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RESUMEN DEL CAPÍTULO I: BIBLIA Y PALABRA DE DIOS

Desde primer momento el autor nos presenta a las religiones de libro con una
fundamentación en la palabra de revelación de la divinidad, sin embargo en el cristianismo
se ubica claramente una etapa palabra-escritura que tiene su plenitud en la encarnación del
Hijo de Dios. En esta misma línea la Biblia también se ubica como verdadera Palabra de
Dios, aunque en algún momento de la historia de la Iglesia (siglo XVI) se le llegó a poner
en tela de juicio, no obstante la “Dei Verbum” del Concilio Vaticano II define a toda la
Sagrada Escritura como palabra de Dios.
En el Antiguo Testamente tenemos al Dios de Israel que al ser un misterio se revela sin
mengua de su trascendencia e impenetrabilidad, de tal manera que este acto libre por
decirnos quién es Él se relaciona como verdadera palabra suya. Este momento tiene que
distinguirse muy bien ya que hay una clara diferencia entre Palabra de Dios por
consignación inspirada (la Escritura) y Palabra de Dios por directa locución divina (los
oráculos).
Ahora bien ¿Cómo distinguir la palabra humana sobre Dios de la palabra de Dios por
mediación humana? Este discernimiento tiene muchas dificultades y el único método
teológicamente aceptable es el que parte de la fe en dicha palabra y examina en los textos el
alcance de las afirmaciones sobre la locución divina. La escritura tiene un criterio
diferenciador de lo que es verdadera Palabra de Dios: la efectividad absoluta, es decir tiene
que ver con la eficacia y fuerza inexorable de los designios de Dios.
En los libros proféticos tenemos a Jeremías que distingue tres formas principales de la
palabra de Dios en el Antiguo Testamento: la ley, la sentencia sapiencial y el oráculo
profético. En primer lugar, el oráculo profético tiene una forma privilegiada ya que de las
241 veces que aparece en el Antiguo Testamento la expresión Palabra de Yahvé, 221
pertenecen a la literatura profética.
El vocablo principal para designar la palabra es dabar y tiene tres órdenes de significación:
en primer lugar, significa el acto mismo de pronunciar una palabra o de hablar, en segundo
lugar se refiere al contenido noético o sentido de la palabra y finalmente significa la cosa
misma denominada por la palabra. En el caso de la palabra profética, el momento de la
locución está señalado por el acto concreto y total del mensajero de Dios que pronuncia un
oráculo, en cuanto al sentido es el mensaje o palabra transmitida en la locución profética
(como el anuncio, denuncia, juicio de Dios, condenación, profecía de futuro, etc.)
El momento de la locución divina aparece preparada, ya que lo primero que realiza la
Palabra de Dios es constituir al hombre en profeta y así, toma posesión en él,
identificándolo entre la palabra de Dios y el profeta que la ha asumido. Esta identificación
del profeta con la Palabra lleva a la convicción de que sus oráculos son la Palabra del
mismo Yahvé, de tal manera que la palabra está en directa conexión con el evento, dando
origen a la revelación histórica por medio de hechos y palabras. Este dinamismo de la
palabra profética no brota de los constitutivos mismos del lenguaje, sino de otra realidad
inseparablemente unida que es el Espíritu.
Volviendo a la locución profética, el sujeto de la atribución de la locución correspondiente
es propiamente Yahvé y no el mediador humano y de este modo, la acción del Espíritu en la
profecía hace de ella una verdadera Palabra de Dios. Este hombre al que llamamos profeta
es un portavoz de Dios por la recepción de la Palabra, es una acción tan unificada y una
colaboración interpersonal entre Dios y el profeta tan conjuntada que la Palabra es de Dios
y del hombre en su totalidad, pero atribuida propiamente a aquel que la totaliza en la forma
más perfecta y primordial, es decir, Dios. De esta forma la locución profética es verdadera
palabra de Dios
Lo que respecta al sentido de la profecía tiene una importancia grande en el conjunto del
fenómeno profético, pues perdura en la memoria de los hombres, a tal grado que el mensaje
puede recordarse e incluso convertirse en texto gracias a la memoria y a la tradición. Estos
contenidos que ya no son palabra de Dios en sentido propio, sino que fueron Palabra de
Dios, no obstante es un sentido que se considera válido para otros tiempos y otras
circunstancias parecidas a las del momento de la locución profética.
En segundo lugar tenemos la palabra de la ley que posee un carácter netamente
performativo, ya que el legislador promulga la ley que produce un vínculo netamente
jurídico que obliga a los súbditos a aceptarla como norma de conducta, aquí es donde se
verifica la efectividad propia de la ley. En cuanto al sentido su contenido reviste un carácter
de validez universal, atemporal y objetivo que normalmente adquiere en la consignación
escrita. Esta es la razón por la cual la ley se considera, a partir de la promulgación, como
Palabra de Dios en cuanto manifestación del querer de Dios. La profecía es la Palabra de
Dios propiamente en el instante de la locución.
En tercer lugar, dadar significa también el hecho histórico, el evento, el suceso así como la
narración histórica, donde en su uso late la persuasión de que el evento es una cosa
realizada por una palabra. En otras palabras, cuando se trata de hechos en cuyo desarrollo
ha intervenido en forma decisiva la Palabra de Dios, el evento consiguiente es un evento de
Dios, una palabra histórica de Dios conjunta de la Palabra y del espíritu. En cuarto lugar, la
creación se atribuye a la obra conjunta de la Palabra y del Espíritu.
Finalmente, la sabiduría en el Antiguo Testamento nunca se menciona como Palabra de
Dios pero llega a ser canonizada. No es una locución actual de Yahvé al estilo del oráculo
profético, ni mucho menos goza de la efectividad propia de aquella palabra, sin embrago
hay en ella algo de la realidad propia de la palabra, es precisamente el contenidvo noético.

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