materialista, al terráqueo, al pragmático? Sin embargo, eso es lo que dicen sus
huesos: Orientatividad, Concentratividad, Maravillosidad. Galileo Gall lo descubrió ape-
nas pudo palpar al guía. Piensa: “Es una conjunción absurda, incompatible. Como ser
púdico y exhibicionista, avaro y pródigo” (Vargas Llosa 51).
SIGLO DIECINUEVE 24 (2018) 307

rama de la medicina, por su novedad. Recordemos que esta últi-


ma fue objeto de la sátira literaria desde la Antigüedad.
Asimismo, la frenología se empleó en la preparación de retratos
(tuvieran o no carácter satírico) en el espacio literario europeo y
latinoamericano.
Debe investigarse en el futuro si los retratos de los personajes
de las novelas y cuentos latinoamericanos del siglo XIX y las
primeras décadas del siglo XX asumen reglas descriptivas y
tipológicas procedentes de los manuales de frenología. Con el
objetivo de precisar coincidencias o divergencias, en el futuro se
pueden confrontar las descripciones de las zonas del cráneo,
sedes de los distintos órganos (predisposiciones, tendencias),
procedentes de los manuales de frenología, con las descripciones
frenológicas de los textos literarios, encaminadas a otorgar vero-
similitud científica al comportamiento de los personajes.
Asimismo, es de interés investigar de ahora en adelante qué tipo
de Otredad se elaboró en los casos en los que se recurrió al retra-
to frenológico: racial, criminal, etc. Es evidente que se planteó
un determinismo encaminado a inferir un desequilibrio moral del
sujeto humano a partir de la irregularidad o ausencia de simetría
de sus atributos fisiológicos (craneales, en el presente caso).
308 Dorde Cuvardic García

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